Revista de Estudios Sociales No. 41

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Presentación Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia. María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

9-10

Dossier El valor del análisis cultural para la historiografía de las décadas del treinta y cuarenta en Colombia: estado del arte y nuevas direcciones • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935

12-27

Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promesa formativa para una homosexualidad otra (1932)

44-55

Entre el público y el movimiento, entre la acción colectiva y la opinión pública. Reflexiones en torno al movimiento gaitanista

56-71

La “educación de las mujeres”: el avance de las formas modernas de feminidad en Colombia

72-83

“Nosotros también somos parte del pueblo”: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948

84-105

• Ricardo López – Western Washington University, Estados Unidos.

Otras Voces Desafíos conceptuales para la Política de Protección Social frente a la pobreza en Colombia • Andrea Lampis – Departamento Nacional de Planeación de Colombia.

El movimiento comunista birmano y el fracaso de su utopía revolucionaria (1945-1975)

107-121

ISSN 0123-885X

Catalina Muñoz María del Carmen Suescún

Dossier

Catalina Muñoz María del Carmen Suescún Thomas Williford Alexander Hincapié Carlos Andrés Charry Zandra Pedraza Ricardo López

ISSN 0123-885X

• Zandra Pedraza – Universidad de los Andes, Colombia.

diciembre 2011

Presentación

diciembre 2011

28-43

• Carlos Andrés Charry – Universidad de Antioquia, Colombia.

Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

http://res.uniandes.edu.co

• Thomas Williford – Southwest Minnesota State University, Estados Unidos.

• Alexander Hincapié – Universidad de Antioquia, Colombia.

Bogotá - Colombia

Otras Voces Andrea Lampis Daniel Gomá Riberti de Almeida

Documentos

• Daniel Gomá – Universidad de Barcelona, España.

122-134

Catalina Muñoz María del Carmen Suescún

¿Inestabilidad o estabilidad en la política brasileña? Partidos políticos y presidente de la República contra la incertidumbre

135-144

Debate

• Riberti de Almeida – Universidad Federal de San Carlos, Brasil.

Catalina Muñoz María del Carmen Suescún

Documentos Otras voces, otras fuentes

• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

Lecturas

146-158

Francisco Leal

Debate • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

160-166

Lecturas Carlos Alfonso Velásquez. 2011. La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia • Francisco Leal – Universidad Nacional de Colombia.

168-169

Bogotá - Colombia

Memorias de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia

Pp.1-188 $20.000 pesos (Colombia) ISSN 0123-885X

Colombia 1930-1950: Sociedad y Cultura 9 770123 885006


Revista41 de Estudios Sociales Bogotá - Colombia

Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

diciembre 2011

ISSN 0123-885X

http://res.uniandes.edu.co

FUNDADORES Francisco Leal Ph.D. Universidad de los Andes, Colombia frleal@uniandes.edu.co

Dr. Germán Rey Pontificia Universidad Javeriana, Colombia germrey@hotmail.com

COMITÉ EDITORIAL Angelika Rettberg, Ph.D. Universidad de los Andes, Colombia rettberg@uniandes.edu.co Catalina Muñoz Ph.D. Universidad del Rosario, Colombia catalina.munoz@urosario.edu.co Fernando Purcell Ph.D. Universidad Católica de Chile fpurcell@uc.cl

Dr. José Carlos Rueda Universidad Complutense de Madrid, España j-c-rueda@hotmail.com Héctor Hoyos Ph.D. Stanford University, Estados Unidos hhoyos@stanford.edu Ana Catalina Reyes Ph.D. Universidad Nacional de Colombia, Medellín, Colombia acreyes@unal.edu.co

Carl Henrik Langebaek Ph.D. Universidad de los Andes, Colombia clangeba@uniandes.edu.co

DIRECTOR EDITORA Mauricio Nieto Universidad de los Andes, Colombia mnieto@uniandes.edu.co

Vanessa Gómez Universidad de los Andes, Colombia vane-gom@uniandes.edu.co

EDITORAS INVITADAS Catalina Muñoz Ph.D. University of Pennsylvania, Estados Unidos Universidad del Rosario, Colombia catalina.munoz@urosario.edu.co

María del Carmen Suescún Ph.D. McGill University, Canadá Brock Universtiy, Canadá msuescunpozas@brocku.ca

COMITÉ CIENTÍFICO Álvaro Camacho, Ph.D. Universidad de los Andes, Colombia Jesús Martín-Barbero, Ph.D. Pontificia Universidad Javeriana, Colombia Lina María Saldarriaga, Ph.D. Universidad de Concordia, Canadá Fernando Viviescas, Master of Arts, Universidad Nacional, Colombia

Juan Gabriel Tokatlian, Ph.D. Universidad de San Andrés, Argentina Dirk Kruijt, Ph.D. Universidad de Utrecht, Holanda Gerhard Drekonja-Kornat, Ph.D. Universidad de Viena, Austria Jonathan Hartlyn, Ph.D. Universidad de North Carolina, Estados Unidos

EQUIPO INFORMÁTICO TRADUCCIÓN AL INGLÉS Alejandro Rubio Universidad de los Andes, Colombia jrubio@uniandes.edu.co Freddy Cortés Universidad de los Andes, Colombia frcortes@uniandes.edu.co

Shawn Van Ausdal

TRADUCCIÓN AL PORTUGUÉS Roanita Dalpiaz

COLABORADORES Natalia Rubio

Lesly Garzón Universidad de los Andes, Colombia legarzon@uniandes.edu.co Diagramación Víctor Gómez - Diseño Gráfico www.indeleble.com.co

Impresión y encuadernación Panamericana Formas e Impresos S.A. www.panamericanafei.com

Corrección de estilo Guillermo Díez gudiezteacher@yahoo.com

Portada: De la serie “Naturaleza compartida”, José Armando Medina, 2004. Colografía (b/n), 59 x 39.5 cm. El material de esta revista puede ser reproducido sin autorización para su uso personal o en el aula de clase, siempre y cuando se mencione como fuente el artículo y su autor, y la Revista de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes. Para reproducciones con cualquier otro fin es necesario solicitar primero autorización del Comité Editorial de la Revista. Las opiniones e ideas aquí consignadas son de responsabilidad exclusiva de los autores y no necesariamente reflejan la opinión de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes.


ISSN0123-885X Periodicidad: Cuatrimestral (abril, agosto y diciembre) Pp: 1 - 188 Formato: 21.5 X 28 cm Tiraje: 500 ejemplares Precio: $ 20.000 (Colombia) US $ 12.00 (Exterior) No incluye gastos de envío

Revista de Estudios Sociales Decanatura de la Facultad de Ciencias Sociales Universidad de los Andes

Pablo Navas Sanz de Santamaría Rector José Rafael Toro Vicerrector de Asuntos Académicos Carl Henrik Langebaek Vicerrector de Investigaciones y Doctorados Hugo Fazio Decano Facultad de Ciencias Sociales Martha Lux Editora Facultad de Ciencias Sociales

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INDEXACIÓN La Revista de Estudios Sociales está incluída actualmente en los siguientes directorios y servicios de indexación y resumen • • • • • • • • • • • • • • • • • • • •

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Portales Web a través de los cuales se puede acceder a la Revista de Estudios Sociales: http://www.lablaa.org/listado_revistas.htm (Biblioteca Luis Ángel Arango, Colombia) http://www.portalquorum.org (Quórum Portal de Revistas, España) http://sala.clacso.org.ar/biblioteca/Members/lenlaces (Red de Bibliotecas Virtuales de CLACSO, Argentina)


Revista41 de Estudios Sociales Bogotá - Colombia

Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

http://res.uniandes.edu.co

diciembre 2011

ISSN 0123-885X

La Revista de Estudios Sociales (RES) es una publicación cuatrimestral creada en 1998 por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes y la Fundación Social. Su objetivo es contribuir a la difusión de las investigaciones, los análisis y las opiniones que sobre los problemas sociales elabore la comunidad académica nacional e internacional, además de otros sectores de la sociedad que merecen ser conocidos por la opinión pública. De esta manera, la Revista busca ampliar el campo del conocimiento en materias que contribuyen a entender mejor nuestra realidad más inmediata y a mejorar las condiciones de vida de la población. La estructura de la Revista contempla seis secciones, a saber: La Presentación contextualiza y da forma al respectivo número, además de destacar aspectos particulares que merecen la atención de los lectores. El Dossier integra un conjunto de versiones sobre un problema o tema específico en un contexto general, al presentar avances o resultados de investigaciones científicas sobre la base de una perspectiva crítica y analítica. También incluye textos que incorporan investigaciones en las que se muestran el desarrollo y las nuevas tendencias en un área específica del conocimiento. Otras Voces se diferencia del Dossier en que incluye textos que presentan investigaciones o reflexiones que tratan problemas o temas distintos. El Debate responde a escritos de las secciones anteriores mediante entrevistas de conocedores de un tema particular o documentos representativos del tema en discusión. Documentos difunde una o más reflexiones, por lo general de autoridades en la materia, sobre temas de interés social. Lecturas muestra adelantos y reseñas bibliográficas en el campo de las Ciencias Sociales. La estructura de la Revista responde a una política editorial que busca hacer énfasis en ciertos aspectos, entre los cuales cabe destacar los siguientes: proporcionar un espacio disponible para diferentes discursos sobre teoría, investigación, coyuntura e información bibliográfica; facilitar el intercambio de información sobre las Ciencias Sociales con buena parte de los países de la región latinoamericana; difundir la Revista entre diversos públicos y no sólo entre los académicos; incorporar diversos lenguajes, como el ensayo, el relato, el informe y el debate, para que el conocimiento sea de utilidad social; finalmente, mostrar una noción flexible del concepto de investigación social, con el fin de dar cabida a expresiones ajenas al campo específico de las Ciencias Sociales.



Colombia 1930-1950: Sociedad y Cultura Presentación 9-10

Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia. María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

Dossier 12-27

El valor del análisis cultural para la historiografía de las décadas del treinta y cuarenta en Colombia: estado del arte y nuevas direcciones • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

28-43

Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935

44-55

Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promesa formativa para una homosexualidad otra (1932)

• Thomas Williford – Southwest Minnesota State University, Estados Unidos.

• Alexander Hincapié – Universidad de Antioquia, Colombia.

56-71 72-83 84-105

Entre el público y el movimiento, entre la acción colectiva y la opinión pública. Reflexiones en torno al movimiento gaitanista • Carlos Andrés Charry – Universidad de Antioquia, Colombia.

La “educación de las mujeres”: el avance de las formas modernas de feminidad en Colombia • Zandra Pedraza – Universidad de los Andes, Colombia.

“Nosotros también somos parte del pueblo”: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948 • Ricardo López – Western Washington University, Estados Unidos.

Otras Voces 107-121

Desafíos conceptuales para la Política de Protección Social frente a la pobreza en Colombia

122-134

El movimiento comunista birmano y el fracaso de su utopía revolucionaria (1945-1975)

135-144

¿Inestabilidad o estabilidad en la política brasileña? Partidos políticos y presidente de la República contra la incertidumbre

• Andrea Lampis – Departamento Nacional de Planeación de Colombia. • Daniel Gomá – Universidad de Barcelona, España.

• Riberti de Almeida – Universidad Federal de San Carlos, Brasil.

Documentos 146-158

Otras voces, otras fuentes

• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

Debate 160-166

Memorias de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

Lecturas 168-169

Carlos Alfonso Velásquez. 2011. La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia • Francisco Leal – Universidad Nacional de Colombia.


Colombia 1930-1950: Society and Culture Presentation 9-10

Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia. María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canada.

Dossier 12-27

The Value of Cultural Analysis for the Historiography of Colombia in the 1930s and 1940s: The State of the Art and New Directions • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canada.

28-43

Debating the “Religious Question” in Colombia, 1930-1935

44-55

Por los caminos de Sodoma: Counter-discourse and the Promise of Another Homosexuality (1932)

• Thomas Williford – Southwest Minnesota State University, USA.

• Alexander Hincapié – Universidad de Antioquia, Colombia.

56-71 72-83 84-105

Between the Public and the Movement, between Collective Action and Public Opinion: Reflections on the Gaitanista Movement • Carlos Andrés Charry – Universidad de Antioquia, Colombia.

“Education of Women”: The Progress of Modern Forms of Femininity in Colombia • Zandra Pedraza – Universidad de los Andes, Colombia.

“We are also Part of the People”: Gaitanismo, White-Collar Workers and the Historical Formation of the Middle-Class in Bogotá, 1936-1948 • Ricardo López – Western Washington University, USA.

Other Voices 107-121

Social Protection Policy for Poverty Reduction in Colombia: Conceptual Challenges

122-134

The Burmese Communist Movement and the Failure of Its Revolutionary Utopia (1945-1975)

135-144

Instability or Stability in Brazilian Politics? Political Parties and the Presidency in the face of uncertainty

• Andrea Lampis – Departamento Nacional de Planeación de Colombia. • Daniel Gomá – Universidad de Barcelona, Spain.

• Riberti de Almeida – Universidad Federal de San Carlos, Brazil.

Documents 146-158

Other voices, Other Sources

• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canada.

Debate 160-166

Memories of the 1930 and 1940s in Colombia

• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canada.

Readings 168-169

Carlos Alfonso Velásquez. 2011. La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia • Francisco Leal – Universidad Nacional de Colombia.


Colômbia 1930-1950: Sociedade e Cultura Apresentação 9-10

Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colômbia. María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

Dossier 12-27

O valor da análise cultural para a historiografia das décadas de trinta e quarenta na Colômbia: estado da arte e novas direções • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colômbia. • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

28-43

Aspectos do debate sobre a “questão religiosa” na Colômbia, 1930-1935

44-55

Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promessa formativa para uma homossexualidade outra (1932)

• Thomas Williford – Southwest Minnesota State University, Estados Unidos.

• Alexander Hincapié – Universidad de Antioquia, Colômbia.

56-71 72-83 84-105

Entre o público e o movimento, entre a ação coletiva e a opinião pública. Reflexões sobre o movimento gaitanista • Carlos Andrés Charry – Universidad de Antioquia, Colômbia.

A “educação das mulheres”: o avanço das formas modernas de feminidade na Colômbia • Zandra Pedraza – Universidad de los Andes, Colômbia.

“Nós também somos parte do povo”: gaitanismo, empregados e a formação da classe média em Bogotá, 1936-1948 • Ricardo López – Western Washington University, Estados Unidos.

Outras Vozes 107-121

Desafios conceituais para a Política de Proteção Social contra a pobreza na Colômbia

122-134

O movimento comunista birmanês e o fracasso de sua utopia revolucionária (1945-1975)

135-144

Instabilidade ou estabilidade na política brasileira? Partidos políticos e presidente da república contra a incerteza

• Andrea Lampis – Departamento Nacional de Planeación de Colombia. • Daniel Gomá – Universidad de Barcelona, Espanha.

• Riberti de Almeida – Universidad Federal de San Carlos, Brasil.

Documentos 146-158

Outras vozes, outras fontes

• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colômbia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

Debate 160-166

Memórias das décadas de 1930 e 1940 na Colômbia • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colômbia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

Leituras 168-169

Carlos Alfonso Velásquez. 2011. La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia • Francisco Leal – Universidad Nacional de Colombia.



Presentación por Catalina Muñoz Rojas* María del Carmen Suescún Pozas**

Nuevas miradas a las décadas del treinta y cuarenta en Colombia

gran utilidad para propiciar nuevas lecturas. Para ilustrar esto, presentamos un recorrido panorámico sobre las distintas temáticas en la producción latinoamericana reciente. El artículo sugiere que estos temas posibilitan además análisis comparativos y transnacionales.

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A la luz de esta propuesta, encontramos que las investigaciones que presentamos en el Dossier contribuyen a expandir nuestra visión de dos décadas en diferentes campos de la experiencia. Los autores tocan temas tan variados como la formación de identidades individuales y colectivas políticas, sexuales y de género. Esto lo hacen a partir de análisis minuciosos de eventos públicos, producción intelectual y científica, y los medios impresos de comunicación, ofreciendo miradas micro y macro de distintos procesos durante el período.

uestro propósito inicial para este número de la Revista de Estudios Sociales fue recuperar la trama y urdimbre de las décadas de 1930 y 1940 en la historia colombiana a partir de trabajos de investigación que ofrecieran análisis complementarios de las lecturas políticas y económicas predominantes. A nuestro modo de ver, la historiografía tradicional presentaba este período a partir de la categorización política que lo distinguía como República Liberal. Aun cuando esta historiografía contribuyó resaltando a ciertos actores y dominios de la experiencia, más recientemente se hizo evidente que era necesario enriquecer el repertorio de actores y acciones que dieron forma a la trama de la experiencia durante este período. Los trabajos que hemos reunido en este Dossier contribuyen a seguir avanzando en esta dirección desde distintos marcos disciplinares.

En el artículo titulado “Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935”, Thomas Williford presenta una narrativa histórica de las relaciones entre católicos militantes y anticlericales, a la manera de la microhistoria. Williford aborda algunos de los debates relacionados con la “cuestión religiosa” que provocaron divisiones y polarizaciones entre simpatizantes y opositores del clero. El propósito del autor es examinar cómo se configuraban las identidades políticas a mediados de la década del treinta, y con cuáles consecuencias para la sociedad. Si bien el tema es convencional en la historiografía del catolicismo, su mirada minuciosa de la celebración del Congreso Eucarístico Nacional de 1935, del papel de los representantes eclesiásticos y de otros participantes en el debate muestra las etapas en las que se consolida la polarización de las visiones. La descripción y el análisis del autor están apoyados en novedosas fuentes documentales poco citadas y conocidas procedentes del Archivo Dominicano, el Archivo Jesuita y el Archivo de Bogotá, así como una variada selección de prensa. Su trabajo no sólo es valioso por articular la realidad discursiva con la realidad material, sino por prestar atención a la ideología conservadora, frecuentemente pasada por alto en los estudios del período.

En el artículo que abre el Dossier, “El valor del análisis cultural para la historiografía de las décadas del treinta y cuarenta en Colombia: estado del arte y nuevas direcciones”, hacemos una cartografía del estado del arte sobre estas dos décadas, atendiendo a los cambios temáticos, teóricos y metodológicos en la literatura existente. Consideramos que, a pesar de que el análisis historiográfico es fundamental en la producción de conocimiento, en la tradición historiográfica colombiana se practica poco. Con el fin de promover el enriquecimiento de lo que conocemos sobre este período, demostramos que el análisis cultural, definido a partir de la cultura como dominio de la experiencia y como herramienta analítica, es de

* Ph.D. en Historia, University of Pennsylvania, Estados Unidos. Profesora principal de la Universidad del Rosario, Colombia. Correo electrónico: catalina.munoz@urosario.edu.co ** Ph.D. en Historia y en Historia del Arte, McGill University, Canadá. Profesora Asistente del Departamento de Historia de Brock Universtiy e investigadora afiliada al Centre for Oral History and Digital Storytelling, Concordia University, Canadá. Correo electrónico: msuescunpozas@brocku.ca

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Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 9-10.

