Cuadernos de música (I): Música tras la pandemia. Platea Magazine.

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PLATEA MAGAZINE

ORIOL AGUILÀ · CARLOS ÁLVAREZ · DANIEL BIANCO · LEONOR BONILLA LLORENÇ CABALLERO · MERCEDES CONDE PONS · IRENE DELGADO JIMÉNEZ RAQUEL GARCÍA-TOMÁS · GUSTAVO GIMENO · TOMÀS GRAU · JESÚS IGLESIAS ANDRÉS LACASA · ANA LLORENS · MÓNICA LORENZO · UXÍA MARTÍNEZ BOTANA JOAN MATABOSCH · VÍCTOR MEDEM · SANDRA OLLO · VALENTÍ OVIEDO FÉLIX PALOMERO · ISABEL PÉREZ DOBARRO · JUAN PÉREZ FLORISTÁN JOSEP PONS · ELENA REY · CIBRÁN SIERRA · MAURICIO SOTELO RAFAEL R. VILLALOBOS · ISABEL VILLANUEVA

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MÚSICA TRAS LA PANDEMIA


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"Todo es navegar; todo es una continuada lucha, un gran derroche de esfuerzos, arte y valor para no ahogarse". Benito PĂŠrez GaldĂłs (Episodios nacionales: Luchana)



Firmas PLATEA

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CUADERNOS DE MÚSICA: MÚSICA TRAS LA PANDEMIA

Oriol Aguilà

Director del Festival Castell de Peralada y

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Presidente de Ópera XXI Carlos Álvarez

Barítono

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Daniel Bianco

Escenógrafo y Director del Teatro de la Zarzuela

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Leonor Bonilla

Soprano

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Llorenç Caballero

Director de Ibermúsica

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Mercedes Conde Pons

Directora artística adjunta del Palau de la Música

21

Irene Delgado Jiménez

Directora de orquesta

23

Raquel García-Tomás

Compositora

27

Gustavo Gimeno

Director titular de la Toronto Symphony Orchestra

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y la Orchestra Philharmonique du Luxembourg Tomàs Grau

Director de orquesta y Director artístico de la

35

Orquestra Simfònica Camera Musicae Jesús Iglesias

Director artístico del Palau de Les Arts

37

Andrés Lacasa

Gerente de la Orquesta Sinfónica de Galicia

41

Ana Llorens

Musicóloga e investigadora "Juan de la Cierva" del

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Instituto Complutense de Ciencias Musicales Mónica Lorenzo

Directora de Agencia Camera

47

Uxía Martínez Botana

Contrabajista y profesora de la Escola Superior de

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Música de Catalunya

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Joan Matabosch

Director artístico del Teatro Real

53

Víctor Medem

Representante, Director artístico de la Schubertíada

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a Vilabertran y Coordinador de Barcelona Obertura Sandra Ollo

Directora y editora de Acantilado ediciones

59

Valentí Oviedo

Director general del Gran Teatre del Liceu

61

Félix Palomero

Director técnico de la Orquesta y Coro Nacionales

65

de España Isabel Pérez Dobarro

Pianista

69

Juan Pérez Floristán

Pianista

73

Josep Pons

Director musical del Gran Teatre del Liceu, Director

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honorífico de la Orquesta Ciudad de Granada y Director honorario de la Orquesta Nacional de España

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Elena Rey

Violinista, miembro del Dalia Quartet

83

Cibrán Sierra

Violinista, miembro del Cuarteto Quiroga

87

Mauricio Sotelo

Compositor

91

Rafael R. Villalobos

Director de escena

95

Isabel Villanueva

Violista

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En Platea Magazine hemos querido dar voz a quienes dan sentido a nuestros sueños y a quienes, desde sus diferentes cometidos, levantan cada día el negocio de la música clásica en nuestro país. Es esta una visión, o al menos intenta serlo, 360º. En las siguientes páginas encontrarán testimonios de gestores, agentes, directores artísticos y gerentes de las principales entidades musicales, con las que disfrutamos en teatros y auditorios, pero también de representantes del mundo editorial, musicólogos... y, por

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El mundo ha cambiado y con él, la música. También nosotros y nosotras.

supuesto, de artistas y creadores. Los consagrados y los más jóvenes. Los que deben conservar el legado que han creado y los que aún les queda una gran carrera por delante, porque el futuro debemos construirlo entre todos. Tal vez todas estás líneas no hallen soluciones a la crisis que se abre tras sufrir la terrible pandemia del Covid-19. O tal vez sí. No obstante, desde la primera palabra hasta la última, a buen seguro son una invitación a la reflexión, siempre tan necesaria (obligatoria, incluso) que a menudo no llevamos a cabo. La reflexión como camino de una solución. De nuevos tiempos. De nuevas formas. Gonzalo Lahoz y Alejandro Martínez, Directores de Platea Magazine.

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Director del Festival Castell de Peralada y Presidente de Ópera XXI

El día después

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Oriol Aguilà

Creo que todos los que nos encontramos hoy alrededor de estas páginas de Platea no sabríamos entender nuestras vidas sin música, festivales, ópera… Nuestra pasión nos ha acompañado como nunca durante el confinamiento y volverá a darnos sentido en la era post-Covid. Seguramente la música no ha estado jamás tan presente en los hogares de millones de personas del planeta. Acompañando virtualmente, a través de las pantallas, en los inacabables días de temor. Con valores universales y solidarios. Hemos dado un servicio ejemplar, generoso, que ha emanado de forma natural de nuestra forma de ser. Cualquier estigma de elitismo ha quedado fuera de juego. Ver Europa sin la mayoría de los festivales va a ser desolador. Bienvenidas todas las iniciativas para mantener la actividad y formular propuestas este verano, de forma presencial o virtual. Son la mejor demostración de una implicación que supera cualquier desafío profesional. Los equipos programadores son el motor de todas estas iniciativas, junto con los creadores y artistas, verdaderas almas de nuestros escenarios. Y evidentemente el fiel público de nuestras programaciones, que configura una personalidad genuina y única. Si hablamos de la ópera, con más de cuatro siglos de trayectoria, siempre tenemos que recordar que ha superado todo tipo de pandemias, y conflictos bélicos. Y sigue en pie, erigiéndose como la expresión más creativa que ha dado la cultura. Desde la Segunda Guerra Mundial, nuestro ecosistema musical nunca había vivido una

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AIMEDNAP AL SART ACISÚM

tormenta tan brutal como la de estas semanas. La erupción del volcán afecta de lleno a nuestro sistema de flotación, como en tantos sectores de la sociedad. Ahora nos corresponde a todos recomponer las heridas y superar las incertidumbres. Sabremos hacerlo. Los compositores, los músicos tienen mucho que decir. Después de lo que estamos viviendo estos días, y todo lo que hemos perdido por el camino, deberíamos redibujar nuestro modelo, generando nuevos marcos de interacción. Hemos puesto de manifiesto nuestra fragilidad. Pero las grandes crisis siempre han generado los progresos más importantes de la humanidad. De inmediato, sabremos generar confianza y espacios de seguridad, para que nuestro público vuelva a disfrutar de las temporadas en vivo, y se sienta como en casa. Y proponer seductoras programaciones que movilicen de nuevo a llenar los teatros y auditorios. Llevará un tiempo considerable, una transición, paso a paso. Necesitaremos toda la complicidad del público, y el camino hacia una nueva filantropía más colectiva y colaborativa en el ámbito de lo que llamamos música clásica. Con la apuesta de monetizar en paralelo los contenidos audiovisuales. Toda vez que una nueva audiencia tiene que acercarse a nuestras plateas. El reto de la accesibilidad y de cómo atraer a públicos jóvenes -que tantos foros y debates ha generado en la última década- irrumpe radicalmente en cualquier ecuación de la viabilidad de nuestro modelo a medio plazo. Construyendo una nueva comunidad. La música, la ópera, los festivales somos una expresión muy relevante de la sociedad. El apagón de estos días pone más de manifiesto que nunca que la cultura es un derecho esencial. En este nuevo mundo, nos corresponde poner en valor la música en vivo y las artes escénicas. Ahora es el momento. Levantemos el telón del día después.

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Barítono

Ea, pues ya tenemos nuestra infección coetánea, la Covid-19, que, al igual que la tuberculosis decimonónica de La traviata o de La bohème, se convierte en la

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Carlos Álvarez

circunstancia subyacente del drama vital de sus protagonistas. No sé si las consecuencias sociales y económicas podrían ser extrapoladas; por costumbre, solemos pensar que aquello que experimentamos en primera persona es lo más importante que haya sucedido en el devenir del mundo, pero esto de vivir una real distopía sin que algún regidor nos advierta de que tenemos “10 minutos de pausa en el ensayo, y retomamos en la escena anterior” era inimaginable... Lo digo habitualmente: la ópera está siempre de gran actualidad; ojalá me equivocara en esta ocasión, pero el ser humano y su coyuntura casi nunca aprende de la historia. Cito a mi tocayo Karl Marx, aludiendo al materialismo histórico [Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política (1859)]: “...en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, [...]. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.” ¡Oh, sorpresa, es una descripción casi exacta de lo que supone la relevancia del sector cultural en esta ocasión, pero siglo y medio más tarde! Hagamos una traducción actual del fragmento:

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El trabajador de la cultura, partícipe de una actividad que supone el 3% del PIB mundial y que da empleo a casi 30 millones de personas (UNESCO: informe Cultural Times), aunque sin hacer alarde y de manera más que vocacional, es parte fundamental de nuestra sociedad y alentador de la parte más “espiritual”, tan necesaria cuando parece que, a nuestro alrededor, todo se derrumba... De modo imperceptible, sin que, a veces, se tenga conciencia de ello, aportamos reflexión, emoción, placer, tensión y, al mismo tiempo, prodigiosamente, sus contrarios, que son complementarios y conforman un criterio en los espectadores. Las condiciones de este trabajo tan especial y su propio carácter llevan, erróneamente, a pensar que nosotros no tenemos las mismas necesidades y obligaciones que el resto de nuestros conciudadanos; quizás sea el momento de hacer revisión de las normas que regulan nuestra actividad laboral y convencer (¡ay, cuán necesaria se adivina la educación!), mediante los mejores ejemplos, de que somos esenciales para que nuestra sociedad pueda adjetivarse de humana, como diría Nietzsche, demasiado humana. Tengo buenas noticias para mis compañeros y para las sociedades en las que vivimos y trabajamos: deslizándonos suave pero impacientemente hacia la “nueva normalidad”, se vislumbran algunas iniciativas de gestores culturales de lo público que han entendido que, cumpliendo las normas de seguridad y protección tanto para el escenario como para el público, se puede reivindicar que la inversión pública, sin ánimo de lucro y, excepcionalmente, como sucederá también con las administraciones, sin necesidad de equilibrio del déficit, sea la semilla de la reactivación de nuestro modo de vida, que resulta que, además, es nuestra fascinante profesión. No sé si los plazos serán excesivos para la supervivencia (confiemos que aquellos de nuestros colegas que tienen más dificultades puedan, debidamente, ser ayudados por un sistema al que pertenecemos y que echa mano de nuestra buena voluntad cada vez que hay que arrimar el hombro [Do ut des, principio de reciprocidad en el Código de Justiniano]), pero nos sobrepondremos, reinventándonos y sacando buenas conclusiones que mejoren esta privilegiada actividad que es la vida sobre el escenario.

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Escenógrafo y Director del Teatro de la Zarzuela

"No basta con oír la música, además hay que verla". Igor Stravinsky.

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Daniel Bianco

El coronavirus ha cerrado durante meses nuestros teatros, que son esencialmente un lugar para el encuentro y el placer. En nuestro caso, un espacio único en el mundo por ser el lugar privilegiado donde disfrutar de nuestro patrimonio lírico. Es cierto que en estos meses -igual que el agua se filtra por las grietas que va encontrando en su camino-, el arte se ha abierto paso, como ha podido, desarrollándose en espacios digitales. No obstante el recurso obligatoriamente exclusivo a medios y espacios virtuales sólo puede ser entendido como una herramienta útil, pero transitoria; una estrategia eventual válida para tiempos excepcionales como el que vivimos. La herida abierta en las artes escénicas no se cura online. El daño que estamos sufriendo ataca a la raíz de nuestra razón de ser. Se trata de una cuestión esencial: La música y la escena sólo florecen con el contacto humano. El teatro no es un objeto que “se muestre” en una pantalla. Esa no es su naturaleza, eso no es teatro. Al contrario, es un instante que “sucede” en un momento y un lugar determinados. Es una suma de actos efímeros e irrepetibles; un milagro que se hace presente cuando público y artistas comparten un mismo ritmo, un mismo canto, un mismo sueño, una misma respiración. Por esta condición de arte vivo, de experiencia colectiva y presencial, resulta devastadora la pandemia para las artes escénicas, y no sólo a corto plazo.

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Desde las instituciones culturales no dejamos de reflexionar y trabajar constantemente en soluciones prácticas que nos permitan abrir cuanto antes las puertas al público. Más allá de nuestra ilusión y deseos, debemos actuar con absoluta prudencia para evitar cualquier riesgo y proteger la salud de nuestros artistas, trabajadores y espectadores. Esta es nuestra primera responsabilidad y condición sine qua non antes de levantar el telón. Pero en este diseño minucioso y responsable de protocolos que reduzcan al máximo los riesgos, quedan aún muchas dudas por resolver, demasiadas preguntas en el aire: ¿Será posible concertar en un foso a los sesenta profesores de una orquesta sinfónica manteniendo la distancia de seguridad de dos metros entre cada músico? ¿Cómo se conseguirá un sonido homogéneo con esta disposición? ¿De qué manera podrá la sección de violines primeros responder a los violonchelos si difícilmente se oirán entre sí los músicos de una misma sección? No olvidemos que el teatro musical es música que se ve en movimiento. ¿De qué manera pondremos en escena las obras del gran repertorio que, en su mayoría, precisan de un nutrido número de artistas y artesanos en el escenario? Para que en esa caja negra surja la magia, es necesaria la participación de cantantes solistas, cantantes del coro, actores, figurantes, bailarines y también del personal técnico que trabajan sin que los veamos desde nuestra butaca. Todos ellos en un espacio ahora demasiado reducido debido al necesario distanciamiento con que procuramos esquivar el virus. ¿Nos quedará, por tanto, sólo el consuelo de hacer zarzuelas y óperas en concierto o semistage, renunciando así a la naturaleza, a la esencia misma de nuestro arte y vocación? ¿Será suficientemente atractiva esta oferta para el público? Un teatro no es sólo un edificio ni un contenedor de espectáculos. Un teatro es su público y sus gentes que le dan vida propia. Sin ellos, no hay teatro. Sin duda, los mayores perjudicados de esta triste circunstancia son, por una parte, el público, que ya se había comprometido comprando las entradas y que en el Teatro de la Zarzuela podrán recibir el importe de aquellos espectáculos que se

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dan sentido a nuestra existencia. Por otra parte, los artistas, los creadores e intérpretes, y todos aquellos que trabajan en los diferentes oficios escénicos y musicales. Les aseguro que mantenerse en nuestra profesión no es sencillo. El sustento de las gentes del teatro se caracteriza por su intermitencia. Un cantante, un técnico de luces o un diseñador de vestuario pueden pasar largas temporadas sin oportunidades de trabajo. Esta intermitencia depende de factores azarosos e imprevisibles. Tan

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hayan visto afectados por la pandemia. No podemos olvidarnos de ellos porque

fortuitos como que, en un mismo periodo, puedan acumularse diferentes ofertas y haya que elegir sólo una. Mientras los teatros sigan cerrados, o abiertos con restricciones de aforo, las oportunidades laborales serán mínimas o nulas. Por ello, resulta indispensable establecer mecanismos que aseguren la continuidad del tejido cultural para que siga existiendo tras la superación de la pandemia si efectivamente consideramos la cultura un bien de primera necesidad. Porque la cultura nos da razones para seguir viviendo esa vida que ahora defendemos, con el esfuerzo ímprobo de toda la ciudadanía y, muy especialmente, de quienes cumplen labores esenciales para el sostenimiento básico de nuestra sociedad. Desde el Teatro de la Zarzuela entendemos que debemos seguir trabajando para hacer realidad un sueño compartido: volver a levantar el telón y que, cuando la prudencia abra nuestras puertas, podamos oír de nuevo dentro del teatro los aplausos que ahora inundan nuestras calles. Estoy seguro que una vez más ganará la vida, es decir, vencerá EL TEATRO.

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Soprano

No está siendo fácil. Para nadie. Lo primero que me sale pensar es “sobre todo para los artistas”, pero no sería justa. Sí, todos teníamos muchos proyectos que se han

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Leonor Bonilla

truncado, yo misma había puesto mis ilusiones profesionales en este 2020 y evidentemente, el panorama que nos espera al gremio cultural no es el más alentador. Pero luego pienso en los padres y madres de familia, artistas o no, que han perdido el empleo y tendrán que hacer encajes de bolillos para salir adelante; pienso en los niños, en los que la socialización en la escuela es vital para su aprendizaje y desarrollo en todas las etapas. Pienso también en los mayores, a los que les ha tocado vivir una guerra, una dictadura, alimentar con su pensión a sus hijos en los años de crisis y finalmente ser el grupo más expuesto y vulnerable en esta pandemia inesperada. Y aquellos millenials que como yo, la generación más preparada -dicen- de la historia, hemos de enfrentarnos por segunda vez a una crisis económica mundial, justo en nuestros años de acceso al mercado laboral, en los años en los que se supone debíamos ser más productivos. Para nadie está siendo fácil. Ni para los sanitarios, ni para las fuerzas de seguridad, ni para los estudiantes o maestros, ni para los hosteleros ni para los políticos; que aunque en más de una ocasión algunos nos hagan plantearnos lo contrario, también son humanos. Tomando como hecho que la magnitud de la situación nos está superando a todos, una tiende a relativizar y a encontrar en ello cierto alivio y, sin embargo, es evidente que nuestro sector es uno de los más castigados y uno de los que menos apoyos estatales recibirá para salir adelante. No ha sido fácil ni lo va a ser, pero, ¿alguna vez lo fue para la cultura? ¿Alguna vez hemos estado los trabajadores de las artes en una posición ventajosa o digna en

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cuanto a la labor que hacemos? Quizá sea este el momento de replantearnos ciertas cosas al respecto, al igual que se plantea qué tipo de sanidad necesitamos o necesitaríamos para hacer frente con solvencia a otra posible pandemia, podríamos reflexionar acerca de qué tipo de país queremos ser a nivel cultural. Ojalá un país que proteja, ampare y respalde a sus artistas; que fomente e incentive la educación artística desde la base escolar como materia indiscutible; que cree consumidores de cultura con criterio propio; que reconozca, conserve y difunda nuestro patrimonio cultural y que en definitiva, crea en la cultura no sólo como experiencia estética y reflexiva, sino como motor fundamental de nuestra economía, que es lo que debería y podría ser. Nos invade el pesimismo y es normal, pero aún así me resisto a ser derrotista o a dejarme llevar por el alarmismo que quizá pretenden algunos. La historia demuestra que las crisis se superan, que incluso de ellas y de la necesidad surge la creatividad, la capacidad de reinventarse y hasta el progreso. No hay más que ver, por poner un ejemplo, la cantidad de alternativas e ideas que han desarrollado los artistas durante el confinamiento. Las redes han sido nuestro mayor aliado durante esta montaña rusa de emociones que ha supuesto estar recluidos en casa, nuestra herramienta de promoción más inmediata, y al mismo tiempo, lo que ha desatado una de las polémicas más controvertidas de las que nos atañen. Se debate si es contraproducente para los artistas o teatros verter contenido propio en redes sociales de manera gratuita. Para mí está claro: todo medio que contribuya en modo efectivo a la difusión del arte y al acercamiento de todo tipo de público, es positivo mientras exista un equilibrio. En este sentido, lo digital es un complemento perfecto, no una sustitución. Nada es comparable a la emoción que te produce un directo real, y no creo que se ponga en duda que el lugar de la ópera, por ejemplo, sigue estando en los teatros. Hay cosas que no tienen precio y otras que en cambio sí lo tienen, y es un precio que merece la pena pagar y sostener. La ópera, la danza, el teatro, la música sinfónica, los musicales, los tablaos flamencos, espectáculos en formato más pequeño; son ejemplos de ello. Es ahí donde tal vez nos falta un poco de conciencia colectiva,

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a la hora de adquirir el último modelo de nuestro smartphone. Es complicado, y cuando hablamos de “nueva normalidad” lo hacemos como si ese concepto hubiera llegado para quedarse y no de manera transitoria, como si nunca más volviéramos a ser lo que éramos. Es cierto que debemos afrontar la nueva normalidad con prudencia, pero no con miedo, el miedo es un enemigo de las soluciones. Para ello y para salir de esta airosos, es fundamental que el gobierno nos sostenga con ayudas y medidas viables y además, que la gente quiera llenar las

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nos sigue pareciendo muy caro pagar por el arte y sin embargo no nos lo pensamos

salas y espacios culturales. Los necesitamos. El público debe respaldar, los teatros deben respaldar, el Gobierno debe respaldar y entre nosotros tenemos que ser flexibles y ayudarnos. ¿Qué medidas llevar a cabo en el futuro próximo que nos permitan reanudar la actividad teatral? ¿Es suficiente el distanciamiento social y la reducción de aforos? ¿Es tal vez exagerado viendo las aglomeraciones recientes en bares y terrazas? ¿Podremos tener acceso a los tests necesarios antes de cada ensayo y función para garantizar la seguridad de todos? ¿La reducción orquestal va a repercutir en la selección de un determinado repertorio? ¿Durante cuánto tiempo tendremos que estar trabajando en estas condiciones? ¿Y si hay un rebrote? La verdad, no conozco el alcance real de los riesgos sanitarios, no entiendo de gestión cultural ni manejo datos ni presupuestos. Por más que intento tener respuestas sólo me nacen más preguntas, y creo que por el momento es de la única forma honesta en la que me puedo acercar a lo que siento y en la que nos podemos aproximar a la realidad de lo que vivimos. Me sorprende la facilidad con la que últimamente juzgamos y nos creemos sabedores de la solución más certera. Me causa pesar ver a la gente tan dividida, abordando las conversaciones desde el enfrentamiento y no desde el acercamiento. Y en ese sentido puede ser que los artistas tengamos un papel importante que jugar más allá del que desempeñamos sobre el escenario. El de la conciliación, el de la unión, el de hacernos pensar, sentir y cuestionarnos las verdades absolutas que rondan nuestras cabezas.

