Pioneras del feminismo

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Pioneras del feminismo


Primera edición: septiembre de 2020 © Sandra Ferrer Valero, 2020 © de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2020 Todos los derechos reservados. Diseño de cubierta: Taller de los Libros Publicado por Principal de los Libros C/Aragó, 287, 2.º 1.ª 08009, Barcelona info@principaldeloslibros.com www.principaldeloslibros.com ISBN: 978-84-18216-03-9 THEMA: JBSF11 Depósito Legal: B 16332-2020 Preimpresión: Taller de los Libros Impresión y encuadernación: Black Print Impreso en España — Printed in Spain Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia. com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).


Sandra Ferrer Valero

PIONERAS DEL

FEMINISMO Una historia de las primeras luchadoras

Colecciรณn Principal Historia



A Cristรณbal



Índice

Introducción...........................................................................9 1. Christine de Pizan (1364–1430).......................................17 2. La querella de las mujeres..................................................47 3. Mary Wollstonecraft.........................................................78 4. Feministas en la Revolución francesa...............................109 5. Del abolicionismo al feminismo. Pioneras en los Estados Unidos.......................................142 6. Votes for Women! El feminismo en Inglaterra....................226 7. Feminismo socialista.......................................................283 8. Feminismo en el mundo..................................................313 Notas..................................................................................351 Bibliografía.........................................................................376



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Introducción La prolongada esclavitud de la mujer es la página más oscura de la historia humana. Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony Esta historia de la lucha de los sexos es tan vieja como el mundo. Clara Campoamor Hace apenas dos siglos, la vida de las mujeres era muy distinta a la actual. Gestos cotidianos que nos resultan de lo más «normales» en el siglo xxi, como llevar pantalones, ir en bicicleta, conducir coche propio, acudir a la universidad o votar eran ciencia ficción para nuestras antepasadas. Durante prácticamente toda la historia de la humanidad, las mujeres fueron consideradas menores de edad y necesitaban de un tutor legal para hacer las pocas cosas que se les permitían. Su espacio «natural» era el hogar. No había sitio para ellas en los templos del saber, el poder o la fe. Formaban la mitad de la población, pero los discursos largamente enraizados sobre su inferioridad física y mental parecían grabados a fuego en las mentes retrógradas de unos sesudos hombres que se aferraban con fuerza a los pilares del ancestral patriarcado. Ya lo denunció Flora Tristán cuando, en 1843, afirmó que «hasta ahora, la mujer no ha contado para nada en las sociedades humanas. ¿Cuál ha sido el resultado de esto? Que el sacerdote, el legislador, el filósofo la han tratado como una verdadera paria. La mujer (la mitad de la humanidad) ha sido echada de la Iglesia, de la ley, de la sociedad».1 11


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Entre finales del siglo xix y principios del xx, las mujeres salieron de un largo letargo histórico para reivindicar su lugar en el mundo. No fue algo esporádico ni aislado. El feminismo, entendido como movimiento político y social organizado para alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres, fue fruto de una larga maduración intelectual asentada en el silencioso sufrimiento de la mitad de la humanidad tras siglos de opresión. Las mujeres supieron aprovechar con gran inteligencia y valentía los cambios que sacudieron los cimientos del Antiguo Régimen y, al albur de la Ilustración y las distintas revoluciones que cambiaron la historia del mundo para siempre, se hicieron oír. Poco a poco, no sin hacer grandes sacrificios, alcanzaron algunos de sus objetivos. Mientras los hombres enarbolaban las banderas de las libertades de las clases trabajadoras, reivindicaban la igualdad de derechos para toda la «ciudadanía» o luchaban por la emancipación de los esclavos, las mujeres salieron de sus casas para sacarles los colores y demostrarles que sus discursos sobre la igualdad, la libertad y la fraternidad no eran tan revolucionarios, pues obviaban a la mitad de la población. «¿Acaso todos los esclavos son negros?», gritaría una indignada Elizabeth Cady Stanton tras la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos. Cuando Emmeline Pankhurst dijo que «nuestra mayor tarea en este movimiento de mujeres es demostrar que somos seres humanos como los hombres»,2 defendía lo mismo que Olympe de Gouges en su Declaración de Derechos de la Ciudadana. Esto significa que hombres y mujeres debían construir juntos un mundo mejor, un mundo más justo; porque «lo que une a hombres y mujeres», proclamó Millicent Garrett Fawcett, «es más fuerte que la brutalidad y la tiranía que los separa».3 Al final, las mujeres demostraron la fuerza que tenían como colectivo social, pues, en palabras de Linda Kerber, «la movilización de las mujeres es el signo por excelencia del vigor de un movimiento revolucionario».4 Las mujeres de los siglos xix y xx (y, por supuesto, del xxi), abandonaron las sombras de la domesticidad para salir a la luz, 12