En el artículo sobre la novela Por los caminos de Sodoma de Bernardo Arias Trujillo (1932), Alexander Hincapié se remite a la producción literaria de la época, y en particular, a la literatura gay como objeto historiográfico. El autor explora la formación de identidades alejadas de las definiciones y estrategias médicas, legales y religiosas que predominaban, en este caso, las homosexuales, contribuyendo así a expandir nuestra comprensión del dominio de las subjetividades.

proceso político de promoción de los derechos del “pueblo” y el populismo como un proceso administrativo de expansión estatal. López muestra además que ésta es una experiencia de sujetos sexuados, la mayor parte masculinos, hombres trabajadores asalariados, contribuyendo así a una mirada desde el género al estudio de las clases sociales. Como bien señalaron los distintos especialistas que participaron en la evaluación de los artículos que presentamos en este Dossier, quienes nos interesamos por el estudio de este período nos enfrentamos a muchos retos. Por ejemplo, debemos resistirnos a reproducir las polarizaciones que caracterizan el período, por ejemplo, Liberal y Conservador, tradicional y moderno, pueblo y oligarquía, urbano y rural, nacional y extranjero, entre otras. También es importante que exploremos e integremos diversos marcos teóricos a los análisis empíricos. Uno de los mayores retos que enfrentan tanto los científicos sociales como quienes trabajan en el campo de las humanidades es el de aterrizar los modelos teóricos entrando en conversación con la historiografía de un problema. Por último, está el de plantear análisis comparativos con experiencias de otros países explorando convergencias o divergencias en los procesos históricos, tanto durante el período como posteriores. El análisis de los cambios o permanencias en la experiencia colombiana podría enriquecerse al ser pensado a la luz de procesos que exceden los límites nacionales.

En “Entre el público y el movimiento, entre la acción colectiva y la opinión pública. Reflexiones en torno al movimiento gaitanista”, Carlos Andrés Charry ofrece al lector una reflexión teórica sobre el tema del liderazgo político desde el campo de la comunicación, argumentando que la opinión pública es una forma de acción colectiva. Charry abre múltiples avenidas analíticas aplicables al estudio del gaitanismo en sus distintas etapas, a partir de los medios de comunicación impresos y del rol que éstos desempeñaron en la creación de la figura de Jorge Eliécer Gaitán. Este análisis tiene relevancia para el estudio de las identidades y subjetividades durante el período. Charry muestra que podemos escapar de concepciones esencialistas articulando la formación de identidades y la experiencia a procesos más amplios, que van más allá del individuo mismo y sus cualidades inherentes. En su artículo “La ‘educación de las mujeres’: el avance de las formas modernas de feminidad en Colombia”, Zandra Pedraza estudia los debates que se dieron en las décadas de 1930 y 1940 en torno a la educación femenina. Pedraza se apoya en el concepto de biopolítica para preguntarse por las funciones prácticas y simbólicas atribuidas a la mujer como parte del proyecto de formación del Estado nacional moderno colombiano. Distinguiéndose de la mirada micro de otros contribuyentes, como es el caso de Williford, Pedraza cubre un rango temporal amplio remontándose al ideal de mujer moderna del siglo XIX, para argumentar que hasta la década del cuarenta del siglo XX hubo una continuidad importante en el rol prescriptivo de la mujer como ama de casa, esposa y madre.

Nota editorial: Los tres artículos que en esta oportunidad componen nuestra sección de Otras Voces, corresponden a trabajos de investigación llevados a cabo desde diferentes enfoques disciplinares y centrados en contextos sociales tan distintos entre sí como Colombia, Brasil y Birmania. El primero de ellos “Desafíos conceptuales para la Política de Protección Social frente a la pobreza en Colombia”, escrito por Andrea Lampis, plantea una mirada particular sobre el problema de la protección social que articula, por un lado, los desarrollos de la última década sobre “manejo social del riesgo” y, por el otro, la política social basada en principios de activos y derechos. El siguiente artículo, “El movimiento comunista birmano y el fracaso de su utopía revolucionaria (1945-1975)” de Daniel Gomá, ofrece un detallado recuento de la conformación, consolidación y decaimiento del movimiento comunista birmano durante el periodo de 1945-1975. En estas décadas, señala el autor, se condensa la historia de la lucha comunista en Birmania. Por último, “¿Inestabilidad o estabilidad en la política brasileña? Partidos políticos y presidente de la República contra la incertidumbre”, artículo de Riberti de Almeida Felisbino, nos sitúa en el panorama político de Brasil para dar cuenta de la concepción que los politólogos tienen sobre el sistema brasilero, y en particular, sobre la relación entre los poderes legislativo y ejecutivo.

En su artículo “‘Nosotros también somos parte del pueblo’: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948”, Abel Ricardo López ofrece una interpretación del gaitanismo y la base social del populismo sacando a la luz la participación de los empleados en el movimiento gaitanista. Se interesa por la conexión histórica entre la formación de una clase media y la emergencia de un discurso político en el cual ésta se alinea con la clase obrera, al mismo tiempo que se distingue de ella. López argumenta que la clase media se presentó como sector orientador del pueblo que servía de puente entre el populismo como un

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Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 12-27.

El valor del análisis cultural para la historiografía de las décadas del treinta y cuarenta en Colombia: estado del arte y nuevas direcciones* por Catalina Muñoz Rojas** María del Carmen Suescún Pozas*** Fecha de recepción: 2 de junio de 2011 Fecha de aceptación: 27 de julio de 2011 Fecha de modificación: 6 de septiembre de 2011

RESUMEN El presente artículo muestra la manera como el análisis cultural puede contribuir a la historia del siglo XX en Colombia, particularmente de las décadas del treinta y cuarenta, y de la República Liberal. Para tal fin, rescata para la historia cultural el trabajo de quienes consideramos son sus precursores y examina el de autores que han contribuido a darle forma, en perspectiva latinoamericana. Primero, hacemos un recuento de las interpretaciones partidistas que aparecieron sobre la República Liberal como objeto de estudio histórico tras su desmonte y la posterior aparición de análisis disciplinares que desde el estructuralismo en boga propusieron las primeras miradas críticas al período. Luego abordamos los trabajos de autores que abrieron terreno en nuevas direcciones y que de manera menos o más explícita introdujeron el análisis cultural y, como resultado de esto, contribuyeron a enriquecer el repertorio de actores y acciones que dieron forma a la trama de la experiencia durante este período. Finalmente, presentamos bibliografía reciente de otros países latinoamericanos para la primera mitad del siglo XX, dado que esta literatura puede servir de modelo para seguir profundizando en aspectos de la experiencia humana de las dos décadas aquí estudiadas que han sido poco explorados hasta el momento.

PALABRAS CLAVE República Liberal, historia cultural, historiografía, Colombia, siglo XX.

The Value of Cultural Analysis for the Historiography of Colombia in the 1930s and 1940s: The State of the Art and New Directions ABSTRACT This article demonstrates the ways in which cultural analysis can contribute to the historiography of twentieth-century Colombia, particularly the 1930s and 1940s and the period of the República Liberal. With this goal in mind, and from a Latin American perspective, it reclaims for cultural history the work of authors we consider precursors and examines texts that have shaped the field. First, we outline the partisan historiography that first examined the República Liberal as an object of historical analysis after 1948, and the later introduction of disciplinary analyses that, from a structuralist perspective, proposed the first critical approaches to the period. We then discuss works that opened up new paths and that, more or less explicitly, introduced the analytical tools and methodologies of cultural analysis, thus expanding the repertoire of historical actors and actions that made up the warp and woof of life during this period. Finally, we map out recent works on the first half of the twentieth century in other Latin American countries that can suggest ways to delve further into the human experience during these two decades, a topic that remains barely studied.

KEY WORDS República Liberal, Cultural History, Historiography, Colombia, Twentieth Century. *

Este artículo se desprende de la reflexión teórica y metodológica iniciada en la investigación de la tesis doctoral de Catalina Muñoz, y de un trabajo posterior de discusión sobre estos asuntos con María del Carmen Suescún que empezó en el XV Congreso Colombiano de Historia (agosto de 2010). ** Ph.D. en Historia, University of Pennsylvania, Estados Unidos. Profesora principal de la Universidad del Rosario, Colombia. Correo electrónico: catalina.munoz@urosario.edu.co *** Ph.D. en Historia y en Historia del Arte, McGill University, Canadá. Profesora Asistente del Departamento de Historia de Brock Universtiy e investigadora afiliada al Centre for Oral History and Digital Storytelling, Concordia University, Canadá. Correo electrónico: msuescunpozas@brocku.ca

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El valor del análisis cultural para la historiografía de las décadas del treinta y cuarenta en Colombia: estado del arte y nuevas direcciones Catalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

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O valor da análise cultural para a historiografia das décadas de trinta e quarenta na Colômbia: estado da arte e novas direções RESUMO O presente artigo mostra a maneira como a análise cultural pode contribuir para a história do século XX na Colômbia, particularmente as décadas de trinta e quarenta, e para a República Liberal. Para tal fim, resgata, para a história cultural, o trabalho dos que consideramos que são seus precursores e examina os autores que contribuíram para dar-lhe forma, em perspectiva latino-americana. Primeiro, fazemos uma releitura das interpretações partidistas que apareceram sobre a República Liberal como objeto de estudo histórico depois de seu desmoronamento e o posterior aparecimento de análises disciplinares que desde o estruturalismo em voga propuseram os primeiros olhares críticos ao período. Logo depois, abordamos os trabalhos de autores que abriram terreno para novos horizontes e que, de maneira menos ou mais explícita, introduziram a análise cultural e, como resultado disso, contribuíram com o enriquecimento do repertório de atores e ações que deram forma à urdidura da experiência durante este período. Finalmente, apresentamos uma bibliografia recente de outros países latinoamericanos para a primeira metade do século XX, dado que esta literatura pode servir de modelo para seguir aprofundando nos aspectos da experiência humana das décadas aqui estudadas que têm sido pouco explorados até o momento.

PALAVRAS CHAVE República Liberal, história cultural, historiografia, Colômbia, século XX.

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generarlo, debido a determinantes estructurales. Sin embargo, durante las dos últimas décadas un número considerable de científicos sociales de diferentes campos disciplinares han utilizado nuevas fuentes y herramientas y propuesto nuevas líneas temáticas en sus análisis. Esto ha permitido abrir la historia política, económica y social a nuevas miradas, y avanzar una historia cultural que permita recuperar el período a partir del patrimonio tangible e intangible en su más amplia envergadura.

pesar de su ubicación en un momento crucial en el siglo XX colombiano, lo que conocemos sobre la experiencia humana de las décadas de 1930 y 1940 en el país es aún exiguo. La narrativa del período nos remite al retorno de los liberales al gobierno o a su permanencia en él. Si bien la “República Liberal” le imprime coherencia, el balance que predomina es el de crisis política en el campo de la ideología y la administración pública, y de eliminación del otro tanto en la prosa como en la práctica (entendida como los intercambios sociales que se dan en la vida diaria y mediante los cuales los individuos construyen sentido). La recuperación de procesos materiales y simbólicos que sirven de fundamento a las esferas de la experiencia en el ámbito global –es decir, la experiencia como constitutiva de los dominios social, político, económico y cultural en sus interrelaciones– ha sido lenta.

El nuevo objetivo para quienes la República Liberal sigue siendo asunto de interés ha sido el de dar coherencia al período yendo más allá de historias partidistas, interpretaciones estructuralistas y la historia de la política formal. Con este fin, han propuesto complementar métodos cuantitativos y cualitativos utilizando el método etnográfico y estrategias interpretativas tales como el análisis de discurso. Gracias a esto ha sido posible utilizar nuevos objetos de análisis dentro de la trama de la experiencia (o fuentes para la historiografía) e indagar más a fondo sobre el alcance y significación del período en cuanto a la diversidad de una amplia gama de acciones y procesos tanto individuales como colectivos.

La visión que predomina de este período es la de un tiempo crítico, de radicalización de un liberalismo que se quedó corto, de ciega oposición tanto de liberales como conservadores y gestación del período de la Violencia. El balance de los hechos sigue siendo una suma de expectativas que quedaron por ser satisfechas, acciones que no produjeron el cambio deseado, o la imposibilidad de

Un elemento central de los avances de las dos últimas décadas es el esfuerzo de los investigadores por integrar la cultura en dos niveles: la cultura como dominio de la experiencia y la cultura como herramienta analítica. ¿Cómo concebimos el análisis cultural? ¿qué pertenece al

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dominio de la cultura y cuál es su repertorio? Dado que la cultura es un proceso que se reproduce indefinidamente, la pregunta es: ¿qué nos permite historizar este dominio y su repertorio, y, en última instancia, hacer historiografía de la cultura, es decir, trabajar en el campo de la historia cultural? Brevemente, nos remitimos a los elementos que consideramos más sobresalientes, y que, en vista de los retos que nos presenta el período, nos parecen más útiles para su historiografía. Estos elementos reaparecerán en el balance que hacemos de cómo se ha transformando la historiografía de los años treinta y cuarenta, y lo que queda aún por hacer.

cosas, el mundo de las ideas, de las emociones, del universo mental tanto consciente como inconsciente, y el cuerpo. Desde el punto de vista de la etnografía, la interpretación se apoya en el análisis de la acción que inevitablemente debe remitirse al discurso (representaciones). Desde el punto de vista de la lingüística, se toma como premisa que la acción está estructurada como lenguaje, y por ende, que se presta para el análisis semiótico. En este orden de ideas, el individuo es actor social en una trama de relaciones y contextos específicos significativos; a la vez sujeto y objeto de la acción; capaz de generar cambio o participar activa o pasivamente en él, en distinta medida, según sus intenciones, motivaciones y deseos, y dependiendo de los contextos que privilegiemos en el análisis.

De manera general, análisis cultural es el análisis de la forma en que los dominios social, político y económico se constituyen como tales dentro de la trama de las relaciones humanas entendidas como prácticas y que responden tanto a factores internos o propios del individuo (su subjetividad, autopercepción), como externos o propios del entorno (ya sea como el individuo lo percibe o como éste obra sobre él). Esta definición nos permite trabajar con los elementos estructurales –es decir, los que imponen limitaciones a la acción humana– y la agencia, entendida como la capacidad que tienen los individuos de actuar de manera independiente y tomar decisiones libremente dentro de sus circunstancias y posibilidades. Ambas entidades son cambiantes en sí mismas, y debemos historizar su interrelación en condiciones de continuidad, transformación y/o cambio. El objetivo último es exponer la forma o los patrones de significación en que las distintas esferas de la experiencia se constituyen e interrelacionan –esto es, “lo cultural” en la experiencia humana–, y siempre que sea necesario, pertinente, deseable y/o posible explicarlas en función de relaciones de causalidad.1

En vista de lo anterior, consideramos que el análisis cultural permite a los historiadores matizar la visión de que las políticas de gobierno y los esfuerzos del liberalismo por generar cambios, calificados como “revolucionarios” en la época o “reformistas” retrospectivamente, tuvieron corto alcance, y que, por ende, nada cambió realmente.2 El énfasis se hace, en cambio, sobre lo que sí ocurrió; por ejemplo, los diversos procesos mediante los cuales el Estado tomó forma, la participación de los gobernados en las relaciones de poder y los cambios en la trama de las relaciones sociales, políticas y económicas, por más sutiles que éstos hayan sido. También podemos indagar sobre las distintas maneras en que tanto gobernantes como gobernados concibieron sus actividades políticas, sociales y económicas, y en las distintas formas como se reprodujeron las condiciones de desigualdad, particularmente, sociales, de género y étnicas (o de representaciones raciales). Hace posible, además, dar cuenta de las contradicciones, ambigüedades y matices del período, sin que éstos tengan que tener, de entrada, una connotación negativa.

La mirada cultural se enfoca, además, sobre el repertorio extenso de la acción del individuo hacia sí mismo y su entorno, y su participación en la trama social orientada por ella. La acción comprende, entre otras

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Utilizando categorías orientadoras del análisis cultural, tales como identidad, subjetividad, género, representaciones, hegemonía, prácticas o experiencia, un creciente grupo de investigadores ha abordado experiencias diversas, tanto circunscritas a localidades como en perspectiva global nacional. Éstas han incluido el funcionamiento y lógica de los programas de gobierno y su verdadero alcance, los discursos estéticos y el rol de las prácticas artísticas en la construcción de la modernidad, la profesionalización de intelectuales y artistas y su participación en los

Nuestra percepción del análisis cultural constituye un esfuerzo por escapar de las polarizaciones entre el determinismo económico y el determinismo cultural; entre objetividad y subjetividad; entre el positivismo y el constructivismo. Por supuesto, esta propuesta no es novedosa y se viene generando hace un tiempo desde las diferentes ciencias sociales. Entre quienes han nutrido nuestra reflexión histórica se encuentran Michel-Rolph Trouillot (1995), Chartier (1988 y 1997), los textos de Emilia Viotti da Costa, Steve Stern, Barbara Weinstein y Florencia Mallon, incluidos en Joseph (2001); los autores que participaron en el libro editado por LeGrand y Salvatore (1998), y el número especial del Hispanic American Historical Review titulado “Mexico’s New Cultural History: Una Lucha Libre” (Gilbert 1999). Estos debates tampoco se han dado en el vacío, y es importante resaltar a los precursores: Raymond Williams (1997), Thompson (1963 y 1971), y antes de ellos, por supuesto, Gramsci (2001).

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Esto abre la pregunta de si una de las causas pudiese haber sido una posible debilidad o ausencia del Estado.


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procesos de negociación de poder, el ascenso de la vida privada en la pública y su creciente interdependencia, el papel de las subjetividades y las emociones en algunos de los más importantes procesos de las dos décadas, las transformaciones en el campo de la sexualidad y los roles de género, la interacción de marcos de significación seculares y religiosos, y la expansión de las moralidades. Todos tienen en común el intento de disolver las dicotomías que estructuran el pensamiento –y, por lo tanto, las descripciones y valoraciones que hacemos de la realidad–, a saber, la conceptualización de la cultura como superestructura o supeditada a la economía y la política, y las visiones de progreso en las cuales algunos Estados aparecen como “rezagados” en un mundo dividido entre países desarrollados e independientes y países en vías de desarrollo y dependientes. También problematizan categorías de análisis utilizadas a priori, tales como la clase, el progreso y la nación, y la oposición entre la cultura élite y la popular, lo moderno y lo tradicional, lo conservador y lo liberal, lo nacional y lo extranjero, historizándolos.

Finalmente, exploramos la historiografía cultural producida para otros países latinoamericanos y los trabajos más novedosos para Colombia que iluminan nuestras aproximaciones a la República Liberal abriendo campos diversos como la formación del Estado y de identidades de clase, el papel del género en la estructuración de jerarquías políticas, sociales y económicas, y las relaciones internacionales. En el Congreso Colombiano de Historia de 2001, el historiador Jaime Jaramillo Uribe (2001) expresó la necesidad que había aún de avanzar la historia moderna de la cultura. El objetivo de nuestro balance es rescatar el trabajo de quienes consideramos sus precursores, es decir, lo que se había venido haciendo hasta el momento, y el de autores que en la última década le han dado forma de manera explícita, en perspectiva latinoamericana.

De la historia partidista a la historia disciplinar

En las próximas páginas haremos un balance de los trabajos historiográficos que han avanzado el análisis cultural para las décadas de nuestro interés, lo que este análisis aporta a su revalorización, y en particular, para el campo de acción de la República Liberal (y de la oposición tanto liberal como conservadora) y su relación con la historiografía cultural existente para el resto de América Latina y el Caribe.3 En la siguiente sección hacemos un recuento de las primeras interpretaciones que aparecieron sobre la República Liberal como objeto de estudio histórico tras su desmonte y el surgimiento posterior de las primeras miradas analíticas a partir de las teorías desarrollistas que tomaron fuerza entre los estudiosos de América Latina. Luego de hacer un balance de esta historiografía, abordamos los trabajos de autores que abrieron terreno en nuevas direcciones, y que de manera menos o más explícita introdujeron elementos del análisis cultural y, como resultado de esto, contribuyeron a enriquecer el repertorio de actores y acciones que dieron forma a la trama de la experiencia durante este período.

