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(A) diario(s) en pandemia

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Itinerancia

Itinerancia

La realidad se divide en tres pantallazos: en uno finges tu mejor sonrisa subes una foto presumes viajes, amigos, trabajo y ante un clic y la aprobación de tus contactos, sonríes. En otro, miras con envidia a la gente fingir su sonrisa. Y en el último estás solo el mundo te resulta ajeno como una casa de la que nunca logras salir por completo. Rodrigo Figueroa, La base de datos de virus, ha sido actualizada1

Las redes sociales han amplificado exponencialmente las autorrepresentaciones del sujeto contemporáneo en la esfera pública, como parte de una dramaturgia pactada y consensuada en torno a la reconstrucción móvil y permanente de las ficciones identitarias. El gesto y la pose social de mostrarse en el ejercicio de los ritos cotidianos más intrascendentes, el registro continuo de las disímiles interacciones diarias y una estrategia documental en tanto condición epistemológica sine qua non, han repercutido en una sobreexposición de los cuerpos y las situaciones de intercambio social más variopintas; así como en una estetización de la vida, acomodada o amoldada al frame de una cámara, al selfie perpetuo.

Esa capacidad y necesidad inherente a los humanos de autonarrarse se ha robustecido en tiempos de pandemia, ante las urgencias de compartir las sensaciones provocadas por la experiencia de circunstancias tan inusitadas y la disponibilidad de un tiempo de calidad para la observación detenida y la elaboración del relato. En ese sentido, uno de los géneros que han ahondado en las formas documentales, narrativas y poéticas de la vida en pandemia ha sido el del diario, que compila cronológicamente las situaciones e impresiones autobiográficas de sus autores. En la exposición Paréntesis. Relatos desde la incertidumbre, varias propuestas abordan con plurales metodologías y lenguajes esas relatorías en primera persona bajo el formato de bitácoras. Entre ellas abundan las novelas gráficas o cómics y las viñetas humorísticas, como En tiempos de pandemia… (2020), de la chilena Grace Mallea; o la reflexión en torno a la convivencia con las mascotas y el modo en que el encierro también les ha afectado a ellas en la historieta Nuevos sujetos, nuevos lugares (2020) del argentino Pablo Brandolini

Coco Guzmán, de España, ha creado el fanzine titulado Estado de alarma (2020) a partir de 41 dibujos realizados a manera de crónica diaria de lo vivido durante el confinamiento entre los meses de marzo y junio de 2020. Con humor y referencias metatextuales a la propia construcción del diario, en las páginas se suceden historias donde se cuentan, siempre en primera persona, los paseos con la perrilla, la convivencia con una pareja con la que recién comenzaba una relación afectiva al decretarse el estado de alarma en España; la omnipresencia de la policía patrullando las calles para imponer la reclusión en los hogares, la vulnerabilidad de las personas sin hogar refugiadas en improvisadas estructuras de cartón en los soportales de la Plaza Mayor de Madrid o bajo la cubierta del edificio Nouvel en el Museo Reina Sofía; el creciente miedo que le sobrecogía, las paranoias al escuchar toser a otras personas en la calle o en el supermercado; los aplausos en homenaje al personal sanitario cada día a las 8 p.m. desde las ventanas y terrazas de las casas; el improvisado gin tonic la noche de un viernes escuchando las canciones de la argelina Souad Massi; la autoorganización de manterxs y trabajadoras sexuales ante la acuciante precarización y criminalización de sus trabajos, exacerbadas por las restricciones en pandemia. “Ahora nos quedan tres semanas más sin abrazar, rozar, tocar, besar a nadie. Siento que mi piel se desprende de mí”2.

El escritor colombiano Saúl Gómez Mantilla convierte su diario en un relato ubicado en la intersección entre el documento en primera persona sobre la vivencia de la pandemia y las ficciones historicistas de los imaginarios pandémicos y catastrofistas de la cultura popular. Días de confinamiento (2020) es una novela gráfica compuesta de imágenes en negativo donde apenas se nos permite intuir las siluetas de los cuerpos, la arquitectura y los muebles de la casa. La narración se orquesta como un paisaje distópico y sensorial en el que cada día que pasa resulta más opresivo el ambiente de aislamiento y control social. “Día 300 del encierro. Ya no nos tocamos, no hay deseo, en casa cada uno habita su lugar, su habitación, tiene sus rutinas y evita estorbar al otro, hablar. Frente a las ven- tanas quedamos durante horas absortos, como perdidos, tratando de ver algo de vida, de movimiento, antes de que anochezca”3

También la chilena Pilar Galilea comparte su personal bitácora en el libro de artista Ideas de papel. Dibujos de rincón para iluminar el cautiverio (2020). La obra se despliega en un acordeón de dibujos e ilustraciones realizados con acuarela, grafito y lápiz de color para traducir con la poesía visual íntima de la creadora su mirada desde el confinamiento. En el reverso de los dibujos, a contracorriente, la impresión del golpe seco sin tinta en linotipia transcribe las estadísticas oficiales sobre los fallecimientos de las víctimas de covid-19. Al respecto, explica Galilea:

