Topología y psicoanálisis

Page 1

Volumen 7, número 1

Investigación

CIENTIFICA

enero–julio 2013,

Topología y psicoanálisis Dicotomía: ¿los dos lados de la subjetividad? Nos negamos de manera terminante a hacer del paciente que se pone en nuestras manos en busca de auxilio un patrimonio personal, a plasmar por él su destino, a imponerle nuestros ideales y, con la arrogancia del creador, a complacernos en nuestra obra luego de haberlo formado a nuestra imagen y semejanza [...]. Deberá perdonarnos que tampoco podamos aceptar su reclamo de poner al psicoanálisis al servicio de una determinada cosmovisión filosófica e imponérsela al paciente con el fin de ennoblecerlo. siGMUnD FrEUD

Hans HiraM PaCHECO GarCÍa vErÓniCa MarCELa varGas nÁJEra ManUEL DE JEsÚs CHÁvEZ GUTiÉrrEZ Unidad Académica de Psicología Universidad Autónoma de Zacatecas

hanshiram@hotmail.com

issn 1870–8196


2

Investigación

CIENTIFICA

Resumen El presente artículo hace una analogía entre la topología de la Botella de Klein y la banda de Möebius lo que desde el psicoanálisis se vería como la estructura subjetiva del sujeto, que se contrapone a la dicotomía de lo normal1–sano o lo anormal–enfermo y explica cómo a partir de estos dos estadios pueden prevalecer en un mismo plano de manera simultánea y con igual intensidad. Dentro del psicoanálisis no es posible hablar de un estado absoluto de salud o de enfermedad, siendo éstos sólo una utopía superyóica de cualquier terapeuta que no se precie de ser psicoanalista. Palabras clave: topología, subjetividad, dicotomía, psicoanálisis.

Abstract The present article makes an analogy between the topology of the Klein bottle and the Moebius strip so that from the analysis would look like the subSegún Foucault, la «norma» se puede definir como una «regularidad funcional, como principio de funcionamiento adaptado y ajustado; lo normal al que opondrá lo patológico, lo mórbido, lo desorganizado, el disfuncionamiento. Bajo las dos realidades de la normas: la norma como regla de conducta y como regularidad funcional; la norma que se opone a la irregularidad y desorden y la norma que se opone a lo patológico y lo mórbido [...] —aquella en la que se basa la psiquiatría y la terapéutica, ya que, pareciera que ambas tendrán— que vérselas con algo que, por una parte, gozará de un status de irregularidad con respecto a la norma y, al mismo tiempo, deberá tener el status de disfuncionamiento patológico con respecto a lo normal. [...] La psiquiatría —como pareciera suceder también con las psicoterapias— se convierte en ese momento (ya no en sus límites extremos y sus casos excepcionales, sino todo el tiempo, en su cotidianidad, en los pormenores de su trabajo) en un médico judicial. Entre la descripción de las normas y reglas sociales y el análisis médico de las anomalías, la psiquiatría —y la terapéutica—, en esencia —será:— la ciencia y la técnica de anormales, de los individuos anormales y las conductas anormales [...] Desde el fondo de su actividad, lo que la psiquiatría pone en cuestión es la inmoralidad mórbida e incluso una enfermedad de desorden» (Michel Foucault, Los anormales, Buenos Aires, El Salvador, 1975, pp. 155). Cabe rescatar la definición que Foucault propone para la enfermedad —mental-, en referencia a la explicación que da la psicología y la psiquiatría: «en patología mental acordamos el mismo privilegio a la noción de totalidad psicológica; la enfermedad sería la alteración intrínseca de la personalidad, desorganización interna de sus estructuras, progresiva desviación de su devenir» (Michel Foucault, Enfermedad mental y personalidad, Buenos Aires, Paidós, 1954, p. 17). 1

jective structure of the subject that contrasts with the dichotomy of normal or abnormal, healthy-sick and explains how the fact of these two stages may prevail in the same plane simultaneously and with the same intensity within psychoanalysis can not speak of an absolute state of health or disease, these being only a utopia superego of any therapist who claims to be a psychoanalyst. Keywords: topology, subjectivity dichotomy psychoanalysis.

Topología y psicoanálisis Dicotomía: ¿los dos lados de la subjetividad? Esta botella posee el secreto del deseo… JaCQUEs LaCan

En topología la Botella de Klein se puede definir como una superficie no orientable, carente de aristas y con un único lado. Esta figura hermafrodita, que no se rige bajo el principio del exterior e interior, fue descrita en 1882 por el alemán Christian Felix Klein, marido de Anne Hegel (nieta del creador de Fenomenología del espíritu). Asimismo, Arreola en su narración La botella de Klein tiene una versión muy particular sobre su origen, pues indica que dicha Botella «la inventaron los alquimistas. Creo —dice— que fue Jehan Brodel…».2 Esta botella, que no conoce fronteras, se forma cuando su extremo más delgado (el orificio) penetra a través de sí misma por uno de sus lados y franquea la pared de su receptáculo con el fin de unirse de manera (todavía) interna a su base, hasta convertirse en una superficie compacta y por tanto cerrada. El resultado, según Arreola, es un «cisne que hunde el cuello en el pecho y se atraviesa para abrir el pico por la cola»3 o como la describiera Lacan en su clase del 3 de febrero de 1965: esta botella posee una curiosa boca oculada4 en ella misma pero en el interior.5 Juan José Arreola, Palindroma, México, Joaquín Mortiz, 1971, p. 44. Ibid., p. 45. 4 Del latín oculus que significa «ojo» y en arquitectura designa una abertura de forma circular–ovalada. 5 Los problemas cruciales para el psicoanálisis. 2 3


