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2. El trance de fumar
2. El trance de fumar
La flor del opio, la amapola o dormidera (Papaver somniferum), era conocida ya por los sumerios y egipcios y sabían de sus virtudes médicas desde el siglo xvi a. C. para lo cual extraían el zumo haciendo incisiones en el fruto luego que se le caían los pétalos y así gota a gota decantaba el blanquecino látex3 o leche de amapola. De la misma manera aún se mantiene este procedimiento.
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También debe tenerse en cuenta lo que los chinos en China llamaban da yan (gran humo) que tan solo era el gran lujo de fumar opio, menester que no fue un descubrimiento propio, pero que sí refinaron su uso, destilándolo hasta conseguir un humo puro y suave por medio de una pipa (yan qiang) que requería un complicado equipo y ritual. Para lograr el aroma suave y sensible, el opio debe ser manejado con suma habilidad; solamente cuando es preparado por un especialista libera su esencia potente, es igualmente importante la calidad de la sustancia, la destreza de la persona que maneja el equipo y que coloca la pastilla (chandoo) que con el calor se convierte en humo el mismo que de una sola pero lenta absorción se introduce hasta los pulmones; luego se exhala el humo por la boca y la nariz (Lee, 1999; Bachmann y Coppel, 1989) y al final se limpia la pipa de los residuos (dross). Una vez que se ingresa al consumo regular y se le ha tomado el gusto, es difícil salir de la adicción.
Una breve descripción de cómo los chinos en Perú realizaban el encendido y la absorción del humo nos la presenta Juan de Arona:
Esta operación, nos dice, la practican arrimando a la lamparita que tienen en medio mismo del lecho, la pipa en que fuman, compuesta de un botecito de barro y un tubo de carrizo. Aquella pieza, que es la que hace de cazoleta, tiene un pequeño orificio donde se coloca la bolita de opio que se acerca a la candela, aspirándose enseguida (1972: 97).
Otro testimonio, algunas décadas después de la cita anterior, el de un trabajador de la hacienda Azcarrús (Lurigancho, Lima), quien posteriormente llegó a ser uno de los grandes dirigentes de la lucha por las ocho horas, señala el natural uso del opio de un chino tambero:
A la hora del almuerzo iba al tambo a comprar un mimpao de a gordo, para comerlo con mi vaso de agua; era cuando veía al chino viejo, que estaba en la segunda pieza estirado en su barbacoa fumando su larga pipa. A un costado tenía su lamparita de aceite ardiendo y ahí prendía el opio, o lo hacía hervir, y de inmediato lo pasaba a la boquilla de la cachimba para luego absorberlo. El chino se quedaba ahí quieto... aletargado. ¿Qué gusto será ese?, pensaba. Veía que él se sentía muy feliz fumando su opio (Portocarrero, 1987: 20).
Una última descripción la encontramos en una novela de José Diez Canseco (1973). Nos presenta en off, el mercado contiguo al barrio chino y a continuación lo que sucedió en el fumadero:
3 Información tomada de una reseña del libro de Peter Lee (1999).