Cecilia de Dios Alexis Tellechea Celeste Salerno Ilustraciones: Gabriel San MartĂn
Este libro pertenece a:
Tellechea, Alexis B. Román y el Rey del bosque / Alexis B. Tellechea ; Celeste Salerno ; María Cecilia Coral de Dios. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Rivadavia, 2012. 16 p. : il. ; 28x20 cm. ISBN 978-987-28842-0-8 1. Narrativa Infantil Argentina. 2. Cuentos. I. Salerno, Celeste II. Coral de Dios, María Cecilia III. Título CDD A863
Dirección editorial: Alexis B. Tellechea y Celeste Salerno Asesoría pedagógica y didáctica: Cecilia de Dios Realización gráfica: Guadalupe Veza Ilustración de interiores y de tapa: Gabriel San Martín Corrección de estilo: María Eugenia Orzanco Primera edición noviembre 2012 © Copyright Ángel Estrada & Cía/ Rivadavia. © Copyright Alexis Tellechea, Cecilia de Dios, Celeste Salerno ISBN 978-987-28842-0-8 Ángel Estrada y Compañía Sociedad Anónima Industrial Maipú 116, 8º piso (C1084ABD). Buenos Aires. República Argentina Tel.: (54 11) 4344 5500 Fax: (54 11) 4344 5555 www.facebook.com/universo.rivadavia www.universorivadavia.com.ar www.angelestrada.com.ar Impreso en Argentina/ Printed in Argentina Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Producción gráfica de 50.000 ejemplares realizada por Galt S.A., tel: 011-4303-3723 - www.galtprinting.com Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta o sus ilustraciones, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de ninguna manera por ningún medio reprográfico, electrónico, químico, mecánico, de grabación o fotocopia sin autorización expresa de Ángel Estrada y Compañía Sociedad Anónima Industrial.
desarrollo y realización integral del proyecto Rivadavia te cuenta (libro Román y el Rey del bosque con Guía docente), para Ángel Estrada y Compañía Sociedad Anónima Industrial: Ed. Alexis Tellechea, Ed. Celeste Salerno y Lic. Cecilia de Dios.
L
a noche había caído más rápido que de costumbre. Román estaba rodeado de carpetas, papeles, enciclopedias, la compu y muchos, muchos libros. Tenía que hacer una tarea para la escuela, que todavía no llegaba a comprender del todo bien. La consigna solo decía:
“Busquen información sobre los seres vivos que podemos encontrar en los bosques.” Y nada más… ¿A qué bosques se refería la maestra? ¿Cuáles eran los seres vivos que había en los bosques, además de los árboles? Ya era bastante tarde, y Román seguía buscando y seleccionando información… ¡Es que era tanta...! Esa mañana, Román se había levantado muy temprano para ir a la escuela. Había desayunado como siempre, se había colgado su mochila en el hombro y había caminado las cinco cuadras de ida y de vuelta que había desde su casa hasta el colegio. No podía recordar si había visto algún árbol en el camino, ni siquiera si había visto alguna flor. Recién en ese instante, comenzó a darse cuenta de que, en verdad, no prestaba mucha atención a todo esto. “Flores, plantas, animales, árboles, madera, papel (mmm...), bosques”, tipeaba Román rápidamente en el teclado de su compu. —Román, es hora de dormir, mañana no te vas a poder levantar. ¿Terminaste la tarea? —le preguntaba su mamá desde la cocina.
5
Y aunque el cansancio lo vencía, Román estaba muy lejos de encontrar algo interesante para presentarle a su maestra. Navegaba por aquí, cliqueaba por allá. Hasta que, de repente, encontró fotos de bosques completamente talados. No había ni flores, ni hojas, ni siquiera animales… No había vida en ninguno de esos lugares. ¡Nada de nada! Miró un video, miró dos. No podía dejar de ver las imágenes que allí aparecían. “Cuando ya no existan árboles, no tendremos nada: no habrá hojas, cuadernos y libros para hacer la tarea, ni mesas, ni siquiera tendré mi mesita de luz… ¿Dónde harán sus nidos los pajaritos? ¿Y los animales que comen frutos de los árboles? ¿Y las hormigas que usan sus hojas? ¿Y las tardes de juego, colgándonos de las ramas?”, pensaba Román con gran preocupación.
