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Parte I: El origen de los símbolos patrios

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Parte IV: El Himno

Parte IV: El Himno

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El origen de los símbolos patrios

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Bandera y escudo: antiguos símbolos de guerra y de comunidad

En la remota antigüedad un pedazo de tela colgado de un palo muy visible por su color y por su forma sirvió a los pueblos en sus empresas guerreras. Este símbolo permitía, entre otras cosas, distinguir a los diferentes cuerpos de un ejército e indicaban la formación de su orden de batalla. Desde entonces este ‘artefacto’ recibió diversos nombres. Se cree que el vocablo bandera aparece recién en la edad media, cuyo origen sería branda, palabra germana que se traduce como signo. Igualmente, desde la antigüedad, las banderas sirvieron para representar a distintas agrupaciones étnicas. Vestigios de cerámica egipcia muestran, por ejemplo, algunos poblados conformados por chozas de caña, separadas entre sí por medio de cercas hechas de troncos de árboles, con el propósito de formar un pequeño circuito de defensa. Encima de las chozas aparece una bandera flotando al impulso del viento y en ella la imagen del animal sagrado venerado por la tribu o la familia y al que los arqueólogos dan el nombre de toteim. También los israelitas, como se narra en algunos pasajes de la Biblia, utilizaban esta simbología. Cada una de sus doce tribus se representaba por una tela de color y por alguna figura, generalmente la de un animal. Hace unos 2800 años los

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griegos también comenzaron a usar similares enseñas para diferenciar a cada una de sus ciudades-estado, así Esparta tenía como símbolo a Castor y Polux, unos héroes mitológicos; Atenas, a una lechuza; Tebas optó por la esfinge; Corinto eligió un lobo con las fauces abiertas y Macedonia la clava de Hércules. Los romanos, por su parte, utilizaron un sin número de banderas y escudos. Cien años antes de Cristo el Cónsul Mario Caius adoptó el águila que con el tiempo se convirtió en la única enseña de la legión, el célebre cuerpo de tropa romana compuesta de caballería e infantería. Asimismo, los emperadores tenían una especie de bandera denominada lábaro, este símbolo adquirió gran significación durante el gobierno de Constantino quien le asignó una guardia especial de 50 hombres. Cuando Constantino derrotó definitivamente a Majencio en una de las tantas luchas por el poder del Imperio, en el año 312 de nuestra era, se le agrego al lábaro el monograma de Cristo compuesto por las letras mayúsculas X y P entrelazadas, y la cruz griega, que con el tiempo se convirtió en el estandarte de la Iglesia Católica. Desde la edad media banderas y escudos se difundieron con mayor intensidad en gran parte de los territorios europeo, asiático y africano. Habían los que representaban a los gobernantes de imperios inmensos, como el de Carlomagno, hasta los que representaban a pequeños señores feudales de un condado o una villa. Hacia el año 1300 el cargo de abanderado se convirtió en uno de los más importantes del imperio germano. El emperador Luis Bavaro dio la investidura de este cargo en 1336 al conde Unrico de Wurtenberg, en cuya ocasión se le dio por vez primera el nombre de bandera de

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guerra, disponiéndose oficialmente que debería llevarse delante del general de combate.

Los símbolos patrios, la identificación oficial de las naciones modernas.

No obstante el antiguo uso de banderas y escudos, su importancia como símbolos patrios está relacionado con la Revolución Francesa, que marca el nacimiento político de las naciones modernas. Francia, al igual que España o Inglaterra, había tenido banderas y escudos anteriores, dependiendo de la casa real que la gobernaba, pero estas no representaban a toda Francia y a todos los franceses, más bien eran las insignias de sus monarcas. La Iglesia, los militares, los nobles, los municipios, así como otras corporaciones y gremios, también tenían sus propios símbolos. No existía un distintivo común a todos, que les permitiera reconocerse como iguales y como miembros de una misma comunidad. Sólo después de la revolución se crearon los símbolos que debían identificar a toda la Francia. La tricolor1, la bandera nacional, fue una de las primeras. Como narra el historiador brasileño Murillo Carvallo, la tricolor había sido objeto de una intensa disputa en la Francia postrevolucionaria. Su propio origen fue controvertido. Algunos decían que había surgido de la unión de los colores de París, el rojo y el azul, con el blanco, el color real. Algunos afirmaban que representaban a los tres órdenes: el rojo para la nobleza, el blanco para el clero, el azul para el tercer estado (el pueblo). Otros decían que era una creación de Lafayette, comandante de la Guardia Nacional, que unió el blanco de la

