5 minute read
Presentación
Richard L. Burger
Este concepto considera que el proceso de domesticación y la introducción de la agricultura de riego —lo que Childe califica como «Revolución agrícola»— conducía naturalmente a la aparición de las ciudades, la «Revolución urbana» de Gordon Childe y las poderosas instituciones estatales que posibilitaron la desigualdad social, la especialización artesanal y el comercio a distancia. Se suponía que este patrón se repetiría en otras partes del mundo, como los Andes centrales y Mesoamérica, donde la civilización se desarrolló de forma autóctona. La definición de ciudad no fue más que una descripción del urbanismo mesopotámico. Así, se hizo un gran esfuerzo para ajustar la evidencia andina a esta modalidad preconcebida con origen en el Viejo Mundo.
Advertisement
Makowski está muy bien posicionado para considerar la naturaleza del urbanismo antiguo desde una perspectiva comparativa. Nacido en Varsovia en 1952 y educado en Polonia, inició su carrera arqueológica en Siria. Está íntimamente familiarizado con los sitios arqueológicos del Oriente Próximo. Gran parte de su vida profesional, sin embargo, se ha desarrollado en el Perú, lo que le brinda una perspectiva única que abarca al Viejo y el Nuevo Mundo. Además, a diferencia de muchos de sus colegas, no ha limitado sus investigaciones a una sola región o un solo periodo. Sus publicaciones se centran en toda la prehistoria andina y gran parte del territorio que hoy es el Perú. Así, Makowski puede recurrir a esa rica experiencia en arqueología andina y prehistoria mundial, al considerar el apremiante problema del urbanismo antiguo.
En este volumen Makowski señala que el contraste entre ciudad y campiña, concepto tan básico para el análisis del urbanismo en el Viejo Mundo, no parece ser válido en los Andes. Así, mientras en el Viejo Mundo grandes murallas rodeaban las ciudades, en los Andes vemos a menudo nociones como los sistemas de ceques, que integraban el paisaje circundante con las áreas de mayor densidad poblacional. También considera que muchos de los sitios arqueológicos identificados como ciudades carecen de un foco físico de autoridad política. En cambio, muestran múltiples características monumentales, cada una «cosmocéntrica», con su propia orientación y lógica.
Otras características de los primeros centros andinos, como Caral, incluyen espacios públicos abiertos que ocupan la mayor parte de la superficie del asentamiento con grandes áreas dedicadas a la arquitectura monumental y zonas residenciales mucho más reducidas y relativamente marginales. Varios de estos elementos caracterizan los centros andinos posteriores, pero a menudo se les pasan por alto. Ello como resultado del sesgo consciente o inconsciente de investigadores que ven estas configuraciones desde el lente del urbanismo occidental.
En parte, la presencia en el tiempo de estas características es resultado del énfasis andino en el uso de sus centros para reuniones públicas, ayunos, ofrendas, banquetes, bailes y pronunciamientos de oráculos, entre otras funciones, más que para el comercio, la fabricación de bienes u otras actividades frecuentes en las ciudades occidentales. En algunos aspectos se puede indicar que el enfoque de Makowski es una ampliación del clásico análisis de John Rowe acerca del Cuzco incaico, el cual se enfocó en cómo la evidencia empírica sugiere que la capital del Tahuantinsuyo era un tipo de asentamiento radicalmente diferente al de las ciudades contemporáneas del Viejo Mundo.
Desde luego, como señala Makowski, a medida que la investigación avanzó desde la época de Gordon Childe, ha quedado claro que en el Viejo Mundo hay muchas tradiciones urbanas antiguas muy distintas. Por ejemplo, el patrón y la trayectoria del urbanismo en Egipto son distintos con los de Mesopotamia. Es más, se podría argumentar que no hay un solo patrón de «urbanismo andino», como el que Makowski propone en este volumen, sino más bien múltiples urbanismos andinos que aparecen en diversos momentos y configuraciones geográficas.
Sea o no este el caso, al rechazar la anticuada noción del urbanismo que propuso Gordon Childe, el trabajo de Makowski es un paso muy importante en el estudio del urbanismo en los Andes. Los abundantes dibujos y fotografías a color que acompañan al texto hacen que este hermoso libro sea un estímulo intelectual y estético.
Richard L. Burger
Profesor de Antropología Universidad de Yale, EE. UU.
Introducción
Introducción
Una sola visita en Chan Chan o en Machu Picchu basta para que un observador atento e interesado se dé cuenta de las múltiples diferencias que marcan la distancia entre su ciudad de origen y, en general, el urbanismo occidental, por un lado, y los asentamientos andinos a los que se atribuye el carácter urbano, por el otro. La red de calles articulada por medio de plaza o plazas, que da acceso a cientos o miles de residencias permanentes familiares o multifamiliares, brilla por su ausencia.
En cambio, el visitante se pierde en el caso de Chan Chan en pasadizos y recintos cercados y no techados, y se pregunta: ¿Dónde vivía la gente, dónde dormía y comía el soberano? En el caso Machu Picchu sorprende no solo la ubicación sino el predominio sobre los sectores residenciales de áreas destinadas al cultivo y dispuestas sobre andenes, así como de ubicuos espacios ceremoniales. El visitante tiene derecho de sorprenderse además al enterarse que no se trata de una ciudad ni de una ciudadela (del italiano citadella: «Recinto de fortificación permanente en el interior de una plaza, que sirve para dominarla o de último refugio a su guarnición», RAE sub voce), sino del palacio imperial, uno de varios fundados por el inca Pachacútec.
No es fácil encontrar la explicación de estas diferencias en la literatura del tema pese a que la formación de las ciudades y la aparición del paisaje urbano, analizadas respectivamente desde la perspectiva regional o global, se han convertido progresivamente en el área principal de interés para la arqueología a partir de la segunda mitad del siglo XX. Generaciones de arqueólogos de ayer y de hoy pasaban por alto las diferencias obvias en forma y función que he mencionado. La razón principal de esta actitud metodológica se desprende del supuesto vínculo causal entre el proceso urbano, la formación del Estado y los orígenes de la «civilización» con sus principales manifestaciones, las artes figurativas y las altas tecnologías artesanales y manufactureras, entre otros.
El concepto mismo de la «civilización» acompaña el desarrollo teórico de las ciencias históricas y sociales desde el siglo XIX, cuando estas se consolidaron como disciplinas académicas y en medio de los debates filosóficos del positivismo.