Revista de Estudios Sociales No. 17

Page 1


Fundadores Francisco Leal Germán Rey Director Carl Langebaek Comité Editorial Álvaro Camacho Felipe Castañeda Jesús Martín-Barbero Andrés Dávila Fernando Viviescas Comité Internacional Richard Harvey Brown Mabel Moraña Daniel Pécaut Editores Invitados Lina María Saldarriaga Carl Henrik Langebaek Coordinación Editorial Lina María Saldarriaga Nicolás Rodríguez Diagramación Gatos Gemelos Impresión y encuadernación Panamericana Formas e Impresos S.A. Tarifa postal reducida No. 818 Vence Diciembre/05 ISSN 0123-885X Distribución y Ventas Editorial El Malpensante Calle 35 No. 14 -27/29 Tel: 3270730/31 Fax: 3402807 Bogotá, D.C., Colombia Correo electrónico: distribucion@elmalpensante.com Librería Universidad de los Andes Cra 1 No. 19-27. Ed. AU106 PBX: 3394949 – 3394999 Exts: 2071-2099-2181 Fax: 2158 Bogotá, D.C., Colombia Correo electrónico: libreria@uniandes.edu.co http://edicion.uniandes.edu.co Suscripciones Decanatura de la Facultad de Ciencias Sociales Cra.1ª E No. 18 A 10, Edificio Franco Of. 202 Universidad de los Andes. Tel: 3324505 Fax: 3324508 Correo electrónico: res@uniandes.edu.co ARCCA Cr. 22 # 39A - 64 of. 101 Tel.: 288 58 92 e-mail: arcca@cable.net.co Esta Revista pertenece a la Asociación de Revistas Culturales Colombianas y a la Federación Iberoamericana de Revistas Culturales


Revista de Estudios Sociales, no. 17, febrero de 2004, 7-8.

Editorial Lina María Saldarriaga y Carl Langebaek

Iniciando su sexto año de existencia, la Revista de Estudios Sociales presenta un número de temas varios. La diversidad es evidente: algunos de los textos muestran resultados de procesos de investigación, otros cuestionan el uso de determinadas metodologías, otros analizan el estado de algunos fenómenos sociales y otros, incluso, reflexionan sobre la naturaleza misma del proceso de investigación en nuestro país. Una de las principales contribuciones a la sección Dossier, es el artículo presentado por Roberto Gutiérrez, profesor de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes. En él muestra las ventajas y limitaciones del uso de metodologías cuantitativas y cualitativas para realizar investigaciones relacionadas con fenómenos sociales. Reflexiona además sobre la responsabilidad que tiene el investigador al momento de elegir la forma como analiza y presenta los resultados de su trabajo. De igual manera, en la sección Dossier el trabajo de Javier Pineda y Luisa Otero presenta argumentados cuestionamientos sobre los resultados obtenidos por el Estado en la lucha contra la violencia intrafamiliar. Estos dos investigadores del CIJUS de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, ponen de manifiesto las limitaciones que existen en el modelo de atención diseñado por el Gobierno para afrontar este problema del ámbito de la vida privada. El artículo de Ingrid Bolívar y Alberto Flórez indaga sobre la naturaleza de la violencia en Colombia. Tema trillado, es cierto, pero sobre el cual se aportan luces nuevas. El artículo se basa en la investigación Apoyo al funcionamiento y consolidación del consorcio colombiano de investigación sobre conflicto, violencia y convivencia y la obra Violence and Subjetivity realizada por investigadores de Estados Unidos, la India y Sudáfrica. Los autores recuerdan que las distinciones entre subjetividad y estructura son tenues y enfatizan la necesidad de nuevos trabajos etnográficos y producción textual que dé cuenta de un fenómeno complejo, que puede y debe ser abordado desde múltiples ópticas. El trabajo presentado en este número por Roberto Suárez, profesor del Departamento de Antropología y su equipo, analiza el cáncer gástrico desde la perspectiva de la antropología médica poniendo en evidencia algunos de los aspectos socioculturales más importantes relacionados con esta enfermedad. Por último, en la sección Dossier los psicólogos Elvia Vargas, Estefanía Sarmiento y Fernando Barrera muestran los resultados obtenidos en una investigación realizada con 326 estudiantes de secundaria en donde analizaron la importancia de los pares en la explicación de la actividad sexual de los adolescentes. Este trabajo mostró el papel relevante que cumplen las cogniciones en los comportamientos de salud y señala la necesidad de considerarlas en los programas de promoción de la salud sexual y reproductiva. En este número la sección Otras Voces presenta tres artículos. El primero, escrito por Muriel Laurent, Antonio Ochoa y Diana Urbano, del Departamento de Historia, analiza el papel del Estado decimonónico en el desarrollo del contrabando en Antioquia. Gregory Lobo, profesor del Departamento de Lenguajes y Estudios Socioculturales de la Universidad de los Andes, analiza otro 11 de septiembre, el de 1973, y las implicaciones que tuvo en el sistema democrático chileno la llegada al poder del General Augusto Pinochet. Por último, el artículo de la profesora Claudia Montilla, directora del Departamento de Lenguajes y Estudios Socioculturales, abre un escenario interesante que complementa la sección Debate de este mismo número. En este artículo se sugiere que la modernización 7


Editorial

del teatro colombiano se da en los años 50 y no en la década del 70 como comúnmente se acepta. El artículo argumenta que el llamado Nuevo Teatro puede ser visto como el fin de una vanguardia que había marcado una ruptura con el teatro costumbrista. Propone que la profesionalización de la actividad teatral, el cambio en las concepciones del actor, director, dramaturgo y público y la reflexión sobre los espacios escénicos, son el resultado del trabajo teatral que se realiza entre 1950 y 1975. El artículo de Claudia Montilla es el abrebocas para la sección Debate. En esta ocasión, cuenta con la participación de varios expertos en el movimiento teatral en Colombia, quienes analizan el papel que tuvo el método de la creación colectiva en la historia del teatro colombiano. En esta oportunidad la sección Documentos cuenta con un invaluable aporte de las profesoras María Mercedes Jaramillo y Betty Osorio sobre el legado del maestro Enrique Buenaventura. Su trabajo incluye la publicación de algunos de sus poemas, antes inéditos. Para concluir este número la sección Lecturas presenta la reseña del libro Guerras, memorias e historia del profesor Gonzalo Sánchez de la Universidad Nacional de Colombia, escrita por Álvaro Camacho, director del Ceso.

8


Revista de Estudios Sociales, no. 17, febrero de 2004, 11-18.

EN BUSCA DEL DIÁLOGO Y LA TRANSFORMACIÓN: CONSECUENCIAS DE LOS SUPUESTOS DETRÁS DE LA INVESTIGACIÓN SOCIAL Roberto Gutierrez*

Resumen En este trabajo se comparan algunas de las características y resultados obtenidos de dos aproximaciones distintas, utilizadas para investigar el trabajo en el sector informal. Por un lado, aplico el análisis factorial confirmatorio para estudiar la relación entre estructura social, condiciones de vida y funcionamiento psicológico. Por otro, con la participación de los trabajadores en la recuperación crítica de su historia laboral y en la discusión de sus testimonios y los análisis sobre éstos, investigo cómo algunos de nosotros entendemos, comunicamos y reaccionamos ante nuestras condiciones de trabajo. El objetivo es explorar en qué medida son complementarias estas dos aproximaciones. Las perspectivas cuantitativa y cualitativa usadas, responden a diferentes interrogantes, utilizan distintas categorías analíticas, exploran diferentes patrones de interrelaciones, conllevan una relación distinta entre los involucrados en la investigación, y sirven para diferentes propósitos y a personas distintas. Las diferencias entre las dos metodologías de investigación tienen origen en dos concepciones distintas de la naturaleza del mundo social y de la forma en que un investigador puede llegar a conocerlo. De ahí la dificultad de combinarlas, más allá de admitir que implican la observación de dos dimensiones diferentes del mismo fenómeno. El científico es responsable de escoger una metodología de investigación que determinará cómo serán revelados los fenómenos que ha decidido estudiar y cuáles serán las consecuencias del conocimiento obtenido. El método condiciona el conocimiento. A su vez, la escogencia de una metodología está relacionada con los supuestos personales sobre la naturaleza del ser humano y su realidad social. El estar conscientes de estas relaciones es fundamental para la labor de un investigador que quiera colaborar en la construcción de una sociedad diferente.

Palabras clave: Metodología cuantitativa, metodología cualitativa, sector informal, investigación.

*

Roberto Gutiérrez es profesor-investigador en la Universidad de los Andes (Carrera 1E No. 18ª-10, Bogotá, Colombia). Cualquier comentario diríjalo, por favor, a la siguiente dirección electrónica: robgutie@uniandes.edu.co.

Abstract In this work I compare some characteristics and results obtained from two different methodologies used to study work in the informal sector. On the one hand, I used confirmatory factor analysis to study the relationships between social structure, life conditions, and psychological functioning. On the other hand, workers participated in the critical retrieval of their work histories, and in the discussion and analyses of their testimonies to research how we understand, communicate, and react to our work conditions. My aim is to explore how do these two methodologies complement each other. The quantitative and qualitative approaches respond to different questions, use different analytic categories, explore distinct patterns of relationships, imply very different relations between those who participate in the research, and serve different purposes for distinct people. The differences between research methodologies stem from distinct assumptions about the social world and the ways people perceive their world. Therefore, the task of combining both approaches becomes impossible, and one must accept that they only provide accounts of the same phenomenon from two different standpoints. The scientist is responsible for choosing a research methodology that determines how the phenomenon of his interest will be revealed and what will be the consequences of the knowledge thus obtained. Methods condition knowledge. The choice of methodology is related to personal assumptions about human beings and the world in which they live. Awareness of these relationships is basic for the work of a researcher who aims to help in the making of a different society.

Key words: Cuantitative methodology, qualitative methodology, investigation.

¿Cuál es el resultado de combinar diferentes aproximaciones metodológicas en la investigación de un fenómeno social? Por lo general, se acepta sin más afirmar que los métodos de investigación cualitativa y cuantitativa son complementarios. ¿Bajo qué circunstancias sí lo son? O, ¿en qué ocasiones su combinación es apenas la suma de las respectivas aproximaciones? La investigación que nos permitió explorar estas reflexiones consistió en el estudio, a partir de dos aproximaciones distintas, del trabajo en el sector informal. Por un lado, utilizamos análisis factorial confirmatorio para estudiar la relación entre estructura social, condiciones de vida y funcionamiento psicológico. Por otro, con la participación de los trabajadores en la recuperación crítica de su historia laboral y en la discusión de sus testimonios y los análisis sobre éstos, investigamos cómo algunos de nosotros entendemos, comunicamos y reaccionamos ante nuestras condiciones de trabajo. 11


DOSSIER • Roberto Gutierrez

Michael Burawoy (1998, p.12) sugiere la posibilidad de combinar las dos aproximaciones: “sociology's distinction its disciplinary calling in the information age- lies in rejecting scientific monotheism in favor of a duality of scientific models that portends a mutually enriching, reciprocal engagement of positive and reflexive science.” Explorar esta posibilidad y los límites del esfuerzo por combinar perspectivas es el objetivo de este texto. Este ensayo es un estudio de caso que ilustra la responsabilidad del científico cuya investigación es una actividad tanto política, ética y moral, como técnica. El científico es responsable de escoger una metodología de investigación que determinará cómo serán revelados los fenómenos que ha decidido estudiar y cuáles serán las consecuencias del conocimiento obtenido. El método condiciona el conocimiento. A su vez, la escogencia de una metodología está relacionada con los supuestos que se tiene sobre la naturaleza del ser humano y su realidad social. El estar conscientes de estas relaciones es fundamental para la labor de un investigador que quiera colaborar en la construcción de una sociedad diferente.

Antecedentes de la investigación La investigación sobre las condiciones laborales en el sector informal constituyó una tesis de grado para el título de doctor en sociología. Desde el momento en que comencé a escribir la propuesta de tesis, hasta que fue aprobada como disertación, tres transcurrieron. Antes de comenzar la investigación ya había sido impactado por ciertas características de la ortodoxia académica norteamericana. Por ejemplo, me sorprendió el papel de la sociología dentro de la sociedad y la academia estadounidense. Lejos del rol emancipatorio con el cual se asoció la sociología en Latinoamérica durante los años 60 y 70, la sociología en Estados Unidos tiene un papel menos contestatario y muchos de sus practicantes, siguiendo una división del trabajo bastante marcada, dejan en manos ajenas los proyectos políticos de cambio social. “¿A quién sirven mis investigaciones?”, no ha sido una pregunta central para muchos sociólogos norteamericanos. Aunque existen corrientes alternativas, en el grueso de las investigaciones se privilegia la separación entre sujeto y objeto. Con este marco general y situado en un departamento académico pequeño y tradicional, emprendí mi investigación. Nunca dudé en estudiar un tema colombiano y quise usar diferentes metodologías para aprender sobre éstas. Al no tener una licenciatura en sociología era más fácil aceptar mi ignorancia en muchos temas y poder 12

manifestar mi interés por aprender. Tenía la esperanza de poder combinar distintas metodologías para aumentar las posibilidades de comprender y explicar nuestra realidad. Ahora exploro si la combinación fue fructífera o si es más realista decir que realicé dos investigaciones sobre dos dimensiones diferentes del mismo fenómeno.

La investigación en sí

La perspectiva tradicional Decidí estudiar las condiciones laborales en el sector informal desde dos perspectivas distintas. La primera tuvo origen en un grupo de investigaciones sobre la relación entre estructura social, condiciones laborales y características psicológicas individuales. Estos estudios hacen uso extensivo de métodos cuantitativos para el análisis de encuestas. Por mi parte, adapté el cuestionario original e incluí nuevas preguntas pertinentes para el contexto colombiano. Con esta encuesta recolecté información sobre la posición de los trabajadores en la estructura de clases y en la estratificación social, sobre sus condiciones laborales y otras condiciones de vida, y sobre algunas dimensiones de su psicología. Para las variables psicológicas y algunas variables laborales construí modelos de medición, primero con un análisis factorial exploratorio y luego con la técnica del análisis factorial confirmatorio. Con estos modelos estadísticos exploré las relaciones, previstas por la teoría, entre posición en la estructura social, condiciones laborales y personalidad del trabajador (Gutiérrez, 1995/1996). Un paso adicional fue corroborar algunos de los hallazgos de las investigaciones originales realizadas en países industrializados. En resumen, con base en el análisis cuantitativo de una encuesta a ciento ochenta trabajadores colombianos, observé el notorio efecto psicológico de tres condiciones laborales (la complejidad, la rutina y la supervisión de un trabajo). Aquellas personas cuyos trabajos son más complejos, menos rutinarios y supervisados a distancia, exhiben -en promedio- mayor bienestar psicológico. Los trabajos con estas características están, por lo general, reservados a los trabajadores que ocupan las posiciones más privilegiadas en la estructura social (i.e. clases sociales aventajadas o altas posiciones en la estratificación social). Por otro lado, la misma ocupación en el sector formal de la economía colombiana es más compleja y menos rutinaria que una ocupación similar en el sector informal. Estos resultados sugieren el diseño de trabajos complejos, variados y supervisados a distancia. Igual advierten sobre


En busca del diálogo y la transformación: consecuencias de los supuestos detrás de la investigación social

las desfavorables condiciones laborales que caracterizan el trabajo de las pequeñas unidades productivas. Esta perspectiva de investigación no se apartó de lo que preví: hubo una clara separación mía, sujeto de la investigación, de los trabajadores objeto de ésta. La confiabilidad y validez del conocimiento que generé está circunscrita a ciertos aspectos del trabajo en el sector informal. Para garantizar esta confiabilidad y validez fue necesario definir y delimitar con precisión los fenómenos que quería estudiar (e.g. las condiciones laborales, el apoyo social). Dejé de lado, en esta perspectiva, aquellos aspectos que escapaban a una precisa aprehensión. Las posibles consecuencias de los hallazgos de esta parte de la investigación son variadas. Puede ser que la complejidad, la rutina y la supervisión sean consideradas en el momento de diseñar puestos de trabajo; pero los mismos resultados también pueden ser utilizados, por ejemplo al promover la meritocracia, para justificar el estado actual de las cosas. Como investigador tuve el control de lo que se hacía y producía. La concentración del poder y el pasivo distanciamiento de la gente, presente en este tipo de producción de conocimiento, se da en muchas otras esferas productivas. ¿Es útil este conocimiento? ¿A quién sirve? ¿Cuál es la historia del impacto que ha tenido un conocimiento similar? Los resultados de mi manipulación de los datos, en calidad de experto alejado de la realidad de los trabajadores, pueden ser nocivos para algunos de ellos y -cuando menos- contribuyen a trasladar la responsabilidad de un mayor bienestar psicológico a quienes diseñan los trabajos que otros han de soportar.

Una perspectiva alternativa La segunda perspectiva de estudio partió de la decisión de profundizar en la interacción con un grupo de los 180 trabajadores encuestados. Escogí a 14 trabajadores del sector informal con características especiales (e.g. profesoras sin título de bachiller, trabajadores subcontratados por el Estado, artesanas vinculadas con el sector informal rural) y realicé largas entrevistas con cada uno de ellos. Intenté averiguar por la complejidad de sus trabajos, su supervisión y lo rutinarios que eran. Pronto comprendí que no podría, como en la investigación original, establecer relaciones entre estas condiciones laborales y el funcionamiento psicológico de los trabajadores. Decidí entonces aprovechar de la mejor manera las fortalezas del método de entrevistas en profundidad. Dejé de concentrarme en relaciones entre variables para tratar de entender significados. En cada entrevista recogí la historia laboral del trabajador, su

definición de la actividad que realizaba, el significado que ésta tenía para él o ella, y una evaluación personal de sus condiciones laborales. Una vez transcritas las entrevistas, procedí a codificarlas y a buscar algunos patrones en aquellos temas que me interesaban. En estas entrevistas aparecieron diferencias de género sustanciales en cuanto al significado que el trabajo tiene para cada quien, y los conflictos entre los roles de unos y otros. Además, fue visible la gran movilidad laboral de los trabajadores en el sector informal, lo limitado de sus redes sociales de apoyo y sus pocas oportunidades de mejores ocupaciones (por ejemplo, el tiempo es un recurso muy escaso para dedicarlo a capacitación o a buscar un mejor trabajo). Esta segunda perspectiva de estudio poco interesó a mis asesores de tesis, apenas conocedores de las metodologías cualitativas. Sin criterios afinados para evaluar el rigor y la calidad de este tipo de investigación, incluirlo con el estudio cuantitativo fue mi decisión. Era mi problema si quería acortar la distancia entre sujeto y objeto de estudio. Era mi problema asomarme a la complejidad de la realidad cotidiana y correr el riesgo de sucumbir ante ésta. Dejaba la cómoda posición de ser quien elige e impone unos conceptos para estar en el nivel de los trabajadores que tratan de entender su situación laboral a partir de sus experiencias. Las recompensas de este enfoque alternativo no se hicieron esperar: pude acercarme al ser de los trabajadores, escuchar sus historias y su visión del mundo, y aprender de sus perspectivas. Los beneficiarios de este tipo de investigación han sido los mismos trabajadores. Los efectos aparecieron desde el momento de acopio de los testimonios y continúan hoy con las reacciones a los análisis de las vidas laborales de cada uno. Si la perspectiva tradicional me dió el título de doctor, la perspectiva alternativa me dió la satisfacción personal de conocer a un grupo admirable de trabajadores. El primer enfoque utilizado, ejemplo de ciencia positivista, poco ha contribuido a cambiar la realidad social de los colombianos que trabajan en el sector informal, a pesar de ser un análisis de clase sobre un tema importante. El segundo enfoque, ejemplo de ciencia interpretativa, ha podido ir más allá: la recuperación crítica de las historias laborales y su devolución sistemática a los trabajadores han afectado, en distinta medida, a quienes hemos estado involucrados en la investigación.

Los intentos por combinar ambas perspectivas Antes de iniciar el proyecto, en mi inexperiencia, creía sencillo combinar las dos perspectivas descritas. Solo ahora, 13


DOSSIER • Roberto Gutierrez

bastante tiempo después, comprendo la dificultad de realizar una integración en mi investigación sobre condiciones laborales. Lo cuantitativo y lo cualitativo responden a diferentes interrogantes, utilizan categorías analíticas distintas, exploran diferentes patrones de interrelaciones, conllevan una relación distinta entre los involucrados en la investigación, y sirven para diferentes propósitos y a personas distintas. En forma breve ilustraré cada una de estas diferencias con el estudio de las condiciones laborales desde las dos perspectivas escogidas para ello. La primera gran diferencia entre las dos metodologías de investigación está en el tipo de preguntas que se plantean. Hay una gran distancia entre las siguientes preguntas: ¿Cuál es la relación entre la estructura social, las condiciones laborales y el bienestar psicológico? ¿Cómo entendemos, comunicamos y reaccionamos ante nuestras condiciones de trabajo?

La primera pregunta presupone unas relaciones causales entre el comportamiento humano y el contexto social. El mundo social es algo real y externo que afecta a cada quien de acuerdo a sus circunstancias. En la segunda pregunta, en cambio, ese mundo social está compuesto por una red de significados subjetivos detrás de las acciones regulares. Los seres humanos, en esta última concepción del mundo, interpretan su medio y orientan sus acciones de maneras significativas para ellos; buscan dilucidar significados antes que determinar causalidades. Para abordar la primera pregunta está la ciencia positiva y surge con ella una teoría del aprendizaje social. Las dimensiones de la estructura social (e.g. la estructura de clases y los estratos sociales), de las condiciones de trabajo (e.g. las presiones, la autodirección, la posición en la estructura organizacional, los riesgos y las recompensas), y las dimensiones del funcionamiento psicológico (e.g. autoestima, ansiedad, confianza en los demás, receptividad al cambio), son algunas de las categorías analíticas utilizadas para responder a la pregunta por la relación entre los tres conceptos generales. Una vez operacionalizados los conceptos se busca la mayor precisión posible en la medición. La segunda pregunta apunta a descubrir relaciones simbólicas, a entender los patrones del discurso simbólico de los trabajadores. La atención se centra en los roles, en los rótulos, los mitos y las rutinas para poder desarrollar una teoría de la acción social. La realidad no está definida por reglas, sino por un sistema de acciones con significado que aparece ante los observadores externos como reglas. 14

El mismo enunciado de las preguntas connota unas relaciones distintas entre los involucrados en la investigación. Como mencioné en la descripción inicial de las dos perspectivas, la aproximación cuantitativa impone una separación tajante entre sujeto y objeto de la investigación. El sujeto asume el rol de experto, es el responsable de generar y transmitir el conocimiento, es quien define las alternativas de acción y quien impone su visión a lo largo de todo el proceso. Los investigados son considerados seres pasivos, y serán quienes al cabo del tiempo pueden sufrir el impacto de las alternativas planteadas por el investigador y puestas en práctica por un tercero, en favor de unos intereses que pueden ser los de cualquiera. Mientras tanto, en la aproximación cualitativa es posible reducir la distancia entre sujeto y objetos. La misma pregunta de investigación utiliza el plural porque el método exige la exploración conjunta. A mí, como sujeto de la investigación, ambas aproximaciones me afectaron de manera distinta: la investigación cuantitativa tuvo su mayor impacto en mis destrezas para manipular datos, mientras la investigación cualitativa me exigió reflexiones profundas sobre el significado de mi trabajo, las condiciones en que laboro, la relación de éstas con mis rasgos personales, y mi relación con los “objetos” en un contexto social. ¿Por qué son tan distintas las preguntas? ¿Tienen las diferencias entre las dos metodologías de investigación algo en común? Sí, todas ellas se originan en dos visiones distintas del mundo, en dos concepciones distintas de la naturaleza del mundo social y de la forma en que un investigador puede llegar a conocerlo. De ahí la dificultad de combinar estas dos perspectivas más allá de admitir que implican la observación del mismo fenómeno desde dos ángulos distintos.

Diferencias ontológicas y epistemológicas Hasta ahora he discutido los resultados de partir de dos concepciones distintas de lo que es el mundo social. Me detendré en describir estas y otras concepciones dentro del continuo de posiciones distintas sobre la naturaleza de las cosas y de los seres humanos. Cada una de estas concepciones es más o menos afín con diferentes maneras de entender el mundo y de comunicar este conocimiento a otros. Así mismo, existen formas más o menos adecuadas para investigar y obtener conocimiento sobre el mundo social de acuerdo con los supuestos ontológicos y con la posición epistemológica que se asuma. Burrell y Morgan (1979) distinguen cuatro tipos de supuestos presentes en la naturaleza de la ciencia social: supuestos ontológicos, supuestos acerca de la naturaleza humana,


En busca del diálogo y la transformación: consecuencias de los supuestos detrás de la investigación social

Figura: 1 Red de supuestos básicos que caracterizan al debate subjetivo-objetivo dentro de la ciencia social (tomado de Morgan y Smircich, 1980) Enfoques subjetivistas

Enfoques objetivistas

Supuestos ontológicos la realidad como una la realidad como una básicos proyección de la construcción social imaginación humana

la realidad como un espacio de discurso simbólico

la realidad como un campo contextual de información

la realidad como un proceso concreto

la realidad como una estructura concreta

el hombre como un procesador de información

el hombre como un ser adaptable

el hombre como un respondiente

Supuestos acerca de la naturaleza humana

el hombre como ser el hombre como un el hombre como un puramente espiritual, constructor social, actor, el usuario con conciencia el creador del símbolo del símbolo

Posición epistemológi-ca básica

obtener intuición fenomeno-lógica, revelación

entender cómo es creada la realidad social

entender los patrones delinear contextos del discurso simbólico

estudiar sistemas, construir una ciencia el proceso, el cambio positiva

Algunas metáforas favoritas

trascendental

juego de lenguaje, consumación, texto

teatro, cultura

cibernética

organismo

máquina

Métodos de investigación

exploración de la subjetividad pura

hermenéutica

análisis simbólico

análisis contextual de la “Gestalten”

análisis histórico

experimentos de laboratorio, encuestas

posiciones epistemológicas y métodos de investigación. Cada grupo de supuestos constituye un conjunto de posiciones que van desde un extremo donde predomina un enfoque objetivo hasta un enfoque que resalta la subjetividad en las ciencias sociales. El resumen que Morgan y Smircich (1980) proveen sobre estas posiciones aparece en la Figura1. Los supuestos sobre la esencia de los fenómenos bajo investigación van desde el realismo hasta el nominalismo. En el extremo realista, la realidad social es externa al individuo, es tangible y está compuesta por estructuras relativamente inmutables. La realidad existe sin importar que la conozcamos o no. El mundo social es tan concreto como el mundo natural. Mientras tanto, en el extremo nominalista, la realidad social es el producto de mentes individuales. No hay una estructura en el mundo social más allá de la conciencia individual. La realidad es una proyección de la imaginación humana. Los supuestos acerca de la naturaleza humana tratan sobre las relaciones entre los seres humanos y su medio ambiente. En un extremo, el determinismo concibe al ser humano y sus experiencias como productos del medio ambiente. Los humanos responden a los condicionamientos de sus circunstancias externas. En el otro, el voluntarismo sostiene que los humanos crean su ambiente y lo controlan. El tercer conjunto de supuestos, relacionado con la epistemología, está constituido por diversas posiciones

sobre cómo entendemos el mundo y cómo comunicamos este conocimiento a otros. El punto de partida del positivismo es que el conocimiento puede explicar y predecir lo que acontece en el mundo social al buscar sus regularidades y relaciones causales. Incrementar el conocimiento es, entonces, un proceso acumulativo. Por el contrario, el antipositivismo considera que el conocimiento es subjetivo y se basa en experiencias y descubrimientos de una naturaleza única y personal. El mundo social sólo puede ser entendido desde el punto de vista de quienes están involucrados en él. El último grupo de supuestos tiene que ver con las formas con las cuales investigamos y obtenemos conocimiento sobre el mundo social. En el extremo, en el análisis nomotético se utilizan protocolos y técnicas sistemáticas de recolección de la información para formular leyes generales que expliquen los patrones y regularidades de un fenómeno social. En el otro extremo, el análisis ideográfico busca comprender el mundo social a partir del conocimiento de primera mano del sujeto de investigación. Esta aproximación es histórica y hace énfasis en lo particular y único del fenómeno. Estos supuestos están interrelacionados en los distintos enfoques de la ciencia social. Es más, Burawoy (1998) advierte que cada enfoque tiene sus propios criterios de evaluación y es importante no confundirlos o combinarlos. 15


DOSSIER • Roberto Gutierrez

Cada una de las columnas en el cuadro 1 describe uno de estos enfoques. Pueden juzgarse la coherencia de un enfoque y los resultados de una investigación de acuerdo a los supuestos de los cuales parte, pero no es posible juzgar la validez de unos u otros supuestos. La ciencia, como la religión, parte de supuestos que no pueden ser probados. Morgan (1983) enumera cinco alternativas para cuando haya diversos conjuntos de supuestos en una situación. Descarta la opción de evaluar cada conjunto porque no existe un punto de vista independiente desde el cual hacerlo. Es posible, por el contrario, aceptar que cada conjunto tiene algo que ofrecer y -como Feyerabend (1975)- opinar que “cualquier idea aumenta nuestro conocimiento.” Existen otras tres alternativas a este relativismo y a una forzada evaluación: la síntesis, una aproximación contingente o una aproximación dialéctica. El problema con una síntesis es continuar con la búsqueda de un mejor conjunto de supuestos. Pero, igual, ¿quién puede juzgar que este nuevo conjunto es superior a cualquier otro? Las aproximaciones contingentes aceptan que no hay un mejor conjunto de supuestos y herramientas para investigar, aunque sí es posible juzgar sus bondades y limitaciones de acuerdo a lo útiles que sean para unos u otros intereses, en una situación determinada. Por último, supuestos diferentes pueden ser tratados dialécticamente. Esta aproximación no trata de eliminar la diversidad entre perspectivas sino de aprovecharla para construir un nuevo entendimiento del fenómeno investigado. Hasta el momento he intentado varias de estas alternativas para trabajar, a la vez, con los modelos cuantitativos y con las interpretaciones cualitativas del trabajo en el sector informal. Ya he dejado de intentar la síntesis entre ambas aproximaciones y considero fútil declarar la supremacía de una sobre otra. Reconozco los aportes de cada una y su utilidad dentro de ciertos contextos específicos. Lo que aún no he logrado es ir más allá de sus aportes individuales para obtener, mediante su combinación, una mejor comprensión y un nuevo modo de actuar frente al trabajo no regulado por la legislación laboral.

Diferencias metodológicas En mi investigación sobre las condiciones laborales en el sector informal no sólo hubo distintos métodos, sino que cada aproximación partió de diferentes supuestos sobre la naturaleza de la realidad social a investigar. Combinar lo cuantitativo con lo cualitativo en este caso no resultó sinérgico. Cada metodología trató sobre una dimensión del fenómeno, pero no contribuyó a la comprensión de la otra dimensión explorada por la otra metodología. 16

¿Existen casos en que sea fructífera la integración de métodos? Sí lo creo: es necesario, sin embargo, utilizar los distintos métodos para tratar la misma dimensión del fenómeno, para responder a la misma pregunta. No basta con estudiar el mismo fenómeno; es necesario considerar el mismo interrogante sobre el fenómeno en cuestión. Es el caso de la triangulación, el uso de distintas aproximaciones a una sola pregunta de investigación. Aunque la clave en la triangulación es el uso de métodos y medidas distintas que no compartan los mismos sesgos, métodos muy diferentes pueden ser más apropiados para distintos tipos de interrogantes. De ser así, al usar estos métodos diferentes para abordar una misma pregunta se sacrifica parte del potencial de las metodologías que se ajustan mejor a otro tipo de interrogantes. Es posible, dentro de la visión más objetivista de la realidad social, combinar metodologías cualitativas y cuantitativas. La comprensión de los fenómenos así estudiados será mayor, aún cuando los métodos cualitativos no sean utilizados en todo su potencial. De igual manera, una visión subjetivista puede utilizar limitados métodos cuantitativos para complementar los hallazgos de las metodologías cualitativas más apropiadas para el estudio de ese fenómeno social. Sin embargo, como advierte Burawoy (1998, p.18): “we may combine methods, but that does not translate into choosing methods according to the problem at hand.” Y agrega: Our commitments to positive or reflexive science occur before and indeed govern the choice and definition of problems. We may change the topics of investigation, the questions we pose, even the theoretical frameworks we use, but we rarely change our reflexive or positive convictions.

Implicaciones de las diferencias ontológicas Las diferencias entre supuestos sobre la naturaleza del mundo social y sobre los seres humanos generan diferencias en la manera de aproximarse a los fenómenos y en los métodos utilizados para generar conocimiento acerca de éstos. Un conjunto de supuestos permite arribar a cierto conocimiento que no es posible obtener si uno parte de un conjunto distinto. Diferentes supuestos promueven distintos tipos de interacción que, a su vez, generan distintos tipos de conocimiento. Para poner un ejemplo sencillo: mi interacción con una manzana puede ser a través de cualquiera de mis sentidos (aunque sea difícil escuchar una manzana), y cada una de estas interacciones proporciona


En busca del diálogo y la transformación: consecuencias de los supuestos detrás de la investigación social

un conocimiento distinto e incompleto. Además, en ocasiones, una interacción impide que existan otras interacciones (una vez nos comamos la manzana no podemos ver su forma original): en un momento dado del tiempo, cierto conocimiento (e.g. el sabor) precluye otro tipo de conocimiento (e.g. el color y la forma). La luz puede estudiarse como partícula o como onda, pero no como ambas a la vez. Las ideas que tengamos sobre un sujeto condicionan nuestra interacción con éste y guían lo que observamos del mismo. Según Heisenberg (1958), el científico no genera conocimiento sobre el mundo sino sobre su interacción con ese mundo, y los hallazgos de la ciencia dicen tanto del científico como del fenómeno investigado. Dado que uno escoge lo que quiere conocer, es responsabilidad del investigador decidir cómo será revelado un fenómeno y cuáles serán las consecuencias de ese conocimiento. Como existen múltiples conocimientos posibles, la ciencia es la realización de algunas de estas posibilidades. Los distintos logros de unos y otros científicos los dividen, al menos, en escuelas de pensamiento. ¿Vale la pena reproducir los diferentes logros o entender de dónde surgen éstos? ¿No sería útil tener conciencia de qué es lo que hacemos, por qué lo hacemos y cómo lo podríamos hacer de forma distinta? Esta conciencia permite, entre otras, apreciar los méritos y el significado de los distintos puntos de vista. El énfasis, entonces, deja de estar en una evaluación que descalifica aquello que no se ajusta a los supuestos de partida. Investigar, por lo tanto, es un proceso humano en el cual participan los valores, la moral y las ideas individuales. No es un proceso técnico neutral. El investigador construye el conocimiento, no lo descubre. Es más que un funcionario técnico; de ahí su inescapable responsabilidad para con la forma y las consecuencias de las investigaciones. Una investigación puede, entre otras, explicar hechos empíricos, ayudar en la comprensión de significados, guiar la acción, contribuir con conocimiento crítico y emancipatorio, revelar vínculos entre la realidad cotidiana y la lógica estructural que reproduce esta realidad, y promover ciertos intereses políticos. El científico escoge, consciente o inconscientemente, una metodología; el conocimiento que con ella se produzca favorecerá unos intereses. ¿Cuál es el conocimiento que queremos y necesitamos? ¿A quién beneficia este conocimiento? En Colombia los investigadores podemos o no favorecer los intereses de los privilegiados. Tenemos, eso sí, una responsabilidad con quienes nunca han tenido voz. Dentro de varias opciones podemos escoger entre una ciencia

positiva que puede llegar a deshumanizar y mantener el control en quien ya lo tiene, o una ciencia reflexiva que apunte a restituir en los individuos su capacidad de ser responsables por y de controlar su propia vida. No se puede negar la dimensión ideológica de la actividad investigativa. Durante los últimos treinta años una ciencia propia autónoma ha ido consolidándose en los países periféricos. Sus aportes al conocimiento de la realidad cultural y humana de la periferia son innegables. Sin embargo, la crisis de nuestras sociedades se profundiza. Los distintos tipos de discriminación, las enormes inequidades y el deterioro ambiental se perpetúan a pesar de “nuestra” ciencia. Pretender resolver nuestros problemas con los conocimientos de las ciencias sociales es ignorar lo acontecido en este siglo. “El sujeto actúa sobre la verdad, pero la verdad ha dejado de actuar sobre el sujeto” (Foucault, 1994, p. 41). ¿En qué fundar, entonces, una esperanza? Gadamer (1975) sostiene que la investigación nos forma y transforma como seres humanos. Los supuestos moldean lo que somos, condicionan nuestras relaciones. Retarlos y cambiarlos nos afecta como individuos y transforma la sociedad. No se trata de trazar un plan para convertirnos en seres sensibles a las injusticias. Ello, como afirma Krishnamurti (1996), tan sólo sería una muestra adicional de nuestra necedad. Sí es necesario entender cuáles son los supuestos en los cuales se funda nuestro actuar. Esta conciencia inicia nuestra transformación. Tal vez el mayor beneficio que obtuve del trabajo de investigación sobre las condiciones laborales de ciertos trabajadores fue comprender cuáles supuestos estaban detrás de las metodologías que utilicé y las implicaciones de los caminos escogidos. Fue importante adquirir experiencia con el uso de distintas herramientas y aproximaciones mientras podía observar su potencial y limitaciones. Las investigaciones que ahora desarrollo se han beneficiado de la conciencia que he adquirido del camino recorrido.

A manera de conclusión La primera característica que destaqué sobre mi investigación de las condiciones laborales en el sector informal fue la utilización de dos metodologías distintas para su estudio. Detrás de esta diferencia formal y visible hay dos tipos distintos de preguntas de investigación y, más importante aún, dos visiones del mundo, cada una basada en un conjunto diferente de supuestos. Partir de dos visiones diferentes del mundo dificulta la integración de aquellas aproximaciones metodológicas que 17


DOSSIER • Roberto Gutierrez

se ajustan a cada una de esas visiones. En estos casos, los métodos ayudan a construir conocimiento de diferentes dimensiones de la realidad social. Para volver a un ejemplo del mundo natural, se tendrá conocimiento del sabor de una manzana, pero éste nada aportará al conocimiento de la forma y el color de la fruta; son dos dimensiones distintas y el investigador usa diferentes métodos para construir conocimiento sobre cada una de ellas. Los resultados de las aproximaciones no se integran porque cada una responde a una pregunta de investigación distinta. Una fructífera combinación surge cuando se utilizan diferentes métodos en la investigación de la misma pregunta, aunque ello implica sacrificar parte del potencial de alguna de las aproximaciones metodológicas. Integrar perspectivas sobre diferentes aspectos de un fenómeno es más un ideal que una realidad. Los supuestos personales privilegian el estudio de unas dimensiones sociales en detrimento de otras. Distintos supuestos permiten producir diferentes conocimientos. Decidir cuáles son los conocimientos que quiere producir es responsabilidad del investigador. Hacer explícitas las consecuencias sociales de su decisión es un deber fundamental, más, si se trata de investigaciones en sociedades periféricas donde, dadas las realidades sociales, son inaceptables la indiferencia y la perpetuación de estas condiciones.

Bibliográfía Burawoy, M. (1998). Critical Sociology:A Dialogue Between Two Sciences. Contemporary Sociology, 27, 12-20. Burrell, G., Gareth M. (1979). Sociological Paradigms and Organizational Analysis. London: Heinemann Educational Books.

18

Feyerabend, P. (1975).Against Method. London: New Left Books. Foucault, M. (1994).Hermenéutica del sujeto. Madrid: Ediciones de la Piqueta. Gadamer, H. (1975). Truth and Method. New York: Seabury. Gutiérrez, R. (1995). Unregulated Work and Its Effects on Personality: An Inquiry into the Impact of Social Structure. Baltimore: Ph.D. dissertation, Dept. of Sociology, The Johns Hopkins University. Gutiérrez, R. (1996). Algunos efectos psicológicos de trabajar en el sector informal. Coyuntura Social, 15, 173-193. Heisenberg, W. (1958). Physics and Philosophy. New York: Harper Brothers. Krishnamurti, J. (1996). Pensando en esas cosas: el propósito de la educación. Medellín: Editorial Colina. Morgan, G. (1983). Beyond Method: Strategies for Social Research. Newbury Park, CA: Sage Publications, Inc. Morgan, G., Smircich, L. (1980). Acerca de la investigación cualitativa. Academy of Management Review, 5, 4, 491500. (traducción de Celia Spraggon Hernández).


Revista de Estudios Sociales, no. 17, febrero de 2004, 19-31.

GÉNERO, VIOLENCIA INTRAFAMILIAR E INTERVENCIÓN PÚBLICA EN COLOMBIA Javier Pineda Duque* / Luisa Otero Peña**

Resumen Colombia ha experimentado una creciente violencia, militarización y violación de los derechos humanos. La construcción cultural de las identidades ha estado afectada por una amplia violencia en el campo de lo doméstico, la cual se superpone con otras expresiones políticas y sociales de violencia. La respuesta reciente del Estado ha buscado, a través de mecanismos de protección y conciliación, reducir la violación de los derechos humanos en la esfera de la vida doméstica evitando la judicialización y penalización de los conflictos. Este artículo presenta resultados de las dificultades de esta respuesta, no sólo por extender la conciliación a casos de violación de derechos humanos, sino también por la escasa consideración a los patrones culturales y las identidades de género en el contexto de la violencia intrafamiliar. El estudio explora los discursos de agresores y víctimas a través de entrevistas separadas. Cualquier intervención se encuentra limitada, no sólo por la gran demanda y el modelo de atención adoptado, sino también por los valores e imágenes culturales de las autoridades, que hacen problemática la intervención, toda vez que se trata de violencia en la vida privada. La investigación es llevada a cabo en Bogotá por un grupo interdisciplinario de género mixto, a través de una amplia muestra de expedientes en comisarías de familia, y por medio de entrevistas personales, para valorar la efectividad de los procesos de conciliación y protección en el marco de la Ley contra la Violencia Intrafamiliar.

Palabras clave: Violencia, género, masculinidades, conciliación en familia, violencia intrafamiliar, negociación en los hogares.

Abstract Colombia today is a country of increasing violence, militarization and human rights abuse. The cultural construction of identities here has been shaped by widespread domestic violence, which overlaps with other expressions of social and political violence. The recent state response has sought through mechanisms of protection and conciliation to end the

*

Economista - Universidad del Valle, PhD - Universidad de Durham UK. Director CIJUS, Universidad de los Andes. ** Magíster en Antropología Social de la Universidad Iberoamericana de México, investigadora CIJUS, Universidad de los Andes.

violation of human rights in the sphere of domestic life without involving the family in penal processes. This article reports findings of the problematic of this response, which is grounded not only on working through conciliation in cases of human rights abuse but also on a lack of consideration of the gender identities and cultural constructions surrounding domestic violence. Any intervention by the authorities is critical not only by the overwhelming demand but by their own perceptions, values and cultural images which render intervention problematic as interpersonal violence takes place in private life. The research is being conducted in Bogotá through a sample from cases of family conflicts brought to Family Commissaries Offices and through personal interviews. The aim is to assess the effectiveness of the protection and conciliation processes of the Law against Domestic Violence.

Key words: Violence, gender, masculinities, family conciliation, family violence, home negotiations

Colombia ha sido caracterizada como uno de los países más violentos del mundo, fenómeno cuyas dimensiones ha hecho aparecer un importante número de estudios y un amplio debate que se ha centrado en el análisis de la violencia generada por el conflicto armado. La violencia doméstica es un fenómeno de más reciente consideración pública y académica en el país. Los 'actores armados' en casa, han sido poco considerados en lo que se ha denominado los estudios sobre la violencia. La violencia doméstica, al igual que la política, tiene importantes características desde la dimensión conceptual de género. Una de ellas parte del hecho que la violencia es primordialmente ejercida por hombres, lo cual se constituye en elemento de intersección entre las diferentes expresiones de violencia. Los hombres son los principales perpetradores de la violencia, y, en el campo de lo público, sus principales víctimas. Según un estudio del Banco Mundial (2002), la probabilidad de ser víctima de homicidio para los varones colombianos en edades entre 15 y 35 años fue quince veces superior a la de las mujeres de la misma cohorte. Aunque el número de víctimas disminuye con el incremento de la edad, las brechas de género persisten. Por su parte, la violencia ejercida por hombres contra sus parejas en relaciones heterosexuales sigue siendo un fenómeno amplio. En la última década, varias encuestas a mujeres en algún tipo de unión conyugal han establecido que entre el 33 y 37% ha sufrido algún tipo de violencia verbal, y entre un 19.3 y 39.5%, violencia física. 19


DOSSIER • Javier Pineda Duque / Luisa Otero Peña

Las expresiones de violencia están relacionadas con ideas de lo que significa ser hombre o mujer en cada contexto específico, en nociones que confieren determinados derechos a unos y a otras para el ejercicio del poder y en las consecuencias violentas que dicho ejercicio implica. Los hombres como hombres, con identidades de género, se articulan en jerarquías de poder donde no todos son privilegiados o contra quienes se discrimina de la misma forma, en una diversidad de elementos culturales, raciales, de clase, etc., que articulan las diferentes definiciones y usos de la violencia (Hearn, 1997; Greig, 2002). Hombres y mujeres, niños y niñas, experimentan formas de violencia basadas en género. No obstante, este tipo de violencia es predominantemente ejercido por hombres contra mujeres, niños y niñas, contra otros hombres y contra sí mismos: en el abuso infantil, la escuela, la guerra o el hogar. El carácter de género de los conflictos violentos en Colombia ha sido recientemente explorado en el campo de la violencia doméstica (Rico de Alonso et al., 1999; Galvis, 2001; Zambrano, 2001; Rubiano et al., 2003;), e igualmente, con mayor intensidad, en el campo del conflicto armado (Rojas y Caro, 2002; Mazo, 2001; Velásquez, 2001; Pino, 2002; Meertens, 1995/97/98 y 2000 ; Tuft, 2001; Grupo Mujer y Sociedad et al., 2001; Estrada et al., 2003). Durante la década de 1980, crecientes organizaciones de mujeres iniciaron un amplio reconocimiento del fenómeno de violencia intrafamiliar en Colombia, acompañadas por la importancia que el tema presentó en las agendas y conferencias de los organismos multilaterales de cooperación. Durante los años noventa, con la nueva Constitución de 1991 y la ratificación de convenios internacionales en la materia por parte del Estado colombiano, se inició un conjunto de reformas normativas y del Estado, a fin de intervenir en la problemática, abriendo de manera clara la negociación de concepciones de lo público y lo privado y creando campos de acción para la protección de derechos humanos en lo doméstico. No obstante, dado lo reciente de las normas y de la intervención pública, el debate sobre el alcance y características de dicha normatividad e intervención apenas se abre. El presente artículo busca contribuir al entendimiento de la violencia doméstica en Colombia. Se exploran las identidades masculinas y femeninas presentes en los casos de violencia con el propósito de mostrar cómo el modelo de intervención del Estado en este campo es limitado. Se presentan algunos de los resultados de una investigación de campo basada en información cuantitativa y cualitativa a partir de la revisión de una muestra de expedientes en cuatro comisarías de familia en Bogotá y entrevistas 20

realizadas en forma separada a parejas involucradas en procesos de violencia intrafamiliar. El artículo inicia con una breve mención del marco de la teoría de la negociación de los hogares, el cual permite incorporar las valoraciones y representaciones de género como parte de los aspectos que juegan en la negociación. Luego se revisarán los elementos socioeconómicos que inciden en el poder de negociación de los miembros adultos del hogar en conflicto, tal como estos se presentaron en los usuarios entrevistados en comisarías de familia en Bogotá. En la cuarta sección, se analizan las representaciones masculinas de la violencia intrafamiliar y en la quinta la intervención del Estado a través de las comisarías y su alcance e incidencia en los procesos de negociación en los hogares. Finalmente se presenta cómo, tanto la conciliación como las medidas de protección establecidas por la Ley, presentan severas limitaciones, ya sea en la intervención ya en su alcance para prevenir y restablecer los derechos de las víctimas de violencia. A la luz de este análisis se concluye con algunas ideas sobre violencia e identidades de género.

Violencia intrafamiliar y poder de negociación Las demandas interpuestas ante autoridades públicas y la intervención del Estado en los hechos de violencia intrafamiliar, constituyen un momento de renegociación de las relaciones de poder entre las parejas o los miembros adultos involucrados, bien para generar rompimientos o para cooperar bajo condiciones diferentes. Dicho proceso de negociación puede ser alterado en una u otra dirección por los actores involucrados y, especialmente, por la autoridad de justicia. No obstante, tanto en las relaciones de poder en el hogar, como en la intervención de las autoridades, las identidades de género juegan un papel importante en la forma de asumir la violencia y en la conducción de los conflictos. La intervención del Estado, vista en este estudio a través de las comisarías de familia en Bogotá, configura un momento de redefinición y es uno de los elementos que incide en éste, a través del castigo a los delitos de origen familiar, la protección de las víctimas y los acuerdos y compromisos que frente a la prevención de hechos de violencia asuman las partes. La acción del Estado opera directamente sobre aspectos relacionales de las parejas que afectan las capacidades para el ejercicio del poder, como son los aspectos económicos de subsistencia, la movilidad, la custodia de los hijos, etc. Igualmente, esta intervención altera las relaciones en los hogares, no solamente a partir


Género, violencia intrafamiliar e intervención pública en Colombia

de las decisiones de protección y/o acuerdos conciliatorios, sino también a partir de los elementos implícitos y simbólicos de dicha intervención, como son las representaciones e identidades de los propios conciliadores, el acercamiento a un nuevo lenguaje, la presencia de la autoridad y la nueva auto-percepción de los actores. La eliminación y prevención de la violencia intrafamiliar a partir de la renegociación de las relaciones entre los miembros de las familias, está dada también por la dinámica y estructura misma de aquellos elementos que van más allá de la intervención pública. Estos se refieren a los valores y representaciones socialmente prevalecientes, la inserción de los miembros en los mercados laborales, la presencia de redes familiares y sociales, y los niveles de vulnerabilidad y pobreza de los hogares y sus miembros. Este marco de análisis no pretende proveer una visión completa que dé cuenta de la complejidad de las relaciones violentas en los hogares y del proceso dinámico de la realidad y de la intervención pública. No obstante, se considera que los valores y representaciones de género hacen parte de un modelo de negociación en los hogares (Sen, 1990) y sus desarrollos desde el pensamiento feminista, que brinda conceptos básicos y permite un mejor entendimiento social de las relaciones violentas y de poder en los hogares. Los enfoques de la negociación han sido construidos con base en la crítica a los modelos unitarios de las decisiones en el interior de los hogares dentro de las teorías de la economía doméstica o del hogar (Becker, 1965). Estas últimas consideran a los hogares como unidades de intereses donde un 'dictador benevolente' busca el bienestar del hogar en su conjunto, haciendo abstracción de la asimetría de posibilidades y capacidades de sus miembros. Los enfoques de la negociación se basan en el argumento común de la necesidad de preguntarse qué sucede en los hogares y examinar las relaciones de poder y los procesos de toma de decisiones dentro de ellos. Se asume que los miembros de un hogar no necesariamente comparten los mismos intereses, que los recursos no son distribuidos equitativamente entre ellos y que esto es fuente implícita de conflictos. De la misma forma se asume que las personas constituyen un hogar porque esto les favorece, les otorga ciertas ventajas y permite su realización personal, pero así mismo, pueden dejar ese hogar si se presentan mayores ventajas en hacerlo. Amartya Sen (1990) va más allá de estos postulados básicos para argumentar que los modelos tradicionales del enfoque de la negociación presentan límites para explicar la percepción de los intereses y la contribución de los miembros en un hogar. Para él, las identidades y

normas sociales de género influyen y moldean las oportunidades y escogencias de las personas, dentro y fuera de los hogares, estableciendo así un puente decisivo para acercar este enfoque a las perspectivas de género en el estudio de los hogares. Sen enfatiza la existencia simultánea de elementos de cooperación y conflicto dentro de los hogares. Asume que la cooperación tiende a ocurrir si las ganancias de ella son mayores que las de la separación, y que los procesos de negociación determinan cómo las ganancias de esta cooperación son distribuidas entre los miembros del hogar. Los miembros con el mayor poder de negociación presentan una probabilidad más alta de obtener mejores resultados y ese poder se relaciona en forma positiva con el mínimo nivel de bienestar (o posición de rompimiento) del que los miembros individualmente considerados gozarían, incluso si la cooperación no se presentara o se diera un rompimiento. El poder de negociación de los diferentes miembros de un hogar depende de: (1) su posición de rompimiento, (2) el valor percibido de su contribución, (3) la percepción de sus intereses, y (4) su habilidad de ejercer la coerción, la amenaza y usar la violencia. Una de las limitaciones generales que ha sido señalada en los modelos de negociación es que estos son orientados hacia el entendimiento de los resultados de la negociación y no consideran debidamente los procesos mismos de negociación. Este hecho le resta capacidad explicativa a los procesos de conflicto y cooperación, como también a la forma como la percepción de intereses y de la contribución de los distintos miembros del hogar, son definidos y negociados (Kabeer, 1995). De esta manera nuevos estudios han extendido el enfoque de la negociación más allá de los hogares para vincular sus interrelaciones con los ámbitos del mercado, la comunidad y el Estado, pero especialmente, para incorporar elementos cualitativos que puedan determinar el poder de negociación, tales como las normas y las percepciones sociales (Agarwal, 1997). La interrelación de los hogares con los servicios del Estado y, especialmente, con los servicios de justicia, afecta el poder de negociación en los hogares. El acceso a la justicia y el ejercicio de los derechos por parte de los miembros con menor poder de negociación se convierte en un espacio crítico para mejorar dicho poder y debilitar el ejercicio de la coerción, la amenaza y la violencia. No obstante, el alcance de la justicia opera en relación con los demás factores que inciden en el poder de negociación y la eliminación de las distintas expresiones de violencia en los hogares depende entonces de alterar el conjunto de elementos que inciden en ese poder de negociación. La 21


DOSSIER • Javier Pineda Duque / Luisa Otero Peña

violencia es un hecho que afecta profundamente el bienestar de las personas y, por tanto, el nivel mínimo en el cual están dispuestas a negociar. En tal sentido, el acceso a la justicia y la intervención de la autoridad pública afecta, no sólo el poder de negociación, sino también el alcance de éste para definir una posición de rompimiento, separación, o de cooperación - convivencia. Las decisiones que tomen las parejas en torno a los nuevos arreglos, bien sea para convivir o no, están dadas por su poder de negociación, es decir, por el nivel de bienestar que alcanzarían, la percepción de sus intereses, la capacidad de ejercicio de sus derechos, su inserción en los mercados, las redes de familiares, de amistad y apoyo, y los servicios que obtengan del Estado. El acceso a la justicia puede incidir, en mayor o menor medida, en estos elementos. Este artículo no incluye el análisis de todos los elementos que inciden en la violencia intrafamiliar. Se retomarán algunos elementos relevantes y aquellos relacionados con las percepciones y representaciones tanto de los hombres, quienes en su mayoría han ejercido la violencia como forma para conducir los arreglos familiares, como los correspondientes a las mujeres, en su gran mayoría víctimas y también participantes de las dinámicas de relaciones violentas.

