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Tú me perteneces de un modo especial

La Sangre de la Alianza

Amenudo escuchamos que fuimos creados para amar y ser amados. Este es, por supuesto, un buen mensaje que todos reconocemos; pero cuando uno experimenta el amor de una manera personal e íntima, el efecto que nos causa es dinámico. En efecto, basta solo pensar en el profundo gozo y sentido de valor que se genera en ti cuando tu cónyuge o uno de tus padres o un buen amigo no solo te dice que te ama, sino que te trata efectivamente como alguien amado y apreciado. Entonces, si el amor humano puede ser tan eficaz y satisfactorio, imagínate cómo será el efecto de conocer el amor de Dios de una manera tan íntima, directa y personal.

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Una alianza sellada con sangre. Esta es la manera como el pueblo de Israel entendía su relación con Dios. Sabían que el Señor los valoraba y los amaba profundamente. Pero no solo eso, pues tenían pruebas irrefutables del amor del Todopoderoso, ya que él les había tendido la mano personalmente y los había rescatado de la esclavitud en Egipto; les había otorgado la tierra de Canaán en propiedad de modo especial, y les había prometido permanecer siempre con ellos habitando en su medio. Tanto los amaba que hizo una alianza esclusiva con ellos, algo que no había hecho con ninguna otra nación. Esta alianza la ratificó y la selló en el monte Sinaí, cuando Moisés sacrificó dos novillos y le ofreció la sangre.

En la antigüedad, cualquier tratado o convenio concertado entre dos partes tenía que ser sellado con sangre para que fuera válido. Por ejemplo, dos naciones que optaban por la paz o dos tribus o familias que se unían para formar un nuevo clan celebraban un convenio ratificado con sangre. Muchos pactos serios como estos se convalidaban en una ceremonia que implicaba el sacrificio de un animal y las partes se marcaban con la sangre derramada.

Pactando así un convenio, las partes involucradas declaraban dos cosas: Primero, anunciaban que la sangre ofrecida en sacrificio —con la que se habían marcado— las unía con un vínculo sagrado. Segundo, el sacrificio del animal y la sangre derramada significaban el siguiente voto o promesa: Que, si alguna vez dejamos de cumplir nuestro pacto, aceptamos que nuestros dioses nos traten de la misma manera como hemos tratado a este animal.

Del mismo modo, cuando Dios hizo una alianza con su pueblo, él también lo unió a sí mismo mediante la sangre del sacrificio, y prometió solemnemente que nunca dejaría de cumplir su promesa de ser su Dios, su protector y su salvador. Si algún hebreo dudaba alguna vez de la bondad y la fidelidad del Señor, todo lo que tenía que hacer era recordar la alianza que Moisés hizo con ellos, alianza que fue ratificada y convalidada con sangre sagrada.

Para entender mejor lo que esta alianza de sangre significaba para los israelitas, trata de imaginarte que estabas presente con ellos en el monte Sinaí ese día y que escuchas atentamente que Moisés proclama: “Esta es la sangre que confirma la alianza que el Señor ha hecho con ustedes, sobre la base de todas estas afirmaciones.” Luego, observa cuando Moisés toma “la mitad de la sangre y la echa en unos tazones, y la otra mitad la rocía sobre el altar”, sobre ti y sobre los demás (Éxodo 24, 8). En ese momento, algo maravilloso acaba de suceder: ¡Dios ha declarado que tú le perteneces a él de un modo especial! ¡Te ha acogido a ti y a toda tu

familia estrechándolos en un abrazo de amor, junto con todos los demás hebreos que estaban presentes ese día!

La Nueva Alianza. Ahora, imagínate que estás presente en el “cenáculo”, o sea el aposento alto, cuando Jesús celebra la Última Cena con sus discípulos. Durante esa cena pascual, Jesús tomó un cáliz lleno de vino y lo pasó a sus discípulos diciendo: “Beban todos ustedes de esta copa, porque esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados” (Mateo 26, 27-28). ¡Qué contundentes y elocuentes deben haber sido estas palabras para los discípulos! Ellos conocían muy bien las tradiciones de sus antepasados y sabían que Dios había hecho una alianza con ellos y la había confirmado con la sangre de un holocausto. ¡Y ahora aquí estaba Jesús, que había hecho tantas cosas que solo Dios podía hacer, anunciando que su sangre traería una alianza nueva! Aquí estaba el Mesías en persona, a quien ellos amaban, que se estaba uniendo a ellos con un vínculo tan profundo, fuerte y seguro que nada, ni siquiera el pecado más grave, podría deshacerlo.