1 Por el azul, blanco y rojo de sus franjas verticales. 15

Guardia al azul y el rojo de las milicias parisienses. La tricolor fue consagrada en la fiesta de la Federación en 1790, cuando toda París adoptó sus colores. Precedió a la República y fue casi un símbolo de conciliación, como lo indica la versión de que representaba a los tres órdenes. David, el pintor oficial de la revolución, diseñó el modelo final en 1792, colocando las franjas en posición vertical y los colores en el orden: blancoazul-rojo. Los símbolos patrios de las naciones tienen, pues, una historia ligada por lo general a momentos de tenso conflicto, ya sea para implantar un nuevo régimen político: el de una república burguesa en reemplazo de la monarquía absolutista, en el caso de Francia; o como las guerras de liberación del dominio colonial, como sucedió en América Latina en el siglo XIX, cuando los patriotas americanos guerrearon contra España para conseguir su independencia.

La independencia americana

Los movimientos independentistas de América Latina son propios del siglo XIX y forman parte de un proceso gestado en la misma España tras ser invadida por las tropas napoleónicas en 1808. En principio, el vacío de poder creado al abdicar el rey español Fernando VII al trono a favor de los invasores franceses determinó la conformación de las denominadas Juntas de Gobierno, tanto en España como en América, con el objetivo de organizar la administración y la resistencia tras la invasión. En América, estas Juntas de Gobierno para los caso de Venezuela, Colombia, Chile y Argentina, fueron los núcleos de gestación de la independencia de estos territorios a partir de 1810.

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Por otro lado, la lucha de liberación española involucró a representantes de los territorios americanos, y en ese proceso se gestó todo un ideario político republicano y liberal, como el derecho al autogobierno y a la soberanía popular, se fomentó asimismo el nacionalismo, los cuales fueron acogidos en la Constitución de Cádiz en 1812. La propia España, anotan Cueto y Contreras, habría dado las ideas (nacionalismo y liberalismo), la oportunidad (con las Juntas de Gobierno) e incluso los líderes (la mayor parte de los caudillos militares hispanoamericanos se formaron en España en la guerra contra los franceses, entre ellos San Martín y Bolívar) para la independencia de sus dominios. En el debate para la elaboración de la Constitución de Cádiz, que debería regir a todos los reinos del imperio Español, se puso en el tapete el carácter de los territorios americanos y sus habitantes. Los representantes americanos lograron que estos territorios dejaran de ser consideradas en la práctica como colonias y fueran asumidos como reinos, tan igual, por ejemplo, como los reinos peninsulares de Castilla o de Aragón, y a los criollos americanos como súbitos iguales a los españoles, con el mismo derecho a ejercer altos cargos de gobierno en sus patrias. Al liberarse España del yugo francés y retornar el Rey Fernando VII en 1814, la Constitución de Cádiz fue desconocida y se volvió al régimen político anterior a 1808. Esto generó las protestas de los criollos americanos, protestas que finalmente se tornaron en decididos movimientos militares independentistas.