Violencia, pobreza y justicia en lo doméstico Uno de los argumentos que aparece recurrentemente en la literatura sobre violencia doméstica o intrafamiliar es aquel que demuestra que este fenómeno no es exclusivo de hogares pobres, y por el contrario está presente en todas las clases y estratificaciones sociales. Si bien el argumento es válido, poca evidencia se ha establecido en Colombia para mostrar la forma como este tipo de violencia afecta de manera diferenciada a los distintos grupos socioeconómicos, y la forma como la pobreza incide en ésta. El Modelo de Stress Social, elaborado por la Organización Mundial de la Salud y adoptado por el Distrito hasta el 2002 (Fundación Gamma Idear, 2000), incorpora a los factores de riesgo de la violencia el estrés social, donde a su vez se incluye la 'secuencia de vidas sufridas' para denominar los problemas difíciles de resolver, derivados de la condición social, cultural o económica que datan de tiempo atrás, asociados con la pobreza. Si bien este modelo contribuye a entender los distintos factores que inciden en la violencia, es limitado para explicar la dinámica de las relaciones violentas entre los miembros del hogar, al igual que para analizar cómo estos factores se expresan de manera diferenciada entre los miembros en conflicto y cómo inciden en este. 22

Los usuarios de las comisarías de familia observadas provienen de estratos socioeconómicos bajos, conforme con las localidades de la ciudad a las cuales corresponden, aunque de manera marginal se presentan algunos casos de estratos medios profesionales. Para la generalidad de los usuarios de las comisarías de familia, la manera diferenciada como cada uno ha tenido acceso a la educación y como se ha insertado a los mercados de trabajo y, en consecuencia, las capacidades de acceder o no a ingresos y a relaciones de dependencia, incide claramente en las formas y los elementos de negociación en las audiencias de conciliación, compromiso y de medidas de protección. En este campo, el poder de negociación es fuertemente influido por la existencia o no de relaciones de dependencia económica, pero estas no necesariamente determinan los productos de la negociación. Cuando en el hogar existe un proveedor único o principal y éste ha sido el agresor, la determinación para llevar a un punto de rompimiento la relación durante la negociación es menguada, tanto por el riesgo inmediato de la caída drástica de medios de subsistencia, como por la utilización de esta herramienta por parte del proveedor y el efecto que ésta logra en la conducción y decisiones de las audiencias y la intervención de la comisaría. El nivel de vulnerabilidad en los miembros con dependencia económica, generalmente mujeres y niños, es mayor, disminuye su poder de negociación y convierte su subsistencia en objeto de negociación y conflicto. Un estudio que explora los efectos que tiene el funcionamiento de la justicia sobre la situación de las mujeres tras una separación, demuestra que un alto porcentaje de los hogares femeninos empeora su situación tras una ruptura familiar debido, entre otros factores, a que las cuotas se fijan a partir de lo que los demandados reportan como ingresos sin ningún tipo de certificación, y con baja consideración por las necesidades del hogar femenino (Zambrano, 2001). Además, se estima que más del 50% de los demandados no cumple con las cuotas. Dos aspectos resultaron relevantes en los testimonios de los informantes en su relación con los hechos de violencia intrafamiliar: inestabilidad y pérdida de empleo para los varones e incorporación de la mujer al mercado laboral. En el primer caso, en los contextos de pobreza de la gran mayoría de los usuarios de las comisarías observadas, las demandas realizadas hacia los hombres como proveedores del hogar se convierten usualmente en fuente de conflicto y violencia, tanto por las tensiones que la escasez genera en el hogar, como por las frustraciones que los hombres


Género, violencia intrafamiliar e intervención pública en Colombia

presentan ante una identidad masculina cuya función de proveedor es fuertemente afianzada y exigida socialmente. Aunque las limitaciones económicas se constituyan en detonadores de violencia en los hogares, no puede justificarse ni explicarse ésta a partir de aquéllas. El uso de la violencia constituye justamente formas de ejercicio de poder para acallar demandas que ponen en entredicho el cumplimiento de funciones socialmente prevalecientes. En otros términos, el hombre más responsable y con capacidad para cumplir su función de proveedor, no necesariamente resuelve el problema del ejercicio de poder y del uso de violencia, como lo muestran otros casos observados. En este punto, habría que prevenir, dada la concentración de las observaciones en población con mayores niveles de inestabilidad laboral y económica, que se puede caer en un prejuicio de clase al hacer especial énfasis en que sean precisamente hombres de clase trabajadora los que tengan una gran tendencia a actuar de manera violenta, aunque sí presenten mayores condiciones de riesgo. Lo que parece relevante, pero no generalizado, es que cuando los facilitadores de procesos de conciliación y operadores de justicia en la intermediación no consideran los elementos de poder y desigualdad de manera integral, la justicia parece contribuir a desgastarse como elemento no tangible que profundiza las condiciones de pobreza de los miembros más débiles en los procesos por violencia intrafamiliar. Así, si la justicia contribuye al alivio de la pobreza y de los pobres, igualmente puede exacerbarla. El otro hecho relevante es aquel relacionado con la incorporación de la mujer al mercado laboral; éste ha sido muy significativo durante las últimas décadas en Colombia y continua siendo un fenómeno que cambia las estructuras sociales y culturales de la sociedad y de la vida cotidiana de los hogares urbanos (Pineda, 2002). Se constituye así en fuente muy generalizada de conflicto y violencia intrafamiliar por los factores con los que está relacionado y que inciden en los arreglos familiares y las relaciones de género, como: mayor movilidad de la mujer y cobertura de nuevos espacios urbanos, autonomía económica, redistribución y/o sobrecarga de responsabilidades con el cuidado de niños y los oficios domésticos, apertura de expectativas y ampliación del círculo de relaciones sociales, etc. Estos elementos han incidido fuertemente en la necesidad de nuevos arreglos entre las parejas y como tal, son fuente común de conflictos y violencia en los hogares por dos factores fundamentales. Primero, por la resistencia de muchos hombres al cambio, debido a identidades basadas en un gran control sobre la mujer y bajo valor de la autonomía femenina, como en una estricta división del

trabajo en el hogar. Segundo, por las restricciones y demandas de tiempo que imponen sobre los adultos la ausencia de servicios comunales adecuados y las condiciones laborales y la vida urbana. En el contexto de pobreza, otro de los elementos que incide es el de los bienes patrimoniales que surgen, ó como fuente de conflicto, ó como fuente de poder para negociar. La vivienda, los negocios, los muebles, las herramientas y equipos o los vehículos, cuando los hay, suelen estar en disputa en un proceso de desalojo, separación o negociación después de un hecho de violencia intrafamiliar. La prolongación de conflictos y hechos de violencia entre parejas y hogares suele ir más allá de los acuerdos que logran las partes en procesos llevados en las comisarías de familia, hasta tanto la distribución y control de los bienes patrimoniales no estén totalmente resueltos y legitimados entre las partes. Incluso, se encontraron casos de parejas que, después de varios años de separación, presentaban hechos de violencia debido a la no resolución de la propiedad y el control patrimonial. Los altos niveles de congestión de la justicia civil, que en los últimos años tiene admisiones superiores a los 600.000 mil procesos anuales, la demora en los procesos, que se encuentran en un promedio de 2.5 años en la primera instancia y 4 años en la segunda (CSJ, 2002, p. 38), los costos de los litigios y la percepción de la justicia, hacen que los conflictos patrimoniales persistan por mucho tiempo o indefinidamente, y encuentren soluciones de hecho y arreglos a favor de alguna de las partes, con lo cual se convierten en fuente continua de violencia. La distribución de responsabilidades en el cuidado de los hijos y en las labores domésticas es usualmente tanto fuente de conflicto como objeto de renegociación entre las parejas. Es aquí donde se presencia aún una fuerte división del trabajo por género, según patrones históricos. No obstante, el surgimiento de responsabilidades en el hogar en el discurso de los entrevistados, suele ser más un argumento para controvertir y desaprobar al otro, que un elemento para ser redistribuido propiamente, dada la fuerte aceptación cultural de la división del trabajo que no suele ser cuestionada en lo fundamental y, en cambio, se utiliza como premisa de valor aceptado para argumentar y juzgar. En los discursos de los hombres suele haber demandas basadas en que la mujer no cumple sus funciones de cuidado de los menores y labores de mantenimiento doméstico, como forma de debilitar su imagen y posición negociadora. A su vez, las funciones asignadas a los hombres (por ejemplo la de proveedor), en las cuales afianzan su identidad, son resaltadas para contrarrestar la 23


DOSSIER • Javier Pineda Duque / Luisa Otero Peña

imagen que resulta de sus actos de agresión o violencia. Las representaciones de lo que significa ser hombre y de lo femenino, se juegan aquí de manera central en la negociación de intereses y responsabilidades. Estos discursos son asumidos en cierta medida por los operadores de la conciliación y la justicia.

Representaciones masculinas y violencia intrafamiliar La autopercepción y representación que hacen los hombres de los hechos de violencia resultan un elemento importante en las audiencias de negociación y protección, dado que, en la medida en que son asumidas dentro de una misma valoración cultural por las autoridades de conciliación y justicia, los resultados pueden reproducir las situaciones de inequidad y violación de derechos. Dos elementos comunes resultan de la representación de la violencia en los hombres. Primero, definen a ésta sólo como violencia física; las demás expresiones de violencia no son consideradas, ya sea porque hacen parte de los patrones culturales de relación incorporados en los diferentes ambientes de socialización en los que han participado hombres y mujeres, ya porque para ellos no han sido nominadas otras formas de violencia, que son menos visibles y que aparecen como de menor importancia. Segundo, los hechos de violencia en las historias masculinas y masculinizantes de los hombres aparecen minimizados y justificados de diversas formas, como manera de imponer su propia jerarquía de significaciones que, en ocasiones, logra calar en los resultados y la dirección de la balanza de la justicia. El siguiente extracto resulta representativo de las definiciones y minimización de los hechos de violencia: No aguanté más y exploté y ya. No hubo más que hacer. Pero de pronto toda la denuncia es porque ella agrandó el problema. No es que haya sido grave, porque ella no llegó aquí con ningún golpe ni nada de esas cosas, de pronto cuando una vez le pegué una patada, que ella fue a medicina legal, fue porque ella me agredió de tal forma que yo tuve que defenderme (Alberto, 41 años, enero 2003, Kennedy).

En general, todos los factores que son identificados como causantes del estrés social, que se convierten en detonadores o factores de riesgo, que inciden en el uso de la violencia, como el consumo de alcohol, el desempleo y el honor varonil, se tornan repetidamente en justificadores y excusas de los hechos de violencia. No solamente son considerados como 24

atenuantes en relación con la imputabilidad de los hechos de violencia contra la mujer, sino que también actúan eliminando la responsabilidad sobre la conducta y/o desplazando la culpabilidad hacia la víctima. La internalización de estos mecanismos y de los propios patrones de actuación violenta, impide avanzar hacia el reconocimiento de la intervención y el apoyo que se podría recibir. El fenómeno más común encontrado en las entrevistas, relaciona los hechos de violencia con la infidelidad. En síntesis, las historias parecen tener una ruta crítica común, basada en los siguientes dos elementos que se constituyen en premisas contextuales de los hechos. Primero, los hombres reflejan una identidad basada en la amplia aceptación de la infidelidad del varón, ocasional o permanente, que da licencia para su actuación generalmente oculta a su pareja. Este elemento de identidad masculina, claramente hegemónico o culturalmente predominante en la sociedad, hace que ellos lo presenten en una escala de valores muy diferente a aquel correspondiente a la infidelidad femenina. Segundo, las mujeres en el contexto urbano de amplia participación laboral, acceso a espacios sociales y públicos, movilidad espacial y acceso a patrones y símbolos culturales diversos, han desarrollado percepciones y valoraciones que se contraponen a los patrones masculinos de valoración y actuación. Bajo estas premisas de contexto, la ruta crítica de la violencia surge cuando, una vez conocidas las relaciones ocultas del compañero, la relación se deteriora por la pérdida de confianza. Aun estando vigente el conflicto, generalmente los niveles de violencia física o extrema no se presentan de manera inmediata. No obstante, pasado un período que puede cubrir varios años, la mujer se siente con licencia o encuentra la oportunidad para realizar algunos de sus imaginarios. Es aquí donde la pérdida de control de la relación y la desestabilización de la autovaloración del varón, lo impulsan a encontrar en la violencia la forma de reestablecerlos. El hecho de que suela pasar un período de tiempo relativamente largo para que la mujer “pague con la misma moneda”, el conflicto se torne violento, y se dé el rompimiento de la relación, se explica no sólo por la oportunidad que pueda encontrar la mujer al conquistar nuevos espacios de socialización, sino también por la manera de sortear recursos para su subsistencia y la de su prole, y para reconstruir su proyecto de vida por fuera de los ideales de una unión conyugal. Un patrón que parece repetirse con frecuencia es que, a diferencia de los hombres, las mujeres encuentran en las relaciones extraconyugales, no una forma de afianzar una identidad femenina tomada prestada de sus contrapartes,


Género, violencia intrafamiliar e intervención pública en Colombia

sino una alternativa para reconstruir su vida sobre mejores términos de negociación. De esa forma, en algunos de los casos conocidos, las mujeres no tienden a tener relaciones 'infieles' temporales o permanentes, sino a establecer una nueva relación, para lo cual la violencia de sus compañeros se convierte en la principal contribución.

La intervención pública Aunque estaba decidida a separarme, durante la audiencia la doctora le preguntaba (a él): ¿Y tú qué quieres? Él respondía: 'Que vuelva'. La doctora me miraba y me miraba y como que me ablandaron el corazón (Mujer, 23 años, febrero 2003).

Las funciones jurisdiccionales otorgadas a las comisarías de familia a través de la Ley 575 con el objetivo de descongestionar los juzgados de familia y promiscuos municipales, trasladó sin duda una gran demanda de usuarios a estas entidades, sobre la base de considerar los delitos de violencia intrafamiliar, como 'delitos menores'. En tal sentido, la demanda represada de delitos y conflictos familiares ha tenido expresión en la actual cogestión de las comisarías. Según la Secretaría de Gobierno del Distrito Capital, para el 2002, de los 87.466 usuarios registrados por las 20 comisarías de familia en Bogotá, 47.980 (54.9%) realizaron audiencias de conciliación, compromiso y protección. De estos últimos 26.135 (54.5%) presentan hechos de violencia. A partir de las apreciaciones de los usuarios, las comisarías mantienen una imagen positiva y cercana a la comunidad, lo cual confirma lo encontrado por otros estudios (Rico de Alonso et al., 1999). No obstante, según la Encuesta Nacional sobre Demografía y Salud (PROFAMILIA, 2000), del total de mujeres que han declarado experiencia de violencia, el 78.8% nunca ha buscado ayuda. Las mujeres que demandan a sus cónyuges ante las comisarías lo realizan con necesidades e intenciones que se configuran en sus relaciones de género y van, desde su deseo de poner fin a la vulneración de sus derechos en situaciones extremas, hasta su intención de presionar un arreglo favorable en determinado aspecto, moderar el comportamiento de su cónyuge, definir ante una autoridad pública la terminación de relaciones y la custodia de los hijos, sancionar un hecho específico, etc. Las expectativas son la expresión de los términos en que cada cual, a partir de su propia percepción de intereses, quiere renegociar sus relaciones y cambiar la balanza de poder, buscando para esto el apoyo del Estado.

Los hombres demandados que acuden a las citaciones de audiencias construyen sus expectativas a partir de imaginarios sobre la acción de la autoridad pública y la justicia, y en tal sentido acuden, o bien con el desánimo de reconocer una responsabilidad a medias, teniendo en cuenta la dinámica de violencia desde ambas partes, o con el propósito de eximirse con diversas justificaciones, incluyendo la de culpabilizar a la víctima. En algunos casos las expectativas de los hombres se refieren a legítimas búsquedas por ejercer su paternidad ante los riesgos de que sus hijos o hijas puedan tener parte en las nuevas relaciones que establecen sus madres. Este es un terreno problemático donde la intervención suele partir de una concepción naturalizante en la cual las madres son las llamadas al cuidado y custodia de los menores; si bien los patrones de crianza y los valores y destrezas aceptados y desarrollados socialmente así lo sugieren, las posibilidades de encontrar arreglos en los que los hombres puedan tener mayor espacio y participación, que faciliten el cambio de dichos patrones, se cierran. Las audiencias previas de conciliación a las que obliga la Ley, tienen la ventaja de confrontar las versiones de las partes y, por lo tanto, de adentrarse en la complejidad de las relaciones violentas, para comprender que el fenómeno va mucho más allá de una simple relación de agresor y víctima, y que también contiene percepciones limitadas de intereses, interiorización de patrones de agresión verbal y física, manipulación de pruebas y discursos, etc. En tal sentido, aunque ciertamente en algunos casos los delitos de violencia en el ámbito de los hogares son “conciliados', no se puede esgrimir un criterio general de que la procedibilidad obligatoria de la conciliación dada por la Ley sea negativa. Dos aspectos son objeto de valoración de su efectividad e impacto en este análisis cualitativo a partir de las voces de los usuarios de las comisarías: los procesos de conciliación y las medidas de protección. Su efectividad puede ser valorada, a su vez, en dos niveles. En primer lugar, por su impacto en cesar y prevenir todo daño físico o psíquico, amenaza, agravio o cualquier otra forma de agresión por parte de un miembro del grupo familiar. En segundo lugar, por su impacto en las relaciones de poder entre los miembros de la pareja y en los elementos que determinan estas relaciones, y por esa vía, la sostenibilidad de relaciones conflictivas no violentas. Dada la compleja naturaleza de la violencia, los procesos de conciliación y las medidas de protección han tenido un impacto que, aunque limitado, es significativo en la prevención y erradicación de la violencia, de acuerdo con las 25


DOSSIER • Javier Pineda Duque / Luisa Otero Peña

valoraciones de las mujeres y los hombres en los procesos. Esto demuestra el avance que las leyes 294 de 1996 y 575 de 2000 han tenido en la materia en Colombia. A pesar de que el impacto es diferenciado en cada caso específico, es posible analizarlo según el nivel y la fuerza de cada uno de los acuerdos y medidas, los cuales bajo este criterio y en forma ascendente se pueden agrupar así: a) conminaciones, compromisos y acuerdos para abstenerse de cometer todo tipo de maltrato físico, verbal o psicológico, o abstenerse de penetrar o visitar cualquier lugar donde se encuentre la víctima; b) obligación de acudir a un tratamiento reeducativo y terapéutico; y pago de gastos de servicios médicos y de salud en general, como de reparación de bienes; c) desalojo y protección especial de la víctima, y prohibición al agresor de esconder o trasladar de la residencia a los menores. El primer grupo suele aparecer en la mayoría de los procesos (82% de los casos tanto en medida previa como definitiva) y su impacto parece cobrar sentido, no por sí mismo, sino por los elementos que acompañan el proceso. El hecho de que la violencia en la intimidad del hogar salga a la vigilancia pública, advierte el comportamiento de quienes han sido agresores e implica la presencia de una autoridad pública con potencial sancionatorio. No obstante, este primer elemento de efectividad simbólica y de sanción social, que de alguna manera otorga poder de negociación a la víctima, puede ser realmente útil si el servicio público opera con sanciones efectivas. Las comisarías, en tal sentido, manejan un discurso persuasivo en procura de preservar el mandato constitucional de la 'unidad y armonía de los miembros de la familia' (numeral g. artículo 3, Ley 575), el cual no debe ser desestimado, pero que puede resultar frágil en cuanto a la duración de su efecto. Se observaron casos de reincidencia en la violencia intrafamiliar en parejas que ya habían pasado por procesos anteriores de conciliación y compromiso.1 En ellos se evidencia más que la ingenuidad en la valoración de los casos y la procura de preservar la unidad familiar, el afán de buscar conciliaciones y evacuar el gran volumen de procesos, la limitación misma de la intervención y el control sobre las conductas, dificultando severamente el freno a la continua violación de derechos humanos en los hogares. El segundo grupo de acuerdos, compromisos y medidas, relacionado con los tratamientos reeducativos y terapéuticos,

1

26

La mitad de los expedientes con medidas de protección había presentado denuncias o trámites anteriores, de los cuales un 44% lo había hecho ante una comisaría, un 18.4% ante la fiscalía y el resto ante juzgados de familia o Bienestar Familiar.

ha sido de gran importancia para muchas parejas y personas, y parece tener una gran efectividad en el mejoramiento de las actitudes cooperativas y menos agresivas, cuando existe voluntad y disposición de las personas para con el tratamiento. El hecho de escuchar otro lenguaje, hablar confidencialmente con un profesional que brinda un apoyo, y contar con un espacio de reflexión, entre otros, resulta muy significativo para muchas personas. No obstante, aunque en todos los casos es posible y recomendable aplicar los servicios de tratamiento y terapia que ofrecen distintas instituciones, el alcance y efectividad de los tratamientos en sí mismos presentan límites para afectar los comportamientos y las relaciones violentas. El tercer grupo de medidas, centrado en el desalojo de la vivienda por parte de quien ha sido agresor y la protección policial de la víctima, es el de mayor impacto cuando se aplica oportunamente. Es significativo el esfuerzo y la prudencia de comisarias y comisarios; mientras en las medidas provisionales, el desalojo se aplica en el 9% de los casos, en las medidas definitivas, el desalojo se decide en el 22%. En muy pocos casos, cuando se abren procesos penales, las medidas van acompañadas de arresto del agresor en forma provisional, lo cual permite un impacto de la intervención mucho más efectivo y una presencia clara de la justicia.

¿Conciliación o protección? Al ver la intervención pública y el servicio de la justicia en lo que respecta a la violación de los derechos humanos en el interior de la familia como parte de un proceso de renegociación de relaciones de poder, con mayores o menores niveles de cooperación y conflicto, podemos calificarlos como elementos importantes, aunque limitados, para alterar relaciones de poder y frenar el uso de la violencia en el conflicto. Teniendo en cuenta que según los resultados de este estudio el 88% de los casos de violencia intrafamiliar se tramitan a través de procesos conciliatorios, la primera pregunta que surge desde la intervención pública es si en relaciones desiguales de poder, el modelo de conciliación adoptado por la Ley es adecuado. Este modelo introducido en Colombia como una alternativa a la solución judicial de los conflictos en momentos de congestión de la rama judicial, presenta serias dificultades en lo que respecta a la naturaleza de la violencia intrafamiliar. En primer lugar, la actual conciliación busca la solución de conflictos entre partes en igualdad de condiciones y con intereses divergentes, en acuerdos en que ambas partes ganen a través de la satisfacción parcial de


Género, violencia intrafamiliar e intervención pública en Colombia

dichos intereses. La violencia intrafamiliar, al ser la expresión del ejercicio desigual de poder a través de los múltiples elementos identificados en este estudio, requiere una solución en justicia y equidad a fin de alterar la desigualdad en dichas relaciones. En otras palabras, mientras la conciliación busca la solución satisfactoria para ambas partes, la violencia demanda el restablecimiento de los derechos vulnerados y la redistribución de poder. Se ha observado ampliamente en los testimonios de las mujeres, que ellas acuden a las comisarías en busca de protección y apoyo en claras condiciones de desventaja frente al demandado, así ellas participen en algunos casos en los patrones de relación violentos y utilicen la denuncia para objetivos no explícitos. Las condiciones en que se presentan las partes para negociar la solución del conflicto violento no son entonces iguales, como no lo son las capacidades para expresar y representar los intereses y la libertad para tomar decisiones y disponer de opciones. El modelo de conciliación para la solución de conflictos también contempla como principio la imparcialidad del conciliador. En realidad resulta difícil que ante la desigualdad de las relaciones de poder entre las partes, el conciliador asuma una actitud neutral en la que no defienda a ninguna de las partes y considere por igual los intereses de ambos. Para quien ha utilizado la violencia en el ejercicio del poder, en el mejor de los casos, el interés es el de ejercer el mismo poder sin requerir la violencia y gozar de las ventajas que ésta le proporciona: sumisión, mantenimiento de la distribución desigual de responsabilidades, infidelidad no cuestionada, etc. Para la víctima-activa o no-de los hechos de violencia, que se encuentra en desventaja, el interés es que se haga justicia, incluso si ésta sólo implica la alteración del estado de cosas para posibilitar una mejor salida de cooperación y convivencia. Bajo estas condiciones el conciliador no puede y, en la práctica, no permanece neutral. El requisito de procedibilidad de la conciliación dado por la Ley, no se compadece con el ánimo conciliatorio de las demandantes y de los demandados y menos con las relaciones desiguales de poder y de negociación. Lo que acontece en la práctica en la mayoría de los casos de violencia intrafamiliar, cuando las demandantes acuden por justicia, es que el funcionario presiona salidas para que se adopten como acuerdos y compromisos, cuyo nivel de cumplimiento es reducido. La exigencia de neutralidad es absurda y el conciliador actúa como juez en un proceso en el cual las pruebas son mínimas y las concepciones y prejuicios del funcionario tienen espacio amplio de actuación. En el modelo de conciliación para la solución de conflictos son las partes las que llegan a un acuerdo que se supone,

es de beneficio común, no por el conciliador, sino por su propia decisión. No obstante, esto es difícil cuando las relaciones son desiguales, las opciones de quien ha sido víctima son pocas, las historias personales extensas, los intereses confusos y la dignidad y el respeto están en juego. En consecuencia el conciliador, en un proceso de violencia intrafamiliar, debe ser juez y no mediador neutral. Las opciones que proponga, los escenarios que presente, las recomendaciones que sugiera, deben ser distributivas en justicia y en la búsqueda de alterar las relaciones de poder. La violación de derechos humanos puede quedar subsumida por el hecho de no contemplar la Ley; es necesario determinar en qué casos procede la conciliación y en cuáles no (Lemaitre, 2002, p.86), considerando la prevalencia de los patrones culturales de funcionarios y usuarios, en los cuales los hechos de violencia conyugal son valorados como más o menos graves, o como un problema cultural para las futuras generaciones y no como un problema de derechos humanos. Las limitaciones del modelo imperante de solución de conflictos, cuyos principios y aplicabilidad pueden cumplirse en casos distintos a los de violencia intrafamiliar, no necesariamente hacen parte de todo enfoque de conciliación. Esta podría permanecer en los casos de violencia intrafamiliar, bajo un modelo diferente que tenga en cuenta al menos los siguientes elementos. Primero, es necesario eliminar el requisito de procedibilidad y establecer claramente en qué casos no procede la conciliación; segundo, se debe reconocer la no neutralidad del conciliador o conciliadora, a fin de contribuir al equilibrio de las diferencias de poder entre las partes como base de justicia y equidad. Así, la conciliación debe proceder sólo cuando las partes están interesadas en intentar el acercamiento y no forzadas a hacerlo, y exige un esfuerzo por recomponer la situación, conocer las historias y configurar el marco general de las relaciones entre las partes. En tal sentido, no puede ser una simple herramienta de descongestión de despachos, sino un mecanismo que ayude a transformar el conflicto, que considere la voz de quien ha sido agresor, y dé poder a quien se encuentra en desventaja, mejorando su autoestima, valoración y su pleno reconocimiento del otro, para dar paso a acuerdos defendibles y sostenibles.

Masculinidades y violencia: una relación por explorar El estudio de la violencia intrafamiliar en Bogotá ha mostrado la extensión e importancia de una expresión de la violencia ejercida mayoritariamente por hombres. El hecho 27


DOSSIER • Javier Pineda Duque / Luisa Otero Peña

de que las mujeres, niños y niñas presenten alto riesgo, es un tema de gran preocupación personal, política y teórica. Se trata de un fenómeno social que plantea las relaciones entre individuo y sociedad, que reta la dualidad entre lo público y lo privado, y que abre avenidas para explorar las complejas interrelaciones entre distintos niveles de violencia. La intervención estatal en los casos de violencia intrafamiliar presentados aquí, ha mostrado que las formas de valoración y representación de hombres que han sido agresores, presentan ciertos niveles de ascensión o aceptación en funcionarios/as públicos, que contribuyen a desarrollar procesos de negociación, manteniendo relaciones desiguales de poder. Estos límites de la intervención hacen parte del conjunto de elementos sociales y económicos ya descritos, que se encuentran en las bases de tal desigualdad. Esta ascensión tiene que ver con elementos culturales hegemónicos de lo que significa ser hombre o mujer o de los ordenamientos de género imperantes en la sociedad. El estudio de los hombres, no sólo como agresores, víctimas, o actores armados, sino en su condición de hombres, es decir, como seres con identidades de género, abre avenidas para situar la violencia en el marco de procesos culturales y amplias relaciones de poder en la sociedad. Entender las masculinidades como “ese conjunto de connotaciones, representaciones y valoraciones asociadas con el ser hombre, que pueden ser usadas, afirmadas o alteradas también por las mujeres, y que pueden convertirse en hegemónicas cuando son usadas para ejercer poder” (Pineda, 2003, p. 29), puede permitir establecer esquivos vínculos entre cultura y violencia. Existe un reconocimiento de la inexistencia de investigaciones en América Latina que aborden los vínculos entre la violencia ejercida en los ámbitos de lo público y aquella en el campo de lo doméstico o privado (Viveros, 2002, p. 98). Relación que se puede establecer en doble vía: por un lado, la violencia política y social que ha caracterizado la historia de Colombia ha afectado la dinámica de los hogares en forma directa, como más recientemente lo evidencian los procesos de desplazamiento forzado; y, por otro, la persistencia de patrones relacionales mediados por comportamientos violentos en el abordaje de los conflictos familiares ha generado procesos de socialización que facilitan en los individuos su reproducción y legitimación en esferas institucionales o públicas. Existe un número importante de evidencias que revelan la transmisión intergeneracional de la violencia. A través de un extendido maltrato infantil las nuevas generaciones 28

adoptan pautas violentas de relación y solución de conflictos que, como adultos, extienden hacia sus propios cónyuges, hijos e hijas (Corsi, 1994; Profamilia, 2000; Aguiar, 2002). Los niños varones enfrentan situaciones violentas con más frecuencia que las niñas en muy diversos espacios diferentes al hogar, como escuelas, calles, parques y campos deportivos. Según patrones de socialización por género, los comportamientos violentos resultan más aceptables para los varones. Existe una clara relación entre la violencia y la demostración de patrones de masculinidad. El ser hombre suele asociarse con el trabajo duro, la responsabilidad, el proveer económicamente y el ser sexualmente activo, pero también con un acto que debe demostrarse y que en algunos casos, en sus relaciones con las mujeres y con otros hombres, con el derecho de hacer uso de la violencia contra la mujer si ésta no cumple con las normas implícitas de lo que de ella se espera, y con otros hombres con quienes se establecen relaciones de competencia, poder y agresión. Desde la psicología social, una reciente investigación sobre cómo han sido configuradas la vida cotidiana y la dinámica familiar en centros urbanos regionales afectados históricamente por el conflicto armado y de actual dominio paramilitar (Estrada et al., 2003), señala cómo las pautas y patrones de socialización de género basadas en prácticas autoritarias en la familia, facilitan la inserción de sus distintos miembros, especialmente niños, niñas y jóvenes, a los códigos y estructuras de relación de los grupos armados. Es así como dichos grupos ejercen control sobre la vida cotidiana de la población, reproduciendo actitudes intolerantes y de violación de los derechos humanos. Para aquellas jóvenes que entran en relaciones afectivas o de intercambio de servicios con hombres paramilitares, al igual que lo hicieron con guerrilleros cuando el dominio territorial era de estos, lo realizan en un contexto de reducidas alternativas y de dominación masculina y militar en el que configuran sus feminidades bajo estrategias de 'negociaciones patriarcales'. La imposición de 'códigos de convivencia' por los grupos armados en sus territorios de dominio ha hecho que los niños y niñas socialicen bajo modelos de vida social en los cuales, los prototipos de masculinidad impuesta por los grupos, basados en la opción de la guerra, articulan las subjetividades y la construcción de las identidades en los varones. Así, por ejemplo, el reclutamiento de niños para la guerra se basa en tácticas de seducción apoyadas en los símbolos masculinos de poder e idealización de la vida del guerrero. En un estudio realizado por UNICEF y la Defensoría del Pueblo (2002) con 86 adolescentes desvinculados del conflicto armado, 70% de los cuales eran


Género, violencia intrafamiliar e intervención pública en Colombia

varones, el 83% de ellos manifestó que su vinculación fue 'voluntaria'. Aunque las historias familiares son importantes en la vinculación, un joven de 17 años resume muy bien este punto: “mi sueño era ser guerrillero”. Los discursos sobre las masculinidades han surgido en un intento por ir más allá de la simple culpabilización de los hombres por la discriminación y la violencia, para entender cómo las sociedades patriarcales actúan en la vida de todos y predisponen a los hombres al uso de la violencia. Las experiencias contradictorias del poder en los hombres (Kaufman, 1994) enfatizan el hecho de que en ellos convive el poder y el no-poder, la inseguridad, el miedo y la afirmación, y que esta doble experiencia les produce violencia. Esto cobra relevancia cuando el concepto de masculinidades es preferible al singular de masculinidad (Connell, 1995), en un reconocimiento de la heterogeneidad del grupo de personas agrupadas bajo el término de hombres, y de que los vínculos entre las identidades de género y la violencia son problematizados por las relaciones de poder entre hombres de acuerdo con su clase, estatus social, etnia, edad, sexualidad, etc. Las distintas formas de discriminación y opresión y las violencias que ellas generan, llevan a colocar la violencia surgida de la discriminación de género, no como un lente priorizado de análisis, sino como un interactor con las distintas jerarquías de poder. La violencia intrafamiliar ha mostrado cómo las mujeres son victimas y toman parte de la violencia masculina a través de sus vidas, en las manos tanto de hombres individuales como de instituciones dominadas por el orden de género que impone sus propias valoraciones. Las entidades encargadas de impartir justicia entran en un juego contradictorio y limitado en la renegociación de las relaciones de poder, que en muchas ocasiones se convierten en elementos de reproducción de la discriminación, y por ende, de la violencia basada en género. Las limitaciones que presenta la intervención pública en el fenómeno de la violencia intrafamiliar, no sólo plantean las dificultades que este reciente resquebrajamiento de los límites de lo público y lo privado significa para el Estado, sino también las de alterar una cultura masculinizada que conquista las instituciones. Los procesos de conciliación y protección, como principales mecanismos instaurados legalmente para enfrentar la violencia intrafamiliar en Colombia, requieren un replanteamiento acorde con las desigualdades de poder y los hechos de violación de derechos humanos en los hogares. En tal sentido, el enfoque de negociación en los hogares ha provisto un marco adecuado para situar y desarrollar un análisis

crítico de la intervención del Estado y avanzar hacia acciones más acordes con una política de equidad y protección de derechos humanos. Los procesos de negociación entre parejas afectadas por eventos de violencia adelantados en comisarías de familia de Bogotá, demuestran la necesidad de instrumentos adecuados para la transformación del conflicto, cambio en las relaciones de poder y reducción de la violencia basada en género.

Bibliografía: Agarwal, B. (1997). Bargaining' and Gender Relations: Within and Beyond the Household. Feminist Economics, 3, 1-51. Agiar, E. (2002). Transmisión de la violencia a través de las generaciones. Ponencia ante el Primer Encuentro Nacional de Comisarías de Familia: Caminos de Paz y Convivencia. Banco Interamericano de Desarrollo. Camacho, Á. (2002). Credo, necesidad y codicia: los alimentos de la guerra. Análisis Político, 46. Castellanos, G., Rodríguez, A., Bermúdez, N. (2001). Mujeres y Conflicto armado. En G. Castellanos, S. Accorsi (Comp.), Sujetos femeninos y masculinos. Cali: La Manzana de la Discordia, Centro de Estudios de Género, Mujer y Sociedad, Universidad del Valle. Comisión de Estudios sobre la Violencia. (1987). Colombia: violencia y democracia. Bogotá: Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Colombia, Colciencias. Conell, R.W., (1995). Masculinities. Cambridge: Polity. CSJ. (2002). Plan sectorial de desarrollo de la rama judicial 20032006. Bogotá: República de Colombia, Rama Judicial del Poder Público, Consejo Superior de la Judicatura. Defensoría del Pueblo. (2002). La niñez en el conflicto armado colombiano. Boletín Niñez, 8. Estrada, A., Ibarra, C., Sarmiento, E. (2003). Regulación y control de la subjetividad y la vida privada en el contexto del conflicto armado colombiano. Revista de Estudios Sociales, 15. Fundación Gamma Idear. (2000). Mossavi 2000: Modelo de estrés social aplicado a la prevención de la violencia intrafamiliar y el maltrato infantil en comisarías de familia 29


DOSSIER • Javier Pineda Duque / Luisa Otero Peña

de Santafé de Bogotá D.C. Colombia. Bogotá: Documento, segunda versión. Galvis, L. (2001). La familia, una prioridad olvidada. Bogotá: Ediciones Auros. Greig, A. (2002). Political Connection: Men, Gender and Violence. En Partners in Change: Working with Men to end Gender-based Violence. República dominicana: INSTRAW. Grupo Mujer y Sociedad, Casa de la Mujer, Programa Género, Mujer y Desarrollo (2001). En otras palabras…Mujeres, violencias y resistencias, 8. Gutiérrez, M., Salazar, E., de Alonso, A. (1993). La violencia contra la mujer... una realidad oculta para la salud. Bogotá: Universidad Javeriana, Informe de investigación. Gutiérrez, J., Gallo, D. (2002). Violencia y Criminalidad en Santa Fe de Bogotá: Posibles determinantes y relaciones de doble causalidad. Estudios de Economía y Ciudad, 10.

Lemaitre, J. (2002). Justicia injusta: una crítica feminista a la conciliación en violencia conyugal. Revista de Derecho Privado, 27, 73-98. Llorente, M., Escobedo, R., Echandía, C., Rubio, C. (2001). Los mitos de la Violencia. Revista Cambio, 9-16. Mazo, I. (2001). Una mirada al conflicto armado colombiano desde la palabra, las acciones, las propuestas y los símbolos construidos por las mujeres. En F. Reysoo (Ed.), Hommes armés, femmes aguerries, Rapports de Genre en situations de conflit armé. Genève: DDC/UNESCO/iuéd, 183-221. Consultado en junio, 2002, en htpp://www.unige.ch/iued/nex/information/publications/ link: Collection Ivonne Preiswerk. Meertens, D. (1995). Mujer y violencia en los conflictos rurales. Análisis Político, 24, 36-49. Meertens, D. (1998). Víctimas y sobrevivientes de la guerra: tres miradas de género. Revista Foro, 34,19-35.

Hearn, J. (1996). Men's Violence to Known Women: Historical, Everyday and Theoretical Constructions by Men. En B. Fawcett, B. Featherstone, J. Hearn y Ch. Toft (Eds.), Violence and Gender Relations. Theories and Interventions. London: SAGE Publications.

Meertens, D. (2000). El futuro nostálgico: desplazamiento, terror y género. Revista Colombiana de Antropología, 112-135.

Jimeno, M. (2002). Cultura y violencia. Ponencia de apertura, Seminario Cultura y Violencia, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo de El Salvador, 1-16. Consultado en junio 12, 2003, en http://www.violenciaelsalvador.org.sv/Articulos/culturay/vio lencia_miriamJ.pdf

Pineda, J. (2002). Estudio base para el componente de desarrollo económico de mujeres de hogares pobres. Empleo y Género en Colombia. Bogotá: Organización Internacional del Trabajo OIT, documento sin publicar.

Kabeer, N. (1994). Reversed Realities. Gender Hierarchies in Development Thought. London: Verso. Kandiyoti, D. (1988). Bargaining with Patriarchy. Gender and Society, 2, 3, 274-90. Kandiyoti, D. (1998). Gender, Power and Contestation. Rethinking Bargaining with Patriarchy. En Jackson y Pearson (Eds.), Feminist Vision of Development. Gender, Analysis and Policy. London: Routledge. Kaufman, M. (1994). Men, Feminism, and Men's Contradictory Experiences of Power. En H. Brod y M. Kaufman (Eds.), Theorizing Masculinities. London: Sage Publications. 30

Meertens, D., Segura, N. (1997). Las rutas del género en el desplazamiento forzoso. Revista Javeriana, 635, 361-369.

Pineda, J. (2003). Masculinidades, género y desarrollo: sociedad civil, machismo y microempresa en Colombia. Bogotá: Ediciones Uniandes. Pineda, J. (2003ª). Poder de negociación y violencia intrafamiliar: ¿Qué tanto conciliación y qué tanto protección? Bogotá: Ponencia Foro Distrital sobre Familia, Democracia y Derechos Humanos. Pino, A. (2002). Expresiones del patriarcado en la sociedad colombiana y sus manifestaciones en el conflicto armado. Consultado en junio 13, 2003, en http://www.fire.or.cr/marzo02/repem.htm PROFAMILIA, (2000). Salud sexual y reproductiva en Colombia. Resultados de la Encuesta Nacional sobre


Género, violencia intrafamiliar e intervención pública en Colombia

Demografía y Salud. Bogotá: Asociación Probienestar de la Familia Colombiana. Rico A., Hurtado, M., Alonso, J. (1999). Naturaleza del Conflicto en el Área de Atención de Familia. Bogotá: Consejo Superior de la Judicatura - Pontificia Universidad Javeriana. Rojas, M. (1998). Las almas bellas y los guerreros justos. En otras palabras, 4. Rojas, M., Caro, E. (2002). Género, Conflicto y Paz en Colombia: Hacia una agenda de investigación. Ottawa: Programa para la Consolidación de la Paz y la Reconstrucción. Consultado en junio 12 de 2003, en htpp:// saberesygeneros.univalle.edu.co/Gen.%20y%20 conflicto-%20Hojas%20iniciales.pdf. Ross, M. (1995). La cultura del conflicto: Las diferencias interculturales en la práctica de la violencia. España: Piados. Salazar, M. (1999). Violencia política, conflicto social y su impacto en la violencia urbana. Reflexión Política, 85-106. Sánchez, F., Núñez J. (2001). Determinantes del crimen violento en un país altamente violento. El caso de Colombia. Bogotá: Documento CEDE, Universidad de los Andes.

Tuft, E. (2001). Integrating a Gender Perspective in Conflict Resolution: The Colombian Case. En I. Skjelsbaek, D. Smith (Eds.), Gender, Peace and Conflict. London: Sage. Universidad Externado de Colombia (2000). Evaluación de impacto social e institucional de las Comisarías de familia en Santafé de Bogotá. Bogotá: Investigación para la Secretaría de Gobierno del Distrito, Documento sin publicar. Valenzuela, P. (2002). Reflexiones sobre interpretaciones recientes de la violencia en Colombia. Reflexión Política, 8, 76-90. Velásquez, M. (2001). Reflexiones feministas en torno a la guerra, la paz y las mujeres desde una perspectiva de Género. En F. Reysoo (Ed.), Hommes armés, femmes aguerries, Rapports de Genre en situations de conflit armé. Gèneve: DDC/UNESCO/iuéd, 75-101. Consultado en junio, 2002 en htpp://www. unige.ch/iued/nex/information/publications/ link: Collection Ivonne Preiswerk. Zambrano, L. (2001). Género, pobreza y justicia: factores de empobrecimiento de las mujeres en Bogotá. En P. Rodriguez (comp.), Formación de investigadores III. Estudios sobre pobreza y condiciones de vida en Colombia. Bogotá: Colciencias - Ediciones Uniandes.

Sen, A. (1999). Gender and Co-operative Conflicts. En I. Tinker (Ed.), Persistent Inequalities. Women and world Development. Oxford: Oxford University Press.

31


Revista de Estudios Sociales, no. 17, febrero de 2004, 32-41.

LA INVESTIGACIÓN SOBRE LA VIOLENCIA: CATEGORÍAS, PREGUNTAS Y TIPO DE CONOCIMIENTO Ingrid Johanna Bolívar* / Alberto Flórez **

Resumen: El artículo contrasta los resultados del proyecto de “Apoyo al funcionamiento y consolidación del consorcio colombiano de investigación sobre conflicto, violencia y convivencia” con las principales ideas de un libro de reconocidos investigadores extranjeros en el que se hace énfasis en las conexiones entre violencia y subjetividad. Dirige la atención hacia categorías, métodos y preguntas que si bien surgen de las experiencias violentas de otros países, tienen para Colombia una particular importancia en términos de un replanteamiento general del significado y sentido de la violencia. Propone relaciones entre esta y temas tan disímiles como el papel de los medios de comunicación en la posibilidad de un control cultural, las diferentes memorias y narrativas que condicionan el presente y explican el pasado, y la construcción de identidades a partir de sentimientos como el odio y la venganza. Recoge los planteamientos de algunos autores que se preguntan por el impacto estético producido por las imágenes de violencia expuestas en noticieros y periódicos, y problematiza el papel que juega el investigador de la violencia en la construcción de conocimiento y en la producción de imágenes de la sociedad.

Palabras clave: Violencia, subjetividad, Colombia, conocimiento, métodos.

Abstract: The article presents a contrast between the results of the project entitled “Supporting the functioning and consolidation of the Colombian consortium of research on conflict, violence, and cohabitation” and the main ideas of a book by renowned foreign researchers in which the connections between violence and subjectivity are stressed. The author focuses on categories, methods, and questions that, in spite of the fact of deriving from violent experiences in other countries, have a particular importance in the Colombian case, in terms of a general re-stating of both significance and sense of violence. The article proposes relationships between violence and different topics such as the role of the media in the possibility of cultural control, the various memories and narratives

Politóloga, historiadora. Investigadora del Centro de Investigación y Educación Popular CINEP y del Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar de la Universidad Javeriana. ** Profesor de la Universidad de Los Andes e Investigador del Instituto de Estudios Sociales y Culturales - Pensar de la Universidad Javeriana.

that condition the present and explain the past, and the construction of identities starting from feelings such as hate and revenge. In order to face complex phenomena such as excessive violence, the article goes as far as proposing mediations between the act of killing and the aesthetic impact produced by images presented both in televised and printed news. It also claims for a greater interest in the role of the researcher interested in violence, his/her sources, and his role as producer of knowledge and, therefore, of sense and of formal representations.

Key words: Violence, subjectivity, Colombia, knowledge, methods.

El objetivo de este documento es contribuir a la reflexión sobre la naturaleza y la dinámica de la violencia en Colombia. Más específicamente, el trabajo se esfuerza por explicitar algunas preguntas que tienden a perderse en el tipo de conocimiento o, mejor, de estudios, que predominan en el análisis de la violencia en el país. Para desarrollar este objetivo, el artículo combina dos actividades. Primero, la reseña y caracterización algo esquemática de algunos de los principales resultados del proyecto de “Apoyo al funcionamiento y consolidación del consorcio colombiano de investigación sobre conflicto, violencia y convivencia”, financiado por COLCIENCIAS y coordinado por distintas organizaciones, entre ellas CINEP, en el período 1999-2000.1 Y segundo, la discusión de algunos de los principales elementos analíticos planteados en una interesante compilación de artículos publicada en el año 2000 bajo el título de Violence and Subjectivity (Das, Kleinman, Ramphele, Reynolds, 2000), trabajo que fue editado por un grupo de académicos de la India, Estados Unidos, y Sudáfrica, pertenecientes a diversas tradiciones intelectuales como la sociología, la antropología, la medicina social, y los estudios feministas. Esta empresa colectiva y comparada entre varias regiones del mundo presenta aspectos poco estudiados de la articulación entre estructura y agencia individual en contextos de violencia colectiva. Como se verá más adelante, este libro resulta muy útil para reflexionar sobre el caso de Colombia, en donde tradicionalmente se ha producido una literatura local abundante, pero no siempre alimentada o conectada con la literatura comparada sobre el tema publicada en

*

32

1

En lo que sigue la referencia a este proyecto será Proyecto Consorcio (Convenio 024.98).


La investigación sobre la violencia: categorías, preguntas y tipo de conocimiento

otras regiones del mundo.2 Además, el recorrido por algunas de las propuestas analíticas de ese texto señala posibilidades de trabajo sobre los procesos de violencia que son relativamente nuevas entre nosotros, aunque han empezado a ser exploradas por distintos analistas.3 El interés por adelantar este artículo partió, además, de la constatación de que algunos de los resultados del Proyecto Consorcio pueden ser ampliamente problematizados y desarrollados desde los planteamientos de los autores compilados en Violence and Subjectivity. En efecto, el informe técnico del Proyecto Consorcio insiste, de acuerdo con los investigadores consultados y/o que tomaron parte de los diferentes encuentros y talleres planeados por el proyecto, en que es muy difícil la interacción entre ellos, pues su comprensión de la violencia y la convivencia tiende a ser muy diferenciada. En los distintos seminarios-talleres realizados por el proyecto en el año 2000, a los que fueron invitados investigadores de distintas partes del país,4 se discutieron, con insistencia, los criterios que habrían de permitir una adecuada interacción temática y metodológica. Se adelantaron distintos esfuerzos, se agruparon y reacomodaron investigaciones e investigadores según “líneas temáticas”, “método” y “preguntas”. Los trabajos fueron clasificados y discutidos de la siguiente manera: “violencia familiar y social”, “violencia y medios de comunicación” y/o “violencia y cultura”, “violencia urbana”, “región y violencia” y “violencia política”. 2

3

4

Un primer trabajo en elaboración que ofrece una mirada comparada entre Sri Lanka, Irlanda y Colombia, es la tesis doctoral en curso de la antropóloga e historiadora María Victoria Uribe (ICANH). El trabajo promete inaugurar una etapa en los estudios comparados acerca de la violencia que trascienda el localismo interpretativo. Se destacan aquí algunos trabajos que esperan su publicación. Referimos entre otros los de Roberto Suárez Montañez, del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes, La lucha contra el dengue un esfuerzo de construcción de orden social entre gobierno, soldados y policías; la investigación Las metáforas de la guerra. Un estudio de los lenguajes políticos presentes en las guerras civiles del Siglo XIX de la investigadora María Teresa Uribe de Hincapié, de la Universidad de Antioquia; y el trabajo de Angela María Estrada del Departamento de Psicología de la Universidad de los Andes, Regulación y control de la subjetividad bajo el orden paramilitar en Colombia (Estrada, Ibarra y Sarmiento, 2003). Las reuniones generales se adelantaron en la sede del CINEP en septiembre y diciembre del año 2000. Se contó con la participación de investigadores de la violencia de la Universidad Nacional de Colombia, Universidad de Antioquia, Universidad del Valle, Universidad de Caldas, Universidad Central, Universidad del Norte, Universidad de Los Andes, Universidad Konrad Lonrenz, así como de investigadores adscritos a organizaciones estatales y organizaciones sociales: ICANH, Corporación Región, ILSA, CINEP, entre otras.

Aunque tal clasificación no resultó satisfactoria para los investigadores, tampoco fue posible prescindir de ella o configurar otra. Aquí se encuentra uno de los principales vínculos entre la experiencia del Proyecto Consorcio y la empresa editorial colectiva Violence and Subjectivity. En la evaluación de las distintas actividades del Consorcio y de la clasificación por líneas temáticas los investigadores destacaron la necesidad de reorganizar el trabajo académico y de revisar las categorías de clasificación temática. La difícil interpelación de los de una línea de investigación frente a otra en los seminarios talleres que se adelantaron, se explicó como un problema administrativo o de historia del trabajo académico en el país, pero también como un problema de los supuestos de las categorías. Varios investigadores insistieron en que las categorías con que se analiza la violencia tienden a suponer una “sociedad pacificada”, una intensa separación entre lo público y lo privado, la diferenciación y creciente autonomía entre lo rural y lo urbano, y la centralidad incuestionada de la política, entre otras cuestiones. Al hacer explícitos los supuestos de las categorías con que usualmente se trabaja, se aclararon algunas preguntas y tareas. Así por ejemplo, se habló de la necesidad de reelaborar los datos de violencia construidos por distintas entidades del Estado y por organizaciones sociales de modo tal que desde ellos, se pueda comenzar a trabajar tipos de familia, cambio de identidades y procesos de duelo. Los mismos investigadores preguntaron por las implicaciones de interrogar la violencia desde las prácticas de muerte, o como actos de una persona identificable. Se preguntó también cómo comprender un conflicto armado que para muchos sectores es sólo un conflicto mediático, cómo trabajar las representaciones de “orden” y de lo “bueno” en las narrativas de los distintos actores involucrados en los conflictos, cómo redescubrir los vínculos entre violencia e identidad, violencia y territorio, violencia y subjetividad y cómo atar violencia política y ciudadanía. Una de las discusiones más importantes giró en torno a las implicaciones de comprender el “sentido de la violencia”. Ante la insistencia de algunos sobre la necesidad de superar “el conjuro” y “el rechazo moralista a la violencia” en aras de una mayor comprensión de su sentido, de sus lógicas, y del tipo de actores que produce, se resaltó que la investigación “no puede terminar haciendo comprensible algo que es horrendo”.5 En este punto, se enfatizó que la pregunta por “los sentidos de la violencia” puede traer el riesgo de

5

La expresión es de María Victoria Uribe. La respaldamos con su propio y antiguo interés por “entender” las masacres y el tipo de heridas y de muertes que caracterizaron La Violencia.