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como los hombres de la caverna de Platón, y plantaron cara al patriarcado. Afirmaron que habían venido para quedarse. Mucho antes de que salieran a la arena pública y se organizaran para demandar sus primeras reivindicaciones sociales y políticas, que se centraban, en un primer momento, en la educación y el derecho al voto, hubo un puñado de valientes que cuestionó el orden establecido. Durante siglos, el sometimiento de la mujer fue algo impuesto a lo que no todas se resignaron, y muchas gritaron en silencio desde lo más profundo del gineceo, del harén, del monasterio o del hogar. A excepción de alguna manifestación pública de poder femenino, como la queja de las matronas romanas contra la Lex Oppia en el 195 a. C. o las revueltas de las mujeres campesinas de la Edad Media y la Edad Moderna, tendremos que esperar hasta finales del siglo xix para ver una auténtica manifestación pública considerada específicamente feminista. Sin embargo, aquellas muestras de poder femenino ya pusieron en jaque a los hombres que creían que las mujeres nunca abandonarían la rueca para tomar la palabra. Fueron poderosas muestras de lo que estaba por venir; la reclamación de una voz propia, una que Elizabeth Cady Stanton definió del siguiente modo: «Solo las mujeres pueden comprender la altura y la profundidad, la longitud y la amplitud de su propia degradación y aflicción. El hombre no puede hablar por nosotras».5 Todo movimiento social y político que se precie necesita de un líder, de alguien valiente que abandere la causa, que ponga los intereses colectivos por delante de los personales e incluso asuma la posibilidad de sufrir el ostracismo social, en el mejor de los casos; la muerte, en el peor. El feminismo también tuvo sus propias mentoras. Mujeres que asumieron el riesgo y se enfrentaron a los gigantes de la injusticia dispuestas a romper con siglos de supuesta verdad absoluta. Ni la hoguera, ni la guillotina, ni la soga, ni el fuego, ni las piedras, ni los insultos ni la condescendencia; nada frenó a aquellas que tomaron la pluma como arma, que salieron a los caminos, llamaron a las puertas de los masculinos parlamentos y gritaron: ¡aquí estamos! 13


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De ellas trata este libro. De aquellas primeras mujeres que abrieron el camino, que construyeron la senda de la emancipación y cuya labor contribuyó a que ahora, en un siglo xxi en plena efervescencia feminista, las mujeres disfrutemos de unos derechos que tal vez ellas ni tan siquiera soñaron y, por supuesto, nunca alcanzaron. Desde la lejana Edad Media, en la que una valiente escritora llamada Christine de Pizan se cuestionó aquel axioma largamente aceptado que afirmaba que las mujeres eran inferiores a los hombres, el debate acerca de la naturaleza femenina avivó el fuego de la duda y derrumbó muchos ladrillos del muro de la intransigencia masculina. Poco a poco, con tenacidad, perseverancia y coraje, se rebatieron una y otra vez los absurdos argumentos que menospreciaban a las mujeres o que, como remarcó Mary Wollstonecraft, habían hundido «a las mujeres casi por debajo de la categoría de criaturas racionales».6 Como ella, otras eruditas completaron el discurso que precedió a la acción revolucionaria y a las organizaciones propiamente feministas. Las pioneras del feminismo fueron consideradas radicales y peligrosas porque amenazaban el orden establecido, un modelo de sociedad arraigado desde los orígenes de la humanidad y que había sobrevivido incluso a revoluciones que habían derrocado otras estructuras como la del Antiguo Régimen. Había que alcanzar un objetivo claro que Wollstonecraft ya vislumbró a finales del siglo xviii: «Fortalezcamos la mente femenina ampliándola y concluirá la obediencia ciega. Pero, como el poder persigue la obediencia ciega, los tiranos y los libertinos están en lo cierto cuando tratan de mantener a la mujer en la oscuridad».7 Como teóricas o activistas, estas pioneras del feminismo sentaron las bases de la lucha por la igualdad de género en sus respectivos países y abrieron las puertas a la globalización de un movimiento que, en la actualidad, forma parte de las agendas políticas nacionales e internacionales de casi todo el planeta. La elección de las protagonistas de esta obra se ha basado en un criterio claro: fueron mujeres que escribieron los pri14