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En un tiempo donde las personas no se entienden hablando, la música es el único lenguaje universal capaz de aunar sentimientos y ponernos de acuerdo. Y en eso es lo único en lo que puedo creer de momento. En eso y en Einstein, que ya dijo un día : “La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis donde nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias”. Ojalá.

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Director de Ibermúsica

La temporada que va a presentar Ibermúsica será distinta a las anteriores y lo será sin duda por el sentimiento que tenemos todos de incertidumbre en la evolución

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Llorenç Caballero

de los acontecimientos mientras no se descubra un buen tratamiento y/o una vacuna para frenar esta epidemia. Por lo tanto, hemos decidido retrasar el comienzo de nuestra temporada y dar más tiempo para encontrar estas soluciones. Nuestra temporada comenzará en enero, y ya no será la temporada 20/21 que habíamos previsto sino de enero a mayo de 2021. Por otra parte, no hemos querido ceder al desaliento y hemos dejado la puerta abierta todavía unas semanas más, a poder presentar una “pretemporada” que podría realizarse del 19 de octubre al mes de diciembre con dobles sesiones para separar al público si es necesario. Esta pretemporada se desarrollaría únicamente en otoño 2020. La posibilidad de realizar esta pretemporada está íntimamente ligada a las directrices de las autoridades sanitarias y los protocolos que establezca el INAEM. Se podrá pensar que somos optimistas por plantearnos la pretemporada pero también se podría decir lo mismo de empezar en enero o en octubre del 21. Creemos que es es momento de dar, con prudencia, un paso adelante. La gran mayoría de promotores y organizadores de conciertos somos grandes melómanos y como tales, para asistir a un concierto queremos sentirnos cómodos y seguros. Lo que el público (y los músicos) nos demandan no difiere en absoluto de lo que nosotros mismos deseamos. La seguridad, tanto desde el punto de vista personal como sanitario, es una prioridad que debe venir dictada por unos protocolos que todos debemos y queremos cumplir. Que se extreme la seguridad es bueno y necesario para todos.

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Por otra parte, los conciertos no subvencionados (o poco subvencionados) tienen un factor económico determinante. Si no hay un equilibrio entre las entradas y las salidas, estos tendrán poco futuro. El buscar este equilibrio ha sido siempre un reto y ahora se convertirá en obsesión necesaria. Nuestros planteamientos estéticos, musicales o de calidad seguirán teniendo el mismo desafío y es posible que determinado equilibrio sea prácticamente imposible sin ayudas adicionales. Con los tiempos que todos pensamos que van a correr, parece poco probable que estas ayudas puedan ser públicas, así pues, el patrocinio publicitario, el mecenazgo o las aportaciones privadas deberían compensar la balanza. Ahora más que nunca, debemos desarrollar una ley de mecenazgo para poder incentivar las empresas y esperemos también que haya un cambio en la manera de pensar de los ciudadanos para que entiendan que se deben implicar también en su economía personal para aportar estabilidad y viabilidad a la vida cultural y en nuestro caso, musical. La implicación empresarial y personal es lo que nosotros como sociedad necesitamos para seguir desarrollando nuestra cultura. Ojalá este maldito virus nos traiga un cambio que ya hace mucho tiempo, estábamos necesitando. En los últimos años, Ibermúsica no ha encontrado los patrocinadores que deseaba y con los que había contado tantas temporadas. Con los patrocinadores la empresa adquiere complicidad, compenetración y seguridad, pero hemos tenido la suerte de aumentar estos tres parámetros gracias a nuestros casi 4.000 abonados. En este quincuagésimo aniversario de Ibermúsica hemos celebrado con nuestros abonados esta excepcional efeméride en la empresa privada de música clásica que fundó Alfonso Aijón en 1970. Hemos hecho un gran y largo camino junto con ellos y sobretodo, gracias a ellos. Con su generosidad nos siguen apoyando y ayudando en estos difíciles momentos y hacen que Madrid siga siendo uno de los escaparates de orquestas internacionales más importantes de toda Europa. Esperamos seguir siéndolo y seguiremos demostrándoselo a nuestros abonados, a nuestros miles de fieles, respetados y queridos sponsors.

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Directora artística adjunta de la Fundació Orfeó Català - Palau de la Música catalana

La música como valor moral

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Mercedes Conde Pons

La crisis sanitaria originada por la pandemia del Covid-19 conlleva una serie de crisis colindantes que empiezan a cobrar protagonismo en el momento en que la urgencia sanitaria disminuye. Junto a la crisis económica, por todos temida, tenemos por delante el reto de afrontar, frenar y superar una crisis cultural que en el ámbito musical tiene múltiples incógnitas aún por resolver. Un reto que, a pesar de todo, debemos afrontar con optimismo y con la fe en la capacidad de superación de la humanidad. La incertidumbre que se ha instaurado en nuestro día a día de forma protagonista desde el momento en que el Gobierno español decretó el estado de alarma sanitaria, ha dejado a su alrededor una onda expansiva de desolación y silencio que a día de hoy aún parece difícil de superar. Los principales damnificados: los músicos, los intérpretes, que han visto desaparecer de sus calendarios, y de sus previsiones contables, los conciertos desde mediados de marzo y en algunos casos, aún durante mucho tiempo en adelante. A su vez, otro de los segmentos más afectados dentro del sector musical es el de las agencias de artistas. Sin conciertos y sin facturación por parte de sus representados, los agentes han visto reducido también a cero sus ingresos y caer por tierra el trabajo de meses e incluso años. Los promotores de conciertos privados son los siguientes damnificados de la lista puesto que los negocios privados de producción de conciertos no disponen del sustento económico de las subvenciones públicas del que sí se benefician las instituciones de titularidad pública. En este sentido, la peculiar estructura del Palau de la Música Catalana, financiado en más de un 70% por recursos propios y en tan

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solo un 12% por subvenciones públicas, ha supuesto también para la Fundación Orfeó Català-Palau de la Música Catalana, que gestiona la sala modernista, un duro golpe. Aun así, no hay que olvidar el último segmento damnificado por esta situación en la ecuación del acto cultural. El público. El período de confinamiento ha facilitado la llegada de un tsunami de propuestas culturales en formato digital y en tiempo real gracias a internet y las redes sociales, en la mayoría de casos, de acceso gratuito. Una buena alternativa de efectos podríamos decir que analgésicos para aquellas personas acostumbradas al “consumo” (un concepto que no deja de tener una connotación perversa) de música en vivo. Sin embargo, el escaparate digital es una alternativa que no puede suplantar la experiencia única e insustituible del sonido real, en vivo y de la transmisión energética y emocional que supone ese diálogo sin palabras entre músicos y público. El estado de alarma y el contexto de emergencia sanitaria mundial prolongados conllevan el peligro de que la sensación de amenaza y el miedo a lo desconocido –por otra parte emociones lógicas en este contexto- se instauren también de forma prolongada en el ánimo de ese público que encontraba en la música refugio, oasis o templo, mermando así su calidad de vida futura. No sólo de pan vive el hombre… En este contexto histórico de difícil resolución, las palabras de Goethe según las cuales “el arte debe servir a la verdad, a la bondad y a la hermosura (Wahrheit, Güte, Schönheit)” se conjugan con las de Maurice Maeterlinck: “Hay momentos en la vida en que la belleza moral parece más urgente, más penetrante que la belleza intelectual”. Es importante no olvidar que la verdad no se encuentra en el mundo virtual y digital, que la bondad es una característica exclusiva del ser humano ligada principalmente a su esencia de ser en sociedad y que la hermosura es la consecuencia de la suma de estas dos. El advenimiento próximo de una crisis económica de dimensiones catastróficas pone en jaque esta realidad y el carácter moral de la cultura. Sin duda nuestro sector se enfrenta a una situación sin precedentes en nuestra época que habrá que afrontar con creatividad, entusiasmo y ética. Es responsabilidad nuestra recordar a la sociedad que la cultura es un bien moralmente necesario y que su supervivencia es crucial para la propia supervivencia del género humano.

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Directora de orquesta

Con pandemia y sin pandemia

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Irene Delgado Jiménez

Con y sin pandemia, nuestro mundo musical se enfrenta en su día a día a muchos retos. Esta parada en seco ha servido a muchos para reflexionar sobre nuestra situación actual profesional, individual y global. Sin pandemia, hemos tenido la misma problemática histórica: en nuestro país, la música clásica no forma parte de la vida cotidiana de un gran número de personas, más allá de quienes se dedican a ella. A veces pienso que esto viene dado por una especie de racismo reflexivo que no hace más que estorbar a la hora de crear nuestra identidad musical interpretativa. Para que nos entendamos, Bridget Jones en su primera película se quiere más que nosotros. La mayoría de músicos de mi generación no salimos del país sólo para conocer nuevas formas de hacer, sino porque sabíamos que un título español en España, sirve de bien poco si no te reconocen en el extranjero. Así de catetos somos. Los mandamases de la élite musical española sólo tendrían que levantar un poco la vista y mirar más allá de las agencias para darse cuenta de que hay mucho talento español desaprovechado: es una oportunidad de oro para que se arriesguen a valorar lo que tenemos y formen parte activa de su desarrollo, ya que las instituciones no mueven un dedo. He estado en festivales por toda Europa y he trabajado con músicos de casi todos los continentes. Hay gente muy talentosa en el mundo, pero he encontrado españoles verdaderamente brillantes que han superado mis expectativas. Desperdigados por el mundo, algunos de ellos tocan en grandes orquestas, profesionales y jóvenes. También vienen a mi mente nombres

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de músicos inigualables en su campo que han decidido quedarse en España, sabiendo las consecuencias que ello conlleva. Hemos estado años pagando cachés desorbitados para traer a grandes nombres al país y el valor de lo que hemos aprendido de ellos es altísimo. Sin embargo, es nuestro deber apartar los complejos históricos y apostar por el talento de proximidad, sin dejar de abrirnos a lo que el mundo nos ofrezca, que también es mucho. Este talento es la verdadera llave para mostrarnos al exterior como un país convencido de su riquísima cultura musical, creando algo más que un estilo propio exportable -pues tenemos material de sobra para hacerlo-, reconstruyendo nuestra autoestima musical. De sueños no se vive, pero es gratis. Así que yo sueño con una cantera de músicos de altísimo nivel que puedan ejercer en su país, siendo justamente valorados. Siéntase el lector libre de aplicar todas las posibles interpretaciones de la palabra justamente. Mi generación ya ha demostrado un amor más que incondicional a la música, dejando atrás todo cuanto ha hecho falta y más. Estamos a la altura. Ahora toca correspondernos. Con pandemia, tenemos el problema de no poder hacer conciertos sin distanciamiento social. Sinceramente, confío en que esto acabará tarde o temprano. Una situación excepcional dio lugar por ejemplo a L’Histoire du soldat y muchos estamos eternamente agradecidos a Stravinsky por semejante joya -no hay mal que por bien no venga-, pero llámenme nostálgica, quiero seguir disfrutando de las sinfonías de Bruckner o de las obras de Ravel y no me imagino mi vida sin ellas y tantas otras obras. Supongo que la pandemia dará lugar a formatos de concierto más reducidos y las obras para gran plantilla se irán programando con el fin de asegurar que no habrá que volver a posponerlos o incluso cancelarlos. Otra forma de solucionarlo sería encontrar espacios suficientemente grandes como para guardar esta distancia ¿aprovechando un estadio de fútbol, quizás?-, lo que nos llevaría a un problema

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conoces bien a tu enemigo. Lo que tengo claro es que como siga viendo vídeos confinados me va a dar una indigestión. Es como poner una tirita donde se necesitan puntos y tiempo de cicatrización. Como músico, entiendo la necesidad de producir y enseñar el resultado de lo que hacemos -y lo defiendo-, pero me produce mucha tristeza que lo hagamos a cualquier precio, en muchos casos dando una impresión equivocada del esfuerzo que hay detrás de nuestro trabajo.

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mayor de sonido... La verdad es que es muy difícil saber a qué te enfrentas si no

Esta época me ha servido para reflexionar sobre la calidad de lo que hago y lo que verdaderamente quiero dar y recibir a través de la música. Para profundizar en las obras, necesito silencio interior. Ahora, más que nunca he tenido esta oportunidad. El panorama musical mundial también necesitaba un retiro de reflexión y aún así tantos artistas han estado del lado de la sociedad, ayudando a sobrellevar los malos tiempos a muchísimas personas, en detrimento de su bolsillo. Ya lo decía Wagner: "Pobreza, dura indigencia, compañera inseparable del artista alemán...". Del artista, en general. Preguntémonos qué valor le damos a la música en nuestra sociedad, ahora que ha formado parte de la vida cotidiana de tantos, que ha sido tan indispensable para la salud mental de muchos y tan maltratada por quienes tienen -o tenemos- el poder de transformarlo todo. Estamos a tiempo de reconstruir desde la educación, la divulgación, la autoestima, la honestidad y la solidaridad con nosotros mismos -lo de los conciertos solidarios lo dejo para otra ocasión-. Tenemos una oportunidad de oro desde nuestro rincón para mirar a nuestro alrededor, reaccionando y transformando la situación en una preciosa revolución musical, necesaria con y sin pandemia.

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Compositora

No soy gestora, ni programadora, ni tampoco respondo al arquetipo de músico eminentemente activo en redes que tiende a postularse sobre aspectos políticos o

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Raquel García Tomás

económicos. No soy experta en políticas culturales, ni en las diversas problemáticas que atraviesa (y atravesará) el sector de la música clásica debido a la actual crisis sanitaria. Soy creadora y voy a intentar aprovechar la oportunidad que aquí se me brinda para exponer algunas de mis ideas con la máxima humildad y honestidad posible. Empezaré compartiendo cómo estoy viviendo esta situación a nivel personal y creativo. Resulta que, de momento, no se me ha cancelado ningún encargo y puedo mantenerme ocupada durante bastantes meses. Por ello he decidido vivir el confinamiento sola, en mi estudio, y así poder seguir componiendo. Es curioso cómo, pese a que el acto de confinamiento es algo frecuente en la vida de los creadores, muchos hemos coincidido en que, en esta ocasión, nuestro lugar habitual se siente diferente. Es evidente que no somos impermeables a lo que está sucediendo, por lo que, ante un posible colapso o bloqueo creativo, he decidido tomarme esta crisis como una oportunidad para trabajar en el desarrollo personal y cuestionar algunas de mis concepciones sobre la vida. Creo que lo que me está manteniendo activa y feliz ha sido abrazar la idea de impermanencia, es decir, aceptar que todo está sujeto a un proceso de cambio. Por una parte, he reforzado mi consciencia sobre los privilegios que dispongo en el presente. Por la otra, he aceptado que en cualquier momento todo puede cambiar para mí (hasta poder llegar a la ausencia total de encargos y de estrenos). Aceptar este posible escenario, lejos de provocarme un miedo paralizante, ha hecho que me

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aferre a la creación cual moribundo a la vida. Por primera vez contemplo que todo puede dar un giro de 180 grados en cualquier momento, y yo, mientras dure mi suerte, la quiero disfrutar. Este nuevo escenario me ha ayudado a profundizar en una facultad que no tenía demasiado desarrollada, la de vivir en el presente. Ahora mismo convivo con dos sentimientos opuestos. Por una parte, siento mucha impotencia respecto a lo que pasa fuera de las cuatro paredes de mi estudio, pero, por la otra, estoy disfrutando de mi soledad más que nunca, especialmente cuando compongo. De repente he dejado de preocuparme por temas que me parecían relevantes y eso ha hecho que me sienta más arraigada a mí misma y a mi obra. Es una gran paradoja. A veces, el saber que lo podemos perder todo de golpe, nos libera, y nos conecta a la vida y a la creación más auténtica. Ahora bien, que yo a título personal aproveche este momento para crecer y no desmoronarme no quiere decir que no crea que es fundamental trabajar por conseguir medidas efectivas que verdaderamente amortigüen los efectos que esta crisis ya está provocando en el sector de la cultura, y como consecuencia en el de la música clásica (y aquí también incluyo la clásica-contemporánea). Debo reconocer que me siento incapaz de imaginar hacia dónde nos dirigimos. Por ello estoy muy lejos de poder exponer aquí las medidas que “nuestro sector” necesita, entre otras cosas porque nuestra realidad es más compleja de lo que muchas veces se nos muestra en los medios. “Nuestro sector” no solamente lo forman las grandes instituciones y los músicos más renombrados, sino que hay un alto número de profesionales fuera del “imaginario habitual” que corren el riesgo de ser excluidos de los diversos paquetes de medidas previstos para paliar esta crisis. Remarco, excluidos pese a ser igualmente fundamentales en el tejido musical del país.