33


DOSSIER • Ingrid Johanna Bolívar / Alberto Flórez

desresponsabilizar a los actores. Al tratar de entender cómo piensan y al entenderlo efectivamente, se puede estar a punto de “justificar lo existente”.6 Desde la perspectiva de este documento la experiencia de conversación de los investigadores en el Proyecto Consorcio reviste gran interés, no sólo por cuanto descubren y critican conjuntamente algunos supuestos desde los que arman su propio trabajo, sino porque también desde ahí pueden conectarse con algunas discusiones internacionales. Como se verá más adelante en el escrito, los fenómenos de violencia contemporánea exigen una consideración cada vez más reflexiva sobre las categorías y métodos utilizados, sobre el tipo de conocimiento que se quiere o se puede producir y, de manera quizá más importante, sobre el lugar de la violencia y del conocimiento de ella en la orientación de la vida política y en el despliegue de la vida diaria. En efecto, uno de los puntos más importantes del libro Violence and Subjectivity es la pregunta acerca de las diversas maneras como las violencias le dan forma a la subjetividad, y en consecuencia, afectan la capacidad de la gente para “lidiar” con su cotidianidad. Los autores entienden la subjetividad, en sentido amplio, como las experiencias vividas e imaginadas del sujeto, que lo guían en la acción, y que lo sitúan en un campo de relaciones de poder. De ahí que insistan en la necesidad de estudiar, etnográficamente, los procesos a través de los cuales la violencia es “actualizada -en el sentido de que es producida y consumida”. En esa dirección, los autores resaltan la necesidad de discutir los límites entre “lo ordinario” y “lo excepcional”. Para ellos, las múltiples dinámicas en que la violencia se hace presente en “la vida de cada día” discuten el hábito de pensamiento que identifica a la violencia con una situación excepcional o patológica, al tiempo que hacen borrosos los límites entre violencia, conflicto y resolución pacífica. En la introducción al volumen colectivo, Das y Kleinman señalan que el libro en su conjunto se pregunta cómo las personas viven consigo mismas y con los demás cuando reconocen que los agresores, las víctimas y los testigos de hechos violentos comparten los mismos espacios sociales. Se cuestionan acerca de cómo transcurre en tales condiciones la vida diaria. Preguntas que resultan centrales, pues lo habitual es considerar la “violencia” o el “perpetrador” como algo o alguien venido desde fuera, como una amenaza exterior, como alguien de “ellos”, no como “uno de nosotros”. Además, esta insistencia indica que

6

34

Maria Victoria Uribe y Daniel Pécaut fueron especialmente enfáticos en este punto.

la relación colectivo-individuo puede ser estudiada mejor cuando se entiende que la violencia se actualiza en el juego de interacción entre la cotidianidad y la estructuración de los procesos de conflicto a larga escala. Así por ejemplo, Vena Das en su artículo “The Act of Witnessing: violence, poisonous knowledge and subjectivity” se pregunta por la manera como la violencia es introducida en las relaciones de cada día. Ella estudia, “no cómo los eventos violentos se hacen presentes en la conciencia sino cómo los eventos fueron incorporados en la estructura temporal de las relaciones.” Insiste en que uno “puede ocupar los signos de injuria y darles un significado no únicamente a través de actos de narración, sino también a través del trabajo de reparación de relaciones y de dar reconocimiento a aquellos a quienes las normas oficiales han condenado”(Das, 2000, p.220). Estos señalamientos son de gran importancia para los nuevos estudios que se hacen en Colombia sobre “resiliencia” y sobre las condiciones que le permiten a distintos grupos sociales “resistir” o “reponerse” a la violencia. Queda claro, con el artículo de Das, y con los otros trabajos que exploran la emergencia de masculinidades, y de diferencias generacionales en relación con la violencia, que esta misma opera como un espacio conformador de distintos tipos de subjetividades, pues actualiza un amplio espectro de emociones y valores en los que comparten escenario el odio y el heroísmo. La autora insiste en que los fenómenos de violencia transforman la manera como se vive y se le da sentido al mundo y que por esa vía, la violencia recoge lo que ella denomina “el carácter proyectivo” de la existencia humana (Das, 2000, p.220). En el mismo trabajo se denuncia la necesidad de descubrir cómo la violencia política sobrevive en las relaciones de parentesco, e incluso, en las relaciones amorosas. En este punto, ella resalta que “la violencia de raíces comunales solidifica la pertenencia de un grupo en un nivel, pero tiene también el potencial para romper las relaciones más intimas a otro nivel”. Estos señalamientos resultan de gran interés por cuanto se ha descubierto que, por “sencillo o simple” que parezca, las “promesas” y los “conflictos de amor” tienen un importante papel en la decisión de ingresar a las filas de un actor armado, de desertar o incluso de poner en marcha un tipo específico de accionar (Rubio, entrevista personal; Ferro y Uribe, G., 2003).7 7

En el trabajo de Ferro y Uribe, G. (2003) se reseñan algunas de las diferencias y dificultades que hombres y mujeres combatientes de las FARC enfrentan en su vida afectiva. Las mujeres no pueden relacionarse con no combatientes, mientras los hombres si pueden buscar mujeres no guerrilleras. Recuerda además los distintos episodios en que mujeres son “ajusticiadas” por “meterse” con policías o con guerrilleros respectivamente, así como los comentarios en torno a los “líos de faldas” que en ocasiones están vinculados a decisiones militares.


La investigación sobre la violencia: categorías, preguntas y tipo de conocimiento

En una dirección algo distinta se orienta el trabajo de Susan Woodward titulado “Violence prone area or international transition? Adding the role of outsiders in Balkan Violence”. La tesis fundamental del artículo es que la desintegración interna de la antigua Yugoslavia no se explica satisfactoriamente por las “revueltas” y los desacuerdos internos, sino también por la manera en que sobre tales discrepancias operaron los programas de intervención y mediación internacional. La autora muestra que las representaciones de la zona de los Balcanes como una región “proclive a la violencia” orientaron la intervención de distintos actores internacionales y empujaron más hacia el conflicto la interacción de los actores políticos locales. Más aún, se asume que los criterios para asegurar una “legítima intervención” por parte de la comunidad internacional presionaron hacia la caracterización del conflicto en unos términos que acentuaban la lucha de las partes. La percepción de los agentes internacionales favoreció la lectura del conflicto desde una “cultura de la violencia” y por esa vía el lenguaje de la mediación trastocó y alejó a las partes en conflicto. El trabajo llama la atención sobre las dinámicas políticas que entran en juego cuando se asignan subjetividades peligrosas a los actores implicados y cuando las agencias internacionales atribuyen a las partes en conflicto una “cultura” o una “decisión política” que legitima su propia intervención (Woodward, 2000). En el estudio del conflicto armado colombiano se han ido incorporando las preguntas sobre “la representación” que distintas agencias estatales tienen de las regiones en conflicto. En esa dirección han avanzado los trabajos de Clara Inés García y María Teresa Uribe sobre Urabá, así como el de María Clemencia Ramírez sobre el Putumayo y el de María de la Luz Vásquez sobre Vistahermosa y otros municipios pertenecientes a la zona de distensión que el presidente Pastrana negoció con las FARC (García, 1996; Uribe, M.T., 1992; Ramírez, 1996; Vásquez, 2002). Ahora bien, en el análisis del conflicto armado interno resulta indispensable incluir el papel de nuevos actores, tales como otros estados nación, agencias internacionales y empresas multinacionales (Wirpsa, 2002; Snyder, 2002). Estos se han convertido en poderosos actores de los conflictos internos, con lo cual se contradice el discurso tradicional de que “el conflicto es nuestro y lo arreglamos entre nosotros”. No deja de ser significativo que en el Proyecto Consorcio no existiera ninguna línea de trabajo en relaciones internacionales y que sólo recientemente se haya empezado a consolidar una línea sobre el impacto de la política exterior estadounidense en el conflicto armado

colombiano. Una situación similar tuvo lugar en el workshop convocado por el Instituto Santa Fe y la Universidad Javeriana, titulado Obstacles to robust negotiated settlement of civil conflicts. En la sesión de conclusiones Fernán González destacaba “la existencia de una división del trabajo, pues los analistas colombianos se centraron casi de manera exclusiva en los factores internos, mientras que los analistas extranjeros se ocupaban de situar el conflicto en una problemática más global: el acceso a los recursos naturales, así como de introducir una perspectiva comparada y de la posible ingerencia de actores transnacionales en el conflicto” (González, 2002). Es claro que un análisis transnacional de la violencia debe pasar por las formas en que los estereotipos son producidos y las formas como sus imágenes son consumidas a nivel local. Tales imágenes son desplazadas de sus contextos locales en procesos dirigidos de circulación. De ahí que no se pueda ignorar más el hecho de que los medios y los poderes internacionales por sí mismos pueden ser vistos como generadores de contextos, con versiones de autoridad, de los diferentes mapeos espaciales sobre los que se basan las visiones individuales de las condiciones globales y locales de la violencia. Ahora bien, otra interesante consideración que se desprende del trabajo de Woodward es que las representaciones de la gente como “inherentemente violenta” afectan también las relaciones cara a cara de esas propias poblaciones. Aquí es preciso recalcar lo que se decía arriba en torno al trabajo que distintos analistas colombianos han adelantado sobre la forma en que las políticas estatales caracterizan a ciertas regiones y a ciertos grupos de pobladores. Faltaría extender estos análisis al uso que los pobladores hacen de esas imágenes en sus relaciones cotidianas y con el Estado. Y es que desde este punto de vista, la peor clase de violencia en la guerra parece tener que ver con la distorsión que las relaciones cotidianas, las relaciones cara a cara y las identidades de larga escala producidas por los poderes (Appadurai, 1996), sufren en el marco de las representaciones de la violencia y la socialización de la misma. Así por ejemplo, María de la Luz Vásquez muestra que el establecimiento de la zona de distensión en el sur del país acentuó los conflictos que algunos municipios tenían con la capital del departamento e introdujo severas modificaciones a las rutinas de transporte y movilización de personal y de bienes. Además, los nativos de los municipios cubiertos por la zona de distensión tuvieron que empezar a desplazarse a otros municipios a “sacar los papeles” (cédula y registro civil) para no ser estigmatizados por los actores regionales y nacionales (Vásquez, 2002). 35


DOSSIER • Ingrid Johanna Bolívar / Alberto Flórez

También Arthur Kleinman muestra cómo “las imágenes de violencia” y la representación de los grupos como más o menos proclives a la violencia altera la vida diaria de diversos grupos sociales. Para este importante autor no es posible dibujar una línea clara entre experiencias colectivas e individuales de la violencia social. La conexión entre ellas se traduce en la imposibilidad de separar procesos morales y condiciones emocionales. “La violencia crea, sostiene y transforma la interacción entre ellos (procesos morales y condiciones emocionales) y por lo tanto pone al día los mundos interiores de los valores vividos tanto como el mundo externo de los significados contestados”8 (Kleinman, 2000, p.5). El mismo autor insiste en que la violencia social tiene múltiples formas y dinámicas, y que la etnografía de la violencia social implica hacer de la dinámica de cada día el sitio apropiado para entender cómo largas cadenas de fuerza social se articulan con microcontextos de poder local para darle forma a los problemas humanos, de una manera tal que resistan las aproximaciones estandarizadas de políticas y programas de intervención (Kleinman, 2000, p.227). Estos planteamientos le permiten plantear que las violencias sociales desplegadas en el día a día son centrales en el orden moral: éstas orientan las normas y la normalidad. De ahí que el mismo autor llame la atención sobre la necesidad de una crítica cultural de lo normal en tanto orden social normativo, naturalizado, reificado. Y de ahí que insista también en la necesidad de ver la violencia no como un conjunto de eventos discretos, sino como un complejo proceso de ordenamiento de la vida social. En un desplazamiento analítico, que es menos familiar en los estudios adelantados en Colombia, se indaga por “la violencia”que va más allá del daño físico infringido sobre los cuerpos. Los autores se preguntan por las formas sutiles de violencia perpetradas por “instituciones de la ciencia y del Estado”. En este caso se hace alusión a la manera en que distintas agencias del gobierno, prácticas científicas o dinámicas sociales como la producción mediática, “representan” e “intervienen” a los distintos grupos sociales. En este punto, la discusión sobre la violencia retoma la insistencia de diversos autores y en especial de Bourdieu sobre “la violencia simbólica” que estructura y caracteriza los marcos cognitivos. En esta dirección puede leerse el novedoso artículo de Allen Feldman titulado “Violence and Vision: the prosthetics and aesthetics of terror”. El trabajo analiza la violencia política en Irlanda del Norte y llama la atención

sobre “la ideología visual” que permea y estructura la experiencia de violencia en esa parte del mundo. Dicha ideología se analiza en detalle a partir de la referencia al tipo y uso de imágenes fotográficas, el uso creciente de cámaras de video y vigilancia en distintos espacios sociales, los sobrevuelos de helicópteros y la disposición arquitectónica de los cuartos de interrogatorio. El texto pregunta insistentemente qué tipo de sujeto político se forma en estos circuitos “visuales”, qué se fabrica y qué se oculta como “políticamente visible” y “políticamente invisible”, y cuáles son los nexos entre la formación de ese sujeto y su determinación espacial en un marco conocido y también visualizado.9 El uso creciente de cámaras de video para adelantar tareas de vigilancia por parte de las agencias políticas, le permite al autor destacar los vínculos entre el espacio doméstico, la regulación política y la penetración de la vigilancia en el cuerpo. De esta manera, la violencia política irrumpe en el espacio privado y no se deja capturar como un evento “excepcional”. Según el texto, la resistencia a la cohabitación del Estado y la vida privada toma lugar en la forma de rumor. Al trabajo de precisión óptica de la vigilancia se suma la creciente racionalización de la sujeción política, la “imprecisión” y la “cualidad flotante” del rumor. Se dice entonces que el “rumor comienza a ser un vehículo para evadir la racionalización de la existencia bajo la vigilancia estatal”10 (Feldman, 2000, p.48). El mismo artículo llama la atención sobre la necesidad de estudiar “los modos de ver” y “los objetos visuales” que son promovidos por los regímenes políticos y que van orientando la percepción de los grupos sociales en una dirección particular. Opuesta al supuesto realismo vivido en las zonas de terror y que se transmite de manera visible por las cámaras de los medios y por los escritos que transmiten miradas externas, la capacidad de sobrevivir en tales zonas no consiste en la claridad óptica, sino más bien en la capacidad para esconderse, disimular, y hasta desaparecer la presencia individual. Sin embargo, son las fotografías, las transcripciones, los documentos o los números, los que autorizan lo real y le permiten circular hasta que finalmente naturalizan una mirada autorizada y construida en contextos contradictorios de poder (Das, 2000). La discusión sobre la “credibilidad” de los actos visuales y los modos de ver y de mirar que son “políticamente

9

8

36

Traducción libre.

Este punto sobre la afinidad entre “visualización y dominación política” se aclara un poco si se recuerda la discusión de Benedict Anderson sobre lo que significa el mapa en la construcción de nación. 10 Traducción libre.


La investigación sobre la violencia: categorías, preguntas y tipo de conocimiento

correctos” es de gran importancia entre nosotros, pues como se recordará, importantes medios de comunicación nacional, especialmente noticieros, han avanzado en la “autocensura” de algunas imágenes del conflicto que consideran demasiado perturbadoras. Sin embargo, la discusión sobre los criterios con que tal “autocensura” se adelanta continúa pendiente, así como la reflexión sobre sus implicaciones técnicas, políticas y morales. En el artículo ya citado de Arthur Kleinman se avanza un poco en esa dirección. El autor caracteriza la “violencia de las imágenes”. Desde su perspectiva, la mediatización de la violencia y del sufrimiento crea una forma no auténtica de experiencia social. Así por ejemplo, los espectadores se han acostumbrado a consumir “actos de testimonio” de las víctimas, sin que se ponga en marcha un nuevo compromiso moral. En su investigación, Kleinman encuentra que las imágenes de violencia son crecientemente normalizadas y que por esa vía las experiencias morales son investidas con usos comerciales y políticos y apropiadas con propósitos de control cultural. En Colombia, la discusión sobre la mediatización de la violencia es aún muy incipiente. Una investigación reciente sobre la relación que las audiencias construyen con la información sobre el conflicto armado producida en los noticieros nacionales de televisión muestra que tal conflicto tiende a ser reducido a un problema entre los actores armados legales e ilegales. Al noticiero se le adjudica la función de mantener “alerta” a la población y de avisar cómo transcurre lo que se llamó “la ruleta de la muerte”. Los investigadores encuentran que el noticiero de televisión tiene una gran centralidad en la vida cotidiana y en las rutinas de socialización de las audiencias por cuanto se convierte en un “dispositivo” para vivir en una sociedad marcada por la guerra. La mediatización de la violencia pasa en el país por la sensación de que estar informado es parte del autocuidado con el que se puede establecer de qué hablar y con quiénes (Barón, Bedoya, Valencia, 2002). En este punto, los señalamientos de Kleinman sobre “el control cultural” por la vía de la mediatización resultan interesantes. Otro punto destacado por los investigadores y que aparece también en el texto de Kleinman tiene que ver con “el uso del testimonio”. La investigación encuentra que el testimonio está ahí para mostrar “cómo son de malos los malos” cuando se trata primordialmente de una acción de la guerrilla, pero en otros casos se cuenta con una información escueta de lo sucedido y sin darle voz a las “víctimas” (Barón, Bedoya, Valencia, 2002, p.103). Por otro lado, habría que insistir en que la cuestión de las “imágenes” y de la “ideología visual” no se agota en el

problema de la vigilancia o la sensibilidad, sino que remite a una problemática más amplia que cruza y articula los distintos textos recogidos en el volumen. Se trata de la pregunta por cómo se conoce la violencia y qué le hace la violencia a las formas de conocimiento. En el caso específico de Feldman, el interrogante es el siguiente: “¿cuáles son las posibilidades perceptuales que emergen durante y después de la violencia?” El punto de partida para este cuestionamiento es que los sentidos se forman históricamente y que por esa misma vía la violencia produce, al tiempo que expresa, formas específicas de pensar y vivir en el mundo. De ahí que se pregunte cómo perciben los agresores, cómo perciben los heridos, qué tipo de conocimiento emerge desde las zonas de terror, qué emerge como fenómeno visible con la violencia, qué “visibilidades” crea ella, entre otras preguntas. Es así como el autor insiste en que la eficacia política de la violencia en Belfast está relacionada con normas de realismo visual y con los “circuitos preceptúales” de visibilidad e invisibilidad. Más aún, el texto plantea que la eficacia política del acto de violencia es también una eficacia estética que provee placeres de consumo y recepción y que sitúa las posiciones de agresor y víctima en el marco de unas relaciones icónicas y estilizadas. El énfasis de Feldman en que los actos de estetización son intrínsecos al poder puede convertirse en una útil orientación en los trabajos colombianos que se preguntan por qué los actores armados recurren con frecuencia a la sevicia y por qué no basta la muerte instrumental. Al igual que el artículo de Feldman, el trabajo de Jonathan Spencer (2000) permite retomar y desarrollar una de las discusiones que los investigadores colombianos sobre la violencia dejaron planteadas en las reuniones del Proyecto Consorcio. Se trata de la discusión referida antes sobre el hecho de que la investigación no puede “hacer comprensible lo horrendo”. En su texto titulado “On Not becoming a “terrorist”. Problems of memory, agency and community in the Sri Lankan Conflict”, Spencer muestra que en los análisis de la violencia, su desarrollo y cronología, ésta suele aparecer como algo “irreversible”. Un pasado violento, en forma de memorias de muerte, constriñe las posibles opciones de acción para el futuro. De ahí que la mayoría de los análisis de la violencia colectiva tienda a construir sus explicaciones a partir de condiciones históricas y actores que reaccionan ante las circunstancias. Poco se sabe, sin embargo, de por qué en condiciones históricas similares otros actores “no reaccionan” tomando las armas. Estas preguntas conducen al autor a recalcar la necesidad de estudiar y diferenciar los vínculos entre 37


DOSSIER • Ingrid Johanna Bolívar / Alberto Flórez

violencia y memoria y entre agencia, violencia y comunidad. A partir del estudio de la evolución del conflicto en Sri Lanka, Spencer reconstruye lo que él llama las “precondiciones generales” que hacen que el terrorismo parezca la única posibilidad política y moral de ciertos grupos sociales. Pero al tiempo que reconstruye tales “precondiciones”, el autor encuentra que el uso de la violencia tiene diferentes consecuencias morales según el grupo, y que en ocasiones, lo que uno persigue contradice precisamente lo que el otro grupo también anhela. Tal situación no parece ser, ni es, un malentendido, aún cuando el sueño de consenso propio de la sociedad burguesa así lo pretenda. Más bien, ciertas dimensiones del conflicto ponen de manifiesto la simple y pura estructura conflictiva de la sociedad11 (Foucault, 1996). Uno de los puntos más interesantes en el texto de Spencer es la referencia a la vida de un joven que enfrenta el conflicto sin convertirse en terrorista. Esta historia le permite ver que “más allá de las precondiciones” de la violencia, se sitúa el problema de la agencia, y por esa vía, de la moral. Se insiste en que “la agencia política no es dada sino obtenida”, que es más un producto que un rasgo del autor de la practica social. De ahí que la reconstrucción de las relaciones de poder local que, en retrospectiva, crean las posibilidades para actos de violencia, sea también el campo para seguir la configuración de agencia, que se puede expresar en el momento de incomprensión de los fenómenos de violencia y de las “razones” de los actores implicados. A partir del caso que estudia, Spencer insiste en que la incomprensión del conflicto no es necesariamente una falla que puede representar un rechazo intencional a la violencia y por esa vía proveer un espacio para resistirla. En este punto es importante recordar que para autores como Bourdieu y Foucault el conocimiento de algo no se traduce en su comprensión / aceptación. Bourdieu habla de los “desreconocimientos”, Foucault insiste por su parte en que “saber” incluso en el orden histórico, no significa “encontrar de nuevo”, ni sobre todo “encontrarnos”: “el saber no ha sido hecho para comprender, ha sido hecho para hacer tajos, para zanjar” (Foucault, 1992, p.20). Este punto es de importancia para la discusión con los investigadores colombianos por cuanto los distintos esfuerzos por “entender” el sentido y la lógica de la

violencia no pueden traducirse en la “desresponsabilización” de los actores. Cómo superar la condena moralista y antihistórica de la violencia sin caer en los cinismos de distinto cuño, es algo que está por resolverse. Un camino que está pendiente en esa dirección es el análisis de las relaciones entre moral y política, con lo que ahora se sabe de la sociedad y de los “agentes humanos” y con el nuevo rol que se asigna al conocimiento en la orientación de la vida social contemporánea (Bauman, 1998; Agamben, 1996).12 En una trayectoria algo similar se orienta el trabajo de Deepak Mentha (2000), quien discute cómo las estructuras locales del sentir proveen un campo discursivo dentro del cual la verbalización de las revueltas puede tener lugar. Al estudiar el caso de una comunidad musulmana en la India y sus ritos de circuncisión, la autora insiste en que el rito, más que en una transformación física, se convierte en un cambio verbal. La circuncisión fortalece la diferencia entre hindú y musulmán en un contexto de conflicto abierto. Al observar cómo circulan los signos en este caso, Mentha establece los recursos de bestializacion de parte de los hindúes hacia los musulmanes, los cuales se cristalizan en el lenguaje de los enfrentamientos colectivos. Las transformaciones lingüísticas que implican animalización de actores de un conflicto son comunes a distintas culturas que experimentan procesos violentos. Lo que resulta más interesante es que según la misma autora, las relaciones cara a cara en comunidades locales pueden estar cargadas con un potencial para la violencia, que se expresa a través de las identidades que se afianzan frente a los diferentes grupos en conflicto. Identidades que pueden retomar, en contextos de agresión, comportamientos del otro grupo para situarlos en contextos negativos que potencian su victimización. El efecto de bestializar absolutamente el comportamiento violento del otro niega la posibilidad de la negociación y la reconciliación, al plantear como inconcebible el diálogo con el no humano. El discurso de la incapacidad moral y la deshumanización del oponente se convierte en refuerzo de la intolerancia que parte de los supuestos políticos y se materializa en la incomodidad individual, y a menudo, en la expectativa de la desaparición física del otro. El contexto se complica cuando estos opuestos no son únicamente grupos armados y por el contrario la polarización se extiende y se

11 Entender este señalamiento implica recordar que la sociedad se constituye también por el conflicto y que querámoslo o no, sepámoslo o no, somos siempre el enemigo de otro.

12 Tanto Bauman (1998), como Agamben (1996) trabajan “la violencia” y descubren la necesidad de revisar la comprensión predominante de la moral como un “producto social”.

38


La investigación sobre la violencia: categorías, preguntas y tipo de conocimiento

atribuye a personas que conviven en un espacio civil cotidiano, lo cual genera todo tipo de adaptaciones negativas de las relaciones entre vecinos. Es clara la conexión que este trabajo tiene con algunas de las investigaciones sobre el desarrollo de la violencia política de los cincuenta y con el trabajo que María Victoria Uribe lideró sobre las masacres. Por su parte, los interesantes ensayos de Pamela Reynolds (2000), y Mamphela Ramphele (2000), a partir del caso sudafricano, muestran cómo las relaciones entre los sexos y las conexiones intergeneracionales en donde el flujo de la vida cotidiana se fundamenta, fueron destruidas bajo las políticas del apartheid.13 Por ejemplo, la definición de lo que significa “ser un niño”, se moldea fuertemente por la experiencia de la violencia en la que los niños tienen una presencia importante. Como una informante del estudio decía a los investigadores: “¿qué es peor -dejar a los niños manejar los cadáveres, y presidir funerales o hacerlos que participen en resolver peleas familiares?” Prácticas como estas imponen nuevas responsabilidades y un nuevo régimen de socialización entre este grupo de actores. Se trata de una lenta erosión a través de la cual las conexiones entre generaciones y la pérdida de confianza en el mundo que cada uno conoce, suceden a la sombra de la violencia (Das, 2000). Estos señalamientos resultan interesantes a la luz de los estudios actuales sobre las historias y trayectorias de los menores vinculados y desvinculados del conflicto y de las dificultades, tanto del ICBF, como de los programas de reinserción, para diseñar políticas al respecto (Ferro y Uribe, G., 2003; Bolívar, 2003). Otro punto llamativo en la lectura de Violence and Subjectivity es la constatación de que las instituciones de la vida cotidiana, como la familia, cuando ella sobrevive, pueden ofrecer un último refugio ante una ecología dominante de miedo y odio. Los casos típicos de los sicarios con su extraordinaria devoción por la figura materna, los desplazamientos forzados de familias que se mantienen unidas, las redes de amigos y familiares en toda circunstancia, son espacios en donde falta una mirada más atenta de cómo grupos de individuos pueden encontrar protección y aún resistir las tendencias colectivas creadas a través de presión social para involucrarse en la violencia. La pregunta general que aparece es sobre la forma como circulan y se reproducen las ideas de la venganza y el odio en los distintos espacios de interacción social. Es importante

reconocer que hay varias formas de imaginar la violencia que articulan de diferentes modos los individuos de una comunidad, incluyendo la de los grupos armados. En otras palabras, la identidad del individuo no puede ser subsumida por la identidad del grupo a pesar de las presiones hacia la totalización y la clara demarcación de los grupos en tiempos de terror. De ahí que haya que preguntarse, ¿cómo esos individuos reasumen su biografía y tramitan su propia historia personal? ¿Apelando a qué recursos?

13 Véase la obra sobre culturas juveniles en Colombia, especialmente la de Pilar Riaño, Carlos Mario Perea y José Fernando Serrano.

Otro gran tema sobre el que la investigación tendrá que

Consideración final El recorrido aquí presentado actualiza la pregunta acerca de cómo el acto de escribir sobre la violencia puede ser conceptualizado. ¿Es posible quitar la autoridad a los relatos de ciertos grupos pertenecientes a los medios o aún a la academia? ¿Es posible una lectura, subalterna si se quiere, que reflexione sobre la violencia presente para entender las herencias del pasado? ¿Sobre los racismos, los sexismos, los determinismos que tienden a expresarse en dichos relatos? ¿Cuál es el deber ser del relator de la violencia? ¿Cuáles sus elementos interpretativos? ¿Su análisis lee los datos de la violencia como si hablaran por sí mismos? ¿Se puede sufrir de una especie de “síndrome de Estocolmo” al convivir con los informantes hasta reconocerlos como tan humanos, que se minimizan sus comportamientos violentos? ¿Hacia dónde se apunta la cámara? Es inevitable optar. Pero, ¿qué lugar analítico y político se da a lo que el actor proclama de sí? La investigación sobre la violencia tiene que comprender mejor la relación entre violencia y subjetividad y articular las varias líneas de conexión y exclusión establecidas entre la memoria cultural, la memoria pública, y la memoria sensorial de los individuos. La fusión de la memoria y la representación no es sólo la de la autenticidad de las memorias, como si ellas estuvieran escritas en la roca, sino la lucha por producir la historia de uno con relación a las representaciones que buscan imponer una clase diferente de verdad en ellas. El informante dirá siempre lo que se espera de él en términos de gestos dramáticos de heroísmo, coherencia, victimización o reconciliación, dependiendo del estado del proceso al que su relato del pasado alimente. Por lo tanto, la presión por crear una clase diferente de pasado, no es sólo el tema de cómo el relato se maquilla para aparecer como lo que interesa, sino también cómo cada uno, incluyendo el analista, lidia con la violencia de las memorias en el presente.

39


DOSSIER • Ingrid Johanna Bolívar / Alberto Flórez

avanzar es el de la rutinización y domesticación de las experiencias de la violencia, a menudo a través de los procesos de normalización aplicados por los procesos burocráticos. El efecto que se observa allí es el de la desarticulación de los actores de dichos procesos a través de imágenes de que “así son las cosas”, de que “mañana ya lo habremos olvidado”, y de que efectivamente “los escritos sobre estos fenómenos son una variación sobre los mismos temas” y competen al ámbito del Estado. Es común ver, por ejemplo, cómo los periódicos ni siquiera se miran pues ya parecen haberse leído hace años, quizás con algunos pequeños cambios en números y nombres, pero repitiendo de manera inercial la información, sin proposiciones nuevas, lo que indica una atemporalidad de la violencia sobre la que no habría nada que hacer. El recorrido aquí presentado recuerda que las distinciones entre subjetividad y estructura, entre guerra y violencia civil, y entre tiempos de paz y tiempos de violencia, resultan contraproducentes y equivocadas. Las líneas que dividen estos temas son muy tenues. La reconceptualización de la violencia, concluyen los editores del libro revisado, debe acompañarse de las nuevas prácticas del trabajo etnográfico y la producción textual. De otro modo, los mismos recuentos cíclicos seguirán enfatizando modelos y estereotipos generales que no han contribuido suficientemente a la renovación del sentido, y por lo tanto de la acción, de los actores violentos en sociedades como la colombiana.

Das, V., Kleinman, A., Ramphele, M., Reynolds, P. (2000). Violence and Subjectivity. Berkeley: University of California Press. Das, V., Kleinman, A. (2000). Introduction. En V. Das, A. Kleinman, M. Ramphele, P. Reynolds (Eds.), Violence and Subjectivity. Berkeley: University of California Press. Das, V. (2000). The Act of Witnessing: Violence, Poisonous Knowledge and Subjectivity. En V. Das, A. Kleinman, M. Ramphele, P. Reynolds (Eds.), Violence and Subjectivity. Berkeley: University of California Press. Estrada, A.M., Ibarra, C., Sarmiento, E. (2003). Regulación y control de la subjetividad bajo el orden paramilitar en Colombia. Revista de Estudios Sociales, 15, 133 - 149. Feldman, A. (2000).Violence and Vision: The Prosthetics and Aesthetics of Terror. En V. Das, A. Kleinman, M. Ramphele, P. Reynolds (Eds.), Violence and Subjectivity. Berkeley: University of California Press. Ferro, J., Uribe, G. (2003). El orden de la guerra. Bogotá: Universidad Javeriana. Foucault, M. (1996). Genealogía del racismo. De la guerra de las razas al racismo de estado. Madrid: Ediciones La Piqueta.

Bibliografía:

Foucault, M. (1992). Nieztche, la genealogía, la historia. En Microfisica del poder. Madrid: Ediciones La Piqueta.

Agamben, G. (1996). Medios sin fin. España: Editorial Pretextos.

García, C. I. (1996). Urabá. Región, actores y conflicto 19601990. Medellín: Cerec, Iner, Uniantioquia.

Appadurai, A. (1996). Modernity at Large: Cultural Dimensions of Modernization. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Gonzalez, F. (2002). Consideraciones finales. En Workshop: Obstacles to Robust Negotiated Settlement of Civil Conflicts. Bogotá: Santa fe Institute-Pontificia Universidad Javeriana.

Barón, L.F, Bedoya, A., Valencia, M. (2002). Noticias de guerra: la extraña lógica del conflicto colombiano en el consumo de noticieros. Revista Controversia, 180. Bauman, Z. (1998). Modernidad y holocausto. España: Ediciones Sequitur. Bolívar, I. (2003). Conflicto armado como conflicto generacional: los jóvenes como sujeto político. Manizales: Ponencia presentada en el Congreso Colombiano de Antropología. 40

Kleinman, A. (2002). The Violence of Everyday Life: The Multiple Forms and Dynamics of Social Violence. En V. Das, A. Kleinman, M. Ramphele, P. Reynolds (Eds.), Violence and Subjectivity. Berkeley: University of California Press. Mentha, D. (2002). Circumsision, Body, Masculinity: The Ritual Wound and Collective Violence. En V. Das, A. Kleinman, M. Ramphele, P. Reynolds (Eds.), Violence and Subjectivity. Berkeley: University of California Press.


La investigación sobre la violencia: categorías, preguntas y tipo de conocimiento

Ramírez, M. C. (1996). Entre el estado y la guerrilla: identidad y ciudadanía en el movimiento de los campesinos cocaleros del Putumayo. Bogotá: ICANH.

Uribe, M. T. (1992). Urabá: ¿Región o territorio?, Un análisis en el contexto de la política, la historia y la etnicidad. Medellín: Corpourabá, Iner, Uniantioquia.

Ramphele, M. (2002). Teach Me How to Be a Man: An Exploration of the Definition of Masculinity. En V. Das, A. Kleinman, M. Ramphele, P. Reynolds (Eds.), Violence and Subjectivity. Berkeley: University of California Press.

Vásquez, M. (2002). Estrategias de representación y constitución de la identidad en la zona de distensión. Informe de investigación del proyecto Identidades culturales y tipo de estado: la exploración de la multiculturalidad en tres grupos poblacionales. Bogotá: Colciencias-CESO.

Reynolds, P. (2002). The Ground of All Making: State Violence, the Family, and Political Activists. En V. Das, A. Kleinman, M. Ramphele, P. Reynolds (Eds.), Violence and Subjectivity. Berkeley: University of California Press. Snyder, R. (2002). Does Lootable Whealth Breed Disorder? A Political Economy of Extraction Framework. En Workshop: Obstacles to Robust Negotiated Settlement of Civil Conflicts. Bogotá: Santa fe Institute-Pontificia Universidad Javeriana. Spencer, J. (2000). On Not Becoming a “Terrorist”. En V. Das, A. Kleinman, M. Ramphele, P. Reynolds (Eds.), Violence and Subjectivity. Berkeley: University of California Press.

Wirpsa, L. (2002). Oil and the Political Economy of Conflict in Colombia and Beyond: A Linkages Approach. En Workshop: Obstacles to Robust Negotiated Settlement of Civil Conflicts. Bogotá: Santa fe Institute-Pontificia Universidad Javeriana. Woodward, S. (2000). Violence Prone Area or International Transition? Adding the Role of Outsiders in Balkan Violence. En V. Das, A. Kleinman, M. Ramphele, P. Reynolds (Eds.), Violence and Subjectivity. Berkeley: University of California Press.

41


Revista de Estudios Sociales, no. 17, febrero de 2004, 42-55.

ANTROPOLOGÍA DEL CÁNCER E INVESTIGACIÓN APLICADA EN SALUD PÚBLICA Roberto Suárez 1, Carolina Wiesner2, Catalina González 3, Claudia Cortés4, Alberto Shinchi 5

Resumen A partir de una elaborada revisión de literatura sobre el cáncer gástrico, el artículo profundiza en los aspectos socio culturales que explican la enfermedad y aboga por una mayor cooperación entre la comunidad afectada y las instituciones que formulan las políticas públicas en salud, haciendo énfasis en las relaciones existentes entre salud, prácticas sociales y cultura. Plantea que los programas de intervención en salud pública deben considerar factores sociales, biológicos y culturales de manera interdependiente para plantear propuestas viables de desarrollo de investigaciones aplicadas al cáncer gástrico en poblaciones vulnerables como las que residen en los departamentos colombianos de Nariño y Boyacá.

Palabras clave: Cáncer gástrico, antropología médica, cultura, salud, alimentación, ecosistémico.

Abstract Based on a revision of literature on gastric cancer, the article explores the achievements of medical anthropology in identifying the sociocultural aspects that may explain the illness. It claims for a better cooperation between affected communities and institutional policies, and emphasizes on the relationships between health, social practices and culture. The article argues that public health programs should consider social, biological and cultural factors in order to develop proposals for the development of research on gastric cancer in vulnerable populations such as the ones residing in the Colombian departments of Nariño and Boyacá.

1

2 3 4 5

42

Antropólogo, PH.D. Profesor del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes, grupo de Antropología Médica de la Universidad de los Andes. Médica, M.PH. Instituto Nacional de Cancerología. Antropóloga. MA. Grupo de Antropología Médica de la Universidad de los Andes. Antropóloga, Instituto Nacional de Salud. Médico. Grupo de Antropología Médica de la Universidad de los Andes.

Key words: Gastric cancer, medical anthropology, culture, health, nourishment, ecosystemic.

Prevenir y curar enfermedades crónicas, como el cáncer gástrico, representa un gran reto para el campo médico moderno. Existen esfuerzos desde las ciencias básicas y se han realizado grandes avances en campos como el epidemiológico, pero los aspectos sociales y culturales asociados a esta enfermedad han sido poco estudiados y son presentados como elementos de segundo orden al momento de construir programas de salud pública, ya sea para su detección temprana y/o para su control. Sin embargo, el reconocimiento de los cambios de la morbilidad de la enfermedad en ciertas regiones del mundo ha permitido que el campo de lo social haya empezado a tomar fuerza para comprender la relación existente entre cultura y salud en la vida cotidiana de los individuos en riesgo o afectados. Este hecho ha implicado una manera diferente de aproximarse a la enfermedad, en donde el espectro epidemiológico se ha desarrollado para entenderla, no solamente desde su prevalencia o morbimortalidad, sino a partir del significado que tiene para los individuos (Helman, 1991; Good, 1994). Al centrarnos en la experiencia social e individual buscamos establecer vínculos significativos entre la enfermedad, la salud, las contradicciones inherentes a las diferentes percepciones de las mismas, los sistemas de creencias, relaciones de poder, de género, de causalidad, de desgracia, de estructura social, los tipos de tratamiento en los que se cree y a quién se acude (Marshal, Gregorio y Walsh, 1982; Comaroff, 1985; Littlewood, 1991; Chávez et al., 1995; Ritenbaugh, 1995; Suárez, 2001). Sobre esta base, en este artículo planteamos la necesidad de discutir la resonancia teórica y el aporte de la antropología médica al estudio del cáncer gástrico con el fin de mirar sus contribuciones para un programa de investigación aplicada, desde una perspectiva ecosistémica (Lebel, 2003). Pretendemos realizar una revisión de la literatura sobre los aspectos epidemiológicos del cáncer gástrico y sus factores de riesgo, y también presentar la articulación de la antropología médica para ubicar en su contexto los aspectos socioculturales de la enfermedad. Por otro lado plantearemos una propuesta global para el desarrollo de investigaciones puntuales sobre cáncer gástrico en poblaciones vulnerables colombianas, como las residentes en Nariño y Boyacá. El cáncer gástrico presenta varios componentes importantes a estudiar: su etiología multicausal implica


Antropología del cáncer e investigación aplicada en salud pública

realizar un análisis de los puntos de intersección entre lo cultural, lo social y lo biológico, donde se ubican los denominados 'factores de riesgo'. Por sus características el cáncer es, en general, una enfermedad silenciosa-crónica que genera, en el momento de su diagnóstico, grandes impactos psicosociales y económicos en la calidad de vida del paciente y de su familia. Además, la curación sólo se logra cuando se realiza un diagnóstico temprano o precoz de la enfermedad y para esto es necesario intervenir durante el periodo latente, es decir, en ese periodo silencioso en el que el enfermo no se considera como tal y en donde la noción de riesgo está ausente. La incidencia del cáncer gástrico ha disminuido en muchos países sin ninguna intervención médica, al mejorar las condiciones de vida de las personas y al incentivarlas al consumo de frutas y verduras. De igual manera, el uso masivo del refrigerador se ha asociado con una disminución en la presencia de la enfermedad (WCRF, 1997). En Colombia, el cáncer gástrico es la primera causa de muerte en hombres y mujeres, particularmente en algunas regiones (Nariño y Boyacá) en donde para muchos habitantes (particularmente en zonas rurales) las enfermedades son el resultado de algún castigo divino, de falta de fe, de la creencia en el destino, del clima, o algún accidente (Pinzón y Suárez, 1992; Suárez y Forero, 2002). Como problema de salud pública es el resultado de la relación entre diversos factores de riesgo como son los medioambientales (contaminación bacteriana), los sociales (estrato socioeconómico, acceso al sistema de salud), los culturales (sistemas de creencias) y los genéticos (predisposición familiar) (Higinson, Muir y Muñoz, 1992; Lawrence y Zfass, 1996). Dentro de los factores de riesgo que se consideran tanto biológicos como culturales se encuentra la dieta, que ha sido objeto de numerosos estudios epidemiológicos (WCRF, 1997), y antropológicos (Sydney, Mintz, Du Bois, 2002). La alimentación y la nutrición son áreas influenciadas por aspectos económicos, sociales, políticos y culturales (LéviStrauss, 1958; Sahlins, 1980; Romero, 1993). En ellas intervienen la existencia y reproducción de tradiciones definidas por el medio geográfico, las relaciones económicas y socioculturales, el acceso a productos y la representación de lo que es alimento o comida (Lévi-Strauss, 1958). Este último punto responde a sistemas de creencias, valores y actitudes asociados a la práctica diaria de la alimentación y explicados por la cotidianidad. Al determinar que la nutrición es un factor de riesgo relevante para desarrollar cáncer gástrico, especialmente cuando se tiene una dieta deficiente en proteínas, vitaminas e insuficiente consumo de frutos y vegetales frescos (INC, 2000; WCRF, 1997), se considera

necesario estudiar las ideas que se construyen alrededor de la cultura alimentaria. Lo anterior y de acuerdo a la idea de Herrera (1996, p.2) que expresa que “la comida hace parte de la identidad de un grupo social, expresa las relaciones que ocurren entre unas y otras personas, entre los grupos humanos y su medio ambiente, entre el mundo natural y el sobrenatural”, nos permite afirmar que las condiciones nutricionales y de salud son el resultado de la interacción de las fuerzas ecológicas, biológicas, económicas, sociales y culturales (Good, 1994). Entre estos factores existe una interdependencia sistémica: cuando un factor se ve afectado, los demás alteran su curso igualmente. Estudiar el cáncer desde la antropología médica, permite explicar la lógica social que fundamenta los diferentes comportamientos y la cultura que nos remite a mirar el telón de fondo de éstos; es decir, podemos entender el ejercicio de los espacios de poder de las personas, sus sistemas de comunicación, organización social, acciones cotidianas y la forma como construyen métodos y estrategias para solucionar problemas en el campo médico. De hecho para Keshavjee (1996) la antropología médica provee las herramientas para entender el vínculo de lo biológico con lo social, lo político, lo histórico y lo económico; esto significa que a través de estudios en antropología médica es posible entender la influencia de fuerzas globales en una cultura particular, en las formas de distribución y caracterización de ciertos tipos de cáncer. Al ser aplicada esta perspectiva al estudio del cáncer podemos entender cómo se construye la representación de la enfermedad, las lógicas sociales en la realidad diaria de los actores afectados por el cáncer y cómo se va realizando la construcción de itinerarios terapéuticos para encontrar soluciones a los problemas de la enfermedad. Es poco lo que se encuentra en los estudios sobre sociedades campesinas, específicamente de la región Cundiboyacense, sobre la relación entre medicina y culturas médicas. Carlos Pinzón y Rosa Suárez (1982) analizan la enfermedad en la comunidad de Sora, dentro de la dinámica histórica del campesino, y encuentran que la brujería actúa como un regulador de tensiones y conflictos. En 1989 José Ignacio Torres describe la medicina tradicional en la comunidad campesina de Usme, haciendo énfasis en el funcionamiento de la acción médica y relacionándola con aspectos del código de salud y enfermedad tal y como son manejados por la comunidad (Torres, 1989). En este estudio a partir de la descripción del funcionamiento de la medicina se llega a la conclusión que los curanderos no sólo no están alejados de la labor del médico, sino que también cumplen el papel de intermediarios en los conflictos locales. En 1992 43


DOSSIER • Roberto Suárez / Carolina Wiesner / Catalina González / Claudia Cortés / Alberto Shinchi

Carlos Pinzón y Rosa Suárez publican “Las mujeres lechuza”, en donde recrean la relación entre cuerpo-cerebro y cultura desde un análisis histórico y dan a conocer el manejo de la salud en sociedades campesinas a través de estrategias comunitarias, como el curanderismo y la brujería. Este trabajo es similar al propuesto por Cristina Barajas (1995, 2000) en su estudio sobre el significado de la enfermedad en la población de la vereda de El Carreño (Sotaquirá, Boyacá), donde enfermarse significa arriesgar la estabilidad económica y laboral de su grupo, constituyéndose un espacio de tolerancia en la colectividad hacia el individuo bajo la presión de la mejoría. A través de las dolencias se transmiten conocimientos en busca de la prevención y la cura, así como se reconstruyen y reafirman redes solidarias. La autora concluye que estar sano o enfermo involucra aspectos sociales, afectivos, morales, culturales, económicos y simbólicos. En un país con un enorme mestizaje cultural y grandes desigualdades socioeconómicas, puede verse cómo los individuos construyen una cultura médica, en términos generales “medicina popular”, con estrategias preventivas terapéuticas y modelos explicativos de la enfermedad de acuerdo a sus necesidades y representaciones de la salud, el padecimiento, y la muerte, entre otros factores. En las regiones colombianas de alta incidencia (principalmente en áreas rurales), enfermarse se traduce en el ámbito doméstico de autoconsumo en el abandono de la actividad laboral, lo que afecta el ciclo de producción y de trabajo de los miembros de la familia y por ende, la estabilidad económica (Barajas, 2000).

