6 minute read
PRESENTACIÓN 7 PRÓLOGO 9 AGRADECIMIENTOS
CAPÍTULO 1 GENERALIDADES Y ANTECEDENTES
La Región
Advertisement
Walter Alva e Ignacio Alva
La región de Lambayeque posee una especial ubicación y conformación geográfica, donde la angosta franja de la costa se ensancha al noroeste, alcanzando la máxima amplitud en la frontera con la vecina región de Piura. Hacia la Sierra, la cordillera tiene el nivel más bajo y angosto de todos los Andes Centrales, con poco más de 2200 metros de altura y aproximadamente 60 Km. de distancia entre la vertiente oriental y occidental; esa situación única facilitó el tránsito e interacción entre las áreas culturales del Pacifico, la Amazonía y los Andes Septentrionales. La actual delimitación territorial abarca al Este el flanco occidental de la cordillera, surcada por cinco ríos principales que cruzan el territorio lambayecano de este a oeste, formando los valles de Olmos, Motupe, La Leche, Chancay y Zaña. Fue en las llanuras de cada cuenca, donde se desarrollaron las sociedades agrícolas más prolíficas y longevas de América, vastos espacios de cada valle fueron incorporados progresivamente mediante elaborados y muy extensos sistemas de riego artificial, al punto que en la época de mayor desarrollo tecnológico, conformaron la tercera parte de las tierras cultivadas del antiguo Perú1. Ese modelo de crecimiento sostenido, en el que una civilización crea, amplía y se desplaza en función a las extensiones y anexiones de una gran red de canales a lo largo de toda la secuencia cultural es comparable, salvando la dimensiones territoriales al “despotismo hidráulico”2 de los grandes imperios del viejo mundo. En el caso particular de los Andes, la circunscripción de los recursos3, territorios aislados y valles de corto recorrido, determinaron sistemas culturales basados en la integración ideológica e interacción económica alrededor del culto al agua4 .
La extraordinaria situación de la región debería haber brindado derroteros para entender su relevancia en el desarrollo cultural de los Andes, considerando que el desarrollo civilizatorio se adapta a las condiciones geográficas y ambientales, y que una base económica estable, rutas accesibles y permanentes de intercambio resultan decisivas. Nuestra investigación permitió reconocer que fue en el valle de Lambayeque donde surgió el primer centro ceremonial de la región, cuyo prestigio y discurso estaba fundamentado en la relevancia del paisaje ritual y la bonaza del clima; tal despliegue en una época tan antigua no tiene parangón en América. Las ventajas en el orden de recursos y clima favorecieron el desarrollo sostenido de una de las tradiciones culturales más sobresalientes y duraderas; el territorio dotado del mejor clima de la costa, ni extremadamente cálido ni húmedo, fomentó la primigenia industria del algodón, para redes y vestimentas, además de diversos cultivos cuyo centro de origen fue la costa norte del Perú; el paraje sagrado cuya geología y alineamientos describían un escenario ideal, surcado por el caudaloso río y la cercanía del mar abundante de vida, representó para la primera civilización el paradigma de la abundancia de recursos; la arquitectura ceremonial empoderó entonces el concepto de «eje del cosmos»5 .
Fig. 2 Foto satelital región de Lambayeque. EL TERRITORIO COMO SÍMBOLO
Las culturas de la costa establecieron conceptos sumamente organizados en función a las relaciones de interdependencia y complementariedad de las grandes esferas del cosmos: el mar y la tierra, eran vistos como entidades y espacios metafísicos, escenarios de mitos que podían renovarse mediante ritos propiciatorios de la pesca y agricultura. La cosmogonía se fundamentó en aspectos tangibles de la naturaleza, estimando orientaciones, ritmo y secuencia de la geografía y las cadenas de vida.
Para el pensamiento animista la cordillera dividió el paisaje de norte a sur como la Vía Láctea al firmamento; los ríos descienden de este a oeste, siguiendo el movimiento del sol, fecundando los valles y desembocando en el inagotable mar. La percepción de un universo dual, horizontal y verticalmente estratificado, organizó ideología y producción social; estableciendo contrastes y grupos simétricos6, articulados por paralelismos, analogías y metáforas.
