Temas reflexión vfinal

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Curso 2012/2012. Temas de reflexi贸n. Redescubrir el camino de la fe para vivir m谩s intensamente la nueva evangelizaci贸n

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PLAN PASTORAL DIOCESANO 2012-2021 TEMAS DE REFLEXIÓN CURSO 2012/2013 REDESCUBRIR EL CAMINO DE LA FE PARA VIVIR MÁS INTENSAMENTE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN


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Curso 2012/2013

T e m a s d e r efle xió n Redescubrir el camino de la fe para vivir más intensamente la nueva evangelización PRESENTACIÓN GENERAL Comenzamos en este curso la aplicación del nuevo Plan Pastoral Diocesano de la Archidiócesis de Toledo, a través de la ejecución de su Primer Programa Anual, que tiene como objetivo global la búsqueda de la comunión de la Iglesia diocesana y la Iglesia doméstica como ayuda para el redescubrimiento de la fe. Bajo el lema “Feliz tú, que has creído”, en el Año de la Fe y con la Carta Apostólica Porta fidei como documento magisterial de referencia, buscaremos conseguir con la implicación de todas las realidades diocesanas –parroquias, movimientos, asociaciones, hermandades y cofradías, congregaciones religiosas– un triple objetivo: 1. Fomentar la comunión en la Iglesia diocesana mediante el compromiso de asumir el Plan Pastoral Diocesano y el Directorio Diocesano de Iniciación Cristiana 2. Redescubrir el camino de la fe para vivir más intensamente la Nueva Evangelización 3. Ayudar a la familia y desde la familia a celebrar los misterios de la fe, mediante la preparación y celebración del sacramento del Bautismo Los Temas para la reflexión que ahora se presentan se enmarcan en el segundo de los objetivos expuestos, y pretenden contribuir a la profundización en el conocimiento de los documentos del Magisterio de la Iglesia que son de absoluta referencia en el Año de la fe: Porta fidei, los diferentes textos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica. Están pensados para ser trabajados en cualquier tipo de grupo, ya sea parroquial o perteneciente a algún movimiento, asociación o congregación religiosa, y son complementarios a los planes de formación propios que se puedan estar llevando en cada realidad. El hecho de que las diferentes realidades presentes en la Archidiócesis de Toledo los adopten como instrumento para su reflexión ayudará, igualmente, a crear comunión. Cada uno de los Temas tiene una introducción doctrinal en la que se van desgranando las principales cuestiones que afectan al objeto de estudio, a la que se acompaña un anexo con preguntas y pautas para la reunión de grupo. Basados en la metodología de la revisión de vida (Ver, Juzgar, Actuar), permitirán conectar la formación con la propia

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vida y, a través de la reflexión, la oración y el compromiso personal y comunitario, ayudarán a tratar de transformar nuestra realidad concreta. Al igual que se hizo con los Temas para la preparación del Plan Pastoral Diocesano, se pide que se hagan llegar las conclusiones y propuestas a las que conduzca el trabajo en grupo a la Secretaría de Coordinación del Plan Pastoral Diocesano, a través de la siguiente dirección de correo electrónico: secretariappd@architoledo.org. Desde la Secretaría se hará un resumen de las sugerencias recibidas, que será enviado a todos los grupos que han hecho aportaciones y debidamente difundidas por medio de los cauces habituales. 6


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Tema 1

Celebrar el año de la fe Presentación y Comentario de la Carta Apostólica de Benedicto XVI Porta fidei con la que convoca el Año de la fe. 7 Objetivo: Acoger la invitación de Benedicto XVI a celebrar con toda la Iglesia un Año de la fe mediante la lectura, personal y en grupo, de la Carta Apostólica Porta fidei. Secundar las orientaciones del Santo Padre para toda la Iglesia universal es el punto de partida para asumir los objetivos y líneas de acción del Plan Pastoral Diocesano para el curso 2012-2013.

El 16 de octubre de 2011 el Papa Benedicto XVI anunció la convocatoria de un Año de la fe cuyo sentido sería ilustrado con una carta apostólica que se publicaría después. El marco de ese anuncio fue la homilía pronunciada en la Santa Misa con la que se clausuró en la Basílica de San Pedro el Primer Encuentro Internacional de Nuevos Evangelizadores. Desde su primer anuncio, el objetivo del Año de la fe era formulado con gran claridad: «dar renovado impulso a la misión de toda la Iglesia de conducir a los hombres fuera del desierto –en el que a menudo se encuentran– hacia el lugar de la vida, la amistad con Cristo que nos da su vida en plenitud» . El mismo Papa señalaba el camino para alcanzar esta meta: «Será un momento de gracia y de compromiso por una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra fe en él y para anunciarlo con alegría al hombre de nuestro tiempo» . El año quedaba fijado entre dos fechas significativas: la apertura, el 11 de octubre de 2012, en el 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II; y la clausura, el 24 de noviembre de 2013, en la solemnidad de Cristo Rey del Universo, último domingo del año litúrgico. Momentos después, durante las palabras previas al rezo del Angelus, el Papa volvía a anunciar la convocatoria del Año de la fe y remitía de nuevo a la carta apostólica, ya escrita y de pronta publicación, en la que se encontraban las motivaciones, las 1 2

BENEDICTO XVI, Homilía en la Santa Misa del Encuentro de Nuevos Evangelizadores (16.10.2011). Ibidem.


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finalidades y las líneas directivas de ese Año. Benedicto XVI añadía, además, dos referencias históricas de gran importancia para comprender el alcance de la convocatoria: el Año de la fe impulsado por Pablo VI en 1967, con ocasión del decimonoveno centenario del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo, «en un período de grandes cambios culturales»; y el medio siglo transcurrido desde la apertura del Concilio «vinculada a la feliz memoria del beato Papa Juan XXIII» . Con estas referencias, se volvía a proponer el objetivo fundamental del nuevo Año de la fe que ahora se convocaba: «conviene destacar la belleza y la centralidad de la fe, la exigencia de reforzarla y profundizarla a nivel personal y comunitario, y hacerlo no tanto en una perspectiva celebrativa, sino más bien misionera, precisamente en la perspectiva de la misión ad gentes y de la nueva evangelización» . La publicación de la carta apostólica llegó un día después. El lunes 17 de octubre de 2011 la Sala de Prensa de la Santa Sede la hizo pública en latín, italiano e inglés. En los días siguientes fueron apareciendo las versiones en otras lenguas. El documento pertenece al género de las cartas apostólicas en forma de motu proprio, tal como encontramos también en la convocatoria de “años temáticos” precedentes, para destacar la iniciativa del Santo Padre que orienta a los fieles de toda la Iglesia Católica a fin de impulsar unas acciones pastorales precisas. La Carta transmite la urgencia de la respuesta evangelizadora que la Iglesia está llamada a ofrecer a nuestro mundo en el momento presente. El lenguaje es sencillo y directo, esperanzador y entusiasmante. Quien lea la carta sin prejuicios descubrirá la palabra amable del Vicario de Cristo que invita desde el amor del Señor a volver a descubrir la belleza de la fe y el entusiasmo de comunicar a otros la alegría inmarcesible que recibimos de Jesucristo en su Iglesia.

¿Por qué ahora un año de la fe? En su convocatoria, Benedicto XVI señaló el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II como el acontecimiento que ha determinado el momento. En Porta fidei se recuerda, además, otro aniversario: el de la promulgación, treinta años después, del Catecismo de la Iglesia Católica. El Papa relaciona ambas efemérides con el año de la fe de 1967, en cuanto Pablo VI vio ese Año como una consecuencia y exigencia postconciliar, consciente de las dificultades de entonces con respecto a la profesión de la fe verdadera y de su recta interpretación. 1. Pablo VI y el Año de la fe (1967) El Año de la fe de Pablo VI es el precedente que Benedicto XVI ha tenido a la vista a la hora de convocar uno nuevo. Aquel año fue propuesto mediante la Exhortación Apostólica Petrum et Paulum (22.2.1967) para conmemorar el decimonoveno centenario del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo. El Papa concibió esa celebración 3 4

BENEDICTO XVI, Angelus (16.10.2011). Ibidem.

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como una ocasión propicia para que todo el Pueblo de Dios tomase «exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla»5. Al invitar a que todos los fieles profesaran de manera explícita el Credo en celebraciones llevadas a cabo en días señalados en todos los ámbitos de la vida eclesial (diócesis, parroquias, familias, institutos de vida consagrada, universidades, etc.), Pablo VI recordaba también motivos de preocupación ante peligros que entonces acechaban la fe. Se refería el Papa a peligros presentes fuera de la Iglesia, como la creciente pérdida del sentido religioso que lleva al olvido y a la negación de Dios con los consecuentes desequilibrios lógicos, morales y sociales6. Pero se refería también a peligros surgidos dentro de la misma Iglesia, señalando en este caso, dos concretos: i) la existencia de opiniones exegéticas y teológicas nuevas que, con el pretexto de adaptar el pensamiento religioso a la mentalidad del mundo moderno, deforman el sentido objetivo de las verdades enseñadas de forma autorizada por la Iglesia; y, ii) la llamada “mentalidad postconciliar” que ignora la firme armonía de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, invirtiendo el sentido de su fidelidad a la Tradición para difundir la ilusión de un cristianismo sujeto a una nueva interpretación arbitraria y estéril7. 2. El Concilio Vaticano II, “brújula segura para nuestro tiempo” En relación al Año de la fe convocado por Pablo VI, Benedicto XVI ha destacado en Porta fidei tres datos: la motivación de su predecesor, el momento histórico y la próximidad con el Concilio Vaticano II. Del primer dato se subraya la necesidad de que en toda la Iglesia se diese una auténtica y sincera profesión de la misma. Del segundo, las graves dificultades del tiempo, sobre todo en lo que se refiere a la profesión de la fe verdadera y de su recta interpretación. Del tercero, el percibir ese Año como una consecuencia y exigencia postconciliar. El recuerdo de estos tres datos es de gran importancia para comprender la decisión de Benedicto XVI de convocar ahora un nuevo Año de la fe. Como en 1967, el Sucesor de Pedro advierte que «también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe»8. La situación actual es calificada por el Papa como de «profunda crisis de fe» que provoca, en la cultura contemporánea, la pérdida de la referencia a los contenidos de la fe y a los valores que inspira9. Por eso, el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II es «ocasión propicia» para 5

