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Los narcos se bajan del ring
La cultura narco no solo se cobra vidas, sino que tambien invade todos los ambitos de la cultura mexicana. Salvo la lucha libre: el catch se resiste a dejar subir a luchadores con nombres ligados a los traficantes. Heroes y villanos en una guerra que desangra Mexico. por Florencia Goldsman
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“Fui a Ciudad Juárez hace meses, y no es que no se pueda estar, pero no podés salir por las noches”, cuenta Adrián, productor de cine. Es que en México la realidad supera a las ficciones más cruentas. Sus ciudadanos se desayunan con el cuerpo muerto de “la Pelirroja”, una mítica narcotraficante, colgando de un puente peatonal en una de las calles más transitadas del estado de Monterrey. “Ahí estuvo, balanceándose macabro, hasta que la policía se sacudió la pereza y le hizo el favor de bajarlo”, señala sin más una crónica. Los narcos mexicanos último modelo suelen ensañarse con sus víctimas: les cortan la cabeza, las descuartizan, las ejecutan a la luz del día o les disparan a mansalva en una fiesta de adolescentes. Los tiempos recrudecieron a partir
Como un fantasma relegado en las sombras, en México el poder del narcotráfico aleja a los ciudadanos de una convivencia social civilizada. de 2006, cuando el actual presidente Felipe Calderón, quien heredó un país con violencia en aumento, decidió iniciar un ataque frontal con el ejército contra los carteles. 2010 fue el peor año de violencia por el enorme número de homicidios: 12 por cada 100 mil habitantes. “Es una guerra para las drogas y no por las drogas. Esto significa: una lucha por controlarlas y no por detenerlas”, explica Jonah Engle, periodista canadiense que hace años estudia la senda de las drogas que rastrillan los territorios desde América
del Norte hacia el sur y satisfacen los vicios del mayor consumidor: Estados Unidos. Pero corren malos tiempos también para los cronistas: Rodolfo Rincón, del diario Tabasco Hoy, fue asesinado y disuelto en ácido (su cuerpo se descubrió en marzo del año pasado, aunque había desaparecido en 2007). En 2010, México desbancó a Irak en el podio de periodistas asesinados, hubo catorce. En este árido horizonte, lo único que florece es la narcocultura: adoración inesperada de lo terrible, percepción positiva de los ciudadanos frente a la
foto: getty images
Mexico es ese pais en que un
enmascarado ocupa el prime time del noticiero para invitar a grandes y niños a no perderse la pelea. “¿Se quitará la máscara en público alguna vez como hizo su padre?”, dispara el conductor a El Hijo del Santo. Y el señor enfundado en mascarilla de lycra color plateado asegura: “No lo haré nunca” y esboza sus sagradas razones. Bloque siguiente: el asesinato de una mujer que reclamaba por el crimen de su hija no merece editorial por parte de la conductora que, tras el informe, anuncia las nuevas del espectáculo. En este contexto, el Consejo Mexicano de Lucha Libre –deporte que en este país le pisa los talones en popularidad al fútbol– anunció la vigilancia para dejar fuera del cuadrilátero cualquier referencia o mención a la cultura del narcotráfico, y lo hizo ante el tímido intento de un luchador por autoproclamarse El Narco. Así, los enmascarados seguirán siendo los héroes de la nación sin pasar por el tamiz de la cultura narco, que ya llegó a la pantalla grande y a la TV. Si a los héroes de los niños se los comenzara a conocer como El Traficante o El Superasesino, el gobierno mexicano estaría “muy preocupado y ansioso” analizó Jorge Chabat, investigador mexicano experto en narcotráfico, consultado por The Washington Post. “La lucha libre es un arma muy poderosa en la cultura popular. No sé cómo reaccionaría el público. No se quiere convertir a estos tipos en superhéroes. ¿Qué pasaría si las audiencias realmente los aplaudieran?” Como un fantasma relegado en las sombras, el poder del narco aleja a los ciudadanos de una convivencia social civilizada. Mientras tanto, la arena fantasiosa del ring se eleva como el lugar predilecto para la catarsis. Lejos de los cadáveres incinerados o descuartizados, las audiencias descargan a los gritos que El Angel de Oro, El Místico o El Hijo del Santo no bajen los brazos y luchen contra los rudos. En medio de la bulla se filtra, tal vez, el deseo de que la lucha sin límite de tiempo sea regla de oro para el catch y ya no para la ensangrentada tierra mexicana.
crueldad de los carteles. Y así se expanden como pólvora los narcocorridos, basados en el origen del corrido: la crónica de un acontecer que merece ser contado como noticia. Estas crónicas musicales narran lo que sucede en las filas de los traficantes y no escatiman detalles: “Tengo narices de a gramo y el nombrecito me queda. Usted tampoco, mi amigo, no canta mal las rancheras. Usted la absorbe a dos metros como si fuera manguera”. Pero también bandas como Movimiento Alterado o Los Buitres de Sinaloa hacen gala de la estética
gangsteril: botas de cuero, camperas raperas, habitaciones decoradas con metralletas y montañitas de cocaína sobre la mesa alejan cualquier sutileza acerca de su opinión sobre la vida en los márgenes. Para responder a este fenómeno, señalan investigadores mexicanos, hay que entender la narcocultura como la posibilidad de romper con la fatalidad de la pobreza. La narcocultura ostenta los símbolos del éxito y del ascenso de aquellos que se juegan la vida por cruzar las cargas de cocaína y
de marihuana, en un país en que la mayoría de la población gana sueldos de miseria. En los últimos años, los bandos mafiosos brindan en algunas comunidades mayor protección que el Estado mexicano. La familia de Michoacán, por caso, es reverenciada por los campesinos que reciben sus donaciones de comida, ropa, dinero y atención médica. Al mismo tiempo, Joaquín “el Chapo” Guzmán, uno de los narcos más buscados, se acomoda entre los puestos 60 y 68 de las personas más poderosas del mundo según la revista Forbes. 03•11 brando
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