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altamente heterogéneo, que no sólo se compone de distintas áreas de especialidad (intérpretes, directores de orquesta, compositores, gestores, programadores, técnicos, críticos, etc.) sino también diversos “estamentos”. Por estamentos –si se me permite utilizar este término aquí– me refiero a que, pese a haber un gran talento y profesionalidad en este país, no todos los que nos dedicamos a la música compartimos el mismo grado de estabilidad laboral o, dicho de otra forma, de prestigio y reconocimiento. Por poner un ejemplo, existen un gran número de jóvenes intérpretes que, habiendo demostrado una gran preparación y solvencia,

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El mundo de la música clásica (y de nuevo incluyo la contemporánea) es un entorno

no consiguen llegar a brillar en el panorama nacional (a veces ni siquiera optan a un puesto de trabajo estable o a tener cierta regularidad como músico autónomo). Como consecuencia muchos deciden marcharse al extranjero (donde se los disputarán las mejores orquestas a nivel internacional) y otros deciden quedarse (o volver) para conseguir ese grado de estabilidad o reconocimiento que, muchas veces, llega tarde o no llega. Dicho esto, siento que debo aprovechar esta oportunidad para insistir en el riesgo que corren este alto porcentaje de músicos (y otros profesionales, como por ejemplo los programadores de festivales minoritarios o las pequeñas productoras) que les ha llegado semejante crisis en un estadio de su carrera en el que aún se encuentran luchando por conseguir la estabilidad que algunos creemos tener en el momento presente. Conste que yo misma escribo estas líneas siendo consciente de mi vulnerabilidad en tanto que compositora freelance. Pero también soy consciente de mis privilegios. Privilegio, por ejemplo, es que se me considere relevante dentro del panorama nacional como para participar en esta publicación y que ustedes estén leyendo mis ideas. Permítanme pues que apele a los que sí que disponen de capacidad de intervención en las políticas culturales para que tengan en cuenta a todos aquellos profesionales de la música que esta crisis les sorprende demasiado jóvenes, o demasiado poco reconocidos, o demasiado precarizados, pese a ser talentosos y tener mucho que ofrecer a nuestro panorama nacional. Por favor, no nos

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quedemos solamente con los profesionales visibles y sigamos impulsando (y mejorando) aquellas medidas que a muchos nos han ayudado a poder dedicarnos al oficio que soñábamos y a, humildemente, contribuir y mejorar “nuestro sector”. Se suele decir que las crisis (tanto las individuales como las colectivas) son oportunidades para vislumbrar y construir mejores realidades. Que ésta nos empuje a crear una realidad más plural y justa para todos y todas.

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Director titular de la Toronto Symphony Orchestra y la Orchestra Philharmonique du Luxembourg

Incertidumbre y esperanza

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Gustavo Gimeno

Siempre recordaré ese lunes, 9 de marzo del 2020, en una iglesia situada en un canal céntrico de Ámsterdam. Ensayaba con la Orquesta del Siglo XVIII y el pianista Alexánder Mélnikov el programa dedicado a Robert Schumann que íbamos a tocar durante una gira que nos llevaría a varias ciudades de Holanda y a Oviedo. Las dudas en torno a la viabilidad del proyecto habían hecho acto de presencia en los últimos días. Efectivamente, en el receso del ensayo de aquel día inolvidable se confirmaba la cancelación de todos y cada uno de los conciertos. Decidimos entonces tocar para nosotros mismos y para unos pocos amigos de la orquesta el primer movimiento del Concierto para piano de Schumann. Quizá fuera autosugestión, pero me pareció sentir cómo se formaba una pátina de melancolía en el ambiente… También la percibí en la ejecución y en las caras de los músicos. En cualquier caso, yo la notaba con claridad. Además, una inquietante duda -que no había sentido jamás antes en mi vida- ocupaba mi mente en forma recurrente: “¡Quién sabe cuándo volveré a hacer música!”. Ahí se inició un periodo que, si tuviera que resumir en una palabra, sería (y sigue siendo al día de hoy) “incertidumbre”. Ninguno de nosotros había ni remotamente imaginado que algo así podría suceder: una pandemia que paralizara un mundo que siempre se nos había antojado tan establecido y poderoso. Como ahora ya sabemos, el efecto ha sido y es aún devastador. A muchos niveles y en casi todos los sectores. Desde luego también para el mundo de la cultura.

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Pero este estado de vulnerabilidad nos ha concedido tiempo para la reflexión y, quién sabe, si hasta para el aprendizaje. Ha generado, además, iniciativas y actitudes muy positivas que, en el mejor de los casos, han llegado para instalarse en nuestras actividades futuras. De alguna manera, el hecho de atravesar y compartir todos tal situación de crisis, parece haber reforzado la conciencia de lo colectivo y, en cierta manera, la idea de solidaridad. Durante estas últimas semanas se han producido conversaciones entre artistas, en algunos casos de disciplinas diferentes, y hemos podido escuchar interesantísimas reflexiones surgidas de tales diálogos. Hemos dado paso en nuestros pensamientos (y esperemos que también se concrete en los escenarios) a la posibilidad de programar más música de cámara o para formaciones más pequeñas, de excelente calidad y que parecía desaparecida de nuestros programas de concierto. También se han elaborado vídeos difundidos por las redes destinados a la divulgación musical, material que podría servir no solamente para el acercamiento al público, sino también como una valiosa extensión de la función social y educativa de la música y de sus instituciones. Paradójicamente, mientras el sector cultural (y aquí incluyo a muchísimos profesionales, músicos, actores, bailarines, técnicos de sonido y luces, tramoyistas y un largo etcétera) se sentía absolutamente desprotegido y en seria precariedad, ha sido y es emocionante comprobar cómo la cultura y los artistas han estado más presentes que nunca en nuestras vidas, en las vidas de la gente, de todas las gentes, contribuyendo enormemente a que nuestro día a día sea mejor y nos permita mantener la esperanza en los momentos más complicados. ¡Qué hubiera sido de nosotros sin lecturas, conciertos, películas, series, canciones, ballets, óperas…! En otro sentido, me ha indignado y entristecido profundamente la actitud mantenida diariamente durante esta crisis (conviene subrayar que de índole sanitario, no político) por algunos responsables públicos de nuestro país que, con semejante posición, han contribuido al enfrentamiento, dando clara muestra de anteponer sus intereses partidistas al interés y bien generales.

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además de demostrar incapacidad para la empatía y para ofrecer propuestas constructivas. Aunque precisamente hoy mismo -27 de mayo- he podido entrar de nuevo a trabajar en una sala de conciertos, personalmente he de admitir que al finalizar este proyecto entraré de nuevo en esa fase de incertidumbre a la cual me refería anteriormente. Y me preguntaré de nuevo cuándo, dónde y con qué música volveré a encontrarme sobre un escenario. Una fase de incertidumbre que a la

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Algo particularmente inaceptable en momentos tan comprometidos para todos,

vez debería ser una oportunidad para afrontar el futuro cercano con actitud flexible y creativa. Creo, además, que esta “fase de incertidumbre” requiere de nuestro esfuerzo en dos direcciones: en primer lugar, de cara a las autoridades, no solamente con la petición de un compromiso presupuestario que garantice a individuos e instituciones culturales la supervivencia, haciéndoles tomar conciencia de la importancia y necesidad de la cultura en nuestra sociedad, sino también formulando propuestas sólidas, fiables y constructivas que inviten a la confianza y al optimismo para que las actividades puedan reanudarse a la mayor brevedad posible dentro de un marco seguro y viable. En segundo lugar, hacia nuestro público, al que hemos de ofrecer las mayores garantías e información posibles para que pueda sentirse seguro al plantearse el regreso a un teatro o sala de conciertos. Aunque hemos podido disfrutar durante estas difíciles semanas de múltiples y admirables iniciativas emprendidas desinteresadamente por artistas e instituciones para mantener el acceso a la cultura y aliviar su ausencia en las salas de concierto y teatros, tales iniciativas nunca podrán cubrir el vacío de las representaciones artísticas creadas para su interpretación y recepción en directo. En cualquier caso, pienso que es un buen momento para seguir planteándonos cuáles son las funciones de una orquesta sinfónica en nuestro tiempo, y cómo y de qué diferentes formas podemos servir a nuestro público, nuestra comunidad y a nuestra sociedad. A la vez que damos conciertos en nuestras respectivas sedes e

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interpretamos las obras más importantes del repertorio u ofrecemos conciertos educativos o familiares, creo que se requiere un acercamiento a la gente más cercano y directo en su propio entorno, en sus barrios, incluso con formaciones más pequeñas. Una aproximación a otros contextos y espacios que a los músicos profesionales nos son menos familiares que las salas de conciertos, como las escuelas, centros sociales y asistenciales, hospitales, etcétera. Establecer más puentes para que la música sea accesible a más conciudadanos, especialmente a aquellos que más lo necesitan por encontrarse en situaciones desfavorables. A pesar de la incertidumbre y las dudas lógicas de un momento de crisis de tal envergadura, sí tengo la certeza de la necesidad de un estado social fuerte y de una mayor inversión en investigación. También de que de una vez por todas se abra un debate serio, profundo, honesto y urgente para alcanzar un modelo y un marco que pongan en valor nuestra cultura y reconozcan, protejan y cuiden a nuestros creadores y artistas.

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Director de orquesta y Director artístico de la Orquestra Simfònica Camera Musicae

La "nueva" normalidad

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Tomàs Grau

Estos días se habla mucho de la “nueva” normalidad. La pandemia mundial por Covid-19 nos ha puesto a todos delante del espejo y hemos visto las virtudes, pero también las debilidades de los proyectos que lideramos. Luchando como está todo el sector por sobrevivir y asegurar la viabilidad y el futuro de muchos de ellos, quizá sea el momento de hacer un alto en el camino y reflexionar si este período va a ser una oportunidad para salir más fuertes de esta gran crisis. Las fases de la desescalada y el plan diseñado por el Gobierno para la “nueva” normalidad están dejando una gran preocupación en el sector cultural en general, y en la música clásica y sinfónica en particular, ya que la reducción de aforos combinada con la edad media del público hace inviable económicamente la mayoría de conciertos de medio y gran formato hasta la aparición de un medicamento que reduzca drásticamente la viralidad o, en su defecto la llegada de la vacuna. Es cierto que las entidades públicas pueden acometer mejor estos retos, pero es evidente también que sin promotoras y orquestas privadas la pérdida de riqueza cultural, empleo y diversidad sería irrecuperable. Las ya clásicas reivindicaciones de la reducción del IVA cultural y de la Ley de Mecenazgo toman en estos momentos más importancia que nunca. Pero, ¿serían suficientes estas medidas? Yo creo que no. También los artistas tenemos que hacer nuestros deberes: es en estos momentos cuando el colectivo debería coger más importancia que nunca, así como cuando debemos prepararnos para el futuro.

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En cuánto al colectivo, y por lo que a las orquestas se refiere, creo sinceramente que se deberían poner las relaciones humanas en el centro de todos nuestros esfuerzos, al grupo por delante de las individualidades, y sumar la implicación emocional por parte de todos los músicos desde la primera nota, para conseguir un resultado artístico que toque la excelencia y así captar la atención que quizá se perdió en las últimas décadas por parte del público. Transmitir esa pasión desbordante que nos llena y que nos hizo querer dedicarnos a la música, en vez de esconderla o amansarla, puede ser clave para un nuevo renacimiento. Por lo que al futuro respecta, todos estamos de acuerdo en que no hay nada que pueda sustituir la experiencia de vivir un concierto o una ópera en vivo. Es más, la música en vivo después de tanto tiempo confinados puede ser para muchos alimento para el alma, pero también es cierto que el modelo de negocio quizá debe adaptarse a la situación. Sustentar todos los ingresos en el formato presencial va a ser difícil en esta nueva era, así que una combinación de ingresos presenciales y virtuales (pay-per-view, subscripción…) debería ser la forma de consolidar al público, pero también de ampliarlo. Eso sí, deberíamos poner un freno a la proliferación de todo ese contenido cultural gratuito que se está generando: o empezamos a dar un valor económico a nuestro trabajo o el público se va a acostumbrar a que la cultura es gratis, y eso no nos lo podemos permitir. En conclusión, creo que tenemos delante una oportunidad única para darle un nuevo enfoque a nuestros proyectos, muchos de ellos proyectos vitales y vocacionales. Tenemos tiempo de pensar y reflexionar, de cuidar y poner en el centro a las personas y de preparar la parte tecnológica para poder competir a nivel mundial. No nos dejemos ensombrecer por las malas noticias, pero tampoco esperemos que las subvenciones nos vayan a solucionar el problema. Reclamemos ayuda, reclamemos acompañamiento, pero adelantémonos a la “nueva” normalidad.

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Director artístico del Palau de les Arts

El Covid-19 ha aparecido entre nosotros como si de un seísmo en lo más alto de la famosa escala Richter se tratara. No sólo por las consecuencias que ha tenido en la

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Jesús Iglesias

sociedad mundial, en general, con millones de contagiados y cientos de miles de fallecidos, sino también, circunscribiéndonos ya al mundo de las artes escénicas, provocando un verdadero shock en nuestras actividades y abriendo enormes interrogantes en el futuro de la lírica y en los códigos que llevan rigiéndola desde hace ya muchas décadas. Un mundo en el que estábamos casi obsesionados con el trabajo a largo plazo, en el que nos movíamos mucho más cómodos trabajando a cinco años vista que en el plazo del año siguiente. Y ahora, de un día para otro, nos sumergimos en un mundo de incertidumbre en todos los aspectos; sin ser capaces de concretar ni el contenido de la actividad que podremos desarrollar en el corto plazo ni el público al que podremos dirigirnos. Desde hace dos meses, nos vemos obligados a gestionar un mundo que tiene la incertidumbre, también económica, como principal característica. La realidad ha superado con creces a la ficción y nosotros, gestores de artistas y de arte, debemos más que nunca aunar racionalidad y creación para garantizar la supervivencia de nuestros teatros. Todo lo anterior puede interpretarse, en una primera aproximación, como una amenaza de dimensiones colosales para los teatros y sus actividades. A fecha de hoy sólo podemos garantizar la presentación de actividades de pequeño formato, sin saber bien cómo podemos gestionar un grupo de solistas y un coro numeroso sobre el escenario comprometidos con conceptos escénicos exigentes o una orquesta tocando en un foso. La rigidez de los protocolos sanitarios, la necesidad de adaptarse a un escenario permanentemente cambiante y la excelencia artística son tres parámetros con los que trabajamos ahora para buscar esa fórmula magistral con la que mantener viva la lírica y la música en directo. PLATEA MAGAZINE

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El confinamiento ha comportado el auge de contenidos en red, un recurso que se mostró relevante como elemento de entretenimiento en estos meses de estado de alarma y que, muy posiblemente, ha puesto en valor la importancia de la cultura en la vida cotidiana de las personas. El streaming ha venido para quedarse, sí, pero jamás deberá sustituir la experiencia única de enfrentarse a cualquier hecho artístico en vivo. Y es nuestro deber convencer al espectador de ello, acercarlo de nuevo a los teatros y a las salas de conciertos. Nuestro objetivo inmediato habrá de ser el de “seducir” al público para que regrese a nuestras salas. La seguridad es la mejor garantía, pero también la excelencia artística es una exigencia. Más que nunca, debemos ser ambiciosos y creativos. Esta crisis, como ha ocurrido en tantos momentos similares a lo largo de la historia, ha de aprovecharse para que la cultura, y las artes escénicas en particular -tan enfocadas al ocio y el entretenimiento en los últimos años- puedan volver a ocupar un lugar relevante en la reflexión sobre los diferentes asuntos que afectan a la ciudadanía. Por otro lado, también espero que esta crisis no se traduzca -como ha ocurrido en crisis anteriores- en un empobrecimiento del repertorio y del tipo de propuestas artísticas que podamos presentar. Ha de ser, además, un momento de valentía, un momento para retomar esa tarea que hace tres meses era de las más apremiantes- de búsqueda de nuevos públicos, de espectadores más jóvenes; esos que se sienten atraídos por lenguajes musicales y escénicos más próximos a los gustos y estándares de una sociedad, como la nuestra, inmersa de pleno en el siglo XXI. Si bien estas reflexiones son fundamentales para abordar la nueva etapa que nos toca afrontar, el objetivo a muy corto plazo ha de ser el de devolver su actividad natural a los teatros, auditorios y/o salas de conciertos. La reapertura inmediata de los teatros, aunque sea con actividades adaptadas a las circunstancias actuales, es clave para retomar el contacto con nuestro público más fiel, aquel que lleva quince años haciendo de Les Arts su segunda casa y al que recibiremos con el cariño y la calidez de siempre, asegurándole que el nuestro es un espacio seguro al que venir a disfrutar de aquello que aman especialmente, la música.

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de nuestros activos artísticos, la Orquestra de la Comunitat Valenciana, el Centre de Perfeccionament y el Cor de la Generalitat. En un formato de una hora de duración, con todos los protocolos de distanciamiento y de seguridad vigentes, y con un precio simbólico, cinco euros, queremos invitar a todos los ciudadanos a volver a su teatro, a reencontrarse con nuestra platea, a revivir la experiencia de la música en vivo, las emociones que despierta y a celebrarlo con sus aplausos. Vamos a reservar también unas jornadas exclusivamente para menores de 29 años en la línea que comenzamos esta temporada y que tan buenos resultados estaba

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El día 12 de junio retomaremos la actividad con un ciclo de conciertos y recitales

dando. Los jóvenes siguen siendo el futuro y tras un periodo de consumo tecnológico desbordado, queremos que la música sea una opción más en su desescalada social. Incidiremos, además, en nuestra vocación de servicio público, acercando la música y la lírica a aquellos ciudadanos que, al no vivir en la ciudad de Valencia, no se benefician tan directamente de nuestras actividades, pero a los que, sin duda, como institución pública, debemos atender. En ese sentido, la Orquestra de la Comunitat Valenciana y el Centre de Perfeccionament presentarán diversos programas en diferentes localidades de las tres provincias de la Comunidad Valenciana. Les Arts tiene, además, una magnífica herramienta que, en este momento, es providencial: Les Arts Volant, el camión-escenario con el que llevamos dos años acercando la ópera a pueblos y barrios de todo el territorio valenciano gracias al soporte del tejido institucional valenciano. En los próximos días, presentaremos nuevo proyecto con El tutor burlat; la adaptación al valenciano de Il tutore burlato de Martín i Soler, debidamente adecuado a las necesidades de un formato escénico tan específico. Una obra del compositor valenciano más universal recorrerá plazas y espacios al aire libre invitando a descubrir a jóvenes y adultos la esencia de nuestra actividad, la música en vivo, sin intermediarios ni filtros, el auténtico diálogo entre intérpretes y público, y la irrepetible experiencia de la representación escénica.

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Nuestra segunda fase comenzará en septiembre, con la vista puesta en la nueva temporada, y con la confianza que la situación sanitaria continúe mejorando y nos permita disfrutar de la lírica en todas sus expresiones y al máximo de su capacidad musical y escénica. Pero si no aprendemos de esta situación tan excepcional, de las amenazas a las que nos ha obligado a enfrentarnos, y sobre todo no las transformamos en una oportunidad para reforzar la relación de los espacios escénicos con la sociedad que nos rodea y que da sentido a nuestra propia existencia…, ojalá me equivoque, pero nos espera un panorama nada halagüeño.