Aspectos epidemiológicos del cáncer gástrico En la actualidad el cáncer gástrico sigue ocupando un lugar importante dentro de las causas de muerte a nivel mundial, aunque el mejoramiento de las condiciones de vida y los logros alcanzados en el diagnóstico temprano y el tratamiento, han permitido una disminución de la tasa de mortandad. Su incidencia presenta evidentes diferencias regionales, siendo baja en países como Estados Unidos (7.6 x 100.000), Australia y Nueva Zelanda (9.8 x 100.000) y alta en algunos países como Japón (69 x 100.000), Corea (70 x 100.000) Chile (38 x 100.000), Costa Rica (35 x 100.000), Rusia (42.9 x 100.000) y Colombia (33 x 100.000). Sin embargo y a pesar de que en Japón hablamos de casi el doble de casos que en los países de Centro y Sur América, la mortalidad es comparativamente baja. Es así como la tasa ajustada de mortalidad en hombres japoneses (31 x 100.000 habitantes), es menor a la registrada en Costa Rica (45. x 100.000) y muy próxima 44

a la reportada en Chile (30 x 100.000) y Colombia (26 x 100.000) (Ferlay, 2000). Esta divergencia geográfica evidencia que en algunos casos la etiología medioambiental, cultural y social tiene mayor peso que la genética (Idrovo et al, 1993). El estudio realizado por Cairns (1986) en el que comparó los índices de mortalidad por cáncer gástrico de japoneses residentes en Japón, japoneses inmigrantes a EE.UU., hijos de inmigrantes japoneses residentes en EE.UU. (Nisseis) y blancos estadounidenses, demostró que el índice de mortalidad por cáncer gástrico en los japoneses que migraron a EE.UU. disminuyó en relación con el de los japoneses residentes en Japón. A su vez los hijos de los inmigrantes japoneses a EE.UU. presentaron una incidencia de mortalidad menor a la de sus padres y cercana a la de los blancos estadounidenses (Robbins, 1990). Además de considerarse la variable medioambiental como factor de riesgo para desarrollar cáncer gástrico, existen otros factores, que como la dieta, parecen tener gran importancia como agentes etiológicos. Un estudio desarrollado por Zhang (1994) evidenció que un consumo alto de frutas y verduras ricas en vitamina C estaba asociado con la disminución en el riesgo de desarrollar cáncer gástrico; así mismo, se estableció que una dieta rica en cereales de grano entero, carotenoides y té verde, disminuye el riesgo de desarrollar la enfermedad. A esta misma conclusión llegaron Buiatti et al. (1990) en un estudio de casos y controles de cáncer gástrico y dieta realizado en Italia, Graham et al. (1972) en un estudio sobre factores alimentarios en la epidemiología del cáncer gástrico, y Haenszel et al. (1972) al realizar una investigación sobre cáncer gástrico en japoneses residentes en Hawai. Por otro lado, una ingesta habitual de alimentos ahumados y asados, ricos en hidrocarburos policíclicos aromáticos, está asociada con el génesis del cáncer gástrico (WCRF, 1997). De acuerdo con los estudios adelantados por investigadores de la división de epidemiología y genética del Instituto Nacional de Cáncer de Estados Unidos sobre la dieta y los hábitos culinarios de 176 personas diagnosticadas con cáncer gástrico y 503 personas sin cáncer, se demostró que quienes comían carne bien asada tenían un riesgo tres veces mayor que quienes comían la carne a término medio. También se encontró que las personas que comían carne cuatro o más veces a la semana tenían el doble del riesgo de desarrollar ese tipo de cáncer que aquellos que consumían carne con menor frecuencia. Del mismo modo, se ha señalado en estudios de casos y controles desarrollados por el Instituto Americano


Antropología del cáncer e investigación aplicada en salud pública

para la Investigación del Cáncer, así como por Buiatti et al. (1990) en Italia, que una dieta con alta ingesta de sal está asociada a este tipo de cáncer (WCRF, 1997). El efecto carcinogénico de la sal está posiblemente ligado a un daño de la mucosa del estómago, como lo demostró Kodama y col. (1984) en un estudio sobre el efecto de la sal en el estómago de los ratones. Otros factores, como los genéticos, plantean un riesgo 2 a 3 veces mayor de desarrollar cáncer de estómago en familiares de primer grado de pacientes con cáncer gástrico (Idrovo, 1993). Igualmente se sabe que los individuos del grupo sanguíneo A tienen un 20% más de probabilidad de presentar cáncer gástrico que las personas de los grupos sanguíneos O, B o AB (Muñoz Francesani, 1997). A pesar de esta relación, autores como Craven (1987), Davis (1989), Correa (1982) y Kasimer et al. (1989) creen que este factor no es tan importante. Existen además algunas lesiones precursoras propias del estómago que están asociadas con un mayor riesgo de cáncer, como la gastritis crónica atrófica, los adenomas gástricos, la enfermedad de Menetrier y la anemia perniciosa, de acuerdo con Correa (1992) y con datos del Instituto Nacional de Cancerología de Colombia (2000). Algunos investigadores como Abaunza (1994), Pineda (1992), Tuffi et al. (1998), Correa et al. (1983) y McMichael (1990) consideran que las personas de escasos recursos tienen un mayor riesgo de presentar la enfermedad, pues obtienen el agua para consumo de pozos artesanales o aljibes que presentan altos niveles de nitratos y contaminación por H. Pylori. Adicionalmente estos grupos de población tienen una dieta rica en carbohidratos y baja en frutas y verduras frescas, así como un menor acceso y uso de los servicios de salud. Otro de los factores de riesgo, y quizás uno de los más importantes, es la infección por H. Pylori, una bacteria en forma de espiral que recientemente fue clasificada por la IARC (International Agency for Research on Cancer) como un carcinógeno del grupo I, es decir, una causa definitiva de cáncer en humanos; esta bacteria coloniza la mucosa gástrica debido a la contaminación alimentaria y se ha asociado con el desarrollo de una inflamación local, la gastritis crónica atrófica, una conocida lesión precursora del cáncer gástrico. La bacteria se adquiere durante la niñez y los niños infectados son en general asintomáticos, con excepción de una pequeña minoría que desarrolla enfermedad ulceropéptica. Esta infección crónica produce un mayor riesgo de desarrollar cáncer gástrico en la etapa adulta; sin embargo, muchas de las personas infectadas no lo desarrollarán (Imrie, Rowland, Bourke, Drumm, 2001). Lo

anterior está basado en varios estudios en los cuales se estableció una asociación entre el cáncer gástrico y la infección por H. Pylori, entre los que sobresalen los realizados por Nomura et al. (1991) en Hawai, y Parsonnet et al. (1991) en Estados Unidos. La importancia del H. Pylori como factor de riesgo radica en que un tratamiento preventivo podría ayudar a modificar el curso de la enfermedad, tal y como lo quiere demostrar un grupo de investigadores alemanes que inició una investigación en 1997 (Miehlke, 1997). Teniendo en consideración el riesgo atribuible que tiene la infección por H. Pylori en el desarrollo del cáncer, esta propagación tiene implicaciones desde el punto de vista de la salud publica. La educación de la población, así como la difusión de aspectos de nutrición e higiene alimentaria, se han considerado prioritarias para países en vías de desarrollo. Algunos estudios han evaluado la posibilidad de hacer tamizaje para identificar los posibles infectados, pero esto resulta poco práctico por los altos costos del tratamiento antimicrobiano, los efectos secundarios del tratamiento y la posible inducción de resistencia (Tytgat, 1998). Sin embargo, y teniendo en cuenta que el pronóstico del cáncer gástrico es pobre, es importante realizar la detección de las lesiones en una etapa temprana y tratable. En países como Japón se han implementado programas de detección temprana en poblaciones de alto riesgo y se ha alcanzado un porcentaje de diagnóstico en estadios tempranos de un 40% del total de los casos, lo que genera una disminución significativa en la tasa de mortalidad. Esta experiencia en la detección temprana se extrapoló a algunos países latinoamericanos como Chile, en donde los programas de tamizaje han permitido que la tasa de mortalidad haya disminuido en los últimos 30 años. Igualmente, en el Estado de Táchira (Venezuela), un programa de tamizaje demostró que los índices de mortalidad bajaron en relación con los países vecinos, lo cual está siendo evaluado con el fin de proporcionar resultados de esta experiencia. De estas vivencias se ha concluido que a pesar de las dificultades económicas y sociales los resultados son alentadores (Ronderos, 1994). Así mismo, una revisión de los casos de cáncer gástrico adelantada en el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social entre 1978 y 1990 demostró que esta patología era frecuente en el servicio de gastroenterología (correspondía al 5% de los pacientes atendidos), y se hizo énfasis en la importancia de los programas de detención oportuna (Touma, 1993). En el caso de Colombia, que figura como uno de los países con incidencias más altas del mundo y en donde se han 45


DOSSIER • Roberto Suárez / Carolina Wiesner / Catalina González / Claudia Cortés / Alberto Shinchi

identificado algunas regiones de alto riesgo como los departamentos de Boyacá y Nariño, no ha sido posible este tipo de intervención debido a la disociación que existe entre factores económicos, la viabilidad técnica y los factores socioculturales. Aunque la mortalidad por cáncer gástrico ha descendido ligeramente en la última década, éste es considerado un problema de salud pública por cuanto continúa siendo la primera causa de muerte por cáncer (Instituto Nacional de Cancerología, 2000). Todo lo anterior justifica la importancia que debe tener el pasar de un modelo curativo, como el que tenemos actualmente, a uno de prevención y promoción. Si entendemos como promoción de la salud “la integración de las acciones que realizan la población, los servicios de salud, las autoridades sanitarias y los actores sociales y productivos, con el objeto de garantizar, más allá de la ausencia de enfermedad, mejores condiciones de salud físicas y psíquicas de los individuos y las colectividades”, y por prevención el “conjunto de actividades orientadas a evitar la ocurrencia de enfermedades específicas, cuyo objeto son los individuos o grupos sociales, que por sus características tengan una gran probabilidad de adquirirlas” (República de Colombia, 1996, p. 17), es importante que exista una conciencia colectiva que le permita a los individuos y a los organismos de salud ejercer un control sobre la salud. Es así como es necesario que exista una articulación entre las políticas institucionales y un compromiso de la comunidad. Se pretende entonces establecer un desarrollo de mejores condiciones de salud, tanto individuales como colectivas, por parte de los gobiernos nacional, departamental, municipal y las autoridades sanitarias y educativas que con el compromiso de la comunidad busquen que cada individuo o grupo identifique y se apropie de sus problemas de salud, para tomar iniciativas que le permitan ejercer un control sobre los mismos, en donde cada persona se responsabilice de su proceso y cuente con el respaldo del sector salud. Junto con las políticas institucionales y el compromiso de la comunidad debe estructurarse una cultura sanitaria, lo cual implica transformar o reafirmar los valores, las tradiciones y saberes en busca de su mejoramiento. De esta forma la promoción de la salud contribuiría a estructurar su cultura y a materializarla en un saber social. Aunque lo anterior supone el aumento de la calidad de vida de las personas, la promoción y prevención no poseen un lugar privilegiado: hay incapacidad para desarrollar iniciativas y proyectos, así como problemas de financiación, falta de capacitación del personal, desconocimiento del público, falta de recursos, carencia de continuidad y metas de muy corto plazo (República de Colombia, 1996). 46

Elementos relevantes para el estudio antropológico del cáncer gástrico La antropología médica es una disciplina que ha permitido demostrar cómo los conceptos de salud, enfermedad, muerte, dolor, prácticas terapéuticas, entre muchos otros, son formas de expresión de la cultura que a su vez se relacionan íntimamente con la organización social, la política, la economía y los sistemas de creencias (Suárez, 2001). Debemos recordar que el término salud es polisémico, refleja diferentes nociones que se construyen alrededor de lo normal y lo saludable - to be fit - (Wright, 1982; Crawford, 1984; Hahn, 1995). La salud es a la vez un capital individual (Herzlich, 1973), un instrumento operativo para mantener al individuo dentro del sistema (principalmente el sistema laboral), y un valor asociado a estilos de vida 'saludables' o 'equilibrados' y a la organización social (Pierret, 1995). De igual manera, la enfermedad sugiere diferentes formas de entenderla y por lo tanto también se debe hacer referencia a los contextos en los cuales el término adquiere significado. Así, términos como anormalidad, desvío, un sentido del mal religioso o red semántica son algunos de los significados que adquiere según el contexto socio-cultural. Estar enfermo implica un conjunto de procesos. Las historias de la enfermedad evidencian que es 'objeto de comprensión y de lucha' (Good, 1994) para que los individuos de una parte tomen distancia de ella, objetivándola, y de otra, puedan construir un itinerario terapéutico, es decir, un recorrido de curación o sanación que los individuos establecen a través de los proveedores de salud, basado en los saberes populares y determinado de acuerdo a los objetivos curativos que establecen prácticas médicas especificas (Scheder, 1987; Pedersen, 1988; Suárez y Forero, 2002). Young (1982) y Frankenberg (1980) insisten en la necesidad de entender las prácticas médicas como producto de ideologías. En este contexto, el tema de los itinerarios terapéuticos tiene una función crucial para el entendimiento de cómo los individuos le atribuyen significado a la enfermedad y a la salud y a su vez, permiten seguirle el rastro a los recorridos que las personas establecen en su cotidianidad para encontrar una respuesta a la enfermedad. Esto sugiere que las prácticas médicas y los itinerarios terapéuticos dependen de los contextos culturales en los que adquieren significado y por lo tanto, su estudio ineluctablemente hace referencia a una historia y a una cultura, categorías que están sujetas a constantes transformaciones locales y globales (Kleinman, 1980; Littlewood, 1991; Lock, 2001). Indudablemente, los métodos y las estrategias terapéuticas


Antropología del cáncer e investigación aplicada en salud pública

de los individuos corresponden a un pragmatismo individual que integra diferentes campos para encontrar la respuesta a las rupturas en la salud y la enfermedad en la vida cotidiana. Entender la medicina como un elemento de la cultura y los itinerarios terapéuticos como una de sus expresiones, permite acercarse a las nociones de mundo y realidad que una población maneja (Briceño-León, 1999); así mismo da luces sobre la manera como dicha sociedad crea, representa, legitima y aplica conocimientos sobre el cuidado de su cuerpo, la salud, la enfermedad, ya que como Young afirmó, todo conocimiento sobre la sociedad y la enfermedad es un conocimiento construido socialmente y lo que se necesita es un entendimiento crítico de cómo los factores médicos están predeterminados por los procesos de pensamiento y construcción del mundo (Young en Lindenbaum, Lock, 1993). La salud y la enfermedad son entonces parte de la existencia cotidiana humana, y por tanto, son concebibles como un sistema de interpretación de la vida; más allá de su valor biológico y psicosocial, son eventos que reflejan el vínculo de la persona con la sociedad y que sirven para interpretar su relación con el orden social, ya que responden a contextos socioeconómicos y varían según sexo, edad, grupo étnico, entre otros (Schwabe y Kuojock, 1981; Scheder, 1987; Pierret, 1995). En sus significados se puede observar la construcción de los saberes populares que dan razón a las culturas médicas. Reconocer que los individuos integran en su cultura médica una gran diversidad de aspectos sociales y diferentes temporalidades (Calderon, 1995) implica abrir un espectro flexible de lo que es y lo que significa el campo salud-enfermedad para una población (Hepburn, 1988). Es importante resaltar que la antropología médica permite mirar más allá de lo evidente para explicitar el porqué de las lógicas del comportamiento individual y social. Al buscar una comprensión global del problema de salud en la sociedad, estamos proponiendo discutir preguntas centrales de nuestra vida contemporánea. En otras palabras, planteamos desentrañar cómo se entrelazan en la cotidianidad las relaciones entre movilidad social, cultura, relaciones de poder, relaciones interculturales, ortodoxias culturales e ideologías dominantes para generar sentido a los procesos de salud y enfermedad en un contexto marcado por la crisis constante. Hay que considerar que en Colombia no han sido realizados estudios sobre la relación entre cáncer, sociedades campesinas y saber local. Esta enfermedad representa una categoría extranjera para las poblaciones en riesgo. Si consideramos la descripción que Sontag (1979)

realiza del cáncer, puede decirse que la enfermedad es un misterio, pues la mayoría de las personas no conocen sus causas, sus síntomas y mucho menos saben tratarlos en el momento en el que se presentan. El cáncer, como otras enfermedades crónicas, reconstruye la identidad individual y social, y se asocia a la idea de sufrimiento en tanto se afirma que la persona a quien se le descubre carga una sentencia social, que es pena de muerte. Por ello se lo concibe como una alteración del orden natural, un sinónimo de fatalidad cuyo escape es el milagro o la voluntad sobrenatural. Bajo esta perspectiva, el cáncer no sólo es un malestar físico y biológico sino también psicológico y moral. Representa una carga económica y pone en evidencia la relación individuo, orden y vínculo social mediante el tipo de aseguramiento y acceso a servicios de salud. Sontag (1979) lo considera la lucha en una guerra en la que el lenguaje militarista de la salud es evidente: las células no se multiplican, son invasivas, son colonizadoras, y la radioterapia tiene un parecido con las batallas aéreas en la manera como se propone bombardear las células enemigas del cuerpo sano; el objetivo es el de matar las células cancerígenas en donde las guerras químicas tienen cabida tal como se usa la quimioterapia. En el proceso de salvar al paciente se piensa que los daños y los sufrimientos colaterales del cuerpo son inevitables, tal y como se habla en la guerra de pérdidas involuntarias, o según la terminología anglosajona de “friendly fire” para referirse a las muertes no deseadas, causadas por la necesidad de ganar la guerra. Así las cosas, el cáncer gástrico plantea cómo una enfermedad crónica sobrepasa el componente clínico en el momento del análisis: en ella es posible entender la construcción de una enfermedad a partir de imágenes de mundo que van a recrear la experiencia que constituye nuestra representación, en este caso de vida y de muerte.

El significado de los síntomas de enfermedades del estómago En relación con el primer punto, un estudio de cáncer gástrico en sociedades campesinas debe focalizarse hacia la comprensión de la salud y la enfermedad como experiencia de los individuos: es decir, mediante el estudio del conocimiento popular, de cómo se entienden los conceptos de salud, enfermedad, bienestar, dolor, muerte, cuidado, autocuidado y castigo, y cuáles son las actitudes cotidianas frente a la enfermedad, en este caso frente a las de origen gastrointestinal. Igualmente se

47


DOSSIER • Roberto Suárez / Carolina Wiesner / Catalina González / Claudia Cortés / Alberto Shinchi

debe lograr una aproximación de estas concepciones a la interpretación que los proveedores de salud constituyen en torno del cáncer gástrico. Entender las lógicas sociales de los individuos frente a la enfermedad y las dinámicas internas y razones de actuar de un grupo social es entonces necesario. Este es un primer paso para acercarse a la verdadera visión de los fenómenos por parte del ciudadano 'común y corriente', y posteriormente llegar a una intervención. En este sentido es básico tener presente que las personas en su cotidianidad actúan de acuerdo a sus saberes y a sus necesidades en salud. La manifestación de estos comportamientos frente a un fenómeno evidencia la existencia de prácticas sociales que justifican el actuar de los individuos. Aproximarse a esta realidad ilustra todo un bagaje de conocimientos y de prácticas que dentro de la individualidad de los grupos sociales reafirman la pertenencia a una sociedad y la apropiación de los procesos que se presentan en la vida de las personas. Conocer qué es lo que motiva la existencia de las prácticas sociales, cómo estructuran los itinerarios terapéuticos, cuál es su configuración dentro de las redes sociales, cuál es la trascendencia con la que cuentan y su justificación y validación en la cotidianidad, permite entender el comportamiento de las personas en un determinado contexto. Desde el punto de vista de los proveedores de salud, se debe diferenciar la existencia de dos culturas en la práctica médica. En primera instancia se encuentra la medicina oficial, caracterizada por una fuerte racionalidad causaefecto, que sitúa las causas de la enfermedad en factores internos y externos al individuo, pero siempre pertenecientes al mundo natural comprobable mediante mecanismos científicos (el método científico y la experimentación) y tecnológicos. Estos mecanismos a su vez fundan las bases para un proceso formativo institucional respaldado por una estructura tecnológica general de apoyo, la cual, por inspirarse en principios científicos, tiene fundamentalmente una proyección social. En segunda instancia la medicina tradicional relacionada con saberes populares se cimienta en principios naturales, mágicos y religiosos, en los cuales la experimentación no es una condición necesaria y en los que la tradición tiene como función la legitimación de un respaldo social a las creencias culturales, expresadas no sólo en prácticas médicas particulares sino en variados aspectos de la vida individual y social. Para el estudio del cáncer gástrico es entonces necesario conocer la racionalidad que existe en torno a la enfermedad, es indispensable saber cómo es percibida, 48

sentida, pensada y entendida; es decir, si existe o no dentro de la categorización de enfermedad, si se considera benigna o maligna, curable o incurable y el por qué de estas clasificaciones. Así mismo se debe tener un acercamiento al tipo de tratamiento que se le da en la clasificación realizada sobre la enfermedad. En resumen, hay que dilucidar el discurso que los dos tipos de orientaciones médicas construyen alrededor de las enfermedades gastrointestinales y centralmente del cáncer gástrico. Estos puntos de vista proveen un profundo acercamiento al fenómeno de la salud, que es un resultado del entendimiento de cómo los individuos racionalizan en torno a esta, cómo responden a la enfermedad, cómo legitiman terapias, cómo unen / vinculan significados para la enfermedad y construyen representaciones en torno a la salud y la enfermedad (Radley, 1995). Esta aproximación, sin apartar los hechos biológicos y de origen bio-médico, estimula el análisis de teorías y actos sobre el campo de la prevención y tratamiento oportuno bajo la perspectiva de las ciencias humanas y en especial, de la antropología (Lindenbaum, Lock, 1993). Para el cáncer gástrico, acercarse a esta realidad se convierte en una tarea ardua y compleja, debido a sus características. Se considera una enfermedad asintomática que se diagnostica, en la mayor parte de los casos, en estadios avanzados cuando ya es difícil lograr una cura. Fenómeno que posiblemente se halla fundamentado en la existencia de un síndrome del aguante, de acuerdo a investigaciones del campesinado, por el cual el grupo social minimiza, relativiza o niega la posibilidad de estar enfermo, con la intención de mantener la estabilidad y la regulación interna. En las sociedades campesinas, de acuerdo a la rutina, el individuo soporta una organización de autoreproducción, en la que la carencia de algún integrante altera el curso y la consecución de las tareas en un día. Es así como la salud y la enfermedad se construyen en torno a la idea de bienestar. Sin embargo, éste se traduce en el desarrollo del rol social como actor del grupo, lo que hace que las respuestas frente a la enfermedad se edifiquen a partir de su misma idea de bienestar o de salud, y no de las necesidades y carencias que biológicamente imponga el cuerpo. El interés en el cáncer gástrico desde las ciencias sociales está justificado en el hecho de entender que la salud y la enfermedad son a la vez un hecho individual y social estructurado habitualmente por las representaciones sociales y las historias de vida que se generan frente a estas. El desconocimiento de todo lo anterior puede conducir a un mal desempeño y a un posible fracaso en las


Antropología del cáncer e investigación aplicada en salud pública

políticas de prevención y promoción, dado que para el entendimiento de cualquier patología es necesario que exista una articulación entre la salud pública y la realidad cotidiana de una enfermedad.

Los factores de riesgo nutricional: ¿biológicos o socioculturales? A pesar de que algunos grupos sociales conocen la importancia que tiene la nutrición y están conscientes de las enfermedades que se le asocian, siempre resulta difícil cambiar los hábitos alimenticios. Desde esta perspectiva es preciso preguntarse, como ya lo hacia M. Mead (1954) a mitad del siglo pasado, ¿por qué razón el ser humano come lo come? ¿Por qué a sabiendas que ciertos alimentos son perjudiciales para la salud, los sigue consumiendo? ¿Por qué es tan difícil cambiar los hábitos alimenticios? Dar respuestas a estos interrogantes no es nada fácil: el que en algunas sociedades se aprecien y se consuman alimentos que en otras sociedades menosprecian y aborrecen, evidencia que la alimentación no es un asunto puramente biológico; por el contrario, explica la forma como un grupo social entiende su entorno y lo traduce en lógicas sociales (Rozin, 1986). El ser humano selecciona sus alimentos de acuerdo al contexto sociocultural en que se encuentra inmerso y a las dinámicas internas que se evidencian en un espacio tan cotidiano como el 'momento de la alimentación'. Es así como se podría afirmar que en el momento de seleccionar los alimentos interfieren algunos factores como los cognoscitivos (establecimiento de alimentos preferidos, desconocidos, desagradables o prohibidos), hedonistas (gusto, sabor, textura, olor), preferenciales (recelo por algún alimento, apetitos inespecíficos), las influencias sociales (cultura, religión), ambientales (clima, temperatura), metabólicas (necesidades calóricas, micronutrientes), los factores económicos (nivel de ingreso, gastos, salarios), el acceso a alimentos (ubicación, transporte), las influencias marcadas por una patología (diabetes, obesidad, cáncer) y los apetitos inespecíficos (adición de sal, condimentos), que definen la cantidad de alimentos disponibles para un grupo limitado (Anderson, 1997; Catonguay, 1991). El individuo establece entonces alrededor de su nutrición una cultura de los alimentos o de lo que también podría denominarse una cultura alimentaria que hablará de la forma como una población produce, selecciona, representa, consume y utiliza los alimentos disponibles o a los que tiene acceso y la manera como crea patrones de conducta en torno a ellos (Suárez, 2001, Zacarías et al, 1986). Las

preferencias, conocimientos y creencias constituidas sobre la alimentación, conducen a que se considere que la nutrición y la alimentación son el resultado de la interacción de las fuerzas ecológicas, biológicas, económicas, sociales y culturales (Romero, 1986). Diferenciar entre qué es comida y qué es alimento se torna necesario. De acuerdo a Foster (1978), la comida es un producto social determinado a un contexto específico, con límites geográficos, sociales y culturales claramente definidos y diferenciados de otras sociedades: “como fenómeno cultural, la comida no es simplemente un producto orgánico con cualidades nutritivas (...) la comida es definida culturalmente; para que un artículo sea consumido, necesita un sello cultural de aprobación, de autenticidad” (Foster, 1978, p.265).

En oposición, el alimento es descrito como una sustancia que nutre un organismo y que no es culturalmente construida, su valor y aporte tienen una base científica y cuantitativa, “son sustancias capaces de mantener saludable al organismo de quien lo consume” (Foster, 1978, p. 265). De esta forma la nutrición integra estos conceptos, al ser definida como “el alimento ingerido y la forma en que el cuerpo lo aprovecha, comemos para vivir, comemos para crecer, comemos para mantenernos sanos y tener suficiente fuerza para trabajar y jugar” (Lowenberg, 1970, p.14). Los alimentos que componen la cultura alimentaria de algunos grupos colombianos de alto riesgo para cáncer gástrico son la expresión de sus prácticas culinarias, en las que el bajo consumo de frutas y verduras se justifica bajo la idea de que 'no son buenos alimentos', considerados de bajo valor calórico, baja categoría y virilidad, propios de animales rumiantes. Sin embargo, entre las clases socioeconómicas más favorecidas estos valores son válidos, pues un porcentaje de personas consume frutas y verduras con el fin de conservar una figura estética. Así mismo se encuentra que otros alimentos como las habas, los cubios, y los nabos, ingredientes autóctonos de la cocina tradicional de Boyacá y Nariño, por estar compuestos de almidones complejos de difícil digestión, son considerados alimentos abrasivos que favorecen la irritación crónica de la mucosa gástrica, lo que genera una lesión preneoplásica. Paradójicamente estos alimentos son ampliamente cultivados y gozan de gran aceptación y valoración entre la población (Correa, 1983; Rodríguez, 2000). Por el contrario, para algunos grupos sociales urbanos estos mismos alimentos son 49


DOSSIER • Roberto Suárez / Carolina Wiesner / Catalina González / Claudia Cortés / Alberto Shinchi

considerados de baja categoría, o de un pueblo servil y dominado. Además, las prácticas culinarias tradicionales como el asar, ahumar y salar los alimentos, presentes en las zonas mencionadas, generan aminas heterocíclicas y compuestos como los nitritos, que predisponen a la aparición del cáncer gástrico, debido al daño que pueden causar en las paredes del estómago. En la cultura alimentaria se expresan atributos sociales, culturales y psicológicos que se le otorgan a la comida y que definen las funciones y significados de los hábitos de alimentación en cada contexto. El estudio de las costumbres en torno a los procesos de producción, selección, preparación y representación de los alimentos, puede dar cuenta de deficiencias nutricionales o enfermedades desde la perspectiva de la nutrición del saber de la medicina oficial. Así, se revelan relaciones fisiológicas entre la alimentación, la salud y la enfermedad (Messer, 1984). En este sentido consideramos necesario conocer las narrativas alimentarias locales en tanto de éstas puede derivarse el entendimiento de las dinámicas internas de lo social. Estudiar la alimentación, evidenciar el rol de “esencialidad”, permite entender algunos elementos antropológicos de base de la sociedad (Sahlins, 1980). Según la Organización Mundial de la Salud, “la nutrición es un pilar fundamental de la vida, la salud y el desarrollo del ser humano, durante toda su existencia. Desde las más tempranas fases fetales y el nacimiento, pasando por el primer año de vida, la niñez, la adolescencia, hasta la edad adulta y la vejez, los alimentos adecuados y una buena nutrición son esenciales para la supervivencia, el crecimiento físico, el desarrollo mental, el desempeño y la productividad, la salud y el bienestar.” De acuerdo con esta consideración la nutrición es indispensable para la salud y el desarrollo, y todo lo que se pueda hacer para mejorar su calidad en el contexto de la pobreza o de la riqueza siempre será poco.

Propuesta de un programa de investigación aplicada Dado que en Colombia hay una alta incidencia de cáncer gástrico y que gran parte de este problema radica en las condiciones socioculturales y económicas, es indispensable realizar estudios desde la perspectiva de las ciencias sociales con una aproximación ecosistémica a los problemas de la salud humana, con el propósito de definir estrategias para mejorar su control. Esto exige una reconciliación entre la salud humana y del ecosistema que favorezca el mejoramiento de la salud colectiva. Con esto 50

queremos sugerir que enfermedades crónicas, como el cáncer gástrico, exigen sobrepasar los procesos terapéuticos y programas de salud unidimensionales, para ir más allá del marco biofísico y pensar en su articulación con el medio. La aproximación ecosistémica permite visualizar tres campos fundamentales para el estudio de la salud humana, tal como se presenta en la figura siguiente (Lebel, 2003, p.7).

Figura 1 Aproximación sistémica

Medio ambiente

Salud Economía

Colectividad

Sobre esta base queremos afirmar que los vínculos causales entre pobreza, distribución de recursos, acceso a servicios de salud, factores socioeconómicos y malnutrición, entre muchos otros, permiten establecer que los programas tradicionales han tenido un impacto marginal en el mejoramiento de las condiciones de salud y bienestar, principalmente en los países del tercer mundo. En este sentido revisar y proponer otros caminos de acción social deviene prioritario. Mejorar la salud humana sin debatir sobre los contextos en los cuales ella está incluida, condena las políticas de prevención y control a repetir errores. Por esta razón articular las actividades humanas con el medio ambiente de manera transdisciplinaria podría brindar nuevos outcomes (resultados) en la salud pública, lo cual implica un desafío que rompe tradiciones y reconstruye su imagen en términos de interdependencia entre los diferentes elementos de un ecosistema. Esta aproximación exige transdisciplinariedad, es decir, una visión inclusiva de los problemas vinculados al ecosistema, así como la participación comunitaria para establecer una concertación con los grupos implicados en el campo de la salud. Por otro lado se requiere de cierto grado de equidad en lo que se refiere al problema de género y a los roles


Antropología del cáncer e investigación aplicada en salud pública

asignados social y culturalmente dentro de una perspectiva de justicia social. Estos elementos sugieren la articulación de tres grupos de participantes sobre la base de un ejercicio constante de comunicación y cooperación en la construcción de programas de salud pública: científicos, miembros de la comunidad y personas con un poder de decisión formal o informal.

Figura 2 Aproximación ecosistémica al cáncer gástrico Factores eco - bio

Genética Ecología del H. Pilory

Sistema de salud Descentralización Acceso a servicios de salud Programas de salud Pública

Economía

Cáncer gástrico

Status Social Género Cultura alimenticia

Nutrición

Percepción del riesgo Distribución de recursos

Colectividad

oferta oficial; d) Las entidades de salud deben contar con herramientas sociales para promover la prevención primaria y secundaria de esta enfermedad que, de ser diagnosticada a tiempo, puede ser curable. Algunos autores sugieren que la intervención en prevención primaria debe estar dirigida al cambio y transformación de la dieta de la población en riesgo. Sin embargo, se debe considerar que ésta no puede ser impositiva, ni basarse únicamente en la información, sino que debe caracterizarse por ser un proceso conciliador, en el que los criterios de los actores implicados en el problema de cáncer gástrico tengan la misma legitimidad social. De esta forma la mediación se debe dirigir hacia un proceso de andragogía y no de pedagogía. Es importante resaltar que muchos procesos de intervención educativa están fundados en una metodología de educación basada en la infantilización de la comunidad a la cual el programa va encaminado. Tanto las entidades de salud como las personas a las cuales va dirigida, son co-creadores y trasmisores de conocimiento en un continuo proceso de retroalimentación de conceptos y alternativas. Aproximarse a la prevención del cáncer gástrico como aquí lo hicimos implica finalmente repensar los factores asociados a la ecología del H. Pilory, que sin lugar a dudas tiene una vinculación directa con los factores mencionados, y que permite revitalizar la idea de comunicación entre diferentes disciplinas productoras de conocimiento para así lograr la construcción de una acción social en salud que considere la realidad de la población local.

Bibliografía: De acuerdo con lo anterior, un estudio aplicado sobre cáncer gástrico debe tener varios niveles de aproximación: a) La comprensión de la salud y la enfermedad de origen gastrointestinal en el contexto de la cultura particular, así como el lugar que ocupa el cáncer gástrico dentro de la realidad local. De hecho un porcentaje importante de personas enfermas pasan años de su vida con sintomatología gástrica y en muchos casos ni el médico ni el paciente mismo sospechan la presencia de la malignidad; b) El conocimiento de los hábitos nutricionales en relación con los aspectos económicos, sociales, políticos y culturales, es decir el estudio de la existencia y reproducción de costumbres definidas no sólo por el medio geográfico y el acceso a productos sino además, por la representación de lo que es alimento o comida; c) El estudio a fondo del impacto del sistema general de seguridad social y de salud, y las reformas que ha tenido, para comprender la oferta de servicios y el acceso a la

Abaunza, H. (1994). Cáncer Gástrico: modelo etiológico. Tribuna Médica, 89, 265-271. Anderson, H. (1997). Hambre, apetito e ingesta alimentaria. En E. Ekhard, L. Ziegler (Eds), Conocimientos actuales sobre nutrición. Washington: OPS, 8-14. Barajas, C. (2000). Sentir verano. Significaciones de la enfermedad y la curación en los Andes colombianos. Bogotá: CEJA. Barajas, C. (1995). El manejo de la salud y la enfermedad en sociedades campesinas. Universitas Humanística, 24, 42, 15-21. Buiatti, E., Palli, D., Decarli, A. (1990). A Case Control Study of Gastric Cancer and Diet in Italy: II Association with Nutrients. Int J of Cancer, 45, 896-901. 51


DOSSIER • Roberto Suárez / Carolina Wiesner / Catalina González / Claudia Cortés / Alberto Shinchi

Cairns, J. (1986). The Cancer Problem. Scientific American, 253. Calderon, F. (1995). Latin America Identity and Mixed Temporalities; or How to Be Postmodern and Indian at the Same Time. En J. Beverly, J. Oviedo, M. Arona (Eds.), The Postmodern Debate in Latin America. Druham and London: Duke University Press, 55-64. Catonguay, T., Stern, J. (1991). Hambre y apetito. En: E. Ekhard, L. Ziegler (Eds), Conocimientos actuales sobre nutrición. Washington: OPS, 18-24. Chavez, L., Hubbell, F., McMullin, J., Martinez, R., Mishra, S. (1995). Structure and Meaning in Models of Breast and Cervical Cancer Risk Factors: A Comparison of Perceptions among Latinas, Anglo Women, and Physicians. Articles and Commentaries. Medical Anthropology Quarterly, 9, 40-74. Chavez, A., Villa, E. (1983). Anotaciones sobre la salud de la población rural de Boyacá. Universitas Humanística, 12, 37-53. Correa, P. (1992). Human Gastric Carcinogenesis: A Multistep and Multifactorial Process First American Cancer Society award Lecture on Cancer Epidemiology and Prevention. Cancer Research, 52, 6735-6740. Correa, P. (1982). Precursors of Gastric and Esophageal Cancer. Cancer, 50, 2554.

Ferlay, J., Brag, F., Pisan, P., Parking, D. (2001). Globocan 2000. Cancer Incidence, Mortality and Prevalence Worldwide. (Version 1.0. Cáncer Base No 5) Lyon: JARC Press. Foster, G. (1978). Medical Anthropology. USA: John Wiley and sons. Frankenberg, R. (1980). Medical Anthropology and Development: A Theoretical Perspective. Social Science and Medicine, 14, 197-207. Good, B. (1994). Medicine, Rationality, and Experience an Anthropological Perspective. Cambridge: Cambridge University Press. Graham, S., Schots, W., Martino, P. (1972). Alimentary Factors in the Epidemiology of Gastric Cancer. Cancer, 30, 937-938. Gutierrez de Pineda, V. (1961). La Medicina popular de Colombia, razones de su arraigo. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Monografías Sociológicas. Gutierrez de Pineda, V. (1985). La Medicina tradicional de Colombia: Triple legado. Bogotá: Editorial Presencia. Habermas, J. (1989). Teoría de la acción comunicativa. Madrid: Cátedra. Haenszel, W., Kurihara, M., Segí, M., Lee, R. (1972). Stomach Cancer among Japanese in Hawaii. Journal of the National Cancer Institute, 49, 969-988.

Correa, P., Cuello, C., Fajardo, L., Haenszel, W., Bolaños, O., Ramirez, B. (1983). Diet and Gastric Cancer: Nutrition Survey in a high-risk Area. J Nat Cancer Institute, 70, 673678.

Hahn, RA. (1995). Sickness and Healing. An Anthropological Perspective. New Haven: Yale University Press.

Craven, J. (1987). Gastric Cancer. Oxford: Blackwell Scientific Publications.

Helman, CG. (1991). Medicine and Culture: Limits of Biomedical Explanation. Lancet, 337, 8749, 1080-1084.

Crawford, R. (1984). A Cultural account of 'health': Control, Release and the Social Body. En J. McKinley J (Ed.), Issues in the Political Economy of Health Care. New YorkLondon: Tavistock Publications.

Hepburn, S. (1988). Western Minds. Foreign Bodies. Medical Anthropology Quarterly, 2, 1, 59-74. Herrera, X. (1996). El alimento de los pueblos. Salud Culturas de Colombia, 16, 2-3.

Davis, G. (1989). Neoplasm of the Stomach. Sleisenger and Fordtran's Gastrointestinal Disease. Philadelphia: WB Saunders.

Herrera X, Lobo-Guerrero, M. (1988). Antropología médica y medicina tradicional de Colombia. Bogotá: Etnollano.

Dressler, W. (2001). Medical Anthropology: Toward a Third Moment in Social Science?, 15, 4, 440-454.

Herzlich, C. (1973). Health and Illness. London: Academic Press; 1973.

52


Antropología del cáncer e investigación aplicada en salud pública

Hidrovo, V., Serrano, C., Olarte, M., Perez, C., Abello, J., Marulanda, J., Fassler, S. (1993). Cáncer gástrico: revisión del tema y experiencia en el Hospital General Universitario de la Samaritana. Revista Colombiana de Gastroenterología, 91-97. Higinson, A., Muir, CS., Muñoz, N. (1992). Human Cancer: Epidemiology and Environmental Causes. Cambridge: Monographs on Cancer Research- University Press. Imrie, C., Rowland, M., Bourke, B., Drumm, B. (2001). Is Helicobacter Pylori Infection in Childhood a Risk Factor for Gastric Cancer? Pediatrics, 107, 373-80. Instituto Nacional de Cancerología (2000). Guías de práctica clínica en enfermedades neoplásicas. Bogotá: Instituto Nacional de Cancerología, Ruecolor. Isselbacher, K., Braunwald, E., Wilson, J., Martin, J., Fauci, A., Kasper, D. (1994). Neoplasias del esófago y del estómago. En Harrison, Principios de medicina interna. Madrid: Interamericana-McGraw Hill. Kasimer, W. (1989). Gastritis and Gastric Neoplasia. Chopra and May's Pathophysiology of Gastrointestinal Diseases. Boston: Little Brown and Co. Keshavjee, S. (1996). Medical Anthropology: Insights into the Social, Political, and Economic Determinants of Health. JAMA, 276, 13, 1096-2002. Kleinman, A. (1980). Patients and Healers in the Context of Culture. Berkeley: University of California press. Kodama, M., Kodama, T., Susuki, T., Kondo, K. (1984). Effect of Rice and Salty Rice Diet on the Structure of Mouse Stomach. Nutrition Cancer, 6, 135-147. Lawrence, W., Zfass, A. (1996). Neoplasias Gástricas. En G. Murphy, W. Lawrence, R. Lenhars (Eds.), Oncología clínica. Manual de la American Cancer Society. Washington D.C: Organización Panamericana de la Salud- Organización Mundial de la Salud. Lebel, J. (2003). La Santé une approche écosystemique. Ottawa: Centre de recherches pour le développement international. Lévi-Strauss, C. (1958). Antropología structural. Buenos Aires: Eudeba.

Lindenbaum, S., Lock, M. (19893). Knowledge, Power, and Practice the Anthropology of Medecine and Everyday Life. Los angeles: University of California Press. Littlewood, R. (1991). From Disease to Illness and Back Again. Medicine and Culture. Lancet, 337, 1013-1014. Lock, M. (2001). The Tempering of Medical Anthropology. Troubling Natural Categories, 15, 4, 478-492. Lowenberg, M. (1970). Los alimentos y el hombre. México: Editorial Limusa Wiley. Macdonald, E. (1956). Historial Trends in Cancer. En Cancer. A Manual for Practitioners. New York: American Cancer Society. Marshal, J., Gregorio, D.L., Walsh, D. (1982). Sex in Illness Behavior: Care Seeking Among Cancer Patients. Journal of Health and Social Behavior, 23, 197-204. McMichael, A. (1990). Drinking Water and Human Cancer. En Complex Mixtures and cancer risk. Lyon: IARC, 298-305. McQuaid, K. (1998). Alimentary Tract. En Current Medical Diagnosis & Treatment. USA: Prentice may Internacional, 586-588. Mead, M. (1948). Cultural Contexts of Nutritional Patterns. En Collected Papers Presented at the Centennial Celebration, American Association for the Advancement of Sciences. Washington D.C, 103-111. Messer, E. (1984). Anthropological Perspectives on Diet. Annual Review of Anthropology, 13, 205-249. Miehlke, S., Bayerdorffer, E., Meining, A., Stolte, M. (1997). Malfertheiner Identifying Persons at Risk for Gastric Cancer? Helicobacter, 2, 61-66. Muñoz, N., Francesani, S. (1997). Epidemiología del cáncer gástrico y perspectivas para su prevención. Salud Pública de México, 39, 318-330. Nomura, A., Stemmermann, G., Chyou, P. (1991). Helicobacter Pylori Infection and Gastric Carcinoma among Japanese Americans in Hawaii. N Engl J Med, 325, 1132 1136. Parsonnet, J., Friedman, G., Vandersteen, D. (1991). Helicobacter pylori infection and the risk of gastric carcinoma. N Engl J Med, 325, 1127-1131. 53


DOSSIER • Roberto Suárez / Carolina Wiesner / Catalina González / Claudia Cortés / Alberto Shinchi

Pedersen, D. (1988). Curanderos, divinidades, santos y doctores: elementos para el análisis de los sistemas médicos. En Otra América en construcción: medicinas tradicionales, religiones populares. Bogotá: Puntos gráficos.

Rozin, P. (1986). Food Likes and Dislikes. Annual Review of Nutrition, 6, 433-456.

Pierret, J. (1995). Constructing Discourse about Health and their Social Determinants. En A. Radley (Ed.), Worlds of Illness. Biographical and Cultural Perspectives on Health and Disease. London: Routledge.

Scheder, PA. (1987). Des usagers de médicines alternatives racontent: itinéraires thérapeutiques et conception de la santé. Lausanne: Institut universitaire de médicine sociale et préventive.

Pineda, R. (1992). Cáncer Gástrico en Boyacá. Rev Col de Gastroenterología, 7, 49-52.

Schwabe, CW., Kuojock, IM. (1981). Practices and Believes of the Traditional Dinka Healer in Relation to Prevision of Modern Medical and Veterinary Services for the Southern Sudan. Human Organization, 40, 3, 231-237.

Pinzón, C., Suárez, R. (1992). Las mujeres Lechuza. Bogotá: ICANH, Colcultura, Cerec. Pinzón, C., Suárez, R. (1982). La medicina popular eb Sora. Noticias Antropológicas, ICANH, 74-75. Radley, A. (1995). Biographical and Cultural Perspective on Health and Disease. New York: Routledge. Ritenbaugh, C. (1995). Commentary on Models of Cancer Risk Factors. Articles and Commentaries. Medical Anthropology Quarterly, 9, 1, 77-79. Rivera, D. (1998). Antropología Médica. Bogotá: Universidad del Bosque. Robbins, C. (1990). Patología estructural y funcional. España: Interamericana-Mc Graw Hill. Rodríguez, A. (2000). Asociación entre infección por H. Pylori y cáncer gástrico en Colombia. Universitas Medica, 41, 141-147. Romero, M. (1993). Antropología de la nutrición entre los grupos indígenas de Colombia. Bogotá: ICANH, Colcultura. Informes antropológicos 6. Romero, M. (1986). La metodología antropológica en los estudios de salud y nutrición. III congreso nacional de Antropología. Bogotá: Departamento de Antropología, Universidad nacional. Ronderos, M. (1994). Cáncer gástrico: detección precoz en poblaciones. Estado actual y perspectivas. Tribuna Médica, 89, 275-281. 54

Sahlins, M. (1980). Au coeur des sociétés; raison utilitaire et raison culturelle. Paris: Gallimard.

Sidney, W., Mintz, C., Du Bois, M. (2002). The Anthropology of Food and Eating. Annu. Rev. Anthropol, 3270, 2131. Sontag, S. (1979). Illness as Metaphor. New York: Vintage Books. Suárez, R., Forero, A. (2002). Itinerarios terapéuticos de los devotos al Divino Niño del 20 de Julio: Entre las fisuras de las narrativas expertas en salud. Bogotá: Ediciones Uniandes. Suárez, R. (2001). Reflexiones en salud. Una aproximación desde la Antropología. Bogotá: Ediciones Uniandes. Torres, J. (1989). Diagnóstico descriptivo de la Medicina en la comunidad campesina de Usme. Bogotá: Universidad Nacional. Touma, M., Davila, G., Argudo, W., Guerrero, R., Legarda, E. (1993). Cáncer Gástrico avanzado e incipiente en población laboral. Revista Colombiana Gastroenterología, 1993, 1, 41-45. Tuffi, F., Cuello, C., Mariño, G., Hoyos, J., Alzate, A., Rengifo, A., De lima, E., Arango, J. (1998). Factores dietéticos, protectores y de riesgo para infección por H. Pylori. Revista Colombiana de Gastroenterología, 13, 59-61. Tytgat, G. (1998). Practical management issues for the Helicobacter pylori-infected patient at risk of gastric cancer. Aliment Pharmacol Ther, 12. WCRF World Cancer Research Fund. (1997). Food, Nutrition and the Prevention of Cancer: a global


Antropología del cáncer e investigación aplicada en salud pública

Perspective. Washington DC: WCRF- American Institute of Cancer. Wright, P. (1982). The Problem of Medical Knowledge: Examining the Social Construction of Medicine. Edinburgh: Edinburgh University press.

Zacarías, I. (1986). Hábitos alimentarios de estudiantes que egresan de educación básica en el área metropolitana de Santiago de Chile. Revista Médica Chilena, 8, 165-173. Zhang, L. (1994). Serum Micronutrients in Relation to Precancerous Gastric Lesions. Inter J Cancer, 56, 650-654.

Young, A. (1982). The Anthropologies of Illness and Sickness. Annual Review of Anthropology, 11, 257-285.

55


Revista de Estudios Sociales, no. 17, febrero de 2004, 56-66.

RELACIÓN DE LAS ACTITUDES PERSONALES Y DE LA NORMA SOCIAL CON LA ACTIVIDAD SEXUAL DE LOS ADOLESCENTES* Fernando Barrera / Estefanía Sarmiento / Elvia Vargas Trujillo**

Resumen: Con una muestra de 326 estudiantes de secundaria (178 hombres, 144 mujeres, 4 participantes no indicaron su sexo) entre 13 y 18 años, de niveles socio-económicos bajo, medio y alto, se examinó la relación de la actitud personal y de la norma social percibida (percepción de la actitud de los amigos y de la norma de pares) con varios indicadores de la actividad sexual de los participantes. Se usó un cuestionario de autorreporte para obtener información sobre las variables del estudio. El análisis de la información mostró que sólo el 31% de los jóvenes participantes había tenido relaciones sexuales penetrativas. Los análisis de correlación y regresión apoyan los planteamientos de la Teoría de la Acción Razonada acerca de la importancia de la actitud personal y de la percepción que tienen los jóvenes de la norma social en la explicación de la actividad sexual durante la adolescencia. Las variables predictoras del estudio explican entre el 10% y el 60% de la variabilidad de cada uno de los indicadores de la actividad sexual. Se verificó estadísticamente que la influencia de la percepción de la actitud sexual de los amigos sobre la actividad sexual penetrativa se da a través de la actitud sexual personal. Estos resultados confirman el papel de las cogniciones en los comportamientos de salud y señalan la necesidad de considerarlas en los programas de promoción de la salud sexual y reproductiva.

Palabras clave: Actividad sexual, adolescentes, norma social, salud sexual.

Abstract: Using a sample of 326 high-school students (178 males, 144 females, 4 participants who did not indicate their sex) between 13 and 18 years old, from lower, middle and upper socio-economic levels, the relationship between personal attitude and the perceived social norm (perception of friends' attitude and of peer norm) was examined with several indicators of the sexual activity of participants. A self-report questionnaire was used

*

Este estudio fue realizado en el marco de la investigación “Actividad sexual y relaciones románticas durante la adolescencia: algunos factores explicativos”. Esta investigación, financiada con la cooperación de Colciencias y el BID, fue adelantada por el grupo de Investigación Familia y Sexualidad del Departamento de Psicología de la Universidad de los Andes. ** Grupo de Investigación “Familia y Sexualidad” Departamento de Psicología, Universidad de Los Andes.

56

in order to get information about the variables of the study. The analysis of information showed that only one 31 percent of the young participants had had penetrative sexual relationships. Correlation and regression analyses support the statements of Reasoned Action Theory on the importance of personal attitude and the youth's perception of the social norm in explaining sexual activity during adolescence. The study's predictive variables explain between a 10 percent and a 60 percent variability of each one of the sexual activity indicators. It was statistically verified that the influence of perception of sexual attitudes of friends on penetrative sexual activity takes place through the personal sexual attitude. These results confirm the role of cognition in healthy behaviour and point to the need to bear it in mind in programs of sexual and reproductive health promotion campaigns.

Key words: Sexual activity, adolescents, social norm, sexual health.

Actualmente se reconoce que durante la adolescencia las personas tienden a practicar diferentes formas de actividad sexual. Diamond, Savin Williams y Dubé (1999) definen la actividad sexual como un continuo de comportamientos motivados por el deseo sexual y orientado hacia el placer y la gratificación, independientemente de que culmine o no en el orgasmo. La actividad sexual incluye diversas formas de contacto físico y estimulación mutua (Diamond, Savin-Williams y Dubé, 1999; Heaven, 1996; Gotwald y Holtz Golden, 1996; Brook, Balka, Abernathy y Hamburg, 1994). Esa actividad ocurre en una secuencia que se inicia con comportamientos propios del trato afectuoso convencional hasta finalizar en la relación sexual genital, coital o penetrativa (McCabe y Collins, 1983; Smith y Udry, 1985; Hovell, Sipan, Blumerg, Atkins, Hofstetter y Kreitner, 1994; Miller y Moore, 1990; Brook et al., 1994; Vargas Trujillo y Barrera, 2002). Diversas organizaciones nacionales e internacionales han dedicado sus esfuerzos investigativos a describir e identificar los factores que deben tenerse en cuenta en los programas de prevención del inicio temprano de la actividad sexual. Estos estudios asumen que la actividad sexual en la adolescencia constituye un comportamiento problemático por su asociación con el embarazo no planeado y las infecciones de transmisión sexual (Chalmers, Stone y Ingham, 2001). La Teoría de la Acción Razonada - TAR (Fishbein y Ajzen, 1975) nos ofrece los elementos conceptuales para hipotetizar que las actitudes personales y la norma social percibida pueden operar como factores explicativos de la actividad sexual de los adolescentes.


Relación de las actitudes personales y de la norma social con la actividad sexual de los adolescentes

Esta teoría plantea que el antecedente inmediato de cualquier comportamiento (la actividad sexual) es la intención de ejecutarlo (la disposición para tener relaciones sexuales penetrativas durante la adolescencia). Concretamente, en el contexto de este estudio se plantea que esta intención conductual está determinada, a su vez, por a) la tendencia favorable o desfavorable del adolescente hacia el comportamiento (actitud personal hacia la actividad sexual en la adolescencia); b) la percepción del joven sobre las actitudes de otros significativos frente al hecho de realizar el comportamiento (percepción del adolescente de qué tan favorable es la opinión de los padres y de los amigos hacia el hecho de tener relaciones sexuales en la adolescencia) y c) la percepción del número de miembros del grupo de pares que practican la conducta, en otras palabras, percepción de prevalencia o norma de pares. La percepción de las actitudes de los otros significativos y la norma de pares constituyen lo que se ha denominado norma social percibida. Los antecedentes empíricos sobre la actividad sexual de los adolescentes señalan que las actitudes personales y de las personas cercanas influyen sobre la disposición a tener relaciones sexuales (Leland y Barth, 1993; East, 1996; Bearman y Brückner, 1999; Kinsman, Romer, Furstenberg y Schwarz, 1998; Whitaker, Miller y Clark, 2000a) y sobre el hecho de iniciarlas (Carvajal et al., 1998), tanto en hombres como en mujeres (Rotheram-Borus y Koopman, 1991; Plotnick, 1992). De acuerdo con Miller, Forehand y Kotchick (1999) las actitudes parentales conservadoras respecto al comportamiento sexual adolescente se relacionan significativamente con un menor número de relaciones sexuales genitales y de compañeros sexuales. Small y Luster (1994) también encontraron que un factor de riesgo para el inicio precoz de actividad sexual es la percepción que tienen los adolescentes de valores permisivos frente a la actividad sexual por parte de sus padres. Jaccard y Dittus (2000), por su parte, observaron que las adolescentes que perciben que sus padres aceptan las relaciones prematrimoniales durante la adolescencia tienden a tener más experiencia sexual. Baker, Thalberg y Morrison (1988) presentan conclusiones similares. Otros investigadores han encontrado que en muchas sociedades aún persiste el doble estándar respecto a lo que los padres esperan de los hombres y de las mujeres, y que este doble estándar se relaciona con la actividad sexual de los adolescentes. Así por ejemplo, en el estudio de Small y Luster (1994) se encontró que los hombres perciben en sus padres actitudes más permisivas respecto a su actividad

sexual que las mujeres, y que la mayoría de los mensajes paternos conllevan el doble estándar acerca del comportamiento sexual de los hijos y las hijas. Recientemente, Vargas Trujillo y Barrera (2002) encontraron resultados similares en Colombia. Ahora bien, sobre la influencia de los pares, las investigaciones en psicología social han mostrado la importancia del grupo sobre el comportamiento de sus miembros y la forma como las personas tienden a adaptarse a las normas sociales (Urberg, Degirmencioglu y Pilgrim, 1997). Diversos estudios han tratado de identificar las relaciones que existen entre las actitudes, las normas, las expectativas, el comportamiento del grupo de iguales y los comportamientos de riesgo de los niños y los adolescentes (Chen, Greenberger, Lester, Dong y Guo, 1998; Jessor, Van Dem Bos, Vanderry, Costa y Turbin, 1995; Perkins, Luster, Villarruel y Small, 1998). Concretamente, Perkins y sus colaboradores (1998) plantean que la edad de la primera relación sexual se puede explicar, en parte, por la influencia del grupo. Otros investigadores han encontrado que la actividad sexual de los adolescentes está influida por el comportamiento del mejor amigo o amiga o de la persona con la cual se tiene una relación estable o romántica (Miller, MacCoy y Olson 1986; Small y Luster, 1994; Gaston, Jensen y Weed, 1995). Sin embargo, resulta particularmente interesante que investigadores como Small y Luster (1994) planteen que la actividad sexual está más relacionada con la percepción que tienen los adolescentes de las actitudes de sus amigos frente a la misma, que con lo que realmente hacen sus amigos con su vida sexual. Gillmore et al. (2002), por su parte, encontraron que la norma social tiene un efecto más fuerte que las actitudes personales sobre la intención de tener relaciones sexuales. De acuerdo con Kinsman y colaboradores (1998) la motivación principal de los adolescentes para iniciar su actividad sexual, no es que sientan que sea divertida, sino que no quieren quedarse atrás con respecto al grupo de adolescentes de su misma edad. Otros autores consideran que las diferencias observadas en la frecuencia de actividad sexual reportada por hombres y mujeres pueden deberse a una tendencia de los hombres a exagerar sobre su experiencia sexual y de las mujeres a ocultar algunos aspectos de esta esfera de su vida, como resultado de lo que consideran socialmente deseable (Mejía, Cortés, Madera, Del Rio y Bernal, 2000; Eggleston, Jackson y Hardee, 1999; Ordoñez-Gómez, 1994). En un estudio de Baumer y South (2001) se encontró que en estratos bajos, los adolescentes hombres promueven el inicio 57


DOSSIER • Fernando Barrera / Estefanía Sarmiento / Elvia Vargas Trujillo

temprano de relaciones sexuales y una alta frecuencia de actividad sexual, para adquirir prestigio y estima. Así mismo, los embarazos no planeados se pueden asumir como un mecanismo para ganar estatus. En el caso de los hombres, porque aumenta su sentido de masculinidad (Marsiglio, 1993) y en el de las mujeres porque adquieren respeto social como madres (Stern, 2001). El indicador de la norma de pares que con más frecuencia se cita en la literatura es la prevalencia percibida de actividad sexual en el grupo de referencia. Numerosos estudios han demostrado su asociación significativa con variables como la edad de inicio (Baumer y South, 2001; Carvajal et al., 1999; Kinsman et al., 1998; Millar, Norton, Curtis, Hill, Schvaneveldt y Young, 1997; Whitaker et al., 2000a), el número de parejas sexuales (Baumer y South, 2001; Magnani, R.J., Seiber, E.E., Zielinski Gutiérrez, E. y Vereau, D., 2000; Whitaker y Miller, 2000; Whitaker, et al., 2000a), la disposición para iniciar actividad sexual (Bearman y Brückner, 1999; Kinsman et al., 1998; Whitaker, et al., 2000a), la frecuencia de actividad sexual (Baumer y South, 2001; Magnani et al., 2000), el hecho de haber iniciado o no actividad sexual (Kinsman et al., 1998; Whitaker, et al., 2000a) y el uso de métodos anticonceptivos (Baumer y South, 2001; Bearman y Brückner, 1999; Magnani et al., 2000). En este estudio la prevalencia percibida de actividad sexual en el grupo de compañeros se consideró como norma de pares. El estudio de Kinsman y colaboradores (1998) reveló que los estudiantes de sexto grado que creían que la mayoría de sus amigos había tenido relaciones sexuales, tenían una intención significativamente mayor de iniciar su actividad sexual en el siguiente año. Los estudiantes que ya habían iniciado actividad sexual, en comparación con los que no la habían iniciado, reportaron una mayor prevalencia de iniciación sexual entre sus amigos, mayores ganancias sociales derivadas de la actividad sexual temprana y la percepción de una menor edad de iniciación sexual entre sus amigos. Los estudiantes que no habían tenido actividad sexual, en comparación con los que sí la habían iniciado, tenían una mayor probabilidad de creer que los niños de 12 años experimentados sexualmente serían estigmatizados negativamente. Finalmente, estos autores encontraron que el factor predictor más importante de la iniciación de la actividad sexual en sexto grado es tener la intención de hacerlo durante ese año escolar; a su turno, el mayor predictor de dicha intención es la creencia de que la mayoría de los amigos ha tenido actividad sexual. Por otra parte, un estudio realizado por Magnani y colaboradores (2001) con cerca de 7000 adolescentes 58

peruanos, mostró que los hombres que reportaban tener más amigos que habían tenido relaciones sexuales, tenían una mayor probabilidad de tener múltiples parejas y reportaban haber tenido más experiencia sexual, que los que reportaban no tener amigos que habían iniciado su actividad sexual. Además los primeros, a diferencia de los segundos, dejaban de usar el condón en la medida que tenían más relaciones sexuales. En un estudio realizado por Whitaker y Miller (2000) se encontraron resultados similares. Los adolescentes que percibían que sus pares habían iniciado actividad sexual más temprano, también reportaban haber iniciado ellos mismos su actividad sexual a una edad más temprana. Así mismo, los adolescentes que percibían que una mayor proporción de sus amigos tenía vida sexual activa reportaban un mayor número de parejas sexuales. Finalmente, la percepción de que los pares rechazaban el uso del condón, se asoció con la baja disposición del adolescente para usarlo. En un estudio longitudinal realizado por Miller, Norton, Curtis, Hill, Schvaneveldt y Young (1997), se encontró una asociación negativa entre la edad de inicio de actividad sexual y la percepción del número de amigos que han iniciado actividad sexual. En general se observó que una de las variables predictoras de mayor peso es el número de amigos que había iniciado actividad sexual antes de los 16 años. En síntesis, las relaciones estudiadas en las páginas anteriores sugieren la importancia de las actitudes propias y de la norma social percibida para explicar la variabilidad de la actividad sexual en la adolescencia. Algunos estudios en otros países han demostrado la utilidad de la Teoría de la Acción Razonada para explicar el comportamiento sexual de los adolescentes (por ejemplo, el de Gillmore et al., 2002). Sin embargo, en la revisión de estudios nacionales no se encontró una investigación que haya examinado simultáneamente el conjunto específico de relaciones que propone la TAR. Este estudio buscó superar ese vacío empírico en una muestra de adolescentes colombianos.