La guerra por la independencia del Perú

Si bien en el territorio peruano se habían gestado una serie de rebeliones indígenas durante todo en el siglo XVIII,

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entre las que ha destacado la encabezada por Túpac Amaru II entre 1780 y 1781, sangrientamente reprimida, estas no fueron concebidas como movimientos separatistas de la España imperial. Gran parte de ellos respondió a la excesiva explotación y a los pesados tributos de los cuales eran víctimas los indios. Estas insurgencias indígenas no obstante estar marcadas por un profundo odio racial hacia los blancos, no tuvo el objetivo de constituir en el territorio del virreinato peruano una nación india libre del yugo español. El tinte racial que tomo la rebelión tupacamarista determinó además que la intervención de los criollos en ellas fuese prácticamente nula, esto, junto con la desarticulación y aislamiento territoriales de cada uno de eso movimientos determinó su derrota. En el Perú, los primeros movimientos separatista surgieron lejos de Lima, en parte como influjo de los movimientos revolucionarios del Río de la Plata, que se extendía por las regiones del Alto Perú (la actual Bolivia y parte del sur peruano). Ese es el caso de la toma de la ciudad de Tacna por unas tropas rebeldes encabezadas por el general Francisco Antonio de Zela en 1811, para permitir el ingreso de las huestes rioplatenses en avance. Una repentina y grave enfermedad de Zela y la derrota de los ‘argentinos’ quebró este movimiento insurgente. Nuevas rebeliones surgieron a partir de las protestas por la impugnación de la Constitución de Cádiz por el rey de España, en 1814. Entre estas asonadas rebeldes estaba la de los hermanos Vicente y José Angulo, Gabriel Bejar y Mateo Pumacahua, en el Cuzco entre 1814 y 1815. Como narra el historiador Virgilio Roel, las fuerzas rebeldes lograron expandirse hasta los territorios de Puno y Arequipa en el sur, y hacia Huamanga en el oeste. No obstante, al no conseguir

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mayor apoyo de las elites criollas de las ciudades sureñas, que más bien se mostraron desconfiadas, ni de los indígenas que por el contrario terminaron formando parte de las huestes del virrey, fueron al poco tiempo aplastadas. Hacia 1820, tanto el virreinato de Río de la Plata, luego denominado Argentina, como Chile, habían conseguido su independencia. En el Perú, mientras tanto, a pesar de la prédica libertaria de algunos criollos, no se había constituido un sólido liderazgo capaz de organizar la lucha militar contra el dominio español. Como concuerdan la mayoría de los historiadores, la elite criolla, conformada por ricos hacendados, comerciantes y mineros, tanto de Lima como de las otras regiones y ciudades importantes del Perú, a pesar de sus desacuerdos con el gobierno colonial, se sentían más ligados a los españoles —ya sea por la comunidad étnica y cultural, como por cuestiones de interés puramente económico— que a los indígenas que conformaban el grueso de la población, y a los otros sectores populares, conformados por negros esclavos y una diversidad de castas.

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La Bandera

San Martín en el Perú

Muy pocos miembros de la clase dominante criolla creían firmemente en que la independencia era lo mejor para el Perú y en concreto para ellos. La mayoría, como sugieren los historiadores Marcos Cueto y Carlos Contreras, se inclinó a buscar medidas de conciliación que lograsen la sobrevivencia de la relación con España sobre la base de una mayor igualdad entre criollos y peninsulares. Esta posición, junto a la concentración militar realista en estos territorios, convirtió al Perú y a Lima, en el bastión del poder español en América. Para las elites criollas de los recientes estados independizados de Argentina y Chile, la liberación del Perú del dominio español era la única vía para asegurar de forma definitiva sus propias independencias. Los gobiernos de ambos Estados convencidos de que los peruanos o por debilidad o por poca voluntad difícilmente iban a luchar por su independencia, decidieron conformar una expedición militar con la única misión de liberar al Perú. El comando del ejército libertador del sur le fue encargado al general argentino José de San Martín. La expedición estaba compuesta por 4118 hombres, de los cuales 1800 eran chilenos y el resto provenían de Argentina, en su gran mayoría negros libertos, quienes se autodenominaban Ejército de los Andes. Esta expedición militar

