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4. El cariño a los chinos y un brazo menos

así con el arroz: durante la Guerra del Pacífico y como consecuencia de ella hubo escasez, dificultades y restricciones de abastecimiento, y de parte de los culíes de Palto ocurrieron enérgicos reclamos y las necesarias y asustadizas concesiones de la patronal.

El suministro de carne se lograba a través de dos o tres comerciantes que puntualmente llevaban la cantidad que les solicitaban, y durante los años que se otorgó este insumo comestible, no faltó carne para el reparto semanal: en 1873, llevaban cada siete días a Palto más o menos 15 arrobas (172 ½ kilos), aproximadamente media res desollada, para un promedio de 170 trabajadores culíes.

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En el último cuadro presentado, solo hay información hasta el primer semestre del año 1875, después de ese año, ni en la correspondencia ni en los libros de contabilidad hay datos ni mención sobre adquisición o reparto de carne, por lo que es de presumir —y diríamos que es casi seguro— que solo hasta 1875 se les facilitó carne. Suponemos que era bastante tentador para los Aspíllaga hacer un ahorro de 4000 pesos, que fue la cantidad total anual que por compra de carne pagaron durante 1874 y 1875. ¿Pudo cortarse el suministro sin que ocurriese ninguna respuesta agresiva de parte de los trabajadores? ¿Hubo algún reemplazo monetario o en productos a cambio de la periódica distribución de carne? En cuanto a la primera pregunta, no se puede responder por falta de información y en cuanto a la segunda, parece que no hubo ningún reemplazo, no se distingue variaciones notables ni en las planillas de pagos ni en las cuentas que señalan cantidades de arroz que regularmente llegaba. Y es por todo esto bastante seguro que solo se distribuyó carne entre 1867-1875, justo durante todo el período que los Aspíllaga estuvieron conduciendo directamente Palto.

A pesar de que la información sobre la alimentación de los chinos es de alguna forma reducida, fragmentada, incompleta, podemos hacer algunas deducciones y sopesar integralmente el valor nutritivo del régimen dietético. Adelantándonos a ello, diríamos que no deja de sorprender el volumen de carne regular (casi 1 kilo semanal) que hasta cierto momento se repartía y consumían los chinos. En la actualidad, en el Perú, son pocas las personas de la mediana burguesía y más aún los sectores populares, que pueden consumir la cantidad de carne que recibían los semiesclavos culíes hace un poco más de un siglo.

Una mejor manera de comprender y precisar los efectos de la buena o la mala alimentación es a través del conocimiento del estado de sanidad de los trabajadores agrícolas chinos de Palto y los miles de chinos en similares condiciones en las haciendas costeñas.

4. El cariño a los chinos y un brazo menos

Para el análisis de este aspecto sobre sanidad debe tenerse presente dos formas complementarias de pensar de los patrones acerca de los chinos. En primer lugar, ¿qué era para los propietarios un trabajador culí? En lo fundamental, era capital invertido para asegurar sus necesidades concretas de fuerza de trabajo para la producción y el cuidado de los cultivos y del ganado. Tener contratado un chino era tener la posibilidad de contar por lo menos con ocho años de fuerza laboral; y para no perder esa posibilidad y no retornar a una situación angustiante ante la imposibilidad de producir por la falta de brazos convenía, por necesidad, cuidar y mimar a esos trabajadores y no excederse ni exigir

mucho en el trabajo, ni presionar, ni sancionar hasta el punto de desgastar energías necesarias o liquidar definitivamente a un hombre que debía durar por lo menos unos ocho años. Agregado a ello, si había excesivos castigos o exigencias se podían producir suicidios, revueltas o fugas irrecuperables. En síntesis, había que buscar y mantenerse en un punto equilibrado de interrelación muy sutil para conseguir conformar y hacer comprender una racionalidad que permitiera perdurar y reproducir la semiesclavitud. Ello siempre y cuando no se transgrediera ni perturbara algunos de los precisos límites del orden, disciplina y ecuanimidad «naturales» en la hacienda.

Cuidar la salud era importante, no tanto porque los hacendados quedaban de esta manera con su conciencia tranquila, ni porque dentro de su orden ético cumplían uno de los puntos de un contrato que habían firmado; cuidar la salud de los chinos era importante porque de esta manera no se despilfarraba o perdía dinero invertido ni mano de obra destinada al trabajo agrícola porque se participaba en la creación de un equilibrio reproductivo. De parte de los Aspíllaga hay una frase que ilustra esta forma de pensar; refiriéndose a un chino que hacía poco había muerto, escribían al administrador de Palto lo siguiente: «Evidentemente estaba tísico (el chino Añi de la partida 20), pero en fin, siempre es sensible su fallecimiento, porque es un brazo menos. Con los enfermos que se tenga siempre mucho esmero en su asistencia y dietas» (resaltado nuestro)10 .

Si bien en este párrafo está presente el cinismo del angustiado propietario al saber la muerte de «su» chino y lo siente porque pierde un «brazo», también hay en el mismo párrafo el indudable interés de protegerlos, «con los enfermos que se tenga siempre mucho esmero». Es innecesariamente unilateral intentar deducir que las inquietudes por el fallecimiento de un trabajador chino eran únicamente por la pérdida del dinero invertido y por la ausencia de un «brazo» irrecuperable. Tan igual como algunos otros hacendados costeños, pero de ninguna manera de parte de todos los patrones había en los Aspíllaga una concepción humanista cristiana que con frecuencia se lee en el texto de cartas y párrafos que se refieren al trato y cuidados que deben darse a los chinos. Esta sería la segunda forma de pensar que debe tenerse en cuenta para no ser unilateral y que queda ilustrada en el párrafo que sigue, escrito por uno de los Aspíllaga en una carta dirigida al administrador:

Nos dice Ud. [el administrador] que a pesar de haberse agotado todos los recursos no se pudo salvar al chino Laoi Chico de la partida 19. Qué se va hacer, pero Ud. lo atendió cuanto pudo, lo que nos satisface y además trae gratitud y cariño de los chinos11 .

Una concepción como la que se refleja en el párrafo anterior, era simplemente parte de una tradición señorial esclavista donde al mismo tiempo que se brindaba «bondad» y se esperaba de parte del semiesclavo lealtad, fidelidad y, por supuesto, mejor rendimiento en el trabajo; a la par de esto era normal la existencia del uso diario del cepo y del látigo como partes de un sistema opresivo que intentaba el sometimiento físico y moral de los trabajadores.

10 FHPa, Lima a Palto, carta del 16 de setiembre de 1876. 11 FHPa, L-Pa, carta del 20 de abril de 1876.

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