Método

Participantes Se obtuvo información de 326 adolescentes, 178 hombres y 144 mujeres (4 participantes no reportaron sexo) con edades entre 13 y 18 años (M = 15.19, DE = 1.66). Todos eran estudiantes de 6º a 11º grado de secundaria que se encontraban vinculados a una de tres instituciones


Relación de las actitudes personales y de la norma social con la actividad sexual de los adolescentes

educativas no profesantes y mixtas de Bogotá. Estas instituciones se seleccionaron según su nivel socioeconómico (NSE): bajo, medio y alto. La institución de NSE bajo era pública, mientras las otras dos eran privadas. El número de estudiantes de 14 o menos años fue de 65 (20%), entre 15 y 16 fue de 117 (36%) y de 17 o más años fue de 144 (44%).

Instrumento Se utilizó un cuestionario de autorreporte para obtener información sobre las variables demográficas, las variables predictoras y la actividad sexual.

Variables demográficas Se obtuvo información sobre el sexo, la edad (preguntando la fecha de nacimiento), el grado escolar que cursaba cada estudiante y el tipo de familia (personas con quienes vivía el adolescente al momento de responder el cuestionario). Además se registró el nivel socio-económico del colegio a través del cual se contactó al participante.

Variables Predictoras Se obtuvo información sobre cinco variables consideradas como predictoras de la actividad sexual de los adolescentes. Todas las preguntas de las escalas utilizadas para evaluar las variables predictoras tenían un formato de respuesta tipo Likert con valores de 1 a 5. A lo largo del cuestionario se mantuvo el mismo esquema de respuesta solicitado a los adolescentes con el fin de evitarles confusiones. Actitud personal hacia la actividad sexual: Se evaluó por medio de la afirmación “Yo desapruebo que las personas de mi edad tengan relaciones sexuales” (1= para nada cierto, 5= totalmente cierto). Las puntuaciones de este ítem se invirtieron para obtener un indicador de tendencia favorable a la actividad sexual. Actitud de los padres frente a la actividad sexual durante la adolescencia: Se definieron tres afirmaciones para indagar sobre la percepción que tienen los hijos de la opinión de sus padres con respecto a la actividad sexual durante la adolescencia (alfa = 0,67). El adolescente debía responder qué tan cierta era cada afirmación (1= para nada cierto y 5= totalmente cierto), por ejemplo, “Mis padres piensan que está mal tener relaciones sexuales a mi edad”. Aquí también, las puntuaciones de los ítems de esta

escala que hacen referencia a actitudes desfavorables de los padres se invirtieron para obtener un indicador de tendencia favorable a la actividad sexual. Actitud de los amigos frente a la actividad sexual durante la adolescencia: Se definieron cinco afirmaciones para indagar sobre la percepción que tienen los adolescentes de la opinión de sus amigos con respecto a la actividad sexual durante la adolescencia (alfa= 0,72). Frente a cada afirmación se debía responder qué tan cierta era (1= para nada cierto, 5= totalmente cierto), por ejemplo, “Mis amigos piensan que uno debe tener relaciones sexuales antes de los 16 años”. Norma de Pares: Se evaluó como la percepción que tiene el adolescente de la prevalencia de actividad sexual en el grupo de pares. Se incluyó una pregunta sobre el número de compañeros de grupo que el adolescente creía que ya había tenido relaciones sexuales genitales (1= ninguno, 5= todos).

Medidas de Actividad Sexual Actividad Sexual: La actividad sexual se evaluó de dos formas: (a) a través de la pregunta “¿Alguna vez has tenido relaciones sexuales?” y (b) mediante la Escala de Actividad Sexual (Vargas y Barrera, 2002) la cual indaga por la frecuencia (1 = nunca, 5 = siempre) con que el adolescente ha realizado cada una de cinco actividades sexuales diferentes (tomarse las manos, darse besos, tocarse diferentes partes del cuerpo, acariciarse los genitales y tener relaciones sexuales) (alfa= 0,76). De esta escala se extrajeron tres indicadores: la actividad sexual convencional (promedio de las frecuencias de tomarse las manos y darse besos), la actividad sexual prepenetrativa (promedio de las frecuencias de tocarse diferentes partes del cuerpo y acariciarse los genitales) y la actividad sexual penetrativa (frecuencia de relaciones sexuales penetrativas). Disposición para iniciar actividad sexual en la adolescencia: Dado que las investigaciones recientes señalan consistentemente que sólo el 35% de los adolescentes ha tenido relaciones sexuales penetrativas (Vargas Trujillo y Barrera, 2002), a los participantes que informaron no haber iniciado actividad sexual genital se les preguntó sobre su disposición para iniciarla durante la adolescencia, contestando qué tan de acuerdo estaban con las afirmaciones: “A mí me gustaría comenzar a tener relaciones sexuales en este momento de mi vida”. y “A mí me gustaría comenzar a tener relaciones sexuales después de casarme”. (1= totalmente en desacuerdo y 5= 59


DOSSIER • Fernando Barrera / Estefanía Sarmiento / Elvia Vargas Trujillo

totalmente de acuerdo). Las puntuaciones de esta pregunta de la escala que hacen referencia a una baja o nula disposición de inicio de la actividad sexual durante la adolescencia, se invirtieron para obtener un indicador favorable de disposición.

Procedimiento Se estableció contacto con tres colegios de Bogotá seleccionados de manera intencional a través de personas conocidas por los miembros del equipo de investigación. Para la selección de los colegios se definieron como criterios de inclusión el nivel socio-económico (bajo, medio y alto), que fueran mixtos, no religiosos o no profesantes. Los instrumentos se aplicaron a estudiantes del grado sexto a undécimo después de haber obtenido el consentimiento pasivo por parte de los padres.1 Para tal fin se envió a los padres una comunicación escrita mediante la cual se les informaba que su hijo(a) había sido seleccionado(a) para participar en la investigación, se les explicaba los objetivos del estudio, el procedimiento del mismo y el carácter voluntario, confidencial y anónimo de la participación. También se les solicitaba su autorización para que su hijo(a) respondiera el cuestionario y se les pedía que si no estaban de acuerdo se comunicaran telefónicamente con alguno de los miembros del equipo de investigación. No se presentó ningún caso de desautorización. Con base en un cronograma previamente acordado con cada institución educativa, se reunieron los grupos de estudiantes para contestar los cuestionarios. Antes de iniciar a responder los cuestionarios, se explicó de nuevo a los estudiantes en qué consistía el proyecto y, si estaban de acuerdo en participar, firmaban la forma de consentimiento. Una asistente y dos auxiliares de investigación indicaban las instrucciones generales de resolución de los cuestionarios e iniciaban leyendo la primera parte para asegurarse de que todos los participantes comprendían la forma de responder a cada una de las preguntas y afirmaciones. El diligenciamiento del instrumento duraba en promedio una hora.

1

60

Este procedimiento se utiliza comúnmente en investigaciones como la presente. Ver por ejemplo Steinberg, Lamborn, Dornbush y Darling, 1992.

Resultados Este estudio buscaba establecer el papel explicativo que sobre la actividad sexual de los adolescentes tienen la actitud personal y la norma social percibida por los adolescentes con respecto a la actividad sexual durante la adolescencia (percepción de la actitud de los padres y de los amigos y la norma de pares). A continuación se sintetizan los resultados de los análisis estadísticos que se realizaron para dar respuesta a las preguntas investigativas.

Análisis descriptivos En la figura 1 se presentan las estadísticas descriptivas de las variables del estudio. Se observa que el 31% de los jóvenes (101) respondió que sí había tenido relaciones sexuales, mientras el restante 69% (225) no las había tenido. Los que reportaron haber tenido relaciones sexuales penetrativas dijeron haber comenzado a tenerlas a una edad promedio de 14.4 años.

Figura 1

Estadísticas Descriptivas Variables Edad años Actitud personal Actitud sexual personal Norma social Percibida Actitud sexual padres Actitud sexual amigos Norma de pares Actividad Sexual Actividad sexual convencional Actividad sexual pre-penetrativa Actividad sexual penetrativa Disposición inicio actividad sexual

N 326

Media 15,20

D.E. 1,66

317

2,98

1,21

320 320 319

2,56 3,52 2,66

1,01 0,90 1,18

324 322 326 222

3,21 1,41 1,67 2,93

1,04 1,05 1,16 1,24

Análisis de asociación entre variables Para examinar la magnitud y la significación de las asociaciones entre las diferentes variables del estudio, se calcularon los coeficientes de correlación de Pearson. En la figura 2 se observa que todas las medidas de la actividad sexual se encuentran altamente correlacionadas con la


Relación de las actitudes personales y de la norma social con la actividad sexual de los adolescentes

actitud personal frente a la actividad sexual durante la adolescencia y las variables de la norma social percibida por los adolescentes frente a esta actividad.

Correlaciones entre la actitud personal y la norma social percibida frente a la actividad sexual y las medidas de actividad sexual:

Actitud sexual personal Norma social Actitud sexual padres Actitud Sexual Amigos Norma de Pares

Resultados de los análisis de regresión múltiple por pasos sucesivos de la actitud personal y la norma social sobre las medidas de actividad sexual, en la muestra total: Variables predictoras

Figura 2

Variable

Figura 3

Actividad Actividad sexual sexual preconvencional penetrativa

Actividad Disposición sexual inicio penetrativa actividad sexual

0.24**

0.33**

0.41**

0.74**

0.18**

0.35**

0.34**

0.45**

0.25** 0.28**

0.45** 0.40**

0.24** 0.45**

0.54** 0.28**

R² total F (gl) (3,212) Actitud Sexual Personal Actitud Sexual Padres Actitud sexual Amigos Norma de Pares

Variables Criterio Actividad sexual convencional

Actividad sexual prepenetrativa

Actividad Disposición sexual inicio penetrativa actividad sexual

0.10** 18,35 (2,312)

0.30** 32.94 (4,308)

0.26** 0.60** 55.93 (2,314) 109.25

n.s.

0.12*

n.s.

0.58**

n.s.

0.14*

0.23**

0.14**

0,16** 0.22**

0.25** 0.21**

n.s. 0.39**

0.20** n.s.

Nota: n.s. = coeficientes estandarizados beta no significativos. *p<0,05 **p<0,01

*p<0,05 **p<0,01

Análisis explicativos multivariados Con el fin de examinar la pertinencia explicativa de las actitudes y la norma social para dar cuenta de la variabilidad de la actividad sexual de los adolescentes se realizaron análisis de regresión múltiple por pasos, teniendo como variables predictoras la actitud personal, la actitud percibida de los padres y de los amigos hacia la actividad sexual durante la adolescencia, por una parte, y la norma de pares, por otra. Antes de estos análisis se hicieron pruebas de colienalidad que permitieron seguir adelante con el procedimiento. Como criterio para evaluar la importancia de las variables propuestas sobre la actividad sexual se utilizó el porcentaje de varianza de ésta que se puede considerar atribuible a esas variables en un modelo de regresión lineal múltiple (ver los valores R² total en las figuras 3, 4 y 5). En la figura 3 se observa que las cuatro variables incluidas como predictoras explican el 30% de la variabilidad de la actividad sexual pre-penetrativa; la actitud sexual de los padres y la norma de pares explican el 26% de la actividad sexual penetrativa; y la actitud sexual de los amigos y la norma de pares explican el 10% de la variabilidad de la actividad sexual convencional.

Para explicar la disposición de inicio de actividad sexual en la adolescencia se obtuvo un modelo significativo que explica el 60% de la variabilidad a partir de la actitud personal y la actitud percibida de los padres y de los amigos hacia la actividad sexual. Al realizar este mismo análisis separando la muestra por sexo se obtuvieron los resultados que se sintetizan en las figuras 4 y 5. En términos generales se observa que la actitud personal y la actitud percibida de padres y amigos explican el 59% de la variabilidad de la disposición de inicio de actividad sexual en la adolescencia para las mujeres mientras que para los hombres el modelo explicativo sólo quedó constituido por la actitud sexual personal y la actitud percibida de los amigos. Llama la atención que la norma de pares es pertinente de manera consistente en la explicación de las diferentes modalidades de actividad sexual (convencional, pre-penetrativa y penetrativa). Además es interesante ver que la actitud personal y los componentes de la norma social percibida dan cuenta de un mayor porcentaje de la variabilidad de la actividad sexual en el grupo de los hombres.

61


DOSSIER • Fernando Barrera / Estefanía Sarmiento / Elvia Vargas Trujillo

Figura 4 Resultados para el grupo de mujeres de los análisis de regresión múltiple por pasos sucesivos de la actitud personal y la norma social sobre las medidas de actividad sexual: Variables predictoras

R² total F (gl) (3,108) Actitud Sexual Personal Actitud Sexual Padres Actitud sexual Amigos Norma de Pares

Variables Criterio Actividad Actividad sexual sexual preconvencional penetrativa

Actividad Disposición sexual inicio penetrativa actividad sexual

0.11** 8.74 (2,137)

0.27** 17.09 (3,135)

0.14** 0.59** 21.95 (1,138) 51.84

0.18*

0.25**

n.s.

0.59**

n.s.

n.s.

n.s.

0.18**

n.s. 0.21*

0.18* 0.22**

n.s. 0.37**

0.17* n.s.

Nota: n.s. = coeficientes estandarizados beta no significativos. *p<0,05 **p<0,01

Figura 6 Mediación de la actitud sexual personal en la influencia de la actitud sexual de los amigos sobre la actividad sexual penetrativa:

Figura 5 Resultados para el grupo de hombres de los análisis de regresión múltiple por pasos sucesivos de la actitud personal y la norma social sobre las medidas de actividad sexual: Variables predictoras

R² total F (gl) Actitud Sexual Personal Actitud Sexual Padres Actitud sexual Amigos Norma de Pares

Variables Criterio Actividad sexual convencional

Actividad sexual prepenetrativa

Actividad Disposición sexual inicio penetrativa actividad sexual

0.12** 12.09 (2,168)

0.26** 30.23 (2,167)

0.31** 0.60** 38.79 (2,170) 73.55 (2,97)

n.s.

n.s.

n.s.

0.61**

n.s.

n.s.

0.16*

n.s.

0.22** 0.19*

0.36** 0.24**

n.s. 0.49**

0.24** n.s.

Nota: n.s. = coeficientes estandarizados beta no significativos. *p<0,05 **p<0,01

Análisis para explorar relaciones de mediación Se puso a prueba la hipótesis según la cual la influencia de la norma social sobre la actividad sexual del adolescente se encuentra mediada por la actitud personal. Se calcularon 62

las tres regresiones propuestas por Baron y Kenny (1986) para el análisis de relaciones de mediación. De acuerdo con estos autores, primero se debe comprobar la influencia significativa de la variable independiente sobre la variable mediadora; en segundo lugar, se debe comprobar la influencia significativa de la variable independiente sobre la variable dependiente; y en tercer lugar, se realiza una regresión en donde se incluyen la variable independiente y la mediadora como predictoras de la dependiente. Si el coeficiente estandarizado de la variable independiente sobre la dependiente deja de ser estadísticamente significativo en la última regresión, se comprueba la hipótesis de mediación. Se verificó estadísticamente que la influencia de la percepción de la actitud sexual de los amigos sobre la actividad sexual penetrativa se da a través de la actitud sexual personal. En la tabla 6 se aprecian estos resultados.

Regresión Actitud sexual amigos sobre actividad sexual penetrativa 1. Actitud sexual amigos sobre actitud sexual personal 2. Actitud sexual amigos sobre actividad sexual penetrativa 3. Actitud sexual amigos y actitud sexual personal sobre actividad sexual penetrativa (tol=0,72) Actitud sexual amigos Actitud sexual personal

R2

B

0,28** 0,06**

0,52** 0,24**

0,12** 0,09 0,29**

*p<0,05 **p<0,01

Discusión Los resultados apoyan los planteamientos de la Teoría de la Acción Razonada acerca de la importancia de la actitud personal y de la percepción que tienen los jóvenes de la norma social en la explicación de la actividad sexual durante la adolescencia. Se encontró que la norma de pares es la única variable que consistentemente queda incluida en los modelos de explicación de las diferentes formas de actividad sexual. Estos resultados señalan que la decisión de tener relaciones sexuales en la adolescencia se relaciona con la percepción que tienen los adolescentes de lo que sus padres y amigos opinan al respecto. Diversos estudios han logrado establecer que la influencia de los padres y de los amigos ocurre principalmente a


Relación de las actitudes personales y de la norma social con la actividad sexual de los adolescentes

partir de lo que comunican, de manera verbal y no verbal, sobre lo que es aceptable, deseable o permisible en este aspecto durante la adolescencia (Miller, Forehand y Kotchick, 1999; Small y Luster, 1994; Jaccard y Dittus, 2000; Chen et al., 1998; Jessor et al., 1995, entre otros). Por lo tanto, es importante crear condiciones para que tanto los padres como los miembros del grupo de iguales discutan abiertamente su posición frente a la actividad sexual en la adolescencia. Consistentemente con los resultados de estudios como los de Kinsman y colaboradores (1998) se encontró que otro factor que explica la actividad sexual de los adolescentes, es la percepción que tienen sobre la cantidad de amigos de su edad que ya han comenzado a tener relaciones sexuales. Estos resultados confirman lo que plantean Small y Luster (1994) acerca de que si el adolescente percibe que la “mayoría” o “muchos” de los jóvenes de su edad han empezado a tener relaciones sexuales, puede llegar a creer que este es un comportamiento “esperado” o “deseable” para su edad. Esta creencia de que “la mayor parte” de los jóvenes tiene actividad sexual puede ser un factor que motiva a los adolescentes, que no han tenido relaciones genitales, a creer que hacen parte de una minoría y que, por lo tanto, deben preocuparse por satisfacer aquello que perciben como “norma de pares”. Lo anterior nos lleva a hacer un llamado de atención a los padres de familia, a los educadores y a los medios de comunicación masiva, sobre el cuidado que deben tener cuando hacen referencia a la actividad sexual de los adolescentes. Muchos de los mensajes que provienen de estas fuentes de información transmiten la idea de que actualmente “la mayoría” o “una alta proporción” de los jóvenes tienen relaciones sexuales. Los datos de este estudio, al igual que los de estudios previos realizados por el mismo grupo de investigación, revelan que sólo alrededor de un 31% de los adolescentes entre los 12 y los 18 años ha tenido relaciones sexuales penetrativas. Estos resultados son muy importantes en tanto debe considerarse que la información que le llega al público en general, es que la proporción de adolescentes que ya ha iniciado su vida sexual es mucho más alta. Los padres pueden contribuir a esta tarea proporcionando a sus hijos elementos que les ayuden a interpretar adecuadamente la información ambigua que pueden trasmitirle sus amigos y los medios de comunicación sobre las relaciones sexuales. Las instituciones educativas y los padres, pueden aunar esfuerzos para fomentar en el/a adolescente una postura crítica que le permita poner en duda o cuestionar lo que se da por hecho.

Por otro lado, al contrario de lo que plantean Gillmore et al. (2002), en nuestra muestra se encontró que la actitud personal explica mejor que la norma de pares la disposición de inicio de actividad sexual en la adolescencia. Esa actitud, además, juega un papel mediador en la influencia de la norma social sobre la actividad sexual en esta etapa de la vida. Estos resultados y los postulados de la Teoría de la Acción Razonada nos permiten plantear la necesidad de que los programas de Promoción de la Salud Sexual y Reproductiva se centren, en primer lugar, en ayudar a los jóvenes a clarificar las creencias acerca de los resultados de la actividad sexual a su edad. En segundo lugar, estos programas deben buscar que los jóvenes evalúen las implicaciones que pueden tener estas consecuencias en su vida. Adicionalmente, aunque los análisis que se realizaron separadamente para hombres y mujeres sugieren que el modelo propuesto por la Teoría de la Acción Razonada se puede considerar válido para ambos sexos, los resultados indican que es urgente reconocer las especificidades de género para el diseño de programas que atiendan las necesidades propias de cada grupo. Los análisis de esta investigación muestran, en primer lugar, que en el grupo de mujeres la actitud personal y la norma social explican tan solo un 14% de la actividad sexual penetrativa; mientras en el grupo de los hombres estas variables explican el 31% de la variabilidad de esta actividad. En segundo lugar, se observó que la actitud personal juega un papel importante en la explicación de la actividad sexual pre-penetrativa y en la disposición de iniciar la actividad sexual en la adolescencia para las mujeres; mientras que en el caso de los hombres esta variable sólo es importante en la explicación de la disposición de inicio de relaciones sexuales. En tercer lugar, se encontró que la percepción de la actitud de los padres sólo es importante en la explicación de la disposición de inicio de relaciones sexuales en el grupo de las mujeres y en la explicación de la actividad sexual penetrativa en el grupo de los hombres. Finalmente, los resultados de este estudio difieren y avanzan en relación con el trabajo de Gillmore et al. (2002), en el que se encontró que la norma social tiene un efecto más fuerte que las actitudes personales sobre la intención de tener relaciones sexuales. Aquí se ha encontrado, en cambio, que esas actitudes personales operan como una variable mediadora en la relación entre la norma social y la actividad sexual penetrativa. En otras palabras, un modelo que incluye simultáneamente la norma 63


DOSSIER • Fernando Barrera / Estefanía Sarmiento / Elvia Vargas Trujillo

social y la actitud personal parece demostrar que el fuerte efecto de la primera, no es directo sino que se da a través de la segunda.

Sugerencias para investigaciones posteriores De la reflexión sobre los resultados de esta investigación surgen algunas sugerencias para futuros estudios sobre la actividad sexual de los adolescentes. 1. En este campo, como en otros de la investigación social, se requiere generar desarrollos metodológicos que superen el nivel de los estudios transversales. La validez de las atribuciones de influencia puede ser mayor si se dispone de los recursos financieros y logísticos para someter a prueba, entre otras cosas, la dirección de las relaciones entre variables con estudios de seguimiento. Además de la función señalada, estos estudios permitirán examinar la continuidad o el cambio de las relaciones. Por ejemplo, un estudio de seguimiento con los adolescentes que participaron en este estudio permitiría determinar el valor predictivo que tiene la variable disposición de inicio de relaciones sexuales en la adolescencia y validar empíricamente el planteamiento de la TAR de que la intención es el mejor factor de predicción del comportamiento. 2. Aclarar la dirección de la relación entre el hecho de haber tenido actividad sexual penetrativa y el de sostener actitudes sexuales permisivas y favorables a la actividad sexual premarital. Esto se podrá lograr con el diseño deliberado de estudios longitudinales.

Limitaciones del estudio Este estudio representa una importante fuente de información acerca de los factores explicativos de la actividad sexual de los adolescentes colombianos. Sin embargo, es necesario señalar algunas limitaciones. Todas las medidas empleadas en este estudio fueron cuestionarios de autorreporte respondidos por los propios adolescentes. Aunque es ampliamente reconocido que los adolescentes son la fuente de información más confiable sobre lo que les pasa, también son valiosas otras fuentes como los padres y los pares. Información de estas fuentes puede fortalecer la validez de la información que se obtenga en estudios futuros. Por otra parte, debido al tipo de investigación, se sugiere tener cuidado en las inferencias de causa - efecto que a partir de los datos de este estudio puedan hacerse. Por ejemplo, aunque otros estudios (Scott y Johnson, 1993) han 64

encontrado resultados similares, coincidimos con Billy y sus colaboradores (1988) en cuanto a que se debe ser cuidadoso al afirmar que existe una relación causal entre las actitudes sexuales y la actividad sexual de los adolescentes. Estos autores encontraron que cuando los jóvenes (tanto hombres como mujeres) tienen experiencia coital desarrollan actitudes sexuales más permisivas y favorables hacia la actividad sexual premarital. No obstante, Stacy, Bentler y Flay (1994) afirman que los antecedentes cognitivos son mejores predictores de los comportamientos futuros que al contrario.

Bibliografía: Baker, S.A., Thalberg, S.P., Morrison, D.M. (1988). Parents' Behavioral Norms as Predictors of Adolescent Sexual Activity and Contraceptive Use. Adolescence, 23, 265-282. Baron, R.M., Kenny, D.A. (1986). The Moderator-mediator variable distinction in Social Psychological Research: Conceptual, Strategic and Statistical Considerations. Journal of Personality and Social Psychology, 51, 1173-1182. Baumer, E.P, South, S.J. (2001). Community Effects on Youth Sexual Activity. Journal of Marriage and the Family, 63, 540-554. Bearman, P., Brückner, H. (1999). Power in Numbers: Peer Effects on Adolescent Girls' Sexual Debut and Pregnancy. Washington, DC: National Campaign to Prevent Teen Pregnancy. Brook, J.S., Balka, E.B., Abernathy, T., Hamburg, B.A. (1994). Journal of Genetic Psychology, 155, 107-115. Carvajal, S.C., Parcel, G.S., Banspach, S.W., Basen-Engquist, K., Coyle, K.K., Kirby, D., Chan, W. (1999). Psychosocial Predictors of Delay of First Sexual Intercourse by Adolescents. Health Psychology, 18, 443 - 452. Chen, Ch., Greenberger, E., Lester, J., Dong, Q., Guo, M. (1998). A Cross-Cultural Study of Family and Peer Correlates of Adolescent Misconduct. Developmental Psychology, 34, 770-781. Chalmers, H., Stone, N., Ingham, R. (2001). Dynamic Contextual Analysis of Young People's Sexual Health; a Context Specific Approach to Understanding Barriers to, and Opportunities for, Change. Southampton: DFID at University of Southampton.


Relación de las actitudes personales y de la norma social con la actividad sexual de los adolescentes

Diamond, L.M., Savin-Williams, R.C., Dubé, E.M. (1999). Sex, Dating, Passionate Friendships and Romance: Intimate Peer Relations among Lesbian, Gay and Bisexual Adolescents. En W. Furman, B.B. Brown, C. Feiring (Eds.), The Development of Romantic Relationships in Adolescence. U.S.A: Cambridge University Press.

Leland, N.L., Barth, R.P. (1993). Characteristics of Adolescents who have Attempted to avoid HIV and who have Communicated with Parents about Sex. Journal of Adolescent Research, 8, 58-76.

East, P.L. (1996). The Younger Sisters of Childbearing Adolescents: Their Attitudes, Expectations, and Behaviors. Child Development, 67, 267-282.

Magnani, R.J., Seiber, E.E., Zielinski Gutierrez, E., Vereau, D. (2001). Correlates of Sexual Activity and Condom use among Secondary- school Students in Urban Peru. Studies in Family Planning, 32, 53-66.

Eggleston, E., Jackson, J., Hardee, K. (1999). Sexual Attitudes and Behavior among Young Adolescents in Jamaica. International Family Planning Perspectives, 25, 78-84.

Marsiglio, W. (1993). Adolescent Males Orientation toward Paternity and Contraception. Family Planning Perspectives, 25, 22-31.

Fishbein, M., Ajzen, I. (1975). Belief, Attitude, Intention and Behavior: An Introduction to Theory and Research (Reading, MA: Addison-Wesley).

McCabe, M.P, Collins, J.K. (1983). The Sexual and Affectional Attitudes and Experiences of Australian Adolescents during Dating: The Effects of Age, Church Attendance, Type of School, and Socioeconomic Class. Archives of Sexual Behavior, 12, 525-539.

Gaston, J.F., Jensen, L., Weed, S. (1995). A Closer Look at Adolescent Sexual Activity. Journal of Youth and Adolescence, 24, 465-479. Gillmore, M.R., Archibald, M.E., Morrison, D.M., Wilsdon, A., Wells, E.A., Hoppe, M.J., Nahom, D., Murowchick, E. (2002). Teen Sexual Behavior: Applicability of the Theory of Reasoned Action. Journal of Marriage and Family, 64, 885 - 897. Gotwald, W.H., Holtz Golden, G. (1996). Sexualidad: la experiencia humana. México: Manual Moderno.

Mejía, I.E., Cortes, D.M., Madera, J., Del Rio, A.M., Bernal, P. (2000). Dinámicas, ritmos y significados de la sexualidad juvenil. Bogotá: Programa la Casa, Ceso, Universidad de los Andes. Miller, B.C., Moore, K.A. (1990). Adolescent Sexual Behavior, Pregnancy and Parenting: Research through the 1980's. Journal of Marriage and the Family, 52, 1025-1044.

Heaven, P.C. (1996). Adolescent Health. London: Routhledge.

Miller, B.C., McCoy, J.K., Olson, T.D. (1986). Dating Age and Stage as Correlates of Adolescent Sexual Attitudes and Behavior. Journal of Early Adolescent Research, 1, 361-371.

Hovell, M., Sipan, C., Blumberg, E., Atkins, C., Hofstetter, C.R., Kreitner, S. (1994). Family Influences on Latino and Anglo Adolescents Sexual Behavior. Journal of Marriage and the Family, 56, 973-986.

Miller, B.C., Norton, M.C., Curtis, T., Hill, E.J., Schvaneveldt, P., Young, M.H. (1997). The Timing of Sexual Intercourse among Adolescents: Family, Peer, and other Antecedents. Youth and Society, 29, 54-83.

Jaccard, J., Dittus, P.J. (2000). Adolescent Perceptions of Maternal Approval of Birth Control and Sexual Risk Behavior. American Journal of Public Health, 90, 1426-1430.

Miller, K.S., Forehand, R., Kotchick, B. (1999). Adolescent Sexual Behavior in Two Ethnic Minority Samples: The Role of Family Variables. Journal of Marriage and the Family, 61, 85-98.

Jessor, R., Van Den Bos, J., Vanderry, J., Costa, F.M., Turbin, M.S. (1995). Protective Factors in Adolescent Problem Behavior: Moderator Effects and Developmental Change. Developmental Psychology, 31, 923-933.

Ordoñez, M. (1994). Adolescentes: sexualidad y comportamientos de riesgo para la salud. Santa Fe de Bogotá: Instituto de Seguros Sociales y Profamilia.

Kinsman, S.B., Romer, D., Furstenberg, F.F., Schwarz, D.F. (1998). Early Sexual Initiation: The Role of Peer Norms. Pediatrics, 102, 1185-1192.

Perkins, D.F., Luster, T., Villarruel, F.A., Small, S. (1998). An Ecological, Risk Factor Examination of Adolescents' Sexual Activity in Three Ethnic Groups. Journal of Marriage and the Family, 60, 660-673. 65


DOSSIER • Fernando Barrera / Estefanía Sarmiento / Elvia Vargas Trujillo

Plotnick, R.D. (1992). The Effects of Attitudes on Teenage Premarital Pregnancy and its Resolution. American Sociological Review, 57, 800-811. Rotheram-Borus, M., Koopman, C. (1991). Sexual Risk behaviors, AIDS Knowledge, and Beliefs about AIDS among Runaways. American Journal of Public Health, 81, 208-210. Small, S.A., Luster, T. (1994). Adolescent Sexual Activity: An Ecological, Risk Factor Approach. Journal of Marriage and the Family, 56, 181-192. Smith, E.A., Udry, J.R. (1985). Coital and non-coital Sexual Behaviors of White and Black Adolescents. American Journal of Public Health, 756, 1200-1203. Steinberg, L., Lamborn, S.D., Dornbusch, S.M., Darling, N. (1992). Impact of Parenting Practices on Adolescent Achievement: Authoritative Parenting, School Involvement, and Encouragement to Succeed. Child Development, 63, 1266-1281. Stern, C. (2002). Poverty, Social Vulnerability and Adolescent Pregnancy in México: A Qualitative Analysis. Investigación presentada en el CICRED, Seminar on Reproductive Health, Unmet Needs, and Poverty: Issues of Access and Quality of Services. Bangok: Chulanlongkorn University.

66

Urberg, K.A., Degirmencioglu, S.M., Pilgrim, C. (1997). Close Friend and Group Influence on Adolescent Cigarette Smoking and Alcohol Use. Developmental Psychology, 33, 834-844. Vargas-Trujillo, E., Barrera, F. (2002). El papel de las relaciones padres-hijos y de la competencia psicosocial en la actividad sexual de los adolescentes. Documento CESO No. 32. Bogotá: Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales. Whitaker, D., Miller, K. (2000). Parent-adolescent Discussions about Sex and Condoms: Impact on Peer Influences of Sexual Risk Behavior. Journal of Adolescent Research, 15, 251-274. Whitaker, D., Miller, K., Clark, L. (2000). Reconceptualizing Adolescent Sexual Behavior: Beyond did they or didn't they? Family Planning Perspectives, 32, 111- 124.


Revista de Estudios Sociales, no. 17, febrero de 2004, 69-78.

APROXIMACIONES TEÓRICAS AL CONTRABANDO: EL CASO DEL ORO ANTIOQUEÑO DURANTE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX Muriel Laurent / Antonio Ochoa / Diana Urbano*

Resumen: Durante el siglo XIX, el comercio ilegal de distintos géneros fue una actividad de amplias magnitudes que se realizó a lo largo del actual territorio colombiano y sobre el cual las medidas tomadas por el gobierno tuvieron incidencia. Por esta razón, el propósito de este artículo es el de examinar cómo la configuración del Estado decimonónico repercutió en el desarrollo y la persistencia de oportunidades para el contrabando. Para lograr este objetivo se abordan dos posiciones teóricas complementarias que permiten examinar la gestión estatal. Estas son, por un lado, la teoría neoinstitucionalista y, por otro lado, el superávit de oportunidades. Finalmente, como un ejercicio de revisión de los planteamientos teóricos propuestos, se analiza el caso del contrabando de oro en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX.

Palabras clave: Estado decimonónico, contrabando, teoría neoinstitucional, superávit de oportunidades, oro.

Abstract: During the 19th century, different types of illegal trade became widely spread activities all over the territory that today constitutes Colombia. Given that government policies affected illegal trade, the purpose of this article is to examine how the configuration of 19th century State had repercussions on the development and persistence of opportunities for smuggling. In order to achieve this objective, two complementary theoretical positions regarding State management are analized. On the one hand, the Neoinstitutionalist theory, and on the other, opportunity

*

Los jóvenes investigadores Diana Urbano y Antonio Ochoa y la profesora del Departamento de Historia Muriel Laurent conformaron el grupo Contrabando en la historia de Colombia: ilegalidad y corrupción adscrito al Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales -CESOde la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes durante el año 2002. El mencionado grupo tuvo por objetivo profundizar la reflexión teórica empezada en la investigación “El contrabando en Colombia durante el siglo XIX (1821-1886)” realizada por Muriel Laurent desde el año 2001 gracias a la cofinanciación de Colciencias y en la cual fueron asistentes tanto Diana Urbano como Antonio Ochoa. En el foro del CESO del 1ero de abril de 2003, una versión preliminar del presente artículo fue expuesta por los integrantes del grupo y discutida con el público.

surplus. Finally, as an exercise meant to evaluate the proposed theoretical approaches, the case of gold smuggling in Antioquia during the first half of the 19th Century is analyzed.

Key Words: XIX century Colombia, smuggling, neoinstitucional theory, surplus of opportunities, gold.

El presente artículo se centra en el estudio de la configuración del Estado decimonónico colombiano, y busca subrayar cómo sus acciones pudieron repercutir sobre el desarrollo y la persistencia de oportunidades para que el comercio ilegal fuera una actividad de amplias dimensiones en el territorio de la actual Colombia durante el siglo XIX. Por tal razón, en la primera parte, se abordan dos posiciones teóricas complementarias que permiten analizar la acción del Estado en relación con el tema del contrabando. Primero, recurriremos a ciertos elementos básicos de la teoría neo-institucional para estudiar la gestión estatal en cuanto a la regulación del comercio y las múltiples relaciones que se tejen alrededor de ella; y, segundo, se complementará la anterior mirada con la propuesta llamada “superávit de oportunidades”, que subraya la existencia de condiciones favorables al desarrollo y mantenimiento del contrabando. Con el fin de verificar la validez de los planteamientos teóricos iniciales, la segunda parte de este artículo se dedicará a la cuestión del contrabando de oro en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX.1

Aproximaciones teóricas: instituciones y oportunidades

Las instituciones y el sistema legal Con el fin de analizar el desarrollo económico, los neoinstitucionalistas advierten la necesidad de estudiar el sistema legal vigente en la medida en que éste proporciona el medio en el cual se desempeñan los actores económicos y enmarca el actuar institucional (Espino, 1999).

1

La elección de este tema para el estudio de caso se justifica por las razones mencionadas en los primeros párrafos de la segunda parte del artículo. En la primera parte del mismo, se señalan algunos elementos referentes al contrabando en general pero por cuestiones de espacio y objetivo de este documento, sólo se harán referencias al comercio ilícito del oro.

69


OTRAS VOCES • Muriel Laurent / Antonio Ochoa / Diana Urbano

Para Douglas North, representante de esta corriente, la palabra institución remite a las reglas de juego existentes, de tal forma que “las reglas del juego en una sociedad más formalmente son las limitaciones ideadas por el hombre que dan forma a la interacción humana. Por consiguiente, estructuran incentivos en el intercambio humano, sea político, social o económico” (North, 1993, p.113). A partir de ello, José Ayala Espino ha señalado que sólo un conjunto de reglas se transforma en institución cuando un grupo comparte y acepta su cumplimiento voluntaria o coercitivamente a través del Estado. Al respecto, apunta que “las instituciones sin su correspondiente socialización, aprendizaje y transmisión solo serían construcciones formales, pero sin viabilidad económica y social porque nadie sabría siquiera de su existencia o de su operación” (Espino, 1999, p. 64). Por consiguiente, para analizar el fenómeno de contrabando en un momento histórico dado, es necesario remitirse a las reglas de juego establecidas por el Estado en cuanto a comercio exterior y fiscalidad, y evaluar su grado de institucionalización para determinar si se presentan distorsiones en este punto, cuáles son y a qué se deben. Con estos elementos en mente, podemos pensar en la situación del Estado decimonónico colombiano y su nuevo sistema legal post-independentista, en relación con el fenómeno de contrabando. Desde la separación de la Nueva Granada del dominio español, los criollos establecieron un conjunto de políticas, que si bien seguían impregnadas del espíritu colonial, buscaban regularizar la vida política, económica, social y cultural de acuerdo con el ideal republicano. Bajo estas nuevas “reglas de juego”, procuraron crear una burocracia que se extendiera a lo largo del territorio nacional y que difundiera el modelo de gobierno a los ciudadanos de la naciente República. Estos, a su vez, acogerían el discurso de esta modernidad y, como signo de aceptación del nuevo orden legal, tributarían al Estado ya que, en parte, esa era la base del nuevo modelo de Nación. En cuanto a la política económica, se optó durante la primera mitad del siglo XIX por conservar una tendencia proteccionista para garantizar ingresos al Tesoro Público. Por lo tanto, se mantuvieron los estancos más importantes, como el del tabaco, así como la prohibición de la libre exportación de oro y el control de su amonedación. Como la renta de aduanas fue también fundamental por motivos presupuestales, el establecimiento de la política arancelaria tuvo un fin claramente fiscal durante el siglo XIX. Lo anterior generó una actividad contrabandista que puede ser vista como una actitud de resistencia ante estas 70

medidas fiscales de carácter proteccionista, así como de presión hacia el librecambismo (Laurent, 2002). La persistencia de comportamientos poco acordes con los deseados por el Estado, como en el caso del contrabando, nos invita a preguntarnos por la institucionalización del Estado decimonónico en el campo de la regulación del comercio exterior y de la aplicación de la política arancelaria. Según lo señalado por Ayala Espino, para responder esta pregunta deberíamos rastrear cómo se transmitía, socializaba y aprendía la exigencia hecha por el sistema republicano a los ciudadanos en esta materia. Por esta razón, es conveniente indagar acerca del grado de difusión y apropiación del mensaje republicano a través de los indicadores que constituyen las administraciones que se encargaban de velar por la legalidad del comercio externo de la República. Los mecanismos de control de los cuales disponía el gobierno eran las aduanas, los estancos y las casas de amonedación, entidades sobre las que se debería entonces centrar el análisis.2 Siguiendo nuestro inventario de los aportes de la teoría neo-institucionalista, podemos añadir que el sistema legal es un complejo conjunto de normas que regulan la acción del Estado sobre los diferentes agentes y sus relaciones, de tal forma que “la función primordial del sistema jurídico es institucionalizar las leyes” (Espino, 1999, p.314-315). Entre las herramientas que tiene el Estado para institucionalizar las reglas de juego vemos las diferentes legislaciones que se instauran para regular las relaciones sociales, que ameritarían en sí un estudio cuidadoso. Al analizar cómo la Junta de Seattle dispuso de sus recursos económicos para crear una estrategia que combatiese el crimen, Douglas North muestra cómo para esta comunidad existió una relación entre la prevención y el dinero que en ella se inviertió (North y Millar, 1976). Según esta correspondencia, la Junta estableció que para luchar contra el crimen era necesario seguir tres pasos: descubrir las transgresiones, juzgarlas y aplicar la pena impuesta. Cada fase de este proceso implicaba unos gastos económicos y sociales que debían ser asumidos por el Estado. En la primera etapa era necesario realizar una labor de investigación y de seguimiento a los individuos implicados en el delito, para luego arrestarlos. Durante el juicio, era preciso que el Estado contara con un grupo de personas que defendiera los intereses de la Nación y, finalmente, hiciera cumplir las penas impuestas.

2

En la segunda parte y debido al tema elegido para el estudio de caso, sólo nos centraremos en el funcionamiento de las casas de amonedación.


Aproximaciones teóricas al contrabando: el caso del oro antioqueño durante la primera mitad del siglo XIX

A su vez, Francisco Comín, al estudiar la corrupción y el fraude fiscal en España, señala la importancia de la legislación penalizadora, en el sentido en que su ausencia o su no aplicación estimulan la evasión. A continuación, añade que el miedo a ser descubierto y la cuantía de las multas son fundamentales en la existencia del fraude. Para hacer estas afirmaciones, retoma a A.D. Witte y D.F. Woodbury quienes indican que el mayor determinante del cumplimiento fiscal es la percepción de la población acerca de la probabilidad de que el fraude sea detectado. Por lo tanto, si no se han establecido multas y penas para castigar el incumplimiento, si éstas son demasiado severas y/o arbitrarias, o si no hay capacidad estatal para descubrir y/o sancionar las irregularidades, el fraude será mayor sea porque no tiene sanción efectiva, sea porque ésta es injusta (Comín, 1998, p.102). En el caso que nos ocupa, encontramos que la legislación para enjuiciar a los defraudadores de las rentas monopolizadas es severa, pues se requiere el encarcelamiento. Los casos de importaciones de contrabando de artículos no contemplados por los estancos no requieren prisión sino el solo decomiso de la mercancía. En la práctica, sin embargo, resulta difícil, por un lado, atrapar a los contrabandistas in flagranti, y, por otro lado, demostrar la intención de exportación ilegal que es el requisito para encarcelar a los contrabandistas de bienes nacionales restringidos. El primer problema tiene que ver con la cobertura incompleta de las fronteras por los guardas de las aduanas y el segundo con la insuficiencia de pruebas contundentes para procesarlos. En ambos casos tampoco hay que descartar la probabilidad de sobornos por parte de los contrabandistas a los aduaneros, para los cuales esta oferta podía surtir interés, dado su insuficiente sueldo (Laurent, 2002, p. 67-69). A su vez, la dificultad generada por la falta de recursos estatales para garantizar el cabal funcionamiento de la administración de aduanas es un elemento a tener en cuenta. El déficit fiscal que justificó el carácter altamente fiscalista de la política arancelaria y del mantenimiento de los estancos también revirtió sobre los gastos en materia de vigilancia del comercio. La escasez presupuestal se hace evidente al detallar la pobreza de la dotación material de los puestos de aduanas, así como la irregularidad en el pago de los salarios públicos y su monto reducido. Por lo tanto, la capacidad del Estado de ejercer el control de sus fronteras en materia comercial y llegar posteriormente a procesar los infractores es mínima (Laurent, 2002). Finalmente y como lo comenta José Ayala Espino, en la teoría, si la cultura legal es fuerte, la coerción tendrá que

ser mínima, mientras que si el grado de obediencia a la legalidad es débil, el costo de mantenimiento del sistema legal será más alto para el gobierno y la coerción tendrá que ser mayor (Espino, 1999, p.341). En el caso colombiano decimonónico observamos, a la par con una capacidad financiera y represiva muy reducida, una cultura más bien tolerante hacia el incumplimiento de las normas, como lo sugieren los repetidos comentarios de los Secretarios de Hacienda, los cuales se desesperaban de tan poco caso hecho a las legislaciones comerciales (Laurent, 2002, p. 80-88 y 203-207). En últimas, todo apunta a una muy débil institucionalización del Estado en la Colombia del siglo XIX, la cual generó, en consecuencia, numerosas posibilidades para realizar el comercio ilícito.

El superávit de oportunidades para el contrabando El investigador colombiano Bernardo Pérez Salazar ha retomado dos propuestas teóricas planteadas por V. Ruggiero para explicar la explosión de la violencia y la criminalidad en Colombia a partir de 1980: estas son, la 'etiología del déficit'3 y el 'superávit o hipertrofia de oportunidades' (Pérez, 2002, p. 2-4). La segunda proposición indica que la ejecución de actividades ilegales está asociada con la capacidad de las entidades del Estado, las empresas legales y los grupos dominantes de organizar y posibilitar la realización de los delitos en esferas donde la sanción penal puede ser eludida. De tal forma, las transgresiones a la ley son efectuadas por un superávit o hipertrofia de oportunidades para delinquir. Según esta aproximación teórica se propone que, al igual que con otros fenómenos sociales, las actividades ilegales

3

Según esta propuesta, las actividades ilícitas emergen de las deficiencias del Estado y se manifiestan en una entidad contraria y simétrica al Estado y a la sociedad. De tal forma, se supone que existen dos espacios: uno donde opera el Estado, la economía legal y la sociedad, y otro donde se encuentran las actividades ilegales y/o los delincuentes. Dichos espacios están claramente definidos y exentos de zonas grises, lo cual representa, según Pérez Salazar, una de las debilidades de la teoría ya que los delitos que se cometen en ámbitos legales, como la corrupción, resultan difíciles de explicar. La “etiología del déficit” traza entonces una línea divisoria entre los espacios legales e ilegales obviando el hecho de que algunas actividades ilícitas, como el contrabando, tienen su origen y se mantienen gracias a la reciprocidad que existe entre los agresores de la ley, la sociedad, el Estado y otras organizaciones sociales. Por tales razones, para el análisis que nos proponemos en este documento, obviaremos esta propuesta.

71


OTRAS VOCES • Muriel Laurent / Antonio Ochoa / Diana Urbano

deben estudiarse a través de las relaciones que establecen con su contexto. Es decir, mediante los intercambios que realizan los actores y la complementariedad que logran a partir de procedimientos legales e ilegales para mantener y obtener nuevos beneficios. En el contrabando, por ejemplo, participan agentes que conocen y hacen parte del marco legal y a partir de éste realizan operaciones, contactos, advertencias entre unos y otros. Por medio de esta interacción, las entidades legales e ilegales aprenden de ellas mismas y van creando un modus operandi que les permite desenvolverse eficientemente en un contexto inestable y poco predecible. Aunque esta consideración teórica ha sido empleada para explicar el aumento de la criminalidad contemporánea, algunos de sus elementos pueden ser retomados para estudiar el contrabando decimonónico. De hecho, gracias al enfoque del superávit de oportunidades entendemos que la poca institucionalización que lograron los gobiernos del siglo XIX posibilitó que se presentaran circunstancias que influyeran en la actividad contrabandista. Entre estas oportunidades ya se hizo mención a la escasez de recursos fiscales públicos y a su consecuencia nefasta tanto sobre la fijación de la política arancelaria como sobre el funcionamiento, en cuanto a dotación y personal, de las administraciones de control. Conviene a su vez tener en cuenta la fragmentación regional del país que se constituye en una facilidad más para el comercio ilegal y se relaciona con la dispersión de población, la escasez de vías de comunicación y la pobre integración económica (Palacios y Safford, 2002, p.9 y 15-16; Melo, 1989, p.4). Las reducidas inversiones en vías de transporte que se explican por las dificultades fiscales de la Nación, sumadas al pobre desarrollo industrial del país y al hecho que las grandes y desprotegidas costas facilitaban la entrada y salida del contrabando, aportaron a la casi inexistencia de un mercado interno y fomentaron la organización de circuitos de comercio exterior ilegal. Como se verá a continuación para el caso del oro, éstas y otras circunstancias fueron aprovechadas al máximo con el fin de hacer caso omiso de la legislación existente en cuanto a comercio de metales preciosos en la primera mitad del siglo XIX.

Estudio de caso: el contrabando de oro antioqueño durante la primera mitad del siglo XIX La elección del oro para este estudio de caso se explica por dos razones. En primer lugar la importancia que tenía este metal en la economía de la Nueva Granada durante la primera mitad del siglo XIX. Desde el siglo XVI y hasta el 72

auge cafetero de fines del siglo XIX, el oro se constituyó en el principal nexo entre la economía local y el comercio mundial, ya que fue el principal producto de exportación, hasta el punto que en 1850 las importaciones legales e ilegales se pagaron en su mayoría con este metal (Brew, 2000). En segundo, la exportación ilícita de oro se estableció como una actividad económica de grandes proporciones que favoreció principalmente la importación de mercancías británicas y el abastecimiento de los circuitos comerciales neogranadinos (Brew, 2000, p.131). Así mismo, es necesario considerar que Antioquia fue la principal provincia neogranadina productora de oro, y que la comercialización de este metal fue acaparada por los comerciantes de la región y canalizada significativamente al exterior a través del contrabando. Considerando estos elementos, el estudio analizará la situación durante la primera mitad del siglo XIX independiente, es decir el periodo de prohibición de la exportación del oro, que termina en 1846. De tal forma, se examinará lo anterior a partir de los enfoques teóricos propuestos, con el fin de identificar, primero, el marco institucional en el que se desarrolló el contrabando, y segundo, las oportunidades que permitieron su realización. Así, por una parte, se señalará cómo el Estado decimonónico generó posibilidades para el contrabando de oro a partir de sus propias reglas de juego burocráticas y fiscales en materia de control de la producción de metales preciosos a través de las casas de amonedación y el sistema monetario. Por otro lado, se subrayarán las relaciones que sostuvieron los comerciantes antioqueños con los agentes británicos activos en el Caribe, así como el carácter regional de los fines de la actividad comercial antioqueña. Gracias a lo anterior, observaremos cómo se malograron los empeños estatales por institucionalizar diversas políticas de recaudo fiscal basadas en la intervención sobre la minería de oro, hecho que se hace visible en el alcance que tuvieron las casas de amonedación y en la falta de un sistema monetario eficiente que influyera en la circulación de oro en el país. A las dificultades del Estado decimonónico para implementar su racionalidad fiscal sobre la producción aurífera, se sumó el peso de la rentabilidad alcanzada por los negocios realizados, bajo un marco legal o no, entre los comerciantes antioqueños e ingleses y el regionalismo antioqueño, factores que permitieron el desarrollo de una burguesía local basada en la explotación de la economía minera (Palacios y Safford, 2002, p.336).


