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por Margarito Cuéllar

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Eduardo Varela

Eduardo Varela

COGER CARRETERA Leyendo a Gómez Jattin

n MAURICIO CONTRERAS HERNÁNDEZ

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«Raúl Gómez Jattin». Foto: Jairo Ferrer, Archivo Casa de

Poesía Silva.

UNO

«Coger carretera» es una expresión popular usada en la región Caribe de Colombia para nombrar el intempestivo viaje que emprende una persona que deja atrás su casa, su comunidad, su palabra, su juicio, por lo que generalmente se refiere a alguien que se ha vuelto loco. Una desterritorialización (desplazamiento) frente a los cánones y límites establecidos. Un abandono de la empalizada tras la cual sucede el mundo, el pleno ejercicio del derecho al vagabundeo.

De uno de tantos pueblos de la Costa, Cereté en Córdoba, allá por los años sesenta, un joven emprendió el eterno viaje de la provincia a la ciudad capital, enviado por sus padres. En la capital, receptáculo de personajes de todas las regiones del país obligados a viajar por los desplazamientos originados por la violencia, o por la búsqueda de posibilidades de progreso, ingresó a la universidad a estudiar derecho. Lo encontró amargo y buscó en el teatro la posibilidad de revelar su propia sombra entre tantas, pero, como el deseo, esta se escabulló antes de que pudiera atraparla por la cola, así que salió por la tras escena y cogió carretera.

DOS

El arte es desterritorialización frente al discurso unívoco del poder. Frente a los estereotipos que configuran el imaginario colectivo, la poesía impugna las verdades, rebaño de metáforas, que circulan en un todos-promiscuo. La poesía hace saltar en pedazos la supuesta noción de realidad, la cual es desenmascarada en el escenario de su propia representación, tal como señala don Antonio Gamoneda: «La poesía, ajena a valores de mercado y carente de funciones “externas”; es por ello, precisamente por ello, la única actividad que, ahora mismo, puede ignorar los “mandatos” de las finalmente integradas formas del poder, la única actividad que puede escapar al gregarismo».

Como un virus, la poesía se reproduce a sí misma, avanza en contra de ella misma. Decodifica los mecanismos de control y abre horizontes divergentes, nómades, rompe las alambradas de la razón autoritaria.

Y el yo que se ha erigido por siglos como poder omnímodo, organizador del mundo desde su conciencia atribulada pero imbuida del autoritarismo, que generalmente acompaña al ejercicio de la razón, se dispersa buscando senderos de fuga, coge carretera.

TRES

No deja de ser paradójico que el mismo año en que Diderot inicia la redacción de la Enciclopedia, máximo ideal de la razón ilustrada, en Londres se funda el primer asilo para locos.

CUATRO

En una hamaca, Raúl tomó el pulso de ese universo que lo atragantaba y quiso recomponerlo nombrando uno a uno sus elementos. Bautizando con las aguas de la razón vestida de blanco a su abuela, su madre, sus amigos, sus novias, sus paisajes.

Un nuevo mapa se hace necesario cuando alguien coge carretera. Esa nueva cartografía traza líneas de fuga, coordenadas de exilio, explora latitudes del deseo, rompe los límites frágiles de la apariencia y escudriña otras realidades. ¿Con qué palabras cuenta el que coge carretera? Con las que es nombrado y lanzado al abismo para nombrarlo, las que habita allá en la infancia, las que son proferidas como piedras a sus espaldas de expulsado, las que escucha a diario en el mercado, las que suenan huecas como un calabazo vacío y se repiten incesantes. Las de la abuela que resuenan en el fondo del tazón de sopa amarga.

CINCO

De ese viaje órfico, Raúl regresa con un cuaderno de Poemas disputados a la locura y que una de sus amigas entrañables vertió en limpio y que otros amigos se confabularon para ponerlo a circular. Sin embargo, estas buenas intenciones devinieron en el comercio de una leyenda: la imagen de Raúl, el loco, el poeta maldito símbolo de una expresión de rebeldía. En efecto, muchos de esos pocos versos se convirtieron en grafitis.

SEIS

Recomponer el paisaje de infancia, la única patria sin territorio, es un trabajo arduo, requiere «coger carretera» para alejarse de las sobre determinaciones que son los adultos, el poder, el capital, el mercado, convertidos por sobre acumulación en imagen, en imaginario tatuado en el cuerpo del que ya no habla según las reglas del lenguaje.

