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Contra los enemigos internos: reescribir la historia

«para que V. A. entienda una verdad que desde allá entendí —entendidos desde allá, es decir desde España, antes de partir— ser muy necesaria y de la mayor sustancia». Toledo seguía explicando cómo «de haberse tenido opinión tan confirmada de que el demonio (sic, según Zavala debe leerse «dominio») fue de señores legítimos y naturales de este reino» y que, además, a los propios caciques y curacas había que considerarlos señores naturales, legítimos herederos de sus predecesores para guiar a las distintas tribus y pueblos, «entiendo que ha sido una de las cosas perjudiciales que se puedan haber ofrecido y que más han impedido muchas cosas del buen gobierno desta tierra»16 . Esta carta nos confirma que la intención de aclarar la situación de los derechos de la Corona respecto a los incas ya había madurado en Toledo antes de salir de la Madre Patria. Por otro lado, aflora claramente la importancia que él otorgaba a este problema y lo «perjudiciales» que creía que eran para el interés del soberano, y para el buen gobierno del virreinato, las opiniones según las cuales eran «señores naturales», tanto los incas, como los curacas. A través de la lectura del Gobierno del Perú17 y del debate con el autor, él tenía un cuadro exacto de la situación del virreinato y se había hecho una primera idea de la «tiranía» de los incas. De la importancia que le merecía el asunto, da fe la rapidez con la que emprendió sus investigaciones, si se tiene en cuenta, sobre todo, que su permanencia en el Perú estuvo prevista para durar solo dos años, o poco más, según lo convenido con el soberano18 .

Contra los enemigos internos: reescribir la historia

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Toledo no tenía una buena opinión de la anterior gestión del virreinato. En una carta dirigida al soberano, en la que trazaba un esbozo del «estado de la tierra», se expresaba en términos negativos respecto de sus antecesores19. Comenzaba por Francisco Pizarro, «que tuvo poco saber de hombre»; condenaba a Blasco Núñez, «por la indiscreta y material ejecución» de las Nuevas Leyes; parecía, en cambio, menos crítico con Vaca de Castro, de quien elogiaba las Ordenanzas,

16 Carta de Toledo al presidente del Consejo de Indias. Cuzco, 25 de marzo de 1571, en GP, III, p. 443. 17 Según el parecer de Vargas Ugarte, fue examinado en la Junta Magna; cf. Íd., Historia General del Perú, cit., II, p. 160 y ss. 18 Cf. la correspondencia del virrey, cartas del 1 de marzo de 1572, del 19 y del 20 de octubre de 1572, en GP, IV; y Levillier, Don Francisco de Toledo, cit., I, pp. 95-96. 19 Carta al rey, fechada el 8 de febrero de 1570, en CDIAO, XCIV, p. 234 y ss.