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Gerente de la Orquesta Sinfónica de Galicia

Escribo estas líneas después de haber pisado el escenario del Palacio de la Ópera de A Coruña por primera vez desde el 13 de marzo. Han pasado más de dos meses

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Andrés Lacasa

aunque parezca que hayan sido dos años. Algo que era cotidiano se ha convertido en excepcional. Por fin hemos podido empezar a colocar sillas, atriles y calcular las distancias interpersonales para cumplir con los protocolos de prevención. Nuestro sector profesional, tanto el sinfónico como el lírico siempre se ha caracterizado por unas estructuras organizativas muy rígidas, cimentadas firmemente en nuestro ADN a lo largo de las últimas décadas para poder hacer viable el encaje de bolillos y el diseño de ese gran puzzle que es una temporada de conciertos. Los gestores vivimos siempre en una realidad paralela, viviendo el presente pero con nuestra mente trabajando a varios años vista. Nuestros músicos empiezan sus carreras profesionales a una edad muy temprana, estudian y trabajan con un nivel de exigencia sólo comparable al de los deportistas de élite. Los gestores organizamos y planificamos a largo plazo para ofrecer el mejor espectáculo público posible. Dependemos como pocos de la movilidad de los artistas nacionales e internacionales. Pero todo esto ha saltado por los aires por culpa del Covid-19. ¿Qué hacemos? Nadie tiene un manual de instrucciones que nos pueda ser útil. Además, todos sabemos que estamos supeditados a una realidad social y económica con problemas mucho más graves que lo que pueden ser nuestros desvelos como programadores y jefes de personal. No obstante, estoy seguro que las actividades culturales en general y las sinfónicas, líricas y la música de cámara en particular serán fundamentales para que nuestra sociedad pueda curar sus

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heridas que esta terrible crisis está generando y recuperar la normalidad. La cultura va a ser más necesaria que nunca. España es hoy una potencia musical, debemos recordarlo y repetirlo todas las veces que sea necesario. Desde las innumerables escuelas de música que existen a lo largo del territorio nacional, conservatorios, orquestas infantiles y juveniles, pasando por las orquestas sinfónicas profesionales, los festivales, teatros, corales y los ciclos de conciertos públicos y privados, somos un motor económico, social y educativo que puede y va a ser imprescindible durante los próximos años. Podemos tutear a nuestros colegas europeos, y en muchos casos, podremos incluso liderar la puesta en marcha de un marco de trabajo para poder realizar actividad mientras dure la crisis sanitaria. La obligación de poner el contador a cero nos va a permitir replantear y revaluar nuestra realidad. No me gusta utilizar la palabra “reinventar”, nadie puede osar reinventar a Wagner, Mahler, Schubert o Bach. Podemos y debemos mejorar lo mejorable y adaptarnos, pero nada ni nadie va a poder sustituir un concierto sinfónico en vivo. Buscaremos formulas alternativas, realizaremos conciertos de música de cámara con plantillas más reducidas, conciertos en streaming, al aire libre, en colegios o centros cívicos. Los responsables técnicos, los directores artísticos, los responsables políticos, todos tenemos que afinar juntos y trabajar codo con codo para aprovechar el incalculable valor que tienen nuestro sector para la sociedad que nos rodea y de la que dependemos. A pesar del panorama tan desolador que estamos viviendo, soy profundamente optimista y estoy convencido de que tarde o temprano, nuestro público volverá a poder disfrutar de nuestros conciertos.

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Musicóloga e investigadora "Juan de la Cierva" del Instituto Complutense de Ciencias Musicales

Un futuro abierto a la reinvención y a la humanización de lo digital

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Ana Llorens

Siempre he creído que la música clásica pende de un hilo más fino que el que sustenta otras disciplinas artísticas y que, además, la investigación en Humanidades tiene un futuro incluso más incierto que el trabajo en ciencias experimentales. Podría entrar en una disquisición acerca de las dificultades que tiene la práctica de la música clásica para llegar a un público más amplio, o en la necesidad de financiación para campos que no revierten en un beneficio económico o sanitario para la sociedad. Pero no es ni mi cometido ni mi especialidad. Hace tres meses, no me habría podido ni imaginar que el 9 de marzo de 2020 sería el último día que pisaría la oficina del proyecto de investigación en el que trabajo, ni que ese día impartiría mi primera y última clase presencial de Historia de la Música del siglo XIX en la universidad en la que soy investigadora. A partir de entonces, mi único contacto con compañeros y alumnos ha sido telemático y, aunque la situación parece que está mejorando, creo que el trabajo a distancia va a quedarse entre nosotros en el ámbito universitario, tanto investigador como docente. En un sistema en el que cada vez hay más alumnos, en el que, a consecuencia, no hay disponibilidad de espacios y en el que, además, el número de profesores no ha aumentado tan significativamente, parece imposible garantizar la reducción de los aforos y, así, que se mantenga la distancia de seguridad en las aulas. Además, la enseñanza presencial implicaría la necesidad de desinfectar las superficies y los objetos que, unos tras otros, profesores y alumnos empleamos en nuestras clases.

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Y lo que es más preocupante: necesitaríamos erradicar la interacción cercana entre profesor y alumno. Y, sin ella, la enseñanza presencial deja de tener pleno sentido. No pretendo lanzar una crítica en contra de la enseñanza telemática, la cual tiene muchas ventajas, como la flexibilidad horaria, pero creo que hay que distinguir entre los programas que fueron concebidos de forma online desde el comienzo y el trabajo de adaptación que están haciendo muchas universidades tradicionales. En la musicología española, el primer programa online comenzó su andadura a finales de la década de 1990 en la Universidad de La Rioja. Desde entonces, han nacido otros, como los de la Universidad Alfonso X el Sabio y la Universidad Internacional de Valencia, sin duda porque existe demanda suficiente. Además, estas mismas universidades ofrecen programas de máster. Parecería, pues, que no es ni tan difícil ni tan perjudicial sustituir las clases presenciales por una enseñanza plenamente digital. Podría ser, pero no, o al menos no tal y como la conocemos. Las universidades tradicionales, aquellas que ofertan enseñanza presencial, simplemente se han adaptado a las nuevas circunstancias, pero no se han reinventado, y quizás es eso lo que necesitamos en estos momentos. Lo han hecho de la mejor manera posible, proporcionando, en una velocidad récord las que no las tenían, plataformas para facilitar la enseñanza: podemos compartir presentaciones de PowerPoint, otras aplicaciones digitales, reproducir audio y vídeo, dar la palabra a los alumnos de forma ordenada e incluso dejar las clases grabadas para que los alumnos las visualicen cuando deseen. Sin embargo, en general no es suficiente debido a la pérdida de comunicación no verbal y la escasa interacción que observamos por parte de los alumnos. Exige una gran concentración y fuerza de voluntad estar detrás de un ordenador escuchando una clase magistral, y muchos ni siquiera responden cuando les preguntamos o pedimos opinión. En la enseñanza de la musicología esto se complica aún más porque el diseño de las plataformas está pensado para otro tipo de disciplinas en las que no es habitual hablar a la vez que se reproduce una pista de audio o un vídeo, o que no necesitan pizarras en blanco para escribir neumas u otros símbolos que han de trazarse a mano.

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traído cosas buenas y cosas malas, en gran medida en función de los materiales que cada uno ha necesitado para su trabajo. Aquellos que requieren consultar manuscritos no digitalizados, o incluso multitud de libros en bibliotecas y archivos, lo han/hemos tenido inmensamente difícil. En una disciplina histórica, o al menos con un gran peso histórico, la labor ha sido complicada. Por suerte, plataformas digitales – como JSTOR y RILM – han puesto a disposición abierta muchos de sus materiales de investigación. Incluso se han celebrado telemáticamente congresos a los que en otras circunstancias muchos no habríamos asistido. En tan solo unas

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En la investigación en musicología el parón que ha supuesto el confinamiento ha

semanas, casi todos hemos normalizado la comunicación rápida y directa que nos permite la tecnología; nos hemos acostumbrado a trabajar separados por la distancia – y quizás nos ha resultado más fácil que a otros porque el trabajo colaborativo no está aún enraizado en Musicología. Por otro lado, también hemos tenido más tiempo para reflexionar, investigar y escribir. Muchos colegas sienten que esta ha sido la época más productiva en sus vidas, y los debates acerca de la presencialidad en seminarios, congresos y grupos de trabajo en el futuro está más abierto que nunca. Al margen de dar relevancia a los problemas existentes, creo que ahora en lo único que debemos pensar es en cómo podemos impedir que las nuevas circunstancias hagan que nuestro trabajo pierda su sentido. Necesitamos más materiales disponibles en formato digital: aún dependemos del conocimiento guardado en manuscritos y libros, los artículos de revistas no son suficiente. Y también necesitamos aprender a comunicarnos de manera más efectiva y atractiva para nuestros alumnos, planteándonos si el tono, el formato y los contenidos de nuestras clases magistrales siguen siendo válidos a través de la pantalla. En Humanidades, y en Musicología específicamente, en los próximos meses, si no años, dependeremos mayoritariamente del punto hasta el que consigamos bajar el frenético ritmo anterior y, sobre todo, de cómo hagamos que lo digital nos acerque el mundo real, palpable, humano.

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Directora de Agencia Camera

Renovarse o morir

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Mónica Lorenzo

Aunque pueda parecer que ha pasado un siglo, hace tan solo un par de meses estábamos organizando conciertos como el de Teodor Currentzis junto a la Orquesta de la Radio de Stuttgart (SWR) en Madrid y Barcelona y gozando de experiencias musicales de máximo nivel. A pesar de que la llegada de la pandemia ha paralizado todo, una cosa está clara: la música, en tanto que creación humana y herramienta de comunicación social, es un fenómeno inmemorial y no va a desaparecer a causa de esta crisis global. Naturalmente, lo sucedido provocará serios reajustes en el sector. Deberemos afrontar programaciones con importantes limitaciones de repertorio, debido al distanciamiento que sanitariamente parece necesario entre los músicos de las orquestas. Sin embargo, aunque buena parte de la música que habitualmente se programaba resulte ahora inviable, puede que eso repercuta positivamente en la recuperación y difusión de obras menos frecuentes y en formatos logísticamente más adaptables. Las salas, teatros y auditorios deberán asumir además la ardua tarea de ajustarse a una nueva situación marcada por drásticas medidas económicas, sociales, políticas y, fundamentalmente, sanitarias que harán imperativa la necesidad de planificar con cautela la desinfección e higiene de las instalaciones, asegurar la correcta ventilación de los espacios y gestionar ordenadamente la afluencia del público para evitar aglomeraciones no deseadas. Paralelamente a todo esto, las instituciones deben tomar medidas específicas para regular nuestro sector, abandonando tratamientos generalistas que resultan insuficientes e inadecuados y no contemplan la situación de muchos profesionales.

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Para lograr la plena adaptación y eficiencia de la industria cultural, es necesario establecer un marco jurídico y competencial que permita su adecuado funcionamiento y que proteja a todos los estamentos de sus trabajadores. En aras de todo ello, realizar un serio trabajo de autocrítica se revela hoy fundamental e imprescindible. Pese a que todos tenemos muchas ganas de asistir a un concierto en directo, debemos hacer un ejercicio de contención y paciencia. Se ha generado una crisis de confianza y, para restablecerla, es necesario que, en un momento tan difícil, músicos, agentes, promotores privados, instituciones públicas, auditorios, orquestas y festivales estemos más unidos que nunca y luchemos por un objetivo común: acercar la música a la sociedad. Para ello, es de máxima urgencia adaptarse a los nuevos tiempos. Como se suele decir, renovarse o morir, porque esta crisis también nos ha permitido aprender y nos ha dejado algunas lecciones importantes: por un lado, se ha puesto de manifiesto la necesidad que nuestra sociedad tiene de consumir música y del fuerte componente terapéutico que ésta tiene, y por otro — más importante aún—, ha servido para que nos demos cuenta de lo imperioso que resulta hoy en día trabajar a fondo en la creación de nuevas plataformas digitales. La gran mayoría de las instituciones culturales españolas no poseen aún infraestructuras que garanticen la viabilidad de canales para difundir sus propias producciones y profundizar así en la democratización de la música. Estamos lejos del contexto internacional, con ejemplos paradigmáticos —como el de la Filarmónica de Berlín— que apuestan por vías de comunicación que permiten escuchar sus conciertos desde cualquier parte del mundo. Ése es, sin duda, uno de los grandes retos que debemos afrontar en los próximos años.

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Contrabajista y profesora en la Escola Superior de Música de Catalunya

Yo no soy ni político, ni activista, ni epidemiólogo, ni tengo la intención de darle consejos o lecciones a nadie en esta situación. Simplemente soy un músico que

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Uxía Martínez Botana

tiene el lujo de contribuir a la sociedad, de una de las maneras más importantes que existen, que es la cultura. Para los que no me conozcan, soy persona de pocas palabras, me gusta ser directa, amo el sentido del humor y me considero bastante pragmática. Así que no quiero dar ideas ni soluciones. Prefiero escribir un artículo de realidades personales vividas por mí y por otros colegas músicos. La primera advertencia sobre el baño de cancelaciones que ha causado esta pandemia, me sucedió de camino a un concierto. Fue en un tren desde Berlín al Philharmonie de Hamburgo. El mánager se acercó a mí, horas antes de lo que sería el último concierto antes del lockdown. Me comunicó que Alemania había decidido suspender todos los espectáculos de gran aforo y que, por lo tanto, nuestra gira posterior quedaba cancelada. Acto seguido se le unirían las cancelaciones de abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre etc... y también algunas de 2021. Se me cancelaron giras en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Bélgica, Japón… incluidas masterclasses y mi propia labor como docente en la ESMUC de Barcelona. Todo cambió de manera radical y se desvaneció, en menos de una semana, el trabajo de años. Deseo añadir brevemente que antes de la crisis sanitaria del Covid-19, nuestro sector ya había sufrido una fuerte crisis económica a nivel europeo. Esta crisis afectó de una manera muy negativa a mi generación y en general, a todos en nuestro sector. La exigencia del nivel interpretativo aumentó muchísimo y las posibilidades de trabajo se redujeron de manera exagerada debido al cierre

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de muchas orquestas por falta de recursos económicos. Si las generaciones anteriores a la mía ya lo tuvieron difícil, doy fe que a mi generación, estas dificultades se le triplicaron. La lucha de haber logrado una carrera internacional de alto nivel en estos años, os garantizo que es comprable a la de un gladiador en la arena contra cinco leones... ¡Por lo menos! Debido a la era de Internet en la que vivimos, mucha gente tiene la tendencia de basar sus opiniones en la superficialidad de lo que ve en las redes sociales, sin saber realmente todo lo que hay detrás. Ah... ¡las redes sociales! ¡hoy en día imprescindibles si quieres existir como artista! Tengo que reconocer que antes de existir las redes sociales, nos hablábamos más por teléfono. Ahora no me llaman por teléfono, porque me ven por ¡Instagram! Me contactan a través de ¡Instagram! Parece casi que mi vida corresponda a Instagram. Paradoja de los tiempos que vivimos. Desde la crisis económica, lo que se nos exige a los músicos, programadores, managers, etc.. que cuentan cada vez con menos recursos es, a menudo, poco realista y muchas veces inviable. Anteriormente al Covid-19, a nuestra industria se le exigió el máximo nivel artístico con muy pocas ayudas económicas. Sin embargo, hemos demostrado constantemente a lo largo de estos años que seguimos funcionando ofreciendo espectáculos de una gran calidad artística y, como contraprestación, recibimos el deterioro de nuestras condiciones de trabajo. Entonces, seguramente se pensará que: ¿Para qué invertir si total el show continúa? ¿Qué pasará ahora con la crisis del Covid-19? Como dice la canción del legendario grupo Queen: The show must go on, el espectáculo debe continuar. Pero ¿hasta dónde? ¿Y En qué condiciones? ¿Seguiremos adelante todavía con menos ayudas? Obviamente, en situaciones de pandemia o de guerra se debe priorizar lo que se considera de primera necesidad. Es lo correcto. Pero, ¿hasta dónde no se puede considerar la cultura en esta crisis como algo necesario? No puedo evitar pensar, como músico, en la cantidad de profesionales que han ofrecido su talento de manera solidaria para sobrellevar el confinamiento.

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mucho, pero no olvidemos que hay grandes salas de conciertos y orquestas, que parte de su existencia depende de la venta de tickets. ¿Nos funcionará el sistema online a largo plazo? Yo desde luego no tengo las respuestas a todo esto, pero como músico tengo muchas y muchas preguntas. Ya que soy un músico que tiene visibilidad internacional para hablar y además en un medio público como este, me gustaría ser la voz de los que no tienen estas posibilidades y es que, la realidad de muchos músicos es la siguiente: Hay músicos

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Las plataformas online pueden ser una salida para el momento y están ayudando

sin salarios fijos, que viven el día a día de lo que ganan en sus conciertos, si los tienen. Los hay que tienen que acogerse a peticiones firmadas via online para poder sobrevivir; músicos que han terminado su licenciatura recientemente e intentan labrarse un futuro, futuro que se les ha cortado sin previo aviso. Lo que debería ser el comienzo de su carrera profesional, ahora mismo es una incertidumbre. Muchos de estos músicos lo han dejado todo y han vuelto a casa de sus padres para sobrevivir. Creo que no es difícil imaginarse la dureza de la situación, tanto para los jóvenes músicos que comienzan con sueños de futuro, como para los músicos profesionales que vieron cortada de raíz su actividad artística. Profesionales de la enseñanza que debido a esta crisis sanitaria se les ha reducido su trabajo y siguen luchando y transmitiendo el amor por la música a través de su magisterio. Como docente, que también lo soy, puedo dar fe que es más difícil mantener motivados a los alumnos impartiendo la docencia via online que presencialmente. Podría dar una larga lista de casos de compañeros a los que la crisis producida por el Covid-19 les ha sesgado totalmente su carrera profesional. Para esta “nueva realidad” que nos va a tocar vivir, seguramente tengamos que aprender y hacer una reflexión profunda de todas las “realidades anteriores vividas" en otras crisis y tener una mayor conciencia del valor que tiene la cultura y un mayor reconocimiento de todos los profesionales que nos dedicamos a ella.

