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La esencia de las palabras: Elogio de los Pirineos
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boletín del parque nacional de aigüestortes i estany de sant maurici
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La historia natural de un planeta vagabundo llamado la Tierra es, sencillamente maravillosa. Desde su formación –hace 4.600 millones de años– la superficie de este superorganismo ha evolucionado de forma fascinante. Primeramente fue una especie de magma incandescente donde miríadas de meteoritos se estrellaron durante centenares de millones de años. Al disminuir los impactos y las erupciones volcánicas, su superficie comenzó a enfriarse, generándose entonces las primeras masas continentales hace aproximadamente unos 3.900 millones de años. La aparición de las primeras nubes, las primeras precipitaciones, los primeros océanos y junto a todos ellos, las primeras atmósferas, fueron unas de las muchas llaves que abrieron las puertas a la vida, una verdadera inevitabilidad cósmica, como definen algunos astrónomos. Una nueva etapa comenzó entonces para el joven planeta –capaz de girar a 1.800 kilómetros por hora sobre si mismo– y que durante miles de millones de años ha ido pariendo y devorando océanos y continentes, simplemente moviendo unas piezas muy especiales que forman parte de un rompecabezas llamado corteza terrestre. Hablamos claro está de las placas tectónicas o litosféricas, grandes bloques de roca, con forma de casquetes esféricos, con un grosor variable entre 50 y 150 kilómetros, que encajando perfectamente las unas sobre las otras, al moverse y como consecuencia de la fricción entre ellas transforman periódicamente el aspecto de la superficie terrestre. La piel de la Tierra se compone de una docena de estas grandes placas así como de numerosas microplacas que forman un complejo puzzle responsable, entre otros, de la deriva de los continentes, del nacimiento y de la desaparición de las cuencas oceánicas, de la formación de las principales cordilleras continentales y submarinas del mundo así como de los terremotos y de los fenómenos de vulcanismo que de tanto en tanto sobresaltan nuestras vidas. La odisea que sufren a lo largo del globo terráqueo estas losas de corteza ligera, que se mueven unos pocos centímetros cada año dependiendo del calor generado por el interior de la tierra, es el pretexto geológico perfecto para invitaros a hacer un paseo por la historia de una de las cordilleras más bonitas del mundo: los Pirineos.
Los Pirineos hercinianos
La formación de las cordilleras en nuestro planeta es realmente un proceso dinámico que se viene repitiendo desde hace algunos eones. Los expertos hablan ya de la existencia de grandes cadenas de montañas hace unos 3.000 millones de años, a pesar de que uno de los mayores problemas para su estudio continua siendo la falta de restos geológicos. Pero… ¿qué es una montaña? Una montaña es una deformación de la corteza terrestre, una singularidad geográfica de gran fragilidad o en cierto modo una isla en medio de un continente. ¿Y cómo podríamos definir una cordillera? Tal vez, por ejemplo, como un conjunto de cadenas de montañas singulares y frágiles, que de forma más o menos amistosa, tienden a destacar del llano. ¿Cómo se forman? Normalmente al entrar en contacto dos placas tectónicas. ¿Qué tipos de rocas las componen? Rocas ígneas como los granitos o las ofitas; rocas metamórficas, como las pizarras o los mármoles; rocas sedimentarias, como las calizas o las areniscas... ¿Qué longevidad tienen?... Preguntas y respuestas que nos aportan unas primeras definiciones esenciales de las características de una determinada cordillera. Pero en el caso de los Pirineos, nos vamos a remontar a unos cuantos de millones de años atrás. ¿Qué tal unos 500? Las rocas más antiguas de los Pirineos proceden de una gran y arcaica cadena de montañas de extensión planetaria. Sucedió durante el orógeno herciniano nacido de la colisión entre dos viejos continentes, Laurasia y Gondwana. De esta antigua cordillera que unía América con Eurasia –en el contexto de un supercontinente llamado Pangea– forman parte algunos retales de los actuales Apalaches, Alpes, Urales, Cárpatos, Himalaya y como no, de los Pirineos, que entonces parece ser que eran más altos que en la actualidad. ¿Os imagináis vivir al pie de antiguos Anetos, miles de metros más empinados, o correr entre las montañas más gigantescas de la Tierra? Pues así fue realmente el espacio geográfico pirenaico durante
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elogio de los pirineos