porque las consideraba buenas en cuanto muy parecidas a «las del Inga», lo que tampoco le impedía acusarlo de haberse portado como un «remiso», o lo que es lo mismo, como un débil. Mermó el rol de pacificador de Pedro de la Gasca, cuyos resultados, a su entender, se debían, sobre todo, al deseo difundido de poner término a las guerras civiles que agobiaban a las comunidades peruanas. El virrey sostenía que la generosidad demostrada por La Gasca, al conceder nuevas tierras y encomiendas, se había revelado como un arma de doble filo para la Corona. Según Toledo, el virrey Antonio de Mendoza apenas tuvo el tiempo de llegar a su sede y quejarse de las condiciones en las cuales había encontrado el virreinato, antes de que le abandonara su precaria salud. Al virrey Marqués de Cañete lo consideraba un «buen republicano» y le reconocía el mérito de haber allanado las dificultades y de haber satisfecho a «los pretensores», a pesar de no haber llevado a cabo esta labor por haber fallecido prematuramente. El Conde de Nieva, como era de esperar, no gozó de un juicio favorable por parte de Toledo cuando decía que «estuvo lejos de buscar el bien del reino y el suyo propio»20 . Toledo no vaciló, pues, en reaccionar oponiéndose decididamente a la política de sus antecesores, culpables, a su juicio, de haber adoptado una actitud demasiado «blanda» con respecto a esta cuestión; su política de negociaciones con el soberano Inca, en relación a la cesión de sus derechos, había resultado ser contraproducente. De hecho, así quedaba realmente reconocida, y por tanto legitimada, la soberanía del Inca. En una carta al cardenal Espinosa, Toledo se quejaba de las acciones emprendidas por su antecesor, el gobernador Castro, en relación al soberano Inca. En los primeros meses de 1571, cuando las encuestas se encontraban en pleno desarrollo, el virrey se sentía dolido por la capitulación, ratificada y refrendada por el propio Felipe II, que el virrey Castro pactó con el Inca. Toledo consideraba que si se le entregaba al Inca un documento tan significativo, refrendado por el soberano de España, configuraría un grave error político21, tanto es así que en una carta al presidente del Consejo de Indias, escrita en el Cuzco el 11 de mayo de 1571, Toledo añadía, con total franqueza, que en su opinión los consejeros habían procedido de forma errónea: «Yo un cargo hiciera a vuestra merced ques haber confirmado con poca de testigos de autoridad el dominio y señorio deste reino en los Ingas y en los caciques».

20 Observa Vargas Ugarte, sobre la motivación de los juicios que Toledo expresó al soberano, «que hay que reconocer que no fue el espíritu de crítica y mucho menos la vanidad lo que movió su pluma sino el deseo de cobrar experiencia en sus errores y aciertos», en Íd., Historia General del Perú, cit., II, p. 182. 21 Carta de Toledo al presidente del Consejo de Indias, s. f., 1571, en GP, III, p. 449.

El rey había firmado personalmente «de su nombre en la confirmación de la capitulación quel Licenciado Castro hizo con este Inga». Toledo manifestaba su consternación: «Yo prometo a vuestra merced que he tenido confusión de leerla». Lo que le produjo al virrey un sentimiento de vergüenza y de desconcierto cuando leyó la Capitulación firmada por Titu Cusi y por el licenciado Castro fue, sobre todo, el hecho de que el soberano español le pidiera al Inca que renunciara a sus derechos de soberanía: «le pide que le renuncie el derecho del señorio»22. Él consideraba que con este gesto al Inca se le reconocían formalmente sus presuntos derechos. Puesto que en estas negociaciones con el Inca un tal «fraile agustino» había desempeñado las funciones de mediador, Toledo arremetió no solo contra la capitulación y el «derecho original» de los incas sino, también, contra las interferencias indebidas de los religiosos en materia de gobierno. Consideraba, además, que debía adoptar medidas severas contra este fraile mediador, «a quien yo he estado por enviar a esos reinos». El virrey preveía, pues, el exilio o la repatriación para aquellos religiosos que se entrometieran en los asuntos de gobierno. Toledo puso mucho interés en evitar estas ingerencias, que quería impedir a toda costa, y que habían sido particular objeto de debate en la Junta Magna23. Se sentía molesto por la interpretación en virtud de la cual el único título incontrovertible del dominio español era la cesión voluntaria de la soberanía sobre sus territorios por parte de los incas. Además de ocuparse del desarrollo de las Informaciones, durante su Visita el virrey encargó a uno de sus hombres de confianza, al ecléctico capitán Pedro Sarmiento de Gamboa, la redacción de una obra de carácter histórico de más amplio alcance, que examinara los orígenes del mundo andino: la Historia Índica24 . El enfoque de ambas obras quería demostrar que los incas no eran los señores naturales de aquellos reinos; de esta forma se ponía punto final a la polémica en torno a los derechos de la Corona sobre las Indias y sobre la naturaleza de los indios, que se arrastraba desde hacía décadas en la Madre Patria25 .