Pero lo que hizo Jesús no fue solo prometer una nueva alianza. Al mandarles que tomaran el vino del mismo cáliz —el vino que acababa de proclamar que era su sangre— los invitaba a beber sacramentalmente de la sangre de la Nueva Alianza, la sangre que entraría no solo en el cuerpo, sino en el corazón de todos ellos. Es decir que, en lugar de ser simplemente rociados exteriormente con la sangre del sacrificio, como sus antepasados, los apóstoles tuvieron el privilegio de entrar en un pacto solemne e inquebrantable con Cristo de una manera mucho más personal, profunda y poderosa.

El mensaje de la Sangre de Jesús. Por último, imagínate que ahora estás al pie de la cruz junto a María Magdalena, el apóstol Juan y la Virgen María. Elevas la mirada y ves que Jesús, exhausto y casi sin aliento, lucha por aspirar algo de aire, y que por sus manos, brazos y pies gotea su sangre en un flujo continuo hasta caer en tierra. Al ver esto, recuerdas sus palabras en la Última Cena, y te parece que todo esto te conmociona, te llega al corazón. La sangre de Cristo te habla en forma clara y rotunda del compromiso absoluto y del amor fiel e indefectible que Dios tiene para ti y para todos los demás. La visión de la sangre también te dice que Dios ha ratificado una alianza solemne, no solo con la humanidad en general, sino contigo personalmente, pues te das cuenta de que estás contemplando a un hombre que parece ser como cualquier otro, sometido a una tortura terrible e inhumana, no

Dios hizo una alianza eterna contigo, y por eso ahora tienes un sitio de honor en la mesa de su banquete.

porque sea culpable ni porque algo superior a él lo haya dominado, sino por el amor profundo y misericordioso que tiene por ti.

La sangre de Jesús te dice, además, que nunca te abandonará ni te desamparará. El hecho de que él estuviera dispuesto a sufrir todo esto por ti demuestra que siempre te protegerá y te cuidará, y es prueba de que el perdón y la sanación que ofreció a todos cuando aún vivía continuará sin interrupción mientras dure esta alianza “eterna”.

Y la contemplación de la sangre de Jesús —sangre humana llena de vida divina— te dice que él se ha unido a ti con un vínculo inquebrantable y de la manera más profunda y personal posible, de modo que tú dejas de ser una persona “común”, pues en tu interior fluye la vida de Cristo, y esa vida tiene el poder de irte transformando y haciéndote cada vez más como él es.

En memoria de mí. Así pues, queridos hermanos, no olviden nunca que Dios ha hecho una alianza solemne, válida e inviolable con ustedes. No olviden que ahora ustedes forman parte de su familia, la Iglesia, de manera que tienen un lugar disponible en la mesa de su banquete, un asiento de honor. Recuerden esto cada vez que vayan a recibirlo en la santa Comunión: el altar representa la mesa del banquete, aquel banquete del que ustedes disfrutarán cuando Jesús venga de nuevo.

Pero también recuerden que, como miembros de la familia de Jesús, ustedes tienen innumerables hermanos, padres, madres e hijos que también se han unido a ustedes con el mismo vínculo inquebrantable. Ustedes les pertenecen a ellos y ellos les

pertenecen a ustedes. Únicamente por ser parte de esta familia ustedes pueden encontrar la fortaleza y la inspiración necesarias para vivir en la práctica su compromiso de alianza con Cristo. Tú los necesitas a ellos y ellos te necesitan a ti.

Es triste que muy fácilmente nos olvidamos de lo que Cristo hizo por nosotros al derramar su sangre. Por eso les dijo a sus discípulos en la Última Cena: “Hagan esto en

memoria de mí.” (Lucas 22, 19). En esta Cuaresma, especialmente durante la Semana Santa, deja que la sangre de Jesús te comunique un mensaje de perdón, de sacrificio y de amor comprometido con alianza. Cristo Jesús murió por ti, te perdonó tus pecados y se ha unido a ti con un vínculo eterno e inalterable de amor, un vínculo que él mismo ha sellado con la vida contenida en su propia sangre preciosa. ¢ Cada vez que bebemos de este cáliz…

Dios se une contigo con un vínculo eterno de amor comprometido con alianza.

Tú te unes a Dios con el mismo vínculo de amor.

El Señor te promete su fidelidad eterna.

Tú te comprometes a hacer todo lo posible por serle fiel.

Tú declaras que serás fiel a tus hermanos en Cristo, que los respetarás, los animarás y orarás por ellos.

Cuando bebes del cáliz de la Sangre de Cristo acoges a la Persona de Jesús en tu propia vida y en tu corazón y aceptas la promesa de que “Cristo en ti es la esperanza de la gloria” (v. Colosenses 1, 27).

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