Aproximaciones teóricas al contrabando: el caso del oro antioqueño durante la primera mitad del siglo XIX

El Estado decimonónico y el contrabando de oro Para la primera mitad del siglo XIX, una de las principales fuentes de ingresos fiscales del Estado colombiano era el recaudo de los quintos de oro. Continuando con la práctica colonial de obtener fondos por medio de la amonedación de oro, se mantuvo la obligación de consignar el metal extraído en las Casas de Moneda de Bogotá y Popayán. Una vez allí, el Estado acuñaba este oro en monedas de curso legal y de buena ley. Hasta la libre exportación de oro en 1846, la legislación en este campo, que constituye las reglas de juego formales, continuó orientada por las ordenanzas españolas. Al respecto, Marco Palacios advierte que las prácticas corruptas de la administración aduanera, favorecidas por la permanencia de la legislación comercial colonial, facilitaron la continuidad de un extendido entramado de ilegalidad construido durante la dominación española (Palacios, 1999, p. 124). Con el fin de contener los alcances de este contrabando de oro, las nuevas autoridades neogranadinas buscaron controlar su comercio desde 1820 a través de la institucionalización de leyes y disposiciones que prohibieron la circulación interna y la exportación de oro sin amonedar, así como previeron el decomiso de los cargamentos indebidos del metal.4 A pesar de las reglas prohibitivas, la persistencia del contrabando de oro continuó registrándose en toda la Nueva Granada. En el caso antioqueño, el contrabando se concentraba en regiones donde no existían Casas de Moneda, es decir, hacia Cartagena y Santa Marta donde se embarcaba rumbo a Jamaica; de tal manera que las leyes no se institucionalizaban en el caso del comercio de oro desde Antioquia. Las rutas empleadas por los contrabandistas seguían los cursos de los grandes ríos que cruzaban la

4 Las leyes de 29 de septiembre de 1821 y del 10 de julio de 1824, así como los decretos del 15 de marzo de 1828, de 2 de mayo de 1832, de 3 de agosto de 1832 y de 21de enero de 1835 dispusieron la prohibición de extraer el metal de las provincias mineras con dirección a los puertos de la República, así como su exportación en polvo o barras. Las autoridades debían requisar los equipajes de los viajeros y, en caso de hallar cantidades del metal, decomisarlas y cobrar su valor al portador del fraude. Igualmente se prohibía a los buques extranjeros aceptar cargamentos de tal índole so pena de no volver a ser admitidos en los puertos colombianos. Cabe precisar que los decretos de 1832 y 1835 subrayaban la necesidad de transportar el oro destinado únicamente a las fundiciones de la Casa de la Moneda con una guía aprobada por el jefe político local reiterando que el metal no podía ser llevado a la costa donde no existía Casa de Moneda.

región antioqueña (como el Atrato, el Magdalena, el Cauca y el Nechí) o atravesaban el bajo Cauca hasta alcanzar las sabanas aledañas de la costa Caribe. Si bien es imposible calcular con certeza el impacto del contrabando antioqueño en la economía nacional, Roger Brew estimó que una cuarta parte de la producción de oro fue sacada de contrabando en 1840 (Brew, 2000, p. 101). Por su parte, el administrador de la Casa de Moneda de Bogotá en 1859, José Manuel Restrepo, calculó en $17.680.000 el contrabando de oro en el país entre 1810 y 1846 (M.S. 1, p.18). Según una tercera fuente, “En el año económico de 1841 a 1842 produjeron las minas de Antioquia 963.566 castellanos, 4 tomines, de los cuales se pagaron en Quintos lo correspondiente a 463.566 castellanos y salieron por alto como 500.000 castellanos, según los datos que presentan los avisos que hemos adquirido de capitanes de buques de guerra ingleses y los que se publican en los papeles de Europa” (M.S. 2, p.2). Este comercio ilegal del oro puede explicarse a partir de la poca rentabilidad que representaba para sus comerciantes seguir reglas establecidas por el gobierno, como la introducción, venta y pago de impuestos en las Casas de Moneda; pero también, mediante el caos monetario que acompañó a la naciente República y que obligaba a la utilización del oro como numerario válido en el comercio.

Las Casas de Moneda y el contrabando de oro Un comentarista anónimo de mediados del siglo XIX enfatizó que uno de los mayores motivos del contrabando de oro se encontraba en las pocas utilidades que dejaba el trato con las Casas de Moneda oficiales a quienes lo comerciaban. De hecho, era más rentable exportarlo ilegalmente, sin recurrir a las Casas de Moneda para el proceso de su comercialización. La siguiente descripción ilustra dicha realidad: “Una libra de oro se paga en Inglaterra por su valor intrínseco de $270. 60 rs si es de 21 quilates; y por $294. 1. 2/4 rs si es de 22 quilates; y como este mismo oro de 22 quilates no lo paga la República en la Casa de Moneda sino por $268, recibe menos el comerciante $26. 1. ¼ rs” (M.S.2, p.4). En opinión del autor, la elevada cantidad de impuestos, la especulación comercial sobre el producto en el mercado libre y las pocas seguridades de los comerciantes al remitir sus remesas a las Casas de Moneda favorecían el contrabando en detrimento de la Hacienda Pública. En relación con los impuestos, un minero estaba obligado a cancelar una serie de obligaciones relacionadas con el transporte, consignación y comisión del oro entre el 73


OTRAS VOCES • Muriel Laurent / Antonio Ochoa / Diana Urbano

distrito minero y las lejanas Casas de Moneda de Popayán y Bogotá. El proceso era el siguiente: un minero debía pagar un 3% del derecho de quinto, más un 1% que le costaba su transporte hasta la casa de moneda, más un 1% al ser allí recibido, más una cantidad de comisión y unos reales de más de correspondencia, es decir, se le descontaba un aproximado del 13% sobre el monto del metal extraído (M.S.2, p.4). Si se consideran los descuentos, para los mineros resultaba preferible distribuir el metal por medios ilícitos, a través de los comerciantes, quienes se encargarían de exportar el oro utilizando las ganancias resultantes en operaciones comerciales contrabandistas: “Por esta razón vende el minero al comerciante de oro por un valor superior al que le darán sus remesas a la casa de moneda, y este, con la ganancia que le deja el contrabando, lo emprende. Los gastos que hace el contrabandista serán de un 3 a un 4%, y lo demás es utilidad entre el contrabandista y el minero”(M.S.2, p.5). En consecuencia, la obligación oficial de amonedar en las Casas de Moneda resultaba desfavorable para los mineros y comerciantes. El sistema de amonedación perjudicaba los intereses privados de quienes se dedicaban a la acumulación de capitales por medio de la economía minera, es decir, a los capitalistas antioqueños, quienes se empeñaban “de preferencia en esta clase de industria” (M.S.2, p.5). Además de estos factores, no se puede perder de vista la distancia existente entre las minas y las casas de amonedación y la falta de vías de tránsito que dificultaban la llegada a las Casas. Dado lo anterior, podemos afirmar que este contrabando afectó directamente los intentos oficiales de control. De hecho, en 1841, la Memoria de Hacienda señalaba la inutilidad de la represión oficial sobre la exportación ilegal de oro: “la enorme suma de metales preciosos sin amonedar que se extrae clandestinamente, y que no figura entre los capitales exportados...bajo los aspectos moral y financiero, debe llamar con preferencia la atención del congreso a fin de evitar el escandaloso contrabando que de tiempo atrás ha habido en este ramo. No vasta la vigilancia de los empleados y el estímulo de los derechos que la ley concede al aprehensor; la experiencia ha demostrado que hasta ahora han sido ineficaces estos medios contra las combinaciones del interés particular”(M.S.3, p.16-17). En efecto, para los comerciantes era de mayor utilidad exportar el metal sin amonedar, y eso debido a fines puramente lucrativos relacionados con la acumulación de capitales. 74

El sistema monetario y el contrabando de oro Si bien la recaudación fiscal por medio de las Casas de Moneda propició el contrabando de oro, también este fenómeno fue favorecido por el caos monetario vigente en el país tras las guerras de Independencia. La proliferación de monedas de baja ley y de distintos pesos y calidades propició la existencia de un régimen monetario en el cual, a menudo, el valor nominal de las diferentes monedas no guardaba relación con el valor intrínseco. Esta situación produjo que las monedas buenas salieran de circulación rápidamente, creando un clima de incertidumbre que dificultaba el comercio (Meisel, 1990; Palacios, 1999, p.133-134). Como a través de la amonedación de oro el Estado buscaba regularizar una de sus principales fuentes de ingresos, y como además afrontó un sistema monetario caótico, auspició la escasa circulación de numerario legal en el territorio. El mercado estaba plagado de especuladores que falsificaban y ponían en circulación monedas de baja ley (Safford y Palacios, 2002, p.370). En medio de este panorama, los comerciantes recurrían con frecuencia al oro como numerario en sus negocios de exportación (Palacios, 1999, p.133-134), promoviendo de esta manera el contrabando. Este a su vez se convirtió en una amenaza a las tentativas de monopolio estatal sobre la emisión y curso de monedas legales, es decir, a los propósitos de organización de un sistema monetario republicano unificado en torno a las emisiones oficiales (Palacios, 1999, p.120).

La actividad de los comerciantes antioqueños El activo comercio establecido por los negociantes antioqueños con Gran Bretaña constituyó un segundo grupo de condiciones favorables al contrabando de oro durante la primera mitad del siglo XIX. Este comercio se basaba en la importación de manufacturas británicas a cambio del oro extraído de Antioquia, permitiendo el fortalecimiento de esta región por fuera de las normas que el gobierno había establecido.

Las relaciones entre los comerciantes antioqueños y británicos De acuerdo con Marco Palacios, las importaciones británicas, en especial las de manufacturas textiles, alteraron el desarrollo económico y social iberoamericano a comienzos del siglo XIX. Los británicos 'inundaron' con sus


Aproximaciones teóricas al contrabando: el caso del oro antioqueño durante la primera mitad del siglo XIX

mercancías los mercados continentales, valiéndose para ello de sus posesiones en el Caribe y 'canalizando' el contrabando como uno de los principales medios de incorporación de las atrasadas economías coloniales a la esfera de consumo demandado por la revolución industrial inglesa (Palacios, 1999, p.120). En este sentido, las diferentes leyes comerciales proteccionistas, las complejas trabas burocráticas y el insuficiente control aduanero, que existían desde la Colonia con el mercantilismo y que persistieron en la primera mitad del siglo XIX, favorecieron un clima de ilegalidad. Por eso, si bien los procesos de emancipación política producidos en las colonias españolas en las primeras décadas del siglo XIX habían confirmado la ruptura con la Corona, la compra de géneros ingleses desde antes de la independencia condujo a que los consumidores hispanoamericanos pasaran “pronto al bando inglés” (Palacios, 1999, p.120). En relación con el contrabando de oro como fenómeno socio-económico, Palacios sostiene también que este proceso de 'colonialismo' británico (Palacios, 1999, p.118)5 contribuyó de manera significativa en la actividad comercial de las elites neogranadinas, en especial de los comerciantes antioqueños, quienes recurrieron a la exportación legal o ilícita del oro como fondos garantes del libre comercio entre las provincias mineras del interior del país y Jamaica (Palacios y Safford, 2002, p.336). A esta discusión se le puede agregar que para los antioqueños esta conexión “permitió evitar a los intermediarios de la costa del Caribe. Los antioqueños contaban con una importante ventaja como importadores: tenían acceso directo al oro de su región, que no solo era la fuente principal de divisas de la Nueva Granada sino el medio de pago preferido por sus proveedores británicos” (Palacios y Safford, 2002, p.336). De hecho, según un observador sueco, era una “exigencia de Jamaica, que no quiere otra forma de pago que el oro” (Morner, 1964, p. 324). Tenemos entonces una regularidad comercial entre antioqueños y británicos, basada en las importaciones y los pagos en oro que representaban importantes ganancias y constituyeron para el ámbito de la Nueva Granada un factor estimulante del lucro privado por medio del contrabando. Dicho sea de paso, el contrabando de oro

5

Palacios aduce la coincidencia de los procesos de independencia política latinoamericana con una nueva fase de expansión comercial primordialmente británica basada en la apertura de nuevos mercados, la inversión de capital, las mejoras técnicas y la modernización empresarial.

proporcionó beneficios comerciales a las posesiones británicas en las Antillas, puesto que era prácticamente el único medio válido para ingresar en el comercio mundial controlado por las potencias europeas.

El regionalismo antioqueño De acuerdo con Safford, la presencia de oro fue un estímulo comercial y empresarial bastante fuerte entre los antioqueños, dado que no lo tenían las otras provincias neogranadinas. Éstas, al no contar con un producto de exportación aceptable en el mercado mundial, debieron recurrir a guerras civiles y a la participación en política para obtener los recursos de los que carecían (Safford, 1977). Por otro lado, el oro facilitó la acumulación de grandes capitales en manos de unos cuantos comerciantes antioqueños, situación que les permitió emprender negocios en la provincia, el ámbito nacional e internacional. Los comerciantes de Medellín y Rionegro controlaron el medio de pago más importante y generalmente los negociantes de otras regiones recurrían a ellos para hacer sus pagos en el exterior a través de préstamos en oro. Es así como este metal se convirtió en un importante recurso crediticio que le permitió a los capitalistas antioqueños establecer un notable comercio -legal e ilegal- con la principal potencia económica del siglo XIX. Debemos tener en cuenta que, desde 1810, éstos se beneficiaban de los cambios políticos y administrativos generados por el ascenso de Medellín como nuevo centro urbano. También se aprovechaban de algunas modificaciones económicas inherentes a las guerras de Independencia: “Los chapetones instalados principalmente en Cartagena fueron sustituidos por los comerciantes criollos de Bogotá, Popayán y Medellín y en menos grado de los puertos de la Costa y de Cúcuta, quienes intentaban dominar sus respectivos circuitos territoriales” (Safford, 1977, p. 123). Fuera de las ventajas recibidas por la emancipación política de la Nueva Granada, los comerciantes antioqueños contaron con un fuerte control sobre la producción minera de su región, lo que les facilitó mejores posibilidades lucrativas en sus contactos con los británicos y en el nuevo escenario político republicano. Como concluye Marco Palacios: “La liquidez de las fortunas antioqueñas, dado su control del oro, fue su carta de triunfo, y la independencia significó para los grandes comerciantes de esa región el acceso a una nueva posición de poder que les permitió acelerar el efecto darwiniano implícito en la teoría librecambista: sucumbieron los débiles y el comercio de importación se 75


OTRAS VOCES • Muriel Laurent / Antonio Ochoa / Diana Urbano

concentró todavía más en unas pocas familias de Medellín” (Palacios, 1999, p. 124). Así mismo, es pertinente considerar que el escenario inmediatamente posterior a las guerras de independencia estimuló la consolidación de la elite antioqueña como nuevo poder regional, gracias a su afianzamiento como grupo comercial y empresarial, sustentado en la explotación minera local. En este proceso, el contrabando de oro fue uno de los principales medios de intercambio para los importadores, por lo cual el control sobre su circulación y comercialización resultó de vital importancia, tanto para los comerciantes de Antioquia, como para el nuevo Estado republicano. De tal forma, los intereses comerciales antioqueños, percibidos a través del continuo contrabando de oro, pueden ser interpretados como un indicio del regionalismo en la construcción del Estado - Nación en Colombia durante el siglo XIX. Al respecto, un informe de Manuel Murillo Toro al Congreso constitucional de 1851 advierte sobre la escasa información remitida por los funcionarios locales, debido a la fragmentación regional y a las limitadas declaraciones de capitales mineros ocasionadas por la preocupación sobre la imposición de impuestos directos a la producción del metal (M.S.4). Al no acatar los requerimientos ordenados por el gobierno central -que no contaba con un control efectivo del territorio-, se garantizó la pujanza de un determinado círculo de comerciantes locales, quienes otorgaban mayor preponderancia al sostenimiento de la economía regional estrechamente ligada a las elites políticas locales (Ortiz, 1991, p.120; Melo, 1991).6 Un explorador sueco comprobó cómo las extracciones ilícitas de oro con destino a Jamaica adquirieron una mayor importancia en la región ya desde los años de las guerras napoleónicas, cuando la demanda del metal aumentó en el mercado británico, siendo por lo demás una práctica que,

6

76

De acuerdo a Jorge Orlando Melo y Luis Javier Ortíz Meza, durante la primera mitad del siglo XIX, los políticos antioqueños buscaron erigir la región en un estado soberano federal. Al respecto Ortíz Meza ha planteado: “los propietarios de tierras, minas y comerciantes asentados en Medellín, eran partidarios de la federación en cuanto les permitía mantener la unidad territorial de Antioquia y controlar circuitos económicos amplios, mientras que para los liberales del Cauca medio, Santa fe de Antioquia, Sopetran y Rionegro era más favorable la división de Antioquia en tres provincias como entre 1851 1853, pues esto les daba autonomía frente a los conservadores dominantes en el centro y Oriente y les permitía preservar y extender las libertades municipales y el gobierno propio” (Ortiz L., 1991, p.120; Melo, 1991, p.101-116).

con el tiempo, se hizo cada vez más frecuente y de dominio público. En este sentido, advirtió que los comerciantes antioqueños “hacen siempre el pago en oro, en onzas o en polvo, que hacen salir de contrabando, a pesar de todos los obstáculos puestos por las autoridades. La naturaleza de las comunicaciones de dicha provincia montañosa, pero cruzada por valles ricos en cereales, no le permite ni le permitirá otro medio de pago con el extranjero; medio de pago que es actualmente el de casi todo el país” (Morner, 1964, p.323). Para el decenio de 1820, la provincia de Antioquia dependía en buena medida de sus importaciones del extranjero, lo que facilitaba a los comerciantes de Medellín y Rionegro mayores márgenes de ganancias y beneficios en la comercialización de las importaciones, así como el acopio de diferentes mercados del interior del país como Popayán e incluso Quito (Morner, 1964, p.323).

Consideraciones finales El contrabando durante la primera mitad del siglo XIX fue un fenómeno que excedió el control del proteccionista Estado colombiano, debido a las dificultades enfrentadas por el gobierno central para establecer un dominio efectivo sobre el territorio nacional. En el caso del comercio ilícito de oro por parte de las economías y elites regionales, especialmente la antioqueña, fue un medio necesario para suplir la falta de capitales y suministros. De hecho, Antioquia como subregión integrada en el occidente aurífero de la Nueva Granada contaba con la presencia de pequeños mineros independientes que facilitaron una regular explotación de oro. Debido a la precariedad del Estado decimonónico para controlar el recaudo de sus ingresos fiscales ocasionado por la imposibilidad de recoger cifras exactas acerca de la producción, el aislamiento regional y la frágil institucionalización del cobro fiscal, el flujo de contrabando de metales entre Antioquia y la costa Caribe prácticamente se mantuvo continuo durante la primera mitad del siglo XIX. Es de anotar que para ese periodo, el contrabando de oro era una práctica con ciertos niveles de organización mercantil, basados no solamente en la compaginación de los factores mencionados anteriormente, sino también en la capacidad de dominio geográfico alcanzado por sus ejecutantes. El mercado ilícito articuló redes comerciales interiores y exteriores que involucraban diferentes actores y niveles de transacción que, en varias ocasiones, rebasaron la capacidad reguladora y represiva del Estado. Igualmente es importante señalar que las aprehensiones de oro por parte de las autoridades se redujeron debido a la


Aproximaciones teóricas al contrabando: el caso del oro antioqueño durante la primera mitad del siglo XIX

escasez de presencia oficial sobre las rutas seguidas por los antioqueños, y al tamaño del oro en polvo que permitía esconderlo fácilmente. La posibilidad para las autoridades de procesar los contrabandistas del metal fue mínima y redundó en el poco control que lograban sobre los flujos comerciales entre Antioquia y la costa caribe. En este sentido, si bien existió un conjunto de disposiciones legales sobre la prohibición del contrabando de oro, nunca tuvo una aplicación significativa debido a una reducida capacidad de respuesta del Estado, que era fiscalmente pobre, y en el que permanecían estructuras coloniales tanto en la economía como en la sociedad neogranadina. Adicionalmente, la tolerancia hacia la corrupción administrativa, también heredada del mundo colonial, favoreció el lucro privado. Todas estas condiciones crearon una desigual relación entre los comerciantes regionales, el Estado central y los mercados británicos, lo que en términos de ganancias se tradujo en una mayor rentabilidad a favor de los comerciantes privados y un escamoteo fiscal del Estado. Es también necesario recordar la falta de un control efectivo sobre un país fragmentado regionalmente, carente de vías de comunicación adecuadas, incapaz de controlar los flujos comerciales en sus fronteras marítimas y terrestres, donde el sometimiento de los contrabandistas se imposibilitó por la frágil institucionalización de la legalidad republicana neogranadina. En pocas palabras, el Estado colombiano de la primera mitad del siglo XIX, fomentó -sin ser este su propósito- el contrabando de oro a partir de sus políticas fiscales y monetarias: los gravámenes que se debían cancelar en el proceso de amonedación implicaron altos costos de transporte, comisiones y obstáculos comerciales que posibilitaron -a manera de justificación y oportunidad- el contrabando entre los comerciantes. La complementariedad de las dos aproximaciones teóricas expuestas en este documento permitió entonces identificar algunas circunstancias relacionadas con el Estado en cuanto al desarrollo del contrabando, por lo menos en el caso específico del oro. Su acción regulatoria en la primera mitad del siglo XIX, analizada en un marco neo-institucionalista, y una multiplicidad de oportunidades se sumaron para propiciar un clima de ilegalidad que favoreció dicho contrabando.

Bibliografía Brew, R. (2000). El desarrollo económico de Antioquia desde la independencia hasta 1920. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia.

Comín, F. (1998). Corrupción y fraude fiscal en la España contemporánea. En Instituciones y corrupción en la historia. Valladolid: Instituto de Historia Simancas, Universidad de Valladolid. Laurent, M. (2002). El contrabando en Colombia durante el siglo XIX (1821 - 1886): ilegalidad y corrupción. Bogotá: Informe a Colciencias, inédito. Manuscrito 1: Memoria sobre amonedación de oro i plata en la Nueva Granada desde 12 de julio de 1753 hasta 31 de agosto de 1859 por José Manuel Restrepo, administrador de la Casa de Moneda de Bogotá. Bogotá: Publicaciones del Banco de la República, Archivo de la economía nacional, 1952. Manuscrito 2: Breve examen de las razones que hay para sancionar los proyectos de ley, que discuten las cámaras del Senado y de Representantes, sobre la exportación de oro y arreglo del sistema monetario. Bogotá: imprenta de Salazar por V. Lozada, 1 de abril de 1846. Manuscrito 3: Exposición que hace el Secretario de Estado en el Despacho de Hacienda sobre los negocios de su departamento al Congreso constitucional de la Nueva Granada en 1841. Bogotá: imprenta de A. Cualla. Manuscrito 4: Informe del Secretario de Estado del despacho de Hacienda de la Nueva Granada (Manuel Murillo Toro) al Congreso constitucional de 1851. Bogotá: imprenta del Neogranadino. Meisel, A. (1990). El patrón metálico 1821 - 1879. En El Banco de la República, antecedentes, evolución y estructura. Bogotá: Departamento Editorial. Melo, J. (1989). La evolución económica de Colombia 18301900. En A. Tirado Mejía (Ed.), Nueva Historia de Colombia, 2. Bogotá: Editorial Planeta. Melo, J. (1991). Progreso y guerras civiles entre 1829-1851. Historia de Antioquia. Medellín: Editorial Presencia. Morner, M. (1964). El comercio de Antioquia alrededor de 1830 según un observador sueco. Anuario colombiano de historia social y de la cultura, 2, 2. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. North, D. (1993). Instituciones, cambio institucional y desempeño económico. México: Fondo de Cultura Económica. 77


OTRAS VOCES • Muriel Laurent / Antonio Ochoa / Diana Urbano

North, C., Miller, R. (1976). El análisis económico de la usura, el crimen, la pobreza etcétera. México: Fondo de Cultura Económica.

Ruggiero, V. (1992). Crimine organizzato: una proposta di aggiornamento delle definizioni. Dei delitti e de le penne, 3, 7-14.

Ortiz Meza, L. (1991). Antioquia bajo el federalismo. En Historia de Antioquia. Medellín: Editorial Presencia.

Safford, F. (1977). Significación de los antioqueños en el desarrollo económico colombiano. Un examen crítico de las tesis de Everett Hagen. En F. Safford, Aspectos del siglo XIX en Colombia. Medellín: Ediciones Hombre Nuevo.

Palacios, M., Safford, F. (2002). Colombia país fragmentado, sociedad dividida. Su historia. Bogotá: Editorial Norma. Palacios, M. (1999). Independencia y subdesarrollo. En M. Palacios, Parábola del liberalismo. Bogotá: Editorial Norma. Pérez Salazar, B. (2002). Coaliciones y redes de agentes involucrados con actividades lícitas e ilícitas. Algunas conjeturas para el análisis relacional del caso colombiano. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, inédito.

78


Revista de Estudios Sociales, no. 17, febrero de 2004, 79-85.

PENSAMIENTOS SOBRE EL OTRO 11 DE SEPTIEMBRE: EN MEMORIA DE UN FUTURO JUSTO Gregory Lobo*

Resumen En este ensayo el autor reflexiona sobre el 'milagro capitalista' que se inauguró en América del Sur el 11 de septiembre de 1973, cuando los militares chilenos, dirigidos por el General Pinochet y apoyados por los Estados Unidos, bombardearon y destrozaron la democracia chilena por haber intentado construir, libremente, el socialismo. Se argumenta que ese 11 de septiembre es un momento clave en una campaña bárbara y bastante exitosa contra el socialismo, que desde entonces habría dejado de existir como proyecto. Pero dado que el llamado “milagro económico” sigue en crisis, y que el capitalismo sigue privando de lo necesario a demasiada gente, el artículo concluye con la propuesta de que se reanime nuestra memoria para el futuro, un futuro sin pobreza, escasez, ni guerra.

Palabras clave: Chile, memoria, democracia, Estados Unidos, socialismo.

Abstract In this essay the author reflects on the 'capitalist miracle' that began in South America on September 11, 1973, when the Chilean military, directed by General Pinochet and with the support of the United States, bombed and destroyed Chilean democracy for having tried to freely construct socialism. It is argued that September 11 has to be seen as a key moment in a barbarous and mostly successful campaign against socialism, and since then it would seem to be over as a project. However, since the economic miracle continues in crisis and capitalism continues to deprive too many people of basic necessities, the article concludes with the proposition that our memory of the future be reanimated, the memory of a future in which there was no poverty, scarcity, or war.

Key Words: Chile, memory, democracy, United States, socialism.

En los años noventa del siglo pasado se decía que el mundo había entrado en una nueva época. Era, indudablemente,

*

Ph.D. Universidad de California, San Diego. Profesor de planta, departamento de Lenguajes y Estudios Socioculturales, Universidad de los Andes. Agradezco a Chloe Rutter y Carolina Suárez por su ayuda con el español.

una época posguerra fría, pero otros adjetivos, inciertamente proféticos o serenamente analíticos se hacían comunes también. Por ejemplo, hablábamos de una época sin fronteras (Miyoshi, 1993), una de capitalismo tardío (Jameson, 1991; Mandel, 1975), una posmoderna (Harvey, 1989; Lyotard, 1984) y, por supuesto, una época designada por la palabra globalización - ineluctable, inevitable, e invocada por todas partes, el nombre del proceso que unos querían, otros odiaban, pero del cual todos hablaban. En un artículo sobre la globalización, la posguerra fría y América Latina, Augusto Varas se refiere a la “nueva economía política global” como la que denota “grandes cambios en el flujo internacional financiero, el disminuir del conflicto oriente-occidente y la renovación de la hegemonía estadounidense, la nueva primacía de los mercados, y un retorno a los sistemas políticos competitivos” (Varas, 1993, p.21-23). Parecía que después de la guerra fría entrábamos a una época de la promulgación de unas economías neoliberales y unas democracias conservadoras. En el marco material e ideológico del retorno a la democracia en América Latina se palpaba la caída no sólo del comunismo soviético, sino también de la democracia social de la Europa occidental. Era un marco en el que la nueva doxología del comercio libre y el neoliberalismo era abrazada por los partidos políticos a través del borroso y encogido espectro político. En América Latina los partidos de la izquierda-que solía implicar partidos críticos del mercado-se tornaron en partidos que aceptaban la centralidad del mercado en sus sociedades y por lo tanto en el mundo entero. En 1994 Carlos Moneta y Carlos Quenan afirmaron que era “indiscutible ... que ... las perspectivas económicas de América Latina a mediano y a largo plazo (estuvieran), en gran medida, ligadas a la posibilidad de mejorar la inserción de nuestra región en una economía mundial” (Moneta y Quenan, 1994, p.9). Al hablar de la nueva democracia, Jorge Nef, en “Demilitarization and Democratic Transition in Latin America,” argumenta que los nuevos gobiernos en América Latina “ni son verdaderamente demócratas ni soberanos,” sino, más bien, son lo que él denomina “democracias limitadas” basadas en “pactos entre las élites”. Son, por lo tanto, “distintamente exclusivas” (Nef, 1995, p.98). La nueva democracia neoliberal llegó a Chile (y, sin duda alguna, a otros países latinoamericanos) por un camino tortuso. El asalto por parte de la nación chilena contra el capital, si es que se puede hablar en esos términos de lo que hizo el gobierno de Allende, provocó un contra asalto, irreprimible e implacable. Ambos fenómenos tuvieron su septiembre el mes de la victoria electoral de Allende y tres 79


OTRAS VOCES • Gregory Lobo

años después, el once del mismo mes, el golpe militar. Carlos Altamarino, un dirigente socialista, ilustra con bastante vividez la diferencia entre los dos septiembres en la introducción a su Dialéctica de una derrota (Altamarino, 1977). Señala el contraste entre las celebraciones tranquilas de la victoria de Allende, que tanto temía la burguesía, y las celebraciones después del golpe, cuando el miedo burgués, reprimido durante tres años, se desató en una barbarie malévola. En su presentación del septiembre de Allende y del pueblo chileno, leemos acerca de cómo los “trabajadores se asomaban a su destino con una increíble demostración de generosidad y madurez cívica,” mientras que la “culpa acumulada en siglo y medio de dominación y explotación, oscurecía y silenciaba los barrios elegantes” (Altamarino, 1977, p. 9). No hay duda de que Altamarino es parcial, pero su descripción del comportamiento de la burguesía después del golpe es apremiante, y no es, de todos modos, una mentira: Cuando septiembre fue del pueblo, los partes policiales no registraron un solo desmán. Cuando fue de la burguesía, murió ensombrecido por el hedor de 40 mil cadáveres. El terror rojo, persistentemente anunciado por los heraldos de la burguesía, no se asomó entonces ni en los tres años subsiguientes. El terror blanco, en cambio, vino sin anuncio y su faena nunca se dio pausa después de la derrota popular. Dos estilos de vida, dos concepciones diferentes de la sociedad y del hombre. Una, la del pueblo, alegre, generosa, abierta a la esperanza de una vida superior; otra, la de sus adversarios, torva, deshumanizada, implacablemente resuelta a defender sus privilegios (Altamarino, 1977, p.9).

La represión contra la izquierda fue tal, que durante el régimen de Pinochet los exiliados rondaban los “cientos de miles” y los asesinatos sancionados por el Estado llegaron a por lo menos 3,000; las desapariciones continuaron hasta 1987.1 Mientras tanto, Chile se transformó en un laboratorio gigante para ensayar las 'nuevas' teorías económicas de la Universidad de Chicago y la Universidad Católica en Santiago. En su glosa del período, collier y Sater dicen que los comunistas - los llamados Chicago Boys

1

80

La cifra exacta de asesinatos se desconoce. La que usamos es de Collier y Sater (1996, p.360) y (Cáceres, Godoy, Palma, 1996, p.137). Pareciera que el número 40,000 de Altamarino, citado arriba, es exagerado. Ha de preguntarse si la cifra de 2,300 muertos, relatada por la Comisión de Derechos Humanos de Chile (Ver Oppenheim, 1999, p. 113), niega la fuerza de las palabras de Altamarino. Si es así, pues, ¿qué cifra justificaría tal tenor?

- eran tan “utópicos” y “dogmáticos” como cualquier proyectista comunista (Collier y Sater, 1996, p.365). Parecía como si estuvieran engañándose a sí mismos o sencillamente ignorando la historia al gestionar un desplazamiento social hacia atrás, hacia los días edénicos del prekeynesianismo. Bajo Pinochet, “las relaciones del mercado tuvieron que ser impuestas en toda la sociedad”2 (Collier y Sater, 1996, p.366). Dado que una de las justificaciones de la intervención militar en la política chilena era que el gobierno de Allende actuaba fuera de las pautas constitucionales y que se le imponía al país, (Collier y Sater, 1996, p.360) las cciones del nuevo régimen parecerían algo hipócritas. Nos hacen pensar que cuando se desató el terror del Estado en Chile, éste no tenía nada que ver con el constitucionalismo, y todo que ver con aplastar el sueño utópico del pueblo. En “The Political Evolution of the Chilean Military Regime and Problems in the Transition to Democracy” Manuel Antonio Garretón explica el encanto que tenía la teoría económica neoliberal para Pinochet, quien no sabía nada del tema. Garretón sostiene que los Chicago Boys le ofrecieron a Pinochet un “discurso que no se limitaba a la esfera de la pura política económica”, un discurso neoliberal “capaz de vincular las medidas económicas a un modelo social coherente” y ligado a la visión social de Pinochet, basada en “una crítica histórica de la sociedad chilena del siglo veinte, vista como un cuento de demagogia que contrastaba con la imagen del período previo,” (Garretón, 1986, p.102) durante el cual el gobierno era principalmente el vigilante neutral del derecho sacrosanto a la propiedad, y por lo tanto estaba más allá de la política como tal. Obviamente ese tipo de gobierno favorecía al capital terrateniente; en su forma contemporánea atávica, y a pesar de su pretensión de una “universalidad supuestamente por encima de intereses (particulares)” la política del gobierno pinochetista “favorecía directamente el capital financiero nacional e internacional” (Garretón, 1986, p.101). En cuanto Chile se volviera ground zero para las renovadas teorías económicas, el golpe tendría que verse como algo que trascendía la esfera de lo nacional e incluso lo regional. Sería precisamente un evento histórico de gravedad global, o lo que se llamaría en inglés a world-historical event: la respuesta sanguinaria por parte del capital internacional a la crisis de su propio sistema.3

2 3

Énfasis del autor. Si en períodos de crisis las corporaciones reducen el número de sus obreros, la respuesta pinochetista fue reducir el número de los chilenos.


Pensamientos sobre el otro 11 de septiembre: en memoria de un futuro justo

Mediante la violencia y su constante amenaza la dictadura concedió a la actividad política un espacio bastante limitado. La política de oposición que surgió durante los ochenta era menos anticapitalista que antipinochetista. Cuando los partidos políticos volvieron a actuar, su meta fue el rechazo de una segunda posesión “legítima” de Pinochet, el esperado resultado de un plebiscito proyectado para 1988. Fue así como los renovados partidos promovieron la democracia pura, sin impurezas socialistas. Jeffrey M. Puryear, en Thinking Politics, describe el momento epifánico cuando los intelectuales líderes de la oposición se dieron cuenta de que tenían que empezar a pensar dentro del marco pinochetista. Nos cuenta, por ejemplo, que los académicos de CIEPLAN (Corporación de Investigaciones Económicas para Latinoamérica) llevaban tiempo hallando fallas en las políticas económicas del régimen militar, pero empezaron “alrededor del año 1987, a tomar una posición más conciliatoria respecto a las reformas del régimen” (Puryear, 1994, p.115). Uno de los académicos, Oscar Muñoz, le relata a Puryear: Cuando vimos que de hecho las cosas funcionaban bajo (el rubro neo liberal), empezamos a hacerles caso a otros argumentos, mirarlos despasionadamente, y equilibrar mejor los distintos argumentos y encontrar al fin que no había una verdad sola (Puryear, 1994, p.115).

Después de conferir con sus colegas, Muñoz se dio cuenta que su manera de pensar había cambiado: “encontramos que todos estábamos transmitiendo un discurso que más tenía que ver con la continuidad que con el cambio” (Puryear, 1994, p.115). Mientras tanto, y a pesar de estar reprimida por el terrorismo estatal, una coalición-la Concertación-logró quitar del asiento a Pinochet, una hazaña casi increíble si se tiene en cuenta que se hizo conforme a pautas decretadas por el régimen justo antes del plebiscito en 1988. Este logro llevó a una contienda electoral entre tres tendencias políticas en 1990, la cual ganó la misma Concertación. Por asombroso que sea el éxito de la Concertación, no se puede olvidar que ya se veía en términos de “continuidad.” Este punto se enfatiza en la introducción a la versión publicada de un congreso sobre el legado de la dictadura (The Legacy of Dictatorship) de Alan Angell y Benny Pollack, Los autores nos recuerdan que aunque “la oposición a Pinochet se oponía rencorosamente contra los medios utilizados por ese gobierno, y la verdad es que eran brutales, crueles, y dictatorios, llegó a compartir muchos de

los fines de aquel gobierno” (Angell y Pollack, 1993, p.1). Cabe anotar que, como nos relata Lois Hecht Oppenheim, “la exitosa coalición opositora de dieciséis partidos que (Patricio) Alwyn llevó a la victoria en marzo de 1990, incluía muchos de los partidos e individuos que estaban involucrados en la caída de Allende” (Oppenheim, 1999, p.4). Lo que Oppenheim encuentra “irónico” se podría ver de otra manera. ¿No sería más exacto verlo como una pista que nos revela la verdad de la redemocratización chilena dado el hecho de que aunque los socialistas participaron en la Concertación, la suya era una presencia que sólo confirmaba la diversidad de las voces políticas, y que nunca representó una amenaza de resurrección de la política anti capitalista en el gobierno? En cuanto al socialismo en sí, en “Chilean Socialism and Transition,” Eduardo Ortiz aboga a favor de un socialismo que equilibre la supuesta eficiencia de los mercados con un mayor énfasis en la justicia social (Ortiz, 1993, p.5). Pocos se opondrían al segundo elemento, pero cabe anotar con respecto al primero, que justo después de la transición, en 1991, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas observó que el nuevo paradigma en América Latina era “mantenido por unas disparidades de ingresos más grandes que en el pasado, un aumento de la inestabilidad de empleo, menos recursos fiscales y menos espacio de maniobra en cuanto a las políticas económicas” (United Nations, 1991, p. 5). A pesar de aquellas “eficiencias”, Ortiz caracteriza como “comportamiento político sabio” el “abandono del dogma y las posiciones conflictivas del pasado.” El socialismo demuestra su “madurez”, dice, al “adaptarse a los nuevos tiempos y a las fortunas de la izquierda” (Ortiz, 1993, p.185). Es interesante que Paul Craig Roberts y Karen LaFollete Araujo, quienes escriben desde la derecha, estén de acuerdo. En su libro, The Capitalist Revolution in Latin America, desechan la “izquierdista anticapitalista” por haber “convertido en demonio al General Augusto Pinochet, cuyo gobierno. . .dejó como legado una democracia constitucional” (Craig y LaFollete, 1997, p.9). ¡Ni mencionan la destrucción por parte de Pinochet de la democracia constitucional anterior! El hecho de que Pinochet tuviera que confrontar lo que ellos llaman “terroristas organizados” se usa para exculpar sus represiones, las cuales, dicen los autores, “eran moderadas en comparación con las que Castro imponía sobre Cuba por ejemplo”-una afirmación sobre la cual no proveen ninguna evidencia. Continúan e insisten en que a pesar de la posibilidad de que hubiera crímenes, “los méritos de sus reformas no son discutibles” (Craig y LaFollete, 1997, p.9). 81


OTRAS VOCES • Gregory Lobo

Al comentar sobre el hecho de que los principios económicos de Pinochet siguen en marcha, argumentan que la “aceptación de sus reformas por parte de sus críticos es una aseveración de su valor.” No estoy de acuerdo. Más bien es prueba del gran fracaso de la imaginación; es la señal de la derrota. Si la derrota es completa, uno tiene que preguntarse entonces qué quería decir el nuevo presidente de Chile, Patricio Alwyn, durante un discurso a la nación transmitido por la televisión el 31 de diciembre de 1990, cuando habló con solemnidad del “reencuentro chileno con la historia”(Collier y Sater, 1996, p. 382). Tal imagen tiene su profundidad, pero sugiere que los años de Pinochet de alguna manera aislaron a Chile del transcurso del tiempo, y que el país se quedaba en el limbo. Siguiendo esa misma línea del pensamiento vale la pena preguntarse, ¿en qué momento histórico se encuentra Chile exactamente? No podía ser el momento justo antes de que Pinochet señalara su sendero al poder con bombas y asesinatos. Parece, entonces, que la noción de un reencuentro con la historia sólo tiene un barniz de profundidad. Tal vez la podemos mirar de reojo, especialmente a la luz de un ensayo reciente de Patricio Manns. Aunque pueda angustiar a los activistas y políticos que organizaron de manera exitosa la derrota de Pinochet, el libro Chile: Una Dictadura Militar Permanente,1811-1999, escrito por Manns describe la historia política completa de este país como una dictadura militar permanente. La tesis verdadera del ensayo da un paso atrás con respecto a la provocación patente en su título, y de hecho sostiene que la autoridad política en Chile ha sido siempre un tipo de alianza cívica-militar, en la cual se ha permitido que los civiles gobiernen a la discreción de los militares, quienes se reservan el derecho de asumir el poder si lo consideran necesario (Manns, 1999). En otras palabras Manns da sustancia a la angustia expresada en 1989 por Ronaldo Munck en Latin America: The Transition to Democracy, donde se cuestiona sobre la autenticidad del retorno de la democracia a Latinoamérica. Munck se pregunta si la redemocratización es algo cualitativamente distinto al mando de las dictaduras que la precedieron, o si por el contrario es “sencillamente un cambio de máscaras por parte del capitalismo e imperialismo de sus 'fachas militares' a sus 'fachas cívicas'” (Munck, 1989, p.8). Tanto Manns como Munck se muestran aprensivos en torno a lo que pudiéramos llamar el fascismo cívico en América Latina. Su angustia se asemeja a la de Teodor Adorno, quien en los años setenta analizaba su entorno posfascista e insistía en que “el fascismo sigue vivo.” Adorno se preocupaba por la 82

existencia del fascismo “dentro de la democracia,” lo cual consideraba más amenazante que “la existencia continua de las tendencias fascistas contra la democracia” (Adorno, 1986, p.115). Lo que le preocupaba a Adorno, en sus palabras, es que: Ahora como antes, el orden económico, y en gran medida la organización económica construída sobre él, mantiene a una mayoría de la gente en un estado de dependencia, atada a unas condiciones sobre las cuales no ejerce ningún control, por lo tanto mantiene a la mayoría en una condición de inmadurez política (Adorno, 1986, p.124).

Aunque Adorno se refiere a Europa y a los Estados Unidos, puede ser leído en nuestro contexto latinoamericano y en el caso chileno. Según Oppenheim, mientras que “era la sociedad civil la que guiaba la lucha en las calles contra la dictadura…, su papel disminuyó bastante cuando la política normal resurgió en el momento de la posesión del nuevo presidente civil y el Congreso” (Oppenheim, 1999, p.222). Con la dictadura derrotada, no había nada por lo que luchar, ni a favor ni en contra. Las palabras de Alwyn, que invocaron un reencuentro con la historia, pueden ser leídas entonces como una descripción franca del momento post Pinochet, un reencuentro con la fachada del mando cívico. Aunque el partido socialista ganó recientemente la votación (2001), como era de esperarse, se comprometió a mantener el desarrollo neoliberal que Pinochet inauguró. Como si la elección de Allende y el primer “9/11” no hubieran sucedido. ¿Será que no tiene sentido recordar ese momento? ¿Será que recordar es contraproducente, que los eventos de hace treinta años no tienen ninguna trascendencia, ninguna relevancia para las exigencias actuales, del presente? Pero, ¿acaso nuestras exigencias son las mismas? ¿Iguales a las del pasado? O, ¿será que el mercado libre ha acabado con todo eso? Yo diría que si nos enfocamos más en la gente libre que en el mercado libre, las exigencias del pasado son mutatis mutandis las exigencias del presente: el mercado libre puede haber colonizado el discurso de la revolución y derrotado los movimientos de oposición, pero no ha hecho lo mismo con la pobreza, la explotación y la desigualdad. Desafortunadamente, hay que lidiar con lo que Gramsci llamaba “el pesimismo del intelecto.” Este intelecto nos hace enfrentar la posibilidad de que, como dice Hernán Vidal, “el triunfo mayor de la dictadura militar fue más bien sicológico, en tanto pudo conducir a grandes sectores de la población, en el nombre de un 'realismo', 'pragmatismo', o 'renovación' política, a la certeza de que muchas de sus


Pensamientos sobre el otro 11 de septiembre: en memoria de un futuro justo

metas eran compartidas, por lo tanto despolitizando a la sociedad civil, debilitando la influencia de los partidos políticos y los sindicatos, estimulando drásticas modificaciones ideológicas como las que representa el socialismo 'renovado', e imponiendo un principio de realidad que aceptara la modernización capitalista, el dominio de los mecanismos del mercado, y la limitación de toda expectativa política” (Vidal, 1995, p.303). Y contra esto, ¿qué? Recuerdo un domingo por la mañana durante el otoño de 1998. Estaba leyendo el periódico y en la primera página había un artículo sobre la detención en Gran Bretaña de un Augusto Pinochet Urgarte. Aunque lo leí dos o hasta tres veces, no lo pude creer. O no lo pude entender. Marqué a Inglaterra, llamé a un pariente (en ese entonces no recurría a la internet) y resultó, como ya se sabe, que los británicos habían detenido a Pinochet bajo cargo de posibles crímenes cuando era comandante en jefe de Chile. Específicamente, la orden de detención mencionaba “el crimen de genocidio y de terrorismo que incluye el asesinato” (Krauss, 1998). No obstante me pareció-y no creo que haya sido el único en sentir esto-algo raro. El Estado británico siempre ha sido el socio menor en la política extranjera de los Estados Unidos (por lo menos desde los principios de la guerra fría), y Pinochet tenía, como se sabe, el apoyo de los Estados Unidos y era ocasionalmente huésped del gobierno de Margaret Thatcher en Londres. Aun así, los británicos habían detenido a ese ex -y ya viejo- dictador quien, como si fuera poco, había sido aliado de Gran Bretaña durante la guerra contra las Islas Malvina (Collier y Sater, 1996, p.364). ¿Qué podría significar que los británicos hubieran detenido a este hombre por posibles daños contra la humanidad, y a petición de un juez español? Semejante pregunta resonaba por lo menos en dos niveles. Se podría preguntar sobre las referencias al campo político británico. La acción del gobierno de Blair, por ejemplo, distaría de la del gobierno anterior, ya que parte de su cometido tendría que ver directamente con los derechos humanos. Pero más allá de esa posibilidad, me interesaba la relación del asunto con una perspectiva histórica más amplia: ¿cómo afectaría un proceso jurídico contra Pinochet la relación del público con la historia? Podría confrontar al mundo entero, todavía embriagado de capitalismo triunfante, con la historia de aquel triunfo y la sangre que se derramó para realizarlo. Si el juicio hubiese proseguido, revelando sus delitos, más gente se habría enterado de que el fracaso de la izquierda no tenía que ver con fallas inherentes al socialismo, ni con el desvanecimiento de una

mera ilusión (Furet, 1999),4 sino que el era resultado de una campaña de terrorismo estatal con apoyo internacional. Ahora bien, el proceso contra Pinochet en España habría iluminado la época oscura de los años setenta en América Latina, permitiendo hablar de los gobiernos militares y sus ataques contra la izquierda local. A la postre el público habría vuelto a visitar los eventos violentos que acabaron con los proyectos socialistas y que prepararon la tierra, fertilizándola literalmente con cuerpos socialistas para el capitalismo victorioso y podría haber considerado la posibilidad de que el capitalismo no es un sistema más acorde con la naturaleza humana, a menos que quienes lo rechazan sean de antemano aniquilados. La detención, extradición a España, y la causa contra Pinochet hubieran podido ser un saldo de cuentas con la historia.5 Pero al final nada ocurrió. Sin embargo vale la pena preguntarse, ¿qué suerte de justicia habría sido? Aún si lo hubieran declarado culpable, ¿rectificaría el pasado?, ¿lo recompensaría? Diría yo que un fallo condenatorio habría sido bienvenido, pero nunca suficiente. Además de ser responsable de miles de muertos, Pinochet, su régimen y todos aquellos que lo apoyaban tienen también la culpa de la muerte de un sueño, el del socialismo como alternativa humana al capitalismo. Aun si se supone un éxito histórico en cuanto a lo oficial, el capitalismo no se ha mostrado capaz de abastecer al mundo entero con lo que le hace falta: comida, amparo, medicina, educación. Es importante advertir que la posibilidad de sancionar a Pinochet sólo llegó en el momento del fin del socialismo como proyecto organizado. La elección de los llamados partidos socialistas en Gran Bretaña y la “Inglaterra de Sudamérica”, o sea, Chile, los cuales no se parecen en absoluto a sus previas encarnaciones, confirman no sólo la muerte del socialismo, sino que se burlan de la idea

La frase 'el desvanecer de una mera ilusión' es mi traducción de the passing of an illusion, título de un libro de Furet. Él usa la palabra “ilusión”, que remite a la fé del comunismo soviético en la verdad histórica de la idea de la dictadura del proletariado. Tomo prestada la frase para invocar la idea de que los sueños socialistas, si bien en la teoría parecían bellas verdades, fueron relegados por la historia a ser locuras utópicas, contrarias a la naturaleza humana-idea con la cual no estoy de acuerdo. 5 Puede decirse que la detención de Pinochet no se desarrolló como se señala arriba porque la clase dominante en Gran Bretaña así lo prefirió. Sin embargo, pocos meses después de su regreso a Chile (Kraus, 2000), Pinochet pierde su inmunidad, lo que abre las puertas a un eventual proceso judicial. Si ello ocurre, ¿no sería su casa el lugar indicado?

4

83


OTRAS VOCES • Gregory Lobo

misma: el fantasma socialista exorcizándose a sí mismo y orinando sobre su propia tumba. Insisto en esta pregunta: ¿qué tipo de justicia, entonces, habría sido una condena contra Pinochet? Al comentar sobre los procesos de reconciliación en varios países, Reed Brody argumenta contra la idea de la reconciliación, las comisiones de verdad en las cuales los testigos, por su testimonio, reciben inmunidad. Defiende así la necesidad de pleitos, con su rencor, sus perdedores y ganadores y sostiene que “los perpetradores de atrocidades deben ser perdedores. . .Si los líderes empleaban la represión para empoderarse, luego en una transición ideal se les quitaría el poder, algo que el juicio, la convicción y el castigo hacen más efectivamente” (Brody, 2001, p.28). Tal sería, según Brody, la justicia “verdadera,” pero yo insistiría en que todavía le falta algo. El problema, por lo menos con referencia a Chile, es que los agentes de la represión no eran en principio ni pandilleros ni bandoleros buscando enriquecerse. Tal era, sin duda, una atracción secundaria, pero hay que hacer hincapié en que los pinochetistas estaban defendiendo a 'su' país contra el socialismo, es decir, la práctica emancipadora del pueblo. Además, muchos de los que apoyaron tácitamente al régimen militar, interesados en su propia riqueza personal, no serán castigados mediante comisiones de verdad y reconciliación, ni mediante juicios específicos. Una justicia de esa naturaleza, no es verdadera por no ser completa; es más bien ejemplo de lo que Benjamin tal vez hubiera designado como el “poder mesiánico débil” (Bejamin, 1969).6 La justicia verdadera requeriría que ejerciéramos un poder redentor más fuerte, que hiciéramos justicia a las esperanzas y los sueños de aquellos que los militares asesinaron y enterraron sin ley ni orden o abandonaron a pudrirse como pura escoria social. Ello requiere que reanimemos nuestra memoria para recordar la posibilidad de un futuro justo, en el que, por absurdo que suene hoy, todos contribuyan y se beneficien conforme a sus capacidades y necesidades. Dado que el intento de realizar este futuro ha provocado un largo y continuo daño a la humanidad, la dificultad radica entonces en activar la memoria, y generar recuerdos que la articulen. Pero la tarea no deja de ser imprescindible.

Bibliografía Adorno, T. (1986). What Does Coming to Terms with the Past Mean? En G. Hartman (Coord.), Bitburg in Moral and Political Perspective. Bloomington: University Press. Altamarino, C. (1977). Dialéctica de una derrota. Mexico, D.F.: Siglo Veintiuno Editores. Angell, A., Pollack, B. (1993). Introduction: Elections and Politics in Chile 1988-1992. En The Legacy of Dictatorship: Political, Economic and Social Change in Pinochet's Chile. Liverpool: University of Liverpool. Benjamin, W. (1969). Theses on the Philosophy of History. En H. Arendt H (Coord.), Illuminations. New York: Schocken. Brody R. (2001). Justice: The First Casualty of Truth? En The Nation, 30 April. Cáceres, G., Godoy, L., Palma, D. (1996). 1890-1990 Almanaque Histórico de Chile. Santiago de Chile: Editorial Los Andes. Collier, S., Sater, W. (1996). A History of Chile, 1808-1994. Cambridge: Cambridge University Press. Furet, F. (1999). The Passing of an Illusion: The Idea of Communism in the Twentieth Century. Chicago: University of Chicago Press. Garretón, M. (1986). The Political Evolution of the Chilean Military Regime and Problems in the Transition to Democracy. En G. O'Donnell, P. Schmitter, L. Whitehead (Coords.), Transitions from Authoritarian Rule: Latin America. Baltimore: Johns Hopkins University Press. Harvey, D. (1989). The Condition of Postmodernity: An Enquiry into the Origins of Cultural Change. Oxford: Blackwell. Jameson, F. (1991). Postmodernism, or, The Cultural Logic of Late Capitalism. Durham: Duke University Press. Krauss, C. (1998). Britain Arrests Pinochet To Face Charges In Spain. En New York Times, 18 October.

6

84

Me refiero a las Theses on the Philosophy of History escritas por Walter Benjamin (1969, p.254).

Krauss, C. (2000). Pinochet Ruled No Longer Immune From Prosecution. En New York Times, 9 August.


Pensamientos sobre el otro 11 de septiembre: en memoria de un futuro justo

Lyotard, J. (1984). The Postmodern Condition: A Report on Knowledge. Minneapolis: University of Minnesota Press. Mandel, E. (1975). Late Capitalism. London: Humanities Press. Manns, P. (1999). Chile: una dictadura militar permanente, 1811-1999. Santiago: Editorial Sudamericana. Miyoshi, M. (1993). A Borderless World, from Colonialism to Transnationalism and the Decline of the Nation-State. Critical Inquiry, 4. Moneta, C., Quenan, C. (1994). Presentación. En Las reglas del juego: América Latina, globalización y regionalismo. Buenos Aires: Corregidor. Munck, R. (1989). Latin America: The Ttransition to Democracy. London: Atlantic Highlands, N.J., Zed Books. Nef, J. (1995). Demilitarization and Democratic Transition in Latin America. En S. Halebsky, R. Harris (Coords.), Capital, Power and Inequality in Latin America. Boulder: Westview Press. Oppenheim, L. (1999). Politics in Chile: Democracy, Authoritarianism, and the Search for Development. Boulder: Westview Press.