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Director artístico del Teatro Real

Después de la pandemia

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Joan Matabosch

Todavía no sabemos hasta qué punto la pandemia del Covid-19 va a influenciar la gestión y el futuro artístico de nuestros teatros y auditorios. Cierto que, en el caso del Teatro Real, los títulos que no se han podido representar esta temporada no se van a cancelar sino que se van a volver a programar en el futuro, desde Achille in Sciro de Corselli hasta Lear de Reimann, La pasajera de Weinberg e Iris de Mascagni. Estamos rehaciendo el planning para encontrar la manera de encajar la programación no ejecutada dentro de alguna de las temporadas futuras que todavía permiten un margen de maniobra. Esto no es fácil porque las temporadas deben, por encima de todo, respetar un determinado equilibrio y lograr un determinado margen; y también porque es muy complicado encontrar períodos en los que todos los artistas contratados para un período cancelado vuelvan a coincidir con sus agendas disponibles. Pero estamos en ello y lo lograremos, aunque en algunos casos tengamos que esperar tres o cuatro años para poder volver a programar las óperas. Por ahora, la prioridad es la recuperación de la actividad ajustándonos, desde luego, a las instrucciones de las autoridades sanitarias, que previsiblemente serán más estrictas al inicio y progresivamente más enfocadas a restaurar la normalidad. Todos somos conscientes de que la normalidad será una conquista que llegará antes en función de lo puntillosos que seamos todos respetando las restricciones. En cuanto se recupere esa normalidad, estoy convencido de que volveremos a tener espectáculos en vivo como antes. En definitiva, cambiará la manera de representar ópera, teatro y danza durante unos meses, pero volveremos a tener lo que teníamos. PLATEA MAGAZINE

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Este proceso será, sin duda, traumático: puede implicar que los teatros tengan que abrir sus puertas no solo con normas estrictas para los artistas y el personal técnico y administrativo, sino, también, con limitaciones en el aforo. A nadie escapa que es extremadamente complejo hacer viable una temporada lírica con limitaciones en el aforo, pero si no hay más remedio, lo vamos a hacer. Preferimos por mucho que el teatro se pueda reabrir en cuanto lo permita la situación sanitaria, aunque sea con determinadas restricciones. No queremos cancelar ningún proyecto que no sea imprescindible dejar caer, porque queremos proteger a los artistas, que han sido los grandes afectados por el cierre masivo de teatros en todo el mundo. En cuanto se permita abrir el teatro, adaptaremos los espectáculos a los imperativos de seguridad necesarios para garantizar la seguridad de todos, artistas y público. No tenemos la más mínima intención de cerrar si existe la posibilidad de abrir con garantías de seguridad. En el momento en que se tome la decisión de reiniciar la actividad, el teatro tendrá un protocolo sanitario preventivo para la reanudación de la actividad laboral en lo que concierne a la adaptación de espacios y condiciones de trabajo para artistas, coro y orquesta en el foso de orquesta, el escenario y las salas de ensayo; así como una reconfiguración de los procedimientos para los ensayos; una normativa para interaccionar social y profesionalmente; y un criterio para adaptar las producciones escénicas. A su vez, se está elaborando un “Plan de contingencia para la reanudación de la actividad pública” orientado a las representaciones artísticas y también a las visitas guiadas. El objetivo es estar totalmente preparados para el momento en que la evolución de la situación nos permita abrir. No se sabe todavía cuándo se van a implementar las medidas pero sí sabemos exactamente qué es lo que vamos a implementar cuando la evolución de la situación lo permita. Será el momento de evaluar la afectación exacta de la pandemia en el mundo de la cultura y el alcance real de los daños, que parece que van a ser enormes. Mi impresión es que las instituciones culturales pueden llegar a recuperarse de esta difícil coyuntura si se les permite mantener una estrategia adecuada durante un período de tiempo generoso. Con la estrategia adecuada, en diez o quince años un

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orientación, su discurso y sus estándares de calidad. Si se obliga a que esto se haga en un par de años va a ser letal porque entonces la única solución es devastadora. Y, de hecho, engañosa. Seguramente nos vamos a tener que reinventar en algunos aspectos, pero no quiero sonar apocalíptico porque estoy convencido de que hay una salida muy sensata a esta situación si actuamos con inteligencia en la gestión de las instituciones. Lo peor me temo que va a ser la probable inestabilidad del patrocinio y la previsible caída del consumo cultural como consecuencia de la disminución del poder adquisitivo de una parte del público. Pero incluso esto va a

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teatro puede recuperarse del todo sin que quede sustancialmente afectada su

ser coyuntural. Poco a poco se va a recuperar este poder adquisitivo y volveremos a una cierta estabilidad. Para realizar el cálculo de las pérdidas y los efectos de la situación sobre la venta de entradas y el patrocinio tenemos que saber, antes, hasta cuándo se va a interrumpir la actividad. Desde luego, para un teatro como el Real, cuyos ingresos propios son el 76% de su presupuesto, cada semana de interrupción de actividad conlleva pérdidas importantes. Pero en estos momentos todos sabemos que es más importante recuperar la salud que calcular las pérdidas porque por mucho que se pierda no es sensato hipotecar nada a la recuperación de la salud. El Teatro Real acaba de presentar el cierre de sus cuentas del ejercicio del año 2019 con un ligero superávit de 96.500 Euros, de un presupuesto de 54.000.000 de Euros. El modelo de gestión actual claramente funciona, pero también es evidente que nos vamos a enfrentar en el futuro a una situación de una gran complejidad. El efecto de la inactividad durante los últimos meses es mucho menos dañino en los teatros que tienen mayores subvenciones públicas. En Europa las subvenciones a los teatros de ópera oscilan entre el 50 y el 85% del presupuesto. El Teatro Real tiene únicamente una subvención del 24% de su presupuesto. Todo el resto de su presupuesto de ingresos proviene de la venta de entradas, el patrocinio privado y el alquiler de espacios. Por lo tanto, el efecto de una situación como la actual es especialmente grave porque precisamente no ha habido ingresos por venta de entradas durante unos meses, tampoco ha habido ingresos por alquilar los espacios y las empresas patrocinadoras están en una situación incierta

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desde el punto de vista económico. Por lo tanto, vamos a necesitar hacer las cosas con una estrategia muy bien diseñada. Estamos en ello tanto la Dirección Artística como el Presidente, el Director General y todos los trabajadores, cuya actitud durante estos meses ha sido ejemplar: se ha pactado un sistema de recuperación de las horas que va a resultar providencial para maximizar los ingresos en los próximos meses. Durante esta etapa de confinamiento y de cancelación de las representaciones, el streaming y lo audiovisual ha sido una herramienta providencial. Para lo que sirven los streaming y las políticas audiovisuales inteligentes es para incrementar el consumo de ópera y de cultura, y para que el sentido de la existencia de una institución como el Teatro Real no se limite al público que asiste a sus espectáculos, sino que se extienda a toda la población porque es un poderoso agente de difusión de cultura, que es lo que debe ser un teatro. Por esto es una gran satisfacción el éxito del Teatro Real en este ámbito. Sin duda, es uno de los teatros del mundo con una política audiovisual más ambiciosa, de más calidad, más social y con más prestigio y reconocimiento. Es muy cierto que la terrible coyuntura actual ha servido, al menos, para sacar rédito de la ambiciosa política audiovisual del Teatro Real de los últimos años. Es una gran satisfacción el éxito del Teatro Real en este ámbito, que, paradójicamente, la situación terrible que vivimos no ha hecho más que reforzar. La decisión de que la plataforma digital del teatro, MyOperaPlayer, fuera gratuita durante unos meses ha llevado a que se inscribieran más de 60.000 espectadores. MyOperaPlayer ha sido una herramienta extraordinaria para mantener el contacto con el público, y es posible que lo terrible de la situación haya contribuido a darla a conocer más allá de lo que nunca hubiéramos imaginado. Las cifras son elocuentes: desde el 14 de marzo el alcance ha sido de 4.789.303 personas con un total de más 3 millones de interacciones.

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Representante, Director artístico de la Schubertíada a Vilabertran y Coordinador de Barcelona Obertura

De gira

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Víctor Medem

Era el tercer día de lluvia consecutivo en una semana. Este mes de abril estaba siendo de los más tormentosos y lluviosos de los últimos años. Estaba preparándome el café matinal en la cocina, pensando en cuántas malas noticias iba a recibir ese día. Ayer fueron cinco cancelaciones de artistas a los que represento. Antes de ayer, la junta de la Fundación Granados decidió anular por completo el festival que ideé para ellos hace tan sólo dos años y que tantos esfuerzos había costado sacar adelante. Pensé en la música que me iba a poner para escuchar mientras degustaba el café en la galería de mi piso. La Sinfonía núm. 98 de Haydn para compensar con alegría esa pesadumbre o bien, el Cuarteto en do sostenido menor de Pfitzner, que había descubierto hace unas semanas, lleno de misterio y oscuridad. Finalmente, acabaron sonando las Variaciones sobre un tema de Mozart de Reger, una obra solar, en la que no paraba de descubrir detalles maravillosos de su escritura contrapuntística tan imbricada. Entonces sonó el teléfono. Era M. Me imaginé que querría saber si tenía noticias del promotor de Madrid sobre la fecha de su recital con sonatas de Beethoven en el Salón del Círculo de la Música. Le dije que aún no tenía noticias al respecto, pero que pintaba que este concierto tampoco se iría a celebrar y que habría que esperar que se aplazase al otoño. Con suerte. Respondí la llamada de M. Y nada más escuchar su alegre saludo, se me cruzó por la mente una idea: “M., las sonatas de Mozart, cómo las tienes?” “Las he tocado bastante en público, sobre todo en la época de la escuela... alguna la he estado estudiando, pero es repertorio que me guardo para más adelante”. “Bueno, pues no. Vas a tocarlas todas y además pronto”. PLATEA MAGAZINE

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M. se quedó estupefacta. Le expliqué mi idea, vaya, más bien mi ocurrencia. Como toda esta crisis nos va a hacer cambiar todo, vamos a ser consecuentes. En todas partes lees que habrá que reinventarse, que si el mundo digital, que si lo otro. Mira, nosotros vamos a pasar a la acción. Vamos a hacer como hacía Richter: camión, piano, carretera y manta. Vas a tocar las sonatas de Mozart por toda España. Viajamos de pueblo en pueblo y yo voy hablando con los ayuntamientos para ofrecer conciertos en las plazas, al aire libre o si nos dejan en alguna iglesia. Con el desconfinamiento progresivo en junio, habrá necesidad de realizar actividades para animar al personal. Y en las zonas rurales la afectación y el nivel de contagio se han mantenido bajos desde el principio. Nos llevamos ese piano tan bonito que tienes en casa, tú misma te lo preparas y afinas, que de eso sabes. Dormimos en el camión y cuando empecemos a hacer los conciertos, yo pido que nos den alojamiento y comida a cambio. En algunos casos el ayuntamiento te pagará unos honorarios y en otros, que sólo nos cedan el espacio, podemos pedir donaciones al principio y final del concierto y ya verás como la gente va a estar muy agradecida y saldrá a cuenta. M. me contestó que cuándo empezábamos. Que esa iba a ser la gira del siglo. Una vuelta a los orígenes. Un vagabundeo musical. Un cambio radical. Colgué el teléfono y me di cuenta que había dejado de llover.

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Director y editora de Acantilado ediciones

Decía Claudio Abbado, director al que últimamente escucho muy a menudo, que la formación musical es, en realidad, "la educación del hombre". Y aunque es cierto

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Sandra Ollo

que esta frase podría aplicarse a todas las artes, creo que tiene especial sentido al referirnos a la música, por todo lo que ésta logra concitar. Cuando escuchamos una pieza musical, por poco avezados y atentos que seamos, su belleza nos atraviesa y de manera intuitiva vivimos ese instante de plenitud y de sorpresa que la gran música es capaz de provocar. Ese momento epifánico dejará un huella indeleble en nosotros; quedaremos felizmente marcados y anhelaremos repetir, y zambullirnos en aquella fuente interminable de placer. A menudo sospechamos que podríamos perfeccionar esa escucha, matizarla, ampliarla, y nos descubrimos rastreando pistas en torno al compositor, su época, su método, la corriente artística en la que se inscribió o que incluso fundó, los instrumentos que tuvo a su alcance o los que su música contribuyó a inventar, el sentido de su obra en el tiempo, la frontera que cruzó, cómo se enfrentó a sus demonios, cómo gestionó su talento, en fin, queremos entender más para disfrutar todavía más. Los libros, para los lectores que quieren comprender más, se vuelven fundamentales, son la compañía perfecta. El ensayo de tema musical en Acantilado tiene ni más ni menos que esa finalidad: acompañar al lector curioso que, independientemente de su formación, quiere comprender de manera más profunda la música que disfruta. Nuestros libros trazan recorridos, a veces evidentes, a menudo sutiles, que el lector puede seguir como si se tratase del hilo de Ariadna para conducirse y, no sólo descubrir la salida, sino, sobre todo, disfrutar del camino. En nuestra colección hallará biografías, memorias,

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ensayos que giran en torno a un momento histórico, un movimiento o una composición, reflexiones sobre el fenómeno musical y el arte de la dirección, fragmentos de vida, en suma, vivida por la música y con ella. Nuestra época está llena de ruido: a menudo es un ruido blanco, cuya presencia olvidamos a fuerza de oírlo, pero que nos embrutece y atonta casi sin darnos cuenta; en otros momentos es un ruido seco, estridente, que nos sacude y nos confunde. En esta maraña de sonidos que nos aturden, la música en particular, y el arte en general, se nos presenta como una oportunidad para el pensamiento, para la serenidad que lo precede y que tanto necesitamos. Los libros son el alivio de la respiración, no pretenden ser certezas, pero sí una estrella polar, firme, brillante, hermosa, que impide que nos perdamos completamente. A menudo hago mía la frase de Voltaire "if faut cultiver notre jardin", no como la consigna del individualismo más acérrimo, o del triste escepticismo, sino como una forma de crecimiento personal que repercute en el otro: preocúpate de aquello que te rodea, cuídalo y embellécelo y con ese pequeño acto contribuirás a un gran cambio. Esta es la meta de la editorial Acantilado, cultivar y cuidar un hermoso jardín, ajeno al ruido, e invitar a muchos amigos a que lo compartan y disfruten. Todo aquel que quiera entrar será bienvenido.

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Director General del Gran Teatre del Liceu

La crisis del coronavirus ha puesto de manifiesto aspectos frágiles del sector cultural y de los coliseos líricos. Como siempre, las crisis son oportunidades, y esta

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Valentí Oviedo

no es una excepción. Ahora entraremos en un periodo de transición que pude durar entre unos meses y un año en que tocará gestionar la incertidumbre – ¿cuándo el público podrá asistir con normalidad a la ópera? y ¿cuándo las producciones se podrán representar sin restricciones? -. La normalidad llegará, y a lo largo de ese periodo es importante haber interiorizado los aprendizajes de esta crisis para no caer en errores similares en el futuro. Bajo mi punto de vista, buena parte de estos aprendizajes tienen como común denominador: recuperar y anclar la confianza y la relación entre los grupos de interés (stakeholders): Arte y artistas. Esta crisis ha dejado al descubierto algunas deficiencias del sistema que debe hacernos reflexionar, como son las relaciones con el propio arte y los artistas. Y es que el marco jurídico de nuestra razón de ser se ha revelado como vulnerable, por lo tanto, se debe construir un escenario en que una nueva causa de fuerza mayor no deje sin cobertura a equipos artísticos y artistas, pero sin que esto suponga poner en jaque a las instituciones. Público y abonados. Desde que el pasado 14 de marzo se suspendiera la actividad del Teatro, el contacto con el público se ha reducido. La relación constante con los abonados es fundamental para generar confianza y establecer vínculos de pertenencia. En estos meses esta relación se ha debilitado. Tal vez si se hubiera tenido un claro desarrollo de contenidos digitales, se hubiera podido mantener de

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manera constante este contacto tan deseado. Este es un asunto que hay que poner en agenda de manera prioritaria. Y es que se abre un abanico de posibilidades enorme: profundizar en contenidos artísticos digitales aporta fidelización, conocimientos y legitimidad para la institución. Sociedad civil. Antes de la crisis del Covid-19 ya existía en el seno del Liceu la convicción de que la institución debía acercarse a la ciudadanía a través del desarrollo de proyectos educativos y sociales, facilitando, entre muchos otros proyectos, el acceso a la ópera con políticas de precios favorables para los más jóvenes, incorporando temáticas que preocupan a la sociedad en la programación y procurando relacionar todas las artes con el género de la ópera. Si hasta ahora esta visión era necesaria, ahora, además, es imprescindible. Si no fomentamos estas políticas, la brecha de desigualdades se incrementará, y la inaccesibilidad al conocimiento y a la cultura se verá incrementada entre los que a priori tienen mayor dificultad de acceder a la cultura. Las instituciones como el Liceu tienen que participar activamente en estos proyectos para integrar el conjunto de una sociedad única que los sustenta. Si las estrategias son acertadas, la centralidad de la institución continuará siendo muy elevada. Esta situación excepcional también ha puesto de manifiesto la necesidad de trabajar decididamente en la economía, especialmente en dos direcciones, la primera es acentuar el valor que tienen los coliseos líricos a favor del desarrollo de las industrias creativas y la internacionalización de los creadores del país. Así mismo, organizaciones como el Liceu, tienen que impulsar el tan ansiado turismo sostenible, de calidad, y con un claro valor añadido para nuestras ciudades. A nivel social, destacar que si algo ha calado durante estos meses es que hemos estado acompañados de cultura durante todo el estado de alarma: música, ópera, teatro, cine, literatura… , evidenciando así, que la cultura es fundamental para el ser humano y su desarrollo, y un estímulo que contribuye a sanar nuestra mente en tiempos convulsos.

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y empresas que han decidido seguir apoyando a la cultura en estos momentos es un tesoro preciado; hay que seguir fomentando el apoyo del sector privado. Diversificar las fuentes de ingresos, y colaborar con varios agentes se convierte en imprescindible para no poner en riesgo el proyecto. El mecenazgo es sin lugar a dudas un elemento a trabajar de manera incansable. Trabajadoras y trabajadores. Esta crisis también ha sido una prueba de fuego para cohesionar el equipo, trabajar a partir de la confianza, y entender que hay otras

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Mecenas, patrocinadores y benefactores. La fidelidad de aquellas personas

maneras de trabajar. Todas las instituciones se han sometido a esta prueba, y el resultado es que aquellas que las superan con éxito logran una fortaleza como institución mucho mayor que la que la que tenían previamente a la crisis. Administraciones públicas. La crisis también ha puesto de manifiesto que las administraciones públicas son las que están y han de estar al lado de instituciones líricas. En primer lugar porque vertebran una industria cultural importantísima pero también porque el modelo educativo, económico, social y de conocimiento pasa por la cultura como pilar fundamental del estado de bienestar. No obstante, y ahora que tímidamente se ve la luz al final de túnel, se observa que coliseos líricos como el Liceu, aún tienen mucho trabajo para resolver los retos propios de una institución del siglo XXI. Esta crisis ha evidenciado algunas de las carencias, pero también ha probado alguna de las oportunidades que presenta el futuro inmediato. De lo que sí podemos estar orgullosos es que la cultura sigue ocupando una parte fundamental en la vida de las personas, y que cuando la vida para, se ralentiza, el arte sigue estando ahí, como base fundamental del aprendizaje, el conocimiento y el entretenimiento. Ahora, más sabios y con la misma ilusión, es la hora de alcanzar estas metas, y hacerlo con la confianza de todos para que la cultura, la ópera y la música, no dejen nunca de acompañarnos en el largo camino de la vida.

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Director técnico de la Orquesta y Coro Nacionales de España

Grúas en el horizonte musical

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Félix Palomero

De la crisis de 2008 aprendimos que no podíamos seguir apostando por el ladrillo y por la desregularización, pero poco después las grúas volvieron a aflorar en el paisaje de la península ibérica. Ahora que la crisis sanitaria nos devuelve la imagen de las colas del paro (aunque sean digitales) o las de los comedores sociales, hay quien reclama la liberalización del suelo como solución para la nueva crisis económica. No parece que sacásemos tantas enseñanzas de aquellos años de empobrecimiento y de precarización de los servicios públicos. Del calentamiento global aprendimos que debíamos reducir las emisiones de gases contaminantes, desarrollar economías sostenibles y limitar el uso de combustibles fósiles, pero al mismo tiempo presumíamos de haber diseñado aviones que llevaban a casi mil personas de un punto a otro del globo, o de flotar cruceros que empequeñecían las escalas arquitectónicas de la ciudad de Venecia. Entretanto, la temperatura de los polos subía y en el deshielo encontraban las multinacionales nuevas rutas para el comercio transcontinental. Ahora nos toca a nosotros. La enfermedad Covid-19 ha torpedeado directamente a nuestros tres elementos de flotación: el trabajo ejecutado de manera colectiva, el contacto con el público y la movilidad de los artistas. De la noche a la mañana, los coros vuelven su mirada a la polifonía y las centurias de músicos que tocaban Shostakovich o Mahler se reúnen en grupos para interpretar bellas y eficaces transcripciones de obras que, al ser ejecutadas, producen automatismos neuronales que nos retrotraen al original sinfónico. Buscamos medios digitales para

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hacer llegar esa música al público con el que ahora no podemos reunirnos y dibujamos planos imposibles para distribuir a la audiencia en una suerte de aleatoriedad controlada para la reapertura de los teatros. La crisis azota a todos por igual. También los vecinos del Norte, aquellos que miran con recelo al Mediterráneo, se ven afectados y observan cómo uno de los fundamentos de su éxito musical, la universalización de sus marcas en un mercado activo y global, va a estar en peligro una buena temporada. Habíamos desarrollado una compleja ecuación que parecía ignorar las otras crisis: orquestas viajando por el mundo, aviones, hoteles, salas repletas, insaciables sistemas de creación de valor que alimentaban más y más a una industria que, sobre una base de incuestionable calidad y de excelencia, algo que todos reconocíamos, aspiraba a imponer el canon en todos los territorios donde las grandes agencias internacionales tendían sus redes. Crecimiento económico y supeditación al gran nombre. Parecía un lema olímpico: más grande, más caro, más exclusivo. La música no ocupa espacio pero sí tiempo. Donde un intérprete ejecuta o dirige una sonata o una sinfonía, donde un cantante afronta un Lied o un aria, no lo hace otro. El mercado es limitado, no da para todos, pero el mercado impone sus normas, y cuando en España habíamos alcanzado el mayor desarrollo musical en siglos, nos veíamos incapaces de dar a nuestros artistas el espacio que se merecen. Directores artísticos y gerentes caíamos en la trampa de nuestro particular citius, altius, fortius. Como respuesta a la crisis, los mercados musicales dominantes están tomando la decisión de que sus músicos y los de su vecindad regional tengan prioridad en las programaciones, con lo que trasladan al mundo musical la teoría de los mercados de proximidad, que ofrecen productos de gran calidad en mejores condiciones e incentivan sistemas económicos sostenibles. La limitación de los viajes por razones sanitarias y la imposición de cuarentenas hacen el resto. En esta coyuntura, los artistas españoles sufren esa limitación de la movilidad y pierden contratos en todo el mundo, no sólo durante la cancelación de las actividades por el pico de la

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donde debemos sacar la gran enseñanza de esta crisis: también nosotros debemos identificar y promocionar nuestros mercados de proximidad, creadores e intérpretes que deben tener su espacio no por reacción contra los otros, sino porque se lo merecen y lo necesitan. No se trata de escenarios excluyentes. La competencia es sana y darle al espectador la posibilidad de conocer otras realidades debe ser entendido como un incentivo para nuestros artistas. Si en España tenemos la generación musical más

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pandemia, sino también para temporadas futuras. Y de ahí es precisamente de

formada de la historia es en buena medida porque la sociedad ha podido disfrutar en las últimas décadas de una actividad concertística sin par, y lo ha hecho, la mayoría de las veces, con un desembolso económico moderado. Fue el acicate para que la profesión de músico adquiriese la dignidad que se merecía, algo a lo que ha contribuido de manera fundamental la nueva red de orquestas públicas. Fortalecíamos nuestra vida musical y, al mismo tiempo, abríamos las puertas al mercado internacional con generosidad y de manera calurosa. Ahora que esa apertura se ve interrumpida, es el momento para buscar el equilibrio entre el mercado global y el mercado de proximidad, que en nuestro caso es de gran calidad. Es un reto y una obligación: dar voz a nuestros artistas, saber encauzar un talento que va a ver las fronteras cerradas y ofrecerle condiciones para su desarrollo, haciendo pedagogía con el público para que valore a nuestros intérpretes y compositores. La amenaza convertida en oportunidad. No es cosa de un año o dos, al principio será complejo materializarlo por la existencia de compromisos adquiridos y por la necesidad de trabajar a años vista, pero una nueva manera de programar donde nuestros artistas tengan un lugar preminente, en balance con el mercado internacional, debe convertirse en nuestra guía para el futuro. ¿Seremos capaces de encontrar ese equilibrio sostenible en la vida musical o las grúas volverán a florecer en el horizonte?

