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6. El caso de Cayaltí

6. El caso de Cayaltí

La familia Aspíllaga fue la propietaria de la hacienda Cayaltí que se encontraba en el valle de Zaña en lo que antes era el departamento (hoy región) de Lambayeque; fue una propiedad de no pocas dimensiones que por compra fue añadiendo como propia otros fundos vecinos. En el siglo xix tuvo buena cantidad de trabajadores culíes, en promedio unos 400, y posiblemente se trate de una de las más importantes empresas productoras de caña. Esta familia fue a su vez dueña de la hacienda Palto, que se hallaba en el valle de Pisco, que era de menores dimensiones y por tanto, el algodón que allí se sembraba, era trabajado por menos de 150 peones culíes.

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Los Aspíllaga tenían el derecho exclusivo de vender opio en su propiedad agrícola cañera, pero esto no significó nunca una manera importante de ganar dinero. Fue significativo por el control que pudieron ejercer sobre sus culíes opiómanos. Se abastecían a través de una compañía inglesa, H.R. Kendall and Sons, de Liverpool y en ocasiones de vendedores locales (en el departamento) como Wing On Chong y Cía. y de Virglio Dall Orso. Sin embargo, al igual que por todas partes, hubo comercio clandestino de contrabando que aparentemente pudo ser controlado. Para ello utilizaron el mecanismo de descontar por planilla a sus trabajadores chinos que solicitaran la droga en la tienda que ellos, la familia Aspíllaga, administraban. Para los chinos esta modalidad terminó siendo perjudicial en relación a sus ingresos. Y debe tenerse en cuenta que la mayoría de ellos fumaba. El consumo disminuyó conforme fue disminuyendo la población china, pues finalizaban sus contratos o fallecían16; en los años 1890 todos ellos eran mayores o viejos pero en su totalidad drogadictos o alcohólicos. Hay constancia de que los suicidios de chinos en esta hacienda se produjeron con opio (Gonzales, 1984). Dentro de este tejido además se debe considerar que a partir de los años 80 y 90 del siglo xix había en Cayaltí y en otras grandes propiedades costeñas, peones serranos habituados a consumir coca y alcohol y lo hacían antes o durante el trabajo. Esta costumbre, plenamente respaldada por los terratenientes, es lo que condujo a la propagación entre los peones orientales que aún quedaban. De su parte, los chinos seguramente «enseñaron» a los peones peruanos los deleites del opio.

Michael Gonzales y Evelyn Hu DeHart coinciden en considerar que el opio comercializado por los hacendados era una de las maneras como podían controlar la salida definitiva de sus chinadas; esta consideración no tiene en cuenta que, a pesar de todo, muchos chinos culíes que terminaban su tiempo de contrato salieron libres, se instalaron en algún pueblo y no pocos murieron de bastante edad. Interesa decir que el control de los hacendados —que no solo era a partir de la comercialización de la droga ni del endeudamiento por ese y otros productos— no era absoluto ni ellos tenían en sus manos todas las posibilidades de control; los chinos supieron manejarse ante ese poder patronal, eludirlo y llegar a ser libres y pasar a continuación a un estatus diferente dentro de la sociedad mayor receptora. En el caso de los chinos enganchadores, los hacendados dependían mucho de ellos, tenían poder, era un período en que salían libres muchos culíes, no llegaban más chinos de China, y no había el enganche de gente de la sierra en las dimensiones que requerían muchas haciendas costeños en cuanto la magnitud de las exportaciones aumentaba. El informe de una Comisión chino-peruana del año 1887, muestra esta situación y nos da la imagen de la desesperación de los hacendados y del «abuso» de los

16 Muchísimas exhaciendas tienen sus «cementerios» de chinos que por lo general eran las huacas.

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