Encendió una hoguera y la luz del fuego nos reveló su único ojo.
¿Quiénes son y de dónde vienen? ¿Acaso recorren los mares como piratas?
¡Zeus no nos interesa a los Cíclopes porque somos más fuertes que él!
¡Ni siquiera amenazándome con su odio tendrán mi perdón!
¡Zeus!
Cuando el Cíclope se acostó, mi corazón valiente pensó herirlo en el pecho, pero nuestras manos jamás habrían logrado apartar la piedra que cerraba la puerta. ¡Estábamos condenados!
Con el nuevo día, el Cíclope llevó su ganado a pastar a los montes. Dejándonos encerrados.
Imaginamos espantosas venganzas y meditamos hasta que un tronco nos devolvió la esperanza.
Somos aqueos y venimos de Troya, pero Zeus debió ordenar que nuestro deseo de volver a casa nos hiciera perder.
¡Ahora tendré comida para varios días!
Por la tarde, cuando el Cíclope preparó su cena con otros dos desafortunados compañeros, le dije...
¡Bebe, Cíclope, y sabrás lo que guardábamos en nuestro navío!
Dame más de ese líquido y dime tu nombre para que pueda ofrecerte un regalo que te alegre, dado que jamás bebí nada igual.
¡No! ¡Noooo!
Pronto cayó de espaldas eructando como un borracho, y el sueño que siempre vence, terminó por derribarlo.
¡Nadie es mi nombre famoso y así me llaman!
¿Ahora?
¡Ahora o nunca!
¡El tronco, ya mismo!