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Pianista

Estamos ante tiempos inciertos, especialmente en la música. A la preocupación por nuestra salud, la de nuestros familiares y allegados se suma un absoluto

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Isabel Pérez Dobarro

desconocimiento por el futuro de nuestra profesión en los próximos meses. Soluciones como llenar tercios o medios aforos y la eclosión de iniciativas en la red no parecen resolver los problemas más acuciantes de nuestro sector, ya afectado por la dificultad de lograr el acercamiento del joven público a los teatros. Ante la dificultad de imaginar el impacto final del virus y habiendo ya expresado en diversos foros mis opiniones sobre medidas inmediatas en el sector cultural, creo que no me corresponde en este artículo elucubrar sobre mi visión, absolutamente subjetiva, de lo que pueda o no ocurrir en un futuro próximo, sino tratar de mirar hacia atrás y disertar brevemente sobre el impacto que tuvieron pasadas epidemias en el ámbito musical. Con ello, de nuevo, no intento predecir el futuro, pero sí observar de qué manera compositores e intérpretes del pasado reaccionaron ante similares eventos. Si bien podemos pensar que el comparar sociedades tan dispares como la española contemporánea con la alemana del XIX puede resultar imposible, quizás, el hecho de que estas crisis se superaron, en circunstancias mucho más precarias que las actuales, pueda arrojar una cierta esperanza en estos tiempos en que tanto la necesitamos. Asimismo, repasar la respuesta artística a estos fenómenos nos puede servir de inspiración en momentos en que ésta parece fallar ante el horror que nos rodea. Dada la brevedad que este texto exige, me limitaré a describir las pandemias que afectaron de manera más virulenta a Europa y a sus músicos, dejando para futuros estudios el impacto de las mismas en el resto de continentes.

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Tras la peste que mermó la población del Imperio Bizantino en el 541 D.C., época de mayor apogeo del reinado de Justiniano, fue quizás la Peste Negra o Bubónica que asoló Europa en el siglo XIV la que tuvo un impacto mayor en su población. A pesar de que los brotes de peste se sucedieron hasta el siglo XVIII, fue entre los años 1347 y 1351 cuando alcanzaron su mayor virulencia. Sin embargo, en medio del caos reinante por las circunstancias, las décadas centrales del siglo XIV supusieron una eclosión de formas de música secular tales como la ballade, el virelai o el rondeau. Entre los compositores que se dedicaron al cultivo de estas estructuras musicales figura el gran Guillaume de Machaut (1300-1377), superviviente de la pandemia. La plaga tuvo un fuerte impacto en el compositor francés tal y como se evidencia en su Juicio del Rey de Navarra. Esos sombríos años, en opinión del medievalista Jan Stoessel, lo llevaron a reflexionar sobre su mortalidad y legado, algo que reflejan obras como Ma fin est mon commencement. Mientras que las piezas de Machaut muestran la respuesta individual ante el horror de la peste, el posterior motete O sancte Sebastiane de Guillaume de Dufay (13971474) representa la plegaria de la comunidad, posiblemente interpretada en las procesiones de flagelantes que proliferaron desde las primeras oleadas de la peste. Otra manifestación derivada de esta enfermedad fue la danza macabra. Aunque sus representaciones se dieron sobre todo en el campo de la literatura, la asociación de la inevitabilidad y obsesión por la muerte con danza y música suponen un precedente que compositores del romanticismo tales como Franz Liszt (1811-1886) y Camille Saint-Säens (1835-1921) retomaron en su dimensión acústica. Hay quien pueda pensar que los vídeos de unos enterradores de Ghana bailando que hemos recibido en nuestros móviles estos días no se hallan muy alejados de los esqueletos que bailaban con vivos y muertos en las representaciones medievales. Ambas, a través de la música, nos recuerdan la inmediatez y horror ante la muerte y al tiempo parecen mofarse de ella o al menos desdramatizarla. Reacciones contrastadas ante el horror que ambas pandemias han inspirado. Por supuesto, es imposible no mencionar el Decamerón de Boccacio, ya que la música es parte esencial en sus páginas. Los jóvenes que escapan de la peste en Florencia buscan en los cuentos y la música una distracción ante el caos que reina más allá de los muros de la finca donde se aíslan de la plaga.

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muy importante. Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) y su hermana, Maria Anna Mozart (1751-1829) casi perecen por los efectos de la enfermedad con tan solo once y dieciséis años, respectivamente. La dolencia causada por un virus, altamente contagiosa, la contrajeron tras un brote de viruela en Viena, cuando estaban a punto de tocar en la corte. Similar suerte corrió Franz Joseph Haydn (1732-1809) y Christoph Willibald Gluck (1714-1787), quien además de padecerla, vio como la enfermedad se llevaba a su sobrina Marianne, a quien había adoptado como una hija. De su duelo nació la ópera Armida, considerada un hito en la ópera

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A pesar de que la viruela existía ya en la prehistoria, en el s.XVIII tuvo un impacto

francesa de su tiempo. Si el siglo XVIII estuvo marcado por la viruela, en el siglo XIX, las pandemias del cólera se sucedieron hasta en seis olas, cinco de las cuales tuvieron un impacto devastador en suelo europeo. Se estima que diez millones de personas fallecieron como resultado de esta enfermedad. El pánico y obsesión que sentía Robert Schumann (1810-1856) por la llegada del cólera a Alemania le hicieron plantearse huir a París o Roma, así como dudar de sus estudios con Wieck y su carrera. No obstante, tras la pandemia, Schumann perseveró en el camino de la composición. Franz Liszt permaneció en París en plena crisis del cólera en 1832. Walker describe como la actividad de los salones se paralizó y el número de muertos era tal que no había provisión de ataúdes para su entierro. Liszt visitó numerosos hospitales, donde tocó para alguno de los enfermos, en lo que se puede considerar uno de los primeros casos de musicoterapia. El virtuoso húngaro desarrolló una obsesión por la muerte que reflejó en obras como Totentanz o Funerailles. En la capital francesa también se hallaba Félix Mendelssohn (1805-1847) quien padeció la enfermedad. Su hermana, Fanny Mendelssohn (1805-1847) compuso ante el horror de la pandemia, una Cantata entre octubre y noviembre de 1831, a la que se refería en sus diarios como Música del Cólera (Choleramusik). Ya en el pasado siglo, la mal llamada Gripe Española azotó el mundo de la música. Igor Stravinsky (1882-1971), Sergei Rachmaninoff (1873-1943),

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Ottorino Respighi (1879-1936) y Bela Bartók (1881-1945) la padecieron y Sergei Prokofiev (1891-1953) vio truncada una serie de conciertos con los que pretendía hacerse un nombre en los Estados Unidos. No obstante, de este período surgieron obras como El Mandarín maravilloso, La primavera y El amor de las tres naranjas. A lo largo de la historia, la música ha sufrido el impacto de numerosas pandemias. Desde la Peste Negra hasta la Gripe Española, compositores e intérpretes han tenido que navegar por las turbulentas aguas de la incertidumbre y miedo que estas enfermedades causaron. Sin embargo, tras todas ellas, la música nunca dejó de sonar.

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Pianista

Por dónde empezar

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Juan Pérez Floristán

Las artes y, sobre todo, la música en general (y la mal llamada “música clásica” en particular) llevan años bregando entre guerras económicas, industriales, de mercado y de marketing en las que apenas han contado como bajas colaterales. Aunque el coronavirus ha marcado sin duda el comienzo real del siglo XXI (como la Primera Guerra Mundial lo fue del siglo XX), el cambio de era ya había empezado hace muchos años. Y es que la música clásica (conformémonos por ahora con el término) lleva mucho tiempo haciendo equilibrios en una cuerda en tensión entre dos extremos hasta ahora irreconciliables. Por un lado, el binomio “música gratis-música de pago”, y por otro lado, el binomio “música en vivo-música grabada”. La música grabada no es, ni mucho menos, reciente. Y no merece la pena entrar ahora en el análisis de lo que supuso (y supone) la industria discográfica para los músicos, sobre todo para los que viven del espectáculo en vivo. Lejos queda la época ¿dorada? pre-internet (y, por lo tanto, pre-pirateo) en la que uno podía hacer caja gracias a un suculento contrato con una de las grandes discográficas que dominaban el mundo. Uno de los fenómenos más curiosos que alentó el boom de la industria discográfica fue una especie de “matar al padre” prematuro, por el cual se pretendió la muerte del concierto en vivo en favor de la música grabada, siempre accesible, “perfecta”, imperecedera… Otras muchas innovaciones han intentado eliminar a sus antecesores, como los podcasts, la televisión a la carta, las retransmisiones en directo, el e-book, el cine en streaming, las visitas virtuales a museos… Y sin embargo ahí siguen la radio, la televisión, el teatro, el libro en papel,

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el cine visto en salas, los museos… y los conciertos en vivo. El declive del modelo discográfico de la segunda mitad del siglo XX acabó poniendo a los registros sonoros en el lugar que nunca debieron abandonar: en el de la mera herramienta complementaria al concierto en vivo, donde de verdad se produce la Música. Nada más (y nada menos). En el mejor de los casos se puede seguir considerando al CD como un complemento a la música en vivo; en el peor, como mero sucedáneo. Y este término es quizás el más apropiado para hablar del meollo de la cuestión, de uno de los fenómenos de sustitución virtual más arrolladores y preocupantes que hemos vivido en los primeros veinte años del siglo XXI: las redes sociales. Sucesoras de la industria discográfica, la perorata se volvió a repetir: la música llegaría a todos los rincones del mundo, la información volaría libre, la (supuesta) neutralidad de la red instauraría una meritocracia lejos del centralismo de las discográficas y los promotores de conciertos… Eran el fiel reflejo del espíritu estadounidense: el éxito de un artista solo dependería de su talento, que debidamente mostrado al mundo, triunfaría por sí solo. Todo sistema de ideas es en esencia mitológico, y como tal, necesita de héroes propios. Quizás el ejemplo más popular del hombre hecho a sí mismo viene de la industria tecnológica, que ascendió a Steve Jobs a la categoría de mito imperecedero. A los músicos nos tocó otro mito, el de Justin Bieber, un chaval que se forjó a sí mismo y se dio a conocer en una de las redes sociales pioneras en Internet: Youtube. Y los años han pasado. Las redes sociales, que siempre fueron un negocio encubierto, ahora lo son abiertamente, facturando miles de millones al año y llegando a influir en elecciones y referéndums de países tan totémicos como EE.UU., Brasil y Reino Unido. El mito del artista que se abre camino armado únicamente con su talento ha quedado en eso: un mito. Otro gran mito es el de la gratuidad. No se deje engañar: usted está pagando por la música que consume por internet. Puede que no con dinero (aunque debería preguntarse a quién le está pagando por su conexión a Internet y por la posesión

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nuestra era: con su información. Repito: no se deje engañar. Ni siquiera por mí. Los músicos podemos parecer artistas cercanos, cordiales, bienintencionados y desinteresados en nuestros perfiles en redes. Y créame, la inmensa mayoría somos cercanos, cordiales y bienintencionados; pero no desinteresados. Cada vez que usted le da a like o a follow, aumenta nuestro valor en un mercado ridículo y cruel, regido por el estatus más volátil y la superficialidad más pasmosa. Los artistas de disciplinas tan outsiders

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de su móvil, ordenador, altavoces, televisión…), pero sí con el bien más preciado de

como la música clásica tenemos que competir en un juego (las redes sociales) cuyas reglas (la popularidad) están desde el principio diseñadas para que siempre perdamos. Si conseguimos medrar no es gracias al sistema, sino a pesar del sistema; sobrevivimos en los resquicios que nos dejan las despampanantes instagramers y los retos virales de los celebrities. Y entre pitos y flautas, llegó el Coronavirus. Y los músicos hacemos lo que podemos: nos grabamos en casa, colaboramos en la distancia con otros artistas, participamos en festivales virtuales… Pero creo que no es arriesgado aventurar que todos (artistas y público) hemos llegado a la misma conclusión en estos dos meses de confinamiento: tocar para un móvil y escuchar desde un móvil es deprimente. Ni siquiera se puede ya hablar de complemento, como sí hacíamos con el CD. Es el peor de los sucedáneos. Deficiencias técnicas, falta de concentración del intérprete y del oyente, un medio hecho para la hiperactividad e inmediatez… Todo rema en contra de lo que debería ser un concierto. Nos hemos quedado ya con la sombra de un encuentro que nunca fue, con el testimonio de una sociedad cada vez más atemorizada y atomizada, que prefiere consumir en soledad antes que vivir experiencias estéticas en grupo. La única esperanza ante esta situación pasa por volver a poner en valor precisamente el elemento más colectivo y social del arte, la expresión humana por antonomasia. Y es que ahora somos más conscientes de que nunca que los seres humanos necesitamos desesperadamente rituales, ceremonias, reuniones, eventos sociales.

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Empezamos a sentir los efectos físicos de haber estado encerrados en casa dos meses, pero con el tiempo también veremos las cicatrices emocionales que hemos sufrido al ser privados de nuestras tardes de terrazas y cervezas, de nuestros conciertos, nuestros festivales, nuestras visitas al museo, nuestras noches de fiesta, nuestras conferencias presenciales, nuestras charlas, nuestras funciones teatrales, nuestros cines… Los ritos ancestrales que nos llevan acompañando desde que el mundo es mundo nunca nos abandonaron, por mucho que quisiéramos ciegamente adentrarnos en un siglo XXI lleno de posibilidades infinitas (pagando con un aislamiento cada vez mayor). Seguimos siendo un animal social, y nuestra sed espiritual solo conoce un límite: la soledad. Los conciertos virtuales de pago han sido un tímido intento de reconciliar la sociedad solitaria y desestructurada que hemos construido con la necesidad de pagar a nuestros artistas. Una solución intermedia que, por desgracia, nos ha pillado con el pie cambiado. Pocas son las instituciones que estarían listas a dar este salto (Berliner Philharmoniker), y la mayoría nos tenemos que conformar con grabarnos en nuestras casas, con suerte con un piano medio afinado y con un micrófono algo mejor que el del móvil. Y yo añadiría: ni siquiera sé si este salto es deseable. Por perfectos que sean los medios de grabación y retransmisión, nunca se podrá pretender sustituir a lo que de verdad nos impulsa como creadores e intérpretes: la pasión por compartir nuestra voz y nuestras ideas con personas de carne y hueso, por emocionar y conmocionar a nuestro público, presente, vivo, que respira y aplaude ruidosamente. Eso sí: sea cual sea la fórmula, tendrá que ser de pago. Esta temida expresión va en dos direcciones: el promotor paga al artista, pero también paga… el público. No sería la primera vez que esto se hace: la gran pianista Myra Hess tuvo una idea similar durante la Segunda Guerra Mundial, inaugurando un ciclo de conciertos diarios en la National Gallery de Londres donde la entrada tenía un precio reducidísimo, pero de pago obligatorio. Quien tenga curiosidad, puede ver el documental Listen to Britain, de 1942, nominado al Oscar y clarísimamente influido por El hombre de la cámara de Dziga Vertov o Berlín, sinfonía de una gran ciudad de Walter Ruttmann. En él se ve a Myra Hess interpretando el Concierto

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de guerra, niños y… la Reina de Inglaterra. Con esta iniciativa se consiguieron dos cosas: pagar a todos los artistas, por poco que fuera; y que el público no perdiera la costumbre de pagar por un concierto. Porque no solo había que pensar en la guerra: la posguerra llegaría, y reconstruir todo el entramado de conciertos y eventos culturales llevaría tiempo, disciplina e inteligencia. Nada hubieran ganado ofreciendo conciertos gratuitos, ni los artistas ni, a la larga, el público. Por muy simbólico que sea el precio de una entrada (para un concierto presencial o digital), no se puede perder la sana costumbre de pagar por el arte. Si no, ¿de qué vamos a

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número 17 de Mozart frente a un público lleno de mujeres trabajadoras, heridos

comer? Y admito que del dicho al hecho hay un trecho. Cualquiera que me siga por redes sociales verá que mi actividad, aunque se ha reducido por momentos hasta casi la parálisis, no ha desaparecido por completo. Sigo alternando entre publicaciones gratuitas y actividades pagadas, intentando mantener la llama encendida para cuando nos volvamos a encontrar en los escenarios. Uno hace lo que puede con lo que tiene. Lo cual me lleva al segundo cruce de caminos en el que el arte se encuentra y que a día de hoy parece irresoluble: arte gratuito versus arte de pago. Un síntoma de esta tensión evidente lo vimos hace unas semanas, cuando se convocó un apagón cultural y artístico. Si bien la causa era más que legítima, también era razonable la oposición que encontró por parte de otros tantos artistas que consideraban la cuarentena un mal momento para dejar a la gente sin arte, sin alimento espiritual (y sin entretenimiento). Por un lado, la reclamación de nuestros derechos como trabajadores. Por otro lado, el arte entendido como un bien esencial y fundamental. Lo cual nos llevaría a una pregunta un tanto particular: ante una eventual huelga de artistas, ¿se decretarían servicios mínimos, como si se tratara de una huelga de controladores aéreos? Nuestra sociedad es contradictoria. Por un lado, no considera al arte y a la cultura como derechos fundamentales, pero por otro lado pide a gritos arte y entretenimiento para llenar las casas y para acompañar a los ciudadanos en su PLATEA MAGAZINE

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soledad y aislamiento, y se enfada cuando ve amenazada su dosis diaria de elevación espiritual (o de pura evasión). El tiempo pasa, y las contradicciones se acumulan… Muchos sanitarios piden menos aplausos y más seguridad y reconocimiento laboral. Por fortuna, los músicos no nos jugamos la vida en el desempeño de nuestra profesión, pero nuestra situación no deja de ser similar a la de ellos: nos sentimos apreciados, sí, pero los gestos de cariño que vemos a nuestro alrededor son más idealizaciones (los héroes sin capa) que un reconocimiento verdadero de nuestro trabajo. Nadie parece exigir a Amazon, El Corte Inglés, Google, Netflix… que haga gratuito sus servicios (en esto parece que solo Pornhub se ha desmarcado), y sin embargo se asume con enorme naturalidad que todo lo relacionado con arte y cultura pase a ser automáticamente gratuito. Y es que nuestro agradecimiento a la sociedad como artistas es enteramente compatible con una inquietud enorme, reducida a la más implacable de las angustias del trabajador: ¿y a mí quién me paga? Quizás es el momento de pasar de las palabras y los gestos simbólicos a las preguntas que de verdad importan; el momento de plantearse como país si el arte nos importa de verdad o si simplemente lo vamos a mandar al c*****. En el mejor de los casos, tendremos unos políticos a la altura que sean unos interlocutores válidos y que representen a una sociedad con un mínimo de sensibilidad hacia las bellas artes. En el mejor de los casos, los músicos nos movilizaremos conjuntamente y no nos centraremos solo en nuestro éxito individual en redes sociales, yendo cada uno a lo suyo, intentado salvar los muebles, pensando en nuestro próximo vídeo viral y preocupándonos solo de mantener nuestro calendario y nivel de ingresos más o menos estable, y ande yo caliente y ríase la gente. En el peor de los casos, nada de esto sucederá. Y por ahora estamos en el peor de los casos. La cosa pinta mal. Muy mal.