PABLO VI, Exhortación Apostólica Petrum et Paulum (22.2.1967). «Os es manifiesto, Venerados Hermanos e Hijos queridos, cómo, en su evolución, el mundo moderno, lanzado hacia admirables conquistas en el dominio de las cosas exteriores y orgulloso de una creciente conciencia de sí mismo, tiende al olvido y a la negación de Dios, y padece los desequilibrios lógicos, morales y sociales que la decadencia religiosa trae consigo, y se resigna a ver al hombre agitado por turbias pasiones e implacables angustias: donde falta Dios falta la razón suprema de las cosas, falta la luz primera del pensamiento, falta el indiscutible imperativo moral, del cual el orden humano tiene necesidad»: PABLO VI, Exhortación Apostólica Petrum et Paulum (22.2.1967). 7 «Se intenta introducir en el Pueblo de Dios una mentalidad que llaman “postconciliar”, que del Concilio deja a un lado la firme coherencia de sus amplios y magníficos desarrollos doctrinales y legislativos, con el tesoro de ideas y de normas prácticas de la Iglesia, para despojarlo de su espíritu de fidelidad tradicional y para difundir la ilusión de dar del cristianismo una nueva interpretación, temeraria y estéril»: Ibidem. 8 BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 7. 9 Cf. ibidem 2. 6

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comprender que –en palabras del Beato Juan Pablo II– «con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza»10.

Con el Año de la Fe, inaugurado en el aniversario de la apertura del Concilio, Benedicto XVI desea reafirmar con fuerza lo que ya dijo en los meses iniciales de su pontificado: si el Concilio es leído y acogido según una hermenéutica correcta, «puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia»11. La recepción del Concilio según una hermenéutica correcta es, sin duda, una de las claves para comprender la orientación que el Papa desea dar al Año de la Fe. Se puede decir, incluso, que ésta es una de las claves fundamentales para comprender todo el magisterio de Benedicto XVI. Después de cincuenta años, la Iglesia católica se encuentra aún inmersa en la tarea ingente de la recepción correcta del Concilio Vaticano II. El Año de la fe aparece como una iniciativa de Benedicto XVI, llevada a cabo en continuidad con los Pontífices que le han precedido, para que la herencia conciliar siga produciendo frutos de una renovación desarrollada en el surco de la Tradición viva de la Iglesia. 1. Las orientaciones de Porta fidei La carta apostólica consta de quince parágrafos numerados dispuestos de manera continua sin divisiones ni epígrafes. La exposición progresa de manera fluida en torno al tema de la fe, anunciado ya desde el título. Aunque no existen apartados en el documento, es posible descubrir en él una estructuración en dos grandes partes, precedidas de una introducción y cerradas con una conclusión. Introducción (1): de la puerta de la fe a la vida de comunión con Dios Trinidad Primera Parte: el Año de la fe - justificación (2-3): crisis de fe y necesidad del hombre actual - convocatoria (4-5): precedente y ocasión (Concilio Vaticano II) - sentido (6-9): conversión, alegría, fortalecimiento, reflexión, confesión Segunda Parte: el don de la fe (¿qué significa creer?) - creer con el corazón y profesar con los labios (10) - los contenidos de la fe, el Catecismo de la Iglesia Católica (11-12) - la historia de nuestra fe, santidad y pecado (13) - la fe y la caridad (14) Conclusión (15): vencer la pereza, fortalecer la relación con Cristo, acudir a María.

La Primera Parte se ocupa de la convocatoria del Año de la fe en tres momentos: justificación, ocasión y sentido. La justificación de la convocatoria remite a una preocupación presente desde el comienzo del Pontificado de Benedicto XVI: el 10

JUAN PABLO II, Carta Apostólica Novo Millennio ineunte (6.1.2001), 57; BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 5. 11 BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia Romana (22.12.2005).

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momento actual está marcado por una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas. En tal situación, no debemos dejar que la sal y la luz pierdan su fuerza. También hoy el hombre actual puede sentir la necesidad de escuchar a Jesús en la Iglesia. Creer en Jesucristo es el camino para llegar de modo definitivo a la salvación. La convocatoria se realiza teniendo presente el año de la fe convocado por Pablo VI en 1967 y, sobre todo, el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. El Año de la fe se propone como ocasión propicia para continuar la tarea aún no concluida de recibir la herencia conciliar según una correcta hermenéutica. El sentido, es decir, la motivación que da razón última de la iniciativa orientando sus propuestas, es “la renovación siempre necesaria de la Iglesia”, a la cual se exhorta llamando a la conversión12, a la nueva evangelización para volver a descubir la alegría de creer13, al fortalecimiento de la fe14, a la reflexión sobre la fe para ayudar a otros a creer15, a confesar la fe con plenitud y renovada convicción16. En la Segunda Parte el Papa ofrece la fundamentación teológica que sostiene el sentido del Año de la fe y las iniciativas que a partir de él se propondrán. La fundamentación reside en la unidad profunda que existe entre el acto con el que se cree y los contenidos que se creen. Benedicto XVI ofrece a modo de esbozo una explicación de lo que significa creer en cuatro momentos. Primero muestra las dos dimensiones inseparables de la fe siguiendo la formulación de san Pablo: con el corazón se cree y con los labios se profesa (cf. Rm 10, 10). Se explica ahí la relación entre la fe como don de Dios que actúa en lo más íntimo del ser humano y la fe como conocimiento del misterio salvífico revelado por Dios. En segundo lugar, al tratar de los contenidos de la fe, el Papa remite al Catecismo de la Iglesia Católica, indicando que el Año de la fe deberá expresar un compromiso firme para descubrir de nuevo y estudiar los contenidos fundamentales de la fe que el Catecismos sintetiza. En tercer lugar, invita el Papa a recorrer durante el Año de la fe “la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado”17. Teniendo la mirada fija en Cristo que inició y completa nuestra fe (Hb 12, 2), se pide recurrir al testimonio luminoso de fe que los santos siguen ofreciendo a lo largo de los siglos: desde María Santísima, los apóstoles, los discípulos y los mártires, a todas las personas consagradas, y los hombres y mujeres de toda edad que han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús en diferentes estados de vida. En cuarto, y último lugar, la relación entre el acto de creer y el contenido de la fe se ilustra señalando el vínculo que mantiene unidas las virtudes teologales: la fe y el amor se necesitan mutuamente, y ambas permiten mirar con esperanza nuestro compromiso en el mundo mientras aguardamos los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. 2 P 3, 13; Ap 21, 1). 12

«... el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo»: BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 6. 13 «Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe»: BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 7. 14 «Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo»: BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 7. 15 «Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda. Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo»: BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 8. 16 «Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza»: BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 9. 17 BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 13.

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2. El vínculo entre el acto de fe y su contenido La visión de conjunto del documento arroja un dato muy revelador: las iniciativas concretas que darán forma al Año de la fe no deben olvidar el vínculo inseparable entre el acto de fe y su contenido. La teología patrística distinguía entre fides qua y fides quae para indicar ambas dimensiones18. El acto por el que el creyente, movido por la gracia, presta el asentimiento de su voluntad (se adhiere) a Dios mismo que se revela es inseparable del conjunto de las verdades que Dios revela. Cuando una persona cree, al mismo tiempo que entrega su vida a Dios, asume como verdadero todo cuanto de Él recibe. La fe con la que se cree (fides qua) está determinada por lo que se cree (fides quae). La dimensión subjetiva de la fe es inseparable de su profesión objetiva. Cuando ésta se altera, aquélla se ve dañada. Las referencias de Benedicto XVI al Catecismo de la Iglesia Católica y al Concilio Vaticano II, como formulación reciente de lo que la Iglesia cree, son de capital importancia para descubrir que el Año de la fe no quiere ser una exaltación de creencias subjetivas más o menos compartidas por otros, sino una ocasión propicia para confesar la fe en el Señor Resucitado, momento idóneo para profesar en nuestro mundo el Credo. Se entiende así por qué «redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe hacer suyo, sobre todo en este Año»19.

Las enseñanzas de Porta fidei van más allá de lo que se puede percibir en simple visión de conjunto. La Carta está al servicio de una convocatoria, por eso, encontramos en ella propuestas, invitaciones, sugerencias. Todas ellas brotan de una necesidad a la que se quiere dar respuesta desde la doctrina de la fe, es decir, desde la luz que brota de la Palabra de Dios recibida y transmitida por la Iglesia. La necesidad es señalada por Benedicto XVI en términos de “exigencia”, recordando una constante de todo su pontificado: Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo20.

El Año de la fe responde a esa exigencia. Porta fidei se abre con un párrafo introductorio en el que se describe la vida cristiana como un camino que empieza con el bautismo y concluye con el paso de la muerte a la vida eterna. A ese camino se accede atravesando “la puerta de la fe” mediante la escucha de la Palabra de Dios y la gracia 18

La distinción se encuentra en San Agustín: «Decimos con plena verdad que la fe impresa en los corazones de los creyentes, que creen una misma cosa, proviene de una determinada doctrina; pero una cosa es lo que se cree, y otra la fe por la cual se cree (sed aliud sunt ea quae creduntur, aliud fides qua creduntur): AGUSTÍN DE HIPONA, De Trinitate XIII, 2, 5 (CCL 50, 386; BAC 39, 596). 19 BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 9. 20 BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 2.

