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y agricultores

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BIBLIOGRAFÍA

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En los Andes tropicales del sur comienzan a desviar el agua de sus cursos naturales mediante canales destinados a regar campos previamente nivelados y aterrazados, usando muros de contención de piedra que permiten disminuir la pendiente y facilitar el riego. En los oasis de la costa se cavan pozos (hoyos o mahamaes) hasta alcanzar las capas freáticas, aunque sigue siendo importante el cultivo sobre los lechos de inundación de los ríos.

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Las diferencias en las modalidades de utilización del espacio aumentan entre los Andes ecuatoriales y los Andes tropicales. Los últimos son, cada vez más, el espacio de llamas y tubérculos, de campos aterrazados y riego que permiten extender los oasis de la costa. Los Andes del norte (aparte de los trabajos hidráulicos y la explotación de los recursos en los llanos aluviónicos del bajo Magdalena, San Jorge y Cauca) corresponden a los Andes de claros de la floresta. En las hoyas lacustres de la región de Bogotá, los espectros palinológicos estudiados por van der Hammen (1973) muestran que a partir del primer milenio de nuestra era desaparecen las cecropiae, los encinares se vuelven ralos en beneficio de praderas como gramíneas, en relación directa con los desbrozamientos agrícolas.

Las tierras templadas y cálidas tienen huertos con cultivos asociados: maíz, frejol, al parecer yuca y tal vez camote y algodón. Hay algo que no está claro: si esos desbrozamientos, difíciles de hacer con instrumentos de piedra (o en todo caso más lentos que los hechos con instrumentos cortantes de metal) van o no acompañados por la quema del rastrojo antes del cultivo. Si, después del agotamiento de la tierra, con la multiplicación de parásitos y hormigas, el abandono del huerto es o no seguido por una reconquista de la selva. Es muy probable. En el medio forestal cultivar sobre la quema del rastrojo constituye un progreso incontestable en lo que respecta a la fertilidad, como especialmente lo señala Kalpage (1976): disminuye la acidez del suelo gracias a la sosa y potasa de las cenizas, evitando así la excesiva liberación de los oligo-elementos que en gran cantidad dañan a las plantas, aunque en proporción suficiente favorecen la fotosíntesis y, en consecuencia, la productividad biológica. Las cenizas enriquecen el suelo con elementos minerales, favo

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recen la liberación de nitratos, lo que es importante para los cultivos alimenticios (yuca, papa, maíz) y el fuego permite limitar el efecto de ciertas especies animales, como las hormigas rojas (por la destrucción de los agregados facilita el trabajo superficial del terreno).Sin embargo, teniendo en cuenta que durante el primer milenio de nuestra era la densidad demográfica andina fue probablemente débil, esos claros abiertos en la selva debieron ser limitados, de pequeñas dimensiones (de media a una hectárea), es decir, modificaciones mínimas de los ecosistemas.

Por el contrario, en los Andes tropicales del sur debieron modificar parcialmente el paisaje el escarbado del terreno para el cultivo de tubérculos, los primeros trabajos de terrazas en las vertientes y, en la costa, la irrigación, de preferencia desarrollada inicialmente en los valles secundarios, donde es más fácil dominar el agua con pozos artesianos, y pequeños canales de derivación. En la puna el extensivo pastoreo de llamas. En este caso cabe preguntarse si la carga animal era superior a la de los animales salvajes, más diversificados y con una antigüedad de 5,000 años.

d. Modelos de organización espacial del campesinado andino.

Para los periodos inmediatamente precedentes a los últimos imperios o confederaciones prehispánicas -Confederación Muisca en los Andes orientales de Colombia, Imperio Chimú en la costa pacífica del Perú, Imperio Inca- se cuenta con datos limitados sobre la utilización del espacio por las sociedades campesinas. Como se trata de civilizaciones sin escritura, los datos de la arqueología son fundamentales, son los únicos para el primer milenio anterior y posterior a nuestra era. Por el contrario, para los tres siglos anteriores a la llegada de los españoles se dispone de historiografías orales, recogidas con las deformaciones habituales "por los primeros depositarios de ese saber que fue alfabetizado desde los primeros días de la Conquista. En el mismo momento se agregan los relatos de los cronistas y los informes de los visitadores" (Deler). Para los siglos anteriores al XI y XII de nuestra era, la información disponible es exclusivamente arqueológica e incluso deductiva, en el supuesto que los sistemas

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descritos por los españoles a comienzos de la Conquista reproducían sistemas mucho más antiguos.

Al respecto parecería existir una notable diferencia entre los Andes ecuatoriales del norte y los Andes tropicales del sur. En los primeros las posibilidades ofrecidas por el escalonamiento casi no parecen haber sido utilizadas por un mismo grupo étnico (lo que no excluye los intercambios entre grupos instalados en diferentes pisos), mientras que en los Andes tropicales esas posibilidades fueron tempranamente aprovechadas con el establecimiento de "archipiélagos".

Parece que en los Andes colombianos se pasó de "un modo de vida seminómade o francamente sedentario -en sitios ribereños para poder utilizar al máximo las posibilidades nutritivas del pescado y moluscos con los productos de una pequeña agricultura (introducción de la yuca durante el segundo milenio a.C.)" (Tihay 1978), vinculado a la generalización del cultivo del maíz y frejo!. En un primer momento los ejes de poblamiento se sitúan a lo largo de los ríos, incluso en medios climáticos muy húmedos y no están acompañados por grandes desbrozamientos de la espesura.

En el segundo caso el maíz cambia profundamente los hábitos alimenticios y la utilización del medio. Como lo indica G. Reichel Dolmatoff (1965), el maíz, que en los medios más cálidos permite recoger anualmente dos y hasta tres cosechas, sirve de base alimenticia a una población que carece de proteínas. Es un producto almacenable, con mayor facilidad de transporte que el de la yuca y que eventualmente ayuda en los desplazamientos. Los sitios con maíz son más numerosos. Si las orillas de los ríos están ocupadas, los claros se abren en las pendientes bajas y medias de las cordilleras. Los Taironas de la Sierra Nevada de Santa Marta constituyen una sociedad que practica una agricultura de terrazas en base al cultivo de maíz, yuca, frejol y algodón, a la vez que construye edificios de piedra en asentamientos que responden ya a un patrón urbano; esto hasta 1,500 m. de altura. Los Chibchas o Muiscas que al parecer fueron una confederación en vísperas de la Conquista (Posada, Rosso, de Santis; Rodríguez 1977) estaban instalados en el límite de los pisos tibios, productores de maíz, y templados, de tubérculos, que no requerían un laboreo profundo.

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