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Director musical del Gran Teatre del Liceu, Director honorífico de la Orquesta Ciudad de Granada y Director honorario de la Orquesta Nacional de España

Los amigos de Platea Magazine me piden que participe en un dossier de opinión sobre la salida de el Covid-19 en el mundo de la música clásica. Retos, deseos,

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Josep Pons

esperanzas,... Por prudencia y también escandalizado por todo lo que se oyó en las múltiples tertulias desde que empezó la pandemia en China hasta que nos estalló en las narices, debo confesar que no me atrevo a pronosticar sobre cómo saldremos de esta crisis, tan sólo puedo hablar de cómo me gustaría que saliéramos. Todo el mundo habla de oportunidad, de un antes y un después. Oportunidad para pensar durante este largo confinamiento, para reconsiderar, enmendar y mejorar todo aquello que no hacíamos suficientemente bien. Identificar y corregir. Me apunto a esa corriente de pensamiento generalizado para elaborar este texto sobre el mundo de la música llamada clásica. Ah! antes de empezar quisiera hacer un par de puntualizaciones: La primera. Estoy seguro que este texto que ahora empiezo, terminará mucho más cargado de interrogantes que de respuestas, y que argumentar y desarrollar debidamente los enunciados que pueda formular, probablemente pediría si no un libro, sí algunos capítulos. Pido disculpas de entrada. La segunda. Quisiera exponer mi credo: nuestro ámbito es el del arte. Demasiadas veces se mide nuestra actividad únicamente bajo parámetros comerciales y/o económicos. El punto de vista es esencial. ¿Nos debemos al arte o al mercado? Dependiendo de la respuesta, la perspectiva cambia radicalmente.

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¿Cuál debe ser la función del arte en la sociedad? Sacudirnos, conmovernos, hacernos pensar. El arte genera preguntas, las respuestas serán de cada uno. El arte nos infunde conocimiento, nos ayuda en el transcurrir de la vida, nos remueve las emociones, las genera. Con ese fin lo concibieron sus autores. Cómo se paga ya es otra cosa, pero estoy seguro que el camino pasa por la protección pública, si no el devenir será como el que hemos visto en la programación de las televisiones comerciales. El arte es un bien y una necesidad social, y ahora más que nunca hay que apostar por él. En esos momentos con un mundo descaradamente orientado hacia la "utilidad", hacia la estricta "finalidad" de las cosas, donde todo debe ser o "sí" o "no", solamente el arte puede aportarnos fantasía, imaginación. Sólo en el arte - en la poesía, en la pintura, en la música- las cosas pueden ser "ni sí ni no" o "sí y no" a la vez. Quizás este enfoque es lo primero que deberíamos cambiar. Con este deseo empiezo la lista. ¿Cómo reaccionará el público en el esperado regreso? Este es el gran interrogante, aunque confío que dure poco y en breve se encuentre una solución sanitaria que nos devuelva a la "normalidad". El gran reto era y sigue siendo cómo atraer las nuevas generaciones a las salas de conciertos y a los teatros de ópera. Es obvio que lo primero que hay que hacer es conectar adecuadamente con este segmento de la sociedad, y no tengo ninguna duda que el camino se encuentra en la educación y en la empatía. Mientras tengamos puesto el foco en modelos pensados para generaciones maduras nunca conectaremos con las nuevas. ¿Cómo deberían ser los teatros de ópera post-Covid? La ópera es mucho más que música y teatro juntos, la ópera es un nuevo espacio de creación, de fantasía, de imaginación, de reflexión, de provocación, que en múltiples ocasiones se ha anticipado a los cambios de la humanidad, o ha participado de ellos: Le nozze di Figaro en la caída del sistema aristocrático, el ciclo del anillo wagneriano, apuntando ya la decadencia de un mundo de relaciones corruptas y anunciando un

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mujer...por lo tanto la ópera seguirá teniendo un rol determinante en la sociedad, ahora bien, creo que los teatros de ópera deben ampliar sus horizontes, deben buscar cada vez más las conexiones con otros medios de expresión artística, deben ser contenedores artísticos en absoluta ebullición de ideas. Creo también que hay que iniciar un nuevo camino en la gestión y en la dirección de centros de producción operística. Debemos iniciar una etapa basada en la diversidad y confrontación de ideas, en la co-creación y en el trabajo en equipo.

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nuevo mundo ecológico, Lady Macbeth de Mtsensk, clamando por la liberación de la

¿Y las orquestas, cuáles son sus retos? Las orquestas deben acelerar el proceso de acercamiento a la sociedad. De entrada creo que deberíamos cambiar los ritos. Cada época ha tenido su propia expresión estilística y también sus propios protocolos, que incluyen los trajes, peinados, ceremonias... El Covid nos ha metido de lleno en la era digital y nosotros todavía estamos anclados en los protocolos de la era industrial: vamos todos uniformados, ellas de largo y ellos con frac, el traje de gala de la época, todos de negro, sale el director y todos se levantan, saluda al capataz, al final levanta a los mejores... Hemos pasado de puntillas por el siglo que ha desarrollado la iluminación de manera alucinante, nosotros nos hemos quedado con el uso exclusivo de la luz blanca... la película Fantasia de Disney sigue siendo todavía la mejor filmación de orquesta que existe! Por otro lado, las orquestas post-Covid deberán ser un elemento pro-activo dentro de la sociedad. Es indispensable el desarrollo de programas educativos y sociales. Una orquesta encima de un escenario dando conciertos es muy poco, podemos hacer mucho más. Permitidme que cuente un caso vivido cuando dirigía la Orquesta y Coro Nacionales de España. Teníamos una actividad dónde diversos grupos de voluntarios iban a hospitales para llevar la música a chicas y chicos jóvenes en las plantas de anorexia y pulseras rojas.

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Después de algunas visitas recibimos la carta de agradecimiento de unos padres que nos decían: "gracias a la estancia de sus músicos en el hospital, nuestro hijo recuperó una sonrisa que hacía tiempo que había perdido". Ante esas palabras uno se da cuenta que una orquesta en un escenario dando conciertos es poco, podemos hacer más, debemos hacer más. Vaya, ¡ya he consumido más del espacio previsto para este texto! Por suerte la campana me salva de meterme en un jardín, pues los interrogantes siguientes trataban de los auditorios, las temporadas de conciertos, los festivales, las giras, las grabaciones, la crítica y la prensa, y los gestores culturales. ¡Salud!

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Violinista, miembro del Dalia Quartet

Quiero empezar hablando del presente, que es al fin y al cabo mi compañero de confinamiento. En estos momentos, infinidad de preguntas invaden mi cabeza:

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Elena Rey

¿Qué lugar ocupa mi profesión en tiempos de pandemia? ¿Qué está en mi mano para contribuir y sumar en esta situación? ¿Cómo puedo aportar soluciones a obstáculos que jamás antes habíamos tenido que sortear? Soy músico, concretamente violinista, y pertenezco al enorme colectivo de los freelance, que desde hace mucho tiempo, y ahora más que nunca, se encuentra en tierra de nadie. Mi vida profesional navega entre múltiples ríos y mares. Me permito trasladarme al pasado reciente. Durante los días previos a la declaración del estado de alarma, las cancelaciones de los conciertos de nuestro cuarteto (Dalia Quartet), de diferentes proyectos y colaboraciones con orquestas empezaron a ser una realidad. De la misma manera, se interrumpió la actividad presencial en el centro superior donde actualmente estoy cubriendo una baja por maternidad (Conservatori Superior de Música del Liceu). Necesité varios días para comprender y digerir que la vida ya no ocurría en directo. Me autoinduje un “coma virtual”, es decir, restringí mi acceso a Internet a las clases on-line y las vídeo conferencias con familia y amigos. Confieso que me resultaba muy doloroso ver cómo la expresión artística abandonaba teatros y auditorios para trasladarse a redes sociales y plataformas digitales. De la misma manera que estas nos han permitido continuar con la actividad docente y el contacto con nuestros seres queridos, nos han servido también para alimentar con nostalgia la

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imposibilidad de llevar a cabo nuestra labor en los escenarios. Tristeza a través de la pantalla por lo que no podemos hacer, guardarse ese abrazo que ahora no podemos dar. Bajo mi punto de vista, esta crisis reafirma la necesidad de los conciertos en vivo. No existen sustitutos para tal experiencia, ni para el público ni para el intérprete. Tampoco para el contacto directo con los alumnos, el resonar de nuestros instrumentos dentro de un mismo espacio, la comunicación no verbal en un ensayo, la respiración colectiva de la música en directo y un largo etcétera de interacciones que no ocurren en el medio virtual. A pesar de mi desconexión, me he mantenido al corriente de las publicaciones, cartas y entrevistas de compañeros freelance y colegas de profesión, a los que agradezco profundamente todas y cada una de sus palabras. Gracias a ellas, la industria cultural ha alzado la voz y se han establecido diálogos con las instituciones para trabajar conjuntamente con el fin de encontrar soluciones a nuestros problemas específicos ya sea a corto, medio o largo plazo. He pasado horas al teléfono con personas que, como yo, han visto cómo sus calendarios quedaban en blanco durante meses. Hemos compartido temores y esperanzas, conscientes de la gravedad de la situación. Solamente la unión nos llevará a no sentirnos nunca más tan desamparados como ahora. Volviendo a una de las preguntas de mi presente: ¿Cómo puedo aportar soluciones a obstáculos que jamás antes habíamos tenido que sortear? Soy consciente de que nos queda mucho por recorrer para recuperar nuestra actividad profesional. Entre muchas otras cosas, me pregunto cuándo podré sumergirme de nuevo en la inmensidad de la música orquestal de Strauss o Mahler. Tengo tendencia a buscar destellos de luz en la oscuridad y, en este momento, por primera vez en años, mi tiempo ha doblado su capacidad. Reflexión, escucha y acción. Junto a mis alumnos, he aprovechado para ahondar en temas y cuestiones que la velocidad social preCovid no nos permitía: profundidad en el estudio teórico y gestual del repertorio, lecturas compartidas o conversaciones sobre los procesos de “cocción” de las obras. Enseñar es a su vez aprender, y esta relación bidireccional ha sido un pilar fundamental para mí estos meses.

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contado con la empatía y el compromiso de programadores y gestores para reprogramar conciertos y pensar en planes a, b y c. Aunque siguen siendo muchas las incógnitas, trabajamos sobre un calendario provisional, hablamos de repertorio y de sus posibilidades, esperando que las medidas de seguridad nos permitan pronto compartir la música con el público. Fantaseo con el día en el que vuelva a subir a un escenario y pueda sentir de nuevo la interacción con la platea, el calor de los focos y, sobre todo, la inexplicable revolución emocional que todo ello me provoca.

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Con el cuarteto y otros proyectos de cámara de los que formo parte, hemos

Pero hoy, aquí y ahora: ¿Qué ocurre en este vacío lleno de distancias limitaciones e incertidumbre? Mi profesión es prácticamente siempre compartida, ya sea con colegas de cámara, compañeros de atril, compositores, directores, solistas, técnicos de sonido, iluminadores... Pero en este instante solamente me acompaña mi instrumento. Él y la literatura que se le ha dedicado me permiten seguir haciendo música dentro de las paredes en las que habito. Siento que quiero y debo compartirla con la comunidad de la que formo parte, con mi km 0. Sueño con llevar la interpretación más allá del atril de mi estudio, para volver a conectar con el público y experimentar la construcción de la obra juntos, en ese espacio, en ese momento, en esa vivencia única e irrepetible. Es por ello por lo que llevo semanas imaginando y desarrollando ideas. Explorando mis capacidades creativas y artísticas, junto con la complicidad de responsables culturales, trabajo para contribuir a la vuelta al espacio escénico lo antes posible. Soy una optimista sin remedio y miro al futuro con esperanza. Esta pandemia nos ha acercado los unos a los otros (por paradójico que suene) y juntos debemos mirar hacia delante con compromiso e implicación, porque son muchos los retos que hoy nos ocupan individual y colectivamente.

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Violinista, miembro del Cuarteto Quiroga

¿Crisis? ¿Qué crisis?

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Cibrán Sierra

La etimología es un saber menospreciado en los planes de estudios desde hace años y, consecuentemente, sus poderosas enseñanzas apenas hacen acto de presencia hoy en día en un ágora pública reducida a una especie de penoso ring pugilístico donde la reflexión matizada ha sido noqueada fatalmente por la burda inmediatez del zasca vestido de tuit y por la babosa caza del maniqueo titular periodístico, jinetes ambos que galopan dopados a lomos del desbocado corcel de la viralidad, único fin que legitiman los medios de esta marxista (de Groucho, Harpo y Chico) huída hacia adelante llamada capitalismo. De la etimología podríamos aprender muchas cosas como, sin ir más lejos, que la palabra crisis —vocablo estrella de los últimos meses— viene del término griego κρισις (krisis) y éste del verbo κρινειν (krinein), que significa separar, decidir, poner en tela de juicio. A su vez, para mayor interés, la raíz de este verbo (κρινειν) parece estar relacionada con la raíz indoeuropea krei-, que significa cortar, distinguir, segregar. Los etimólogos nos enseñan que, por eso, de ahí nace la palabra crítica, pues todo lo que, tras cambiar bruscamente, se rompe o se separa nos exige un análisis, un estudio, un juicio racional. Sin embargo, parece que a nosotros, como especie, lo de cambiar y aplicar análisis críticos a las crisis (valga la redundancia etimológica) no nos llama demasiado. En 2008 íbamos a refundar el capitalismo y a darle un rostro humano y aquí estamos, con un planeta al borde del agotamiento ecológico y una brutal pandemia que ha pillado a todo el mundo (literalmente) absolutamente desprevenido, generando un cataclismo sanitario, social y económico sin precedentes. ¿Y esto qué tiene que ver

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con la música?, se preguntará el lector de esta revista. Pues mucho, porque en realidad el mundo musical lleva bastante tiempo en crisis e incluso en la grave coyuntura del mazazo actual, nuestro gremio parece negarse testarudamente a plantear una autocrítica severa y un análisis racional sobre la necesidad de tomar decisiones de calado que abran nuevos caminos y nos distingan de las tendencias que nos han llevado hasta aquí. Parece que la obsesión primordial es dilucidar cómo y cuándo vamos a poder volver a seguir haciendo lo mismo que ya hacíamos —como si aquí no estuviera pasando nada— en vez de pensar qué cosas deben replantearse radicalmente (otra hermosa palabra de maltratada etimología) para poder alumbrar horizontes más esperanzadores. Sinceramente, si en un contexto como el actual no nos atrevemos a sacudir el tablero de juego, a experimentar críticamente y a reconocer que hay males estructurales que superan — y, en el fondo, explican— los desastres e incertidumbres que el coronavirus ha generado, estaremos poniendo parches más o menos eficaces para minimizar ciertos dolores, pero no haremos otra cosa que repartir migas para hoy y hambrunas para mañana. Se habla de cultura constantemente, pero no podemos ignorar por más tiempo que si no tomamos medidas para que la sociedad se identifique con lo que hacemos y sienta nuestra actividad profesional y creativa como una seña de identidad propia es que estamos iniciando una deriva que nos aboca a dejar de formar parte de la cultura colectiva de nuestra civilización. Si queremos ser auténticamente cultura, debemos generar sinergias de identidad y transformación social. Programar cosas bellas es sólo apuntalar el frágil andamiaje de nuestra irrelevancia. Es el momento, pues, de hacer las cosas de manera diferente y de acercarnos a la gente, sin la lamentable identificación de divulgación con banalización o paternalismo. Mozart no necesita simplificarse o vestirse de lagarterana. Mozart sólo merece ser abordado con respeto musical y que le den la oportunidad de ser escuchado con curiosidad. Y hablo con conocimiento de causa cuando digo que hasta el más ajeno a una fuga de un cuarteto de Haydn —por poner un simple ejemplo— puede emocionarse cuando ésta se le presenta con convicción y calidad interpretativa.

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empezar desde la raíz. ¿Se imaginan ustedes si los conservatorios (desde los elementales a los superiores) empezasen a llevar a sus alumnos a hacer sus audiciones en centros sociales del barrio o en colegios públicos de la zona? ¿Se imaginan si se enseñara de forma contundente a los que han de ser profesionales de la música que deben implicarse con la sociedad, saliendo a buscar a sus públicos, exponiéndoles a la emoción incontestable de su quehacer artístico? ¿Se imaginan que académicamente se les dieran herramientas de inspiración y estímulo para algo más que sacarse un plaza fija en una orquesta, o soñar con ser Ann-Sophie Mutter?

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Cuando menciono que el replanteamiento debe ser radical es porque debe

¿Y qué me dicen de las orquestas sinfónicas o los programadores culturales públicos y privados? Imaginen por un momento a un gerente o un director artístico que, en vez de preocuparse tanto de dónde va a sentar al público y a los músicos para hacer la enésima tanda de sinfonismo tardorromántico o de cómo va a poder hacer sostenible los desmesurados cachés de muchos directores de orquesta disponiendo sólo de un tercio del aforo, se dedicara a planificar con mimo y audacia una temporada donde la orquesta y el coro, en una mágica y cabal mitosis musical, se disgregan cada semana en cuartetos de cuerda, quintetos de maderas y metales, grupos de percusión, pequeños ensembles mixtos, coros de cámara, e inundan regularmente los centros culturales de los barrios de su ciudad con obras de Monteverdi a Kurtág, sin por supuesto abandonar su sala nodriza para hacer en formatos asumibles algún concierto clásico, música de nuestros días o una cantata u ópera de cámara. ¿Se imaginan, pues, que al menos durante una temporada dejásemos de preocuparnos de cómo llenar las grandes salas y nos dedicásemos, de manera sistemática, a inundar las ciudades de música? ¿Se imaginan que, en vez de programar una y otra vez sota, caballo y rey, gastándonos el oro y el moro en grandes nombres que sólo atraen a los mismos públicos de siempre —que leen las hagiografías mediáticas de siempre costeadas por las mismas discográficas de siempre—, conseguimos movilizar, paralelamente, a un público dormido descentralizando la actividad, sin escatimar lo más mínimo en recursos y calidad musical —gracias a la valiosísima fuerza de trabajo local— rompiendo así tabúes sin sentido, generando referentes cercanos, estímulos, sinergias, hambre de música?