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que transforma el corazón. La fe aparece, en primer lugar, como la puerta que conduce a la vida verdadera. Toda la Carta Apostólica aparece como una hermosa catequesis sobre la naturaleza de la fe (“¿qué significa creer?”) y sus dimensiones. En ella encontramos una invitación a profundizar en la propia fe y en su transmisión como camino para fortalecerla y para llamar a otros a la fe. La Carta apostólica se concluye con una triple invitación: es necesario vencer la pereza (“que nadie se vuelva perezoso en la fe”), fortalecer la relación con Cristo y confiar a la Madre de Dios el Año de la fe, “tiempo de gracia”. El 21 de junio de 2012 fue presentado en la Oficina de Prensa de la Santa Sede el Año de la fe. Intervinieron en el acto el arzobispo Rino Fisichella y monseñor Graham Bell, respectivamente Presidente y Subsecretario del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. Se anunciaron los grandes acontecimientos que irán completando paulatinamente el calendario y se dió a conocer la página web y el logo del Año. En su intervención, Mons. Fisichella recordó la Carta Apostólica Porta fidei y a partir de ella señaló los tres grandes objetivos del Año de la fe. En ellos, ciertamente, encontramos el sentido último de este documento: i) sostener la fe de tantos creyentes que, en medio de las fatigas cotidianas, no cesan de confiar su vida al Señor; ii) responder a la profunda crisis de fe de nuestro tiempo; y, iii) volver a encontrar el espíritu misionero necesario para dar vida a la nueva evangelización. ANEXO CUESTIONARIO PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y EN GRUPO

VER 1.-Habla el Papa en Porta Fidei de “una profunda crisis de fe” en la sociedad actual que afecta a muchas personas. ¿Cómo se manifiesta en nuestros ambientes esta crisis de fe? 2.-¿Cuáles creemos que son los principales problemas y desafíos que la cultura actual presenta a nuestra fe cristiana? ¿Y cuáles son las oportunidades que nos puede ofrecer esta cultura para la transmisión de la fe?

J U Z G AR 1.-El Papa ofrece a modo de esbozo una explicación de lo que significa creer en cuatro momentos: a)

Siguiendo la formulación de san Pablo: con el corazón se cree y con los labios se profesa (cf. Rm 10, 10). Se explica ahí la relación entre la fe como don de Dios que actúa en los más íntimo del ser humano y la fe como conocimiento del misterio salvífico revelado por Dios.

b)

En segundo lugar, al tratar de los contenidos de la fe, el Papa remite al Catecismo de la Iglesia Católica, indicando que el Año de la fe deberá expresar un compromiso firme para descubrir de nuevo y estudiar los contenidos fundamentales de la fe que el Catecismo sintetiza.

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c)

En tercer lugar, invita el Papa a recorrer durante el Año de la fe “la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado”.

d)

En cuarto, y último lugar, la relación entre el acto de creer y el contenido de la fe se ilustra señalando el vínculo que mantiene unidas las virtudes teologales: la fe y el amor se necesitan mutuamente, y ambas permiten mirar con esperanza nuestro compromiso en el mundo mientras aguardamos los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. 2 P 3, 13; Ap 21, 1).

¿Cuáles de estos cuatro momentos creemos que necesitan de una reflexión profunda en la pastoral ordinaria y en los planes de formación de los cristianos de nuestra Diócesis en este Año de la Fe? ¿Qué propuestas concretas y realistas pueden formularse en este sentido? 2.- “En esta perspectiva, -dice el Papa- el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo”, necesaria para la “renovación de la Iglesia” ¿Qué aspectos necesitados de conversión vemos en nuestra propia realidad personal para hacer posible esa necesaria renovación? ¿Y en nuestra Iglesia Diocesana?

ACTUAR 1.- La carta apostólica concluye con una triple invitación a) Vencer la pereza b) Fortalecer la relación con Cristo c) Confiar a la Madre de Dios “este tiempo de gracia” ¿Qué podemos hacer personalmente y en grupo para responder a esta triple invitación? Concretémoslo en un compromiso personal y en un compromiso comunitario. 2.- En la carta apostólica, el Papa nos señala que “Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree” ¿Nuestras comunidades y realidades eclesiales están preparadas para este testimonio y compromiso público de la fe? ¿Por dónde deberíamos caminar como comunidad cristiana diocesana para hacer realidad este testimonio y compromiso público? Especifiquemos alguna propuesta que pueda ser asumida como compromiso.

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TEMA 1 FICHA DE PROPUESTAS PARA EL PLAN PASTORAL DATOS IDENTIFICATIVOS DE LA PERSONA O GRUPO Nombre y apellidos: Parroquia, movimiento asociación, grupo,… Localidad:

SUGERENCIAS CONCRETAS PARA DAR RESPUESTA A LOS RETOS QUE NOS HA SUGERIDO LA REFLEXIÓN SOBRE EL TEMA

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Tema 2

La reforma impulsada por el Concilio Vaticano II 17 Objetivo: Acoger la invitación de Benedicto XVI en el Año de la fe a volver sobre los textos del Concilio Vaticano II para encontrar en ellos “una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza”. El presente tema no pretende repasar los contenidos de los documentos conciliares sino motivar su lectura y correcta interpretación recordando la intención de los Papas que lo impulsaron.

Benedicto XVI ha querido convocar el Año de la fe coincidiendo con el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. Al hacerlo ha invitado a volver sobre los textos conciliares para seguir encontrando en ellos una fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia. He pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza»21. Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran

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JUAN PABLO II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte (6.1.2001), 57: AAS 93 (2001), 308.


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fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia»22.23

Con el Año de la Fe, inaugurado en el aniversario de la apertura del Concilio, Benedicto XVI desea reafirmar con fuerza lo que ya dijo en los meses iniciales de su pontificado: si el Concilio es leído y acogido según una hermenéutica correcta, «puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia»24. La recepción del Concilio según una hermenéutica correcta es, sin duda, una de las claves para comprender la orientación que el Papa desea dar al Año de la Fe. Se puede decir, incluso, que ésta es una de las claves fundamentales para comprender todo el magisterio de Benedicto XVI. Habrá, pues, que volver al discurso que el Papa dirigió a la Curia Romana el 22 de diciembre de 2005 a fin de que la lectura renovada de los textos conciliares durante el Año de la Fe vuelva a dar nuevo impulso a la recepción fecunda del Concilio Vaticano II. En ese discurso, el Santo Padre rememoraba el cuarenta aniversario de la clausura del Concilio recuperando un texto de san Basilio de Cesarea25. En su tratado Sobre el Espíritu Santo, el obispo capadocio describe la situación en la que se encuentra la Iglesia unos cuarenta años después del Concilio de Nicea (325), primer concilio ecuménico, con estas palabras: ¿A qué asemejaremos la presente situación? Sin duda se parece a un combate naval que por viejas ofensas han trabado algunos hombres avezados en las batallas navales y amantes de la guerra, y que alimentan abundante odio mutuo... Un clamor bronco de los que por la controversia se enzarzan en mutua refriega, un vocerío confuso y un ruido indistinto de alborotos que no callan nunca tienen ya casi llena a toda la Iglesia, subvertiendo por exceso y por defecto la recta doctrina de la piedad26.

Tras citar las palabras de san Basilio, el Papa añadió: «No queremos aplicar esta descripción dramática a la situación del post-Concilio, pero ciertamente algo de lo que ha sucedido se refleja en ella: ¿por qué la recepción del Concilio en grandes partes de la Iglesia, se ha desarrollado hasta ahora de manera tan difícil?»27. El mismo Papa ofrece la respuesta: la recepción del Concilio ha estado condicionada por dos maneras contrarias de interpretarlo. Una ha sido la interpretación (o hermenéutica) de la discontinuidad y de la ruptura; otra opuesta, la de la reforma. La primera ha causado confusión; la segunda, silenciosa aunque cada vez más visible, sigue produciendo frutos. Después de cincuenta años, la Iglesia católica se encuentra aún inmersa en la tarea ingente de la recepción correcta del Concilio Vaticano II. El Año de la fe aparece como una iniciativa de Benedicto XVI, llevada a cabo en continuidad con los Pontífices que le han precedido, para que la herencia conciliar siga produciendo frutos de una renovación desarrollada en el surco de la Tradición viva de la Iglesia.

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BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia Romana (22.12.2005): AAS 98 (2006), 52. BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 5. 24 BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia Romana (22.12.2005). 25 Cf. BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia (22.12.2005). 26 BASILIO DE CESAREA, De Spiritu Sancto 30, 76.77 (BPa 32, 238.241). 27 BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia (22.12.2005). 23

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1. ¿Qué reforma ha querido impulsar el Concilio Vaticano II? 1.1. El Concilio que quiso el beato Juan XXIII El Papa Juan XXIII, a menos de noventa días de su elección como sucesor de Pío XII, el 25 de enero de 1959, anunciaba la decisión de convocar un nuevo concilio con las siguientes palabras: Pronuncio ante vosotros, ciertamente temblando un poco de emoción, pero al mismo tiempo con humilde resolución en cuanto al objetivo, el nombre y la propuesta de una doble celebración: un sínodo diocesano para la Urbe y un Concilio General para la Iglesia universal.