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Los primeros recuentos sobre el significado histórico de estas décadas fueron producidos en el período inmediatamente posterior por políticos e intelectuales que habían participado en los hechos. Con fines celebratorios o acusatorios, quisieron dar cuenta del manejo que los liberales habían dado al gobierno durante los 16 años que fueron identificados como “La República Liberal”. Así, el significado histórico atribuido inicialmente a este período fue eminentemente político, privilegió las acciones y omisiones de hombres públicos prominentes sobre otros aspectos de la experiencia humana del momento. Su forma de presentación fue más cronológica que analítica, y la diferencia fundamental entre unos y otros estaba en quiénes eran señalados como héroes y quiénes como villanos. Entre los trabajos acusatorios se puede resaltar el libro De la revolución al orden nuevo del intelectual y político conservador Rafael Azula Barrera (1956). Para Azula, la llegada de los liberales al poder en 1930 había sido una “catástrofe irremediable” que había dado al traste con la “obra portentosa de sabiduría política, de formación cristiana de la sociedad, de reconstrucción moral y material del país” que representaban para él los gobiernos conservadores anteriores (Azula 1956, 22-23). En su interpretación, el liberalismo era minoría en un país mayoritariamente conservador, tradicionalista y católico. Si había logrado llegar al poder era a causa de la habilidad de sus líderes para usar la propaganda procurándose el apoyo popular urbano de masas caóticas, anárquicas y violentas de resentidos sociales.

Para efectos de este balance historiográfico, hemos utilizado los libros que resultaron de tesis doctorales de autores como Daniel Pécaut, Mauricio Archila, Catherine LeGrand, Herbert Braun, Aline Helg y Anne Farnsworth-Alvear, entre otros. Sabemos que la obra publicada difiere en mayor o menor medida de la tesis doctoral de muchos autores. Nuestra decisión de trabajar con obras publicadas y no tesis doctorales no desconoce la importancia de la tesis. Para efectos de este artículo, consideramos que los argumentos principales presentados por los autores permanecen como una constante tanto en la tesis como en su posterior publicación. Además, es importante reconocer que en Colombia es aún limitado el acceso a las tesis doctorales escritas en el exterior.

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En contraste con esta interpretación, la Breve historia constitucional y política de Colombia del liberal Gustavo Samper Bernal (1957) describe el gobierno conservador anterior a 1930 como una república teocrática, y a los gobiernos liberales –en particular, el de Alfonso López Pumarejo–, como una revolución pacífica tanto económica como social. Otra obra del mismo corte fue el libro editado por Plinio Mendoza Neira bajo el título El liberalismo en el gobierno, 1930-1946 (Mendoza 1946). Esta obra compiló artículos cortos de intelectuales y políticos liberales de la época y una serie de fuentes primarias, cuyo objetivo era dar testimonio del servicio de los liberales a la patria durante el período. Documentos que contenían mensajes presidenciales, discursos de ministros y fotografías de obras públicas –incluidos los modernos edificios del campus universitario, inauguraciones de barrios de vivienda popular, escuelas de alfabetización, restaurantes escolares y granjas agrícolas, entre otros– apoyaban el argumento de que el régimen liberal había sido el gobierno más eficaz en la historia de Colombia.

particular relación que se dio durante la República Liberal entre las clases dominantes y las clases obreras, y entendieron el período a partir del proceso de consolidación de una economía capitalista insertada en el sistema económico mundial. Pionero en este sentido fue el trabajo del sociólogo francés Daniel Pécaut. En su trabajo Política y sindicalismo en Colombia, Pécaut se acercó a la República Liberal como el período en que se formó el sindicalismo colombiano, constituyéndose en un elemento político importante pero falto de autonomía (Pécaut 1973). Con una mirada estructural, Pécaut buscó entender la relación entre las formas de organización social de la clase obrera colombiana, la mediación del Estado y las determinaciones externas impuestas por la dinámica del capitalismo. El autor utilizó la noción de dependencia de Fernando H. Cardoso para articular las especificidades de las relaciones sociales internas de las sociedades dependientes con la dominación externa. El análisis de Pécaut ya no se interesaba por las acciones de individuos (como ocurría en las narrativas partidistas) sino por las relaciones, tanto económicas como políticas, entre clases sociales.

Después de estas obras, encontramos una ausencia de trabajos históricos sobre la República Liberal durante el período del Frente Nacional (1958-1974). Es probable que, bajo el espíritu de conciliación por parte de los líderes de ambos partidos, los intelectuales y políticos que se habían dado a la tarea de rescatar la historia del período dejaran sus plumas quietas. Cuando retomaron la escritura, las obras escritas por los políticos que participaron en el proceso siguieron teniendo el mismo corte que habían tenido en la década de los cincuenta. Entre 1974 y 1976, por ejemplo, Carlos Lleras Restrepo publicó en su periódico Nueva Frontera una serie de artículos semanales bajo el título Historia de la República Liberal. A partir de sus recuerdos personales, y no de documentación, Lleras Restrepo presentó nuevamente una historia celebratoria de eventos protagonizados por los líderes políticos, cuyas fotografías ilustraron las páginas de su texto (Lleras 1974-1976).

En Orden y violencia: Colombia 1930-1954, Pécaut examinó el período 1930-1954 tratando de explicar la contradicción inherente al hecho de que, al mismo tiempo que el Estado promovió la legislación social con el objetivo de lograr la unificación nacional, también instigó una intensa violencia partidista (Pécaut 1987). En una interpretación que integra la mirada al Estado con la exploración de su relación con la sociedad civil remontándose al siglo XIX, Pécaut entiende la República Liberal como un período de consolidación de la burguesía agroexportadora. De manera paralela a su interés por las condiciones materiales, este autor hizo un primer esfuerzo por atender también a las representaciones que de las mismas produjeron las élites económicas para consolidarse en el poder. Así, el autor exploró el discurso social y de unidad nacional que promulgaron los líderes de la República Liberal de manera novedosa, resaltando que este discurso no hizo desaparecer las desarticulaciones sociales sino que, muy por el contrario, convivió de manera paralela con lo que él describe como orden oligárquico.

Estas historias y memorias políticas se han seguido produciendo hasta hoy. Algunas incluso han sido reeditadas, como la obra de Azula Barrera, con prólogo de Mariano Ospina Hernández (Azula 1998). Sin embargo, en paralelo a ellas empezaron a aparecer obras mucho más complejas que, superando las memorias partidistas y las explicaciones a partir de voluntades individuales, presentaron las primeras interpretaciones analíticas del período haciendo uso de las teorías marxistas o estructuralistas en boga en los estudios latinoamericanos, y más en general, enfatizando los factores socioeconómicos en el cambio histórico. En particular, se interesaron por la

Dentro de la tendencia historiográfica que enfatizaba las condiciones materiales de la existencia como fuerza histórica primordial por encima de las voluntades individuales y del ejercicio formal de la política, podemos ubicar la obra del economista Jesús Antonio Bejarano (1979). En su explicación sobre la transición en Colombia de una economía preindustrial a una industrial, Bejarano

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se opuso a interpretaciones que consideraban las reformas institucionales de la República Liberal como fundamentales para explicar dicho proceso. Para el autor, estas explicaciones no tenían en cuenta los cambios en las relaciones sociales en que se fundamentaba la mecánica política y que eran necesarios para la acumulación capitalista. La política liberal que había favorecido la industrialización en la década de los treinta era el “componente super-estructural de modificaciones en la estructura social” (Bejarano 1979, 15) y su papel había sido sólo el de catalizadora coyuntural de una transformación más profunda. Por eso, el foco de su investigación fue la transformación de las relaciones sociales del régimen terrateniente, pues a partir de allí surgieron las nuevas formas de acumulación de capital, el proceso de proletarización y la formación de un mercado interior necesarios para la industrialización.

Álvaro Tirado Mejía (1981) realizó un estudio muy bien documentado sobre el pensamiento de López Pumarejo y la relación de su régimen con las fuerzas políticas de la APEN, la UNIR, el Partido Conservador, el Partido Comunista, la Iglesia y los “caciques” regionales, entre otros. Tirado argumentó que el aspecto más importante del período no estuvo en el orden material sino en el ideológico, y que López Pumarejo fue un verdadero innovador comprometido genuinamente con la mejora de las condiciones de vida y la participación política de los campesinos y obreros colombianos. Con un tono apologético, concluía que los límites de la “Revolución en Marcha” no debían ser atribuídos a su presidente sino a la intensa oposición de los conservadores, la jerarquía católica, los intereses terratenientes, los “caciques” y la facción de centro del Partido Liberal. En una línea similar, el trabajo de Richard Stoller (1995) retomó el análisis de lo político como dominio separado de lo económico. En su análisis sobre el primer gobierno de López Pumarejo se alejó de las explicaciones de clase. Para Stoller, López no era un representante o aliado de la clase industrial, y su llegada al poder no fue asunto de clase sino de estrategia política. Enfatizó el uso de un nuevo lenguaje en la arena pública y la sensibilidad frente a la importancia de la afiliación partidista y su carga emocional. De esta manera, entendió el período 19341938 como uno de transformación político-ideológica, y no socioeconómica.

Otro análisis agudo del período, también de corte estructuralista, es el de Charles Bergquist (1986). Este historiador explicó la debilidad del movimiento laboral colombiano a partir de la estructura de la economía de exportación cafetera en Colombia. El estudio de Bergquist demostró que, si bien los trabajadores cafeteros lograron constituirse en pequeños propietarios, la burguesía capitalista mantuvo el control de las finanzas y de la exportación del grano, y por medio de ellas, la explotación de los pequeños productores y trabajadores. Adicionalmente, para Bergquist el fenómeno político de la lealtad sostenida de los trabajadores cafeteros a los partidos tradicionales no podía explicarse a partir de una “tradición”; era el producto de las condiciones materiales impuestas por la estructura exportadora cafetera, que no les permitió organizar una acción colectiva efectiva como clase.

La interpretación de Stoller es muy similar a la ofrecida por Marco Palacios. Según este historiador, López Pumarejo constituyó un reto para la vieja generación de líderes liberales al proponer una forma de liberalismo con un importante contenido social que redefinía los objetivos del partido y del Estado. Sin embargo, Palacios nos recuerda que debemos tener cautela, pues el reformismo liberal fue modesto si consideramos sus resultados efectivos (Palacios 2003, 137-163). A pesar de las limitaciones de las acciones reformistas de esta nueva generación de liberales, Palacios enfatiza el significado político e ideológico de la República Liberal al afirmar que éste fue el período de mayor actividad política, redefinición ideológica y confrontación en el siglo XX colombiano (Palacios 2002, 285).

Estos autores cuestionaron la imagen de la República Liberal como régimen progresista y revolucionario interpretando más bien el período como uno de consolidación de la oligarquía capitalista mediante la manipulación política y explotación de las clases trabajadoras. Sus trabajos han sido tremendamente reveladores y han despertado miradas críticas muy necesarias frente al discurso político y social del liberalismo de la época. Contemporáneo a estas miradas que desde el estructuralismo económico relegaban lo político a un segundo plano (en función de intereses capitalistas de clase) surgió un trabajo que, si bien centraba su atención en los aspectos políticos del primer gobierno de López Pumarejo, no lo hacía a la manera de las memorias partidistas sino desde un análisis metodológico disciplinar. En una apuesta por alejarse de estudios de temas muy amplios,

En cuanto a la historia política, vale la pena mencionar los trabajos realizados desde la ciencia política de Robert Dix (1967), quien se interesó por los esfuerzos de la élite política a partir de 1934 por hacer frente a los retos de la modernización, y de Paul Oquist (1980), quien explicó la Violencia a partir del colapso parcial del Estado colombiano tras

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perder la capacidad para mediar en conflictos. Ambos estudios son análisis que contribuyeron a complejizar nuestro entendimiento de las dinámicas políticas “desde arriba”.

La autora estudia las relaciones y el conflicto entre los campesinos, los empresarios agrarios y el Estado, dirigiendo su atención al problema de la redistribución de la tierra y al conflicto entre colonos y terratenientes. Sus fuentes incluyen la correspondencia entre las distintas zonas rurales y el Gobierno nacional sobre terrenos baldíos, solicitudes de préstamos, reportes de inspectores de tierras y representantes del Gobierno, y peticiones de los colonos que describen sus condiciones de vida y retos. Lo novedoso es que combina la información “blanda” con la que se considera “dura” (intercambios comerciales, demografía), para complementar lo cuantitativo con un análisis cualitativo atento a motivaciones, percepciones, deseos, y a la transformación desde abajo para el análisis de procesos sociales en el sector rural. Su análisis interpreta las regiones rurales como entidades en transformación, en vez de estáticas e incapaces de movilizar el cambio, incluso si en el balance final se beneficiaron de manera limitada de la política agraria del gobierno de López Pumarejo (LeGrand 1986). Un importante aporte de este trabajo es, en última instancia, introducir implícitamente la agencia de los colonos en el estudio del crecimiento económico y sus beneficios durante la República Liberal.

Dentro de esta línea de historia política podemos resaltar también los libros de Gerardo Molina sobre las ideas liberales y socialistas en Colombia (Molina 1971, 1987), en los que, aunque hace un trabajo histórico documentado y metodológico, se percibe la inclinación partidista del autor; los trabajos de James Henderson (1985, 2001) y el de Thomas Williford (2005b), en que exploran el poco estudiado pensamiento conservador por medio del caso particular de Laureano Gómez, y el de César Ayala Diago sobre Gilberto Alzate (Ayala 2007); y la historia del Partido Comunista Colombiano escrita por Medófilo Medina (1980). Finalmente, están los trabajos que se han aproximado a la Iglesia católica como un actor político fundamental durante el período (Abel 1987; Bidegain 1985; LaRosa 2000).

Nuevas aproximaciones: precursores del análisis cultural A mediados de los ochenta empiezan a publicarse trabajos que indagan sobre el papel que desempeñó un creciente número de actores sociales buscando un equilibrio entre los determinantes estructurales y su agencia. En estos trabajos se vislumbran aspectos propios del análisis cultural, tales como la importancia del estudio de la formación de identidades de clase, raza y género, así como de las prácticas religiosas. Ya para los noventa y la primera década de este siglo, la cultura aparece en muchos trabajos como un elemento constitutivo de la economía y la política.4

La historia social se enriqueció, además, con el estudio de la formación de identidades obreras que conjuga procesos socioeconómicos, las experiencias obreras y los intereses de élites. En su libro Cultura e identidad obrera: Colombia 1910-1945, Mauricio Archila (1991) analiza la construcción de identidades obreras y sus condiciones materiales introduciendo el concepto de cultura, y a través de él, la experiencia –entendida como dinámicas internas de relación entre grupos que conjugan adaptación y resistencia tanto material como simbólicamente–, sin hacer de lado “condicionamientos estructurales” (Archila 1991, 27). Para Archila, la “clase obrera” no es la imaginada por la élite o producto de la industrialización sino que resulta de su autodefinición. Los obreros (todos los trabajadores, urbanos o rurales, que trabajan directamente los medios de producción) no son individuos que responden de manera pasiva a la acción de líderes o partidos o determinantes económicos. Por el contrario, son agentes en la construcción de sus destinos que responden a un proceso histórico, y lo hacen de modo no uniforme (de la misma manera que no lo es tampoco la élite, si tenemos en cuenta que ésta también resulta de la combinación de procesos de formación identitaria y condiciones materiales tales como la economía de exportación y los conflictos sociales). El uso de la historia oral y la atención a la vida cotidiana y al uso del tiempo libre, además de los procesos de organización, son aspectos de su trabajo que

Un primer ejemplo de cómo podemos arrojar luz sobre las aparentes contradicciones del período y visibilizar nuevos actores sociales proviene de la historia social agraria. En su libro Frontier Expansion and Peasant Protest in Colombia, 1850-1936, Catherine LeGrand (1986) aborda el estudio de la economía, con énfasis en procesos y relaciones sociales de clase, y recobra la historia del sector rural a partir del análisis de las protestas agrarias en siete regiones “de frontera”, con perspectiva global nacional.

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Queremos anotar que en esta sección no examinaremos tesis de pregrado o maestría sobre las décadas de 1930 y 1940 que puedan utilizar una aproximación cultural. Muy seguramente, este examen podría arrojar luces sobre los caminos que abrieron los precursores que discutimos aquí.

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se deben resaltar. Archila subraya el rol de los sindicatos y empresas, la Iglesia, las élites, y los obreros mismos, demostrando que el Estado no tiene injerencia exclusiva en ese proceso.

Utilizando como fuentes grabaciones de la época, entrevistas, memorias, biografías y materiales de archivo convencionales, Herbert Braun recupera para la historiografía al líder político Jorge Eliécer Gaitán y “el pueblo” o la “masa”, los cuales hasta la fecha seguían siendo difícil objeto de estudio. Mataron a Gaitán. Vida pública y violencia urbana en Colombia (Braun 1987) ofrece un estudio de los comportamientos, creencias, emociones, decisiones, acciones, en respuesta tanto a situaciones predecibles como impredecibles, y patrones de vida de líderes políticos y de la clase popular urbana. Braun propone una nueva aproximación al estudio del cambio y conflicto durante las décadas del treinta y cuarenta revalorizando actores polémicos; reconstruye el repertorio de acciones significativas examinando acción y subjetividad, y construye un nuevo repertorio que permite reconstruir el patrimonio histórico inmaterial. Particularmente importante es el énfasis que hace el autor en la vida privada y su ascenso en el espacio público como producto del proceso de secularización en el capitalismo. Braun evita así echar mano de la tradición paternalista y corporativista católico-ibérica como modelo explicativo para leer la cultura política y la relación entre líderes y seguidores.

El análisis cultural también fue inicialmente aplicado al estudio del proceso de industrialización, que nos permite comprender la formación de identidades de la clase trabajadora. El conocimiento que tenemos sobre el desarrollo industrial y el alcance y los límites del control social fue ampliado por Ann FarnsworthAlvear (2000) para el caso de la industria textil. En su libro Dulcinea in the Factory: Myths, Morals, Men, and Women in Colombia’s Industrial Experiment, 1905-1960, la autora examina los factores culturales y las dinámicas sociales locales que dieron forma al sector. Las fuentes utilizadas incluyen los archivos de Coltejer, Fabricato y Tejicondor, archivos personales, documentos del Patronato de Obreras e historias orales, entre otras. En ellas, la autora busca leer lo que el trabajo significó para los trabajadores, así como sus experiencias, poniendo en cuestión argumentos que dan preponderancia al control de los trabajadores por parte de los industriales, a la hora de comprender las relaciones entre obrero y patrón en el espacio industrial. Para entender más a fondo el proceso de industrialización local, Farnsworth-Alvear introduce la historiografía de este período al análisis de género y las subjetividades examinando el papel que cumplieron la sexualidad, los códigos morales que moldeaban la autopercepción y los roles tanto de hombres como de mujeres, y más particularmente, la castidad en el caso de las mujeres, en la forma que adoptan jerarquías de raza y clase (Farnsworth-Alvear 2000). En este trabajo, discurso y práctica son las dos nociones que permiten a la historiadora estudiar las representaciones dominantes que dan forma o informan la manera como las personas piensan, sienten y dicen sobre sí mismas y los otros miembros de la sociedad, así como la vida cotidiana, las relaciones o intercambios interpersonales en el hacer y el actuar, lo cual hace que el sentido nunca permanezca inmutable (Farnsworth-Alvear 2000). De especial importancia para estudiosos del régimen liberal durante los años cuarenta es la invisibilidad de las trabajadoras en el activismo radical del período –a los ojos de los medios y los industriales mismos– y la masculinización del espacio de trabajo como resultado de las medidas que se tomaron para desincentivar la protesta.