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fue financiada por el Estado chileno gobernado entonces por Bernardo O’Higgins. No obstante, no era únicamente el interés político el que movió a los vecinos del sur, también hubieron intereses materiales. Los argentinos, por ejemplo, pretendían anexarse el Alto Perú (la futura Bolivia), territorio que por un tiempo formó parte del virreinato de Río de la Plata y en donde se ubicaban las todavía ricas minas de Potosí. Los comerciantes y agricultores chilenos, por su lado, también tenían objetivos económicos centrados en restablecer la actividad comercial con el Perú, tan beneficiosa para sus empresas. San Martín y sus hombres partieron del puerto chileno de Valparaíso rumbo al Perú el 21 de agosto de 1820 en 16 navíos capitaneados por el almirante inglés Lord Cochrane. De acuerdo a los documentos revisados por Virgilio Roel, la travesía se hizo sin mayores novedades, de manera que el 7 de setiembre la escuadra estaba frente a la bahía de Paracas. A la mañana siguiente se inició el desembarco de las tropas para encaminarse inmediatamente a Pisco, puerto que fue ocupado al atardecer y donde San Martín estableció el primer Cuartel General En el primer mes se inicio una serie de negociaciones con los representantes del gobierno colonial en la villa limeña de Miraflores a fin de encontrar alguna salida pacífica al conflicto, por lo cual ambos bandos concordaron un armisticio temporal. Los representantes del virrey, entre quienes se encontraba el célebre criollo peruano Hipólito Unanue, ganado luego para la causa independentista, plantearon que se respetaría la constitución de Cádiz de 1812, en España pues una nueva rebelión liberal le había quitado el poder al Rey. Para los patriotas aquella medida ya no era suficiente pues lo que se

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buscaba era la Independencia de América. Los representantes de San Martín propusieron entonces el establecimiento de una monarquía en el Perú, que si bien sería ejercida por la rama borbónica reinante en España, sería autónoma de esta. Las negociaciones no pasaron a más y se dio fin al armisticio el 4 de octubre de 1820. La única salida que quedaba era la guerra.

San Martín crea la primera bandera peruana

Tres días antes de iniciarse las campañas militares, San Martín, en su calidad de Capitán General y en Jefe del Ejército Libertador del Perú, estableció, mediante un Decreto dado en su Cuartel General de Pisco el 21 de Octubre de 1820, la primera bandera y el primer escudo de armas del Perú. La creación de estos símbolos respondía, de acuerdo a ese Decreto, a que era ‘incompatible con la independencia del Perú la conservación de los símbolos que recuerdan el dilatado tiempo de su opresión’. Y además, escribe el historiador Mariano Felipe Paz Soldán, porque era necesario que los soldados peruanos que se sumaran al Ejército Libertador, tuvieran una bandera propia, que los distinguiera de los regimientos chilenos y argentinos. San Martín dispuso entonces que se adoptara como bandera del Perú, ‘una seda, o lienzo, de ocho pies de largo y seis de ancho, dividida en dos líneas diagonales en cuatro campos, blancos los de los extremos superior e inferior, y encarnado los laterales’. El escudo de armas, que debía ubicarse en la parte céntrica de la bandera, ‘debía estar compuesta por una corona de laurel ovalada, y dentro de ella un sol, saliendo por detrás de las sierras escarpadas que se elevan sobre un mar tranquilo. La corona de laurel debía ser verde, y atada en la parte inferior con una cinta de color de oro

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el sol con sus rayos; la montaña de un color pardo oscuro, el mar entre azul y verde’. El generalísimo, siguiendo el mandato que le fue conferido por los gobiernos de Argentina y Chile, dispuso que estos emblemas fueran provisionales, hasta que se estableciera en el Perú un gobierno por voluntad libre de sus habitantes y sea este quien decida cuáles serían los símbolos oficiales que distingan a los peruanos.

Los colores de la bandera

¿Por qué se eligió el blanco y el rojo para definir la bandera peruana? y ¿cuál es el significado de ambos colores? En realidad, no existe respuesta certera a estas preguntas. El propio General San Martín jamás dio razón del por qué eligió esta combinación cromática para la enseña del Perú. No obstante, desde el siglo XIX se han ensayado diversos argumentos sobre el misterio de la elección sanmartiniana del rojo y el blanco.