Frente a los discursos moralistas de los normales, de las arrogancias de los poderosos que parecen triunfar, de las normas policivas que regulan la imposible convivencia, la poesía permite mirar la fragilidad de estas representaciones y confrontarlas desnudando su trama.

Ordenar el mundo desde la rayuela bajo el mamoncillo de un patio, desanudar el entresijo de afectos «de un cuerpo cuya peculiaridad consiste en habitar el lenguaje». Tejer la tradición con las palabras que la tradición no puede ya tejer.

SIETE

Nos recuerda Bataille que «de aquel que no habla siguiendo las reglas del lenguaje, los hombres razonables que debemos ser aseguran que está loco» 1 .

1

Georges Bataille, La locura de Nietzche, recuperado de www.elinterpretador.net

Friedrich Nietszche. Óleo de Curt Stoeving.

Pues bien, cuando miramos los ojos de un animal terrible tenemos miedo de volvernos locos. Ese animal terrible es un ser proteico que asume tantos rostros como los necesite nuestra frágil condición de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

Seguir las reglas del lenguaje es una expresión autoritaria. Por eso el poeta asume que no hay reglas sino que estas se anudan, constituyendo y deshaciendo al individuo, no al sujeto ni al ser humano, en cuerpo que es lenguaje, que es deseo, que es territorio, que es poder. La poesía como lenguaje en libertad para la libertad.

La poesía descubre el misterio de las relaciones más elementales entre los individuos. Nombra lo innombrable para quien sigue las «reglas del lenguaje». No es comunicación, ni comunión cristiana, ni promesa de redención. Es constatación, ejercicio de lo indecible que nos constituye.

OCHO

Toda literatura busca fundar un pueblo, un patio, un solar de infancia. No se escribe ordenando los recuerdos con la sintaxis de la nostalgia. La poesía como agrimensura es trazado de senderos, significante tras significante, más allá de la ilusión de la comunicación.

Toda literatura instaura en su lengua una lengua extranjera. ¿Cómo puede el poeta seguir unas reglas del lenguaje que lo aprisionan con su camisa de fuerza?

El loco es aquel que no habla el lenguaje de la tribu. Es el afásico, el que tiene miedo del sentido que inauguran sus palabras nómadas, voz devastada cuyos actos se vuelcan hacia fuera, se encarnan en su cuerpo que es huida, eyaculación, pneuma que busca cuerpo. ¿Qué tiene que ver Hölderlin con Niestzche o Raúl Gómez con Alda Merini? ¿Se puede hablar de una experiencia de la locura en relación con la experiencia artística? Dejemos este territorio tan hollado y cojamos carretera más allá de los dualismos.

NUEVE

La permanente privación de sentido que ejerce el todos-promiscuo nos aboca a una multiplicidad de lenguajes, de relaciones incoherentes, desconectadas: paisaje de fragmentos que no ofrecen cobijo.

Así surge «el loco», diferente en cada época. Habla más allá de las reglas del lenguaje, de lo que no se debe hablar en público, su cuerpo es su letra y su espaciamiento para la poesía. No le basta pensar-hablar, sino que exhibe su vida como ofrenda, como materia informe, como insatisfacción, como algo jamás acabado.

Sin embargo, ante este virus, la máquina social dispone sus mecanismos de defensa. Rápidamente es integrado como el que «perdió» la razón, como si alguna vez la hubiera encontrado. ¿Se encuentra la razón?

Rápidamente es estigmatizado con un diagnóstico, con unas maneras para

tratarlo, con límites que lo atraviesan y pretenden habitarlo. Es arrojado al océano del delirio en una nave que se mueve en círculos, más allá de lo que pueda perturbar a las buenas conciencias que hacen del orden una frontera de alambradas. Sin embargo, nada más aburrido que un loco y sus desórdenes prolijamente clasificados hasta la monotonía del manicomio.

DIEZ

¿Pero de qué es síntoma la locura? ¿De una sociedad esquizofrénica propicia a que los otros sean los locos, o de la frágil condición individual para aprender a hablar bien, a seguir las reglas del lenguaje?

Recordemos a Blake cuando advierte que «si otros no se hubiesen vuelto locos deberíamos estarlo nosotros» 2 .

Sea cual sea la opción, las épocas han entronizado este suave terror de la locura como misterio que inscribe al loco entre los que dicen la verdad, junto con los niños. ¿Cuál verdad?

Cada época encuentra la manera de escamotear estas preguntas y sólo nos queda la precaria imagen romántica del «loco», ser entre ingenuo y perverso, entre objeto de broma y terror, entre sujeto de lástimas y risa, aquel vecino que cualquier día coge carretera.