En sus textos Estado laico y catolicismo integral en Colombia: la reforma religiosa de López Pumarejo (2000) y El episcopado colombiano: intransigencia y laicidad (1850-2000) (2003), Ricardo Arias hace una importante contribución al estudio de la Iglesia católica, el clero, los católicos y la política en Colombia al revalorar una institución cuya historia aún escapa de lecturas desapasionadas. Si bien su trabajo podría enmarcarse dentro de la historia de las ideas, de interés para nosotros es la exploración que hace el autor del proyecto de laicización de la “Revolución en Marcha”, que recupera las prácticas religiosas como constitutivas del dominio de la política. Utilizando fuentes tales como cartas pastorales, comunicados, sermones, prensa, revistas, obras literarias y fuentes orales, cuestiona el proyecto de laicización en el proceso de “modernización”. Arias hace un balance del rol del episcopado en el freno de la laicización y del proyecto liberal. Contrario a lo que se pensaba, Arias demuestra que el liberalismo no fue lo “revolucionario” que se creía a este respecto: no trató de prohibirle al clero seguir con sus tareas educativas, no intentó acabar con la educación confesional sino ofrecer una alternativa, y tuvo limitaciones económicas para implementar una educación laica gratuita que, de todas formas, no era del todo autónoma. Arias argumenta que el “el proyecto que buscaba redefinir el rol de la Iglesia católica en el seno de la sociedad era quizá menos ambicioso de lo que pretendía el gobierno” (Arias 2000, 71). El proyecto fracasó no

A partir de mediados de los ochenta, el estudio de la política de masas y la cultura política arroja una nueva mirada sobre un campo que ya había sufrido varias transformaciones en las décadas de los sesenta y setenta.

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sólo por la oposición sino por la poca firmeza y el escaso compromiso con que los partidarios del laicismo defendieron su causa. Por otro lado, sin quedarse en la oposición discursiva del clero a la reforma religiosa, Arias elabora a partir de sus instrumentos y estrategias para responder a las reformas que podían potencialmente reducir su papel en la sociedad, tales como la fundación de colegios y universidades católicas, la Acción Católica, la organización de juventudes obreras, sindicatos católicos, cooperativas locales y grupos de devoción. Aparte de contribuir a la historización de la Iglesia católica como importante actor en el dominio público, estos estudios introducen la religiosidad como práctica constitutiva del dominio de la política.

lizan para construir la nación. Un estudio que en este sentido contribuye a la historiografía del período es el libro Música, raza y nación: música tropical en Colombia de Peter Wade (2002). En este estudio etnográfico de la música, Wade indaga sobre cómo se transformó en música nacional la música de raíces afrocolombianas de la clase trabajadora de la costa Caribe y del Pacífico durante la década de los cuarenta. En su exploración de la conformación de identidades nacionales a través de la música desde una perspectiva racial, incluye el importante papel que cumplió la industria musical. En este trabajo, la producción musical aparece no como reflejo sino como constitutiva de la formación de la nación. Wade se apoya en fuentes de prensa, revistas culturales, entrevistas, textos escolares, textos literarios y observación etnográfica en círculos intelectuales y artísticos, y grupos de la clase media y trabajadora. El autor arroja luz sobre el proceso de modernización en Colombia en cuanto a la creación de audiencias, la apreciación musical, la diversificación que permiten los sistemas de comunicación y las nuevas tecnologías tanto de lo que se disfruta como de quienes lo disfrutan, más allá de las limitaciones geográficas.

La exploración de formas novedosas de acercarnos a la historia política y económica del país se enriquece con el estudio de la educación como instrumento del proyecto político de modernización y la modernización educativa misma en perspectiva global nacional. En su libro La educación en Colombia, 1918-1957. Una historia social, económica y política, Aline Helg (1987) combina el análisis cuantitativo con el cualitativo implementando de esta manera un elemento importante para el análisis cultural. Helg nos muestra cómo enriquecer la información cuantitativa, en este caso la compilada en la década de los sesenta por Ivon Lebrot y dirigida por el padre Louis Lebrat de la Misión Economía y Humanismo, con análisis cualitativo y utilización cuidadosa de legislación educativa, memoria de los ministros de Instrucción Pública y Educación, revistas, periódicos, y su sección editorial. Además de esto, Helg realizó entrevistas con personas que participaron de distinta manera en los procesos. Según Helg, el período 1935-1938 representó un quiebre con las políticas de los gobiernos conservadores anteriores, por su carácter secularizante, democratizante y nacionalista. Si bien pareciera que los cargos eran otorgados en función de la política para equilibrar el poder, los aspectos sociales del Gobierno en lo que respecta a su función social efectivamente se ven reflejados en la relación entre políticas culturales y los niveles y modalidades de educación. Hay, sin embargo, más similitudes que diferencias entre conservadores y liberales, y en su última instancia el proyecto de modernización fue más bien moderado.

Finalmente, queremos destacar los trabajos de Renán Silva, República Liberal, intelectuales y cultura popular (2005) y Sociedades campesinas, transición social y cambio cultural en Colombia (2006), como ejemplo de una historia social y de la cultura del período que nos permite ahondar en la política cultural del Gobierno más allá del estudio de las instituciones educativas. Los libros de Silva reúnen estudios empíricos rigurosos sobre aspectos puntuales de la política cultural liberal. En ellos muestra el esfuerzo material que hizo el Estado liberal al utilizar mecanismos de diseminación y construcción de audiencias tan diversos como las escuelas ambulantes, patronatos, radio, cine, prensa, libros, ferias y espectáculos. Silva resalta el hecho de que durante este período el Ministerio de Educación se convirtió en lugar de llegada de intelectuales que compartían intereses y estaban comprometidos con el proyecto modernizante del gobierno liberal. Así, la política cultural liberal involucró actores diversos, incluidos ministros, sus asistentes, secretarios de Educación y maestros. Esto se ve particularmente en el rico estudio preliminar de una fuente novedosa: la Encuesta Folclórica Nacional de 1942, diseñada por el Gobierno para conocer la población, sus costumbres y necesidades, y aplicada por los maestros a lo largo y ancho del país. Silva nos invita a matizar visiones sobre el alcance de los avances durante este período mediante su estudio de instituciones emblemáticas como la radio y su enriquecedor y continuo funcionamiento.

Nuestra comprensión del dominio de la política durante el período liberal ha sido enriquecida por estudios de las políticas de Estado en el ámbito de su implementación y de su relación con procesos de formación de identidades de clase, género, raciales y/o étnicas, y los múltiples medios que distintos actores sociales uti-

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Nuevas direcciones en perspectiva latinoamericana

revelando a este último ya no como un ente homogéneo, centralizado y de poder formidable, sino heterogéneo, sujeto a pugnas con las élites locales y en constante formación y negociación de su poder.5

El análisis cultural como campo de producción teórica y metodológica ofrece muchas posibilidades que han atraído la atención de estudiosos de la historia latinoamericana. A continuación presentamos algunos estudios de otros países latinoamericanos –que de ninguna manera son exhaustivos–, así como adiciones recientes a la historiografía colombiana, con el objetivo de señalar nuevas rutas posibles y despertar curiosidades entre los investigadores. Lo que estos trabajos señalan son las inmensas posibilidades que presenta el análisis cultural para que profundicemos nuestra comprensión del período adentrándonos en aspectos de la experiencia humana poco explorados hasta el momento.

Tenemos mucho que aprender de estos estudios. Así lo demuestran los análisis que han empezado a preguntarse por la formación del Estado colombiano con perspectivas similares. Esto se ha dado especialmente en la bibliografía sobre el siglo XIX, y un buen ejemplo es el trabajo de James Sanders sobre la participación política popular en el Cauca (Sanders 2004 y 2009). Ampliando la mirada sobre lo político más allá de la acción de las élites, Sanders examina las maneras como los afrocolombianos e indígenas caucanos utilizaron el lenguaje del republicanismo para defender sus propios intereses y lograron consolidar posiciones de negociación eficaces.

Para comenzar, hay una amplia bibliografía que ha acudido al análisis cultural para iluminar nuestro entendimiento de la formación del Estado. El caso particular de la Revolución Mexicana ha sido muy sugestivo. El análisis cultural ha sido una herramienta prolífica para escapar del callejón sin salida al que había llevado la historiografía revisionista desde la década de 1970. Para el revisionismo, la Revolución no había sido un movimiento popular efectivo (como se suponía hasta la masacre de Tlatelolco de 1968), sino que había sido traicionada por elementos burgueses que desde el Estado postrevolucionario consolidaron un Estado centralizado, autoritario y capitalista alejado de los principios por los que lucharon los mexicanos de 1910. Lejos de encarnar la revolución, el PRI había sido un instrumento de intereses capitalistas que profundizó la desigualdad y cerró las vías de participación popular.

Para el siglo XX, Renán Silva ha sugerido que el estudio empírico de la política cultural de la República Liberal permite cuestionar la tesis generalizada del Estado ausente en la historia de Colombia (Silva 2005). Aunque Silva no profundiza en esta propuesta, pues su trabajo no gira en torno al problema de la formación del Estado, su observación es muy sugestiva. Los mecanismos de acción y formación del Estado colombiano durante la República Liberal que han recibido la mayor parte de la atención son los intervencionismos económico y laboral, pero poca atención hemos prestado a fenómenos como las políticas culturales como estrategias de fortalecimiento estatal. En el caso mexicano, la historiadora Mary K. Vaughan ha rescatado el papel fundamental que tuvo la política educativa de la Revolución Mexicana, en cuanto permitió que en el diálogo entre gobernantes y gobernados se forjara un lenguaje compartido de expectativas, derechos, valores e identidades (Vaughan 1997). Vaughan hace esto examinando el nodo en el cual se entrelazaron las iniciativas del Estado, las personas encargadas de implementarlas y las comunidades a las que iban dirigidas, estudiando en detalle los casos de Puebla y Sonora. El trabajo que Silva ha iniciado, en general podría llevarse más allá al entrar en diálogo con miradas como ésta, y emprender el estudio de la implementación regional y local de las políticas culturales de la República Liberal.

Desde finales de la década de 1980 se despertó un interés por sobrepasar esta lectura, sin que ello implique regresar a lecturas románticas de la Revolución. Cuestionando imágenes del Estado posrevolucionario y de las élites capitalistas como fuerzas de dominio absoluto, ha surgido una preocupación por rescatar de la inconsecuencia la participación popular durante la Revolución, así como las relaciones y negociación entre gobernantes y gobernados después de ella. Estas interpretaciones han ido de la mano con un nuevo interés por las subjetividades, por la agencia de grupos como los indígenas, campesinos y trabajadores urbanos, y por las formas cotidianas de acción política (incluida la cultura como terreno de luchas por el poder), en contrapeso a los análisis estructuralistas que enfatizaban el peso de las condiciones materiales de la existencia sobre los individuos. Adicionalmente, estudios empíricos regionales y locales han iluminado las dinámicas de la hegemonía en la formación del Estado

El papel en este período de medios de comunicación como el cine, la radio y la reportería gráfica en la formación tanto del Estado como de la nación también es un campo

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La literatura es muy amplia para desglosarla aquí, pero se pueden encontrar balances extensos en Gilbert Joseph y Daniel Nugent (2002), en Mary Kay Vaughan (1999) y en Florencia Mallon (2003).


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con gran potencial. Algunos esfuerzos iniciales en este sentido se pueden encontrar en el dossier sobre historia de los medios de comunicación de la revista Historia Crítica, editado por Fabio López de la Roche (2005). La historiadora Mary Roldán también está por publicar un trabajo muy prometedor que relaciona la tecnología de la radio con la formación nacional.

Más recientemente, Abel Ricardo López se ha concentrado en la poco estudiada clase media colombiana, buscando encontrar un equilibrio entre los factores estructurales que posibilitan o limitan la acción y las experiencias de vida cotidianas. Utilizando fuentes que van desde estadísticas y documentos oficiales hasta diarios, archivos personales, novelas e historias orales, López explora la manera como los empleados de oficina construyeron su identidad de clase durante las décadas de 1930 y 1950 (López 2001). Posteriormente, se concentra en la formación de la clase media en Bogotá enmarcándola en el contexto interno del Frente Nacional y en el contexto transnacional de la Guerra Fría (López 2008). La importancia que tiene la interacción entre los universos mentales y los universos vividos para el estudio de la formación de identidades de clase media empieza a dar sus frutos en la historiografía de varios países latinoamericanos, incluido Colombia (Adamovsky 2009; Barr-Melej 2001; Owensby 1999; Parker 1998).

Estudiar el proyecto cultural de la República Liberal (sin asumir que se trataba de un proyecto ni de un Estado monolítico, ni que tuvieran un alcance y poder excesivos) en relación con el contexto de cambios económicos y políticos que conocemos mejor, puede dar luces no solamente sobre el nacionalismo cultural sino sobre la relación entre el Estado liberal y la sociedad civil, y los mecanismos de dominación y resistencia. Además, los debates y negociaciones en torno a estas políticas constituyen un lugar importante para observar la práctica política de colombianos ordinarios que se vincularon con ellas y, por ende, con el Estado. Cabe preguntarnos, por ejemplo, por la manera como diferentes sectores sociales (los intelectuales y artistas, los empresarios de la cultura y los consumidores) contestaron o reforzaron jerarquías políticas, sociales y económicas al participar en las políticas culturales. El caso de las políticas culturales es sólo una de las posibilidades que surgen cuando consideramos la eventualidad de estudiar el funcionamiento del poder más allá de la acción política formal y de la dominación económica.6

En la última década han proliferado estudios de género que nos permiten ver la manera en que éste constituye las jerarquías de poder en distintas esferas. Trabajos como los de Donna Guy (1991 y 2009), Karin Alejandra Rosemblatt (2000), el volumen editado por Gabriela Cano, Jocelyn Olcott y Mary K. Vaughan (2009), el editado por Daniel James y John French (1997) y el editado por Karina Inés Ramacciotti y Adriana Valobra (2004), entre otros, han demostrado, además, que las estructuras de género no son ni autónomas ni derivativas del poder económico y político. Para el caso colombiano, la literatura se ha ampliado desde unos primeros trabajos descriptivos sobre la mujer y su experiencia hasta análisis mucho más ricos que tienen en cuenta las relaciones de poder implícitas en experiencias de vida –en el trabajo, la vida privada, y en la vida pública y política– que son atravesadas por el género (Farnsworth-Alvear 2000; Suescún 2005 y 2007).

La aplicación del análisis cultural para aproximarnos a la pregunta sobre la formación del Estado como el resultado de procesos de oposición y negociación ejemplifica la importancia que tiene no limitarnos a estudiar percepciones desde lo discursivo sino más bien ponerlas en diálogo con la forma como éstas son integradas en la práctica a un conjunto de otras percepciones y acciones. Esta preocupación por las subjetividades –las cuales son constituidas desde la experiencia material y, al mismo tiempo, constitutivas de sí mismas– ha producido trabajos muy valiosos sobre la formación de identidades. Para el caso colombiano, los estudios de identidad de clase fueron iniciados por Mauricio Archila con su trabajo sobre la formación de la clase obrera. Archila hace énfasis en la importancia de atender a la experiencia obrera y sus expresiones culturales, sin omitir las posibilidades de acción que la estructura misma permite en un espacio y tiempo particulares (Archila 1991).

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En cuanto a la construcción de identidades y jerarquizaciones raciales, la historiografía colombiana para este período ha sido muy escasa. Aparte del trabajo de Peter Wade (Wade 2002) –cuyo énfasis no es la República Liberal pero se aproxima al período–, poco es lo que se ha examinado sobre la forma como las percepciones y acciones de individuos y grupos bajo la República Liberal estuvieron informadas por nociones de raza. Si bien el análisis de las relaciones raciales es incipiente, podemos llamar la atención del lector sobre el trabajo de autores como Roberto Pineda Camacho, quien examina la manera como se definió el problema indígena durante la República Liberal, así como los inicios de la política indigenista en ese período (Pineda 2009). La historiografía de la cons-

Existen estudios para otros países latinoamericanos que han demostrado la fecundidad de esta mirada (Barr-Melej 2001; Ciria 1983; Joseph, Rubenstein y Zolov 2001; López 2010; Plotkin 2002; Rubenstein 1998; Vaughan 1997; Vaughan y Lewis 2006; Williams 2001).

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trucción de identidades raciales en Colombia puede enriquecerse, además, siguiendo el ejemplo de autores como Robin Moore (1997) sobre la experiencia musical de la población de ascendencia africana perteneciente a la clase trabajadora, entre 1920 y 1940, y su lugar en la cultura nacional cubana, y Alexander S. Dawson (2004), quien analiza la construcción de identidades raciales y el proyecto de nación en México durante el mismo período.

Para el caso de la política, Thomas Williford ha mostrado cómo la clase política, tanto liberal como conservadora, dialogó con corrientes ideológicas transnacionales y las utilizó en el contexto de las décadas de los treinta y cuarenta para hablar del otro y dar sentido a la realidad nacional y sus tensiones políticas (Williford 2005a, 2005b). Esto es tan sólo un ejemplo de la medida en que procesos nacionales no se pueden circunscribir a dinámicas internas excluyendo la perspectiva transnacional.

El análisis cultural que Moore (1997) y Dawson (2004) ofrecen sobre las ideologías y construcción de identidades raciales en Cuba y México es también útil a la hora de ampliar nuestro conocimiento sobre la formación de la nación en el caso colombiano. La presión de la movilización popular que venía aumentando desde la década de 1920 obligó a los líderes de la República Liberal a proponer un proyecto nacional más incluyente. Como podemos recordar, la historiografía de los setenta y los ochenta tendió a desechar ese proyecto como simple manipulación populista (ésta es la visión con perspectiva estructuralista). Evidentemente, los líderes liberales utilizaron el discurso del nacionalismo incluyente de manera estratégica. Sin embargo, a nuestro modo de ver, desechar ese discurso de manera tajante limita la posibilidad que tenemos de aproximarnos a dicho proyecto como un campo de resistencia y negociación en el que participaron también otros sectores de la sociedad. Por ejemplo, sabemos que empleados del Gobierno, intelectuales, artistas, maestros, empresarios y consumidores, entre otros, reforzaron y cuestionaron jerarquías políticas, sociales y económicas al participar del nacionalismo promovido por el régimen, ya sea porque creían en sus postulados, o porque lo movilizaban como resultado de su participación en los proyectos del Estado (Cortés 2004; Díaz 2005; Muñoz 2009b y 2010; Sáenz, Saldarriaga y Ospina 1997; Silva 2005 y 2006; Suescún 2005). Estas discusiones son fundamentales para dar cuenta de las ambigüedades, las contradicciones y los matices del período que nos alejan de lecturas en blanco y negro. Para continuar complejizando nuestras aproximaciones a la República Liberal, podríamos seguir el ejemplo de los estudios posrevisionistas de la Revolución Mexicana, los cuales han producido trabajos muy enriquecedores sobre el nacionalismo cultural (Béjar y Rosales 2005; Joseph, Rubenstein y Zolov 2001; López 2010; Pérez 2003; Vaughan y Lewis 2006).

Finalmente, el análisis cultural también está haciendo posible el avance de interpretaciones enriquecedoras en el campo de las relaciones internacionales. La historiografía reciente sobre Colombia ha ido más allá del enfoque político-económico tradicional que por mucho tiempo limitó su observación a los intercambios diplomáticos y comerciales (Bushnell 1967), para incorporar la cultura no solamente como tema sino como herramienta de análisis, de tal manera que podamos así tener en cuenta la agencia y diversidad de actores en procesos de intercambio de ideas, productos, e ideologías y/o relaciones de poder en perspectiva internacional. Así lo demuestran la presencia en Colombia de científicos, filántropos, turistas, misioneros, e innumerables productos de consumo que también hacen parte de la historia, tales como el cine de Hollywood, y que hemos examinado muy poco. Por ejemplo, en el caso de las relaciones Estados UnidosLatinoamérica durante el siglo XX, el intercambio ha sido profuso y continuo. La colección de artículos reunidos en el volumen Close Encounters of Empire: Writing the Cultural History of U.S.-Latin American Relations (Joseph, LeGrand y Salvatore 1998) es un excelente ejemplo del uso de nuevas fuentes y de la relectura de fuentes tradicionales desde el análisis cultural, para rescatar la participación de actores que no habían sido considerados. Los autores hicieron un esfuerzo por ver la cultura no sólo como elemento discursivo sino como herramienta para observar su funcionamiento práctico y sus efectos sobre las estructuras materiales de la sociedad. Los escasos trabajos que hay en este sentido para el caso colombiano, además de dos contribuciones al libro Close Encounters of Empire (LeGrand 1998; Suescún 1998), examinan las expediciones científicas extranjeras a Colombia y su papel en la configuración de relaciones de poder transnacionales (Quintero 2007 y 2011; Quevedo 2004; Muñoz 2009a).

