Libro de Relatos - Una Historia es Otra Forma de Empatía

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Presidencia Dr. Gabriel Camero Ramos Dirección Ejecutiva Dr. Ronald Prado de la Guardia Comité Editorial Erika Cardona Patiño Directora de Asuntos Humanitarios Fabian Cárdenas Vega Coordinador Flujos Mixtos Migratorios Marcela Baron Ceron Coordinadora de Procesos Hayde Herrera Cita Coordinadora Administrativa y Financiera Arles Bello Galvis Analista de Monitoreo y Seguimiento Diseño y diagramación Área de Comunicaciones

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PRÓLOGO Una historia es otra forma de empatía. Conocer lo que ocurre en la vida de alguien es ponerse, por un momento, en el lugar del otro para intentar ver las situaciones a través de sus ojos. Podemos estar de acuerdo, o no, lo que también es parte del acompañamiento que en tantos instantes menguan la soledad y ofrece otras tantas maneras de enfrentar la vida. La presente selección de historias basadas en hechos reales, fueron casos atendidos por la Cruz Roja, en el marco del Convenio de Asociación 0127 de 2018 suscrito con la Organización Internacional para las Migraciones con el objetivo de proporcionar la debida atención, acompañamiento y asistencia en busca del bienestar de quienes protagonizaron estos relatos. El Convenio se implementó en el marco del Programa de Fortalecimiento Institucional para las víctimas desarrollado con el apoyo financiero de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).

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LIBRO DE RELATOS Una historia es otra forma de empatĂ­a



DE REGRESO A LA ALEGRÍA Culpa, ansiedad, angustia. — ¿Debería morirme? —se preguntaba ella, sin poder olvidarse un solo minuto de la situación en que estaba: lejos de casa, extraña y confundida. Todo se había venido abajo. Durante cinco años estuvo, como misionera, al servicio de una asociación religiosa que la utilizó para conseguir dinero. —Los cinco años más largos de mi vida y en una mentira —se decía, pero dudaba—. ¿Mentira? ¿Fue todo mentira? Yo estaba convencida, al menos, de que era lo correcto. Venir a Bogotá era mi misión, pero era mentira… Pensamientos suicidas comenzaron a asediarla y la única certeza que tenía era que la vida no es como ellos decían. Aquel engaño la había llevado a ser una extraña en una ciudad lejana, sin oficio, con la única tarea de ser el medio para conseguir el dinero que satisface los deseos más egoístas. Contemplaba la idea de terminar con sus días de tormento. No es difícil caer en la desesperanza cuando tantas dificultades hacen tambalear la existencia.

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Un día de octubre, sin embargo, su vida cambió para siempre. Ella decidió denunciar y articularse al proceso judicial correspondiente; este esfuerzo fue el comienzo del enfrentamiento con la verdad, no solo para desenmascarar a aquellas personas que abusaron de su confianza, sino también para cuestionarse a sí misma y confrontar sus convicciones y creencias. Nuevas estrategias de adaptabilidad, duelo y resiliencia desarrolladas durante el programa de atención y asistencia, le permitieron afrontar mejor la confusión y la culpa. La angustia comenzó a desvanecerse, hasta convertirse en recuerdo. Fue así como después de todo el proceso consiguió el impulso que necesitaba para devolverse la estabilidad emocional, logró además una vinculación laboral que mejoró su condición económica, pero, lo más importante, fue que hizo nuevamente posible la alegría en su vida.

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NACE LA ESPERANZA Isabel se había marchado de Venezuela, con su hermano y su marido, de nacionalidad colombiana, al país de origen del último. Quedarse era tan difícil como irse, sobre todo porque, pronto, dejarían de ser tres. Isabel acariciaba su vientre de siete meses con temor, ya que la situación no parecía mejorar: no podían encontrar trabajo, tampoco un lugar de residencia; una vinculación al sistema de salud era tan urgente, como lo era encontrarle una solución a las condiciones en que se encontraban. El tiempo pasaba tan rápido, como sin compasión, insistiendo, cada día, en la decisión de seguir o regresar. Pero, a pesar de la confusión, regresar dejó de ser una opción y continuaron hasta llegar a Bogotá, donde finalmente ingresaron al programa de atención y pudieron recibir atención a las necesidades básicas y convenir la ruta que indicaba el inicio del acompañamiento psicológico requerido.

