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Martín Prieto

(Rosario, 1961)

El resto

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Por las hendijas de la persiana entra la luz del amanecer para destacar en la penumbra sensible, sobre la mesa, el par de tazas que usamos anoche y quedaron sin lavar. Echo, en una, un chorro de café y no sé nada, no pienso nada, sigo dormido, hasta que apoyo la boca en el borde de la porcelana y reconozco ahí un resto de saliva seco ya y todavía perfumado que concentra, sobre mi cabeza, toda la presión del universo.

Pasión

Un pelado tocaba la batería en la fiesta más apasionada de 1991. Como en el cuento de Darío –que habíamos leído otra vez bajo la luz amarilla y verde que se colaba entre las hojas de los álamos–yo te llamaba rosa de las rosas, perla de las perlas, y tu piel blanca viraba al rojo. Después, nada, un final cualquiera, tipos borrachos a las trompadas, los autos de la policía.

Astillas

Estuvo escribiendo toda la tarde con, según parece y por la cara, malos resultados. «Ni un solo verso», dice después fumando en el patio negro, un porrón enterrado en el agua de un balde rojo donde flotan, como cadáveres, unos cubos de hielo. Abstraída de la presión del calor, más tarde dice «astillas» como si hubiera estado recorriendo un circuito alrededor de esa palabra.

Septiembre del año 1977

«Uso tierra fértil», dijo echando un puñado dentro de una caja en la que crecerían jazmines blancos. Después habló de la vida de los quinteros en la provincia de Buenos Aires, de una zanja por la que corría agua verde, hombres de zapatos clásicos de punta y camisas y camperas comunes —dijo así, «comunes». Y habló de una vecina, ahí, en Temperley, «ella mi gritó avisale a Rolo, y el auto tomó el curvón ese… el de los paraísos…Yo me quedé con los chicos, no sé, dos, tres meses, después vino Rolo, y yo lo quise abrazarlo y él me dijo estoy lleno de piojos… él también lo habían agarrado…Piojos, increíble, lleno de piojos, como así», sacando de entre las raíces de una planta un bicho minúsculo y cuando me lo muestra trata de ocultar, con pudor, las uñas rotas por el oficio y por la vida en este país.

Poesía y política

Una mujer desprovista de la gracia que ofrece el pasado y un hombre de la que potencia el dolor: una pareja transparente tomando sol en una playa municipal cuando unos remeros pasan en una canoa y perturban el horizonte adornado por una isla verde. (La política que pareciera estar afuera del cuadro es la misma que lo sostiene.)

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