Estas palabras fueron pronunciadas durante un discurso dirigido a un reducido grupo de cardenales que se habían reunido para la liturgia conclusiva de la semana de oración por la unidad de las Iglesias, en Roma, en la basílica de San Pablo Extramuros. El Papa añadía que sínodo y Concilio «conducirán felizmente a la anunciada y esperada actualización (aggiornamento) del Código de Derecho Canónico». Se trataba –insistía el Papa– de «una resolución decidida por las demandas de algunas formas antiguas de afirmación doctrinal y de sabias ordenanzas de disciplina eclesiástica que, en la historia de la Iglesia, en épocas de renovación, dieron frutos de extraordinaria eficacia». Juan XXIII evocaba los grandes concilios ecuménicos de la Historia de la Iglesia, y auguraba, al convocar uno nuevo, frutos de renovación como también en el pasado se habían dado. El Papa afirmaba además: ... por lo que se refiere a la celebración del Concilio ecuménico, se orienta no sólo a la edificación del pueblo cristiano, sino que quiere ser también una invitación a las Iglesias separadas para la búsqueda de la unidad, que tantas almas anhelan hoy en todos los lugares de la tierra.

El anuncio resultó inesperado, imprevisto y sorprendente para casi todos, pues la mayoría se hallaba preocupada por el clima de “guerra fría” entre el bloque soviético y el bloque occidental, y satisfecha con una situación intraeclesial de cierta serenidad, tras la dramática conmoción de la Segunda Guerra Mundial. El Papa, en cambio, había hablado al convocar el Concilio de “tiempo de renovación”. Según él, la Iglesia estaba en el umbral de una coyuntura histórica de excepcional densidad. En tal circunstancia, señalaba lo que se debía hacer: [es necesario] precisar y distinguir entre aquello que es principio sagrado y evangelio eterno y aquello que es mudable según los tiempos... Estamos entrando en un tiempo que podría llamarse de misión universal... –y añadía– es necesario hacer nuestra la recomendación de Jesús de saber distinguir los “signos de los tiempos” ... y detectar en medio de tantas tinieblas no pocos indicios que nos llevan a esperar.

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Distinguir entre lo que es «principio sagrado y evangelio eterno» y lo que es «mudable según los tiempos». La reforma auspiciada por Juan XXIII implicaba, ante todo, un ejercicio de discernimiento. En la Constitución Apostólica Humanae salutis, del 25 de diciembre de 1961, convocó oficialmente el Papa el Concilio Vaticano II para el año próximo, describiendo el momento de gracia en el que se iba a celebrar la reunión conciliar y señalando sus objetivos fundamentales: El próximo Sínodo ecuménico se reúne felizmente en un momento en que la Iglesia anhela fortalecer su fe y mirarse una vez más en el espectáculo maravilloso de su unidad; siente también con creciente urgencia el deber de dar mayor eficacia a su sana vitalidad y de promover la santificación de sus miembros, así como el de aumentar la difusión de la verdad revelada y la consolidación de sus instituciones. Será ésta una demostración de la Iglesia, siempre viva y siempre joven, que percibe el ritmo del tiempo, que en cada siglo se adorna de nuevo esplendor, irradia nuevas luces, logra nuevas conquistas, aun permaneciendo siempre idéntica a sí misma, fiel a la imagen divina que le imprimiera en su rostro el divino Esposo, que la ama y protege, Cristo Jesús28.

En la perspectiva de Juan XXIII, convocado el Concilio, “reforma” se centraba en tres puntos: i) santificación (“dar mayor eficacia a su vitalidad y promover la santificación de sus miembros”); ii) misión (“aumentar la difusión de la verdad revelada”); y, iii) consolidación (“consolidar sus instituciones”). Para que esto fuera posible, señalaba el Papa una sola condición: “fidelidad de la Iglesia” que consiste en “permanecer siempre idéntica a sí misma”, leal “la imagen divina de su divino Esposo”. 1.2. La “reforma” de la Iglesia según el Papa Pablo VI En el discurso de apertura de la segunda etapa conciliar, el 29 de septiembre de 1963, el recién elegido Papa Pablo VI (21.6.1963), trazó las líneas que el concilio debía seguir recorriendo, manteniendo la orientación del Papa anterior. Señaló, en concreto, cuatro caminos: i) profundización en la conciencia que la Iglesia tiene de sí misma; ii) renovación de la misma Iglesia; iii) diálogo de la Iglesia con los hombres de nuestro tiempo; y, iv) búsqueda de la unidad con los cristianos. El último camino aparecería como consecuencia de haber recorrido los tres anteriores. Diez meses después, el 6 de agosto de 1964, el Papa publicó la Encíclica Ecclesiam suam “sobre los caminos que la Iglesia debe seguir en la actualidad para cumplir su misión”. El día previo a su publicación, el mismo Papa anunciaba la Encíclica resumiendo su contenido: Los caminos que indicamos son tres. El primero es espiritual; se refiere a la conciencia que la Iglesia debe tener y fomentar de sí misma. El segundo es moral; se refiere a la renovación ascética, práctica, canónica, que la Iglesia necesita para conformarse a la conciencia mencionada, para ser pura, santa, fuerte, auténtica. Y el tercer camino es apostólico; lo hemos designado con términos hoy en boga: el diálogo; es decir, se refiere este camino al modo, al arte, al estilo que la Iglesia debe difundir en su actividad ministerial en el concierto disonante, voluble y complejo del mundo contemporáneo. Conciencia, renovación, diálogo

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JUAN XXIII, Constitución Apostólica Humanae salutis (25.12.1961), 6.

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son los caminos que hoy se abren ante la Iglesia viva y que forman los tres capítulos de la encíclica 29.

Para Pablo VI, por tanto, son tres los pilares sobre los que se debe fundamentar la reforma que el Concilio Vaticano II debía impulsar: i) conciencia de sí misma, es decir, profundización en su propia vocación y misión (lo que es y lo que está llamada a ser); ii) renovación de la vida eclesial, lo cual implica reforma de las costumbres (renovación ascética), práctica (que implica los diferentes ámbitos de la acción eclesial: transmisión de la fe, moral, celebración y oración), y canónica (reforma de las instituciones); y, iii) diálogo con el mundo contemporáneo, es decir, infundir un nuevo estilo a la actividad ministerial que la Iglesia debe desempeñar. En esta Encíclica, Pablo VI trazaba un verdadero programa de reforma, que recogía el eco de la actividad conciliar al tiempo que le infundía el impulso definitivo. No obstante, el mismo Papa era consciente de que los deseos nobles de reforma, ya en los años mismos del concilio, sufrían el envite de propuestas desconcertantes, que, ignorando el principio de discernimiento establecido por Juan XXIII, consideraban accesorio lo esencial y propugnaban una ruptura con lo anterior identificando la reforma con un “re-inventarlo todo”. En la segunda parte de la Encíclica Ecclesiam suam, Pablo VI sale al paso de esas concepciones equivocadas estableciendo una serie de criterios fundamentales para distinguir la verdadera reforma de las falsas. Afirma el Papa: Ante todo, debemos recordar algunos criterios que nos adviertan las orientaciones con que hay que procurar esta reforma. La cual no puede referirse ni a la concepción esencial ni a las estructuras fundamentales de la Iglesia católica. La palabra reforma estaría mal empleada si la usáramos en ese sentido... De modo que, en este punto, si se puede hablar de reforma, no se debe entender cambio, sino más bien confirmación en el empeño de conservar la fisonomía que Cristo ha dado a su Iglesia; más aún: de querer devolverle siempre su forma perfecta, que, por una parte, corresponda al plan primigenio y que, por otra, sea reconocida como reconocida y aprobada en aquel desarrollo necesario que, como árbol de la semilla, ha dado a la Iglesia, partiendo de aquel diseño, su legítima forma histórica y concreta. No nos engañe el criterio de reducir el edificio de la Iglesia, que se ha hecho amplio y majestuoso para la gloria de Dios, como magnífico templo suyo, a sus proporciones iniciales mínimas, como si aquéllas fuesen las únicas verdaderas, las únicas buenas; ni nos fascine el deseo de renovar la estructura de la Iglesia por vía carismática, como si fuese nueva y verdadera aquella expresión eclesial que naciese de ideas particulares (...) introduciendo así sueños arbitrarios de renovaciones artificiosas en el diseño constitutivo de la Iglesia. Debemos servir a la Iglesia tal cual es y amarla con sentido inteligente de la historia y con la humilde búsqueda de la voluntad de Dios que asiste y guía la Iglesia, aun cuando permite que la debilidad humana oscurezca algo la pureza de sus líneas y la belleza de su acción. Esta pureza y esta belleza son las que estamos buscando y queremos promover 30.

De esta extensa cita podemos extraer, a modo de enunciado, los rasgos que distinguen la verdadera de la falsa reforma. Falsa reforma es aquella que pretende: i) cambiar la concepción esencial y las estructuras fundamentales de la Iglesia; ii) volver al pasado, a la Iglesia en su proporción inicial mínima; y, iii) adoptar la “vía carismática”, es decir, la de una supuesta asistencia particular del Espíritu, para enfrentarse a la institución 29 30

PABLO VI, Audiencia General (5.8.1964). PABLO VI, Carta Encíclica Ecclesiam suam (6.8.1964), 22.