Para muchas culturas la montaña central representó la configuración del centro cósmico, el eje unificador del universo7; resulta claro que el simbolismo de la montaña como centro, fue el eje del discurso arquitectónico del centro ceremonial del cerro Ventarrón; en medio del universo perfectamente estructurado y solventándose en la metáfora del textil8, el templo principal del vasto yacimiento constituía el núcleo de las redes tangibles e intangibles del cosmos.
ARQUEOLOGÍA DE LAMBAYEQUE
Hasta hace unas cuatro décadas se consideraba que la región de Lambayeque, a pesar de sus extraordinarios monumentos y testimonios arqueológicos, solo recibió influencias o habría sido integrada al desarrollo de culturas generadas en otras regiones, la falta de investigaciones sistemáticas fomentaba esa percepción. El limitado conocimiento se basaba en exploraciones, proyectos arqueológicos de corta duración o estudios sobre colecciones de objetos descontextualizados. Los restos culturales más antiguos eran los ornamentos orfebres del estilo Chavín procedentes de Chongoyape, estimados en ese entonces como manifestaciones expansivas de esa cultura considerada matriz o pan-andina9 .
Desde la década del 70, el director del Museo Nacional Brüning de Lambayeque, Walter Alva, investigó algunos sitios clave pertenecientes al Formativo Temprano, en la costa y sierra del valle de Zaña: Purulén10, Udima11, La Compuerta12, Cerro Corbacho13, y Eten14 en el litoral del valle de Lambayeque, junto con C. Elera; por su parte Elera e I. Shimada investigaron Huaca Lucía15 centro ceremonial en el valle de la Leche, coetáneo y comparable a Collud-Zarpan. En la sierra, la Misión Arqueológica de la Universidad San Marcos realizó una campaña de excavación en el colosal templo de Pacopampa16 , en la naciente del valle de Chancay. Mayores investigaciones sobre el periodo Formativo fueron hechas en la vecina región de Cajamarca por la misión japonesa que logró investigar importantes templos construidos en la naciente de los ríos y estribaciones de la sierra (Huaca Loma17, Kunturwasi18 , Layzón19). Todos estos grandes templos o centros ceremoniales formaron parte de una esfera cultural nororiental, que alcanzó su mayor apogeo durante el Formativo Medio y Tardío.
En 1987, el mismo W. Alva, respondiendo a una pesquisa policial inició el salvataje de varias tumbas de la nobleza Mochica (200-500 d.C.) en Sipán20; el descubrimiento de tumbas de élite permitió comprender el alto desarrollo alcanzado en el valle, sustentado en el potencial agrícola impulsado por el uso de herramientas de cobre. Las elevadas pirámides truncas de Sipán, configuraban la magnífica capital teocrática del valle medio y competían en monumentalidad con la enorme plataforma de Pampagrande21 del valle alto.
Desde las primeras décadas del siglo XX, los precursores22 de la arqueología regional prospectaron monumentales yacimientos de la cultura Lambayeque, como Chotuna23 y Túcume24; esta cultura se desarrolló entre los siglos VIII a XII, sus templos y extensas ciudades son fácilmente reconocibles, pues fue la última expresión del desarrollo autónomo en la región. El Proyecto Arqueológico Sicán dirigido por I. Shimada, investigó durante tres décadas el Complejo de Batangrande25 logrando documentar el gran desarrollo de la cultura, a la que denominaron Sicán; documentaron dos fastuosas tumbas depositadas al pie de un templo piramidal, los ajuares contenían novedosos materiales suntuarios (ámbar y esmeraldas) que sugieren la extensión del intercambio al norte, hasta el actual Ecuador.
Fig. 4 Disco de oro, estilo Cupisnique, saqueado en Cerro Corbacho.
Fig. 5 Pieza de collar, cabeza de felino, estilo Mochica, saqueada en Sipán, MTRS.
Fig. 6 Máscara funeraria, estilo Lambayeque, saqueada en Batangrande.