22 Carta de Toledo al presidente del Consejo de Indias. Cuzco, 11 de mayo de 1571. Ibíd., p. 530. 23 Sobre el clero disidente en particular, en las deliberaciones de la Junta, Abril Stoffels, «Junta Magna de 1568. Resoluciones e instrucciones», cit., p. 142. 24 Sarmiento de Gamboa, Historia Índica [1572], ed. R. Pietschmann, Berlín, 1906; también en BAE, cit., 135, pp. 189-279; Levillier, Don Francisco de Toledo, cit., III, «La Historia Índica de Sarmiento de Gamboa que el mandó escribir cotejada con los comentarios de Garcilaso y otras Crónicas», Buenos Aires, 1942; Cantù, Conciencia de América, cit., p. 169. 25 AGI, Lima 28 B, lib. III, ff. 7-8 v. Carta de Toledo al Consejo sobre la verificación de la historia de los Incas para poderla imprimir. Cuzco, 1 de marzo de 1572.

Sarmiento recordaba cómo Carlos V, impulsado por cargos de conciencia, ordenó a eruditos juristas que examinaran este punto «cuanto le fué posible». Según Sarmiento (que repetía casi textualmente la expresión del virrey), se trataba de discusiones puramente teóricas que no tenían ningún fundamento en el conocimiento real de los hechos, sino en relatos e informes que no siempre se realizaban de buena fe. Así ocurrió que estos «doctisimos letrados», puesto que se habían basado en informaciones inexactas y «siniestra de la verdad, dieron su parecer diciendo que estos ingas, que en estos reino del Pirú fueron, eran legítimos y verdaderos reyes dellos». Conclusiones equivocadas, pues, por estar fundadas sobre premisas erróneas que dieron peligrosamente pie a «los extraños de vuestro reino, así católicos como herejes y otros infieles, para que ventilasen y pusiesen dolencia en el derecho, que los reyes de España han pretendido y pretenden a las Indias». Gracias al virrey, que ordenó realizar sus encuestas y encargó la redacción de la Historia, según explica Sarmiento, por fin se pudieron desmentir tales teorías. Una excepción parcial está representada por las tesis de Francisco de Vitoria, que fueron objeto de una reflexión atenta por parte del virrey quien, prudente, aunque no abiertamente, en su labor de revisión historiográfica, trató de aplicar los criterios sobre los que estaban fundadas26 . Mas como entre los cristianos no conviene tener cosa fuera de buen título, y el que V.M. tiene a estas partes, aunque es santísimo y el más alto que rey en el mundo tiene a cosa que posea, ha padecido detrimento, como antes dije, en los pechos de muchos letrados y de otra gente por falta de verdadera información, propuso [Toledo] hacer en esto a V.M. el más señalado servicio que se os pudiera hacer [...] que fué dar seguro y quieto puerto a vuestra real conciencia contra las tempestades aún de vuestros naturales vasallos, teólogos y otros letrados, que mal informados deste hecho de acá daban sus pareceres graves desde allá. Sarmiento relacionaba su Historia con las encuestas, explicando que, durante su Visita General, el virrey había recopilado las pruebas y la información sobre la tiranía de los incas, con gran rigor metodológico. Había extirpado de raíz «la terrible envejecida y horrenda tiranía de los ingas», comprobando los hechos con una gran cantidad de testigos. En su empeño por tiranizar a los pueblos indígenas, los incas contaban con la colaboración de los «curacas particulares de los pueblos dél, para desengañar a todos los del mundo que piensan, questos dichos ingas fueron reyes legítimos y los curacas señores naturales desta tierra».

26 Sobre la influencia del pensamiento de Vitoria en la elaboración de las encuestas, cf. Merluzzi, «Memoria storica», cit., pp. 97-119 y 180-195.

Esta actividad serviría para arrojar luz no solo sobre el origen de los incas, sino que aclararía el aspecto tiránico de su gobierno y las barbaries cometidas bajo su dominio: desde sus leyes «tiránicas», hasta sus costumbres inmorales. Todo ello habría favorecido la comprensión universal del verdadero y santo título que V.M. tiene especialmente a este reino y reinos del Pirú, porque V.M. y sus antepasados reyes santísimos impidieron sacrificar los hombres inocentes y comer carne humana, el maldito pecado nefando, y los concúbitos indiferentes con hermanas y madres, abominable uso de bestias, y las nefarias y maldita costumbres suyas.