Volumen 7, número 1 enero–julio 2013,

La botella de Klein puede pensarse también como una banda de Möebius, denominada así por el matemático alemán Angust Ferdinand Möebius, quien la elaboró en 1858.6 Para construir (describir) una Banda de Möebius se requiere de una cinta, donde cada una de sus puntas se unan entre sí, hasta lograr medio giro al «cuello de camisa» de 180º. Como producto de la prestidigitación aparecerá un anillo unilateral con una sola orilla. La semi–torsión que se realiza antes de la unión de los extremos del rectángulo evita que emerja en nuestras manos una figura cilíndrica, pues el cilindro presenta dos caras y dos bordes, a diferencia de la cinta de Möebius que tiene un costado y una superficie continua. Si se intenta pintar con un color determinado uno de sus lados (ahora en forma de circuito retorcido) podría comprobarse que se trata de una superficie con un único lado continuo y margen. Así se le manifestó a Lacan en 1964: «La banda de Möebius no tiene revés pues al recorrerla se regresa matemáticamente a la superficie que supuestamente debería constituir su otra cara».7 En ese sentido, es posible «surfear» en su peculiar «ola», deslizándose desde un apócrifo interior a un aparente exterior sin tener que cruzar un borde. Con este recorrido ilimitado se rompe la idea de que coexiste un «adentro» o un «afuera», subvirtiendo con ello la manera coloquial de representar el espacio, las formas y los volúmenes. Incluso se afirma que para construir una Botella de Klein se deben unir dos bandas de Möebius por sus filos, ya que «cuando la banda de Möebius se esconde en ella misma, surge la Botella de Klein… ¿La ves?».8 Para ratificar lo anterior, bastaría hacer un corte transversal con la intención de que aparezcan dos anillos möebiusianos y constatar que la botella es homeonorfa al doble de la banda. Es necesario precisar que esta botella y la banda de Möebius son producto de lo que en el siglo xvii se denominó analysis o geometría situs,9 además Y Johann Benedict Listing de manera independiente la co–descubre, el mismo que acuñaría la palabra «topología». 7 J. Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales en psicoanálisis, Seminario 11, Buenos Aires, Paidós, 1964, p. 243. 8 Juan José Arreola, op. cit, p. 45. 9 Esto es «análisis o geometría de la posición», hoy topología (del griego óπος, «lugar», y λóγος, «estudio»); la más joven de las ramas clásicas de las matemáticas, en contraste con el álgebra, la geometría y 6

issn 1870–8196

3

las dos (junto con el Plano proyectivo) son objetos o superficies no orientables, puesto que al desplazar un sistema coordenado a lo largo del ecuador, éste regresa a su punto de partida con la orientación inversa. La botella de Klein, a diferencia de la banda de Möebius, sí tiene volumen, no se le encontrará borde alguno, es decir, si las dos son figuras con un solo lado, la botella (al igual que la figura del toro10 o la esfera) no presenta orillas. No obstante, si la botella de Klein no muestra cantos, tal como sucede con la esfera y el toro, estos últimos, en oposición de la botella de Felix Klein, ostentan una doble superficie: la interior y la exterior. Estos extraños palíndromos (la recalcitrante botella y la infinita banda) son la manía de matemáticos, filósofos, artistas y psicoanalistas. Así como el artefacto de Klein (quien tramó El suicidio del cisne) y el artilugio de Möebius (artífice de ese aro peculiar) pueden ser leídos indistintamente en ambas direcciones («al revés sé verla»); hay que ReconoceR que tales figuras pueden ser leídas entre líneas por diferentes disciplinas y saberes. En torno a estas fantásticas estructuras circulan nombres como los de Lacan, Escher,11 Borges, Ionesco, Deleuze, Derrila teoría de los números. La topología se dedica a estudiar las propiedades de los cuerpos geométricos inalterados por transformaciones continuas, además analiza los espacios (topológicos) y las funciones continuas. Se divide en tres ramas principales: la topología general, algebraica y diferencial. Tucker (quien en los cincuenta llevaría al plano tridimensional la Botella de Klein) junto con H.S. Bailey define este concepto, inventado Listing, como «la rama de las matemáticas que trata de las propiedades de posición que son invariantes por cambios en tamaño o forma. Sus objetos están constituidos por superficies, redes y muchas otras figuras. Tal vez el modo más fácil de definir propiedades topológicas consiste en decir que son propiedades geométricas que permanecen inmutables a pesar de estiramientos o encorvamientos. La topología está llena de paradojas aparentes e imposibilidades aparentes y es, probablemente, más divertida que cualquier otra rama de las matemáticas». Tucker, A.W. y Bailey, H.S. Topología, en matemáticas en el mundo moderno, Selecciones de Scientific American, España, Blume, 1950, p. 151. 10 Cilindro unido por sus dos únicos bordes, ubicados en sus extremos y hacer así una especie de dona hueca de cámara de aire. Lacan utiliza el toro para abordar lo subjetivo que hay en la demanda y el deseo. 11 A propósito de Lacan y de Escher, en la sesiones del 9 y 30 de enero de 1963 Lacan habla respectivamente de «una hormiga que se paseara pasaría de una de las caras aparentes a la otra sin necesidad de atravesar el borde» de la banda de Möebius. Y de un «insecto que se pasea por la superficie de la banda de Möebius», pp. 109 y 150. Con ello pareciera que Lacan hiciera una referencia al grabado de M.C. Escher («Band van Möbius ii»); donde nueve hormigas caminan una tras otra sobre una de las caras aparentes de una banda de