Finalmente, dado que la formación de nación resulta de procesos que traspasan las fronteras políticas, sería muy interesante desterritorializar la noción de nación e incorporar su formación en procesos transnacionales. Desde las artes hasta la política, los procesos nacionales son filtrados por corrientes y eventos de escala internacional.

Conclusión El presente artículo es el primer intento que se ha hecho de brindar a lectores en las ciencias sociales y las humanidades una síntesis analítica de la literatura que hasta

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la fecha ha desplegado elementos propios del análisis cultural y ejemplificado lo que la historia cultural puede ofrecernos para el estudio del siglo XX en Colombia. Consideramos fundamental que se continúen esfuerzos como éste por poner en conversación de manera explícita a autores contemporáneos y sus antecesores, dado que ésta es la única manera de comprender el modo como este campo multidisciplinar crea su dominio de análisis.

cas, las instituciones y la materialidad; se trata de ver cómo éstas se constituyen mutuamente en cuanto prácticas en sí mismas. El análisis cultural debe escapar del riesgo de quedarse en el análisis del discurso o sobrestimar el poder de los subalternos, o ignorar los límites que puede imponer la estructura (si bien ésta está en continua transformación), intentando al menos buscar algún equilibrio entre la estructura y la agencia.

Brevemente, queremos ofrecer al lector un balance general del aporte que el análisis cultural puede hacer, muy especialmente, a la historiografía del período y la República Liberal. En primera instancia, como lo demuestran los estudios presentados en la segunda y tercera sección, nos permitiría continuar increpando las dicotomías que organizaron la experiencia y constituyeron el discurso de la modernidad durante el período. El cuestionamiento de estas dicotomías es fundamental, pues inadvertidamente los investigadores corren el riesgo de reproducirlas en sus análisis e interpretaciones. Tal es el caso de las dicotomías liberal/conservador, tradicional/moderno, nacional/extranjero, resistencia/dominación y cultura de élite/cultura popular (Muñoz 2009b; Suescún 2005).

Además, es deseable que el análisis cultural se concentre en procesos, y no exclusivamente en la cristalización del cambio. Por ejemplo, al estudiar la República Liberal buscando únicamente expresiones de cambio, nos podemos enfrascar en discusiones que sólo tienen dos salidas: triunfo o fracaso. Son los procesos los que nos acercan a la trama de la experiencia humana.

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De igual manera, haría posible aliviar el período de la carga emocional que le ha sido impuesta, porque ha sido leído retrospectivamente como preámbulo de la Violencia (Suescún 2005). Además, nos recuerda que el cambio se manifiesta de muchas formas, y que no necesariamente está condicionado por el conflicto, la crisis o la violencia tanto individual como colectiva (Suescún 2010). En este sentido, sería útil, además, para abrir las fronteras de estas dos décadas y articular las continuidades y el cambio con las décadas que las antecedieron y las posteriores. Finalmente, utilizar la cultura como categoría de análisis debe presentar a los investigadores el reto de entender la manera en que ésta genera procesos más amplios de transformación, y no sólo los refleja o corre paralela a éstos (Sommer 2005).

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A título de recomendación, queremos enfatizar que, si bien el análisis cultural llama la atención sobre algunas limitaciones de las miradas estructuralistas, esto no significa que se pueda deshacer de dichas miradas o que no reconozca sus propios límites. El reto es integrar ambas tendencias en una síntesis más rica: atender a la manera como las percepciones, las subjetividades, los símbolos y la agencia dan forma al mundo social y a sus relaciones de poder, pero sin pasar por alto las condiciones materiales que también son determinantes. Igualmente, no se trata de estudiar ideas, narrativas, valores, actitudes y aspiraciones de manera independiente de las prácti-

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Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935* por Thomas J. Williford** Fecha de recepción: 16 de junio de 2011 Fecha de aceptación: 4 de agosto de 2011 Fecha de modificación: 15 de septiembre de 2011

RESUMEN Los veredictos de los dos partidos tradicionales colombianos sobre la “cuestión religiosa” implicaron que los más fuertes defensores de la Iglesia fueran conservadores y los más anticlericales fueran liberales. La elección de Olaya Herrera, presidente liberal, en 1930 les dio esperanzas a quienes querían construir un país más laico, después de casi cincuenta años de gobiernos conservadores aliados con el clero. Sin embargo, los presidentes de la República Liberal querían evitar un conflicto eclesiástico; ciertos anticlericales impulsaron desde la prensa y desde sus puestos políticos una discusión sobre la “cuestión religiosa”. La alta jerarquía eclesiástica se sentía amenazada, y decidió organizar un Congreso Eucarístico Nacional, que se celebró en agosto de 1935, como muestra colectiva de fuerzas para hacerles frente a los descreídos. La mayoría izquierdista del Concejo municipal de Bogotá envió al Congreso un despectivo telegrama; esa misiva y la reacción que provocó en los miembros del clero aunaron los temas y los miedos de los actores de los dos extremos del debate, acallando las voces más moderadas. Los opositores se convirtieron en caricaturas y el discurso político se inclinó aún más hacia un “diálogo de sordos” empleando una retórica de violencia y eliminación.

PALABRAS CLAVE República Liberal, Iglesia católica, La Violencia, anticlericalismo.

Debating the “Religious Question” in Colombia, 1930-1935 ABSTRACT One of the few consistent ideological differences between Colombia’s two traditional parties revolved around the “religious question.” The strongest defenders of the Church were Conservatives while Liberals were the most anti-clerical. The election of Olaya Herrera, a Liberal, as president in 1930 gave hope to those who wanted a more secular country after almost fifty years of Conservative governments allied with the clergy. However, since the presidents of the Liberal Republic wanted to avoid a religious conflict, various anti-clerical militants forced a discussion about the “religious question” in the press and from their political offices. The Church hierarchy felt threatened and decided to organize a National Eucharistic Congress in August 1935 as a collective show of force. The leftist majority in the Bogotá municipal council sent the Congress a disrespectful telegram; their message, and the reaction to it by members of the clergy, solidified the opinions and fears on both extremes in the debate about the Church’s role in Colombian society, pushing more moderate voices aside. The opposition became a caricature in the increasingly violent rhetoric and the two sides stopped listening to each other in an atmosphere of mutual fear and mistrust.

KEY WORDS Liberal Republic, Catholic Church, The Violence, Anticlericalism.

*

La investigación para este artículo se hizo con una beca de la Comisión Fulbright, en 2004; con University Fellowship de Vanderbilt University, en 2005, y durante un año sabático de Southwest Minnesota State University, en 2010-2011. ** Ph.D. en Historia de América Latina de la Vanderbilt University, Estados Unidos. Profesor asociado de Historia en Southwest Minnesota State University, Estados Unidos. Correo electrónico: Tom.Williford@smsu.edu

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Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935 Thomas J. Williford

Dossier

Aspectos do debate sobre a “questão religiosa” na Colômbia, 1930-1935 RESUMO Os veredictos dos partidos tradicionais colombianos sobre a “questão religiosa” pressupunham que os mais fortes defensores da Igreja fossem conservadores e os mais anticlericais, liberais. A eleição de Olaya Herrera, presidente liberal, em 1930, deu esperanças aos que queriam construir um país mais laico, depois de quase cinquenta anos de governos conservadores aliados ao clero. Contudo, os presidentes da República Liberal queriam evitar um conflito eclesiástico; certos anticlericais impulsionaram, a partir da imprensa e dos seus postos políticos, uma discussão sobre a “questão religiosa”. A alta hierarquia eclesiástica se sentia ameaçada e decidiu organizar um Congresso Eucarístico Nacional, que se celebrou em agosto de 1935, como amostra coletiva de forças para lidar com os descrentes. A maioria esquerda do Congresso municipal de Bogotá enviou ao Congresso um depreciativo telegrama; essa missiva e a relação que provocou nos membros do clero uniram os temas e os medos dos atores dos dois extremos do debate, fazendo calar as vozes mais moderadas. Os opositores se converteram em caricaturas e o discurso político se inclinou ainda mais a um “diálogo de surdos”, empregando uma retórica de violência e eliminação.

PALAVRAS CHAVE República Liberal, Igreja católica, a violência, anticlericalismo.

D

Este artículo enfoca algunos aspectos de la llamada “cuestión religiosa”, un tema que inspiró ciertos tropos de retórica violenta, con reclamos de conspiración.1 La oposición era presentada como parte de una conspiración internacional nefasta que pretendía acabar con la patria: o como protagonista de un complot para frenar y contrariar el progreso, en liga con las fuerzas derechistas del fascismo y de la Iglesia católica, o como maquinadora de un intriga anticristiana de judíos, masones y bolcheviques creada con el fin de destruir las tradiciones católicas del pueblo. Tal retórica política, repetida por años para animar el rango y la fila, especialmente durante las frecuentes temporadas electorales, adicionó razones para la violencia política, y cada elección terminó con heridos

urante la República Liberal (1930-1946) en Colombia, los gobernantes estaban intentando reforzar la presencia del Estado para afrontar los retos y los asuntos relacionados con los fenómenos de la industrialización, la urbanización y la concentración de la tierra, entre otros; esa época coincidió con el crecimiento del Estado en países de todo el mundo. Pero la República Liberal también fue la antesala de La Violencia (1946-1964), época en la cual militantes de los dos partidos tradicionales – el Liberal y el Conservador– asesinaron y masacraron a cientos de miembros de la colectividad del partido opuesto. En adición al fortalecimiento del Estado, la estructura discursiva necesaria para inspirar y justificar La Violencia se desarrolló durante la República Liberal, reforzando ciertos tropos de las décadas anteriores y agregando otros nuevos, inspirados en los acontecimientos nacionales e internacionales. Los dos fenómenos ocurrieron a la vez: casi todos los intentos de los liberales en el gobierno para cambiar políticas de las administraciones anteriores chocaron con la oposición de algunos sectores del Partido Conservador y de sus aliados entre los prelados y clérigos de la Iglesia católica. Fue ahí cuando la deshumanización del “otro” en la retórica política colombiana se agudizó tanto, que justificó las masacres posteriores cometidas por los protagonistas de la violencia política. (Apter 1997; Pécaut 1987; Taussig 1992; Williford 2009a).

1

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Una de las pocas diferencias políticas entre los dos partidos desde su fundación en los años 1840 era la opinión sobre el papel de la Iglesia en la sociedad colombiana: los liberales estaban siempre a favor de una separación más marcada entre la Iglesia y el Estado, y los conservadores abogaban por un rol más oficial para la religión católica. Aunque existían debates dentro de cada partido sobre el grado de participación del clero en la política, en la educación y en la vida nacional, los más fuertes defensores de la Iglesia estaban en el Partido Conservador, mientras que los más radicales anticlericales eran militantes del Partido Liberal. Por ejemplo, el artista Ricardo Rendón publicó en El Tiempo caricaturas contra del poder de la Iglesia en los años veinte del siglo XX, y fue una de las más importantes voces anticlericales durante la campaña de Olaya (Colmenares 1998; Uribe 1985). En cuanto a otros temas económicos, sociales y políticos, siempre existían facciones dentro de los dos partidos que con frecuencia estaban de acuerdo con sus homologas en el otro partido; aún en los años treinta, terratenientes de los dos partidos estaban unidos en su oposición a una reforma agraria (Tirado 1981).


Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 28-43.

y muertos.2 La estructura discursiva estaba bien erigida cuando una violencia política más generalizada estalló al final de la República Liberal, en 1946.

el “otro” estaban bien establecidos antes de 1936, año en que aparecieron la emisora Voz de Colombia y el diario El Siglo, medios de comunicación manejados por los conservadores, bajo la dirección e inspiración de Laureano Gómez, que se organizaron y expandieron por todo el país. Estos medios empezaron rápidamente a promover la idea de que los liberales formaban parte de la conspiración judío-masónica.4 Hasta este punto, el polémico dirigente conservador no había desempeñado un papel importante en los debates sobre la “cuestión religiosa” entre 1930 y 1935, y proponía una actitud gandhiana frente a la violencia política y al fraude electoral contra los conservadores, y apoyaba la abstención electoral que comenzó con los comicios de 1933. Gómez concentró en esos años sus críticas al “régimen” liberal por la corrupción política y el mal manejo de las relaciones exteriores; fue precisamente durante un debate en el Senado sobre el Protocolo de Río, que terminó la guerra entre Perú y Colombia, cuando Gómez tuvo un derrame cerebral (Ayala 2007; Henderson 2001). Pero sólo hasta 1936 empezó a reclamar que los liberales colombianos hacían parte de una conspiración anticristiana internacional (Williford 2005).5

Aunque muchos estudios se concentran en lo que se escribía o se decía justo antes o después de 1946, se puede observar claramente el desarrollo de los tropos de la retórica violenta durante los primeros años de la República Liberal.3 Después de la elección, en 1930, de Enrique Olaya Herrera como el primer presidente Liberal en casi cincuenta años, algunos políticos liberales querían reformar las relaciones entre el Estado y la Iglesia abriendo espacios más seculares y neutrales en el aspecto religioso, en temas como las leyes sobre el matrimonio, la instrucción pública y el control de los territorios menos poblados del país, cuestiones todas tratadas por los gobiernos conservadores anteriores, en la Constitución de 1886, y también en el Concordato con El Vaticano, firmado en 1887 (Safford y Palacios 2001). Aunque algunos clérigos, incluidos algunos obispos, estaban dispuestos a discutir tales temas con el fin de alcanzar un acuerdo, otros vieron cualquier cambio como un intento de atacar a un país que ellos creían netamente católico y creyente. También existían divisiones entre los liberales: mientras que los presidentes Olaya Herrera y Alfonso López Pumarejo (elegido en 1934) preferían evitar la “cuestión religiosa”, otros políticos de su partido impulsaron un debate más abierto, aprobando leyes contra el poder local y departamental de la Iglesia, especialmente en la instrucción pública.

Los tropos retóricos difundidos por Laureano Gómez en 1936 en su periódico ya existían en los primeros años de la República Liberal. Para muchos militantes de los dos partidos, su contrario era visto como una masa deshumanizada, como un monolito. La “Iglesia” estaba en contra del progreso (a pesar de las divisiones que eran obvias dentro de esa institución), o el “Partido Liberal” era anticristiano y sus miembros se enfrentaban activamente a las tradiciones sagradas del pueblo (a pesar del gran grupo de moderados que se encontraba entre ellos). Con el añadido en los años siguientes de otros incidentes nacionales e internacionales, los protagonistas de La Violencia estaban equipados con una estructura discursiva bien manejada para justificar sus acciones después de la elección presidencial del con-

El período tratado en este artículo, 1930 a 1935, comienza con la elección de Olaya Herrera –momento esperado hacía décadas por los liberales– y termina con el Segundo Congreso Eucarístico Nacional en Medellín, un certamen de fervor religioso que reunió a miles de peregrinos llegados de todo el país, no solamente en la capital antioqueña, sino también en iglesias de toda Colombia, en ritos celebrados en el mismo momento; y también en los hogares, por medio de la radiodifusión. Un enfoque en esos años revela que los reclamos de conspiración contra

2

3

El sentimiento partidista en Colombia en esa época también fue reforzado por ritos y actos públicos que honraron a los héroes y mártires de las guerras civiles partidistas del siglo anterior. La identificación con un partido u otro casi siempre venía de la tradición familiar, aunque la urbanización en el siglo XX abrió la oportunidad a los nuevos inmigrantes del campo de cambiar sus lealtades partidistas, así como otras tradiciones. Esto favoreció al Partido Liberal: dado que los liberales estaban en la oposición, eran vistos como una mejor opción que los conservadores en el Gobierno, para afrontar los problemas de los recientes cambios en la sociedad (Archila 1991). Véanse, por ejemplo, Acevedo (1995) y Perea (1996).

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Los dos medios aparecieron en febrero de 1936 (Williford 2005). Ver Carta, Laureano Gómez a Samuel Mejía, O.P., 11 de diciembre de 1935, Archivo Dominicano, Bogotá, Fondo San Antonino [Archivo Dom.], Sección Conventos, Subsección Chiquinquirá, Caja 2, Carpeta 1, Folio 54.

5

En junio de 1936 apareció el primer reclamo de un complot militar en contra del gobierno liberal, inspirado en parte por la imagen presentada en los medios conservadores de una administración liberal, bajo el presidente Alfonso López Pumarejo, revolucionariamente peligrosa y anticristiana: este “ruido de sables” fue seguido por el comienzo de la Guerra Civil Española unas pocas semanas después, certamen que sirvió en Colombia como una metáfora para los debates entre los dos partidos tradicionales, con resultados violentos cuando los militantes partidistas decidieron tomar las armas y defender sus posiciones, igual que en España (Williford 2009a y 2009b).


Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935 Thomas J. Williford

Dossier

servador Mariano Ospina Pérez, acontecimiento que acabó con la República Liberal en 1946. En la retórica, los militantes del partido opuesto habían sido completamente deshumanizados.

aprobado por la mayoría liberal izquierdista, ya había sido publicado en la prensa el día anterior.8 Sin embargo, leído al final del Congreso Eucarístico, causó una gran polémica:

Para ver hasta qué punto llegó el desarrollo del discurso político en los primeros años de la República Liberal, empezaremos en agosto de 1935, con el Segundo Congreso Eucarístico Nacional, en Medellín, en donde se reunieron por lo menos 300.000 fieles católicos y casi todos los prelados de Colombia. El evento fue organizado por la jerarquía eclesiástica para reanimar a los feligreses y mostrar la fuerza de la Iglesia colombiana frente a la “cuestión religiosa”. El Congreso culminó el 18 de agosto a las 4:30 pm con una gran procesión, en la que el Santo Sacramento desfiló en una carroza especial; el acto fue repetido en ese mismo momento por sacerdotes y fieles en toda Colombia (Congreso Eucarístico Nacional de Colombia 1935). Durante el evento fue leída una Pastoral Colectiva de los obispos que expresaba su opinión sobre el divorcio y la escuela laica, temas que ya habían sido tratados por la Cámara y el Senado como proyectos de ley del orden nacional. Terminado el desfile, el arzobispo de Bogotá (y primado de Colombia), Ismael Perdomo, bendijo la asamblea por última vez. El arzobispo administrador de Medellín, Tiberio J. Salazar y Herrera, cerró el certamen agradeciendo a los involucrados en su organización.6 La última palabra, sin embargo, le correspondió al joven arzobispo adjutor de Bogotá con derecho de sucesión, Juan Manual González Arbeláez, quien subió hasta la tarima de los micrófonos para leer un telegrama enviado por el Concejo de Bogotá. Los concejos municipales, las asambleas departamentales y el Congreso nacional habían enviado sendos telegramas al Congreso Eucarístico expresando sus buenos deseos y su apoyo; casi todas esas legislaturas tenían solamente representantes liberales, a raíz de la abstención conservadora durante las elecciones recientes (Ayala 2007).7 El mensaje del Cabildo capitalino,

El Concejo de Bogotá, declara: Que habría votado gusto-

6

7

samente una proposición de saludo a los directores del

movimiento religioso que ha culminado en Medellín, con la celebración del Congreso Eucarístico, siempre y cuando que los altos prelados colombianos que orien-

tan las actividades de la Iglesia Romana entre nosotros, hubieran hecho alguna manifestación en el sentido de definir los siguientes problemas que se relacionan con el actual momento histórico del país:

Primero.—Reforma del Concordato sobre la base de equiparar, cuando menos, la soberanía espiritual de la Iglesia y del Estado;

Segundo.—Establecimiento de la educación laica, gratuita, y obligatoria;

Tercero.—Adopción del divorcio vincular; Cuarto.—Reconocimiento exclusivo de las autoridades

colombianas en materias jurisdiccionales, relativas al estado civil de las personas; y

Quinto.—Supresión de las misiones catequizadoras de carácter eclesiástico

(Congreso Eucarístico Nacional de Colombia 1935, 113-114).

Los “problemas” señalados en el telegrama representaban las demandas, desde 1930, de algunos políticos liberales del sector autodenominado de “izquierda” frente a la “cuestión religiosa”. Sólo faltaba “la expulsión de la Compañía de Jesús” –los jesuitas–, tema que había sido debatido también en los meses anteriores. Después de leer el mensaje, González Arbeláez leyó la respuesta de los prelados al Concejo de la capital:

“La apoteosis de la Sagrada Eucaristía en Medellín: 400.000 personas se prosternaron al paso del Santísimo Sacramento; El pueblo colombiano reafirma su decisión de defender la santidad del matrimonio y la educación religiosa; Enérgica respuesta de los prelados a la moción del concejo municipal de Bogotá”, El País [Bogotá], 19 de agosto de 1935, pp. 1-2, 4, 6; “Mañana se clausura el Congreso Eucarístico; Procesiones en todo la República”, El Colombiano [Medellín], 17 de agosto de 1935, pp. 1, 7; y “300.000 personas asistieron a la clausura del Congreso Eucarístico; Ciento cincuenta mil hombres en la Marcha de Antorchas el Sábado”, El Colombiano, 19 de agosto de 1935, p. 1.

No nos hace falta ni aceptamos un tal saludo comprado

con la prevaricación y el envilecimiento. Somos obis-

pos católicos, defensores de la Fe que ha hecho vivir y

ha engrandecido a Colombia. Tomen nota los miembros

bre, muchos cabildos, incluido el de Bogotá, todavía tenían representación conservadora Ayala (2007, 156-159, 173-176).

Las elecciones para las asambleas departamentales y el Congreso nacional tuvieron lugar en febrero y mayo, respectivamente; dado que los comicios para los concejos municipales iban a tener lugar en octu-

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“El cabildo negó un saludo a los prelados católicos”. El País, 17 de agosto de 1935, 1 - 7.


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a los curas, a quienes no solamente veían demasiado metidos en la política partidista, sino también como los responsables del atraso cultural del país, gracias al control que ejercían sobre la moralidad y la instrucción pública. Durante estos días, el Concejo capitalino recibió varios telegramas y cartas de apoyo enviados desde todo el país.11 Estos anticlericales, sin embargo, ignoraban las divisiones que existían dentro del mismo clero, que había sido tan pujante durante la campaña presidencial de 1930, cuando el nuevo primado de Colombia, Ismael Perdomo, vaciló entre su apoyo a Alfredo Vázquez Cobo o a Guillermo Valencia. El Primado no se sentía tan cómodo con el “deber” de escoger el candidato oficial del Partido Conservador, como había sentido su antecesor Bernardo Herrera Restrepo, y quería que los políticos conservadores tomaran la decisión final. Sin una señal del arzobispado de Bogotá, los obispos y párrocos no tenían un candidato oficial a quién hacerle propaganda desde sus púlpitos, como había ocurrido en otras elecciones, y se encontraron tan divididos como los mismos conservadores. El resultado fue la elección de Olaya Herrera (Latorre 1989; Restrepo 1971). Aunque por un momento el Congreso Eucarístico unió a los prelados y a los fieles, también puso en evidencia las divisiones entre moderados e intransi-

del Concejo Municipal de Bogotá que aprobaron esa

infamia, que de manera rotunda, definitiva, inflexi-

ble, villana, insolente que llega a nuestras manos en momentos en que se lee el mensaje del episcopado

colombiano al pueblo ardiente de amor por la Eucaristía

y que acaba de jurar ante el Templete Eucarístico, actualmente convertido en corazón y alma de Colombia, adoración, fidelidad a Dios y amor a la Iglesia y al

Romano Pontífice, a trueque del sacrificio de la paz, de

la sangre y de la vida (Congreso Eucarístico Nacional de Colombia 1935, 114).

Aunque el mensaje de los prelados iba dirigido al Cabildo capitalino, leído en la agitada voz de González Arbeláez –y escuchado no solamente por las masas emocionadas del Congreso Eucarístico sino por muchos de los radioyentes del país– sonó como una declaración de guerra al liberalismo en general, y fue entendido así tanto por conservadores como por liberales.9 Para muchos seguidores de la Iglesia y, por ende, del Partido Conservador, el telegrama del Concejo de Bogotá fue la evidencia de que el partido de gobierno estaba determinado a destruir la civilización cristiana. Los demás telegramas de apoyo enviados por otros liberales no fueron considerados, como tampoco lo fue el hecho de que uno de los dos Presidentes Honorarios del Congreso Eucarístico era el presidente liberal, Alfonso López Pumarejo,10 quien, como la gran mayoría de liberales, había rechazado el mensaje del Concejo de Bogotá. En otra época, semejante comunicación tal vez hubiera sido ignorada, pero los temores de algunos conservadores y clérigos, destapados en la elección de 1930, resaltaron el telegrama de los concejales bogotanos como una muestra de las verdaderas intenciones de los gobernantes liberales.

11 Véanse, por ejemplo, Carta, Roberto Barrero V. y otros 4, Girardot, al Señor Presidente y demás Miembros del H. Concejo Municipal, Bogotá, 19 de agosto de 1935, en Archivo de Bogotá, Fondo Concejo Municipal [Archivo Bogotá], “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo I A-Ch, 604-3747, folio 354; Telegrama, Presidente Tomás Valderrama y concejales, Concejo Municipal de Frontino, Ant., al Concejo Municipal de Bogotá, El Tiempo, El Espectador, Diario Nacional, 19 de agosto de 1935, Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folio 16; Telegrama, Presidente, Concejo de Betulia, Ant., Belisario Arando, al Concejo Municipal de Bogotá, 19 de agosto de 1935, Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folio 17; Telegrama, Presidente, Concejo Municipal de Ansermanuevo, Valle, A. Montoya C., al Presidente, Concejo Municipal de Bogotá, 20 de agosto de 1935, Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folio 19; Telegrama, Presidente del Concejo Municipal de Armenia, Caldas, al Presidente Concejo Municipal de Bogotá, 23 de agosto de 1935, Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 6043748, folio 33; Carta, Miguel A. Fajardo, Secretario, Casa Liberal de Ocaña, N. de Sant., al Señor Presidente del Concejo Municipal de Bogotá, 25 de agosto de 1935; Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folio 40; Carta, F. Alfredo Arango, Presidente del Concejo Municipal de Istmina, Chocó, al Presidente del Concejo Municipal de Bogotá, 27 de agosto de 1935, Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folio 45; y Carta, Medardo Buchelt Chaves, Secretario, Jefatura de la 3ª Zona Comité “Modesto Santander H”, Pasto, Nariño, al Presidente y demás miembros del H. Concejo Municipal de Bogotá, 26 de agosto de 1935, Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folio 90. También recibió comunicaciones que rechazaban lo expresado en su telegrama. Véase, por ejemplo, Carta, Misael Osorio, Secretario del Concejo Municipal de Envigado, al Señor presidente del Concejo Municipal de Bogotá, 21 de agosto de 1935, Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folios 81-82.

Mientras tanto, para muchos de los activistas de izquierda, el telegrama del Concejo era una respuesta “varonil”

9

Cartas al Concejo. “La apoteosis de la Sagrada Eucaristía…”, El País, 19 de agosto de 1935, pp. 1-2, 4, 6; “Un trascendental manifiesto del Directorio Nacional: ‘El partido renuncia a todo menos a la defensa de la fé’”, El País, 20 de agosto de 1935, pp. 1, 9; “Gran sensación causó en Bogotá el discurso de Monseñor González; En los círculos sociales y políticos se considera que ya se ha declarado la guerra religiosa en el país”, El Colombiano, 19 de agosto de 1935, p. 1; y “Notas Editoriales: El Estado, la Iglesia y la cuestión religiosa”, El Tiempo [Bogotá], 20 de agosto de 1935, p. 4.

10 “Decreto Nos Manuel José Cayzedo de 21 noviembre 1934”, La Iglesia [Bogotá] marzo de 1935, p. 93. López había expresado su deseo de asistir el Congreso, pero, no por casualidad, la Dirección Nacional Liberal había organizado la Convención Liberal en Bogotá durante las mismas fechas. Aunque no mostró ninguna hostilidad hacia los prelados, la Convención Liberal aprobó “el divorcio vincular” como parte de su plataforma oficial. “Cosas del Día: El Congreso Eucarístico”, El Tiempo, 16 de agosto de 1935, p. 5; “Sección Editorial: El Congreso Eucarístico y la Convención Liberal”, El País, 16 de agosto de 1935, p. 3.

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Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935 Thomas J. Williford

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gentes dentro de la jerarquía eclesiástica, representados estos últimos, especialmente, por la figura del arzobispo adjutor, González Arbeláez.

ciones legislativas de 1931 parecían probar esta tesis, aunque en ese momento existía el miedo de que tal vez los liberales fueran a ganar. Por ejemplo, después de las elecciones para asambleas departamentales de febrero, los dominicos de Tunja recibieron una noticia proveniente del claustro Santa Inés de Bogotá que anunciaba la muerte de una joven novicia: “Esta Novicia, estando sana, ofreció su vida al Señor para que no permitiera el triunfo de los liberales en las Elecciones del día 1º del mes en curso. No triunfaron, y el dueño de las almas le aceptó el sacrificio”.15

La jerarquía eclesiástica colombiana decidió realizar el Congreso –el primero desde 1913 (Congreso Eucarístico Nacional de Colombia 1914)– durante la Conferencia Episcopal de julio-agosto de 1933. Los prelados se comprometieron, frente al “Sacratísimo Corazón de Jesús”, a organizarlo “como un homenaje nacional de reparación y de súplica y en forma de voto, para implorar vuestra especial protección en las difíciles circunstancias en que se halla nuestra Patria”.12 Según los prelados, existían muchos retos para la tradición cristiana del país, incluidas las propuestas para establecer una educación pública, laica y mixta, y el matrimonio civil.13 Aunque no estaban explícitos en sus documentos oficiales, para muchos esos retos existían, debido a la entrada más amplia de los liberales en el gobierno, a raíz de la elección de 1930.

Aparentemente, “el dueño de las almas” no había intervenido a favor de los conservadores en las elecciones de 1933. Bajo la centralizadora Constitución de 1886, el Presidente seleccionó a todos los gobernadores de los departamentos, quienes, por su parte, nombraron a los alcaldes de los municipios. Dado que los gobernantes estaban encargados de la fuerza pública de sus jurisdicciones, el cambio de gobierno de 1930 implicó también el cambio de policías conservadores por liberales. Ya para los comicios legislativos de 1931, las mayorías liberales comenzaron a imponerse en algunos municipios donde antes no estaban,16 especialmente en los límites entre Boyacá y Santander, donde la Policía “liberalizada” se apoderó de los registros electorales y cometió masacres y otros actos de terrorismo contra los campesinos conservadores (Guerrero 1991).17 Los excesos cometidos por la Policía impulsaron la organización de grupos de autodefensa, dejando como resultado una guerra civil entre 1931 y 1933, con cientos de muertos y miles de desplazados. Los liberales surgieron como el partido de las mayorías en las asambleas departamentales de Boyacá y Santander en las elecciones de 1933 (Guerrero 1991). Por

Olaya Herrera y su administración, sin embargo, evitaron por completo la “cuestión religiosa”. Olaya no solamente contaba con el apoyo de su partido, sino también con el de un sector del Partido Conservador; contrario a otros políticos liberales, a lo largo de los años veinte, Olaya había servido en las administraciones conservadoras (como embajador en Washington), y por ello había sido respaldado durante su campaña por algunos viejos conservadores “republicanos” liderados por el expresidente Carlos E. Restrepo. Para mantener ese apoyo, su campaña electoral y su gobierno no tomaron ninguna decisión en contra del clero y sus intereses.14 Sin embargo, dada la existencia histórica de un ala fuertemente anticlerical dentro del liberalismo, rápidamente surgieron las exigencias de algunos liberales para que la “cuestión religiosa” empezara a discutirse, a pesar de la actitud conciliadora del gobierno de Olaya.

15 Vicente Cayetano Rojas, Libro de Crónicas. Convento Tunja, 1931-1949 (crónica no publicada), Archivo Dom., Sección Conventos, Subsección Libros-Crónicas, Caja 2, Carpeta 2, folio 1, p. 2, 11 de febrero de 1931.

Para muchos conservadores y clérigos, la administración de Olaya y el control liberal sobre el Gobierno nacional iban a ser temporales: Olaya había sido elegido por una pluralidad, y los conservadores todavía contaban con la mayoría de los sufragios. Los resultados de las tres elec-

16 En algunos casos, estos cambios fueron justificados por liberales porque los gobiernos conservadores jugaron de este modo con la Policía para garantizar su hegemonía electoral en ciertas regiones y municipios que eran de mayoría liberal. Por eso, en los años veinte algunos de los políticos liberales discutieron abiertamente “que el modo de luchar contra el fraude conservador era hacer el fraude liberal” (Molina 1989, 223). 17 En esa época murieron violentamente dos párrocos, pero esas muertes no fueron una causa célebre ni para los militantes conservadores ni para el clero intransigente, quienes denunciaron otros abusos contra el clero ocurridos a raíz del conflicto (Guerrero 1991; Latorre 1989). También, “Molagavita”, Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús [Bogotá] [Mensajero], agosto de 1931, p. 385; “De la Pastoral de Excmo. Sr. Obispo de Nueva Pamplona”, Mensajero, marzo de 1932, pp. 109-111; Luis R. David, “Intención General: La paz de Cristo en el reino de Cristo”, Mensajero, enero de 1933, pp. 3-13; “Pastoral Colectiva…”, La Iglesia, agosto de 1933, p. 242; y “Continúa muy grave la situación en N. Boyacá”, El País, 8 de octubre, de 1934, p. 1.

12 “Decreto Nos Manuel”, 91. 13 “Pastoral Colectiva de los Excelentísimos y Reverendísimos señores Arzobispo de Bogotá, Primado de Colombia, Obispos, Vicarios y Prefectos Apostólicos, con ocasión de la Conferencia Episcopal reunida en Bogotá, en el año de 1933”, La Iglesia, agosto de 1933, pp. 234-253. Ver, también, Arias (2003). 14 Carlos E. Restrepo fue ministro de Gobierno en el primer gabinete de Olaya (Latorre 1989).

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falta de garantías, la Dirección Nacional Conservadora, dirigida por Laureano Gómez desde 1932, declaró la abstención electoral en los comicios presidenciales de 1934 (Henderson 2001).

gias fueran suprimidas por los gobiernos conservadores de la Regeneración, y solamente restablecidas después de la caída de Reyes, en 1909, en un espacio más tolerante, bajo los gobiernos republicanos que dependían del apoyo liberal (Carnicelli 1975b).

Aunque durante la administración de Olaya estalló en algunas provincias la violencia política, la mayor parte del clero no vio en el Presidente una amenaza para sus intereses. Incluso, algunas veces –como el 31 de julio de 1931, cuando asistió a la clausura del Colegio San Bartolomé, en Bogotá, igual que lo habían hecho los presidentes conservadores en años anteriores– se mostró amigo de los religiosos. El colegio era dirigido por los jesuitas; cuando Olaya tomó la palabra, declaró: “[…] todos debemos unirnos para elevar nuestros votos por su creciente grandeza y agradecerles su constante labor en bien de la Patria. Todas las generaciones de Colombia, cuál más cuál menos, son deudores a los hijos de San Ignacio [el fundador de la Compañía de Jesús] […]”.18

En la Colombia de 1930, pertenecer a la hermandad parecía todavía muy atrevido;20 casi la única figura pública que se mostraba abiertamente masón era Nieto Caballero.21 Desde su Revista Masónica apoyó cambios en la educación y en las relaciones entre la Iglesia y el Estado;22 también publicó la Constitución de la nueva república española, la cual incluía artículos contra el poder eclesiástico.23 Con su típico humor, Nieto Caballero expresó en la Revista que la Iglesia estaba comenzando a tratar a la francmasonería con menos miedo y condenación, y que tal vez la comunidad jesuita y los masones podían unir sus fuerzas a favor del progreso de Colombia.24 El arzobispo Perdomo, sin embargo, se mostró en desacuerdo con tales sugerencias; en su Exposición sobre la Masonería, en 1933, el prelado se refería con frecuencia a la Revista Masónica para mostrar cómo las ideas masónicas eran incompatibles con el catolicismo.25 La Revista Masónica dejó de publicarse poco después, tal vez a raíz de esa condenación o quizás porque las mismas ideas estaban expresadas también en

Esta afirmación iba completamente contra la opinión de los anticlericales de su partido, quienes abogaban, para bien de la nación, por la expulsión de la Compañía de Jesús. Como veremos, ellos pensaban que los jesuitas eran un grupo internacional nefasto que conspiraba en secreto contra el liberalismo y el progreso, utilizando sus colegios y universidades como instrumentos para conseguir y formar adeptos.

2002). Como en todo el mundo, los masones colombianos se radicalizaron durante esta época y se volvieron más anticlericales. Masones como Tomás Cipriano de Mosquera impulsaron la toma de ciertos bienes eclesiásticos en los años 1860 (Carnicelli 1975a; Hoenigsberg 1946).

Entre otros medios de comunicación, el debate sobre la “cuestión religiosa” fue impulsado por la Revista Masónica, que apareció por primera vez a la venta en las calles de Bogotá en agosto de 1931. A su director, Luis Eduardo Nieto Caballero, le bastó sólo un año de gobierno liberal para lanzar una publicación tan atrevida, aunque Olaya Herrera se mostraba amigo de los clérigos. Los francmasones colombianos estaban a favor de la tolerancia religiosa, del librepensamiento y de una educación pública más laica, ideas que eran comunes entre los hermanos masones de Europa, Norteamérica y el resto de América Latina.19 No es sorprendente que, después de 1886, las lo-

20 Al funeral del dirigente liberal Benjamín Herrera, en marzo de 1924, asistieron masones vestidos en toda su regalía, y su cámara ardiente estaba llena de símbolos masónicos. “Orden del desfile para los funerales del Gral. Herrera”, “Los homenajes de ayer al cadáver del Gral. Herrera”, El Diario Nacional [Bogotá], 2 de marzo de 1924, p. 1; “Los funerales del Gral. Herrera fueron una apoteosis completa”, El Diario Nacional, 3 de marzo de 1924, pp. 1, 6; y “Los funerales del General Herrera”, El Nuevo Tiempo [Bogotá], 2 de marzo de 1924, p. 1. Unos días después, el arzobispo Bernardo Herrera Restrepo, de Bogotá, respondió a la presencia abierta de la masonería con una nueva condenación a la hermandad. “Pastoral”, El Nuevo Tiempo, 5 de marzo de 1924, p. 1; “Con el señor General Francisco Villareal, La Pastoral del Arzobispo Primado, sobre la masonería, es sencillamente ridícula”, El Diario Nacional, 9 de marzo de 1924, p. 1; y “Masones y jesuitas”, El Diario Nacional, 11 de marzo de 1924, p. 3. 21 Había alcanzado el grado más alto en la masonería del rito escocés (Arguedas 1983 [1934]; Carnicelli 1975b).

18 “Los actos del colegio: El Excelentísimo Señor Presidente de la República en San Bartolomé”, Juventud Bartolina [Bogotá], agosto y septiembre de 1931, pp. 663-664. Un libro de la Compañía en Colombia publicado en 1940 recordó que “el Sr. Olaya Herrera se portó con la Compañía de modo no sólo caballeroso sino benévolo; y mostró más de una vez simpatía y afecto para con los jesuitas” (Restrepo 1940, 345-346).

