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En este ejemplar
Si el presentador de un pro-
grama de entrevistas le preguntara a Jesús cuáles son sus principales prioridades, ¿qué crees tú que él respondería? Tal vez él diría: “Amar a toda la gente”, “Atender a los pobres y los discriminados” o “Difundir la buena noticia del Reino de los cielos”. Todas estas respuestas son buenas; pero si le preguntaran ¿cuál es para ti la prioridad número uno, la más importante de todas? Probablemente diría: “Mantenerme en comunión con mi Padre.”
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La Escritura muestra repetidamente que Jesús hacía de la oración el factor central de su vida. En el Evangelio según San Marcos leemos que: “De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar solitario” (Marcos 1, 35). Lucas dice que, cuando el Señor sanó a un leproso, “la fama de Jesús aumentaba cada vez más, y mucha gente se juntaba para oírlo y para que curara sus enfermedades. Pero Jesús se retiraba a orar a lugares donde no había nadie” (Lucas 5, 15-16, énfasis añadido). Jesús hizo oración antes de su bautismo, antes de su transfiguración e incluso antes de su arresto y crucifixión (Lucas 3, 21-22; 9, 28-29; Mateo 26, 36-45).
Todos estos relatos revelan un principio que constituía el fundamento de toda la vida de Jesús: la oración era más prioritaria que la acción. No hacia algo para luego orar si había sido una buena idea. Claramente no; primero buscaba la guía de Dios y luego actuaba según lo que su Padre le revelaba. Incluso le presentaba al Padre las acciones buenas, nobles y milagrosas que pensaba realizar, como sanar a los enfermos y expulsar demonios, pero lo hacía antes de actuar.
Permanecer en comunión con Dios. ¿Qué es lo primero que haces tú al despertar cada día? ¿Estás entre el 80% de aquellos que revisan sus teléfonos o computadoras antes de hacer cualquier otra cosa, e incluso antes de levantarse? ¿Buscas otras formas de reconectarte con el mundo exterior cada mañana? Tal vez enciendes la televisión o lees el periódico del día apenas te despiertas. Luego, después de esta revisión rápida (o no tan rápida), comienzas el día sintiéndote listo para emprender tus obligaciones y responsabilidades.
Este proceder es común para muchos de nosotros, pero es algo que Jesús no hacía. En lugar de “conectarse” con el mundo circundante, deliberadamente se “desconectaba” para entrar en comunión con su Padre.
A muchos nos agrada mantenernos activos. En este mundo de constante comunicación y actividad, por lo general se espera que así sea. Se nos anima a emprender proyectos, trabajar más de las típicas ocho horas diarias, y llenar los fines de semana con todo tipo de diversiones y actividades. Se nos enseña a disfrutar de esa sensación de triunfo que experimentamos cuando hemos tenido éxito en algo y seguir tratando de superarnos cada vez más. Por supuesto que mantenerse activo y desarrollar las aptitudes que uno tiene son cosas buenas, y seguramente Jesús se regocijó después de haber curado a varios enfermos; probablemente disfrutó al ver que sus apóstoles salían de dos en dos para anunciar la buena nueva, y sin duda sonrió cuando alguien se arrepintió de sus pecados y se entregó a Dios. Pero todas estas acciones eran fruto de su relación con el Padre, una relación que él valoraba por encima de todo lo demás.
“No hago nada por mi cuenta.” Bien, pero ¿cómo tomaba Jesús sus decisiones? ¿Cómo decidía hacia dónde enfocar su energía y a qué cosas darle atención? Una vez dijo: “Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta... no trato de hacer mi voluntad sino la voluntad del Padre, que me ha enviado” (Juan 5, 30). Cristo siempre se mantenía completamente conectado con su Padre, para que sus decisiones correspondieran a la voluntad de Dios.
Para Jesús, “estar conectado” significaba más de lo que significa esa idea para nosotros. En términos humanos, estar conectados puede significar mantener una amistad íntima y amorosa, como de marido y mujer, o como de amigos de confianza, que se conocen muy bien y que están dispuestos a recibir consejos el uno del otro; que han aprendido que en una buena amistad se da y se recibe y que ambos se tratan con respeto y consideración. Para Jesús, estar conectado significaba todo esto y mucho más: también significaba una dependencia total y una humilde sumisión a su Padre celestial, y nunca dejó que sus actividades diarias —que eran muy buenas e incluso milagrosas— llegaran a ser ¿Qué es lo primero que haces tú al despertar cada día? ¿Estás entre el 80% de aquellos que revisan sus teléfonos o computadoras antes de hacer cualquier otra cosa, e incluso antes de levantarse?
más importantes que su comunión con Dios.