La versión más popular es, sin duda, la que refiere que los colores de la bandera le fueron mostrados a San Martín en el sueño de una breve siesta al pie de unas palmeras, en una de las hermosas playas de Pisco, donde estaba acantonado el ejército patriota. En aquel sueño el Libertador contempló que los flamencos que surcaban los aires marinos tenían el plumaje en colores blanco y rojo. Lo cierto es que este argumento fue una invención romántica del poeta y cuentista Abraham Valdelomar, recogido en un breve escrito titulado El sueño de San Martín.

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El sueño de San Martín

«Allí el mar no tiene tempestades, ni el cielo llora ni los hombres acosan. Este lugar por lo aislado y apacible es favorito de los flamencos... El héroe sintió un vago sopor... durmiose y soñó. Vio en su sueño, que hacia el norte se eleva un gran país ordenado, libre, laborioso y patriota... fueron poblándose los yermos arenales de edificios, los mares de buques, los caminos de ejércitos. Muchedumbres inmensas caminaban febrilmente con un ansia infinita de trabajo, y renovación... y cuando todo el pueblo se había elevado, cuando el progreso y la libertad estaban dando su fruto vio extenderse sobre la extensión ilimitada una bandera... Despertó y abrió los ojos. Efectivamente, una bandada de aves de alas rojas y pechos blancos de armiño se eleva a un punto cercano... El héroe se puso de pie. El ejército estaba listo para la marcha... ¿Veis aquella bandada de aves que va hacia el norte? —Si General, blancas y rojas dice Cochrane —Parecen una bandera agregó Heras —Sí dijo San Martín. Son una bandera. La bandera de la libertad que acabamos de sembrar.

Valdelomar fue uno de los escritores peruanos más célebres de inicios del siglo XX, de él recordamos hermosos cuentos como El Caballero Carmelo y El vuelo de los cóndores, ambientados en su tierra natal, Pisco, allí donde San Martín estableció su primer cuartel general. La popularidad de su argumento se debe, en gran parte, a la propia celebridad del escritor, así como a la belleza de la prosa y el cautivante mensaje que pretendía conectar el pasado fundacional de la nación con un proyecto a futuro, el de una nación prospera. No obstante, una explicación más antigua fue elaborada en la segunda mitad del siglo XIX por Mariano Felipe Paz Soldán, historiador contemporáneo del célebre tradicionalista Ricardo Palma. De acuerdo a Paz Soldán, cuando San Martín definió la bandera que los peruanos debían defender, quiso en

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los colores que escogió reunir los de las dos naciones que ayudaban con sus armas a libertar a su hermana; tomó así el color rojo de la bandera de Chile y el blanco de la Argentina, y con ellos combinó la bandera peruana. Sin embargo, el argumento de Paz Soldán fue rebatido por Jorge Fernández Stoll a mediados del siglo XX, quien a partir de un estudio de mayor rigurosidad histórica y utilizando sólidos argumentos del arte de la heráldica, llegó a la conclusión de que San Martín no apeló a los colores de Chile y Argentina para componer la bandera peruana. Según Fernández Stoll la bandera argentina no ofrece para cualquier combinación cromática más que el color azul, por ser predominante en ella. Mientras que en la bandera chilena lo esencial no son los colores que presenta, sino la forma y la disposición de los elementos que la componen.

Los colores y la tradición histórica peruana

La manera menos arbitraria para intentar explicar la elección sanmartiniana del blanco y el rojo como colores nacionales, debe partir con análisis del contexto en el cual el Libertador hace tal elección, así como su propia personalidad y su ideología política. Es importante también pensar —como lo indica Fernández Stoll— que de alguna manera la aristocracia criolla partidaria del movimiento independentista influenció en tal elección. San Martín no fue sólo un militar experimentado conduciendo un poderoso ejército para desalojar a los españoles, era además un político culto, educado en la tradición de la nobleza hispano criolla, por lo tanto conocedor de la composición heráldica de escudos y banderas. Por otro lado, desde temprano y tras una análisis serio de la realidad

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