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A partir de entonces, la situación mejoró progresivamente. Una vez conseguida la fortaleza y la motivación para seguir adelante, las soluciones comenzaron a hacerse visibles: Lograron establecerse en un alojamiento cercano, el marido de Isabel y su hermano consiguieron establecerse laboralmente como mecánicos, y el ingreso al sistema de salud fue un proceso sin trabas gracias a la nacionalidad del esposo. Pero la sorpresa mayor que determinaría el comienzo de una nueva vida, fue, sin duda, una coincidencia bastante inusual: Al siguiente día de ingresar a la medida con el equipo psicosocial, Isabel dio a luz a su bebé.

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RESIGNIFICANDO

Una mañana de marzo, Nicolás no volvió más a su colegio en Venezuela. Tampoco a la Liga Nacional de Natación a la que pertenecía desde hace más de siete años. Su madre y su padre decidieron migrar a Colombia, en vista de que las condiciones en su país ya no podían responder a sus necesidades más básicas. Nicolás tenía once años entonces, y sin comprender completamente lo que pasaba, optó por no hacer preguntas, la tristeza en los ojos de sus padres era suficiente para saber que ninguno de los dos quería irse. Al llegar a Colombia se establecieron en Bogotá, pero el alojamiento no era seguro, no había ninguna opción laboral y Nicolás comenzó a verse gravemente afectado por la desvinculación escolar y deportiva, ya que ambas cosas eran los pilares de desarrollo fundamentales en su vida, donde aprendía y se desenvolvía.

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Un mes después de estar en la capital colombiana ingresaron al programa de acompañamiento, donde la familia trabajó por conseguir el restablecimiento de su proyecto de vida. Nuevas estrategias de afrontamiento fortalecieron la recuperación de Nicolás, su madre logró sacar adelante una pequeña empresa de iniciativa propia y su padre logró una vinculación laboral estable que hizo posible la adaptabilidad a la ciudad. A pesar de que Nicolás no pudo regresar a un equipo de natación, ahora hace parte un grupo de formación musical de la alcaldía, y su rendimiento académico es sobresaliente. Resignificar el sentido de la vida después del desarraigo de lo conocido se traduce en un inagotable proceso de reconocimiento personal. Puede ser que en el camino parezca que nos hemos perdido a nosotros mismos, pero en la búsqueda de los que se es y lo que se quiere, aprender de la adversidad será siempre un verdadero triunfo.

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CONSERVANDO LA FUERZA Marina, de 45 años de edad, perdió recientemente a su hijo por un cáncer de páncreas implacable. Durante el tratamiento, se trasladó desde Venezuela con su hijo a Colombia, donde después del fallecimiento tuvo que lidiar, además, con problemas que le impidieron la repatriación del cuerpo. En Colombia no contaba con ninguna solvencia económica —aparte de las que invirtió en el cuidado de su hijo— para satisfacer las necesidades de alimentación, ni alojamiento; tampoco tenía redes familiares en las que pudiera apoyarse, por lo que la soledad, el duelo de la pérdida y las angustias económicas fueron los principales y más graves padecimientos de la mujer cuando ingresó al programa de asistencia y atención.

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Durante la estancia de su hijo en el hospital, Marina creó un vínculo con una persona que le brindó estadía mientras realizaba los trámites requeridos para el velorio y el entierro; no obstante, este procedimiento se alargó también durante el tiempo en que recibe las ayudas y la atención psicológica del programa de atención y asistencia, debido a que la identidad de su hijo requería de una serie de diligencias para la verificación ante los entes de medicina legal del estado venezolano, por esta razón tuvo que realizar las honras fúnebres en Colombia, a un costo muy alto, casi fuera del alcance de sus manos. Toda esta situación mostraba un retroceso en la recuperación de la estabilidad emocional de Marina, quien a pesar de que recibió el amparo que suministra lo básico para su establecimiento en Colombia, se vio sumida en un largo duelo no solo por lo que implica la pérdida de un ser amado, sino también porque las dificultades para llevar a buen término los tramites en lo referente a la muerte de su hijo estuvieron lejos de concederle la libertad que trae consigo la sensación de que no hay asuntos pendientes.

