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Yo doy la vida por mis ovejas
La sangre del sacrificio
El sacrificio de Isaac, 1576, Francesco Bassano (1549-1592), Kunsthistorisches Museum, Vienna, Austria. Photo credit: Erich Lessing/Art Resource
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¿A qué vas a renunciar en esta Cuaresma? Es una
pregunta común en esta época del año. Por lo general, la gente renuncia a algo que le gusta: bocadillos, televisión, café, etc... Otros tal vez renuncien a saltarse una comida a la semana y donar el dinero ahorrado a una organización caritativa. Otros más pueden optar por “ayunar” de pensamientos prejuiciosos, murmuraciones o malas palabras.
Cada Cuaresma hacemos sacrificios como estos para ayudarnos a crecer en virtud, autodisciplina y desapego a las cosas materiales; pero, como veremos, las privaciones que hagamos no añaden nada al sacrificio de Cristo en la cruz, pues en virtud de su único y definitivo sacrificio, él nos ha salvado de una vez por todas del pecado y de la muerte.
En este artículo, exploraremos el mensaje de sacrificio que emana de la sangre que Jesús derramó en la cruz. Comencemos con un poco de historia.
Los sacrificios en la antigüedad. Desde tiempos inmemoriales, los pueblos ofrecían sacrificios a los dioses en los cuales creían, sacrificios que generalmente implicaban una ceremonia ritual en la que daban muerte a un animal y vertían la sangre sobre un altar como ofrenda a los dioses. La gente ofrecía sacrificios como expresión de gratitud con el ánimo de agradar a los dioses y también sacrificios de expiación para evitar su ira; o bien ofrecían sacrificios para pedir una
buena cosecha o la victoria en una batalla, incluso sacrificios para asegurarse de la protección divina contra ataques enemigos.
Es posible que ahora todo este derramamiento de sangre nos parezca extraño, pero los pueblos antiguos creían que la sangre era sagrada, pues era portadora de la vida de las personas y de los animales. De modo que, al ofrecer a sus dioses la sangre del sacrificio, les estaban ofreciendo algo de gran valor. Al mismo tiempo, creían que bebiendo esta sangre o untándose con ella se unían a los dioses que habían recibido la misma sangre.
Ahora bien, el pueblo escogido de Dios, los hebreos, también ofrecían sacrificios con derramamiento de sangre, pero no lo hacían para ganarse el favor de Dios como sus vecinos paganos, pues sabían que Dios los amaba. Sabían que Dios había escogido a Abraham para que fuera su padre; les había enviado a José para preservarlos de la hambruna, y había comisionado a Moisés para librarlos de la esclavitud. Por todo esto, los hebreos entendían que sus sacrificios eran un medio para permanecer cerca de Dios, expresarle gratitud por sus bendiciones y tener siempre presentes su amor y su providencia.
Jesús, el sacrificio perfecto. Si rápidamente nos trasladamos hasta el tiempo y el lugar de la crucifixión de Cristo, vemos algo drásticamente diferente: Jesús no ofreció, como sacrificio a Dios, el cuerpo de un toro o una oveja; se ofreció él mismo en sacrificio, vale decir, ofreció su propia vida contenida en su sangre.
Pero más importante aún es que fue el propio Jesús el que hizo la ofrenda, como él mismo lo dijo: “El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volver a recibirla. Esto es lo que me ordenó mi Padre” (Juan 10, 17-18). Durante su pasión dijo claramente que todo iba sucediendo de acuerdo con el plan de Dios y con su pleno conocimiento y consentimiento.
El Cordero de Dios. Entonces, ¿qué clase de sacrificio estaba haciendo Jesús? Una respuesta es que fue un sacrificio de expiación por el pecado, no por faltas suyas porque no tenía ninguna, sino por los pecados de todos los demás. En nuestro primer artículo, vimos que la sangre de Cristo era un mensaje de perdón por nuestros pecados. Pero aquí podemos ver que la sangre de Jesús no solo perdonó nuestros pecados, sino que, al derramarla sobre la cruz, Jesús tomó el pecado del mundo sobre sí mismo “para que, muertos a nuestros pecados, llevemos una vida santa” (1 Pedro 2, 24).
Jesús llevó a la cruz los pecados de todos, junto con el poder que el pecado ejercía sobre nosotros.
• Jesús tomó los pecados de los fariseos y los saduceos que lo apresaron, así como los pecados de todos los que alguna vez han recurrido a la injusticia y la falsedad para conseguir sus propósitos.
