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3. Fastidio por humo y fetidez

Un chino empujando su carretilla: ¡Emoliente! ¡Emoliente! Llegaron a la calle Zavala. / Alrededor del Mercado, sobre las aceras barrosas, sacos estallando de verduras. Pipas de manteca. Cajones. Entre los bultos de comestibles, canalla mugrienta durmiendo a la intemperie. Un vaho espeso, caliente, fétido, escapando de las fondas niponas, de los costales, de los durmientes miserables. Un pianito ambulante bostezaba sus últimas notas. ¡Emoliente, emoliente!... // Llegaron a la Huaquilla… En un callejón astroso y pestilente entraron todos. […] - Seguridad absoluta. Nunca viene la policía. Venga, no más hombre. / Ante una de las portezuelas se detuvieron. Molina [un personaje de la novela] llamó tres veces espaciando los golpes. Abrieron. Yinken. Leyenda turbia de un fumadero de opio. Dos tarimas y dos chinos. / No había más luz que la de las lamparillas donde el opio se quema.// En las puntas de los dedos del chino, la aguja de acero, con una gota de opio en la punta, empezó a girar sobre la lumbre de la lámpara. El opio hervía haciéndose una burbuja, volvió a mojarla en el opio. Siguió haciéndola girar en la aguja. Luego, con un arte sutil y fino, sobre el yin-tao, receptáculo de la pipa, le dio una forma de perinola. En un huequecillo de ese yin-tao la puso. Molina absorbió de un sorbo. El chino sonreía. Luego fueron otras pipas, hasta diez (127-128).

El cuadro nos permite acercarnos más al ambiente de un fumadero en Lima, en el Barrio Chino de la capital, y es escrita por una persona que vivió en esos primeros años del siglo xx, que es muy posible, nos haya narrado sus propias vivencias.

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Este acercamiento nos da conciencia de lo alejados que nos sentimos ante todo el mundo del opio de antes y de ahora, y ello a pesar de la frecuencia del consumo entre miles de los asiáticos inmigrantes de tiempos no tan retirados. Queda una estela bastante diluida que ni la arqueología podría rescatar esas pipas que tuvieron uso cotidiano entre los culíes, cuando se hallaban encerrados en los galpones ni otras pipas utilizadas para consumir humo embriagador, soñar, y acabar con una vida intolerable, un final que permitía retornar en Chung Wha al pueblo y al cariño desde donde se partió.

3. Fastidio por humo y fetidez

Casi desde el inicio de la presencia de esta población asiática inmigrante, la aparición del opio que también fue algo novedoso, sorprendió y no agradó a los peruanos, fastidiaba el olor que tenía y que se percibía por la calle de Capón, las adyacentes y por otras algo más lejanas.

En el mes de marzo de 1856, 6 años y algo más que ya había llegado el primer lote de chinos culíes, el reclamo de un indignado y racista periodista de El Comercio informaba que:

a la calle de Judíos [actualmente es la segunda cuadra del jirón Huallaga, es decir, a media cuadra de la Plaza Mayor] podemos cambiarle el nombre y llamarla de los chinos. El motivo es este. En los covachuelos [tiendecillas que están en los sótanos] se ven y se huelen los tabaquillos. Al pasar delante de ellos, atosiga y empozoña el olor acre del opio que preparan unos chinos… A manera de sombras chinescas se ven las escuálidas formas de unos chinos en cueros, elaborando el veneno de ponzoña en esos dos talleres públicos. Es asqueroso e indecente el espectáculo que ofrecen a la vista del curioso esos hombres, mitad simios y mitad hombres, desnudos, tendidos en el suelo y dando patadas convulsivas

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