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LAZOS ESENCIALES Este es el caso de Efraín y sus tres hijos, quienes desde Arauca llegaron a la capital colombiana con serios problemas familiares. Los tres adolescentes desconocían la autoridad del padre y decidieron irse de la casa por su cuenta, hasta que la situación se salió de control. Próximos a quedarse sin alternativas para suplir necesidades básicas como comer o un lugar dónde dormir, volvieron al encuentro con su padre que también se hallaba en Bogotá con el propósito de lograr una vinculación laboral que le propiciara estabilidad, pero que veía cualquier intento frustrado por las complicaciones familiares. En vista de las necesidades, ellos entraron a formar parte del programa en el que las mayores dificultades que tuvieron que afrontar fueron la ausencia de reconocimiento del papel de padre, por parte de Efraín, y la actitud de los jóvenes, quienes manifestaron con comportamientos como ansiedad, respuestas a la defensiva y desinterés a contribuir en transformación de la situación, su inestabilidad emocional.

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Con el objetivo de mejorar la calidad vida, esta familia precisaba funcionar, en primer lugar, como una unidad, y, segundo, aceptando roles de comportamiento básicos basados en el respeto y la tolerancia para hacer posible la sana convivencia. Dar una definición de lo que significa familia suele ser siempre complejo, pero, sin duda, este concepto no carece del reconocimiento y comprensión entre cada uno de los que conforman el núcleo familiar. Una vez iniciado el proceso de acompañamiento, lograron asimilar su situación desde perspectivas que les posibilitaron a ellos mismos esforzarse por la recuperación de los lazos familiares. Su cooperación hizo efectivo el fortalecimiento de la comunicación y la sensibilización acerca de las normas al interior del hogar, se llevaron a cabo concienzudas reflexiones de consecuencias con base en determinados comportamientos para asimilar la repercusión de los actos.

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TRANSFORMANDO EL CAOS Sin más compañía que la de sus dos bisnietos y en graves condiciones de abandono, se encontraba Carmen, quien solo poseía su registro de nacimiento y el de uno de los pequeños como únicos documentos de identificación. Ellos eran, además, víctimas del conflicto armado de Colombia que dejó a Carmen sin su hija y que había terminado por deteriorar todos los lazos con su nieta hasta el punto de perderle el rastro, razón por la que Carmen se hizo cargo de sus bisnietos. Tan pronto como ingresaron al programa de atención y asistencia, y ante la angustia, se hizo posible mantener el grupo familiar unido —al menos mientras se llevaba a cabo el proceso de asistencia— ya que en un primer momento el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar iba a tomar la custodia de los menores, pero en vista de que la medida representaría un trauma para el núcleo familiar se procedió a otras medidas de acompañamiento, en las que, no solo se hicieron los procesos psicológicos correspondientes, sino que también se llevaron a cabo los trámites para la solución de los problemas con los documentos de identificación, con la Defensoría del pueblo donde Carmen pudo declarar como víctima del conflicto, y finalmente se otorgaron dotaciones que cubrieron las necesidades básicas.

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Hubo, sin embargo, una dificultad mayor. En el proceso se obtuvo la información necesaria para contactar a la madre de los menores quien se encontraba bastante lejos. Días más tarde, y luego de considerar la situación, la madre decidió salir al encuentro de sus hijos con la esperanza de recuperarlos. Sin embargo, la relación afectiva entre Carmen y su nieta estaba fracturada por el tiempo, la ausencia e incluso la indiferencia. Carmen deseaba iniciar un nuevo proyecto de vida en la capital y así fue. Una vez que la nieta se hizo responsable de sus hijos y regresó con ellos al lugar donde fue contactada, Carmen decidió empezar de cero y acabar con el desgastante sufrimiento de tantos años, para los que, a veces, solo la soledad es el único camino de reivindicación.

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CONSTRUYENDO CAMINO Leandro y su hija de dos años ingresaron a Colombia después de que la violencia en Brasil se agudizó para ellos y puso en peligro sus vidas. Una vez llegaron a la capital colombiana, se alojaron en un pagadiario mientras Leandro encontraba alguna oportunidad laboral, pero todo se complicaba tanto por las pocas ofertas laborales, como por la dificultad de encontrar horarios que se ajustaran al cuidado de su hija. El tiempo pasaba y el dinero cada vez alcanzaba menos para las cosas indispensables, la situación con la madre de su hija se complicó hasta el punto de ingresar al país para llevarse con ella a su hija, ante lo que Leandro debió ceder en vista de su situación económica crítica.

