11 minute read

Paisajes de montaña: gente, parques y animales

Next Article
Presentación

Presentación

Boí al anochecer

Los paisajes de montaña se nos representan a menudo como territorios vírgenes, unos lugares en los que no se percibe la huella humana. Esto parecería justificar que las regiones montañosas concentren un número tan alto de espacios protegidos: su naturaleza, aparentemente intacta, debe ser preservada. En realidad, sin embargo, la calidad paisajística y ambiental de territorios como los Pirineos es el resultado de una larga interacción entre las poblaciones locales y la naturaleza. En otras palabras: las áreas protegidas de montaña se orientan a conservar unos espacios que, después de siglos de uso, han sido significativamente humanizados y, por tanto, bañados de cultura. El impacto humano sobre el territorio se ha producido de muchas maneras distintas. La cantidad de gente que ha vivido (con una movilidad apreciable), así como su distribución (combinando momentos de concentración y de dispersión), son aspectos importantes para entender las formas que adopta la naturaleza en los Pirineos. El hecho de que una gran parte de estas montañas haya sido gestionada de forma colectiva (por pueblos o por sociedades de propietarios) y destinada a la ganadería o a los aprovechamientos forestales tampoco se puede ignorar. Los bancales hoy abandonados atestiguan los altos niveles de uso y de transformación humana que habían tenido las laderas en el pasado. El paisaje, a la vez, no ha sido tampoco nunca estático. Ha cambiado a medida que se han ido modificando sus condiciones sociales. Momentos de una alta densidad de población han hecho elevar las terrazas por las laderas y retroceder el bosque. El despoblamiento, a su vez, ha reducido el uso de las bordas mientras que los campos más alejados se iban cubriendo primero de hierbas y más adelante de bojes y abedules. El paisaje de montaña no es, por tanto, un fenómeno autónomo y aislado, conformado únicamente como resultado de sus propios procesos: es un producto humano y depende de los objetivos y los valores de aquellos que actúan en él. Cuando la mayor parte de la población pirenaica dependía de las actividades agropecuarias, los pastos y las tierras cultivables constituían elementos fundamentales. En las últimas décadas, las estaciones de esquí y las viviendas turísticas, con sus ocupaciones y necesidades, se han incorporado en el paisaje y también lo condicionan.

Advertisement

Las políticas ambientales

Las actuaciones destinadas a la conservación de la naturaleza, como los aprovechamientos tradicionales y la industria del turismo, se inscriben también en el paisaje. La implantación de espacios naturales protegidos, que ha adquirido un gran protagonismo en los últimos 25 años, ha contribuido a modificar los usos sociales del territorio y ha favorecido un significativo proceso de transformación ecológica. En este contexto, la gestión de la fauna salvaje se ha convertido en un aspecto relevante de la administración ambiental, asociado al surgimiento de nuevas demandas sobre el territorio y a la aparición de nuevos actores sociales. En la perspectiva de sus responsables, la calidad, la diversidad y el tamaño de las poblaciones animales evidencian el estado del territorio y son un indicador de la eficacia de sus decisiones de manejo. Para una parte de la población local, no obstante, sobre todo aquella que permanece vinculada al sector primario, la proliferación de la fauna salvaje se convierte en un factor de perturbación por los daños y las amenazas que ésta conlleva a la actividad agropecuaria. En la cuestión de la fauna salvaje se condensan muchas de las actitudes y los argumentos que plantea el debate sobre las políticas conservacionistas en las comarcas de montaña. Las posiciones contrarias son interpretadas a menudo como resistencias basadas en los intereses particulares y el tradicionalismo de algunos vecinos. De hecho, la historia ambiental de estos territorios muestra un esfuerzo continuado por parte de las comunidades locales dirigido, a veces de una forma expresa, a condicionar las poblaciones de animales que se localizan en ellos (muy especialmente los depredadores). El discurso favorable, que hoy tiene un apoyo más amplio por parte de la opinión pública urbana, invoca criterios

básicamente científicos, de necesidad ecológica, para justificar una mayor presencia de la fauna salvaje. Cada una de las especies presentes en este escenario es objeto de actuaciones distintas por parte de la administración ambiental. La reintroducción, el exterminio, la protección, la repoblación, el fomento o la tolerancia, según los casos, no se basan únicamente en las consideraciones de orden técnico y ecológico que a menudo se esgrimen. El examen de las racionalidades implicadas en cada caso muestra cómo tales actuaciones se estructuran igualmente alrededor de una serie de conceptos concretos. Las acciones asociadas a la gestión de la fauna salvaje también responden, de este modo, a unas variables culturales y políticas determinadas.