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eclesial. Por el contrario, verdadera reforma es aquella que: i) lleva a la Iglesia a profundizar en la conciencia de su identidad y misión; ii) asume las exigencias de perfeccionamiento y santidad de sus miembros, es decir, impulsa a una continua purificación y santificación de los hijos, ya que la Iglesia es la Esposa santa de Cristo, formada en este mundo por pecadores; iii) promueve el servicio y amor a la Iglesia «con sentido inteligente de la historia y con la humilde búsqueda de la voluntad de Dios». El Concilio Vaticano II hizo suyos estos criterios de reforma, hasta el punto que todos y cada uno de los documentos conciliares pueden ubicarse dentro de la triple orientación dada por Pablo VI en su encíclica. Para darse cuenta de ello basta simplemente repasar la temática de las cuatro grandes constituciones conciliares: ¿qué es la Constitución Dei Verbum, sobre la divina revelación, sino la invitación a buscar continuamente la voluntad divina en la Palabra de Dios, escrita y transmitida, confiada a la Iglesia? ¿qué es la Constitución Lumen gentium, sino la profundización y toma de conciencia por parte de la Iglesia, de su propia identidad y misión? ¿qué es la Constitución Sacrosanctum Concilium, sino la mirada de la Iglesia a la celebración de la fe para purificarla de modo que resplandezca en ella más y mejor la Presencia viva de su Señor? ¿qué es, en fin, la Constitución Gaudium et Spes, sino los brazos extendidos de la Iglesia al mundo contemporáneo para compartir con todos los hombres sus gozos y angustias y llevarles al gozoso encuentro con Cristo?

1. ¿Cómo se ha aplicado la reforma conciliar hasta nuestros días? La recepción de la reforma conciliar no ha estado exenta de dificultades. Ya Pablo VI, un mes antes de la clausura del Concilio (18.11.1965) realizaba un diagnóstico certero sobre los sentimientos encontrados que se estaban generando y trazaba la senda que los hijos de la Iglesia debían recorrer a partir de ese momento: Ahora bien, nos parece que es muy importante que nos demos cuenta de cuál deba ser nuestra actitud de ánimo en el período posconciliar. La celebración del Concilio ha suscitado, a nuestro juicio, tres diferentes momentos espirituales. El primero fue el del entusiasmo. Era justo que fuera así: estupor, alegría, esperanza, un sueño casi mesiánico, acogieron el anuncio de la esperada y, sin embargo, inesperada convocación; una brisa de primavera pasó al comienzo sobre todos los ánimos. Siguió un segundo momento, el del efectivo desarrollo del Concilio, que se caracterizó por la problematicidad; ese aspecto de la problemática era lógico que acompañase al trabajo conciliar, que fue, como vosotros sabéis, inmenso... Pero, en algunos sectores de la opinión pública, todo se convirtió en discutido y discutible, todo apareció difícil y complejo; se pretendió someter todo a la crítica y a la impaciencia de las novedades. Aparecieron inquietudes, corrientes, temores, audacias, arbitrariedades; todo se hizo dudoso, incluso los cánones de la verdad y de la autoridad... Viene, por esto, el tercer momento, el de los propósitos, el de la aceptación y de la ejecución de los decretos conciliares. Y este es el momento para el que cada uno debe disponer su propio espíritu. La discusión acaba; empieza la comprensión. A la acción del arado que revuelve la tierra, sucede el cultivo ordenado y positivo. La Iglesia se reorganiza con las

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nuevas normas que el Concilio ha dado. La fidelidad la caracteriza: una novedad la califica, la de la conciencia acrecentada de la comunión eclesial, de su maravillosa trabazón, de la mayor caridad que debe unir, activar, santificar, la comunión jerárquica de la iglesia. Es este el período del verdadero aggiornamento preconizado por nuestro predecesor, de venerada memoria, Juan XXIII, el cual no quería ciertamente atribuir a esta programática palabra el significado que alguno intenta darle, como si ella consistiera en «relativizar» según el espíritu del mundo todas las cosas de la Iglesia: dogmas, leyes, estructuras, tradiciones, siendo así que estuvo en él tan vivo y firme el sentido de la estabilidad doctrinal y estructural de la iglesia que lo constituyó en eje de su pensamiento y de su obra. Aggiornamento querrá decir de ahora en adelante, para nosotros, sabia penetración del espíritu del Concilio que hemos celebrado y aplicación fiel de sus normas feliz y santamente emanadas.

Las tres etapas de las que hablaba Pablo VI se caracterizan, sobre todo, por actitudes personales, esas que animan las grandes reformas o que quebrantan cualquier impulso. Al entusiasmo siguió, en algunos, la controversia. A todos el Papa pide la comprensión. El rasgo que debía distinguir a la Iglesia del postconcilio era el de la fidelidad. Importa recuperar en este momento la pregunta que Benedicto XVI dirigió a la Curia Vaticana el 22 de diciembre de 2005: «¿por qué la recepción del Concilio en grandes partes de la Iglesia, se ha desarrollado hasta ahora de manera tan difícil?». Y también reiterar la respuesta dada por él mismo: la recepción del Concilio ha estado condicionada por dos maneras contrarias de interpretarlo. Una ha sido la interpretación (o hermenéutica) de la discontinuidad y de la ruptura; otra opuesta, la de la reforma. La primera ha causado confusión; la segunda, silenciosa aunque cada vez más visible, sigue produciendo frutos. Veamos más brevemente estos dos modos de entender el Concilio. 1.1. Interpretación de la discontinuidad y de la ruptura Es la de quienes han entendido la aportación conciliar como una ruptura con la historia anterior de la Iglesia. Esta forma de interpretar el Vaticano II enfrenta la Iglesia postconciliar a la preconciliar, considera insuficientes los textos (la letra) de los documentos conciliares, e invoca su espíritu. Esta interpretación es fácilmente identificable en la vida de la Iglesia, pues ha llevado a planteamientos del tipo «hasta ahora se hacía así... a partir de ahora vamos a ir por otro lado», es decir, se ha traducido en un empeño por «volver a inventarlo prácticamente todo», en cualquier ámbito: el de las enseñanzas y doctrina de la Iglesia, en el de la moral, en el de la liturgia, etc. Los que así han interpretado el Concilio, se presentan como los intérpretes autorizados del Vaticano II, invocan muchas veces y de manera muy ruidosa el Concilio, con fórmulas del tipo: “como ya dijo el Concilio...”, pero de él no se dan citas, porque en realidad se atribuyen al Concilio afirmaciones y propuestas que no formuló. A los que así han interpretado el Concilio y han convertido su participación en la vida eclesial en un continuo conflicto, bien les cuadran las palabras que Pablo VI pronunciara cinco años después de que terminara el Concilio: Viene después la otra cuestión: el movimiento de crítica corrosiva hacia la Iglesia institucional y tradicional, el cual difunde desde no pocos centros intelectuales de occidente, no excluida América, en la opinión pública eclesial, especialmente en la juvenil, una psicología disolvente de las certezas de la fe y disgregadora de la conexión orgánica de la caridad eclesial, ¿no deforma quizás las necesidades auténticas y generosas de las cristiandades, que reconocen todavía a occidente un crédito cultural de madurez y de autenticidad? A veces, cuando el pensamiento de estas manifestaciones de contestación

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dentro de la Iglesia nos pesa en el corazón, cuando las estadísticas de las voluntarias defecciones de no pocos sacerdotes y religiosos nos agobian de doloroso asombro, cuando vemos a nuestros jóvenes seglares, que serían una gran promesa para sostener al pueblo de Dios y para el apostolado en el mundo moderno, situarse en posiciones espirituales y sociales ilógicas con respecto a la línea de unidad y de caridad propias de la Iglesia católica, nos preguntamos: ¿cuál hubiera sido el posconcilio para la Iglesia misma y para la sociedad si estas fuerzas, en vez de gastarse y agostarse y de paralizar la renovación anhelada, se hubieran mantenido fieles y operantes?; pero la prueba, nosotros lo esperamos siempre, no quedará sin fruto, aunque no fuera otro que el de confirmar en nuestros buenos, en nuestros óptimos sacerdotes y sinceros religiosos, en nuestros seglares valientes y ejemplares, una conciencia más firme de su compromiso con Cristo y una más robusta adhesión a la Iglesia, a la de ayer, ni a la del mañana, sino a esta, a la de nuestro momento histórico, que la Providencia ha hecho nuestra “madre y maestra”, y el objeto de nuestro invencible amor 31.

A los que han interpretado en clave de discontinuidad el Concilio y han vivido la recepción como una ruptura con lo anterior, Benedicto XVI les recuerda que procediendo así se destruye en su raíz la naturaleza misma del Concilio. Porque si los Padres conciliares hubieran roto con la tradición anterior, entonces ¿con qué autoridad y en nombre de quién habrían celebrado el concilio? Sería algo así como subir a un árbol y desde la altura en que me encuentro aplicar el hacha al tronco que me sostiene. Los obispos, por el contrario, en expresión de san Pablo, son administradores de los misterios de Dios (1 Cor 4,1), y como tales han de ser fieles y sabios (cf. Lc 12,41-48). Es decir, deben administrar el don del Señor de manera justa para que de fruto abundante y el Señor, al final, pueda decir: porque has sido fiel en lo poco, te daré autoridad sobre mucho (Mt 25,14). En estas palabras del evangelio encuentra Benedicto XVI sintetizada la dinámica de la fidelidad. 1.2. Interpretación de la reforma Para entender la “hermenéutica de la reforma”, Benedicto XVI ha recordado dos intervenciones. En primer lugar, las palabras de Juan XXIII en las que señalaba el propósito del Concilio, a saber: ... transmitir pura e íntegra la doctrina, cierta e inmutable, de modo que sea profundizada y presentada de manera adecuada a las exigencias de nuestro tiempo. Pues una cosa es el depósito de la fe, es decir, las verdades contenidas en nuestra veneranda doctrina, y otra cosa el modo en que son enunciadas, manteniendo en ellas el mismo sentido y el mismo alcance32.