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Cuando Leandro ingresa como beneficiario del programa de ayuda y acompañamiento, manifiesta la depresión que causó la separación de su familia y, con ello, la dificultad agravada para llevar a cabo la iniciativa laboral que alguna vez intentó y que se había visto siempre truncada por la imposibilidad de conseguir el dinero para la inversión inicial. Durante el proceso de acompañamiento Leandro demostró autodeterminación y conocimiento en las dinámicas comerciales, lo que hizo posible que se acordara, por parte del equipo del programa, favorecer al beneficiario con el apoyo inicial para emprender un negocio propio. Fue así como surgió su barbería, que todavía hoy sigue progresando y le ha permitido a Leandro obtener ingresos que han servido de sustento para él y su hija.

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CON LAS ÚLTIMAS FUERZAS. Desde Venezuela llegó Marta a Bogotá junto a su hija gravemente enferma, su yerno y su hermano. La hija de Marta, Carolina, padecía una anemia severa por desnutrición, consecuencia de la difícil situación para conseguir alimentos en Venezuela, que casi le cuesta la vida. Con las últimas fuerzas, Marta y su familia llevaron a Carolina a un hospital donde no pudieron atenderla por falta de recursos para cubrir los medicamentos. Sin embargo, desde allí fue trasladada a otro hospital, donde permaneció durante una semana y salió de peligro.

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No obstante, los problemas no se habían terminado: Toda la familia seguía en situación de calle, sin ninguna posibilidad laboral y abrumados por la extrañeza de estar lejos de casa. Una vez dieron de alta a Carolina, una mujer del hospital le dio a conocer a Marta el programa de atención y asistencia, con el que se comunicó y recibió la ayuda básica necesaria. Tiempo después de los acompañamientos psicológicos y de trámites para el establecimiento de la familia en Colombia, los dos hombres lograron vincularse laboralmente, y la mejoría económica hizo posible dejar atrás la desesperación, aunque no el recuerdo de haber tenido a un ser amado en peligro de muerte ni el anhelo de la tierra lejana.

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EL VALOR DE LO INVISIBLE Para Lucía el amor cobró sentido con la compañía de su hijo Camilo, a pesar de que este padeciera sordoceguera y necesitara cuidado permanente. Lucía, además de saber bien lo que significa su labor de madre, sabe cocinar ¡y nadie como ella para preparar los mejores pasteles del barrio! Afuera de la casa tenía Lucía su puesto de comidas rápidas y esta era la fuente de ingresos con la que podía mantener el hogar y sin descuidar a Camilo. El barrio, sin embargo, perdió la tranquilidad que en otro tiempo hacía posible la vida y ante el abuso de grupos criminales que comenzaron a exigir el pago de vacunas, Lucia no tuvo más remedio que huir con su hijo. Ambos llegaron a Bogotá después de dejar todo lo que tenían y en vista de la falta de recursos fueron beneficiarios del programa que proporcionó asistencia a las necesidades más inmediatas.

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No obstante, Lucía manifestaba la angustia de estar en una situación incierta en la ciudad, manifestaba la preocupación de no contar con sus anteriores implementos de trabajo y por no poder conseguir un empleo formal debido a su edad avanzada y al tiempo que requería el cuidado de su hijo. Aun así, no se rindió. Lucía demostró, dentro del programa, habilidades para volver a emprender un negocio de comidas; esta idea, en un espacio estratégico, le hacía posible generar los ingresos necesarios sin alejarla de Camilo. Con ese empeño logró conseguir el apoyo para la inversión inicial y establecerse con su hijo en un lugar donde la violencia no amenazaba con quitarles todo de nuevo. A pesar de que fue difícil adaptarse al nuevo sector, la resiliencia de Lucía era evidente, su motivación era más fuerte y aunque las condiciones mejoraron mucho para ambos, Camilo, durante su desarrollo no se le garantizó un proceso de aprendizaje adecuado a sus capacidades, por lo que todavía hoy no posee un mecanismo de comunicación que le permita interactuar con otras personas distintas de su madre y en ámbitos sociales diversos.

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