6
—¡Si seguimos cortando y cortando los árboles de nuestros bosques, ya no quedará más vida en ningún lado! —le decía Román a Duke, su perro que lo miraba con un ojo medio abierto y el otro medio cerrado, acostado al borde de la cama—. ¿Cómo nadie se ha dado cuenta de esto? —le preguntaba al perro, que, por supuesto, no le iba a responder. No había dudas, Román estaba abrumado y triste por las imágenes que veía, y definitivamente no quería irse a dormir. —Tiene que haber una manera de salvar a los bosques, Duke… —pero el perro ya se había dormido. El tictac del reloj no paraba. Román estaba dispuesto a encontrar las respuestas a sus preguntas. Pero cruzó sus brazos sobre el teclado por un instante, apoyó la cabeza y, sin quererlo y de repente, él también se durmió.
7
Como todas las mañanas, Duke despertó a Román lamiéndole un cachete. Esta mañana parecía ser igual a todas; pero cuando abrió los ojos, Román se dio cuenta de que ya no estaba en su habitación. Se apoyó sobre sus brazos para incorporarse, y sintió que sus manos se mojaban con el rocío que había en el pasto. —¡¿Pasto?! —exclamó con sorpresa—. No hay pasto en mi habitación. Con gran velocidad se paró y miró a su alrededor. A su lado estaba Duke, que tenía una enorme sonrisa en el rostro. Había árboles por doquier, flores enormes de muchos colores y un camino que parecía no tener fin. —Definitivamente esta no es mi habitación, Duke. —A mí tampoco me parece tu habitación. Y ya me está dando un poco de hambre, Román. Yo no huelo el desayuno de mamá —le respondió Duke que, extrañamente, ahora sí hablaba. Román no podía comprender nada de lo que le estaba sucediendo. Y aunque no sabía dónde estaba, ese lugar le parecía absolutamente perfecto. —Vamos, Duke. Veamos hasta dónde nos lleva el sendero —como si hablar con Duke no le resultara para nada raro. Y juntos comenzaron a caminar. El bosque que rodeaba el camino era frondoso. Román no recordaba haber visto ninguno así cerca de su casa. Caminaron un largo rato (no podría precisar cuánto, porque el tiempo en este bosque es diferente a nuestro tiempo); pero a ellos no les pareció tanto, porque venían charlando, riéndose y contando cosas que jamás se habían contado (claro, Duke no suele hablar mucho). No habían llegado al final del camino, cuando encontraron un puente que cruzaba un arroyo y del otro lado había un enorme castillo. Corrieron entusiasmados para ver más de cerca de qué se trataba. —Duke, las paredes y los muebles de este castillo son de árbol —Duke ya se había subido a lo que le pareció que era un sillón y se había acurrucado, tal como lo hacía a los pies de la cama de Román. —Sal de ahí, perro, ¿no ves que ese es mi trono real de Rey del bosque?
8
Y pasó por su lado, rápida y enfurecidamente, un hombre con una gran capa roja que movía su cetro de aquí para allá. Era un hombre medio raro: sus piernas y sus brazos parecían las ramas de un árbol. Duke se escondió detrás de Román y, un poco asustado, miraba por entre sus piernas. —Amo del perro, ¿cómo te llamas? —Mi nombre es Román, señor... mmm… ¿rey? —Yo soy Kerkis, el Rey del bosque. Bueno, de este bosque por lo menos. ¿Soy el Rey de algún otro bosque más? No, no, no... que yo recuerde, solo de este bosque. —Él es Duke, mi perro. —¿Duque? Ah, entonces también eres de la nobleza, ¿duque de qué lugar? —No, soy Duke, pero con “k”, y solo soy el rey de la casa de Román—, le respondió el perro. —¡Qué lindo es su bosque! —interrumpió Román, que poco entendía sobre los títulos de nobleza— Tiene muchos árboles y flores... —Shhhh... —chistó violentamente Kerkis—. Que ella no te escuche, porque si lo hace…. ¡Oh! Si ella lo llegara a saber —dijo Kerkis mientras caminaba de un lado para el otro, llevándose sus manos de rama a la frente—. Si ella sabe que el bosque ha sido reforestado, entonces... entonces quizás vuelva y lo tale todo nuevamente. —¿Quién es ella? —preguntó Román. —Era… Su nombre era Cassia Siamea.