Busca primero el Reino. Si tú debieras escoger un solo versículo de la Escritura que sintetizara todo lo que Jesús dijo e hizo, probablemente sería “Busquen primero el Reino de Dios” (Mateo 6, 33). Debido a que Cristo tenía una comunión perfecta y constante con su Padre, todo lo que decía y hacía emanaba de esa comunión. No hacía más que la voluntad de su Padre y la hacía únicamente de la manera como su Padre quería.
Este versículo, aparte de captar la docilidad de Jesús ante su Padre, nos presenta un desafío a todos. San Pablo decía que todos queremos hacer lo correcto, pero añadía que el pecado continúa tratando de dominarnos y terminamos haciendo aquello que no queremos hacer (Romanos 7, 15); es decir, poniendo algo distinto del Reino de Dios como prioridad y eso puede llevarnos a todo tipo de problemas.
Pablo dice esto refiriéndose al pecado, pero nosotros también podemos aplicar este principio de buscar primero el Reino de Dios a las buenas actividades que todos realizamos cada día. Sin duda Pablo estaba perfectamente consciente de la tentación de precipitarse a hacer algo sin antes detenerse unos minutos para pedir la guía de Dios, y conocía la tentación de decidir uno mismo cuál sería la mejor manera de hacerlo; pero, con el tiempo, aprendió a valorar el principio de buscar primero el Reino de Dios —es decir, la voluntad de Dios, la guía de Dios y el plan de Dios— antes que el supuesto “reino” que creaba por su propia voluntad, tal como lo hacemos nosotros.
Definitivamente yo puedo identificarme con esto. Cuando hago algo —aunque sea bueno— que me hace postergar mi conexión con Cristo, las cosas no resultan bien. Termino quedando atrapado en el trabajo, a veces hasta el punto de que me olvido de almorzar o de que vuelvo al trabajo después de la cena, en lugar de dedicar tiempo a mi familia o conectarme con amigos. En resumen, mi vida se desequilibra y sufren mis amistades y las personas a quienes amo.
No es que haga algo netamente pecaminoso en días como esos; es que puede pasar todo el día sin que yo busque al Señor, o su Reino o su plan. Sí, claro, pienso en eso de vez en cuando y Dios siempre está en mi corazón, de la misma forma como mi familia está siempre en mi corazón; pero como no me detengo para estar con él o con mi familia, me encuentro más intranquilo al final del día y me afectan más los vaivenes de la vida.
La escalera de Jacob y tú. Estos son algunos de los puntos que trato de transmitir cada vez que tengo la oportunidad de compartir mi fe. Animo a las personas a orar todos los días. La gracia fluye mucho más libremente cuando oramos, principalmente porque la oración nos abre a recibir la gracia abundante de Dios, y nuestro Padre no es tacaño.
Veamos la historia de la escalera de Jacob en la Biblia (Génesis 28, 10-19). En tu mente, imagínate que ves a los ángeles ascendiendo y descendiendo por esa escalera, bajando del cielo y subiendo de regreso. Nuestras oraciones ascienden a Dios, y la gracia fluye libremente sobre nosotros, y la gracia nos transforma, porque influye en nuestras acciones, nos permite
escoger qué actividades nos conviene llevar a cabo y nos ayuda a mantener la atención de la mente y el corazón fija en el Señor. Incluso nos protege cuando tropezamos con obstáculos y cuando las cosas no resultan como queremos.
Estoy realmente convencido de que, si todos aumentáramos la cantidad y la calidad de nuestra oración, probablemente veríamos más bendiciones, más milagros y más conversiones, y además nos encontraríamos cada vez más cerca de Jesús. Y si nos acercamos más a Cristo en la oración diaria, su gracia nos ayudará a hacer frente a los deberes y responsabilidades del día con más paz, tanto las buenas como las no tan buenas.
Si todos los que están leyendo esta revista se comprometieran a dedicar más y mejor tiempo a conectarse con el Señor día tras día, creo que ese tiempo con Dios haría derramar torrentes incalculables de gracia sobre este mundo. Así que, unamos esfuerzos y comprometámonos a dedicar tiempo a orar y tener comunión con Cristo cada día. Es decir, adoptemos la oración, no los quehaceres, como nuestra máxima prioridad, aun cuando tengamos que forzarnos para hacer tiempo. Después de todo, esa fue la forma en que Jesús vivió, ¡y lo que logró fue maravilloso! ¢