Ortiz, E. (1993). Chilean Socialism and Transition. En Angell, A., Pollack, B. (Coords.), The Legacy of Dictatorship: Political, Economic and Social Change in Pinochet's Chile. Liverpool: University of Liverpool. Puryear, J. (1994). Thinking Politics: Intellectuals and Democracy in Chile, 1973-1988. Baltimore: Johns Hopkins University Press. Roberts, P., LaFollete, K. (1997). The Capitalist Revolution in Latin America. New York: Oxford University Press. UN Economic Commission on Latin America and the Caribbean (1991). Panorama económico de América Latina. United Nations. Varas, A. (1993). Latin America and Post-Cold War Globalization, Working Paper Series on the New International Context of Development. Madison: University of Wisconsin. Vidal, H. (1995). Postmodernism, Postleftism, and Neo-AvantGardism: The Case of Chile's Revista de Crítica Cultural. En J. Beverley, M. Aronna, J. Oviedo (Coords.), The Postmodernism Debate in Latin America. Durham: Duke University Press.

85


Revista de Estudios Sociales, no. 17, febrero de 2004, 86-97.

DEL TEATRO EXPERIMENTAL AL NUEVO TEATRO, 1959-1975* Claudia Montilla V.** La única cosa que no puede hacer el artista es detenerse en fórmulas caducas, porque este lastre pesa de manera intolerable y paraliza el arte en determinado lugar. Marta Traba, La pintura nueva en Latinoamérica

Resumen: El artículo propugna por una historia del teatro en Colombia que se abstenga de inclinaciones partidistas y encubrimientos ideológicos. A partir de una revisión bibliográfica de la literatura sobre el teatro en Colombia entre el final de la década del 50 y el presente, critica el énfasis en aspectos que desconocen elementos fundamentales de la actividad de los grupos pioneros de la modernidad teatral colombiana, TEC y La Candelaria. El artículo sugiere que la verdadera modernización del teatro colombiano se inicia con la generación de la Violencia, hacia los años 50, y no en la década del 70 como sostiene la mayoría de los teóricos y críticos, quienes centran la modernización en la década de 1970 y en el surgimiento del llamado Nuevo Teatro. La profesionalización de la actividad teatral, el cambio en las concepciones del actor, director, dramaturgo y público, el renovado sentido político y la reflexión sobre los espacios escénicos, son entonces considerados un producto del teatro experimental que se realiza entre 1950 y 1975. En ese sentido, se estima que el Nuevo Teatro más que el inicio de un gran momento, fue el fin de una vanguardia.

Palabras clave: Teatro, experimentación, modernidad, política, crítica teatral.

Abstract: The article advocates for a history of the theatre in Colombia, one that refrains from partisan tendencies and ideological complicity. Starting from a bibliographical revision of literature on Colombian theatre between the late 1950s and the present, the article criticizes the emphasis on aspects that ignore fundamental elements of the activities of Colombian

*

La investigación que fundamenta este trabajo fue posible gracias a la financiación del Comité para el Apoyo a la Investigación y la Creación de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes. ** Profesora Asociada al Departamento de Lenguajes y Estudios Socioculturales, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes.

86

theatrical modernity, TEC and La Candelaria. As opposed to most of the theoreticians and critics, who locate modernization in the 1970s and ascribe it to the rise of what is known as Nuevo Teatro (New Theatre), the author suggests that the true modernization of Colombian theatre begins with the generation of La Violencia, around the 1950s. The professionalizing of theatrical activity; the shift in conceptions such as actor, the playwright, and the audience; the renewed political sense; and the reflection on scenic spaces are thus considered as a product of an experimental theatre that was in order between 1950 and 1975. In this sense, rather than initiating a great movement, Nuevo Teatro represents the end of the avant-garde.

Key Words: Theatre, experimentation, modernity, politics, theatrical criticism.

Un primer acercamiento a la bibliografía sobre la historia reciente del teatro colombiano insinúa la existencia de un fuerte movimiento teatral con muy positivos resultados, tanto en el nivel de la práctica teatral en todos sus aspectos como en el de la teoría, reconocimiento y repercusiones en el ámbito internacional. También se resalta una labor de enriquecimiento de la dramaturgia colombiana y un éxito sin precedentes-en el nivel nacionalen la formación de un público espectador. En varios autores hay la tendencia a identificar ese movimiento-que aquí llamaremos Teatro Moderno y que cubre el período entre mediados de la década de 1950 hasta 1975-con el llamado Nuevo Teatro. El Teatro Moderno surge en Colombia gracias a una conjunción de factores diversos, entre los cuales vale la pena destacar, en el plano histórico y social, el período de La Violencia, con la paralela polarización partidista de la vida política nacional a partir de 1948 y la migración masiva a las ciudades junto con el consiguiente florecimiento de la vida urbana. En el plano intelectual y artístico es necesario mencionar toda una generación de artistas, llamados Generación de La Violencia, que en todos los campos del arte buscaron la revitalización de los lenguajes estéticos. Entre ellos cabe mencionar escritores como Álvaro Cepeda Samudio y Gabriel García Márquez, pintores como Alejandro Obregón y Enrique Grau y hombres de teatro como Enrique Buenaventura y Santiago García. En el ámbito de lo teatral, el trabajo de estos dos artistas comienza como reacción frente al teatro de corte costumbrista que había predominado desde la década de 1930. Gracias a la labor de difusión de las revistas culturales, en especial Mito, el arte colombiano vivió desde 1955 una etapa de exploración experimental, marcada en el ámbito


Del teatro experimental al Nuevo Teatro, 1959-1975

particular del teatro por el conocimiento de las teorías de maestros europeos como Konstantin Stanislavsky y Bertolt Brecht. Estos dos hombres de teatro, cuya influencia es incuestionable en todo el mundo, significaron aportes que tuvieron claras repercusiones en el desarrollo del teatro colombiano, a pesar del hecho de que sus teorías llegaron a nuestro país con varios años de retraso (mayor en el caso de Stanislavsky). A riesgo de simplificar excesivamente, se podría anotar que Stanislavsky significó el énfasis en el actor como vehículo central de la expresión teatral, mediante los procesos de interiorización, entrenamiento y creación del personaje. Esta idea se opone tajantemente a la existencia de “divismo” en el teatro, e implica al menos una revisión del rol del director. En cuanto a Brecht, cabe resaltar sobre todo la teoría del distanciamiento como manera de evitar la identificación del espectador con el personaje, y así fomentar la capacidad de reflexión del primero sobre los temas expuestos en la obra. Durante la década de 1960, el interés primordial en las ideas de Brecht se centró en el carácter político del teatro, que el dramaturgo alemán exploró de maneras diversas en sus dos últimas etapas, la didáctica y la épica. Los jóvenes hombres de teatro de los primeros años, entonces, tuvieron acceso a los desarrollos de las vanguardias europeas, no solamente mediante las revistas culturales, sino también a través de sus viajes de estudio a Europa y a países latinoamericanos como México y Argentina. Estas vanguardias se convirtieron en “caldo de cultivo” de una intensa actividad experimental que determinó los rumbos del teatro moderno colombiano al menos durante quince años, es decir, por lo menos hasta 1975 (año del estreno de Guadalupe años sin cuenta, de La Candelaria, obra paradigmática del Nuevo Teatro, y del I Festival del Nuevo Teatro, organizado por la CCT con el apoyo de Colcultura). Mi interés en plantear la necesidad de estudiar esta etapa experimental del teatro moderno en Colombia surge de la ya casi generalizada, y errada, en mi opinión, concepción de que el Nuevo Teatro fue (y sigue siendo) el teatro de vanguardia en Colombia. El término Nuevo Teatro denota un tipo específico de actividad teatral adscrito a la Corporación Colombiana de Teatro (CCT) y asociado con la Creación Colectiva como método, la estructura de grupo, la temática esencialmente popular y la vinculación de una audiencia mayoritariamente proletaria. Corresponde principalmente a la práctica de los grupos La Candelaria y TEC, de Bogotá y Cali, respectivamente. Por tanto, el Nuevo Teatro es sólo una entre varias tendencias o etapas que constituyen ese ámbito heterogéneo que es

el Teatro Moderno. Entre dichas etapas interesa especialmente delimitar, definir y analizar, como ya se dijo, aquella que inauguró tanto la reflexión teórica y programática como la propia praxis teatral moderna y durante la cual la actividad teatral colombiana se desarrolló en un espíritu experimental comparable con el de las vanguardias europeas de los primeros años del siglo XX. A grandes rasgos, puede afirmarse que un espíritu experimental apunta a la renovación de los lenguajes artísticos y surge de una necesidad de reaccionar en contra del realismo y el naturalismo. Por lo tanto, el teatro experimental fue una etapa de aprendizaje que marcó profunda e irreversiblemente el rumbo del arte escénico en Colombia y merece ser estudiado como etapa diferente a la que se inicia en 1975. Cambió concepciones como la de actor, director, dramaturgo y público, reflexionó sobre los espacios escénicos, adjudicó un profundo y renovado sentido político, y en última instancia planteó la necesidad de fomentar la profesionalización de la actividad teatral. Uno de sus aspectos más importantes fue el recurso a las teorías-ya clásicas-del teatro moderno, y la realización de montajes de obras de dramaturgos contemporáneos de Europa y Norteamérica, así como de algunos textos clásicos de la tradición occidental, en especial la tragedia griega y el Siglo de Oro español. El despertar de la vida teatral que produjo el teatro experimental incitó también a los principales grupos a canalizar el deseo de revitalizar la producción dramatúrgica colombiana. Por otra parte, de todas las tendencias que surgieron de la fase experimental, la que más atención ha recibido por parte de algunos sectores de la crítica es el Nuevo Teatro. Este se alimentó de las enseñanzas del teatro experimental, de sus éxitos y fracasos y de sus presupuestos (estéticos, políticos, técnicos), y logró convertirse, gracias a los oficios de una Corporación Colombiana de Teatro (CCT) que desde mediados de los años 70 tergiversa sus objetivos iniciales, en el “único teatro auténticamente nacional”. En este orden de ideas, para la mayoría de los teóricos, críticos y comentaristas del teatro, el teatro experimental constituyó tan sólo una especie de “trámite”, un paso más que tenía que recorrer el Nuevo Teatro hacia su consagración como único teatro verdadero. Esta postura impide apreciar la complejidad del advenimiento del teatro moderno en nuestro país, y equívocamente pretende promover la idea de que la plena madurez (teórica, teatral y política) del teatro colombiano se alcanza a partir de 1975, cuando la CCT busca imponer una homogeneidad programática que ata el desarrollo del 87


OTRAS VOCES • Claudia Montilla V.

teatro y sus proyectos artísticos a las actividades y tendencias políticas de sus practicantes. Un análisis detallado de la bibliografía al respecto, sin embargo, puede llevar a la conclusión de que el Nuevo Teatro, más que la apoteosis del teatro “auténticamente nacional”, es la decadencia del teatro verdaderamente experimental, el fin de la vanguardia, etapa en la cual el teatro se alinea políticamente, se acomoda en fórmulas y restringe la investigación y la creatividad tanto en el nivel de la teoría como de la práctica. En la actualidad, a pesar del asentamiento que podrían haber permitido los 43 años que han transcurrido desde el montaje de 1959 de Edipo Rey, de Sófocles, dirigido por Enrique Buenaventura, predominan confusiones, exclusiones, silencios y vacíos que redundan en una comprensión tendenciosa y alineada del quehacer teatral en Colombia, así como en el rechazo y hasta repudio de las mismas fuentes que originaron el espíritu de ruptura, perfeccionamiento técnico y profesionalización que caracterizó a la vanguardia. Más que sobre los propios directores teóricos, quienes en su momento asumieron a cabalidad lo que consideraron debería ser su compromiso artístico y político, esta responsabilidad recae sobre la crítica. Una crítica partidista, por una parte, que no ha trascendido los límites de su propia convicción ideológica y que no ha cumplido su labor de contextualización o evaluación equilibrada de las múltiples variables que han influido históricamente en el desarrollo del teatro colombiano, y por otra parte una crítica académica que no ha sabido denunciar los excesos de su contraparte partidista ni dar seguimiento a la actividad teatral desde un trasfondo neutral. La crítica partidista desconoce, cuando no descarta de plano, algunos elementos cruciales de la historia cultural universal y de Colombia que en su momento ejercieron un considerable peso en el desarrollo del teatro colombiano. Así, por ejemplo, el Bogotazo y La Violencia, junto con la Revolución Cubana, ocupan un lugar prominente, mientras que hechos como la Revolución Cultural China, la Guerra de Vietnam y la Revolución estudiantil de Mayo de 1968, por ejemplo, son rápidamente descartados. En la esfera de la cultura colombiana, sobresale la omisión, por parte de la crítica partidista, de fenómenos muy importantes para la cultura nacional en general, como la Revista Mito y su influencia en todos los campos de la vida intelectual, de los artistas de la “Generación de la Violencia” (Camacho, Entrevista), y de otros aspectos más cercanos a la esfera de lo teatral que influyeron en el desarrollo del teatro moderno. Entre estos hay que mencionar la herencia de la 88

dramaturgia de Luis Enrique Osorio, que a pesar de su línea comercial y costumbrista, hizo énfasis en “el espíritu crítico y burlesco hacia la realidad política del país” y “logró una gran aceptación por parte de amplios sectores populares” (Plata, 1996, p. 279) y el radioteatro de la Radiodifusora Nacional, impulsado por el primer director de la emisora, Rafael Guizado (Plata, 1996, p. 280; Valencia, 275; Camacho, Entrevista), cuya labor, desde 1940, “puede considerarse la cuna del movimiento teatral contemporáneo en Colombia, pues cuando vino Seki Sano a enseñar a Bogotá encontró ya un terreno abonado” (Valencia, 275). Estas carencias de ambas tendencias críticas pueden deberse al hecho de que, como ya se anotó, la mayoría de los libros y artículos sobre el teatro moderno en Colombia fueron y han sido escritos por participantes, principalmente directores, miembros de los grupos que estaban empeñados en la construcción de una vanguardia, Enrique Buenaventura y Santiago García, en especial. Con toda legitimidad, estos directores teóricos articularon en forma generosa (Antei, 1989, p 171) los aspectos determinantes de su propia experiencia. Pero obviamente, también omitieron otros factores paralelos, secundarios tal vez desde el punto de vista de sus propios grupos y sus intereses políticos, pero decisivos en el escenario general de la cultura y la política colombiana. Un acompañamiento crítico seriamente comprometido con el arte teatral (y no tanto con la actividad política de sus figuras principales) habría podido matizar, problematizar y contextualizar estos aportes teóricos, enriqueciendo a la vez la experiencia artística de los grupos y el conocimiento sistematizado sobre el teatro. Los estudiosos ajenos al mundo teatral propiamente dicho, entre los cuales se cuentan los críticos Fernando del Toro, María Mercedes Jaramillo y Beatriz Rizk, es decir, una vertiente de la crítica académica, celebra, sobre todo en años muy recientes, la actitud social y política del teatro, pero no se ocupa críticamente de su historia teatral, su desarrollo o sus resultados. En este sentido, tampoco evalúa críticamente los planteamientos programáticos de autores como Buenaventura y García, y más bien los convierte en artículos de fe y en pilares para el desarrollo futuro del teatro. Por ejemplo, no se detiene a evaluar, desde ese ámbito privilegiado de la investigación académica, que podría contribuir no solamente a enriquecer críticamente la actividad del teatro sino además a educar un público que aún carece de tradición teatral, la manera como los pioneros de la vanguardia leyeron a los teóricos clásicos del teatro moderno universal, y sobre


Del teatro experimental al Nuevo Teatro, 1959-1975

todo, las tergiversaciones políticas (Antei, 1989, p. 168) que pudieron influir de manera definitiva en los derroteros del teatro moderno en Colombia. Esta vertiente, la de la crítica académica, tal vez por provenir mayoritariamente del campo de los estudios literarios y de la más reciente tendencia de los estudios culturales, omite aquellos aspectos que definen el teatro como teatro, es decir, la práctica teatral misma, y aborda el mundo del teatro desde su impacto sociológico, desde sus postulados sociopolíticos y desde sus propias simpatías ideológicas, es decir, siempre desde afuera. Esta tendencia crítica se queda en una ingenua aclamación de las incuestionables “buenas intenciones” sociales y políticas del teatro moderno colombiano, pero no trasciende hacia la reflexión crítica sobre sus realizaciones. No se ocupa de aspectos fundamentales como la dirección, la actuación y la técnica, tampoco hace énfasis en la calidad dramatúrgica de sus textos, y mucho menos en la explicación de lo que poco a poco se va haciendo evidente, su languidez. Este aspecto es, en mi opinión, crucial para la inserción del teatro moderno en la historia cultural de Colombia. Si bien es obvio que aquellos directores conocían las teorías que ponían en práctica en sus laboratorios, y que su deseo de divulgar los fundamentos de sus postulados en libros, artículos y revistas fue legítimo desde todo punto de vista, como ya se anotó, no por ello se concluye, por ejemplo, que sus interpretaciones de la teoría no sean susceptibles de crítica. Es especialmente notable que la apropiación de las teorías de Stanislavsky, Brecht y Grotowsky, para mencionar solamente tres de las importantes influencias foráneas que, según todos los analistas del teatro colombiano han fundamentado los diferentes momentos de la etapa moderna, no ha sido evaluada críticamente, tal vez con la notable excepción del trabajo del profesor Eduardo Gómez en sus “Notas sobre la iniciación del teatro moderno en Colombia”. Es más, en algunos casos se percibe que la mera mención de Brecht provee de una vez y de manera monolítica un marco teórico incuestionable para la acción teatral, asumiendo tal vez que el trabajo teórico del dramaturgo y director alemán carece de etapas, matices, contradicciones y lo que es más importante, de dimensiones claramente poéticas. El artículo de Eduardo Gómez, por ejemplo, subraya la apropiación acrítica de las teorías de la etapa didáctica de Brecht, además de anotar, también en una vena crítica, el poco interés que entre los grupos teatrales colombianos ha suscitado la etapa épica (Gómez, 1978, p. 368-381). Con respecto a Stanislavsky, ninguno de los estudiosos entra a discutir en detalle la importancia de sus

postulados específicos sobre el trabajo del actor individual, especialmente su entrenamiento, y tampoco sitúa las enseñanzas del maestro ruso como punto de contraste con el tipo de teatro que predominaba en Colombia antes del advenimiento de la vanguardia, uno de los puntos centrales para comprender el acceso a la modernidad. Por lo general, la crítica no se detiene a analizar cuidadosamente las diferencias que existen entre las posturas de Stanislavsky y Brecht, a pesar de que el mismo Enrique Buenaventura publicó, en el número 21 de la Revista Mito - dedicado a Brecht, un artículo titulado “De Stanislavsky a Bert Brecht”. Parecería que con mencionar ambos nombres basta para identificar su influencia. Los matices y contrastes que podría implicar la referencia a Meyerhold y Artaud, por ejemplo, en una discusión teórica a partir de los aportes de Stanislavsky, permitiría entender de una manera más coherente la necesidad por parte de los pioneros del teatro moderno de explorar aspectos de la actividad teatral mediante la experimentación. De esta manera cobra importancia la necesidad de emprender un proyecto destinado a recoger una historia del teatro colombiano reciente, más inclusiva y menos alineada, la cual podrá, entre otras cosas, dar cuenta del desvanecimiento de la vanguardia teatral paralelo a la entronización del teatro comercial a lo largo de los años 80 y 90. Ya en la introducción a su importante recopilación de 1978, Materiales para una historia del teatro colombiano, Carlos José Reyes y Maida Watson Espener anotaban que el propósito de su trabajo era “fundamentar un estudio posterior que logre sintetizar y condensar aquellos elementos constantes que signifiquen aportes básicos del teatro a nuestra cultura” (Reyes y Watson, 1978, p. 30). Esos Materiales son una antología heterogénea que incluye posiciones radicalmente opuestas-los autores mismos expresan su divergencia total hacia algunos de ellos (p. 30)-y que clama por un estudio futuro que abra las puertas al “debate y al análisis, a la discusión en el medio teatral activo y al estudio riguroso que redunde con el tiempo en la estructuración de un panorama teatral que no reniegue de sus raíces ni postule normas o recetas sobre el camino que debe tener el movimiento teatral en el inmediato futuro” (Reyes y Watson, 1978, p. 30). Como su título lo indica, el trabajo de Reyes y Watson no es dicho estudio, pero sí aporta elementos de juicio escogidos (de manera nada casual), los cuales a su vez apuntan discretamente hacia un modo específico de considerar la producción teatral, hacia “una distancia y una serenidad que permita ver más allá del utilitarismo inmediato de varias de las proposiciones expuestas” (Reyes 89


OTRAS VOCES • Claudia Montilla V.

y Watson, 1978, p. 31). Ignoramos hoy en día las razones por las cuales un hombre de teatro como Carlos José Reyes se alejó de la escena, y también los detalles de su distanciamiento del movimiento teatral y de la Corporación Colombiana de Teatro, de los cuales fue promotor y en cuya actividad se destacó tanto en el papel de director como el de dramaturgo. Sin embargo, los argumentos que presenta junto con su coautora en el prólogo de los Materiales son bastante sugerentes para el investigador que, tal vez con el paso del tiempo, ha ganado en efecto cierta distancia y serenidad: La reducción del análisis de la producción teatral a argumentos sociologizantes desvirtúa sin duda la interpretación original y profunda que coloca una obra en su medio y en su época sin violentar la obra misma, a fin de esclarecer o permitir una lectura de su polisemia y variedad intensas. El sociologismo vulgar aparece cuando el análisis es sustituido por argumentos coyunturales, creados a propósito con el objeto de impulsar políticas partidarias, de ganar prosélitos o de crear la desmesura ilusoria de la cantidad, como valor representativo de tendencias dominantes, antes que profundizar en los valores intrínsecos de las obras mismas (Reyes y Watson, 1978, p. 31).

Aunque no entra en detalles, la advertencia misma es ya germen de sospecha y, tácitamente, critica un cierto discurso sectario que, en todo caso, no corresponde al “discurso único y sintetizador que extraiga conclusiones y elabore un cuadro razonado de una actividad (teatral)” (Reyes y Watson, 1978, p. 31) que deberá ser, desde el punto de vista de los autores, la nueva historia del teatro colombiano. A la luz de los planteamientos del prólogo, los materiales propiamente dichos revelan el estado de la cuestión hacia finales de la década de 1970 e indican que un modo específico-sociologizante-de abordar la actividad teatral se ha apoderado de la escena y amenaza con dar al traste con las lecciones de los veinte años precedentes. Las críticas de Reyes, más explícitas en su artículo “Apuntes sobre el teatro colombiano”, que también forma parte de los Materiales, se dirigen contra los lineamientos de la Corporación Colombiana de Teatro, CCT, creada en 1969 y al estado de su proyecto de “espejismos” e “ilusiones” en 1978 (Reyes, 1978, p. 40). Los Apuntes se basan en una cuidadosa interpretación de las estadísticas del Primer Festival Nacional del Nuevo Teatro (1975), organizado por la CCT. Reyes discute “una primera lectura, un intento de interpretación de las proyecciones del movimiento teatral” (Reyes, 1978, p. 410) por parte de la Corporación (y que 90

recoge Pablo Azcárate en el artículo que en los Materiales aparece inmediatamente después de los Apuntes de Reyes), y su primera sección culmina en la afirmación de que La realidad, entonces, del Nuevo Teatro Colombiano, con muchas de sus tesis retóricas sobre la vinculación a los sectores populares y la lucha por la liberación nacional, se presenta en un contradictorio juego entre el teatro, como actividad específica, y el uso del ceremonial teatral para satisfacer otras necesidades personales o colectivas, políticas, gremiales y que, por lo tanto, descuidan de hecho al teatro mismo en sus técnicas y estética, por cuanto su ejercicio pasa a convertirse en un pre-texto para otra cosa (Reyes, 1978, p. 417).

Ocho años después aparece la Historia del teatro en Colombia, de Fernando González Cajiao, obra que mereció en 1985 el primer premio del I Concurso Nacional de Ensayo, auspiciado por la Universidad de Medellín. La obra, publicada en 1986, constituye un importante aporte en varios sentidos, entre los cuales vale la pena resaltar la demostración, en contra de los presupuestos del Nuevo Teatro, de que en Colombia sí existía actividad teatral antes de la vanguardia que se inicia en la década de 1950. Otro aporte considerable es la mención de un número sobresaliente de dramaturgos colombianos desde los tiempos de la Colonia, incluidos los más recientes, junto con un análisis cuidadoso de sus obras más importantes, labor en la cual también es notable el trabajo de Jorge Plata. En el último capítulo de su obra, “El teatro de hoy en Colombia”, González Cajiao parece emprender ese estudio distanciado y sereno que proponían los Materiales, y afirma, en sus primeros comentarios sobre la década de los 70, que ésta viene precedida por un acentuado interés de los grupos teatrales-casi todos-por expresar los ideales y las luchas de las clases trabajadoras, interés que va en aumento en el transcurso de los años y que produce un teatro de tipo esencialmente político, que desea comprometerse con la realidad nacional del obrero, a veces en forma sincera, pero que acaba, demasiado a menudo, en el panfleto o en un drama parcializado y moralizante, con escasa calidad (González Cajiao, 1986, p. 357).

Agrega González Cajiao que “parece adecuado iniciar este recuento de los años 70 con el establecimiento de la Corporación Colombiana de Teatro, alrededor de 1970” (González Cajiao, 1986, p. 357), no sin aclarar que no


Del teatro experimental al Nuevo Teatro, 1959-1975

todos los grupos teatrales se afiliaron a ella (González Cajiao, 1986, p. 358). Su análisis de las actividades de la CCT-que incluye la problemática del teatro universitario, entre otros elementos-lleva a González Cajiao a la afirmación de que “lo que la Corporación Colombiana de Teatro estaba sin duda logrando rápidamente era la uniformidad del teatro a escala nacional, tanto en su temática como en su forma; ya en 1975 se sentía agudamente la falta de creación individual, que comenzaba a ahogar la imaginación” (González Cajiao, 1986, p. 370). Procede González Cajiao a citar a Jaime Mejía Duque, quien concuerda con Reyes en afirmar, en 1977, que “Hay quienes todavía creen, sin saberlo explicar-las creencias son así-que en Colombia el teatro siguió creciendo después de 1975. Pero se trata de una ilusión, tal vez dotada de empecinamiento, sobre todo entre las 'gentes de teatro' cuya autocrítica degeneró en fórmula” (González Cajiao, 1986, p. 370). González Cajiao termina su obra con el siguiente comentario: El teatro colombiano de hoy en día, como vemos, se muestra como un profundo iceberg del que sólo sobresale una pequeña parte; debajo de la superficie hay infinidad de grupos, casi imposibles de catalogar, de autores muchas veces injustamente ignorados, de montajes que pasan como un meteoro, de actuaciones nunca apreciadas, tanto en la capital como, sobre todo, en la provincia; gentes y cosas que se mueven en un mundo casi subterráneo en donde es difícil penetrar, que difícilmente llama la atención de los escasos críticos, dedicados, ante todo, a consagrar lo ya consagrado; de los periódicos, que no ven noticia en la cultura, de las revistas, que prefieren las frivolidades; y, sin embargo, ahí se mueven, allí están germinando las semillas del teatro colombiano de mañana, así no salgan a la luz frecuentemente esos pequeños retoños que tan fácilmente podrían morir; si no se recogen ahora, si al menos no se trata de hacer un inventario y una evaluación, será difícil, si no imposible, saber en el siglo XXI, que ya no está tan lejos, cómo era el teatro colombiano de nuestros días (González Cajiao, 1986, p. 417).

A pesar de haber organizado su capítulo final en torno a una apreciación crítica sobre las actividades de la CCT y de haber ampliado el contexto del mundo teatral en la dirección indicada por Reyes y Watson en los Materiales, en el sentido de incluir en el recuento histórico la actividad de una amplia gama de grupos y directores no alineados con el Nuevo Teatro, González Cajiao declara aún muchas carencias en relación con la recopilación de los trabajos de otros grupos, especialmente de provincia. Más importante aún, se suma a

las voces que exigen un trabajo crítico informado y consecuente que acompañe el futuro desarrollo del teatro. Su Historia constituye, como ya se ha dicho, un completo panorama del teatro colombiano hasta 1985. Media década después, en su libro Las rutas del teatro (1989), Giorgio Antei, otro entusiasta que abandonó el mundo del teatro colombiano, incluye un artículo de su autoría titulado “Teatro colombiano: una interpretación”, cuya tesis central es que la carencia de una cultura teatral es la variable que determina el pobre desarrollo del teatro colombiano en los años 80. Al igual que Reyes y Watson y González Cajiao, Antei se muestra claramente crítico del radio de influencia de la CCT, así como de los resultados del Nuevo Teatro: Los éxitos del Nuevo Teatro no son separables de la acción de la Corporación Colombiana de Teatro, CCT, una entidad gremial que no sólo asumió la vocería programática, ideológica y estética del movimiento teatral en Colombia sino que llegó a ser la interlocutora exclusiva del aparato estatal encargado de fijar la política teatral oficial. Bien organizada y orgánicamente vinculada a la CSTC, el pequeño pero activo sindicato del PC colombiano, la Corporación logró desarrollar una serie de importantes eventos: muestras y festivales nacionales, talleres, simposios, etc., todo esto mediante la contribución económica del Estado, pero sin que ésta correspondiera a la ejecución de un programa de desarrollo y menos aún a la aplicación de una seria política cultural (en cambio es verosímil que se debiera precisamente al vacío de ideas y a la confusión que caracterizaban a los organismos culturales del Estado). Así la CCT, aprovechando inteligentemente los impulsos demagógicos y las contradicciones de un poder político sustancialmente desinteresado frente a los asuntos culturales, pudo consolidar su liderazgo hasta volverse la representante única del teatro nacional tanto en Colombia como en el exterior; al mismo tiempo logró establecer una amplia red de relaciones con los intelectuales y artistas de izquierda (especialmente la izquierda cercana al partido Comunista; la izquierda maoísta se colocó, en cambio, en una posición antagónica): de esta manera llegó a ser, por un tiempo, el centro de un movimiento cultural de notables proporciones, el cual, a su vez, sirvió de caja de resonancia para el Nuevo Teatro (Antei, 1989, p. 170).

Tal vez el aporte más interesante de Antei en este artículo es el de introducir la afirmación de que el Nuevo Teatro, para 1989, había sobrevivido tan sólo gracias a la solidaridad de un público cómplice y partidista, el cual “lo 91


OTRAS VOCES • Claudia Montilla V.

empobreció, empujándolo hacia un lánguido continuismo” (Antei, 1989, p. 170). La CCT, por su parte, continúa Antei, “asumió una posición obstinadamente defensiva, insistiendo en rechazar un debate que, aunque desgarrador, le habría permitido revitalizar sus programas” (Antei, 1989, p. 170), eligiendo “el camino de la marginación” (Antei, 1989, p. 170), pero sin embargo “defendiendo orgullosamente la legitimidad de su 'primato' y el derecho, para el Nuevo Teatro, de ser considerado el único teatro auténticamente nacional” (Antei, 1989, p. 171). Las afirmaciones de Pablo Azcárate en su artículo de 1977, “El Nuevo Teatro y la CCT”, (incluido en los Materiales) contrastan drásticamente con las anteriormente reseñadas. Comienza Azcárate diciendo: Nuestro movimiento teatral ha experimentado un notable desarrollo, hasta el punto de poderse hablar hoy en Colombia de la existencia de un teatro nacional, popular y experimental, con todo lo que esto implica. Un aspecto nuevo y destacado de este movimiento está dado por su estrecha ligazón con el movimiento obrero y popular, y su consecuente conversión en un elemento vital dentro de la dinámica del proceso de liberación nacional. El proletariado y el pueblo colombiano han venido apropiándose del teatro, penetrándolo de su visión del mundo, de su sentido de organización y, al mismo tiempo, “usándolo” en su lucha. Todo esto transforma de manera profunda los diferentes niveles de la actividad teatral: las imágenes, los métodos de trabajo, la relación con el público, etc. Lo que ha venido llamándose en los últimos tiempos el Nuevo Teatro colombiano, es el resultado de esta transformación (Azcárate, 1978, p. 435).

Como ya se ha anotado anteriormente, en la introducción de las etapas del desarrollo del teatro en Colombia predominan los elementos políticos y sociales, ajenos al teatro mismo, y son ellos, y no el desarrollo de un quehacer, los que marcan derroteros para la historia del teatro. Analizando las mismas estadísticas que mencionamos al comentar los Apuntes de Carlos José Reyes, cuyo artículo parece surgir de la necesidad de responder al que ahora nos ocupa, Azcárate presenta la CCT como expresión del Nuevo Teatro que …resume lo que es (el Nuevo Teatro Colombiano), tanto por su importancia cuantitativa como por las tendencias que se desenvuelven en su interior. Reúne los grupos más avanzados y aquellos que recientemente han venido surgiendo en el panorama nacional. Por ello se ha convertido en un elemento acumulador y transmisor de una 92

rica experiencia. Es a la vez defensora del teatro y sus trabajadores, un instrumento de lucha que permite la unidad práctica de los artistas con la clase obrera y sus aliados (Azcárate, 1978, p. 446-447).1

Luego pasa al análisis de los datos estadísticos. Como se puede apreciar al cotejar los dos artículos (el de Reyes y el de Azcárate), las lecturas son absolutamente contradictorias. Donde Azcárate aprecia la juventud y vigor del Nuevo Teatro (“El Nuevo Teatro colombiano es un movimiento joven. Joven por la edad de sus integrantes, por la reciente constitución de buena parte de sus grupos y además por lo que significa en cuanto representante de las tendencias más nuevas y progresistas de la sociedad en el terreno artístico” (Azcárate, 1978, p. 447), Reyes ve carencia de formación e improvisación,”El 78% de los actores tiene menos de 25 años; no pretendemos menospreciar esta apasionada participación juvenil en el movimiento teatral, pero creemos que frente a una tal emergencia sólo un compás de espera podrá demostrar la manera real como este trabajo fue asumido” (Reyes,1978, p. 411); “El 50% de los encuestados lleva menos de un año de actividad teatral. ¿Cómo podríamos entonces considerar esta participación? ¿Podríamos llamarlos 'trabajadores de la cultura' o 'profesionales del teatro'? ¡De ninguna manera!” (Reyes, 1978, p. 411) Las conclusiones que Reyes deriva del análisis de Azcárate se pueden resumir en una serie de preguntas, además de las ya citadas, las cuales ponen en entredicho-o al menos evidencian serias carencias-la interpretación de las “cifras que crearon el espejismo del movimiento teatral más grande de América Latina y uno de los más prestigiosos del mundo” (Reyes, 1978, p. 425): ¿Cómo podríamos hablar de un nuevo tipo de calidad o de 'elaboración artística' realizada sobre la base de la improvisación escolar y de una elemental falta de preparación de los actores en los niveles técnicos más elementales? ¿Cómo es posible que se sostenga que los criterios de la 'calidad artística' están basados sobre patrones europeos y se pongan como ejemplo producciones indígenas elaboradas durante siglos? (…) Defender ciegamente unas ideas acusando a quienes no las comparten de tener criterios 'europeizantes' y metropolitanos contra una producción amorfa, cuantitativa y defectuosa, es otra piadosa ilusión que no quiere ver el

1

Énfasis del autor.


Del teatro experimental al Nuevo Teatro, 1959-1975

problema en su realidad concreta. (…) ¿Podemos decir entonces que nuestro aporte frente a la 'cultura europea de museo' es un teatro que aún no ha aprendido a hablar? (Reyes, 1978, p. 426-427)

En un espíritu similar al propugnado por los defensores del Nuevo Teatro y de la Corporación, afirmaciones como “el teatro que surgió en la década del sesenta nació del pueblo y con una perspectiva popular” (María Mercedes Jaramillo, 1992, p. 21), cobran una asombrosa legitimidad a pesar de que es un hecho reconocido que el origen del teatro de los años 60 se sitúa en la llegada al país de refinados maestros extranjeros, especialmente de Seki Sano, quien había sido “discípulo de Meyerhold y había estudiado en la Unión Soviética, en el teatro de arte de Moscú; otro de sus maestros había sido Vakhtangov, quien fue el que sistematizó el sistema de Stanislavski”, en palabras de Santiago García (García, Contribuciones, p. 256), y uno de cuyos objetivos fue “formar actores y desarrollar en ellos la capacidad creadora”, como lo anota la misma Jaramillo (Jaramillo, 1992, p. 83). No sin ironía, por cierto, hasta podría afirmarse que el teatro de vanguardia llegó a Colombia auspiciado por el régimen militar de Gustavo Rojas Pinilla: como anota Azcárate, “la necesidad de una amplia labor ideológica dentro de la población con miras a ganar apoyo y frenar el desprestigio producido por la corrupción oficial, conduce a reforzar algunos medios de información como la T.V. De ella salen las primeras figuras de nuestro teatro. A ella llega un hombre, Seki Sano, que será un verdadero pionero de todo el movimiento que hoy vivimos” (Azcárate, 1978, p. 437). De cualquier manera, la trivialidad de este tipo de afirmaciones contrasta con el recuento que hace el propio Santiago García de las fuentes de su propia actividad teatral:

2

Y también con la evaluación que de los primeros avances del teatro moderno hace Giorgio Antei: “Así, en la práctica, las propuestas más originales se debieron a los conjuntos dirigidos por personalidades dotadas de experiencia y conocimientos madurados a través del contacto con el teatro europeo y norteamericano” (Antei, 1989, p. 167). Por otra parte, Jaramillo también afirma que La defensa del patrimonio cultural es una misión que ha encontrado un eco en los trabajadores del Nuevo Teatro latinoamericano, quienes sienten la necesidad de partir de lo auténtico. Para ellos la creación artística sólo puede realizarse cuando existen criterios culturales e ideológicos propios, que les permitan comprender la realidad y transformarla artísticamente, sin estancarse en la copia de modelos extranjeros. Esta segunda independencia cultural busca mejorar las condiciones sociales y culturales del pueblo latinoamericano, adquiriendo una autonomía en la cultura que permita expresar las contradicciones ideológicas, las transformaciones históricas y los problemas políticos a los que está sometido el continente (Jaramillo, 1992, p. 64).3

... aparece también este problema y este fenómeno del teatro, que al no tener como antecedente el teatro comercial, entonces comienza con el teatro que en este momento nos llega como imagen de lo que era el teatro de Europa, pero el teatro más avanzado que había allí en ese momento. ¿Y qué era lo que más había avanzado en Europa a finales de los años 40 y comienzos de los 50? Pues Bertolt Brecht...(García, Contribuciones, p. 255)2

El énfasis en lo auténtico y lo propio como lo verdadero, como aquello que permite la creación y evita el estancamiento, por oposición a los “modelos extranjeros”que como hemos visto, fueron el principal motor de la etapa experimental, junto con la afirmación de que el verdadero teatro colombiano surgió del pueblo, y otras de similar talante parroquial, relacionadas especialmente con la crítica al recurso a textos clásicos de la dramaturgia universal por ser inapropiados para la comprensión de la realidad nacional, implica no solamente un desconocimiento de los procesos dinámicos que abundan en la historia del arte, tanto occidental como no occidental, sino además revela el riesgoso y ahistórico carácter de la empresa que pretende eliminar de plano toda la tradición experimental que sustenta los logros de la modernidad teatral colombiana. Justamente, fue esa tradición experimental iniciada por los discípulos de Seki Sano la que permitió la modernización del teatro colombiano, y con ella todo el valor de procesos de búsqueda teatral en las dos primeras décadas del Teatro Moderno. La mención del grupo El Búho por parte de la mayoría de los comentaristas del Nuevo Teatro como su antecesor cobra una enorme pero paradójica importancia. El Búho,

Énfasis del autor.

3

Énfasis del autor.

93


OTRAS VOCES • Claudia Montilla V.

dirigido por el español Fausto Cabrera y otros discípulos del Maestro Seki Sano y en cuyas filas se contaban actores como Mónica Silva, Santiago García y Celmira Yepes, la cineasta Gabriela Samper, los directores Paco Barrera y Víctor Muñoz Valencia, entre otros, contribuyó en forma positiva “a la formación de un nuevo público, por medio de un repertorio integrado por la última vanguardia mundial, Adamov, Ionesco, Ghelderode, Brecht, Tennessee Williams, Eugene O´Neill, García Lorca, Thronton Wilder, Jean Tardieu, William Saroyan, etc.” (González Cajiao, 1986, p. 290); a propósito de la trayectoria de TEC, por otra parte, George Woodyard anota que “Desde el comienzo el grupo se dedicó a la promoción y difusión del teatro mundial en una proporción asombrosa: los tempranos estrenos incluyen, por ejemplo, obras de Molière, Cervantes, Chéjov, García Lorca y otros” (Woodyard, 1989, p. 165). Luego de anotar que la formación de un nuevo público es una de las victorias que se adjudican al Nuevo Teatro, vale la pena mencionar, como recuerda Santiago García, que el público que concurría a las obras de los tiempos de la experimentación “nos apoyó mucho, además, por el hecho de que nosotros, en ese momento, teníamos como material de trabajo inmediato el mejor teatro que en ese momento se estaba haciendo en Europa. (…) Entonces, a través de esas revistas y de esos medios de difusión interoceánicos, conocimos a Brecht y empezamos a montar sus obras” (García, 1994, p. 259). El comentario de Santiago García hace inevitable la mención de la revista Mito (1955-1962), cuyo papel preponderante en la modernización cultural del país es incuestionable y está enmarcado históricamente, según Juan Gustavo Cobo, entre el 9 de abril de 1948 y la Revolución Cubana (1959) (Cobo, 1988, p. 148). Con el propósito de “actualizar” a Colombia en el terreno cultural, de oponerse al costumbrismo y el folklore, de combatir el provincialismo y el atraso, Mito constituyó una fuente sorprendentemente rica de información sobre lo que en el mundo ocurría en los ámbitos de la literatura, las artes, la poesía, el teatro y la filosofía. La lista de autores cuyos escritos aparecían en los números de Mito es interminable y, obviamente, entre ellos se encuentra Brecht. El comentario de Hernando Téllez, en su “Nota sobre Mito”, de 1958, parece resumir la historia de la revista e insinuar la manera como se empezó a desvanecer la aparentemente equilibrada tensión creativa instigada por la Violencia: Una revista así, libre, inconforme, en la cual la literatura, el arte, la ciencia, o la filosofía no aparecen como pobres damas 94

vergonzantes a quienes se les da refugio provisional por benévola condescendencia, sino como la razón de que ella exista, merece larga vida. Y merecería el respeto de la comunidad, si a la comunidad le interesaran estas cosas. Pero es obvio-y natural-que no le interesan (Cobo, 1988, p. 139).

El aporte de Mito, gran ausente en las historias del teatro colombiano, significó pues un acercamiento a la vanguardia, a la ruptura (Cobo, 1988, p. 157). Rafael Gutiérrez Girardot hace énfasis en un carácter crítico, riguroso, de largo alcance y verdaderamente comprometido con la realidad nacional, que puede resumir al menos los ideales de los artistas e intelectuales de los últimos años de la década de 1950, entre los cuales se contaban los pioneros de la experimentación en el teatro: La Revista Mito desmitificó la vida cultural colombiana y reveló, con publicaciones documentales, las deformaciones de la vida cotidiana debidas al imperio señorial. No fue una revista de capillas, porque en ella colaboraron autores de tendencias y militancias políticas opuestas (Gerardo Molina y Eduardo Cote Lamus, por ejemplo). Su principio y su medida fueron el rigor en el trabajo intelectual, una sinceridad robespierrana, una voluntad insobornable de claridad, en suma, crítica y conciencia de la función del intelectual. Demostró que en Colombia era posible romper el cerco de la mediocridad y que, consiguientemente, ésta no es fatalmente constitutiva del país (Gutiérrez Girardot, 1989, p. 409).

Y en efecto, ya en 1958 existía una clara conciencia, entre los directores de teatro, de que el alejamiento del teatro costumbrista que había predominado en la escena colombiana desde los años 30 estaba ligado a la ruptura, la innovación y la experimentación. Además, como lo anota Carlos José Reyes en su artículo “Cien años de teatro en Colombia”, ya desde el medio siglo Bernardo Romero Lozano había procurado “actualizar los métodos de enseñanza y divulgar los escritos y teorías de los grandes creadores de la puesta en escena del siglo XX, Konstantin Stanislavsky y Bertolt Brecht” (Reyes, 1989, p. 224). Fausto Cabrera, quien dirigiría el primer montaje de Brecht en Colombia, Los fusiles de la madre Carrar (Antei, 1989, p. 164), anotó que “sólo un teatro experimental estaría en capacidad de generar las condiciones para la transformación de una conciencia teatral” (Antei, 1989, p. 164). Cabrera expresó su programa en 1958, en sus Comentarios sobre el teatro en Colombia, en los siguientes términos:


Del teatro experimental al Nuevo Teatro, 1959-1975

Consecuente a esto los Teatros Experimentales tienen un doble compromiso. Primero orientar su repertorio en una línea que signifique efectivo aporte a la cultura y sistematizar su trabajo interno en la fórmula del trabajo de equipo, libre de divismo (sic) y de carteles individuales, mancomunados desde el director de la obra al tramoyista. La esperanza de un teatro permanente en Colombia está en los teatros experimentales... (Antei, 1989, p. 164).

Es necesario anotar que, además de hacer patente la necesidad de aportar a la cultura, sin entrar el director a precisar qué entiende, o qué entendía en 1958 por cultura, paralelamente menciona la propuesta del trabajo de grupo y la cooperación mutua en oposición a la estructura jerárquica de la compañía, predominante en etapas anteriores y sobre todo en el teatro comercial. Este factor estructural, la disolución de la compañía de actores y la preeminencia del grupo, que la crítica partidista reivindica como conquista del Nuevo Teatro, será crucial para el desarrollo del arte escénico durante las décadas de 1960 y 1970, e interesa situarlo justamente en el período experimental de finales de los años 50, ligándolo a otra de las determinantes fundamentales del teatro colombiano, la profesionalización. Antei (1989, p.165) trae a colación un comentario de Enrique Buenaventura, que en 1958 invita a “desenmascarar y alejar del teatro a los impostores”: Tal vez en ningún arte abunda más el “aventurerismo” y la irresponsabilidad que en el teatro. No son pocas las personas que amanecen actores o directores un buen día de su apacible vida. No se les ocurriría pintar un cuadro (por lo menos un cuadro figurativo) o tocar el piano sin estudio previo, pero sí se lanzan a la actuación o a la dirección en teatro como quien se mete en la ducha. Como no los conocen, niegan cualquier método y se dedican a “montar” y a “interpretar” (Antei, 1989, p. 165).

Antei insiste en que tanto la actitud de Buenaventura como la de Cabrera apuntaban hacia “el 'experimentalismo', o sea un teatro generador de cultura y conciencia teatral” (Antei, 1989, p. 165). Es por esta razón, añade Antei, que su interés “vierte sobre los actores, los métodos de trabajo escénico, la confrontación de una nueva dramaturgia, la actualización de los clásicos, la búsqueda de una expresión popular... De esta forma, 'teatro experimental' llega a significar, en la perspectiva de los teatristas de avanzada, teatro de ruptura e innovación, teatro nuevo” (Antei, 1989, p. 165). El teatro experimental, entonces, como se puede apreciar, había planteado y desarrollado ya desde finales de los años

50, todas las ideas que predominarían en el desarrollo y gloria del teatro colombiano a partir de finales de la década de 1960 y los comienzos de la del 70, y que el Nuevo Teatro reivindicó como suyas. Son estas ideas el trabajo en grupo, la importancia del actor, la búsqueda de la expresión popular y la formación de un nuevo público. Y estas ideas estuvieron estrechamente relacionadas con las influencias llegadas desde Europa y Norteamérica, principalmente a través de Stanislavski, Brecht, Grotowski, y fueron promovidas por maestros extranjeros como Seki Sano y Cayetano Luca de Tena-aunque en menor grado-y sus discípulos, jóvenes colombianos que buscaron continuar su formación en el exterior y adquirir experiencia teatral a través de viajes por América Latina y Europa. Estos mismos jóvenes, además, como bien anota Giorgio Antei, estaban “en capacidad de 'pensar' el teatro”, de incursionar en el ámbito de la teoría y de promover la existencia de una “cultura teatral” que podría dotar al teatro de “sentido histórico” y de “perspectivas” (Antei, 1989, p. 161), y por tanto de canalizar la conciencia que los intelectuales y artistas habían adquirido desde los inicios de la Violencia. Como se ha podido apreciar, desde 1977, y en boca de hombres de teatro interesados en la reflexión crítica sobre el quehacer teatral en Colombia (Carlos José Reyes, Fernando González Cajiao y Giorgio Antei, principalmente), se empezó a gestar una dura reacción en contra de la evidente hegemonía de los planteamientos de la Corporación Colombiana de Teatro y de los supuestos avances del Nuevo Teatro. Los tres autores, cada uno a su manera, plantean la necesidad de una revitalización de la crítica teatral orientada a frenar la burocratización del oficio, por una parte, y a desenmascarar los postulados que pretenden regirlo desde el surgimiento de la Corporación (1969) y la desaparición de los Festivales de Teatro Universitario (1973). Como afirma González Cajiao, por otra parte, estos dos eventos marcan el final de la etapa experimental y universitaria del teatro colombiano moderno (González Cajiao, 1986, p. 372) y la entronización del Nuevo Teatro. Para estos críticos, dicha entronización implica el fin del teatro de vanguardia, deducción que contrasta vivamente con los planteamientos mesiánicos de la tendencia partidista y de los académicos que la acompañan. La nueva historia deberá entonces retomar el análisis de la vanguardia experimental, indagando por las complejas redes de influencias, procesos históricos nacionales y universales, contextos culturales nacionales y extranjeros, tendencias académicas, filiaciones políticas y antecedentes culturales. Deberá también desentrañar los secretos de la 95


OTRAS VOCES • Claudia Montilla V.

Corporación Colombiana de Teatro y los ejes de su relación con el Partido Comunista, para descubrir el núcleo que originó su facilismo y las razones por las cuales, como lo sugieren los tres críticos mencionados, ella se apoderó, domesticó y paralizó el dinámico y crítico movimiento teatral que crearon hombres de teatro como Enrique Buenaventura y Santiago García, buscando imponer control y uniformidad sobre toda la actividad teatral en Colombia. Por otra parte, el estudio detallado de la etapa experimental obligará necesariamente la mención de su público predominantemente universitario, el cual, con el tiempo, condujo a la creación de grupos de teatro en las universidades y a la creación de los Festivales de Teatro Universitario. En muchos sentidos teatrales, el teatro universitario formó parte integral de la etapa experimental, pero la crítica ha diluido el reconocimiento de sus aportes con comentarios sobre la inmadurez política de sus participantes, el carácter efímero de su compromiso artístico, el desmedido entusiasmo político juvenil y la identificación de su actividad artística con el agit-prop. La mayoría de estas premisas se verán devaluadas en un seguimiento equilibrado de la actividad que realizaron los actores y directores estudiantes que dedicaron su vida al teatro. Al interpretar los conflictos internos, deserciones y rompimientos que se iniciaron desde comienzos de la década de 1970, entre los cuales es necesario mencionar el de ASONATU (Asociación Nacional de Teatro Universitario), y que se extienden por lo menos hasta 1978, la nueva historia podrá apreciar de manera informada y crítica la contribución de grupos independientes que, como el TPB, el Local y el Teatro Libre, intentaron continuar una labor de experimentación, estudio y actualización, a pesar de la marginalidad a la que quiso someterlos la Corporación. Algunos de ellos, que reiniciaron el estudio de los clásicos del teatro desde apropiaciones ponderadas de las teorías contemporáneas, abriendo una nueva posibilidad de perfeccionamiento, como el TPB, sucumbieron ante los embates de los grandes vencedores de la escena de los 80 y los 90, la televisión y el teatro comercial. Otros, como el Teatro Libre, persisten en su empeño y contribuyen de manera decisiva a través de la creación de sus propias escuelas de formación de actores. El trabajo de los egresados de las escuelas, que han ido formando sus grupos independientes, también ha enriquecido en los últimos años el panorama teatral colombiano. La nueva crítica podrá también perfilar el alejamiento de Santiago García y La Candelaria del método de la Creación Colectiva como única posibilidad creadora, y su recurso a textos, en los años recientes, de la gran tradición occidental, como la 96

poesía de Quevedo, la novelística de autores como Lewis Carroll, y el Quijote de Cervantes.

Bibliografía Antei, G. (1989). Las rutas del teatro. Bogotá: Centro Editorial de la Universidad Nacional de Colombia. Arcila, G. (1992). La imagen teatral en La Candelaria. Lógica y génesis de su proceso de trabajo. Bogotá: Ediciones Teatro La Candelaria. Azcárate, P. (1978). El Nuevo Teatro y la CCT. En C. Reyes, M. Watson (Eds.), Materiales para una historia del teatro en Colombia. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura. Buenaventura, E. (1958). De Stanislavski a Bert Brecht. Mito, 21, 177-182. Buenaventura, E. (1963). Teatro. Bogotá: Ediciones Tercer Mundo. Buenaventura, E. (1977). Teatro. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura. Buenaventura, E. (1989). Acercamiento al teatro latinoamericano. En G. Antei (Ed.), Las rutas del teatro. Bogotá: Centro Editorial de la Universidad Nacional de Colombia. Camacho, R. (1996). Entrevista con la autora (sin publicar). Cobo, J. (1988). Mito. En Manual de literatura colombiana. Bogotá: Planeta. Duque, F. (1995). Antología del teatro experimental en Bogotá. Bogotá: Instituto Distrital de Cultura y Turismo. García, S. (1994). Teoría y práctica del teatro. Bogotá: Ediciones Teatro La Candelaria. Gómez, E. (1978). Notas sobre la iniciación del teatro moderno en Colombia. En C. Reyes, M. Watson (Eds.), Materiales para una historia del teatro en Colombia. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura. González Cajiao, F. (1986). Historia del teatro en Colombia. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura.