4

Investigación

CIENTIFICA

da, Mishima, Arreola y hasta el del dibujante Matt Groening. En el caso del psicoanálisis parecen obedecer a una especie de «topología de Tlön»,12 porque sus formas son sucesivas, desconocen las paralelas y niegan el tiempo, se muestran como elementos representativos, cuya existencia de superficies no tiene separación entre un (supuesto) lado A y un lado B, además refleja de manera gráfica el «espacio subjetivo». De ahí que dichas «herramientas tlönianas» sean empleadas por el psicoanálisis no sólo como ejemplos que evidencian lo subjetivo, sino para cuestionar la creencia que eso subjetivo y el sujeto mismo es dicotómico. Precisamente con estos objetos topológicos que se acercan a las formas de la subjetividad se comienzan a debatir supuestas verdades que hoy algunos se empeñan en sostener. El cómo lo subjetivo se asume como si fuera de naturaleza dual, lo encontramos en lo que para nosotros es la idea errónea de la existencia de la división entre salud y enfermedad; en la separación que se hace entre amor y odio. Ahí donde en apariencia existe un exterior y un interior o un lado que se contrapone a otro que se deferencia, resulta que en realidad es un solo plano; tal como Möebius lo muestra en su Banda y F. Klein en su Superficie.13 Esta botella soporta (sostiene y tolera) la verdad del sujeto, pues en su pliegue–doblez rompe con la hipocresía–doblez de la idea de lo dual, misma que pretende doblegar al sujeto y su verdad. Lacan, a propósito de ese doblez, en el cierre de su sesión del 5 de abril de 1966, diría que «la diosa botella14 es la botella de Klein. No por quererlo puede cualquiera hacer salir de su cuello lo que está en su doblez. Es que así se construye el soporte del ser del sujeto»,15 doblez que revela la verdad de la estructura subjeMöebius cuadriculada a manera de red. Ese grabado se plasma en las ediciones del seminario 10, La angustia, de Paidós. 12 Lugar de Ficciones que describió Borges (2001) en su relato denominado Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. 13 El nombre original de esta Botella es Kleins Fläche, en alemán; traducido al castellano sería: Superficie de Klein, evocando con ello que se trata de un plano, de una sola área. 14 Que en la versión original (la francesa) dirá: dive bouteille, frase literaria que se refiere al poeta Théophile Gautier, mismo que con ella aludía al vino. 15 J. Lacan, Reseñas de enseñanza, Buenos Aires, Manantial, 1966, p. 35.

tiva, es decir que el soporte del ser del sujeto podría ser pensado desde la botella y su dobladura que le da sentido. Y si gracias a ese cuello que se dobla es posible fundar, según Lacan, el soporte del ser del sujeto, es también a causa del agujero que (se) provoca con su propio doblez, que escenifica, con ese orificio, la falta que es propia del sujeto. Esta manera que tiene el psicoanálisis de entender parte de lo humano, se diferencia de la propuesta cartesiana que ofrece una explicación de las pasiones del individuo con base en una dicotomía (René Descartes propone semejantes contraposiciones entre el alma y el cuerpo). Pensamiento en el cual descansa y se ha justificado parte de la ciencia, al dividir en dos dimensiones distintas la esencia del ser, poniendo y contraponiendo la cara (y contra–cara), clasificando al individuo entre lo sano o lo enfermo, en el contraste que supuestamente existe entre lo demente y lo cuerdo. No es raro que en la psicología cartesiana el individuo deba ser ubicado en alguno de los dos extremos antagónicos (salud versus enfermedad); clasificación que suele darse en el marco del ideal denominado salud mental16 y de la concepción que se tiene de lo psicopatológico. En el momento que alguien califica como enfermo (o sano) a un individuo determinado, se vislumbra su actitud de ver al sujeto como estrictamente dual, además deja en evidencia que para clasificarlo como enfermo es porque se tiene un parámetro o un modelo comparativo, similar a lo que escribió Michel Foucault: La enfermedad mental (cualquiera que sean sus formas o grados de obnubilación que comporta) implica siempre una conciencia de enfermedad; el universo morboso no es un absoluto en el que se anulan las referencias a lo normal; por el contrario, la conciencia enferma se desarrolla siempre con una doble referencia para sí misma: lo normal y lo patológico, o