Obedeciendo a una concepción providencialista de la historia, típica de su época, el cronista argumentaba que al encargar Dios a los cristianos que cuidaran de sus prójimos, y como este cometido recaía principalmente sobre los soberanos de Castilla, la Corona tenía el deber de ocuparse de los indígenas del Nuevo Mundo, por su propio bien y para respetar el mandamiento divino. Él puntualizaba que las guerras contra los incas habían sido «justas», tanto las de conquista, como las de pacificación27 . Por esas mismas razones era necesario, además, gobernarlos para asegurarse de que no volvieran a vivir en el pecado, como se desprendía de las teorías del arzobispo de Florencia, del canonista S. Antonino, de Inocencio IV y, por supuesto, de Vitoria: «Porque pueden ser forzados a que guarden la ley de naturaleza, como lo enseña el arzobispo de Florencia e Inocencio y lo confirma fray Francisco de Vitoria en la relación que hizo de los títulos de las Indias». Según Sarmiento y Toledo, este título ya habría bastado, de por sí, para sustentar los derechos de los soberanos españoles en las Indias, encargados por Dios para restablecer el orden y la ley divina en aquellos territorios, donde «se ha hallado este general quebrantamiento de ley de natura». Finalmente, concluía explicando que «por este solo título, sin otros muchos, tiene V.M. el más bastantísimo y ligítimo título a todas las Indias que principe en el mundo tiene a señorío alguno»28 .

27 «Unicamente por lo cual se les pudo hacer y dar guerra y proseguir por el derecho della contra los tiranos, y aunque fueran naturales y verdaderos señores de la tierra, y se pudieron mudar señores e introducir nuevo principado, porque por estos pecados contra natura pueden ser castigados y punidos». Sarmiento escribía en 1572, el 14 de abril del mismo año empezaría la campaña militar contra el Estado neo-inca de Vilcabamba. Es posible que este paso fuera destinado a la justificación de esta expedición militar. 28 Sarmiento de Gamboa, Segunda parte de la Historia general llamada Indica, en Levillier, Don Francisco de Toledo, cit., III, lib. II, pp. 8-10.

El autor de la Historia Índica repetía muchos de los argumentos que, como veremos más adelante, sostenía el autor del Parecer de Yucay29 , enunciando todos los resultados de las encuestas y explicando cómo llegaron a confirmar las tesis de los «teólogos-juristas» favorables al Justo Título de la Corona española, desmintiendo con los hechos al bando opuesto. En el extenso memorial escrito en el Cuzco el 1 de marzo de 1572, y a fin de acompañar y comentar los resultados de las encuestas, Toledo manifestaba su propósito de poner remedio a esta situación tan desagradable, originada por la intromisión de los religiosos lascasianos. El virrey comunicaba que había terminado de redactar las «Informaciones», que adjuntaba al memorial, precisamente para poner remedio a esa desinformación tan extendida. A partir de ese momento el virrey tenía la esperanza de que «cesse tanta variedad de opiniones en cossas de tan grande ymportancia por no estar los hechos destos rreynos claros», y que el rey y sus ministros y los habitantes del Perú ya no tuvieran las conciencias turbadas y confusas como ocurría en el pasado, en cuanto que «qualquiera ygnorante ha osado hasta aquí poner la boca en el cielo»30. El virrey Toledo explicaba que había actuado de esa forma porque consideraba que todas las discusiones relacionadas con los «títulos de S.M.» eran alimentadas, sobre todo, por el escaso conocimiento de la realidad de los hechos, lo que impulsaba a dar un crédito excesivo a los falsos y tendenciosos testimonios de los lascasianos: «el motivo que se ha tenido de ymbiar la averiguación destos hechos es ver quan mal se ha tratado en todas estan yndias y en España de los derechos que V.M. a estos reinos». Muchos años atrás, la Corona había salido muy mal parada a causa de la ingerencia de los protectores de los indígenas en los asuntos de gobierno, en la legislación, en el desarrollo de la justicia e incluso en el sector de las finanzas públicas. Toledo, además, ponía de manifiesto «quan sin razon y con quanto daño» espiritual y temporal se les atribuía la verdadera soberanía de estos «reinos y provincias» a estos incas y caciques. Estaba convencido de que «viendo vuestro real Consejo los hechos verdaderos» —es decir, lo que él consideraba la realidad de los hechos— era más fácil determinar los derechos de la Corona y de los indígenas, y poner definitivamente punto final a la interminable cuestión, para poder «gobernar este