Del teatro experimental al Nuevo Teatro, 1959-1975

González Cajiao, F. (1988). El proceso del teatro en Colombia. En Manual de literatura colombiana. Bogotá: Planeta. Gutiérrez , R. (1989). Hispanoamérica: imágenes y perspectivas. Bogotá: Temis. Jaramillo, D. (1996). Enciclopedia Círculo de Colombia. Bogotá: Círculo de Lectores. Jaramillo, M. (1992). Nuevo Teatro colombiano: arte y política. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia. Orjuela, H. (1974). Bibliografía del teatro colombiano. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo. Plata, J. (1996). La dramaturgia en el siglo XX. En D. Jaramillo (Dir.académico), Enciclopedia Círculo de Colombia. Bogotá: Círculo de Lectores, Tomo 5. Reyes, C., Watson, M. (1978). Materiales para una historia del teatro en Colombia. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura.

Reyes, C. (1978). Apuntes sobre el teatro colombiano I y II. En C. Reyes, M. Watson (Eds.), Materiales para una historia del teatro en Colombia. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura. Reyes, C. (1989). Cien años de teatro en Colombia. En Á. Tirado (Dir.ac.), Nueva Historia de Colombia. Bogotá: Planeta Editorial, Tomo VI, 213-236. Tirado, Á. (1989). Nueva Historia de Colombia. Bogotá: Planeta Editorial. Tittler, J. (1989). Violencia y literatura en Colombia. Madrid: Orígenes. Traba, M. (1961). La pintura nueva en Latinoamérica. Bogotá: Ediciones de la Librería Central. Woodyard, G. (1989). Enrique Buenaventura y el teatro colombiano. En J. Titler (Ed.), Violencia y literatura en Colombia. Madrid: Orígenes.

97


Revista de Estudios Sociales, no. 17, febrero de 2004, 101-103.

TEATRO EN COLOMBIA María Mercedes Jaramillo* / Betty Osorio**

¿Qué papel le asigna al método de la creación colectiva en la historia del teatro colombiano? La creación colectiva es un método que tiene una larga trayectoria teatral, pues ya existía en la época precolombina en dramas danzables de tipo ritual en los que participaba la comunidad como El Rabinal Achí (Guatemala) y El Güegüense (Nicaragua); en Europa se remonta a la antigüedad clásica con las celebraciones báquicas de la época de la vendimia, tuvo un gran apogeo en Italia en los siglos XVI y XVII con La Commedia dell'arte, conocida como teatro al improviso, que se nutría de la realidad del momento y de las acotaciones del público. En América Latina esta forma de hacer teatro ha tenido una amplia acogida y aparece, casi siempre, comprometida con reivindicaciones sociales: por ejemplo el Teatro Libre de Córdoba en Argentina, El Teatro Experimental de Cali (TEC) y el grupo de teatro La Candelaria en Colombia. Este modelo implica la participación dinámica de todos los miembros del equipo teatral, intenta captar los procesos de cambio de la sociedad y poner al descubierto sus conflictos y contradicciones. El énfasis está puesto en el espectáculo y, el texto escrito puede ser un elemento importante del proceso, pero no es el definitivo. La relación entre director y actor cambia, pues el director organiza y coordina las diferentes etapas de la producción teatral; por otra parte, la dramaturgia del actor es uno de los mayores aportes al proceso de trabajo colectivo, ya que los actores producen soluciones de montaje, aportan particularidades de su medio social, político y cultural. Es así como el actor enriquece con sus vivencias el producto estético. En el caso del TEC y La Candelaria, esta forma de hacer teatro les ha permitido, que temas, símbolos y lenguajes pertenecientes a la cultura popular colombiana, hayan sido divulgados y apropiados por un público que los reconoce y los analiza. También este método implica una relación diferente con público que puede participar de una manera activa. El teatro se convierte en un foro que estudia críticamente los eventos históricos de su presente y que toma una posición frente a ellos. Los aspectos anteriores repercuten en la estructura de la pieza, en los temas de la obra y en todos los detalles que

* **

Fitchburg State College Departamento de Humanidades y Literatura, Universidad de los Andes

forman el espectáculo teatral. Por ejemplo, A la diestra de Dios Padre, una de las piezas más importantes para entender la propuesta del TEC y de Enrique Buenaventura, en sus primeras versiones examina el entorno social de un campesino antioqueño que entra en contradicción con la ideología católica; mientras, los últimos montajes hacen énfasis en las relaciones económicas y de clase. La creación colectiva amplió el panorama teatral al recoger temas, estilos y actitudes que no habían sido objeto del teatro y que encontraron en este método un canal de expresión. No es que la creación colectiva haya producido mejores obras, sino que enriqueció el teatro con nuevos personajes, historias y situaciones, que estaban marginados del arte por ser considerados ajenos al patrimonio cultural occidental. En términos generales pensamos que el método de creación colectiva le ha permitido a numerosos grupos de teatro latinoamericanos, y específicamente al TEC y a La Candelaria, estudiar los procesos de producción de significado de la vida social y su relación con sistemas de poder, es decir recuperar la dimensión política de lo simbólico y lo estético.

Beatriz J. Rizk***

La creación colectiva, tal como la conocemos hoy en día, tiene su razón de ser y su momento histórico no sólo dentro del teatro colombiano, sino también del latinoamericano en general y por extensión del mismo occidental. Esta apreciación es obvia si tenemos en cuenta sus antecedentes más cercanos dentro del la corriente del llamado Teatro Alternativo que se estaba dando tanto en Estados Unidos como en Europa durante la primera mitad del siglo XX. Aquí podríamos mencionar el trabajo del Provincetown Players de Nueva York que operaba bajo el principio de la colectividad desde la temprana fecha de 1916. Otros ejemplos importantes ya hacia la mitad del siglo provienen de grupos como el Teatro Cómico de Berlín, el grupo Christianshauns de Copenhague, el Grupo Sperimentacione Teatrale de Roma, el Théâtre de Chène Noir de Avignon, etc. El caso es que la creación colectiva hace su aparición en la América Latina, al decir del inolvidable Manuel Galich, en 1963. En Colombia, el primer montaje que se realiza por medio de la creación colectiva, hasta donde nuestros conocimientos alcanzan, es el de Ubu Rey, de A. Jarry, por el Teatro Experimental de Cali y dirigido por Helios Fernández, en 1966. Ya hacia 1970 se estrenan en el país varias obras elaboradas

*** Investigadora

101


DEBATE • María Mercedes Jaramillo / Betty Osorio / Beatriz Rizk / Eduardo Gómez

de esta forma como Las bananeras (1971) de Jaime Barbín, por el colectivo de Teatro Acción, sobre la famosa huelga de 1928; El abejón mono (1971), sobre el movimiento de las guerrillas por el grupo La Mama, dirigida por Eddy Armando, y Nosotros los comunes (1971) por el grupo de teatro La Candelaria. ¿A que se debió esta eclosión de trabajos colectivos en un espacio relativamente limitado de tiempo? Para poder evaluar a distancia tal suceso, debemos aclarar en primer lugar que no fue un hecho o hechos espontáneos, sino un proceso que llevó algunos años. Tomando el caso del TEC, por ejemplo, ya a principios de los 60, su director Enrique Buenaventura, de regreso de Europa, estaba imbuido por la idea de un teatro “total”, siguiendo las premisas del director Jean Vilar y su teatro Nacional Popular en Francia y del Piccolo Teatro de Milano, según las cuales los autores, actores y directores trabajaban juntos como un equipo, con el fin de alcanzar un público tan amplio como fuera posible. De ahí que su obra Un réquiem por el padre de las Casas (1963) resultara de las discusiones con sus actores. Ya para 1969 cuando escribió Seis horas en la vida de Frank Kulak los actores improvisaban el texto que Buenaventura traía a diario contribuyendo directamente a la escritura del mismo. Al principio de la década de los 70 se hizo necesario codificar un método de trabajo que ya tácitamente se venía practicando tanto en la escritura como en la dirección de las obras, pasando el director a ser más un “organizador” del hecho teatral en proceso que un “director” en el sentido tradicional. Así nació el Esquema general del método de trabajo colectivo del TEC, publicado en 1971, que se puso rigurosamente en práctica no solamente por el grupo sino también por un número bastante crecido de iniciados teatrales tanto en el país como en el resto de la América Latina. Las siguientes obras del grupo durante la década de los 70 hasta bien entrados los 80 (las diferentes versiones de Soldados, La denuncia, Historia de una bala de plata, Opera Bufa, etc.) fueron un testimonio impresionante de la validez del método en ese momento. Sobra decir que ya para entonces, otros grupos dentro del contexto teatral colombiano habían desarrollado por diferentes caminos otros métodos de trabajo colectivo. Me refiero, en primera instancia, al grupo de teatro La Candelaria, bajo la dirección de Santiago García, que ya para entonces había sistematizado tanto una dramaturgia colectiva como un equipo de dirección, pero también hubo otros como el mencionado La Mama, El Local, etc. Es evidente que la transformación que sufrió el modo de trabajar del grupo, o de los grupos implicados, basándose en la participación activa de todos los miembros en el 102

proceso creativo, se debió a una instancia democratizadora que correspondía en parte a una mayor politización y a una apertura institucional siguiendo un modelo de estructura socialista que se buscaba implantar. No hay duda que desde un punto de vista ideológico la revolución cubana y los movimientos de liberación nacional que sacudían al continente en ese entonces tenían una repercusión muy obvia y directa en las instancias culturales de todos los países latinoamericanos. Ahora, desde el punto de vista práctico se trataba, por un lado, de escribir obras (puesto que no las había) que correspondieran a la realidad no oficial de un pueblo, sobre todo enfocadas desde el punto de vista de su segmento mayoritario, o sea las clases desfavorecidas, y, por el otro, de suprimir la jerarquización de las tradicionales compañías de teatro casi siempre funcionando a través del productor, o dueño del espectáculo, quien ejercía sus opciones de acuerdo a un sistema de “estrellas”. Cabe decir, para concluir, que la creación colectiva siempre, de una manera o de otra, existirá ya sea cuando el grupo sigue conscientemente un método especifico de trabajo y ahí nos estamos acercando a la idea de teatro como laboratorio, como centro de búsqueda e investigación, que sigue muy vivo y vigente en muchas partes del mundo, o al simple espectáculo teatral que requiere, en toda instancia para un resultado si no feliz por lo menos armónico, del trabajo colectivo de todos los profesionales que ejercen su función dentro del mismo.

Eduardo Gómez****

Enrique Buenaventura se hizo artista en la rebeldía, la búsqueda y el vagabundaje de sus primeros años como joven inquieto, pero también encontró siempre tiempo y oportunidades para investigar y dialogar. La conjunción de esas circunstancias le permitió comprender y asimilar el Teatro Épico de Brecht, difundirlo e iniciar con sus propias obras el Teatro Moderno en Colombia. El cual superó ampliamente las herencias dudosas del Teatro Español y las extravagancias subjetivas de las vanguardias neuróticas. La participación de grupo de actores en la concepción y montaje de una obra, la llamada creación colectiva, fue otra de las innovaciones que Enrique Buenaventura supo

**** Departamento de Humanidades y Literatura, Universidad de los Andes


Teatro en Colombia

aclimatar, dándole al actor una posibilidad co-creadora y una responsabilidad que no había tenido en nuestro medio y que le confirieron dinamismo y madurez al grupo. Así nacieron textos teatrales propios, muy expresivos y críticos de nuestro proceso histórico que trataron de captar y representar los acontecimientos en su conflictiva validez y perdurabilidad, logrando en algunos casos, obras muy representativas. Tampoco es posible olvidar que Buenaventura fue un pionero en la fundación y consolidación de la conciencia profesional y gremial de los hombres de teatro, fundando, junto con Santiago García y Patricia Ariza, entre otras, la Corporación de Teatro.

103


Revista de Estudios Sociales, no. 17, febrero de 2004, 107-112.

EL LEGADO DE ENRIQUE BUENAVENTURA María Mercedes Jaramillo* / Betty Osorio**

Enrique Buenaventura (1925-2003) es uno de los protagonistas de la cultura colombiana del siglo XX; durante casi cinco décadas desarrolló una importante labor en el Teatro Experimental de Cali, su rol como dramaturgo, director y maestro tuvo un gran impacto en la creación y en el desarrollo del teatro nacional. Sus obras se nutrieron del rico patrimonio cultural multiétnico del continente, pero también reflejan la tradición clásica, los aportes teóricos y las prácticas de dramaturgia del teatro occidental. Las diversas fuentes de su teatro van desde el teatro medieval, la cultura popular, las tradiciones indígenas y afrocolombianas hasta las propuestas teóricas más renovadoras de las ciencias sociales. El autor, consciente del mestizaje étnico y cultural que atraviesa la sociedad colombiana en su triple origen, lo hizo objeto de estudio y lo transformó en material artístico. Así, con las tradiciones precolombinas, las de origen africano y las europeas, Buenaventura tejió un rico corpus que fue recogiendo en sus obras dramáticas, en sus poemas y en sus ensayos. Su labor fue la de un humanista contemporáneo, pues consideró la cultura y el arte un bien común; nunca se aisló de sus raíces sino que entabló un diálogo dinámico que enriqueció lo propio y lo situó en el aquí y el ahora; así, el maestro iluminó los procesos ideológicos y los conflictos sociales que han afectado a los colombianos y al ser humano moderno. Aunque estudió pintura en Bellas Artes de Bogotá, su búsqueda intelectual y artística se concentró en la actividad teatral. Sin embargo, continuó esta actividad a lo largo de toda su carrera y le sirvió de ayuda para visualizar sus montajes y escenografías: con sus dibujos ilustró textos, programas y afiches. Debido a su innegable calidad artística, su labor de pintor y de poeta ha ido ganando reconocimiento. Estas dos labores estéticas fueron simultáneas a su trabajo con el TEC y forman un todo coherente, pues son reflexiones sobre los mismos temas desde la mirada crítica que le es característica. Sin embargo, en estas dos prácticas aparecen rasgos autobiográficos más íntimos que no son reconocibles en su teatro. En los poemas y en los dibujos hay un texto personal que nos devela al hombre en sus circunstancias individuales. Las dudas, las incertidumbres y las pasiones

* Fitchburg State College. ** Departamento de Humanidades y Literatura, Universidad de los Andes.

que han marcado su vida y su arte afloran en este laborar más solitario. Por lo tanto, teatro, pintura y poesía son los medios utilizados para dialogar con su entorno y consigo mismo. Nicolás Buenaventura, hermano del autor dice que Enrique: “había nacido poeta, se llenaba de poesía de la mañana a la noche, le salía poesía por los poros, le saltaba entre los dedos y en la casa nuestra no había rincón donde meter su poesía. Escribía poesía encima de cualquier otra poesía, de Lorca, de Neruda, de Guillen, de Huidobro, o bien la escribía por su cuenta a borbotones. Hasta que un día, aburrido de guardar poesía, resolvió recordar que muy niño era teatrero de iglesia, armó su cofradía, su grupo y los encargó de regar su poesía” (Octubre de 2002). En 1945, comenzó un peregrinaje que lo llevó al Chocó y al mundo cultural de origen africano; luego continuó su viaje por Venezuela, el Caribe, Brasil, Argentina y Chile donde entró en contacto con los movimientos del Teatro Independiente, con las manifestaciones de lo popular y con la historia del continente. Estas vivencias, más tarde, serán la fuente de varias obras como su conocida trilogía del Caribe o La trampa (1967), donde trabaja el tema del dictador. De los viajes y de sus relaciones con directores y hombres involucrados en la cultura, fue acumulando una serie de conocimientos y de intereses que lo llevaron, poco a poco, a descubrir un mundo plural y variopinto distinto al legado español. En sus poemas reelabora la presencia del paisaje de una forma intimista que capta sus impresiones de viaje y el asombro causado por el Pacífico o el Amazonas. Cuando el autor regresó a Cali a finales de 1955, empezó a trabajar como asistente de dirección de la Escuela de Teatro dirigida por el español Cayetano Luca de Tena. En este momento, el medio cultural que encontró era provincial y elitista, deslumbrado con la cultura importada de Europa. El escaso público del teatro consumía productos culturales que escamoteaban la realidad propia. El número limitado de textos teatrales y el desconocimiento en su medio de prácticas y teorías sobre dramaturgia, obligó a Buenaventura a desarrollar un discurso y una labor que insertara en su trabajo los logros del teatro universal. Esfuerzo que lo llevó a analizar desde diferentes perspectivas el fenómeno del teatro. Queremos señalar las vertientes reconocibles de la obra del autor caleño que ayudan a entender su trabajo como gestor de cultura y su labor de maestro y dramaturgo. El rasgo común que ata estas fuentes, tan ricas y diversas, es su compromiso por crear un proyecto teatral que dé cuenta de las múltiples formas de la experiencia humana, por esa razón dialogó constantemente con su público, lo cuestionó y se cuestionó para promover un discurso autónomo que le 107


DOCUMENTOS • María Mercedes Jaramillo / Betty Osorio

ayude al espectador a tomar posiciones críticas y creativas para no convertirlo en un pasivo consumidor de fórmulas. Las primeras investigaciones de Buenaventura se enfocaron en el mundo africano del Pacífico colombiano, donde absorbió, a través de leyendas, danzas y rituales, el rico patrimonio del Chocó. En Brasil continuó explorando el mundo del Candombe y de los ritos heredados de los esclavos traídos a América. Estos elementos serán retomados en obras posteriores como La historia de una bala de plata (1976) o El Guinnaru (1997). Su interés no es solamente folclórico sino también histórico y político, pues examina el problema de la esclavitud y sus consecuencias funestas: la dependencia y la asimilación cultural. En La tragedia del rey Chistophe (1961) dramatizó la implantación del estilo francés decadente en La española. Con Réquiem por el Padre Las Casas (1963) continuó su indagación en la historia colonial para desentrañar las raíces de los problemas de hoy. Nos presenta a Bartolomé de Las Casas prisionero del laberinto ideológico de su tiempo; el defensor de los indígenas, para liberarlos de la opresión del conquistador, tiene que sacrificar al esclavo negro. Entre sus obras con tema nativo americano está Crónica (1989), que recupera un episodio de la Conquista de Yucatán desde el punto de vista del conquistador ya integrado a la cultura del otro. Sus obras también examinan el polo opuesto del conflicto: la deformación del opresor que reduce las relaciones humanas a relaciones mercantiles y aniquila la posibilidad de construir una sociedad más simétrica y armónica en nuestro continente, lo que hizo fracasar la utopía lascasiana y la revolución haitiana con su proyecto ilustrado; tema que reelabora en su poesía a Las Casas. Otra vertiente que nutrió su quehacer teatral proviene del teatro español de Lope de Vega y de Ramón del Valle Inclán. El arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (1609), obra seminal de Lope, fue una vena que fortaleció la concepción que Buenaventura forjó del teatro como un arte popular. De Valle Inclán tomó y adaptó a su teatro la idea del esperpento como un recurso estilístico que deforma para develar nuevos ángulos del mundo real. De la tradición medieval recobró el aspecto popular y participativo del teatro; rasgos que se manifestaban durante ferias, carnavales y días religiosos cuando afloraban las expresiones vivas de la memoria colectiva en corrales, autos, farsas y mojigangas celebradas en las plazas públicas. Buenaventura y el TEC, consecuentes con su vocación por lo popular, llegaron al público alejado de los centros culturales con giras principalmente por el territorio nacional y representaron piezas en espacios abiertos como Edipo Rey (1959), que fue un evento multitudinario montado en las escaleras del Capitolio Nacional. 108

La Commedia dell'arte italiana de los siglos XVI y XVII es otra fuente que enriqueció el teatro del autor valluno, pues es un precedente de la autonomía y vitalidad del trabajo del actor y de la creación colectiva. El actor, con la participación del público y con el apoyo de sus compañeros, improvisaba escenas y creaba variaciones irrepetibles de los rasgos y actitudes del personaje que ya estaban esbozadas por un guión (cannovacio). Era un teatro popular, desacralizador que recurría al habla y a las costumbres del pueblo para burlarse de los vicios humanos. Buenaventura re-escribió textos canónicos como La Celestina (1499), de Fernando de Rojas; textos de vanguardia como Ubu Rey (1900), de Alfred Jarry, textos modernistas como Tirano Banderas (1926), de Valle Inclán y textos vernáculos como los de Tomás Carrasquilla. Construyó un diálogo vivo con su público que le permitió a éste reconocerse en las situaciones, los personajes y en el lenguaje. Hizo versiones de cuentos infantiles de la tradición europea y los adaptó al medio colombiano para incluir a los niños en los programas culturales del colectivo. La relación con la audiencia fue dinámica, con encuentros y desencuentros, conflictiva pero fructífera, pues involucró al público en el proceso de creación artística para disolver las dicotomías entre autor y espectador, entre productor y consumidor, entre director y actor para evitar la especialización y la compartimentación del proceso creativo, que convierte la experiencia artística en un fenómeno individual y narcisista. Paralelamente a otros dramaturgos colombianos y latinoamericanos, Buenaventura fue transformando la tradición decimonónica del teatro burgués, complaciente con el espectador, y abrió el espacio teatral a nuevos temas y audiencias. Este esfuerzo obedece al mismo impulso innovador de Oswaldo Dragún en Argentina, Augusto Boal en Brasil, Sergio Corrieri en Cuba, Emilio Carballido en México, Atahualpa del Cioppo en Uruguay y Luis Valdez en California. Para lograr esta meta se hicieron foros, se investigó la historia nacional, los temas ligados a los intereses de la comunidad que a menudo entraron en conflicto con los de las elites. Lo anterior implicó para el TEC y su director, un compromiso político e ideológico que los llevó al desbordamiento de los marcos estéticos respaldados por la cultura hegemónica como el arte verdadero. Cuando sus obras empezaron a cuestionar los actos políticos del gobierno y a señalar los conflictos sociales, el grupo y Buenaventura perdieron el apoyo oficial en 1967 y se convirtieron en un colectivo independiente, lo que transformó su estructura, sus métodos de trabajo y su relación con el público. Con esta ruptura, el TEC se orientó


El legado de Enrique Buenaventura

hacia un teatro didáctico en la línea del teatro misionero que fue utilizado por los españoles como un vehículo de evangelización para someter a los pueblos conquistados; sin embargo, existe una gran diferencia, porque el autor y el grupo iniciaron un proceso dialéctico y crítico que le permitió al espectador analizar su historia y su entorno para descubrir que los puede transformar. Esta visión revolucionaria provino también del teatro épico de Brecht que modificó la escena del siglo pasado. El teatro se convirtió en un interlocutor de la comunidad y en su espacio de encuentro y deliberación. Los aportes más importantes de Enrique Buenaventura al teatro colombiano son: la elaboración de un método de trabajo colectivo para hacer el montaje y para escribir el texto de las obras, y la sistematización del lenguaje teatral. Combinó formas de actuación, técnicas de montaje y discursos teóricos para desarrollar su conocido método de Creación Colectiva. Proceso que tiene varias fases: investigación del tema, elaboración del texto, improvisaciones con los actores, puesta en escena y confrontación con el público, que puede, con sus opiniones, cambiar la pieza. Para elaborar este sistema se apoyó en un corpus teórico y crítico basado en lecturas y estudios de ciencias políticas, antropología, psicoanálisis, semiología y lingüística . El materialismo histórico fue la brújula que orientó su discurso artístico y que lo motivó a analizar la historia y los conflictos de Colombia. Los trabajos de Claude Lévi-Strauss sobre la estructura de los mitos, los planteamientos de Sigmund Freud sobre el inconsciente, las teorías sobre los signos de Ferdinand de Saussure, los estudios sobre la comunicación de Roman Jakobson, los trabajos sobre la cultura de Yuri Lotman y Mijail Bajtin, entre otros, le dieron elementos con los que elaboró su teoría teatral, claro está que transformados a las necesidades del nuevo medio. Este panorama le permitió profundizar en el conocimiento de la conducta del ser humano, de entender su idiosincrasia y su comportamiento. Este esquema teórico orientó su quehacer teatral y estableció los parámetros para la organización del grupo, la formación de actores, la creación de textos y montajes y la relación con el público. Todo este material lo fue desarrollando con la práctica teatral en un constante diálogo con actores, espectadores y otros teatreros. Una de las ideas fundamentales de su teoría es que el texto escrito es uno de los elementos constituyentes del evento teatral, compuesto de varios sistemas de significación (sonidos, luces, gestos, movimientos, escenografía, etc) que se entretejen para producir un espectáculo único e irrepetible. Buenaventura, para consolidar este momento de encuentro entre actor y

espectador, fue incorporando las propuestas de los dramaturgos y directores más influyentes del siglo XX, entre los que se destacan: Alfred Jarry, Antonin Artaud, Constantin Stanislavski, Bertold Brecht y Peter Weiss. Retomó elementos de cada uno de ellos para ir armando su metodología. Así, la sátira mordaz contra las convenciones sociales la trabajó con la obra de Jarry, cuyos personajes violentos evocan el teatro de la crueldad de Artaud; su laborioso entrenamiento de actores y la idea de método de trabajo tiene una filiación stanislavskiana; el teatro como un foro de discusión ideológica y política y como un vehículo de transformación social es una concepción del teatro épico brechtiano; y el teatro documento de Weiss le sirvió como modelo de investigación histórica. También es importante destacar que fue un pionero de los estudios sobre Brecht en Colombia y que la apropiación de esta propuesta dramática constituye uno de los rasgos que identifica su trabajo como dramaturgo. Es importante aclarar que Buenaventura y el TEC compartieron sus experiencias y sus logros con otros autores y grupos colombianos y latinoamericanos, en un intercambio de métodos, teorías y prácticas teatrales durante festivales, giras y seminarios. En 1975 el autor fundó en Cali el Taller de Teatro, y en 1980 creó la Escuela de Teatro donde se han entrenado actores, actrices, y directores; de allí también surgieron grupos que han diversificado las propuestas escénicas, como La Máscara, cuyas obras se centran en el mundo de la mujer. El autor difundió su metodología de trabajo en cursos y conferencias; este sistema fortaleció el movimiento colombiano y latinoamericano al dar criterios que guiaron la dramaturgia del Nuevo Teatro. Otros ejemplos son los siguientes: su estrecha colaboración con Santiago García y el grupo La Candelaria con quienes compartió espacios, ideas y puestas en escena; con Carlos José Reyes, con quien también trabajó en el montaje colectivo de su obra Soldados (1968), considerada un clásico del movimiento conocido como Nuevo Teatro Colombiano. El teatro de Enrique Buenaventura estuvo atento al acontecer nacional, se pueden cotejar los eventos más relevantes del país con la producción del autor para ver esta correlación. Su obra es, entonces, un lúcido instrumento de análisis de los sucesos inmediatos. Con sus dramas participó en los debates políticos e ideológicos que ocuparon el interés del momento, pues construyó metáforas que desenmascararon las intrigas y tejemanejes del establecimiento. Así, en Los papeles del infierno (1968) analizó la irrupción de la violencia que invadió la esfera pública y la privada, a la vez que diagnosticó su devastador 109


DOCUMENTOS • María Mercedes Jaramillo / Betty Osorio

efecto en la sociedad colombiana. Con La orgía anunció la ruptura del tejido social que libera los instintos y aniquila las relaciones humanas. Estas piezas cortas señalan que los criterios éticos desaparecen en una cultura donde el individuo se encuentra en situaciones límites de miseria. Con Proyecto piloto (1991) hizo una radiografía de la pérdida de valores de las elites gobernantes cuya metamorfosis apunta a su degradación. Sus obras conservan una atmósfera de actualidad y de conexión con el público porque son metáforas de la conducta humana, hecho que las hace universales. Por ejemplo, dramatizó el terrible impacto que la conquista española tuvo sobre la población nativa americana (Un Réquiem por el padre Las Casas); el terrible drama de la violencia bipartidista que fomenta el sacrificio de los inocentes a manos de un poder irracional, como en el caso de la Maestra y que es víctima de la rapacidad del Sargento (La Maestra); la explotación del hijo mudo por parte de la madre prostituta, que, para no morir de hambre, no tiene otra opción que la mendicidad (La orgía). Las diferentes versiones y montajes de algunas de sus obras son un claro indicio de que con ellas el autor respondió a los cambios sociales y que estuvo atento a su entorno de forma continua, actitud que le permitió reflexionar sobre el devenir histórico. Por ejemplo, A la diestra de Dios Padre (de 1956 a 1984) tiene cinco versiones en las que el protagonista va transformándose de acuerdo a los cambios de la estructura social. En las dos primeras versiones, el Peralta es un campesino que subvierte un orden feudal, basado en una identidad entre la estructura religiosa y la política, mientras que en las últimas se trata de un obrero con conciencia de clase. Las obras de Buenaventura ponen en entredicho el proyecto de la modernidad aliado con el capitalismo, con sus ideales de progreso y crecimiento material que generan, más adelante, el modelo neoliberal y sus consecuencias devastadoras en el ámbito social. Sus personajes marginales, por un lado, muestran el costo social del esquema que ha aumentado la brecha entre ricos y pobres; paradójicamente, campesinos y obreros no consumen El menú que sus manos producen y, poco a poco, se convierten en mendigos. Sus personajes de las elites, por otro lado, revelan la deshumanización que produce la concentración del poder que facilita la explotación del otro, la corrupción que destruye el contrato social y la descomposición que corroe las bases de la comunidad. Estas circunstancias deforman su condición hasta reducirlos a ratas que infestan la sociedad como en Proyecto Piloto. La obra poética de Enrique Buenaventura1 es menos conocida, pero no por ello menos importante; acompaña su 110

trabajo como dramaturgo y revela una reflexión continua sobre el ser humano enfrentado consigo mismo, sus instintos, su dimensión histórica y su vocación artística. Poemas y cantares2 recoge la obra poética de Buenaventura y se inicia con “Arte poética” donde definió su relación con el lenguaje, su lucha con la palabra y su concepción del espectáculo teatral, único e irrepetible. En el poema: “Préstame idioma”, el poeta pide el legado lírico que ha sido elaborado con el uso de la lengua, “jardín” del que cosecha “orquídeas robadoras de savias ajenas”, “maneras, y giros invisibles”; legado y arsenal con el que lucha en una “esgrima de sables y cuchillos”, ya que necesita “decir algunas cosas”. Esta idea fue elaborada en todo su quehacer artístico, pues concibió el arte como un proceso de [re]creación colectiva, de recuperación y actualización de temas y de estilos que analizan al ser y sus circunstancias. En “Retratos con aire de familia” confrontó el presente y el pasado de su propio devenir y dejó una constancia del paso del tiempo, de éxitos y fracasos, de la diáspora familiar. “Historias de la infamia” es un doloroso inventario del despojo y de la miseria humana, de la tragedia cotidiana de los “invisibles” y “desechables” del sistema. “Poemas a los que ya se fueron” son tributos a personajes y amigos entrañables. “Lamentos” son plegarias de un poeta incrédulo que expresan su tristeza e impotencia ante el infortunio ajeno. “Gozario de decires y proverbios” es un 'tour de force' que de-construye mitos y convenciones que controlan el imaginario popular y recortan la libertad individual. En “Canciones” registra el gozo y el dolor de vivir, aunque como dice en el poema “Cantar”: “El canto no arregla nada/ pero hay que seguir cantando. / A veces una mirada/ permite seguir andando.” “Poemas de amor y muerte” se nutren de su experiencia vital y registran las diferentes facetas del amor, los encuentros y desencuentros que dejan huellas indelebles. Así, en “Soneto” recupera esas 'batallas compartidas'cuando “De espaldas a la vida y a la muerte, / de frente al placer y a la caricia/ hicimos lo de siempre de tal suerte/ que tocamos la inédita delicia.” Los poemas de “Una noticia más” profundizan en el aspecto

1

2

Gracias al apoyo del Comité para la investigación y la creación de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes, y a los aportes de la Universidad de Antioquia y de Fitchburg State College, se logró llevar a cabo la primera parte de un proyecto que pretende reunir la obra completa de Enrique Buenaventura y que constará de nueve volúmenes. Volumen que inició la obra completa de Enrique Buenaventura que será publicada por La Universidad de Antioquia. Este proyecto editorial que recoge poesía, teatro y ensayos teóricos, está a cargo de María Mercedes Jaramillo, Betty Osorio y Mario Yepes.


El legado de Enrique Buenaventura

personal de la noticia periodística que reduce el contenido humano a estadísticas, y a la vez descalifican el sensacionalismo que explota el sufrimiento humano en aras de una mayor sintonización. “Personajes” es un recorrido por oficios y actitudes individuales que marcan la existencia. Mafalda es la compañera imprescindible en este viaje, pues sus ironías certeras orientan la mirada y desbaratan falaces convenciones. “Paisajes” recrea el deslumbramiento ante la majestuosidad del universo que nos rodea. “Existenciales” y “Preguntas” son poemas de tono filosófico que indagan el destino, el significado de la vida, la angustia existencial, los dilemas que nos acechan, el tiempo y la nada. La siguiente selección de poemas intenta acercar al lector al quehacer poético de Buenaventura; un espacio verbal que explora, con valor y sensibilidad, el horizonte cultural y el mundo privado que lo rodeó.

Préstame idioma Préstame idioma, tu herramienta, tu hacha vertiginosa, tu lámina de saliva, tu dulzura de mieles de la reina, y tu amargor también y tu escritura. Tu esencia que precede al pensamiento, que a su materia y su pulso da la forma, préstame tu vuelo lejos de la rama, tu profundo navegar con sombra de ballena. Préstame, idioma, tu alta torre con campanas a rebato arremetiendo, tus góticos arcos, tus columnas que sostienen delicadas y frágiles el cielo. Es prestado, no más, para lavarlo de impurezas y pústulas y heridas, préstame tu enredadera verde y rosa, préstame tus orquídeas robadoras de savias ajenas, préstame idioma tus maneras, tus giros invisibles, tu esgrima de sables y cuchillos y también tu puñal y tu pistola. Préstame idioma, más de tu nutrido arsenal y del jardín de rosas, préstame, idioma, tu palabra porque quiero decir algunas cosas.

Olvido Esta mujer que desconozco y a mi lado, como tierra callada está tendida, me desconoce y yace a mi costado

después de la batalla compartida. Fundidos dos en uno entrelazado acostados tomamos la medida de lo desconocido y encontrado y unimos a la muerte con la vida. De espaldas a la vida y a la muerte, de frente al placer y a la caricia hicimos lo de siempre de tal suerte que tocamos la inédita delicia. Después a lado y lado yació inerte el olvido sin más y sin malicia.

Inédito Me contiene la placenta. Nonato nado en el líquido primordial y me emborracho y me sonámbulo sin distinguir el día de la noche. Respiro con todas mis agallas en una burbuja, transparente luna sumergida sin sol y sin tierra y sin planetas en una mudez desgarrada por gritos en silencio. No me dejo dar a luz, me alumbro con una agonizante lámpara votiva o una menguante navegando en las tinieblas, Me muero sin nacer y mi sepultura es la flor de unas entrañas y cuando mi voz no oye su eco se revuelve ciega hiriendo las delicadas entretelas, desangrando los verticales ríos azules de la parturienta. 111


DOCUMENTOS • María Mercedes Jaramillo / Betty Osorio

Dúo ¿Dónde vas paloma mía que no te alcanza mi voz? Vuelo muy alto muy alto quiero llegar hasta el sol. El sol está aquí paloma, no olvides que soy tu sol. Te iluminas a ti mismo, No me alcanza tu esplendor. Regresa paloma mía, vuelve a tu nido de amor. Ya mis alas me sostienen, ya puedo decirte adiós. Adiós mi blanca paloma, tu ausencia se hará canción que llevará por el aire lo que murió entre los dos.

Bajo este árbol Bajo este árbol me enterraron. Bajo este árbol que llega hasta los cielos y se rodea del aire con pájaros cantores y hojas sueltas. Sus raíces, con mi sangre se nutrieron. No sube savia por sus gruesas venas, sube mi sangre por el tronco y por las ramas y se abre en rojas flores. Fui asesinado de noche por sicarios. Mi vida fue cortada de un tajo. Puedo ver la que iba a vivir. Lo que iba a vivir es lo que sueño. Un muerto sueña siempre su vida desde el día en que salió de su caverna, desde que vio la luz con ojos ciegos, desde su grito inicial, hasta que le llenaron la boca de tierra. Desde que lo metieron en una oscuridad sin tregua, desde que le anunciaron ceniza, desde que le dijeron nada. Desde que le detuvieron el deseo, desde que le contaron al revés su historia: De la muerte al nacimiento. Bajo este árbol me enterraron. Crece de mí y en lugar mío. Canta por mí en el viento, llora por mí en los aguaceros, 112

gime por mí en los vendavales, se llena de mis pájaros viajeros que son mis pensamientos y perfuma el aire con mi aliento. No necesito cruz ni cementerio, tengo mi árbol de mástil. Viajo cuando quiero, voy lejos y jamás me muevo. ¿Quién vive como yo la vida naciendo de la muerte y teniendo los huesos por semillas? Quizá todos. Quizá todos los que nacen, quizá todos los que viven, quizá toda la vida brota, vive y se renueva de todo lo enterrado en las raíces.

Bibliografía Arcila, G. (1983). Nuevo Teatro en Colombia: actividad creadora y política cultural. Bogotá: Ediciones CEIS. González Cajiao, F. (1986). Historia del teatro en Colombia. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura. Jaramillo, M. (1992). El nuevo teatro colombiano: arte y política. Medellín: Editorial de la Universidad de Antioquia. Pérez, M. (1989). Escenario de dos mundos: Inventario teatral de Iberoamérica. Madrid: Centro de documentación teatral. Piedrahita, G. (1996). La producción teatral en el movimiento del nuevo teatro colombiano. Cali: Corporación colombiana de teatro. Rizk, B. (1991). La dramaturgia de la creación colectiva. México: Grupo Editorial Gaceta. Ulchur, I. (1989). Los papeles del infierno de Enrique Buenaventura: imágenes de la violencia. Quito: Corporación de promoción universitaria. Yepez, M. (1999). La Historia y la Política en el Teatro: una especulación sobre lenguajes. El caso de dos obras de Enrique Buenaventura. Tesis de Maestría en Ciencias Políticas: Universidad de Antioquia.


Revista de Estudios Sociales, no. 17, febrero de 2004, 115-118.

GUERRAS, MEMORIA E HISTORIA Gonzalo Sánchez (2003). Bogotá: ICANH. Álvaro Camacho Guizado*

No entendemos lo que causa que las cosas sucedan. Historia es la ficción que inventamos para persuadirnos que los sucesos son conocibles y que la vida tiene orden y dirección. Por eso los eventos son siempre reinterpretados cuando cambian los valores. Necesitamos versiones nuevas de historia que justifiquen nuestros prejuicios actuales… Calvin, en diálogo con Hobbes

Trataré de explicar mis reacciones frente al libro de Gonzalo Sánchez, Guerras, memoria e historia, y sólo haré unos comentarios sobre los temas que con mucho atrevimiento considero los más importantes, aunque en algunos momentos deba desviarme, para hacer énfasis en una de las cuestiones nodales del texto: la historia y el reto de la recuperación de la memoria. La Violencia como vivencia Gonzalo nos introduce al tema con una muy viva y emocionante referencia a su infancia y a sus experiencias con una Violencia que lo asedió en su pueblo, desde niño, junto con su familia. Desde esa época, y a pesar de sus esfuerzos en contrario, el fantasma lo persigue. Este no es un tema ajeno para los colombianos: en mayor o menor medida a quienes pasamos de cierta edad, no digamos cuál, nos persigue y acecha esa sombra de la Violencia. Para otros, más jóvenes, el

*

Sociólogo. Director del Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales de la Universidad de los Andes.

asedio provendrá de la guerra. Violencia y guerra: temas que constituyen uno de los ejes fundamentales del trabajo de Gonzalo. Y digo lo de la edad y la experiencia porque a mí también me persigue la imagen de un pueblo gris, triste, frío, somnoliento, sin eso que después se llamaría dialéctica, pero pacífico, que de un momento a otro se convirtió en un escenario de violencia en el que el partido de gobierno, el conservador de Ospina y Laureano, se dedicó a tratar de homogenizar políticamente a la población, de convertirla en irrestricto apoyo gubernamental, y para esto sus agentes y simpatizantes no vacilaron en recurrir a la fuerza de las armas, al amedrentamiento, la amenaza, y, por qué no, la muerte. Y todo esto acompañado de manifestaciones callejeras, con motivo de las cuales se obligaba a todos los habitantes a izar banderas azules en las ventanas de sus casas, so pena de recibir venganzas posteriores. Y claro, esos habitantes oían los vivas a la Virgen del Carmen y a Cristo Rey y los abajos a los cachiporros, cuyas mamás eran objeto de innombrables epítetos. Eran la época, el departamento y el reinado de los chulavitas. De por allá salieron, y llegaron al Líbano, donde Gonzalo y su familia los padecieron, y de quienes, como ocurrió con mi familia, tuvieron que huir. Ahora bien, a diferencia de tantos colombianos que han pasado por experiencias similares, Gonzalo ha sabido derivar lo positivo de la vivencia, y por eso, luego de una vasta producción intelectual que le ha merecido un “Doctorado por obra”, que, bajo la dirección de Daniel Pécaut, le otorgó la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, hoy nos damos el gusto de leer este libro, que es una suma de su reflexión histórica, sociológica y política. Con él se ratifica

lo que alguna vez dijera Eduardo Pizarro: “Gonzalo es el papá de los violentólogos”, esa horrible caracterización de un oficio y que se popularizó luego de que una insistente periodista amiga, presa del síndrome de la chiva, nos preguntara a los miembros de la Comisión de Estudios de la Violencia qué estábamos haciendo, y para quitárnosla de encima, alguno de nosotros le dijo: “pues violentología”. Su venganza fue publicar el reportaje y por tanto popularizar la fea palabreja.

Violencia, guerra y memoria Vamos ahora sí a algunos elementos que componen el almendrón del texto. Un tema central se refiere al triple papel de la guerra: en la construcción de la historia de la nación, en los relatos que se tejen en medio de relaciones de poder y subordinación, en las huellas que se concretan en lo que Gonzalo llama “lugares de memoria”. Estas tres dimensiones, identidad, pluralidad y perennidad constituyen ejes de construcción de la historia, como objetivación de un pasado, y que se diferencia de la memoria en cuanto ésta es militante, construye relatos y es la presencia viva del pasado en el presente. Abusando de una metáfora al estilo de Claude Lévi-Strauss, podría decirse que la historia, en tanto cosificación, es “fría”, y que la memoria, como vivencia, es “caliente”. Ahora bien, en Colombia historia y memoria se comportan de maneras diferentes cuando se trata de la Violencia o cuando se trata de la guerra. En la historiografía tradicional de nuestra Violencia, hasta antes de que se produjera una nueva literatura científica que desentraña los más profundos significados de la contienda, y de la cual la muestra más 115


LECTURAS• Álvaro Camacho Guizado

evidente es la obra general de Gonzalo, ésta fue una Violencia multiforme y medio ciega en la que no hubo realmente ganadores ni perdedores; tanto es así que se pudo apaciguar al país a partir de un pacto elitario entre quienes habían estado en las posiciones de comando en la confrontación, y con sus retóricas y prácticas la estimularon. Para llegar a esta reconstrucción histórica sólo se necesita reconocer los nuevos ricos que usufructuaron tierras e hicieron fortunas y los centenares de miles de campesinos muertos.

Las preguntas En lo que sigue quiero recurrir a una estrategia que me facilita la presentación: me haré preguntas. Probablemente son algunas de las mismas que Gonzalo se ha formulado a lo largo de su vida intelectual. Primera pregunta: ¿Cómo nombrar al otro? Es claro que en las confrontaciones violentas las partes deben recurrir a técnicas y herramientas lingüísticas para enunciar al otro. Sólo que esta enunciación no es inocente: al definirlo, al otro se le asignan características que a la vez que lo satanizan, buscan enaltecer a quienes los bautizan. Durante la Violencia, las fuerzas del orden, del Estado, los conservadores y no pocos liberales, llamaron “chusma” a los campesinos que se defendían de la agresión. Los pájaros y paramilitares de ese entonces, en cambio, eran “guerrillas de paz”. En los extremos, se llegó a llamar a esos campesinos “comunistas”, cuando no acataban plenamente las instrucciones de la “oligarquía” liberal. Pues bien, hoy se han dado nuevos giros en la nominación. Cuando el presidente Pastrana se encontraba 116

inmerso en un proceso de paz, llamaba “guerrilleros” a las Farc. Y usaba este calificativo a contrapelo del general Mora, quien se ha solazado ya por años con su caracterización de la misma organización como una “cuadrilla de bandidos”. Son los mismos a quienes los campesinos de las regiones bajo su dominio llaman “los muchachos”. Y hoy hasta el presidente Uribe parece contagiado de este lenguaje condenatorio, y no baja de “bandidos” y de terroristas” a las Farc. Los guerrilleros, desde luego, tienen su propia retórica: el gobierno de Uribe es “vendepatrias”, “fascista” “terrorista de Estado”, “lacayo del imperialismo”… Y así, epítetos de esta naturaleza llevan la guerra a lo que Gonzalo llama “duelo en el terreno de los discursos”. La criminalización por el lenguaje es un arma muy poderosa. Segunda pregunta: ¿Cómo llamar lo que tenemos hoy? En los cincuentas se llamó Violencia a esa concatenación de múltiples procesos que incluían la confrontación partidista, el enriquecimiento ilícito, la defensa territorial, el acaparamiento de tierras y hasta las venganzas personales. Hoy, ¿estamos ante una guerra civil? ¿Una guerra revolucionaria? ¿Una guerra de nuevo tipo? ¿Una guerra contra la sociedad? Los debates son candentes, y la semántica al respecto es también algo más que purismo idiomático. Es una práctica con efectos políticos. Podríamos agregar que desde dos extremos buscamos caracterizaciones alternativas. Algunos piadosamente hablan de un “conflicto armado”; otros, como el presidente Uribe, niegan que haya un conflicto, y caracterizan el momento como una situación en la que cuarenta y cuatro millones de colombianos son

agredidos por una minoría de bandidos ricos. Tercera pregunta: ¿Cómo terminan las guerras? A diferencia de las revoluciones, que triunfan o son derrotadas, nuestras guerras parecen eternas, y además no resuelven los conflictos que las suscitaron o siquiera las impulsaron. Testigos han sido las diferentes amnistías e indultos, tan caros a nuestra historia y tema recurrente en el trabajo de Gonzalo: ellos no se cumplen (recordemos la suerte de Guadalupe Salcedo, Carlos Pizarro y muchos de los miles de militantes de la UP), no desmovilizan sino parcialmente (recordemos a Chispas, Desquite, Tirofijo y otros más), y sí dejan pendiente las dimensiones judiciales y morales y las necesidades de reparación de las víctimas. Nuestro más glorioso ejemplo es el Frente Nacional: su mayor gestión a este respecto fue un remedo de reparación: la colonización del Ariari, en la que el Estado mandó a las selvas a centenares de campesinos, con la condición de que fueran “damnificados” de la violencia. Unos cuantos créditos de la Caja Agraria y luego una gran oportunidad para que unos cuantos grandes propietarios ganaderos ensancharan sus propiedades. ¿Y lo demás? No, el Frente Nacional prefirió el olvido. El tema, sobra decirlo, es crucial hoy: en el supuesto, muy discutible desde luego, de que en un futuro cercano nos embarquemos en un proceso de paz medianamente exitoso, ¿caben las perspectivas tradicionales de amnistías e indultos? En el país ya no se enfrenta un gobierno con unos campesinos que se defienden en luchas y persecuciones más o menos locales con escopetas de fisto y organizaciones débiles y fragmentadas. Hoy estamos frente a una confrontación de ejércitos de


Guerras, memoria e historia

cobertura nacional, bien armados, organizados, y ciertamente muy ricos. ¿Será que el proceso terminará con una negociación de favorabilidad política, suspensión de penas, casa, beca y taxi? ¿Y los cerca de cuarenta años de lucha armada dónde quedan? ¿Y los millones de desplazados? ¿Y el acaparamiento y ensanche de propiedades agrarias a costa de los campesinos que huyen de sus tierras? ¿Y los humillados y ofendidos de Bojayá, El Tomate, Mapiripán, Trujillo y tantas otras masacres? No tengo muchas herramientas para examinar esta perspectiva. Sólo me basta decir que expertos y eruditos en el tema de la justicia transicional, como Iván Orozco, andan estrujándose el cerebro para imaginar una opción medianamente decorosa. Lo que sí puedo afirmar es que el eventual resultado de la actual confrontación no será una victoria decidida de ninguna de las partes, y que el tema tendrá que romper en dos nuestra historia. Cuarta pregunta: ¿Qué nos ha dejado la violencia, y qué nos dejará la guerra? La pregunta se conecta muy directamente con las respuestas a la anterior. Pero aún en medio de la incertidumbre sí podemos afirmar que la Violencia nos dejó un país fragmentado en lo regional, una expansión de la frontera agrícola hacia regiones no aptas para la agricultura, un acelerado y caótico proceso de urbanización. Y que la guerra probablemente dejará efectos más deletéreos aún: en las lógicas contemporáneas se encuentra que no hay unidad temática ni visión compartida de futuro: las diferentes fuerzas armadas ilegales tienen programas independientes, diversos, incongruentes. Tienen, sin embargo, algo en común: la pretensión de ser los voceros de la población, los

representantes legítimos de sus intereses. Esta expropiación de la voluntad y vocería popular se traducirá sin duda en que las posibilidades de autonomía de la población civil sean de nuevo frustradas. Quinta pregunta: ¿Y quién podrá representarnos? Entre tanto, la rutinización de la guerra y su consecuente ensuciamiento, la ausencia de paradigmas, no permiten crear identidades colectivas guerrilleras indispensables en una negociación. De hecho, del lado guerrillero su degradación e involución hacen controvertible su condición de actores políticos, y aunque reclaman luchar contra la incapacidad del Estado de satisfacer las necesidades de la población más pobre, sus prácticas de privatización de las funciones del Estado y su recurso constante a la coacción física de los ciudadanos anulan su pretensión. Y esto es así porque el potencial amenazante de las guerrillas y los paramilitares sobre la población es inversamente proporcional a su pretensión de representatividad. La insurgencia y la contrainsurgencia dejan así de ser vistas como una promesa de paz o nuevo orden y reactivan la memoria de la Violencia: extorsiones, secuestros, masacres, todo lo que constituye, en palabras de Gonzalo, “la herencia negativa de la violencia”. Probablemente la peor consecuencia de la expropiación de la voluntad popular por parte de las guerrillas es impedir la movilización social en pro de un orden alternativo. En cambio, ellas, a la manera del doctor Frankenstein, han creado su propio monstruo: los paramilitares. Y con ellos se configura una situación en la que ya no hay posibilidades de adhesión por la convicción o la

simpatía: ahora es el temor lo que permite a los extremos armados reclamar la aquiescencia de las poblaciones sometidas. Gonzalo llama a este fenómeno “la tribalización de la violencia”. Sexta pregunta: ¿Qué hacer con el pasado como memoria? Recordemos de nuevo la experiencia del olvido del Frente Nacional: cuando en 1961 Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna publicaron el primer tomo de La violencia en Colombia, las reacciones fueron fuertes y encontradas: algunos intelectuales y políticos liberales la colmaron de encomios, aunque alguno de ellos, como si quisiera exculpar a la dirigencia política, dijera que “El libro no parte de una división entre buenos y malos. En este libro hay un acusado: la sociedad colombiana”. Los conservadores, en cambio llegaron a expresar puntos de vista como que “los autores…se ganan la vida más indignamente que las cortesanas”, o que “Es un relato mañoso, y acomodaticio, respaldado por unos documentos secretos”. Olvido, exoneración de responsables, insultos, fueron, pues, algunas de las reacciones ante quienes quisieron construir una memoria de la Violencia. Son vívidas expresiones del olvido como recurso de poder: se pretendía hacer olvidar las arbitrariedades propias y negar las posibilidades de que las víctimas pudieran construir su memoria y buscar así aunque fuera una modesta reparación. Hoy enfrentamos situaciones diferentes, pero no tanto: como lo han demostrado otras experiencias recientes, como la de Suráfrica, lo que realmente está en juego es la necesidad de memoria, y con ella de la idea de justicia y de consolidación democrática. Y esta necesidad implica no sólo que las partes en contienda 117


LECTURAS• Álvaro Camacho Guizado

intenten al menos desarrollar una “ética de la guerra”, que permita que la reconstrucción del pasado sea menos traumática, y que los damnificados puedan al menos reconocer que la guerra fue eso: pasado, memoria, historia y que el porvenir valga la pena.

La crítica No puede un comentarista terminar su tarea sin señalar algo que no le gustó del libro. En mi caso, por más que rebusqué, sólo encontré dos punticos: primero, cuando aboca el tema internacional, y se refiere a la internacionalización negativa de Colombia, y cuando trata el espinoso tema de los efectos de la guerra colombiana sobre los países vecinos, Gonzalo habla de la “continentalización” de la guerra. Yo preferiría hablar de su

118

internacionalización, puesto que la exclusión de Europa significa desconocer las críticas que la Unión Europea ha formulado a la degradación del conflicto y a la política estadounidense. Significa no reconocer los apoyos a la paz negociada, a las críticas a las violaciones a los derechos humanos, que han formulados intelectuales e iglesias del viejo continente. Pero implica hacer caso omiso de la apreciación, que me parece ineludible, de que las gestiones de la Unión Europea serán absolutamente necesarias en una salida política y negociada a la guerra. Y segundo, sorprende que el tema del narcotráfico aparezca sólo al final del libro. En efecto, la mención se refiere a la estrategia del Plan Colombia y su metamorfosis del plan antinarcóticos en estrategia contrainsurgente. Dice Gonzalo con justicia que “bajo el

impacto de la universalización de la hegemonía norteamericana tiende a borrarse la distinción entre terrorismo y narcotráfico”. Pero esto no es todo lo que se puede decir del papel del narcotráfico en nuestra guerra. El paso de la guerra que desplegaron en defensa de su negocio y en su confrontación con el Estado, en la que actuaron como empresarios y comerciantes ilegales, como “gremio”, a la guerra que ahora activan en su condición de propietarios de tierras, y que se traduce en la barbarie paramilitar, se combina con el papel del mercado ilícito en el fortalecimiento de las arcas de la guerrilla y su acelerada degradación. Dejar esto de lado, me parece, es una falla. Consideremos solamente el papel que desempeñará el narcotráfico en la futura construcción de nuestra memoria.



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.