Este propósito de expresar de manera nueva una determinada verdad exige ciertamente una reflexión renovada y una relación viva también nueva con ella. En este sentido el objetivo marcado por Juan XXIII al Concilio fue muy exigente, como exigente es la síntesis de fidelidad y dinamismo. Donde esta orientación ha guiado la recepción conciliar, han brotado frutos duraderos. Revisando estos frutos, Benedicto XVI concluye: «Cuarenta años después del Concilio podemos observar cómo lo positivo es más grande y está más vivo que cuanto pudo aparecer en la agitación de los años en torno a 1968. Hoy comprobamos que la semilla buena, aun cuando se ha desarrollado lentamente, crece todavía, y con ella crece nuestro profundo agradecimiento por la obra desarrollada por el Concilio»33. 31

PABLO VI, Discurso a la Curia romana (22.12.1970). BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia (22.12.2005). 33 ibíd. 32

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La segunda intervención recordada por Benedicto XVI para explicar la hermenéutica de la reforma son las palabras de Pablo VI en la clausura del Concilio. El Concilio Vaticano II, reunido en el Espíritu Santo y bajo la protección de la Bienaventurada Virgen María, que hemos declarado Madre de la Iglesia, y de San José, su ínclito esposo, y de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, debe, sin duda, considerarse como uno de los máximos acontecimientos de la Iglesia. En efecto, fue el más grande por el número de padres del globo, incluso de aquellas donde la jerarquía ha sido constituida recientemente; el más rico por los temas que durante cuatro sesiones han sido tratados cuidadosa y profundamente; fue, en fin, el más oportuno, porque, teniendo presente las necesidades de la época actual, se enfrentó, sobre todo, con las necesidades pastorales y, alimentando la llama de la caridad, se esforzó grandemente por alcanzar no sólo a los cristianos todavía separados de la comunidad de la sede apostólica, sino también a toda la familia humana (8.12.1965).

El concilio es considerado como uno de los máximos acontecimientos de la Iglesia; grande por el número de participantes; rico por los temas desarrollados; oportuno, por haber mirado a las necesidades de nuestro mundo con solicitud pastoral. La amplitud de las cuestiones tratadas, unido a la hondura de los planteamientos y a la universalidad de las aportaciones, lleva a Benedicto XVI a situar la aportación conciliar en el horizonte histórico de la Modernidad. La fractura que progresivamente se había ido produciendo entre la Iglesia y la cultura desde el siglo XVII ha encontrado su respuesta en el Vaticano II. Esa fractura se materializó en tres ámbitos: en el de las ciencias, en el de los Estados modernos y en el de la tolerancia religiosa. Ante esta fractura la Iglesia no ha respondido en clave de ruptura, sino mostrando la capacidad del evangelio de responder a las cuestiones de todos los tiempos.

En la vida humana, cincuenta años representan más de la mitad de la vida. En la vida de la Iglesia, para los documentos de un Concilio, cincuenta años no son sino los primeros pasos de una vida plurisecular. La reforma conciliar apenas está comenzando a caminar por la historia bajo la solicitud amorosa de la Iglesia. Los desarrollos de los años anteriores continuarán en el futuro y el árbol de la doctrina de la Iglesia seguirá con nueva savia. Reforma y fidelidad seguirán caminando de la mano. Ahí donde la fidelidad sea mayor, la reforma se hará más visible. Para que la Iglesia siga comunicando vida a las generaciones futuras se necesita que tenga agentes de evangelización en proporción numérica suficiente para los campos que hay que abarcar. Cualitativamente es necesario que esa Iglesia mantenga una triple fidelidad, proclamada insistentemente en los documentos conciliares: a las exigencias de santidad y vida sobrenatural que la aceptación de Cristo lleva consigo y a la doctrina que Él predicó; al doble amor a Dios y a los hombres, no separado, pero no confundido; y a la necesidad del diálogo con las religiones y los hombres de nuestro tiempo. El 8 de diciembre de 2005, al celebrar el 40 aniversario de la clausura del Concilio, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, Benedicto XVI exhortó a la Iglesia, en su

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homilía, a vivir y promover el concilio con la actitud de María «que escucha, que vive la palabra de Dios. De ella –decía el Papa– debemos aprender a convertirnos nosotros mismos en almas eclesiales, para poder presentarnos también nosotros “inmaculados” delante del Señor». En esa actitud se cierra la fidelidad que reforma continuamente a la Iglesia. Un fruto precioso del Concilio Vaticano II es el Catecismo de la Iglesia Católica, considerado por Benedicto XVI “subsidio precioso e indispensable” para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe. El Año de la fe deberá impulsar el compromiso por volver a descubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe sintetizados orgánicamente en el Catecismo. ANEXO CUESTIONARIO PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y EN GRUPO

VER 1.- En Porta fidei se afirma que los textos del Concilio Vaticano II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia.” ¿Hemos leído reflexivamente los documentos conciliares? ¿Se conocen sus principales orientaciones? ¿Cómo creemos que se han aplicado o se están aplicando las reformas conciliares en nuestro contexto eclesial? ¿En qué nos están ayudando para crecer personalmente en la fe y para avanzar como comunidad eclesial misionera? 2.- Recordando palabras de Juan Pablo II, Porta Fidei nos habla del Concilio Vaticano II “como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX” ¿Cómo se están viviendo en nuestro grupo o realidad eclesial las enseñanzas del Concilio Vaticano II? ¿Es o ha sido para nosotros la gran gracia de que habla Juan Pablo II, o nos ha dejado indiferentes?

J U Z G AR 1.- Desde la reflexión que se nos ha ofrecido en las páginas anteriores y la lectura de los textos que se nos proponen del magisterio de los Papas ¿Cómo nos hemos de situar ante las diferentes interpretaciones que se han dado o se dan para entender y vivir los documentos conciliares? 2.- En el núm. 19 de la Constitución sobre “La Iglesia en el Mundo” (Gaudium et Spes) se nos habla sobre el ateísmo, reconociendo la responsabilidad que tenemos los cristianos en relación con este fenómeno de la modernidad. ¿Cómo deberíamos encauzar nuestra vida de fe para dar respuesta a esta realidad?

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ACTUAR 1.- ¿Cuáles son las reformas conciliares en las que se debería avanzar en nuestra Diócesis? ¿En cuáles creemos que se ha avanzado demasiado rápido y no se han asimilado correctamente? 2.- ¿Qué podemos hacer, desde nuestra concreta realidad, para impulsar esas reformas que consideramos aún pendientes? 27


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TEMA 2 FICHA DE PROPUESTAS PARA EL PLAN PASTORAL DATOS IDENTIFICATIVOS DE LA PERSONA O GRUPO Nombre y apellidos: Parroquia, movimiento asociación, grupo,… Localidad:

SUGERENCIAS CONCRETAS PARA DAR RESPUESTA A LOS RETOS QUE NOS HA SUGERIDO LA REFLEXIÓN SOBRE EL TEMA

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Tema 3

La alegría de creer y el entusiasmo de comunicar la belleza de la fe 30 Objetivo: Ayudar a cumplir el compromiso que el Santo Padre propone a todos los fieles en este Año, reflexionando sobre los contenidos de la fe y el acto de creer (Fe y Credo), y sobre el Catecismo como instrumento precioso e imprescindible para profundizar en los contenidos de la fe confesada, celebrada, vivida y rezada. “Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe hacer propio, sobre todo en este Año de la fe” (Benedicto XVI).

«Volver a descubrir la alegría de creer y el entusiasmo de comunicar la fuerza y la belleza de la fe es un desafío esencial de la nueva evangelización a la que está llamada toda la Iglesia»34. La alegría de la fe tiene su origen en el amor de la Trinidad. Tener parte en este amor es recibir alegría completa y comunicar a otros el gozo de la fe es, al mismo tiempo, don y tarea imprescindible para la Iglesia35. Confesión de fe, celebración, compromiso y oración dan contenido concreto a la alegría de la fe. Dos perspectivas pueden ser desarrolladas en este sentido: la que lleva a proclamar y vivir las bienaventuranzas en todas la dimensiones de la vida cristiana (creer, celebrar, vivir y orar como bienaventurados), y la que lleva a descubrir la relevancia salvífica de lo que la Iglesia cree, celebra, vive y ora. Si en el primer caso las verdades de fe se experimentan como gozo anticipado de una bienaventuranza eterna, en el segundo la doctrina transmitida se presenta como camino para ser recorrido hasta que la fe deje paso a la visión36. En 34

BENEDICTO XVI, Videomensaje a la Iglesia de Francia en el Aniversario del Concilio Vaticano II (24.3.2012). 35 Cf. BENEDICTO XVI, Exhortación Apostólica Verbum Domini (30.9.2010), 2. 36 «Si para mostrar el camino a una persona extraviada y cansada recorremos con benéfica alegría los caminos que nos son más desconocidos, ¡con cuánta más alegría y gozo debemos caminar por la doctrina salvífica, incluso aquella que no es necesaria para nosotros, cuando conducimos por los caminos de la paz


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ambos casos, es necesario tomar conciencia expresa de que la alegría de creer es fruto precioso del Espíritu Santo, gozoso abrazo de amor del Padre y del Hijo37. La transmisión de la fe no puede prescindir del abrazo amoroso de la Iglesia mediante el cual se comunica a nuestros semejantes el amor de Dios que colma de alegría el corazón humano. Cuando la prioridad más grande de la Iglesia es «abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante (cf. Jn 10, 10)»38, es necesario que el amor de Dios encienda de nuevo la tarea evangelizadora haciendo resplandecer la belleza de la vida cristiana y la alegría de creer. 31