algunos períodos y épocas pasadas aunque no imaginéis demasiado ya que, en aquellos momentos, ¡los mamíferos como nosotros aún estaban camino de llegar a ser tan solo unas miserables ratas terrestres de hábitos nocturnos! Unos Pirineos, los hercinianos, que toman su nombre de la región germánica de Harz y que emergen del fondo de un antiguo mar, gracias a la tectónica de placas, en un momento en el que el océano Atlántico no se había formado todavía. Unos Pirineos, tal y como decíamos, colosalmente dominados por cimas de altitudes parecidas a las que hoy en día podemos hallar en el Himalaya y que formaban parte del supercontinente del cual derivan todos los continentes contemporáneos. Unos Pirineos, una gran parte de los cuales, acabarían arrasados y sedimentados en el interior de un nuevo mar geológico, preludio de nuevas cordilleras formadas durante la orogenia alpina. 24 ß
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Los Pirineos alpinos
La historia continua y una nueva cordillera nacerá como consecuencia de otra colisión entre dos placas: la africana y la euroasiática, acaecida entre la península ibérica y el sur de Francia. Un choque que comenzó hace unos 80 millones de años –un poco antes de la extinción de los dinosaurios– y que finalizó hace unos 20. Bien, acabar no es la palabra exacta ya que los Pirineos siguen moviéndose aunque digamos que mucho más tranquilamente que unos cuantos millones de años atrás. La orogenia alpina, de hecho, aprovechó, recicló y rejuveneció los restos hercinianos dando lugar a un nuevo edifico montañoso que, con unos pocos retoques, es lo que vemos hoy en día. Podemos destacar tres momentos claves: una primera fase, en la cual una vez la antigua cordillera herciniana de granitos y pizarras ha sido arrasada, aparecen grandes llanuras sometidas a procesos de sedimentación muy intensos. Una segunda fase, en la que los sedimentos escondidos bajo antiguos mares pirenaicos y mediterráneos, se levantaran entre compresión y compresión, formando, por primera vez, unos Pirineos individualizados muy similares a los actuales. Finalmente, una tercera fase, en la que como veremos más adelante, la invasión de los hielos acabará la gran obra geológica. De arquitectura más simple que la de los vecinos Alpes, el edificio pirenaico se extiende desde el Mediterráneo hasta el Cantábrico, a lo largo de cerca de 450 kilómetros, con altitudes que raramente sobrepasan los 3.000 metros
de altitud, localizadas éstas en el núcleo central o axial, y con una anchura norte-sur que supera el centenar de kilómetros. Comparados con otras cordilleras del planeta son sin duda unas montañas modestas, a pesar de que una gran parte de ellas están sumergidas, por el oeste, hasta profundidades insondables del Atlántico, y por el este, hasta el Mediterráneo, donde entran en contacto con los Alpes bajo las cálidas aguas del Golfo de León. En ambos extremos, no debemos olvidar los terrenos más dulces y humanizados que conforman los Prepirineos, en los que los ríos del norte y los ríos del sur tomaron un protagonismo extraordinario: los unos, recogiendo las aguas de la extensa y rica cuenca de Aquitania y, los otros, excavando profundos congostos calizos con la fuerza de unas aguas rabiosas que transportaron sedimentos y más sedimentos camino de las cuencas marinas.
Los Pirineos cuaternarios
Los últimos golpes de bisturí que padecieron los Pirineos, antes de conocerlos tal y como los conocemos hoy –tal cual como si se tratara de una operación de cirugía estética– fueron consecuencia de las glaciaciones, períodos de la historia de la Tierra en los que una ingente cantidad de hielo descansaba sobre los continentes. Imaginad valles y montañas atrapadas por lenguas de hielo de hasta un kilómetro de grosor. Pensad en glaciares que descendieron por los valles fluviales existentes hasta más abajo de los 900 metros de altitud sobre el nivel del mar. Sorprendeos de su gran fuerza erosiva y de las transformaciones que fueron capaces de generar en un territorio donde las nieves invernales, de forma contraria a lo que hoy sucede, no tenían tiempo de fundirse al llegar la primavera y el verano. Una nieve que se iba acumulando en las cabeceras de los valles y que convertida en hielo deslizaba lenta pero inexorablemente Pirineos abajo. Montañas enérgicas, crestas afiladas, circos glaciales, cubetas de sobreexcavación, ibones de circo y de fondo de valle, valles en forma de U y colgados, perfiles escalonados, rocas aborregadas, estrías, nerviaciones… son algunas de las macroformas y de las microformas que se originaron. No obstante no hay que olvidar que actualmente la Tierra está atravesando un período interglaciar –el hielo retrocede– dentro de la evolución natural de una glaciación que comenzó hace unos cuantos millones de
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años. Un período de deshielo que está a punto de acabar, ¡quién sabe si dentro de unos pocos miles de años! Será entonces cuando una fría noche de unos 100.000 años de duración vuelva a perpetuar el invierno y con ella sucedan nuevos y drásticos cambios en la geografía de los paisajes pirenaicos y de parte del planeta, siempre y cuando el progreso de la ingeniería planetaria no haga imaginable lo que hoy en día es inimaginable: ¡detener las glaciaciones!