Cabe puntualizar la definición de salud mental da la OMs (octubre de 2009): «La salud mental no es sólo la ausencia de trastornos mentales. Se define como un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad», en http://www.who.int /features/qa/62 /es/index.html. 16


Volumen 7, número 1 enero–julio 2013,

lo familiar y lo extraño, o lo singular y lo universal, o bien la vigilia y el onirismo.17

La supuesta naturaleza binaria del sujeto se logra esfumar al comprender desde el psicoanálisis la estructura subjetiva, reflejada en el «sacrificio del cisne» llamado Botella de Klein. Mediante esta efigie topológica–psicoanalítica se percibe cómo dos ideas, sentimientos o estadios, llegan a prevalecer en un mismo plano de manera simultánea y con la misma intensidad. Pues al igual que Odette, se puede ser humano y cisne a la vez, a propósito del primero de los tres ballets que escribió Piotr Ílich Chaikovski. En el campo subjetivo, este cisne que hunde su pico por la cola, cuya autoflagelación quebranta la idea dicotómica, podría entenderse como un cisne blanquinegro, y no necesariamente tendría que ubicarse en lo claro o en lo obscuro. Bajo esta idea de colocar al sujeto en uno de los dos lados aparentemente posibles (lo normal–sano o lo anormal–enfermo), Freud lo cita en su artículo de 1937, Análisis terminable e interminable: «Si mediante el análisis se podría alcanzar un nivel de normalidad psíquica absoluta, al cual pudiera atribuirse además la capacidad para mantenerse estable».18 Pero antes de intentar responder o pretender hablar sobre la facultad que tiene el psicoanálisis para que uno de sus pacientes pueda alcanzar un estado psicológico adecuado (salud mental), permanente y uniforme, es preciso decir que si esa es la tarea del análisis nos encontraríamos en una apuesta absurda y tal vez imposible, puesto que antes de pensar en una salud mental primero nos tendríamos que detener a constatar si en la clínica y en la teoría eso es posible, deseable, o bien existente. No será que al hablar de salud mental nos encontramos en un ideal superyóico que se torna inalcanzable. El Otro (algunos terapeutas) se impone al sujeto (paciente) con una doble sentencia, que se hace una sola (un ejemplo más de que pueden converger en un mismo plano dos ideas que en apariencias son contrarias), indicándole al paciente el estatus Michel Foucault, Enfermedad mental y personalidad, Buenos Aires, Paidós, 1954, p. 70. 18 Sigmund Freud, Análisis terminable e interminable. Obras Completas, volumen xxiii, Buenos Aires, Amorrortu, 1937, p. 222. 17

issn 1870–8196

5

salutífero al que debe llegar. Luego ese nivel de «normalidad ideal» es inaccesible para él, como sucede con la «doble» sentencia que el superyó le impone al yo del individuo: «‹Así (como el padre) debe ser›, sino que comprende también la prohibición: ‹Así (como el padre) no te es lícito ser, esto es, no puedes hacer todo lo que él hace; muchas cosas le están reservadas›».19 Ciertas terapéuticas de hoy (incluso las apellidadas analíticas), quizá en el fondo o de manera procaz no han querido renunciar al modo coloquial de representar el espacio subjetivo con el que trabajan, insisten en entender lo subjetivo bajo una visión euclidiana.20 Por tanto, se atienen a la acción y discurso del Amo, intentan determinar con rigor el modo normal y sano en el que el yo debe de conducirse, independientemente de que todo se oponga para que el yo del individuo logre esa utópica estabilidad psíquica y absoluta, así como el tan esperado happy end. En esta clínica diferente a la propuesta por Freud, se «engendra una práctica donde se imprime lo que en otro lugar he llamado la figura obscena y feroz del Superyó, en la que no hay más salida para la neurosis de transferencia que la de hacer sentarse al enfermo para mostrarle por la ventana los aspectos risueños de la naturaleza, diciéndole: Adelante. Ahora ya es usted un buen niño»,21 animando a seguir, guiarlo a un prometedor porvenir y convenciéndolo de que ya es (o ya puede ser) un hombre bueno. Tal exigencia imposible, la salud mental, es similar a los parámetros que establece el superyó y su ideal del yo al humano: El riguroso superyó observa cada uno de sus pasos (del sujeto), le presenta determinadas normas de conducta sin atender a las dificultades que pueda encontrar de parte del ello y del mundo exterior, y en caso de inobservancia lo castiga con sentimientos de tensión de la inferioridad y de la conciencia de culpa».22

Sigmund Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, volumen xxii, Buenos Aires, Amorrortu, 1933, p. 36. 20 La geometría euclidiana estudia las propiedades del plano y el espacio bidimensional; con frecuencia, es sinónimo de geometría plana y clásica. 21 J. Lacan, La dirección de la cura y los principios de su poder, Escritos 2, Buenos Aires, Paidós, 1958, p. 599. 22 Sigmund Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, p. 73. 19