Explorando siempre la relación entre el texto y la imagen, las ilustraciones nos hablan de temas tan contingentes como la durísima desigualdad que desencadena la revuelta social vivida en Chile y que se ve agudizada al extremo durante la cuarentena. La colaboración que se hace presente desde las ollas comunes que se multiplican frente al abandono del Estado, a punta del compromiso comunitario de pobladoras organizadas a lo largo de todo el país. Recuerdos del mundo analógico para ayudarnos a redescubrir la distancia entre nosotros y generar estrategias frente al reinado de la virtualidad. Mirar hacia adentro, no olvidarse de jugar, crear nuevos mandamientos, encontrarle algún sentido a la catástrofe o descifrar el amor en cuarentena. Celebrar el plebiscito a todo color, ese día en que Chile se olvidó de la pandemia y pudo soñar con un mundo más digno para todos.

Por su parte, el diseñador sonoro y compositor boliviano Jorge Zamora propone en 24: diario binaural de una cuarentena (2020) un diario basado en una sucesión de paisajes sonoros registrados durante la cuarentena mediante técnicas de grabación binaural. La pieza se encuentra fragmentada en 24 archivos de audio de 1 minuto de duración, que representan cada una de las veinticuatro horas del día. Esta obra utiliza el formato de audio envolvente con el propósito de que el oyente tenga una experiencia sonora inmersiva y sensorial. El creador intenta así compartir una escucha profunda que recrea distintos ambientes sonoros capturados durante el confinamiento. Como nunca antes, posiblemente, nuestras ciudades estuvieron inmersas de un modo tan profundo en el silencio, una vez que se hubo paralizado el tráfico, cuando cerraron los comercios y se detuvieron las máquinas de las fábricas. Los sonidos de las calles y los hogares adquirieron inusitadas resonancias, y estuvimos predispuestos a oírlos en una forma imposible de conciliar en el fragor cotidiano de las grandes megalópolis modernas.

Cada situación de escucha reflejó esa condición extraordinaria en la que se anularon las distracciones y los ruidos perturbadores de la vorágine urbana, metaforizando un tiempo en el que los silencios y los sonidos de cada acontecimiento doméstico dejaban una huella de la vida que seguía latiendo pese al terror de la enfermedad que recorría el mundo. Sólo entonces pudo resignificarse el valor del sonido del agua brotando de un grifo abierto en la cocina, el trino de las aves ahogado antes en la algarabía de las ciudades, la sonoridad de las calles sin el rodar de los automóviles, el repiqueteo de la lluvia sobre el tejado y los truenos en medio de la tormenta, el llanto demandante de atención de un cachorro, el zumbido de un insecto, el rumor del río, los acordes improvisados en un piano. Otros sonidos, por el contrario, se cargaron de nuevas connotaciones y se hicieron más audibles en el silencio taciturno de las calles, como el de las sirenas de las ambulancias acercándose y alejándose, llevando en su interior los cuerpos contagiados, destinados a las Unidades de Cuidados Intensivos de los hospitales; o la incómoda marcha del camión de recogida de residuos, que irrumpe en la quietud de la noche para devorar la basura arrojada por los humanos en el día; o la voz del policía que exige la documentación al viandante pillado in fraganti en la acera durante un control de cédula de identidad; o las noticias trágicas que escupe la radio informando las cifras de muertos por covid-19.

Y son esos sonidos los que tal vez podemos imaginar ante la serie de ensamblajes fotográficos Bordes (2020) del colombiano Mario Niño Villamizar, cuando documentó a diario desde un único punto de vista los balcones de los edificios que alcanzaba a enfocar con la cámara desde su lugar de confinamiento. Más allá de los interesantes juegos geométricos y contrastes visuales que plantean estas composiciones con sus delimitadas zonas de luces y sombras, Bordes enfatiza esa idea de límite entre lo privado y lo público que se puso en discusión durante la pandemia a partir de la restricción de libertades civiles fundamentales mediante la intervención directa del Estado en la vida de los ciudadanxs. Ante la imposibilidad de salir a la calle, las ventanas, azoteas y balcones se transformaron en la frontera difusa donde se activaron las nociones “dentro” y “fuera”, espacio doméstico y espacio público. Las terrazas de los apartamentos se convirtieron en plazas públicas para reivindicar con aplausos y caceroladas la labor heroica del personal sanitario y de las personas encargadas del suministro de alimentos, etc.; mutaron en escenarios de improvisados conciertos y teatros. A través de esos vanos en la arquitectura de los edificios, si aguzamos nuestro sentido de voyeur, podíamos revelar las peripecias de la vida en el interior de los hogares, como resulta posible en las fotos de Mario Niño Villamizar, donde la vista nos lleva más allá del plano de los balcones para penetrar en cada una de las casas intentando conocer mejor al vecindario.

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