La Carta Apostólica Porta fidei de Benedicto XVI se abre con un párrafo introductorio en el que se describe la vida cristiana como un camino que empieza con el bautismo y concluye con el paso de la muerte a la vida eterna. A ese camino se accede atravesando “la puerta de la fe” mediante la escucha de la Palabra de Dios y la gracia que transforma el corazón. La fe aparece, en primer lugar, como la puerta que conduce a la vida verdadera. El título de la Carta procede de una expresión del libro de los Hechos de los Apóstoles. La crónica del primer viaje apostólico de san Pablo concluye en Antioquía, donde había comenzado. Después de un largo recorrido en el que no han faltado rechazos y sufrimientos, Pablo y Bernabé refieren lo que el Señor había hecho por su medio: Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe (Hch 14, 27). La imagen de la puerta es recurrente en las cartas de san Pablo. El apóstol compara las oportunidades que la Providencia le ofrece para evangelizar como puertas que Dios abre a la Palabra39. El versículo de Hch es muy significativo. En él se encuentran elementos que inspiran la convocatoria del Año de la fe: la iniciativa de Dios en la transmisión de la fe (la evangelización es siempre un acontecimiento de gracia), la cooperación de los evangelizadores querida por Dios mismo, la Iglesia que envía y recibe (en ella y con ella verifica el apóstol su misión), la universalidad de la salvación que Dios ofrece, el relato de las acciones de Dios (el testimonio como transmisión de la fe). También es muy significativo que el relato del primer viaje apostólico de san Pablo se cierre con esa expresión. Cuando Pablo y Bernabé cuentan a los miembros de la Iglesia a las almas desgraciadas y fatigadas por los pecados del mundo bajo las órdenes de quien nos la encomendó»: SAN AGUSTÍN DE HIPONA, De cat. rud. XII, 19 (CCL 46, 141-142). 37 «Y este amplexo inefable del Padre y su Imagen no es sin fruición, sin amor, sin gozo. Y esta dilección, amor, felicidad o dicha, si son dignas de Él estas expresiones humanas, las comprendía brevemente san Hilario en la palabra gozo, y es en la Trinidad el Espíritu Santo, no engendrado, suavidad del que engendra y del engendrado, que se difunde con infinita liberalidad y abundancia por todas las criaturas, en la medida en que son capaces, a fin de que observen su orden y ocupen su lugar»: SAN AGUSTÍN DE HIPONA, De Trin., VI, 10, 11 (CCL 50, 241; BAC 39, 387). 38 BENEDICTO XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini (30.9.2010), 2. 39 Cf. 1 Co 16, 9; 2 Co 2, 12; Col 4, 3.


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cómo el Señor había abierto la puerta de la fe a los gentiles refieren hechos que no faltan en ningún proceso evangelizador40: ponerse en camino, proclamar la Palabra, responder con amor a los que les rechazan, realizar signos en nombre del Señor, rechazar con firmeza la idolatría y la falsa religión, abrazar a Cristo en el sufrimiento y la persecución, contagiar la alegría de creer, celebrar la fe y orar, animar a los creyentes a fin de que perseveren en medio de las tribulaciones. En todos esos hechos se descubre un mismo afán: difundir la Palabra del Señor, anunciar a todos el Evangelio. La Carta Apostólica Porta fidei no sólo toma su título del relato neotestamentario sino que desea hacer suyo el impulso misionero que brota espontáneo de la Palabra de Dios. El Año de la fe aparece así como una invitación a caminar a la luz de la Palabra divina: Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51)... La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: ¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios? (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación41.

La fe en Jesucristo, que lleva a la salvación, se nutre del alimento de la Palabra de Dios y del Pan de Vida. Para cumplir la obra que Dios quiere, es necesario saber qué significa creer. Toda la Carta Apostólica aparece como una hermosa catequesis sobre la naturaleza de la fe (“¿qué significa creer?”) y sus dimensiones. En ella encontramos una invitación a profundizar en la propia fe y en su transmisión como camino para fortalecerla y para llamar a otros a la fe. Respecto a la naturaleza de la fe, el Papa ofrece dos clarificaciones importantes en cada una de las partes de Porta fidei. En la Primera, presenta la fe desde su relación con la caridad, para mostrar a continuación el proceso singular de su crecimiento. La fe que actúa por el amor se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia la vida entera del hombre. De ahí que el fortalecimiento de la fe pase necesariamente por el crecimiento en el amor: La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos42.

La fe aparece como experiencia de un amor que se recibe y se comunica. «La fe sólo crece y se fortalece creyendo». En la fe radica la certeza última de la propia vida y a ésta sólo se llega mediante un proceso de creciente abandono «en las manos de un amor que se experimenta cada vez más grande porque tiene su origen en Dios»43.

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Cf. Hch 13-14. BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 3. 42 BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 7. 43 BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 7. 41

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En la Segunda Parte, dedicada a mostrar el vínculo inescindible entre el acto de creer y el contenido de lo que se cree, la fe es presentada como «decidirse a estar con el Señor para vivir con Él», lo cual lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe aparece así como un acto de libertad que exige la responsabilidad social de lo que se cree.

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En la Segunda Parte de la Carta Apostólica Porta fidei el Papa ofrece la fundamentación teológica que sostiene el sentido del Año de la fe y las iniciativas que a partir de él se propondrán. La fundamentación reside en la unidad profunda que existe entre el acto con el que se cree y los contenidos que se creen. Las iniciativas concretas que darán forma al Año de la fe no deben olvidar el vínculo inseparable entre el acto de fe y su contenido. Benedicto XVI ofrece a modo de esbozo una explicación de lo que significa creer en cuatro momentos. 1. Creer con el corazón y profesar con los labios En un primer momento, el Papa muestra las dos dimensiones inseparables de la fe siguiendo la formulación de san Pablo: con el corazón se cree y con los labios se profesa (cf. Rm 10, 10). Se explica ahí la relación entre la fe como don de Dios que actúa en los más íntimo del ser humano y la fe como conocimiento del misterio salvífico revelado por Dios. Al explicar el significado de la fórmula paulina “profesar con los labios”, Benedicto XVI recuerda que la misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En la fe de la Iglesia cada uno es bautizado. La dimensión eclesial de la fe se descubre tanto en su aspecto personal (el acto de creer) como en sus contenidos. El acto de creer nunca es un acto aislado. La decisión de estar con el Señor, tiene su origen en la acción evangelizadora de la Iglesia. La Iglesia actúa como Madre cuando cumpliendo el mandato de su Esposo engendra nuevos hijos de Dios por la Palabra y los Sacramentos. La decisión de creer conlleva la comunión con la Iglesia y en la Iglesia. 2. Los contenidos de la fe: el Catecismo de la Iglesia Católica En segundo lugar, al tratar de los contenidos de la fe, el Papa remite al Catecismo de la Iglesia Católica, indicando que el Año de la fe deberá expresar un compromiso firme para descubrir de nuevo y estudiar los contenidos fundamentales de la fe que el Catecismos sintetiza. La dimensión eclesial aparece también en la fe profesada. Los contenidos de la fe son custodiados y propuestos por la Iglesia, como depositaria de los bienes de la salvación que Cristo le ha confiado. Las referencias al Credo y al Catecismo de la Iglesia


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Católica, en el contexto del cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, garantizarán durante el Año de la fe que la profesión de la fe sea hecha desde la comunión real y concreta con la Iglesia. Las referencias de Benedicto XVI al Catecismo de la Iglesia Católica y al Concilio Vaticano II, como formulación reciente de lo que la Iglesia cree, son de capital importancia para descubrir que el Año de la fe no quiere ser una exaltación de creencias subjetivas más o menos compartidas por otros, sino una ocasión propicia para confesar la fe en el Señor Resucitado, momento idóneo para profesar en nuestro mundo el Credo. Se entiende así por qué «redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe hacer suyo, sobre todo en este Año»44. 3. La historia de nuestra fe En tercer lugar, invita el Papa a recorrer durante el Año de la fe “la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado”45. Teniendo la mirada fija en Cristo que inició y completa nuestra fe (Hb 12, 2), se pide recurrir al testimonio luminoso de fe que los santos siguen ofreciendo a lo largo de los siglos: desde María Santísima, los apóstoles, los discípulos y los mártires, a todas las personas consagradas, y los hombres y mujeres de toda edad que han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús en diferentes estados de vida. 4. La unidad de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) En cuarto, y último lugar, la relación entre el acto de creer y el contenido de la fe se ilustra señalando el vínculo que mantiene unidas las virtudes teologales: la fe y el amor se necesitan mutuamente, y ambas permiten mirar con esperanza nuestro compromiso en el mundo mientras aguardamos los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. 2 P 3, 13; Ap 21, 1).

Al presentar la fe como experiencia de un amor que se recibe y se comunica, el Papa destaca tres dimensiones de la fe: su integración, junto con la esperanza y la caridad en el centro mismo de la vida cristiana; el gozo; y su modo de crecer. La primera y la tercera dimensión ya han aparecido al presentar la naturaleza de la fe. Toca ahora destacar la tercera, es decir, la alegría de la fe. Devuélveme la alegría de tu salvación (Sal 51, 14). El pecado afea la vida humana deformando la imagen bella de Dios en el hombre. Privado de belleza, el corazón humano cae en la tristeza. El salmista, experimentando esta situación, eleva su súplica al único que puede salvarlo y pide volver a vivir la alegría de la salvación. Jesucristo, el 44 45

BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 9. BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 13.