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¿Se imaginan que cuando sí invirtiésemos en grandes figuras, consiguiéramos — como ya se hace en muchos sitios— que además de tocar su recital, impartiesen clases en conservatorios locales, inspiradoras charlas para aficionados, o incluso conciertos en hospitales? ¿Se imaginan que en vez de preocuparnos tanto por un streaming que sólo ven en sus casas —por ser contenido bajo demanda— los mismos que ya lo demandaban antes presencialmente, lo ampliamos, mediante convenios y acuerdos, a televisiones y radios públicas y privadas? ¿Se imaginan que los profesionales de la música conseguimos concienciarnos de la importancia de contar con un organismo colegiado que regule nuestra profesión, que presione con fuerza para establecer unos convenios profesionales dignos con las autoridades competentes y dejemos de tirar cada uno por su lado con el viejo “qué hay de lo mío”? ¿Se imaginan que hacemos pedagogía a quienes consideran la cultura como algo subvencionado no sólo diciéndoles que es mentira (esgrimiendo datos incontestables como que en 2018 por cada euro que aportó el mundo de la cultura a las arcas de las administraciones del Estado, recibió sólo catorce céntimos de vuelta) sino practicando nuestra profesión de manera que la inversión genere socialmente estima, necesidad e identidad? ¿Se imaginan que nuestras prácticas y políticas como profesionales, educadores, periodistas culturales y programadores empiezan a alimentar historias en la ciudadanía de auténtica implicación y receptividad? Yo sí. No es fácil, pero ya hay muchas experiencias que demuestran que esto no es, en absoluto, ninguna quimera o ninguna locura; “locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. Poca razón le faltaba al disputado autor de esta frase. Volviendo a la etimología: si no hacemos un esfuerzo autocrítico y tomamos caminos auténticamente distintos, dejémonos ya de hablar de crisis, porque querrá decir que, o no estamos viendo su encrucijada, o como auténticos ἰδιώτης, (idiōtēs etimológicos), nos preocupa más mantener la inercia egoísta de nuestro quehacer pre-coronavirus que implicarnos para garantizar que la música siga siendo, por muchos años, parte de la vida pública, digno medio de vida para millares de familias y un rasgo esencial, asumido por una colectividad hegemónica, de nuestra identidad cultural europea.

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Compositor

La coronación de... ¿la escucha colectiva?

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Mauricio Sotelo

En recientes declaraciones a la prensa italiana, el filósofo italiano Massimo Cacciari (Venecia, 1944) –tres veces alcalde de su ciudad y durante años colaborador del compositor Luigi Nono (1924–1990)– advierte del riesgo de los estragos económicos de la pandemia, señalando cómo también es nuestra mente la que “enferma” si nos quedamos sin trabajo y augura un próximo otoño en el que podría haber “mucho más que protestas” si se confirman tanto el desplome drástico del poder adquisitivo de la población, como el rápido aumento de las desigualdades. “Son las poderosas élites del e-commerce las que se refuerzan en esta crisis y, dado que no pagan impuestos, será difícil [obtener] una redistribución de los ingresos a través de las categorías más golpeadas por la crisis”. Durante los últimos tres meses los músicos, como casi todas las instituciones culturales, han realizado un esfuerzo entusiasta y generoso para hacer llegar a nuestras casas conciertos, estrenos, visitas virtuales a espacios museísticos e, incluso, hemos tenido la oportunidad única de asistir virtualmente y de forma gratuita a extraordinarias producciones de ópera de los últimos años en los grandes templos de la lírica de todo el mundo. Es éste un esfuerzo más que loable. Las instituciones culturales han destinado muchos medios y los músicos en sus casas han debido invertir tiempo, esfuerzo –y el dinero no ganado durante estos meses– para llegar a los hogares de una población confinada, confundida y angustiada, como también en muchos casos sumida en el dolor intenso por la perdida de seres queridos de los que ni siquiera pudieron despedirse.

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Es ésta una solución transitoria pero, a nuestro parecer, no vemos el futuro de la música "confinado", arrestado o "enredado" en su proyección a través de las redes sociales o plataformas de internet. El desconsuelo en estos días aciagos, para una gran mayoría de nosotros, ha sido también el no poder estar al lado de nuestros seres queridos, de nuestros amigos, no poder compartir nuestras emociones, no poder "vibrar" en comunión con el otro. El ritual ancestral de la escucha colectiva, repetido durante siglos y siglos, del vibrar en comunión, forma parte de nuestra identidad y es inseparable de nuestra condición humana. En las salas de conciertos, en los teatros de ópera, la luz de las grandes obras del pensamiento humano –Lieder, cuartetos, sinfonía, óperas– ilumina, en ese ambiente de silencio y penumbra, nuestro templo interior, desciende como un rayo de oscura llama hasta incendiar las sombras, parafraseando al querido poeta José Ángel Valente. Y en este ritual de la escucha colectiva, una vibración, una resonancia, una única pero coral fuente sonora, revela en cada uno de los oyentes un mensaje siempre distinto, despierta similares pero siempre diferentes emociones y pensamientos en cada uno de nosotros. No hay un mensaje "musical" unívoco al que todos reaccionemos de la misma forma y esa es nuestra mayor libertad. Esa alegría por sentirnos vivos, seres inteligentes, pensantes, seres "sintientes", es la emoción que posteriormente compartimos con nuestros amigos, bien alrededor de una mesa, bien brindando con un vino, bien tomando la típica cervecita post-concierto. Este ritual se repite en todos los rincones del mundo y refleja una indescriptible emoción por estar vivo, una alegría verdadera por la celebración de nuestra existencia. La música nos inunda de "humanidad", pero también de "divinidad". En ese resonar entendemos a veces nuestra profunda relación con el universo o, simplemente, con un ser amado o experimentamos una turbación, agitación o alteración emocional. Este hecho, seamos sinceros, es absolutamente insustituible. Una plataforma digital no nos sumerge de forma similar en el desbordante torrente de la vida y la existencia. Ser libres, en la música, "salvarnos", requiere ahora de nuestro esfuerzo colectivo. Instituciones, organizadores, músicos y compositores debemos procurar atravesar juntos este mar de dificultades para sortear el naufragio. Aplaudo desde estas líneas la celebración del Festival de Granada, un logro titánico de Antonio Moral;

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dos estrenos mundiales. Alabo de igual modo la acertada programación del Auditori que incluye entre sus 36 estrenos la primicia de obras de las compositoras Raquel García-Tomás y Nuria Giménez Comas, así como la presencia en el podio de ocho directoras de orquesta; felicito en suma cuantas valientes iniciativas y decisiones vayan aflorando en los próximos días y semanas. Seamos responsables, seamos valientes, seamos honestos, ya que muy pronto aparecerá el verdadero rostro de la tragedia. Permítanme señalar, entre todos los damnificados, a los compositores y entre ellos a los más jóvenes. Nuestros gestores deben pensar, con la mejor voluntad,

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también celebro el anuncio de la próxima temporada del Teatro Real, que incluye

que desde su posición deben contribuir decididamente al enriquecimiento de la comunidad. Fomentar que las instituciones que dirigen sean un verdadero motor de humanismo. Ello implica el soporte a la creación y el deber moral de desligar, en lo posible, los propios gustos estéticos del ejercicio de la programación. Ésta, sin duda, debe ser plural, con vocación de servir y, en cierto modo, de educar, de abrir caminos y de abrir horizontes, de confrontar a la sociedad con los problemas de nuestra actualidad, de invitar a reflexionar, a disfrutar y no solo a entretener. Debemos solucionar en este camino problemas concretos como la escasez o ausencia de encargos a obras de nueva creación en muchas instituciones. No debemos permitir que se pidan obras a compositores y se obvie que debe haber por medio un encargo retribuido, no podemos trabajar gratis, la mayoría no llega ni al salario mínimo. No es admisible que algunas instituciones nieguen el pago de alquiler de materiales de ejecución de las obras, con el consiguiente perjuicio de compositores, pequeñas editoriales y el desprestigio institucional frente a las grandes editoriales extranjeras. Por simple cortesía y amabilidad, el creador debiera ser tratado con el respeto institucional que reciben los intérpretes y directores. La cortesía no requiere ninguna inversión económica. Los compositores deberían también dejar de ver a gestores y público como enemigos y deberíamos, todos, dar ejemplo adquiriendo nuestras entradas para los conciertos de nuestros colegas y amigos. En ningún país como el nuestro he visto cómo somos todos reacios a pagar una entrada y esperamos siempre que ésta nos sea –claro, a imagen de los políticos–

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regalada. Me permito recordar aquí como en Viena, el entonces presidente de Austria vino a saludarme con su esposa al finalizar un concierto. Mis amigos del Klangforum me contaron que su visita no se debía a la circunstancia especial de este concierto de aniversario, sino que estaban abonados desde hacía años a su temporada de música contemporánea, pagando el abono de su propio bolsillo. Similar caso se vive en Berlín con la Canciller Merkel. Los músicos y aficionados a la música sabemos quiénes son los escasos políticos que asisten a los conciertos. Muchos de nuestros representantes desvelan sin reparo sus, a veces cuestionables, inclinaciones culturales. Lamentablemente es también el caso aquí de algunos de nuestros intelectuales, escritores, periodistas y artistas. Es cierto que necesitamos el apoyo decidido del Estado. Modelos a revisar y repensar los encontramos no solamente en Alemania, Francia o Finlandia, sino también fuera de las fronteras europeas como es el interesante caso del Sistema Nacional de Creadores instaurado en México por acuerdo presidencial ya en el año 1993. Pero no podemos esperar que sean solo nuestros políticos quienes solucionen todos los problemas. Máxime cuando no pocos confunden los territorios del entretenimiento y del saber, de la investigación y de la industria. Necesitamos el apoyo emprendedor de los empresarios, de nuestros conciudadanos, como por supuesto también de los propios músicos. Hablaba Kant de la culpable incapacidad. Ésta sería la incapacidad de servirnos de nuestra inteligencia sin la guía de otro. Y, culpable, porque su causa no residiría en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirnos por nosotros mismos de ella sin la tutela de otro. ¡Tengamos el valor de servirnos de nuestra propia inteligencia! Finalmente me gustaría recordar las palabras de Gerard Mortier sobre la ópera: "El teatro ha sido siempre explícitamente político en el sentido de que se cuestiona la condición humana tanto en su situación existencial como en sus relaciones individuales y en su posicionamiento en el corazón de la sociedad." Para nuestro amigo belga L’incoronazione di Poppea de Monteverdi, representaría el apogeo de ese teatro político, cuyo modelo sitúa en la Grecia del siglo V a.C. En el marco de esa idea me gustaría poder vislumbrar un horizonte pleno de esperanza en el que todos –público, gestores, músicos y creadores– seamos un único oido: L’incoronazione di…l’ascolto! : La Coronación de la Escucha Colectiva.

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Director de escena

Real, who wants real... I want magic!

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Rafael R. Villalobos

Para un sector acostumbrado a saber, a veces con tres y cuatro años de antelación, su agenda a niveles de precisión extraordinarios -15 de Abril de 2023, antepiano de X en el teatro Y-, la incertidumbre de no saber qué pasará en las próximas semanas ha supuesto un cambio de paradigma que ha hecho temblar nuestros cimientos. El primer mes supuso por ello un auténtico shock: esto no se parecía a cuando un proyecto se desprograma, algo a lo que uno tristemente se acostumbra, sino que dibujaba un futuro mucho más incierto en el que quizás la posibilidad de hacer teatro y ópera era inexistente. La idea de no poder desarrollar mi profesión era realmente angustiosa, ya que sinceramente no creo servir para nada más que para lo que me dedico, pero aun más lo era la idea de no poder asistir al teatro, esa herramienta que durante más de veinticinco siglos ha servido a la humanidad para ayudarnos a vernos desde fuera como sociedad colocando sobre el escenario nuestra propia realidad. Sin teatro, ¿quién nos ayudaría a entender esto que nos está pasando? Y es que si algo ha quedado patente en estas semanas de confinamiento es la necesidad de la cultura, bien sea como entretenimiento o a través del arte, para sobrevivir como especie, por un lado por la evasión que como a Blanche Dubois la fantasía de vivir vidas ajenas supone sobre nuestra insignificante existencia, y por otro por cómo el arte amplia nuestra esfera del ser. Una vida sin teatro y sin música, sin magia al fin y al cabo, no merece ser vivida, y una sociedad sin creación contemporánea que le obligue a cuestionarse constantemente, está condenada a extinguirse. En las semanas posteriores y comenzando a vislumbrar un poco mejor las posibilidades de esta nueva normalidad que se avecina al menos para los próximos PLATEA MAGAZINE

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meses, debo reconocer que salvo deshonrosas excepciones con las que dolorosamente he tenido que poner puntos sobre algunas íes, me ha sorprendido la buena actitud que han mostrado los programadores a la hora de buscar soluciones ante esta crisis tendiendo una mano a los artistas. Claro que, todo sea dicho, quizás esta excepcionalidad ha conseguido subrayar una idea que aunque obvia no parece estar latente en la praxis diaria de nuestra industria, y es que el trabajo de gestión tanto de las temporadas como de los festivales necesita de la complicidad de los artistas, porque en el fondo sólo tienen razón de ser cuando el trabajo de éstos se desarrolla sobre un escenario. Por supuesto sin la gestión en sus múltiples variantes sería imposible llevar a cabo proyectos tan ambiciosos y complicados desde todos los puntos de vista como son las producciones musicales y operísticas, pero ésta no es más que un medio para un fin, porque un teatro solo es teatro si acontece una representación frente a un grupo de personas reunidas ante la liturgia de la escena. Las temporadas líricas nos necesitan tanto o más que nosotros a ellos, aunque hayamos tenido que esperar a una pandemia para darnos cuenta de esta cooperación necesaria. La crisis sanitaria ha puesto igualmente sobre la mesa que aunque parecían invisibles existen profesionales de muy alto nivel de todas las aristas que conforman el universo operístico nacidos, formados y residentes fiscales -esto es, que con sus impuestos sostienen a las instituciones culturales- en nuestro país. Eso que ahora llaman “Kilómetro Cero”, expresión que por asemejarnos a las hortalizas de un mercado confieso que no sé si me fascina o me horroriza. También, la desoladora realidad precaria de muchos de ellos. No deja de tener un sabor agridulce que no haya sido hasta ahora que una parte de las élites gestoras hayan contado con la talentosísima y reconocidísima en el extranjero cantera de artistas y técnicos españoles, por mucho que nos regocijemos del feliz hallazgo. Dicho lo cual, hay algo que sí me inquieta de todo esto, y es el uso populista que se puede dar a esa contratación “KM. 0”, por no hablar del discurso derechista que impregna la idea de “primero los de aquí”, contrario a todas luces a mis principios y especialmente peligrosa en los contextos políticos mundial, europeo y español actual. Ya sea en estados de alarma o en antiguas o nuevas normalidades, tan snob

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exclusivamente en él. No olvidemos que más allá de un género, la ópera ha sido un vehículo para los trasvases artísticos a lo largo y ancho de Europa, lo cual ha enriquecido enormemente nuestra cultura, así como un ejemplo de colaboración e integración. No hay más que pensar en una producción operística con, imaginemos, un director musical francés, uno de escena italiano y cantantes polacos y españoles diseccionando juntos una obra alemana y creando con ese sustrato una nueva obra en un teatro holandés, para darse cuenta de esto.

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es prescindir del producto local como chauvinista y endogámico centrarse

Ese contacto nos hacen crecer como personas y como artistas, y hacen de nuestra sociedad un modelo mucho más plural y rico. Por eso, más allá de la imposición de fronteras y cuarentenas sanitariamente comprensibles pero para mí no por ello menos dolorosas, apelo al equilibrio en el futuro a la hora de contar con los españoles en nuestras temporadas, reiterando mi entusiasmo por la revalorización tan necesaria del talento patrio, pero también con artistas extranjeros, del mismo modo que yo mismo quiero seguir teniendo la oportunidad de trabajar fuera de mi país y nutrirme de la experiencia y savoir faire de otras compañías, así como ver a colegas españoles deslumbrar con sus voces por todo el mundo y escuchar zarzuela sobre las tablas del Teatro alla Scala o el Musikverein. No olvidemos que más fuerte que el virus de la Covid-19 es el virus del fascismo que planea desde hace años sobre nuestras cabezas, y frente a éste pocas herramientas tenemos más fuertes que convertir la ópera en baluarte de una sociedad sin fronteras, plural, cooperante e integradora.

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Violista

En estos tiempos inimaginables que estamos viviendo, todos estamos afectados. De una u otra forma nuestras vidas se han visto interrumpidas y modificadas tanto

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Isabel Villanueva

a nivel personal como profesional. No es nada fácil encajar en nuestro sector musical esta situación. La verdad es que es muy preocupante, para algunos más que otros. La grave crisis sanitaria también se ha convertido en una grave crisis social y económica que ya ha comenzado, y que no terminará pronto. Las personas freelance dedicadas al sector de la música tenemos un panorama muy incierto por delante. Quizá nos haga replantearnos muchas cosas a todos. En este país tenemos por suerte una extraordinaria calidad artística de la que debemos estar orgullosos. Los programadores, las instituciones y el público, tenemos, ahora más que nunca, la oportunidad de disfrutar del arte hecho en España. En estos meses de cuarentena, la música ha demostrado una vez más ser imprescindible en la vida. Nos acompaña, nos emociona, nos cura, nos alegra... la cultura y la música han estado presentes desde el principio en unos gestos solidarios y altruistas por parte de muchos artistas que hemos querido compartir con la sociedad a través de redes sociales. Porque el arte es esencial para el ser humano. Pero ese arte tiene un coste. Detrás tiene años de dedicación y persistencia por la excelencia, en un mundo en el que lo inmediato parece lo único que cuenta. Me preocupa esta situación. Yo espero y deseo que las instituciones inviertan y apuesten más pronto que tarde por el sector cultural como uno de los pilares esenciales de nuestra sociedad : es un grito urgente a un replanteamiento social y cultural.

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AIMEDNAP AL SART ACISÚM Copyrights: Imagen de portada: © Berliner Ensemble / Moritz Haase. Imágenes páginas 14 / 26 / 46 / 52 / 64 / 68 / 86: © Moritz Haase / Berliner Ensemble. Imagen página 98: © Beriner Ensemble / Ingo Sawilla. Imágenes textos: Oriol Aguilà: © Festival Castell de Peralada / Carlos Álvarez: © Lolo Fotógrafos Daniel Bianco: © Miguel Ángel Fernández / Leonor Bonilla: © Carmen Carbajo Llorenç Caballero: © Rafa Martín / Mercedes Conde Pons: © Palau de la Música de Catalunya Irene Delgado Jiménez: © Imma Gamo / Raquel García Tomás: Cedida © Raquel García Tomás Gustavo Gimeno: Marco Borggreve / Tomàs Grau: © Michal Novak / Jesús Iglesias: © Javier del Real Ana LLorens: Cedida / Mónica Lorenzo: Cedida / Uxía Martínez Botana: © Marco Borggreve Joan Matabosch: © Javier del Real / Víctor Mede: Cedida / Sandra Ollo: © Jordi Bernadó Valentí Oviedo: © Antoni Bofill / Felix Palomero: © Gobierno de Navarra Isabel Pérez Dobarro: © Lavandeira Jr. / Juan Pérez Floristán: © Antonio del Junco Josep Pons: © Igor Cortadellas / Elena Rey: Cedida / Cibrán Sierra: © Igor Cortadellas Mauricio Sotelo: © Javier del Real / Rafael R. Villalobos: FPdGi / Isabel Villanueva: © Michal Novak Platea Magazine respeta la libertad de opinión de sus colaboradores. Los textos firmados son de exclusiva responsailidad de sus firmantes y no representan la opinión oficial de la revista. Platea magazine se reserva todos los derechos. Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación sin la autorización previa y expresa de Platea Magazine. Edición: Madrid · Platea Magazine S.L. Diseño: Platea Magazine S.L. Depósito Legal: M-33437-2016

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