El retorno de los grandes depredadores

La reaparición del oso y el lobo, dos especies de grandes depredadores que casi habían desaparecido de los paisajes del Alto Pirineo durante el siglo pasado a raíz de una actuación sistemática dirigida a su exterminio, es probablemente el exponente más destacado de las actuales políticas de fauna. Las medidas que han tenido por objeto una y otra especie son indicativas, no obstante, de la variedad de los criterios aplicados en este ámbito. En el caso del oso (Ursus arctos), y por iniciativa de las autoridades francesas (apoyada más tarde por la Unión Europea), se determinó que su población había alcanzado unas dimensiones demasiado pequeñas para resultar viable y que había que introducir ejemplares de otras procedencias para procurar garantizar su continuidad. Desde 1996 en el Pirineo Central se han liberado ocho individuos procedentes de Eslovenia (seis hembras y dos machos) que, si bien no han evitado la extinción del linaje local, se consideran cercanos genéticamente a los autóctonos y ya han conseguido fijarse en algunos sectores. La suelta de estos ejemplares se justificaría, de acuerdo con sus promotores, como una acción destinada al repoblamiento. La voluntad de restaurar un paisaje determinado sería aquí la idea prevalente. El lobo (Canis lupus) dejó de tener una población estable en la región pirenaica a finales del siglo XIX. Desde el año 2003, sin embargo, se ha constatado la presencia de algunos individuos solitarios en el Pirineo catalán que parecen provenir de los Apeninos Centrales. La administración ambiental enfatiza la espontaneidad del proceso de recuperación de la especie, la falta de intervención de las instancias gubernamentales en el retorno del lobo, para justificar la su tolerancia. Se limita, como hace también en el caso del oso, a compensar a los ganaderos por los daños ocasionados a raíz de ataques al ganado.

Roedores y pequeños carnívoros: acogidos, fomentados, erradicados

Algunas especies de roedores y de pequeños carnívoros muestran la diversidad de los argumentos empleados en la gestión de la fauna salvaje. El castor (Castor fiber), aunque responde a una situación muy particular, revela algunos aspectos significativos. En el año 2003 un grupo ambientalista de Europa Central liberó dieciocho castores, que habían sido criados en cautividad, en el río Aragón (Pirineo Occidental), tres siglos después de haberse extinguido. En sólo cuatro años, la población de castores ya era de una cincuentena de individuos y había colonizado 90 kilómetros de río. Las administraciones regionales de Navarra y La Rioja (con el beneplácito del Gobierno español y la UE) diseñaron una campaña para erradicarlos y “evitar precedentes”. Mientras que los ecologistas alegan que el castor es una especie protegida, los funcionarios públicos sostienen que su llegada no se ha producido por un proceso espontáneo sino por una acción “ilegal” y “antinatural”, lo que justifica destinar esfuerzos a evitar que se estabilice. El caso del castor resulta todavía más relevante si se lo compara con la situación de la nutria (Lutra lutra). Desde hace veinte años en Cataluña se han implementado varios programas públicos destinados a proteger y restaurar las poblaciones de nutria, con la creación de algunas reservas naturales y un centro de recuperación.

Encantats y Sant Maurici

paisajes de montaña: gente, parques y animales

Más allá de consolidar su expansión en los Pirineos, la Generalitat aprobó en 2008 un plan para reintroducir la especie en las cuencas hidrográficas internas con ejemplares provenientes de Extremadura y Galicia. El proceso, como en el caso de los castores, no ha sido espontáneo pero ha sido impulsado desde instancias gubernamentales (y no una acción clandestina ejecutada por parte de un grupo anónimo). La distinción no es, pues, ecológica sino que se relaciona con la capacidad política de los actores: es la administración quien tiene la facultad de otorgar legitimidad a una especie como integrante de un entorno recreado. La marmota (Marmota marmota) proporciona otra variante a la cuestión de la recuperación del medio ambiente. Originaria de los Alpes, los gestores públicos introdujeron ejemplares de esta especie en el Pirineo francés a mediados del siglo pasado con el fin de ofrecer una presa fácil a la población amenazada de osos. La marmota no puede considerarse como una especie endémica: desapareció de los Pirineos hace unos 15.000 años, en el curso de la última glaciación. Su reintroducción constituye, por tanto, un proceso de recreación pero no de restauración ambiental. Desde finales de los años sesenta, en el momento en que se extiende hacia la vertiente meridional, su población ha crecido hasta alcanzar unos 10.000 individuos. Al no competir con ninguna otra especie local y contribuir a incrementar la diversidad, la remodelación del paisaje que implica la marmota no se justifica por criterios de integridad ecológica sino por una valoración concreta de la abundancia de la vida salvaje y de la belleza paisajística.

