Taco las voces de tito issu

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Un sello editorial de Colección: Héroes cotidianos Título: Las voces de Tito ©2013, Rocío Espinoza ©Santillana S.A. © De esta edición: 2013, Santillana S.A. Av. Primavera 2160, Santiago de Surco, Lima 33, Perú Teléfono: 313 4000 Gerencia de Proyectos Institucionales: Raphael Pajuelo Dirección Editorial: Rubén Silva Edición: David Abanto Aragón Ilustraciones: Christian Ayuni Diseño de colección: Wendy Drouard ISBN: 978-612-4186-05-9 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2013-03524 Registro de Proyecto Editorial: 31501401300194 Impreso en Perú / Printed in Peru Industria Gráfica Cimagraf S.A.C. Torres Paz 1252, Lima 1, Perú Primera edición: abril de 2013 Tiraje de esta edición: 15 500 ejemplares Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, digital, magnético, fotoóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.



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«Chancho, chancho, chancho», las voces no lo dejaban dormir. «Cerdo, apestoso, cochino», continuaban. Ya le había pasado antes. Desde que en el colegio descubrieron que él recolectaba basura con su mamá, sus compañeros habían empezado a fastidiarlo. Se sintió tan triste, tan furioso, tan humillado, tan impotente que las voces lo habían empezado a rodear.

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No eran bonitas como las de su abuela cuando cantaba huaynos o tiernas como la de su mamá cuando le contaba un cuento; eran voces feas, como las de las brujas de los cuentos, o las de los viejos renegones. «Ladrón de basura», le decían. Lo peor es que él no tenía el valor para pararlas. El único que podía callarlas era Panetón. Con sus ladridos era el único con el valor para salvarlo como había hecho esa vez con la rata, cuando recién se conocieron.

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En parte, sentía que las voces tenían razón. Él y su mamá se escabullían en las noches para revisar montículos de basura, iban de una bolsa a otra afuera de las casas, de un tacho a otro más grande. Sus únicos compañeros, aparte de otros recolectores de basura, eran las ratas y gallinazos que buscaban comida. Y claro, Panetón, compañero inseparable desde que se lo encontró cerca del basural grande.

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Esa noche, Tito se había quedado buscando cosas útiles más tarde de lo habitual. Esa enorme rata pelada se había acercado chillando para buscar comida. Cuando Tito se dio cuenta, la rata estaba demasiado cerca para correr. Temblando, intentó alcanzar una rama para detener el ataque cuando escuchó: «¡Guau, guau, grrr!».

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Tito había volteado al mismo tiempo que la rata en dirección a los ladridos y se había sorprendido al ver un montículo con unos dientes enormes que espantaron a la rata. Tito, paralizado por el miedo, no se movió hasta que vio que el bulto se acercó a él para lamerlo. Una cola se agitaba como la hélice de un helicóptero.

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Tito había decidido quedarse con el animal, que solo se podía saber que era un perro cuando ladraba. Como estaban cerca a la Navidad y a Tito le encantaba el panetón, le puso ese nombre: ¡Panetón! Panetón y él recorrían juntos la calle cada noche en un sinfín de aventuras y Tito se sentía un poco más feliz. Durante el día, las cosas eran diferentes. En el colegio, las voces no paraban y Panetón no estaba con él para defenderlo. Tito se daba cuenta de que las cosas debían cambiar, pero ¿cómo? Un día, su profesora les habló del reciclaje. Entonces, él entendió muchas cosas. Aprendió que con su trabajo, ayudaba al medio ambiente. Pero ¿cómo hacer para que los demás entendieran?

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Esa misma noche Panetón encontró un periódico. Tito estaba feliz porque era una de las cosas que podían vender, pero en lugar de ponerlo en la pila de objetos útiles, Panetón movía la cola mientras miraba a Tito con ganas de jugar. En su intento de quitarle el periódico al perro, Tito vio en una de las páginas que una gran empresa de gaseosas ayudaría a «proyectos sociales». La frase se le quedó en la mente y al día siguiente le preguntó a su profesora qué significaba eso.

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«Proyectos sociales son los que se hacen para el bien de la comunidad», le explicó. Tito, entonces, le contó lo que quería hacer. Quería que la gente se diera cuenta de que su trabajo era importante, quería cambiar la imagen que la gente tenía de ellos, que ya no los vieran como unos mendigos o como unos rateros, sino como gente que dignamente se ganaba la vida y ayudaba a la conservación del medio ambiente. Su profesora lo animó a escribir una carta a la empresa con su proyecto.

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Tito le contó a su mamá en la noche, mientras Panetón jugaba con un hueso recién estrenado. «¿Tú crees que se interesen en gente como nosotros?», le preguntó ella. «¡Claro, mamá!», contestó él. Pero Tito sabía que lo más importante era acallar las voces, quizá cuando su mamá y todos los adultos se dieran cuenta de que su trabajo era importante, las voces dejarían de torturarlo.

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Después de varios meses de cartas sin contestar, llamadas desde el teléfono público para intentar hablar con alguien sobre el proyecto y cuando estaba a punto de darse por vencido, llegó una carta dirigida a Tito.

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La empresa estaba encantada con el proyecto. Empezaron entonces a capacitar e informar a la gente sobre lo que era ser un reciclador. Dieron charlas en la comunidad. Uniformaron a los recicladores, los empadronaron, los identificaron. Ya no tenĂ­an que andar de noche y a escondidas hurgando en la basura, la gente los esperarĂ­a con la basura separada. Ellos llegarĂ­an a recoger lo que la gente ya no necesitaba para llevarlo a reciclar.

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La gente de la zona comenzó a reconocer su trabajo. La empresa de gaseosas le pidió a Tito que diera unas charlas sobre su oficio en las escuelas. El primer colegio sería el suyo. Tito se moría de miedo. Le sudaban las manos y las voces seguían persiguiéndolo: «ladrón de basura», «cochino», «chancho», le decían. Pero, por otro lado, veía

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la sonrisa de orgullo de su mamá entre los alumnos que estaban parados en el pequeño auditorio esperando la charla. También estaba Panetón que había sido especialmente bañado y acicalado para la ocasión.

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Tito salió y empezó a hablar de las tres leyes principales del reciclaje: evitar usar aquello que fuera contaminante y no necesario, reusar, reciclar. Su trabajo servía no solo para darle una nueva vida a las cosas que la gente botaba (reusar), sino también para convertir cosas como botellas de gaseosa y cajas en material que podía ser nuevamente usado mediante un proceso (reciclar), les habló de los largos horarios, de los perros que antes los perseguían, de la gente que los insultaba y de cómo todo eso había cambiado. Habló de lo orgulloso que se sentía de ser un reciclador.

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Sus compañeros se quedaron asombrados. Tito hablaba con un aplomo y una seguridad que nunca le habían visto. Además, aprendieron mucho y entendieron que este tipo de trabajo no era nada fácil. El representante le entregó una medalla y un diploma a Tito. Sus compañeros lo aplaudieron, su madre orgullosa lo abrazó después del discurso, mientras Panetón movía la cola feliz como hélice de helicóptero. Nunca más volvieron a fastidiarlo. Las voces se callaron para siempre.

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