El Portarró 31 (en castellano)

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Boí al anochecer

boletín del parque nacional de aigüestortes i estany de sant maurici

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paisajes de montaña: gente, parques y animales Los paisajes de montaña se nos representan a menudo como territorios vírgenes, unos lugares en los que no se percibe la huella humana. Esto parecería justificar que las regiones montañosas concentren un número tan alto de espacios protegidos: su naturaleza, aparentemente intacta, debe ser preservada. En realidad, sin embargo, la calidad paisajística y ambiental de territorios como los Pirineos es el resultado de una larga interacción entre las poblaciones locales y la naturaleza. En otras palabras: las áreas protegidas de montaña se orientan a conservar unos espacios que, después de siglos de uso, han sido significativamente humanizados y, por tanto, bañados de cultura. El impacto humano sobre el territorio se ha producido de muchas maneras distintas. La cantidad de gente que ha vivido (con una movilidad apreciable), así como su distribución (combinando momentos de concentración y de dispersión), son aspectos importantes para entender las formas que adopta la naturaleza en los Pirineos. El hecho de que una gran parte de estas montañas haya sido gestionada de forma colectiva (por pueblos o por sociedades de propietarios) y destinada a la ganadería o a los aprovechamientos forestales tampoco se puede ignorar. Los bancales hoy abandonados atestiguan los altos niveles de uso y de transformación humana que habían tenido las laderas en el pasado. El paisaje, a la vez, no ha sido tampoco nunca estático. Ha cambiado a medida que se han ido modificando sus condiciones sociales. Momentos de una alta densidad de población han hecho elevar las terrazas por las laderas y retroceder el bosque. El despoblamiento, a su vez, ha reducido el uso de las bordas mientras que los campos más alejados se iban cubriendo primero de hierbas y más adelante de bojes y abedules. El paisaje de montaña no es, por tanto, un fenómeno autónomo y aislado, conformado únicamente como resultado de sus propios procesos: es un producto humano y depende de los objetivos y los valores de aquellos que actúan en él. Cuando la mayor parte de la población pirenaica dependía de las actividades agropecuarias, los pastos y las tierras

cultivables constituían elementos fundamentales. En las últimas décadas, las estaciones de esquí y las viviendas turísticas, con sus ocupaciones y necesidades, se han incorporado en el paisaje y también lo condicionan. Las políticas ambientales Las actuaciones destinadas a la conservación de la naturaleza, como los aprovechamientos tradicionales y la industria del turismo, se inscriben también en el paisaje. La implantación de espacios naturales protegidos, que ha adquirido un gran protagonismo en los últimos 25 años, ha contribuido a modificar los usos sociales del territorio y ha favorecido un significativo proceso de transformación ecológica. En este contexto, la gestión de la fauna salvaje se ha convertido en un aspecto relevante de la administración ambiental, asociado al surgimiento de nuevas demandas sobre el territorio y a la aparición de nuevos actores sociales. En la perspectiva de sus responsables, la calidad, la diversidad y el tamaño de las poblaciones animales evidencian el estado del territorio y son un indicador de la eficacia de sus decisiones de manejo. Para una parte de la población local, no obstante, sobre todo aquella que permanece vinculada al sector primario, la proliferación de la fauna salvaje se convierte en un factor de perturbación por los daños y las amenazas que ésta conlleva a la actividad agropecuaria. En la cuestión de la fauna salvaje se condensan muchas de las actitudes y los argumentos que plantea el debate sobre las políticas conservacionistas en las comarcas de montaña. Las posiciones contrarias son interpretadas a menudo como resistencias basadas en los intereses particulares y el tradicionalismo de algunos vecinos. De hecho, la historia ambiental de estos territorios muestra un esfuerzo continuado por parte de las comunidades locales dirigido, a veces de una forma expresa, a condicionar las poblaciones de animales que se localizan en ellos (muy especialmente los depredadores). El discurso favorable, que hoy tiene un apoyo más amplio por parte de la opinión pública urbana, invoca criterios


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