6

Investigación

CIENTIFICA

La sentencia que el ideal del yo le impone al yo es un ejemplo de cómo dos ideas contrarias entre sí (así como el padre debes de ser, así como el padre no te es lícito ser) pueden manifestarse con semejante vigor, intensidad y en el mismo instante; igual sucede con otros fenómenos subjetivos que la banda de Möebius ilustra tangiblemente. Las instancias de la segunda tópica de Freud (yo, ello y superyó) reflejan también cómo lo que en apariencia debería estar en planos distintos, con divisiones tajantes y contrarias, se juegan en la misma superficie subjetiva. Lo anterior es perceptible en la 31ª Conferencia de Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis,23 al explicar que

hacerlo confesar una verdad que de antemano el psicoterapeuta asume hecha y existente. En última instancia, la psicoterapia intenta darle una / la respuesta al yo, en virtud de que el yo del terapeuta dialoga con el yo de su paciente, con el fin de que se dé cuenta de su «abanico» de posibilidades, convencerlo, ayudarlo o tutelarlo. Por eso Lacan deja ver que tras un descuido, el trato que se da entre el analista y el paciente puede llegar a tener ciertos tintes terapéuticos, cuando esta relación se vuelve una conversación entre un yo con otro yo, a la vez que señala de manera puntual la importancia de reconocer que el analista no se debe basar en el yo, porque el trabajo con el yo lleva a la sugestión al reconocer que

no debe concebir esta separación de la personalidad en un yo, un superyó y un ello deslindadas por fronteras tajantes, como las que se han trazado artificialmente en la geografía política. No podemos dar razón de la peculiaridad de lo psíquico mediante contornos lineales como en el dibujo o la pintura primitiva; más bien, mediante campos coloreados que se pierden unos con otros, según hacen los pintores modernos.

En ese sentido la propuesta es que se puede dar razón de la peculiaridad de lo psíquico mediante contornos topológicos, porque las imágenes lineales parecen que quedan aún más lejos para instruirnos en los fenómenos anímicos. Ahora bien, es el yo la piedra angular del oficio terapéutico, a sabiendas que la psicoterapia24 ubica en el yo el sentido del síntoma (tal vez sin advertir que el yo es en sí un síntoma) y desde ese lugar lo interroga, justificando el tratamiento terapéutico en la medida que tenga el poder de respuesta para adaptar y acomodar al yo en el común deno(do)minador. De ahí que el silencio en la terapéutica no tiene mayor relieve; al contrario, intenta las más de las veces no quedarse callado, la terapéutica consiste en interrogar al paciente, en Ibid., p. 74. Concepto creado por el inglés Daniel Hack Tuke (1987–1895) para asignar un método de tratamiento psicológico de las enfermedades físicas. En 1891 se generalizó en la jerga clínica con la publicación de Hippolyte Bernheim Hypnotisme suggestion, psychothérapie. Dicho concepto se remonta al «tratamiento moral» de Philippe Pinel y a la cura por magnetos propuesta por Franz Anton Mesmer. 23 24

la cosa es problemática en la medida en que el diálogo interyóico no deja de tener ciertas repercusiones, y quizá, por qué no, psicoterapéuticas. Psicoterapia se ha hecho siempre sin saber muy bien lo que se hacía, pero seguramente dando intervención a la función de la palabra. Se trata de saber si, en el análisis, la función de la palabra ejerce su acción por la sustitución del yo del sujeto por la autoridad del analista, o si es subjetiva. El orden instaurado por Freud prueba que la realidad axial del sujeto no está en su yo. Intervenir sustituyendo al yo del sujeto, como se sigue haciendo en cierta práctica del análisis de las resistencias, es sugestión, no es análisis.25

El psicoterapeuta se ofrece como una herramienta del colectivo, no obstante argumente que obedece a lo que el paciente tiene como demanda o motivación terapéutica. Sólo que la clínica psicoanalítica demuestra que esa demanda se organiza, sin que el paciente pueda dar cuenta de ello con base en ese Amo que le sojuzga, ya que el deseo del sujeto es el deseo del Otro: «El deseo del hombre encuentra su sentido en el deseo del Otro, no tanto porque el otro tenga las llaves del objeto deseado, sino porque su primer objeto es ser reconocido por el Otro»,26 ser amado por el Otro. J. Lacan, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Seminario Buenos Aires, Paidós, 1955, p. 72. 26 Lacan, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, México, Siglo xxi, 1953, p. 256. 25

2,


Volumen 7, número 1 enero–julio 2013,

Pareciera que la psicología y sus psicoterapias han tenido la misma suerte que la psiquiatría,27 puesto que se han sumado a lo que demanda la sociedad y sus instituciones. Antes de la «aparición de una demanda política con respecto a la psiquiatría», encontramos dos generalidades o tipos de demanda que el estado–sociedad hizo a los profesionales de la salud mental de la época, nos referimos al «encadenamiento psiquiatría–regulación administrativa; y el segundo, la nueva forma de la demanda psiquiátrica familiar (la familia como consumidora de la psiquiatría)». Estos tipos de demandas los expuso Foucault en su curso impartido en el Collàge de France de 1974 a 1975. Pero, ¿qué es esta demanda? Creo que podemos decir esto: se empezó a solicitar a la psiquiatría que proporcionara algo que podríamos llamar un discriminante, un discriminante psiquiátrico político entre los individuos o un discriminante psiquiátrico de efecto político entre ellos, entre los grupos, entre las ideas, entre los procesos históricos mismos.28

Entonces ¿cuál debería ser el lugar del analista ante la demanda de la sociedad y del paciente que se suma a dicha demanda? ¿El analista debería intentar actuar según los parámetros que devienen de la comunidad, en aras de un bien colectivo y singular? ¿A dónde se tendría que dirigir la intervención y el deseo del analista ante una encomienda que se le intenta imponer, misma que se deriva de la cultura? ¿Es el bien común, hacer hombres buenos y mujeres de bien, la re–adaptación, la re–educación, la felicidad y la normalidad, lo que un psicoanalista tiene que prometer a sus pacientes, amén de complacer «su» demanda y la del Otro? ¿En qué momento se deja el campo psicoanalítico cuando nuestra práctica en mayor o menor medida intenta dar respuesta a la demanda colectiva y deja a un lado el inconsciente y las reglas de la práctica clínica que intenta ejercer? Del griego psiqué, alma, e iatréia, curación. Es una de las tantas especialidades médicas que estudia las enfermedades mentales con el propósito de prevenir, evaluar, diagnosticar, tratar y rehabilitar a las personas con trastornos mentales, que se ha desviado de lo óptimo. 28 Michel Foucault, Los anormales, p. 145. 27

issn 1870–8196

7

Es necesario cuestionar la legitimidad de una demanda que llega a análisis, o mejor dicho, debemos escuchar en el fondo de la demanda (motivo de consulta) la posibilidad de que ésta devenga desde su inicio, o en algún momento del análisis, como una demanda de verdad. No decimos que haya demandas verdaderas y falsas; toda demanda tendrá su grado de legitimidad. En lo que se insiste es que el paciente demande la –su– verdad a través de una demanda analítica. Si creemos que hay demandas verdaderas y demandas falsas caeríamos de nuevo en ese pensamiento bilateral, y olvidaríamos que la verdad es engañosa y que en la mentira yace algo de verdad. Las mayoría de las veces el motivo de consulta se presenta como una ilusión un tanto falsa, por lo menos para el analista (aunque éste escuche la fantasía en su calidad de verdad); no sólo es el punto de partida fundamental, sino es causa que podría guiar su quehacer terapéutico, ya que se enfoca en eso que el paciente puede detectar, que le hace estar mal. No debe dejarse de lado que cuando se hace una teoría de la experiencia analítica fundada unilateralmente en la dimensión del síntoma, es decir, exclusivamente a partir del fundamento de la demanda inicial del paciente, el analista aparece sólo como terapeuta del síntoma. [...] El fin de análisis como, como tal, no es el momento en que el sujeto cree sentirse lo suficientemente bien como para retomar sus cargas en la vida cotidiana; esto es la terapéutica.29

Cabe la posibilidad de que en cualquier demanda, aunque venga enteramente del Otro y a pesar de que lo que se demanda sea la felicidad, llega a tornarse como demanda de la verdad, en la medida que en el sujeto prevalece una pregunta sobre esa verdad. Prueba de ello son las manifestaciones inconscientes (síntomas, sueños, acciones no deliberadas) que tienen lugar en la cotidianidad del sujeto. Cuando se manifiestan se abre una particular grieta que interroga al sujeto, en específico cuando el síntoma le puede aquejar. Jacques–Alain Miller, Introducción a la clínica lacaniana. Conferencias en España, Barcelona, rba Libros sa, 1988, p. 29.

29


Investigación

8

CIENTIFICA

Así, notamos que «la neurosis es pues una especie de pregunta cerrada por el propio sujeto, pero organizada, estructurada como pregunta, los síntomas (como manifestación inconsciente) se pueden entender como los elementos vivos de esta pregunta articulados sin que el sujeto sepa lo que articula. Por así decirlo, la pregunta está viva y el sujeto no sabe que está en esa pregunta».30 No se trata de despedir al paciente que llega a la primera entrevista planteando una demanda que «a todas luces» no es una demanda de verdad sino tal vez de felicidad; o cuando el paciente lo que nos demanda es que nos deshagamos de su síntoma y su enfermedad de manera inmediata. En virtud de lo anterior hay que dar oportunidad al paciente durante las primeras entrevistas, para que articule esa demanda y pueda darse cuenta que lo que nos inquiere quizá no sea una demanda propia sino del Otro, pero que a la vez pueda reconocer que existe algo dentro que lo implica. A causa de estas demandas que le rehúyen a la verdad y que sólo llegan a nuestros consultorios como quejas, tiene lugar en la jerga lacaniana el concepto de rectificación subjetiva, intervención analítica que busca modificar la relación que sostiene el paciente con la demanda y por tanto incide en la estructura de esa demanda, con el fin de encaminarla a la búsqueda de la verdad y que no sea únicamente una queja. Esta nueva relación que la rectificación subjetiva intenta crear entre el paciente y su demanda, considera también la manera de cómo los otros entran en juego con el sufrimiento del paciente, o mejor dicho, cómo este paciente se vincula o les da lugar a los otros en su demanda: Lo que Lacan llama rectificación subjetiva es pasar del hecho de quejarse de los otros para quejarse de sí mismo [...] El acto analítico consiste en implicar al sujeto en aquello de lo que se queja [...]. Es un error pensar, en el análisis, que el inconsciente sea el responsable de las cosas por las cuales alguien sufre. Si así fuese destituiríamos al sujeto de su responsabilidad. Es de esta manera que son pensadas muchas veces las cosas en 30