Ungulados salvajes vs. cabras asilvestradas

El rebeco (Rupicapra rupicapra), considerado como un animal emblemático de los Pirineos, estuvo amenazado por una excesiva presión cinegética hasta la creación de las reservas nacionales de caza en 1966, cuando su población alcanzaba unos doscientos individuos aislados en diferentes sectores. Desde entonces, las acciones de protección, la falta de depredadores y la reducción de la presencia humana han favorecido una recolonización y una proliferación significativa de los ungulados. Los responsables de su gestión propugnan ahora impulsar la presencia de depredadores para controlar la propagación de enfermedades y el crecimiento mismo de sus poblaciones. A diferencia del rebeco y el jabalí (Sus scrofa), otros ungulados salvajes deben su inclusión en el catálogo de la fauna pirenaica a iniciativas relacionadas con el fomento de las especies cinegéticas. El corzo (Capreolus capreolus), el gamo (Dama dama) y el ciervo (Cervus elaphus) se extinguieron probablemente a finales del siglo

10 XVIII o principios del XIX, en el momento de la máxima expansión de la frontera agrícola en los Pirineos. A partir de los años setenta, a raíz de la actividad impulsada por las reservas de caza, se reintroducen varios ejemplares de estas especies procedentes de otras regiones. En las últimas décadas, la recuperación de las masas forestales ha favorecido su proliferación, y se considera que presentan hoy unas poblaciones bien consolidadas y en proceso de expansión. La atención que merecen las especies mencionadas parece relacionarse más con su carisma, una valoración de carácter cultural, que con su biología o con la ecología de la montaña. Un cierto número de cabras domésticas (Capra aegragus), que fueron abandonadas en el momento de emigrar sus propietarios, lograron adaptarse a su libertad y proliferar hasta formar algunas colonias. Para los naturalistas, este fenómeno desafía el orden natural. Las cabras asilvestradas se consideran una distorsión del equilibrio ecológico y son objeto de batidas periódicas destinadas a limitar sus poblaciones. Habría que plantearse si estas cabras, después de siglos de presencia en los rebaños locales y de haberse adaptado a las condiciones de la montaña, no deberían ser consideradas como parte de los ecosistemas pirenaicos.

Recreando paisajes

Las políticas de fauna en los Pirineos incluyen un número mucho mayor de especies. Al producirse la transición desde el fomento gubernamental de la caza a una política de conservación, la lógica del diseño ambiental también se sustituyó. Los criterios de los biólogos en favor de los depredadores y las aves rapaces se han impuesto, y éstos han pasado de ser perseguidos oficialmente a ser considerados como elementos fundamentales para la regulación de los ecosistemas y a ser objeto, junto con otros integrantes de la llamada fauna pirenaica, de programas específicos de fomento y protección. La gestión de especies de fauna por medio del exterminio, la reintroducción o la protección debe considerarse como un ejercicio de manipulación ambiental, un proceso conducido socialmente. La racionalidad que sostiene este tipo de actuaciones no está siempre limitada por consideraciones ecológicas, científicas y objetivas: la reconstrucción de la naturaleza se relaciona con valores, usos y expectativas sobre cómo, desde la perspectiva de sus responsables, debería ser ésta. Los casos mencionados ponen en evidencia que el trato otorgado a las diferentes especies presentes en el paisaje “natural” no se relaciona exclusivamente con la coherencia ecológica. Factores como la preferencia por los entornos biodiversos (marmotas y osos), los conflictos políticos acerca de la legitimidad (castores y osos), la voluntad de recrear los ambientes del pasado (osos, lobos y ungulados) o las ideas sobre la integridad ecológica (cabras silvestres), tienen una incidencia significativa en el manejo “científico” del medio ambiente. Las relaciones de los grupos humanos con la naturaleza están siempre condicionadas por intereses, valores y objetivos y tienen, de esta manera, un carácter social y cultural. La preocupación contemporánea por la degradación del medio ambiente ha otorgado un gran protagonismo a la gestión ambiental, pero ésta se apoya igualmente en unas preferencias, unas concepciones y unos propósitos específicos. Identificar la existencia de posiciones distintas de acuerdo con la pluralidad misma de los actores sociales es un primer paso en favor de un debate abierto que no se limite a cuestionar la legitimidad de los interlocutores sino que permita aproximar posiciones y favorezca el éxito de las actuaciones. Oriol Beltran (Universitat de Barcelona)

Ismael Vaccaro (McGill University) paisajes de montaña: gente, parques y animales ß

This article is from: