Editorial Francisco Leal Buitrago, director Los cambios profundos por los que atraviesa el mundo desde hace más de dos décadas han mostrado la fragilidad de los paradigmas de las ciencias sociales en que se apoyaban buena parte de sus análisis. Esos cambios han servido al mismo tiempo para valorizar disciplinas antes ignoradas en los centros de decisión de la vida pública, como la sociología y la ciencia política, ya que sus postulados no eran considerados como prioritarios por parte de quienes tomaban esas decisiones. Estos fenómenos, en apariencia contradictorios, obedecieron en buena parte a la toma de conciencia sobre la insuficiencia explicativa no sólo de las disciplinas sociales sino de las ciencias en general, y por tanto a la necesidad de buscar complementaciones para afinar los análisis sobre hechos y situaciones que generan ¡incertidumbre. Dentro de este proceso, las universidades de los países industrializados abrieron el camino a los estudios y programas interdisciplinarios, tanto en las ciencias sociales como en las ciencias básicas, a la vez que los proyectos tecnológicos requirieron del aporte de diferentes disciplinas para llenar vacíos antes ignorados. En los países del Tercer Mundo, sin embargo, el proceso fue mucho más lento, no obstante el avance observado en la última década. Durante estos años, las universidades y los gobiernos de los países menos industrializados han tenido en cuenta los aportes de las ciencias sociales, en un mundo cada vez más interconectado y requerido de perspectivas diversas. En Colombia la experiencia ha sido variada y ha estado cruzada por factores que como las violencias y sus implicaciones políticas e ideológicas han pesado más como restricciones que como estímulos, Sin embargo, a partir de los años noventa se observa un cambio importante, imbuido por el espíritu de la nueva Constitución y estimulado por un mundo donde el fin de la bipolaridad abrió nuevos espacios y redujo las prevenciones frente a muchas actividades sociales. La nueva situación que se vive ha mejorado de manera significativa el ambiente para la producción en las ciencias sociales, aunque persisten interferencias por causa de las violencias y hay notorias diferencias entre disciplinas y limitaciones en la capacidad de trascender las fronteras nacionales. Además, se perciben restricciones adicionales al adecuado desarrollo de las ciencias sociales, en particular por las deficiencias en la divulgación de sus aportes. Aunque con excepciones importantes, no hay suficientes medios de difusión escrita que tengan buena calidad. Todo este conjunto de factores fue el que motivó la creación de esta revista. Con ella, estamos seguros que llenaremos un vacío importante en el campo del pensamiento social, en momentos en que el país lo requiere con urgencia. La crisis política por la que atraviesa la nación necesita de ¡deas y orientación, con el fin de superar entre otras cosas la falta de liderazgos y decisiones para el bien común, carencias que han servido para entronizar vicios contrarios a cualquier idea de convivencia democrática. Esperamos, entonces, contribuir en forma decidida a esta imperiosa necesidad. La Revista de Estudios Sociales es una publicación cuatrimestral creada por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Los Andes y la Fundación Social, cuyo objetivo es contribuir a la difusión de los análisis y opiniones que sobre los problemas sociales elabore la comunidad académica nacional e internacional, además de otros sectores de la sociedad que merecen ser conocidos por la opinión pública. De esta manera, buscamos ampliar el campo del conocimiento en materias que contribuyen a entender mejor nuestra realidad más inmediata y a mejorar las condiciones de vida de la población.
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La estructura de la revista contempla seis secciones, a Saber: El Editorial, que destaca aspectos que merecen la atención de algún miembro del Comité Editorial; el Dossier que integra un conjunto de versiones sobre un problema específico de un contexto general; el Debate, que puede orientarse a responder los escritos de la sección anterior o transmitir entrevistas sobre un tema particular; la sección Otras voces, que destina a sectores que no necesariamente tiene cabida en las demás secciones; los Documentos, que difunden una o mas reflexiones sobre temas de interés social; y las Lecturas, que muestran adelantos bibliográficos en el campo de las ciencias sociales. Esta estructura de la revista se cruza con una política editorial que busca hacer énfasis en ciertos aspectos, entre los cuales cabe destacar los siguientes: proporcionar un espacio disponible para diferentes discursos como la teoría, la investigación, la coyuntura y la información bibliográfica; facilitar el intercambio de información sobre las ciencias sociales con buena parte de los países de la región latinoamericana; difundir la revista entre diferentes públicos y no sólo en el académico; incorporar diversos lenguajes, como el ensayo, el relato, el informe y el debate, para que el conocimiento sea de utilidad social; finalmente, tener una concepción amplia del concepto de investigación social, con el fin de dar cabida a expresiones ajenas al campo específico de las ciencias sociales. Este primer número de la revista se ocupa en la sección Dossier de problemas del país, mediante ensayos desde la óptica de las ciencias sociales. En esta sección hacen su contribución los profesores Fernando Cubides, Sergio De Zubiría, Jaime Jaramillo Uribe, Salomón Kalmanovitz, Oscar Mejía y Maritza Formizano, Jorge Morales, Luís Javier Orjuela, Mauricio Rubio y María Emma Wills. La sección Debate presenta respuestas a algunos de los planteamientos hechos en los ensayos del Dossier, por parte de analistas que no se inscriben dentro de las líneas ortodoxas de sus disciplinas. Participan en ella Fabio Giraldo, Manuel Hernández y Javier Saénz. Otras voces muestra el pensamiento de la juventud y otros aportes con el fin de consignar algunas de sus evidencias. La sección Documentos incluye los escritos “Antidisciplina, transdisciplina y redisciplinamientos del saber” de la analista chilena Nelly Richard, y “Sobre el crepúsculo de la sociología y el comienzo de otras narrativas” del sociólogo chileno José Joaquín Burnner. Por ultimo, la sección Lecturas presenta algunas reseñas de libros. Este número de la Revista Estudios Sociales se distribuye en forma gratuita entre personas e instituciones destacadas, para que lo conozcan y lo den a conocer a distintos públicos que estén interesados en los problemas sociales. De esta manera, comenzamos a cumplir con el objetivo de difundir análisis y opiniones sobre esta problemática. Invitamos a todos los lectores y a las instituciones que se ocupan de los asuntos sociales a adquirir su suscripción, con la seguridad de que de esta manera se contribuye al desarrollo del pensamiento social, y sobre todo a conformar un núcleo de opinión pública capaz de aportar con sus orientaciones a las soluciones de los graves problemas que enfrenta la sociedad en estos momentos. El segundo número de la revista, previsto para el próximo mes de diciembre estará dedicado al problema de la guerra y la paz en Colombia. Las ideas que se presenten las personas con experiencias en estas lides, a quienes les hemos solicitado su colaboración, garantizan de ante mano que vamos por el camino correcto hacia el cumplimiento de los propósitos que nos hemos propuesto.
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La Sociología en Colombia: Demandas y tribulaciones.
"Y aquí donde durante siglos no hubo reflexión crítica digna de ese nombre, florecen ahora los llamados "violentólogos". La única rama de la sociología específicamente colombiana"
Fernando Cubides Cipagauta* Antonio Caballero. II, 98
Partiendo de los balances institucionales que ofrece la entidad pública que financia investigación en el campo de la sociología, y aprovechando su experiencia como docente en la más antigua carrera de ésta disciplina existente en el país, el autor evalúa las tendencias más importantes en la última etapa, los problemas de investigación predominantes, los enfoques metodológicos que han prevalecido, y la manera, muy relativa, en que corresponden a los problemas sociales del país o en que se adecuan a las demandas sociales de conocimiento. Por último, se procura relacionar ese estado del arte, con las tendencias a nivel internacional.
1. Naturalmente, la violencia En el momento actual, es prácticamente un consenso admitir que el problema social más importante de Colombia es el de los recurrentes niveles de violencia que imperan en la vida social. Cuando en 1998 se afirma que la violencia es un problema social, no por ello se pretende eximirá los individuos o a los grupos y organizaciones que recurren a la violencia, a diferencia de lo que postulaba toda una corriente de criminología en los inicios del presente siglo. En efecto lo que para entonces era una corriente innovadora en el campo del derecho penal al aseverar que la sociedad era responsable, tendía a exonerar, o a diluir, las demás responsabilidades. (Recordemos a ese propósito los alegatos forenses de Jorge Eliécer Gaitán, el principal exponente del positivismo jurídico en Colombia). Y tal vez, dado el carácter impersonal, abstracto, de la noción de sociedad de la que se estaba partiendo, y a fuerza de reiterarlo como principio explicativo se produjo una reacción adversa al punto que llegó a considerarse una cuestión del pasado la pregunta por la sociedad, o el intento de establecer relaciones causales entre la estructura y el funcionamiento de una sociedad dada y los niveles de violencia que en ella se produjesen. He ahí porqué, cuando se publica la primera investigación seria y rigurosa, aplicando cánones metodológicos y de objetividad, sobre la violencia como problema, La violencia 1 en Colombia de junio de 1962 , con la que por cierto la sociología adquiere su primer reconocimiento como disciplina académica, los autores creen necesario introducirla con un enunciado ético, que además reafirman en la conclusión:
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Sociólogo, profesor del Departamento de Sociología, e investigador del Centro de Estudios Sociales (-CES-) de la Universidad Nacional de Colombia
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Germán Guzmán Campos y otros, La violencia en Colombia, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1962
(-Respecto de la violencia...-"Todos nos equivocamos, todos somos responsables") Una apelación a la sociedad en su conjunto, en procura de la aceptación del canon de objetividad, de la validez explicativa que se habían propuesto; querían significar además que el propósito del estudio no era reeditar las recriminaciones entre los partidos acerca de su recíproca responsabilidad, y menos aún los juicios sobre responsabilidades individuales, que dejaban a la esfera del derecho penal. En todo caso, en ese texto, ya un clásico, se procura una identificación de los grupos en conflicto, se esboza un análisis de la estructura social colombiana, con especial detenimiento en la situación de los propietarios agrarios y de los aparceros, los principales protagonistas de lo que de manera sumaria se denominaba el problema agrario en el período. Hay con todo una ambivalencia: el conflicto y la violencia se consideran intercambiables; se arriba en fin a una diferenciación entre uno y otro proceso; diferenciación analítica correspondiente a la que se da en la realidad, pero como no se ha partido de esa distinción el análisis por momentos se confunde el lector puede concluir que la violencia se explica por el conflicto, y las apelaciones genéricas a la sociedad, la reafirmación ética de la responsabilidad colectiva así parecen corroborarlo. Con la polémica suscitada y la gran difusión del texto que recoge las conclusiones de ese trabajo investigativo, todo un éxito de librería, se abre un largo intervalo, en el que se aclimata la disciplina al tiempo que se diversifican los temas de investigación, todo ello a la vez que se va produciendo un gran aislamiento, una pérdida de nexos con lo que se hace en otras latitudes, un parroquialismo creciente. Ahora en cambio el consenso que paulatinamente se produce, procura la identificación de los protagonistas, directos e indirectos; de las victimas y de sus dolientes. No se considera que una apelación genérica a la sociedad resuelva la cuestión de las demás responsabilidades, o convierta al ejecutor en un instrumento ciego o inconsciente.
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Ese es el significado que encontramos en el empleo generalizado del concepto, tan en boga hoy, de 'actores sociales", y en la consiguiente connotación de que el uso de la violencia responde a ciertos cálculos racionales, a una determinada relación entre los medios y el fin, por reprobable o execrable que sea en el plano ético/Mores del conflicto armado" o 'actores organizados de violencia" son apenas variantes, algo más sofisticadas, del enunciado anterior. Y a la vez la profusión y diversidad que ha adquirido la violencia, la pluralidad de actores y de móviles identificados, hacen ineludible el cotejo a escala transnacional, la comparación con variantes nacionales distintas, la puesta en un contexto global de lo que aquí viene ocurriendo con los índices de hechos violentos de sociedades distintas a la nuestra. El hito inicial de ese enfoque lo podemos hallar en el trabajo aparecido hace algo más de una década Colombia: violencia y 2 democracia en 1987 producto de una Comisión que era a la vez un equipo de diez investigadores, cinco de cuyos miembros tenían a la sociología como su formación básica. Lo que sobresale de ese trabajo para el lector común es el esfuerzo de clasificación, de diferenciación de las modalidades de violencia, la diversidad de sus protagonistas y la pluralidad de sus victimas. Diferenciación analítica que les lleva a establecer diez categorías, que en su momento pretendieron ser exhaustivas a la vez que excluyentes entre si, en otras palabras distinguir entre distintos tipos de manifestaciones del fenómeno, y a la vez comprenderlas a todas en el análisis Para entonces ya era claramente perceptible el incremento sostenido en las tasas de homicidio y de secuestro, y responder a esa dimensión empírica del problema, era la principal motivación de los investigadores a la vez que la razón principal por la que el estudio se encargó.
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Comisión de Estudios sobre la violencia, Colombia: violencia y democracia. Bogotá. Universidad Nacional de Colombia. 1987
Con posterioridad a ese trabajo el intento de discernir la lógica de los distintos y muy variados actores que recurren a la violencia en la sociedad colombiana fue cobrando autonomía. Se convirtió en una tendencia predominante en varias de las ciencias sociales, pero en particular en la ciencia política. Hasta el punto que el examen de la estrategia de dichos actores, su organigrama, el grado de autonomía que se le atribuye a sus acciones ha conducido a soslayar o incluso a desvirtuar, la pregunta por la sociedad. La tendencia es, pues, a considerar a los actores en sí, como si ellos se dictasen su propio libreto. Y por cierto que aquí cabe la metáfora de las artes escénicas, pues el lenguaje de los 'actores sociales" se presta a ser entendido de manera equívoca por el lector común: a ser entendido como si se tratase de representaciones, de acciones con visos teatrales a escala de toda una sociedad, de hecho ese estilo de análisis fija su atención en los protagonistas de primera fila, y el "coro" con cuyas acciones está interactuando (esto es, en el lenguaje no teatral el grupo o sector de la sociedad que representa, quienes no tengan un rol protagónico) tiende a quedar en el anonimato. Ante la fragmentación que se ha estado produciendo, la acentuada dinámica del conflicto intenso asociado a la violencia en la periferia, una corriente demográfica en la misma dirección que ha ocupado amplios espacios en la Amazonia y en la Orinoquía y la consolidación de baluartes territoriales por parte de la guerrilla y de los paramilitares, se ha impuesto la innovación metodológica Hacer de la necesidad virtud en este caso significó adoptar técnicas de investigación y de exposición que se adecuaran a esa dispersión del poblamiento y a la virulencia del conflicto armado. A lo anterior se añade el carácter ilegal de la actividad económica que moviliza los frentes más activos de la colonización en la última etapa. Todo ello ha conducido, como lo explica Alfredo Molano el maestro del género, a que se explore a fondo el destino de individuos, su propia versión de los avalares de su existencia, en busca de los hilos y redes a los que está vinculado. La historia de vida obtenida mediante entrevistas con
personajes escogidos por su tipicidad, por su antigüedad o por su representatividad (y comenzó por ser “el único recurso posible” para el abordaje de las dimensiones más conflictivas de la realidad en las 'sociedades de frontera", es decir en las áreas de un poblamiento periférico y reciente) es recreada luego mediante la confrontación con otros destinos individuales y con la información documental que es accesible al investigador; y ya reconstruida vertida en un relato de tono coloquial, en el más popular de los lenguajes, con todos los tics y muletillas del habla corriente, en una narrativa muy próxima a la de la novela. Es un trabajo que ha sabido llegar al lector corriente de modo masivo y desde el primero de la serie sobre el tema, el libro Selva adentro sobre la colonización en el Guaviare, cada una de sus títulos es a la vez un suceso de librería. El método y el estilo han tenido continuadores e imitadores menos afortunados, pero sus mejores productos admiten ser parangonados con La Vorágine, en cuanto le presentan al ciudadano de a pie, al lector urbano toda una dimensión de la realidad social del presente, que le seria imposible de conocer por cualquier otra vía. La labor del investigador, además de la selección de los entrevistados y de la realización de las entrevistas, consiste en tomar un relato cuya coherencia, por lo general es precaria, y convertirlo para el lector en una secuencia significante y orientada de acontecimientos. Ofrecer un -contexto, que contiene además las claves del desciframiento de los que hay de social y de interacción, en las acciones que ha llevado a cabo el individuo en cuestión. En la etapa más reciente, Molano y su obra han contribuido como ningún otro a la difusión del conocimiento sobre los aspectos más problemáticos de la realidad social colombiana y, por esa vía, a la visibilidad social del sociólogo. Pero las ventajas de ese método y de esa capacidad expositiva no pueden ser replicadas en todas las escalas, y para todos los actores. Cuestión de magnitud y de complejidad, si la historia oral "es apta para la historia olvidada o prohibida y además para registrar la
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vida que se agita inédita ante nuestros ojos" corno afirma uno de sus defensores, no resulta del todo adecuada para examinar a las organizaciones más complejas, a los actores colectivos de la violencia, a quienes son poco inclinados a revelar sus fines, o la relación que exista entre ellos y los medios a los que acuden. Para suplir esa falta es para lo que ha recibido un creciente desarrollo la ciencia política y su enfoque centrado en instituciones y aparatos. Sacando el máximo provecho a la información documental, sometiéndola a una criba para separar lo que es propaganda y guerra psicológica de lo que son motivos reales y cifras comprobables, para este enfoque la palabra y el concepto de estrategia vienen siendo la clave de la comprensión. Sin embargo el sesgo posible entonces es el de considerar el aparato u organización en si mismos, el de concebirlos como un sistema cerrado, como un ente autónomo. Esa autonomización creciente es lo que ocurre por ejemplo con la así denominada 'sociología de la guerrilla"; si comenzó con un examen de los problemas agrarios de ciertas regiones que pudieran estar en el origen de una de las organizaciones guerrilleras existentes en Colombia, el análisis de su evolución, de su expansión territorial, va convirtiendo ese juicio de realidad en una premisa, tras lo cual se aplica un esquema a los distintos organigramas o pautas organizativas y se clasifican las distintas organizaciones guerrilleras surgidas con posterioridad ("guerrilla militar",''guerrilla de partido" "guerrilla societal"3). La premisa sin embargo no vuelve a ser retomada para entender el origen social que predomina en su contingente, en sus cuadros y en sus dirigentes; tampoco para estudiar su procedencia regional, el peso específico del sector urbano en la composición de sus cuadros y en su dispositivo. Y los antedichos son interrogantes claves de responder para entender la génesis y evolución de la guerrilla, demandas específicas de conocimiento a la sociológia, que hasta ahora no ha satisfecho.
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Eduardo Pizarro, "Elementos para una sociología de la guerrilla" en Análisis Político, N°12, Bogotá, enero abril de 1991.
Las limitaciones de ese enfoque quedan aún más patentes cuando se aplica a comprender fenómeno del para militarismo. Los datos acerca de su surgimiento son concluyentes respecto de su carácter meramente instrumental: peones del narcotráfico, arietes del proceso de expansión de un nuevo tipo de gran propiedad agraria producto a su vez de la inversión del capital de los narcos. Reiterado ese principio explicativo para cada uno de los casos, ciñéndose a partir de allí en su estructura interna, en su modus operandi, no es posible entender su expansión territorial, el grado de arraigo que han adquirido en ciertas regiones, el apoyo que han conseguido en ciertos grupos sociales distintos a los que les dieron origen (por segmentarios que sean), lo metódico de su imitación de orientaciones y pautas organizativas de la guerrilla. Pero al margen de sus alcances y limitaciones, un cotejo elemental de las principales medidas gubernamentales en los dos últimos periodos lo que revela es la gradual aproximación entre la investigación académica y el proceso de toma de decisiones, así sea con efecto retardado. Si se toma el grueso del análisis y las recomendaciones del libro que ya mencionábamos, Colombia: Violencia y Democracia (1987) y se las coteja con las metas de la Estrategia Nacional contra la Violencia (1991) se podrá comprobar que la segunda es la puesta en lenguaje institucional de todas y cada una de aquellas recomendaciones. Es posible que el diagnóstico sea imperfecto, o que las medidas adoptadas sean incongruentes, o desvirtúen lo recomendado, pero en todo caso no es dable hablar hoy de una divergencia fundamental entre quienes producen el conocimiento sobre la sociedad, y quienes toman las decisiones y formulan las políticas que pretenden incidir en los problemas sociales más graves, en este caso la violencia. Ese tópico del divorcio tajante entre el saber y el poder, era propio de décadas anteriores, pero hace rato no es vigente.
Completar el diagnóstico, o rectificarlo, conlleva examinar la gran diversidad de efectos que la violencia preexistente ha tenido, y como sostiene un colombianismo francés, Daniel Pécaut, explorar la variedad de estrategias de adaptación a un contexto general izado de violencia por las distintas capas y grupos sociales. Entender aquel las actitudes que logran coexistir con altos niveles de violencia, los mecanismos que entran en juego en la rutinización o canalización del hecho violento, se convierte en un programa de investigación para tiempos difíciles. Conlleva así mismo retinar el análisis de la distribución espacial de las adscripciones territoriales de los actores violentos, poner al día, con todas las salvedades acerca de lo difícil de encuadrar en el tiempo y en el espacio tanto dinamismo y trashumanda, aquel capítulo del primer trabajo que mencionábamos acerca de la "geografía de la violencia" que ha tenido continuidad en varios autores y trabajos, pero que sigue estando por debajo de las demandas de conocimiento que las propias regiones expresan. En efecto, ante un creciente escepticismo acerca de soluciones que provengan del epicentro, se abre paso una actitud negociadora, y unas específicas demandas de conocimiento acerca de las dimensiones regionales del problema. 2. Diversificación y traslapes Pero el de la violencia no ha sido el único y, si nos atenemos a los consabidos balances institucionales, ni siquiera el principal-de los problemas 4 sociales investigados por la sociología La violencia es tan sólo el problema que le ha otorgado más reconocimiento a la disciplina de cara a los profanos, más visibilidad pública a sus practicantes. Los "usos" de la sociología han sido múltiples, y sorprenden a los propios sociólogos, por su heterogeneidad. En
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En un estimativo elaborado por Colciencias acerca de la distribución de proyectos de investigación por áreas temáticas, la violencia aparece aperas en 8° lugar, en el último de la clasificación adoptada, para el periodo 1991-1996 y englobada bajo la denominación genérica "Conflicto. Justicia y democracia"-Véase Penélope Rodríguez; Sehk. "Hacia una sociedad del conocimiento" en Colombia Ciencia & Tecnología, Vol 14, s N 4, Bogotá, Colciencías, diciembre de 1996
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Colombia a fines del siglo XX sí resulta particularmente cierta aquella afirmación de Daniel Bell: el sociólogo es el último especialista...en generalidades. Su acción profesional se ha diversificado, su influencia es cada vez más difusa, y sus oportunidades laborales, pese a los vaticinios adversos, han mejorado en forma progresiva.
dé planeación) de todos tas disciplinas de las ciencias sociales, la sociología es la que ha provisto el mayor número de administradores públicos desde 1991.
Tal vez no haya habido concepto proveniente de una matriz teórica de la sociología que se haya divulgado más hasta el punto de adquirir la fuerza de un prejuicio popular que el concepto de legitimidad. Con anterioridad a la discusión constitucional de 1991, durante ella y desde entonces, se ha convertido en el más utilizado para iluminar las fisuras e intersticios que aparecen en la relación entre la sociedad y el régimen político. Ya el propio proyecto gubernamental lo definía como el propósito principal de la Reforma Constitucional: recuperar la legitimidad para el Estado colombiano. Y lo más interesante es que su amplia divulgación, no ha conllevado una significativa pérdida de sentido, una distorsión importante. Donde quiera que se lo ha empleado, se lo aplica en su connotación más adecuada: la validez que se otorga a un orden dado, su grado de aceptación por parte de quienes aspira a regir.
El riesgo de la cooptación, contra el que se advierte siempre, es decir la tendencia a ser absorbidos y predeterminados en su labor por los fines de las entidades a los que se vinculan, en detrimento de su capacidad crítica y de análisis relativamente independiente, no es única ni exclusivamente, de quien asume funciones directas como administrador o consejero en un organismo altamente burocratizado; aún los más independientes y autosuficientes de los sociólogos productores de conocimiento se halla en ese riesgo, y alguno de los clásicos de la disciplina lo mencionó abiertamente: la cooptación es como un virus, y el más activo de todos es el que existe cuando el sociólogo se metamorfosea en figura pública y es cooptado por el público al cual se dirige. Buscar una deliberada identificación con el auditorio, procurar a toda costa captar oyentes entre quienes tienen fe misión de adoptar decisiones en las burocracias públicas o privadas, entraña una gradual pérdida de independencia.
Pero en un sentido más práctico el ordenamiento institucional que surge de la Constitución de 1991 conlleva un abanico de oportunidades para aplicar la poca o mucha destreza del saber profesional del sociólogo: se puede constatar empíricamente que la traslación de funciones a los niveles departamental, municipal y local, demandan un tipo de administrador que al menos esté en condiciones de identificar grupos de población necesitados, de focalizar demandas específicas de recursos, de asignar prioridades sociales a la inversión pública en esos niveles. Si no todos son sociólogos de formación, al menos fungen como tales. No hay estadísticas confiables al respecto, tan solo percepciones y apreciaciones puntuales, y vayan a título L de ejemplo, pero en regiones geográficas a la vez que administrativas como la Orinoquía y la Amazonia (en las Corporaciones Regionales y en los organismos de
En todo caso la versatilidad, la polivalencia de las funciones que desempeñan los sociólogos en su inserción laboral tal vez ayuden a explicar una característica atípica de la Colombia actual: mientras en 1990 James Coleman, entonces presidente de la Asociación norteamericana de Sociología, constataba un abrupto descenso de la matrícula estudiantil en esa área en las universidades norteamericanas y el cierre de varios Departamentos, y mientras en Europa se constataba una suerte de crisis de identidad de los sociólogos frente al auge de otras disciplinas y de nuevas especialidades, en Colombia por el contrario la sociología parece gozar de cabal salud: aunque con síntomas de estancamiento en sus curriculum, la matrícula estudiantil crece, se reabren Departamentos antes clausurados, e incluso se funda alguno nuevo.
Al apoyarnos de nuevo en el balance que establece la entidad estatal que financia proyectos de investigación, y que mencionábamos arriba, se obtiene una idea somera, acerca de los otros núcleos problemáticos, y de las eventuales demandas sociales que hay tras su formulación. Se descubre en todo caso que el interés particular del investigador al formularlo, o de la entidad a la que pertenece, no está en relación directa con una necesidad social identificada. Aun cuando los puntos de intersección en éste caso llevarían a pensara un observador desprevenido que el país del que se trata es una suerte de país "normal": el mayor monto se destinó a proyectos sobre identidad cultural, en segundo lugar proyectos sobre sistema político y relaciones de poder, en tercer lugar los proyectos sobre desarrollo regional y dinámica social, y así sucesivamente, hasta la última categoría, que es en la cual se ubican los proyectos sobre conflicto y violencia. Ha habido, sin embargo, un viraje en el último año, y por fin se han abierto convocatorias en que de modo explícito se enuncia la relación diferenciada entre el conflicto y la violencia como un prioridad de conocimiento. Y precisamente en esa distinción, real y analítica, entre el conflicto y la violencia es que hay que hacer hincapié, pues una y otra vez tiende a confundirse, y no en menor medida por parte de los sociólogos o de quienes asumen su rol. Si teóricamente está claro que el conflicto no puede excluirse de la vida social, y que la paz no es la ausencia del conflicto sino una modificación en su forma, un encauzamiento, en demasiadas intervenciones y pronunciamientos, y en muchos proyectos de investigación tienden a considerarse intercambiables el NT conflicto y la violencia. A comienzos de la década de 1990 se llevaron a cabo excelentes investigaciones para detectar el surgimiento de movimientos sociales de distinto arraigo y duración, pero la recurrencia y la intensificación de los niveles de violencia han desplazado el interés, y en ocasiones ha subsumido el conflicto en la violencia dando por sentado que de modo, ineluctable
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el uno genere a la otra. Podrían citarse a este respecto dos breves y representativos ejemplos: uno tomado de la Carta de civilidad en la que la anterior administración municipal quiso plasmar su legado en materia de cultura ciudadana y convivencia y en cuya redacción participaron algunos sociólogos; allí se puede leer de manera lánguida aunque sentenciosa: "Bogotá es una ciudad anónima y heterogénea... El divorcio de nuestros comportamientos habituales y las normas que los regulan es una causa central de conflictos. Las normas jurídicas sirven hoy poco para ordenar nuestra vida..." El segundo proviene quien ha asumido las funciones de negociador en el presente gobierno, José Noé Ríos, y quien en su libro reciente, Cómo negociar a partir de la importancia del 5 otro , en donde se propone resumir sus experiencias y aleccionar sobre el arte de la negociación, tras un comienzo en que con el ritualismo etimológico del caso (la consabida cita de la definición de conflicto en el Diccionario de la Real Academia) en el curso de su exposición posterior- en particular en su apartado sobre la naturaleza del conflicto- esa claridad se pierde y de allí en adelante habla indistintamente de conflicto y de violencia. Como si el arte de la negociación en el que se considera experto fuese tan sólo el de la negociación entre poderes armados, o en otras palabras sólo quien recurre a la violencia da lugar a un proceso negociador. Es una distorsión propiamente colombiana, dar por sentado cuando se trata de conflicto que es conflicto armado, y que la violencia le es consustancial, el conflicto es visto entonces sólo en lo 6 que tiene de negativo . En todo caso, por formación, el sociólogo debería estar sensibilizado para reconocer siempre la diferencia entre el conflicto y la violencia Lo omnipresente de la violencia no ha impedido sin embargo, que proliferen los temas, y respondiendo a pautas globales, la sociología haya avanzado en el sentido de una 5
José Noé Ríos, Cómo negociara partir de la importancia del otro Bogotá, Planeta, 1997.
creciente esencialización, de una diversificación de los temas y problemas a los que se aplica. En este caso la pista no la constituyen balances institucionales como el mencionado al comienzo de esta apartado: el predominio del empleo de los recursos públicos entes proyectos de investigación sobre identidad cultural puede tener que ver más con la formación profesional de quien los haya asignado en el período en cuestión, que con demandas reales. Con la participación de sociólogos, hace diez años se publicó el primer mapa de la distribución de la pobreza en Colombia. Con todas sus imperfecciones y su falta de cobertura en las regiones más apartadas, desde 1973 el formulario censal que se aplica emplea la noción de Necesidades Básicas Insatisfechas (y entre especialistas, conocido como indicador por su sigla: NBI) y la utiliza para construir indicadores acerca de los niveles de pobreza; existen en la actualidad tres publicaciones periódicas especializadas en la compilación y exposición de los indicadores sociales. En todo caso la discusión sobre las metodologías de la medición de la pobreza, y las variaciones'' observables entre los censos de 1973, 1985 y 1993 interpelan a los sociólogos, les ofrecen una fundamentación empírica a sus conceptualizaciones sobre los niveles de pobreza y su distribución territorial, que en todo caso no cuenta todavía con una producción intelectual correspondiente. Las posibilidades para el desarrollo de esa línea de trabajo, han dependido, claro está, de políticas públicas, de la asignación de recursos para la investigación, incluso de la participación y contribución de organizaciones internacionales (Como el PNUD, Programa de las Naciones Unidas). Incluso hay quienes se preguntan por la conveniencia de tener criterios distintos a la calidad intrínseca a la hora de asignar dichos recursos. En un balance hecho de manera autónoma por un sociólogo, Fernando Uricochea
la categorización temática de lo que tos practicantes de la disciplina hacen y se proponen hacer, tras señalar a la violencia como núcleo problemático predominante, se encuentra la siguiente secuencia: temas de sociología política, sociología de la educación (con una variación; ahora se centran en el nivel más alto, la universidad) estudios de género y sociología de te religión. A esa categorización temática principal le siguen algunos temas derivados y recientes: gobernabilidad, desarrollo regional, ordenamiento territorial/planificación en los niveles 7 regional y local. La tendencia a fijar prioridades temáticas y a discutir los criterios de asignación de los recursos públicos, es ineludible en la medida en que los recursos para la investigación escasean (no es un sesgo o prurito 'estafeta": una constatación elemental de dos décadas puede mostrar que el principal financiador o 'demandante" de conocimiento acerca de la sociedad ha sido el Estado) y en la medida que se puede comprobar que dichos recursos se han contraído debido a los ajustes presupuestales y fiscales, por ende están sujetos a una intrincada competencia. Por cierto la fragmentación--social y la territorialización de la violencia, conspiran contra el ideal de una progresiva autonomía de la disciplina, y contra la configuración de una jerarquía basada en el mérito. Bastaría constatar que la búsqueda de información, dé la fundamentación empírica sobré el terreno, para cualquiera de los temas que el propio Uricoechea enuncia como importantes, por conspicuo que sea, y por alejado que esté de los factores y actores del conflicto armado (pongamos por caso impacto ambiental u ordenamiento territorial) requiere que el investigador se desplace a las regiones en que el conflicto armado es intenso, y deba él mismo emprender una negociación con los poderes armados que imperen para ver de realizar su trabajo.
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En tanto que en la teoría sociológica existe una larga lista de autores, entre los que bastaría mencionar a Weber, a Simmel, a L. Coser y Julien Freund, para quienes el conflicto es básicamente positivo, y es apreciado en la función integradora que desempeña tanto en el ámbito microsociológico, como en la sociedad en su conjunto.
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Véase Fernando Uricoechea, "La sociología en Colombia: hacia una definición de políticas", documento presentado a Colciencias, julio de 1997.
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3. ¿Nuevas fronteras? Como lo señalan los historiadores de las ciencias sociales, la noción y la práctica del trabajo interdisciplinario proviene de los años inmediatamente posteriores a la vasta crisis del capitalismo que se denominó "La Gran Depresión". Se hizo patente entonces que ninguna de ellas podía comprender la magnitud de los efectos sociales de la crisis, y que todas habían fallado en predecirla. Al surgir, y de modo paulatino, al hacerse más frecuente la conformación de grupos de profesionales de distintas disciplinas con el fin de abordar problemas específicos, la tendencia se ha afirmado a escala universal. En el caso de la sociología, para cada una de las categorías temáticas señaladas arriba, se puede constatar la participación del sociólogo y de las matrices teóricas de la sociología en la realización de los trabajos más destacados. Su versatilidad, su polivalencia, y el rango de abstracción de las teorías en las que se forma, le confieren al sociólogo una cierta ventaja a la hora de conformar equipos de investigación de naturaleza interdisciplinaria. A condición, claro de que se actualice y adapte a un contexto cambiante: no es posible hoy entender las características de un capitalismo en que el sector servicios tiene tal peso específico, con los conceptos y teorías propias de la industrialización clásica. No es posible entender el tipo de capitalismo existente hoy en su Colombia y las características de sus empresarios si se continúa aplicando la noción del capitalista ideal de la era puritana, el paradigma del ascetismo mundano a lo Benjamín Franklin. Volverá plantear la pregunta sobre la sociedad significa en este caso estar preparado para captar algunas de sus tendencias más dinámicas, así sea valiéndose de herramientas tradicionales, por ejemplo la información censal y las medidas demográficas. Una interesante y aleccionadora mirada es la que se puede echar hoy a algunas de las publicaciones didácticas de hace unas pocas décadas, para captar en sus trazos más gruesos lo singular de
nuestra dinámica demográfica. En 1962 la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica publicó la primera edición del Atlas del Nuevo Mundo del que es autor el especialista en cartografía J. Hernández Millares; allí hay información básica sobre cada uno de los países de América, y un mapa también básico y actualizado a la fecha, con información que por lo general proviene del Instituto Geográfico de cada país, casi siempre un Instituto militar. Una escueta mirada al mapa de Colombia de entonces, una comparación también escueta con el de los países latinoamericanos más afines al nuestro y con los mapas más recientes, nos ilustra sobre la rapidez de los cambios ocurridos en las tres últimas décadas. Cambios que para el caso de Colombia parecen más drásticos: lo que hoy son ciudades como Puerto Boyacá, como Granada (Meta), como Apartado, entonces no figuraban siquiera como puntos poblados; y a la inversa, figuran en aquel mapa municipios (como Moreno, en el Casanare) hoy del todo desaparecidos. Volver a formular la pregunta por la sociedad e intentar responderla, significa, por ejemplo, entender el fenómeno del desplazamiento forzoso, medirlo y valorar sus efectos a mediano y a largo plazo. Se sigue manejando una cifra que ya tiene visos de legendaria a fuer de utilizársela: un millón de desplazados. Tras la aparente precisión de la cifra neta, solo hay perplejidad. La única medición reciente fue la obtenida ya hace varios años a instancias de la Conferencia Episcopal y cuando el fenómeno era menos intenso; desde entonces se la reajusta periódicamente sobre la base de informaciones regionales, pero con creciente dudas acerca de su cobertura real., y sin que haya posibilidad de contrastarla dados los flujos y reflujos del desplazamiento. Si eso ocurre con la magnitud gruesa del fenómeno, ¿qué puede decirse de sus otras características y efectos ?. Tal vez se comprenda entonces que es necesario un esfuerzo especial, retomar el análisis donde lo dejaron algunos trabajos monográficos que hicieron el registro e interpretación de "los
movimientos sociales", hace poco menos de diez años, pero que no continuaron con la misma dedicación y explorar a fondo sus componentes y su significación. Aplicarse a entender la gestación de nuevos movimientos sociales, por embrionarios que sean, su dinámica conflictiva y las probabilidades de que desencadenen nuevos hechos de violencia en un contexto generalizado que los propicia, es un imperativo. Por ejemplo, las movilizaciones campesinas de marzo y abril de 1996 en él Caquetá sacaron a la luz todo un mundo social que era desconocido para el habitante urbano, para el colombiano de a la pie. La flamante "Acta de acuerdo entre el Gobierno nacional y los campesinos e indígenas marchistas del Departamento del Caquetá" es un documento de gran valor, pues allí en su propia voz, encontramos una gama bien diferenciada de sectores sociales ligados a los que se denominan 'tuitivos ilícitos", se percibe la lógica de esa diferenciación, y en medio del conflicto y la represión más intensos, se percibe a la vez ese esfuerzo por llegar a acuerdos, por darle curso a una estrategia adaptativa por parte de los dirigentes de las movilizaciones. Salen a la luz entonces sectores campesinos tan diversos que no admiten ya ser englobados en la expresión periodística: "campesinos cocaleros" (Que por cierto, salvo excepciones, la investigación social ha tendido a aceptar y a adoptar acríticamente). Los riesgos de semejante simplificación quedaron a la vista, y de cara al espectador corriente, menudearon las evidencias sobre lo intrincado de la economía cocalera, lo amplio de las recles y circuitos que crea y | lo complejo de la división del trabajo que está introduciendo en las áreas donde predomina. Ese mundo social, y la documentación en donde se recogen sus aspiraciones están allí como materia en bruto, no han sido interpretados de manera adecuada, apenas han dado lugar a algunas crónicas puntuales. Y tal vez por sus características intrincadas, requiere ante todo de un enfoque interdisciplinario.
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Si a la tradicional dicotomía entre el mundo rural y el mundo urbano propia de la primera etapa de la sociología colombiana hace mucho se la abandonó para dar lugar a las imbricaciones, y entender la continuidad entre lo uno y lo otro, persiste una disociación entre lo endógeno y lo exógeno que merece ser reconsiderada. La mejor manera de esquivar el destino de ser "un pequeño profeta asalariado por el Estado" según la definición irónica que da del sociólogo un clásico de la disciplina, es examinar los problemas con la óptica de lo universal. Y para ello las comparaciones con otros "casos" nacionales son el paso intermedio. Ni parroquialismo, ni cosmopolitismo per se; claro que en el desarrollo de la sociología colombiana ha habido mucho más de lo primero, ha predominado en ella la perspectiva regionalista y "etnocéntrica" (dicho esto último con todas las inhibiciones que suscita) pero en todo caso una disciplina que surgió ante todo para entender las características de la modernidad en su extensión más amplia, debe ser comparativa. Con lo estridente del contraste en la distribución social del ingreso que persiste pese a décadas de "política social", con las altísimas tasas de homicidio y secuestro, Colombia sin embargo no es un país en el que las pautas de sociabilidad más comunes sean la pobreza, la violencia y el odio. Proponer sin abochornarse un lugar común, es como dice Borges, un don, pero a condición de que se lo acompañe de un conjunto de evidencias incontrastables.
adaptativas predominan, así sean menos perceptibles debido a la rutinización. Sin tener la pretensión de ser inmune alas modas doctrinarias, un intercambio más metódico, y la disposición a conocer las realidades sociales de otros países y a establecer comparaciones por parte del sociólogo, es una de las condiciones para que esa singularidad se destaque en lo que tiene de tal. Con todo y su carga de tradicionalismo, con las incertidumbres presumibles y los riesgos ciertos en que se mueve su quehacer, la sociología y lo que los sociólogos hacen, ocupan un sitio privilegiado para aportar en procura de ese nuevo balance entre lo endógeno y lo exógeno.
Habrá sociólogos quienes a fuerza de leer y releer la filosofía política de Sir Isaiah Berlín, continúen persuadidos de que Colombia es una suerte de "país normal" y que sus niveles de violencia constituyen apenas episodios que por ser irracionales no trastruecan su paradigma de racionalidad occidental (he ahí que al no encajar en tal paradigma consideren a la violencia un problema del que no es digno ocuparse) en tanto que a la mayoría de los profesionales de la sociología el estremecimiento que provoca cada nueva masacre, de inmediato les suscite la creencia en la absoluta singularidad de lo que aquí ocurre. Mirado con más retrospección y con más circunspección, posiblemente en el caso de Colombia su singularidad como país estribe en que pese a la recurrencia de las tendencias disociadoras, las estrategias
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En Contra de La Marea o sobre cómo las violencias, a veces, producen democracia María Emma Wills Obregón" En este ensayo se pretende demostrar que Colombia no es el único país que ha pasado por procesos violentos y autoritarios antes de consolidar un régimen democrático. Las viejas democracias, tan respetadas hoy en día, se sumergieron durante largas décadas en guerras fratricidas, y luego con la figura del Estado-nación estos mismos países emprendieron durante largos períodos grandes y desastrosas guerras con sus vecinos. Por tanto las razones que explican por qué no logramos afianzar un régimen democrático se encuentran, no en la violencia y el autoritarismo, que padecemos, sino en otros factores que distinguen nuestro proceso del que otros han seguido: Por ejemplo, la diversidad de las élites económicas y políticas, la pobreza fiscal del país, la mentalidad patrimonial de nuestros empresarios, son razones dé mayor peso que aquellas que aducen quienes piensan nuestra historia en términos de violencias y autoritarismos, como si estos rasgos fuesen exclusivos del proceso colombiano.
*Politóloga, profesora del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Los Andes y del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la universidad Nacional de Colombia.
En una sociedad como la colombiana, desgarrada por las guerras, las voces de alerta contra las soluciones o las interpretaciones simplistas son imprescindibles. Las recetas fáciles crean • a la larga dos reacciones bastante improductivas. O suscitan un frágil y efímero optimismo que, al llevar a nuevos descalabros, conduce entonces a la total desesperanza; o sostienen que de entrada "las cosas no tienen solución" y que por tanto lo único que nos resta a todos los ciudadanos desarmados de este país es desentendernos de la situación. Frente a estos peligros, este ensayo pretende,-no ofrecer nuevas recetas de solución a las guerras, sino demostrar cómo ciertas interpretaciones de fácil circulación se asientan sobre falsos supuestos y cómo, para contribuir a encontrar salidas, más bien tenemos que nadar contra la corriente, aguzar nuestra sensibilidad histórica, ver al país en una perspectiva más comparativa y universal, e inspirar un debate público a partir de posiciones sin duda polémicas pero -quizástambién más sugestivas.
1. De Nuestra barbarie y de Su civilización Existe en el ambiente político colombiano un implícito: el ciclo de violencia del que nos hallamos de nuevo presos no hace sino evidenciar una vez más nuestra incapacidad, como pueblo o como nación (según las preferencias políticas de quién hable), de civilizar nuestras costumbres. Somos una sociedad acechada constantemente por una barbarie que se piensa como inherente a nuestra identidad nacional. Esta inclinación por percibirnos como constituidos por una naturaleza peor que la de nuestros vecinos, y sobre todo como mucho peor que la naturaleza que le imputamos a naciones civilizadas y desarrolladas (la próspera y emprendedora Norteamericana, la Iluminada Francia, la muy culta Alemania), olvida que aquellos países hoy considerados civilizados han transitado, y no hace tanto, por períodos profundamente violentos y bárbaros. La Segunda Guerra Mundial con una
Alemania plagada de campos de concentración y con un Estado emprendiendo oficialmente pruebas biológicas realizadas sobre razas consideradas inferiores a la propia, es un ejemplo ilustrativo de lo anterior. Pero también lo es la historia del Gran Vecino del Norte. La nueva historiografía norteamericana se ha dedicado en los últimos tiempos* destapar los horrores y las violencias que subyacen a sus mitos nacionales: detrás del Día de Acción de Gracias, fiesta patria por excelencia que celebra la reconciliación de indígenas y europeos, se esconden las masacres que acabaron con la mayoría de las poblaciones aborígenes que habitaban el continente norteamericano cuando llegaron las migraciones del Viejo Continente; y detrás de la imponente Estatua de la Libertad que resguarda la entrada del puerto de Nueva York y que simboliza el sueño de un trato equitativo para todos, se hacen invisibles grandes partes de la historia de un país que construyó sus ferrocarriles y su poderío económico sobre la base del trabajo semi-esclavista de grandes grupos considerados inferiores en razón de su origen nacional (los irlandeses son un ejemplo clásico) o del color de su piel (las poblaciones orientales o los negros quienes, hasta hace muy poco, fueron excluidos por ley dé los mínimos derechos civiles y políticos). La cuestión no es entonces porqué Ellos fueron siempre civilizados y Nosotros siempre bárbaros. Ni Estados Unidos nació democrática, ni la Revolución Francesa produjo un milagro. Por estas razones, en lugar de asumir que Ellos siempre fueron tanto mejores que Nosotros, deberíamos más bien interrogarnos sobre cuáles fueron las circunstancias históricas y los arreglos culturales, políticos y económicos que, una vez institucionalizados, les permitieron a estos países salir de períodos violentos y transitar hacia situaciones políticas y sociales más democráticas. Y aquí es necesario hacer una pausa en el camino para que se entienda mejor el desarrollo de este ensayo. Los argumentos se estructuran alrededor de un axioma básico sobre el vínculo que existe entre democracia
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y violencia. Haciéndole eco a las palabras de María Teresa Uribe, el hilo conductor gira en torno al supuesto de que lo contrario de la violencia no es la 1 paz sino la legitimidad . Por legitimidad se entiende, no un concepto que remite a nociones absolutas de justicia social, sino uno que cualifica la relación de poder y autoridad que se establece entre gobernantes y gobernados. La relación de poder y autoridad varía según su grado de legitimidad -a menor legitimidad, mayor propensión de los gobernados a desobedecer los lineamientos trazados por lo gobernantes; y viceversa, a mayor legitimidad, mayores grados de obediencia. La legitimidad no sólo varía según su grado sino también según su tipo. Siguiendo a Max Weber, los gobernados pueden obedecer inspirados por la costumbre, una costumbre que consideran "inmemorial" (legitimidad tradicional); o lo pueden hacer porque establecen una relación simbiótica con un líder -el líder más que representarlos, Jos personifica (legitimidad carismática); por último la obediencia puede estar inspirada en consideraciones racionales -más que creer en las personas, en este tipo de legitimidad los gobernados adhieren a unos procedimientos y unas reglas que enmarcan la conducta de los gobernantes -elecciones, competencia partidista, esfera pública de debate político sustantivo, respeto a las mayorías— en la creencia de que por medio de su aplicación la sociedad puede alcanzar, consensos sobre una definición mínima de bien común y sobre el camino que considera más razonable para acercarse a esta definición (legitimidad democráticomoderna). Aquí es claro que la posición que se defiende no es, ni una* que equipara democracia única y exclusivamente a procedimientos, ni tampoco una que sólo le imputa altos grados de legitimidad a un gobierno que se ciñe a
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una concepción absoluta y pre-política de Bien Común. La legitimidad moderna conecta la política con la ética por medio de unos procedimientos y, fundamentalmente, por medio de la existencia de una esfera pública vital. Esta esfera se considera primordial para la democracia en la medida en que es allí donde circulan las distintas definiciones de bien común que se encuentran en disputa y donde, a partir de la discusión y el debate públicos, los ciudadanos-asociados establecen sus opiniones y gestan una obediencia no meramente pasiva, sino por sobre todo una obediencia activa hacia las instituciones y las políticas de Estado.
Volviendo a la inclinación histórica que inspiró la apertura de este ensayo, habría entonces que preguntarse por la forma en que otros países han logrado establecer, con relativo éxito, gobiernos inspirados en una legitimidad moderna, capaces por lo tanto de suscitar una obediencia producto de la reflexión y del consentimiento de sus gobernados.
2. El Estado: imprescindible pero insuficiente Relacionado con la pregunta anterior, existe hoy una respuesta que campea en medios académicos y que, a la vez que ilumina aspectos del problema, invisibiliza otros: según estas versiones, sin Estado no hay democracia y Colombia, a diferencia de Francia, Alemania, Inglaterra o Estados Unidos, no ha logrado construir un Estado fuerte. El país, después de casi dos siglos de vida independiente, no ha consolidado unas instituciones relativamente autónomas de, los sectores sociales más poderosos con la capacidad de regular, a partir del monopolio de la fuerza y del establecimiento de un estado de derecho, los conflictos sociales y políticos que dividen a la sociedad. En perspectiva histórica, parece que son más los casos que tienden a probar que para que haya democracia
(es decir legitimidad moderna) tiene que existir Estado. Sin embargo, lo que veces parecen olvidar estas interpretaciones es que, paradójicamente, las hoy en día llamadas naciones civilizadas construyeron regímenes más o menos democráticos y más o menos noviolentos sobre la base de largos procesos visiblemente cruentos y autoritarios. En Francia, para seguir con uno de nuestros ejemplos, la democracia es hija del Estado Absolutista. Pero este Estado con su poderosa burocracia no se construyó por la vía tersa de la persuasión y del consenso. No hubo pactos de caballeros, honrosos y democráticos, que antecedieran las guerras que poco a poco condujeron al monopolio estatal de la violencia. Hubo más bien rechinar de dientes y mucha sangre derramada. O como lo dice con agudeza y altas dosis de ironía Charles Tilly, reconocido historiador, el Estado moderno, muchas veces asumido como símbolo del proceso civilizatorio occidental, se construyó en la sucia dinámica de la guerra y del bandolerismo, y hunde sus raíces en unas poco loables prácticas de 3 extorsión y de chantaje . Así como olvidan los orígenes violentos del monopolio de la fuerza y de la centralización de las instituciones, estas versiones también parecen opacar el hecho de que el Estado es condición necesaria más no suficiente para que un régimen democrático se consolide en un país. Así, es pertinente recordar que podemos poner en pie un eficaz sistema de recolección de impuestos y reforzar las instituciones, construir escuelas, hospitales, carreteras y puestos de policía y pagar jueces para que impartan justicia por todos los rincones del país y quizás por fin lograr que el Estado tenga el monopolio de la violencia física y aún así no alcanzar la democracia. Fortalecer al Estado olvidando que la democracia no sólo requiere de instituciones sólidas sino que también
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Véase María Teresa Uribe, "Los destiempos y los desencuentros: una perspectiva para mirar la violencia en Colombia" en Revista Universidad de Antioquia, Vol. LIX, No. 220, Medellín, 1990, pág. 7.
Por pre-política aquí se entiende una noción de Bien Común que se asume como la mejor -la más ética— antes siquiera de haber sido debatida. Es anterior a la política en la medida en que se adhiere a ella como si su contenido fuera inherentemente el mejor, como una cuestión de dogma o de fe más que de convencimiento razonado. ...
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Véase Charles Tilly, "War Making and State Making as Organized Crime" en Theda Skocpol, Dietrich Rueschemeyery Peter Evans (eds.), Bringing the State Back ln, Cambridge, Cambridge University Press, 1985.
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se asienta sobre el principio de la obediencia consentida puede conducir a situaciones autoritarias: impulsados por el afán de lograr presencia estatal, podemos terminar creando unas instituciones de corte absolutista, eficaces en su capacidad gestionaría, pero muy poco legítimas. Por eso, en un ambiente donde muchas voces reclaman más presencia estatal y más esfuerzos por lograr el monopolio de la violencia física, es sano recordar que ese monopolio debe, además de ser eficaz, ganarse el respaldo y la aprobación de la población. Las instituciones, sin la afinidad electiva de los ciudadanos, son cuerpos sin espíritu o, si se quiere, herramientas sin corazón. Para seguir con la inclinación histórica que inspira este ensayo ¿cuáles fueron entonces las condiciones que permitieron transitar de unas instituciones fuertes a unas instituciones legítimamente democráticas? ¿Cuáles los procesos que dieron lugar a unas instituciones que suscitan no sólo temor y respeto sino también un alto grado de identificación por parte de la población? 3. La nación que Ellos tienen y que Nos falta a nosotros.... Para que entre los habitantes de un territorio y el Estado exista algo más que una obediencia suscitada por el temor o, por la costumbre, se requiere, por un lado la existencia de un puente afectivo que Jos una a ambos, y por otro de unos principios y unas reglas de juego aprobados por todos. Sobre las reglas y los principios, nos referiremos más adelante. Por ahora, centrémonos en el puente. La existencia de una comunidad política imaginada —la nación— es la mediación, inventada pero imprescindible, para garantizar que las leyes se acaten y las instituciones se respeten por algo más que temor o simple costumbre. Y es frente al tema de la nación donde de nuevo confrontamos hoy en Colombia una serie de interpretaciones que idealizan la 'sólida" identidad nacional de otros países o el camino que ellos transitaron para construirla. Antes de imputarle a otras naciones virtudes de las que nosotros
supuestamente carecemos deberíamos interrogarnos más bien sobre el camino concreto que estos países tuvieron que transitar para alcanzar comunidades políticas aceptables para la mayoría de su población: luego de recorrer la historia de Gran Bretaña, Francia, Alemania o EEUU ¿podemos sostener que sus construcciones nacionales fueron producto de sentimientos espontáneos inspirados en costumbres inmemoriales ancladas en lo más profundo de sus poblaciones ? ¿Que había algo inherente que las unía de antemano? ¿Que sus poblaciones fueron automáticamente seducidas y se reconocieron en los cantos, los himnos, las banderas tricolores y los relatos que fijaban los contornos de 'Sus" naciones? La verdad es que en el caso de la nación como en el del Estado el proceso de construcción está marcado de una gran paradoja. Ambos, Estado y Nación, son imprescindibles para que se "consolide un régimen político democrático, pero ambos son producto de políticas y circunstancias poco democráticas. Para construir nación, en la mayoría de países, incluidos los hoy llamados avanzados, tuvo que correr mucha sangre y, como lo afirma Benedict Anderson, tuvo que cubrirse con el manto del olvido toda la sangre 4 que corrió . Inculcar la noción de comunidad nacional a las múltiples y diversas identidades campesinas y culturas locales, con sus lenguas, costumbres y creencias propias, vino de la mano de la conscripción de muchos hombres que, más a las malas que a las buenas, tuvieron que engrosar las filas de ejércitos "patrios" y pelear en muchas guerras hasta por fin sentirse ellos mismos implicados; de una escuela pública que adoctrinó a los muchos en el idioma y las costumbres 'oficiales"; y de la imposición de una moneda única que barrió con las distintas formas de intercambio y trueque que antes se daban libremente entre regiones. El recorrido en la mayoría de los países tuvo muy poco de espontáneo y aún menos de democrático. En 4
Benedict Anderson, lmagined Communities: Reflections on the Orígin and Spread of Nationalism, edición revisada, Londres y Nueva York, Verso, 1991,
general la versión oficial de nación borró diversidades regionales y homogeneizó a poblaciones enteras entorno a nociones y símbolos que poco tenían que ver con sus rutinas diarias. La transición fue dolorosa, pero cuando el proceso se completó las gentes se sintieron vinculadas a un Estado -un conjunto de instituciones y leyes—y a una comunidad política nacional que ante todo compartía un mismo destino histórico. En otras palabras, cuando culminaron ambos procesos, las gentes, además de sentirse miembros de comunidades locales, se vieron como ciudadanas, vinculadas al destino de un Estado y de una nación. Este doble vínculo, en parte sentimental, fue el que poco a poco garantizó que en un país hubiera más obediencia consentida que desacato a la ley. Aquí es necesario introducir un matiz. Si bien es cierto que en la mayoría de construcciones nacionales hubo resistencias que fueron acalladas y silencios que ocultaron la diversidad, también es cierto que existen diferencias entre el fervor que inspiran ciertos vínculos nacionales en ciertas épocas, y la indiferencia que suscitan otros. Ese fervor seguramente es resultado, aún, de la escuela, la milicia y el fisco, y la creación y reactivación regular de algunos ritos patrios. Pero también tiene que ver con la sustancia de la construcción nacional. Allí donde las gentes, sus costumbres y sus ritos, pudieron dejar huella en la construcción mayor, la nación suscita empatias e identificaciones que no alcanza en lugares donde se la imaginó desconectada de esas fuentes o en guerra con ellas. Por eso es necesario tener en cuenta que el proceso fue en todas partes doloroso pero que allí donde incluyó negociación y permitió hibridación entre la concepción oficial de nación y la que albergaban sus gentes, surgió una comunidad nacional con mayor capacidad de inspirar lealtades en la mayoría de sus habitantes. Sabemos ya que Estado y nación fueron producto de procesos y políticas autoritarias y violentas. ¿Cómo, a partir de esos orígenes, se logró la obediencia no a cualquier tipo de leyes y procedimientos sino a una estirpe democrática? ¿Cómo se construyó la inclinación hacia la negociación?
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¿Cómo se consolidaron procedimientos que daban preferencia al consenso por sobre la fuerza para resolver los conflictos y las diferencias?
4. La inclinación hacia la negociación y la búsqueda de consenso: ¿cuestión de valores o cuestión de aprendizaje? Así como los orígenes violentos del Estado y aún de la nación se olvidan, se tiende en muchos casos a asumir que existe una diferencia de naturaleza entre las élites gobernantes de Estados Unidos, Inglaterra o Francia, y las nuestras. Según estas versiones, E//as tendrían una inclinación histórica hacia la negociación de la que las Nuestras carecerían. Y algo de razón tienen estas versiones. Finalmente fue en las grandes cortes europeas donde se gestó en primer lugar el lluminismo y luego en los brillantes salones donde la intelectualidad se daba cita que las ideas revolucionarias de la democracia se gestaron, suscitaron violentas polémicas y tomaron vida. Sin embargo, y sin desconocer la importancia de las ideas y sobre todo su capacidad transformadora, si es necesario recordar que tanto allá como aquí del dicho al hecho hay mucho trecho. Enunciar una serie de principios de gobierno y de valores sociales no era suficiente para convertir a los líderes de estos nacientes Estado-nación en democráticos. En Europa, ante la Revolución Francesa cundieron el pánico y la reacción violenta, y en la misma Francia tuvieron que pasar varias revoluciones y contrarrevoluciones y el país sumirse durante largos años en la inestabilidad política para que finalmente el régimen democrático fuese asumido por todos los jugadores como "the only game in town". Frente a este tipo de proceso surgen dos preguntas claves. La primera se refiere al uso de la violencia; la segunda a la negociación per sé. En cuanto a la violencia, es necesario interrogarse por las condiciones concretas que llevaron a las élites a abandonar el uso de la fuerza para
resolver de manera expedita sus diferencias; y en cuanto a la negociación en sí misma, es necesario preguntarse qué las llevo a aprender a ceder. Frente a la violencia, es necesario retornar a los orígenes del Estado. Paradójicamente, las élites regionales aprenden a negociar en la dinámica de la guerra, pero sobre todo aprenden cuando una de ellas logra acumular más ejércitos y más fuerza e imponerse a las demás. De nuevo, según Tilly, para que de entre todos los guerreros regionales emerja un Barón Mayor, se requiere que ese Barón Mayor haya puesto en pie un eficaz sistema de recolección de impuestos. Sin impuestos, como bien lo señala él, no hay guerra. Por lo demás, ese Barón Mayor aprenderá a guerrear de manera cada vez mas eficiente y eficaz en la medida en que se élite a una élite empresarial (una burguesía naciente) que, no sólo pague impuestos, sino que además le exija a bajos costos producir resultados 5 contundentes. Este proceso, sucintamente descrito, explica a grandes trazos cómo poco a poco un Barón Mayor desarma a sus contendores regionales y centraliza la fuerza. No explica sin embargo cómo esos barones regionales, desposeídos poco a poco de la violencia, se inclinan a negociar. La negociación no es un valor que nazca espontáneamente. Se cultiva más bien a partir del conflicto, pero no de cualquier tipo de conflicto. Se aprende a negociar cuando los actores encontrados, ambos, son fuertes. Si uno de ellos es avasalladoramente poderoso, tenderá a imponerse más que a negociar. Si los dos son débiles, más que negociación hay adecuación: los dos actores terminan pragmáticamente sumando sus posiciones así el resultado sea poco coherente. Por otra parte, si uno de ellos puede con facilidad recurrir a las armas para "ganar", en la mayoría de los casos no dudará en hacerlo. Por esta razón, para que el conflicto suscite negociación y no guerra, es vital que de 5
Charles Tilly Coercion, Capital, and European States, AD990-1992, Cambridge MA y Oxford UK, Blackwell, 1990.
exista un Barón Mayor que se asegure el monopolio de la fuerza y evite, por su capacidad de control, que le surja competencia. En otras palabras, para que haya democracia no sólo se requiere que las gentes crean en ella sino además que las instituciones tengan capacidad de sanción. Si las instituciones tienen esa capacidad y pueden contener, por su eficacia en la tarea, los brotes de violencia, las gentes, a punta de aprender que la violencia es costosa en términos de sanciones e inconducente en términos de resultados, interiorizan otras formas de resolución de conflictos. Las gentes no nacen democráticas sino que aprenden a serlo y el aprendizaje incluye; no sólo la seducción ética -el diálogo es superior a la violencia— sino también y quizás en un principio sobre todo unas instituciones con capacidad de castigo y sanción a quienes utilicen la violencia para defender sus intereses. Sin embargo, y aquí radica el punto más delicado quizás, la democracia como inclinación a la negociación dialogada emerge de un precario equilibrio entre la capacidad institucional de detener la rebelión y una actitud que tolera la organización de sectores con un potencial de rebelión. Sin esta segunda aceptación-la democracia pierde sus raíces en la obediencia consentida elemento sustancial que le otorga singularidad— y se transforma en un régimen como tantos otros sustentado en la obediencia pasiva de los gobernados. En este punto entramos en la última interpretación que circuía en Colombia y con la cual este ensayo quisiera polemizar: según muchas voces, la Sociedad Civil es la llamada a sacar a Colombia del baño de sangre en la que se encuentra sumida. Si el argumento de este ensayo es correcto, históricamente la Sociedad Civil como sociedad organizada que tramita el conflicto por la vía del diálogo y la negociación, emerge solo sí ya se ha dado el monopolio de la fuerza. A pesar dé que en la arena política colombiana se le invoca como si tuviera una naturaleza de ángel que le permitiera levitar sobre el conflicto y negarse a
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usar las armas, la sociedad civil, aquí y en otros lugares, no se inclina espontáneamente hacia la negociación y el diálogo. Para operar democráticamente, esa sociedad tiene que estar enmarcada, regulada, constreñida por unas instituciones fuertes que le impidan recurrir a la fuerza. Sin esas instituciones, la Sociedad Civil termina fácilmente en guerra. O, en otras palabras, primero deben existir instituciones fuertes y luego, enmarcada por ellas, emerge la sociedad civil democrática.
En Contra de la marea: las otras razones para tan esquiva democracia Ya se ha dicho: Ellos, los países que admiramos, no nacieron democráticos. La guerra marcó el paso de sus violencias al monopolio de la fuerza; y la homogeneización por la vía impositiva forzó la creación imaginaria de comunidades nacionales. El Estado, lejos de operar como una autoridad compasiva, respetuosa de la diversidad y protectora de los derechos comunales, actúo con mano férrea e impuso su concepción de nación, política y Derecho. Hoy la ruta para construir Estado-nación y democracia tiene que ser distinta. Han surgido nuevos actores que cambian el escenario político al exigir que se tomen otros caminos, menos sanguinarios y violentos. Lo que hace un siglo se solucionó a la fuerza, "limpiando", reprimiendo y borrando, al amparo del anonimato, el silencio o la oscuridad, sin veedurías ciudadanas ni prensa fiscalizadora ni Derecho Humanitario Internacional ni ONGs defensoras de Derechos Humanos, no puede 6 obtenerse en 1998 por la misma vía. Hoy el camino de antes causa repugnancia y activo rechazo nacional e internacional. Por eso construir democracia, en contraste con el pasado, tiene que ser a su vez el resultado de procesos y actitudes democráticas y esta exigencia hace del reto algo mucho mas complejo. 6
Esta también es la vía de argumentación que siguen Juan Linz y Alfred Stepan, Problems of Democratic Consolidation. Southern Europe, South America and PostCommunist Europe, Baltimore y Londres, John Hopkins University Press, 1996.
Cuando se contrasta nuestro camino con aquel adoptado por otros países surge la noción de que lo que distingue entonces el proceso deformación del Estado-nación colombiano no es su violencia y su autoritarismo. Violentos y autoritarios también fueron los caminos que otros países recorrieron para establecer regímenes más suaves y consensuados. Por esto, la diferencia entre Ellos y Nosotros no reside en la sustancia sino en los tiempos: Ellos lograron durante el siglo pasado, por la vía violenta y autoritaria, afianzar mal que bien sus Estados-nación mientras Nosotros no. La pregunta entonces frente a la historia del país no es por qué siempre hemos sido violentos o autoritarios, sino más bien por qué no hemos salido, como otros países, de ese tipo de patrones. Empecemos por lo más obvio. En Colombia, en las dinámicas de las guerras del siglo pasado no se estableció un Barón Mayor. En parte esto tiene que ver con la formación simultánea de distintas élites regionales, cada una de ellas con un relativo poder político y económico frente a las demás. Pero también tiene que ver con la escasez de recursos fiscales. Como se mencionó en la sección anterior, una de las condiciones necesarias para que de la dinámica guerrera surja el monopolio de la fuerza es que un Barón Mayor logre controlar respetables recursos fiscales y pueda así financiar un ejército más poderoso que el de sus contendores. En el país, esta capacidad fiscal fue, hasta hace poco, a todas luces modesta. Y esto tuvo que ver a su vez con nuestro también modesto desarrollo económico. En cuanto a la existencia de una élite con mentalidad empresarial (que se exija y le exija a otros -ejércitos o marinas-conquistar resultados a bajos costos), lo que en Colombia como en otros países de América Latina emergió con la Independencia fue una débil burguesía imbuida de una mentalidad patrimonial que compensó su fragilidad económica por la vía del acceso privilegiado a los recursos públicos. Más que exigir eficiencia de la burocracia, la burguesía demandó que se le respetaran prerrogativas y ventajas — clientelismo y corrupción son entonces practicas de vieja data. Por eso es
necesario recordarle a los sectores civiles que hoy claman por una mas funcional Fuerza Pública que ellos mismos históricamente también son responsables de la ineficiencia e ineficacia que allí cunden. La corrupción que algunos descubren pasmados en las filas-del ejército o la policía no es de naturaleza distinta a la corrupción que también prospera en otras ramas del Estado y que ha sido una forma consuetudinaria de mediación entre sectores público y privado. El problema es que en medio de la guerra, los efectos perniciosos de la corrupción adquieren dimensiones mucho más dramáticas. En parte, esta práctica se convierte en una de las causas que prolongan el conflicto armado interno. Frente a la invención nacional, Colombia adoptó hasta hace poco el camino del mestizaje, pero un mestizaje sesgado que supuso el blanqueamiento de las etnias y la 7 invisibilidad de otras razas . Sólo a raíz de la Constitución de 1991, se empezó a construir nación por la vía del reconocimiento y la valoración de la diversidad. Esta vía seguramente rendirá sus frutos, pero se tomará su tiempo para hacerlo. En cuanto a la inclinación hacia la negociación, parecería como si últimamente esta se abriera paso. El horror de la guerra, sus costos, sobre todo su constante visibilidad en la televisión y la prensa, y una activa presión internacional, han suscitado reacciones más afines al diálogo en sectores hasta hace poco recalcitrantes a esta vía. El tamaño de las guerrillas o de los paramilitares, su crecimiento exponencial durante los últimos años y su mayor capacidad destructiva, hacen también tambalear la seguridad de unos y otros de tener la victoria asegurada. Cada uno de los actores armados ha aprendido a punta de altos costos y mucho derramamiento de sangre que el conflicto, aunque turbio y de fronteras difusas, confronta a contendores poderosos. Y este reconocimiento es un paso previo a toda negociación. 7
Peter Wade, Gente Negra, Nación Mestiza. Dinámicas de las identidades raciales en Colombia, Bogotá y Medellín, Editorial Universidad de Antioquia-ICANSiglo del hombre Editores-Ediciones Uniandes, 1997
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Finalmente, este ensayo termina recalcando que la salida de la guerra es hoy mucho más compleja que hace un siglo. Como ya se ha dicho, la construcción de un conjunto de instituciones tiene que ser producto de lo que otrora era un punto de llegada: procedimientos y principios democráticos. Hoy, diversos públicos internacionales y nacionales opinan que el fortalecimiento institucional debe venir acompañado de la inclinación hacia la resolución de los conflictos por la vía del diálogo y por la aceptación de que la organización de sectores críticos es indispensable para generar el aprendizaje de la democracia. Así el mensaje de estas posiciones es que sólo cuando aceptemos conflictos y actores fuertes podremos aprender lo que la democracia implica.
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La economía en una sociedad violenta Mauricio Rubio* Este artículo indaga porte contribución de la economía, como disciplina que aporta al conocimiento de una realidad social, en la comprensión de la relación entre el crimen, la violencia y el desarrollo en Colombia. Para ello y luego de reconocer que la violencia constituye el problema económico más grave que afronta el país, se examinan críticamente los conocimientos existentes sobre la violencia y su impacto en la sociedad colombiana. A continuación se analizan los vacíos en el diagnóstico de este fenómeno y se muestran las limitaciones de la disciplina económica en la comprensión del crimen y la violencia. Finalmente, el artículo discute acerca del papel que puede jugar la economía en el diseño y evaluación de las políticas contra la violencia, para concluir; acerca de las redefiniciones necesarias en la medición de las variables de la violencia y en el acopio de información para un mejor diseño y aplicación; de políticas, recurriendo incluso a metodologías extrañas a la disciplina como los testimonios, los estudios de caso y las historias de vida, sin rechazar el papel de la teoría y la estadística.,
*Economista, investigador del CEDE y Paz Pública, de la Universidad de los Andes.
Desde cuando Gary Becker, a finales de los sesenta, relanzó las ideas de Cesar Beccaria los economistas han tratado de colonizar la criminología. Los esfuerzos han estado orientados a mostrar que los criminales también responden a incentivos y, por otro lado, a ofrecer criterios de política tanto para la dosificación de las penas como para el manejo de los recursos de los jueces, los policías y los militares. En Colombia la preocupación de los economistas por temas escabrosos como la violencia y el crimen surgió por razones diferentes. Tal vez tratando de dar cuenta del agotamiento del modelo de desarrollo. En los últimos años el interés se ha visto reforzado por la progresiva contaminación de múltiples facetas del ámbito económico con asuntos criminales. Las amenazas de descertificación o sanciones comerciales, las presiones internacionales por los derechos humanos, y la emigración de empresas por razones de seguridad han reorientado en Colombia el perfil óptimo del Ministro de Hacienda, y del dirigente gremial, hacia una persona que entienda de temas penales y de orden público tan bien como de aranceles o tasas de interés. Los problemas económicos que enfrenta una sociedad como la colombiana, en el interior de la cual la violencia, la amenaza y el recurso a las vías de hecho se han generalizado son enormes. Precipitadamente, los colombianos estamos aprendiendo esa lección. Hasta qué punto la disciplina económica ha contribuido en el país a mejorar el conocimiento que se tiene sobre las complejas relaciones entre el crimen, la violencia y el desarrollo es el tema de este ensayo. Se busca ofrecer la visión de un economista sobre la violencia colombiana reciente y argumentar que se trata del problema económico más grave que enfrentamos como sociedad. Se pretende además hacer un balance entre los aportes de la disciplina a la comprensión del fenómeno y sus más notorias limitaciones. Estas reflexiones, subjetivas, aparecen entrelazadas a lo largo del ensayo que, fuera de esta introducción y unas conclusiones, está dividido en tres secciones. En la primera se hace una síntesis de lo que
se sabe sobre el impacto de la violencia colombiana. En la segunda se analizan los vacíos que existen en materia del diagnóstico de la violencia y se hace un inventario de las limitaciones teóricas y prácticas que presenta la disciplina económica para entender las causas de la violencia y el crimen en Colombia. En la tercera se hacen unas reflexiones sobre el papel que puede jugar la economía en el diseño y la evaluación de políticas públicas contra la violencia. 1. El impacto del crimen y la violencia Aunque ha hecho carrera en el país, la noción de costos de la violencia es bastante imprecisa. El concepto de costo que se utiliza no siempre corresponde a la definición económica del término. Además, el término violencia se refiere no sólo a los incidentes de agresión física entre personas sino, en general, a las actividades criminales. Una vez hecha esta aclaración, el resumen del estado del debate en materia de impacto del crimen y la violencia en Colombia se puede dividir en cuatro grandes áreas. Está en primer lugar el problema de la dimensión, o por lo menos la descripción, de la violencia y de las actividades delictivas. Bajo el supuesto de que estos fenómenos son socialmente indeseables el señalar su magnitud, compararla con la de otras sociedades, o mostrar que ha crecido, lleva implícito el mensaje de que la sociedad está pagando un costo. Entra en segundo término el asunto, algo desatendido, de las secuelas del crimen sobre la distribución de la riqueza. Está en tercer lugar el análisis del'| impacto que la violencia tiene sobre la eficiencia productiva. Por último, se puede señalar el efecto sobre las instituciones. 1.1. Dimensión de la violencia Los antecedentes más lejanos del interés de los economistas colombianos por el crimen son los esfuerzos que hacia finales de la década de los setenta hicieron algunos macroeconomistas para tratar de medir
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la magnitud del narcotráfico. Esfuerzos en las mismas líneas se han seguido haciendo hasta la fecha. Vale la pena destacar, dentro de este conjunto de trabajos, las grandes diferencias en cuanto al tamaño que se ha estimado para esta actividad. También es recurrente en ellos la falta de un tratamiento integral de la industria, más allá de su efecto sobre las variables macroeconómicas. Está por último el hecho que, con contadas excepciones, los economistas han tratado siempre de minimizar la magnitud del fenómeno. También orientado a llamar la atención sobre el tamaño de una actividad al margen de la ley está un conjunto reducido y reciente de investigaciones preocupadas por "las finanzas de la guerrilla". El objetivo primordial de estos esfuerzos, de clara estirpe económica, ha sido el de mostrar que la subversión es también una actividad muy lucrativa. Otra categoría de trabajos interesados en la magnitud de la violencia y el crimen en Colombia son aquellos basados en el análisis de estadísticas sobre incidentes criminales. Entre estos, los que se han concentrado en la violencia homicida presentan como denominador común el deseo por llamar la atención sobre sus excepcionales niveles en el país. No les falta la razón: a partir de los años setenta la tasa de homicidios 1 colombiana empezó a crecer aceleradamente, alcanzando proporciones epidémicas a mediados de la década de los ochenta. En el término de veinte años se cuadruplicaron las muertes violentas por habitante para llegar a principios de los noventa a niveles sin parangón en las sociedades contemporáneas. En la primera mitad de la presente década, y sin que se sepa muy bien la razón, la tasa descendió continuamente para repuntar de nuevo en 1996. Con la reciente agudización del conflicto han aparecido en el país síntomas de subregistro de los homicidios. Los relatos periodísticos sobre las masacres dejan la 1
La tasa de homicidios es el indicador más usual de violencia.,Se define como el número anual de homicidios por cada cien mil habitantes.
impresión de que, en algunas zonas, se está perdiendo la capacidad institucional para contar los muertos. Aún haciendo caso omiso de este problema, las tasas de homicidio colombianas parecen excesivas desde cualquier perspectiva. Son muy superiores a los actuales patrones internacionales, dentro de los cuales tasas similares se han observado únicamente en sociedades en guerra declarada. Países que en la actualidad se consideran agobiados por la violencia presentan tasas equivalentes a la quinta o la décima parte de la colombiana. La relación actual entre la tasa colombiana y la de algunos países europeos o asiáticos es superior a cuarenta a uno. Para encontrar en Europa tasas parecidas en tiempos de paz, y para ciertas localidades específicas, es necesario remontarse al siglo XV, antes de que se iniciara el largo proceso de pacificación de las costumbres y de cambio en la forma como se solucionaban los conflictos. Así, los simples órdenes de magnitud de la violencia homicida en Colombia durante la última década dan luces sobre su naturaleza. Se trata de un país en guerra. Ninguna sociedad contemporánea, ni ninguna comunidad para la cual se disponga de registros históricos, presentan en tiempos de paz niveles semejantes de violencia. Otra característica de la violencia homicida es su alta concentración regional. Los veinte municipios más violentos del país, en dónde reside menos del diez por ciento de la población dan cuenta de casi la tercera parte de las muertes violentas. En cincuenta localidades, con un poco más de la quinta parte de los habitantes, ocurren más de la mitad de los homicidios. Aún en las grandes ciudades, la mayoría de las muertes violentas se dan en unos pocos barrios. El conocimiento que se tiene sobre la dimensión de la criminalidad, y sobre su evolución durante las últimas dos décadas, es más precario. Los estudios sistemáticos son pocos y recientes. Las limitaciones en materia de información son importantes y dependiendo de la fuente que se utilice cambian las conclusiones básicas.
De acuerdo con las encuestas a las víctimas, la evolución de la criminalidad en Colombia ha estado determinada por la de los delitos contra la propiedad, cuya incidencia aumentó entre 1985 y 1995. Por ciudades, las tasas de criminalidad presentan gran heterogeneidad tanto en número como en características. Los registros de denuncias de la Policía muestran otra tendencia. Después de un aumento uniforme entre 1960 y la mitad de los setenta, de un corto estancamiento hasta el inicio de la década de los ochenta se observa un descenso continuo durante los últimos quince años. Así, las cifras que reporta la Policía Nacional y las de las encuestas son inconsistentes, en niveles y en tendencia. La explicación más razonable para esta incoherencia es la de un progresivo subregistro de las denuncias por parte de las autoridades, producto a su vez de deficiencias de la justicia penal. Como gran tendencia de la criminalidad colombiana en la última década, esta sí independiente de la fuente de información, se debe destacar la reorientación de los delitos hacia aquellos con recurso a la violencia. Antiguamente en Colombia, como en la mayoría de las sociedades, se robaba, ahora se atraca. En último conjunto de trabajos que pretende dimensionar la violencia lo constituye la geografía de los actores armados en Colombia. Estos esfuerzos también son recientes y en ellos la participación de los economistas es más limitada. Se encuentran estudios sobre esmeralderos, guerrilleros, paramilitares, milicias y bandas juveniles; testimonios e historias de vida; entrevistas con líderes guerrilleros, ex-guerrilleros o autobiografías de reinsertados, trabajos regionales, mapas con la presencia de organizaciones armadas en distintas regiones, pormenorizados recuentos de violencia extrema, etc.... La heterogeneidad de los trabajos en este campo es considerable y parece proporcional a la variedad de las manifestaciones de violencia que se dan en el país. Uno de los personajes más misteriosos, en perfil y en magnitud, sigue siendo el delincuente común.
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Como gran contraste con el amplio número de trabajos estadísticos y descriptivos sobre la violencia homicida, la criminalidad y los actores violentos organizados, es limitado el conocimiento que se tiene sobre la violencia familiar y aún más precario aquel sobre la violencia interpersonal. Paradójicamente, una de las manifestaciones de la violencia que mayor atención ha recibido recientemente en materia de políticas públicas, la violencia rutinaria y de intolerancia, es a la vez una de las menos estudiadas y medidas. La única información disponible sobre la evolución de este tipo de violencia, las denuncias por lesiones personales, muestra una evolución decreciente desde principios de los ochenta.
1.2. Las secuelas redistributivas Aunque el impacto más directo de la violencia y el crimen es de índole distributiva es sorprendente la escasa referencia que se hace en los trabajos realizados por economistas a esta dimensión del problema. De manera recíproca también es sorprendente, en los estudios sobre distribución del ingreso, la falta de referencias a la colosal redistribución de riqueza que se dio en el país en las últimas décadas como resultado de las actividades ilegales. La estimación del monto anual de los recursos que se transfieren en Colombia por efecto del crimen es considerable, como también es importante la concentración de la riqueza ilegal en pocas manos. De acuerdo con lo que se rumora con las fortunas del narcotráfico o con los ingresos estimados para los grupos guerrilleros, el país habría sufrido un retroceso de varias décadas en materia de distribución. La propiedad rural también muestra una gran concentración. La última anotación sobre el impacto distributivo de la violencia es que los mayores efectos negativos se están dando sobre los segmentos más pobres de la población. Como gran laguna dentro de los ejercicios orientados a estimar el monto
de las recursos fenómeno existente suscita y
transferencias ilegales de está corrupción estatal, que se destaca por el abismo entre la preocupación que los esfuerzos por medirlo.
1.3. Los efectos sobre la eficiencia Otro gran componente del impacto del crimen tiene que ver con la forma como afecta la asignación de recursos. Dentro de esta categoría, un rubro importante lo constituyen los gastos que se hacen para prevenirlo, aliviarlo o controlarlo. El análisis sistemático de la evolución del gasto militar y el de la rama judicial es todavía incipiente. Los trabajos en este campo son análisis clásicos de presupuesto, que buscan detectar tendencias y relaciones con ciertas variables agregadas. Actualmente el gasto público en seguridad y justicia se sitúa alrededor del cinco por ciento del producto, del cual un incremento de dos puntos se dio durante los años noventa. Acerca de la efectividad de este gasto, los avances logrados en el país no van mucho más allá de haber logrado que analistas externos discutan sus niveles con las entidades que demandan los recursos. En este campo, parece haber una tendencia natural hacia las comparaciones con supuestos patrones internacionales de gasto, que no parecen muy adecuadas. Tanto la violencia como la magnitud del ataque al Estado son peculiares en Colombia. Otro comentario que surge con relación al gasto en seguridad es que los robos y atracos que sufren los hogares no han recibido tanta atención de las autoridades como otras áreas que estarían causando un menor daño social. Paradójicamente, el área que parece prioritaria, la lucha antinarcóticos, es aquella para la cual se tiene una idea más difusa sobre su impacto social y, además, la que los ciudadanos perciben como menos pertinente. Para los servicios de vigilancia privada, la información es limitada. Existen datos sobre el personal dedicado a esa labor pero únicamente en las empresas legales y reguladas. Tales cifras muestran desde principios de los ochenta un incremento mayor que el del personal de la Policía. Sobre
la evolución de otros grupos privados, informales o ilegales, de seguridad la información es prácticamente inexistente. Se sabe que en los barrios populares, de las grandes ciudades existe toda una gama de grupos armados, generalmente jóvenes, que cumplen funciones de vigilancia y justicia privadas. El impacto social de la privatización de la seguridad va más allá de las consideraciones de eficiencia y su cuantificación es en extremo compleja. La evidencia urbana sugiere que cuando la seguridad y la justicia privadas se generalizan y se atomizan se llega a una situación en la que la seguridad en un lugar es un factor de violencia en los lugares aledaños. El efecto se refuerza cuando los grupos mantienen vínculos con el crimen organizado y se consolida la aceptación social de quienes protegen una zona y delinquen en otras. El resultado es una progresiva organización y concentración de las actividades criminales, una reducción de la pequeña delincuencia y unos altos niveles de violencia homicida. Sobre los montos que gastan los ciudadanos y las empresas en vigilancia seguridad y reposición de los daños físicos causados por los delitos la información es fragmentaria. El total de este gasto se ha estimado en algo más de un punto del producto. Se destacan además patrones diferenciales, por niveles de ingreso, en cuanto a la tecnología utilizada por los hogares para su seguridad y en cuanto a la efectividad de ese gasto. Otra dimensión del impacto del crimen y la violencia sobre la eficiencia tiene que ver con la destrucción o depreciación del capital humano. En los trabajos que han dado el controvertible paso de convertir a valores monetarios la pérdida de vidas se ha estimado entre el uno y el cuatro por ciento del producto el:; monto anual de lo que pierde el país en activos humanos por la violencia. La violencia ha tenido un considerable impacto sobre la situación demográfica colombiana. En la última década el fenómeno de los desplazados no sólo ha persistido sino que se ha agravado en el país.
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Un capítulo adicional del impacto de la violencia sobre la eficiencia tiene que ver con la manera como esta afecta las decisiones de inversión en capital humano. La medición de los efectos sobre la educación y la capacitación, es todavía incipiente. Extrañamente, no ha sido esta un área que haya interesado a los economistas laborales o de la educación. Algunos trabajos estadísticos, y diversas historias de vida o testimonios, sugieren un efecto determinante de las organizaciones criminales sobre la delincuencia juvenil y sobre la utilización de armas de fuego. Otro efecto perceptible de la violencia sobre el capital humano en Colombia tiene que ver con las posibilidades de utilizarlo, o de adquirirlo, al afectar a los trabajadores, o a los estudiantes. En lo que hace referencia al llamado capital social, algunos datos sugieren que una dimensión de la calidad del tejido social, su capacidad para rechazar la violencia, muestra deterioro y acomodo a los mayores niveles de conflicto. Además, los datos disponibles muestran que la participación en las Juntas de Acción Comunal, la organización de tipo civil más importante del país, es sensible a la violencia. El primer economista colombiano en llamar la atención sobre los efectos de un ambiente violento sobre los procesos de inversión, producción e intercambio fue Jesús Antonio Bejarano, a finales de la década pasada. Varios trabajos econométricos realizados en el último par de años tienden a corroborar estas inquietudes y coinciden en que la violencia está afectando tanto la formación bruta de capital como el crecimiento de la productividad. Estudios orientados a explicar las diferencias de crecimiento entre países a nivel latinoamericano y en los cuales se incluye la tasa de homicidios como elemento explicativo tienden a confirmar estos resultados. Lo que no se sabe todavía muy bien es la manera como, a nivel de las unidades productivas, se está dando ese efecto. La parte más obvia es a través de los recursos dedicados a la seguridad, que se distraen de usos más productivos. También se puede pensar en la reducción de algunos
mercados. En particular, son frecuentes en Colombia las quejas de los empresarios nocturnos, del sector turístico y de los transportadores. En los testimonios de los habitantes de barrios populares es recurrente la idea de que cuando una zona se torna demasiado insegura los proveedores dejan de abastecer el comercio local, y los jóvenes de ese barrio quedan estigmatizados en el mercado laboral. Un efecto indirecto que, por último, vale la pena mencionar es el que se podría estar dando por la vía de los llamados costos de transacción. En estas líneas, estudios de caso para el sector agrícola en la región de Urabá, plantean como efectos la desadministración, el ausentismo de los propietarios, la rotación de administradores con poca autoridad, el robo de insumos, la baja en la calidad, y la aversión al riesgo de los prestamistas.
1.4. Impacto institucional En términos del impacto de la violencia sobre las instituciones, el área más estudiada en Colombia ha sido la de las presiones del narcotráfico sobre la justicia penal. La influencia de la guerrilla o de los grupos paramilitares sobre el sistema judicial ha recibido menor atención. Con información municipal, se ha analizado el efecto de la presencia de organizaciones armadas sobre distintos indicadores de desempeño de la justicia. El impacto más perceptible parece ser, paradójicamente, el de un desinterés del sistema penal por la violencia y una distorsión de las cifras de criminalidad. Sobre la penetración de los 'dineros calientes" en la actividad política el trabajo académico se ha quedado rezagado con relación a las abundantes referencias en los medios de comunicación. También es precario el conocimiento que se tiene sobre el impacto de la violencia en el medio educativo. Otro elemento institucional tiene que ver con la evidencia sobre cómo la consolidación de la violencia y el crimen afectan negativamente la calidad de la información que se tiene sobre estos fenómenos.
En síntesis, se puede decir que la disciplina económica no sólo empezó tarde la tarea de analizar el impacto de la violencia colombiana sino que hasta ahora no ha ido mucho más allá de corroborar viejas preocupaciones de los ciudadanos y los empresarios. Los costos que no se han analizado, como la pérdida del monopolio de la fuerza, el impacto demográfico o el terror en algunos sectores, podrían ser los más significativos. Se sabe muy poco sobre las cosas que se dejaron de hacer, o los recursos productivos que emigraron, o los que nunca vinieron, por efecto de la violencia. No se sabe casi nada acerca del impacto de las amenazas y la intimidación sobre las decisiones, públicas y privadas. De todas maneras, el impacto negativo de la violencia es tan importante y variado que no parece exagerado anotar que está poniendo en peligro la viabilidad de la economía colombiana. Se puede afirmar que la verdadera amenaza de los violentos a la estructura productiva se está dando más por los cimientos del sistema de intercambio que por los campos accesorios en situación de guerra- que la economía ha estado acostumbrada a analizar. Una de las consecuencias económicas graves de lo que está ocurriendo en Colombia puede ser que los agentes que toman las decisiones económicas tienen poca información sobre lo que realmente está ocurriendo y una muy mala idea sobre las verdaderas reglas del juego. Más grave aún parece ser la falta de claridad acerca de quien las está imponiendo. 2. Las causas de la violencia Una característica de la violencia es la de ser un área en dónde confluye el interés de profesiones muy disímiles. Se ha sugerido que la dedicación de una disciplina al estudio de ciertos fenómenos se determina por un proceso de competencia que depende del éxito que las otras disciplinas hayan tenido en responder las preguntas básicas alrededor de tales fenómenos. El gran abanico de profesiones actualmente interesadas por la violencia reflejaría entonces no sólo las
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limitaciones de los tratamientos tradicionales del problema sino un activo proceso de competencia por colonizar este campo. El entendimiento actual de las causas de la violencia colombiana, bastante precario, muestra que esta competencia ha sido estéril. En el área de la etiología de la violencia -la comprensión de sus orígenes- los aportes de los economistas han sido modestos, como lo han sido, tomados aisladamente, los de cualquier otra disciplina. Parecería recomendable una nueva estrategia basada en la búsqueda de aproximaciones multidisciplinarias. En este contexto, más de cooperación que de competencia, en esta sección se ofrece una síntesis del estado del conocimiento sobre las causas de la violencia y se tratan de identificar tanto los alcances como las limitaciones de la disciplina económica para este diagnóstico.
2.1. ¿Que se sabe? La única expresión de la violencia para la cual se tiene una idea razonable sobre sus niveles actuales, que permite compararla con la de otras sociedades, o con la que se observaba en el pasado es la violencia homicida. Aunque para las conductas criminales diferentes del homicidio, como ya se señaló, hay síntomas de una incidencia creciente, el conocimiento que se tiene es limitado. Las distintas fuentes son contradictorias y datos confiables sobre lo que realmente ocurre sólo existen para las grandes urbes. En las ciudades intermedias, en los pequeños municipios y en el campo, sencillamente no se sabe que está pasando en materia de crimen. Para las demás manifestaciones de la violencia, como la agresión entre ciudadanos o el maltrato familiar, la evidencia es aún más débil. Los trabajos existentes son peculiares en el sentido que abundan en definiciones y referencias a la literatura extranjera pero son escasos en cifras sobre la incidencia del problema en Colombia. Algunos datos sugieren, en contra de lo que se cree, que la incidencia de este tipo de violencia sería inferior a la de hace dos o tres décadas y a la de buena parte de los
países de actualidad.
América
Latina
en
la
Así, la única manifestación de la violencia colombiana sobre la cual se tiene información confiable en términos de magnitud, es precisamente aquella para la cual las explicaciones son más pobres. ¿Por qué mueren violentamente tantos colombianos? La respuesta satisfactoria a esta pregunta sigue siendo esquiva. Los avances recientes en el diagnóstico han estado más orientados a desvirtuar ideas arraigadas que a proponer nuevas teorías. Son tres los elementos del discurso tradicional sobre la violencia colombiana que han sido cuestionados en los últimos años. El primero es el de las llamadas 'bausas objetivas" de la violencia. El segundo es el de la poca relación entre las altas tasas de homicidio y las actividades criminales o el conflicto armado y, por defecto, el postulado de que el grueso de la violencia es el resultado de problemas generalizados de agresión y riñas entre los ciudadanos. El tercero es el planteamiento de que las sanciones penales son inocuas para disuadir a los violentos. La idea de que la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades son la principal causa de la violencia, que por varias décadas ha hecho parte de la sabiduría convencional colombiana, no concuerda con la evidencia disponible. A nivel agregado, la tasa de homicidios colombiana presenta una evolución contraria a la que cabría esperar de acuerdo con este tipo de explicación: un aumento sostenido cuando todos los indicadores sociales mostraban signos de mejoría y una reducción cuando aparecieron síntomas de deterioro en materia de pobreza y distribución del ingreso. Regionalmente, los datos tampoco corroboran la idea de una asociación entre la mala situación social y la violencia. Los indicadores de pobreza de un municipio son un muy mal predictor de sus tasas de homicidio. Los testimonios, los relatos y las historias de vida tampoco le dan crédito a la visión tradicional de la pobreza como causa de las agresiones fatales. No hay ninguna evidencia que muestre que la gran masa de colombianos desposeídos es particularmente propensa a las conductas violentas.
Por otro lado, son frecuentes las alusiones a criminales con mejor acceso a los recursos, y al poder, que el del colombiano promedio. La pobreza no ha sido condición suficiente, ni necesaria, para que una región presente altos índices de muertes intencionales, o para que un individuo que la padezca se convierta en homicida. Otro elemento del diagnóstico oficial sobre la violencia reciente, bastante insólito, es aquel según el cual en Colombia -una de las sociedades más asediada por organizaciones criminales, con cerca de cuatro décadas de conflicto armadoel grueso de los homicidios son el resultado de la intolerancia y las fallas en la convivencia ciudadana. Sin mayor respaldo empírico, se impuso la noción de que, en algún momento a finales de los años setenta, por razones que siguen siendo un misterio, el colombiano promedio se tornó más agresivo, más conflictivo, más intolerante y más propenso a andar armado. Los avances que se han hecho en la recopilación de lo que saben las víctimas de la violencia, la asociación entre la historia de la violencia y la de las organizaciones armadas, la superposición de la geografía de la guerra con la de los homicidios, la agudización y degradación del conflicto, los cada vez más frecuentes reportes de matanzas colectivas y el reciente "mandato ciudadano por la paz", dirigido a un conjunto bien definido de actores violentos, han puesto en evidencia la precariedad de esta parte del diagnóstico. Toda la evidencia disponible señala que en Colombia son más numerosas las víctimas de la guerra o de las actividades criminales que las de las riñas o los conflictos mal resueltos. La categorización de los homicidas colombianos en una de estas dos casillas idealizadas -el individuo marginado inducido a la violencia por la injusticia social o el ciudadano común que, irracional, emotivo, o bajo los efectos del alcohol, elimina a su oponente en una discusión trivial- han contribuido a desdibujar el eventual rol de la institución universalmente asociada con el control del crimen y la violencia: el sistema penal de justicia.
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Los datos colombianos muestran, en las últimas dos décadas, una asociación negativa entre la tasa de homicidios y el desempeño de la justicia penal. El análisis regional de las estadísticas judiciales tiende a corroborar la idea de una relación inversa entre el accionar de los actores violentos organizados y la labor de los policías, los fiscales y los jueces. El ambiente de intimidación y amenazas que existe en el país alrededor de los procesos judiciales, desde las denuncias hasta los fallos, las modificaciones que bajo chantaje ha sufrido el régimen penal colombiano en las últimas dos décadas y la monumental batalla que se libró en contra de la extradición, constituyen síntomas de que los actores violentos sí le prestan atención al funcionamiento de la justicia penal, que las sanciones los incomodan y que, en últimas, podrían servir para modificar sus comportamientos. En la actualidad, las únicas dos variables que contribuyen a explicar las diferencias municipales en los niveles de violencia son justamente la presencia de organizaciones armadas y el desempeño en las labores de investigación criminal. Fuera de estos tres elementos que empiezan a ser desvirtuados con los datos son varios los rasgos de la violencia colombiana que revela la información disponible. Está en primer lugar la gran variedad de actores, que permite pensar en una amplia gama de motivaciones para las conductas violentas. La vieja y tajante distinción entre el delincuente político, el rebelde, y el delincuente común ha sido desbordada por el sinnúmero de organizaciones armadas que, con distintos fines, operan en Colombia. Para complicar aún más las cosas, es amplia la evidencia sobre lo difusas y cambiantes que pueden ser las motivaciones de los violentos. Los rebeldes se criminalizan, los defensores del orden se asocian con los criminales, las partes en conflicto manifiestan objetivos comunes o cambian de bando y los delincuentes se politizan. Casi todas las mutaciones y transformaciones han mostrado ser factibles. En esta confusión parece haber un denominador común: en forma
independiente de sus objetivos iniciales cualquier actor violento exitoso puede acumular enorme riqueza y poder; jugar en algún momento, dentro de su territorio, un papel político determinante y estar en capacidad de imponer tributos, administrar justicia y reclutar mercenarios para consolidar su influencia. En algún momento, además, adoptará el discurso que legitime su accionar: su motivación ha sido siempre la búsqueda de una sociedad más justa. Esta dinámica, que se deduce de las historias de vida de los violentos más prominentes durante las últimas dos décadas, es consistente con los síntomas ya señalados de debilitamiento de la justicia, con la desinformación acerca de lo que realmente ocurre en las áreas de influencia de las organizaciones armadas y con el hecho, evidente en los datos, que la violencia genera en los lugares a dónde llega condiciones favorables a su reproducción. Por otro lado, sirve para dar alguna luz acerca de un interrogante básico sobre la violencia colombiana que sigue sin respuesta. La precariedad de la información disponible sobre los homicidas no ha permitido aún dilucidar si se trata de un fenómeno que es responsabilidad de muchos agresores, como lo pretende la visión extrema que le asigna un papel primordial a los problemas de intolerancia entre todos los ciudadanos, o si se trata, por el contrario, de un fenómeno ocasionado por unos pocos actores violentos, reincidentes, y con un gran poder. La monopolización de los mercados ilegales, un idea recurrente en la literatura sobre mafias y crimen organizado, es más consistente con la evidencia colombiana que la noción de una sociedad en la que el ciudadano promedio es un criminal. Bajo esta perspectiva los violentos colombianos serían muy pocos, y este conjunto se reduciría aún más si se tuvieran en cuenta tan sólo los más pertinentes, los autores intelectuales de los homicidios.
2.2. Los aportes de la economía Más allá de la labor, aún inconclusa, de estimar los costos de la violencia, como aportes de la economía a la comprensión de la Violencia en Colombia se deben destacar la
la orientación empírica de la disciplina, la búsqueda de nuevos cuerpos de teoría que den cuenta de lo que muestran los datos y, en particular, la formulación de modelos de comportamiento que permitan avanzar en la comprensión de los actores involucrados. Una característica de los trabajos recientes sobre violencia, a la cual han contribuido tanto los economistas como los profesionales de la salud pública, ha sido el uso más intensivo de los datos y el progresivo abandono de los enfoques puramente deductivos. Esta reorientación es fructífera. Nada reemplaza el esfuerzo sistemático por observar la realidad, sobretodo en un área tan rodeada de prejuicios y de misterio como la violencia colombiana. El simple análisis de los datos agregados sobre violencia ha puesto en evidencia las limitaciones del diagnóstico predominante. Fuera del altísimo nivel de las tasas de homicidio durante la última década y la alta concentración geográfica, que ya se destacaron, aparecen con insistencia: una gran incapacidad de la justicia penal para investigarlas; una creciente desinformación alrededor del fenómeno; síntomas de subregistro al nivel más básico de contabilidad de las-muertes; señales de sesgos en la clasificación de las defunciones y evidencia en el sentido que el misterio y la desinformación son proporcionales a los niveles de la violencia. Estas peculiaridades de la situación colombiana permiten desafiar la noción de una violencia esencialmente impulsiva y rutinaria. El abismo que existe, tanto en número como en características, entre la violencia que se contabiliza y la que llega a los juzgados no es consistente con la idea de una violencia que surge de hábitos y costumbres generalizados entre los ciudadanos. Como tampoco lo son los esfuerzos por ocultar los cadáveres, el afán por alterar la clasificación de las defunciones o el temor a denunciar o hacer públicas las causas de los homicidios. Detrás de la desinformación y la intimidación hay claros síntomas de intencionalidad y de profesionalización de la violencia.
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Así, el enfoque económico ha contribuido a fortalecer la idea que detrás de los actos de violencia hay individuos que toman decisiones, que buscan unos fines, que obtienen algún tipo de beneficio y cuyo comportamiento es necesario entender. Se ha revaluado el rígido esquema deductivo, heredado de pensadores del siglo pasado, de unos actores colectivos cuyas acciones están completamente determinadas por el entorno socioeconómico.
crítico para el crimen y la violencia por la marcada tendencia hacia el no registro de los incidentes. Son pocas las relaciones sociales tan rodeadas de misterio intencional. Por otro lado, porque para las agencias de seguridad y justicia se presenta un conflicto de intereses ante esta labor: como las cifras se utilizan para evaluar el desempeño de estas agencias hay claros incentivos para la desinformación. La mala calidad de los datos colombianos confirma estos temores.
2.3. Las limitaciones enfoque económico
Ante la precariedad de las estadísticas oficiales sobre crimen y violencia y ante la aversión de los economistas por otros tipos de evidencia, como los testimonios o las historias de vida, no sorprende su limitado aporte a la descripción de la violencia, para no hablar del análisis de sus causas.
del
Los avances logrados por la disciplina económica en el estudio de la violencia no implican que por esta vía se estén ofreciendo ya respuestas satisfactorias a los interrogantes básicos. Son varias, e importantes, las dificultades que enfrenta el enfoque económico para estudiar la violencia. Las limitaciones se pueden agrupar en cuatro grandes rubros. El primero tiene que ver con los datos: con la escasa atención que la mayor parte de la profesión le presta a los problemas de recolección, o evaluación de la calidad, de la información, y con la mala capacidad para utilizar evidencia distinta de la estadística. El segundo tiene que ver con lo difícil que ha sido para la disciplina modelar los procesos históricos, las actividades no competitivas con rendimientos crecientes y los fenómenos de localización espacial. El tercer rubro se refiere a lo inadecuados que resultan, cuando se analizan las conductas violentas, algunos de los supuestos básicos del modelo de comportamiento de los agentes racionales. El último rubro tiene que ver con el escaso interés que ha mostrado la disciplina por desarrollar una teoría del comportamiento que tenga en cuenta las diferencias de género. A pesar del buen dominio de la disciplina económica sobre los métodos cuantitativos, y de su capacidad para formalizar y contrastar hipótesis, no puede dejar de señalarse su mala capacidad para la labor, más artesanal, de auscultar directamente la realidad, de recoger la información. El punto de la Disponibilidad y calidad de los datos es
El segundo conjunto de dificultades tiene que ver con algunas peculiaridades de la teoría económica que restringen su capacidad para analizar la violencia. Se debe mencionar, por ejemplo, la naturaleza esencialmente ahistórica del enfoque. El énfasis en las decisiones hacia adelante -en el margen- tiende, de partida, a negar la importancia del pasado. La situación colombiana muestra que a cualquier nivel -personal, local, regional o nacional- hay detrás de la violencia una historia que se debe tener en cuenta, y que debe ser investigada. Inevitablemente, la adopción del enfoque económico distorsiona la visión de la violencia. Generaliza entre los ciudadanos, caricaturizados con un agente típico sin memoria, las conductas de unos pocos individuos, u organizaciones, con un denso historial. Otra particularidad de la teoría económica que dificulta su aproximación a la violencia es la debilidad del tratamiento de la dimensión espacial. Para cualquier observador de la violencia colombiana, la geografía del conflicto, la influencia regional de ciertos actores, los territorios, son asuntos esenciales. El problema de la localización de las actividades en el espacio, la geografía económica, es algo que está, por el contrario, casi ausente del cuerpo de la teoría económica moderna.
Otra dificultad teórica que vale la pena destacar es la del apego de la economía al paradigma de la competencia entre empresas sin grandes economías de escala. Para los economistas, han sido particularmente difíciles de modelar las situaciones de competencia imperfecta o los procesos de monopolización de ciertas actividades, sobretodo cuando los límites a esta tendencia son territoriales. Esta es, precisamente, la situación más corriente en el área de las actividades criminales: la progresiva concentración de recursos y de poder en unos pocos agentes que controlan territorios. El tercer gran capítulo de las limitaciones de la economía para el análisis de la violencia tiene que ver con varios de los supuestos básicos del modelo de escogencia racional. Uno de los supuestos más debatibles de dicho modelo es el de los gustos, o preferencias estables y homogéneos entre individuos. La costumbre de los economistas de utilizar en sus análisis la figura de un agente típico representativo distorsiona el estudio de ciertas conductas cuya distribución entre la población no es uniforme. La situación de una comunidad asediada por unos pocos criminales sencillamente no puede modelarse suponiendo que esto equivale, en eí agregado, a que todos los ciudadanos son un poquito criminales. En algunos trabaje económicos sobre crimen se mencionan de manera tangencial cuestiones como las propensiones a incumplir la ley, las barreras morales, o la aversión al riesgo. Tales características de los individuos se toman como un dato exógeno y, en el mejor de los casos, se suponen normalmente distribuidas entre la población. La evidencia sobre los actores; violentos en Colombia sugiere, por el contrario, una marcada dicotomía: hay homicidas, parecen ser muy pocos, y el grueso de la población sencillamente no es homicida, ni hace en forma permanente evaluaciones costo-beneficio para serlo. El supuesto de las preferencias estables se torna aún más precario cuando se tiene en cuenta lo que sugiere* diversos testimonios, en el sentido de aquí la violencia presenta
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características de comportamiento adictivo. No todos los homicidios que comete un individuo son equivalentes en términos de las barreras morales que deben franquearse. Son recurrentes las referencias al hecho de que la experiencia del primer homicidio es crítica y es radicalmente distinta a la de los subsiguientes. Es, en muchos casos, la único que presenta serios obstáculos internos. En el mismo sentido apunta la evidencia sobre los ritos de iniciación a los que son sometidos los asesinos a sueldo de las organizaciones criminales. El reclutamiento tiene casi siempre como requisito el haber asesinado a una persona bajo el supuesto que los siguientes homicidios no presentarán mayores trabas. Estrechamente vinculada con el punto anterior, está la circunstancia de la economía como disciplina que estudia decisiones cotidianas y repetitivas para las cuales es razonable suponer que los agentes desarrollan habilidades de previsión de las consecuencias de sus acciones y de cálculo de los beneficios y costos asociados con cada una de ellas. En forma opuesta a este escenario idealizado, las historias de vida sobre criminales en Colombia muestran que las conductas violentas no concuerdan bien con la idea de una evaluación permanente de situaciones que se repiten sino con decisiones críticas que se toman pocas veces en la vida ingresar a la guerrilla, traficar con droga, matar a alguien- y que definen patrones de vida. En muchas de estas decisiones críticas parece haber un gran componente emotivo e irracional -como el ánimo de venganza, el deseo de cambiar la sociedad, la presión de los amigos- que tampoco encaja bien en la figura de un exhaustivo calculo de costos y beneficios. No es accidental que haya en ellas un ímpetu de juventud, contrario a la idea de decisiones maduras y calculadas. Además, una vez tomada la decisión parece generarse una dinámica, basada en la presión de grupo, o en las amenazas, o en fuerzas psicológicas, que hace difícil dar marcha atrás y determina las conductas posteriores a tal decisión. Otro de los supuestos del modelo económico que resulta debatible para el estudio de la violencia es el de las preferencias exógenas. Lo que
muestran con fuerza los datos colombianos es que la violencia y el crimen tienen una enorme capacidad para generar condiciones favorables a su reproducción. En forma contraria a los postulados básicos de la teoría económica del crimen, que supone unos individuos con una propensión a las conductas delictivas independiente del entorno social, la evidencia sugiere que la decisión de convertirse en criminal es sensible al entorno, y no simplemente en términos de las restricciones legales que la sociedad impone sobre los individuos, sino a nivel de las normas sociales que tales individuos consideran legítimas, internalizan y por ende incorporan a sus preferencias. Por otro lado, la experiencia colombiana muestra cómo aún el sistema judicial puede tornarse endógeno y amoldarse a los intereses de los criminales más poderosos. Dentro de los innumerables factores de riesgo asociados con el crimen y la violencia hay un elemento que aparece en muchísimos estudios, no sólo en Colombia sino en todo el mundo, y en todas las épocas: se trata de un asunto entre hombres, y más específicamente entre varones jóvenes. Los avances recientes en el estudio de la agresión en otras especies, que muestran también marcadas diferencias por sexo y por edades, apuntan en la misma dirección. Así, de las ciencias biológicas viene con fuerza el argumento de que ciertos comportamientos tienen un claro componente masculino y que la violencia puede no ser algo exclusivamente social o cultural. De acuerdo con esta visión, los genes, el cerebro y las hormonas deben tener algo que ver en el hecho queja gran mayoría de los crímenes violentos sean cometidos por hombres en edad temprana. La economía, como las demás ciencias sociales, no parece aún preparada para manejar las diferencias de género y, en general, los determinantes biológicos del comportamiento. Como limitación adicional de los economistas para aproximarse a un fenómeno como la violencia colombiana está el incipiente desarrollo que aún se observa en la comprensión de las instituciones, las "reglas del juego". Aunque los economistas se han
interesado recientemente por estos temas y el volumen de literatura es ya considerable, el conocimiento acerca de cómo surgen y evolucionan las instituciones es todavía incipiente. Ni siquiera para una de las instituciones más importantes de la teoría económica, la empresa, se tiene claridad acerca de su manera de operar, o de la lógica de su existencia. Otra institución particularmente apreciada por los economistas, el mercado, continúa siendo una construcción teórica, más normativa que positiva, sin mayor sustancia. Si esta ignorancia se da para arreglos institucionales que están en el centro de las preocupaciones de la disciplina, sería ingenuo pretender actualmente aportes significativos de la economía sobre las instituciones relacionadas con la guerra, la protección de los derechos, los atentados -la propiedad, el cumplimiento de la ley, o las agresiones físicas o las amenazas. Ante su mala capacidad para modelar las instituciones,-los economistas ' normalmente las ignoran adoptando implícitamente el supuesto de que la calidad institucional es uniforme a lo largo del tiempo, o entre regiones: 3. Economía, violencia y políticas públicas Fuera de 1as limitaciones en los datos, y en las teorías para analizarlos, existen en el área de la violencia varios elementos que hacen compleja la relación entre el diagnóstico y el diseño de políticas y entre estas últimas y su puesta en marcha. A continuación se discuten algunas de las particularidades del enfoque económico que hacen difícil tanto los lineamientos como la ejecución de las políticas contra la violencia. Un aspecto de particular interés es el de la relación del economista con el soberano. El primer punto que se debe destacar es la ingenuidad con que tradicionalmente el primero ha supuesto que se comporta el segundo. Las caricaturas del planificador o el dictador benevolente con infinita información, idoneidad, sapiencia y buenas intenciones están siempre
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implícitas en los trabajos de los economistas. En últimas, el gobierno sigue siendo para la economía una caja negra -tan carente de sustancia como la empresa o el mercado- a la cual le entra información y de la cual salen políticas públicas con las que supuestamente se está maximizando algo parecido a una función de bienestar social. La capacidad para comprender las instituciones gubernamentales es particularmente débil en un campo como el control de la violencia en Colombia, en dónde confluyen organismos y entidades -fuerzas armadas, rama judicial, ONGs, presiones internacionales- tan variados como disímiles en cuanto a sus objetivos y a sus formas de operación. Ni siquiera de la piedra angular de las políticas públicas para los economistas, la búsqueda de la eficiencia, se puede afirmar que tenga un lugar destacado en la agenda de preocupaciones de tales instituciones. Las instancias de intervención gubernamental familiares al economista casi siempre constituyen lo que Ronald Coase ha denominado ejercicios de economía de tablero: se supone que toda la información necesaria para la toma de decisiones está disponible y el economista, en el tablero, hace todo bajo el supuesto de que en el mundo real todo sucederá de la misma manera. No parece necesario profundizar en lo inadecuado que resulta este escenario en áreas tan complejas en materia de ejecución como el orden público, la seguridad, el respeto de los derechos humanos, la prevención del delito o la investigación criminal. Un punto crítico es el relacionado con la presunción del monopolio de la fuerza en cabeza del Estado. Cualquiera de las intervenciones que maneja la economía dan por descontado el poder coercitivo del Estado sobre todos los demás agentes. En situaciones extremas de violencia, como la colombiana, tal supuesto es en extremo dudoso. Así, la asesoría del economista al gobernante se complica, o se reduce al absurdo, cuando lo que se busca es quitarle recursos, o imponerle restricciones, a un agente sobre el cual no se tiene el suficiente poder coercitivo. La situación es aún más grave cuando se pierde la claridad acerca de quien es el verdadero soberano.
A diferencia de otras áreas de la economía, o de la realidad social, en dónde la arquitectura de las políticas tiene a veces un gran valor agregado y el problema de la ejecución es relativamente simple, en el área del crimen y la violencia se da la situación contraria: resulta casi obvio saber qué se debe hacer y la gran dificultad radica en saber cómo hacerlo. Ante tal situación, los gobernantes, y los analistas, optan por extrañas alternativas, de fácil ejecución, que simplemente le hacen el quite al bulto del problema. Desafortunadamente, las reservas en la capacidad del economista para asesorar-al soberano en el diseño y ejecución de políticas contra la violencia, o en la búsqueda de la paz, no parecen exclusivas de esta disciplina. La falta de realismo en la visión de los gobernantes y la relación, que se supone automática, entre el diseño de las políticas y su satisfactoria ejecución, parecerían ser denominadores comunes a todas las ciencias sociales. Cada disciplina supone que existe el soberano que le gustaría que existiera y hace, desde el tablero, las recomendaciones que considera pertinentes. Es escasa la preocupación por la forma como tales acciones se llevarán a cabo. También es precario el esfuerzo que se hace por analizar con los eventuales ejecutores las posibilidades éxito de las políticas. Un aspecto preocupante de las intervenciones que se han propuesto en Colombia en materia de violencia es que, en su mayoría, no han contado con el suficiente soporte empírico, o con una evaluación de su viabilidad. Se basan, por lo general, en las buenas intenciones. Gran parte de las políticas recientes contra la violencia en Colombia han estado basadas en dos elementos contradictorios entre sí. Mientras que por un lado se afirma que el conflicto armado es responsable de un número reducido de muertes violentas y que, por defecto, el grueso de la violencia resulta de los problemas de convivencia entre ciudadanos, por el otro se recomienda, como gran prioridad para reducir la violencia, para encontrar la paz, la negociación con los grupos alzados en armas. El elemento de la violencia que ha sido ignorado tanto en
términos de diagnóstico como de intervención es el de la criminalidad, fenómeno para el cual las recomendaciones no pasan de ser unos llamados genéricos a fortalecer la justicia o a la aplicación, también vaga y difusa, de medidas preventivas. Para el conjunto de la literatura disponible en el país, parece haber una desafortunada relación inversa entre el aporte de los trabajos a la comprensión del problema de la violencia, su realismo, su contenido de información, por un lado, y las sugerencias de intervención por el otro. Los estudios que son ricos en evidencia, los que más se han aproximado a la observación directa son precisamente aquellos que reconocen la complejidad del problema, la precariedad del diagnóstico y por lo tanto son más tímidos en términos de recomendaciones de política. Por el contrario los trabajos más simplistas, los de naturaleza casi deductiva, son los más prolíficos en materia de posibles intervenciones. No hay, dentro de los trabajos realizados hasta la fecha, ni siquiera dentro del creciente volumen de esfuerzos hechos por economistas, ninguno que presente una correspondencia entre la estimación de los costos sociales de la violencia y las prioridades de acción en materia de políticas. 4. Algunas conclusiones Por mucho tiempo en Colombia los problemas relativos a la violencia, a la seguridad ciudadana y al orden público se manejaron de manera casuística e intuitiva, por gobernantes y funcionarios con una orientación poco empírica y con un soporte débil de sistemas de información y procedimientos estadísticos Las políticas públicas pertinentes se tomaron basadas en doctrinas, ideologías,} percepciones de amenazas o en forma reactiva ante ciertos eventos, sin mayor conocimiento de la magnitud, o de las características, de los fenómenos hacia los cuales supuestamente iban dirigidas. Paralelamente, en el análisis académico de la violencia
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predominaron los enfoques deductivos, con pocos datos y con orientación marxista. En este ambiente, se fue consolidando en el país una distinción tajante entre la violencia política y el llamado delito común. La prioridad tanto a nivel de los estudios como de las intervenciones fue por mucho tiempo la violencia política. La irrupción y consolidación del narcotráfico en el país tuvo varios efectos paralelos: un incremento sin precedentes en los niveles de violencia homicida, un debilitamiento de los aparatos de seguridad y justicia, una enorme inyección de recursos a la economía que desafiaba la idea de que se trataba de algo indeseable y, en medio de esto, un ambiente académico y unas políticas públicas que no estaban preparados para analizar, y menos para controlar, un fenómeno de tal magnitud Se podría decir que los análisis sobre el crimen y la violencia han ido siempre rezagados con relación a políticas públicas -intuitivas o reactivas pero rara vez bien informadas- y han estado orientados a rebatir, o a tratar de justificar ex-post, tales políticas. Así, en materia de violencia en Colombia, y en forma contraria a la situación de los libros de texto, las intervenciones no se han diseñado basadas en unos diagnósticos y la verificación de unas hipótesis sino que, por el contrario, las políticas públicas han determinado, por acuerdo o por reacción, los diagnósticos La ampliación de la gama de disciplinas interesadas por la violencia y, sobretodo, la incorporación de analistas con una mayor vocación por los datos han empezado a transformar la manera general de aproximarse al problema. Desafortunadamente, las dificultades en términos del débil soporte empírico y analítico de las políticas persisten Sorprende, por ejemplo, que una de las áreas de la violencia que en los últimos ¡años ha recibido mayor atención en términos de intervención estatal, la 'violencia cotidiana y rutinaria entre los ciudadanos, sea el campo con mayores vacíos a nivel de análisis sistemáticos y esfuerzos de medición. El interés por
los asuntos como el maltrato infantil, o la violencia contra la mujer, parece originarse masen el reconocimiento internacional que se le está dando a los derechos de estos grupos que en la incidencia real o la evolución de tales fenómenos. El diseño de políticas contra la violencia continúa siendo un campo cargado de prejuicios políticos, ideológicos o profesionales. Los analistas que proponen intervenciones tienen una lista de recetas, que es previsible con base en su profesión y su vinculación política, que reciclan en todos sus escritos y que en buena parte de los casos no guarda relación con los estudios disponibles. Hay una tendencia natural a proponer intervenciones en las áreas de acción pública en las cuales se tiene experiencia previa e ignorar las instituciones universalmente relacionadas con el crimen y la violencia, cuyo funcionamiento se conoce muy mal. Ante la precariedad de los sistemas de información y la carencia de teoría, se ha buscado sofisticación en algunos aspectos que no parecen ser los más prioritarios. Tal podría ser el caso de los esfuerzos por cuantificar los costos del crimen y la violencia. Para muchos fenómenos económicos o sociales -como la inflación, el desempleo, la salud pública, o la abstención electoral- se ha seguido la vía, que parece razonable, de tratar de medirlos satisfactoriamente antes de tratar de estimar sus costos. Para la violencia daría la impresión que parece más urgente lo segundo que lo primero. Como si el problema de conocer su magnitud ya estuviera resuelto. En este sentido, vale la pena comparar los recursos que se invierten actualmente en hacerle seguimiento a los precios, o en rnedir el desempleo, o en elaborar las cuentas nacionales, con las reducidas sumas que se dedican a establecer la dimensión del crimen o la violencia. Lo anterior a pesar de que, de acuerdo con las encuestas de opinión, los problemas de inseguridad estarían afectando el bienestar de los ciudadanos tanto o más que algunas variables económicas que se miden con mayor precisión y regularidad.
Son varias las sugerencias que, desde el tablero, se pueden hacer a partir de los elementos destacados en este ensayo. La primera tiene que ver con lo inconveniente de la pretensión de analizar el crimen y la violencia, o tratar de intervenirlo, a nivel nacional y general, con base en teorías globales sobre causas de la violencia o estimativos agregados de sus costos. Esa vía presenta dificultades conceptuales y operacionales prácticamente insuperables. La evidencia para Colombia muestra una enorme variedad tanto en términos de las características de la violencia como de sus efectos, entre regiones y entre grupos de la población. Lo que esto sugiere es la conveniencia de darle prioridad a los diagnósticos e intervenciones muy focalizados. La segunda sugerencia se orienta a la necesidad de superar los prejuicios que todavía subsisten y contaminan tanto los análisis de la violencia en Colombia como la discusión y puesta en marcha de lasrespectivas políticas. Es difícil imaginar un área de la acción pública en la cual se presente un mayor desfase entre el diagnóstico, el diseño y la ejecución de intervenciones. O en la cual la comunicación entre los analistas y los operadores sea más precaria. Desde el punto de vista de las causas del fenómeno la recomendación que surge con mayor fuerza es la de mejorar la base de información en todos los niveles. Parecería conveniente moverse en la dirección de consolidar, tecnificar y profesionalizar un sistema estadístico sobre crimen y violencia. En esas líneas, es conveniente descargar a los organismos de seguridad y justicia de su responsabilidad de registro de los incidentes criminales para transferirla a una instancia más técnica y, sobretodo, ajena a los procesos judiciales, a la evaluación del desempeño de tales organismos, y al conflicto. Son evidentes en las cifras las interferencias perversas que se están dando en la actualidad entre las labores estadísticas y la responsabilidad judicial de aclarar los crímenes y capturar a los agresores o el interés por alguna de las salidas al
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conflicto. En forma independiente de los procesos judiciales se debe ampliar la evidencia sobre los delitos, los ataques personales, las víctimas, las circunstancias que rodean los incidentes y, sobretodo, sobre los agresores y las partes en conflicto. Los colombianos tienen valiosa información sobre el crimen y la violencia, pero no la transmiten a las autoridades, entre otros factores, por los altos costos que implica la judicialización de los incidentes. Con relación a esta base de información/también parece pertinente avanzar en las líneas de combinar los distintos tipos de evidencia en los cuales está entrenada o especializada cada disciplina. El diagnóstico debe partir de testimonios, estudios de caso e historias de vida pero no puede quedarse en esa etapa. Las intuiciones deben ser soportadas con la estadística, y con algo de teoría. El enfoque multidisciplinario que impone esta mezcla de metodologías sólo podrá tener éxito si cada disciplina abandona sus prejuicios y está dispuesta a discutirla pertinencia de sus teorías y de sus herramientas de trabajo.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS La literatura colombiana sobre violencia es ya tan copiosa que no existe un obra que ofrezca una visión global de los trabajos que se han hecho. Un catálogo bibliográfico para el periodo 1980-1998 ha sido publicado recientemente por FESCOL, CEREC y la Cámara Colombiana del Libro. Para la descripción de la criminalidad urbana vale la pena referirse a los informes, publicados por el DANE o el Ministerio de Justicia, de las encuestas de victimización. Sobre violencia no criminal los trabajos más completos, casi los únicos, son los de Klevenso los de Jimeno y Roldan. Sobre costos de la violencia se pueden consultar los trabajos de Bejarano [1988,1998], Rubio [1995,1997] y Trujillo y Badel [1998]. Una revisión crítica de la literatura colombiana sobre costos de la violencia se encuentra en Rubio [1998] de dónde se tomó buena parte de la primera sección de este ensayo. Sobre la geografía de los actores armados ver, entre otros, los distintos documentos de trabajo de FAZ PUBLICA. El esfuerzo más exhaustivo de algún economista colombiano para entender las causas de la violencia homicida es el trabajo de Gaitán [1994]. El estado del arte en materia de la llamada teoría económica del crimen se encuentra en Ehrlich [1996], aun cuando la referencia clásica sigue siendo Becker [1968]. Un trabajo que refleja bien la euforia de los economistas en materia de su capacidad para asesora al soberano en materia de políticas contra el crimen, y algo de su prepotencia, se encuentra en Dilulio [1996]. Becker, G., "Crime and Punishment: An Economic Approach" en Journal of Political Economy, 1968. Bejarano, Jesús Antonio, "Efectos de la violencia en la producción agropecuaria", en Coyuntura Económica, Vol XVIII, Septiembre de 1988. Bejarano, Jesús Antonio, Camilo Echandía, Rodolfo Escobedo y Enrique León Queruz, Colombia: Inseguridad, Violencia y Desempeño Económico en las Áreas Rurales, Bogotá, FONADE-Universidad Externado de Colombia, 1998. Dilulio Jr., John J., "Help Wanted: Economists, Crime and Public Policv" en Journal of Economic Perspectives, Vol. 10, No 1, 1996. Erlich, Isaac, "Crime, Punishment and the Market for Offenses" en Journal of Economic Perspectives, Vol 10, No. 1,1996. FESCOL-CERE-CCL, Libro, convivencia y paz, Bogotá, Catálogo Bibliográfico 1980-1998,1998. Jimeno Myriam Ismael Roldan, Las sombras arbitrarias. Violencia y autoridad en Colombia Bogotá, Editorial Universidad Nacional, 1996. Jimeno Myriam e Ismael Roldán, Violencia cotidiana en la sociedad rural, Bogotá, Fondo de Publicaciones Universidad Sergio Arboleda, 1998. Klevens, Joanne,'Lesiones de causa externa, factores de riesgo y medidas de prevención", Bogotá, Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, 1997. Klevens, Joanne, "Maltrato físico al menor. Factores de riesgo y medidas de prevención", Bogotá, Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, 1997 Klevens, Joanne, "Violencia contra la mujer. Factores de riesgo y medidas de prevención", Bogotá, CEJ, Serie Criterios de Justicia, 1998. Rubio, Mauricio, "Crimen y Crecimiento en Colombia", en Coyuntura Económica, Vol XXV, NQ 1, Bogotá, 1995. Rubio, Mauricio, "Los Costos de la Violencia en Colombia", Documento CEDE 97-07, Bogotá, 1997. Rubio, Mauricio, "Costos de la violencia en Colombia. Estado actual del debate", Informe presentado al Banco Mundial, Mimeo, Bogotá, 1998. Trujillo, Edgar y Martha Badel, "Los costos económicos de la criminalidad y la violencia en Colombia: 1991-1996" Documento No 76, Archivos de Macroeconomía, Bogotá, DNP, 1998.
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Neoliberalismo e intervencionismo: sus fuentes y razones
por Salomón Kalmanovitz* A partir de una reseña sobre el papel del intervencionismo estatal en la conducción de la economía y de la pugna con el neoliberalismo, se hace una revisión de los modelos económicos aplicados a lo largo del siglo y se muestran sus rasgos principales, sus problemas y sus paradojas. A partir de allí, se examina lo sucedido en América Latina, para dar cuenta de las particularidades del caso colombiano, cuyo modelo en esta década muestra una distancia grande del modelo neoliberal, mientras sus problemas lo acercan a los dilemas y sin salidas del intervencionismo, en un contexto que requeriría otras fórmulas para hacer posible la paz. Frente a ello, se examinan las posiciones y propuestas de los economistas, vistas bajo la aguda polarización entre intervencionismo y neoliberalismo, pero en circunstancias críticas que alejan los logros en torno a la modernización, la estabilidad de precios, la sólida fundamentación macroeconómica y la democratización política.
Introducción El neoliberalismo se ha convertido en un lugar común y en un adjetivo 1 peyorativo . En su acepción clásica (sin el tal neo) el liberalismo defendía la libertad política y económica contra las barreras feudales a la movilidad de hombres, de capital y de mercancías, la imposición de tributos en forma despótica, sin representación de los contribuyentes, y los gastos desaforados de las monarquías. También el liberalismo luchó contra los poderes de los gremios artesanales, que entendió como rezagos feudales. A finales del siglo pasado el liberalismo desarrolló una vertiente social - en ciencia política es reconocida como el nuevo liberalismo- que defendió la igualdad de oportunidades, la negociación de la distribución de la renta (contractualismo), el sindicalismo y el pleno empleo. El presidente Wilson de Estados Unidos a principios de siglo introdujo un nuevo elemento en el liberalismo social que fue el de limitar las acciones abusivas de los 2 monopolios y trusts por el Estado A su vez, el intervencionismo estatal surgió con las guerras y como estrategia para acelerar el desarrollo capitalista en países como Alemania, Francia y los Estados Unidos durante el siglo XIX, aplicando aranceles altos a los competidores de otros países y favoreciendo los negocios domésticos con los contratos públicos. Las economías de guerra de los treinta y los cuarenta completaron la experiencia de expansión de la demanda y de la producción, acompañadas de controles de precios para impedir la inflación. El cúmulo del intervencionismo lo dieron los países socialistas en los que la propiedad privada quedó abolida en la mayor parte de las áreas de la vida social. Rusia a partir de 1914 comenzó a nacionalizar y centralizar las empresas mayores, lo que extendió 1
Economista, codirector del Banco de la República Lo escrito aquí no compromete ni al Banco ni a su Junta Directiva. Agradezco las observaciones dé o Jorge Iván González y de Alberto Carrasquilla.
Se le identifica con la derecha en general y con toda búsqueda de eficiencia en la gestión pública; se confunde con monetarista a veces, pero también se le aplica a los defensores de la estabilidad macroeconómica o a tos que se comprometen con reducir la inflación al patrón internacional. No aparecen acepciones en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española,. 2 Muchas de las nociones históricas sobre el liberalismo que utilizo son del libro de J. G. Merquior, Liberalism Old & New, Boston, Twayne Publishers.1991.
más después de la consolidación del stalinismo. Con el triunfo sobre los alemanes, el imperio soviético se extendió a Europa del Este. En la Europa occidental de la segunda posguerra, el intervencionismo socialdemócrata compitió exitosamente por la lealtad de la población por el capitalismo y para frenar el comunismo. En el caso alemán del siglo XIX, Friedrich List fue su ideólogo y Bismark el ejecutor de su unión aduanera, en un proceso con fuerte sabor reaccionario que Marx criticó acerbamente por suponer una alianza entre nueva burguesía y vieja aristocracia. Ante el concepto de que el valor de cambio no era lo más importante sino el desarrollo de la fuerza productiva, como lo aducía List, Marx replicó cáusticamente que el valor de cambio era el que tintineaba en el bolsillo de los empresarios alemanes, colocándose del lado de la economía clásica inglesa y aceptando sus argumentos sobre las virtudes del libre cambio: abaratamiento de los elementos del capital, tanto de las materias primas como de los alimentos, lo que implicaba mayores salarios reales y al mismo tiempo salarios menores que desembolsillaban los capitalistas y otros ahorros que traía consigo la expansión del comercio entre las naciones que surgían de la 3 especialización . El corporativismo intervencionista en esa época tendía a abolir la democracia representativa o a impedir su surgimiento. El Corporativismo Liberal Durante el siglo veinte se consolidaron las grandes corporaciones o sociedades anónimas, los sindicatos y los gobiernos fuertes de pretensiones imperiales. La gran depresión abrió dos alternativas de intervención estatal: 1. el corporativismo fascista que abolió el parlamento y controlaba los sindicatos ultranacionalistas e intervenía en las juntas directivas de las grandes sociedades anónimas de Alemania, Italia y España, reorganizaba la sociedad a través
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Friedrich List Sistema nacional de economía política, Barcelona, Editorial Aguilar, 1955 y Salomón Kalmanovitz, El desarrollo tardío del capitalismo, Bogotá, Siglo Veintiuno Editores, 1983.
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de estos cuerpos gremiales y de sus milicias partidistas; 2. el corporativismo liberal, del cual John Maynard Keynes fue su exponente más agudo, que negociaba políticas de ingresos y salarios a través de sindicatos libres, gremios patronales y gobierno, manteniendo como siempre al parlamento. La segunda gran guerra definió al sistema ganador y fue también la muestra más palpable del éxito que podía tener la intervención estatal masiva para desarrollar aceleradamente la producción de guerra. Keynes hizo una crítica a la moral victoriana o sea a la ética protestante de la frugalidad y el ahorro, al postular que este último era excesivo frente a la inversión y que creaba las 4 situaciones de subempleo crónicas . Al intentar la eutanasia del rentista, también despertó los apetitos de los grupos de interés por capturar las rentas que surgían de la actividad del Estado en torno a su gasto compensatorio del faltante privado. El gobierno podía determinar el nivel de demanda agregada pero no debía interferir ni en la producción ni en la fijación de precios. La estabilidad de los salarios era considerada como importante y su crecimiento tendería a reforzar más la demanda agregada que a comprometer la rentabilidad de los empresarios. La prueba fundamental del keynesianismo fue provista por Phillips quien mostró que el empleo tendía a aumentar bajo situaciones de demanda 5 intensa e inflación . Se justificó de esta manera que el pleno empleo tenía como costo 'algo de inflación" y que había que pagarlo porque el alto empleo era un compromiso de la democracia liberal frente a la población. Las políticas de ajuste fino del gasto público se impusieron en todo el mundo y por un tiempo aparentaron que habían terminado con el ciclo de
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El grupo de Bloomsbury del que hacia parte Keynes incluyó, entre otros, a John Strachey traductor al inglés de las obras completas del Sigmund Freud, las que el economista leyó como manuscrito. Freud planteó que el precio de la civilización moderna y de su disciplina era la neurosis. EG. Winslow, "Keynes and Freud: Psychoanalysis and Keynes's Account of the "Animal Spirits" of Capitalism" en Social Research, Vol 53, No. 4, 1986. 5 A.W. Phillips, "Unemploymentand Wage Rates", en R.J. Ball, Peter Doyle, (eds.), Inflation, Penguin Press, 1969.
los negocios y se había entrado en una nueva era de pleno empleo de todas las economías que utilizaran las herramientas keynesianas. Se comenzó a dar un enfrentamiento ideológico entre la vieja disciplina del trabajo y del ahorro y las nuevas tendencias que aprobaban del consumo y de la laxitud de las políticas públicas. En los hechos, la curva de Phillips comenzó a desacreditarse en la medida en que se combinaban inflaciones y tasas de desempleo altas en los años setenta.
La crítica neoliberal El corporativismo liberal entró entonces en problemas porque conducía a inflaciones altas con estancamiento económico, especialmente cuando los salarios reales subían como resultado de condiciones de pleno empleo creadas por el gasto público y el exceso monetario. La alta tributación reducía aún más la rentabilidad privada. La deuda pública creciente tendía a elevar la tasa de interés y a frenar el desarrollo del sector privado. Los intereses creados de sindicatos y políticos hacían retroceder la eficiencia y hacían contraproductivo el gasto público. El resurgimiento del monetarísmo y el llamado neoliberalismo vino a enfrentar esta situación. Las fuertes críticas de Friedman en los años 50 al esquema corporativo liberal y su política monetaria laxa probó ser cierta más adelante y fue aceptado ampliamente su lema fundamental de que "la inflación es siempre y en todas partes 6 un fenómeno monetario" . El neoliberalismo como tal tiene como ideólogos a Von Mises y Hayek quienes hicieron una devastadora crítica al comunismo y al creciente papel jugado por el Estado en las economías occidentales por su menoscabo de la libertad individual y de empresa a nombre de fines sociales. Ellos predijeron que se daría un deterioro de la democracia y, al mismo tiempo, una pérdida de eficiencia económica por la creciente
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Milton Friedman, A Program for Monetary Stability, Nueva York, Fordham University Press, 1992.
politización de las medidas económicas y de la misma producción estatizada. El neoliberalismo es de nuevo una defensa del individualismo frente al colectivo que no tiene porque tiene por qué someterlo. El neoliberalismo consiste entonces en un retorno al liberalismo más restrictivo que se dio en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX donde prima más el criterio del mérito (a cada factor su productividad) que el de satisfacer las necesidades de la población o promover la igualdad de oportunidades) por parte del Estado para asignar el producto. Estas ideas fueron llevadas a la práctica por la señora Thatcher en Inglaterra y por Ronald Reagan en los Estados Unidos con un programa de austeridad monetaria, reducción de los impuestos, disminución de los gastos, arrasando los reductos de poder y nominé de los políticos, reducción de los salarios; del poder sindical, con una base política más centrada en las clases medias. En Inglaterra en particular había mucha impaciencia contra la creciente carga tributaria y la frecuencia de la acción industrial de los sindicatos que perturbaban la vida civil y la acumulación! de logros que habían obtenido en la negociación colectiva. Por lo demás, se intensificó la competencia internacional que ya desde la posguerra había avanzado con una liberalización sin antecedentes en el comercio entre Europa, Estados Unidos el Japón y los dragones asiáticos. La competencia doméstica fue también desatada por la liberación de los mercados antes regulados, como la aviación, las telecomunicaciones y se montaron esquemas regulatorios que imitaban la competencia para fijar los precios de la energía y del agua. Con ello se combinó primero, la contracción monetaria para vencer la inflación y, después/su mayor dosificación, para inducir la recuperación de la economía, pero impidiendo cualquier exceso monetario de allí en adelante. A pesar de su programa, el neoliberalismo no pudo reducir tanto el gasto público como si bajar los impuestos de tal modo que se generaron grandes déficits fiscales en Estados Unidos e Inglaterra. El efecto de disminuir las cargas tributarias aumentó paulatinamente la rentabilidad de todas las empresas que comenzaron a sacudirse de excesos
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laborales y administrativos, lo que a su vez incrementó de nuevo la rentabilidad. Para la nueva macroeconomía clásica (un sin sentido, pues por clásicos se entiende a los economistas de los siglos XVIII y XIX), el equilibrio fiscal es una virtud que exige que, sobre todo, existan reglas rigurosas con relación al gasto público, y abre la posibilidad de hacer más intervencionismo monetario. La lección monetarista que fue aceptada por doquier fue que la inflación surge necesariamente de una expansión monetaria y que la curva de Phillips comienza a resbalar cuando la inflación se torna persistente, operando incluso en sentido contrario: a más inflación es mayor el desempleo. Se acepta por la comunidad de economistas que en el corto plazo hay un efecto como el predecido por la curva de Phillips pero que transcurrido más tiempo no tiene el efecto esperado. Sin embargo, se abandonó en la práctica de los bancos centrales aquel postulado monetarista que dice que la expansión monetaria siempre produce inflación, pues con la economía en recesión los precios no se elevan con la expansión moderada de los medios de pago y el crédito sino hasta cuando se comience a acercar a un nivel de empleo inflacionario o de inflación de activos, punto al que se evita llegar reintroduciendo mucho antes la restricción monetaria. Se reinventó el ajuste monetario fino y se abandonó definitivamente el activismo fiscal. En los medios académicos anglosajones ganó aceptación la escuela de 7 muy expectativas racionales , defensora de la ortodoxia económica, que supone que los agentes económicos no son tan fácilmente manipulables como lo supuesto por los intervencionistas, mientras que se dio una escuela neokeynesiana que sacrificó buena parte de la macroeconomía intervencionista a favor de combinaciones de expectativas racionales con precios pegajosos8 Surgió una escuela neo-
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Preston J. Miller, The Rational Expectations Revolution, Boston, MU Press, 1994. 8 N.Gregory Mankiw, David Romer, New Keynesian Economics, Boston, MIT Press, 1995.
institucional que criticó la ortodoxia pero solo en tanto suponía la existencia de instituciones que tenían costos de transacción de cero, mostrando que estos son mayores que cero y que las reglas de juego son importantes en el desarrollo económico y en la eficiencia que pueda logra el sistema de producción, que requiere de gobierno y de leyes que garanticen los contratos privados. También ha criticado el criterio de expectativas racionales que existe en muy pocos agentes, considerando que la mayoría de las personas se guían por lo que les informa la cultura, los impulsos, los grupos con los que convive y no hay siempre decisiones tomadas en forma racional. Hay varias paradojas en este proceso de creciente liberalización de las economías del mundo, acelerado por la caída del muro de Berlín y el éxito de la apertura de la gran China. Una, que los que más se beneficiaron de la liberalización comercial fueron el Japón y los dragones que practican una intensa intervención estatal, sobre todo crédito barato y abundante, para apoyar sus ofensivas exportadoras; otra paradoja es que el impulsor del neoliberalismo, los Estados Unidos, se prestó a producir un déficit comercial crónico que obligó a cientos de sus industrias a reestructurarse, lo que agudizó su desempleo por un tiempo y redujo los salarios reales, acelerando la aplicación de los cambios tecnológicos y purgándose de tal manera que ahora está en mejores condiciones que todos sus rivales, en particular de los europeos que se debaten en el estancamiento y no quieren practicar políticas monetarias expansionistas ni pueden reestructurares dejando de lado la política distributiva de ingresos y salarios. Los europeos han escogido profundizar su integración, ahora en términos monetarios, ganando economías de escala y seguridad monetaria y cambiaría, lo que puede dar lugar a un círculo virtuoso. Sin embargo deberá de todas maneras adaptar las nuevas tecnologías y ganar flexibilidad en sus mercados de trabajo para poder crecer más rápidamente que en el pasado y aumentar el empleo.
El propio funcionamiento a mayor capacidad de la economía norteamericana eliminó el déficit fiscal. Así mismo Inglaterra mostró que era posible arrebatar las rentas capturadas por los sindicatos y por ciertas industrias y sus gremios y que eso volvía la economía más rentable, aceleraba la innovación técnica y el crecimiento 9 económico . Ambas recuperaron la eficiencia productiva al despolitizar la producción. Las tasas de desempleo de los Estados Unidos e Inglaterra son un tercio y la mitad que la del continente europeo. Japón y los dragones, por el contrario, se han hundido en la insolvencia financiera, al haber politizado su sistema bancario, y no encuentran una salida adecuada por sus rigideces institucionales. El financiamiento creciente, surgido del maridaje de trusts, bancos y gobierno, aparentemente garantizado por el gobierno, fue viable mientras las economías se expandían a tasas cercanas al 10% anual, pero hizo crisis cuando las economías, comenzando por la japonesa desde 1990, comenzaron a 10 crecer a ritmos más moderados . Los anglosajones volvieron a demostrar que la flexibilidad de los mercados es la clave de la innovación, la rentabilidad y el relanzamiento del crecimiento económico y que el financiamiento debe hacerse dentro de parámetros de mucha cautela por entes separados de las corporaciones y sin garantías estatales de sus préstamos. El intervencionismo Latina
en
América
En América Latina el keynesianismo obtuvo una aceptación muy grande porque era muy compatible con la cultura del continente de fuerte centralismo político, escasa disciplina de ahorro y de trabajo y de anticapitalismo. Raúl Prebisch hizo una adaptación de la 11 doctrina al continente y logró liderarla a través de la Cepal. El intervencionismo funcionó bastante bien entre 1950 y 1970, hasta que la 9
Thráinn Eggertsson, El comportamiento económico y las instituciones, Madrid, Alianza Economía, 1995, Douglass C. North, Instituciones, cambio institucional comportamiento económico, México, FCE, 1991. Mancur Olson, The Rise and Fall of Nations. 10 Paul Krugman, "What Happened to Asia?", http://web.mit.edu/krugman/www/ 11 Ver su libro Keynes, México, FCE
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creciente inflación generó inestabilidad, inflación y estancamiento por doquier. Este intervencionismo fue poco progresivo porque eventual mente indujo el letargo tecnológico de las empresas o sea la paralización de las fuerzas productivas; tampoco incentivó la libertad política pues estuvo signado por la continuidad de un fuerte poder central que es el que "interviene" con su característica arbitrariedad en el reparto de prebendas y sacrificios. En vez de que la redistribución fuera con base en impuestos y se transparentaran las transferencias entre grupos sociales, se hizo con inflación surgida del financiamiento con emisión del gobierno y del crédito que otorgó subsidios a actividades agrícolas e industriales y sobre todo de un gasto público en clientelas políticas, en forma oculta para la opinión pública. La inflación, a su vez, le hizo perder eficiencia adicional a la economía al nublar las señales de precios de los mercados e inducir decisiones equivocadas de inversión y de ahorro. En muchos países, no así en Colombia, el intervencionismo licuó las rentas de los sectores agroexportadores a favor de importaciones baratas para la industria, revaluando la tasa de cambio real mediante la inflación y el retardo en ajustar la devaluación acordemente. Ello condujo a caídas de las exportaciones y a déficit en cuentas corrientes gigantescos, al racionamiento de una amplia gama de bienes, seguido de hiperdevaluaciones, a un estancamiento tecnológico grande y a una pérdida de eficiencia y por tanto 12 de competitividad internacional . Quizás la falla mayor haya sido el aislamiento internacional pues ha podido conceder crédito subsidiado sólo a las industrias que exportaran exitosamente y hubiera llegado tan lejos como llegaron los tigres asiáticos. Lo que ellos y los países latinoamericanos han mostrado es que sistemas de crédito que alimentan expansiones productivas y exportadoras sin cautela financiera ni monetaria conducen a crisis bancarias seguras. 12
Rudiger Dornbush, Sebastian Edwards, Macroeconomía del populismo en la América Latina, México, FCE, 1992.
El intervencionismo latinoamericano confió de alguna manera en que el desarrollo económico era viable sólo con el mercado interno y por lo tanto decidió aislarse de la economía internacional mediante una muralla de aranceles. Mientras las regiones de escaso desarrollo que liberalizaban su comercio exterior y le daban fuertes incentivos a las exportaciones crecían a tasas mayores del 8% anual, América Latina involucionaba en los ochenta en medio de hiperinflaciones, devaluaciones calamitosas e incapacidad de pagar sus deudas. Algunos keynesianos anglosajones apoyaron la orientación básica de la Cepal y la hicieron más compleja mediante la rigurosa formalización matemático y se autodenominaron 13 como neo-estructura listas . En todas partes los programas de estabilización de precios y de apertura de las economías fueron bienvenidos y obtuvieron un fuerte apoyo político de la población. El centralismo fue visto como madre de toda la ineficiencia del gobierno y se propició una devolución de poder para los gobiernos regionales y municipales. La crisis de la deuda de los ochenta obligó a muchos países a practicar políticas contrarias de estabilización de precios, apertura comercial y a una profunda reestructuración del Estado. ¿Cuál neoliberalismo colombiano? Colombia fue distinto. Al evadir los excesos de sus vecinos sobrevivió a la década perdida de los ochenta menos mal que bien con inflaciones moderadas, devaluaciones que se ajustaban cotidianamente y montada sobre una expansión de sus exportaciones nuevas de carbón, níquel y petróleo. Sus fuerzas políticas beneficiadas por la protección, el sindicalismo público alimentado con abultadas prebendas pensionales y el sistema de fijación de salarios le hicieron una fuerte oposición a la apertura que no pudo pasar de sus fases iniciales. Se aceptaba el impuesto inflacionario como un precio
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Uno de sus líderes fue Lance Taylor de MIT, ver su Modelos macroeconómicos para países en desarrollo, México, FCE.
a pagar por la estabilidad aparente. La inflación, sin embargo, es un ataque masivo a los derechos de propiedad de los individuos porque cambia arbitrariamente el valor de los salarios y de los activos. Los grupos financieros nunca fueron molestados en sus procesos de centralización de la producción y los servicios. En medio de la bonanza del vecindario en los noventa, a Colombia le llegó también mucho capital, el sector privado aumentó su endeudamiento externo profusamente, pero en vez de' acomodarlo con menor gasto público, los gobiernos de turno decidieron acompañarlo con una expansión significativa que no tardó en ahogar la expansión de la economía. Un aumento significativo de impuestos, de cerca del 4% del PIB, no bastó para financiar la expansión del gasto público y se recurrió al endeudamiento público doméstico y externo que financió mucha nómina improductiva y proyectos de inversión muy grandes al lado de concesiones también grandes para obras públicas emprendidas por el sector privado. No se desmontó la politización y la legionaria ineficiencia de las empresas distribuidoras de energía, en un área que genera ingentes costos para las industrias y las familias usuarias del servicio. El gobierno central creció en 8% del PIB entre 1990 y 1998, del 11 14 al 19% del producto , al tiempo que se impulsaba una descentralización política y supuestamente de gasto, algo que es incoherente y que conduce hacia un abismo fiscal. Los recursos tributarios y crediticios extraídos del sector privado para financiar la expansión del sector público condujeron seguramente a una 15 baja de su rentabilidad . Como puede deducirse de lo anterior, por el sólo hecho de prácticamente duplicar el tamaño del gobierno central colombiano en esta década va muy en contravía del
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Este es un pequeño detalle que pasa por alto una tesis doctoral de ciencia política de la Universidad de Nueva York que demoniza al FMI y el Banco Mundial y "prueba" que el modelo neoliberal implantado en el país. Consuelo Ahumada, El modelo neoliberal su impacto en la sociedad colombiana, Bogotá, El Áncora Editor 19%. 15 Alberto Carrasquilla, "El déficit fiscal no es el problema" Manuscrito, 1998.
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neoliberalismo cuyo lema fundamental, como se recuerda, es la reducción del Estado, que se justifica para disminuir su poder sobre individuos y empresas y para restaurar la rentabilidad privada y el crecimiento. Sin embargo, Colombia acusa todas las fallas que levantaron los ideólogos neoliberales al corporativismo y al intervencionismo estatal: pérdida de eficiencia económica, disminución de la rentabilidad general de la economía, captura de rentas creadas por la intervención de parte de monopolios, gremios, políticos y sindicatos públicos, hasta el punto en que la economía está generando cada vez menos excedentes e incluso se está tornando insolvente, encontrando dificultades para servir la deuda contraída en la euforia de los noventa. En términos de libertad política ha habido también un marcado deterioro al ritmo de una creciente guerra civil, que no tiene por qué calmarse con las dádivas del gobierno central a los tradicionales grupos que lo apoyan o compartiéndolas con los nuevos grupos insurgentes. La paz requiere 16 mucho más que eso .
Los economistas frente al dilema intervencionista Los economistas colombianos se han polarizado sobre el tema del neoliberalismo y el intervencionismo. Muchos prefieren el estatu quo de una inflación moderada a su penosa reducción, le temen también a un incremento de la competencia sobre la producción doméstica y a que el gobierno (cambie de su rol tradicional de patrón y asignador de rentas a uno de regulador y proveedor eficiente de servicios básicos de educación y salud. No entienden por qué es necesario un equilibrio de sus finanzas, a pesar de coincidir con un balance de cuenta corriente muy negativo y persistente. Los que
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Requeriría de aumentos de la tributación local sobre todo de las regiones en conflicto, un impuesto predial para el campo, una reducción de la evasión y transparencia y eficiencia en la asignación de los recursos públicos. Debería resolver en especial el problema de la representación política de los que no cuentan con ella y que no se asesina a sus voceros.
recibieron un entrenamiento keynesiano en Norteamérica, en Francia o local están opuestos a la apertura económica y a la profundización de la intermediación financiera que se ha dado desde los años setenta. Pero es un keynesianismo vulgar en el caso de los que llegan a afirmar que la apertura comercial trajo una reevaluación de la moneda, cuando el modelo teórico señala que un aumento de las importaciones devalúa la moneda. Los de formación anglosajona reciente tienden hacia las posturas de la economía contemporánea o lo que hemos reseñado en torno al monetarismo, la nueva macroeconomía clásica, las expectativas racionales y el neoinstitucionalismo. Las universidades públicas se han estancado en la producción de literatura económica y se han vuelto repetitivas con sus argumentos usuales. No es extraño que defiendan fervientemente el gasto público del que dependen y que se movilicen en contra de los procesos de privatización. Allí predominan criterios de igualdad que substituyen los meritocráticos y se avanza poco en el estudio de las nuevas propuestas metodológicas que se vienen haciendo en la literatura internacional. En algunas universidades privadas se advierte un mayor dinamismo pero es un fenómeno reciente. Los ortodoxos jóvenes planteante reducción de las funciones del Estado, aunque aceptaron durante la administración Gaviria que Colombia era un caso especial de estado pequeño que debía ampliarse y que simplemente debía reasignarse y hacerse más eficiente, lo que se logró en pocas áreas, como la de la salud que expandió más su cobertura que su eficiencia. En la reasignación, se vendieron algunos bancos, se permitió la competencia privada en la telefonía y otras comunicaciones, la televisión, la energía y la prestación de otros servicios públicos, vendiendo muchos de sus activos, y se hicieron concesiones privadas de obras públicas. Sin embargo, no se diseñaron cuerpos regulatorios modernos que contribuyeran a la reducción de los precios y tarifas de los servicios privatizados ni se han
adelantado acciones que frenen la concentración de la riqueza en los grandes trusts colombianos. Los grupos insurgentes han abandonado el marxismo y se han pronunciado a favor del intervencionismo y la protección. No se guían entonces por un modelo, socialista sino por el modelo que fracasó estruendosamente en América Latina y que ha fracasado menos en Colombia, precisamente por no 17 haberse permitido su radicalización . En general, los economistas marxistas han tendido ha encontrarse en el lado intervencionista en torno a la polarización intelectual existente en el país, con algunas excepciones, al tener fines superiores a los de la propia sociedad. Ha surgido un grupo de inclinación neo-institucional que ha cuestionado las rentas capturadas por políticos y sindicatos públicos por la creciente intervención estatal colombiana y por la gran ineficiencia de instituciones como la justicia. Los economistas mayores de Fedesarrollo que apoyaron la opción proteccionista e intervencionista durante-la administración Samper y que fueran porta estandartes del neoestructuralismo en el país, no echaron para atrás el programa de privatización ni cerraron la economía aunque se intentó brevemente hacerlo durante la emergencia económica de 1997 - por haberse comprometido en un programa de gasto social gue necesitaba todo el financiamiento posible y que amplió las, privatizaciones y aún así entró en un déficit fiscal profundo y explosivo. Se mostraron de acuerdo con la apertura y adujeron críticas al grado y rapidez con que se impulsó, aunque no al proceso mismo, quizás porque era difícil salirse de los acuerdos de comercio internacional del país que lo beneficiaron ampliamente y porque la posición neo-estructuralista está muy a la defensiva en el mundo moderno. Sin embargo, no continuaron con el programa de mejorar la eficiencia institucional de muchas agencias del Estado que son manejadas con pocos escrúpulos y despilfarro de costosos 17
Comisión de Conciliación Nacional, "La paz sobre la mesa" en Cambio 16, No. 256,1998, pág. 18 para las Farc y p. 30 para el Eln. Salomón Kalmanovitz, "El programa económico de las Farc", http:/ /atrato.com
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recursos públicos. Tampoco hubo un compromiso serio para reducir la inflación y sí de expandir el gasto público con el consecuente deterioro de crecimiento del sector privado. En fin, el neoestructuralismo justificó la expansión del gasto público por encima de las posibilidades de su financiamiento, a su aplicación improductiva y contribuye al evidente deterioro de los fundamentos macroeconómicos del país. Los economistas jóvenes entrenados en países anglosajones y en Alemania, centrados en el Banco de la República y Planeación Nacional, han hecho un extenso trabajo en las áreas de los costos de la inflación, de la macroeconomía de la economía abierta y en las mediciones de la eficiencia tanto sistémica como el de 18 algunas instituciones . Todo ello ha confluido a una crítica fuerte de las actuaciones de las políticas intervencionistas en lo que toca a los profundos desequilibrios macroeconómicos que genera, con déficit paralelos en las cuentas externas y fiscales del país y a la pérdida de productividad que entraña la mediocre administración de crecientes recursos públicos y la corrupción que la acompaña. En definitiva, se cuenta todavía en Colombia con un capitalismo clientelista y compinchero que está abocado a una crisis profunda que está latente; solo después de que esta se resuelva, al parecer, va a ser posible generar un consenso público que permita al país entrar en una nueva senda de modernización económica, estabilidad de precios, sólida fundamentación macroeconómica y democratización política.
BIBLIOGRAFIA Ahumada, Consuelo, El modelo neoliberal y su impacto en la sociedad colombiana, Bogotá, El Áncora Editores, 1996. Carrasquilla, Alberto, "El déficit fiscal no es el problema", Manuscrito, 1998 Comisión de Conciliación Nacional, "La paz sobre la mesa", en Cambió 16, No. 256,1998. Dornbush, Rudiger, Sebastian Edwards, Macroeconomía del populismo en la América Latina, México, FCE, 1992. Eggertsson, Thráinn, El comportamiento económico y las instituciones, Madrid, Alianza Economía, 1995. Friedman, Milton, A Program for Monetary Stability, Nueva York, Fordham University Press, 1992. Kalmanovitz, Salomón, "El programa económico de las Farc", http://atrato.com Kalmanovitz, Salomón, El desarrollo tardío del capitalismo, Bogotá, Siglo Veintiuno Editores, 1983. Krugman, Paul, "What Happened http://web.mit.edu/ krugman/www/
to
Asia?"
Friedrich List, Sistema nacional de economía política, Barcelona, Editorial Aguilar, 1955. Mankiw, N. Gregory, David Romer, NeoKeynesian Economics, Boston, MIT Press, 1995. Merquior, J. G., Liberalism Old & New, Boston, Twayne Publishers,'1991. Miller, Preston J., The Rational Revolution, Boston, MIT Press, 1994.
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North, Douglass C, Instituciones, cambio institucional y comportamiento económico, México, FCE,, 1991. Olson, Mancur, The Rise and Fall of Nations Phillips, A.W. "Unemployment and Wage Rates", en RJ. Ball, Peter Doyle, (eds.), Inflation, Penguin Press, 1969. Prebisch, Raúl, Keynes, México, FCE, 1952. Taylor, Lance, Modelos macroeconómicos países en desarrollo, México, FCE, 1987.
para
Wiesner Duran, Eduardo, La efectividad de las políticas públicas-Colombia, Bogotá Tercer Mundo Editores, 1998. Winslow, E.G. "Keynes and Freud: Psychoanalysis and Keynes's Account of the "Animal Spirits" of Capitalism", en Social Research, Vol 53, No. 4, 1986.
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Eduardo Wiesner Duran, La efectividad de las políticas públicas en Colombia, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1998. Mauricio Rubio en el CEDE de la Universidad de los Andes tiene varias publicaciones sobre la justicia. Jesús Bejarano y Salomón Kalmanovitz han publicado varios ensayos en la misma dirección Véase también la extensa literatura generada por el Banco de la República en Borradores Semanales de Economía que se aproxima a su número 100 y en Ensayos de Política Económica.
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Mestizaje, malicia indígena y viveza en la construcción del carácter nacional por Jorge Morales* Este articulo explora tres conceptos culturales, arraigados en las mentalidades colombianas a través de diversos sectores socioeconómicos y el papel adaptativo de Mi malicia indígena y la viveza en las relaciones sociales y en la construcción de la autoimagen nacional.
A modo de introducción La huella dejada por la experiencia colonial en América Latina ha sido profusa y nítida. A partir de ese período, Colombia, por ejemplo, obtuvo su pertenencia a la sociedad occidental y la oportunidad innegable de ser una nación compleja tal como se conoce hoy. Su desarrollo estatal también procede de las formaciones coloniales, sin mayores vínculos con la época prehispánica. Pero tal incorporación ha estado signada diacrónicamente por la dependencia: España, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos han sido a través del tiempo, las metrópolis en ese contexto estructural. Sin embargo la dependencia en sí misma no define a Colombia ni a América Latina y optar exclusivamente por ese punto de vista dejaría de lado procesos no necesariamente conectados en forma directa con el dominio internacional, tales como la diversidad regional, sus estereotipos y dinámicas. Sin demeritar la manida globalización, hay otros procesos de menor cobertura espacial pero no menos significativos en la hora de emprender análisis sobre una determinada situación nacional como la colombiana. Hay dinámicas de la conformación histórica del estado colombiano y de la sociedad civil que son propias, así como de sus regiones y localidades, que conjugadas con las externas, ofrecen un margen mayor de comprensibilidad de los fenómenos socioculturales de un país como el colombiano.
* Antropólogo, Profesor del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes.
Aparentemente, la conciencia de pertenencia a Occidente en Colombia sería básicamente urbana y de sectores económicos altos y medios, pero en realidad, los fenómenos permanentes de globalización contribuyen bastante a la extensión de esa conciencia en otros medios: grupos de pobres en las ciudades y de campesinos dueños de tierra, o sin ella, cada vez participan más de conceptos y actitudes plasmados en las metrópolis occidentales, como la sindicalización, la pobreza y la miseria, como consecuencias del capital mal distribuido, la informática, etc. Aún los indígenas llevan muchas veces las iniciativas para integrarse a proyectos de desarrollo que los vinculen con centros de mercado y de educación
superior sin perder su identidad étnica particular al tiempo que reconocen que su presencia hace parte de la sociedad 1 occidental, diversa en extremo. Y es que las identidades no necesariamente se excluyen. En las sociedades complejas la acumulación se presenta junto a la distinción. Nuestra conciencia de miembros de la sociedad mundial no hace desaparecer la de colombianos, paisas, santandereanos, costeños, pobres, profesionales, mujeres, etc., pero a la vez contrastamos con las excluidas, como las de Venezolanos, Kurdos, Embera, Nukak-Makú, Irlandeses, etc., por citar algunos ejemplos. Esos sentimientos acumulados y que simultáneamente marcan diferencias con otros, fundamentan alteridades y son dinámicos entre sí. Muchas veces, valga el caso, es más urgente intensificar la conciencia regional en detrimento de la nacional, para enfrentarla con otra, v.gr. Costeños vs. Cachacos, o se dejan latentes las regionales en pro de la nacional. Tal ocurre cuando se apoya, hasta frenéticamente, una selección colombiana de balón pie. Por tanto, los 2 límites dé pertenencia a uno u otro grupo se contraen o se dilatan con intensidades muy variables. Nuestra conciencia nacional aunque poco móvil en momentos necesarios, como el de la vergüenza de las certificaciones, aparentemente despierta más en otras ocasiones y está más a flote que la de latinoamericanos, por obra de las diferencias nacionales, a pesar de tener historias susceptibles de grandes generalizaciones. La colombianidad Pensadores colombianos de distintas corrientes ideológicas han incursionado en el diagnóstico de lo 1
Joann Rappaporty David Gow, "Cambio dirigido, movimiento indígena y estereotipos del indio. El estado colombiano y la reubicación de los Nasa" en Uribe, M.V. y Restrepo, E (compiladores), Antropología en la modernidad. Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología, 1997, págs. 380-384. 2 Frederick Barth (compilador), Los grupos étnicos y sus fronteras, México, Fondo de Cultura Económica, 1976, p 17-18
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que es Colombia y también han abordado el deber ser del país. Para los efectos de este ensayo, sólo voy a hacer una corta referencia a tres de ellos: Caro, López de Mesa y Morales Benítez, para confrontar luego sus concepciones con los estereotipos propios, no académicos, que son los de mayor interés para estas páginas. El ideal de Miguel Antonio Caro es bien conocido: buscaba que Colombia fuera una nación unitaria donde primaran las tradiciones de carácter europeo, especialmente hispánico, con un gobierno centralista, muy vinculado con las jerarquías católicas, y sobre todo, donde las heterogeneidades culturales quedaran abolidas, bajo la figura y la praxis de un estado nacional con fuertes símbolos de esa unidad, tales como el himno, la bandera y el escudo patrios, representantes además de una tradición "blanca" de corte clásico, suficientemente vigorosa para dejar fuera de escena, otras tradiciones, portadas por grupos negros y amerindios. Este ideal de Caro, a la vez, pretendía que con el tiempo los legados no europeos y sus resultados quedaran sumidos como un recuerdo de una etapa anterior de inferioridad del pueblo colombiano, que no podría competir con el nuevo orden 3 sociocultural. 4
López de Mesa por su parte, vió a Colombia como país de la órbita occidental al que le faltaba madurar para estar a la altura de los pueblos dominantes, y atribuyó tal inmadurez a la presencia de los consabidos tres "troncos raciales" mezclados entre sí, los cuales determinaron, según él, una dispersión de propósitos que constituye el principal obstáculo para el desarrollo. Como • consecuencia, para suplir esa diversidad, de carácter "racial", recomendó la inmigración masiva de europeos blancos quienes con el tiempo asegurarían la homogeneidad, mejorarían la raza y reducirían esa universalidad o raza cósmica/que impedía el acceso a la 5 civilización. 3
Miguel Antonio Caro. "El darvinismo y las misiones", en Repertorio colombiano. Volumen 12, No. 6, págs. 485-491. 4 Luís López de Mesa, De cómo se ha formado la nación colombiana, Medellín, Bedout, 1970, pág. 22. 5 Horacio Calle y Jorge Morales, Identidad cultural e integración del pueblo colombiano, Bogotá, OEI, 1994. págs. 99100.
Aunque las metas de los dos autores reseñados brevemente eran similares, Caro buscaba lograrlas mediante el gobierno fuerte y la educación escolar y universitaria. López insistía en contingentes migratorios que se amestizaran y dejaran sus genes entre la población huésped, con lo cual quedaría capacitada para emprender su camino al desarrollo. Más recientes son los conceptos 6 de Morales Benítez quien resume a Colombia como fruto del mestizaje entre españoles e indígenas. Las diversidades regionales y los procesos históricos quedan en esta perspectiva, como meras consecuencias de aquella dinámica y por tanto el colombiano es definido simplemente como mestizo. Además, esa "mezcla racial" es emotivamente loada por este ensayista caldense por considerarla que dio como fruto a un producto selectivo de virtudes de una y otra fuente. Sus planteamientos a simple vista excluyen diferencias regionales muy importantes, como el mulataje que a la vez explican comportamientos concretos en la Costa Atlántica, donde gracias a ese fenómeno, la población negra tiene una posición muy diferente a la que ocupan los afrocolombianos 7 del Pacífico. También olvida multitud de dinámicas como el aislamiento regional de centros de mercado o los manejos del poder en el siglo XIX, más responsables de configuraciones regionales y nacionales que el prístino mestizaje por sí solo y como razón preponderante. De otro lado, para él, los grupos que dieron origen al mestizo aparecen como bloques homogéneos, sin mayor diferenciación interna, como si "blancos" e indios fueran grupos étnicos con conciencia propia, cuando sabemos que son categorías construidas, aglutinadoras artificialmente de múltiples grupos con etnicidades particulares, y que en el caso de la segunda (Indios) lo único en común era su condición de colonizados y dominados.
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Otto Morales Benítez, Memorias del mestizaje, Bogotá, Plaza y Janes. 1984. 7 Peter Wade, Gente negra, nación mestiza. Dinámicas de las identidades étnicas en Colombia, Bogotá, Instituto Colombiano dé Antropología-Universidad de AntioquiaEdiciones Uniandes-Siglo del Hombre, 1997, págs. 139-140.
A pesar de las críticas anteriores, me parecen muy interesantes las posiciones de los autores reseñados a vuelo de pájaro, porque su aparente simplicidad y pragmatismo desbordado reproducen estereotipos y sentimientos muy concretos de muchos sectores colombianos, tanto regionales como de clase. En tal sentido, aunque parezcan livianos y desenfocados para los analistas de las ciencias sociales, tienen la interesante faceta de coincidir con mentalidades populares, a mi modo de ver, mayoritarias, respecto a la constitución del país. Esos, que pudiéramos llamar Imaginarios Nacionales, lamentablemente son descuidados por abandono en los estudios académicos, quizá por considerarlos semejantes a los planteamientos de los autores aludidos y otros más (como Caballero Calderón, por ejemplo), quienes francamente son vistos como ajenos a la postura científica, por muchos sectores universitarios dedicados al estudio de la sociedad colombiana. Un esbozo de esos Imaginarios es propósito para este documento pues no sólo creo que es válido reseñarlos en la medida en que se conozcan, sino que además, muchas veces figuran como modelos orientadores de conductas, que siguen caminos aparentemente diferentes! de los registrados por los analistas académicos. En tal sentido, aquí se propone que vastos sectores de la población colombiana definen al país y a sus habitantes, como mestizos, con un balance de 'sangre" española y de Sangre" indígena. Así mismo, estos imaginarios pueden ser calificados como lamarckiano en la medida en que atribuyen conductas socioculturales como heredadas biológica mente a partir de los troncos del mestizaje Los sentimientos nacionalistas se proyectan también sobre estas nociones autoetnográficas haciéndolas así más complejas. En otras palabras, los estereotipos asociados tienden a coincidir con las fronteras creadas y modificadas por acciones de gobierno. Por ejemplo, pesar de la continuidad de rasgos culturales y de procesos históricos comunes, entre las regiones andinas de Nariño en Colombia y Carchi en el Ecuador, limítrofes entre
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Nariño en Colombia y Carchi en el Ecuador, limítrofes entre sí, son muy profundos los sentimientos de diferencia nacionalista entre habitantes de uno y otro lado. Sus interacciones económicas son frecuentes e intensas como en toda frontera, pero existen factores que contribuyen a desarrollar las distinciones, tales como la unidad monetaria, las relaciones de trabajo y de educación con centros del interior, como Cali donde generalmente hay parientes nariñenses que reciben a los migrantes. En tal sentido, Cali se constituye en lo que podríamos llamar Polo de Reforzamiento de identidad nacional colombiana.
Pero de la misma noción de mestizaje, central en el imaginario, surge el mecanismo adaptativo que sirve para acortar la distancia con el otro occidental o para superarlo, y que ayuda a definir la posición del colombiano en el contexto de la modernidad. Es como un as escondido debajo de la manga, con fuerte soporte en el pasado y que adquiere tintes de venganza ancestral hacia el otro; a la vez es muy gratificante como patrimonio y valor nacional: es la Malicia Indígena. Este concepto étnico, muy reiterado en el país, me parece primordial para entender la alteridad colombiana enfrentada a otras.
Este caso es sólo un ejemplo que muestra que las fronteras políticoadministrativas sí son susceptibles de 8 crear identidades a pesar de la idea recurrente de que son absolutamente ajenas a los sentimientos de la gente.
La Malicia Indígena es concebida como recurso propio, heredado y no transferible a otras nacionalidades ni por amistad, matrimonio, residencia en Colombia, etc. Pero sí es susceptible de disminuir entre los colombianos que llegan a vivir largo tiempo fuera de su país.
Así mismo, los imaginarios nacionales proyectados sobre sus vecinos, tienden a desconocer el mestizaje entre éstos, por considerarlo casi que patrimonio colombiano. A los ecuatorianos se les ve como "Indios" y a los venezolanos como "Mulatos" y "Zambos", denotando así que el balance no fue preciso, entre indios y blancos, como sí se supone que sucedió aquí. Esa condición otorga un sentimiento de superioridad diferencial frente al vecino nacional: el mestizo es más cercano al blanco que los otros dos y por lo tanto, más civilizado. Contrasta este estereotipo con el expuesto frente al "gringo" o "mister" norteamericano o europeo. Hay conciencia de inferioridad arraigada en procesos coloniales que nos marcaron como mestizos, criollos, etc., diferentes a los metropolitanos, y reforzada con experiencias más recientes que derivan en conceptos como subdesarrollados, tercermundistas, en vías de desarrollo, etc., los cuales tienen amplia acogida y convencimiento en la población colombiana por tratarse del lenguaje oficial de los centros de poder, manejado además por medios masivos de comunicación.
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Horacio Calle y Identidad...; pág. 245.
Jorge
Morales,
El imaginario popular reitera que esa característica nacional es una combinación de creatividad, astucia, prudencia e hipocresía, suficientes para suplir las deficiencias del subdesarrollo manifiestas en educación precaria, pobreza y abandono estatal. La Malicia Indígena además es imaginada como un potencial de los pueblos amerindios oprimidos en la época de la Conquista y la Colonia, legado a sus descendientes mestizos como un testimonio de resistencia a largo plazo y de justicia. Por todo ello es muy apreciada por las mentalidades actuales, de diversos sectores sociales. La presencia de esta Malicia aunque es sistémica dentro de la construcción étnica del carácter nacional, se halla naturalmente más intensa y viva en aquellas regiones reconocidas como más indígenas, vale decir, el altiplano cundiboyacense y el nariñense. Allí tiende, según el mismo imaginario de las mentalidades populares, a manifestarse en lo que se 9 ha llamado el mundo inverso en las relaciones sociales, y especialmente en las mediadas por el poder. Aquellas conductas descritas por terceros en las cuales se anota el exceso en las 9
promesas y la deficiencia en sus cumplimientos, sobre todo en compromisos con los patrones laborales o con las autoridades, es clara evidencia de la inversión aludida. No es difícil conectar históricamente esta norma de conducta atribuida en los .estereotipos populares con el aforismo colonial "Acato pero no cumplo", utilizado para mostrar lo distantes que estaban las disposiciones oficiales de su puesta en práctica, especialmente en materia de protección a los indígenas. A estas alturas, no es muy clara la razón por la cual la auto etnografía nacional tiende a considerar a esas dos áreas como refugio mayor de la Malicia Indígena. Es posible que la tardía división de resguardos en ellas, haya sido interpretada por las gentes como una prolongación de situaciones coloniales que permitió precisamente la exacerbación de tal condición. Pero también el imaginario elabora la presencia en esas regiones de términos de sumisión, muy activos y funcionales, como el sumercé asociado con relaciones de dominio reales o posibles, con personas de mayor status o de fuera de la región misma. Y es que esas relaciones surgen en el contexto regional del minifundio y la concentración de la tierra históricamente, lo cual impone su impronta en el carácter regional y puede ser percibido por las mentalidades populares externas en manera peyorativa. Desde un punto de vista personal, creo que la génesis de la Malicia Indígena es netamente colonial como construcción social auto referente. Surge como recurso ante las obligaciones que imponen encomenderos y autoridades locales y provinciales, que permite dilatar los compromisos y hasta la posibilidad de abandonados mediante la negociación informal y la sobre exposición de la miseria. Como las estructuras de dominio no se modifican, el mundo inverso y su matriz de Malicia ancestral siguen campantes como recurso adaptativo en cada una de las coyunturas que sucesivamente se presentan hasta llegar al momento presente.
Ibid. pág. 296.
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Imaginarios sociales
y
conductas
En el plano interno, a nivel de las relaciones entre colombianos y entre la sociedad civil y el estado, el concepto de Malicia Indígena, que opera como estereotipo nacional, se modifica por el de Vivacidad, como ideal de conducta en la sociedad capitalista actual, que impone altos grados de competencia. Los Vivos son los que triunfan. El Vivo representa una categoría social ideal construida en todos los niveles económicos, que incorpora en su naturaleza muchos de los elementos propios del malicioso, reseñado arriba, más otro que desde afuera es juzgado como indisciplina, exclusivamente. Pero al interior mismo del valor, es la puesta en marcha de actitudes «necesarias y compartidas, para conseguir fines prácticos, con un doble respaldo: el que los de mayor poder también lo hacen y la inoperancia de la norma y de las instituciones de autoridad, que precisamente son partícipes del valor mismo. Como concepto que atribuye a la categoría social respectiva, el Vivo, en los imaginarios y mentalidades populares va asociado con diversos grados de desacato a las pautas establecidas. Desde el irrespeto cotidiano de los turnos sucesivos en una fila -colarse- hasta conductas francamente delictivas como el peculado o la fuga de presos. Aunque para estos extremos no se desconoce la ocurrencia de una falta grave, muchos sectores de la población, comprometidos con el valor en cuestión, admiran las habilidades e ingeniosas artimañas llevadas a cabo por el Vivo para lograr su propósito. La admiración crece en la medida en que los obstáculos para infringir y delinquir sean mayores, y sin embargo han sido burlados. En la vida cotidiana el Vivo viene a ser el más adaptado para enfrentar y sortear los retos del afán individualista. El se da el lujo de apropiarse de los afanes de los demás, para lograr las metas que el entorno le exige. Tomemos un caso al azar bastante común en Bogotá, que a primera vista es calificado de absurdo. Se trata del incumplimiento de las
señales de los semáforos, ya sea peatonales o vehiculares. Es una demostración de Viveza que evidencia la sagacidad, inteligencia y estado físico del infractor, pero adicionalmente, algo muy importante: su capacidad de competir, o dicho en otras palabras, su carnet de identidad como miembro de una sociedad que premia la individualidad y el esfuerzo emulador. El Vivo se da el lujo de ganar sobre los derechos y los afanes de los demás, reproduciendo conductas similares por irrespetuosas, que arrasan intereses generales en beneficio propio, a escala mucho mayor, y que como agravante, prosperan y se convierten en valores deseados. La exacerbación de sentencias socializadoras como "lo que usted no haga por sus propios medios, nadie se lo va a resolver", es un soporte del modelo Vivo de conducta que resulta profundamente conflictivo, cuando en apariencia es el cumplimiento de un valor de amplia aceptación social hoy día en Occidente. La contradicción radica en que las instituciones encargadas de encauzar el ideal del esfuerzo personal para que no llegue a extremos como el del Vivo, han sido permeadas profundamente por el mismo patrón de cosmovisión. Cuando las autoridades son Vivas, están a un paso de corromperse y de inaugurar el caos en las relaciones sociales. Las razones aportadas por las mentalidades populares en sus imaginarios sobre el éxito del Vivo recurren precisamente a lo que ellas denominan el ejemplo, concepto primordial en la construcción de la imagen del mundo social colombiano. Muchas versiones populares sobre el ejemplo lo ponen en cabeza de los políticos, personajes muy relevantes en la construcción étnica de los colombianos. Sin embargo, aunque el ejemplo negativo, como conducta emanada de la clase política es vituperado, no deja de servir de excusa justificativa de conductas 10 similares. El esquema procedimental de acuerdo con la lógica de los imaginarios populares se puede acercar en términos básicos a la siguiente cita: “Si los políticos roban y 10
Ibid. págs. 228-229.
son los más avispados, qué se les va a pedir a los pobres e ignorantes...el que no se avispa en este país, se jode". Este texto mínimo recogido hace unos años en Pereira por mí es de franca reproducción y aceptación en todas las regiones del país. Su presentación aunque ambivalente revela coherencia interna porque la oposición entre señalamiento y admisión queda mediada por la percepción y convencimiento de que aquí no hay brújula política y por tanto los que tienen más medios a su alcance marcan el camino de la autogestión con el equipo que les brinda la condición prácticamente innata del avispamiento. Sacarle provecho a esas condiciones nacionales se imagina como una razón de urgencia a pequeña escala para poder sobrevivir, en algunos sectores, y para otros es el conducto para-tener credenciales de pertenencia a la modernidad y la civilización occidental, representada ante todo por su bagaje material consumista. Consideraciones finales En las páginas precedentes he tratado de destacar la importancia de dos conceptos propios de las mentalidades colombianas de diversas regiones del país, muy operativos en el proceso de construcción de la identidad nacional a lo largo de su estructuración en el contexto occidental La Malicia Indígena rige como un marcador étnico especialmente en las relaciones con nacionales de otros países, y sobre todo con los de naciones dominantes o consideradas superiores económicamente. Tiene además un fuerte referente histórico anclado en la experiencia colonial del indio, quien tuvo que acudir; estrategias defensivas que incluían la mentira y la inducción al miedo, así como la inversión entre la promesa y su cumplí miento, las cuales se perpetuaron postcolonialmente, en la medida en que no modificaron las condiciones de asimetría En el imaginario popular sin embargo, esa Malicia corre por la sangre] del mestizo, quien en el mismo cuerpo de imágenes es la síntesis del colombiano.
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El Vivo por su parte, se refiere a una categoría o tipo social cuyo surgimiento no se asocia con el pasado sino que es simultáneo con la dinámica social y económica actual. Opera ante todo a nivel interno, dentro del país, en la vida cotidiana de cada región, a la vez que genera estereotipos jerarquizados: los paisas son los más Vivos, los opitas y pastusos menos, y los chocoanos, aún menos. El Vivo no involucra una idea de venganza hacia los colonizadores ni enaltece al indio como subyugado, a diferencia de la Malicia Indígena. En cambio logra ser una alternativa de adaptación ante las ineficacias del estado. Por la misma condición de ausencia o de abandono estatal, el Vivo se levanta como el ideal de la libertad individual que sale a flote sin el principio rector del estado. Esa condición sirve de plataforma de apoyo para valorar actos dolosos que se justifican socialmente por ser obras de Vivos que saben que si no se adelantan a la acción oficial van a ser perjudicados, y de paso asimilados a los bobos que aún creen en la eficiencia estatal.
BIBLIOGRAFÍA
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Estas consideraciones subyacen con gran arraigo y convicción en actitudes tan actuales y conflictivas como la toma de justicia por manos propias. El país se desangra con estas acciones, mientras los diagnósticos y posibles soluciones descartan los valores introyectados por los individuos. Hay que actuar urgentemente en la consecución de un estado que sea percibido de manera diferente, que no sea visto como la causa fundamental del éxito del estereotipo negativo del Vivo.
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¿Para que la historia? por Jaime Jaramillo Uribe* ¿Para qué sirve la historia?. ¿Puede el conocimiento del pasado darnos pautas para comprender el presente? Sobre este, como sobre tantos problemas teóricos de la historia, se han realizado largos e inacabados debates entre historiadores y filósofos. En este ensayo se acepta como eficaz la hipótesis de que conocer el origen y el desarrollo de un proceso es buen fundamento para explicarse una situación final. En el caso de la historia colombiana, se parte de la base de que al producirse la independencia nacional en 1820, para quienes tenían la responsabilidad de dirigir el nuevo país había cuatro problemas o retos fundamentales: 1. Dar una organización política al nuevo Estado; 2. Reorientar el proceso de la economía nacional; 3. Crear un sistema educativo y darle un nuevo contenido a la enseñanza; 4. Transformar una sociedad de castas heredadas de la época colonial en una sociedad de ciudadanos en sentido moderno. Dentro de una visión sintética de esos cuatro procesos, se trata de ver qué cambios se han verificado en el transcurso de 150 años y qué queda pendiente del intento de responderá esos cuatro retos históricos.
*Historiador, profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.
¿Puede la historia, que se ocupa del pasado, ayudarnos a comprender y a encontrar soluciones para los problemas del presente? Es una pregunta que se han hecho numerosos historiadores y filósofos de la historia. Para un gran historiador y filósofo de la historia, el italiano Benedeto Croce, toda historia es historia del presente, se refiere al presente y solo partiendo del presente podemos comprender el pasado. Pero podemos realizar el proceso inverso, es decir, ¿comprender el presente partiendo del pasado?. El problema como todos los problemas teóricos que presenta una disciplina como la historia, quizás no encuentre una solución definitiva. Sin embargo, hay una razón probablemente válida para todas las ciencias y es que, para comprender un problema en su desarrollo, un buen método -y no hay que olvidar que la palabra método en su origen quiere decir camino- es remontarse hasta sus orígenes, es decir, hacer su historia. Porque de todo lo que se desarrolla en el tiempo puede hacerse historia. Si se trata de la Historia Universal, para comprenderla como un todo tendríamos que remontarnos hasta los orígenes mismos de la humanidad, hasta la época en que apareció el homo sapiens. Es decir, tendríamos que remontarnos hasta el momento en que se produjo este hecho, posiblemente hace cien millones de años. Ahora bien, si planteamos el problema de los orígenes en el caso de un país como Colombia tendríamos que trasladarnos hasta el momento en que los primeros habitantes de nuestro territorio llegaron de Asia, hecho que se produjo en una fecha cercana a los 9.000 años antes de Cristo, según recientes investigaciones arqueológicas. Luego, tendríamos que hacer la historia recurriendo a la arqueología para conocer el desarrollo de la cultura o de las culturas que se desarrollaron en nuestro territorio antes de la llegada de los españoles. Posteriormente seguir el proceso de la conquista de sus conflictos y sus consecuencias y luego trasladarnos a la época colonial, y a la formación de la nueva sociedad del nuevo Estado y de la nueva nación y seguir los avatares de nuestra historia hasta el presente.
Ante la imposibilidad de hacer un recorrido de semejantes dimensiones, en una oportunidad como esta podríamos tomar un período más corto de nuestra historia y mas cercano a los problemas de nuestro tiempo. Tal momento podría ser la coyuntura de nuestra independencia nacional, es decir la historia nuestra qué se inició en 1820 y señalar los problemas más acuciosos que contemplaban los hombres que promovieron y llevaron a su triunfo el movimiento libertador. Bien miradas las cosas quizás los más urgentes problemas eran los siguientes: 1. Darle a la nueva nación unas instituciones políticas y jurídicas, es decir, definir las características que tendría el nuevo Estado. Mantener la paz social, controlar los conflictos que traería la nueva situación y que eran previsibles, como lo expresó con sin igual lucidez el Libertador en varios documentos, sobre todo en su Carta de Jamaica. 2. El segundo problema que afrontó la llamada generación prócer fue la reconstrucción y reorientación de la economía nacional. Cómo salir de la pobreza en que se encontraba el reino. Darle un nuevo rumbo a la minería, a la agricultura, al comercio interior y exterior intentar el desarrollo de modernas manufacturas, modernizar el arcaico sistema fiscal. 3. El tercero se refería a la necesidad de transformar la rígida estructura de castas heredada de la sociedad colonial en una sociedad más abierta, más dinámica, más democrática, donde todos los grupos de la sociedad tuvieran los mismos derechos de ciudadanía. Cómo definir la suerte de los esclavos negros, de los indígenas y los mestizos en el nuevo orden social. 4. El cuarto problema entre los mi urgentes, se refería a la creación de un nuevo sistema educativo que preparara los habitantes de nueva nación para asumir las tareas de una sociedad moderna. Para comprender la magnitud de nuevas tareas que se presentaban a la nueva Nación y a sus dirigentes, es conveniente recordar lo que recibían como herencia en los cuatro campos
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mencionados. En lo que se refiere a la organización política, es decir, a las características del Estado, el virreinato de Nueva Granada, como todos los virreinatos y capitanías de la América española formaban parte de la monarquía hispana, monarquía absoluta, en la cual hasta la época de la independencia de América no se habían incorporado las instituciones propias de las monarquías constitucionales como el parlamento, institución depositaría de la soberanía nacional y forma de control de las decisiones reales. En lo que se refiere los territorios americanos, algunos historiadores han puesto en duda que se gobernaran como colonias. El hecho es que las leyes que regían en ellos se hacían en Madrid, que los nombramientos de los grandes dignatarios del gobierno como virreyes y presidentes y miembros de las Audiencias y frecuentemente gobernadores y corregidores se hacían por el Rey y que las políticas económicas y comerciales se definían en la metrópoli, generalmente de conformidad con sus intereses. En el Campo económico la Nueva Granada heredaba una minería y una agricultura que respecto a su tecnología y capacidad productiva apenas habían superado muy tenuemente las acondiciones del siglo XVI. El comercio de importación y exportación solo podía hacerse con España, en sus barcos y con intermediación de firmas comerciales españolas. Las economías de los territorios americanos no estaban incorporadas directamente con el comercio internacional. Sobre esto abundaron los documentos que produjeron los dirigentes del movimiento de independencia, en primer lugar los producidos por el Libertador. En el campo social se heredaba una sociedad dividida en "castas", diferenciadas por la etnia o raza: indígenas mestizos y negros esclavos, blancos españoles o criollos, cada uno de los cuales tenía diferentes derechos que los protegían o limitaban, distintas prerrogativas sociales, en fin, como dicen los sociólogos modernos, diferentes 'status" sociales establecidos y garantizados por la ley
y no simplemente por la costumbre o práctica social. En lo que se refiere a la educación y la cultura las nuevas naciones recibían un sistema que limitaba las personas que tenían acceso a los establecimientos educativos y que en cuanto al contenido de la enseñanza era completamente ajeno a los métodos e ideas de la ciencia moderna. Lo que hoy llamamos la enseñanza primaria, las escuelas elementales, prácticamente no existían y los pocos colegios, seminarios y universidades existentes exigían para el ingreso a ellos requisitos tan discriminatorios como la llamada "limpieza de sangre", es decir, que se era hijo de españoles o de nacionales hijos de españoles. Indios, mestizos y desde luego negros, no tenían acceso a ellos. Las pocas excepciones, que las hubo, no debe dejar olvidar la esencia del sistema que estaba exigido y garantizado por las leyes. La creación de instituciones como la Expedición Botánica dirigida por el sabio Mutis creada más bien para obtener mayores rendimientos económicos de los territorios de ultramar que para difundir entre sus habitantes los métodos y doctrinas de la ciencia moderna, no dan fundamento para pensar que la metrópoli tenía la firme intención de variar en su esencia el tipo de educación y los contenidos de la cultura de sus posesiones americanas. Los sucesivos intentos de reformar los estudios antes de la Independencia tuvieron un completo fracaso. Todavía en vísperas de la Independencia había censura para la importación de libros y para la publicación de los incipientes periódicos como el Papel Periódico Ilustrado que a fines del siglo XVIII fundara en Santa Fe el inefable don Manuel del Socorro y Rodríguez. El orbe intelectual de Imperio español era entonces tan cerrado como el orbe económico. Uno de los resultados de la Independencia, y ello no fue de poca significación, fue romper uno y otro. Modificar estas cuatro situaciones fueron los principales retos que tuvo el nuevo país independiente. Sobre el primero, el de la organización del Estado, de las nuevas instituciones políticas, los dirigentes republicanos
tuvieron infinitas dudas. Prácticamente tenían sólo dos alternativas: organizarlo como una República, siguiendo el modelo del Estado de derecho surgido en Europa con la Revolución Francesa, con un congreso y un presidente elegidos por sufragio universal, uno y otro con período limitado. Este fue el modelo adoptado en Cúcuta para la Gran Colombia. Más tarde, en algunos medios de Santa Fe y con una posición ambigua y dubitativa del Libertador, se tuvo la idea de una monarquía, importando un príncipe de Europa -como mas tarde ocurriría en México- puesto que en el país no existía una nobleza. Por varias razones el proyecto no resultó viable. No quedaba, pues, sino una alternativa realista: el Estado liberal de derecho. Luego, en medio de tales perplejidades, Bolívar, que albergaba numerosas dudas sobre la eficacia del modelo republicano adoptado en Cúcuta para gobernar un país lleno de carencias humanas y múltiples factores conflictivos que la Independencia hizo aparecer en su superficie - militarismo surgido de la guerra, ambiciones e intereses regionales, etc.- ideó un proyecto de constitución que según él daría estabilidad al Estado. El presidente sería vitalicio, tendría la facultad de elegir su sucesor, habría un congreso con tres cámaras de elección popular, una de ellas vitalicia encargada de controlar la moral pública y los ciudadanos tendrían los derechos y libertades proclamados por la declaración francesa de los Derechos del hombre de 1792. Como es sabido, el proyecto no tuvo éxito. Como única posibilidad, quedo pues, la organización del Estado acogida por los legisladores de Cúcuta en 1821, modelo que con variables relativamente secundarias ha regido la organización constitucional del país hasta nuestros días. Se suponía que los derechos teóricos otorgados por la constitución garantizaría a los ciudadanos unos derechos básicos y un orden social capaz de ofrecer a las grandes mayorías una posibilidad de ascenso y progreso social. Tales posibilidades, evidentemente no llegaron y sólo llegarían lentamente, quizás en nuestros días. Y quizás no
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podía ocurrir de otra manera, pues como lo enseña la historia, en los mismos países en que tales derechos tuvieron su origen, a saber, Francia e Inglaterra, sólo llegaron a ser reales para la gran mayoría de la población después de centenarias luchas de la burguesía y de las clases obreras y medias. El segundo problema que hemos mencionado, el de la reconstrucción de la economía nacional, tuvo dos etapas. La primera, correspondió al gobierno de Bolívar como presidente y el general Santander como vicepresidente y a los gobiernos que les sucedieron una vez disuelta la Gran Colombia. La segunda etapa corresponde a los gobiernos que tuvo el país entre 1850 y 1880, período que nuestra historiografía suele llamarse de las reformas liberales del medio siglo. Con el objeto de estimular la iniciativa privada y descolonizar la economía, el gobierno de Bolívar y Santander tomó algunas medidas sobre comercio exterior y sobre asuntos fiscales. En general el país se abrió hacia el comercio exterior sin mayores restricciones. En términos de política aduanera se rebajaron discretamente los derechos de importación, probablemente por exigencias de Inglaterra. Se prohibió la importación de algunos productos agrícolas como el cacao, el café, el maíz, etc. y se declaró exenta de derechos la importación de instrumentos técnicos y científicos. En el curso del mismo período se hizo un esfuerzo por desarrollar algunas industrias -loza, hierro, textiles de algodón, vidrio- mediante el sistema de conceder monopolios de fabricación y otorgar prestamos del Estado a bajas tasas de interés, pero el intento produjo resultados muy limitados. Algunas de tales industrias tuvieron que cerrarse por dificultades financieras, por falta de mercado, por escasez de mano de obra técnica adecuada, etc. Unas pocas, sobrevivieron en condiciones precarias hasta finales del siglo. En cuanto al régimen de impuestos que había sido uno de los motivos de queja frente a la política española, se eliminaron algunas
cargas menores como el tributo de indígenas, parcialmente la alcabala que pesaba sobre el comercio interno y externo, los pontazgos, la siza y otra cargas fiscales de poca significación, pero se conservaron los impuestos de mayor importancia como los diezmos (el 10 por ciento) que gravaban el comercio de los bienes agrícolas y los quintos (el 3 por ciento) que pesaban sobre la producción minera y menos aún los monopolios o estancos del tabaco y el aguardiente que producían los mayores ingresos del erario público. Un intento de establecer un impuesto directo sobre los patrimonios y las rentas de capital, fracasó por muchas razones.
comenzó a desmontar el estanco del Tabaco concediéndolo en administración a empresarios privados y diseñando una política más activa de exportaciones agrícolas y mineras. En 1849 elegido presidente el general José Hilario López, el país entró en una etapa de consistente liberalismo económico y político. El estanco o monopolio oficial sobre el tabaco fue eliminado y se estableció un régimen de completa libertad de siembra y comercialización. Los principales impuestos que pesaban sobre la agricultura y la minería fueron trasladados a los departamentos o estado federales y éstos, a su turno, los eliminaron.
Historiadores recientes de la economía nacional han reprochado a los gobiernos de ese período no haber eliminado los referidos impuestos y monopolios y por ello los han tachado de colonialistas y reaccionarios. Pero tales criticas hacen abstracción del hecho de que esos impuestos y el producto de esos monopolios constituían la mayor fuente de ingresos del Estado y que no siendo posible sustituirlos por otros, por razones técnicas y políticas, era forzoso mantenerlos para que el Estado pudiera cumplir sus obligaciones mínimas de mantener la paz pública, unos limitados servicios de educación y el pago de una mínima burocracia. Olvidan también un hecho surgido de la guerra de independencia: que el nuevo Estado independiente sería más costoso y necesitaría mayores ingresos que el colonial. En efecto, el nuevo Estado tenía que costear un ejército y una marina surgidos de la guerra, tenía que sostener un congreso nacional y un servicio diplomático y pagar una cuantiosa deuda pública internacional adquirida con los banqueros ingleses para llevar adelante la guerra de independencia. En una palabra, el Estado tenía que subsistir. Esta era la tarea primordial. Los factores políticos primaban sobre los económicos.
El propósito de estas medidas era fomentar las exportaciones. Exportar era la única vía para salir de la pobreza y el estancamiento.
En 1846 con el acceso a la Presidencia de la República del general Tomás Cipriano de Mosquera y con la dirección de su .Ministro de Hacienda, Florentino González, se inicio un período de orientación hacia una economía más liberal. Mosquera
Para compensar la perdida de ingresos del Estado producida por la eliminación de los mencionados impuestos se rebajaron discretamente las tarifas de aduana, medida que ha sido acremente criticada por algunos historiadores de nuestra economía basados en la hipótesis de que ella produjo la ruina de la industria de lienzos del oriente colombiano, supuesta base de un desarrollo industrial moderno. Pero como lo han afirmado otros, el nivel de las tarifas no fue tan bajo como para haber anulado el consumo de los productos domésticos y por otra parte, los altos fletes pagados por los productos importados de los puertos del Atlántico hacia el interior del país operaban como un sistema proteccionista a favor de las manufactures nacionales y de haberse adoptado tarifas más altas probablemente el contrabando habría anulado los efectos de ellas. Las medidas tomadas en 1850 no tardaron en producir sus resultados. Las exportaciones, que hasta esa fecha se habían mantenido a un nivel igual o relativamente inferior a las de fines de la época colonial -unos 3 millones de pesos-comenzaron a crecer, con un ritmo bastante irregular de bonanzas y depresiones, pero que en sus momentos de auge sobrepasaron la suma de 15 millones. El desarrollo de esta política explotadora tuvo numerosos altibajos
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Al finalizar el siglo XIX algunos de sus productos, como el tabaco y la quina perdieron los mercados internacionales y casi desaparecieron de nuestro comercio internacional. Los reemplazó el café, que aparecido como producto de exportación en las últimas décadas del siglo, siguió su marcha ascendente en la presente centuria. Con el café el país encontró un producto de exportación estable, que ha durado ya más de cien años y que sería la base para un desarrollo firme de la economía nacional. El café, como lo han demostrado numerosos estudios, mejoró la capacidad de compra de la población urbana y rural, fomentó el sistema de transportes y creó una de las bases para la formación de capitales que luego derivarían hacia el establecimiento de nuestras industrias modernas. Quizás, más que la política de "comercio exterior y sus supuestos efectos negativos sobre las manufacturas nacionales, fue la política agraria relacionada con la propiedad de la tierra la que no sólo no rectificó la tradición española de concentrar en pocas manos dicha propiedad, si no que en cierta medida la agravó a través de la política de adjudicación de baldíos practicada por los ''gobiernos republicanos. Al finalizar el siglo XIX probablemente cerca del 80% del territorio nacional tenía la calidad de terrenos baldíos, lo que significa que era propiedad del Estado. Los gobiernos de entonces adelantaron una política de grandes concesiones de tierras a personas privadas y a compañías comerciales que se fundaban con el propósito de beneficiarse de tales concesiones. En esa forma salieron de la propiedad pública millones de hectáreas de tierra que se convertirían en latifundios, generalmente improductivos, que en el curso del siglo pasado y en el transcurso de este han dado lugar a una cadena de conflictos agrarios con colonos, arrendatarios, indígenas y aparceros, conflictos que aún no han recibido soluciones y que constituyen la fuente de numerosos enfrentamientos sociales y de las situaciones de violencia que aún padece la nación.
Modificar la estructura social de castas heredada de la época colonial era el tercer reto que tenía la nueva nación. Eliminar la institución de la esclavitud de la población negra, incorporar el indígena a un tipo de sociedad moderna, sacarlo de su condición de menor de edad en que lo había tenido la sociedad colonial, en una palabra, como se decía en el lenguaje de la época, hacerlo ciudadano. La sociedad que se heredaba era una sociedad cuya estructura estaba caracterizada por la existencia de un fuerte grupo de propietarios de tierras o terratenientes; un grupo de comerciantes con bajos niveles de capital y un grupo de mineros que explotaba minas de oro a base de mano de obra esclava. Más allá de esa minoría en la cual estaba incluida una limitada élite intelectual de letrados y profesionales, aplicando con generosidad estos términos, había una extensa población de peones agrícolas y mineros, de indígenas, mestizos, negros y blancos pobres y un pequeño grupo de artesanos en los ocho o diez centros urbanos del país. Lo que hoy consideramos una clase media no existía. La población urbana con respecto a la rural no debía llegar a más, del 5%, pues ochenta años más tarde, hacía 1900, la proporción era de 10% urbana y 90% rural. Por varias razones era este el más difícil de los retos, porque para producir un cambio en esa estructura social debían abandonarse ancestrales prejuicios y creencias. En otros términos, tenía que producirse un cambio en las mentalidades que, como lo demuestra la historia, cambian a ritmo muy lento, casi siempre mediando largas luchas y conflictos. Constituyen lo que los historiadores y científicos sociales denominan estructuras de la larga duración. La cuarta gran tarea que se presentaba al nuevo Estado era la organización de un sistema nacional de educación. En 1820 el general Santander como vicepresidente dictó un largo decreto sobre el sistema nacional de educación pública. Se ordenó a los municipios crear escuelas de "párvulos" y lo mismo a las comunidades religiosas masculinas y femeninas. Se trajo a Santa Fe un consejero inglés para introducir en la enseñanza el llamado
método de educación mutua, también llamado método de Lancaster, que consistía en utilizar los alumnos de los cursos superiores como instructores de los inferiores. Más tarde al finalizar el segundo gobierno de Santander en 1836, la administración informaba que en el país había 1.000 escuelas elementales con 26.000 alumnos. El mayor esfuerzo del gobierno republicano se hizo en la enseñanza media y en la organización de la Universidad Nacional en 1826. El decreto orgánico establecía que la Universidad tendría 5 facultades; Medicina, Derecho, Ciencias Naturales, Filosofía y Teología. Se trajo al país una misión científica francesa y se introdujeron en la enseñanza textos de autores modernos. La misión francesa tuvo una corta duración y en los años sucesivos la Universidad llevó una vida lánguida, como lo testimoniaba su rector el doctor Rufino Cuervo en 1836, quien se quejaba de la falta de los más elementales materiales de enseñanza, del desmedro de los edificios y de la falta de recursos para pagar un modesto estipendio a los profesores. Más tarde, en 1842 siendo ministro de Instrucción Pública don Mariano Ospina Rodríguez se intentó reorganizar el sistema educativo en todos sus niveles, ahora dentro de un espíritu de ortodoxia religiosa y política con la colaboración de los jesuítas que tras un largo exilio habían regresado al país. Sorprendentemente, a pesar de su ortodoxia religiosa, el nuevo plan daba más relieve a la enseñanza de las ciencias modernas y a lo que por entonces se denominaba las profesiones útiles. En 1850 los románticos liberales, bajo el gobierno del general José Hilario López, por considerar que la exigencia de un título universitario era una limitación inadmisible de los derechos individuales, prácticamente eliminaron la Universidad, convirtiéndola en una oficina que hacia exámenes a quienes quisieran obtener un título académico. En 1866 bajo el gobierno del general Santos Acosta, la Universidad pública fue recreada y con alternativas en su organización y orientaciones ha llegado a ser la actual Universidad Nacional de Colombia.
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En 1870 los gobiernos radicales intentaron una nueva reforma de la educación. Establecieron la enseñanza primaria obligatoria y la neutralidad religiosa de la escuela. La enseñanza de la religión se darla a los hijos cuyos padres la solicitaran, pero no serla obligatoria. Como no habían suficientes maestros con preparación adecuada, trajeron una misión pedagógica alemana y fundaron en varias ciudades del país escuelas normales. Como es sabido la reforma de 1870 produjo un agudo conflicto político-religioso con los sectores tradicionalistas del país. Por demás esta decir que la enseñanza primaria obligatoria no pudo hacerse efectiva por insuficiencia fiscal del Estado para establecer las escuelas necesarias y probablemente por diversas resistencias y dificultades de las familias para enviara los niños a las escuelas. Los resultados de la política educativa de los radicales fueron apenas discretos. Al finalizar el siglo solo había un poco más de 100.000 alumnos en las escuelas elementales. El analfabetismo alcanzaba la cifra del 90 por ciento. A comienzos de la presente centuria la política educativa tomo un nuevo giro en desarrollo de las orientaciones fijadas por el régimen de la Regeneración que presidió Rafael Núñez. Como resultado del Concordato acordado entre la Iglesia y el Estado, la dirección de la política educativa fue encomendada a las diversas órdenes religiosas masculinas y femeninas, para darle un contenido ortodoxamente católico. En 1903, siendo ministro de educación Antonio José Uribe, se dictó un largo código educativo en el que se recomendaba dar a la educación una contenido "más práctico" y acorde con las necesidades de la economía nacional. En 1926 y años siguientes se hizo un nuevo intento de modernizar el sistema educativo para lo cual se importó una misión alemana. Tuvo muy pocos efectos prácticos, pues sus recomendaciones no se encontraron viables por razones políticas, sobre todo por la oposición de la Iglesia. De mayor importancia por su impacto en desarrollo cultural del país fueron las reformas adelantadas en 1934 y años siguientes por el
gobierno de Alfonso López Pumarejo. El gasto público en educación se aumentó considerablemente, se intensificó la formación de maestros y profesores a través de las Escuelas Normales y se creó la Escuela Normal Superior para la formación de profesores de enseñanza media y altos funcionarios del sistema educativo y se hizo un gran esfuerzo por mejorar las técnicas de enseñanza y de organización escolar. Pero su mayor logro fue la reorganización de la universidad pública, particularmente la de la Universidad Nacional que ubicada en la ciudad universitaria aumentó considerablemente el número de carreras técnicas que ofrecía, incorporó la mujer a la universidad, introdujo misiones científicas extranjeras y mejoró substancialmente los recursos financieros y el equipamiento tecnológico de la institución. Al echar una mirada retrospectiva a nuestra historia podemos concluir, con muchas razones, que la Colombia actual sigue teniendo aproximadamente los mismos retos que tuvo la nación en el siglo pasado: 1. Incorporar, no teórica sino realmente, a todos sus habitantes al estado de derecho, pasar de una democracia formal a una real. 2. Llevar adelante una economía que armonice el desarrollo industrial con el agrícola y alcanzar una distribución mas justa de la riqueza entre los diversos estratos de la población. 3. Eliminar en la práctica de las relaciones sociales los residuos existentes de las discriminaciones sociales y raciales. 4. Suprimir totalmente el analfabetismo y ampliar la cobertura de la educación media y universitaria. Finalmente, para regresar a la pregunta inicial de este escrito que reza: ¿Puede la historia ayudarnos a comprender y a solucionar los problemas del presente? La respuesta, por supuesto, no es fácil En este sentido coincide con otra que reiteradamente se hacen los filósofos e historiadores. Para qué sirve la historia? El gran historiador francés Marc Bloch, contestando la pregunta que le formulara un niño amigo gastó varias páginas tratando de contestarla y tras muchas reflexiones y dudas
llegó a la conclusión de que, si no nos servia para resolver grandes problemas, al menos servía para divertirnos. Conclusión un poco decepcionante. La razón de estas perplejidades son muchas. Entre ellas, que la historia no se repite, que cada época, cada pueblo y cada generación tiene sus problemas específicos y que cada pueblo y cada generación encuentra sus soluciones siguiendo su propio genio y sus posibilidades. Esa, por otra parte, según algunas opiniones, es una preocupación que no debe tener el historiador. Su misión radica en reconstruir y explicar lo que ha ocurrido o se ha creado en el pasado con el mayor realismo y la mayor exactitud posibles, sin preocuparse de ninguna otra finalidad. Desde luego, es esta una posición que no ha sido compartida por otros historiadores y filósofos de la historia. Después de todo, se afirma, el conocimiento histórico como todo conocimiento debe servimos para comprender el mundo en que vivimos y para resolver problemas y, porqué no decirlo, para pensar y vivir mejor. Esta, por lo demás, parece ser la justificación de todo aprendizaje, de todo proceso educativo y de todo conocimiento. Ahora bien, si la misión la del historiador es reconstruir y explicar el pasado de un pueblo o de una nación, di sus instituciones políticas, de su cultura,' de su economía, de sus conflictos y procesos sociales, en una palabra, reconstruir las soluciones que a sus grandes retos dieron las generaciones pasadas, de tal reconstrucción pueden las generaciones posteriores obtener sus lecciones si hacen la lectura del pasado con cierta actitud mental y cierto espíritu crítico. Sin olvidar que cada generación cada época tiene sus problemas específicos y los resuelve de acuerdo con los medios, los métodos y la mentalidad < su tiempo. Así como es un error pensar los problemas del presente a través de la mentalidad del pasado, lo es pretender que en el pasado se hubieran resuelto < las soluciones y la mentalidad del presente. Esta es, quizás, una de las muchas lecciones que las generaciones actuales pueden obtener del conocimiento del pasado, es decir, de la historia.
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NOTA BIBLIOGRÁFICA Para seguir los temas tratados en este ensayo pueden leerse con provecho las siguientes obras que se han tenido en cuenta para su desarrollo. 1. Para el tema teórico general: Bloch, Marc, Introducción a la Historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1952. 2. Sobre la prehistoria de Colombia: Reíchel Dolmatov, Gerardo, Arqueología Colombiana. Bogotá, Biblioteca de la Presidencia de la República, 1997. 3. Para la economía y la sociedad coloniales: Colmenares, Germán, Económica y Social de Colombia. 15501717, Cali, Ed. Universidad del Valle, 1976. También. Jaramlllo Uribe, Jaime, Ensayos de Historia Social, Bogotá, Universidad Nacional, 1966. 4. Para el proceso político del siglo XIX: Bushnell, David, Colombia una nación a pesar de si misma, Bogotá, Planeta, 1997. Para la historia económica: Ocampo, José Antonio (editor), Historia Económica de Colombia. Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1987.
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Filosofías cultural
de
nuestro
ethos
por Sergio De Zubiría Samper En este artículo se analizan los aspectos éticos y culturales que inciden en la actual crisis colombiana, siempre interrelacionados con los problemas acuciantes del fin del siglo y la situación latinoamericana en especial. Explora la tensión y desfase entre legalidad jurídica, principios morales y comportamientos culturales en Colombia, como uno de los motivos principales de la crisis colombiana. También indaga el papel de la comprensión de la modernidad como uno de los factores que dificulta un nexo potenciador entre derecho, ética y cultura.
"No es como pensaba Spengler, que se trataba del hundimiento de Occidente, que era la desaparición de todo lo que lo ha caracterizado. Es la terminación de la Edad Moderna. Estamos en la postmodernidad, que es una época de crisis. Es una crisis muy parecida a la que se dio en el paso de la Edad Media a la Edad Moderna" Danilo Cruz Vélez "Se trata por tanto de un proyecto ético y cultural que aprenda de la querella entre modernos y postmodernos: que no pretenda ni moralizar la ciencia y la cultura, ni culturizar de tal forma la moral, que la ética se vuelva un valor cultural más entre otros. Se busca más bien explicitar aquellos aspectos que en la cultura misma constituyen su eticidad y hacerlos fecundos. Hemos señalado algunos: el reconocimiento de las diferencias y la tolerancia que nos lleva a él. La interculturalidad, la reciprocidad y la solidaridad que la motivan'' Guillermo Hoyos Vásquez
Para intentar aproximarse al sentimiento que produce el cierre de los siglos, el ensayista J. K. Huysmans ha utilizado un sugestivo, pero problemático aforismo: 'Todos los fines de siglo se parecen". Pretendiendo expresar con éste, que la sensación de pesimismo y afán evaluativo se incrementan siempre al despedirnos de un viejo siglo. Tal vez la máxima de Huysman es demasiado generalizante, si tan sólo contrastamos los finales del siglo XIX y el XX. Mientras el siglo anterior culminó en Occidente con un gran optimismo ante el posible papel emancipatorio de la ciencia y la técnica, que contagió a casi todos los pensadores occidentales decimonónicos, con excepción de Nietzsche; el siglo XX, para utilizar la noción que intuyó el viejo S. Freud y hoy ha extendido C. Taylor como categoría nodal del análisis de nuestra época, se cierra cargado de por lo menos cuatro dimensiones donde pueden ubicarse esos malestares. Nos aproximamos al nuevo siglo inmersos en los malestares científico, ecológico, cultural y ético. Y la filosofía y el pensamiento social contemporáneo realizan denodados esfuerzos para su comprensión. * Filósofo, profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad de los Andes.
El malestar ante los múltiples
rostros y usos de la ciencia y la técnica, que pueden conducir por el camino de la emancipación humana, pero también a las formas más dolorosas de barbarie (reflexión crítica sobre la tecnociencia que se plasma en importantes escuelas filosóficas contemporáneas como la fenomenología, la hermenéutica, la teoría crítica de la sociedad -Escuela de Frankfurt- y algunas vertientes de la postmodernidad). El malestar ecológico por los inconmensurables destrozos humanos de la naturaleza; que hoy hacen, insostenible la consigna de que a "mayor control de la naturaleza mayor libertad humana", y tal como lo recuerda Walter Benjamín, la naturaleza como lo expresa la Biblia, "prorrumpiría en lamentos si pudiese hablar". Las secuelas indeterminadas de la destrucción de la diversidad cultural en los intentos etnocéntricos de configurar una cultura única y universal; que en el caso de América, según cifras recientes del Departamento de Historia de la Universidad de Berkeley, se acerca a los 80 millones de asesinatos de negros e indígenas. Y la constatación de que la mayoría de instituciones creadas por la modernidad (Estado, familia, amor, amistad, escuela, universidad, etc.), manifiestan agudos déficit de eticidad (en solidaridad, convivencia, responsabilidad social, autonomía, justicia, felicidad, etc.). La utilización en las sociedades contemporáneas de dos discursos aparentemente contradictorios: por un lado el de la "revitalización de la moral" y por otro, una especie de individualismo cínico (G. Lipovetsky). El filósofo canadiense, Charles Taylor ha ubicado tres formas del malestar típicas del fin de siglo: un narcisismo exacerbado que ha disuelto los horizontes morales; el eclipse de los fines y el predominio de la razón instrumental; y, la progresiva pérdida de la libertad por medio de un 'despotismo blando" (un inmenso poder tutelar sobre el que el ciudadano no tendrá control). Todas ella con profundas consecuencias éticas. Tanto los filósofos modernos como postmodernos asumen y aceptan la vivencia del malestar, pero una de sus primeras diferencias está en las propuestas o caminos de solución. Los modernos apuestan por
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modernos apuestan por el carácter inacabado del proyecto y la posibilidad de su reconstrucción en estas cuatro áreas; mientras los postmodernos, en general, postulan vías de deconstrucción, transversalidad, fin o despedida. Y se distancian filosóficamente principalmente en tres asuntos: los modernos acogen la Existencia de principios universales en el pensar, hablar y actuar, mientras los postmodernos aceptan sólo principios contextuales, pero en ningún caso de carácter absolutamente universal; los modernos postulan la distinción clara ¡entre ciencia, ética y estética, cuando los modernos plantean el nomadismo y transversalidad de esos saberes; los modernos otorgan a la historia la finalidad de construir la modernidad y los postmodernos consideran que ya están dadas las condiciones para el fin de la idea ¡unitaria de historia (no todas las culturas van hacia la modernidad). Búsquedas legales En Colombia a partir de los años 90 se han Iniciado y formalizado propuestas legales indirectas que intentan enfrentar la angustia época ante tres de ellos. La Constitución ¡Política de Colombia, la Ley y Misión de Ciencia y Tecnología, la Ley 99/93 sobre pedio Ambiente, la Misión: Colombia al filo de la oportunidad, la Ley General de ¡¡Educación y la Ley General de Cultura, son marcos legales que aspiran incidir en el destino científico, ecológico y cultural de nuestra patria. Las dimensiones ética y cultural, aunque están implícitas en algunos de ellos, se caracterizan por una |reflexión incipiente, por momentos cargados de lugares comunes e inmensas dificultades en su orientación práctica. Y en esa "búsqueda ilusoria a 1 través de reformas constitucionales" , 2 "fetichismo jurídico" , 'acostumbrado
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Medófilo Medina, "Dos décadas de crisis política en Colombia, 1977-1997", en Luz G. Arango (compiladora), La crisis sociopolítica colombiana: un análisis no coyuntural de la coyuntura, Bogotá, Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de Colombia-Fundación Social, 1997. 2 Alejo Vargas, "Democracia, crisis política y gobernabilidad", en Revista Ciencias Humanas, No. 23, Medellín, Universidad Nacional.
nominalismo Colombiano"3, empieza el primer drama no el único - y dificultad de nuestro ethos cultural. El pre-juicio inserto en nuestro carácter de que las normas eximen de la acción cotidiana ciudadana y al mismo tiempo la absoluta desconfianza en la institucionalidad y legalidad; la escisión plena entre la normatividad legal, moral y cultural. El joven W. Benjamín señalaba el peligro de la sobrevaloración de las convenciones legales, porque terminaba impidiendo una predisposición ética. El colombiano, rinde al mismo tiempo, culto y desprecio a la institucionalidad legal; pero también cada una de estas tres legalidades camina por su lado. Tres matrices se yuxtaponen en nuestro comportamiento ético y cultural: elogiamos la existencia de normas legales, pero éstas no modifican nuestra conducta cotidiana; despreciamos y desconfiamos de todo lo que provenga de las instituciones; y desconectamos con demasiada facilidad y frecuencia las normas morales de las jurídicas y estas dos de las culturales (el colombiano puede vivir con normas culturales que se contradicen con sus propios principios morales). Las consecuencias de estas yuxtaposiciones para la convivencia ciudadana y hasta para la paz interior de los individuos, son dramáticas en nuestro medio. La etiología de este componente de nuestro ethos cultural es uno de los asuntos más complejos y polémicos de la filosofía y las ciencias sociales en Colombia. Cuando utilizamos la noción greco-latina de ethos (carácter, costumbres, hábitos)cultural (cultivar) tenemos la doble intención de acercar la ética a la cultura, pero también subrayar la distinción potenciadora entre estas dos esferas. En Colombia esta profundamente justificada esa estrecha relación por las profundas tensiones entre eticidad y cultura en nuestra historia social; y aún más, porque ni siquiera comprendemos la importancia del sentido de esa experiencia. Consideramos que son determinantes para el análisis de estas yuxtaposiciones tan contradictorias, la perspectiva en que nos situemos para analizar la crisis colombiana y la ubicación temporal de 3
Rubén Jaramillo, 'Tolerancia e Ilustración" (Mimeo)
su surgimiento. Pero además, partimos de que una gran cuota de nuestra crisis actual tiene raíces étnicas y culturales. En cuanto a la ubicación temporal, encontramos análisis de larga, mediana y corta temporalidad; desde los que sitúan el inicio de esta tensión ético-cultural en nuestro remoto pasado, en la propia herencia española, hasta los que pugnan entre su origen en abril de 1948, el paro cívico de 1977 o el proceso 8000. Todos estos análisis históricos han aportando profundamente para nuestra difícil autocomprensión, pero no serán objeto de este escrito; aunque partimos de que en el caso colombiano la mirada más explicativa es de mediana duración. En cuanto a la perspectiva de análisis para interpretar la crisis, nos parece sugerente la propuesta de Luz G. Arango en el prólogo a la reciente obra La crisis socio-política colombiana: un análisis no coyuntural 4 de la coyuntura . En relación al concepto de crisis ésta es concebida como una "transición más o menos corta, más o menos traumática, como período de anomia social o como punto de confluencia de factores de larga y mediana duración". En cuanto a las posibles perspectivas de análisis se considera que en Colombia se destacan tres dominantes: el rastreo de cambios institucionales y actos de gobierno en materia económica, social o política que desencadenan la crisis; el privilegio de la dinámica de los actores sociales como el factor determinante; y, la referencia constante al debate modernidad/modernización inconclusa o defectuosa de la sociedad colombiana. No son las únicas perspectivas posibles, pero se han destacado en nuestros análisis sociales contemporáneos sobre la crisis. Nuestra tesis es que los colombianos no podremos enfrentar los grandes desafíos del siglo que se inicia, sí no construimos un vínculo creativo entre legalidad jurídica, cultura y eticidad. 4
Luz G. Arango, "Introducción", en Luz G. Arango (compiladora), La crisis sociopolítica colombiana: un análisis no coyuntural de la coyuntura, Bogotá, Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de ColombiaFundación Social, 1997.
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Muchas de las causas de nuestra tragedia están en esos ámbitos y sus relaciones. Los simples marcos legales son infértiles. Sólo un nexo fuerte aunque diferenciado entre estas dimensiones creará las condiciones de posibilidad de esa paz deseada.
Modernidad y Cultura Quisiéramos situarnos en la tercera perspectiva, porque consideramos que si bien la crisis colombiana contiene particularidades casi irrepetibles, no es comprensible sino en el horizonte de los profundosproblemas que aquejan a la cultura Occidental; en lo que el filósofo Danilo Cruz Vélez denomina la "época de la crisis". La génesis del profundo desfase entre ética, legalidad y cultura o la ausencia/déficit de una ética secular o "civil" la tendencia a un carácter autoritario, es adjudicada en la mayoría de los análisis a la incapacidad, incomprensión o postergación de la modernidad en la sociedad colombiana. Incompresión que los interpretes ubican en distintos momentos históricos y por distintas causas: ya sea la "herencia hispánica" de nuestras "primeras instituciones 5 políticas" o el desfase de las clases dirigentes en los inicios del siglo XX. Ya sea esto motivado por la reducción de la modernidad a simple modernización del Estado y del aparato productivo (una especie de modernización sin modernidad) o a la absoluta incapacidad de las élites hegemónicas de comprender el 6 proyecto mismo de la modernidad . El mayor impedimento de esta perspectiva de análisis, que pone su acento en la modernidad inconclusa o incomprendida, es de carácter cultural. Utilizando una metáfora reiterada por J. Martín-Barbero: una forma de "solapado etnocentrismo" ha operado en nuestro acercamiento a la modernidad latinoamericana. Modernidades latinoamericanas que aún con rasgos específicos poseen grandes cercanías con la experiencia
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Véase Salomón Kalmanovitz, "La ley y la economía en Colombia" en Ibid 6 Véase Lisímaco Parra, "La crisis de la élite", en Ibid.
colombiana. Al no comprender los desplazamientos que ha sufrido el debate sobre la modernidad en Colombia, se nos imposibilita entender el sentido de nuestra crisis, las actuales condiciones de dependencia y las "nuevas maneras de pensar" posibles salidas. La "imagen optimizada" y homogénea de la modernidad europea frente a la cual hemos medido nuestros procesos vitales, nos ha impedido pensar y reconocer la modernidad propia. Ni la modernidad europea es lineal ni homogénea; como tampoco nuestra modernidad se limitó a repetir e imitar esa modernidad. Ambas modernidades contienen desigualdades, rasgos contradictorios y heterogeneidades propias. Desde hace algunos años la conciencia de este Solapado etnocentrismo" y el abandono de la tesis unilateral del déficit de modernización, han abierto perspectivas más fructíferas para reconocer y pensar nuestra modernidad. Interpretaciones que destacan aspectos de nuestra modernidad, como: A.-La modernidad latinoamericana como experiencia colectiva "tiene menos que ver" con las estéticas letradas y la vía ilustrada a la modernidad planteada para la modernidad europea, que con procesos típicamente latinoamericanos de acceso a la modernidad, como la masificación de la escuela y la expansión de las industrias culturales. La incorporación de grandes masas a la modernidad en América Latina, se ha realizado no a través del proceso racional y letrado que exige la ilustración, sino a partir de lo que Martín-Barbero denomina una "oralidad secundaria" muy ligada a la alianza entre masas urbanas e industrias culturales. Con toda la ambigüedad que produce el posible empobrecimiento cultural que esta vía contenga, las masas urbanas que acceden a la modernidad en Latinoamérica han sido periféricas a la ciudad o cultura letrada de que hablara Ángel Rama. Pero de todas maneras, conforman experiencias culturales de acceso a la modernidad que problematizan la existencia de una única vía ilustrada a la modernidad.
B.- Los procesos de construcción de nuestra modernidad han transitado por experiencias históricas diferenciables. En la "primera" modernización de los años 30-50, ya que estos procesos "Vienen de largo*, la importancia de los medios de comunicación estuvo orientada por los populismos de este período a la difusión y fortalecimiento del sentimiento de identidad nacional. Populismos que en ningún caso pueden ser identificados al fascismo europeo o eurofacismo de que hablara recientemente Umberto Eco. Los populismos de Vargas en Brasil, Cárdena en México, Perón en Argentina, por ejemplo, encontraron en la radio principalmente un nuevo medio de comunicación política para aglutinar las masas urbanas emergentes, una crítica a las formas políticas anteriores y un escenario propicio para afirmar la identidad de la nación. Sus discursos radiales otorgaban a los campesinos y obreros, por primera vez, el carácter de ciudadanos. O en el segundo período desarrollista de modernización de los años 60, en que el término masa designa los medios mismos para masificar y no a la emergencia de las masas urbanas que colman la ciudad; a esos obreros y campesinos que el discurso populista bautiza en la condición de ciudadanos. Hasta terminológicamente los medios de comunicación son llamados a partir de ese momento: "medios de comunicación de masas". C- Consecuencia de las dos anteriores, se infiere una teoría general de nuestra modernidad: la modernidad latinoamericana no es una "escena única homogénea" su realización hoy como en los años treinta es radicalmente heterogénea. Heterogeneidad que no mera superposición o explosión de las diferencias culturales, sino algo mucho "más fuerte". No se trata entonces simplemente de que la realización de nuestra modernidad posibilitó diversos caminos o la convivencia "tolerante" o la simple mezcla de varias culturas. En la exploración de ese sentido "más fuerte", Martín-Barbero, consciente de la necesidad de ir más allá de ese gesto de laisser faire cultural que puede insinuar
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la mera superposición, se arriesga a imágenes también fuertes que luego determina más sosegadamente. La heterogeneidad es ante todo la caída en desuso de las 'Viejas enciclopedias" los 'Viejos repertorios" y las 'Viejas colecciones" con que se miraba nuestra modernidad. Reconocer que nuestras lógicas temporales ya no pueden ser comprendidas con los "repertorios" del mestizaje, la autenticidad, las tradiciones contrarias a la modernidad, la modernidad a medias, la diversidad cultural, y otras 'Viejas colecciones". Una temporalidad que no es lineal, ni necesariamente progresiva y unívocamente teleológica, ni tampoco es exclusivamente moderna. Y esto se ratifica cuando Martín-Barbero construye una aproximación que algunos podrían considerar un juego lingüístico: "hecha de pre y post- con la modernidad". Hacemos parte del proyecto universal dé la modernidad, pero no somos ni debemos ser simplemente el espejo "trizado" de la 'Verdadera" modernidad; persistir sólo en las carencias de la modernidad colombiana, puede terminar en otro ejercicio de culpa y flagelación, que proyecte paranoidemente esos odios colectivos que nos hemos ido acostumbrando. Esta lectura cultural de nuestra modernidad contiene tres tesis centrales: no podremos comprender nuestra modernidad heterogénea si persistimos en una imagen optimizada y lineal de la modernidad centroeuropea; antes que buscar obstinadamente nuestras carencias o fallas de modernidad, tenemos que enfrentar la especificidad contradictoria de nuestra modernidad y sus relaciones particulares con la tradición la postmodernidad; y, la comprensión de nuestra crisis exige un nexo fuerte entre :a y cultura, porque no basta con constatar la situación creada por la modernización de las fuerzas productivas, si no es necesario contextualizar culturalmente 7 dicho proceso .
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Véase Guillermo Hoyos, "Reflexión ética y cultura", en Presencias y Ausencias, Bogotá, Corprodic, 1993.
Ética y Cultura El desacuerdo entre derecho, moralidad y cultura, puede tener como base la persistente imposición de éticas completamente alejadas de nuestro mundo cultural; la imagen optimizada de la modernidad europea puede ser una de esas imposiciones. Recordando a Hegel: "no cabe moralidad sin conciencia histórica" ¡Qué poco sabemos de las transformaciones culturales de los jóvenes colombianos!; ¡Casi nada comprendemos del drama de nuestras identidades regionales!. El incipiente debate sobre una Ética 'civil o ciudadana" en Colombia, ha mostrado en su corto recorrido, algunos consensos, otros disensos y múltiples incertidumbres. Quisiéramos referirnos a los consensos brevemente; y con mayor extensión a algunos disensos e incertidumbres. En estos últimos años, se han ido conformando en los investigadores éticos colombianos, tres consensos relativos: a. Las nociones de lo "ético" y lo 'civil", dependen fundamentalmente de la perspectiva filosófica en que se sitúen los autores, pero en Colombia no han sido el aspecto nodal del debate. En el caso de la noción "ética" han dominado las visiones kantianas y hegelianas; y la diferenciación moderna entre ética y moral no ha sido importante en éste. En cuanto a "civil" algunos autores para evitar equívocos del uso de la palabra, han preferido utilizar ética 'ciudadana" o "pública", pero sin modificaciones conceptuales verdaderamente relevantes; b. En algunas de las características y/o condiciones de esa ética "civil" se han manifestado acuerdos. Tal vez cuatro son los más reiterados: secular (en una lectura no antiteológica), pluralista (como derecho a vivir y pensar diferente dentro de la diversidad cultural y religiosa), pública (por su carácter racional y el de discusión abierta), y democrática (subrayándose los atributos de participación, consenso, diálogo y autonomía). Aunque también se han señalado otros rasgos, como una ética "para la historia", "para tiempos de incertidumbre”, sin fundamentación última*'; c. Existe en la mayoría de
teóricos e investigaciones en Colombia la certeza de la ausencia o déficit notorio de eticidad en la historia colombiana y la imperiosa necesidad de su construcción. En relación a los disensos, pretendemos destacar cinco, que se van a convertir en núcleos diferenciadores claves para el destino de una ética civil en nuestra patria. En cuanto al diagnóstico relativamente compartido sobre la ausencia o déficit ético, se manifiestan tesis bastantes diversas: 1. Tuvimos una Casa ética, donde convivíamos con claridad y entendimiento, compartíamos normas comunes sobre el bien y el mal; pero esa casa ética se vino abajo, se derrumbó; 2. La historia ética de Colombia ha sido un permanente y profundo déficit moral, que se encuentra en las raíces más profundas de nuestro carácter; 3. Esa Casa, ligada o construida por el catolicismo contrarreformista y el bipartidismo del Estado de sitio, posee una importante responsabilidad en la actual 'crisis" ética; 4. La 'crisis" es tan sólo de "una" ética, la dominante hasta nuestros días; pero no de otras éticas plurales y no dominantes. Las causas del derrumbe o del déficit o de la crisis son muy variadas según los investigadores colombianos. En general se acoge las descripción de multiplicidad de causas y cada autor acentúa algunas: urbanización; secularización extrema; masificación; cambio de roles sexuales; cobertura y calidad educativa; carencia de espacios públicos; ausencia de partidos y Estado modernos; crisis de la ética católica; ilegitimidad de las instituciones; intolerancia y autoritarismo; narcotráfico; cambios culturales y generacionales; coexistencia de orden y violencia; entre las más reiteradas. Otro de los disensos gira en torno al hecho de que la mayoría de las propuestas de una ética civil para Colombia insisten en su carácter de "ética mínima", pero sus acepciones son distintas o bastante indeterminadas. Las interpretaciones de la condición de "mínima" han sido principalmente cuatro, manifestádose
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grandes distancias en este punto: una ética con pocos principios en cuanto a cantidad; una normatividad básica para la convivencia; atinente a principios de justicia, pero no de felicidad; contrapuesta a la ética religiosa considerada como de máximos. Ante la discusión sobre el papel de la religión en la consolidación de una ética civil, se han alinderado tres tesis: 1: La religión (católica) está obligada a contribuir en la conformación de una ética civil y su papel va a ser definitivo; 2. Son éticas de ámbitos distintos. La ética 'religiosa es individual y de máximos, y, la ética civil es social y de mínimos; 3. No es deseable, ni necesario, el restablecer ningún tipo de vínculos con la moral religiosa. La ética civil se desnaturaliza al relacionarse con éticas de carácter religioso. El relación con el debate modernidad, postmodernidad, tradición, la posición de la ética civil ha sido también diferenciable. La posición dominante asocia lo civil con lo moderno y por esto, en general, se le otorga a la ética civil la finalidad de construir la modernidad en Colombia. Otra actitud, más cercana a la mirada postmoderna, le otorga como función a la ética civil la aceptación y comprensión de las combinaciones múltiples entre tradiciones, modernidades y postmodernidades; concibiéndola cómo la condición de posibilidad de perpetuar nuestra heterogeneidad radical. Y una final, que encuentra en la dimensión del retorno a la tradición, la única posibilidad de respetar tanto la ética civil como la modernidad. En el complejo escenario de los anteriores disensos, sin poder extendernos en argumentos por los límites de este escrito, creemos que una posición ante los tres últimos es mucho más plausible y exigiría menos dificultad, que la "brumosa intuición" que requieren los dos primeros. Consideramos que una ética civil para estos tiempos debe contener la posibiIidad de combinaciones múltiples entre modernidades, postmodernidades y tradiciones, porque no todas las culturas tienen hoy por finalidad histórica la" modernidad; en las condiciones históricas y vitales de Colombia las
religiones son y serán un telón de fondo ineludible de un grupo significativo de construcciones éticas; y, la ética mínima, no la entendemos como la exclusión de ciertos valores (felicidad), sino como la poca pertinencia en esta época de valores fundamentalistas o absolutos, que terminan siempre promoviendo la violencia. En relación a los dos primeros disensos, la única respuesta provisional que podemos sostener, es la multiplicidad de causas y aceptación de nuestro déficit ético, bajo dos condiciones: el desfase de imposiciones morales ajenas al mundo cultural, como una causa a tener en cuenta, y, la revalorización de elementos culturales como componente ineludible en las explicaciones. En cuanto a la metáfora de la casa ética, tal vez, el camino más enriquecedor sea la unión del permanente déficit entremezclado con la diferenciación de diversas éticas. Fértiles incertidumbres Uno de los escenarios más fértiles es la incertidumbre que ha acompañado el debate sobre ética en Colombia. Las mayores incertidumbres giran en torno a tres ámbitos: el camino o caminos para la construcción de esa ética civil; la posibilidad de un nexo enriquecedor entre ética y cultura; y, el inaplazable reencuentro de ética y educación. Los caminos para una posible construcción de esa ética civil están cargados de desesperación y urgencia por la dureza de la realidad colombiana. Encontramos desde senderos desgarrados, que retomando a Hobbes, sostienen que será el incremento de la inseguridad y el miedo recíproco, tal vez tos escenarios que nos obligarán a sentar las bases de una ética civil; cuando ya no exista nadie que no haya sido tocado por la guerra y la violencia, tendremos la ineludible necesidad de una ética para la convivencia. Pasando por alternativas muy ligadas al auge en nuestro región de las éticas comunicativas de Habermasy Apel, que plantean un nuevo pacto o consenso social de carácter racional y comunicativo, que produzca un mínimo común ético; el cuál podría
amortiguar el desenfrenó actual de la violencia. Nosotros sugerírnos la necesidad de una éticas en íntima relación con la culturas y que planteen como su programa la reducción de la violencia8; partiendo de que su desactivación no se logra a través de "mandatos morales imperativos", sino de la promoción social de sentimientos morales tales como la rebeldía, la compasión, el • amor y la solidaridad; y hasta del incremento del sentimiento de actuar en lo público. Hoy en la realidad colombiana, necesitamos también de sentimientos morales y no sólo de argumentos morales (en general el sentimiento moral brota de una experiencia de sufrimiento y es el acercamiento solidario al otro). Es conveniente, para ello, debilitar la hipertrofia racionalista de la fundamentación moral, porque no es sólo racional lo que se funda racionalmente y hay momentos en que uno tiene causas sobradas para comportarse irracionalmente. Quisiéramos sostener la tesis de que la construcción de una ética civil, en Colombia, sólo es posible relacionando Ética, Cultura y Educación. Las éticas humanas siempre son la expresión del ethos cultural de un pueblo. La imposición de proyectos éticos y educativos ajenos a nuestro mundo cultural, impiden tanto las relaciones entres estas tres dimensiones, como posibilitan nexos contradictorios entre ellas. Tanto el desconocimiento de una de estas tres dimensiones, como su separación, termina convirtiendo todo esfuerzo en estéril o descontextualizado. La ética civil que exige nuestro presente es aquella que asume las transformaciones culturales que experimentan nuestras sociedades locales nacionales y cosmopolitas. No se trata de imponerle a la ética civil finalidades ajea a estas transformaciones culturales, como tampoco "ideales" distantes de nuestro mundo de la vida.
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Véase Giovanni Vattimo, "Hermenéutica, democracia, emancipación", en Memorias XIII Congreso Interamericano de Filosofía, Bogotá, Universidad de tos Andes, 1994.
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Comprendiendo este horizonte cultural crearemos una educación con sentido, una práctica pedagógica ligada a la vida. Que interrogue constantemente nuestras concepciones de las relaciones entre cultura y educación. En este horizonte impreciso de transformaciones y colmado de inmensos retos éticos a la educación, debemos reconocerá cada instante la profundidad de los malestares y las incertidumbres.
BIBLIOGRAFÍA Arango, Luz G. (compiladora), La crisis sociopolítica colombiana: un análisis no coyuntural de la coyuntura. Bogotá, Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de Colombia-Fundación Social, 1997. Sierra Mejía, Rubén, La época de la crisis: conversaciones con Dando Cruz Vélez, Cali, Universidad del Valle, 1996. Jaramillo Vélez, Rubén, "Tolerancia e Ilustración" (Mimeo) Hoyos Vásquez, Guillermo, "Reflexión Ética y Cultura"; en Presencias y Ausencias Culturales, Bogotá, Corprodic, 1993. Martín-Barbero, Jesús, Ética y Cultura en Colombia: una casa para todo, Bogotá, Programa por la Paz, 1991. Varios autores, /// Foro de Ética Ciudadana, Manizales, Cinde, 1996. Varios autores, "Lecturas de la Crisis", en Revista Foro, No.30, Bogotá, 1996. Benjamín, Walter, La metafísica de la juventud, Barcelona, Paidós, 1993. Taylor, Charles, Ética de la autenticidad, Barcelona, Paidós, 1994. Vattimo, Giovanni, "Hermenéutica, democracia, emancipación", en Memorias XIII Congreso Interamericano de Filosofía, Bogotá, Universidad de los Andes, 1994. Vargas, Alejo, "Democracia, crisis política y gobernabilidad", en Revista Ciencias Humanas, No. 23, Medellín, Universidad Nacional.
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El Estado Colombiano en los Noventa: Entre la Legitimidad y la Eficiencia por Luís Javier Orjuela Escobar* El autor de este ensayo pone en relación las reestructuraciones económicas y políticas que han sufrido la economía y el Estado colombianos en la década de los noventa y analiza las contradicciones que dicha reestructuración genera en el marco de un estado débil, una clase dirigente fragmentada y un régimen político, que se caracteriza por ser una amalgama de modernidad y premodernidad.
La Doble Apertura Colombia se caracteriza por un Estado débil y una sociedad civil fragmentada, fenómeno que se ha agudizado en virtud de la reestructuración política y económica que el país ha experimentado entre 1990 y 1997. En primer lugar, el sistema político sufrió un proceso de reforma constitucional con el fin de fortalecer el Estado e incrementar su legitimidad, y de superar el carácter excluyente del régimen político. En segundo lugar, la economía nacional hizo el tránsito de un modelo económico que ponía el énfasis en el desarrollo del mercado interno, la industrialización por sustitución de importaciones, a un modelo de apertura e internacionalización de la economía. El objetivo de dicho proceso fue no solo insertar la economía colombina en el mercado mundial, sino también incrementar la eficiencia de la economía mediante la reducción del "tamaño" del Estado y de su función reguladora del proceso económico. Esta doble reestructuración del Estado ha tenido una relación contradictoria: mientras la 'apertura política", generada por la Constitución de 1991, ha producido condiciones favorables para un proceso de democratización e integración de la sociedad, la 'apertura económica", generada por el nuevo modelo, ha contrarrestado o reducido dicha posibilidad, puesto que ella ha implicado procesos sociales excluyentes debido, entre otras cosas, a la privatización de empresas estatales, la quiebra de empresas privadas que no pueden resistir la competencia, el desempleo y a la reducción del gasto público de carácter social.
Politólogo, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.
Dicha reestructuración se entrelaza con una profunda crisis de legitimidad y liderazgo, sufrida por el Estado y el régimen político en las últimas tres décadas. Esta se ha traducido en altos niveles de violencia, falta de confianza de los ciudadanos en las instituciones públicas, y la ausencia de una clase dirigente con un proyecto de sociedad lo suficientemente claro y amplio como para orientar la sociedad y articular los diferentes intereses sociales. Dicha situación surge de los
siguientes factores: a) la amalgama de premodernidad y modernidad que surgió del acuerdo frentenacionalista, d) la debilidad del Estado, y c) fragmentación de las élites dirigentes del país. El Régimen Político como Amalgama de Premodernidad y Modernidad La modernización de la sociedad colombiana fue un proceso que se quedó a medio camino, si se tiene en cuenta que. el Frente Nacional significó un compromiso entre la premodernidad y la modernidad. En efecto, la vieja y cruenta lucha por el liderazgo para la conducción del país entre la fracción conservadora de la élite, que basaba su predominio principalmente en la continuidad de la sociedad agraria y tradicional, y la fracción liberal, que abogaba por una sociedad industrializada y moderna, se solucionó mediante un pacto mutuamente beneficioso: los partidarios de la modernización lograron la colaboración del sector tradicional para la industrialización del país, a cambio de que éste pudiera conservar parte de sus privilegios basados en la continuidad parcial de la sociedad tradicional. Ello explica que en Colombia hayan fracasado los diversos intentos de realizar una reforma agraria, que la gran propiedad agraria haya tributado muy* poco y que, en gran parte del territorio nacional, las relaciones políticas sean 1 de carácter clientelista . El clientelismo es, entonces, el legado premoderno de una sociedad agraria y tradicional, el cual ha servido, y sirve aún, como factor de identidad e integración social para amplíe sectores de la población colombiana2. En efecto, la falta de una amplia y efectiva política social y de presencia estatal en gran parte del territorio nacional, constituye la razón de ser del clientelismo Es este un sistema piramidal de relacione políticas en donde los jefes políticos regionales y locales actúan como sustituto 1
Véase al respecto Francisco Leal B., Estado y Política en Colombia, Bogotá, Siglo XXI- Cerec, 1984. 2 Véase al respecto Fernán E González G, "Aproximación a la Configuración Política de Colombia" en Un País en Construcción en Controversia, No. 153-154, Bogotá, Cinep, julio de 1990, Pág. 19-72.
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de la acción del Estado, mediante la satisfacción de la necesidades individuales de su clientela a cambio del compromiso electoral. Sin embargo, el clientelismo ha generado consecuencias negativas para la legitimidad del sistema político colombiano. En primer lugar, ha fomentado el aprovechamiento privado de los recursos públicos para cumplir compromisos basados en lealtades personales, obstaculizando los esfuerzos de orientación de dichos recursos hacia objetivos generales y de beneficio colectivo. En segundo lugar, las relaciones políticas, al estar basadas en lealtades personales, impiden al Estado actuar como factor de cohesión e identidad política, y limita sus posibilidades de modernización Otra expresión del carácter premoderno del régimen político es la falta de efectividad de la administración pública. Ello afecta, también, la legitimidad del Estado, puesto que este es percibido como incapaz para proveer a los colombianos de adecuados servicios públicos en materias que van desde acueducto y alcantarillado hasta administración de justicia. En las últimas dos décadas, especialmente durante el gobierno de César Gaviria, la Administración pública sufrió una serie de reformas, reducciones y privatizaciones con miras a incrementar su eficacia y eficiencia y a reducir la corrupción administrativa. Pero no bastan las reformas neoliberales. Un diagnóstico alternativo de la ineficiencia de la acción estatal pasa por el reconocimiento de que a pesar de la capacidad que tienen las instituciones públicas para movilizar y emplear recursos de diverso orden, los beneficios derivados de su utilización se quedan en manos privadas, en perjuicio del interés general. Por lo tanto, la crisis del régimen político colombiano está determinada, entre otros factores, por el debilitamiento de la legitimidad del Estado originado en la insuficiente generalización de los 3 beneficios derivados de su acción . La compleja red de relaciones y prácticas clientelistas que determinan este
fenómeno constituye la causa de distorsiones del servicio público como el despilfarro de recursos, la corrupción administrativa y la burocratización. Adicionalmente, la corrupción política se ha incrementado debido a la incidencia del narcotráfico. El creciente protagonismo que las mafias de la droga han ejercido en la vida nacional, los efectos corruptores de la "ética" del dinero fácil que ellas difunden y el factor de potenciación de la violencia en que se han convertido, actúan como un catalizador de la crisis del sistema político colombiano, al ahondar la descomposición social e incrementar la violencia como forma de solución de los antagonismos sociales. En síntesis, el clientelismo choca, en la actualidad, con la exigencia del nuevo modelo de desarrollo para establecer unas nuevas relaciones entre el Estado y la sociedad civil y para racionalizar y reducir el tamaño de Estado. Debido a ello, el clientelismo ha experimentado un proceso de "bandolerización", es decir, ha pasado a ser percibido, cada vez más, como un elemento disfuncional al sistema, que solo actúa como factor de corrupción, de desperdicio de los recursos públicos y le resta transparencia a la acción del estado y su relación con los particulares. La Debilidad del Estado Para entender este argumento es necesario partir de la idea de que la sociedad es, por naturaleza, una red de conflictos y tensiones sociales, los cuales necesitan ser mediados por un poder relativamente autónomo a fin de asegurar la persistencia y reproducción de la sociedad misma. Por lo tanto, el Estado se puede 4 definir, siguiendo a Max Weber , como la institución que ejerce una dominación legal-racional sobre la sociedad y posee el monopolio legitimo del uso de la fuerza, a fin de mediar sus conflictos y lograr la integración social. Desde esta perspectiva, el Estado colombiano, debido a la falta de presencia en todo
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Véase Francisco Leal B., "La Crisis Política en Colombia: Alternativas y Frustraciones", en Análisis Político, No, 1, mayo-agosto, 199, págs. 76-88
4 Max Weber, Economía y Sociedad, México, Fondo de Cultura Económica, 8a. e d., 1987.
el territorio nacional y a la pérdida del monopolio legítimo de la fuerza, no integra ni cohesiona la población y el territorio y ha reducido su capacidad para mediar y canalizar los conflictos y tensiones sociales. Estos son resueltos al margen de las instituciones públicas, lo cual es la causa del surgimiento de diversas expresiones de "para institucionalidad", tales como los grupos privados de justicia y defensa, las mafias de narcotráfico y los movimientos guerrilleros. La capacidad del sistema de administración de justicia para resolver los conflictos entre los ciudadanos es muy baja. Según el Instituto ser de Investigación, en 1994 la tasa de impunidad era del 97%, mientras los jueces penales producían solamente 15 sentencias por año. Para dicho año había cerca de 2'000.000 de procesos penales y 1'800.000 procesos civiles pendientes de solución". Por dicha razón, los conflictos sociales son resueltos al margen de las instituciones públicas, lo cual, a su vez, es la principal causa del surgimiento de expresiones "para institucionales" de poder. En este sentido, la solución de la crisis política colombiana pasa por la necesidad de fortalecer el Estado, lo cual implica la constitución de su monopolio sobre el uso de la fuerza y el incremento de su autonomía frente a los distintos actores sociales y políticos. Pero si en materia de resolución de conflictos sociales se evidencia la precariedad del Estado, esta es aún más aguda si se analiza su capacidad para lograr una adecuada presencia a lo largo y ancho del territorio nacional y un control efectivo sobre sus instituciones y los servidores públicos. Todo ello contradice la concepción que considera el Estado como un ente monolítico, la cual ha sido, a su vez, el producto de la visión de "una historia nacional globalizante y totalizadora, cuya validez se desmorona cuando se consulta la particularidad de la vida 6 regional." Esta particularidad regional se refiere a la nula o escasa presencia del Estado en zonas marginadas y de colonización, así como a la falta de 5
Véase en Coyuntura Social, No. 14, Bogotá, mayo de 1996. 6 María Teresa Uribe de Hincapié y Jesús María Álvarez, Poderes y Regiones: Problemas de la Constitución de la Nación Colombiana, Medellín, Universidad de Antioquia, 1987, pág. 13.
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una política de Estado coherente e integral de colonización y desarrollo territorial. Históricamente, estas regiones, en su proceso de incorporación a la economía nacional, han experimentado un alto grado de violencia y conflictividad social. Así parece haber ocurrido con zonas ya plenamente incorporadas al desarrollo nacional, tales como el Valle del Cauca, el Tolima y la zona cafetera, la cuales presentaban un alto grado de violencia en los años cincuenta. En síntesis, la marginalidad geográfica, la escasa infraestructura vial y social, la debilidad del poder judicial, las dificultades del control policivo, la incapacidad reformista de los partidos tradicionales, son condiciones favorables para el desarrollo de la para institucionalidad, para que el vacío dejado por el Estado sea llenado por el clientelismo, los narcotraficantes, los grupos guerrilleros, y los grupos de defensa y justicia privada. Estos últimos constituyen una interesante simbiosis de relaciones sociales de poder. Se trata de poderes privados de carácter regional y local que en busca de la seguridad que no proporciona el Estado, y en respuesta a los excesos de la guerrilla, se alían con algunos sectores de la fuerzas militares y con los narcotraficantes, a fin de combatir un enemigo común que va desde la guerrilla misma, pasando por la delincuencia común, hasta quienes defienden los derechos humanos y las causas populares. A partir de esta trilogía de intereses, se ha generado una espiral de violencia que explica las masacres de los últimos años, la campaña de exterminio contra los líderes de la Unión Patriótica, contra maestros, líderes sindicales, periodistas, abogados y defensores de los derechos humanos, intelectuales de actitud independiente y progresista, etc. Esta actitud política es propia de una cultura de la intolerancia, de exclusión del disidente y del terror que actúa como mecanismo de solución de conflictos en una sociedad fragmentada y un Estado débil. Todos estos factores de crisis se articularon para producir, desde finales de la década de los ochenta, una situación de anomia, es decir, de violencia y de inoperancia o violación sistemática de todos los cánones de
convivencia social. Con el fin de encontrar una solución negociada a dicha crisis, los diferentes actores del proceso político colombiano convocaron la Asamblea Constitucional de 1991, cuyo resultado fue un nuevo marco normativo que permitiera, entre otras cosas: a) ampliar la representatividad del régimen político mediante la inclusión de nuevas fuerzas sociales; b) fortalecer el Estado mediante el mejoramiento de su eficacia en la prestación de servicios públicos y de las instituciones de administración de justicia; c) depurar y fortalecer el Congreso y la actividad política a fin de reducir el clientelismo y la corrupción; y d) ampliar el gasto público social con el fin de reducir los niveles de pobreza absoluta y expandir la cobertura de los servicios de educación, salud y seguridad social. Sin embargo, la crisis política no sólo no se solucionó sino que se agudizó en los años siguientes a la entrada en vigencia del la nueva Constitución. Algunas explicaciones de dicho fenómeno ponen el énfasis en el tiempo y consideran que siete años es un lapso muy corto para que las nuevas instituciones políticas maduren y se consoliden. No obstante, existen otros elementos de más peso que proporcionan una explicación alternativa, tales como el hecho de que las fuerzas reformadoras no hubiera logrado consolidar su predominio sobre las fuerzas tradicionales en la Asamblea Constituyente y la pregunta fundamental que plantea Fernán González a cerca de los alcances de una reforma constitucional: "¿hasta qué punto son capaces [las reformas institucionales] de modificar inveteradas costumbres políticas, que son la expresión de una cultura política decantada durante casi dos siglos de existencia? En buena parte las dificultades recientes entre el Congreso y el ejecutivo demuestran ese desfase entre la nueva normatividad más modernizante y el funcionamiento concreto de la instituciones que se mueven en un 7 mundo más tradicional " . 7
Fernán E González, 'Tradición y Modernidad en la Política Colombiana", en Osear Delegado y otros Modernidad, Democracia y Partidos Políticos, Bogotá, Fidec-Fescol, 1993, pág. 18.
A ello hay que añadir los intentos contra- reformistas de parte de los políticos tradicionales, los cuales buscaron desmantelar las cortapisas que al clientelismo y la corrupción impuso la nueva Constitución; la incapacidad de las nuevas fuerzas sociales para articularse y consolidarse como alternativa política de cambio; la debilidad y fragmentación de la sociedad civil colombiana y su baja capacidad para la organización autónoma, lo cual dificulta su participación en el proceso de toma de decisiones como fuerte interlocutor del Estado; la exclusión o no participación en la Asamblea Constituyente de otros sectores sociales decisivos en la crisis, tales como los sectores clientelistas de la clase política tradicional, los militares, los grupos guerrilleros como el ELN, los para milita res, los campesinos; así como la relación contradictoria entre los dos proyectos de Estado y sociedad que corrieron paralelos en los años noventa: el neoliberal, surgido del plan de desarrollo de la administración de Cesar Gavina, que puso el énfasis en la apertura económica y la reducción del gasto público, y el social, surgido de la Asamblea Constituyente, que puso el énfasis en el fortalecimiento del Estado, el mejoramiento de la calidad de vida de sectores de menores recursos, en el reconocimiento de los derechos colectivos, económicos y culturales, todo lo cual fue el intento de ponerse al día con una 'deuda social" cuyo pago había sido aplazado durante décadas, debido a la incapacidad reformista del régimen bipartidista.
La Fragmentación de las élites La exacerbación del clientelismo ha reducido la autonomía relativa del Estado y ha producido un divorcio entre la élite política y la élite económica, lo cual, a su vez, ha conducido a una fragmentación de Estado: mientras la élite política se expresa y actúa a través del Congreso y otras instituciones públicas no técnicas, la elite económica lo hace a través de las instituciones responsables del diseño del política económica, tales como el Banco de la República, el Departamento Nacional de Planeación y el Ministerio de Hacienda Este último aspecto, se puede evidenciar en dos hechos
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primero, en las diversas reformas administrativas que desde 1968 se vienen realizando para tratar de sustraer del influjo del clientelismo dé la clase política a las entidades públicas que directamente intervienen en el manejo de la política económica, y segundo, en el papel protagónico que en los últimos años ha venido adquiriendo el Consejo Gremial nacional, el cual ha desplazado a los partidos políticos tradicionales en su función de plantear ante el Estado los problemas y preocupaciones de carácter general. A este respecto, dijo Cesar González cuando era presidente del Consejo Gremial Nacional: "Las instituciones gremiales están llamadas a desempeñar, por otra parte, un papel cultural de creación de opinión pública y de fortalecimiento ciudadano. Ello es así, por cuenta de las debilidades que exhibe nuestra sociedad en el ejercicio de una real acción pública en aras de resolver nuestros problemas fundamentales. Aquí, la noción de acción pública no hace referencia tan sólo al manejo de los poderes y los instrumentos estatales; hablo de la actividad por parte del público, por parte de la sociedad civil, dirigida al logro de los objetivos de interés general. La paz, la modernidad cultural, una identidad digna de Colombia en la comunidad internacional y el crecimiento económico sostenido y sostenible, son 8 nuestros intereses fundamentales" . Esta fragmentación de las elites y de las instituciones estatales ha afectado la eficacia del régimen, es decir, su capacidad para imponer una dirección a la sociedad, especialmente en un contexto de cambio de modelo de desarrollo. Dicha situación es reforzada por la naturaleza neoliberal del nuevo modelo, yo carácter excluyente y su énfasis en la reducción del gasto público, limita las posibilidades de la elite para hacer alianzas con otros sectores sociales. El Nuevo Modelo de Desarrollo y El Régimen Político Nuevas condiciones tecnológicas y económicas de carácter global están
determinando, tanto en Colombia como en América Latina y otras regiones del mundo, programas de reestructuración del sector público, que implican un cambio en la orientación de las políticas públicas, las cuales pasan de regular el mercado y fomentar la producción internas a reducir la intervención en la economía y a promover la inserción competitiva de las economías nacionales en el mercado mundial. Siguiendo dichas tendencias, el gobierno del presidente César Gaviria (1990-1994) inició la transición del modelo de desarrollo orientado "hacia adentro" a un modelo de apertura e internacionalización de la economía. Este cambio se debió no solo a las nuevas condiciones de globalización sino también a la pérdida de dinamismo y la baja productividad de la economía colombiana debido a la obsolescencia de la infraestructura 9 productiva nacional . En consecuencia, dicho gobierno adoptó una serie de políticas de desregulación las cuales, a la par que intentaron aumentar la eficiencia de la administración pública y de la economía, tuvieron efectos excluyentes en cuestiones sociales. Entre estas políticas se cuentan: a) la flexibilización del mercado de trabajo (ley 50 de 1990) la cual significó para los trabajadores, entre otras cosas, la reducción de beneficios y garantías laborales, la desaparición de los contratos a término indefinido y la parcial privatización del sistema de seguridad social, b) La reducción de los impuestos y barreras a las importaciones, y el establecimiento de una tributación regresiva, en la cual el impuesto al consumo ha reemplazado al impuesto a al renta como principal fuente de financiación de la actividad estatal (ley 49 de 1990). c) La privatización de empresas públicas en las áreas de puertos marítimos, aeropuertos, ferrocarriles, telecomunicaciones y seguridad social (ley 1 de 1990 y decretos presidenciales 2156 a 2171 de 1992), la cual causó miles de despidos de empleados públicos; alrededor de40.000 según el gobierno y más de 9
8
Cesar González, Muñoz, “los Muertos que Vos Matáis…”, en Poder & Dinero, No. 50, Bogotá, septiembre de 1997, Págs. 75 y 76.
Véase al respecto Armando Montenegro, "Lineamientos del Nuevo Plan de Desarrollo", en Anif, Subsiste el Futuro: Constitución Política y Económica, Bogotá, 1991.
10
77.000 según Fenaltrase . d) La descentralización política, administrativa y fiscal (Ley 60 de 1993, entre otras) por la cual un gran número de funciones del gobierno central fueron transferidas a los municipios, y su responsabilidad fiscal fue incrementada. Sin embargo, cerca del 80% de los municipios colombianos tienen un bajo nivel de desarrollo económico y social y carecen de la capacidad técnica administrativa y fiscal para asumir muchos de las funciones transferidas. Adicionalmente, la descentralización del gasto público contribuyó a la exacerbación del clientelismo regional. Como resultado de todo ello, se ha visto afectada la cantidad y calidad de los servicios públicos ofrecidos a las comunidades locales, especialmente en las regiones más pobres, e) La política de reducción del déficit fiscal a fin de disminuir el "tamaño del Estado." Sin embargo, dicho propósito entró en contradicción con el proyecto de fortalecimiento del Estado que surgió de la Asamblea Constituyente de 1991, cuyo efecto fue el aumento del gasto público. Adicionalmente, el cambio de modelo de desarrollo hace inoperantes los acuerdos entre elites y clases sociales que sustentaban y hacían posible el funcionamiento del anterior modelo e impone la necesidad de generar unos nuevos acuerdos que expresen la nueva correlación de fuerzas sociales. Sin embargo, estos nuevos acuerdos no han podido darse fácilmente, debido a la fragmentación de las elites dirigentes ya las características estructurales del nuevo modelo, las cuales limitan las posibilidades de las nuevas elites económicas para negociar los nuevos acuerdos con los diversos actores sociales. Así pues, el cambio de modelo económico tiene efectos en la redefinición de las relaciones políticas, puesto que este, más que una serie de medidas de política económica, constituye un "proyecto de sociedad," el cual es impulsado por determinados actores 10
Mauricio Archila N., “Tendencias Recientes de los Movimientos Sociales", en Francisco Leal B. (compilador), En Busca de la Estabilidad Perdida. Actores Políticos y Sociales en los Años Noventa, Bogotá, Tercer Mundo-IEPRI-Colciencias, 1995, pág. 263.
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sociales. Desde este punto de vista, el modelo de desarrollo es la concepción que de las relaciones entre el estado, la sociedad civil y la economía, tienen el sector o los sectores sociales que aspiran a liderar el proceso de transformación social. Legitimidad versus Eficiencia Así pues, uno de los objetivos de la reestructuración neoliberal del Estado fue la reducción de su tamaño, mientras que el objetivo perseguido por la reestructuración política fue su fortalecimiento. La interacción de ambos procesos produjo un resultado interesante: el gasto público total como proporción del PIB paso de representar el 25.5% en el período 1980-1994 al 30.2% en el período 11 1990-1994 . La explicación de dicho fenómeno, es decir, el hecho de que el gobierno de Gaviria, uno de los gobiernos más neoliberales que ha tenido el país, hubiera sido incapaz de reducir el gasto público, radica en la contradicción entre la legitimidad política y la eficiencia económica. En efecto, legitimidad y eficiencia son los factores más importantes de la 12 actividad estatal y determinan la capacidad del Estado para integrarla sociedad y distribuir sus recursos. Dicha contradicción radica en el hecho de que el Estado tiene que tratar de cumplir simultáneamente "las condiciones en la cuales es posible la acumulación de capital [y al mismo tiempo] mantener o crear las 13 condiciones para la armonía social" . Para el caso colombiano, la contradicción entre legitimidad y eficiencia resulta de la interacción entre los elementos políticos y económicos de la reestructuración del Estado, es decir, de una nuevo orden constitucional que reclama "más Estado" como condición para superar la crisis de legitimidad, y un nuevo modeló de desarrollo económico que requiere "menos Estado" con el fin de permitir la Libre asignación de los
11
Departamento Nacional de Planeación, Cuentas Nacionales, 1994. 12 Véase al Respecto, James O'Connor, The Fiscal Crisis of the State, New York, Saint Martin Press, 1973, y Claus Offe, Contradictions of the Welfare State, Cambridge, The MIT Press, 1993. 13 James O'Connor, The Fiscal Crisis..., pág. 6.
recursos sociales por el mercado. Mientras Rudolf Hommes, Ministro de Hacienda de la administración Gaviria, privatizaba las empresas estatales y reducía el gasto público, la nueva Constitución incrementaba el número de instituciones y erigía la equidad y la distribución como piedra angular del nuevo orden político y económico. El objetivo de reducir el gasto público fue afectado por la gran importancia atribuida a la política de recuperar para el Estado el monopolio legítimo del uso de la fuerza: mientras el gasto público en defensa y administración de justicia se incremento en más del 50% entre 1990 y 1994, el gasto social cayó más del 10% en el mismo 14 período . La contradicción entre legitimidad y eficiencia se expresa, también, en la tensión entre política fiscal y política social, la cual presenta la siguiente dinámica: el ajuste neoliberal persigue la eficiencia de Estado para lograr el equilibrio macroeconómico, especialmente para reducir la inflación y el déficit fiscal. La búsqueda de estos objetivos implica, entre otras cosas, la disminución del gasto público, la introducción de una tributación regresiva, y la reducción del salario real. Con dichas políticas la función distributiva del Estado se ve severamente afectada, lo cual, a su vez, afecta su capacidad para conciliar los intereses de los diferentes actores sociales. Esta situación ha engendrado una pugna distributiva y una creciente polarización de la sociedad. Esta situación es grave si se tiene en cuenta que Colombia ha sido un país que se ha caracterizado por tener una alta concentración del ingreso. Datos recientes muestran que esta tendencia se ha agudizado a la par que se ha introducido el modelo económico neoliberal. En efecto, a comienzos de los ochenta, considerada por los analistas como la época en que la equidad presentó su "mejor momento" el 20% más rico de la población percibía el 49% del ingreso nacional, mientras el 20% más pobre percibía el 6.6%, en tanto que en 1996 el 20% mas rico de la población recibió el 54% de los
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Véase Contraloría General de la República, Informe Financiero, diciembre, 1994.
ingresos, mientras que el 20% más 15 pobre obtuvo sólo el 6% . Estas cifras nos indican que si el Estado quisiera incrementar su legitimidad tendría que implementar una sólida política de redistribución del ingreso, sin embargo, el-, margen de maniobra no es mucho. Con recursos disminuidos el Estado tiene una menor capacidad de respuesta frente a las presiones sociales, lo cual conduce a la necesidad de recurrirá la represión o el autoritarismo.
A Manera de Conclusión A pesar de los evidentes avances en materia de democratización política, lo cierto es que en la definición de las orientaciones macroeconómicas de la sociedad, ha habido una gran exclusión. La adopción del modelo neoliberal en Colombia, y en América Latina, se hizo a espaldas de la sociedad y de sus instancias políticas de articulación y agregación de intereses, lo cual muestra "un creciente divorcio entre los mecanismos de generación de consenso y legitimidad y los mecanismos de formación e implementación de políticas macroeconómicas"16. En consecuencia, al excluir la participación del ámbito de la política macroeconómica que es, precisamente, donde se puede fundamentar un Estado no solo democrático sino también justo, se abre camino en Colombia, y en América Latina un tipo de legitimidad de naturaleza tecnocrática y eficientista que estaría desplazando la legitimidad política. Adicionalmente, un diagnóstico alterativo de la ineficiencia del Estado colombiano radica en el hecho de que, no importa su tamaño, dicha ineficiencia se origina en la tendencia de la clase política a tomar posesión de los recursos públicos en su propio beneficio, debido al carácter patrimonialista y clientelista del régimen político. Por lo tanto, ante que privatizarse el Estado colombiano necesita recobrar su carácter público. 15
Véase Fedesarrollo-lnstituto Ser, Coyuntura Social, No. 17, noviembre de 1997, pág. 42. 16 William C. Smith, "Consolidación Política y Proyectos Neoliberales en Democracias Frágiles", en: Cono Sur, vol. X, No. 5 diciembre de 1991, p. 26.
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Hacia una asamblea constitucional como instrumento de democratización ciudadana y herramienta de paz en Colombia por Oscar Mejía Quintana* y Maritza Formisano Prada" Este artículo busca justificar la convocatoria de una Asamblea Constitucional -en contraposición a la de una Constituyente- mostrando los factores que generaron la crisis de legitimidad de la Constitución de 1991 y la necesidad de ampliar el pacto social que no pudo consolidar aquella, por medio de un amplio consenso constitucional que integre a los actores en conflicto y los ¡Sujetos colectivos periféricos que no pudieron quedar representados en ella. A título de reflexión, el artículo propone algunos de los puntos que tal proyecto podría considerar en orden a consolidar un modelo de democracia deliberativa, alternativo al actual.
*Filósofo, profesor y director del Área de Teoría Jurídica de la Universidad de los Andes y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional. **Estudiante de Derecho de la Universidad de los Andes, monitora de los cursos de Filosofía del Derecho y de Teoría Jurídica de la Facultad de Derecho de la misma universidad
Democracia participativa restringida A la sombra del "Consenso de Washington" bajo el cual se puso en marcha la reestructuración neoliberal de las sociedades latinoamericanas, en el área andina se han adelantado, durante el último lustro, una serie de profundas reformas al aparato estatal y las estructuras económicas, políticas y sociales con el objeto de insertar a los diferentes países en el contexto global y la economía internacional, en lo que se ha designado internamente como el "proceso de apertura económica".
Estas dicotomías se expresan binariamente de diferentes formas: por un lado, asumir el modelo de democracia representativa, históricamente agotado y sin posibilidades efectivas de solucionar el conflicto o asumir el modelo de democracia participativa planteado por el neoliberalismo (pese a ser políticamente excluyente). Por otro, asumir la guerra como una alternativa de vida colectiva o la negociación en medio de la guerra, pese a que esta se plantea desde posiciones de fuerza que presuponen su intensificación.
En nuestro medio, la discusión sobre la democracia ha girado en torno a asuntos meramente funcionales, sin llegarse a plantear modelos normativos contrafácticos desde donde enriquecer las debilidades empíricas detectadas. Derivación de lo anterior ha sido la limitación de paradigmas alternativos desde los cuales puedan abordarse críticamente los problemas de democracia y participación ciudadana que permitan resolver las tensiones sociales y el conflicto armado en nuestro país.
Por último, aceptar el marco constitucional, tal como quedó planteado, sin posibilidad de reforma e, incluso, de crítica, o volcarse hacia la alternativa confrontacional y/o subversiva poniéndonos en contra del establecimiento. Esa es la nueva lógica polarizada y recíprocamente excluyente de la ideología neoliberal. Pero el estado del arte muestra otras posibilidades. La sociedad contemporánea explora nuevos tipos de participación-una participación deliberativa de la ciudadanía-con el objetivo de rehacer el tejido social desintegrado por el proceso de racionalización capitalista y postcapitalista. Una participación no restringida que permita a la totalidad de sujetos colectivos periféricos y marginales reintegrarse al manejo de la sociedad, desde esquemas consensúales y de simetría discursiva, donde la opinión pública pueda tener una figuración estructural en la orientación del Estado, es decir, de la concepción de las leyes, las políticas públicas y las decisiones judiciales.
Colombia se ha polarizado en torno a unas dicotomías dilemáticas que no pueden ser resueltas con el paradigma político-jurídico que estamos manejando. La primera, sin duda, es la de democracia representativa-democracia participativa (de corte neoliberal); la segunda, la de guerra-negociación y la tercera, finalmente, la de subversión-constitución. Los tres se expresan como dilemas sin puntos intermedios de solución y son defendidas con igual pretensión de validez por las partes comprometidas.
En este marco, el objetivo que parece imponerse es el de plantear una estrategia de paz a través de un modelo de participación ciudadana (incluyendo la desobediencia civil, como forma de subsunción legal de la disidencia y la subversión), materializados por medio de una Asamblea Constitucional que amplíe los canales participativos del esquema restringido de democracia impuesto por el neoliberalismo a la Constitución del 91 que permita superar las dicotomías dilemáticas planteadas.
La 'democracia participativa" con la cual se han legitimado estos procesos se presenta como la nueva etiqueta para convalidar tales transformaciones sin que sea evidente hasta donde son verdaderamente participativos los nuevos esquemas democráticos y si los cambios responden realmente a los intereses populares o son, una vez más, el disfraz de las élites andinas para mimetizar su centenario dominio sobre sus sociedades.
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La Constitución del 91 En los contextos de las sociedades tradicionales en transición estructural como la colombiana y, en general, la latinoamericana, la racionalización capitalista, catalizada por las reformas neoliberales de apertura económica, ha generado un proceso de descomposición socio-económica acelerada cuyo resultado inmediato ha sido la desintegración de los estratos y sujetos colectivos tradicionales y su reconversión en clases sociales en el marco de una economía capitalista global 1 endogenizada . Este proceso origina una eclosión de sujetos colectivos cuya reacción inmediata es su oposición generalizada a las medidas de racionalización capitalista -no importa de donde provengan ni que tan adecuadas pudieran ser. Lo cierto es que, tras esa reacción, se descubre una compleja totalidad de sujetos colectivos (sindicatos, campesinos, sectores informales marginados, sectores medios en proceso de desaparición, etc.) provenientes de una sociedad tradicional herida de muerte, con símbolos, valores y tradiciones culturales, sociales y políticas divergentes, expresión de un cuadro incompatible de racionalidades prácticas que no logran encontrar en el derecho formal ni en la democracia liberal 'a la criolla", el instrumento de conciliación e integración postconvencional necesarios para rehacer el lazo social desintegrado y sentar las bases de una democracia participativa simétrica donde todos tengan las mismas oportunidades y posibilidades de ingerencia y, sobre tales condiciones, poder replantear un nuevo contrato social más amplio y plural. La Constitución del 91 surge como respuesta a una profunda y generalizada crisis nacional que no había logrado superarse a través de los canales institucionales concebidos por la Constitución del 86, cuyos intentos de reforma (las fallidas de los gobiernos de López Michelsen, Turbay Ayala y Barco) habían sido truncados por las disposiciones formalistas del mismo sistema jurídico colombiano.
el "pacto de interesados" existente en la Constitución del 86 para subsumir en él a las clases marginadas por el esquema introducido por el Frente Nacional de 1957. La idea sustancial que animó todo el proceso fue la de crear un ordenamiento institucional que concretara un modelo de democracia participativa donde los sujetos colectivos marginados por el manejo del estado y de la sociedad encontraran por fin los medios 2 institucionales para llevarlo a cabo . Pero la autonomía deliberativa y la participación amplia de los sujetos colectivos que se pretendía integrar fueron violentadas por tres hechos: el primero de ellos, el ataque militar a "Casa Verde" (símbolo de los procesos de paz anteriores con las FARO, el día mismo en que se votaba la convocatoria a la Asamblea Constitucional, lo que marginó desde el comienzo su participación activa; el segundo, el "Acuerdo de la Casa de Nariño" apadrinado por el Presidente Gaviria, a través del cual los tres grupos mayoritarios, el Liberalismo, el Movimiento de Salvación Nacional y el M-19, impusieron un proyecto general de articulado concertado tan sólo por los tres, sin la participación de los grupos minoritarios; y, por último, las presiones subterráneas del narcotráfico que buscaban consagrar 3 la prohibición de la extradición , a nivel constitucional. Estos tres hechos constituyeron un serio cuestionamiento a la participación amplia, autónoma y simétrica de la Asamblea Constituyente y esto se evidenció en el texto final de la Constitución. Pese a los innegables avances que se produjeron en cuanto a la definición de derechos fundamentales y garantías constitucionales, el modelo de democracia participativa que se impuso en la Constitución del 91 fue un esquema restringido propio del neoliberalismo que pretendía mantener un control sesgado en sectores claves del ordenamiento. Esto se manifiesta en numerosos artículos constitucionales en los cuales enuncia el ideal participativo para, enseguida, recortar la participación efectiva del constituyente primario a través de 2
En el fondo se trataba de ampliar 1
Veáse Yves Dezalay y David Trubek, "La reestructuración global del derecho" en Pensamiento Jurídico, No. 1, Bogotá, Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia, 1994.
Consúltese John Dugas, La Constitución del 91: ¿un Pacto Político Viable?, Bogotá, Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Los Andes, 1993. 3 Véase Consuelo Ahumada, El Modelo Neoliberal y su Impacto en la Sociedad Colombiana, Bogotá, El Ancora Editores, 1997.
procedimientos formalistas que la invalidaban o, simplemente, restringían su participación a una 4 mera vocería sin capacidad de voto . Lo anteriormente mencionado, se ha puesto en evidencia, en tres ámbitos particulares donde esa participación popular se ha visto restringida: en primer lugar, en el Congreso, donde pese a las reformas introducidas, el presidencialismo y las prácticas tradicionales parlamentarias no permitieron que prosperara una participación activa y estructural de la opinión pública en asuntos de interés, lo que ha llevado a profundizar la falta de legitimidad del parlamento en Colombia. En segundo lugar, el Consejo Nacional de Planeación donde, desde el mismo articulado del texto constitucional, se le quitó a la comunidad la posibilidad de participar simétricamente con los tecnócratas en la definición del modelo macroeconómico de desarrollo. Y, en tercer lugar, en la propia Corte Constitucional que, pese al gran paso que significó, terminó reflejando en su interior la ambivalencia misma de la Constitución y el sistema jurídico colombiano, sin lograr interpretar en su reglamento y su dinámica interna a la participación como principio hermenéutico-procedimental fundamental del nuevo ordenamiento 5 institucional . 4
A título de ejemplo para ilustrar la forma en que la participación quedó amarrada a procedimientos, formalismos y disposiciones legales que a la postre la restringieron sustancialmente pueden enumerarse, en especial, los concernientes a la participación popular (40), las iniciativas populares (103,105,106), el derecho de oposición (112), el derogamiento popular de leyes (170), la participación comunitaria en la planeación económica (340,341, 372), así como los que disponen los mecanismos populares para la reforma de la Constitución (375,376,377,378), entre muchos otros, incluyendo la vaguedad de muchos de los principios y derechos fundamentales. 5 Consúltese Elizabeth Ungar, "La Reforma al Congreso: realidad o utopía?, en John Dugas, La Constitución del 91..., así como Arlene Tickner, "Informe sobre el Congreso" en Arlene Tickner y Osear Mejía Quintana, Congreso y Democracia en los Países de la Región Andina, Bogotá, Ediciones Uniandes-O.EA, 1997. Sobre una critica a los procedimientos de la Corte Constitucional ver José Antonio Rivas, "Consenso y opinión pública o regla, de mayoría" en Revista Pensamiento Jurídico, No. 8, Bogotá, Universidad Nacional, 1998 Igualmente, Julia Barragán, Cómo se hacen las Leyes, Caracas, Planeta, 1994.
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Necesidad de Constitucional
una
Asamblea
La crisis de legitimidad que se vive en Colombia es, entonces, la crisis de legitimidad de la nueva Constitución que no ha logrado consolidarse entre los sujetos colectivos en conflicto por la dicotomía entre el anhelo de participación del constituyente primario del 91 y el esquema restringido de corte neoliberal que se consolidó a su interior, el cual se complementó, además, con el 6 formalismo jurídico que históricamente ha caracterizado a nuestro país y que conjuntamente dejó la posibilidad efectiva de la participación en un limbo total. Esta situación es la que ha agudizado el conflicto armado en Colombia ya que al no existir una amplia participación del pueblo colombiano en los procesos institucionales en donde se toman decisiones que afectan el interés general, la única alternativa que queda para enfrentar la actual crisis económica, política y social es la guerra. De allí el que la crisis de legitimidad sólo pueda ser superada radicalizando la participación popular contenida en la misma Constitución pero que su propia letra amarró a procedimientos que la obstaculizan, cuando no la hacen imposible. Y la única alternativa plausible sería la convocatoria de una Asamblea Constitucional, no una Asamblea 7 Constituyente , que introduzca reformas estructurales a la Carta del 91 que desentraben la participación, es decir, que permitan superar el sesgo excluyente y restringido que el modelo neoliberal le impuso a la democracia participativa en Colombia. Una de las causas de esta horfandad de horizontes teóricos y prácticos radica en la falta de modelos democráticos alternativos que permitan darle norte a un proceso de paz, apeleando a la participación de la ciudadanía y de los sujetos colectivos en conflicto. 6
Sobre este rasgo véase Javier Henao, Panorama del Derecho Constitucional Colombiano, Bogotá, Témis, 1994, págs. 3-124. 7 Ver Jorge Cardona, "Menú de la guerrilla para Constituyente" en El Espectador, Bogotá, 16 de Noviembre de 1997.
Adicionalmente, es necesario concebir una salida jurídica para que la subversión pueda integrarse institucionalmente a ese proceso participativo lo que requiere que su actividad subversiva pueda ser justificada -tanto desde la teoría jurídica como desde la teoría políticacomo una justa actividad disidente. Ello obliga a explorar, paralelamente, el sentido y proyección que ha tenido en Colombia la desobediencia civil como instrumento legítimo -jurídica, moral y políticamente-para oponerse a la "dictadura de las mayorías" y hacer valer los derechos de las minorías a través de la resistencia y beligerancia ciudadanas.
Participación deliberativa
y
democracia
La Constitución del 91 que pretendió un modelo de participación amplia e incluyente se revela hoy como el producto de un contrato parcial que debe ser ampliado, tanto en la letra misma de la Constitución como en la adecuación de su espíritu a unas circunstancias que exigen que se le de cabida en el manejo del Estado y las estructuras básicas de la sociedad a sujetos colectivos que quedaron por fuera del Pacto del 91. El nuevo modelo tendrá que empezar por determinar un modelo de democracia y participación ciudadana que decida entre el comunitarista y su concepción de moralización de la vida pública desde una perspectiva dominante, ya sea ultraconservadora o ultrarradical (guerrilla, paramilitares, grupos de justicia privada, etc.); el postutilitarista y su concepción maximizadora del bienestar común, arrastrando la sospecha de una nueva dictadura de las mayorías -o de las élites minoritarias, en nuestro casorodeada de todas las pseudogarantías formales de la democracia liberal (neoliberalismo, liberalismo clásico, neoestructuralismo); la concepción híbrida a la que tan susceptible podemos ser, pero que en la medida en que pretende conciliar lo irreconciliable, puede prolongar las soluciones dilemáticas que nos han desgarrado y nos desgarran (movimientos espontaneistas y/ o postmodernos símbólico-políticos o estético-anarquistas); y, finalmente, un modelo de democracia deliberativa, consensual-discursiva,
que, pese a parecer la mas adecuada puede constituir otra entelequia impracticable para nuestras circunstancias y cuya generación vana de esperanzas llegaría a ser un remedio letal para un pueblo ávido de paz y estabilidad. La paz en Colombia depende de la superación del esquema de guerra que el conflicto ha asumido, un esquema netamente prehobbesiano que no ha permitido considerar otros modelos teóricos desde donde puedan proponerse vías alternas que desborden la dinámica confrontacional que se ha apoderado de nuestra reflexión teórico-política y iusfilosófica. De ahi la necesidad de buscar nuevos esquemas que, desde un modelo de democracia deliberativa que interprete a cabalidad el espíritu del Constituyente del 91, pueda ofrecer salidas institucionales, plausibles jurídicamente y razonables políticamente, que recuperen la legitimidad que ha tenido la subversión en Colombia como desobediencia civil y la posibilidad de radicalizar la participación popular a través de una Asamblea Constitucional que se constituya, en su dinámica participativa inherente, como herramienta de paz dialogada en el país. Hacia un nuevo constitucional
consenso
El objetivo que debe animar la eventual reforma de la Constitución es el de llamar a todos los sujetos colectivos ausentes del pacto del 91 para insertarlos a la sociedad civil, los cuales se han constituido en los principales actores del conflicto armado en Colombia. Reforma constitucional y participación deliberativa de la ciudadanía son las condiciones de posibilidad de un nuevo esquema democrático que garantice efectivamente un proceso de paz en el país. De ahí que las eventuales reformas a considerar por una eventual Asamblea Constitucional estén orientadas a concretar un modelo de democracia deliberativa que del mismo proceso se desprende, constituyéndose en un espacio de participación ciudadana que permita articular y conciliar las diversas expectativas de los sujetos colectivos en conflicto, permitiendo a través de
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un gran consenso constitucional reiniciar la reconstrucción del lazo social desintegrado. En lo que sigue, se esbozarán algunas de las reformas que permitirían ampliar el marco democrático y participativo introducido en la Constitución de 1991, sentando las bases de un nuevo esquema de 8 democracia deliberativa en Colombia .
Un Congreso más representativo Numerosos cambios fueron introducidos por la Carta de 1991 al Congreso, quien se erigió como el centro de críticas en cuanto a su representatividad, ya que concentró el poder en la misma maquinaria política tan cuestionada a lo largo de los últimos años, sin permitir concretar un sistema multipartidista y polisectorial. Centrando el análisis en la elección de sus integrantes, se tendría que: 1. Senado de la República: elegidos por circunscripción nacional, al número de cien senadores se le adicionan dos más de la circunscripción especial de las comunidades indígenas, cifra que es irrisoria frente al número total que conforma este cuerpo. No existe representatividad alguna de las demás comunidades establecidas en el territorio colombiano, como lo son las comunidades negras. Las circunscripciones especiales tendrían que ser ampliadas para darle cabida a sujetos colectivos que no han tenido ni pueden tener una representación adecuada en el Congreso y sin la cual cualquier proceso de pacificación es una farsa. 2. Cámara de Representantes: elegida por circunscripción departamental, es relativa la participación de los grupos étnicos y minorías políticas en ella, ya que se supedita su participación a la expedición de una ley posterior; además de esto, el número no puede ser superior a cinco miembros, cantidad cuestionable teniendo en cuenta que este número incluye tanto a las minorías como a los colombianos residentes en el exterior. 8
Estas sugerencias son fruto de las investigaciones y propuestas realizadas por los estudiantes del Curso de Filosofía del Derecho del que los autores fueron profesor y monitora.
Planeación macroeconómica Al tener el Consejo Nacional de Planeación un carácter consultivo y ser muy restringida la participación de las comunidades, la planeación macroeconómica quedó en manos, exclusivamente, de los tecnócratas encargados de adelantar el proceso de concertación y a un Congreso no representativo sometido a la imposición del poder ejecutivo. Un modelo macroeconómico como el actual que tanto sacrificio exige de sectores desfavorecidos sin capacidad de cuestionamiento ni resistencia efectivo a tales programas requeriría mecanismos de concertación más amplios que permitieran amortiguar su impacto con procedimientos de consensualización popular más expeditos y flexibles.
Reforma a la rama judicial El objetivo cardinal es que el sistema judicial sea más eficaz y operativo. Es necesaria una unificación real de criterios y un tratamiento no diferenciado en los fallos judiciales. En cuanto al control de constitucionalidad que le compete a la Corte Constitucional, este tribunal debería funcionar lejos de toda presión política, respetando la separación entre las ramas del poder: sería indispensable que se simplificara el procedimiento para interponer la acción pública de inconstitucionalidad, con el fin de evitar que el ejercicio de esta acción quede supeditado a un grupo determinado de personas, con conocimientos jurídicos, lo que le invalida su naturaleza política. El mecanismo para la protección y aplicación de los derechos fundamentales, la Tutela, buscaba hacer triunfar la realidad de los hechos frente a la formalidad, y ser, por lo tanto, un motor de efectividad de estos derechos inalienables. Sin embargo, la realidad jurídica demuestra que existe un desbordamiento y una sensación generalizada de que se lo ha querido convertir en la panacea de solución del problema de ilegitimidad que padece nuestro sistema jurídicopolítico.
Adicionalmente, se hace indispensable una unificación de criterios por parte de la Corte Constitucional en cuanto a la definición de los derechos susceptibles de ser tutelados gracias a este recurso; la admisibilidad de las 'tutelas contra sentencias" ya que es plausible y frecuente la expedición de fallos violatorios de derechos fundamentales; y, por último, una simplificación del mecanismo de la tutela contra particulares, pues existe un universo de particulares que prestan funciones públicas y afectan en menor o mayor grado intereses y derechos varios, cuya protección no puede supeditarse al lleno de requisitos como la violación de un interés colectivo o la existencia de una subordinación e indefensión. Es necesario que se introduzca el criterio de especialidad en materia de tutelas para que sean los jueces expertos los que conozcan del mecanismo y tutelen el derecho. Reforma a la rama desmonte del presidencialista
ejecutiva: régimen
Una reforma constitucional debería asumir el reto de desmontar el régimen presidencialista en Colombia de una manera frontal. La Constitución del 91 falló en ese intento, pese a todos los controles que buscó imprimirle, por el temor lo que, en un país en crisis, podría generar la ausencia de un poder fuerte, sin tener en cuenta que, precisamente, es este rasgo de nuestro sistema político el que ha puesto en cuestión, peligrosamente como lo demostró el juicio al Presidente Ernesto Samper, la arquitectura entera del Estado de derecho y la separación efectiva de poderes en Colombia. Estados de excepción La Carta del 91 racionalizó los estados de excepción al adoptar una triple distinción propia de sistemas no democráticos pues presupone la toma de medidas represivas, amplía el margen de discrecionalidad del ejecutivo y reduce el control, quedando el jefe de estado investido de potestades extraordinarias perpetuas. Los supuestos límites temporales que se introducen a estas
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no pasan de ser un simple juego semántico pues la propia carta contiene prórrogas a su vigencia que pueden llegar al establecimiento de un estado de excepción a lo largo de gran parte del año. Se tergiversa así el fin de asegurar una convivencia pacífica al no introducir procedimiento democrático-deliberativo alguno ni posibilidad de discusión que ponga freno a la acción del ejecutivo. Del poder ciudadano En un primer momento, se hace necesario replantear la concepción de los partidos políticos, pues la actual cierra la puerta para que grupos informales puedan llegar a ser protagonistas del proceso democrático. Ello supondría la realización sin cortapisas de los articulados de la Carta, cuya, redacción conduce a pensar en su aplicación inmediata y no en la necesidad de requisitos y procedimientos introducidos por la Ley Estatutaria de participación ciudadana que peca de ser extremadamente procedimental. En segundo lugar, una de las innovaciones de la Carta fue la moción de censura como mecanismo de control político. Esta figura que es propia de un régimen parlamentario, fue insertada para el régimen presidencialista colombiano, lo que creó una contradicción institucional ya que el mecanismo resultó inoperante al demandar la reunión del Congreso en un sólo cuerpo, lo que la imposibilitó prácticamente. Pero el control ciudadano no puede restringirse a tales mecanismos parlamentarios. En una democracia deliberativa se tiene que hacer extensivo a todas las ramas del estado, institucionalizando espacios de participación y deliberación que le permitan a la ciudadanía confrontar las decisiones ejecutivas, legislativas y judiciales de manera directa y ágil, garantizadas constitucionalmente sin necesidad de ser mediatizadas por la ley. Figuras como la resistencia ciudadana, la objeción de conciencia y la desobediencia civil tienen que ser integradas estructuralmente al ordenamiento constitucional y convertirse en instrumentos directos
del control ciudadano sobre el estado. Por último, la nueva Carta introdujo mecanismos de reforma constitucional: el Acto Legislativo, la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente o a una Asamblea Constitucional, el mecanismo de referendo, y el plebiscito se presentan como mecanismos rígidos y vagos en sus definiciones olvidando que son propios de democracias participativas y son la expresión de la soberanía del pueblo colombiano. Adicionalmente, su mención constitucional está acompañada de la necesidad de expedir una ley posterior que los reglamente lo cual hace intangible y disperso su contenido: no se expresan claramente las prevalencias entre uno y otro mecanismo de reforma en el momento de aplicarse y se cae hasta en confusiones jurídicas que anulan 9 su aplicación . A manera de conclusión La Constitución Política en su afán de fortalecer la democracia y la participación logró, tan sólo, su institucionalización formal. Para evitar esta desviación, es menester, redefinir los mecanismos mismos que no fueron diferenciados claramente y no son, por lo tanto, comprendidos de manera adecuada por la ciudadanía colombiana, lo que ha llevado a su casi absoluta inoperancia. A ello se suman los procedimientos y formalidades que se les impusieron desde el mismo texto constitucional y que la ley reglamentó en la misma dirección haciendo casi imposible la participación popular en la actualización permanente del texto constitucional.
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Ver imprecisiones entre plebiscito y consulta popular de la Ley Estatutaria.
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COLOMBIA: LA OTRA FIGURA DE OCCIDENTE por Alcira Saavedra Becerra
Profesora del Departamento de Lenguajes y estudios socioculturales, Uniandes. Este ensayo es justamente eso: un intento de decir, a la manera del lenguaje, lo que le ocurre a Colombia. No se trata entonces de problemas ni soluciones; se trata de lo que le llega a ocurrir en el decir a Colombia cuando incumple la manera de pensar y de saber de Occidente. En este sentido, es también el esbozo de una pretensión intelectual: abrir en la Universidad y en el Departamento de Lenguaje, Lenguas y Culturas, un espacio de reflexión sobre nuestra propia forma de ser y de existir en el lenguaje, para comenzar a educarnos en nuestra especificidad cultural.
Colombia: occidente
La
otra
figura
de
Cuando el orden de saber occidental se definió por la distancia entre las palabras y las cosas, Colombia quedó al margen; se miró en él y se olvidó del resto; también recorrió sus caminos y se extravió. Fue el principio del desorden: las palabras se mezclaron con las cosas y las cosas cambiaron de sentido. La confusión nos ocurrió. ¿Cómo hablar de Colombia desde el lenguaje o desde la lengua? ¿Cómo decir lo que le ocurre cuando es el decir lo que cuenta? ¿Cómo contar lo que le pasa desde un lugar improbable o impropio, ex céntrico tal vez, porque hablar de ella o sobre ella, aquí, tiene que ver antes que todo con cómo decir o cómo hablar? Colombia habla, pero lo hace de cualquier manera; es su forma de ser -hablar al mismo tiempo y en el mismo espacio es su manera de pensar y de saber-con precipitación y sin medida; sin objeto y sin finalidad; sin ningún orden y sin razón. Lo que intentamos delinear aquí, en el trayecto de estas frases quizá desconcertantes y atrevidas, es un orden de saber: el que nos coloca en el límite de Occidente; el que nos hace, siendo los mismos, no ser idénticos; el que nos explica en
realidad: Colombia articula las cosas, las dice, habla de ellas o sobre ellas, pero en un desorden tal que, al final de lo que dice, no se sabe sí son cosas o son sólo palabras -las que dice-. Hablar de Colombia desde el lenguaje y desde la lengua -su lengua- es tener que afirmar sin reservas un hecho: en Colombia es el desorden del decir lo que da sentido a las cosas. Afirmación sin duda extravagante y escandalosa para Occidente que, desde la regulación platónica del pensar y del decir, siempre ha querido el saber de las cosas en la certeza del orden objetivo. Pero en Colombia la certeza falta; en Colombia las cosas se dicen y se piensan de cualquier manera, en cualquier parte y en cualquier momento, en la indiferencia total de la disposición objetiva que Occidente les ha dado. En Colombia esa disposición no cuenta, porque nunca ha tenido lugar: pensamos las cosas y queremos decirlas, pero todas al mismo tiempo y en el mismo espacio; las decimos con precipitación y desmesura; en exceso y en desorden; dispersas en todos los sentidos del decir y del hablar. Eso, para el pensar y el saber de Occidente, es pervertir el orden natural de las cosas y dejarlas al arbitrio -a la lógica heterogénea y contingente del hablar-; es confundirlas y perderlas en el hablar; es hablar para no decir nada; al menos, nada definido ni definitivo; nada objetivo. Eso, para el pensar y el saber de Occidente, es extraviarse en el decir y confundir el saber; es dar lugar al sin sentido y equivocar la razón. Somos la razón equivocada de Occidente, su pensar desordenado, su saber esparcido; somos su falta de objetividad. Occidente lo dice: el orden objetivo del pensar y del decir se corresponde con el orden natural de las cosas. Es el principio de la verdad. Colombia lo contradice: más acá de esa disposición del saber occidental que programó el decir y el pensar en un orden de articulación objetiva, como garantía del postulado del orden natural, y separó las palabras y las cosas para asegurar la transparencia de la verdad, está Colombia y su orden imprudente que llega a abolir las distancias y a deshacer el orden natural: ahí donde Occidente, en su afán de proteger la verdad del azar y la contingencia, instaló la lógica del objeto y su
sistema de diferencias binarias que repartió el decir, el pensar y las cosas en un orden de prioridades y dependencias representativas -el decir representa el pensar que representa la realidad-, Colombia, sin afán ninguno, ha puesto en juego la lógica de la indiferencia y la indistinción; de la confusión y el desorden representativo que lleva al abismo la verdad y la revoca sin más: contradiciendo la instancia racional del saber que quiere que las cosas se piensen y se digan unas después de otras para que lleguen re-presentadas en el orden propiamente dicho de un objeto propiamente pensado y dicho, Colombia las somete -en el decir y en el pensar- a una precipitación -un desencadenamiento- tal, que borra sus límites representativos y no deja tiempo para pensarlas de manera definida, ni lugar para decirlas en forma objetiva. Colombia ha escogido el desorden para darles sentido a las cosas -y es un desorden desmesurado, una aglomeración voluminosa, una articulación acelerada y sin relevo que anula sus contornos definidos y les hace perder el oriente de su condición objetiva-. Por eso no somos idénticos a Occidente, porque, en el desconocimiento de sus postulados y sus disposiciones, Colombia se permite practicar las cosas -pensarlas y saberlas- en cualquier sentido. Por eso también, para el pensar de Occidente, somos la disposición indiferente de sus cosas; la precipitación de sus ideas; la dislocación de sus palabras, y su saber en sentido indefinido: antes de tiempo y fuera de lugar, pensamos y decimos las cosas sin la distancia adecuada que Occidente ha querido para las ideas que las representan y las palabras que las dicen, y terminamos entre las unas y las otras en la indiferencia y la indefinición. Entre las ideas, las palabras y las cosas en Colombia no hay nada, una promiscuidad y un mestizaje sin lógica del objeto ninguna, que hacen que las cosas circulen sin límites definidos, las ideas vaguen sin finalidad y las palabras signifiquen en todos los sentidos. Y eso, porque en Colombia lo que cuenta es la lógica del decir y del hablar. Ni orden natural de las cosas, ni pensamiento objetivo; ni lógica binaria, ni ideas definidas, en Colombia las cosas se piensan y se saben al azar en el orden
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propiamente dicho del decir y del hablar; en articulación interminable y circulación indefinida; en forma vertiginosa y desbordante: en Colombia, el pensar y el saber se hacen en el sentido del decir propiamente dicho, no en el de su orden objetivo: si en Occidente, en su coherencia ideo-lógica-logocéntríca, el decir se ajustó -lógicamente- al pensar -como soporte formal, como representación esquemática-, para mantener el orden y asegurar la comparecencia objetiva de las cosas, en Colombia se renuncia al orden, se revoca la instancia definida del saber, y se ajusta sin reservas el pensar al decir -al hablar-. Eso, con absoluta certeza, es otra lógica -la de la arbitrariedad y el libertinaje; la de las cosas inverosímiles y el sentido imprevisible; la del simulacro y la simulación, Sin contar con las ideas ni con las cosas, Colombia piensa y sabe, en el orden libertino del decir y a medida arbitraria del hablar-. Es el revés del orden objetivo de Occidente porque es el fin de las cosas que se piensan definidas y la llegada de las cosas que se hacen al azar en todos los sentidos, en la lógica imprevisible" y ocurrente del discurrir. En Colombia es el desorden lo que da sentido a las cosas: al ajustar el pensar al discurso, Colombia levanta la lógica que da el sentido en el sentido de la objetividad, e instala la libre circulación de las cosas en un sentido u otro del hablar.
occidental: unos trapos embarazados que le dan la vuelta al mundo, una hostia en las manos de cuatro candidatos, un trasero descubierto en una universidad, unos guerrilleros de mentiras ¿o de verdad? para los sábados felices, una enfermedad presidencial que se va de paseo al Canadá, unas Cooperativas que quiebran por exceso de fondos, un multiculturalismo en el aire, un colombiano al que se le "respeta su identidad cultural" y se le niega la tutela de la leyes "blancas", una ausencia de educación que se castiga con cuarenta años de prisión, unas toneladas de basura que nadie encuentra, una entrevista presidencial fantasma, unos trescientos mil empleos al final de un mandato, un discurso pinocho y otro, un cadáver exhumado para recibir honores por televisión, un gallo preso, una de paz negociada con un muerto.
En Colombia no es la lógica del pensar ni del saber occidental lo que cuenta; es la lógica del decir y del hablar-la que permite articular las cosas en distintas formas a la manera propia del discurrir-. Y es ahí el pensar que se hace sobre la marcha y el saber con esparcimiento en contrabando de la racionalidad. En Colombia la racionalidad se escamotea en el orden de un pensar y de un saber que ocurren al mismo tiempo que transcurren, en el decir y en el hablar, sin lógica de razón y sin orden objetivo Por eso somos lo otro de Occidente -la contravención de su racionalidad, de su entramado categorial, y el pensar y el saber en discurso abierto a todos los posibles-. Por eso también, hacemos las cosas que hacemos -en el orden de lo excéntrico y lo inverosímil-: hemos 'enredado las cuentas de la realidad" y la suma es un vértigo de cosas imposibles e impensables en el saber
Occidente nos previene: hablar por hablar; hablar para no decir nada la otra posibilidad del lenguaje-; su simulacro y su trampa; su simulación y su engaño -su seducción-. A veces los colombianos hablamos y nos dejamos llevar: es el dominio del decir sobre lo que se dice -la dictadura del hablar sobre lo que se habla-, y la llegada de todos nosotros en todos los sentidos; entonces, todo nos llega a ocurrir -desde un multiculturalismo en el aire hasta una conversación de paz con un muerto-ahí, toda explicación es inútil, todo orden de razón imposible, todo modelo exterior improbable; somos lo que no se explica: dar razón de lo que le ocurre a Colombia a partir de una lógica inoperable entre nosotros, es una labor condenada a la inutilidad. Lo que le ocurre a Colombia, sólo nos ocurre a nosotros -se nos ocurre-. Colombia es un lugar de ocurrencias y las ocurrencias ni se explican ni se
Somos el surrealismo en realidad de Occidente; su figura desmedida; su metáfora abismal. Sobre todo cuando hablamos por hablar; cuando lo hablamos todo en el sentido de lo que se nos ocurre, de lo que se nos viene a la expresión al azar del decir, sin contar con lo que hemos dicho, ni calcular lo que decimos o si lo que decimos cuenta, lo que cuenta es hablar y lo hacemos. Sin nada definido qué decir, hablamos por hablar.
fundamentan, se dicen y ya está: ¿se nos ocurre la ley 100? -sin medios que la sostengan-; ¿se nos ocurre la eutanasia?-sin ninguna reflexión-; ¿se nos ocurre el medio ambiente? -sin estudio y" sin nosotros-; se nos ocurre la cultura y la volvemos legislación: ¿Qué le ocurre en realidad a Colombia por disponer un orden de saber fundado-en la lógica del lenguaje, y no en la lógica del objeto como lo dispone Occidente? Le ocurren muchas cosas; aquí y ahora, esa manera de hablar por hablar que esparce la evidencia del saber y desborda la objetividad del pensamiento, y en la que las cosas no sólo se extravían y se pierden,]? también se gastan antes de ocurrir. Eso es lo que, ahora y aquí, nos pasa: a fuerza de ser como somos -al extremo de palabras que llegan a nada y discursos a ninguna parte, nos estamos gastando a Colombia-. Nos hemos abismado tanto en el decir que la hemos comprometido en una espiral inflacionaria de palabras y discursos que en lugar de tener sentido se lo gastan todo Y el gasto es enorme: Nos gastamos la Constitución envejeció de nueva y se agotó en cositas nos gastamos la Justicia entre Palacio, mafia y dinero, acabó sin rostro-; la social por lo demás, en estado terminal; nos gastamos la educación por no tener ideas y nos gastamos la cultura por no tener educación; nos gastamos la salud de tanto] usarla -o de gastarla-; nos gastamos los deberes y los derechos -los humanos nos miran de muy cerca y de muy lejos-; nos gastamos la honestidad en altos intereses o en bajos-; nos gastamos el petróleo y el medio ambiente; nos gastamos los ríos y las plantas; nos gastamos el himno porque de tanto repetirlo se desgasta; nos gastamos a nosotros y nos gastamos a Colombia}; entera, a los niños y a los jóvenes, porque nos estamos gastando la paz. De tanto hablarla por hablarla, hace tiempo mucho tiempo- Cien años de soledad, quizá, que anda extraviada entre la realidad y la ficción entre la verdad y la mentira, entre la vida y la muerte, nos estamos gastando a Colombia ¿Y por qué, en su lugar, mejor no nos gastamos la guerra? Porque también ese modo de ser y del existir entre las palabras y las
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cosas que nos lleva a ordenarlas sin distancia a pesar de la razón, puede ser nuestra más grande probabilidad: en el límite de Occidente -de ese sistema ideológico-logocéntrico que siempre se ha creído más antiguo que su edad y ha pretendido darse como única instancia válida del saber, somos, a pesar de todo, lo otro -la otra posibilidad del decir y del pensar-: cuando el pensar ocurre al mismo tiempo que transcurre, cuando se piensa en el decir, algo se precisa en el orden del saber: las cosas no se expresan, se hacen a medida del discurrir; otra manera de decir, que las cosas no tienen sentido antes y fuera del lenguaje. Esta precisión tiene, sin duda, consecuencias catastróficas para el orden objetivo de Occidente: si las cosas sólo tienen sentido en el lenguaje; si es el lenguaje en realidad el que las hace y les da el sentido para significar, la objetividad no es un orden natural, es tan sólo un simulacro; en realidad, la más monumental y eficaz simulación del lenguaje; su más cumplida performación: tomar distancia y darse en objetos -su discurrir ideal, su figuración perfecta-; pero figuración y simulacro al fin y al cabo, no su adecuación transparente al pensar como Occidente ha pretendido hacernos creer. El lenguaje no es uno sino muchos y el orden objetivo tan sólo una de sus formas de ser -la que le permite figurar el pensamiento en el sentido de un objeto ideal en qué pensar-. Por eso las ideas no se tienen, se forman y se hacen en el recorrido del decir y del hablar; por eso no hay ideas ni infalibles ni eternas, ni tampoco ideologías que no se puedan abolir o revocar. Sólo hay ideas que llegan en el discurrir y se practican en su pertinencia cultural o se dejan o se gastan sin más, por inutilidad. Por eso también podemos -y debemosgastarnos la guerra -en sus efectos destructores, aniquilantes y fatales, el horror del horror de las ideas-; la construcción -o destrucción- del pensar y del decir más insensata. Si nos ponemos a hablar como lo hacemos, todos al mismo tiempo y en el mismo lugar, seguro que acabamos con ella. Tal vez así podremos empezar a construir la paz, la nuestra; tal vez así sus palabras., las nuestras, tendrán lugar igual que un hecho. Porque cuando nosotros renunciamos al orden objetivo de Occidente para
pensar sobre la marcha, en el orden y a medida del discurrir, abrimos para el saber, el nuestro, muchos posibles; entre ellos, el de construir ideas en la forma y a la medida exactas de nuestro modo de ser y nuestra propia necesidad. El problema, claro está, ahora y aquí, en Colombia, es que aún no las sabemos hacer o las hacemos de cualquier manera. No hemos comprendido todavía que el verdadero lugar del saber es el lenguaje y que ser y existir en él, como nosotros lo hacemos, es ser y existir en la probabilidad de pensar lo impensable y de dar lugar a lo inesperado, al verdadero acontecimiento en las ideas o en otros probables de sentido -no sólo ideas hace el lenguaje. Por eso ya es hora de comenzar a aprendernos, a sabernos en nuestro modo de ser y de existir, para asumirlo en toda la dimensión probable de su hecho y su sentido. Por eso ya es hora de empezar a educarnos en nuestro propio modo de pensar y de saber. Tal vez así no tengamos que explicarnos inútilmente con otras ideas; tal vez así no tengamos que importarlas y creérnoslas; tal vez así lleguemos a tener lugar en realidad -Colombia, el otro posible de occidente. Si, somos su figura desmedida; también podemos ser su otra probabilidad.
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Con los ojos en Monserrate por Santiago Amaya Gómez Estudiante de Filosofía, Universidad de los Andes
La protesta que realizaron los estudiantes a finales del año pasado por el alza de las matrículas parece haber puesto nuevamente de moda en la Universidad de los Andes el tema de la participación estudiantil. A pesar de lo que dice la sabiduría popular, sin embargo, esta moda sí incomoda. El desinterés actual, presente en profesores y alumnos, por las frecuentes reuniones y su resistencia común a hacer parte de los infinitos comités que hoy intentan funcionar, son una prueba de ello. No hay que pensar, en todo caso, que la participación de estudiantes y profesores en los asuntos de la Universidad sea una necesidad traída de los cabellos. Los alcances y posibilidades que ella tiene son enormes. Pero junto con esto, vuelve la consabida y trajinada frase que dice que la Universidad de los Andes se halla de frente a Monserrate y de espaldas al país. Y a ella se le añade una aclaración: no sólo de espaldas al país sino de espaldas a sí misma. Se llega, pues, nuevamente al lugar común de la apatía uniandina. Pero, ¿qué se quiere decir con ello? ¿A qué se refieren los que tanto reniegan de la apatía de los estudiantes y profesores de los Andes? A nada concreto creo yo. El lugar común de la apatía les ha servido de consuelo y disculpa a quienes no se interesan por la mencionada participación. Pero mucho más a quienes se interesan por ella a medias. A quienes insistiendo en ella, aún con buenos deseos, no han conseguido más que multiplicar las reuniones largas y los comités inútiles. Es una disculpa y un consuelo cómodo para quienes han hecho, aún con buenas intenciones, de la participación de estudiantes y profesores una moda que incomoda. El punto, entonces, es aclarar primeramente en qué pudiera consistir, si en algo consiste, la apatía de la que tanto se reniega. Con ello, tal vez, será posible además aclarar, al menos por encima, qué pudiera
significar la tal participación sobre la cual, mucho se ha dicho pero poco se ha aclarado. No tenemos idea en qué quieren participar profesores y estudiantes en la Universidad de los Andes. La apatía suele pensarse junto con la indiferencia. Muchas veces, incluso, los usamos como sinónimos. Al apático y a la apática solemos pensarlos fundamentalmente como personas indiferentes a todos los asuntos ajenos a ellos. Lo importante, en este caso, se encuentra en pensar cuáles son los asuntos ajenos y propios a los posibles participantes de la Universidad de los Andes. Consiste en pensar qué es lo propio y lo ajeno para ellos. Esta tarea, imposible de realizar aquí y por mí, es la tarea primera para quienes en este momento tienen entre manos la dirección del proceso de participación en general. Sin embargo, en aras de lo que aquí me propongo decir, bien podemos eludir la reflexión a pesar de los peligros que ello implica. Podemos simplemente decir que los asuntos ajenos a los posibles participantes, apáticos en todo caso, son aquellos que se salen de su particular y propio proyecto de vida y que entre ellos se encuentra naturalmente la Universidad. Así pues, no solemos ver en la Universidad más que un sitio en el que se paga por estudiar o se recibe plata por enseñar. Un buen sitio, eso sí, pero un sitio que bien podría ser reemplazado con alguna facilidad en caso de que apareciera otro mejor o en caso de que las cosas aquí se pusieran peores. Nuestra relación con la Universidad es, en ese sentido, meramente instrumental. Y lo que es instrumental no es mayormente decisivo para la realización personal. En efecto, lo que se define instrumentalmente, es decir, como medio para un fin, puede reemplazarse fácilmente con otro que mejor cumpla las funciones que de él se esperan, pues su valor no radical precisamente en sí mismo sino en el fin que con él se pretende alcanzar. No sucede así, por el contrario, con nuestras relaciones sentimentales, por ejemplo. En ellas no sólo establecemos los mejores medios para otorgara nuestra vida un
fin digno sino, más aun, definimos en ellas lo que para nosotros es un fin digno. En esa medida, son indispensables para nuestra realización personal. Pero en esa misma medida, la Universidad no lo es. Entramos en ella con un ideal de vida ya definido y esperamos salir de ella armados de los medios necesarios para llevarlo a cabo. E igual, si es durante nuestra vida universitaria que definimos ese ideal, la decisión suele estar tomada incluso por fuera de la Universidad. Por eso somos apáticos frente a lo que aquí sucede, por eso la indiferencia. Nos tiene sin cuidado la Universidad a menos de que lo que suceda en ella interfiera negativamente con el proyecto de vida que cada uno de nosotros ya se ha propuesto. Precisamente fue esta interferencia negativa lo que dio origen a la protesta de finales del año pasado. Muchos de los estudiantes no podían pagar las matrículas. Su elevado costo interfería negativamente con su proyecto de vida profesional. Ahora bien, son dos las causas que suelen atribuirse a esta apatía patológica de los estudiantes y profesores de la Universidad. Por un lado, se dice, la apatía de los Andes tiene mucho que ver con una comodidad vana que estamos dispuestos a defender a toda costa. Es la búsqueda y la protección de nuestra comodidad, de nuestra pequeña vida sin sobresaltos lo que nos lleva a encerrarnos en nuestros estrechos espacios, nuestros espacios privados, de los que podemos tener un control más o menos exhaustivo. Podemos dominar en ellos y asegurarnos allí la comodidad que da lo ya conocido, lo ya dominado. De otro lado, se añade, la apatía de los Andes guarda una estrechísima relación con un marcado interés egoísta que se ha apoderado de todos nosotros, de la sociedad en general. No hablo aquí simplemente de ese interés mezquino que solemos llamar egoísmo y que oponemos frecuentemente a los intereses caritativos. No hablo, en otras palabras, de ese sentimiento que hace de hombres y mujeres,
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vivarachos que sólo buscan aprovecharse de los demás, encontrar en ellos su propio provecho. Es esta
una idea bastante estrecha del egoísmo. Hablo más bien, de una forma definida de asumir lo que se tiene alrededor, una forma que ordena y valora los hechos de la vida tozudamente a partir de un sola medida: los propios deseos y elecciones. Hablo pues, de una forma de vida que adquiere su valor pleno en su sola afirmación. En ese sentido, el egoísta suele decir: eso está bien porque es lo que yo quiero. Delibera, medita las cosas, calcula y es prudente. Sabe que sólo con ello, con su propia reflexión, puede asegurarse el en estar propio que persigue. Su distintivo está, pues, en que su reflexión se lleva a cabo desvinculándose lo más posible de los otros. o acude a ellos a buscar consejo ni aprobación. Y entre más propios y menos compartidos sean sus deseos, más originales por así decirlo, más se empeña en ellos. De este modo pues, buscando las causas de la apatía que nos aqueja solemos movernos entre la comodidad y el egoísmo. Con lo primero señalamos el fenómeno negativo del ser humano que no se quiere dejar afectar por nada. Con lo segundo, el fenómeno positivo del que pretende afectarlo todo pero sin meterse con nada. Ambos parecen dar cabal cuenta de la indiferencia que inicialmente nos servía para caracterizar nuestra apatía patológica. Sin embargo, creo yo, ambas explicaciones se quedan cortas a la hora de dar cuenta de lo que tanto nos preocupa. Y no porque ambas sean incompletas y dejen cabos sueltos. Toda explicación es necesariamente incompleta e inacabada. Pretender lo contrario es ingenuidad o dogmatismo. El punto es que ambas explicaciones nos dejen frente a un panorama
bastante oscura y desoladora. Nos dejan con una caracterización bastante negativa de lo que actualmente somos y por eso fallan. Ciertamente, no pretendo decir con esto que los alcances de toda explicación han de medirse con la regla de oro del optimismo. El optimista yerra tanto como el pesimista. Lo que pretendo decir es, más bien, que ambas explicaciones nos condenan directamente a un estado de completa inacción. O bien, porque creemos que la comodidad y el egoísmo son dos formas de vida en absoluto desentrañabas de nuestro comportamiento. O bien, porque desentrañarlas supone cambiar por completo nuestras formas de vida y un cambio semejante exige mucho más de lo que nuestros esfuerzos pueden alcanzar. En efecto, ambas explicaciones exceden sus alcances y pretenden caracterizar con ello la totalidad de nuestra relación con los asuntos públicos. La verdad es que son sólo explicaciones de una porción de esa totalidad. Una porción bastante reducida, diría yo. Ambas fallan a la hora de explicar cómo determinamos lo que es para nosotros una vida digna, una vida realizada. Y con ello, queda todavía en suspenso la posibilidad de comprender nuestra relación fundamentalmente instrumental con la Universidad. Pues sino tenemos claridad sobre cómo determinamos nuestros fines, nuestra consideración sobre los medios no tiene todavía un lugar propio. Y sin él, lo que digamos sobre la apatía se queda en el aire. Ya hemos visto como el apático y la apática ven en la Universidad un simple medio para alcanzar un ideal de vida ya definido. II. En su Ética de la autenticidad Charles Taylor se propone analizar lo
que él cree son los tres grandes malestares de las sociedades modernas. Son ellos, el individualismo exagerado, la primacía de la razón instrumental y la falta de libertad que genera la ausencia de interés que los ciudadanos muestran con respecto a sus instituciones políticas. El análisis no podría ser más pertinente para nosotros. Da buena cuenta de lo que aquí, parcialmente, he intentado reconstruir. Pero, tal vez, valga la pena mejor centrarse en la tesis fundamental de Taylor y quedarnos simplemente con lo dicho hasta ahora. Para Taylor pues, estas tres formas de malestar tienen su origen en el ideal moderno de la autenticidad. Ellas se desarrollan, si mal no lo entiendo, a partir del ideal articulado en el siglo XVIII según el cual cada individuo debe hacerse una vida según su propia y original manera de ser. Lo que para nosotros es una vida digna está, en este sentido, definido por la idea de autorrealización. Cada individuo debe conocerse a sí mismo, construirse a sí mismo y determinar según eso lo que para él es una vida digna. En este sentido, el ideal de la autenticidad tiene una dimensión moral de primera importancia. Pues, por un lado, exige en el individuo una confianza enorme en sí mismo, una confianza que hace posible que determine la totalidad de su vida según sus personales deseos y motivaciones. Y, por otro lado, exige como norma moral el respeto mutuo entre los seres humanos a pesar de los diferentes proyectos de vida que cada uno, individualmente, se forma. Ahora bien, con el desarrollo del ideal de la autenticidad se introducen simultáneamente diversos cambios en la sociedad moderna. Entre ellos, piensa Taylor, hay uno de especial importancia. El orden social definido por las antiguas jerarquías, dice él, se derrumba. Y con ello el concepto de honor, tan fundamental para la sociedad medieval, pierde toda su legitimidad. A cambio de él, surge una sociedad moderna de la idea de dignidad humana compartida por todos los hombres. El cambio pues, busca romper con las desigualdades tradicionalmente aceptadas y proponer, por contraposición, una igualdad originalmente garantizada.
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Pero más aún, otorga a cada uno de los individuos la responsabilidad de decidir por ellos mismos su lugar en la sociedad y de desvincularse lo más posible del antiguo orden que, jerárquicamente, disponía a los individuos en un orden social ya determinado; desigualmente determinado. Es en este sentido que la formación de la propia identidad, clave para la formulación del ideal de la autenticidad, no depende de un orden social previo sino de cada uno de los individuos. Cada uno de ellos debe hacerse un lugar en la sociedad, debe hacerse reconocer en la sociedad moderna tal como él quiere ser reconocido. No con ello, dice Taylor, el individuo pierde su dependencia frente a la sociedad. Pensar eso sería imposibilitar toda comprensión. Lo que sucede es, más bien, que esta dependencia es ahora vista como problema. No es posible ya en la sociedad moderna, insistentemente anónima, garantizarse de entrada un reconocimiento. Por el contrario, el individuo, dice Taylor, "ha de ganárselo por medio del intercambio, 1 y puede fracasar en el empeño" . Así pues, para el ideal moderno de la autenticidad el reconocimiento juega un papel de primera importancia. Del ser reconocido por otros, por la sociedad en general, depende enormemente la formación de la personalidad individual su fragilidad o fortaleza se juega también en ello. Su valor no depende exclusivamente de su propia afirmación. En este sentido, el reconocimiento se vuelve en la sociedad moderna un conflicto que determina la propia identidad. En la tensión entre lo propio y lo ajeno llegamos a ser lo que somos. La originalidad y la autodeterminación que exige hacerse de un proyecto de vida personal no son, en esa medida, el resultado de la pura introspección. No es la pura indiferencia lo que las hace posibles. Se requiere de una vida pública activa que las garantice. Y en ello nos jugamos lo que nosotros mismos somos. "Mi propia identidad", concluye así Taylor, "depende de modo crucial de mi relación dialógica con otros"(Taylor, pág 81).
Sin embargo, piensa Taylor, a pesar de ser tan entrañable al ideal de la autenticidad la necesidad del reconocimiento, los cambios que ha sufrido la sociedad moderna han hecho que ella experimente un deslizamiento hacia el subjetivismo. En la sociedad moderna se ha enraizado una fuerte tendencia hacia el yo que ha hecho que sus individuos olviden la necesidad de relacionarse dialógicamente con los otros. Hemos degradado, al decir de Taylor, el ideal de la autenticidad al egocentrismo y a la autoindulgencia. O lo que es lo mismo, para ponerlo en términos de nuestra discusión, al egoísmo y a la comodidad. Y con ello, añade, nuestras relaciones se han vuelto mayormente instrumentales, empujándonos sin damos cuenta a un atomismo social (Taylor, pág 92). Las tres formas de malestar de nuestra cultura son, de este modo, el resultado de una degradación del ideal de la autenticidad. No por ello podemos condenarlo y descartarlo de por sí. La verdad es que muchas de las actuales prácticas de las sociedades modernas son sólo posibles a la luz de este ideal. Prácticas a partir de las cuales estas sociedades se definen a sí mismas. Prácticas que definen su concepción real de lo que es la justicia y el orden social. La fuerza moral del ideal de la autenticidad es, en este sentido, enorme. Oponerse a él sería, pues, descabellado, infructuoso. Mucho más cuando las sociedades modernas encuentran todavía buenas razones para justificarlo. Tampoco se trata de defenderlo irreflexivamente. Las cosas no van tan bien como para darse ese lujo. La tesis central de Taylor, en este sentido, es que la sociedad moderna debe repensar la fuerza moral de este ideal, todavía vigente, para dar a sus prácticas un nuevo sentido (Taylor, pág 146). III. En la defensa que Taylor hace del ideal de la autenticidad, creo yo, no debe hallarse un simple deseo conservadurista. Defender un ideal ya degradado suele ser el rasgo común de todo conservador, Pero éste no es el caso aquí Ya hemos visto cómo Taylor no propone recuperar el ideal, a la manera en que se recuperan los
viejos valores perdidos. Propone repensarlo a la luz de nuestras actuales circunstancias. La legitimidad de este ejercicio está dada precisamente por el estrecho vínculo que parece existir entre las tres formas de malestar de la cultura moderna y un ideal que, seguramente, las hizo posibles. El ideal de la autenticidad, hoy degradado, parece definir el espacio de aparición de estos tres malestares. Define su espacio, pero no los implica necesariamente. Repensar el ideal, en ese sentido, puede ser una terapia en contra de los malestares. Y con esto, podemos volver al malestar que primariamente nos ocupaba, el de la apatía uniandina. En efecto, en él parecían estar presentes los tres malestares de la: sociedades contemporáneas que Taylor intentaba comprender. La apatía Ia entendíamos como indiferencia con respecto a los asuntos ajenos. He ahí e individualismo exagerado que preocupad a Taylor. También decíamos que el apático y la apática tenían con la Universidad un relación meramente instrumental. He ahí primacía de la razón instrumental. Fina mente, nos ocupábamos de todo es asunto de la apatía ante la evidencia de poca fuerza y efectividad que en Universidad tiene la participación estudiantes y profesores. He ahí la profunda crisis de las instituciones políticas que denunciaba Taylor. No parece pues, que hayamos hecho un recorrido en balde. Sin embargo, la cosa no está asegurada. No podemos estar seguros todavía de que el ideal moderno de la autenticidad que Taylor analiza, sirva a cabalidad para explicar el problema de la participación la Universidad. Es un vínculo muy distar cuyos puentes todavía estamos lejos establecer. No sabemos todavía, por ejemplo como se sitúa nuestro país frente a los procesos de Modernidad que Taylor describe para las sociedades europeas: norteamericanas. Recientes estudios de a nuestro país, en este aspecto, muy parado. Tampoco sabemos cuál es el lugar que la Universidad tiene en ello. En este sentido, la segunda tarea que deben enfrentar aquellos que
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tienen entre manos nuestro proceso de participación es la de sentarse a escribir detenida y agudamente la historia de la Universidad y su importancia en los procesos culturales de nuestro país. A pesar de ello, creo que el análisis de Taylor puede ser una buena guía para nuestros propósitos. Al menos, provisionalmente. La razón es que la Universidad desde sus comienzos, instigada tal vez por su contacto con universidades europeas y norteamericanas, ha intentado desarrollar un modelo de educación que pretende estar al mismo nivel del modelo de las sociedades modernas. No en vano la certificación de la SACS, proceso aun no terminado, tiene a nuestras directivas tan en vilo. En efecto, basta echar una mirada a nuestro reglamento para encontrar en él varios de los aspectos que Taylor señalaba como propios del ideal de la autenticidad. Así por ejemplo, dice en el proemio: "Como institución no confesional y libre de toda tendencia partidista, la Universidad de los Andes no exige, ni de sus estudiantes, ni de sus profesores, ni de ninguno de sus colaboradores, declaración alguna de ortodoxia religiosa o política"2. A renglón seguido se añade que son la tolerancia y el mutuo respeto sus valores fundamentales. Y, por si fuera poco, al final de toda esta declaración explica que el reglamento no pretende "imponer a los estudiantes formas de 3 conducta ajenas a su propio interés" . En este sentido, al menos en su reglamento, la Universidad intenta ser moderna. Y con ello, si hacemos caso de Taylor, la Universidad define sus propósitos a la luz del ideal de la autenticidad. En ello parece hallarse precisamente la justificación de su labor educativa. En ello también parece hallar su justificación la posibilidad que tienen los estudiantes de los Andes de elegir, con más o menos libertad, sus materias. Otro poco sucede con las cotidianas prácticas de los estudiantes y de los profesores. Su forma de pensar, decidir y desear, me parece, se halla bastante determinada por el ideal de la autenticidad. Al comenzar este artículo mencioné la necesidad que la Universidad tenía de o conocerse a sí misma, de conocer
que era lo propio y lo ajeno para profesores y estudiantes uniandinos. Dije también que la ausencia de ello nos lanza a terrenos de constantes peligros. Sigo pensando lo mismo. Pero la verdad es que muchas de nuestras actuales prácticas, las más decisivas para nuestra vida, parecen ser posibles sólo a partir de formas de vida determinadas por el ideal de la autenticidad. Ninguno de nosotros, profesores y estudiantes de la Universidad, podría negar que una vida elegida por uno mismo es más deseable que una vida que otro ha elegido por nosotros. Ninguno quiere renunciar a la posibilidad de que otros lo reconozcan tal como él mismo quiere ser reconocido. Incluso, quien se aleja, despreciando la opinión que los demás tienen sobre sí, no busca otra cosa que causar en ellos una cierta imagen: una imagen de fortaleza. No podemos pues, descartar de entrada el ideal de la autenticidad ni la propuesta de Taylor para entender nuestro problema de participación. No podemos tampoco, por todas las razones mencionadas, defenderlo con ceguera. IV. No he pretendido con el análisis de Taylor encontrar una vía definitiva para hallar soluciones y explicaciones al problema de la apatía y de la participación en la Universidad de los Andes. Eso debe estar claro en este momento. Lo que he intentado con él es mostrar la profundidad de un problema cuya solución, a simple vista, parecía trivial. La conformación de múltiples comités y la improvisación de largas reuniones se mostraron ya como soluciones torpes y poco efectivas. Para eso no era necesario escribir este artículo. Basta ser parte de un comité o asistir a una de esas reuniones para darse cuenta de ello. Pero lo que sí ha mostrado este largo recorrido es el hecho innegable de que la solución al problema de la participación y de la apatía exige una profunda reflexión sobre la Universidad misma. Más aun, ha puesto en evidencia el hecho de que la Universidad no tiene ni idea quién es ella. No sabe quién ha sido ni quién es en este momento. Nos hemos refugiado tranquilamente en una vaga idea de lo que es la apatía y
de lo que debe ser la participación de estudiantes y profesores. Nos ha bastado decir que simplemente somos cómodos y egoístas y que por eso no han funcionado los comités y las reuniones. El recorrido hecho hasta ahora nos muestra la insuficiencia de nuestras vagas ideas y conclusiones. Nos sugiere que, detrás de nuestras actitudes, sean cómodas o egoístas, se encuentran ideales y proyectos de vida que es preciso tomar en serio. Ideales y proyectos con una fuerza moral enorme y cuyo des-conocimiento nos cierran por completo la posibilidad de comprender lo que aquí, con la participación, se ha puesto en juego. De otro lado, si la relevancia del análisis de Taylor para nuestra situación resulta ser cierta, como probablemente lo es, creo que esta ausencia de reflexión tiene para nosotros efectos devastadores. No hemos sido capaces de pensar profundamente quiénes somos y eso nos ha puesto frente a una peligrosa contradicción. Vivimos según un ideal que no comprendemos, un ideal que exige el conocimiento de nosotros mismos. El mérito de Taylor, creo yo, en este sentido, consiste en haber puesto la realización individual teniendo que ver con asuntos que van más allá del yo. Nuestro desconocimiento de nosotros mismos nos ha impedido de entrada ver todo lo que significa esta relación. Nos han impedido ver todo lo que significa, en esa medida, una verdadera participación universitaria. No hemos sido capaces de saber cuál es el papel que debe jugar la Universidad en los proyectos de vida y en las identidades propias de cada uno de sus miembros. Por esa razón, nos basta decir que no somos confesionales ni partidistas, como dice el reglamento. Porque no hemos atendido a darnos cuenta de que la neutralidad religiosa y política nos compromete de una manera insospechada. Darnos cuenta de
esto, pensar decididamente cuál es el papel de la Universidad en la formación de las identidades y proyectos de vida de estudiantes y profesores: he ahí las claves para comprender en qué pudiera consistir un verdadero proceso de
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participación. He ahí una tercera tarea para quienes tienen entre manos este asunto. Es así cómo, a luz de lo dicho, el proceso de participación en la Universidad exige una reflexión profunda. Una reflexión que, por así decirlo, nos hemos pasado por la galleta. Por todo eso, el proceso de participación de estudiantes y profesores se ha quedado en meras reuniones y comités: medidas improvisadas. No ha avanzado mucho desde la ya citada protesta. Y por eso se ha vuelto incómodo. Se ha vuelto una moda que incomoda.
BIBLIOGRAFIA 1
Charles Taylor La ética de la autenticidad, Madrid, Paídos, 1994, Pág. 82. 2 Universidad de los Andes, Reglamento, Pág. 3. 3 Ibíd., Pág. 5.
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Más allá del otro y el mismo: por el reconocimiento de la semejanza Los nuevos movimientos sociales y su política en la globalización de las identidades por Nicolás Ronderos Estudiante de Antropología e Historia, Universidad de los Andes
La alteridad tiende a perder toda aspereza
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Una vez reconocemos la indeterminación y ambivalencia que habita la construcción de toda identidad social encontramos el envés de la diferencia, que puede denominarse el 2 reto de la semejanza .
El panorama colombiano histórico y sociológico de los movimientos sociales permite ubicar ciertos grupos como los obreros, campesinos, cívicos o estudiantiles con mediana claridad. Del conjunto de los Nuevos Movimientos Sociales, sin embargo, de mujeres, ecológico, multicultural, pedagógico, pacifista y por los derechos humanos no se tiene este conocimiento, su carácter contemporáneo no ha permitido que se desarrolle aun una interpretación sistemática y coherente sobre su exis3 tencia . Queriendo contribuir a esta reflexión se consideran acá las posibilidades de estos movimientos, desembrollando el carácter global de la actualización de la identidad en Colombia. Esto lleva a asumir esta condición así como el reto ético y político al que apuntan estos nuevos movimientos sociales críticos. Se explora así el contexto de las relaciones globales contemporáneas frente a los procesos identitarios, señalando cual es la naturaleza de la relación política que implican y con la 4 que buscan fundar la sociedad civil . Con ellos se pasa de la búsqueda de la igualdad a la diferencia; del mismo y el otro al semejante. Su existencia, por lo demás, está asociada con el mismo proceso histórico contemporáneo de globalización, que al rentar lo local con lo nacional y lo global, redimensiona las posibilidades y 5 articulaciones de las identidades . Se pasa de unas identidades autocontenidas en una esencialización histórica, sociocultural y geográfica fundada en él Estado
Nacional, a una identidad recortada sobre el Mundo Global, sus localidades, los géneros y las culturas. No solo los conflictos sobre la Nación, la Clase y la Religión perduran. Estas identidades, antes autocontenidas en territorialidades y localidades fijas, se dan en una negociación entre las escalas y niveles geográficos y políticos mundiales. Así ya no solo se es nacional de tal clase, sino que las cuestiones del género y la etnicidad, entre otras resultan factores importantes que diferencian la humanidad. Cualquier política o razonamiento debería partir de este punto. La emergencia misma de estos movimientos a finales de la década del sesenta permite ubicar además su constitución paralelamente a la historia más reciente. Por lo tanto, estos movimientos y su emergencia constituyen un lugar de reflexión interesante de la política de la identidad contemporánea en Colombia. Son un espacio que permite discutir la identidad en aras de la globalización, sus posibilidades y transformaciones. Suceda lo que suceda en el mundo moderno, los problemas más apremiantes en la agenda política surgen de, o son intensificados por, la escala global cada vez más intensa de los procesos que dan forma a la actividad humana en todos lados. Algunos de los procesos políticos más interesantes y prometedores se encuentran entre los movimientos sociales críticos. Estos movimientos son ahora fuentes particularmente importantes de profundización sobre la naturaleza y posibilidades de una 6 justa paz mundial . Por movimientos sociales en general se entiende a los grupos que tienen una identidad, y que buscan su reconocimiento de manera proselitista. Ellos actúan como agentes activos de mediación entre las personas y las estructuras y realidades sociales. Por lo tanto son una vía de participación y búsqueda de proyecto común, que permite el eslabonamiento entre la sociedad civil 7. y el Estado La actualidad de estos movimientos está enmarcada en las posibilidades y procesos abiertos por la nueva constitución política de 1991, que dio vía a procesos identitarios, de defensa de los derechos humanos y ecológicos y de participación democrática. La anterior constitución de 1886 fundaba el Estado soberano en la Nación. Con la nueva carta
política la soberanía pasa a residir en el Pueblo, reconociendo su composición de partes disímiles, heterogéneas, multiétnicas y plurireligiosas. En este contexto, Se autorizó a participar en política a tos movimientos sociales. Estos son actores importantes de la gestación de la 8 voluntad política del Pueblo .
Esta autorización política de los movimientos sociales, sucede a la par que la de grupos con circunspección especial como los indígenas o afrocolombianos, los movimientos juveniles, diferentes asociaciones o los partidos. Así, se intenta reconocer a estos grupos como actores políticos. Si bien el artículo 103 de la Constitución que abre esta posibilidad no ha alcanzado sus metas en estos siete años, cabría tomar esta reflexión, siquiera, como una inquietud por actualizar la preocupación por la identidades en Colombia en función de la realidad imperante desde la segunda posguerra. Se quiere tomas esta posibilidad y dar cuenta de los retos a los que invitan estos movimientos críticos. En el mejor caso como un intento de comprensión de la naturaleza e implicaciones de la identidad global para nuestra convivencia y reconocimiento mutuo. En este tiempo se ha radicalizado la interdependencia de los lugares dispersos de las sociedades occidentales a través de las tecnologías, los transportes y las crisis ecológicas, tanto como con las políticas transnacionales de GAIA. Allí lo internacional compete a lo in-tranacional, y el Estado entra a mediar sus relaciones, en las que nadie está aislado de los flujos de poder y deseo del sistema-mundo. Estos movimientos sociales pueden, ojala, oxigenar con sus intereses, presupuestos y prácticas nuestra política de convivencia en lo global, en las naciones y en cada localidad y región. No podemos ser todos el mismo, pero si semejantes: globalización, modernidades y diferencia en Colombia No es la analogía del Mismo lo que 9 conduce al Otro .
En el clima contemporáneo de la 10 convegencia espacio-temporal , de la reducción de la distancia en términos de la velocidad necesitada para mover cosas, informaciones y
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personas entre diferentes lugares, habitamos un espacio global e intercomunicado, des-territorializado, donde se envuelven estos movimientos sociales. Aquí emerge paralelamente el reto de la convivencia en la diferencia. Cuando se habla de un solo mundo, y todos podemos y tenemos que ver con todos en el mundo (desde el "Chat" de Internet a las amenazas nucleares geopolíticas) parecería sin embargo que olvidamos que nunca seremos iguales, que esa promesa es un despropósito en su misma proposición. Ella niega la diferencia, reconociendo lo mismo en todas partes: individuos-tipo. Las divergencias entre estos individuos solo apuntan a la otra edad, a una supuesta autonomía particular generalizada, una igualdad de libertades. La diferencia reconoce por el contrario la singularidad en la semejanza. Frente a este problema es interesante la reflexión feminista de Irigaray: Reclamar la igualdad, como mujeres, me parece la expresión equivocada de un objetivo real. Reclamar la igualdad implica un término de comparación, ¿A qué o a quién desean igualarse las mujeres? ¿A los hombres? ¿A un puesto público? ¿A 11 qué modelo? ¿Por qué no a sí mismas? .
La nueva política implica un desplazamiento del péndulo de la identidad desde una posición fundamentada en la alteridad y la diversidad humana, a una posición radicada en la semejanza inherente a la diferencia humana. Es decir que se deja lo igual por lo distinto. Cuando se abren las posibilidades y procesos de una convivencia de lo dispar, lo local, lo múltiple, lo heterogéneo, mundial y global, vale la pena abrirse una vez más para pensar en qué términos habríamos de plantear esas relaciones sociales mutuas e interdependientes de las que se participa. Al diluirse la alteridad en la semejanza, se pasa del enfrentamiento de autarquías aisladas (otros, mismos) al reconocimiento de la singularidad próxima (semejantes).Si bien este cambio de palabras (alteridad/ semejanza; diversidad/diferencia) puede llegar a significar poco, o a perderse en el camino de sus intenciones, queda claro cual es su sentido. Es una actualización contemporánea de la defensa y promoción de la tolerancia y el
reconocimiento humano. No sólo las mujeres sino las culturas cuestionan el marco comparativo de igualdad.diversidad y alteridad. La diversidad cultural es un objeto, epistemológico -la cultura como un objeto de conocimiento empírico- mientras la diferencia cultural es el proceso de enunciación de la cultura como 'cognocible", autoritaria, adecuada para la construcción de sistemas de identificación cultural. La diversidad cultural es además la representación de una retórica radical de separación de culturas totalizadas que viven aisladas, como resultado de la intertextualidad de sus ubicaciones históricas, seguras en el utopianismo de la memoria mítica de una única 12 identidad colectiva . De esta manera la enunciación de la diferencia duda de la rigidez de las identidades diversas, de la división entre pasado y presente, tradición y modernidad. Así no hay unas sociedades tradicionales y otras civilizadas sino que todas son modernas, sociedades occidentales. La identidad se forja así como un sistema de reconocimiento que mantiene las diferencias de sus distintos actores. Si bien se busca socavar así estos conceptos de igualdad, diversidad y alteridad frente a las culturas, las etnicidades o las preferencias sexuales, ello es como resultado de su agotamiento para comprender y agenciar las dinámicas sociales y políticas a las que se enfrenta la identidad en el horizonte contemporáneo del Nuevo Orden Mundial. Este puede entenderse como un mundo globalizado, donde la vida comunitaria deja de ser aislada. Las identidades de grupos, sectores o comunidades esenciaIizadas en su igualdad y alteridad, utópicas, autárquicas y ahistóricas no solo no parecen viables sino que se presentan en este contexto como conceptos obstáculos para describir y practicar las relaciones humanas. Debemos enfrentar así nuestras modernidades, diferentes, y su interdependencia en el fondo de relación sobre el que se conforman sus posiciones. Ello implica considerar la simbiosis de las diferentes escalas planetarias y sus relaciones en las que se desenvuelven grupos y actores humanos. Tiemblan así las membranas de las localidades, tendiéndose a un proceso de deslocalización, de desterritorialización,
de difusión de la cultura y las prácticas. Se encabalgan así los límites autárquicos de nuestros lugares habitacionales, de nuestras localidades y naciones, en la realidad 13 de la economía-mundo . Estamos en una condición post-tradicional, donde las territorialidades de antaño vuelan por los aires en la desterritorialización de las localidades tradicionales. Todos estos espacios y sus luchas se dimensionan en lo transnacional, en 14 una situación transcultural . En este horizonte la identidad se reacomoda incesantemente frente a los procesos de globalización, mientras las tendencias opuestas de localización siguen latentes en esa misma 15 dinámica . Así, esta globalización se revela como un proceso de carácter parcial, que no recubre todas las dimensiones sociales. En lo concerniente a las tecnologías de comunicación e información y a lo económico (desde el turismo o las transferencias de tecnologías), se disponen una misma serie de enfrentamientos y conflictos identitarios para las localidades, el yo, los grupos y la naturaleza; de sus relaciones. Mientras esto sucede en el consumo, la producción y distribución de productos; del centro hacia la periferia, los problemas migracionales de los países europeos o la: federación estadounidense siguen en pie. El mercado internacional de los cultivos ilícitos | tiene altos precios para sus productos, mientras prosperan luchas jurídicas policivas y militares enconadas, tanto en los países productores como en los consumidores. El conflicto étnico y 16 nacional también prospera . En suma caen unos muros, pero no todos. Se flexibilizan las fronteras de unos mercados en unas direcciones, pero no las fronteras de personas. Así, la política y lo militar no parece ceder a este impulso homogeneizante y más bien adoptan una posición que sigue enfatizando las territorialidades, fronteras, las zonas aduaneras. Esto tiene a ser lo contrario al interior del bloque económico, donde se ha pasado ya de unos acuerdos o zonas de libre comercio uniones aduaneras, a mercados comunes e incluso a la posibilidad europea de una unión económica. Estos bloques se conforman, aunque hacia afuera sigue habiendo políticas activas de soberanía nacional o supranacional
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y de defensa de los derechos internos de las naciones. Se liquidan así unos tabiques de las aglomeraciones geopolíticas para hacer una sola identidad parcial de ellas, a partir de la naturaleza económica de su relación. Las civilizaciones resultan así siendo la primera y la gruesa de nuestras diferencias culturales 17 contemporáneas . El mundo global, frente a la nueva política cultural de las diferencias. Las identidades en interdependencia Hay muchas posiciones subjetivas que uno debe habitar, uno no es solo una 18 cosa .
En GAIA, el sólo mundo, siguen existiendo las identidades, insertas en el mundo global del capitalismo transnacional, donde impera la división internacional del trabajo, donde las subjetivaciones, las construcciones del género, de la etnia y la nación negocian sus posiciones al mismo tiempo y por los mismos medios, en sus contactos |con el turismo y las migraciones, al compartir sus tecnologías y sus finanzas, |pero no la propiedad sobre los procesos y medios de acumulación. Todos vivimos en el mismo mundo. Uno no es sin embargo luna sola identidad, ni tiene la misma oposición, no es sólo una cosa. Habita por el contrario la intersección y encaje de diferentes componentes. Nuestra identidad no es autárquica, mítica, asocialoahistórica. En este punto pendemos en la fragmentación trizada de las diferencias, un yo [incierto, y una vez y al mismo tiempo en la' [consolidación del Espíritu Mundo, de un sólo mundo. Fragmentación interna y fusión tema; localización y globalización. Las diferencias socioculturales de distinto orden que emergen de las relaciones mundiales y globales no dejan de constituir así procesos identitarios. Hoy, cuando algunos quisieran vernos habitantes de la monolítica aldea global, más podríamos hablar de una serie de contactos directos y indirectos entre las sociedades. La identidad no apunta así hacia un esencialismo que implante una separación sistemática y paternalista, sino al reconocimiento de las
diferencias de posiciones que habitamos y que nos confrontan mutuamente. Esta identificación no quiere de esta manera ser una simple homologación de todo en todas partes; es la construcción de una dinámica de relación sobre una base heterogénea. Como tal, esta realidad mundial ha supuesto la acumulación de nuevas identidades, que se suman a las tradicionales. Los nuevos movimientos sociales retroalimentan así a las identidades nacionales, cívicas, campesinas, de clase y religión. Las grandes transformaciones de la globalización, como la conformación de instituciones y movimientos internacionales dejar palpar una agenda política común, donde priman el influjo del capital transnacional o las acciones de las organizaciones transburocráticas. Todas estas reestructuraciones globales influyen en la vida de muchos en sus localidades desagregadas, gracias a los mecanismos de desenclave: (Estos son) mecanismos que liberan las relaciones sociales de su fijación a unas circunstancias locales especificas, recombinándolas a lo largo de grandes 19 distancias espaciotemporales .
Esto no significa que los conflictos de clase o nación dejen de existir, al romperse su fijación espacial. Significa que en las condiciones contemporáneas ellos se ven atravesados globalmente por unos factores comunes, problematizando esas identidades, fragmentándolas y desagregándolas en función de la etnia, el género y la ecología. De esta manera la identidad' está en el lugar de intersección, en el puente que busca mediar las relaciones y posiciones entre los actores y los grupos y los espacios existentes, con las realidades políticas de la sociedad mundial y económicas de la globalización. Al enfrentar la identidad se da cuenta hoy de los diferentes espacios y escalas en que habitan los individuos, frente a las relaciones mundiales. El reconocimiento de las múltiples posiciones que habita cada individuo humano resulta así de considerar sobre el fondo global, en qué registros nos diferenciamos. De esta manera las preocupaciones de estos nuevos movimientos están permeadas por la globalización y su revaloración de las identidades nacionales, étnicas,
sexuales y de la identidad ecológica, 20 principalmente . Es importante señalar, sin embargo, que esta agenda política que empieza a abrirse camino en Colombia como en el mundo en general, desconoce la historia mundial que desde el siglo XV en adelante ha volcado el proceso de expansión de Occidente desde al África sub sahariana, hacia las Indias Occidentales, Oceanía, América, Asia y el África entera en virtud de una supuesta actualidad del sistemamundial. Se supone que la globalización es algo del final del milenio, si bien es un proceso de quinientos años de envergadura. Esto tiende a desconocer las dimensiones histórico geográficas de 'Occidente, planteando al "resto del mundo" como su otredad, cuando ambos constituyeron entre los siglos XV y XIX 21 el sistema mundial moderno . Si bien el Nuevo Orden Mundial es efectivamente "nuevo", es en unos aspectos (tecnológicos, financieros, sociales) y no en un sentido histórico que nos está llevando a un nuevo lugar. Más cabría hablar entonces de una radicalización de las tendencias prevalentes del sistema, que de un "nuevo" orden propiamente. Con la segunda posguerra del siglo XX conceptos como Etnicidad, Género, Nuevas Etnicidades, Identidad, Multiculturalismo, Diversidad, Nuevos Movimientos Sociales y Diferencia se empiezan a usar en este espíritu global, en el que todos estamos atravesados por caras distintas relaciones y conflictos mutuos. Este llamado por la diferencia, la heterogeneidad, la multiplicidad, lo concreto, específico y particular quiere historizar, contextualizar y pluralizar lo humano al concebirlo como un fenómeno contingente, provisional, variable, tentativo y cambiante. Esta política se enmarca dentro de lo que puede reconocerse como el campo semántico de la nueva política cultural 22 de las diferencias . Existe una tendencia histórica que ha generalizado el uso de estos conceptos y esta política, desde finales de la década del 60, con un acentuamiento paulatino a través de los 70. Esta utilización de esa política se consolida definitivamente a mediados de los 80 en algunos países europeos, o cercanos a ellos como USA, Canadá o Australia. Esta proliferación ha ido ascendiendo en
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número en función exponencial, a la vez que ha ido difundiéndose más allá de las fronteras de los países metropolitanos hacia sus países de influencia23. Cabe señalar que la multiplicación de movimientos sociales es un fenómeno propio de las sociedades modernas y sus procesos de especialización generalizados, que conducen al surgimiento de diferentes élites24. De esta manera, con la proliferación de estos movimientos o sus posibilidades, la modernidad se expande para conquistar su régimen de reconocimiento general, ampliándose a grupos que en las actuales condiciones dan cuenta de problemas globales y de concernimiento mundial. La exigencia de reconocimiento aparece en primer plano, de muchas maneras, en la política actual, formulada en nombre de los grupos minoritarios o "subalternos", en algunas formas de feminismo y en lo que hoy se denomina la política del "multiculturalismo"25. Es interesante el hecho que se relacionen estos procesos, la especialización de actividades sociales y sus élites, tanto como su emergencia histórica. Los nuevos movimientos se enmarcan dentro de los procesos históricosociales derivados de las recomendaciones políticas, económicas y sociales posteriores a la segunda posguerra, en el contexto de la Guerra Fría y luego del Nuevo Orden Mundial. La existencia de estos movimientos, o su simple enunciación, prevén de esta forma un tipo de cambios en un plano ético y político, al vincular sus preocupaciones a la agenda. El requisito de estas organizaciones
es que posean una identidad clara, y que busquen el reconocimiento de sus derechos y deberes. Ha aparecido de esta manera una conciencia de la diferencia inherente al contexto contemporáneo. Desde esta perspectiva se busca abordar esa diferencia y la heterogeneidad que supone, radicándolas como condiciones humanas que se deben defender y promover. Esta apuesta se contrapone a una política cultural de las diferencias que margine y segregue, que excluya. Se quiere pasar así de una política de la diversidad fundamentada en la alteridad, a una política de la diferencia fundada en la semejanza. Este es el reto que se ha planteado. Reconocer a estos movimientos sociales y comprender en la radicalidad de sus luchas los elementos que emergen como componentes de la identidad y la política de convivencia actual. Su caso concreto es objeto de grandes discusiones sobre la naturaleza de nuestra vida comunal, dando una mirada a la naturaleza y posibilidades de una paz en el mundo26.
Lejos de buscar un consenso embrutecedor e infantílizante, en el futuro se tratará de cultivar el disenso y la producción de existencia. Estas son pues las paradojas de la identidad contemporánea: por un lado nos promete una convivencia de lo dispar, mientras por otro nos amenaza con unas nuevas separaciones. Radicar la diferencia, puede llevar aun enconamiento de las posiciones, o al reconocimiento de su mutua interdependencia. Todos no podemos ser el Mismo, pero sí semejantes. Frente a Colombia esta discusión tiene la mayor importancia, al actualizar la discusión sobre la naturaleza de nuestras relaciones y de la definición de las posiciones que habitamos en nuestro habitar común. Sólo en el reconocimiento de nuestra semejanza enfrentaremos el carácter compartido de nuestra realidad. Sólo partiendo de esta posición ética y política dejaremos de desconocer y negar nuestra inminente convivencia: reconozcámonos en nuestras diferencias, en la semejanza de nuestra mutua dependencia.
Del reconocimiento de las diferencias inherentes a nuestras individualidades genéricas, culturales y sexuales de la globalidad queda una cosa clara: el reto de la semejanza con el que abría este texto uno de los epígrafes. Este reto es el de conceptualizar y practicar esa diferencia de una manera que no caiga en los mismos esencialismos a los que la historia ha estado atada, en la insoluble paradoja del Mismo y el Otro. Este el reto de la semejanza; poder radicar esas diferencias sin caer en un esencialismo.
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1. Felix Guttari, Las tres ecologías, Valencia, Pre-textos, 1996 2. Mi traducción de Kobena Mercer, “1968: Periodizing Postmodern Politics and Identity” en Lawrence Grossberg y otros, Cultural Studies, 424-449, New York, Reutledge 1992, Pág. 426. “Once we organize the inderterminacy and ambivalente that inhabits the construction of very social identity we encounter the downside of difference, wich could be called the challenge of sameness”. 3. Mauricio Archila, “Historiografía sobre los Movimientos Sociales de Colombia. Siglo XX” en Varios Autores, La historia al final del milenio. Ensayos de historiografía colombiana y latinoamericana, Vol. 1, Bogotá, Editorial Universidad Nacional, 1994, Págs. 313318. 4. Charles Taylor, “La política del reconocimiento” en El multiculturalismo y “la política del reconocimiento”, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, Págs. 43-107. 5. Leopoldo Múnera, “Globalización y movimientos sociales” Varios Autores, El Nuevo Orden Global, Dimensiones y perspectivas, Bogotá, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia, 1996. múnera señala, Pág. 79 “utilizo el concepto movimiento social para referirme únicamente a los contestatarios” (EZLN). Aquí se toma este concepto para referirse a los nuevos movimientos sociales políticos y a los problemas de la identidad que enfrentan, si bien comparto su proposición de la relación entre globalización y esos movimientos. 6. Mi traducción de R.B.J Walter, One World, May Worlds: Struggles for a jut world peace. Explorations in Peace and Justice: New Perspectives on World Order, Boulder, Lynne Riener Publisher, Boulder, 1998, pág. 2, “Whatever else is going on in the modern world, the most pressing problems on the political agenda arise from or are intensified by the increasingly global scale of the process of that now shape human activity enywhere. Some of the most interesting and hopeful political are now to be found among the critical social movements. These movements are now particularly important sources of insight into tha nature and possibilities of a just world peace”. 7. Guy Rocher, Introducción a la sociología general, Barcelona, Herder, 1990. véase cap. “Los movimientos sociales” pág. 532540. 8. John Sudarsky, La nueva agenda política colombiana: el eslabonamiento de intereses colectivos, los partidos y las políticas sociales en lo nacional, Bogotá, Facultad de Administración de la Universidad de los Andes, 1991, págs. 89. enrique Sánchez y otros, Derechos e Identidad. Los pueblos indígenas y negros en la constitución política de Colombia de 1991, Bogotá, Disloque, 1993; República de Colombia, “Ley 99 de 1993: Sistema Nacional Ambiental”. 9. Emmanuel Levitas, Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Salamancai,
Ediciones Sígueme, 1977, pág. 63, cap. “El mismo y lo otro”. 10. Anthony Gieddens, The constitution of society. Outline of the theory of Strcturation, Berkeley, University of California Press, 1984, pág. 123, cap. “Time, space and regionalization”. 11. Luce Irigaray, Yo, tu, nosotras, Madrid, Ediciones Cátedra, 1992, pág.9. 12. Mi traducción de Hommi Bhabha, “Cultural Diversity and Cultural Differences” en Hill Aschcroft y otros, The postcolonial Studies Reader. 206-212, New York, Routledge, 1995, pág. 206, “Cultural Diversity is an epistemological object –culture as na object of empirical knowledge- vhereas cultural difference is the process of the enunciation of culture as “knowledgeable”, authoritative, adequate to the construction of systems of cultural identification. Cultural diversity is also the representation of a radical rethoric of separation of totalized cultures that live unsullied by the intertextuality of there historical locations, safe in the Utopianismo of a mythic memory of a unique collective identity”. 13. PPPeter Taylor, Geografía Política, Económía-Mundo, Estado-Nación y localidad, Madrid, Trama Editorial, 1994, pág. 40. 14. Javier Inda, “Transnationalism” en Enciclopedia of cultural Anthopology, Vol IV, New York, Henrry Holt and Company, 1996, pág. 1327-1329. 15. Susantha Goonatilake, “The self wandering between cultural localization and globalization” en Pieterse Neverdeen, (ed.), The decolonization of immigration. Culture, Knowledge and Power, London, Zed, 1995. 16. Hurts Hannum. “The Specter of Secesión. Responding to Claims for Ethnic Self-Determination”, Foreing Affairs, March/April 1998, pág.13. 17. Samuel Huntington, El choque de las Civilizaciones y la reconfiguración del Orden Mundial, Barcelona, Paídos, 1996. 18. Mi traducción de Gayatri C. Spivak, “Questions of multiculturalism” en Simon During, The Cultural Studies Reader, 193202, New York, Routledge, 1993, pág. 195. “There are many subject positions wich one must inhabit; one is not just one thing”. 19. Anthony Giddens, Modernidad e identidad del yo y la sociedad en la época contemporánea, Barcelona, Editorial Peninsula, 1995, pág. 10. 20. Christopher Reed, “Postmodernism and the art of identity” en Nikos Stangos, Concepts of Modern Art From Fauvism to Postmodernism, London, Thames and Hudson, 1994 Págs. 271-294. 21. Immanuel Wallerstein, “World-systems analysis” en Anthony Giddens, Social Theory Today, Stanford, 1987, Págs. 309-324. 22. Cornel West, The new cultural politics of difference” en Simon During, The cultural….pág. 204. 23. Kobena Mercer, “1968: Periodizing Postmodern…”. 24. Guy Rocher, Introducción…Véase cap. “Los movimientos sociales”, pág. 537. 25. Charles Tylor, “La política…”pág.43. 26. R.B.J. Walter, One World…Véase cita 7.
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Apropiación de los espacios participados. Retos para la acción política de los estudiantes
segunda parte haremos un análisis del modo de apropiación por los estudiantes de los nuevos espacios participativos.
por Felipe Botero Jaramillo* y Miguel García Sánchez** *Estudiante de Ciencia Política, tesis, Universidad de los Andes ** Politólogo Uniandes, estudiante de la Maestría en Estudios Políticos del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Colombia.
En los últimos años la Universidad de los Andes ha vivido procesos de participación estudiantil diferentes a las experiencias del pasado. Esto, en cuánto se ha dado un proceso de reconocimiento formal de espacios de participación y porque la manera en que estudiantes y directivas han asumido temas fundamentales de la vida universitaria da muestra de una madurez en relación entre estos dos actores. En efecto, hoy se percibe una menor prevención por parte de las directivas frente a las acciones y posiciones de los estudiantes. Así mismo, los estudiantes le han apostado a los mecanismos institucionales propuestos por la Universidad. Sin embargo, no es posible plantear que el tema de la participación estudiantil sea un asunto resuelto. Es decir, tanto directivas como estudiantes tienen aún un camino por recorrer en términos de la construcción de la mutua confianza y de la apropiación activa y propositiva de los espacios de participación. Siendo conscientes de que los procesos participativos se construyen desde las directivas y profesores hacia los estudiantes y viceversa, centraremos la atención de éste análisis fundamentalmente en el papel que juegan los, estudiantes en las dinámicas democráticas. El artículo se desarrollará en dos partes. En la primera presentaremos lo que consideramos deben ser las finalidades de la participación, y los momentos que conducen a una consolidación de los mecanismos participativos. En la
La Finalidad y momentos de la Participación Creemos que los procesos de participación en los ámbitos de formación universitaria deben al menos cumplir con dos objetivos básicos. Por una parte, se esperaría que con la aparición de espacios de debate y discusión los estudiantes se involucran y desarrollaran algún grado de injerencia en las decisiones y procesos que tienen que ver con la vida universitaria. Por otro lado, la participación tendría una función de pedagogía democrática en el sentido de que así se le estaría enseñando a los ciudadanos como hacer uso de los mecanismos y espacios democráticos con los que se enfrenta en su vida en sociedad. En cuanto a lo que hemos denominado los momentos de la participación se podrían ubicar tres fases, las cuáles presentamos como un continuo, en función del análisis, pero que no implican una secuencialidad rígida, ni una suerte de evolucionismo. El primer momento tiene que ver con la consagración formal de los espacios democráticos. Una segunda etapa hace referencia al desarrollo de unos diseños institucionales. Esto es, la definición de unas reglas de juego básicas sobre la participación. En esta segunda etapa se definen los límites y las posibilidades, tanto de los mecanismos de participación, como de los actores involucrados en el proceso. Un tercer momento, tal vez el más importante, y en el que los estudiantes se juegan sus posibilidades de acción, tiene que ver con el hecho de que ellos copen los espacios institucionales. Del modo en que tenga lugar esta última etapa dependen del impacto y futuro de las formas de participación. En efecto, de poco sirve la apertura de unos espacios institucionales si no se da una presencia activa del estudiantado.
El proceso de Participación en los 90
Tal como señalábamos en. la introducción durante la década de los 90 la participado desarrolla un carácter diferente. Es transformación obedece básicamente a consagración en 1993 de la participado estudiantil en el Reglamento de la Universidad, al incipiente desarrollo de consejos estudiantiles y a la protesta que tuvo lugar en el segundo semestre de 199 como reacción a un alza de matrículas. Estos acontecimientos nos genera dos interrogantes: ¿cómo ha sido el proceso de apropiación por parte de los estudiantes de los mecanismos de participación? y ¿cuáles son los retos que enfrenta el estudiante en cuanto al futuro de la participación en la Universidad? En cuanto a la apropiación de espacios participativos valdría la pena establecer dos momentos. El primero, entre 1993 y 1997, en el que a partir de la consagración dentro del reglamento de las formas de participación, aparecen de u manera fragmentada y poco constan consejos estudiantiles en algunos de los departamentos y facultades de Universidad. Durante esta etapa, las experiencias de participación particulares a cada carrera y no involucra a un número significativo de estudiantes, ejemplo, en la Facultad de Economía construyó un consejo que se fue fortaleciendo paulatinamente desde 19 hasta llegar a un punto máximo en 19 cuando se elegía un representante por semestre y un presidente del consejo, su parte, en el Departamento de Ciencia Política se vivió un momento de euforia participativa en 1993 cuando se eligió un consejo formado por 9 estudiantes. Esta experiencia tan solo duró dos años al cabo de los cuales desapareció, junto con la euforia de participar. En 1996 se revivió una modalidad de la participación, en la que los estudiantes eligen a dos representantes para asistir al consejo de profesores. Finalmente, en el Departamento de Antropología, a pesar de los múltiples intentos no fue posible construir un consejo de representantes.
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Estos ejemplos pretenden señalar la forma en la que se construyó la participación en años anteriores. Unas fueron exitosas, otras fracasaron en el intento, y otras ni siquiera superaron la consagración formal. Lo cierto es que éstas fueron experiencias fragmentadas y heterogéneas que respondían más a los ritmos propios y a los intereses de los (pocos) estudiantes que intentaban darles vida. Adicionalmente, no lograron una reproducción constante, de lo cual puede inferirse que no llegaron a vinculara sus representados. Con esto no queremos desconocer la importancia de estas experiencias, sino señalar que la implementación de los mecanismos participativos se desarrolló de una manera muy incipiente sin que se hubiera llegado a una apropiación de los mismos, ni a conquistar un lugar importante en las instancias de toma de decisiones. A finales de 1997 se produce un evento que cambió la manera en la que se venía dando la participación. En respuesta a un aumento de las matrículas, estudiantes de toda la universidad se agolparon para sentar su voz de protesta. El resultado inmediato que obtuvieron fue una negociación sobre el alza de las matrículas. Además, se estableció un acuerdo con el rector en el sentido de que una vez el grupo de estudiantes que lideró la protesta impulsara la conformación de consejos estudiantiles en todos los departamentos y facultades de la Universidad, se le daría acceso a un estudiante a los Consejos Directivo,
Académico y Universidad.
Ejecutivo
de
la
Con esto, los estudiantes llegaron a una alta instancia de decisión en la cual la participación estudiantil ni siquiera estaba consagrada formalmente y de esta manera lograron aumentar significativamente su capacidad de injerencia. Debe señalarse que ésta depende del respaldo con el que cuentan y de su habilidad para enfrentarse a las directivas. Es decir, se desarrolló una lógica reactiva en la que los logros que obtienen los estudiantes dependen de su capacidad de oponerse, y poner en vilo a la Universidad. La experiencia de diciembre de 1997 nos genera varios interrogantes sobre las perspectivas y el futuro de la participación estudiantil, que nos sirven de base para hacer una reflexión. En primer lugar aparece el interrogante sobre el impacto que puede tener la estructuración de un consejo estudiantil universitario y la participación en altas esferas de decisión, sobre las instancias medias e inferiores de participación. De entrada hay que señalar que los estudiantes cumplieron su parte del acuerdo con el rector y el primer semestre de 1998 se eligieron representantes en toda la Universidad. Sin embargo, sólo en la medida en que los estudiantes de la universidad apoyen a sus representantes la experiencia de diciembre de 1997 tendrá una proyección más allá de la existencia de espacios de participación y negociaciones exitosas sobre aspectos puntuales.
En segundo lugar, nos preguntamos cómo se resolverá la tensión entre el éxito logrado en el 97 por medio de una lógica de el valor que tiene la participación en los espacios institucionales. Sin embargo, queremos señalar que todavía por este medio se logran resultados de poco impacto, debido a la falta de compenetración entre los representantes y los representados. Resulta paradójico pensar que por fuera de la Universidad los ciudadanos buscan mecanismos para hacer responsables a sus representantes y controlarlos y en el interior de la Universidad existen unos representantes que buscan que sus representados se integren a los debates de la como los grandes debates ni las grandes confrontaciones sobre aspectos puntuales, son en últimas la razón de ser de la existencia de los nuevos espacios institucionales. Adicionalmente, queremos dejar abierta la reflexión sobre si en un espacio como la universidad, que posee una estructura jerárquica, la participación estudiantil tiene posibilidad de hacer cuestionar es si el papel de los estudiantes tiene futuro en el marco de unas dinámicas de cooperación. Aparentemente, la segunda parece ser la alternativa que hasta hoy ha generado los resultados más visibles, habrá que ver que logran los nuevos representantes en los marcos institucionales actuales y que otras puertas están dispuestas a abrir las directivas.
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Víctimas de un experimento: Conflicto multicultural en programa de oportunidades
el
por Carlos Andrés Estrada Estudiante de Antropología de la Universidad de los Andes, forma parte del Programa de Oportunidades
El programa de oportunidades para el talento nacional es otro de muchos proyectos universitarios para darle estudio y sostenimiento económico a jóvenes que no se puedan costear su matrícula en una universidad; indígenas caucanos, indigentes del Valle del Sibundoy, indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, indígenas de Nariño, negros del Palenque de San Basilio; campesinos de la zona cafetera, de la Costa Atlántica, llaneros y muchos más hacen parte del programa. Este proyecto funciona hace dos años aproximadamente, y en este momento están vinculados ciento veinte alumnos. Hasta aquí todo suena muy hermoso; increíble que gente humilde pueda estudiar "como cualquier otra persona en la Universidad de los Andes"; precisamente con esto comienza el problema. La gente que ingresa a la Universidad de los Andes por medio del programa, queda registrada como otro estudiante regular, es decir, le exigen el mismo promedio que a todos, les califican igual, tienen que cumplir con todos los requisitos, como el bilingüismo, para seguir estudiando en la universidad. Por encima no se ve problema alguno; si entran a los Andes, ¡que sean uniandinos!; pero, si somos más profundos, si hay un muy grave problema. La gente que viene de provincia, campesinos, indígenas, etc., no tiene el mismo nivel académico de una persona que se ha graduado en el Liceo Navarra en Bogotá. ¿Es justo que se trate a esta gente de una forma igual a los demás? El programa de oportunidades, al proporcionar estudio y sostenimiento
económico, se postula como un proyecto multicultural por darla misma oportunidad de estudio a los campesinos, indígenas y pobres, que a los que viven en la ciudad, pero cae en un gran error por tratar a todo el mundo igual; debe ser un proyecto discriminatorio, aunque de forma positiva, pues, como se dijo antes, el nivel académico de esta gente es muy inferior a la de los demás; sin incluir el endeudamiento económico resultante del préstamo que se le hace a cada persona, y la desadaptación causada por el retiro de la universidad cuando el alumno no cumple con promedios suficientes para seguir estudiando. Desde otro punto de vista, el de la cierta pérdida de identidades culturales, el problema es mucho peor. A mi parecer, el hecho de que estudiantes indígenas, que tienen una muy larga y compleja tradición oral, tengan que presentar parciales o cualquier tipo de prueba escrita, repercute a largo plazo en el deterioro de este tipo de costumbres; este es el caso de una compañera que estudia música en la universidad, ella es caucana y su tradición oral se ha visto muy cortada a su ingreso a los Andes; "...no es como en la Nacional, mis amigas de allá, por medio del programa por el cual entraron, pueden presentar todo oralmente..." Al igual que lo anterior, el hecho de tener que presentar las pruebas obligatorias de inglés para poder graduarse, genera conflicto entre estas personas, pues si lo vemos desde un punto de vista multicultural, se está desatendiendo la etnoeducación propia de muchos integrantes del programa, como los palenqueros o los indígenas del programa de la Universidad de los Andes; ¿no sería mejor aplicar las leyes de otras universidades que tienen los mismos programas de 'ayuda a los necesitados"?. Este caso demuestra contraproducente que resulta "medir todos con la misma regla". En últimas, no queda de otra decir que el programa de oportunidades es un ente globalizador que mide a todos con la mis regla; es un tergiversador de la política de
multiculturalismo. No cabe duda que existe una confusión de términos, en lo que refiere a las bases del programa, pues en concepto debe haber una separación de personas que ingresen por este tipo de programas, es decir, hacer un programa que reciba personas indígenas, y otro que reciba gente de la sociedad 'dominante" que no pueda pagar su matrícula, por ejemplo. Pero si el programa de oportunidades sigue, a: yo optaría por cerrarlo, y que no ocasionan más daño a personas que no lo merecen; en verdad es una "oportunidad", pues deberían darla, por que a la hora del té no es más que un juego experimental, siempre apuntando en contra del estudiante. El programa de oportunidades es un claro ejemplo del conflicto multicultural, de la problemática entre comunidades minoritarias y mayoritarias, del aculturamiento o globalización de la sociedad dominante colombiana, sobre las demás. Para concluir conveniente cambiar estructura interna de este tipo de programas, haciéndolos a una calidad aproximados multicultural que permita la interacción de todos en la sociedad, pero sin cambiar la esencia de los protagonistas. Para esto se podría diseñar una nueva reglamentación dentro de la universidad, que asigne un trato diferente a tos alumnos que ingresen por este tipo de programas; que no se les exija el mismo promedio, o mejor aún que no se les exija presentar las pruebas de inglés obligatorias víctimas de un experimento Como se dijo al principio, mi intención es hacer una crítica a fenómenos que se salgan de un trato debido, y denunciar instituciones, como el programa de oportunidades, que se salgan del límite de la política del multiculturalismo, para así tratar de colaborar en el cambio de la conciencia de las personas hacia un trato lo más igualitario posible con los demás; aunque sobre decir que es una tarea casi imposible de cumplir en un país y en una sociedad tan desprendida de valores comunitarios.
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Los Colombianos: muertos vivos?
¿somos
por Leyla Rojas Estudiante de Ciencia Universidad de los Andes
Política,
"(...) es que Colombia cambia pero sigue igual, son nuevas caras de un viejo 1 desastre" . Eso afirma Fernando Vallejo. "Es Imbécil decir que el país está desbaratado, no se han dado cuenta que el 2 país nunca fue construido” . Esto afirma Antonio Morales.
Al parecer la culpa no es de los de ahora. La culpa es de siempre, de todo, del mismo nacimiento. La situación es extrema. Siempre lo ha sido. Pero lo que hoy sí es extremo es el "equilibrio de la guerra" como dice Antonio Morales: es la presencia de esa inmoralidad que nos ha acostumbrado a unas estadísticas de horror y a unos porcentajes de sangre que son asumibles. ¿Asumibles por quienes? Por todos nosotros y todos ellos. Vivimos más entre muertos que entre vivos. O bien ¿somos muertos vivos? "(...) Para dejar de ser víctima tengo que matar al que me mata. Es decir: convirtiéndome en victimario dejó de ser victima." esto se lo escuché a un gran profesor, como parte de su interpretación al texto Blood Rites de Bárbara Ehrenreich. Al parecer este podría ser un punto clave para la interpretación de nuestros propios males...que Colombia desde el principio es un desastre, que nunca fue construida, que es hija de la violencia y por consiguiente todos somos hijos de la violetera. Pero por favor cuéntenme algo que no sepamos, algo que no sea tan obvio para los 40 millones de colombianos. Colombia es un desastre pero, ¿tiene usted la solución?. ¿Tiene usted algo que proponer? Yo no tengo mucho que proponer salvo ideas utópicas producto de las reflexiones más sentimentales y pasionales que racionales. Ideas tontas producto del dolor de patria que tiende a dar de cuando en vez. Si la teoría de Blood Rites es cierta, estaríamos en cierto sentido encontrado el origen de todos nuestros males y citando a la autora, habría una
luz de esperanza, ya que: "(...) conocer el origen de algo, no implica saber porqué persiste. Pero el primer paso para la libertad puede ser saber como 3 todo empezó, (the original trauma)" . Colombia se ha erigido de una mezcla singular, por llamarlo de alguna forma. Un cristianismo impuesto a la brava para borrar de estos territorios la cosmovisión precolombina que dominaba el pensamiento naturalista de nuestros indígenas. Estos conquistadores llegaron a invadir todo, a matar hombres, mujeres y niños. Todo en nombre de Dios." (...) la sangre que derramará Colombia, ahora y siempre por los siglos de los siglos, Amén". Aplicando la teoría de Ehrenréich, todos esos hombres que han sido víctimas en esta primera instancia (es decir todos los nacionales) ahora son victimarios, es decir individuos que hoy se sienten socialmente violados y actúan como seres aislados, intolerantes e individualistas. Es ese individuo que no reconoce la colectividad porque la considera impuesta y en consecuencia reacciona fortaleciendo su individualismo, cuya expresión cotidiana es la violencia. Ese es en términos generales el colombiano de hoy. El colombiano que vive asustado, asustado de morir en manos de otro colombiano, el colombiano que busca dejar de ser víctima y en consecuencia escoge el camino del victimario. El colombiano que ante la pregunta de Fernando Vallejo ¿A donde van ratas humanas?, le contesta a dejar de ser ratas. Es decir a dejar de correr por entre escondites y agujeros, a no correrle más a la muerte y a convertirme finalmente yo en portador de la muerte y que ella no me caiga por sorpresa, que por fin me cobre algo; que me cobre la muerte de esos tantos que maté y que matarán por mi muerte. En este momento usted puede estarse preguntado ¿pero no es este último más rata que el primero, es decir, que aquel que huía? La verdad no sé. Benedetti de pronto diría: "todo es legítimo o es nulo, todo es según el dolor" con que se mira no hay fórmulas globales que descifren como se integra 4 o desintegra un pueblo" . Haciéndole honor a la verdad lo único que creo poder decir es que no quiero ser víctima ni victimario, que no quiero ser
ninguna de esas dos clases de ratas, es más que no quiero ser rata. ¿Quién quiere ser rata? "(...) Le dije que nos iríamos a dormir esa noche a cualquier motel de las afueras. Me preguntó la razón y le contesté que por supersticiones, que porque sentía que si me quedaba en mí casa iba a matar. Como esta impresión la puede tener cualquiera en cualquier momento en cualquier parte de Medellín lo entendió. Le había dado una razón incontrovertible, una que no 5 acepta razones." ¿Cuál es la razón que no acepta razones? Me arriesgaría a decir que la realidades esa razón que no acepta razones. Porque bien es cierto que 'el surrealismo se estrella en añicos 6 contra la realidad de Colombia" . Aquí lo imposible es muy posible. Y ¿cuál es nuestra respuesta ante esta realidad? De malas, 'V que te vaya bien, que te pise un carro o que te estripe un tren". No sé que crea usted, pero yo creo que estamos mas muertos que vivos. Al abordar el tema social en Colombia se encuentra enorme escollo. El cual es la ausencia casi total de espíritu autocrítico de la población. Rara vez se advierte que uno de los principales problemas sociales de los colombianos, es su espíritu asocial. Frecuentemente antisocial. Ese espíritu asocial que se expresa en el individualismo que nos aqueja, en la insolidaridad, en la incomunicación entre las personas y en la dispersión reinante que destruye el ser social. El individualismo está generalizado y tiene consecuencias disolventes. La insolidaridad bloquea nuestra capacidad para trabajar juntos, en grupo, con otros, de emprender con fuerza colectiva tareas trascendentales. Documenta esta dispersión nacional el hecho de que Colombia es un país sin objetivo, sin directriz que nos identifique como sociedad y como nación, carente de un propósito compartido en torno al cual podamos unirnos y participar colectivamente en su logro. ...Parece que fuéramos hijos de una cultura individualista, predadora, marginalizadora y violenta. Pero sin embargo, existimos como país. Sí, como territorio que habitamos y maltratamos, pero no existimos como sociedad, como conglomerado organizado y difícilmente podemos decir que
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existimos como nación. Lo que sí existe, es una colección de seres divididos por los intereses privados antepuestos y contrapuestos al interés común. Los resultados los tenemos a la vista en la agonía sin salida que nos agita desde hace tanto tiempo (¿de siempre?). Bárbara Ehrenreich dice en alguna parte "en el fondo de porque pelear nunca puede ser una cuestión de intereses, es porque los hombres muertos no tienen intereses", los colombianos no tenemos intereses como colombianos. Debe ser porque los hombres muertos no tenemos intereses. "Y que te vaya bien, que te pise un carro o que te estripe un tren".
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Fernando Vallejo, La Virgen de los Sicarios, Bogotá, Editorial Santillana SA, 1994, pág. 13. 2 Antonio Morales, "¿Cuál Nación?" en Cambio 16, Colombia, No. 251,6 de abril 1998, pág. 74 3 Barbara Ehrenreich, Blood Rites Origins and History of the Passions of War, Metropolitan Books, 1997, Pág. 21. 4 Mario Benedetti, Croquis para Algún Día 5 Fernando Vallejo, La Virgen..., pág. 133 6 Ibid., pág. 139. 7 Ibid, pág. 142.
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Anotaciones acerca del espacio y la identidad por Ma. Manrique
Clemencia
Izquierdo
Estudiante de Antropología, Universidad de los Andes.
Al hablar de "La situación en Colombia" se menciona implícitamente una nación y un territorio. Sin embargo, a la hora de hacerse cuestionamientos se recalca la palabra "situación", sin darse cuenta que el sentido y el significado de nación es un proyecto que ha fracasado. En ocasiones, lo que se pretende es solucionar una "situación" a la deriva, una situación sin territorio, una situación aislada. Así pues, el propósito de este artículo es analizar el espacio en relación a la construcción de la identidad Colombiana. De tal forma, la hipótesis que se pretende desarrollar está inscrita en el espacio. Al no tener identidad como nación la violencia fuera del microespacio que habitamos es imperceptible. El sentido de pertenencia no se integra en el macroespacio lo que facilita la aceptación y/o la tolerancia en lo referente a la violencia. Ahora bien, los espacios son para la mayoría de grupos humanos, generadores de identidades. Definir un territorio y apropiarse de él es un factor que crea sentido de pertenencia e identificación aun grupo. En Colombia, la situación no es diferente en términos particulares, es decir, existen unas identidades latentes que se originan en espacios determinados y por causas distintas. Se puede afirmar que existe una identidad regionalizada, fragmentada pero que es independiente a la identidad de patria. En realidad, a lo largo de la historia ha existido una permanencia de este problema de identidad y espacio. Desde las gentes que ocuparon el territorio en tiempos prehispánicos, no se ha generado una identidad, la noción de identidad indígena se invisibiliza cada vez más procesos colonialistas ni los republicanos, que fundamentalmente buscaban la dominación de un territorio, han sido capaces de engendrar una nación con
representación territorial totalitaria. No obstante, a pesar de la falta, estos problemas en el país dibujan continuidades en ciertas zonas. Parafraseando a Fabio Zambrano ya Fernán González, los espacios de violencia coinciden con los espacios vacíos de la colonia, es decir, existe una continuidad entre las zonas de frontera, de excluidos, sectores indómitos en donde hoy están la guerrilla y los paramilitares, entre otros. Por otro lado, en Colombia existen unos centros urbanos que son los que cuentan en el contexto nacional. Según Marc Auge en las sociedades hay centros "construidos por ciertos hombres y que definen a su vez un espacio y fronteras más allá de las cuales otros hombres se definen como otros con respecto a otros centros y otros espacios" (1996:62). Esos centros en nuestro país, no se definen ante otros espacios diferentes de los urbanos, de los conocidos, de los domesticados. Lo anterior sumado al desconocimiento de las regiones, genera problemas serios de identificación y de representación. Ciertamente, Colombia está dividida en cinco regiones naturales: El Caribe, El Pacífico, El Amazonas, La Orinoquía y la región Andina. En cada una de estas se generan identidades a partir del territorio, pero son identidades fragmentadas. Son regiones etéreas para quienes no pertenecen a ellas. Conjuntamente, no existe una correspondencia con las variables población y territorio lo que es en sumo grado importante para la economía y la política en términos regionales. En efecto, retomando la hipótesis planteada, la sensibilidad está estrechamente relacionada con el hecho de saberse parte de algo. Al no tener nación sino unos restos fragmentados, al no identificarse como ciudadano de un país, al estar en lo desconocido, los vínculos se rompen. Ya no duele lo que pasa en las zonas marginales, en lo que está lejos de lo que se habita. Es pertinente anotar que un intento infructuoso por originar identidad fueron los partidos políticos. El bipartidismo fracturó el país en dos polos que defendían los ideales de los
liberales o los conservadores. Este intento infructuoso además de fragmentar aún más el país, dejó secuelas de violencia y terror. La propuesta es idear mecanismos para tratar de integrar esas zonas, crear o reavivar imaginarios que representen el territorio Colombiano y construir una identidad nacional basándose en esas identidades fragmentadas. En otras palabras, los estudiosos de las ciencias sociales deben re-pensar cómo se percibe ser colombiano y en donde se inscribe esa idea. Quizás, imaginándonos como nación, se puedan encontrar soluciones viables a la "situación" que tanto preocupa a los habitantes de este pueblo de Latinoamérica.
BIBLIOGRAFÍA Auge, Marc, “Los no lugares” Espacios de anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, Barcelona, Editorial Gedisa, 1996. Blancarte, Roberto, Cultura e identidad nacional, Fondo de Cultura Económica, México, 1994. González, Fernán, "Poblamiento y conflicto social en ¡a historia colombiana", en Renán Silva (ed). Territorios, regiones, sociedades, Bogotá, Departamento de Ciencias Sociales Universidad del Valle-CEREC. 1994 Zambrano, Fabio, "Ocupación del territorio y conflictos sociales en Colombia", en Controversia, No. 151 152. Bogotá, abril 1989, págs. 79-106.
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Académicos y poderosos por Héctor Hoyos Estudiante de Filosofía, Universidad de los Andes “Si las universidades no se dedican a impulsar nuestro razonamiento individual y colectivo acerca de los valores humanos, hasta sus límites, entonces, ¿quién lo hará?"
actitud es la de Miguel Antonio Caro, presidente y filólogo, quien mezclaba la gramática con la moral y quería imponerlas a ambas [vid. Von der Walde]. Él y algunos otros eruditos querían ajustar el lenguaje del pueblo con la moral cristiana, como parte de un proyecto integral para civilizarlo. Evidentemente no conocían las necesidades del país, y trataban de imponer modelos a las malas, aprovechándose de su autoridad como doctos, y de las herramientas que esto les proveía. La academia era pues, parte del poder.
Amy Gutmann
La relación que ha existido entre la academia y la sociedad colombianas es indeseable en muchos aspectos, y es a todas luces una herencia cultural muy difícil de afrontar. En este artículo se señalan algunos puntos a propósito de esta relación, con la finalidad de recoger elementos que permitan entender mejor su mecanismo interno. Una temática que sobresale de inmediato es la del poder. ¿Qué tanto poder tiene cabida en la academia? I. Durante el siglo XlX y bien entrado el veinte no existía una clara diferencia entre académicos y poderosos. Eran una sola y la misma cosa. La educación era un "instrumento de poder que, entre otros rubros como el dinero, la tierra, las armas, etc., pertenecía a unos pocos. El país era gobernado por doctores o generales, y muchos de los generales fueron alguna vez rectores de colegio u hombres de letras. La educación se daba en colegios religiosos o militares, mientras una gran cantidad del país seguía analfabeta. Una clase dirigente, por decirlo de alguna manera, era a la vez letrada y poderosa, y la letra era parte de su poder De eso hay innumerables ejemplos, entre los que está el que el papá de Rufino José Cuervo fuera presidente (14 de agosto-15 de diciembre, 1874). También el que el presidente Marco Fidel Suárez (191821) publicó, entre otros textos, sus "Estudios Gramaticales" (1885) o "El Castellano de mi tierra" (1910). Y de José Manuel Marroquin (1900-04), ni se diga. En un contexto así, la academia pretende ser absolutamente prescriptiva. Un ejemplo típico de esta
II. La identidad de la academia con el poder se iría resquebrajando poco a poco, mientras la creciente alfabetización y la explosión demográfica hacían que se ensanchara el conjunto de los letrados. Por otro lado, la especialización del trabajo haría que un político no pudiera ser a la vez gramático, militar, poeta, periodista y pensador: había más gente letrada para especializarse en las diversas áreas del saber. A mediados del siglo XX podemos hablar de un cambio en la relación de la academia con la sociedad y el poder. El crecimiento de las universidades y en particular el de la Universidad Nacional dan lugar a una nueva figura académica, descentrada del poder político mas no de la contienda política. Por mucho tiempo, las universidades han sido uno de los escenarios políticos más complejos del país. Los académicos ya no detienen el poder, pero varias cuestiones de poder se juegan en las aulas. La guerra, porque decir lucha no sería justo, entre izquierda y derecha, es protagonizada por miembros de la academia. Son los movimientos estudiantiles, como sucediera en todo el continente, los que inician una lucha distinta, letrada, con fines sociales y políticos. La academia se ubica en el centro de una contienda de grandes proporciones. Se politiza y polariza como nunca antes. El auge de la izquierda en los sesentas y setentas se toma las universidades. Los conflictos se agudizan y la fuerza pública termina oponiéndosele a quienes protestan, historia ya de sobra conocida. Termina fisurándose la posición política al interior de la academia, y dándose un fenómeno contrario a la más mínima esencia de lo
académico: la posibilidad de consumirse en disputas políticas. De algo que pretendiera servir al conocimiento, se pasa a algo que sirve diversos intereses políticos. La 8 conclusión es desalentadora: entorpece el aprendizaje. III. El que se mete en política en un país tan violento como el nuestro suele pegarse un susto. Y sería eso lo que le pasó a la academia, que ya la política está tan fuera de nuestras preocupaciones. Al parecer se ha seguido la indicación de "Al César lo que es del César",y la política mejor dejarla quietica. Lo que alguna vez fue idéntico al poder político, hoy le rehuye. Eso tal vez sea bueno para la independencia de lo académico frente a lo político, y en esa medida habría que mantenerlo, pues una institución independiente está a salvo de, que al gobierno de turno le dé por expulsar a todo profesor liberal, conservador o jesuíta, episodios tan característicos del pasado. Sin embargo, hay que darse cuenta que la academia no está al margen de la política, por más que lo quiera. Hay que aceptar el reto de introducir lo académico en política sin que eso signifique sacrificar nada y sea más bien una ganancia. Queremos una academia poderosa, que pueda hacer. ¿De qué sirve una academia impotente? Los dos momentos históricos que se han presentado aquí sirven como un marco para delimitar el sentido del poder académico. Nunca hasta el punto de pretender prescribirle normas a una sociedad' como si fuera su redentora. Nunca hasta el punto de corroerse en disputas y terminar añadiéndole más violencia al país. ¿En qué puede residir entonces su poder? Si alguna definición puede adoptarse sobre lo que es "la academia" es acaso que se trata de un espacio para el diálogo, el conocimiento y la búsqueda de soluciones. El mero hecho de sugerir una dicotomía "academia y sociedad" parecería señalar que la academia no es parte de la sociedad. Eso es cierto y falso. Sí se diferencia del resto de la sociedad y, queda por examinar cómo lo hace. Una buena manera de diferenciarse, en tanto espacio político,
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sería dejar la violencia afuera suyo. En Colombia eso podría acercarnos a la definición propuesta de academia. Un espacio así, abierto a la contienda política llevada a cabo a través de una cultura del diálogo y del reconocimiento por la opinión ajena, tiene que ser poderoso. Más si se da en el contexto del aprendizaje, pues eso lo nutre de varias disciplinas y de la disposición misma por aprender. Ese es el caldo de cultivo que le hace falta al país para que se ventilen sus heridas. Desde allí se puede llevar a cabo una función descriptiva con respecto al país, y acercarse a todas las necesidades que el ruido de los fusiles ha venido callando. Y en cuanto a lo prescriptivo, a la posibilidad a partir de esa experiencia de reflexión compartida, sugerir cambios hondos en las estructuras de la sociedad, pues porqué no. Sería un paso siguiente, pero ese sólo es viable si se logra describir fielmente la sociedad desde la academia, porque si no se cae en el error de querer mandar en un país desconocido, como el de Caro. Hoy la academia no es un poder en este país, sino sólo en tanto que capacita futuros profesionales, y eso es una subvaloración de su potencial. A la universidad se puede venir a aprender mucho más que un oficio, y demostrarlo en nuestras manos.
BIBLIOGRAFIA Plazas, Luis Alfonso, Presidentes de Colombia, Bogotá, Imprenta y Publicaciones de las FFMM, 1988. Erna von der Walde, "Limpia, Fija y da Esplendor: el Letrado y la Letra en Colombia a fines del Siglo XIX", en Revista Iberoamericana, Vol LXIII, Núms. 178-179, Enero-Junio 1997, Págs.71-83.
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Comunidades estado en postmoderna
indígenas y la sociedad
Por Nohora Inés Muchavisoy Estudiante de Antropología de la Universidad de los Andes, forma parte del Programa de Oportunidades
Cuando se echa una mirada a la sociedad parece que todo estuviera hecho y que faltara nada, pero la sociedad es tan conflictiva y contradictoria que, cuando uno se va metiendo en ella, se da cuenta que hay muchas cosas por hacer, que todo está iniciado, que hay muchos errores en lo que se está haciendo. Sin embargo, la sociedad avanza y en su proceso de cambio diario se van dando procesos estructurales y coyunturales. Así no estemos directamente involucrados, esos procesos sociales nos afectan de alguna manera. Como indígena no puedo negar, ni sustraerlos aunque me muestre apática. A veces chocamos con esos cambios porque nuestra integridad y aspiraciones, tanto personales como las de los grupos de presión, entran en contradicción con todo lo que se viene dando y que no era de nuestro sentir. Al paso, por la universidad, uno estructura una nueva forma de pensamiento que generalmente choca con lo que uno creía que era la universidad; nuevas reglas del juego del conocimiento que lo comprometen a cosas que a lo mejor uno no aspiraba en la vida; uno no puede negarse argumentando que es indígena y que más o menos conserva sus costumbres, o que es autónomo. ¿Qué hacemos si ya estamos montados en una balanza que no sabemos si podemos equilibrar o no con nuestro accionar? Una alternativa como portadores de aspiraciones y vivencias diferentes sería elegir espacios de tolerancia para nuestro pensamiento. No es que estemos componiendo sociedades en la que el desorden oculte el compromiso, pero si es conveniente pensar que si la universidad es un espacio para generar universalidad de
pensamiento y procesos sociales, no es prudente que se nos mire a través de profesores, o se nos diga como debemos pensar o accionar, un profesor genera propias corrientes de pensamiento; cuando opinamos nos dicen que estamos desenfocados, que la universidad nos ha sido perjudicial, que estamos perdiendo la identidad, parece como si estuviéramos condenados a tener que ser profesores para que nuestras palabras sean válidas. A esto hay que agregarle las envidias y egoísmos en las mismas comunidades que tampoco permiten que lo nuestro tenga espacio. Como indígena conozco la sociedad de la cual soy miembro y sé que no somos un mundo independiente, aunque si diferente, me preocupa el rumbo que está tomando la sociedad mayoritaria; pues esto afecta nuestras comunidades debido a la globalización de la economía y de las formas de control social. Estamos en vísperas de un cambio de milenio y ojala nos hayamos preguntado sobre el mundo del futuro y como estará organizada la sociedad de la postmodernidad. Salta a la vista que como indígenas participamos de los cambios que sucederán fuera de nuestras comunidades y por lo tanto la crisis de la sociedad moderna nos afecta. Debemos tener en cuenta que la sociedad moderna es un tipo especial de sociedad que transforma al individuo convirtiéndolo en creador de ideales, lleno de responsabilidades. Este tipo de sociedad, dinámica y explosiva se diferencia del panorama tradicional en la que el hombre vivía sembrando en otro mundo, considerada como lo único verdadero hacia lo cual debían dirigirse todos sus deseos terrenales. En el panorama tradicional la acción humana se orientaba fundamentalmente por aspectos culturales que gobernaban al individuo y les asignaba los fines a los cuales debían dirigirse. Entonces la sociedad postmoderna no es ciertamente el fin de la historia. Es él fin de la modernidad y el nacimiento de una sociedad que engendrará sus propias
contradicciones, y que gracias a la capacidad racional del hombre, encontrará sus propios desarrollos futuros. ¿Cuál será entonces nuestro compromiso como indígenas, hijos de un proceso deformación académico que se nos gestó con muchas ilusiones para apoyar socialmente a nuestros pueblos? Digamos lo que digamos existen realidades ante las cuales no nos queda, por ahora, sino tratar de no abandonar lo que nos mantiene como indígenas. Esa realidad llamada Estado, el cual está presente por acción o por omisión." Las comunidades indígenas no pueden sustraerse a sus efectos. El Estado ha hecho presencia a través de programas de desarrollo, reglamentación de leyes y aportes de dinero a las comunidades. El dinero y el Estado averiguan poco a poco, el trabajo organizativo cuando los dirigentes no tienen en claro los objetivos que persiguen y utilizan a las comunidades como alternativa para solucionar sus aspiraciones laborales. Pienso que se deben crear alternativas de poder no para dominar sino para que sean instrumentos que permitan que nuestras propuestas sean escuchadas en espacios que hasta hoy, por nuestra desunión, nos son equívocos. Pensemos que el poder colectivo indígena no es el dinero; es el fortalecimiento de la unidad. En la medida en que tengamos capacidad propositiva y acciones coherentes podremos hablar de reivindicaciones como la integridad cultural y territorial, de lo contrario el mestizaje físico y el colonialismo intelectual seguirán dominando nuestro pensamiento. En fin hay mucho por hacer, nuestro papel es convertirnos en los actores sociales del desarrollo que desean nuestros pueblos y comunidades indígenas, buscando mecanismos de acción que conlleven la recuperación del pensamiento, los valores, costumbres, para lograr ser forjadores de nuestra identidad.
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El retorno del rey-filósofo por Carlos Andrés Ramírez Estudiante de Filosofía y Ciencia Política, Uniandes.
Los sofistas surgieron con la democracia. Convencidos del poder de la retórica, la consideraron la habilidad fundamental del ciudadano; para la actividad pública, lo principal era estar dotado de la habilidad lingüística suficiente para convencer o rebatir las opiniones de los otros miembros de la colectividad. La ciudad no era sino el escenario de las polémicas.
colonizarán entonces dimensiones de la actividad humana antes regidos por la gracia y la fe. El orden dejará de ser recibido, como un don de la divinidad, para empezar a ser producido gracias a una férrea racionalización. Si en un principio tal proceso se restringe a la acción individual, al someter cualquier decisión a un sesudo cálculo de sus consecuencias y de los medios más adecuados para lograr fines útiles para quien actúa, progresivamente se convertirá en un 2 sofisticado aparataje institucional . Las burocracias, propias de los Estado modernos, se apropiarán de ese 3 tipo de racionalidad sistémica .
Escépticos frente a cualquier verdad absoluta, aceptaron la pluralidad de las perspectivas y el carácter de convención de las leyes. Sólo la fragilidad de las palabras las mantenía. Nada más. Y por esto fueron atacados. Empezando por Sócrates, el hijo de la partera, quien esperaba, de cada conversación, el alumbramiento de la verdad.
Asimismo, en este contexto, los especialistas pertenecientes al Estado reemplazan a los políticos en la toma de decisiones. A su cargo quedará el diseño de estrategias tendientes a optimizar la administración de la complejidad social, pues su nivel de calificación las dota de una habilidad que escapa al tipo de acción, apenas intuitiva, del político convencional.
Desde su perspectiva, adoptada y desarrollada por su discípulo Platón, la retórica ha de estar al servicio del bien. La persecución resulta ilícita si no está orientada por un principio inteligible que la orienta y la doté de validez. De ese modo, implica un conocimiento corrector de lo que realmente es, sustraído, claro está, a la contingencia y mutabilidad de las opiniones. Y sólo, entonces, quien tenga ese saber tendrá derecho a la actividad pública.
Retorna, entonces, el gobierno de los sabios.
No casualmente el filósofo será, para Platón, quien deba gobernar. El Estado quedará en manos de los pocos que han contemplado el esplendor de las ideas. 0 sabio logrará el tránsito del orden inmutable de las esencias perfectas al orden político de los hombres comunes. Las leyes saldrán de su boca. Atrás quedarán las polémicas de la democracia, el desorden de los foros, los arrebatos de la multitud: "es 1 imposible que el pueblo sea filósofo" .
El sabio como experto En la modernidad, ese sentido político del platonismo tendrá una curiosa resurrección. La técnica y el cálculo, bajo la presión del capitalismo,
Tecnopolítica y democracia Si el modelo tecnocrático desplaza a los políticos -como casta relativamente profesionalizada- también destituye el 4 principio de soberanía popular . Las decisiones de círculos de especialistas, acerca de cuestiones públicas, sustituyen la formación de la voluntad colectiva a través del diálogo y el debate de los actores sociales. La sociedad pasa de ser sujeto a ser objeto de las decisiones. Más aún cuando los legos, los no iniciados, carecen del supuesto acceso privilegiado a la verdad que sí poseen los portadores de la razón: sus palabras no serán sino opiniones. Esto conlleva, en efecto, una degradación del lenguaje cotidiano. La verdad reclama un código propio, código que, claro está, excluye a quienes no lo dominen; de ese modo la materialidad de los signos en uso por parte de una comunidad en sus prácticas sociales habituales y, sobre todo, la rica pluralidad de estos regímenes de signos, perderán radicalmente su capacidad de expresión 6 política . El unívoco dominio
de un lenguaje abstracto y formalizado restringirá el derecho al habla. Adicionalmente, fuera de esta despolitización de la opinión pública, el modelo tecnocrático reduce las cuestiones prácticas, relativas a la convivencia humana, a cuestiones técnicas, referidas al control del entorno. En lugar del ya mencionado diálogo y de la representación de intereses, lo fundamental pasa a ser el ordenamiento de unos curiosos objetos, denominados seres humanos, que amenazan con desbordar la capacidad de las instituciones para resolver demandas. Así, el Estado cesa de ser concebido como un promotor de fines normas o valores- para convertirse en un corrector de disfunciones sociales cuya única finalidad es perpetuarse a si mismo. Este es el instante de la manida gobernabilidad, que ocurre cuando la vida política se convierte en un ingenieriil problema de alta gerencia. El instante Peñalosa. La implementación de la racionalidad mencionada, no es un fenómeno reciente en América Latina; aunque con sutiles variaciones y combatiendo siempre con el modelo patrimonialista de manejo de lo público, es un momento esencial de los proyectos de modernización propios de esta zona del planeta. Desde la influencia del positivismo en el brasil de los años 30, pasando por los especialistas de la CEPAL, hasta los "Chicago-boys" chilenos de los 80, el poder político de los especialistas ha sido una constante. Es más, cabría decir que no es sino la manifestación moderna del tradicional rol ordenador y, sobre todo, redentor, que se han atribuido aquí los intelectuales7; si en la colonia y en los principios de las repúblicas, quien manejase los signos, de la escritura y del diseño arquitectónico, poseía una posición privilegiada en el Estado y la planificación de las ciudades, ahora ese predominio de los letrados corre por cuenta de la materialización de un modelo gerencial de manejo de lo público. Ese reciente hecho implica la formación de profesionales capaces de ocupar esa función; politólogos y economistas no tienen un auge resultante del azar. Responden a la necesidad de consolidar una clase de especialistas
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que se encarguen, mediante un saber vedado a la multitud, del manejo de un Estado agobiado por problemáticas sociales incontenibles. La poca pudorosa explosión demográfica de estos tipos de actividad es el producto de la fuerza histórica de la racionalización y, claro está, de los intereses que la sustentan. Más aún, para el caso de los economistas, cuando, por una parte, tras los efectos desestabilizadores de la crisis de la deuda en los años 80, cobraron mayor importancia las soluciones técnicas a las perturbaciones financieras o comerciales y cuando, por otra parte, en el contexto global del fin de la guerra fría, se amplía la cobertura de lo que tradicionalmente se denomina política económica: cuestiones como las pensiones, las privatizaciones, las reformas educativas y algunas áreas de la diplomacia quedan a su cargo. Todo lo anterior enmarcado dentro de la inexorable cosmopolitización de la educación superior, donde los expertos, con una visión desnacionalizada y apenas mimética de los modelos epistemológicos y axiológicos que circulan en los circuitos académicos internacionales, tienen una visión desnacionalizada de las problemáticas de sus países. El nuevo saber del sabio En esa medida, las universidades, como instituciones pertenecientes a una lógica institucional más amplia, se encargan de producir los roles requeridos por las necesidades sistémicas. Eso implica una remodelación del saber, donde el criterio de distinción ya no será lo justo o lo injusto o lo verdadero o lo falso sino, conforme al modelo de autosostenimiento de las organizaciones, lo eficiente y lo 8 ineficiente . La capacidad para solucionar disfunciones será la piedra de toque del conocimiento. Esto conduce, a su vez, a la difusión de un tipo específico de ciencia social capaz de servir a tal empresa. La ciencia no se orientará al incremento de la comprensión y la ampliación de las tradiciones compartidas por un colectivo ni, tampoco, buscará desenmascarar
formas de opresión y procurar reflexiones críticas en los afectados por las mismas. No. Su misión se centrará en poder predecir y controlar 9 hechos sociales .
lógica racionalizante de modernización, clama, para, lograr sus objetivos, por neutralización de las, cotidianas voces de la, multitud. La verdad siempre ha 11 12 sido mecanismo de exclusión / .
Mediante el establecimiento de leyes hipotético-deductivas, verificables en la experiencia, busca descubrir constantes en las relaciones de causa y efecto entre dos fenómenos, de modo tal que, una vez dilucidada la ley y teniendo unas mismas condiciones iniciales, pueda repetirse el efecto previsto. La predicción, la disposición de los eventos futuros, es la meta de la investigación, con lo cual, por ende, pueden eliminarse consecuencias indeseables para los requerimientos sistémicos. Ese modelo epistemológico, dadas las condiciones mencionadas, es proclive a institucionalizarse en las profesiones mencionadas. El caso de los economistas es patente: aparte de su consenso en cuanto a las ventajas del esquema neoclásico, concuerdan en reproducir, al amparo de un lenguaje cada vez más matematizado, el interés predictivo de su saber, considerando su pretendida cientificidad como si estuviese, pulcra y neutral, al margen de valores e ideologías. Su inmediata inserción, una vez terminada su formación profesional básica, en instituciones estatales con capacidad de decisión, está directamente asociada a tal institucionalización. En el caso de los politólogos, no se podría ser tan categórico. Todavía no. Falta el consenso de métodos y de finalidades junto a los instrumentos de formalización, aun cuando no deja de ser avasalladora la adopción de modelos, provenientes, precisamente, de la economía, centrados en el sentido público de la elección racional -"public choice"- y en el perfeccionamiento de la administración pública -por ejemplo en "reinventing government-. Los filósofos de Platón, debían mirar "Al Estado y al alma de cada ciudadano como un lienzo que es 10 preciso ante todolimpiar" ; sólo así podrían materializar en toda su pureza las esencias racionales que ellos, exclusivamente ellos, conocían. hoy, igualmente, perfección de los modelos epistemológicos imperantes y de la
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Platón, La república, Bogotá, Ediciones Universales, 1991, pág.211 2 Jurgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa, Tomo II, Barcelona, Taurus, 1987. 3 Max Weber, Economía y sociedad, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, págs. 456-487. 4 Jurgen Habermas, Teoría.... 5 Jurgen Habermas, Ciencia y técnica como ideología, Barcelona, Tusquets, 1985. 6 Gilíes Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Barcelona, Pretextos, 1990, págs. 123-176. 7 Ángel Rama, La ciudad letrada. 8 Jean Francois Lyotard, La condición postmoderna, Barcelona, Gedisa, 1987. 9 Jurgen Habermas, Ciencia y... págs. 112126. 10 Platón, La república..., pág. 220. 11 Michael Foucault, El orden del discurso. 12 Para una visión más activista veáse Carlos Ramírez, "De la universidad a la pluriversidad" en El Panóptico, Número 3, Bogotá, Universidad de los Andes, págs. 3-7.
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Las ciencias sociales búsqueda de soluciones
y
la
por Alexandra Trejo Ortiz Estudiante de Antropología, Universidad Nacional de Colombia
La universidad es una institución muy importante porque dentro de sus aulas se crean inquietudes sociales, eventualmente se plantean soluciones y respuestas a los problemas del país y se hace un trabajo conjunto entre estudiantes y profesores para desarrollar estos objetivos aplicados a la actualidad. En general se busca que esta institución adecúe las bases teóricas y el trabajo de campo a la problemática social que se esta viviendo. Al igual que las ciencias sociales que manejan diferentes enfoques de los problemas de Colombia, con elementos teóricos y prácticos, debe buscar la manera de integrarse con esta actualidad. Pero yo, como estudiante universitaria tratando de elaborar una visión critica de la antropología y en general de la universidad veo un gran distanciamiento entre la problemática actual del país y las diferentes cátedras sociales. No se encuentran respuestas claras en la universidad para estos problemas, hay ausencia de elementos teóricos que puedan ser aplicados a la "realidad", no se crea una visión amplia y compleja sobre esta estructura social, que en lo fundamental necesita trabajo de campo mucho mas concreto. A mi entender esto sólo puede ser elaborado por estudios de las realidades sociales en las cátedras universitarias como una materia requisito que tenga bases teóricas y, lo más importante, prácticas. Todos, como estudiantes universitarios y como colombianos, somos conscientes de lo que sucede a nuestro alrededor pero, hasta qué punto podemos asumir una responsabilidad social cuando nos enseñan modelos de comportamiento profesional: trabajar en una empresa, asegurar un puesto, tener buenos recursos económicos, etc.; en general, adquirir más intereses individuales,
que funcionan compromisos que cohesión social.
alejados permitan
de una
En las carreras de las ciencias humanas no existen, o no se enfocan correctamente, clases que nos sensibilicen o acerquen a la problemática del país para poder crear soluciones que sean concretas. Con una práctica social que nos aproxime a la verdadera realidad de Colombia; con un carácter revolucionario donde se busque un cambio real: no para seguir una lucha de armas, de las que ya estamos cansados, o unas ideas obsoletas que no han estado bien enfocadas. Una revolución que cobije las necesidades sociales no con palabras ni con banderas ni insignias, sino con respuestas y trabajo social real, que sean proyectadas a largo plazo, que esté apoyado por el Estado y la Universidad; debe ser una verdadera lucha pacifica para encontrar soluciones dentro de nosotros mismos como profesionales y como jóvenes que se inquietan por crear un cambio.
soluciones sociales. Al ser nosotros una minoría privilegiada, por tener acceso a la universidad, debemos tener una visión critica de los objetivos de esta educación que se maneja actualmente en el país. No hay que esperar a que la acción de los problemas sociales llegue a tocar directamente a nuestra casa para movernos: debemos asumir que ya está adentro; que esa casa no es sólo las paredes donde habitamos sino que ella es una gran región llamada Colombia.
Aunque existen organizaciones que ubican al universitario por una temporada en un trabajo social, no hay una trascendencia clara en este tipo de actividades que por ausencia de articulación al ámbito universitario cada vez se van convirtiendo en modas de televisión. No debe ser por corrientes pasajeras que queremos acercarnos a regiones apartadas del país para hacer un trabajo comunitario; sino impulsados por dinámicas que deben ser fundadas en la universidad durante toda la carrera. Tampoco debemos dejar que se sigan cerrando las puertas a todas las inquietudes que tenemos como estudiantes. Somos colombianos preocupados por la realidad del país al cual nos queremos acercar sin temor de ser amenazados por los miedos de un país violento: somos conscientes que él quiere cambiar, pero es ese miedo que nos deja atados a simples palabras o a acciones de corto tiempo. Finalmente, no sólo es en la universidad. La educación en general debe dar la oportunidad a cada persona de encontrar respuestas a sus inquietudes para poder formar
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Subjetividad: No Tema Manuel Hernández / Escritor y poeta, profesor del Departamento de Literatura, Universidad de los Andes A comienzos de los años ochenta, Germán Arciniegas, a punto de dejar la decanatura de la hoy desaparecida Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes, se fue apasionando por referirse, a como diere lugar, a dos temas relativamente conectados entre sí. La vida, obra y milagros de Fray Martín de Porres, el santo mulato cuyo icono es un hombre de sayal que barre, y la persecución a los liberales en Pasto y Ecuador por el sacerdote-hoy ya Beato en los conciliábulos vaticanistaEzequiel Moreno. El hermano peruano era humilde como Francisco de Asís y tenía también como aquel diálogos con los animales. Ratoncitos y burritos, caros a la economía de los Andes centrales, eran objeto de diálogos por el negro Porres y Arciniegas se embelesaba contando la tremenda influencia de lo anterior en el imaginario andino. Con Ezequiel Moreno era todo lo contrario: se trataba de recordar el fanatismo religioso y el papel que dicha actitud tenía históricamente sobre la intolerancia y sus efectos en las violencias políticas colombianas de los cincuenta. Todo esto, enmarcado en el célebre dicterio que Arciniegas hizo famoso: América es otra cosa. Veinte años después, se ve cómo lo que el historiador bogotano buscaba era romper con la distinción entre objetividad científica y relato subjetivo. O sea que lo preocupaba la relación de los subjetivo, lo literario, lo secreto, con lo público, lo objetivo, lo exterior. No podemos dejar a Arciniegas aún. Unos dos años antes inició un proceso beligerante contra la visión alemana de la filosofía en Colombia y proponía que leyéramos el pensamiento latinoamericano. No la filosofía latinoamericana, pues eso -como dicen los filósofos y profesores que no sean tomistas- eso no existe. Pero el pensamiento, claro que sí: Sarmiento, Reyes, Borges, Martínez Estrada y Martí, Bosch, Ostos -biografiado por Bosch- José Luís Romero, etc. Los formadores del pensamiento en ciencias sociales desconfiaron en esa época, ahora mucho más, de la narrativa de Arciniegas. Era en extremo subjetiva y sin ningún rigor. Muchos ilustres profesores en ese momento en ciernes de adquirir sus últimos títulos viajaron a Alemania. Allí Gutiérrez Girardot, que odia a Arciniegas, los recibía y les proponía que leyeran a Romero, a Borges, a Bosch. Otro tanto había hecho Sartre desde la terraza del café Les Deux Magots, cuando los intelectuales latinoamericanos de los cincuenta tardíos y comienzos de los sesenta iban a preguntarle por el compromiso y él los miraba con sus estrábicos ojos y les decía: "Vayan a sus países, que allá es donde hay algo para hacer". Descolonizar, era la palabra. Desde su prólogo a Fanón, y sus ventas callejeras de Liberation, unos pocos intelectuales iniciaron el proceso de pensar qué era lo que esos gestos de Sartre y después las recomendaciones de Arciniegas y Gutiérrez Girardot, desde esquinas ideológicas distintas, estaban diciendo o señalando con eso de que lo que había que hacer había que hacerlo desde aquí. Darle
hacerlo desde aquí. Darle locus a las ideas y por ende a la construcción de la subjetividad. Una subjetividad emanada de un escenario y acompañada por un ritmo en el pensamiento, un paso de andadura, una universalidad arraigada en lo concreto y desde ahí proyectada, y sobre todo una subjetividad construida entre otras. Desde la Expedición Botánica se había iniciado este interesante problema de ojos viendo cosas, manos tocando y preguntando saberes a silentes campesinos que no disponían ni de mucho lenguaje ni de mucho bagaje para informar a Mutis y a Eloy Valenzuela, sobre maticas y remedios. Uno puede llegar a pensar que más interesante que seguir hablando de Mutis y de su tataranieto oblicuo y su Maqroll, habría que pensar en Valenzuela y releer sus diarios por las tierras de lo que luego sería el municipio de La Mesa, donde tenía el Colegio del Rosario una finca que luego Monseñor Castro Silva y su cuñado Giraldo, qllamarían San Javier, por San Francisco Javier que le dio nombre a la Universidad Javeriana. Lo que queda claro es que Déluyard, el socio minero de José Celestino es el patrón sobre el cual se ha modelado el Maqroll. Las mismas dificultades para entender al aborigen y al criollo pobre, o más bien su desinterés por él y su desencanto por las empresas humanas. Grandes fracasos en minería y quiebras y bancarrotas, para extraer lo que la tierra tenía guardado entre niguas, garrapatas y zancudos de Mariquita. Donde también envejeció y entristeció el Adelantado Jiménez de Quesada, que como dice Arciniegas, es Quejada o Quijada o Quijote. Dicho esto nos quedan claras tres cosas: la primera, que la -subjetividad, lo privado -lo secreto como lo llama Derrida-, en últimas lo literario, con su manejo de la metonimia, del todo por la parte y viceversa, de la cosa por su nombre y de su nombre por su parecido o semejante, en. fin... que todo este mundo precioso tiene mucho que decir. La segunda, que la construcción de la subjetividad es un problema o tema filosófico desde el cual se proyectan dudas e incertidumbres que conforman los . indecibles, con los que a veces se problematiza y agudiza la angustia de la libertad y las elecciones morales. Y tercero: que todo es una narrativa en el sentido fuerte. Que aún en el más frío paper elaborado y enfriado por años de doctorado y de revisiones bibliográficas sobre el rigor objetivo, hay un patch, un molde que modela y un modelo que moldea lo que se dice La música de cada cual. Y que esta música es oída desde un tímpano cuya característica fundamental es que está dentro y fuera, todo el " tiempo, bajo toda circunstancia, y que esto es lo que problematiza la existencia de la objetividad. Lo cual no quiere decir que no haya que buscarla. Pero de lo que sufre la una, la ciencia social, en singular o plural, sufre la otra: la literatura. Ambas se quieren dejar quedar. Podríamos decir: remanecer, permanecer, restar, reservar, reservar, algo. Y este es el núcleo desde donde se agita la creatividad, la originalidad por algo así llamada, la pulsión que aparece y mira desde donde antes nadie había mirado. Su opuesto es la tautología, la maceración del mismo concepto, la trilla del grano de las nociones y las metáforas inexpugnables, la senda archiconocida de lugar común y de
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los consensos por oficio o profesión. La sociabilidad de las ciencias sociales entre pares puede acabar por determinar, como en la opinión, una dóxica, disfrazada de lógica, un método que rehusa acepfar su destino de camino del pensar; en fin, una mitología blanca, una circunstancia incómoda para las certidumbres, la de que las metáforas de la filosofía occidental, sus mapas de conocimiento son las narrativas de un mundo blanco y colonizador, y que la filosofía, Leda infiltrada por el padre-cisne, madre del par de gemelos, de Castor y Pólux, de lo objetivo y lo subjetivo, es sólo la étnica de Occidente. Un camino de conocimiento que no es un camino de saber. Añadámosle a lo anterior todo ese discurso, que algo de verdad tendrá, sobre el conocimiento colonizador y el colonizado. El que sabe porque puede y el que es podido por otro. Hay entonces un silencio, un restearse de la palabra por el hueco del significante lacaniano, o por el silencio pragmático de aquel a quien no se le consulta, que crearía otra mitología noblanca, otro saber secreto, privado, no público, desde donde se movería un fantasma. El fantasma de la resistencia. El duelo del pobre, del homeless, del reciclador, del desechable, del otro en una radicalidad que apuesta al infinito, como diría Levinas.
Lo anotado hasta ahora es apenas una manera de incursionar en el tema y en el temor de la subjetividad. Nada más subjetivo que la fe religiosa y hasta ahora no ha habido otra fuerza' que mueva más al ser humano. Hace y deshace la historia con su capacidad mesiánica. Ya sea porque Germán Guzmán no pidió permiso para imprimir La Violencia en Colombia, ya sea porque Camilo Torres se rebeló contra las autoridades eclesiásticas, ya sea porque Eduardo Umaña Luna se resignó a que su hijo pasara trágicamente a la historia; somos rehenes de la Violencia y no estudiosos de ella. Y estos esbozos de posibilidad que afectan por igual a Arciniegas hablando de Porres y Moreno, nos afectan ahora a nosotros hablando de las personas y no de los conceptos. Pero surge el fantasma de esta resistencia que el relato coloca a la alucinación de la objetividad. Todos relatamos cuando soñamos en que nuestro concepto sirva finalmente para saber cómo pasaron las cosas. Y cómo pasan. Y nuestros deseos de objetividad y su correlativo temor a la subjetividad nos llevan como el viento del progreso lleva al ángel de la historia. Más que comentar los textos de este Dossier que hoy se presenta a los lectores se trata de no arredrarse ante la invitación hecha: Debatir el dossier.
Habría entonces que tomar una precaución al querer y exigir el rigor: la precaución de contar con el otro radical, con el otro jamás consultado, jamás sentado a la mesa habermasiana, el que nunca estará bajo cobijo del Estado, aquel a quien están dirigidas todas las violencias, no sólo las que él de alguna manera instrumenta, el delincuente, el violento, con el que no se puede contar, sino otro no mismo y que por lo no mismo no es contable, que no es número, que es sólo letra de otro alfabeto, de otro silencio y otra palabra. Y al que la literatura se habría dirigido para contarlo, relatarlo, contar con él. Un Humanismo del Otro Hombre, como titulará Levinas su texto de 1972. Un humanismo que no creería en el progreso positivo, ni tampoco en su opuesto escueto, especie de negativismo regresional, sino un no apocalíptico y débilmente mesiánico esperar. Esta preocupación por el otro en el nacimiento de la subjetividad no ha dado mucho que pensar en el pensamiento de la exigencia de la objetividad. Es como si ya hubiéramos aceptado que lo que viene es sólo continuar el camino de la bibliografía y de la metodología y dejar a los teóricos de la posmodernidad el debate sobre la subjetividad y sobre la distinción entre lo subjetivo y lo objetivo. No es tan sencillo. Detrás de ese debate hay un cierto tufo de capilla tranquila que ya sabe para donde va. Que conceptos como Estado, Violencia, Etnia y Constitución ya están suficientemente aceptados en las ciencias sociales y que por lo mismo no requieren de una nueva formulación. Es más, que entre pares de una misma disciplina esto no requiere mayores pulimentos. Se sabe de qué se está hablando y ya. Sin embargo he ahí el peligro. Se sabe de qué se está hablando. Y en realidad se trata de que uno nunca sabe de qué está hablando porque el otro me dicta. Porque el otro pide un espacio desde su borradura y ese espacio es el secreto, es la literatura. Es imposible avanzar en este debate.
ALGUNAS SUGERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS A CONTINUACIÓN: Arendt Hannah, De la historia a la acción, Barcelona, Paidós, 1995. Bourdieu, Pierre, Razones Prácticas, Barcelona, Anagrama, 1997 Derrida, Jacques, Resistencias del psicoanálisis, Barcelona, Paidós, 1997. Eagleton, Terry, Las ilusiones del postmodernismo, Barcelona, Paidós, 1997. Levinas, Emmanuel, "Un compromiso con la Otredad", en Anthropos, Barcelona, 1998.
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Las ciencias sociales en Colombia Fabio Giraldo / Economista, ensayista, director de la revista Ensayo y error. "La vida de los individuos y las sociedades nos muestra que es tan válido pintar un cuadro como hacer una suma". Fabio Giraldo Isaza*
1. Introducción La aparición de la Revista de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes y de la Fundación Social es un motivo de regocijo y reflexión. Regocijo por el nuevo espacio que se abre para discutir y criticar el modo de organización de nuestra sociedad y la forma como el conjunto de disciplinas reunidas con el nombre genérico de Ciencias Sociales en sus múltiples interrelaciones piensan los asuntos del individuo y la colectividad. Reflexión, en cuanto nos sirve de pretexto para elucidar la pertinencia de la división entre las Ciencias Naturales y Sociales, incluidos sus procedimientos de demostración y sus grados de validez universal, distintos en un caso y en el otro, pues la naturaleza de los fenómenos investigados es diferente e irreductible. Este fin de siglo nos ha permitido asistir no sólo a los intentos de buscar una "ley fundamental de la naturaleza" con la cual podamos comprender y deducir la compleja "evolución" de los fenómenos naturales; también hemos visto el intento de construir una teoría de lo histórico-social 1 a través de una Ontología de la Creación , entendida como un paso firme para pensar esa polaridad inseparable e irreductible entre psiquis e individuo socializado. Con ella hemos podido comprender cómo toda sociedad se constituye según un modo peculiar de ser, donde actúa lo determinado y lo indeterminado, lo empírico sujeto de medición cuantitativa y lo propio y específico del ser humano, las instituciones y las significaciones encargadas en últimas de darle contenido y cohesión a la sociedad y cuyo modo de ser, un flujo continuo de representaciones, afectos e intenciones, es indeterminado, imposible de ser aprehendido con nuestras manos o ponerlo bajo nuestra observación en un microscopio, pero real y denso como la historia y la sociedad. Este material es el más característico de los individuos y las sociedades, imperceptibles inmanentes más cercanos al trabajo literario creador que al trabajo propio del científico de la naturaleza: la historia transcurre rápidamente y con ella se dan cambios en el individuo y la sociedad, los cuales describe la ciencia en forma abstracta y la creación literaria narra en concreto a través de la vida de un personaje. La diferencia entre las ciencias naturales y lo históricosocial se puede captar acudiendo al método ideado por Sigmund Freud para profundizar en los factores que ocasionan las afecciones mentales. El padre del psicoanálisis al final de su vida, con ocasión de la entrega del premio Goethe recibió una carta de Paquet en la cual 1
Cornelius Castoriadis, “Odontología de la creación", Bogotá, Ensayo y error, 1997.
éste le explica los motivos que le hicieron creedor del premio: "Con el método estricto de la ciencia natural y al mismo tiempo en una osada interpretación de los símiles acuñados por los poetas, su labor investigadora se ha abierto una vía de acceso hacia las fuerzas pulsionales del alma, creando así la posibilidad de comprender en su raíz la génesis y arquitectura de muchas formas culturales y de curar enfermedades para las que el arte médico no poseía hasta entonces las claves. Pero su psicología no sólo ha estimulado y enriquecido la ciencia médica, sino también a las representaciones de artistas y pastores de almas, 2 historiadores y educadores" A esta esclarecedora interpretación del tipo de reflexión ínsito en el psicoanálisis, Freud, avalando la visión que de su descubrimiento hace Paquet le responde:"Debo agradecerle en particular su carta, que me ha conmovido y asombrado. Aparte de su amable profundización en el carácter de mi obra, nunca había visto discernidos antes con tanta claridad los secretos propósitos personales de ella, y de buena gana le preguntaría cómo llegó Ud. a 3 conocerlos” . La originalidad del pensamiento de Castoriadis para elucidar lo histórico-social nace de la compleja y eficaz combinación que logra entre los planteamientos de las ciencias naturales y los de las ciencias humanas, produciendo una nueva ontología donde el mundo, prestándose indefinidamente para ser pensado en términos de las ciencias naturales, no se agota en su análisis en este tipo de procedimientos, sino que requiere de otros, los cuales no se reducen a los criterios y postulados propios del saber con los que enfrentamos a la naturaleza. Los trabajos sobre calidad de vida en los países en vía de desarrollo adelantados por Martha Nussbaum y Amartya 4 Sen muestran cómo ciertos debates filosóficos - acerca del relativismo y el antirrelativismo cultural, del utilitarismo y sus fuerzas y flaquezas- son relevantes para quienes procuran encontrar maneras de medir la "calidad de vida" de un país. Igualmente señalan el gran valor práctico y público que tiene la capacidad de imaginar: "Sen y Yo usamos tiempos difíciles de Dickens para elaborar críticas de los paradigmas económicos utilizados para evaluar la calidad de vida, que nos parecían reduccionistas y carentes de complejidad humana, y para ilustrar los tipos de información que tales evaluaciones deberían incluir para ser plenamente racionales, ofreciendo buenas guías de tipo predictivo y 5 normativo" . Sin embargo, aquí no terminan las diferencias. La ley' fundamental que busca la física se hace renunciado a la idea de una verdad última y absoluta por fuera del sujeto. Asistimosal nacimiento de "unidades" relativas donde en cada estrato del ser, en especial, en lo físico y en lo histórico-social se postula una interrogación sin fin; este paso evidentemente no ha sido dado sino por muy pocos pensadores, aquellos que ven la ciencia como una creación particular del Ser Humano occidental que 2
Jaime M. Lutenberg, "Consecuencias clínicas de las diferencias sexuales teóricas", en Zona Erógena,Año IX, No. 37, Buenos Aires, 1989, pág. 19. 3 Ibíd., Págs. l9 y 20. 4 M. Nussbaum y A. Sen (compiladores), La calidad de vida, México, Fondo de Cultura Económica, 1995. 5 M. Nussbaum, Justicia Poética, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1997.
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también proporciona una interpretación del mundo, como en su momento lo hicieron la magia, el mito y la religión, pero ya sin la pretensión de una explicación completa y total del universo; sin la vieja separación entre sujetoobjeto del conocimiento, produciendo una gran incertidumbre en el interrogar científico, mostrando cómo la manipulación empírica y la descripción de los fenómenos son solamente un momento del saber La ciencia, en la cúspide del saber, se muestra incapaz de alcanzar las causas últimas de las cosas, lo que los griegos llamaban "metafísica": la búsqueda de las leyes que regulan la realidad no se obtiene sólo a través de un conocimiento absolutamente objetivo. Esta situación no debe llevamos a pensar que no es de gran utilidad el recurso de la medición, sino que éste, cuando se trata de las ciencias sociales, no puede limitarse a una pura y abstracta matematización de la realidad. Si en astrofísica el alcance de la mirada no llega al infinito y las órbitas planetarias dejan de ser previsibles, esto es son 'caóticas", el cambio es la norma que rige en todos los lugares y la ciencia no está nunca terminada, nunca es definitiva, siempre puede ponerse en duda; dicho en pocas palabras, la interrogación al interior de la ciencia contemporánea es una pregunta sobre la metafísica que subyace en la ciencia occidental. Tomemos por un momento algunas de las grande preguntas de la física: ¿cuál es el origen de todo, por qué todo surge del caos y va hacia la nada?, ¿Por qué hay algo en lugar de la nada?, ¿Cómo es que el universo nació de una fluctuación cuántica del vacío?. En fin, las teorías físicas relativas al origen del universo están preguntando en términos metafísicos. El concepto de vacío cuántico como expresión del vacío en estado puro no es más que una abstracción caracterizada por una ausencia total de materia y energía; requiere para ser pensado de un planteamiento filosófico. Exige que en el seno del vacío exista una energía residual que pueda convertirse en materia durante el curso de sus "fluctuaciones" de "estado": nuevas partículas surgirán entonces de la nada: al principio, justo antes del Big Bang, un flujo de energía inconmensurable fue transferido al vacío inicial y generó una fluctuación cuántica primordial de la que habría de nacer nuestro 6 universo . Las preguntas filosóficas formuladas por la física moderna tienen un trasfondo metafísico, como en efecto lo tiene todo lo que indaga sobre lo real, mostrándonos cómo la ¡dea de un determinismo integral y exhaustiva es insostenible. Las partículas elementales no son objetos, son el resultado siempre provisional de incesantes interacciones entre "campos" inmateriales (un campo no tiene otra sustancia que la vibratoria se trata de un conjunto de vibraciones potenciales, a las cuales están ancladas diferentes clases de partículas elementales de "quanta"), lo real físico, el objeto por excelencia de las ciencias duras, los tejidos que forman las cosas, el último sustrato, no es material sino abstracto; una idea pura cuya silueta sólo es 7 distinguible indirectamente, por un acto matemático .
Esta discusión es de gran importancia para adentrarnos en el núcleo de la reflexión de las Ciencias Sociales que," en no pocos de sus desarrollos, descansa en la física clásica. La física moderna en su investigación sistemática de la naturaleza a través de la mecánica cuántica, la relatividad general o las teorías de la gran unificación, le dan una gran importancia a la imaginación y el universo ya no se ve como en tiempos de Newton, un mecanismo de relojería donde el futuro estaba absolutamente determinados. El mundo ya no se controla exclusivamente por leyes rígidas sino también por el azar. Las incertidumbres no son una mera consecuencia de nuestra ignorancia de las condiciones iniciales, sino una propiedad inherente a la materia. Las ciencias sociales, basadas en la certeza de trabajar con leyes universales objetivas, trabajan con un delirio ideológico que se ha pretendido pasar ciencia. La vieja suposición de la existencia de leyes objetivas que permitan pronosticar perfectamente el futuro y el pasado a partir de cualquier conjunto de valores para las condiciones iniciales, derrumba en física y nuestros investigadores sociales, en muchos casos, no se percatan que las certezas deducidas de la física clásica son válidas, sólo en sistemas muy restringidos y simples del mundo natural. . La teoría cuántica nos indica que el mundo es un juego de azar y que nosotros formamos parte de los jugadores; la incertidumbre inherente a la naturaleza no se limita a la materia sino que incluso controla la estructura del espacio y del tiempo. En breve, con Newton la ciencia pensó haber descubierto unas leyes que prescribían el movimiento de cada partícula del universo con exactitud y para siempre: el mundo era como un mecanismo de reloj. Hoy esta visión se ha cuarteado y la incertidumbre y el azar se introdujeron en ella desarmando el reloj y la ley y el orden fueron reemplazados por "un dios que juega a los dados". Sólo observamos lo "finito". Por ello debemos recurrir en cualquier campo del saber a diversos métodos de indagación. La física cuántica ha producido cambios de gran trascendencia en la filosofía de la ciencia. Uno de ellos, importante para la discusión que nos ocupa es este: "No es posible predecir exactamente lo que va a suceder en cualquier circunstancia. La naturaleza tal como la entendemos hoy, se comporta de tal modo que es fundamentalmente imposible hacer una predicción precisa de qué sucederá exactamente en un experimento dado. Así las cosas, no es cierto, incluso en física, que siempre que uno fije las mismas condiciones debe suceder lo mismo. Las Ciencias Sociales soportan, gústenos o no, la misma discusión. Comte pensaba que tanto los fenómenos naturales como los fenómenos sociales tenían una estructura constitutiva, un orden intrínseco, el cual debería ser desentrañado mediante el método positivo basado en tres consideraciones: "que todos los fenómenos están sometidos a leyes naturales invariables; que estas leyes son discernibles mediante los métodos de las ciencias, el inductivo y el deductivo; y que la evolución del pensamiento humano desde el plano teológico al metafísico demostraba el despliegue del conocimiento, de modo que se revelaba 8 ahora un nuevo umbral de la realidad" .
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Jean Guitton, Dios y la ciencia, Madrid, Editorial Debate, 3a. edición, 1996, pag. 38. 7 Ibid, pág. 74.
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A partir de estos postulados las Ciencias Sociales se convirtieron en saberes fraccionados de la realidad, cada uno con sus procesos analíticos, tratando de establecer relaciones básicas por medio de magnitudes cuantificables, evitando la realización de generalizaciones especulativas para centrarse en la recolección de datos, encuestas y estudios de casos, obteniendo avances parciales pero perdiéndose ante la incapacidad de dar explicaciones globales sobre el individuo y la sociedad. Avanzamos en el análisis de asuntos puntuales y en el intento de descifrar tendencias lógicas de lo cotidiano, pero no hemos aprendido gran cosa sobre la naturaleza humana y hemos fracasado en armonizar nuestra existencia con la de la naturaleza, en disminuir desigualdades y en curar las enfermedades mortales ligadas a la carrera por el progreso.
colombiana. Empero, una reflexión de esta naturaleza, debe alertar sobre el peligro de hacer síntesis burdas y apresuradas, aclarando que no se trata sólo de buscar el vínculo entre ellos, sino de aplicar procedimientos híbridos, cuando el saber existente sea incapaz de pensar el nuevo objeto de conocimiento. Este procedimiento útil, para trabajar con problemáticas transversales como la ciudad, el medio ambiente, el género, la violencia, etc., no puede omitir que él es alcanzable solamente a través de una reflexión filosófica, la cual se encuentra excluida, por desgracia, de un buen número de los curriculum de ciencias sociales. Sin una visión filosófica, el conocimiento de lo histórico-social, el conocimiento de la forma de actuación del individuo socializado marcha a tientas.
La ciencia en general es una creación de los seres humanos, la cual, hasta el final de este siglo ha intentado romper las fronteras tradicionales en las que se ha dividido el saber. Esto ocurre en física, biología, ciencias sociales y también se aplica a las matemáticas: "ya no es lógico dividirlas en álgebra, geometría, etc., cada una de estas áreas se introduce en las restantes. . Muchas áreas de la investigación matemática se ven ahora enriquecidas por el contacto activo y directo con las ciencias aplicadas. A menudo sucede que las áreas más interesantes no son aquellas en las que se han utilizado tradicionalmente las matemáticas, y las aplicaciones más interesantes utilizan elementos de las matemáticas que 9 normalmente no se habían considerado útiles" .
2. Colombia y las ciencias sociales
La línea divisoria entre ciencias naturales y sociales se acerca y se separa. El mundo físico no es reductible al mundo humano, pero el uno y el otro existen mutuamente. El mundo humano se presta -como sostiene Castoriadis- indefinidamente a organizaciones lógico matemáticas pero no se agota en tales organizaciones. Estos dos enunciados definen el modo de ser de lo histórico- social. La sociedad es esencialmente eso, un magma de significaciones imaginarias sociales que le dan sentido a la vida colectiva e individual.
Para pensar adecuadamente en los 'brígenes" de un buen número de los problemas del país, no se debe omitir el contexto histórico en el cual éste surge como nación, haciendo explícita su ubicación a nivel nacional e internacional. La revisión de los elementos centrales de nuestra historia es clave para mejorar los conocimientos y la comprensión del presente y el futuro. Colombia hace parte de la periferia del sistema capitalista y emerge, como toda América Latina, cuando se inaugura la historia moderna a partir del descubrimiento y la conquista a través de la ocupación territorial, la sumisión de la población y la conversión, no muy pacífica, a la religión católica. Este proceso se realizó violentamente por medio del exterminio de las clases dirigentes, especialmente de la casta sacerdotal, cercenándose la memoria colectiva y la capacidad de lucha y oposición del pueblo. Fuimos lenta pero seguramente reducidos a la marginalidad por la servidumbre, convertidos en mano de obra barata productora de bienes primarios con un sello de garantía penetrado hasta lo más profundo de nuestras entrañas: el sello del cristianismo. 10
Estamos no sólo en las ciencias naturales, sino de qué forma en las ciencias sociales, ante cuestiones que se remontan a los orígenes de la filosofía: ¿hay una unidad en la naturaleza?, ¿el ser humano y la sociedad se pueden pensar exclusivamente como si estuvieran sujetos aun orden natural?, ¿el cuerpo y el alma se pueden seguir postulando como entidades independientes?, ¿el cerebro tiene leyes propias independientes de la cultura?, ¿los fenómenos sociales tienen causas aislables que podemos determinar y regir por leyes como en la naturaleza?. El surgimiento de los relativismos, la pérdida de fe en el progreso, la caída de los sistemas meramente positivos y el ascenso de los relatos interpretativos donde se combinan procedimientos y se caracterizan los comportamientos individuales y colectivos, muestran la gran importancia de tratar que bajo un mismo paraguas se reúnan diversos y fragmentados saberes a reflexionar sobre la sociedad 8
Daniel Bell, Las ciencias sociales desde la segunda guerra mundial, Mdrid, Alianza, 1982, pág. 12. 9 Lan Stewart, De aquí al infinito, Barcelona, Critica-Grijalbo-Mondadori, 1998, pág. 11.
El catolicismo, que al decir de Octavio Paz es una religión superpuesta a un fondo religioso original siempre viviente, se impuso de igual forma a como observamos en algunas de las grandes culturas de mesoamérica a través de la superposición de las edificaciones españolas sobre las aborígenes. La cultura es eso: una especie de cuadro cubista donde la yuxtaposición de fragmentos se presenta como una nueva realidad; pero que en la "realidad" debe ser contada como historia, debe ser descrita en un relato que muestre no su visión estática sino la forma en que transcurre, el movimiento, los cambios, la manera como se teje y se unen los diferentes fragmentos que componen nuestra historia. El cristianismo en nuestro medio fue una religión no muy coherente. Predicaba en no pocos casos una cosa y en la práctica realizaba otra. De esta forma, una de nuestras significaciones básicas, la religión católica, teniendo peso decisivo en el sojuzgamiento de la 10
Ver entre sus varias referencias al tema, El Laberinto de la Soledad, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, Segunda reimpresión, 1994.
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población a las instituciones de poder, no logró configurar un orden cohesionador marcado por la coherencia; esta incoherencia relativa fue impregnando y contaminando las instituciones políticas hasta el día de hoy configurando en un largo proceso una de las características básicas de nuestras instituciones políticas y de nuestro sistema jurídico, signado por una legalidad formal y una gran ilegalidad real, causantes de ese fetichismo jurídico según el cual los problemas se resuelven con la expedición de leyes y no con la acción política directa. Al igual que la incoherencia de muchos de nuestros clérigos y feligreses en sus prácticas religiosas, nuestro sistema legal se ha diseñado sobre la base de la expedición de una amplia e inútil colección de leyes, donde en su nivel abstracto hay igualdad y justicia pero en la realidad una gran iniquidad. Este es un aspecto central de nuestras instituciones y de las significaciones que ellas encarnan y como tales son parte esencial de la Colombia de hoy. Si miramos el argumento desde otra perspectiva, debemos tomar conciencia de que la sociedad colombiana nace al mundo en el cual va a quedar constituida en el preciso momento en que se inicia la modernidad. Antes de los españoles no existía nada de lo que ha sido y es hoy América. Nuestro origen todavía resuena en la memoria como una pesadilla que aún se encuentra viva y, lo que es peor, con muchas heridas sin cicatrizar. La relación de América Latina con occidente es inseparable de la pregunta por nuestra identidad: el lugar que ocupamos en la tradición cultural y científica, reflexiva y política de occidente. Toda América Latina ha sido conquistada y asimilada a las tradiciones europeas y norteamericanas, al tiempo que casi todos con intensidad desigual hemos intentado si no separarnos de ella, si transformarla en algo diferente. Empero, bajo ese predominio occidental laten las creencias y costumbres de la diversidad de los núcleos indígenas que poblaron y aún pueblan nuestro territorio. Las iglesias, símbolo del predominio católico, se levantaron en la mayoría de los casos sobre las cenizas y los huesos de las culturas mesoamericanas, tratando de recubrir, no con total éxito, tas estructuras más viejas de nuestra identidad/escondiendo a través de la unificación religiosa nuestras creencias primigenias. El drama consiste en que no hemos podido articular adecuadamente las dimensiones cultural, política, económica y social. Nuestra cultura es una mezcla heteróclita entre las civilizaciones mesoamericanas -que en nuestro medio a través de los Chibchas mostraban tendencias a la unificación estatal-, las culturas africanas arrancadas brutalmente de su hábitat y traídas a la fuerza en barcos esclavistas que portaban los gérmenes de la acumulación planetaria de capital y la cultura del mediterráneo español que era a su vez un heterogéneo híbrido, mezcla de lo ibérico, lo greco occidental y lo judío árabe. Todo ello configura un mestizaje de múltiples culturas en tiempos y lógicas diferentes, dando lugar a una diversidad mutante y abigarrada que desde allí y desde siempre combina y separa momentos de la tradición y de la renovación. En términos político económicos, luego de abandonar la época colonial la sociedad colombiana ingresa a la República, a través de la imitación de instituciones reinantes en el mundo occidental, tratando
de seguir en su condición de periferia el camino trazado por occidente, no exento de contradicciones y de mezclas infortunadas entre lo político religioso de corte católico con lo económico capitalista de corte luterano; decidiéndonos en la época de la expansión victoriosa del mercado global por la racionalidad propia del espíritu protestante, pero con unas instituciones políticas, religiosas y familiares en discontinuidad y contradicción no sólo con nuestra herencia cultural sino con nuestro anhelo económico racional. Eso somos, ese es nuestro Almendrón según la expresión coloquial usada por Hernando Gómez Buendía para describir el núcleo de la sociedad colombiana, su modo de organización social, la forma especial como los colombianos convivimos, nuestro código de interacción, las reglas de juego social 11 que practicamos . Los colombianos hemos querido reflexionar sobre el Almendrón y realizar propuestas para crear una nueva institucionalidad, sin meditar con suficiente fuerza y paciencia cómo nuestra crítica situación nos impone la necesidad de transformar nuestras instituciones a través de pensar en ese híbrido socio-histórico que hemos construido en las diferentes etapas de nuestra historia. Debemos aceptar y afirmarnos en nuestra rica y plural forma de ser. Ese híbrido cultural es nuestra potencia para las transformaciones y redefiniciones de las dimensiones político económica de esa diversidad social llamada Colombia. Para ello es trascendente no omitir lo que he sostenido en otro lugar: "En la sociedad real, los fenómenos económicos, políticos y culturales se encuentran complejamente relacionados. Como lo ha puesto de manifiesto Daniel Bell, las sociedades se encuentran escindidas en los ámbitos económico, político y cultural, gobernadas por diferentes principios axiales que frecuentemente son antagónicos". La economía se rige por un principio de eficiencia, especialización y maximización que trata al individuo de una manera fragmentada. La estructura axial es la burocratízación. En política en cambio el principio axial es la igualdad: igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades. El principio estructural es la participación. Hay intrínsecamente según Bell, una tensión entre la burocracia y la participación y esa tensión ha moldeado a la sociedad en los últimos años. El principio axial de la cultura es la autorrealización y en su forma externa la autogratificación. La exigencia de considerar al individuo como una persona total, y el hedonismo que la cultura promueve, choca con el principio de eficiencia y hasta 12 con la ética laboral de la economía . La cultura, la política y la economía no concuerdan; todo 11
En la conceptualización que he venido proponiendo con José Malaver para abordar \a sociedad colombiana, donde utilizamos con amplitud la reflexión de Cornelius Castoriadis en el trabajo de la dimensión histórico- social del ser ente total, hablamos de instituciones y significaciones imaginarias sociales para referirnos al Almendrón: eso que va por dentro, porque es denso, porque suena voluminoso, porque tiene.una pizca de dulce y un sabor amargo, porque está en el centro como la almendra, pero no lograrnos agarrarlo, (véase Hernando Gómez Buendla, "Conocimiento, desarrollo y construcción de la sociedad: una visión prospectiva para Colombia", mimeo, 1997, pág. 2). Los planteamientos de Castoriadis, se pueden consultar en: Cornelius Castoriadis, El Laberinto del pensamiento y la creación. "Presentación del libro de Castoriadis, Ontología de la Creación", Bogotá, Ensayo y Error, 1997; en los artículos de Giraldo y Malaver en el libro de homenaje a Castoriadis Psiquisy Sociedad: una critica al racionalismo, Tunja, Ensayo y Error y UPTC, 1998; y en F. Giraldo, "Cornelius Castoriadis, pensador de la creación", en Revista Foro, No. 34, Bogotá, julio 1998, págs, 99-106. 12 Daniel Bell, Las contradicciones culturales del capitalismo, Madrid, Alianza Universidad, 1977
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intento por lograrlo debe establecer coherentemente el vínculo entre los ámbitos sin enfrentar contradictoriamente acciones políticas y económicas, sin superponer liberalismo político y neoliberalismo 13 económico . Los esfuerzos por reconstruir nuestro tejido históricosocial deben partir de la forma como él se fue constituyendo a través del tiempo. Curando sus heridas, transformando y discutiendo el camino ideológico a seguir y, lo más importante, pagando la deuda de ignominia y marginalidad en que han vivido las mayorías excluidas, permaneciendo al acecho y en las sombras de las luces del progreso, percibidas por ellos sólo a través de las ondas de los medios de comunicación. Cultura y política económica no concuerdan en la sociedad. Todo intento por transformar a un mismo tiempo este conjunto de dimensiones de la sociedad debe establecer en forma coherente el vínculo entre estos ámbitos, sin enfrentar contradictoriamente y superponiendo, como ocurrió en el pasado reciente en el país, reformas políticas liberales con reformas económicas de contenido neoliberal. Estas dos vertientes ideológicas no coinciden y provienen de concepciones filosóficas que pueden obstruir el funcionamiento del mercado impidiendo la construcción de una sociedad en la cual sus leyes no sean meros catálogos de sueños, letra muerta, sino la base firme para la construcción de un país donde se de al mismo tiempo democracia política y democracia económica.
3. Debate: La nueva revista y las ciencias sociales Después de las anteriores consideraciones, podemos, de una forma elíptica, referirnos a algunos de los planteamientos presentados en este primer número de la revista de ciencias sociales. Hay un común denominador: un intento de pensar ¿qué es Colombia?; más concretamente, ¿qué es ser colombiano?. Para ello los trabajos utilizan un saber propio y fragmentado, economía, sociología, antropología, historia, etc., reclaman en todos los casos, explícita o implícitamente, una visión multidisciplinaria. Esta pregunta es recurrente en el análisis de los aspectos que inciden en la actual crisis del país con énfasis en la violencia, las reestructuraciones económicas y políticas recientes, la amalgama entre modernidad y postmodernidad y la pregunta sobre la pertinencia de las teorías sociales y sus herramientas de trabajo para, y a través de una mezcla de metodologías, tratar de articular la intuición con un buen soporte teórico y empírico. En los últimos años, un número importante de intelectuales y académicos de las más diversas disciplinas se viene ocupando del tema de la violencia. Muchos tratan de averiguar si la violencia procede de la brutalidad del descubrimiento y la conquista exterminadora; del acoso y muerte de nuestra población indígena; de la barbarie étnica ejercida contra las minorías raciales; o de las guerras civiles y del gansterismo de las diversas mafias que han irrumpido en
la realidad llenando de sangre, y muerte y desolación nuestras aventuras en los procesos de acumulación de capital. Desde el ángulo que se mire el problema -en este primer número de la revista abundan los ángulos-, es claro que se deja entrever una constante demanda por producir conocimiento con un mayor grado de unidad argumentativa para no caer en las visiones excesivamente fragmentadas, propias de la súper especialización en que la academia ha realizado la división del trabajo intelectual. Hay en el trasfondo de varios de los argumentos, un intento por tratar de conciliar las distintas disciplinas, o al menos preguntar cómo investigar éste, sin duda, el fenómeno más inquietante de la sociedad colombiana. Sobre la base de que para "resolver" un problema como el de la violencia es indispensable saberlo plantear, arriesgaré una hipótesis global: la violencia es una característica del ser humano, procedente del proceso de socialización donde nos hemos instituido hombres y mujeres en polaridades irreductibles e inseparables. Cuando no es posible relativizar la hostilidad psíquica propia de esté proceso, las sociedades entran como ha sucedido a través de toda la historia, en períodos de violencia. El siglo que está por terminar, un siglo que pasó entre la destrucción y la creación, la muerte y la vida, no es sino un pálido testigo de esa característica humana. Las dos guerras mundiales y sus regímenes de violencia de estado, las crueles dictaduras en no pocos casos con la careta democrática, los genocidios, la - hostilidad hacia el otro diferente, la xenofobia, y en general ese malestar cultural que se respira por doquier, no son sino la expresión de esta característica universal del ser humano: la rebeldía de la "mónada psíquica" al proceso de socialización. Esta rebeldía es productora de hostilidad, competencia, envidia, violencia individual y colectiva. En sociedades como la colombiana, fundada sobre una exclusión muy amplia de hombres y mujeres, estos son integrados a la lógica de la sociedad a través de la violencia directa o indirectamente, de forma material y psíquica: la violencia "invisible" de la exclusión, el marginamiento y la pobreza se responde en varios casos con agresión abierta y visible o indirectamente a través del resentimiento, la tristeza y todas esas enfermedades y patologías de la sociedad contemporánea. Pero deseo reiterar el argumento central para avanzar en algunas limitaciones de los trabajos presentados en esta revista, ellas no se reducen exclusivamente a la falta de estadísticas confiables, ni a la imposibilidad de modelar los procesos. históricos, sino a la ausencia de una teoría global donde se tome el todo de su objeto, superando como sostiene Castoriadis, la ilusión de un saber global sobre la sociedad y la ilusión de que uno podría contar con una serie de disciplinas especializadas y fragmentarias. Lo que hay qué destruir 14 es el terreno mismo donde se da esa oposición . 13
Fabio Giraldo, "El revolcón: entre el liberalismo político y el neoliberalismo económico", en Revista Foro, No. 18, Bogotá, septiembre de 1992, pág. 77. 14
Cornelius Castoriadis, Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto, Barcelona, Gedisa, 1984, Pág.85.
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En ese contexto, la polaridad psique-individuo socializado, es la base de la violencia y de la transgresión continua de las normas generales y de las normas propias de los códigos y las leyes jurídicas. El ser humano siempre estará en oposición con el individuo socialmente constituido y deseará transgredir la norma social, en tanto esa transgresión es el motor a través del cual se puede observar el cambio de las instituciones. Tiene "origen" en ese núcleo de la psique que nunca podrá ser socializado y siempre se estará oponiendo al individuo fabricado por la sociedad. Este individuo interioriza el conjunto de las Significaciones Imaginarias Sociales y las Instituciones de la Sociedad que lo constituyen, pero con una hostilidad insuperable del núcleo psíquico humano al proceso de civilización: "El ser humano es socializado bajo la pena de muerte, si no se socializa muere, pero su hostilidad hacia la socialización es fuerte, no la quiere, no quiere saber nada de la realidad, no quiere reconocer la existencia independiente de los otros, no quiere reconocer limitaciones a su propia omnipotencia fantasmagórica y 15 real" . Así las cosas, antes que preguntar sobre la agresión de otras especies, debemos interrogar por ese odio a sí mismo característico de lo humano. Las Instituciones son creaciones y destrucciones de lo que antes era, a través de las cuales se canaliza la agresividad de los seres humanos. Esa ilimitada agresividad, es transformada parcialmente por la socialización y organizada para asegurar la conservación de las instituciones y dirigida hacia el exterior, como condición para el manejo 'civilizado" de las diferencias. Cuando esto no se da, estallan las transgresiones y muchas de estas son el germen de la violencia. Otro frente recurrente en las preocupaciones de los autores es el problema de la modernidad colombiana: sorprende encontrar cómo la mayoría cae en un dualismo simplón, que los lleva a señalar nuestras necesarias y complejas yuxtaposiciones histórico-sociales como una causa de nuestra violencia. El desfase existente en nuestro medio entre las dimensiones política, económica y cultural no habilita para seguir moviéndonos con las tesis "modernización sin modernidad", "postergación de la modernidad"; por el contrario, implica trabajar lo que en otro lugar he llamado una sociedad moderna en las condiciones de la periferia, 16 Una Modernidad Periférica , y lo que Jesús Martín Barbero ha señalado con claridad para pensar la crisis nacional al insistir en la necesidad de 'arrancarnos a aquella lógica según la cual nuestras sociedades son irremediablemente exteriores al proceso de la modernidad y nuestra modernidad sólo puede ser 17 deformación y degradación de la verdadera" . No obstante, y en concordancia con Martín Barbero, enfatizo que no hay un paso lineal de la tradición a la modernidad. Esta se define en todos los lugares por la diversidad y multiplicación de las alternativas y por la 15
Cornelius Castoriadis, "Freud, sociedad e historia", Comelius Castoriadis en Chile, Documento de Trabajo, No.1,1996,pág.37. 16 Fabio Giraldo y H. F. López, "La metamorfosis de la modernidad", en Varios Autores, Colombia: el despertar de la modernidad, Bogotá, Foro Nacional por Colombia, 1991, pág. 263. 17 Jesús Martín Barbero, "Modernidades y destiempos latinoamericanos" en Nómadas, No. 8, Bogotá, Fundación Universidad Central, marzo de 1998, pág. 21.
capacidad de asociar pasado y presente. Toda nación es en últimas un conjunto de culturas que se entrecruzan y fertilizan formando híbridos culturales; políticos y económicos en una compleja combinación, donde en un tiempo toman más fuerza y dinamismo ciertos ámbitos que otros: lo que llamamos la cultura es un diálogo con el otro. La cultura y la sociedad, así como el ser humano, actúan en una superposición, en una compleja historia de invasiones, conquistas, mezclas, cruces, que abarcan experiencias socioculturales donde lo tradicional y lo moderno, lo propio y lo extraño se mezclan. Nada de lo que se refiere al ser humano se encuentra en estado puro. El hombre y la mujer son en esencia contaminación con el otro, con el diferente. El individuo y la sociedad con sus instituciones y significaciones son una creación hecha dé rupturas, cortes y continuidades, realizados durante su largo proceso de hominización. La cultura es mutación, se da por medio de la contaminación, la yuxtaposición y el complejo tejido de múltiples temporalidades y mediaciones políticas-, económicas, sociales y culturales. La anterior discusión nos permite entrar en el tema del derrumbe de nuestras instituciones, de su ilegitimidad, intolerancia y autoritarismo. Cuando se habla de la necesidad de "armonizar" la política con la economía postulando que estas lógicas se excluyen por su propia naturaleza, no se comprende en su totalidad el Almendrón colombiano. Se ignora que el Estado es una creación social que actúa como representante del poder existe para regular y controlar los conflictos. La legitimidad tecnocrática no es independiente de la legitimidad política y en Colombia la orientación liberal de la Constitución enfrenta en el -gobierno de Gavina un desarrollo económico y político de corte neoliberal. En esto no hay contradicción; se trata de buscar por la vía política una legitimidad distinta para hacer política económica, esto es, política diferente, donde lo económico no sea fin y medio al mismo tiempo, sino un medio para el mejoramiento social subordinado a la conducción política. Es igualmente problemático el argumento que subyace en la consideración sobre la nueva legitimidad; éste olvida que la legitimidad históricamente no cambia mucho en nuestro medio; la legitimidad básica, la encargada de proteger los llamados derechos fundamentales, siempre ha estado presente, lo que cambia es una legitimidad definida por la correlación de fuerzas de los actores en conflicto; lo central de la problemática del poder ignorado en todos los trabajos, es su base cultural, la aceptación consciente o inconsciente del individuo y la sociedad a la estructura de poder: para que el poder explícito en las sociedades no se ejerza por medio de la represión es imprescindible que la sociedad interiorice o encarne mayoritariamente las instituciones y Significaciones Imaginarias de la Sociedad creadas y compartidas por una porción importante de esa sociedad. Tal interiorización para ser posible, urge planteamientos éticos y políticos sobre la justicia y la distribución equitativa de la riqueza en una sociedad asimétrica. No se trata de igualdad formal o material, se trata de buscar condiciones básicas para acceder al conjunto de las posibilidades ofrecidas por el actual nivel de desarrollo de las fuerzas productivas totales. Buena parte de la precaria legitimidad del Estado colombiano proviene de su gran
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capacidad para obligar al cumplimiento del imperio de la ley y su incapacidad para desarrollar un proyecto coherente de justicia social. Llama mucho la atención la afirmación de Salomón Kalmanovitz sobre la validez universal de las tesis monetaristas de Milton Friedman: "la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario". La discusión de esta tesis nos pone en el centro de la reflexión crítica que he querido plantear a lo largo de este ensayo: la sociedad y sus problemas -como la inflación- en sus efectos fundamentales no es percibible exclusivamente con la lógica matemática y la estadística, en razona que en todo fenómeno social, hay una dimensión "imperceptible" a través de los mecanismos enraizados de las ciencias naturales y que se manifiestan como una ley. Los fenómenos económicos básicos, son problemas de economía política que se manifiestan por medio de la política, la cual en la sociedad capitalista se convierte en política económica. Este es precisamente el problema de la inflación. La tesis de Friedman es utilizada universalmente por las autoridades monetarias cuando el crecimiento de los medios de pago supera al crecimiento de la economía pero por razones políticas y no científicas. En el corto plazo, como se sabe, para un político es menos costoso el ajuste monetario que esperar la acción de medidas estructurales que operan generalmente en tiempos más largos. De la decisión política no se puede realizar la apología al neoliberalismo invalidando el debate que otras corrientes del pensamiento económico dan a esas terapias para "curar" la inflación. El fenómeno inflacionario en otras escuelas económicas presenta otras posibles causas, como la inercia inflacionaria, la inflación de costos y la inflación por shocks de oferta. Todas estas causas pueden estar actuando a la vez sobre la inflación y resulta en la práctica difícil, por más sofisticado que sea nuestro instrumental matemático, aislar unas de otras y saber con exactitud cuál factor en últimas determina el alza de precios. Las relaciones económicas que se pueden constatar empíricamente -en términos de las cuentas nacionalesno son leyes generales actuando en toda circunstancia sino tendencias de corto plazo. En ciencias naturales, existen leyes por medio de las cuales se explican ciertos aspectos de la realidad natural fundamentados en una teoría contrastable empíricamente y con alta capacidad predictiva. En lo sociaI-histórico, los actos humanos toman su sentido por las significaciones imaginarías, que imponen por así decirlo las condiciones del funcionamiento de la sociedad. Estas condiciones no se captan por la mera comprensión causal -racional- sino por el sentido de las significaciones sociales. Las ciencias sociales no son ciencias naturales. Sobre la sociedad no es posible obtener una teoría sistemática que se pueda expresar formalmente como la física. Podemos utilizar sus procedimientos pero nunca reducirlos a ellos. La medición de los fenómenos sociales más que leyes con las cuales se pueda determinar y predecir con exactitud el comportamiento de las variables en estudio, lo que se puede extraer en contextos no muy
cambiantes, es cierto número de constataciones y tendencias: las instituciones y las significaciones no se derivan de leyes y comportamientos homogéneos válidos en todo tiempo y lugar. Los fenómenos sociales no ocurren en abstracto sino en sociedades profundamente escindidas, asimétricas, desiguales, construidas sobre imperceptibles encarnados y que hacen existir la sociedad no de una forma dada sino en perpetuo movimiento y cambio.
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Comentario al Dossier Javier Sáenz Obregón Jefe Unidad de Desarrollo Social Departamento Nacional de Planeación El dossier de este primer número de la revista contiene dos tipos de artículos con alcances claramente diferenciados. En primer lugar, están los escritos de Mauricio Rubio y Fernando Cubides cuyo propósito es el de presentar un estado del arte del desarrolló de conocimiento en el país de sus respectivas disciplinas. En el caso de Rubio, sobre el problema específico de la violencia desde una perspectiva económica, y en el de Cubides, sobre el campo de la sociología en general. Los dos autores hacen un análisis juicioso que no se limita a los avances y logros de sus disciplinas, sino que señalan claramente sus límites y posibilidades para aportar a la solución de los principales problemas nacionales. El segundo tipo de artículos leídos, los de Sergio de Zubiría, Jorge Morales, Luís Javier Orjuela y Oscar Mejía y Maritza Formisano, tienen un objetivo menos ambicioso. Sus trabajos tematizan y analizan, desde perspectivas teóricas claramente definidas, algunas dimensiones específicas de la práctica social colombiana. Dada le magnitud de la tarea de comentar el conjunto de artículos en su diversidad disciplinaria, economía, sociología, ciencia política, filosofía, antropología y derecho - tanto como en la pluralidad de sus objetos de discurso - conflicto, violencia, política pública, legitimidad, actores sociales, democracia, civilización, Estado, modernidad y postmodernidad, eficiencia, ethos cultural, ética, colombianidad y malicia indígena, entre otros - me limitaré a comentarios generales sobre el segundo tipo de artículos y a reflexiones puntuales sobre los artículos de Rubio y Cubides, sin ninguna pretensión de equidad, y con la libertad -imprudencia dirán algunos - de no provenir de ninguna de las disciplinas de los autores. En general los artículos del segundo tipo, excluyen de la estructura de su argumentación una serie de temas con una importante tradición en las ciencias sociales y de clara pertinencia para el análisis social del país; temas como la educación, la comunicación y las instituciones. Igualmente, tienden a invisibilizar dos dimensiones centrales de los procesos sociales. En primer lugar, la confluencia y acción recíproca, señalada por Norbert Elias, de las configuraciones sociales y los psíquicas que se escenifican de formas diversas en distintas cuIturas y momentos históricos, proceso en el cual ninguna de estas dimensiones de la vida se construye independientemente de la otra. En segundo lugar, la experiencia histórica de los individuos y las sociedades como elemento que obstaculiza o posibilita procesos de cambio, los cuales implican claramente una reconstrucción de la experiencia. No se trata simplemente dé señalar lo que falta, siempre faltará algo en los análisis, sino de subrayar que lo que falta es fundamental para un abordaje pragmático del 1 contexto nacional. 1
Las referencias al pragmatismo en el texto aluden a la escuela de pensamiento instaurada por Charles Peirce, William James y John Dewey entre otros.
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La distancia de los textos citados con una actitud pragmática se evidencia, igualmente, en la ausencia notoria de datos empíricos, y por lo tanto de una descripción y análisis cuidadoso y plausible del contexto nacional. Es como si la formulación teórica, esa sí sutil y rigurosa, reemplazara el contexto existente. Como si los conceptos puestos a jugar sobré un telón blanco, hicieran las veces del difícil proceso - más parecido a un experimento con resultados inciertos que a una proyección cinematográfica - del encuentro de las conceptualizaciones y los hechos empíricos. Tratándose de escritos no solamente analíticos sino con una intención propositiva, considero pertinente la crítica a su ausencia de pragmatismo. Esta debilidad, además de lo ya mencionado, se corrobora con la sensación de indefinición que dejan los textos, en cuanto a los lectores a los que van dirigidos/Indefinición que parece inclinarse hacia el diálogo endógeno del mundo académico, legítimo a mi juicio para otro tipo de discursos - como por ejemplo en los balances disciplinarios de Cubides y Rubio -pero poco estratégico cuando se trata de analizar problemas sociales, reconocidos como tales públicamente, y sobretodo cuando se proponen alternativas para su solución. El asunto aquí es el viejo debate sobre la relación entre academia y sociedad, pero más circunscrito: ¿Cómo establecer desde las comunidades académicas una comunicación con sentido, que permita que sus conceptos y discursos sean apropiados inteligente y eficazmente por las instituciones cuyo propósito es el cambio social? Una respuesta preliminar a este interrogante, es que es necesario imaginarse y colocarse en el lugar de un lector distinto al colega de la cofradía académica. Lector que no es necesario subestimar, pero que por su rol social específico, sí exige un mayor detenimiento en el estudio de contexto así como en el análisis de los medios y su relación con los fines: fines que tanto han seducido a la comunidad de los científicos sociales. Evitemos posibles equívocos. No se trata de regresar a la concepción - algo ingenua para una sociedad como la nuestra que ha alcanzado cierto nivel de diferenciación - del académico como activista transformador de la práctica social. No estoy proponiendo que los investigadores de las universidades nos reemplacen a nosotros los tecnócratas y burócratas, como tampoco a los líderes y activistas de las organizaciones sociales y de los organismos no gubernamentales. No creo que la función del académico universitario en el país incluya el diseño e implementación de políticas y programas de cambio social. A pesar del débil status social del conocimiento académico en Colombia y de la desconfianza, inclusive en los mismos centros universitarios, hacia la figura del intelectual como creador o recontextualizador de ideas, creo que las ideas son la razón de ser del académico. El desafío no está entonces en inventarse una nueva relación del académico con el conocimiento, sino en exigirle un tipo de comunicación diferenciada cuando apela, ya no a sus colegas, sino al conjunto de las instituciones y actores sociales. En cuanto a los textos de Rubio y Cubides, quiero resaltar, en el trabajo de Mauricio Rubio, su potencia
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como apertura a un diálogo, tardío en nuestro país, entre la economía y las demás ciencias sociales. Diálogo que sólo podía ser abierto por una figura harto escasa, la del economista civilizado como lo es Rubio en su escrito; entendiendo aquí la civilización, como la capacidad de los individuos y de los grupos sociales para ser auto-irónicos en relación con sus propias perspectivas; en este caso la de la disciplina económica. El economista contemporáneo, como el teólogo, el filósofo y el médico en épocas pasadas, tiene el poco envidiable rol, asignado por la sociedad contemporánea - muy a pesar suyo en algunos casos pero con enorme e ingenuo placer en la mayoría de ellos - de haber sido elegido para establecer una relación privilegiada con la verdad. En este sentido es difícil sobrestimar el mérito de Rubio al señalar los límites de la perspectiva económica para la comprensión de la violencia. La crítica de Rubio a la noción reciente de los economistas nacionales sobre los costos de la violencia es un ejemplo claro de esta envidiable capacidad de autoironía, al señalar que "No todo impacto o efecto es un costo". Se trata de una crítica necesaria a la usual ingenuidad demostrada por los economistas en el establecimiento de relaciones lineales, y cuestionables en la mayoría de los casos, entre causas y efectos. Las complejas mediaciones sociales entre un hecho - el narcotráfico por ejemplo—y sus impactos y efectos sociales, exigen una argumentación mas sofisticada que la del sentido común, para lograr convencer, más allá del moralismo metafísico, sobre el porqué un acto ilegal, representa en todas sus dimensiones, un costo social. Igualmente lúcido es el señalamiento que hace el autor sobre algunas dimensiones en las que se hacen evidentes las limitaciones del enfoque económico para el análisis de la violencia, entre otras, su debilidad en el uso de evidencia distinta de la estadística, y los límites de su noción de agente racional como modelo de comportamiento humano. En cuanto a lo primero, es evidente que muchos economistas, al abordar fenómenos sociales complejos, caen en la tentación de lo que podemos denominar numerolatría:\a idea ingenua, mezcla de empirismo y metafísica, de que "las cifras hablan por sí solas." Es evidente que las estadísticas, como cualquier otra forma de lenguaje abstracto, no hablan de manera directa, en el mejor de los casos logran indicar, y dirigir la inteligencia hacia el sentido de los fenómenos sociales. Fenómenos que por su complejidad temporal, espacial y experiencial, deben ser abordados desde una perspectiva igualmente compleja, combinando no sólo las diversas disciplinas sociales, como lo señala el autor, sino también una fina red de conceptos tejida en función del fenómeno a analizar. En cuanto a la noción del agente racional como sujeto abstracto y homogenizador de la condición humana, bastante cercano al Everyman del teatro moralizador del medioevo, la lucidez del análisis del autor no deja mucho campo para el lucimiento del comentarista, más allá de señalar que contiene una crítica certera y necesaria a las abstracciones colectivizantes y por lo tanto engañosas que han aparecido recurrentemente en los discursos sociales sobre el país, desde la concepción de médicos y pedagogos de principios de siglo acerca de
la sociedad colombiana como raza degenerada, pasando por las nociones de los políticos en la época de La Violencia, del colombiano como violento y amoral, hasta llegar a los discursos más recientes sobre una supuesta cultura de la violencia nacional. . El señalamiento de Rubio de las limitaciones de la economía lo llevan a apelar de manera explícita a un mayor trabajó conjunto con las demás ciencias sociales. Igualmente hace un llamado, poco común no sólo para la economía sino también para las otras ciencias sociales, a profundizar en un conjunto de problemas que, a mi juicio, hacen parte del escenario natural de la psicología, tales como la violencia familiar y la interpersonal, la comprensión del comportamiento individual violento y su componente irracional y emotivo. La debilidad en el análisis de estos temas en el país es un síntoma del precario desarrollo e inserción social de la disciplina psicológica, cuya crisis se ve claramente reflejada en que su contribución al debate público sobre estos asuntos, parece limitarse a la peregrina y poco ilustrativa tesis de que hogares violentos tienden a reproducir comportamientos violentos en los futuros ciudadanos. El texto de Fernando Cubides es igualmente lúcido, y en relación con el de Rubio, enfatiza más en los logros y posibilidades de la disciplina que en sus limitaciones. Comparte con Rubio algunas de las críticas a la tradición de estudio sobre la violencia en el país, pero a la vez, marca diferencias claras en cuanto al encuadre que deben tener dichos estudios. El análisis y debate sobre dichas continuidades y discontinuidades deberían ser retomadas por la comunidad de los violentólogos. . Es evidente el contraste entre el pesimismo de Rubio y el optimismo de Cubides en cuanto a la relación entre el mundo académico y las políticas públicas. Mientras que el primero señala que los estudios académicos sobre el crimen y la violencia han estado siempre rezagados en relación con las políticas públicas, y por lo tanto estas últimas no se han fundamentado en los diagnósticos de los académicos, el segundo afirma exactamente lo opuesto: que a pesar de las imperfecciones en esta relación, las políticas públicas relacionadas con el tema de la violencia se han basado en los resultados de la investigación académica. Y va más allá, al afirmar sin rodeos: "Este tópico del divorcio entre el saber y el poder, era propio de décadas anteriores, pero hace rato no es vigente". Sin entrar a terciar en la valoración de esta relación en el tema específico de la violencia, me inclino más por el pesimismo de Rubio, a partir de lo que ocurre en el campo -con límites poco claros- del desarrollo social. Al margen de la poca inteligencia que se le podría endilgar a los tomadores de decisiones en cuanto a su capacidad de apropiación de la investigación de los académicos y su uso en la formulación de políticas públicas, en la mayoría de los temas de desarrollo social es muy escasa la investigación de los centros académicos de utilidad para el diseño de políticas. Sigue infranqueable el abismo que separa la sutileza y complejidad teórica y lingüística que predomina en el discurso de los investigadores de las instituciones académicas, y la racionalidad instrumental que domina en los funcionarios que diseñan las políticas.
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Pero no se trata de un divorcio fundamental entre la lógica del saber y la del poder. A pesar de la demonización a que ha sido sometido el aparato estatal colombiano en las últimas décadas por parte de los analistas sociales, viendo en él únicamente corrupción, clientelismo, premodernidad e ilegitimidad, en el diseño de las políticas y los programas estatales se ha logrado, así sea incipientemente, cierto grado de racionalidad y de fundamentación en el conocimiento. Lo que pasa es que este conocimiento no ha provenido de las investigaciones autónomas emprendidas por tres universidades y los centros de investigación, sino de los estudios y consultorías contratadas por el Estado. Situación ésta que si bien no indica una incomunicación entre el saber y el poder, tampoco es demasiado favorable para el diálogo inteligente y mutuamente enriquecedor entre las instituciones académicas y las del Estado, dado que las reglas del juego sobre qué es importante conocer y los alcances de estas indagaciones son en buena medida definidos unilateralmente por las instituciones estatales. Otro elemento que vale la pena resaltar en el trabajo de Cubides es su énfasis en la distinción entre violencia y conflicto. Con algo de licencia poética, creo que esta distinción puede profundizarse aún más, ya que se podría pensar no sólo que son cosas distintas, sino inclusive que son opuestas. Que el comportamiento violento, sea este individual o colectivo, tiene como una de sus causas el no reconocimiento y abordaje del conflicto, mientras que en la resolución cada vez más imaginativa y equilibrada del conflicto estaría la clave del desarrollo individual y social. Si aceptamos que el conflicto - sea este psíquico o social -es el escenario ideal para ampliar la experiencia al posibilitar la inclusión y legitimación de nuevos elementos psíquicos o nuevas racionalidades y actores sociales, se hace evidente su distancia con la violencia, cuya lógica es la de la represión eliminación. Para contextualizar el argumento en el país, como lo planteó hace ya casi una década el maestro Estanislao Zuleta, se puede defender la tesis que la violencia en nuestra cultura es un signo inequivoco de que somos una sociedad todavía inmadura para el conflicto. Esta inmadurez se refleja no sólo en la violencia política o en la criminalidad común, sino en el ethos de nuestras instituciones. En buena parte de ellas con inusitada frecuencia, el conflicto se convierte en violencia simbólica, o se busca evitarlo, al actuar como si lo opuesto a la violencia fuese el unanimismo o la aceptación acrítica de la autoridad. El trabajo de Luís Javier Orjuela contiene una imprecisión que facilita su esfuerzo argumentativo por establecer una relación a priori entre apertura económica y la creación de condiciones desfavorables para un proceso de democratización e integración de la sociedad. De manera equivocada, Orejuela señala que a partir de la apertura se ha reducido el gasto público de carácter social, mientras que todas las cifras sobre el gasto social las de tiros y troyanos - señalan que se éste ha tenido un incremento real y sostenido en los últimos siete años. Esta imprecisión, junto con lo genérico de los datos empíricos con los que busca apoyar su tesis, parece indicar que más que la conclusión de un análisis juicioso, se trata de una convicción ideológica que en el escrito no queda suficientemente sustentada.
. De otra parte, Orjuela contrapone la legitimidad y la eficiencia del Estado. Su tesis central es que el énfasis en la eficiencia de las "reformas neoliberales", se contrapusieron al objetivo de fortalecerlo, de la Constitución de 1991. Así como no es clara esta contraposición desde una perspectiva puramente racional, la ausencia de referencias a estudios de caso específicos, tampoco la clarifican en el contexto nacional. En este sentido, despachar alegremente el proceso de descentralización por "la exacerbación del clientelismo regional", como si fuera un proceso simple con un sólo efecto, es a todas luces cuestionable. Que no tengamos balances juiciosos del proceso de descentralización es otro reclamo que le podemos hacer a las ciencias sociales. Pero esta ausencia no legitima análisis reductivos. Finalmente, una de las tesis centrales del trabajo de Jorge Morales, presentada en sus conclusiones, que "La Malicia Indígena rige (en el país) como marcador étnico especialmente en las relaciones con nacionales de otros países (...)", ejemplifica la debilidad del análisis histórico y social de su ensayo. En primer lugar, en el análisis de sus causas. Si el imaginaria y la identidad cultural del colombiano como portador de dicha "malicia indígena", se explica por "la experiencia colonial del indio", -como dice el autor, habría que sustentar porqué fue la experiencia del indígena y no la del negro, el español o el mestizo la que determinó el núcleo de nuestros imaginarios. En segundo lugar, habría que especificar los elementos de nuestra experiencia histórica que nos permiten diferenciarnos, a partir de esta auto-percepción, de otras naciones. En especial, de otros países latinoamericanos con experiencias coloniales de cierta continuidad con la nuestra y con imaginarios bastante análogos, como se puede constatar en la literatura sobre el "ladino" mexicano, o en la descripción del "chula" ecuatoriano en la obra de Jorge Icaza, o en aquella oda a la "malicia" y 'Viveza" del 1 salvadoreño del poeta Roque Roldán. Más que en las preguntas que se formula el autor sobre nuestra colombianidad, considero que una explicación más certera de este "carácter nacional" que va de la mano de una clara indisciplina social, reside en un proceso psíquico y social más universal y propio de grupos sociales en los cuales se ha debilitado una moral tradicional y metafísica - la moral católica, y las formas de convivencia de los indígenas y los afroamericanos, en nuestro caso - y no se ha logrado imponer una ética moderna, propia de las sociedades complejas, reguladas por Estados con altos niveles de legitimidad y democracia.
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Sobre el crepúsculo de la sociología y el comienzo de otras narrativas* por José Joaquín Brunner** Conversando la otra noche con Ángel Flisfisch, fue él quien me sugirió hablar en esta ocasión de la sociología como un lenguaje que, después de sus clásicos y epígonos, al parecer ya no tiene mucho que decir al mundo. A mí esa intuición me pareció interesante, pues tenía que ver con lo que -de manera abstracta y general; más 'sociológica", por lo tanto- yo quería s decir hoy, en el 40 aniversario de la FLACSO. Es sabido que en sus orígenes la sociología apenas lograba distinguirse de otros géneros, entendidos éstos como un universo ideológico-verbal diferenciados entre sí. Así, por ejemplo, hasta muy tarde -entrado ya el siglo XIX- su discurso se mantuvo entremezclado dentro del campo semántico de la filosofía, la historia, la literatura y el ensayo. Sólo con el tiempo llegó a constituir un lenguaje separado, relativo, objetual y limitado a una profesión intelectual. Una hipótesis posible de explorar es que, en ese proceso, la sociología mantuvo sin embargo, y prolongó, algunos elementos del género de la epopeya, intentando por el contrario separarse-de la evolución de la novela, su eterna competidora. Según Bajtin, hay tres características esenciales de la epopeya: primero, que le sirve como objeto del pasado nacional; segundo, que usa como fuente la épica de la tradición, es decir, las leyendas; y, tercero, el estar divorciada de la contemporaneidad la del rapsoda y sus oyentes-, por 1 una "distancia épica absoluta" . La sociología conserva esos elementos, transformándolos. Si uno piensa en el desarrollo de la sociología clásica, por ejemplo, verá que ella es algo así como la épica del surgimiento de la modernidad. Su *Discurso en la celebración de 40 aniversario de la Flacso, Chile. Publicado en Revista de Crítica Cultural, Santiago de Chile, noviembre de 1997. **Sociólogo, ministro secretario general de Gobierno de la República de Chile 1 Mijail Bajtin, Teoría y Estética de la Novela, Taurus Humanidades, 1991, especialmente el capitulo "Épica y Novela", págs: 449-485.
referencia, igual que en la epopeya, es el mundo de los comienzos, de las rupturas originantes; describe una suerte de periplo desde el pasado. Tal es el paso de la comunidad a la sociedad de Tonnies; o de la solidaridad moral a la orgánica, de Durkheim; o de la convención; o de las agrupaciones sin clases ni dominación a la historia de las civilizaciones; en suma, las "imágenes de corte" de nuestra disciplina. Sólo a partir de ellas se vuelve posible, posteriormente, entender los procesos -en cierto nivel -cuasi-míticos- de la racionalización, la secularización, la universalización, la diferencia o la modernización; para no hablar de conceptos más descriptivos como urbanización o industrialización. Los propios autores clásicos de la sociología son 'teóricos épicos", como los llama un autor; en el sentido de que sus obras representan un esfuerzo heroico de comprensión, cuyo producto es una sabiduría con la cual podemos conversar hasta hoy. Entre el pasado y el presente que recorre el periplo de la sociología, media también una "distancia épica absoluta"; la del despliegue de las fuerzas productivas, o de la lucha de clases, o de la extinción del sujeto, o de la masificación, o de la privatización de las formas de vida, o de la fragmentación, o como sea que se llamen -en este género profesionallos tránsitos hacia la modernidad. La épica en estado puro tiene que ver con los padres, con el comienzo de un viaje, con primitivas canciones, con una valoración que dice: "todo está bien en ese pasado, y todo lo que es esencialmente bueno (que es lo primero) sólo se encuentra en ese pasado". Las formas literarias antiguas viven de la transmisión oral, sacralizan el origen, se nutren de la tradición. Cuando finalmente se agotan y mueren, pasando a ser nada más que objeto de los textos escolares o un signo de cultura distinguida -tales la hipótesis, la novela y la sociología toman su lugar, pero sólo ésta última repite su gesto, convirtiendo a las sociedades en actores épicos de la modernidad. En el terreno de los géneros literarios, el desplazamiento de la epopeya por la novela representa el paso del héroe al personaje; de la leyenda al relativismo del presente; de los universos culturales cerrados
a los sistemas lingüísticos abiertos donde se funden diversos lenguajes y niveles de conciencia. Mientras la principal fuerza creadora de la literatura antigua reside en la memoria y no en el conocimiento, la sociología en cambio, igual que la novela, es hija del conocimiento, siendo ambas alimentadas por la época moderna, con la cual se hallan profundamente emparentadas. Dicho de otra forma, la sociología es algo así como la epopeya en estado moderno; por tanto, racional y lacerada por la autoconciencia de la fragilidad de su lenguaje profesional. Su drama es que a diferencia de la epopeya antigua no puede hablar de un orden cristalizado en la memoria colectiva; un tiempo cuyas leyendas son sagradas en el grupo y, por eso, valoradas e impersonales; un pasado del cual emana "un profundo respeto hacia el objeto de la representación y hacia la palabra que lo representa". Más bien, la sociología tiene como suyo lo profano y expresa un movimiento, lo inasible, los tránsitos hacia la contemporaneidad y las contradicciones de ésta. Sus imágenes buscan capturar procesos; no héroes. Actores que se desplazan en el escenario de la historia y que, con el tiempo, han venido reduciéndose cada vez más y tomándose pequeños, livianos e intrascendentes. Por eso, a semejanza de una parte de la novela contemporánea, también cierta sociología cultiva el minimalismo; un universo microscópico poblado de anti héroes y minúsculos gestos. Seguramente, quien mejor habla de ese mundo evanescente es Goffman; una especie de teórico post-modernista antes de tiempo. En su sociología, más cercana a la novela que a los orígenes epopéyicos de la disciplina, todo es mínima gesticulación, desempeño de roles, comunicación teatral, fugaces transacciones, representación de un yo separado de toda épica y que carece de memoria, salvo aquella de acceso aleatorio (RAM) a los acontecimientos del día a día. Esa parte de la sociología etnometodología, sociología de la vida cotidiana, dramaturgia social, microfísica del poder, fenomenología de los actos; todo eso- se acerca
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los actos; todo eso-se acerca definitivamente más a Samuel Becket -o a cualquier otro "grado cero de la escritura" -que a los clásicos de la disciplina o a la gran novela histórica del siglo pasado. Al frente de aquella sociología episódica y mínima esta la otra, la continuadora formal de la epopeya; la del marxismo, el funcionalismo pesado, el historicismo estructural o la teoría de sistemas. Aquí valen todavía las "figuras completas"; las estabilidades, las lógicas inmanentes, los aparatos, los modos de producción, las épocas, las epistemologías. Ahí se halla instalada la "gran sociología" la de nuestros clásicos, la emblemática, la que tiene jerarquía duración y estatuto oficial en los textos canónicos de la disciplina. De modo que también en nuestra profesión tenemos altos y bajos géneros; la grandeza heroica de los sistemas y las estructuras junta a la apariencia profana del acontecer individual, transitivo, fugaz y olvidable. Memoria y presente; épica e ironía. Las ciencias sociales no han podido nunca conciliar esas dos vertientes, sin embargo; la que viene de la epopeya y se prolonga en lucha contra la novela y la que vuelve la espalda a su origen épico y busca reencontrarse con la novela. En efecto la gran sociología, la sinfónica, la que está del lado de la historia y del despliegue de la modernidad se halla puesta bajo la sombra de sus propios antepasados y tiende ahora nada más que a repetirse, como esos posters que se venden a la salida de los museos. O bien se convierte en método, en un intento desesperado por cuantificar la realidad. Por su parte, la otra, la sociología no oficial, de cámara, novelesca y más liviana, la de Goffman y los situacionistas, aquella que coquetea con la posmodernidad y con los micro-espacios de la actividad social, corre permanentemente el riesgo de volverse tediosa y pedante, al transformarse en teoría del conocimiento. Uno termina revisando protocolos de conversaciones o los microejercicios rituales del poder dentro de la sala de clases, cosas todas que el cine, la novela y la televisión tratan de manera más aguda y mejor.
De manera que mirados estos asuntos en balance puede ser, efectivamente, que el lenguaje de la sociología haya dejado de hablar. Ni sus grandes categorías sistemáticas, ni sus pequeños conceptos de interpretación de la vida cotidiana, parecen sostenerse en pie frente al doble embate del Banco Mundial y la novela contemporánea. Aquel describe y analiza más fehacientemente los sistemas y proporciona además manuales para actuar sobre ellos. Y ésta representa más ricamente que la sociología los elementos de la vida interior y colectiva. De hecho, uno debería preguntarse si acaso no sería preferible, antes que enseñar a los autores clásicos y contemporáneos de la disciplina, leer las novelas de Joyce, Durrel, Vargas Llosa, Becket Julian Barnes, Aguilar Camín o Mafud. La herencia epopéyica de la sociología crea, además, una barrera epistemológica insalvable para tratar la contemporaneidad. Se introduce por su intermedio, subrepticiamente, esa "distancia épica absoluta" de la que hablábamos antes. Como dice Bajtin, "la palabra acerca de un hombre muerto se diferencia profundamente, desde el punto de vista estilístico, de la palabra acerca del hombre vivo". La gran sociología habla bien de hombres muertos; los actores del pasado: el Estado, los partidos, las clases sociales, los sindicatos, las civilizaciones, las revoluciones. En cambio, prácticamente no se refiere a hombres vivos:las o los enfermos de SIDA, soldados, empleados del Registro Civil, obreros de Lota, ídolos de la canción, innovadores, académicos, pobres de hoy, nuevos ricos, enamorados, resentidos jugadores de fútbol, atormentados por la sequía, emergentes grupos de poder. Por su parte, las sociologías dramáticas y situacionistas hablan mal o poco de los muertos -de las guerras o las epidemias, por ejemplo- y, entre los vivos que son su especialidad, elige preferentemente a quienes se hallan de alguna forma excluidos de la corriente principal de la modernidad. En medio queda un ambíguo territorio poblado por toda suerte de "nuevos actores" y “mediaciones”
que, a fuerza de ser nombrados, tampoco logran ser explicados por una de ambas sociologías: la sociedad civil, los nuevos asociacionismos, las comunidades virtuales, la opinión publicados controles simbólicos, el mercado, los agentes del conocimiento, los consumidores, los "brokers" de distinto tipo, etc. Más bien la dificultad de aprehender lo contemporáneo con el lenguaje de la sociología vuelve a incentivar un verdadero florecimiento de la novela, cuyo mérito es proporcionar, precisamente, un punto de vista, desde la actualidad sobre la contemporaneidad. Como la hacen también el periodismo, el cine y la televisión, cada uno a la manera de su género. Frente a la fuerza de esas narrativas, la sociología -en sus vertientes macro y micro-parece ir quedando fuera de la escena intelectual y del campo comunicativo. Su familiaridad con lo actual es escasa; sus reconstrucciones epopéyicas han sido consumidas; su perplejidad ante el mundo es menos rica, variada y auténtica que aquella de la novela o las artes audiovisuales. Quizá sea cierto entonces que el universo ideológico-lingüístico de nuestra profesión esté en vías de desaparición, ahora que los "grandes relatos" parecen haberse desacreditado y las microrepresentaciones de la vida cotidiana se hallan mejor servidas por los medios de comunicación. La sociología se halla particularmente mal dotada para las preguntas pos-modernas, las cuales tienen que ver, al final, con puntos de vista cambiantes, con el "pensamiento débil", con fragmentos, con dilemas de orden moral, con historias e historietas yno con "la" Historia. Por su origen epopéyico y su insalvable sesgo épico, el sistema ideológico y de lenguaje de nuestra disciplina se queda paralizando ante la falta de seriedad de lo contemporáneo; ante los juegos del poder; ante la ironía propia de todo lo descentrado, pluralista y diverso que hay en nuestra época y conciencias. A la sociología no le viene bien un mundo en que predominan los estilos de vida, las formas de
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Consumo y no de producción, los travestismos y las parodias, y donde se perciben con tal claridad las irracionalidades de la historia. No le viene bien una época sin tradiciones, que duda de sí misma y del progreso y que se burla de las estructuras y los valores, de lo sagrado y la memoria, para dedicarse a los intercambios y el cinismo conceptual, al cultivo personal y las creencias esotéricas. Termino citando un pasaje que leí en un libro publicado recientemente por el Warton Professor de literatura inglesa de la Universidad de Oxford, cuyas preguntas resuenan con dolorosa familiaridad: "Imaginen ustedes, dice, un movimiento radical que hubiera sufrido una enfática derrota. Tan enfática, en efecto, que le resulte improbable resurgir en el tiempo de vida de sus miembros, si acaso. La derrota que tengo en mente no es el tipo de rechazo al cual la izquierda política se halla depresivamente acostumbrada; sino una repulsa tan total y definitiva que parece desacreditar los propios paradigmas con los cuales esa izquierda tradicionalmente ha trabajado. Ya no cabría, por tanto, defender esos conceptos apasionadamente sino que bastaría con otorgarles el suave interés del anticuario cuando contempla la cosmología ptolomeica o el escolasticismo de Duns Scoto. Tales conceptos y el lenguaje actual de la sociedad semejarían estar ya no tanto en feroz pugna como ser, sencillamente, inconmensurables cual lenguajes de diferentes planetas más que de naciones adyacentes. ¿Qué ocurriría si la izquierda se encontrara de pronto no sólo apabullada y sobrepasada sino completamente descolocada, hablando un discurso tan fuera de tono con la modernidad que, como el lenguaje del gnosticismo o del amor cortesano, nadie siquiera se preocupara por indagar sobre "el valor de su verdad?. ¿Qué si la vanguardia diviniera un remanente; sus argumentos aún inteligibles pero alejándose velozmente hacia alguna estratosfera metafísica donde se convirtieran nada más que en un apagado grito? ¿Cuál sería la reacción de la izquierda política 2 frente a ese tipo de derrota?"
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Terry Eagleton, The IIusions of Postmodernism, Oxford, Blackwell, 1996, pág.1.
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Antidisciplina, transdisciplina y redisciplinamientos del saber* por Nelly Richard* "Vuelvo sobre la discusión entre trabajo intelectual y trabajo académico: coinciden en parte.. pero no son lo mismo. Vuelvo sobré la dificultad de instituir una real práctica de critica cultural, que no debe tratar de reinscribirse en la metanarrativa del Conocimiento alcanzado dentro de las instituciones. Vuelvo sobre teoría y políticas, sobre las políticas de la teoría. No la teoría como voluntad de verdad, sino la teoría como un conjunto de conocimientos en pugnas, localizados y coyunturales".
reconfiguración de nuevos instrumentos teóricos para el análisis crítico de la cultura. Los estudios culturales y la crítica cultural representarían dos nuevas prácticas que participan de esta misma búsqueda de transversalidad tanto en el rediseño de las fronteras del conocimiento académico (los estudios culturales) como en la rearticulación crítica del discurso teórico (la crítica cultural). Ambas prácticas -y las relaciones de diálogo, resistencia o cuestionamiento que las vinculan entre sí- invitan a una reflexión, necesaria de producirse hoy, que desborda el formato del saber universitario y del discurso académico para interrogar sus bordes crítico-intelectuales.
Stuart Hall
Aunque todavía escasos y muchas veces precarios en sus realizaciones, ciertos gestos destinados a modificar las reglas de configuración del saber tradicional buscan perfilarse en el contexto de una actual reflexión sobre la crítica del modelo académico en las universidades chilenas de la 1 postdictadura . Estas experiencias que aspiran a descentrar los mecanismos de jerarquía y control del conocimiento oficial -pluralizando las formas y los estilos de. hacer teoríahablan de "miradas, transversales que propician cruces intermultidisciplinarios, así como puentes entre lo académico y las polifonías socio-culturales; de saberes que no están ni autorizados ni consolidados, sino más bien abiertos a las errancias crítico-creativas de los inestables y fluidos imaginarios de fin 2 de siglo" .Pluralidad, movilidad y flexibilidad del conocimiento son algunos de los rasgos que estas prácticas del saber recientemente diseñadas le oponen a la rigidez del formato académico tradicional, recurriendo a la transdisciplinariedad como vector experimental y creativo de *Este texto corresponde a Un libro de próxima publicación de la autora **Critica literaria, directora de la revista Critica Cultural. 1 A modo de ejemplos, quisiera mencionar el Programa de Género y Cultura en América Latina de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile y el Diplomado en Crítica Cultural de la Universidad Arcis, como dos espacios interesados en desobedecer el sistema de legitimidad disciplinaria y en articular una tensión -política y teórica- entre las fronteras de la academia y saberes que provienen de otras partes. 2 Kemy Oyarzún, "Introducción" en Revista Nomadías, No. 1, diciembre de 1996, Santiago, pág. 7.
Textos intermedios, fronterizos.
saberes
¿A qué llamar "crítica cultural" y cómo evitar que la repetición del nombre suene taxativamente a programa, como si designara un modelo a aplicar supuestamente dotado de una homogeneidad de forma y contenidos ? Aunque dejáramos en suspenso la definición de qué es la "crítica cultural" (primero, porque dicho término designa un conjunto variable de prácticas y escrituras que no responden a un diseño uniforme y, segundo, porque no cerrar esta movilidad de posiciones diferenciadas que arma contrastes entre discursos heterogéneos contribuye a desalinear la voluntad académica de querer siempre ordenar tipologías y nomenclaturas), valdría la pena precisar algunos de los rasgos que, pese a esta heterogeneidad de formas y disimilitud de contenidos, comparten varios textos de hoy que suelen identificarse como textos de 3 "crítica cultural" : textos que se encuentran a mitad de camino entre el ensayo, la teoría de la cultura, el análisis desconstructivo y la crítica teórica, y que mezclan estos diferentes registros para examinar el cruce entre discursividades sociales, simbolizaciones culturales, formaciones de poder y construcciones de subjetividad.
Digamos, primero, que se trata de textos “que- sobre todo en su momento de producción y circulación- desbordan una inscripción fácil en la retícula del saber y que vindican para sí esa condición de margen. Margen respecto a los campos disciplinarios constituidos -sociología, psicoanálisis, semiología, antropología, teoría literaria, etc.- aun cuando se parasite de los conceptos generados en esos campos; se trata de textos animados por el propósito de desplegar -en un registro verbal que premeditadamente se aparta de las doxas institucionalizadas- una mirada conceptual sobre coyunturas significantes que, o bien: 1) no están analizadas todavía: 2) están consideradas hasta ahí según marcos discursivos cuyos presupuestos ideológicos no han sido sometidos a crítica; o bien 3) están excluidas de todo análisis por la acotación de campo reproducida inercialmente a través de la formación disciplinaria. Textos que se despliegan al margen del aval institucional, esto es, en cuyos enunciados no habla aún -a través dé sus soportes, formatos, sintaxis y gramática- la institución convertida en sujeto, sino que, todo lo contrario, se definen, ya en su cuerpo significante, 4 en tensión crítica con ella" . Los textos de crítica cultural serían" entonces textos intermedios que no quieren dejarse localizar según los parámetros institucionales que definen el saber ortodoxo; textos que reivindican su ímpropiedad en relación a las disciplinas tradicionales y la noción tradicional de "disciplina" entendida como un corpus de enseñanza cuyas reglas de especiaIización fijan y controlan la relación (disciplinaria, técnica y profesional) entre objetos, saberes y 5 métodos . Lejos de ser una disciplina, la crítica cultural sería una práctica: es decir, un modo de hacer o una forma de actuar, una estrategia de intervención teórico-discursiva que selecciona sus instrumentos críticos en función de la coyuntura de signos que se propone analizar y demostrar: “hay una política de las armas en la critica 4
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Junto con insistir en el carácter provisorio y tentativo de) término de 'crítica cultural" que designa un conjunto multiforme de textos imprecisos en sus contornos, prefiero dejar a la imaginación del lector la responsabilidad de elegir, dentro de las lecturas que conforman cada bibliografía, los textos que compartirían algunos de los rasgos aquí descritos.
Carlos Pérez V, Introducción al Seminario de Crítica Cultural, Universidad Arcis, abril de 1997. 5 Según M. Foucault, “Una disciplina se defino por un ámbito de objetos, un conjunto de métodos, un corpus de proposiciones consideradas verdaderas, un juego de reglas y de definiciones, de técnicas y de instrumentos". Michel Foucault El Orden del Discurso, Barcelona, Tusquets, 1973, pág. 27.
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culturaI, una política del recurso de que se echa mano (postestructuralismo, semiología, psicoanálisis, discurso de género, 6 etc.)" elegidos según la especificidad local de los materiales y de las significaciones a intervenir. Ligado a esta dimensión coyuntural, deberíamos también enfatizar el carácter de intervención que anima el proyecto de la crítica cultural: no le bastaría analizar los textos de la cultura en su dimensión intradiscursiva, sino que buscaría siempre comprometer a su destinatario en un trabajo crítico de desmontaje y rearticulación del sentido para examinar las conexiones locales y específicas que unen los signos a sus redes político-institucionales. Se trataría de colocar bajo sospecha los resortes discursivos de las construcciones de poder que traman las distintos cadenas de producción y recepción sociales de los enunciados en circulación, pero también de involucrar al lector en una tarea compartida de vigilancia crítica que enseñe a desocultar los artificios de representación dominantes y a producir, a la vez, contra lecturas susceptibles de impugnar su sistema de valores y de jerarquizaciones canónicas. En una línea derivada del postestructuralismo, la crítica cultural . trabajaría en politizar la cuestión del discurso haciéndolo ver como trama de violencia, control y lucha en torno a la autoridad simbólica del poder de la palabra y del control de la representación. Pero la crítica cultural no se conformaría con sólo desconstruir las figuras discursivas de imposición del sentido en las que las ideologías sociales basan su poder normalizador. Pretendería también, descubrir y activar críticamente lo que se les resiste: (a potencialidad discordante de los entrelineas más rebeldes de los textos de la cultura que entran en disputa con sus relatos 7 legitimadores . A la crítica cultural le interesaría tomar partido a favor de las significaciones antihegemónicas -no 6
Willy Thayer, Introducción al Seminario de Critica Cultural, Universidad Arcis abril de 1997. 7 Dice P. Bové: "la acción crítica no puede sólo descubrir y minar el discurso opresor, sino también abrir espacios de ayuda a otros para formar sus propias subjetividades en oposición a las definiciones -discursivas e institucionales generadas y fijadas por las estructuras dominantes y sus agentes". Paul Bové, La estela de la Teoría, Madrid, Cátedra, 1992, pág. 78. .
centrales- que emergen de escrituras y lecturas en pugna con la tradición oficial (el canon; dominante, la normativa institucional) y que apelan a una política y a una estética de los bordes, de los márgenes y de las fronteras. (Por eso las alianzas que suelen tejerse -en desorden de programas- entre la crítica cultural, la desconstrucción y la teoría feminista: por sus comunes propósitos de desorganizar las máquinas binarias que giran alrededor de una "funcióncentro" de la representación hegemónica para rescatar lo plural y diseminado que habitan, minoritariamente, en las franjas de exclusión y subalternidad de la geografía del conocimiento oficia). Los estudios culturales tal como 8 han sido definidos también se mueven en una dirección transdisciplinaria, al querer diseñar un modelo de reorganización académica del conocimiento que incorpore saberes hasta ahora marginados por el canon de las disciplinas tradicionales. La crítica cultural y los estudios culturales compartirían un mismo interés por ciertas combinaciones teóricas que les sirven a ambos para analizar (y defender) representaciones sociales y formaciones de identidad habitualmente segregadas por las jerarquías de la cultura oficial. Ambas prácticas estarían interesadas en participar de una "insurrección de los 8
Son múltiples y diversas las definiciones que se pueden proponer de este nuevo modelo de reorganización académica del conocimiento llamado "Estudios Culturales", un modelo ya ampliamente formalizado en la academia internacional (principalmente, anglonorteamericana) y de creciente implementación en varias universidades latinoamericanas. A modo de referencia, ofrezco dos descripciones que definen el proyecto de los estudios culturales desde dos diferentes latitudes: J. Beverley habla de los 'estudios culturales" como de "un programa vinculado más o menos directamente con la militancia política de los sesenta , la Nueva Izquierda, el marxismo althusseriano o neogramsciano, la teoría feminista y el movimiento de mujeres, el movimiento de derechos civiles, la resistencia contra las guerras coloniales o imperiales, la desconstrucción", John Beverley, "Estudios culturales y vocación política" en Revista de Crítica Cultural, No. 12, julio de 1996, Santiago, p. 46, mientras S. Delfino se refiere a ellos en función de los problemas que permiten analizar: problemas relacionados con 'Vida cotidiana e información, géneros audiovisuales y consumo de bienes simbólicos, recorridos urbanos como transformaciones perceptivas, pasaje de la democracia de masas a un uso político de la visibilidad de las minorías o la proliferación de demandas por derechos localizados concretos" Silvia Delfino, "Prólogo" en La Mirada oblicua: estudios culturales y democracia, Comp. S. Delfino, Buenos Aires, La Marca, 1993, pág.5.
saberes sometidos" (Foucault), destinada a potenciar la fuerza de descentramiento de los márgenes y de las periferias que bordean la cultura institucionalizada. Pero quizás, mientras los estudios culturales defienden el objetivo práctico de rearticular universitariamente formas de transmisión de los nuevos conocimientos, la crítica cultural posee mayor libertad de movimientos para entrar o salir del mapa académico para moverse en sus bordes-poniendo especialmente el acento en la transversalidad crítica de una práctica del texto. Por un lado, los estudios culturales y la crítica cultural elaborarían una respuesta solidaria, si los confrontáramos ambos a la pregunta de cuáles prácticas son capaces de abrir nuevos contextos de descubrimiento que modifiquen el trazado de inclusión-exclusión del saber dominante, ya que ambos se inclinan hacia sujetos y objetos discriminados por el abusivo predominio de lo central (lo metropolitano, lo occidental, lo masculino, etc.). Pero a la crítica cultural le interesaría, además, preguntarse más específicamente cómo deben abordarse estos nuevos objetos (a través de qué nuevos registros de conocimiento y también de escritura) para que la relación entre teoría y novación pase por un cuestionamiento, no sólo conceptual, sino también retórico de las formas de habla-que sobredeterminan los saberes heredados de las disciplinas, ya que son estas formas las que los ponen en situación de "exclusión o inclusión, complicidad o resistencia, dominación o relajo, abstracción o coyunturalidad, monólogo o polílogo, quietismo*)'' activismo, mismedad u otredad, opresión o emancipación, 9 centralización o descentralización" Frente al lenguaje codificador del programa académico. Frente a los estudios culturales, preocupados básicamente de ampliar y diversificar los trazados universitarios del conocimiento, la crítica cultural acentuaría la necesidad de reflexionar, no sólo sobre la formulación social de los nuevos objetos a teorizar (democracia, feminismo, globalización,
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Vincent Leitch, Cultural criticism, Literary Theory, Poststructurarlism, New York, Columbia University Press, 1992, pág. 9 (la traducción es mía).
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ateorizar (democracia, feminismo, globalización, ciudadanía, postcolonialismo, etc.), sino también, sobre sus propios dispositivos de teorización; sobre lo que el uso de la teoría moviliza y transforma en y de las redes del conocimiento disciplinario, sobre las respectivas posiciones de autoridad académico-institucionales que obedecen o desobedecen los textos y sobre las distintas voces con las que se formula el saber crítico. Estas posiciones y voces, estos registros de habla, son lo que articula las políticas de la escritura del texto crítico. La teoría como escritura El tema de las relaciones entre saber académico y des-academización del saber pasa por esta cuestión de la escritura crítica, de las políticas del texto escrito. Sin embargo, dicho tema es generalmente desatendido por los estudios culturales cuyo standard académico tiende a producir una suma uniforme de materiales investigativos regidos por la operatividad tecnocultural del dato que encuentra su símbolo desapasionado en el paper. La reducción funcionaría del Texto al paper ha roto el emblema de una densa tradición ensayística con el nuevo predominio de la investigación sociológica que ha sacrificado la espesura retórica y figurativa del lenguaje en el sentido (fuerte)de lo que Barthes llamaba "la teoría como 10 escritura" , es decir, la teoría que piensa sus formas y dice cómo se dice para desinstrumentalizar el simple "referirse a" del saber práctico con palabras que retienen en su urdimbre reflexiva la memoria del deshacer y del rehacerse de la significación. Contra la funcionalidad del paperque predomina en los departamentos de estudios culturales que persiguen la mera calculabilidad de la significación, la manipulabilidad de la información cultural para su conversión económica 10
Decía R. Barthes: "me pregunto si, en última instancia, no podría identificarse teoría y escritura. La escritura, en el sentido actual que puede concederse a la palabra, es una teoría. Tiene una dimensión teórica, y ninguna teoría debe rehusar la escritura, ninguna teoría debe moverse únicamente en el interior de una pura "escribancia", es decir, desde una perspectiva puramente instrumental respecto al lenguaje. La teoría seria un lenguaje que... se observa a si mismo en una especie de autocrítica permanente". Roland Barthes en Varios Autores, La Teoría, Barcelona, Anagrama, 1971, pág. 9.
en un saber descriptivo, la 'teoría como escritura" fantasea con abrir líneas de fuga por donde la subjetividad crítica pueda desviar la recta del conocimiento útil para explorar ciertos meandros del lenguaje que recargan los bordes de la palabra de intensidad opaca. Los estudios literarios, lo sabemos, se vieron bruscamente sacudidos por el descentra miento de la ideología moderna de la literatura que fundó en América Latina la consciencia crítica de lo continental y de lo nacional, tal como aparece simbolizada, por ejemplo, en "La Ciudad Letrada" de Ángel Rama. Esta conciencia ideológico-literaria de la modernidad latinoamericana -sus imágenes de la función intelectual y del pensamiento crítico- se ven hoy amenazadas por el efecto dispersivo de las redes globales cuyas imágenes massmediáticas fragmentan diariamente los trazados de integración de la nación y de la ciudadanía volviéndolos cada vez más 11 difusos e inestables . La literatura y los estudios literarios han debido acostumbrarse a este desplazamiento de protagonismo que coloca ahora lo visual y sus tecnologías de la imagen en el lugar antes ocupado por lo textual. La sustitución del espesor de lo verbal por la planitud de lo visual marcaría el triunfo irreflexivo de superficies sin hendiduras ni rasgaduras simbólicas, sólo hechas para consagrar "la desilusión de la 12 metáfora" , al eliminar todas las marcas de profundidad (el enigma del pliegue, los dobleces de la multivocidad) que asociaban lo literario a sutiles protocolos de desciframiento estético. Pero los estudios literarios han resentido, además, los efectos de otra confusión. Se han visto afectados por el gesto que realizaron los estudios
culturales de ampliar y extender la noción de "texto" a cualquier práctica social -o red articulada de mensajessin ya precisar la distinción entre "narración" (volumen) e "información"(superficie) que antes separaba lo directo de lo indirecto, lo literal de lo metafórico, los trámites simplemente decodificadores de la comunicación de los complejos juegos interpretativos de la simbolización estética. El "giro lingüístico" que llevó la noción de texto a desbordar las fronteras de exclusividad de lo consagrada mente literario para abarcar ahora cualquier práctica de discurso, nos ha traído por una parte el beneficio de una mirada teórica sobre lo social más atenta al detalle de cómo signos, códigos y representaciones, van urdiendo su trama simbólica, discursiva e institucional. Pero, por otra parte, esta apertura sin límites del Texto (en el sentido barthesiano de la palabra) a la 'textualidad" de cualquier práctica significante ha suprimido la necesidad de discriminar entre 'texto" y "discurso" y ha también disuelto la especificidad de lo estético-literario en torno a la cual giran los estudios de la literatura. La semiotización de lo cotidiano social que nos llama a descifrar los artificios retóricos' de una moda vestimentaria o de un show televisivo con las mismas técnicas con las que antes analizábamos un poema o una novela, ha-subordinado la pregunta por el valor de lo artístico y de lo literario "al punto de vista relativista de la sociología de la cultura"13; un punto de vista que admite comentarios sobre los efectos institucionales de producción-circulación-recepción de las obras, pero, que no nos permite dejarnos sorprender por la voluntad de forma y estilo que define las tomas de
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Al reflexionar sobre los cambios ocurridos en el diseño que asociaba el proyecto de las humanidades en América Latina a los modelos de identificación ciudadana, J. Ramos dice: "en este fin de siglo, marcado por la globalización distintiva de las sociedades mediáticas, acaso las formaciones sociales, no requieran ya de la intervención legitimadora de esos relatos modeladores de la integración nacional, en la medida en que el Estado se retrae de los contratos republicanos de la representación del "bienestar común" y en que los medios de la comunicación masiva y el consumo entretejen otros parámetros para la identificación ciudadana y sus múltiples exclusiones". Julio Ramos, "El proceso de Alberto Mendoza: poesía y subjetivación" en Revista de Crítica Cultural N.13, Noviembre 1996, Santiago, pág. 34. 12 Jean Baudrillard, La transparencia del Mal, Barcelona, Anagrama 1991, pág. 14.
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Beatriz Sarlo, "Los estudios culturales y la crítica literaria en la encrucijada valorativa" en Revista de Crítica Cultural, No. 15, Noviembre 1997, Santiago. En la línea de Adorno para quién "una estética valorativamente neutra es un contrasentido", B. Sarlo argumenta a favor de los valores diciendo lo siguiente: "Si la sociología de la cultura logra desalojar una idea bobalicona de desinterés y sacerdocio estético, al mismo tiempo evacúa rápidamente el análisis de las resistencias propiamente estéticas que producen la densidad semántica y formal del arte. El problema de los valores es liquidado junto con los mitos de la libertad absoluta de la creación. La perspectiva sociológica disuelve la buena conciencia autojustificatoria, pero también corroe la densidad de las razones del arte", Beatriz Sarlo en Escenas de la vida posmoderna, Buenos Aires, Ariel, 1994, pág. 156.
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partido ideológico-críticas, con las que cada obra elige oponerse a otras apostando a determinados valores de forma y significación. La sociología de la cultura -cuyo registro predomina ampliamente en cierto mapa académico de los estudios culturalesfalla en hacerse cargo de la disputa de fuerzas entre lo ideológico, lo crítico y lo estético, cuando es precisamente esta tensionalidad la que dramatiza el arte en su apuesta de los valores contra "el relativismo estético, cargado 14 de indiferencia" que fomenta por el pluralismo en serie del mercado y de la industria culturales. La sociología de la cultura y los estudios culturales trivializaron la reflexión sobre los textos y sus estéticas al desatender el valor de la diferencia entre texto y discurso y, al renunciar a especificar por qué ciertos lenguajes indirectos (llenos de ambigüedad y multivocidad) dicen lo que dicen con la intensidad formal y semántica de un "más" completamente irreductible a la practicidad comunicativa del signo que Sólo transporta un valor-información. La crisis del paradigma de lo literario, exacerbada por los flujos mediáticos de la cultura audiovisual, ha motivado la interrogante -formulada por J. Beverley-de saber "qué pasará cuando la literatura sea simplemente 15 un discurso entre muchos" , es decir, cuando se disuelva enteramente la frontera entre el lenguaje ordinario del mensaje instrumental y la poética del lenguaje que carga el signo de autoreflexividad y de plurivocidad. Es decir, cuando todo lo hablado y lo escrito terminen uniformándose bajo el mismo registro banalizado de una mortal desintensificación del sentido: un registro en el que la palabra habrá dejado de ser teatro o acontecimiento para volverse simple moneda de intercambio práctico ya carente de todo brillo, fulgor o dramaticidad. Esta pregunta por el destino de lo estéticoliterario en cuanto dimensión figurativa de un signo estallado (difractado y plural) capaz de criticar la homogeneidad de las hablas meramente notificantes que forman la más comunicológica, está ligada al destino de la escritura critica hoy amenazada por la dominante instrumental de un saber práctico que 14
Theodor W. Adorno, Teoría Estética, Madrid, Taurus, 1992, pág. 367. 15 John Beverley, "¿Hay vida más allá de la literatura?" en Estudios, No. 6, Caracas, 1995, pág. 39.
censura los pliegues autoreflexivos de la escritura en cuya reserva se trama la relación entre sujeto, lengua y 16 pensamiento crítico . Las políticas del acto crítico El leit motiv del "trans" ("más allá de" "del otro lado" 'a través de", etc.) hoy recorre múltiples latitudes de la cultura académica para hablarnos de los cruces de fronteras, de las migraciones de identidades y de las hibridaciones del conocimiento que están desplazando y reformulando los lugares geográficos, las clases sociales, los géneros sexuales y los saberes teóricos. Y los estudios culturales recogen en su primer diseño, el impulso crítico de esta diagonalidad de cortes trazados en el 17 mapa de las disciplinas tradicionales . Pero la rápida academización del 'trans" nos está diciendo que la incomodidad del no-refugio exaltada por esta primera voluntad crítica de nomadismo e itinerancia señalada por el prefijo en contra de las formaciones sedentarias del saber institucional, ya no es tal. Lo venido de otra parte, la alteridad crítica de los saberes que nacieron batallando contra la centralidad académica, estarían hoy reintegrándose (al menos en la academia internacional) a un standard 16
. N. Casullo plantea que, para que los estudios culturales sean algo más que meras "asesorías a eventuales administraciones" de lo real en su dimensión más constreñidamente adaptativa, hace falta que reflexionen sobre "la disolución de un paradigma crítico" que enlazaba "la amenaza, el drama y las armas de la crítica" y cuya memoria hace falta 'como problemática cultural... que no concilia con lógicas, lenguajes y horizontes tecno-instrumentales de una dominante de la cultura donde todo aparece como vacuamente decible, transparentable: pseudocrítica. Y donde la cultura instituida, "progresada", vencedora, ofrece afirmativamente, en cada encrucijada, todas las palabras para explicar 'el mundo". Nicolás Casullo, "Investigaciones culturales y Pensamiento crítico" en Sociedad, No. 5, octubre 1994, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, pág. 83. 17 . J Ramos argumenta a favor del potencial crítico de los estudios culturales en los siguientes términos: en la medida en que cortan diagonalmente el marco epistémico de las disciplinas, los estudios culturales suponen el cuestionamiento, a veces radical, del principio de autonomía el principio de inmanencia que regula la validación de enunciados producidos por los campos racionalizados del saber moderno- con efectos tanto en las estrategias para el recorte de nuevos objetos de investigación y diseño curriculares, como en las concepciones de la compleja relación entre el saber y el poder que sobredetermina las investigaciones mismas" Ramos, op. Cit pág. 36.
universitario que administra "los efectos políticos institucionales de la inscripción del trabajo intelectual en el 18 interior de la academia" por medio de un idioma profesionalizante. La transdisciplinariedad es una de las ' reglas teóricas que hoy impulsa los sistemas de conocimiento a querer extender y diversificar el campo de sus objetos de estudios para mejorar su comprensión de una realidad crecientemente móvil y compleja. Pero la mayor pluralidad de objetos a estudiar que los estudios culturales buscan conquistar no siempre implica una reflexión sobre cómo pluralizar los modos de configuración discursiva del saber para no retener las palabras de lo nuevo en sus viejos moldes de exposición. Es como si la nueva zona de libre comercio entre las disciplinas anunciada por el método de la interdisciplinariedad, se conformara simplemente con ordenar una suma pacífica de saberes complementarios destinados a integrar una nueva totalidad de conocimientos más abarcadora y funcional que dejaría finalmente intocados los contornos de cada saber heredado. Sin embargo, Roland Barthes ya nos prevenía de que la interdisicplinariedad "no puede llevarse a cabo por la simple confrontación de saberes especiales; la interdisciplinariedad no es una cosa reposada: comienza efectivamente ... cuando se deshace la solidaridad de las antiguas disciplinas, quizás hasta violentamente en provecho de un 19 objeto nuevo, de un lenguaje nuevo" . La formalización académica de la transdisciplinariedad llevada a cabo por buena parte de los estudios culturales, ha terminado borrando de sus procesos de reorganización del saber, lo que Barthes llamaba "el 20 malestar de la clasificación" ," es decir, la experiencia crítica de un desajuste necesario de tenerse siempre en cuenta para conjurar el peligro de que se reinstalen nuevas programaticidades de conocimiento cuando la renovación de los objetos de
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Habla P. Bové de cómo la profesionalizaron académica del trabajo crítico hace que "los críticos llamados de oposición manejan "profesionalmente" el pequeño valor significante o "función de oposición" y "transforman los valores intelectuales en capital económico y social" de acuerdo a los altos índices de "mercantílización y fetichismo dentro de las profesiones" que afectan el discurso crítico como tal. Bové, op. cit, págs. 17 y 18;' 19.Roland Barthes, El susurro del Lenguaje, Barcelona, Paidós, 1987, pág. 73. 20 Ibid.
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estudios termina complaciendo el llamado técnico a sólo producir un nuevo saber-en-orden, un saber que re-clasifica, sin que la lengua encargada de transmitir ese saber acepte dejarse interrogar por la fuerza extrañante de lo desclasificado, de lo inclasificable, que sólo encuentra su lugar en el destramar y retramar de la escritura crítica. Los estudios culturales nacieron con la idea de mezclar, colaborativamente, la pluridisciplinariedad (combinación plural de saberes flexibles) y la transculturalidad (apertura de las fronteras del conocimiento a problemáticas hasta ahora marginadas del paradigma monocultural de la razón occidental-dominante). Responden así a los nuevos deslizamientos de categorías entre lo dominante y lo subalterno, lo masculino y lo femenino, lo culto y lo popular, lo central y lo periférico, lo global y lo local, que recorren hoy las territorialidades geopolíticas, las simbolizaciones identitarias, las representaciones sexuales y las clasificaciones sociales. Los Estudios Culturales reformulan así un nuevo proyecto democratizador de transformación académica que permita leer la subalternidad (exclusiones, discriminaciones, censuras, periferizactones) en los cruces de "un amplio rango de disciplinas académicas y de posiciones 21 sociales" . Es decir, que los estudios culturales -al menos, en su versión más fuertemente motivada por lo que J. Beverley llama una 'Vocación 22 política" - pretenden dos cosas: 1) desjerarquizar el conocimiento y modificar las fronteras entre disciplinas para producir un nuevo saber más plural y flexible, es decir, un saber mezclado que permita comprender más adecuadamente las nuevas realidades -híbridas- de un paisaje social en extensa mutación de categorías e identidades y 2) no sólo estudiar ese paisaje sino que intervinieren él, haciendo explícito, contra la voluntad de autonomía dejas disciplinas tradicionales, su
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John Beverley, "Writin in reverse: on the projecto of the Latin American Subaltern Group" en Disposition XIX 1994, University of Michigan, pág. 285. 22 Beverley, "Estudios Culturales y Vocación Política" en Revista de Crítica Cultural, No. 12, julio 96, Santiago.
compromiso con los movimientos sociales y las prácticas culturales de sujetos contrahegemónicos (postcolonialismo, feminismo, multiculturalismo, etc.). Esta vocación política de los estudios culturales los llevó a construir una especie de "saber orgánico" (Stuart Hall) destinado a fortalecer la demanda de ciudadanía de estos grupos minoritarios en un contexto de transformaciones democratizadoras, y también a rearticular teóricamente las significaciones culturales que plantean sus nuevas condiciones de emergencia social en el terreno de la academia. La idea de un saber que usa la interdisciplinariedad para combinar diferentes modelos de análisis de las nuevas problemáticas de género, multiculturales, postcoloniales, etc. nos habla de un saber constructivo y organizativo, de un saber que busca perfeccionar la utilidad de ciertos instrumentos de reflexión teórica y 23 social para hacerlos "funcionales" a ciertas dinámicas de cambio académicas y extraacadémicas. En su afán de "criticar a las disciplinas, democratizar estructuras, modificar requisitos, desmantelar el canon, crear nuevos espacios para trabajar con 24 libertad" , los estudios culturales pelean por la efectividad práctica de cambios que vayan a modificar las reglas más conservadoras de la enseñanza universitaria tradicional que siguen estructurando departamentos y programas. "Democratizar el conocimiento" (Beverley) significa, entonces, favorecer la incorporación plural de saberes hasta ahora desvalorizados por las jerarquías deconocimiento de la cultura canónica: saberes cuyo potencial emancipatorio es capaz de desbordar el texto académico con nuevas energías de transformación social en conexiones de flujos teórico-políticos con el afuera vivo de la universidad. Y no cabe 23
El comentario de B. Sarlo, referido a esta funcionalidad de los Estudios Culturales, es el siguiente: "En los últimos diez o quince años, los estudios culturales aparecieron como una solución apropiada para los rasgos de la nueva escena. Sin voluntad de extremar la caracterización, diría que movimientos sociales y estudios culturales fueron compañeros de ruta extremadamente funcionales a la transición democrática, por una parte, y al naufragio de las totalizaciones modernas, por la otra.", Beatriz Sarlo, "Los estudios culturales y la critica literaria en la encrucijada valorativa" en Revista de Critica Cultural, No. 15. 24 John Beverley, "Estudios Culturales y Vocación Política", pág. 48.
duda que el movimiento democratizador de los estudios culturales que reorganiza el conocimiento en complicidad de voces Con identidades hasta ahora subrepresentadas por el canon de la academia metropolitana, ha alterado el sistema de autoridad de la institución universitaria con su revalorización de lo no-central y de lo contrahegemónico. Pero es también cierto que la practicidad de saber de los estudios culturales tiende generalmente a anular la tensión entre sujeto, teoría y escritura que debería hacer vibrar la reflexión sobre el texto crítico hoy reprimida por la dominante sociológica de las nuevas investigaciones académicas 25
F. Galende discute este punto afirmando que los estudios culturales no harían sino "poner a circular lo otro.. en el mercado de lo conocido": 'destituir la heterogeneidad de lo otro, el episodio inaudito del otro, todo lo que ese otro es cuando no es sólo su vida útil" para finalmente "citarlo a 26 comparecer en la categoría" y domesticar así su surgimiento rebelde con un ordenamiento funcional a las burocracias discursivas de la crítica que hará progresar el conocimiento de lo nuevo en la exclusiva dirección de significaciones todas ellas calculables y administrables, en lugar de abrirlo al riesgo de lo intempestivo. Según F. Galende, la crítica académica institucionalizada por los estudios culturales sólo les permitiría ilustrar "la metáfora oficial de un inerte realismo de época"27 que busca ajustar su saber a los cambios, en lugar de potenciar el cambio como una fuerza de des-ajuste capaz de sacudir la lengua normalizada del conocimiento y 28 su disciplina académica . Es cierto que muchos exponentes de los estudios culturales creen hacer acto 25
Remito al texto del autor que replica a la postura de Beverley sobre los Estudios Culturales: Federico Galende, "Un desmemoriado espíritu de época: tribulaciones y desdichas en torno a los Estudios Culturales", Revista de Critica Cultural, No. 13, noviembre 1996, Santiago, pág. 52. 26 Ibid 27 Ibid 28 Decía M. de Certeau, a propósito de los peligros que representan, para cualquier especialista, "la irrupción de lo impensado: "algún elemento tácito agitado invalida las herramientas mentales elaboradas en función de una estabilidad. Pero los instrumentos también formaban parte de lo que se ha agitado" Michel de Certeau, La Toma de la Palabra, y otros escritos políticos, México, Universidad Iberoamericana, 1995, pág. 30.
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de conocimiento al sólo describir lo real transformado, sin nunca preguntarse por él efecto de disrupción que deberían causar sus transformaciones de objetos en el interior de la lengua misma al perturbar radicalmente la adecuación satisfecha entre razón, método y objetividad con todo lo que separa, inquieta, divide y conmociona los léxicos demasiado en regla consigo: con todo lo que entra en ruptura de convenciones académicas con el verosímil dominante y sus índices de legibilidad mayoritariamente aprobados. Quizás una posible diferencia entre los estudios culturales y la crítica cultural -entendida, ésta última, como "crítica de la crítica"-, tenga que ver con esta tensión entre el saber explicativo que formula y expone las razones de por qué nuestro presente es como es, y el saber interrogativo que no se conforma con éstas demostraciones, sino que busca perforar el orden de sus pruebas y certezas con el tajo (especulativo) de la duda, de la conjetura a bien de la utopía Hechas, en cada caso, reclamos de escritura contra la didáctica del saber conforme con sólo aplicar técnicas que enserian. Pero, tampoco basta la idea de un saber que se contorsiona en los arabescos de la duda y del eterno preguntar(se), sin correr el riesgo de una afirmación o de una negación que, por provisorias que sean, se atrevan a decidir, a ejercer la responsabilidad práctica de un acto de sentido. Perderse en el infinito deslizarse de las significaciones frustrando todo posible encuentro del significante con el significado, conspira obviamente contra la posibilidad de que el saber pueda ejercer una acción transformadora sobre las estructuras 29 materiales de la institución . Tal acción necesita que el pensamiento dubitativo salga de su reserva ensimismada y se pronuncie a favor o en contra de ciertas decisiones, interrumpiendo el suspenso de su ilimitada cadena de indefiniciones para 29
Dice R Bové: 'como observa Gramsci, las fuerzas contrahegemónicas necesitan siempre una estructura institucional para orientar (a resistencia y reorganizar las posibilidades culturales" en nuevas direcciones; el desafio crítico consistiría en conectar la dinámica de los cambios con dicha estructura sin dejar que lo instituido la atrape y la inmovilice. Bové, op. cit. pág. 71.
detenerse en algún sitio ubicable desde el cual tirar líneas, marcar posiciones, señalizar y comunicar los cambios. El momento organizativo de cualquier lucha académico-institucional depende de la capacidad que tiene el saber de operar sobre tramas concretas de sentido y referencias, para intervenir el soporte de la institución en su materialidad concreta 3O y el "deseo llamado estudios culturales" (Jameson) no podría concretarse sin pasar por los relevos prácticos del manejo universitario. El gesto a imaginar sería entonces un gesto doble, combinado: un gesto que, por una parte, se atreve a materializar el cambio pasando necesariamente por la concreción de operaciones localizadas en un marco institucional, y que, por otra parte, se mantiene vigilante frente al peligro de que inadvertidos conformismos de estilo terminen llevando la lengua y el saber de lo "nuevo" a sólo ilustrar el realismo académico de las políticas del cambio. Gesto doble sobre el cual medita Derrida al evocar la tensión entre filosofía e institución, cuando afirma que "lo extrainstitucional debe tener sus instituciones sin pertenecerles", y cuando pregunta:" ¿Cómo conciliar el respeto del límite institucional con su transgresión?, ¿Cómo conciliar la identidad localizable con la ubicuidad 31 desbordante? " siendo ambas dimensiones igualmente necesarias para construir una política del acto crítico. Las relaciones entre la institución académica y sus bordes, entre el saber centralizador y las fuerzas dispersas y en movimiento, entre la ritualización de "Discurso Universitario" y sus 'otros" precarios e híbridos, no son nunca relaciones fijas sino relaciones móviles y cambiantes,
hechas de líneas y de segmentos variables tanto en su consistencia de enunciados como en sus ubicaciones de lugar y sus funciones. Revisar este diagrama de fuerzas para calcular el modo en que los cambios efectuados en el interior de la academia (llámense: estudios de género, estudios culturales o crítica cultural) serán capaces de afectar -y en qué grado- su máquina del conocimiento; examinar los conflictos y antagonismos de saberes que emergen de las fisuras de autoridad del discurso centrado, es parte de lo que la misma crítica cultural propone como trabajo "desconstructivo" es decir, como un trabajo que no se resume a un simple método de análisis de los discursos sino que busca intervenir las formas y los soportes de relaciones-prácticas e institucionales- de estos discursos. Razón por la cual es sólo la práctica 32 crítica de la teoría la que puede decidir sobre el valor o la fuerza de los desarreglos de enunciados que su discurso pretende operar en el formato institucional del saber académico.
32 30
Al precisar la distinción entre "institucionalización" y "codificación", S. Hall precisaba: "Estoy a favor de la institucionalización porque se necesita pasar por el momento organizacional -la larga ruta a través de las instituciones- para construir alguna forma de proyecto intelectual colectivo" en Stuart Hall, Critical dialogues in Cultural Studies, edit. by David Morley and Kuan-Hsing Chen London, Routledge, 1996, pág. 149. (La. Traducción es mía). 31 Jacques Derrida, "Les antinomies de la discipline philosophique- Lettre préface" en La gréve des philosophes (Ecole et philosophie), Paris, Editions Osiris, 1986, pág. 15. La traducción y los subrayados son míos.
Coincido con P. Bové cuando insiste en que "Nunca debería escribirse en abstracto sobre la naturaleza de la "critica de oposición" La crítica" de cualquier especie debe ser siempre concreta y específica sin importar cómo esté configurada teóricamente. Particularmente la "crítica de oposición" no puede tanto definirse o teorizarse como ponerse en práctica... No puede existir como una serie de generalidades, de afirmaciones prescriptivas que trazan un programa, un método o conjunto de 'Valores"... Para captar algo de la fuerza de un acto 'critico de oposición" se debe ver éste, antes que nada, como un acto y en acción; se debe ver éste encajado críticamente con algún elemento de la estructura autorizada de la sociedad y la cultura a la que se enfrenta" Bové, op, cit págs. 83-84.
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Cultura-. Teorías y Gestión.
carácter de inacabada.
Abello I, Ignacio, Sergio de Zubiría S. y Silvio Sánchez F.
Resulta adecuado resaltar el significado de esta obra, si no por su extensión, sí por el contenido y la pulcra presentación que los autores hacen de los textos seleccionados ofreciendo distintas posibilidades de lectura, abordadas al tiempo con sencillez y maestría.
San Juan de Pasto, Ediciones Universidad de Nariño, 1998, 294 págs.
por María Cristina Gálvez Directora programas culturales, Banco de la República, Pasto
Considerando la importancia que día a día cobra el desarrollo cultural en nuestro país y luego de extensas discusiones en tormo a lo que podría denominarse “cultura" se publica esta obra que evidencia una interesante dinámica frente a (diversos fenómenos y las distintas teorías que los explican. Múltiples han sido los procesos que en Colombia se han generado a través de seminarios, encuentros, talleres y demás actividades, las cuales, han sido lideradas y organizadas por Instituciones como Colcultura, Banco de la República, Universidad de los Andes, Universidad Javeriana, Universidad de Nariño, entre otras, permitiendo una producción literaria propia de estos eventos y la participación intelectual de los autores de "cultura: teorías y gestión". Fueron precisamente el conocimiento del país, su trayectoria investigativa y su experiencia docente, los factores que motivaron a los autores (Ignacio Abello T, Sergio de Zubiría S., y Silvio Sánchez F, filósofos y profesores de la Universidad de los Andes y de la Universidad de Nariño) a revisar discusiones y estudios adelantados, así como sus distintas intervenciones de todo tipo, orales o escritas, a nivel nacional o internacional. En consecuencia, se consolida una reflexión permanente abierta al enriquecimiento y al compromiso nacional. Con la simplicidad de la palabra, esta obra no sólo permite ampliar las contribuciones que cada uno ha hecho en trabajos anteriores, sino que indudablemente es un aporte significativo en el contexto cultural actual, constituyéndose en una lúcida y variada confrontación con la intención de orientar el camino de nuevas discusiones, toda vez que cifra su validez e importancia en su
obra
eternamente
Si bien es cierto que en la elaboración teórica de este trabajo prima un carácter filosófico, es un tratamiento que no lo convierte en una lectura abstracta, por el contrario, examina el desarrollo de unos principios y de unas teorías que nos enseñan y ayudan a comprender que la "Cultura" se construye a partir del "ser" para manifestarse en la cotidianidad. Debe señalarse también la riqueza de notas informativas en cada texto, las cuales contribuyen a complementar las diversas perspectivas presentadas, facilitando de esta manera su comprensión. Libro que desarrolla una serie de conceptos en torno a las dimensiones de la cultura, bajo un excelente manejo cronológico en su composición temática. El prólogo, es bien equilibrado porque sitúa perfectamente al lector entre el contenido de la obra y su expresión.
Cultura: Teorías y gestión. No podría comprenderse la existencia de la cultura sin desarrollar unos hitos históricos, sin una lectura del pasado en el contexto presente, y es así como el profesor Abello, en una conversación libre con la historia de la cultura, desde Cicerón en la Antigua Roma a partir de la "cultura Animi" (cultura del espíritu) transportándonos a su desarrollo en épocas medievales y emparentadas con nuestro pasado hispánico, nos coloca ante mundos reconocibles en el tiempo o en el espacio que han generado valores, creencias, costumbres, etc., culturas que al adquirir una fisonomía propia, también se han transformado en la afirmación permanente de la diferencia, determinando la realidad de un espacio en multiplicidad. Texto que descifra como el deber-ser cultural crece, y como
comprende a los demás en la seguridad de construir la historia de un mundo sólido que pueda pensar, crear y transformar de manera diferente. El profesor De Zubiría por su parte, desarrolla la noción de cultura en la modernidad y en América Latina definiéndola culturalmente, y para ello, recurre a pensadores contemporáneos quienes presentan una heterogeneidad de conceptos, planteando múltiples interrogantes. La cultura en todas sus manifestaciones y ante un proceso de apertura creciente a las puertas del próximo milenio, ofrece la posibilidad de potencializar su dimensión estableciendo una dialéctica de enriquecimiento y de afirmación. Finalmente el profesor Sánchez en el panorama nacional, permite vislumbrar un mensaje optimista ya que pese a los problemas que plantea, cabe la búsqueda de mundos posibles, búsqueda que depende de nosotros mismos como agentes de la historia A la vez que existe el acuerdo en que cada fenómeno y cada acontecimiento tiene su explicación, los autores sin la rigidez de una teoría, presentan simples variaciones de la pregunta fundamental "¿Qué es la cultura?". Son miradas que entrelazan las huellas de distintas épocas, la proyección sobre el mundo y la vitalidad de un presente con todos sus rigores, en su afán por avanzar en nuevas propuestas de desarrollo social, económico y cultural ante la inquietante problemática que vive nuestro país. En el segundo capítulo, se evidencia la complejidad que suscitan los fenómenos de la identidad (unidadigualdad) y la diferenciales allí donde los profesores Abello y De Zubiría los redefinen y reconfiguran planteando abiertamente la discusión permanente frente al ser de otro modofla alteridad y la diversidad, la irrupción de la alteridad con el descubrimiento de América rompe con todos los límites de la identidad y la diferencia. El problema en sí no es nuevo, el problema es de lenguaje que es en últimas lo que nos permite representar la realidad en su diversidad y en sus carencias; estas dimensiones de la cultura, se concretan en el capítulo de la multiculturalidad en donde se examina que así como la identidad no existe sin la diferencia, lo multiple está contenido en el acontecimiento
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cultural que supera la visión reducida de cultura ya que en definitiva se considera una realidad que participa en la construcción de la sociedad. Por consiguiente, se concluye a la manera nietzscheana que el interrogante podría resolverse aproximando la noción de cultura a este eterno juego creador de la experiencia, en donde la verdad, el bien y el propio sujeto, no son sino ficciones que históricamente están en constante proceso de formación y de transformación mediante una permanente lucha de fuerzas que no tienen ni origen, ni fin. Más allá del título del presente volumen y de su rico contenido temático, Cultura: teorías y gestión, es una invitación para adentrarse en el debate contemporáneo de las cuestiones culturales, así como el reconocimiento de la importancia que implica el establecimiento de una política cultural al momento de formular el papel de gestor cultural y su posición ante las posibilidades de interpretación cultural, porque definitivamente es una obra, clara y reflexiva.
Sistemas jurídicos Paez, Kogi. Wayuu y Tule Carlos César Perafán Simmonds ICAN - Colcultura, 1995 / 296 ps. por Federico Guzmán Facultad de Derecho Antropología Uniandes
y
Depto.
de
Este trabajo constituye una de las primeras obras que exploran concienzudamente el campo de la antropología jurídica en nuestro país. Con la intención de "reconciliar los sistemas jurídicos indígenas colombianos", Perafán aborda una reflexión teórica sobre los diversos sistemas de resolución de conflictos existentes en el territorio nacional, haciendo especial hincapié en la forma en que se articulan con el sistema judicial nacional. Valiéndose de tal modelo de contraste y articulación entre estructuras jurisdiccionales nacionales y minoritarias, Perafán introduce cuatro categorías analíticas
cada una correspondiente a un tipo de sistema resolutivo- con base en las cuales se pueden comprender las formas de salvar conflictos existentes al interior de las comunidades indígenas; tales categorías son luego ilustradas con la exposición detallada de los principales rasgos que caracterizan el ordenamiento jurídico de las etnias Paez, Kogi, Wayúu y Tule. Su metodología consiste, así, en la aplicación de la parte general del trabajo a cada uno de los casos elegidos. El estudio se inicia con un análisis de la consagración constitucional de la "jurisdicción especial indígena" (artículo 246 de la Carta). El autor ubica el origen de esta disposición en dos fuentes- que entre sí guardan gran afinidad-: la primera, el hecho de que la nueva formulación constitucional no parte de una preexistencia empírica de la igualdad para orientar los postulados jurídicos que la conforman, sino por el contrario, parte de un reconocimiento de la diferencia, la cual busca preservar; la segunda, que conforme con este reconocimiento del pluralismo, se admita la existencia de sistemas jurídicos paralelos al nacional (como lo son los indígenas), en los cuales puede enmarcarse el ejercicio del Derecho. El segundo paso de la reflexión consiste en clasificar los sistemas de resolución de conflictos colombianos en las cuatro categorías principales arriba mencionadas: -Sistemas segmentarios, en los cuales las autoridades encargadas de resolver conflictos no son permanentes, sino aparecen dependiendo de la posición de las partes en el conflicto, siempre que pertenezcan a comunidades garantizadas socialmente en segmentos; -Sistemas de autoridades comunales, en los cuales se acude a autoridades instituidas de manera permanente y centralizada; -Sistemas religiosos, en los cuales bien sea en primera instancia, o a falta de consenso comunitario sobre la solución que deba darse a un caso, se recurre a la opinión de una persona o grupo de personas que detentan un conocimiento “mágico”
o representen una institución religiosa; y -sistemas de compensación directa, que pueden ponerse en marcha en forma previa o posterior a la actuación de la jurisdicción, y se materializan o bien en intentos de composición entre los grupos en conflicto a través de un mediador sin autoridad, o bien en el cobro directo de la cuenta a través de una compensación impuesta por el grupo ofendido, respectivamente; no es técnicamente una juridiscción, sino un sistema de transacción o cobro en el cual no media una autoridad que decida los conflictos con fuerza de cosa juzgada. Según Perafán,en cualquiera de sus fases de actuación, estos sistemas se sustituyen o complementan, dependiendo de la comunidad de la cual se trate y de sus intereses en un momento determinado. A su vez, estas estructuras resolutivas se articulan con el sistema judicial nacional, en la medida en que éste se active o bien por una falla en el sistema jurisdiccional especial del cual se trate, o bien por iniciativa de la parte en el conflicto que haya quedado descontenta con el resultado de su actuación. El autor establece las diferencias entre el sistema judicial nacional y los sistemas jurídicos paralelos que estudia, basándose en los rasgos generales de las dicotomías teóricas formuladas entre comunidad y sociedad (modelo de Toennies) y entre solidaridad orgánica y solidaridad mecánica (modelo de Durkheim). En este orden de ¡deas, los sistemas indígenas conformarían el polo comunidad-solidaridad orgánica, y el sistema nacional el polo sociedadsolidaridad mecánica. Asimismo, discierne ciertos factores culturales que tienen una incidencia relevante sobre la actuación de las estructuras jurisdiccionales indígenas, y que probablemente no son consideradas como factores de evaluación en los casos en que actúa el sistema judicial nacional, como lo son la herencia, la pertenencia al grupo, el acceso a los recursos, y las particularidades de cada etnia respecto de la calificación de los hechos ilícitos como típicos, antijurídicos y culpables.
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cultural que supera la visión reducida de cultura ya que en definitiva se considera una realidad que participa en la construcción de la sociedad. Por consiguiente, se concluye a la manera nietzscheana que el interrogante podría resolverse aproximando la noción de cultura a este eterno juego creador de la experiencia, en donde la verdad, el bien y el propio sujeto, no son sino ficciones que históricamente están en constante proceso de formación y de transformación mediante una permanente lucha de fuerzas que no tienen ni origen, ni fin. Más allá del título del presente volumen y de su rico contenido temático, Cultura: teorías y gestión, es una invitación para adentrarse en el debate contemporáneo de las cuestiones culturales, así como el reconocimiento de la importancia que implica el establecimiento de una política cultural al momento de formular el papel de gestor cultural y su posición ante las posibilidades de interpretación cultural, porque definitivamente es una obra, clara y reflexiva.
Sistemas jurídicos Paez, Kogi. Wayuu y Tule Carlos César Perafán Simmonds ICAN - Colcultura, 1995 / 296 ps. por Federico Guzmán Facultad de Derecho Antropología Uniandes
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Depto.
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Este trabajo constituye una de las primeras obras que exploran concienzudamente el campo de la antropología jurídica en nuestro país. Con la intención de "reconciliar los sistemas jurídicos indígenas colombianos", Perafán aborda una reflexión teórica sobre los diversos sistemas de resolución de conflictos existentes en el territorio nacional, haciendo especial hincapié en la forma en que se articulan con el sistema judicial nacional. Valiéndose de tal modelo de contraste y articulación entre estructuras jurisdiccionales nacionales y minoritarias, Perafán introduce cuatro categorías analíticas
cada una correspondiente a un tipo de sistema resolutivo- con base en las cuales se pueden comprender las formas de salvar conflictos existentes al interior de las comunidades indígenas; tales categorías son luego ilustradas con la exposición detallada de los principales rasgos que caracterizan el ordenamiento jurídico de las etnias Paez, Kogi, Wayúu y Tule. Su metodología consiste, así, en la aplicación de la parte general del trabajo a cada uno de los casos elegidos. El estudio se inicia con un análisis de la consagración constitucional de la "jurisdicción especial indígena" (artículo 246 de la Carta). El autor ubica el origen de esta disposición en dos fuentes- que entre sí guardan gran afinidad-: la primera, el hecho de que la nueva formulación constitucional no parte de una preexistencia empírica de la igualdad para orientar los postulados jurídicos que la conforman, sino por el contrario, parte de un reconocimiento de la diferencia, la cual busca preservar; la segunda, que conforme con este reconocimiento del pluralismo, se admita la existencia de sistemas jurídicos paralelos al nacional (como lo son los indígenas), en los cuales puede enmarcarse el ejercicio del Derecho. El segundo paso de la reflexión consiste en clasificar los sistemas de resolución de conflictos colombianos en las cuatro categorías principales arriba mencionadas: -Sistemas segmentarios, en los cuales las autoridades encargadas de resolver conflictos no son permanentes, sino aparecen dependiendo de la posición de las partes en el conflicto, siempre que pertenezcan a comunidades garantizadas socialmente en segmentos; -Sistemas de autoridades comunales, en los cuales se acude a autoridades instituidas de manera permanente y centralizada; -Sistemas religiosos, en los cuales bien sea en primera instancia, o a falta de consenso comunitario sobre la solución que deba darse a un caso, se recurre a la opinión de una persona o grupo de personas que detentan un conocimiento “mágico”
o representen una institución religiosa; y -sistemas de compensación directa, que pueden ponerse en marcha en forma previa o posterior a la actuación de la jurisdicción, y se materializan o bien en intentos de composición entre los grupos en conflicto a través de un mediador sin autoridad, o bien en el cobro directo de la cuenta a través de una compensación impuesta por el grupo ofendido, respectivamente; no es técnicamente una juridiscción, sino un sistema de transacción o cobro en el cual no media una autoridad que decida los conflictos con fuerza de cosa juzgada. Según Perafán,en cualquiera de sus fases de actuación, estos sistemas se sustituyen o complementan, dependiendo de la comunidad de la cual se trate y de sus intereses en un momento determinado. A su vez, estas estructuras resolutivas se articulan con el sistema judicial nacional, en la medida en que éste se active o bien por una falla en el sistema jurisdiccional especial del cual se trate, o bien por iniciativa de la parte en el conflicto que haya quedado descontenta con el resultado de su actuación. El autor establece las diferencias entre el sistema judicial nacional y los sistemas jurídicos paralelos que estudia, basándose en los rasgos generales de las dicotomías teóricas formuladas entre comunidad y sociedad (modelo de Toennies) y entre solidaridad orgánica y solidaridad mecánica (modelo de Durkheim). En este orden de ¡deas, los sistemas indígenas conformarían el polo comunidad-solidaridad orgánica, y el sistema nacional el polo sociedadsolidaridad mecánica. Asimismo, discierne ciertos factores culturales que tienen una incidencia relevante sobre la actuación de las estructuras jurisdiccionales indígenas, y que probablemente no son consideradas como factores de evaluación en los casos en que actúa el sistema judicial nacional, como lo son la herencia, la pertenencia al grupo, el acceso a los recursos, y las particularidades de cada etnia respecto de la calificación de los hechos ilícitos como típicos, antijurídicos y culpables.
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El tercer y último paso de Perafán consiste en explorar cuatro casos específicos de sistemas resolutivos de controversias, los cuales analiza con base en las categorías formuladas en la parte general del trabajo. A cada uno de ellos le categoriza bajo alguna de las rúbricas atribuidas a los diferentes tipos de estructura jurisdiccional (p.ej., el sistema wayúu es uno de compensación directa), y acto seguido presenta una recopilación de las normas con base en las cuales cada sistema opera. Es de gran importancia anotar que el modelo exploratorio del cual se sirvió el autor para la compilación de las diferentes formas de consagrar los hechos ilícitos en cada uno de estos ordenamientos, fue la clasificación que de los mismos hace el Código Penal colombiano, a la cual le añadió nuevas categorías propias de los pueblos indígenas (como lo son la identidad, los sitios sagrados, la economía y la medicina tradicional). Este es, probablemente, el aspecto más problemático de su trabajo. Si bien el estudio en comento constituye una guía de inmensa utilidad para el interesado en acercarse a los sistemas jurídicos de los pueblos indígenas colombianos, y especialmente de los cuatro que estudia en particular, debe tenerse en cuenta que las categorías que utiliza en su análisis, y especialmente en su recopilación de normatividad, son derivadas de un proceso histórico occidental que se inició en Europa a finales de los años sesenta, y que culminó con la llamada "teoría del bien jurídico". Esta postura asume que ciertas conductas son tipificadas como ilícitos para tutelar ciertos aspectos de la sociedad que, en un momento determinado, el legislador considera esenciales. Es así como, por ejemplo, conductas delictivas como el homicidio y las lesiones personales - en el ordenamiento nacional- se consideran vulneratorias del bien jurídico 'Vida e integridad personal"; o acciones como la violación o el estupor, violatorias del bien "libertad sexual". Este esquema técnico es transladado, en la reflexión de Perafán, a los sistemas indígenas; en consecuencia, las normas que ha recopilado son agrupadas conforme con bienes jurídicos que si bien pueden ser considerados
desde su posición como de gran valor transculturaI, no está demostrado que hayan sido formulados en esos términos por las comunidades estudiadas; v.g., al hablar del sistema Páez, agrupa ciertas acciones ilícitas bajo la rúbrica "conductas contra el sufragio" "conductas contra la integridad moral"; tal esquema se aplica a todas las comunidades elegidas.
Pensar la Globalización
Este aspecto del trabajo de Perafán remite inmediatamente al debate que se suscitó en la década de los setenta entre los antropólogos Paul Bohannan y Max Gluckmann, sobre la legitimidad de la postura analítica según la cual se pueden utilizar, en el análisis jurídico de sociedades distintas a la occidental, conceptos que a todas luces son hijos de la tradición jurídica europea, como lo es la noción misma de Derecho. Mientras que Gluckmann defiende tal postura argumentando que los conceptos actualizados en la antropología sufren un proceso de depuración que les libera de las connotaciones etnocéntricas de las cuales adolece su uso cotidiano, lo cual reduce el riesgo de distorsión de los hechos observados, Bohannan considera imposible reducir del todo tales connotaciones occidentalistas, por lo cual propone como única alternativa viable el uso de las categorías "nativas".
Sao Paulo, Brasiliense, 1994
Aunque este debate epistemológico aún no ha sido del todo resuelto en el ámbito de la teoría antropológica, es claro que Perafán ha tomado una posición al respecto; de allí que sea necesario que el lector tome en consideración cuáles son los presupuestos de las categorizaciones presentes en el texto, para bien aceptarlas o recibirlas con beneficio de inventario. Más aún, si se tiene en cuenta que –sin ánimo de demeritar el notable trabajo de Perafán- son estos conceptos y categorías los que utilizan instancias jurisdiccionales de la importancia de la Corte Constitucional para emitir los fallos que versan sobre la jurisdicción indígena, con todas las repercusiones que ello conlleva sobre la construcción jurisprudencial del "indígena". En conclusión, es el lector quien se verá obligado a asumir una postura clara para mejor comprender el trabajo en mención.
A natureza do espaço Milton Santos Sao Paulo, Hucitec, 1996
A era do globalismo Octavio lanni Rio de Janeiro, Civilizaçao Brasilera, 1997
Mundializaçao e cultura Renato Ortiz
Mundialización y cultura Renato Ortiz Buenos Aires, Alianza, 1996
por Jesús Martín-Barbero Doctor en Filosofía, asesor de proyectos en Comunicación y Política, Fundación Social.
Confundida por muchos con el 'Viejo" y persistente imperialismo, asimilada a la trasnacionalización, o mejor a la expansión; acelerada de las empresas y las lógicas transnacionales, e identificado por otros con la "revolución" tecnológica y hasta con-el impulso secreto de la postmodernidad, la globalización no parece dejarse atrapar ni en los esquemas académicos ni en los paradigmas científicos tradicionales. Los artículos y las antologías proliferan al infinito, pero la inmensa mayoría de lo que se escribe en Latinoamérica a ese propósito decepciona. Curiosamente es en Brasil, uno de los países que más larga y polémicamente ha debatido los avatares de su formación nacional, donde empieza a dibujarse un horizonte de comprensión. de la novedad que los procesos de globalización introducen en la economía, la cultura y la sensibilidad, esto es en la percepción del espacio y el tiempo. Tres brasileños destacan hoy como, pensadores de la globalización en América Latina. Desde la geografía, Milton Santos reflexiona sobre las transformaciones del espacio manifestando que la falta de categorías analíticas y de historia del presente nos mantiene mentalmente anclados en el tiempo de las relaciones-internacionales cuando lo que estamos necesitando de pensar hoy es el mundo: el paso de la internacionalización a la mundialización. Pues al transformar el sentido del lugar en el mundo, las
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El tercer y último paso de Perafán consiste en explorar cuatro casos específicos de sistemas resolutivos de controversias, los cuales analiza con base en las categorías formuladas en la parte general del trabajo. A cada uno de ellos le categoriza bajo alguna de las rúbricas atribuidas a los diferentes tipos de estructura jurisdiccional (p.ej., el sistema wayúu es uno de compensación directa), y acto seguido presenta una recopilación de las normas con base en las cuales cada sistema opera. Es de gran importancia anotar que el modelo exploratorio del cual se sirvió el autor para la compilación de las diferentes formas de consagrar los hechos ilícitos en cada uno de estos ordenamientos, fue la clasificación que de los mismos hace el Código Penal colombiano, a la cual le añadió nuevas categorías propias de los pueblos indígenas (como lo son la identidad, los sitios sagrados, la economía y la medicina tradicional). Este es, probablemente, el aspecto más problemático de su trabajo. Si bien el estudio en comento constituye una guía de inmensa utilidad para el interesado en acercarse a los sistemas jurídicos de los pueblos indígenas colombianos, y especialmente de los cuatro que estudia en particular, debe tenerse en cuenta que las categorías que utiliza en su análisis, y especialmente en su recopilación de normatividad, son derivadas de un proceso histórico occidental que se inició en Europa a finales de los años sesenta, y que culminó con la llamada "teoría del bien jurídico". Esta postura asume que ciertas conductas son tipificadas como ilícitos para tutelar ciertos aspectos de la sociedad que, en un momento determinado, el legislador considera esenciales. Es así como, por ejemplo, conductas delictivas como el homicidio y las lesiones personales - en el ordenamiento nacional- se consideran vulneratorias del bien jurídico 'Vida e integridad personal"; o acciones como la violación o el estupor, violatorias del bien "libertad sexual". Este esquema técnico es transladado, en la reflexión de Perafán, a los sistemas indígenas; en consecuencia, las normas que ha recopilado son agrupadas conforme con bienes jurídicos que si bien pueden ser considerados
desde su posición como de gran valor transculturaI, no está demostrado que hayan sido formulados en esos términos por las comunidades estudiadas; v.g., al hablar del sistema Páez, agrupa ciertas acciones ilícitas bajo la rúbrica "conductas contra el sufragio" "conductas contra la integridad moral"; tal esquema se aplica a todas las comunidades elegidas.
Pensar la Globalización
Este aspecto del trabajo de Perafán remite inmediatamente al debate que se suscitó en la década de los setenta entre los antropólogos Paul Bohannan y Max Gluckmann, sobre la legitimidad de la postura analítica según la cual se pueden utilizar, en el análisis jurídico de sociedades distintas a la occidental, conceptos que a todas luces son hijos de la tradición jurídica europea, como lo es la noción misma de Derecho. Mientras que Gluckmann defiende tal postura argumentando que los conceptos actualizados en la antropología sufren un proceso de depuración que les libera de las connotaciones etnocéntricas de las cuales adolece su uso cotidiano, lo cual reduce el riesgo de distorsión de los hechos observados, Bohannan considera imposible reducir del todo tales connotaciones occidentalistas, por lo cual propone como única alternativa viable el uso de las categorías "nativas".
Sao Paulo, Brasiliense, 1994
Aunque este debate epistemológico aún no ha sido del todo resuelto en el ámbito de la teoría antropológica, es claro que Perafán ha tomado una posición al respecto; de allí que sea necesario que el lector tome en consideración cuáles son los presupuestos de las categorizaciones presentes en el texto, para bien aceptarlas o recibirlas con beneficio de inventario. Más aún, si se tiene en cuenta que –sin ánimo de demeritar el notable trabajo de Perafán- son estos conceptos y categorías los que utilizan instancias jurisdiccionales de la importancia de la Corte Constitucional para emitir los fallos que versan sobre la jurisdicción indígena, con todas las repercusiones que ello conlleva sobre la construcción jurisprudencial del "indígena". En conclusión, es el lector quien se verá obligado a asumir una postura clara para mejor comprender el trabajo en mención.
A natureza do espaço Milton Santos Sao Paulo, Hucitec, 1996
A era do globalismo Octavio lanni Rio de Janeiro, Civilizaçao Brasilera, 1997
Mundializaçao e cultura Renato Ortiz
Mundialización y cultura Renato Ortiz Buenos Aires, Alianza, 1996
por Jesús Martín-Barbero Doctor en Filosofía, asesor de proyectos en Comunicación y Política, Fundación Social.
Confundida por muchos con el 'Viejo" y persistente imperialismo, asimilada a la trasnacionalización, o mejor a la expansión; acelerada de las empresas y las lógicas transnacionales, e identificado por otros con la "revolución" tecnológica y hasta con-el impulso secreto de la postmodernidad, la globalización no parece dejarse atrapar ni en los esquemas académicos ni en los paradigmas científicos tradicionales. Los artículos y las antologías proliferan al infinito, pero la inmensa mayoría de lo que se escribe en Latinoamérica a ese propósito decepciona. Curiosamente es en Brasil, uno de los países que más larga y polémicamente ha debatido los avatares de su formación nacional, donde empieza a dibujarse un horizonte de comprensión. de la novedad que los procesos de globalización introducen en la economía, la cultura y la sensibilidad, esto es en la percepción del espacio y el tiempo. Tres brasileños destacan hoy como, pensadores de la globalización en América Latina. Desde la geografía, Milton Santos reflexiona sobre las transformaciones del espacio manifestando que la falta de categorías analíticas y de historia del presente nos mantiene mentalmente anclados en el tiempo de las relaciones-internacionales cuando lo que estamos necesitando de pensar hoy es el mundo: el paso de la internacionalización a la mundialización. Pues al transformar el sentido del lugar en el mundo, las
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tecnologías -satélites, informática, televisióntornan opacas las relaciones que lo estructuran haciendo de un mundo tan intercomunicado algo a la vez extraño y opaco. Opacidad que pone en primer plano la inmaterialidad de que está hecho el espacio-mundo y la velocidad que nos lo hace perceptible, introduciendo un cambio epistemológico que descoloca los objetos de las disciplinas. "El mundo aparece por primera vez como totalidad empírica por intermedio de las redes (...) pues en el proceso global de producción la circulación prevalece sobre la producción propiamente dicha. Incluso el patrón geográfico es definido por la circulación, ya que ésta es más densa, más extensa, y detenta el comando de los cambios de valor del espacio". Lo que las redes ponen entonces en circulación son a la vez flujos de información y movimientos de integración a la globalidad técnoeconómica, la producción de un nuevo tipo de espacio reticulado que debilita las fronteras de lo nacional y lo Iocal al mismo tiempo qué convierte esos territorios en puntos de acceso y transmisión, de activación y transformación del sentido del comunicar. No podemos entonces pensar las redes sin su intrínseca relación con el poder: el que ajusta los deseos, las expectativas y demandas de tos ciudadanos a los regulados disfrutes del consumidor, en su convergencia con aquel otro que, al intensificar la división/especialización/ descentralización del proceso industrial, y las condiciones de trabajo, intensifica la velocidad de circulación del capital, de las mercancías y de los 'Valores". Es por eso que la valoración del espacio-mundo no impide a Milton Santos hacer un análisis fuertemente crítico de una globalización enferma, pues más que unir lo que busca es unificar, y lo que hoy es unificado a nivel mundial no es una voluntad de libertad sino de dominio, no es el deseo de cooperación sino el de competitividad. "El espacio se globaliza pero no es mundial como un todo sino como metáfora. La dimensión mundial es el mercado". Hay entonces un reloj universal y abstracto, hegemónico, cuyas temporalidades son los vectores de la economía y la cultura. Pero no hay tiempo mundial. Y si es cierto que son redes mundiales las que regulan un
orden al servicio de los actores hegemónicos a escala planetaria, en el plano local esas mismas redes son portadoras de desorden. Con lo que la R3 pregunta por la globalización se R4 vuelve entonces pregunta por el R5 nuevo sentido que cobra la R6 diversidad en un mundo en que la R7 unificación prevalece sobre la; unidad. Y para Milton Santos no hay posibilidad de habitar el mundo sin algún tipio de anclaje en el espacio, que es lo que significa el territorio, el lugar: corporeidad de lo cotidiano y temporalidad de la acción que son la base de la heterogeneidad humana. Pero el sentido de lo local es equívoco, ya que si de una parte representa la diversidad -ese "ruido" en las redes que introduce distorsiones en el discurso de lo global y a través de las cuales emerge la voz del otro, de los otros- lo local está significando también hoy la fuente más compulsiva de los nacionalismos y fundamentaIismos xenófobos. Desde la sociología, Octavio lanni ha sido de los pocos latinoamericanos en atreverse a asumir los retos teóricos que implica pensar "que el globo ha dejado de ser una figura astronómica para adquirir plenamente una significación histórica". Pues esa significación no es derivable ya de la que hasta ahora fue la categoría central en las ciencias sociales, la del Estado-nación. La globalización no puede ser pensada como mera extensión cuantitativa o cualitativa de la sociedad nacional. No porque esa categoría y esa sociedad no sigan teniendo vigencia -la exasperación de los nacionalismos, los regionalismos y localismos así lo atestiguansino porque el conocimiento acumulado sobre lo nacional responde a un paradigma que no puede ya dar cuenta "ni metodológica ni histórica ni teóricamente de toda la realidad en la cual se insertan hoy individuos y clases, naciones y nacionalidades, culturas y civilizaciones". La resistencia en las ciencias sociales a aceptar que se trata de un objeto nuevo son muy fuertes. De ahí, por una parte la tendencia a subsumir ese objeto en los paradigmas clásicos del evolucionismo, el funcionalismo, etc., y por otra, a priorizar aspectos parciales -económicos, tecnológicos, ecológicos, etc-que parecerían poder seguir siendo.
comprensibles desde una continuidad sin traumas con la idea de lo nacional. Pues esa contrariedad, de la qué hablan nociones como dependencia e imperialismoj está encubriendo la necesidad de someter esas nociones a una profunda refórmulación a la luz de los cambios radicales que atraviesan tanto la idea de soberanía como la de hegemonía. El que hoy siga habiendo dependencias e imperialismos no significa que el escenario no haya cambiado, sino qué los viejos tipos de vínculos se hallan subsumidos y atravesados por otros nuevos que no se dejan pensar desde la transferencia de categorías y nociones como Estado, partido, sindicato, movimiento social, territorio, tradición, etc. Esto es, sin que esas categorías y nociones sean previamente reformuladas. Las condiciones de desigualdad entre naciones, regiones y estados, continúan e incluso se agravan, pero no pueden ser ya pensadas al margen de la aparición de redes y alianzas que reorganizan y subsumen tanto las estructuras estatales como los regímenes políticos y los proyectos nacionales. El desafío a las ciencias sociales, que Octavio lanni tematiza, adquiere su punto decisivo en el concepto de "sociedad global" elaborado en el segundo libro que reseñamos. Se trata de una realidad en proceso de formación e institucionalización. Que, de un lado, replantea la cuestión social al desencadenar en el mercado de la producción una movilidad que produce un 'desempleo estructural": en la época de las tecnologías informáticas y robóticas la fuerza de trabajo se reconfigura por las exigencias de la especialización y la cualificación que generan enormes ejércitos de reserva de trabajadores, obligados a emigraren todas direcciones, con los consiguientes efectos sobre las economías nacionales, la gobemabilidad, las religiones. Y de otro lado, reconfigura el sentido de la ciudadanía, especialmente visible en las metrópolis: "De tanto crecer hacia fuera, las metrópolis adquieren los rasgos de muchos lugares. La ciudad pasa a ser un caleidoscopio de patrones y valores culturales, lenguas y dialectos, religiones y sectas, étnias y razas. Distintos modos de ser pasan a concentrarse y convivir en el mismo lugar, convirtiendo en síntesis del mundo”. La mismo tiempo el modo de
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vida urbano desborda la ciudad alterando, el mundo rural, y pasando a significar los nuevos modos de inserción en lo global, tanto en los circuitos del ciberespacio como en las lógicas del mercado mundial, circuitos y lógicas que replantean el valor de las ideologías políticas y las formas de representación y participación ciudadanas. Desde la sociología de la cultura, Renato Ortiz introduce la necesidad de diferenciar las lógicas un uficantes,de la globlalización económica de las que mundializan la cultura. Pues la mundialización cultural no opera desde un afuera sobre esferas dotadas de autonomía como lo nacional o lo local. "La mundialización es un proceso que se hace y deshace incesantemente. Y en ese sentido seria impropio hablar de una "cultura-mundo" cuyo nivel jerárquico se situaría por encima de las culturas nacionales o locales. El proceso de mundialización es un fenómeno social total, que para existir se debe localizar, enraizarse en las prácticas cotidianas de los hombres". La mundialización no puede confundirse con la estandarización de los diferentes ámbitos de la vida que fue lo que produjo la industrialización, incluido el ámbito de la cultura, esa "industria cultural" que fue el objeto de análisis de la Escuela de Frankfurt Ahora nos encontramos ante otro tipo de proceso, que se expresa en la cultura de la modernidad-mundo, que es "una nueva manera de estar en el mundo". De la que hablan los hondos cambios producidos en el mundo de la vida; en el trabajo, la pareja, la comida, el ocio. Es porque la jornada continua ha hecho imposible para millones de personas almorzar en casa, y porque cada día más mujeres trabajan fuera de ella, y porque los hijos se autonomizan de los padres muy tempranamente, y porque la figura patriarcal se ha devaluado tanto como se ha valorizado el trabajo de la mujer, que la comida ha dejado de ser un ritual que congrega a la familia. Y desimbolizada, la comida diaria ha encontrado su forma en el fast-food De ahí que el éxito de McDonald's o de las pizzas Hut hable menos de la importancia de la comida norteamericana que de los profundos cambios en la vida cotidiana de la
gente, cambios que esos productos sin duda expresan y rentabilizan. Pues desincronizada de los tiempos rituales de antaño y de los lugares que simbolizaban la convocatoria familiar y el respeto a la autoridad patriarcal, los nuevos modos y productos de la alimentación "pierden la rigidez de los territorios y las costumbres convirtiéndose en informaciones ajustadas a la polisemia de los contextos". Reconocer eso no significa desconocer la creciente monopolización de la distribución o la descentralización que concentra poder y el desarraigo empujando la hibridación de las culturas. Ligados estructura de la mente a la globalización económica pero sin agotarse en ella se producen fenómenos de mundialización de imaginarios ligados a músicas, a imágenes y personajes que representan estilos y valores desterritorializados y a los que corresponden también nueva figuras de la memoria. Pero esos fenómenos de mundialización no pueden ser pensados como meros procesos de homogenización. Lo que ahí se juega hoy es un profundo cambio en el sentido de la diversidad. Hasta hace poco la diversidad cultural fue pensada desde la antropología como la heterogeneidad radical entre culturas cada una enraizada en un territorio específico, dotadas de un centro y de fronteras nítidas. Toda relación con otra cultura lo era en cuanto extranjera y contaminante, perturbación y amenaza para la propia identidad. De ahí que la verdad de cada cultura residiera en escapar/resistir a las lógicas de la modernización. Pero en la modernidad-mundo, que se inicia con las revoluciones industriales y llega hasta el proceso actual de globalización, la relación entre culturas diversas, el movimiento integrador, no pueden ser pensados desde la pura negatividad de la homogenización. Pues la modernidad es a la vez un movimiento de diferenciación -de la ciencia, el arte; la moral, la política que al cuestionar los valores tradicionales libera a los individuos y las colectividades de la "cohesión orgánica" (FJonnies) que sustentaba la
sociedad tradicional; y un movimiento de integración que atraviesa culturas "primitivas" grandes civilizaciones y culturas nacionales mediante la industrialización, el capitalismo, la urbanización, las tecnologías. Una y diversa, en la modernidad-mundo se articulan temporalidades y espacialidades distintas, tanto como aquellas que sustentan la diferencia entre civilizaciones, etnias o razas de aquella otra diferencia nacida intrínseca mente de la modernidadmundo, como la de los movimientos feminista, homo sexual, o de negritudes urbanas.
Poder y empoderamiento de las mujeres Magdalena León (compiladora) Tercer Mundo Editores-Universidad Nacional de Colombia, 1998.
por Cecilia Balcázar de Bucher Presidente del P.E.N. Internacional/Colombia. Directora del Departamento de Lenguajes y estudios socioculturales, Universidad de los Andes.
En sus posiciones de los últimos años, y en concordancia con los estudios de género ligados al desarrollo, el Consejo para la Política Económica y Social de las Naciones Unidas ha identificado que el factor decisorio, en el proceso de modernización y de desarrollo humano de los pueblos, está ligado directamente al desarrollo, al empoderamiento de la mujer. Las fórmulas que, desde las oficinas de los organismos nacionales e internacionales, se han ideado para lograrlo, han pasado por el filtro de las ideologías científicas inspiradoras de las: macroteorías del desarrollo. Han pasado por la práctica de una planeación que ignora la participación de quienes son beneficiarios de los planes. Se han construido con el sesgo economicista que desconoce el factor humano y cultural y que considera al otro como el objeto pasivo de sus proyectos sin tratar de involucrarlo en el proceso, como un interlocutor válido. La estrategia seguida por los y las dirigentes a cargo de la asignación de recursos para promover el progreso de la mujer vincularla al desarrollo
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vida urbano desborda la ciudad alterando, el mundo rural, y pasando a significar los nuevos modos de inserción en lo global, tanto en los circuitos del ciberespacio como en las lógicas del mercado mundial, circuitos y lógicas que replantean el valor de las ideologías políticas y las formas de representación y participación ciudadanas. Desde la sociología de la cultura, Renato Ortiz introduce la necesidad de diferenciar las lógicas un uficantes,de la globlalización económica de las que mundializan la cultura. Pues la mundialización cultural no opera desde un afuera sobre esferas dotadas de autonomía como lo nacional o lo local. "La mundialización es un proceso que se hace y deshace incesantemente. Y en ese sentido seria impropio hablar de una "cultura-mundo" cuyo nivel jerárquico se situaría por encima de las culturas nacionales o locales. El proceso de mundialización es un fenómeno social total, que para existir se debe localizar, enraizarse en las prácticas cotidianas de los hombres". La mundialización no puede confundirse con la estandarización de los diferentes ámbitos de la vida que fue lo que produjo la industrialización, incluido el ámbito de la cultura, esa "industria cultural" que fue el objeto de análisis de la Escuela de Frankfurt Ahora nos encontramos ante otro tipo de proceso, que se expresa en la cultura de la modernidad-mundo, que es "una nueva manera de estar en el mundo". De la que hablan los hondos cambios producidos en el mundo de la vida; en el trabajo, la pareja, la comida, el ocio. Es porque la jornada continua ha hecho imposible para millones de personas almorzar en casa, y porque cada día más mujeres trabajan fuera de ella, y porque los hijos se autonomizan de los padres muy tempranamente, y porque la figura patriarcal se ha devaluado tanto como se ha valorizado el trabajo de la mujer, que la comida ha dejado de ser un ritual que congrega a la familia. Y desimbolizada, la comida diaria ha encontrado su forma en el fast-food De ahí que el éxito de McDonald's o de las pizzas Hut hable menos de la importancia de la comida norteamericana que de los profundos cambios en la vida cotidiana de la
gente, cambios que esos productos sin duda expresan y rentabilizan. Pues desincronizada de los tiempos rituales de antaño y de los lugares que simbolizaban la convocatoria familiar y el respeto a la autoridad patriarcal, los nuevos modos y productos de la alimentación "pierden la rigidez de los territorios y las costumbres convirtiéndose en informaciones ajustadas a la polisemia de los contextos". Reconocer eso no significa desconocer la creciente monopolización de la distribución o la descentralización que concentra poder y el desarraigo empujando la hibridación de las culturas. Ligados estructura de la mente a la globalización económica pero sin agotarse en ella se producen fenómenos de mundialización de imaginarios ligados a músicas, a imágenes y personajes que representan estilos y valores desterritorializados y a los que corresponden también nueva figuras de la memoria. Pero esos fenómenos de mundialización no pueden ser pensados como meros procesos de homogenización. Lo que ahí se juega hoy es un profundo cambio en el sentido de la diversidad. Hasta hace poco la diversidad cultural fue pensada desde la antropología como la heterogeneidad radical entre culturas cada una enraizada en un territorio específico, dotadas de un centro y de fronteras nítidas. Toda relación con otra cultura lo era en cuanto extranjera y contaminante, perturbación y amenaza para la propia identidad. De ahí que la verdad de cada cultura residiera en escapar/resistir a las lógicas de la modernización. Pero en la modernidad-mundo, que se inicia con las revoluciones industriales y llega hasta el proceso actual de globalización, la relación entre culturas diversas, el movimiento integrador, no pueden ser pensados desde la pura negatividad de la homogenización. Pues la modernidad es a la vez un movimiento de diferenciación -de la ciencia, el arte; la moral, la política que al cuestionar los valores tradicionales libera a los individuos y las colectividades de la "cohesión orgánica" (FJonnies) que sustentaba la
sociedad tradicional; y un movimiento de integración que atraviesa culturas "primitivas" grandes civilizaciones y culturas nacionales mediante la industrialización, el capitalismo, la urbanización, las tecnologías. Una y diversa, en la modernidad-mundo se articulan temporalidades y espacialidades distintas, tanto como aquellas que sustentan la diferencia entre civilizaciones, etnias o razas de aquella otra diferencia nacida intrínseca mente de la modernidadmundo, como la de los movimientos feminista, homo sexual, o de negritudes urbanas.
Poder y empoderamiento de las mujeres Magdalena León (compiladora) Tercer Mundo Editores-Universidad Nacional de Colombia, 1998.
por Cecilia Balcázar de Bucher Presidente del P.E.N. Internacional/Colombia. Directora del Departamento de Lenguajes y estudios socioculturales, Universidad de los Andes.
En sus posiciones de los últimos años, y en concordancia con los estudios de género ligados al desarrollo, el Consejo para la Política Económica y Social de las Naciones Unidas ha identificado que el factor decisorio, en el proceso de modernización y de desarrollo humano de los pueblos, está ligado directamente al desarrollo, al empoderamiento de la mujer. Las fórmulas que, desde las oficinas de los organismos nacionales e internacionales, se han ideado para lograrlo, han pasado por el filtro de las ideologías científicas inspiradoras de las: macroteorías del desarrollo. Han pasado por la práctica de una planeación que ignora la participación de quienes son beneficiarios de los planes. Se han construido con el sesgo economicista que desconoce el factor humano y cultural y que considera al otro como el objeto pasivo de sus proyectos sin tratar de involucrarlo en el proceso, como un interlocutor válido. La estrategia seguida por los y las dirigentes a cargo de la asignación de recursos para promover el progreso de la mujer vincularla al desarrollo
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se ha orientado prioritariamente a satisfacer sus necesidades de bienestar. Pero tal como coinciden las distintas autoras del libro, la metodología empleada para identificar esas necesidades, que con frecuencia se basa en encuestas, ha dado como resultado la enumeración de las carencias del marido o las de los hijos y no las de la propia mujer. Aun en ese nivel, en el que se trata de mejorar su condición material, no verbaliza ella fácilmente lo que afecta, lo que pudiera introducir un cambio significativo en su vida. La manera como ha sido socializada la hace borrarse como sujeto, no tener consciencia de su propio poder. Según el consenso de todas las autoras del libro compilado por Magdalena León, en este punto de la necesidad de la conciencia de la propia identidad, se ubica el fondo del problema. Es allí también donde, a mi modo de ver, se articula la reflexión sobre el lenguaje, sobre su poder simbólico como mecanismo de categorización y de reproducción de realidades sociales, como aparato invisible de control. Dice Basil Bernstein, en su libro
Pedagogía, Control Simbólico e Identidad': "el transmisor de la comunicación, de una manera fundamental regula lo que transmite
y más adelante: "(la lengua) claramente tiene, porque están integradas en su sistema, algunas clasificaciones fundamentales, especialmente clasificaciones de género".
¿Cómo entonces despertar la conciencia sino por obra de la deconstrucción del mismo discurso?, ¿Cómo lograr que la mujer que no ha accedido a los espacios donde se ventilan estos problemas se vea y se observe desde afuera en la posición asignada dentro de la apretada red de relaciones sociales que la someten y la subordinan?, ¿Cómo volverla lúcida ante una situación que el lenguaje presenta, con toda la fuerza política que él entraña, como si fuera natural e inherente a su sexo, como si estuviera condicionada biológicamente?, ¿De qué manera lograr que se conceptualice la postulación de una identidad esencial de género como
una construcción metafísica creada y reproducida por el poder del lenguaje?, ¿Cómo posibilitar el escape de la pareja, para la liberación de los dos, y la construcción también de un hombre nuevo, de esta cárcel omnipresente, "the prison house of language" -como la llamara Jamesony lograr esa proeza casi sobrehumana de deconstruir, de pensar por fuera de los atavismos de la cultura y del propio lenguaje, de asumir una posición de sujeto que posibilite los cambios dentro del orden simbólico establecido? Sin saberlo, sin ser conscientes de ello, el lenguaje todopoderoso nos ubica a todos en un sistema contingente de categorías y de valores difíciles de objetivar. Así como categoriza y confina a la mujer, entroniza también una cultura de clase y de desprecio por lo diferente y alterno, propicia una cultura política de dogmatismo y exclusión y engendra la violencia de las contradicciones. Aunque, en una postura dialógica, desde las oposiciones múltiples y la clasificaciones contingentes, en donde se juega el poder, desde las clasificaciones que nos amarran en lo personal, en lo social, en lo político, podamos buscar horizontes de acuerdo, construir una cultura de la paz y establecer los lazos de la solidaridad y de la concordia en el terreno público como el privado. El orden simbólico construido por el lenguaje no sólo les venda los ojos a las mujeres que no tienen acceso a la educación, a la posesión de la tierra, a los beneficios del crédito -la subordinación no hace diferencia de clase, ni de ingreso, ni de escolarización-. Es en la esfera de lo privado, en ese ámbito de silencio y de ocultamiento que se produce alrededor de la sexualidad, del control del propio cuerpo, del abuso físico, donde es más difícil el despertar de la conciencia, el empoderamiento de la mujer como sujeto. Afirman también las autoras que esa falta de conciencia de su identidad dificulta la confirmación de organizaciones de mujeres. Una de ellas señala la posibilidad del diálogo, del "ser con el otro" diríamos aquí, como la fórmula más apropiada para lograr ese empoderamiento y la transformación de la conciencia.
Pero hace falta investigación empírica, como lo señala Magdalena. Aunque se encuentren múltiples casos en las distintas comunidades del país que podrían servir de objeto de estudio. Sería útil discernir también, si los índices cuantitativos de inserción de la mujer en el proceso de desarrollo coinciden con un desarrollo personal, con la asunción de su propio destino, con la actitud de convertise en un sujeto libre, capaz de tomar las decisiones que le conciernen en el plano personal y social. Porque en este punto, como lo dice en su ensayo Wieringa, la selección de indicadores para la medición del empoderamiento de la mujer puede resultar engañosa. La lucha feminista se ha librado desde diferentes posiciones, resumidas como la de la búsqueda de la igualdad y de acceso al orden simbólico del hombre; la de la insistencia radical en la diferencia y en la exaltación de la feminidad; la de deconstrucción por el lenguaje de la dicotomía metafísica de los géneros. En este contexto, el libro recopilado por Magdalena León presenta, según mi opinión, la base de un punto de encuentro entre los planteamientos que se originan en los macroniveles de lo político y lo económico del desarrollo y los microniveles de la consciencia individual. A través de su lectura se hace evidente la necesidad que identifican las autoras de la transformación de la conciencia de la mujer en el ámbito de lo cotidiano, como trabajo previo o concomitante con el de su empoderamiento económico. Tal como lo afirma también Bernstein, "cualquier teoría de la reproducción o transmisión cultural debe operar en varios niveles". Es necesario establecer cómo lo particular de los niveles de la interacción tiene su traducción en lo macro. Se ha hecho evidente que es imposible lograr el desarrollo humano de la mujer, partiendo únicamente de los planes macroeconómicos que aspiran a potenciarla, sin abocar desde una dimensión pluridimensional el orden del sentido que el lenguaje dispone en la esfera de lo individual y de lo subjetivo. El poder, además, sin atender a las dimensiones de la compasión y del compromiso ético sería precario, en términos de un desarrollo integral.
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