Leyenda que traza el sutil umbral en el que se echa a dormir la ambigüedad: es aceptado como sujeto de lástimas pero, cuidado, es peligroso como el que más.

Más aún si nos sorprende con un libro de poemas, si nos enseña el lenguaje de la tribu que creíamos hablar. Entonces, el loco es reterritorializado por la dinámica del capitalismo: el ejercicio de la

2

Proverbio de Blake, citado por Bataille en el texto anterior.

plusvalía. Hay que montar el circo y coger carretera para mostrar que hacemos parte de una sociedad esquizofrénica.

ONCE

Hay bordes comunes entre el capitalismo y la esquizofrenia. Uno de ellos es aquel desde el cual se emiten flujos descodificados y desterritorializados.

Mientras el capitalismo intenta reterritorializar dichos flujos en su poderosa axiomática abstracta de valores y de cantidades monetarias, el esquizofrénico emprende, por el contrario, la fuga de todo territorio codificado e intenta desterritorializarlo todo. Coge carretera.

La ausencia de límites, reglas y raíces del esquizofrénico; sus discontinuidades diagnosticadas como incoherencias, su pensamiento nómade, su cuerpo que habla sin cesar constituyen la empalizada, el borde que lo diferencia del pensamiento unívoco cuya meta es dominar, totalizar, unificar, disciplinar.

Hasta ahora he evitado hablar de un lenguaje del esquizofrénico, creo que por aquí sólo se llega a la consulta del psicoanalista, transacción comercial,

Friedrich Hölderlin. Grabado de F. C. Hiemer, 1792.

Raúl Gómez Jattin. Foto tomada del libro Arde Raúl.

sutil esguince en que lo indecible se convierte en mercancía, antes que asunto de lenguaje, allí se inscribe. Dejémoslo por ahora.

DOCE

La poesía es chispa sagrada, theis moira, don divino que exige la pérdida de la razón y se constituye contra la opresión del discurso del logos, contra las reglas del lenguaje, contra el control de sí.

Es simiente de Proserpina, renovación vital de la primavera aventada sobre las calcinadas eras del discurso capitalista que pretende tener la razón, que inmoviliza lo multívoco en el todospromiscuo.

Fedro contrapone la locura al control de sí y, como paradoja para nosotros los modernos, exalta la primera como superior a la segunda.

Es un no-lugar permanente y móvil, virus del conflicto semiótico que alerta a la sociedad frente a los modos de representación que esta genera y que invade con su poderosa dinámica de repetición, de avance, de autoinmunización.

Producción de signos asignificantes.

TRECE

—Cuando uso una palabra –dijo Humpty Dumpty en tono más bien despectivo– esta significa exactamente lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos. —La cuestión –dijo Alicia– es si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. — La cuestión –dijo Humpty Dumpty– es quién es el Amo, eso es todo 3 .

Este diálogo ocurre tras el espejo, es decir, en esa interfaz nublada cuando nos ilumina la oscuridad, pérdida de la imagen en el espejo de la razón, de la geométrica razón que hace saltar la topología en la que se inscribe el lenguaje, la imagen de sí que se oscurece.

Entonces, «la mirada es cuerpo, cuerpo proyectado, que se desparrama, eyaculado, hacia el exterior». Lenguaje que anuda misteriosos lazos sin Amo que ate tantos cabos sueltos. De hecho, la sociedad esquizofrénica nos arroja a la fragmentación del sentido que nos hace hablar en lenguas, lenguas incoherentes o, mejor aún, distancia entre lo que se dice y lo que se hace, premisa del capitalismo y su traumaturgo: el mercado. Modelo ético y lenguaje común en el que el gesto se robó al acto.

En ese espaciamiento, en esa fisura surge la palabra poética, más que la del loco. Espacio que ninguna palabra podría resumir o comprender, pues se generan y se excluyen incesantemente.

Quizás una posibilidad revolucionaria sea coger carretera, vindicar el derecho fundamental al vagabundeo, como propone François Tosquelles: «¡Cuando se pasea en todas partes, lo que cuenta no es la cabeza, sino los pies! Hay que saber dónde se ponen los pies. Son los grandes lectores del mapa del mundo, de la geografía. ¡No es con la cabeza con lo que marchas! Los pies son el lugar del que devendrá el tono. ¡Pero es con los pies que tú vas, no con la cabeza!». 

3

Lewis Carroll, A través de espejo, Akal Ediciones, Madrid, 2003.

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