Coco El ídolo de los sueños

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El ídolo de los sueños


Muchos años atrás, Ernesto de la Cruz era el cantante más famoso de todo México. Grandes conciertos, películas, admiradores… Lo tuvo todo. Su historia había comenzado en el pequeño pueblo de Santa Cecilia. Desde allí salió cuando era joven, junto a su amigo Héctor Rivera. Quería ser el más grande de todos los tiempos. Ernesto, buen mozo y simpático, era la cara visible. Y Héctor, tímido y callado, componía la música y la letra de las canciones que llegaron al mundo entero.


Un día, Héctor se cansó de andar de pueblo en pueblo, de aquí para allá. Extrañaba mucho a su mujer, Imelda, y a su pequeña hija Coco. Se dio cuenta de que nada tenía sentido si no estaba con ellas y preparó sus cosas para regresar a Santa Cecilia.

Ernesto trató de que Héctor se quedara: no quería perder todo lo que había conseguido. Pero como no logró convencerlo, decidió eliminarlo: le dio una bebida envenenada y se apropió de toda su música.


Muchos años después, cuando Ernesto falleció, llegó a la Tierra de los Muertos como un músico grande y famoso. Allí se encontró con miles de fanáticos que seguían amándolo, se peleaban por conseguir su autógrafo y estaban felices si podían escucharlo cantar. Cada año, en el Día de los Muertos, daba un gran concierto para sus seguidores y pasaba el resto del tiempo de fiesta en fiesta o en su enorme mansión, repleta de objetos y recuerdos bellos.


¡Cómo se divirtieron juntos! Ernesto estaba encantado. Llevó a Miguel a recorrer su gigantesco caserón, le mostró sus más preciados tesoros, sus instrumentos, sus películas. Todo parecía ir a las mil maravillas…

Hasta que un día llegó a la Tierra de los Muertos un niño… ¡vivo! Atrevido y gracioso, entró a la fiesta que daba Ernesto y tocó la guitarra y cantó frente a cientos de invitados. Ahí mismo le comunicó al ídolo que su nombre era Miguel Rivera y que era su tataranieto. Venía del Mundo de los Vivos y necesitaba su bendición para volver.


Hasta que Héctor, que ya hacía tiempo vivía en la Tierra de los Muertos, llegó a la mansión y le contó su historia a Miguel. El pequeño Rivera no lo podía creer. ¡Su ídolo era un farsante y no era su tatarabuelo! Eso quería decir que el verdadero artista y pariente de Miguel era Héctor.

Enojado y asustado, Ernesto decidió que debía deshacerse de los dos visitantes molestos, para poder seguir siendo el gran genio musical. Sus guardaespaldas se llevaron a Héctor y a Miguel y los tiraron en un pozo muy hondo.


Sin embargo, este no es el final de la historia, ¡no, señor! Porque Mamá Imelda y toda la banda de Riveras que vivían en la Tierra de los Muertos llegaron para ayudarlos. ¡Justo a tiempo! Sobre el lomo de Pepita volaron hasta el concierto de De la Cruz, a enfrentarse con él y contar la verdad.

El músico no quiso darse por vencido y, de un golpe, tiró a Miguel desde un escenario altísimo, pensando que así lo callaría para siempre. Pero no estaba todo dicho: Pepita voló para rescatarlo y devolverlo sano y salvo al lado de su familia.


Mientras tanto, el público pudo ver cada uno de los movimientos de Ernesto. Así, en un instante, miles de fanáticos del músico se enteraron de quién era en realidad: un farsante, un estafador… ¡un mentiroso!

Ya era hora de que cada uno ocupase su lugar: Ernesto, desterrado y Héctor, reconocido como el gran músico que siempre fue.

Pepita se encargó de lo primero y Miguel y su familia de conservar la memoria de su antepasado. ¡Que viva la música!


Ernesto de la Cruz

Fue un músico adorado en todo el mundo gracias a su voz profunda, sus hermosas canciones y su apariencia de galán de cine. Sin embargo, hizo cosas terribles para conseguir su fama. Gracias al trabajo en equipo de la familia Rivera, sus mentiras quedaron al descubierto. Copyright © 2018 Disney Enterprises, Inc., and Pixar. Todos los derechos reservados. Copyright © 2018 de esta edición: Luppa Solutions S. L. Redacción: María Espósito. Edición: Laura Efrón. Diseño Gráfico: Juan Pablo Millano. Dirección: Danilo Delgado No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. Desarrollo editorial para Luppa Solutions: almaceneditorial.com. ISBN: 978-84-17411-40-4


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