El Portarró 31 (en castellano)

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boletín del parque nacional de aigüestortes i estany de sant maurici

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la esencia de las palabras elogio de los pirineos La historia natural de un planeta vagabundo llamado la Tierra es, sencillamente maravillosa. Desde su formación –hace 4.600 millones de años– la superficie de este superorganismo ha evolucionado de forma fascinante. Primeramente fue una especie de magma incandescente donde miríadas de meteoritos se estrellaron durante centenares de millones de años. Al disminuir los impactos y las erupciones volcánicas, su superficie comenzó a enfriarse, generándose entonces las primeras masas continentales hace aproximadamente unos 3.900 millones de años. La aparición de las primeras nubes, las primeras precipitaciones, los primeros océanos y junto a todos ellos, las primeras atmósferas, fueron unas de las muchas llaves que abrieron las puertas a la vida, una verdadera inevitabilidad cósmica, como definen algunos astrónomos. Una nueva etapa comenzó entonces para el joven planeta –capaz de girar a 1.800 kilómetros por hora sobre si mismo– y que durante miles de millones de años ha ido pariendo y devorando océanos y continentes, simplemente moviendo unas piezas muy especiales que forman parte de un rompecabezas llamado corteza terrestre. Hablamos claro está de las placas tectónicas o litosféricas, grandes bloques de roca, con forma de casquetes esféricos, con un grosor variable entre 50 y 150 kilómetros, que encajando perfectamente las unas sobre las otras, al moverse y como consecuencia de la fricción entre ellas transforman periódicamente el aspecto de la superficie terrestre. La piel de la Tierra se compone de una docena de estas grandes placas así como de numerosas microplacas que forman un complejo puzzle responsable, entre otros, de la deriva de los continentes, del nacimiento y de la desaparición de las cuencas oceánicas, de la formación de las principales cordilleras continentales y submarinas del mundo así como de los terremotos y de los fenómenos de vulcanismo que de tanto en tanto sobresaltan nuestras vidas. La odisea que sufren a lo largo del globo terráqueo estas losas de corteza ligera, que se mueven unos pocos centímetros cada año dependiendo del calor generado por el interior de la tierra, es el pretexto geológico perfecto para

invitaros a hacer un paseo por la historia de una de las cordilleras más bonitas del mundo: los Pirineos. Los Pirineos hercinianos La formación de las cordilleras en nuestro planeta es realmente un proceso dinámico que se viene repitiendo desde hace algunos eones. Los expertos hablan ya de la existencia de grandes cadenas de montañas hace unos 3.000 millones de años, a pesar de que uno de los mayores problemas para su estudio continua siendo la falta de restos geológicos. Pero… ¿qué es una montaña? Una montaña es una deformación de la corteza terrestre, una singularidad geográfica de gran fragilidad o en cierto modo una isla en medio de un continente. ¿Y cómo podríamos definir una cordillera? Tal vez, por ejemplo, como un conjunto de cadenas de montañas singulares y frágiles, que de forma más o menos amistosa, tienden a destacar del llano. ¿Cómo se forman? Normalmente al entrar en contacto dos placas tectónicas. ¿Qué tipos de rocas las componen? Rocas ígneas como los granitos o las ofitas; rocas metamórficas, como las pizarras o los mármoles; rocas sedimentarias, como las calizas o las areniscas... ¿Qué longevidad tienen?... Preguntas y respuestas que nos aportan unas primeras definiciones esenciales de las características de una determinada cordillera. Pero en el caso de los Pirineos, nos vamos a remontar a unos cuantos de millones de años atrás. ¿Qué tal unos 500? Las rocas más antiguas de los Pirineos proceden de una gran y arcaica cadena de montañas de extensión planetaria. Sucedió durante el orógeno herciniano nacido de la colisión entre dos viejos continentes, Laurasia y Gondwana. De esta antigua cordillera que unía América con Eurasia –en el contexto de un supercontinente llamado Pangea– forman parte algunos retales de los actuales Apalaches, Alpes, Urales, Cárpatos, Himalaya y como no, de los Pirineos, que entonces parece ser que eran más altos que en la actualidad. ¿Os imagináis vivir al pie de antiguos Anetos, miles de metros más empinados, o correr entre las montañas más gigantescas de la Tierra? Pues así fue realmente el espacio geográfico pirenaico durante

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