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meros textos feministas de la historia o iniciaron los primeros movimientos en pro de los derechos de la mujer. Este libro no trata sobre la historia del feminismo. Habla de sus primeras protagonistas. A lo largo de sus páginas, he profundizado en la personalidad de cada una de ellas, descubierto sus periplos vitales, escudriñado en sus miedos, revelado sus anhelos y comprendido de dónde sacaron la valentía para intentar romper las cadenas de la desigualdad. Y también he pensado: ¿nosotras habríamos sido capaces? En fin, he deseado presentar al lector a mujeres de carne y hueso. Desvelar el icono y rellenarlo de vida. Hacer de aquellas mujeres de las que hoy, con suerte, nos queda un retrato y alguna que otra referencia a sus vidas auténticas heroínas de las que somos herederas todas y cada una de las personas que hoy creemos en la igualdad de los seres humanos. Durante muchas horas, he vivido acompañada de estas mujeres inolvidables. Me he emocionado con sus logros, me he conmovido con su ejemplo; he llorado y reído, he gritado con ellas y me he indignado por las injusticias vertidas sobre aquellas que, a pesar de todas las adversidades, siguieron un mismo credo, el que Millicent Garrett Fawcett resumió así: «Camina rápido, mantente firme, aguanta».8 He descubierto que detrás de la historia más académica del feminismo, existen auténticas luchadoras. Mujeres ricas, otras pobres y desdichadas; soñadoras y eruditas; autodidactas y apasionadas por el saber; madres, casadas, solteras, separadas; creyentes y ateas. Todas ellas tienen una historia que contar más allá de su implicación con la causa feminista, en la que existe un periplo vital ligado de manera inevitable a la lucha por sus propios derechos y los de sus compañeras. Mujeres que combatieron solas o con la incondicional complicidad de sus padres, hermanos o maridos, hombres de mente abierta que fueron igualmente valientes al ponerse de su parte. A lo largo de este viaje, lo que más me ha hecho vibrar han sido sus propias palabras. Los que se embarquen en esta apasionante travesía verán que cada una de las biografías está salpi15


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cada de citas. Porque son ellas las que han de tomar la palabra. Porque son ellas las que merecen ser escuchadas y, a través de sus voces, entenderemos sus no siempre fáciles decisiones. En la famosa convención de Seneca Falls de 1848, Elizabeth Cady Stanton dijo que «el mundo nunca ha visto una nación verdaderamente virtuosa porque en la degradación de las mujeres las fuentes de la vida están envenenadas desde su origen».9 Como ella, mujeres de todo el mundo comprendieron que no podían continuar soportando las cadenas de la opresión. Y mientras unas simbolizaron su rebeldía al arrancarse el velo que les cubría el rostro, otras abanderaron revueltas ataviadas como hombres con un arma al cinto. Porque, como afirmó Lucretia Mott, «los hombres no han nacido para mandar, ni las mujeres para obedecer».10 En la elección de nombres propios han quedado muchos en el tintero, pero los que aparecen siguen la cronología aceptada por la historiografía feminista. Tomo como propias estas palabras de Millicent Garrett Fawcett cuando escribió su propia historia sobre el sufragio femenino: «Ni siquiera puedo intentar hacer mi lista exhaustiva; he seleccionado entre un gran número, aquellas sufragistas ardientes, algunos nombres que destacan de forma preeminente en mi memoria entre la gloriosa compañía de otras cuyos esfuerzos sentaron las bases sobre las cuales, en la actualidad, todavía estamos construyendo la superestructura de igualdad de oportunidades y justicia para mujeres y hombres».11 Escribir este libro ha supuesto conocer la historia de mujeres que merecerían un lugar destacado en el conocimiento colectivo. Me han abierto las puertas de sus casas, he compartido los momentos clave de sus vidas, el nacimiento de sus hijos, el amor, la muerte, la soledad y la dicha. Son historias de desesperación y de esperanza que deben ser escuchadas. Solo espero haber aportado mi granito de arena en el proceso de hacer visibles a estas pioneras del feminismo. Ellas iniciaron el relato, pero desconocían el final. No sabían si alcanzarían la meta, aun así, estaban convencidas de 16


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que ganarían. Ya lo vaticinó Lucy Stone cuando, a mediados del siglo xix, aseguró que «una nueva y gloriosa era está a punto de amanecer sobre nosotros, una era en la que la mujer toma su lugar en el mismo escenario que sus hermanos, conscientes de sus derechos, sus responsabilidades, sus deberes. […] Llevará mucho tiempo efectuar ese cambio; el mal está tan arraigado y es tan universal…, pero vendrá. El roble crece de la bellota, y el poderoso río del pequeño riachuelo».12 Todas estas mujeres ayudaron a que una mitad de la humanidad se arrancara la «camisa de fuerza invisible»13 que llevaban las niñas desde la cuna y se rebelaran contra un mundo que las ignoraba. Esta es su historia.


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