22 Lorenzo Luzuriaga, “Ideas para una reforma constitucional de la Educación Pública”, Revista Masónica [Bogotá], enero de 1932, p. 87. 23 “La constitución española”. Revista Masónica, enero de 1932, pp. 103-104. 24 Luis Eduardo Nieto Caballero, “La gran labor masónica”, Revista Masónica, septiembre de 1932, p. 113.

19 Los masones fueron muy activos en Colombia durante la época de la Independencia: Simón Bolívar fue masón, así como Francisco de Paula Santander (Martínez 1978). Durante el siglo XIX, los papas condenaron la masonería una vez tras otra, especialmente el papa Pío IX (1846-1878), quien culpó a la sociedad secreta de la pérdida de los territorios de la Santa Sede durante la unificación de Italia en la década de 1860 (Viallet

25 Su denuncia fue leída por los párrocos en las misas dominicales de su arquidiócesis durante las primeras semanas del año. También fue publicada por partes en casi todos los números del Mensajero, la revista mensual jesuita, desde marzo de 1933 hasta enero de 1935; esta revista era recibida en los hogares y parroquias de toda Colombia.

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Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935 Thomas J. Williford

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otras revistas como Acción Liberal (que apareció en Tunja en mayo de 1932, y se trasladó a Bogotá en septiembre de 1933); pudo ser también porque los masones colombianos estaban divididos en una amarga lucha jurisdiccional entre dos Supremos Consejos, uno en Cartagena y otro en Bogotá, cada uno con sus propias grandes logias en las diferentes ciudades del país;26 ese debate interno sólo se resolvió en 1938.27 A pesar de los reclamos de ciertos clérigos y políticos conservadores a lo largo de los años treinta y cuarenta, la masonería colombiana se encontraba tan dividida como el Partido Liberal, situación que no le facilitaba la organización de ningún complot nacional o internacional contra la civilización cristiana, si de verdad estuviera planeado.28

Tal antijesuitismo no se limitaba a las revistas capitalinas. El siguiente texto fue tomado de un editorial aparecido en 1932 en Orientación Liberal, un periódico de Pasto:

La “cuestión religiosa” fue debatida por muchos otros periódicos liberales e izquierdistas que se unieron a la causa. Dichas publicaciones estaban inspiradas por el gobierno izquierdista de Manuel Azaña, en España, que decretó en enero de 1932 la expulsión de la comunidad jesuita y la expropiación de sus bienes (Álvarez 2002; Casanova 2007; Jackson 1965); pronto, el enfoque anticlerical en Colombia fue específicamente contra los jesuitas. Cuando el provincial de la comunidad jesuita en Colombia invitó a los españoles a trasladarse al país, la revista cómica liberal Fantoches, de Bogotá, publicó una caricatura de “España” con forma de mujer, peinando su cabello para quitar los “piojos” jesuitas, quienes se dirigían directamente a un barco que anunciaba: “A Colombia”. Un verso debajo de la caricatura proclama:

y amigos cuando así lo necesita el A.M.D.G. [Ad Majorem

Recorriendo la historia de las sociedades secretas […]

difícilmente podría hallarse una que igualara a la de los

jesuitas en corrupción y en el peligro que entraña para los pueblos: sociedad absorvente [sic], netamente mercantil y especuladora, orgullosa y soberbia, hipócrita hasta el extremo de haber hecho sinónimas las palabras

hipocresía y jesuitismo, y cuyos componentes, por una regla inapelable o indiscutible, reniegan de la patria

no reconociendo más deberes que los que su sociedad

les impone, estando dispuestos, por consecuencia, a hacer todos los males concebibles a padres, hermanos Dei Gloriam: “Para Mayor Gloria de Dios”. Sigla usada frecuentemente por los jesuitas]

Su intervención perversa en los asuntos internos de las

naciones donde han morado; el espíritu de discordia

que han sembrado entre las diversas clases sociales, los atentados solapados contra los intereses indivi-

duales y públicos, han obligado a gobiernos serios a decretar su expulsión […]30

La virulencia de esta retórica es notable. Si los francmasones eran conspiradores anticristianos para los conservadores y católicos más intransigentes, la Compañía de Jesús era un conciliábulo internacional nefasto para los liberales más anticlericales. Muchas veces, como en el texto del periódico de Pasto arriba citado, se puede reemplazar la palabra “jesuita” por la palabra “masón” –y las siglas A.M.D.G. por las siglas masónicas G.A.D.U. (que significa “Gran Arquitecto del Universo”, Dios dentro de la masonería)–, y suena idéntico al argumento conservador de un complot internacional judeomasónico. Así, se puede ver el comienzo de una retórica política con el argumento de que el partido opuesto estaba obrando en contra de la patria, lo cual justificaría la violencia contra los “enemigos internos” de Colombia.31

Para limpiar la nación de parásitos que son

los que hacen que el hambre reine se ha metido como un peine la nueva constitución.29

26 Según las reglas masónicas internacionales, solamente puede existir un Consejo Supremo en cada país (Carnicelli 1975a y 1975b). 27 Antes de resolver la división interna, existían en 1935 tres grandes logias en Bogotá. “Se están formando logias en varias instituciones; Entidades oficiales están controladas por los masones. Senadores y representantes se inician en las sociedades siniestras”, El País, 16 de agosto de 1935, pp. 1, 4; “Un Documento Masónico Del Ministro Señor Darío Echandía”, El Siglo [Bogotá], 14 de abril de 1936, p. 1; y The New Age [Washington, D. C.], octubre de 1938, pp. 593-594; y noviembre de 1938, p. 662.

30 “Los indeseables: Los jesuitas invaden Colombia”, Orientación Liberal [Pasto], 8 de marzo de 1932 (Recortes B: 10). En el artículo se menciona que también fue publicado en la revista El Tábano de Cali. 31 Los jesuitas evitaron los temas políticos en sus publicaciones a lo largo de la República Liberal, tratando de no mencionar a los dos partidos tradicionales, pero sí incluyeron temas como la conspiración judeomasónica, que involucraba al liberalismo como concepto general (Williford 2011). Aunque la Revista Javeriana mantuvo una sección sobre noticias nacionales que describía las acciones partidistas, tampoco se mostraba abiertamente a favor o en contra de una u otra colectividad. Véase, por ejemplo, Efraín Casas Manrique, “De nuestra vida nacional”, Revista Javeriana [Bogotá],

28 Aunque algunos dirigentes liberales (pero ningún conservador) eran masones, no todos pertenecían a las logias, y los que eran miembros representaron todas las facciones antagonistas del partido (Williford 2005). 29 Fantoches [Bogotá] 20 de febrero de 1932 (“Recortes”, Vol. B, Archivo Provincial de la Sociedad de Jesús en Colombia, Curia, Bogotá [Archivo Jesuita], [Recortes]: 2).

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Un enfoque de la “cuestión religiosa”, que involucró especialmente a los jesuitas, fue el tema de la instrucción pública. En opinión de muchos liberales, en Colombia, como en todo el mundo, sólo los colegios laicos podían formar ciudadanos nuevos que entendieran sus derechos y deberes y crearan así una sociedad más libre. Los colegios confesionales no formaban ciudadanos para una república progresista, sino sujetos imbuidos de las tradiciones cuasi feudales de obediencia, jerarquía y sumisión a las autoridades. Estas ideas fueron expresadas en la revista mensual Acción Liberal, que publicaba muchos ensayos y artículos escritos por los intelectuales del partido. En junio de 1932 circulaba todavía en Tunja, cuando apareció un artículo sobre “La educación clerical”. El autor reclama que:

La presencia de la política entre el personal de educandos no puede mirarse como un mal, antes bien, es un

poderoso factor para educar, para enseñar a tener res-

peto por ideales y sentimientos ajenos, para obligar a combatir las ideas con las ideas, para demostrar que el grito de pasión no es sentimiento ni el puñetazo la

razón. Al frente de este colegio estuviera, en vez de un eclesiástico, la figura patricia de un civil, genuino representante de todos los anhelos sociales, esta sería la hora en la cual el Colegio de Boyacá estaría educando políticamente a los futuros políticos boyacenses para

evitar mañana la repetición de las presentes zambras

partidaristas marcadas con regueros de sangre por toda la extensión del departamento.33

[n]uestros colegios de enseñanza superior, estableci-

El ensayo muestra también la influencia del nuevo gobierno español:

la juventud en una edad en la cual el muchacho juega

De España recibimos raza, idioma, religión y costumbres

vida, carecen de todos los medios ideológicos y mate-

han atravesado los mismos caminos, con iguales pena-

mientos para hombres y mujeres a los cuales concurre

inconscientemente el éxito o la desgracia de toda su

y desde entonces la vida de esa nación y la vida nuestra

riales para enseñar ‘educación’, por el contrario, usan

lidades, sufriendo los mismos infortunios y por las mis-

de métodos y procedimientos en oposición por completo

mas causas. La nueva constitución republicana de España

a la vida social de donde han salido los alumnos y a

prohíbe en absoluto el que las entidades eclesiásticas o

donde han de volver a vivir lo real y humano, bien dife-

monacales se dediquen a la enseñanza y educación. Las

rente a la vida ficticia y convencional de los colegios.

poderosas razones que España tuvo para optar esa dispo-

Como ejemplo de colegios inadecuados para ‘educar

sición son exactamente las mismas que Colombia tiene

socialmente’ se pueden citar todos los establecimien-

para solicitar igual medida.34

tos para hombres y mujeres dirigidos por entidades

En 1933, los liberales se convirtieron en mayoría en varias asambleas departamentales, y algunos diputados empezaron a usar el tema de la educación para enfrentar a los jesuitas, utilizando para ello los casos de los edificios prestados a esa comunidad, a fin de organizar colegios estatales. En Ocaña, donde la comunidad estaba encargada del colegio departamental desde 1919, la Asamblea de Norte de Santander rescindió el contrato, y los jesuitas se fueron en abril de 1933. Al hacer lo mismo con el colegio de Bucaramanga, la Asamblea de Santander se encontró con una fuerte oposición por parte de los padres y madres de familia, a la que se unió el presidente Olaya (Restrepo 1940).

religiosas. La religión católica entre nosotros en materias de educación se ha quedado retrasada observando

los mismos métodos del siglo XVI; si en instrucción ha procurado adelantar, en prácticas sociales educativas no han dado un paso.32

No creía que el clero estuviera en capacidad de preparar a la juventud para la democracia, y anotaba que en el Colegio de Boyacá los estudiantes no tenían ninguna oportunidad de practicar “la política”:

octubre de 1934, pp. 371-378, que trata, sin hacer polémica, el debate sobre una resolución antijesuita del Concejo de Bogotá. Esta actitud tenía repercusión nacional porque desde los años veinte hasta por lo menos los años cincuenta, la publicación católica de mayor circulación era Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús. Aviso, F.A.S.—Fe-Acción-Sociología [Bogotá] [FAS], 1 y 15 de marzo de 1937, p. 34 (suplementa). Tenía un tiraje de 5.000 a 6.000 ejemplares entre 1920 y 1940, y llegó a 12.000 a finales de los años cuarenta. Aviso, Mensajero, junio de 1929, p. i. La crisis económica redujo su circulación a 3.000 a mediados de los años treinta, “Estadísticas para Roma, 1935”, Archivo Jesuita; y “Vamos llegando a las 14.000 suscripciones”, Mensajero, diciembre de 1949, p. 679.

Sumados todos estos factores, los prelados reunidos en la Conferencia Eclesiástica de 1933 se sintieron bajo ataque, y por eso decidieron organizar un Congreso Eucarístico en Medellín, en 1935. Los liberales, además, ya habían decidido respaldar la candidatura de Alfonso López Pumarejo para la presidencia de 1934-1938; López había

33 “La educación clerical”, Acción Liberal [Tunja], junio de 1932, p. 101.

32 “La educación clerical”, Acción Liberal [Tunja], junio de 1932, pp. 98-99. El autor no puso su nombre, tal vez debido a lo atrevido de sus afirmaciones.

34 “La educación clerical”, Acción Liberal [Tunja], junio de 1932, p. 102.

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Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935 Thomas J. Williford

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animado al ala izquierda hablando de una “Revolución en Marcha” (Tirado 1989). Aunque el candidato no hablaba de la “cuestión religiosa”, muchos de sus seguidores tenían la expectativa de que su administración iba a afrontar al clero y todos sus privilegios.

En este escenario, El Vaticano decidió nombrar al joven obispo de Manizales, Juan Manuel González Arbeláez, como nuevo arzobispo adjutor con derecho de sucesión para Bogotá.40 González Arbeláez había ascendido rápidamente en la jerarquía de la Iglesia. Después de su ordenación en el Seminario Conciliar de Medellín, viajó a Europa para realizar estudios avanzados. Volvió a la capital antioqueña en 1926 y asumió el puesto de rector del Seminario. Era carismático y un tanto místico e inspiraba lealtad entre los seminaristas y la comunidad medellinense en general. Sólo había estado ocho meses en Manizales cuando fue nombrado arzobispo adjutor de Bogotá, en junio de 1934 (Ayape 1983; Naranjo 1993; Perry y Brugés 1944). Su actitud enérgica inmediatamente contrastó con la relativamente más moderada y conciliadora del arzobispo Perdomo.

Los críticos del poder político de la Iglesia no se encontraban solamente entre los liberales e izquierdistas. En agosto de 1933, sólo unos días después de la clausura de la Conferencia Eclesiástica, José de Jesús Segura, un jesuita expulsado de la Compañía, empezó a publicar en Bogotá El Escándalo. Segura escribía casi todos los artículos de su semanario, muchas veces lamentando su propia excomunión, ocurrida en 1931; según su versión, había sido excomulgado por acusar públicamente a los curas que se aprovechaban de su oficio para seducir y violar niñas y mujeres en los asilos de monjas.35 Su publicación, que con frecuencia incluyó una caricatura anticlerical en su portada,36 fue condenada por muchos obispos,37 y finalmente Segura fue declarado loco. (Él argumentaba que tal conclusión había surgido bajo la influencia de las altas jerarquías).38 Aunque la publicación cesó en noviembre de 1933, El Escándalo les dio razones a los argumentos de los anticlericales y dejó un cierto temor entre el clero.

González Arbeláez también fue nombrado asistente nacional de Acción Católica. Este movimiento fue promovido internacionalmente desde El Vaticano como una manera de reivindicar las injusticias de la sociedad industrial moderna, de acuerdo con las enseñanzas sociales de la Iglesia. Aunque era claro que afrontaba al socialismo marxista, por un lado, y al liberalismo capitalista, por el otro, la Acción Católica, en teoría, no se involucraría en la política partidista de ningún país. Tal vez por eso, la Conferencia Eclesiástica aprobó en 1933 como símbolos de la Acción Católica en Colombia un escudo y una bandera diseñados con partes iguales de azul y rojo, los colores tradicionales de los partidos Conservador y Liberal, respectivamente.41 La comunidad jesuita estaba vinculada estrechamente con la Acción Católica.42

El año de 1934 empezó con fuertes lluvias que afectaron los cultivos; a esto se sumó el desempleo, a raíz de la Gran Depresión y la prolongación de la crisis económica en Colombia. El arzobispo, Ismael Perdomo, expresó en su Mensaje de Cuaresma que la nación estaba siendo castigada por Dios, debido a sus varios pecados, que incluían la indiferencia religiosa, la mala lectura y la violencia política; el primer pecado de su lista, no obstante, era la masonería. Lo mismo que en su Exposición sobre la Masonería del año anterior, Perdomo condenaba las ideas de la hermandad, sin promover una teoría de conspiración; sin embargo, dejó abonada la tierra para quienes quisieran seguir implantando esa maleza.39

En septiembre de 1934, González Arbeláez viajó a Buenos Aires como cabeza de la delegación colombiana al Congreso Eucarístico Internacional, que se reunió del 10 al 14 de octubre. Era la primera vez que un Congreso Eucarístico Internacional tenía lugar en América Latina, y contó con la asistencia de prelados, religiosos y fieles venidos de todas partes del mundo. El papa Pío XI envió su secretario de Estado, Eugenio Pacelli, para representar al

35 “Notas biográficas del Padre Segura”, El Escándalo [Bogotá], 16 de agosto de 1933, p. 2; y “Un acto en tres escenas”, El Escándalo, 31 de agosto de 1933, p. 2. 36 Véanse, por ejemplo, las portadas de El Escándalo del 31 de agosto, 7 de septiembre y 21 de septiembre de 1933.

40 “Arzobispo Coadjutor”, La Iglesia, junio de 1934, pp. 167-170. 41 “Estatutos de la Acción Católica Colombiana”, La Iglesia, agosto de 1933, p. 229.

37 “Editorial: Rayos contra ‘El Escándalo’”, El Escándalo, 28 de septiembre de 1933, p. 3; y “Decreto sobre Prohibición de una revista”, La Iglesia, octubre y noviembre de 1933, p. 300.

42 Como apoyo intelectual, los jesuitas empezaron a publicar el folleto bisemanario F.A.S.—Fe-Acción-Sociología. Véase, especialmente, Jesús M. Fernández, “Actividades de la Acción Católica”, FAS, 1 de diciembre de 1935. El jesuita Jorge Fernández Pradel fue enviado exclusivamente desde Chile para ayudar en la organización de este movimiento. Arturo Mejía M., S. J., “Curso de Acción Católica en Bogotá”, Acción Católica Colombiana [Bogotá], enero y febrero de 1934, pp. 7-11.

38 “Carta abierta muy urgente”, El Renegado [Bogotá], 14 de diciembre de 1933, p. 2. Después de la última edición de El Escándalo, El Renegado lo reemplazó por un mes, todavía bajo la dirección de Segura. 39 Ismael Perdomo, “Pastoral para la Cuaresma de 1934”, La Iglesia, enero de 1934, pp. 2-12.

