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Distancia social
Total, las ventanas tienen espinas
Total, el abandono
Total, los balcones palpitan remolinos que mueven hojas secas y se van
Total, las vecinas ya ni se miran
Total, las puertas están tapiadas
Total, las pantallas hierven
Total, la distancia gana
Total, la distancia gana
Total, la distancia gana
Total, la distancia gana
Total, la distancia, gana
Estefanía Radawski, Total el amor1
Dos metros de distancia entre los cuerpos. Prohibido tocarnos, abrazarnos, besarnos, rozarnos, comunicarnos a través de la piel. El tacto es un sentido vetado en tiempos de pandemia. Un nuevo y ambiguo concepto adquiere preponderancia en el lenguaje que administra la biopolítica en las sociedades contemporáneas: distanciamiento social. La existencia se regula de modo tal que la distancia ocupa todas las esferas de la vida. Interacción social a distancia. Trabajo a distancia o teletrabajo. Clases o educación a distancia. Se generan cambios radicales en los modelos de socialización, tanto en el espacio público como en el privado. Se vigila el comportamiento de nuestros cuerpos y se penaliza a los infractores, a quienes el deseo, los instintos y las pulsiones hacen olvidar e infringir el abismo físico que les separa de otras personas.
De repente, con la epidemia por la covid-19, la calle se nos presentó como campo vedado, esa misma calle que habitábamos con frecuencia, que había servido como escenario de la vida social (…), de las marchas, los carnavales y comparsas hace tan solo pocos meses, se volvía escenario de control y restricciones a la movilidad, de aislamiento preventivo y cuarentena. Ante la inminencia del ataque de un diminuto nuevo enemigo, cesó el bullicio de la calle del barrio, se cancelaron encuentros entre amigos, se apagaron las risas infantiles en parques y colegios. Se fracturó el vínculo social y la cercanía, el saludo de mano, el abrazo y el detenerse a dialogar con los vecinos, se convirtió en una licencia con los minutos contados. ¡Debían contarse hasta los metros de distancia!2
Sobre esa nueva modalidad normativa de la vida social que constituye la noción de distanciamiento físico reflexiona la obra Dos metros de distancia (2020) de la dominicana Ana María López. La pieza es una escultura blanda realizada con camisetas recicladas, concebida para ser activada performativamente con la colaboración de dos personas situadas a cada extremo de la banda de tela, estableciéndose la prescriptiva distancia física entre ambos cuerpos. La artista introduce así un debate sobre la imposibilidad de esa distancia en situaciones de hacinamiento como las que viven las clases y sectores sociales más desfavorecidos de la población en contextos como República Dominicana.
En una plaza cualquiera de una ciudad dos cuerpos deambulan por el espacio, manteniendo entre ellos una distancia equidistante. Cada uno de los cuerpos en su respectiva órbita ejecuta movimientos sincronizados. Uno es el reflejo del otro. Solo se escucha el rumor del viento y la sirena de las ambulancias que recorren la ciudad. También se oyen los pasos de los dos bailarines, su respiración agitada y las exclamaciones provocadas por la actividad física. Por momentos la distancia se rompe y los cuerpos se encuentran para seguidamente volver a separarse. La tensión entre ambos cuerpos crece y la separación entre sus solitarios ejercicios se acorta hasta que ya no pueden volver a danzar el uno sin el otro. El coreógrafo y bailarín nicaragüense, residente en España, Yeinner Chicas, elabora esa expresionista metáfora sobre la coerción ejercida por la distancia social sobre los cuerpos en su obra de video danza ENTRE (2000)