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Hijo de Dios hecho hombre, consciente de la situación del ser humano que el salmista declara, al completar su entrega para la salvación del mundo, confía a sus discípulos el fin de su misión: Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud (Jn 15, 11). En un mundo difícil, en el que muchos de nuestros contemporáneos no quieren reconocerse en las palabras del salmo, el compromiso apostólico «debe ayudar a los cristianos a ser, para su gozo y para el servicio de todos, luz y sal (cf. Mt 5, 13-16)»46. La alegría cristiana se nutre de la alegría de Cristo sin ignorar las alegrías humanas verdaderas: la de Cristo en sus discípulos, para que la de éstos sea plena47. La alegría es una dimensión constitutiva de la vida cristiana, una de sus señas de identidad en este mundo y su estado de plenitud en la vida eterna. Por ser esencial a la vida cristiana, la alegría debe configurar la transmisión de la fe. Ahora bien, la alegría cristiana no se debe confundir con un estado transitorio del ánimo producido por la sensación de bienestar o por un placer sensible48. La alegría cristiana que debe dar forma y contenido a la transmisión de la fe es fruto del Espíritu Santo, y consiste «en que el espíritu humano halla reposo y una satisfacción íntima en la posesión de Dios Trino, conocido por la fe y amado con la caridad que proviene de él»49. Hazme oír el gozo y la alegría (Sal 51, 10). La alegría puede ser oída: llega con la Buena Nueva, se transmite con la Palabra, se acoge con la fe, se experimenta en el corazón, se construye con el amor de las obras y se expresa en el rostro del ungido50. «La Iglesia tiene la vocación de llevar la alegría al mundo, una alegría auténtica y duradera»51. La alegría llega con la Buena Nueva. El nacimiento del Salvador fue anunciado por los ángeles a los pastores como una gran alegría: No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo (Lc 2, 10). Antes de que el evangelio sea mensaje es presencia de Dios entre los hombres. La alegría de la buena noticia disipa miedos y se extiende a todos, pero sólo la reciben los de corazón sencillo y los que se ponen en camino para encontrar la señal del cielo. La alegría se transmite con la Palabra. «El anuncio de la Palabra crea comunión y es fuente de alegría»52. El discípulo de Cristo se sabe portador de la única Palabra capaz de devolver la alegría al mundo, porque con ella se entrega al Salvador. Mediante la 46

JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae (16.10.1979), 56. «No hay ninguna oposición entre la alegría cristiana y las alegrías humanas verdaderas. Es más, éstas son exaltadas y tienen su fundamento último precisamente en la alegría de Cristo glorioso, imagen perfecta y revelación del hombre según el designio de Dios»: JUAN PABLO II, Carta Apostólica Dies Domini (31.5.1998), 58. 48 «La alegría no se ha de confundir con sentimientos fatuos de satisfacción o de placer, que ofuscan la sensibilidad y la afectividad por un momento, dejando luego el corazón en la insatisfacción y quizás en la amargura»: JUAN PABLO II, Carta Apostólica Dies Domini (31.5.1998), 57. 49 PABLO VI, Exhortación Apostólica Gaudete in Domino (9.5.1975), II. 50 «El óleo santo consagra nuestros cuerpos y da paz y alegría a nuestros rostros»: Oración de Consagración del crisma, Misa Crismal, Misal Romano. 51 BENEDICTO XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2012 (15.3.2012), Introducción. 52 BENEDICTO XVI, Exhortación Apostólica Verbum Domini (30.9.2010), 123. 47

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evangelización y la catequesis la palabra humana se convierte en vehículo de la palabra divina. La catequesis es transmisión alegre de la fe cuando la palabra humana favorece la familiaridad con la Palabra de Dios y aproxima su luz a las preocupaciones e inquietudes de los hombres. La alegría se acoge con la fe. «La fe crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo»53. La Palabra acogida desde la fe trae consigo la alegría de creer y el entusiasmo de comunicar a otros la Palabra recibida. Así es la lógica de la fe y de la alegría cristiana: crece cuando se da. Acoger significa “prestar oído” (ob audire), es decir, obedecer. La obediencia de la fe es entrega confiada de la propia voluntad a quien sabemos que nos ha amado primero. Porque es respuesta de amor a quien nos ama, la obediencia del creyente es fortaleza para su fe. La alegría se experimenta en el corazón y se construye con el amor de las obras. La alegría cristiana es interior y exterior: se forma por dentro en el corazón y se construye por fuera con las obras de caridad. Verdad y belleza ponen alegría en el corazón54. Fe y amor convierten esa alegría en esperanza de salvación. El compromiso apostólico es transmisión alegre de la fe cuando en él se ejercitan las virtudes teologales, aquellas que teniendo su origen en Dios nos conducen a Él. La alegría se expresa en el rostro del ungido. La alegría no es simple estrategia pedagógica en la transmisión de la fe, es más bien el “medio vital” en el que ésa se desarrolla. «No se puede ser feliz si los demás no lo son. Por ello, hay que compartir la alegría»55. La transmisión de la fe es brota de la alegría de creer cuando al gozo exterior de la comunicación acompaña la alegría interior de la contemplación: «Gocémonos, Amado, / y vámonos a ver en tu hermosura»56. Al presentar la fe como decidirse a estar con el Señor para vivir con Él, Benedicto XVI destaca otra dimensión de la fe: «es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros»57. La alegría cristiana nace del saberse amados por un Dios que se ha hecho hombre, que ha dado su vida por nosotros y ha vencido el mal y la muerte; es vivir por amor a él. Santa Teresa del Niño Jesús, joven carmelita, escribió: «Jesús, mi alegría es amarte a ti» (Poesía 45/7)58.

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BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 7. «Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une a las generaciones y las hace comunicarse en la admiración»: CONCILIO VATICANO II, Mensaje a los artistas (8.12.1965). 55 BENEDICTO XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2012 (15.3.2012), 7. 56 SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual A 35. B 36, en: ID., Obras completas (EDE, Madrid 2 1980), 94-95. 57 BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta fidei (11.10.2011), 15. 58 BENEDICTO XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2012(15.3.2012), 3. 54

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ANEXO CUESTIONARIO PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y EN GRUPO

VER 1.- El título del tercer tema de reflexión es “La alegría de creer y el entusiasmo de comunicar la belleza de la fe” ¿Cómo analizamos en nuestro grupo de reflexión el contenido de este título, que responde a aspectos que son esenciales en nuestra vida de fe: la alegría de creer y el entusiasmo en transmitir? ¿Cómo creemos que se viven en nuestras comunidades cristianas a nivel personal y comunitario? 2.- ¿Trabajamos en nuestra realidad eclesial por abrir la puerta de la fe a los gentiles del siglo XXI, es decir, a quienes se encuentran alejados de la Iglesia, aún siendo bautizados, y a los no bautizados, cada vez más en número?

J U Z G AR 1.- El Papa nos señala un compromiso que ha de asumir todo creyente y que, por ello, debemos hacer propio, sobre todo en este Año de la Fe: “Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree”. ¿Por dónde debe caminar la reflexión sobre el mismo acto de fe en nuestras comunidades cristianas? ¿Y qué contenidos de fe hemos de redescubrir para que nuestra fe sea profesada, vivida y rezada? 2.- El Papa insiste en Porta Fidei en la importancia de los contenidos. Nos señala que “el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica” ¿Cómo utilizamos el Catecismo en nuestros procesos formativos? ¿Reflexionamos asiduamente sobre sus contenidos? ¿Acudimos a él para interpretar e iluminar las realidades sociales, culturales, políticas, económicas… de la vida actual?

ACTUAR 1.- ¿Qué compromiso concreto podemos adquirir en nuestro grupo para crecer en el conocimiento de los contenidos de la fe sintetizados en el Catecismo de la Iglesia Católica? 2.- Como sabemos, es objetivo prioritario en nuestro Plan Pastoral la iniciación cristiana. Y en todo su complejo proceso ha de reclamar nuestra atención el tema de la catequesis. ¿Qué podemos hacer para involucrarnos activamente en estos procesos y avanzar en una “sólida formación en orden al cometido que se desempeña” (DDIC 22)?

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TEMA 3 FICHA DE PROPUESTAS PARA EL PLAN PASTORAL DATOS IDENTIFICATIVOS DE LA PERSONA O GRUPO Nombre y apellidos: Parroquia, movimiento asociación, grupo,… Localidad:

38 SUGERENCIAS CONCRETAS PARA DAR RESPUESTA A LOS RETOS QUE NOS HA SUGERIDO LA REFLEXIÓN SOBRE EL TEMA


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Plan Pastoral Diocesano 2012-2021

PRIMER PROGRAMA ANUAL LA COMUNIÓN DE LA IGLESIA DIOCESANA Y LA IGLESIA DOMÉSTICA AYUDA A REDESCUBRIR LA FE

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ACTIVIDADES DEL PLAN PASTORAL DIOCESANO ACTIVIDADES DEL PLAN PASTORAL DIOCESANO

Actividad

Lugar

22 septiembre

Jornada Diocesana de Inicio de Curso. Esquema:  Ponencia sobre el año de la fe.  Presentación del Plan Pastoral Diocesano 2012-2013 (primer programa anual).  Talleres y presentación de proyectos de las Delegaciones y Secretariados diocesanos.

Toledo

14 octubre

Encuentro diocesano en Guadalupe como inicio del Año de la Fe en nuestra diócesis.

Guadalupe y en cada parroquia

Delegación Pastoral Juvenil y Delegación Familia y Vida

Catedral

Vicaría General

Toledo

Secretaría Coordinación PPD

Catedral

Vicaría General y Delegación de HH y CC.

2012 2013

Organismo responsable

Fecha

20 diciembre

Aniversario Arzobispo

ordenación

episcopal

del

11-13 enero

I Jornadas Teológico-Pastorales (como preparación del Segundo Año del PPD)

29 junio S Pedro y S Pablo

Jornada Fin de Curso. Acto Diocesano de Proclamación de nuestra Fe. Encuentro de Vírgenes Coronadas.

Destinata rios

Vicaría General

Toda la diócesis


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