29 Fechado en Yucay, 16 de marzo de 1571, «Copia de carta donde se trata el verdadero y legítimo dominio de los Reyes de España sobre el Perú, y se impugna la opinión del Padre Fr. Bartolomé de Las Casas», se encuentra en CDIHE, XIII, 1848, pp. 425-469. 30 Memorial de Toledo al soberano. Cuzco, 1 de marzo de 1572, en GP, IV, p. 542 y ss.

reino con mayor seguridad»31. La extinción de las polémicas habría equilibrado definitivamente la soberanía de la Monarquía, permitiendo a la Corona retomar el control de sus dominios coloniales. Toledo actuaba en consonancia plena con lo que David Brading define como «tradición imperial», tendencia historiográfica que se consolida definitivamente con Felipe II: al poner verdaderamente fin al «gran debate por la justicia de la conquista española», el virrey Toledo se erigía como modelo de este enfoque historiográfico32. Según Toledo, la verdad de los hechos no solo había permitido asegurar los fundamentos de los derechos españoles sobre las Indias sino que, también, había constituido la base sobre la que se habría construido una serie de leyes «justas», formuladas a partir de la realidad del mundo andino, realidad que se hizo patente en las encuestas. Aunque él se refiriera abiertamente a los «doctos» letrados del Consejo de Indias, a quienes se les ofrecían los medios para legislar, en realidad, Toledo mismo utilizó la información recabada a través de sus encuestas, como base ideológica implícita de las Ordenanzas que había estado redactando en aquellos años. La operación llevada a cabo por Toledo, con la creación de una historiografía oficial y con la censura de las obras que de ella se apartaban, no pasó inadvertida a sus contemporáneos. En un informe atribuido a Tristán Sánchez, y más recientemente a Antonio Bautista de Salazar, se pone en evidencia el trabajo de revisión historiográfica del virrey, un trabajo que con la Historia Índica adquiría el complemento necesario para las «Informaciones»; en cualquier caso, veremos cómo a estas dos obras habría que añadirles también el denominado Anónimo o Parecer de Yucay33 .

31 AGI, Lima 28 B. Carta de Toledo al soberano, del 1 de marzo de 1572; la carta es reproducida por Jiménez de la Espada, en Clerc, cit., XVI, pp. 185-203; y por Levillier, en GP, IV, p. 542 y ss. 32 Gran parte de la crítica hablará de una verdadera «escuela historiográfica toledana», cf. Brading, Orbe indiano, cit., p. 12; Zavala observa con razón: «Es claro que todo el trabajo histórico que puso en marcha Toledo tendía a confirmar el derecho de la corona de Castilla a la posesión de las Indias y a poner de relieve la tiranía de los Incas, como lo había intentado probar el licenciado Matienzo», en Íd., Las instituciones jurídicas, cit., p. 324. De la misma opinión es Cantù: «El trabajo de Toledo se dirigió a recoger, mediante el uso de un cuestionario predispuesto a tal fin, un centenar de testimonios “testigos de estos naturales, de los más viejos y ancianos y de mejor entendimiento que se han podido hallar, de los cuales muchos son caciques y principales y otros de la descendencia de los Incas” para llegar a redactar una amplia relación probadora acerca “el origen y descendencia de la tiranía de los Incas [del Perú] y el hecho verdadero de cómo, antes y después de esta tiranía, no hubo señores naturales en esta tierra”», en Íd., Conciencia de América, cit., pp. 168-169. 33 AGI, Lima 28 B, lib. III, ff. 1-6 v. Relación sumaria de lo que se contiene en la información de la tiranía de los Incas que se cita en su gobierno (Cuzco, 1 de marzo de 1572); AGI, Lima 28 B, lib. III, ff. 9-12 v. Averiguación de la descendencia de los Incas (Cuzco, 14 de enero de 1572); AGI, Lima 28 B, lib. III, ff. 13-227, Informaciones hechas por el virrey en averiguación del origen y gobierno de los Incas (1570-1571).