• Jesús tomó los pecados de las multitudes que clamaban: “¡Crucifícalo!”, junto con los pecados de todos los que alguna vez han rechazado a Dios y han tratado de cerrarle la entrada a su vida.
• Jesús tomó los pecados de los soldados que lo golpearon y le pusieron la corona de espinas, así como todos los pecados de violencia y abuso cometidos contra personas vulnerables e indefensos.
• Jesús tomó el pecado de Pilato cuando éste se lavó las manos de la sangre de Jesús, junto con los pecados de todos aquellos que no han dicho ni hecho nada ante el mal que se cometía delante de sus ojos.
Jesús llevó sobre sus hombros todos esos pecados, así como el poder que el pecado tiene sobre nosotros, para que fueran clavados en la cruz (Romanos 6, 14); llevó asimismo la muerte que producen todos estos pecados: la muerte que proviene del odio, la indiferencia, la violencia, los prejuicios, la
incredulidad y cualquier otra forma de muerte con que lo hayamos ofendido. Llevó todo esto a la cruz y así pasó a ser “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1, 29).
El mensaje de la Sangre. El amor que Jesús nos tiene es más fuerte que el pecado y que la muerte. Este es el mensaje de sacrificio que nos comunica la sangre de Cristo. Nos dice que él se ofreció a Dios por obediencia y a nosotros por amor. Incluso, cuando hemos respondido con pecado y violencia delante de su perfecto y generoso sacrificio redentor, él continuó ofreciéndose por nosotros hasta que exclamó: “Todo está cumplido” (Juan 19, 30), cuando ya el pecado había sido destruido.
La sangre de Jesús también proclama un mensaje de consumación. El sacrificio que Cristo ofreció fue el único que podía salvarnos, y ya no necesitamos seguir haciendo sacrificios para obtener nuestra salvación. No, desde el principio, Jesús decidió entregarse por nosotros, y nada de lo que hagamos ahora puede añadir algo más a su sacrificio ni menoscabarlo de ningún modo.
Finalmente, la sangre de Jesús nos comunica un mensaje de invitación. San Pablo escribió: “Les ruego, pues, hermanos, por la gran ternura de Dios, que le ofrezcan su propia persona como un sacrificio vivo y santo capaz de agradarle” (Romanos 12, 1). ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir, entrégate del todo al Señor y a su pueblo; ofrécele tu tiempo y tu energía para servirle, aunque eso te signifique sacrificar algo de tu comodidad o conveniencia. De esta forma tú puedes hacer de tu vida un “sacrificio vivo” para el Señor y para quienes tienes a tu lado. ¡Y ese sacrificio puede cambiar la vida de muchos!
Hagan esto en memoria de mí. Así pues, mientras decides de qué manera observarás la Cuaresma este año, recuerda que Dios no necesita sacrificios para bendecirte. Él te ama profundamente y está comprometido del todo contigo. ¡Pero eso no significa que no debas tú hacer algún sacrificio! Cada vez que te privas de algo por amor a Dios, estás correspondiendo al amor y la misericordia que Cristo tuvo contigo cuando derramó su sangre preciosa en la cruz.
Tus sacrificios son especialmente fructíferos cuando decides hacer algo diferente en lugar de aquello a lo que has renunciado, algo que te permita
Cada vez que bebemos de este cáliz…
expresar prácticamente tu amor a Dios. Por ejemplo, el tiempo que pasabas en Internet puedes ocuparlo rezando e intercediendo por diversas intenciones o disfrutando con tu familia. El dinero que gastabas en golosinas o vicios puedes darlo a los pobres. Las actitudes de arrogancia o egoísmo puedes convertirlas en plegarias de agradecimiento y alabanza a Dios. Bebes sacramentalmente la propia Sangre preciosa de Cristo y su vida fluye en ti y desde ti.
Recibes su vida de humildad y amor.
Recibes su vida de servicio y sacrificio.
Recibes su vida llena del poder y la gracia del Espíritu.
Recibes su vida, que puede ayudarte a vivir como él vivió.
Jesús se entregó por ti para que tú fueras liberado del pecado y le ofrecieras tu vida como sacrificio de alabanza y acción de gracias.
La vida de Jesús estaba contenida en la sangre que él derramó en la cruz, es decir, la vida que le ofreció a Dios en sacrificio por amor a nosotros. Pidámosle al Señor que nos permita recibir esa misma vida día tras día, y que todos nos unamos al sacrificio redentor de Cristo sacrificándonos en servicio y caridad los unos por los otros. ¢