9
La mirada de Kerkis se volvió triste y pensativa. Luego de hacer una larga pausa, Kerkis volvió a hablar. —Hace mucho, mucho tiempo, Cassia era la reina del bosque. En aquel momento, el bosque era tan hermoso como lo es ahora. Había muchos árboles, flores y animales. Pero un día, ella cambió. Comenzó a cortar un árbol, luego cortó otro, y así siguió hasta talar casi todos los árboles que vivían aquí. Los animales ya no tenían sombra donde refugiarse y muchos de ellos no tenían qué comer. —¿Pero ella destruyó su propio reino? No lo entiendo; ¿por qué haría algo así?
10
—Cassia se había vuelto tan malvada que dejó de preocuparse y de ocuparse de todos nosotros —Kerkis se levantó repentinamente de la silla e, interrumpiendo su relato, les dijo—: Demos una vuelta por mi bosque, quiero que conozcan a alguien— y mirando a Duke le preguntó—: ¿Y tu traje real? —Mi perro no es un duque de verdad —le explicó Román nuevamente. Los tres salieron del castillo y retomaron el sendero por el que habían llegado. Román miraba a su alrededor y no podía creer que alguna vez ese bosque hubiera sido casi un desierto. De repente, se cruzó una ardilla que, parándose en dos patas, hizo su reverencia al Rey.
11
—Buenos días, Kerkis, ¿tenemos visitas? —Sí, él es Román —dijo, señalándolo— y él es Duke. —¡Ah! ¿Duque? ¿Duque de qué lugar? —Eh… no, él no es duque de ningún... bueh —se interrumpió a sí mismo Román, ya cansado de explicar. —¡Es un lindo día! —dijo la ardilla—. El sol está radiante y las flores tienen un hermoso aroma. He juntado muchas esta mañana; mi madriguera olerá muy rica. Es esa que ven allá —decía la ardilla, mientras señalaba un agujero en uno de los árboles. —Su madriguera es nueva. Entre los árboles que taló Cassia, estaba el que tenía la casa de la ardilla —mencionó Kerkis. La ardilla soltó la canasta de flores que llevaba y temblando se escondió detrás de Kerkis. —¡Shhh! A ver si nos oye, y vuelve. Tardamos años esperando que los árboles volvieran a crecer y casi perdemos todo nuestro bosque —decía a media voz la ardillita—. Si Cassia hubiera talado algunos árboles más, nuestro bosque jamás se hubiera recuperado.
12
13
14
De repente, las ramas de los árboles comenzaron a moverse y por una bifurcación del sendero se escuchó una voz ronca y fuerte. —¡Ay! Ardillita, no tengas miedo, este bosque ya está controlado. Buenos días, Kerkis, hoy es un día precioso. ¿Tenemos visitas? —Buenos días, Abethus. Ellos son nuestros amigos, él es el duque de… ¿duque de qué lugar eras? —preguntó Kerkis, que era un poco despistado. —Duque de la casa de Román —respondió rápidamente el perro, al que ya le estaba gustando un poco la idea de ser de la nobleza. —Él es Román, y vienen de una tierra muy muy muy lejana —dijo Kerkis, señalándolo—. Él es Abethus, el árbol más viejo de este bosque y mi fiel consejero. Fue uno de los pocos árboles que quedaron luego de que Cassia arrasara con todo. —No lo entiendo, Abethus… ¿Por qué Cassia quiso destruir su propio reino? Es como si yo destruyera mi propia casa —volvió a preguntar Román, que no terminaba de entender la historia.