J. Lacan, La relación de objeto, Seminario 4, Buenos Aires, Paidós, p. 394.

1956,

análisis, y esto cuando se aprende que las cosas van mal por lo que ocurrió en al pasado, por los padres, por el hermano mayor, la hermana menor […] y de este modo el sujeto queda desposeído de su estatuto. Pero los analistas saben muy bien que no se trata de eso. Al contrario, Lacan llamaba rectificación subjetiva cuando en análisis el sujeto aprende también su responsabilidad esencial en lo que ocurre. La paradoja es que el lugar de la responsabilidad del sujeto es el mismo del inconsciente.31

La rectificación subjetiva permite entonces que el sujeto rectifique su lugar subjetivo con relación a su padecimiento, para mutar la forma en que el paciente interpreta tal padecer y a partir de ahí asumir la responsabilidad de su acto, puesto que no se trata de que el sujeto culpe al inconsciente o a los protagonistas edípicos, tampoco se busca que defienda o justifique sus defectos o que se excuse y excluya de (lo trágico de) su historia. Idea cercana a la propuesta de Jean–Paul Sartre, cuando dice que culpar a los padres (o al inconsciente) es obrar de mala fe, porque al culpar o responsabilizar al otro es actuar sólo por la (mala) fe. Así, cuando el paciente dice: «Estoy mal a causa de mis padres», «Dios así lo quiso», «no sabía lo que hacía», «lo hice sin pensar» o simplemente desconocer–se en un acto que uno ha perpetuado pero se aferra a negar que se haya cometido, o incluso, negar que uno haya estado ahí (como en el caso de un episodio psicótico); lo que se dejar ver ahí es algo que puede rallar en el cinismo, en la irresponsabilidad, en la mala fe y en la locura. La rectificación subjetiva pretende que el sujeto pueda implicarse en el acto o en la demanda, pues esta intervención psicoanalítica busca rectificar el decir del otro de modo subjetivo, con el fin de que el analizante no intente culpar a cualquier otro por su malestar o por el lugar que ocupa. Es concebible que la demanda que trae el paciente a análisis lleve consigo cierto monto de pesadumbre, o mejor dicho, el paciente que es llevado por su demanda a análisis sufre a causa del síntoma y se Jacques–Alain Miller, Introducción al método psicoanalítico, Barcelona, Paidós, 1987, p. 69.

31


Volumen 7, número 1 enero–julio 2013,

aqueja, compresiblemente, de su novela familiar. Así como la teoría psicoanalítica se inaugura gracias a que hay individuos que padecen a consecuencia de sus síntomas y su historia, la clínica analítica inicia en el momento que un individuo plantea sus aflicciones ante un analista, en esa entrevista inicial. El psicoanálisis «se creó sobre la base de enfermos aquejados de una duradera incapacidad para la existencia».32 Al psicoanalista le importa el sufrimiento de su paciente, dentro del campo meramente del consuelo o el desahogado (catarsis), con la intención de que el individuo se vaya a casa un poco reconfortado, en la medida que esa intervención analítica sólo haya sido en el campo de la conciencia y del yo. El análisis ofrece un espacio para que el sujeto pueda interrogar el sufrimiento, analizar la manera en que él se relaciona con lo sustancial de esa pesadumbre y reelaborar la forma–lugar en el que él se sitúa. No se trata de despedir o canalizar al paciente con un psicoterapeuta o psicólogo cuando en las primeras sesiones empiece a hacer catarsis o formule una demanda vacía (de eliminación de síntoma o sólo de lamento). Más allá de que el analista podrá promover una rectificación subjetiva, el análisis puede «tolerar» sin mayor problema que en ciertas sesiones el paciente no se contenga y lo que ahí se despliegue sea una descarga catártica (a través de la palabra, el llanto, los gritos y hasta la descarga motriz). La catarsis funciona en la medida que lo que uno encuentra tras ella es un paciente más aliviado y sereno. Sin embargo, no porque ese confort sea el objetivo del psicoanálisis como sí lo es para muchas psicoterapias, sino porque ese estado que se consigue después de que el paciente se ha desahogado, es el estado necesario para que la intervención puramente analítica pueda tener efectos. Cuando un paciente llega desconsolado a determinada sesión no queda más que procurar que logre alcanzar un estado psíquico estable para que se pueda actuar sobre seguro. Ante el llanto penoso provocado por el duelo, el analista difícilmente interrumpirá de modo abrupto al paciente para decirle: «Y ¿qué se le Sigmund Freud, Sobre psicoterapia, Obras Completas, volumen vii, Buenos Aires, Amorrortu, 1905, p. 252.