La obra de Sarmiento formaba parte, pues, de un ataque del virrey Toledo a los «religiosos escandalosos» en varios frentes. Dicha obra nos ofrece algunos elementos importantes a tener en cuenta, como complemento de lo que el virrey le había escrito a Felipe II. Por Sarmiento sabemos que el mayor temor de Toledo era frente a los argumentos que teólogos y juristas como Las Casas, Montesinos, Garcés, Motolinia, Zumárraga, Vitoria y muchos otros habían esgrimido «dentro de la metrópoli y a la cara del César», para protestar contra lo que consideraban como un ultraje a los derechos de los indígenas34. Sarmiento llegó a describir, sin más, a estos eminentes teólogos y juristas como hombres instigados por el demonio, para impedir la correcta evangelización de las Indias por parte de la Corona: «el demonio [...] tramó de hacer la guerra con los proprios soldados que le combatían que eran los mesmos predicadores, los cuales comenzaron á [sic] dificultar sobre el derecho y título que los reyes de Castilla tenían á estas tierras»35 . Como observa con acierto Francesca Cantù, la fuerza de la tesis historiográfica de Francisco de Toledo residía en el hecho de estar «tan bien construida, de ser tan coherente con la premisa inicial que la había orientado», además de pertenecer a esa tendencia histórica según la cual «los vencedores han pretendido siempre y ejercitado el derecho de volver a escribir la historia de los vencidos»36. Es interesante reseñar cómo, en sus cartas e informes redactados a partir del 1 de marzo de 1572, refiriéndose al trabajo de investigación que acababa de finalizar, Toledo ya no lo definía como «informaciones», es decir encuestas, o «averiguaciones», es decir constataciones, sino «probanzas», o sea pruebas. Él consideró que había alcanzado su meta al acabar las encuestas y, también, que había conseguido pruebas irrefutables, confirmadas por las investigaciones que Sarmiento había realizado paralelamente al trabajar con otras fuentes para la redacción de su Historia. Sus encuestas y la obra de Sarmiento se habían convertido en los dos pilares donde poder apoyar esa versión del pasado peruano que para él se había convertido definitivamente en «historia oficial». Sobre estas bases seguras, sobre estas «raíces», como las definió él mismo, habría sido capaz de llevar a buen puerto la segunda parte de su obra en el Perú, es decir, la reestructuración del virreinato, según ese proyecto político que se le había encomendado, el de asegurar la paz y la estabilidad para esos reinos.

34 Cf. Levillier, Don Francisco de Toledo, cit., II, pp. L-LI. Estamos de acuerdo, por lo que atañe al virreinato peruano, con Levillier, en cuanto a que las preocupaciones mayores de Toledo surgían, más que por motivaciones de política exterior, por causas internas españolas. Contrariamente al parecer de Horacio Urteaga (Fundación española del Cuzco y Ordenanzas para su Gobierno, Lima, 1926, p. LXXII), no eran las potencias rivales las que asustaban a Toledo. Los apetitos de Francia e Inglaterra parecían estar bajo control, gracias a las bulas papales. 35 Sarmiento de Gamboa, Historia Índica, cit., pp. 6-7. 36 Cf. Cantù, Conciencia de América, cit., pp. 169-170.

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