15
—Cassia no fue siempre malvada. Ella era nuestra reina y siempre se preocupaba porque todos los seres vivos del bosque estuviéramos bien. Todas las mañanas, caminaba por este mismo sendero y regaba el bosque. Plantaba árboles nuevos para que el aire fuera cada vez más puro y para que todas las criaturas tuvieran un lugar donde refugiarse del sol en los días de calor. Ella sabía que los árboles son muy importantes porque tienen frutos de los que se alimentan muchos animales, y tienen ramas que pueden ser muy divertidas para hamacarse o para jugar a las escondidas. Y ni hablar de las raíces, que protegen al suelo. Es por eso, que si se cortaba algún árbol en el bosque, se volvía a plantar otro. Un día, Cassia se enteró de que en el reino vecino talaban los bosques para hacer papel, muebles y preparar medicinas. El problema era que se derribaban árboles de manera indiscriminada, sin volver a plantar árboles nuevos. El rey, a cambio de la madera, obtenía gran cantidad de monedas de oro. Eso podía ser el fin del bosque. Indignada, Cassia fue a visitar el reino vecino, para hablar con el rey y contarle sobre la importancia de los bosques. Pero, al volver, algo en ella había cambiado. Las monedas de oro le habían parecido más bellas que los árboles de su reino. Así, Cassia comenzó a talar y a talar los árboles, y el bosque dejó de ser hermoso. Los visitantes que solían venir de lugares lejanos, como ustedes, dejaron de hacerlo. Las hormigas, los monos, las lombrices, las aves, las serpientes y muchos animales más se fueron buscando refugio y alimento, y solo quedamos unos pocos. Se dice que un día, ella fue a llevar la madera al reino vecino para obtener a cambio sus monedas de oro, y que, al alejarse del reino, volvió su mirada hacia atrás y se dio cuenta de que había destruido su hermoso bosque, su propia casa. Arrepentida y avergonzada, nunca volvió… —Y nunca más regresó… ¡ni regresará! —gritó Kerkis. —Espero que nunca regrese —lo interrumpió Abethus—. Desde esa época, aquí no se permite talar más de lo que se puede volver a plantar. Yo soy el encargado de que todos los habitantes de este bosque cumplan con esta norma. Y todos los productos que fabricamos con la madera de este bosque bien cuidado, los identificamos con un sello. De esa manera, protegemos nuestro bosque y nos aseguramos de que siempre seguirá siendo hermoso.
16
—Y así volvió a crecer mi casa —dijo contenta la ardillita. —Y así volvieron a visitarnos habitantes de tierras lejanas, como ustedes —agregó Kerkis—. Los animales que se habían ido, regresaron; las flores volvieron a perfumar con su aroma y se respira aire puro por todos lados.
17
Román se sentó a la sombra de uno de los árboles y pensaba seriamente lo que Abethus le había contado. “Ellos habían salvado y recuperado su bosque”, se repetía a sí mismo, recordando los videos que había visto mientras hacía la tarea. Sus ojos comenzaron a cerrarse otra vez y volvió a quedarse dormido. “Roománnn, ¡arriba!; es hora de ir a la escuela”. Román despertó rápidamente y levantó su cabeza de la compu, mientras Duke le lamía el cachete como todas las mañanas. —Ya sé, Duke, ya sé… los seres vivos que podemos encontrar en los bosques son muchos; basta con recordar los que nos mencionó Abethus. Pero solo los podemos encontrar si cuidamos los bosques —Román saltaba de alegría por su descubrimiento—. Tengo que ir a contarle a la seño y a mis compañeros que es muy importante utilizar solo hojas y cuadernos que tengan la identificación que usaba Abethus. Así, Duke, nuestros bosques serán el refugio de muchos animales y serán tan hermosos como el de Kerkis. Román metió rápidamente la compu, los cuadernos y los libros en la mochila; y, antes de salir corriendo a la escuela, se despidió de Duke que, por supuesto, no le respondió.
18
Aprendé más cosas con Román en www.facebook.com/universo.rivadavia y participá por fabulosos premios.
U
na noche, Román se quedó hasta tarde recorriendo enciclopedias y páginas de Internet para hacer el trabajo sobre la diversidad de plantas, árboles, flores y animales que le habían dado en la escuela. Asombrado y preocupado, comenzó a recorrer fotos de árboles talados y videos de bosques deforestados. “¡Los bosques van a desaparecer! ¿Cómo nadie lo ha notado?”, se repetía Román una y otra vez. Un mundo gris se avecinaba. Abrumado, lo venció el sueño y se quedó dormido. Pero al despertar, ya no estaba en su habitación. Pájaros, ardillas, flores... un bosque enorme lo rodeaba. Era un lugar distinto a cualquier otro; era un bosque maravilloso. ¿Será imposible el sueño de Román? ¿Descubrirá Román el secreto para que su sueño se vuelva realidad?