Pirineos del futuro
La esperanza de vida de los Pirineos está limitada en el tiempo. Dicen los geólogos que, las montañas del presente volverán sin duda a quedar arrasadas o colapsadas por la erosión en unos 10 millones de años, tal y como ya sucedió con cordilleras del pasado. Luego no son entonces, el único organismo geológico que tropieza dos veces con la misma piedra, ¡con la misma erosión! Pero, ¿se formarán de nuevo? Nuevas placas tectónicas cruzando por zonas ecuatoriales, tropicales, templadas o polares… se enfadarán otra vez, como una inevitabilidad geológica, subduciendo, abduciendo o simplemente colisionando mientras hacen emerger nuevos edificios de paisaje. Unas montañas que comenzaron en el pasado y que continuarán en el futuro. Grandes cordilleras que se levantaron mucho antes de la aparición de formas de vida compleja y que lo volverán a hacer cuando nosotros, como especie, nos hayamos ya extinguido. ¡Cincuenta, cien o 250 millones de años! El baile de los continentes –motor indiscutible de la evolución– hará emerger los sedimentos depositados por ríos como el Ebro y el Ródano en el mar Mediterráneo. Nacerá entonces una nueva cadena montañosa que quizás se extienda desde el actual estrecho de Gibraltar hasta los contrafuertes de Oriente Medio. Una gran cordillera que se comerá el Mediterráneo para satisfacer la sed de unas montañas ¡que podrían llegar a ser las más altas que jamás hayan existido sobre la faz de la Tierra!
Desde las primeras cordilleras hasta las más jóvenes, 25
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millones de granitos de materia atómica se han ido combinando para formar, deformar y destruir montañas y más montañas. Son los episodios clásicos en la vida de una cadena. ¡Un mar, unos sedimentos, unas compresiones! ¡La formación, la erosión, la desaparición! El ciclo de las rocas. ¡No son estables ni perennes! Nacen, crecen y desaparecen como nosotros. ¡Se mueven centímetros!, pero el movimiento no cesa frente a nuestros ojos. Formas, colores y texturas que esconden acrobacias y movimientos imposibles. Piedras, minerales, cristales, átomos que intentan explicarnos las características más relevantes de esta bola de roca gigante que es la Tierra. Entidades geológicas vivas, formadas por millones de toneladas de rocas, que viajan apasionadamente por el tiempo y el espacio. ¡Bibliotecas de rocas patrimonio de la evolución! Maladetas, anies, mididossaus y viñemales, montesperdidos, posets, besiberris, comalofornos, pegueras, picasdestats y comapedrosas, carlits, puigmales y canigós… son algunos de los atributos toponímicos más genuinos de la energía y de la agresividad de los Pirineos. Castillos orográficos donde centenares de generaciones humanas han dejado y seguiremos dejando trazos y huellas sedimentarias, a pesar de que somos una de las formas de vida que probablemente menos tiempo estaremos habitando el planeta. El vals de la vida continuará y cuando dentro de 100 millones de años todos los continentes se vuelvan a fundir formando una nueva pangea –donde África, América y Europa serán una, Australia y la Antártida otra, donde el Atlántico se volverá a cerrar– entonces, si queréis, volveremos a hablar del irresistible magnetismo de nuestras montañas, de una de las cordilleras más bonitas del mundo. Hablaremos de los secretos que se esconden en el interior de esta bola de roca viva que es Gaia. De un planeta vagabundo y de sus montañas que, desde hace ya muchos eones, se mueve a la deriva entre la construcción y la destrucción. ¡Un bonito y humilde destino!
Josepmaria Rispa Pifarré