issn 1870–8196

9

ocurre con eso?». En tales situaciones es difícil que le sea de provecho al paciente una intervención así, es indispensable esperar a que existan las condiciones mínimas para iniciar o continuar un trabajo analítico o dar lugar a una rectificación subjetiva. Al analista en dado caso le quedará contener (y regresar un siglo atrás, a los orígenes del psicoanálisis) para sobrellevar un tanto de catarsis, puesto que en ocasiones dicha contención será indispensable en pro de tener la condición mínima y trabajar analíticamente, sin contar que si el paciente se siente mejor, eso no obstruye nuestro trabajo. La demanda que trae al paciente análisis está hecha del padecimiento por el síntoma y de una interrogante que agobia al ser: ¿Quién es yo? Al parecer, lo que la demanda refleja es de qué manera el paciente se desconoce en sus propios actos. La demanda analítica deviene a manera de pregunta y siempre en referencia al síntoma (padecer) y a la historia (del ser). Así escuchamos distintas demandas: ¿por qué sufro?, ¿por qué no puedo dejar de hacer eso que me daña?, ¿por qué mis padres son así?, ¿por qué hacer sufrir a quien amo? En el fondo encontramos la conjugación del padecimiento del síntoma y de las preguntas sobre el ser, es decir, encontramos en la demanda analítica un pade–ser. Concluimos «que la demanda es propiamente lo que se pone entre paréntesis en el análisis, ya que está excluido que el analista —la— satisfaga».33 El analista no se apresurará a disolver, consentir o priorizar la demanda o motivo de consulta. De lo que se trata es que esta demanda (de verdad) no se constituya a partir de las normas o del deseo (del Otro) que se le ha impuesto al paciente, para que de esa forma sea el demandante y no el demandado. Dicha demanda que puede venir del Otro hacia el paciente con el fin de indicarle qué es lo sano, la mayoría de las veces encuentra un caldo de cultivo fértil en el paciente al coincidir con el síntoma que aqueja a la persona, y asimismo encuentra armonía en el anhelo justificado–comprensible de sanar, alineándose ambas (la demanda del Otro y la del paciente que la ha adoptado) al principio de placer inherente en cada sujeto. Como analistas,

32

33

J. Lacan, La dirección de la cura y los principios de su poder, p. 621.


Investigación

10

CIENTIFICA se podría de manera paradójica, incluso tajante, designar nuestro deseo como un no-deseo de curar. El único sentido que tiene esta expresión es el de alertarnos contra las vías vulgares del bien, que se nos ofrecen en su inclinación a la facilidad; contra la trampa benéfica de querer-el-bien-del-sujeto. Pero entonces, ¿de qué desean ustedes curar al sujeto? [...] curarlo de las ilusiones que lo retienen en la vía de su deseo.34

Pero ese estado placentero que el yo intenta conseguir es infranqueable porque «el programa que nos impone el principio de placer, el de ser felices, es irrealizable; empero, no es lícito –más bien; no es posible– resignar los empeños por acercarse de algún modo a su cumplimiento [...] Por ninguno de ellos podemos alcanzar todo lo que anhelamos».35 Esta imposibilidad de obtener el estado ideal (la salud mental) y completo lo establece la condición del sujeto, gracias a la falta inconmensurable que se instauró en él desde el Edipo y a la pulsión de muerte (goce) que se encuentra omnipresente y lista para sabotear todo aparente avance del yo, todo esfuerzo que haga la persona por aproximarse a ese ideal social llamado salud mental.

Bibliografía Arreola, Juan José, Palindroma, México, Joaquín Mortiz, 1971. Borges, Jorge Luis, Ficciones, Mexico, Debolsillo, 2011. Foucault, Michel, Enfermedad mental y personalidad, Buenos Aires, Paidós, 1954. , Los anormales, Buenos Aires, El Salvador, Fondo de Cultura Económica, 1975. Freud, Sigmund, Sobre psicoterapia. Obras Completas, volumen vii, Buenos Aires, Amorrortu, 1905. , El malestar en la cultura. Obras Completas, volumen xiv, Buenos Aires, Amorrortu, 1930. , Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, volumen xxii, Buenos Aires, Amorrortu, 1933. 34

J. Lacan, La ética en psicoanálisis, Seminario 7, Buenos Aires, Paidós

1960, p. 264.

35 Freud, El malestar en la cultura, Obras Completas, volumen xiv, Buenos Aires, Amorrortu 1930, p. 83.

, Análisis terminable e interminable. Obras Completas, volumen xxiii, Buenos Aires, Amorrortu, 1937. Lacan, J., Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, México, Siglo xxi, 1953. , El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Seminario 2, Buenos Aires, Paidós, 1955. , La relación de objeto, Seminario 4, Buenos Aires, Paidós, 1956. , La dirección de la cura y los principios de su poder, Escritos 2, Buenos Aires, Paidós, 1958. , La ética en psicoanálisis, Seminario 7, Buenos Aires, Paidós, 1960. , Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Seminario 11, Buenos Aires, Paidós, 1964. , Reseñas de enseñanza, Buenos Aires, Manantial, 1966. Tucker, A.W. y Bailey, H.S. Topología, en matemáticas en el mundo moderno, Selecciones de Scientific American, España, Blume, 1950. Miller, Jacques–Alain, Introducción al método psicoanalítico, Barcelona, Paidós, 1987. , Introducción a la clínica lacaniana. Conferencias en España, Barcelona, rba Libros sa, 1988.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.