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Vaticano.43 Los Congresos Eucarísticos ya tenían un programa particular, con días especiales dedicados a niños y niñas, mujeres, y hombres, con la participación de estos últimos en un desfile a la medianoche (Ben-Dror 2003a y 2003b; Deutsch 1999). González Arbeláez y la delegación colombiana tomaron nota del funcionamiento del Congreso Eucarístico y regresaron al país, listos para poner en práctica lo observado, en la próxima versión de Medellín.

para condenar a la Compañía de Jesús por intervenir en cuestiones políticas sobre la instrucción pública. Los jóvenes concejales de izquierda estaban disfrutando de sus primeros puestos ganados por elección. Diego Montaña Cuéllar, quien en los años veinte se encontraba activo en el movimiento estudiantil, y ya identificando con las izquierdas, presentó la resolución antijesuita (Montaña 1996).49 En el debate sobre la resolución, Montaña Cuéllar culpó específicamente al sistema intelectual cerrado de los jesuitas y al control de la Iglesia sobre la instrucción pública por el atraso cultural y material de Colombia, y agregó que, en consecuencia, el movimiento de independencia sólo había sido posible después de la expulsión de los jesuitas, en 1767 (Concejo de Bogotá 1935). Durante ese debate, el concejal Elías Rodríguez sostuvo que “Laureano Gómez concurre todas las noches a las celdas de los directores de la Compañía con el fin de recibir órdenes sobre la manera como se debe atacar a los hombres prominentes del partido liberal”,50 dando otra vez la idea de que existía un complot jesuita contra la nación. La resolución del Concejo fue anunciada por medio de carteles y también por la radio, y enviada a toda la prensa y a todos los cuerpos legislativos del país.51 Aunque fue rechazada por la gran mayoría de dirigentes liberales, los concejales impulsaron con éxito un debate general sobre la “cuestión religiosa” en toda Colombia.52 El Concejo municipal de Barranquilla, por ejemplo, aprobó una resolución similar contra la Universidad Javeriana, apoyando la acción “varonil” del Concejo de Bogotá.53

Al parecer, el Congreso Eucarístico Internacional, que recibió una amplia cobertura en la prensa colombiana,44 inspiró a la mayoría izquierdista del Concejo municipal de Bogotá para poner la “cuestión religiosa” en el primer plano de los debates políticos. El recién elegido presidente López, quien había tomado posesión en agosto, no había avanzado ningún programa relacionado con la Iglesia, mientras que los anticlericales sentían llegar la fuerza de la Iglesia militante desde Buenos Aires.45 Los concejales decidieron acudir al drama, y en la sesión nocturna del 16 de octubre aprobaron una resolución en contra de los jesuitas.46 La Compañía de Jesús restableció la Universidad Javeriana en Bogotá en 1931,47 con la idea de presentar una visión fresca en la discusión de temas modernos, mostrando que la Iglesia católica era una participante activa en las cuestiones sociales y pedagógicas. La Universidad había estado organizando conferencias académicas abiertas al público en general que eran divulgadas por la radio; una de ellas, realizada en octubre de 1934, trató el tema de la educación,48 gran pretexto

Algunos políticos conservadores, por su parte, reclamaron que la resolución era otra prueba de que el Partido Liberal era ateo y tenía la intención de destruir la civilización cristiana. El País, por entonces el periódico conservador más importante de Bogotá, declaró al día siguiente, en un titular que hablaba de la resolución, que “Los concejales de la masonería la sustentaron”,

43 Pacelli fue elegido papa (Pío XII), en abril de 1939. 44 “‘Viva Cristo Rey!’, es el grito que se oye en las calles de Buenos Aires”, El País, 13 de octubre de 1934, p. 1; “Hoy a las 9 de la mañana impartirá el Papa su bendición al mundo católico; Mañana entregará Monseñor González la bandera de Colombia al Gobierno de la Argentina Grandes Ceremonias”, El País, 14 de octubre de 1934, p. 1; “Dos millones de fieles rindieron homenaje a Cristo Rey en el Congreso Eucarístico”, El País, 15 de octubre de 1934, p. 1; y “En medio de excepcional esplendor se terminó el Congreso Eucarístico”, El Tiempo, 15 de octubre de 1934, p. 1. 45 El último día del Congreso de Buenos Aires también coincidió con el vigésimo aniversario del asesinato del héroe liberal Rafael Uribe Uribe; hubo una gran “peregrinación” de miles de liberales a las tumbas de Uribe Uribe y Benjamín Herrera, en el Cementerio Central de Bogotá. “Fue solemnísima la peregrinación a las tumbas de Uribe Uribe y Herrera”, El Tiempo, 15 de octubre de 1934, p. 1.

49 Otro concejal fue Julio Roberto Salazar Ferro, de Chiquinquirá, Boyacá, hijo de un oficial del Ejército liberal de la guerra de los Mil Días (Montaña 1996; Perry 1952). Salazar dirigía un periódico en Chiquinquirá, El Radical, que afrontó a los frailes dominicos de la ciudad (Williford 2009a).

46 Los concejales de la minoría conservadora no estaban presentes; según ellos, se entendía que era la reunión de clausura de unas sesiones extraordinarias y que no se necesitaba formar quórum. “Protesta la Minoría del Cabildo de Bogotá”, El País, 18 de octubre de 1934, p. 1.

50 Calibán, “La Danza de las Horas”, El Tiempo, 17 de octubre de 1934, p. 4; y El Concejo, p. 3. 51 “Rudo ataque se hizo anoche en el Concejo a los jesuitas”, Diario Nacional, 17 de octubre de 1934, p. 1; y El Concejo, p. 1.

47 El gobierno colonial la había cerrado durante la expulsión de los jesuitas, en 1767. En 1927 fue aprobada la “restauración” de la Universidad Javeriana, pero las clases no comenzaron hasta febrero de 1931, en las aulas del Colegio San Bartolomé (Restrepo 1940).

52 “Existe en Colombia un Problema Religioso; Afirma en la cámara Gerardo Molina.–Una proposición del representante Montalvo sobre la obra realizada por la Javeriana”, El País, 18 de octubre de 1934, pp. 1, 6, 12. 53 “El Concejo aprobó anoche una moción contra la labor desarrollada por la Universidad Javeriana”, El Heraldo [Barranquilla], 29 de noviembre de 1934, p. 1 (Recortes B: 6).

48 José Salvador Restrepo, S. J., “La Escuela Laica”, El País, 6 de octubre de 1934, p. 10.

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y anotó que el concejal Elías Rodríguez era “masón grado 30”, detalle que lo ubicaba como parte de la gran conspiración internacional.54

extranjeros deben ser reemplazados por nacionales”.58 Los debates y resoluciones de las asambleas obligaron a la administración de López a poner distancia entre el Gobierno nacional y los anticlericales más radicales.59 Un mes después, sin embargo, en un banquete de despedida al antiguo nuncio papal, Paolo Giobbe, el Presidente insinuó que el Concordato tenía que ser reformado.60 Algunos conservadores culparon de toda la actividad anticlerical a los masones, citando la resolución de mayo de 1935 de una logia en Bogotá, que se mostraba a favor de semejante reforma.61

En su réplica, la minoría conservadora del Concejo anotó que entre los conferencistas de la Javeriana se encontraban los liberales Juan Lozano y Lozano, Eduardo López Pumarejo, Juan Samper Sordo y Jorge Eliécer Gaitán, para mostrar que no todos los liberales les temían a los jesuitas.55 En efecto, la administración lopista y los liberales moderados, liderados por los columnistas en El Espectador y El Tiempo, expresaron el deseo de evitar una guerra civil por razones de religión (Tirado 1981). Aun, el Diario Nacional, de izquierda liberal, y la revista cómica liberal La Guillotina dijeron que con sus declaraciones los concejales se habían movido tal vez demasiado rápido contra el derecho de libre pensamiento, aunque estos periódicos apoyaron la discusión sobre la “cuestión religiosa”.56

En este ambiente, se organizaba para agosto el Segundo Congreso Eucarístico. Aunque Tiberio de J. Salazar y Herrera, arzobispo administrador de Medellín, era presidente del Congreso (Congreso Eucarístico Nacional de Colombia 1935),62 y el jesuita Tomás Villarraga, el “alma y vida” del certamen, era secretario del Comité Central (Congreso Eucarístico Nacional de Colombia 1935, 9), el arzobispo adjutor de Bogotá, Juan Manuel González Arbeláez, también estaba muy involucrado en su desarrollo. Igual que en el Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires, las actividades fueron distribuidas por género, con unas reuniones organizadas exclusivamente para hombres, y otras para mujeres. Uno de los momentos más conmovedores para los participantes fue la primera comunión en masa que hicieron miles de niños y niñas, celebrada el 15 de agosto; y otro fue la marcha de miles de hombres con antorchas por las calles de Medellín, celebrada el 17 de agosto, la cual culminó con una misa de medianoche (Congreso Eucarístico Nacional de Colombia 1935). Pero aún más recordadas por la prensa partidista fueron las actuaciones de González Arbeláez. El 13 de agosto, el joven arzobispo adjutor de Bogotá arribó a Medellín en un avión, llevando el Santo Sacramento en una custodia, con la idea simbólica de hacerlo des-

Muchas asambleas departamentales y numerosos concejos municipales siguieron con el tema religioso después de las elecciones departamentales de febrero de 1935, en las que los conservadores no participaron. Empezando otra vez por el Concejo de Bogotá, varias legislaturas discutieron una reforma del Concordato, firmado en 1887 con El Vaticano por el gobierno de la “Regeneración” de Rafael Núñez. Para muchos, el Concordato era antipatriótico y ponía a la nación en una posición sumisa frente a un poder foráneo.57 Un estudio del Gobierno sobre las condiciones de los territorios menos poblados del país, que eran concedidos a comunidades religiosas europeas desde finales del siglo XIX bajo otro acuerdo con El Vaticano, le agregó combustible al fuego. El informe concluyó que “es ineficaz la obra de los misioneros: Los sacerdotes

54 “Una proposición absurda contra la Javeriana en el Cabildo; Los concejales de la masonería la sustentaron; El concejal Elías Rodríguez y Salazar Ferro, ‘apóstoles de la sabiduría’”, El País, 17 de octubre de 1934, pp. 1, 6.

58 “Es ineficaz la obra de los misioneros: Los sacerdotes extranjeros deben ser reemplazados por nacionales, dicen Rueda Vargas y Ortiz Márquez”, El Espectador, 8 de junio de 1935 (Recortes B: 11). 59 “De Ibagué: La Asamblea pide que el Concordato sea modificado”, El Tiempo, 2 de junio de 1935 (Recortes B: 2); “El gobierno liberal y la Asamblea Constituyente”, El Tiempo, 3 de junio de 1935 (Recortes B: 2); Francisco Restrepo Jaramillo, “La constituyente y la Asamblea de Tolima”, El País, 7 de junio de 1935 (Recortes B: 8); e “Inicuos ultrajes contra el clero en la Asamblea departamental”, El País, 7 de junio de 1935 (Recortes B: 8).

55 “Protesta la Minoría del Cabildo de Bogotá; Por la innoble proposición acordada por los liberales contra la Universidad Javeriana”, El País, 18 de octubre de 1934, pp. 1, 12; y Efraín Casas Manrique, “De nuestra vida nacional”, Revista Javeriana, octubre de 1934, pp. 377-378. 56 “Otra vez la Javeriana”, Diario Nacional, 7 de noviembre de 1934, p. 3; y “Frente a los Jesuitas”, La Guillotina, 20 de octubre de 1934, p. 3. 57 “Un Gran Proyecto de Reformas tiene el señor gobernador”, El Espectador [Bogotá], 3 de junio de 1935 (Recortes B: 1); “Cauca también busca resolución para reformar concordato”, El Tiempo, 7 de junio de 1935 (Recortes B: 9); “Texto completo de la proposición de la Asamblea de Boyacá sobre Concordato”, El Diario Nacional, 3 de junio de 1935 (Recortes B: 1). La Asamblea de Caldas recibió una condena especial por parte del arzobispo adjutor, González Arbeláez. “Monseñor Juan Manuel González condena la labor irreligiosa de la Asamblea de Caldas”, El País, 8 de junio, de 1935 (Recortes B: 10).

60 “El presidente insinuó en su discurso la necesidad de reformar el Concordato”, El Tiempo, 14 de julio de 1935 (Recortes B: 26-27). 61 Es probable que la resolución fuese verdadera, pero no se trató de una “circular” como denunciaron los conservadores. Valerio Botero Isaza, “Denuncia del Concordato”, El País, 5 de junio de 1935 (Recortes B: 6). 62 El arzobispo de Medellín, Manuel José de Caycedo, tenía unos 86 años en el momento y no contaba con todas las facultades de arzobispo desde 1934. Murió en 1937 (Robledo 1952).

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cender del cielo, lo cual emocionó mucho a las masas que lo estaban esperando. Quienes observaban la llegada del avión, que cruzó el firmamento dejando una estela en forma de cruz sobre la ciudad, comenzaron a cantar “el himno de la patria. Y surgió entonces una nueva jaculatoria: Salva, Señor, a la república!”.63 Al día siguiente, durante la reunión de mujeres, el joven arzobispo habló sobre la Acción Católica. Aunque dicha Acción era apolítica, para González Arbeláez era el contrapeso a la masonería: “[l]a francmasonería quiere descatolizar al pueblo colombiano […] Y nadie podrá decir, con justicia, que la Acción Católica hace campañas políticas. Porque la masonería no es un partido político sino una secta antirreligiosa y antisocial! (Delirantes aplausos de la multitud)”.64

aunque supuestamente era la primera vez que Jesús Sacramentado volaba en avión).67 Por su parte, el ministro de Gobierno, Gabriel Turbay, reveló un cruce de cables con la embajada de Colombia en Roma que decía que El Vaticano no había otorgado ningún permiso.68 Mirando las publicaciones posteriores sobre el Congreso Eucarístico, también se puede percibir el ambiente enrarecido entre el clero con respecto a González Arbeláez. Aunque su emocionante llegada con la custodia se cuenta entre los recuerdos importantes en el Álbum del Segundo Congreso Eucarístico publicado unos meses después,su discurso de la conferencia no aparece incluido, y tampoco se menciona que fue él quien leyó la respuesta de los prelados al telegrama del Concejo de Bogotá. En el Libro de Oro del Segundo Congreso Eucarístico Nacional Colombiano –compendio de las diferentes conferencias dictadas durante el evento, con introducción del jesuita Tomás Villarraga, quien fue tan clave en su organización– no se encuentra el discurso de González Arbeláez ni la descripción del vuelo aéreo ni de las otras actuaciones públicas del Arzobispo. En 1940, el jesuita Daniel Restrepo publicó una historia extensa de su comunidad religiosa en Colombia, en la que nunca mencionó al Congreso Eucarístico, el cual había sido noticia sólo cinco años antes, y cuando se refirió a Tomás Villarraga, sólo fue para anotar que éste había organizado un Instituto Obrero en Medellín, en 1936 (Restrepo 1940).

Con esas palabras y actuaciones, el Arzobispo estaba estableciéndose como uno de los prelados más combativos y atrevidos, listo para luchar como un varón contra los enemigos reales o imaginarios de la Iglesia. Sin embargo, González Arbeláez se había vuelto polémico no solamente para los liberales y la izquierda, sino también para muchos clérigos. El vuelo Bogotá-Medellín era su segundo viaje en avión a la capital antioqueña en dos días. Había ido también el 12 de agosto con otros sacerdotes y algunas monjas de la comunidad de las Deificadoras de María65 (establecida por él cuando aún era obispo de Manizales, y que lo siguió a Bogotá) (Naranjo 1993); aparentemente, ningún otro prelado gastaba tanto tiempo y dinero volando tan impulsivamente. Varios canónigos de la Catedral de Bogotá estuvieron en desacuerdo con el vuelo que llevaba la Hostia, porque consideraban que era un espectáculo innecesario, en el contexto del Congreso Eucarístico, y que sólo servía para promover a González Arbeláez. Además, las implicaciones teológicas sobre el Santo Sacramento no habían sido consideradas en caso de que ocurriera una explosión aérea (Naranjo 1993). Casi dos meses antes, el famoso cantante argentino Carlos Gardel había muerto a causa de un accidente de avión en el aeropuerto de Medellín.66 Nunca se aclaró si el prelado contaba con el permiso del Vaticano para volar con el Santísimo. (La prensa conservadora dijo que el Nuncio Papal le había dado el permiso,

Parece que la situación se puso peor para González Arbeláez, quien le expresó al Vaticano su deseo de renunciar al cargo de arzobispo adjutor de Bogotá, en 1941; El Vaticano aceptó, y fue nombrado arzobispo de Popayán en 1942 (Williford 2005). González Arbeláez, sin embargo, renunció a este cargo en 1943 y abandonó Colombia hasta su muerte, en 1966.69

67 “120.000 personas rindieron férvido homenaje al Santísimo”, El País, 14 de agosto de 1935, p. 1; “El Vaticano no prohibió el viaje aéreo del Santísimo”, El País, 21 de agosto de 1935, p. 1; y “En avión fue llevado a Medellín el Santísimo Sacramento ayer tarde”, El Tiempo, 14 de agosto de 1935, p. 1. 68 “No hubo autorización de la Santa Sede para trasladar el Santísimo”, El Tiempo, 22 de agosto de 1935, p. 15. 69 Parte de la razón para las dos renuncias de González Arbeláez fueron las Deificadoras de María. Era muy amigo de la Madre Superiora, Ana Atehortúa, a quien había conocido cuando aún era seminarista en Medellín. Existen opiniones distintas sobre la Madre Ana, pero todas coinciden en afirmar que tenía un carácter muy fuerte y que sus opiniones eran escuchadas por el Arzobispo Adjutor (Ayape 1983; Naranjo 1993). Cuando González Arbeláez estaba ya instalado en Popayán, un inspector oficial del Vaticano llegó a Colombia para averiguar sobre las Deificadoras y decidió suprimir la comunidad en 1943; González Arbeláez abandonó el país unos meses después (Ayape 1983; Naranjo 1993). Los biógrafos muestran una opinión favorable al Arzobispo, que no era compartida por todo el

63 Alfonso Londoño Martínez, “El viaje de Dios”, El País, 15 de agosto de 1935, p. 5. 64 “Las magistrales oraciones de Mgr. González y del Dr. Oscar Terán, ayer; 100.000 Damas reciben la Sagrada Comunión”, El País, 17 de agosto de 1935, pp. 1, 10-11. 65 “Las festividades eucarísticas: 30.000 peregrinos hay ya en Medellín”, El País, 13 de agosto de 1935, pp. 1-2. 66 Cromos [Bogotá], 29 de junio de 1935.

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Referencias

El Congreso Eucarístico Nacional de 1935 y el telegrama del Concejo municipal de Bogotá fueron claves para el desarrollo y reconfirmación de las identidades políticas de la época: el primero, para los feligreses católicos y obispos intransigentes, y el segundo, para los izquierdistas anticlericales. En la retórica política de los protagonistas, ya existía en Colombia una lucha entre las fuerzas modernas del progreso y las fuerzas católicas de la tradición, o para ponerlo en un lenguaje más acorde a los acontecimientos internacionales del momento, entre la barbaridad bolchevique roja y la mojigatería cavernícola medieval. Tanto los liberales como los clérigos perdieron su identidad individual dentro del discurso de sus opositores y se convirtieron en un bloque indefinido de “Partido Liberal” e “Iglesia”, entidades vistas por sus antagonistas como responsables del atraso y la destrucción de la patria. Aunque los políticos y clérigos más moderados se oponían a esa retórica tan violenta y deshumanizante, ella pronto se convertiría en una parte fundamental del discurso que ya había tomado la forma de un “diálogo de sordos”. Hay que recordar que durante la larga historia de la lucha bipartidista en Colombia existieron muy pocas diferencias ideológicas consistentes entre los dos partidos tradicionales, salvo las que tenían que ver con las relaciones entre la Iglesia y el Estado. El asunto de la “cuestión religiosa” fue una herramienta utilizada por políticos y publicistas para encender los ánimos de los militantes de los dos partidos durante las campañas electorales y para unificarlos en sus momentos de división interna. Los términos del debate ya estaban establecidos en 1935; a los que se agregan los acontecimientos internacionales, especialmente la Guerra Civil Española pero también la Segunda Guerra Mundial; y los militantes tenían metáforas para comparar –y dignificar– los problemas y desacuerdos políticos en Colombia con los asuntos europeos. En pocos años iban a ser usados para justificar la barbarie, la eliminación física violenta de los opositores (Williford 2009a y 2009b).

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Por los caminos de Sodoma.

Discurso de réplica, promesa formativa para una homosexualidad otra (1932)* por Alexánder Hincapié García** Fecha de recepción: 17 de junio de 2011 Fecha de aceptación: 12 de agosto de 2011 Fecha de modificación: 16 de septiembre de 2011

RESUMEN El presente trabajo realiza una lectura de la novela Por los caminos de Sodoma: confesiones íntimas de un homosexual, publicada en 1932, de Sir Edgar Dixon; seudónimo utilizado por el intelectual caldense Bernardo Arias Trujillo. La tesis que proponemos refiere que el gesto literario que presenta a la homosexualidad en los años treinta, desde la toma de la palabra de los sujetos constituidos como homosexuales, supone el ejercicio de un discurso de réplica (o contradiscurso) que, a pesar del signo trágico de sus personajes, inaugura la promesa formativa de una homosexualidad otra para aquellos sujetos portadores de las marcas de la injuria y la degradación. El artículo está dividido en tres apartados que abordan la relación entre literatura y formación, la homosexualidad como discurso de réplica y, para concluir, la novela Por los caminos de Sodoma entendida como un alegato.

PALABRAS CLAVE Literatura, formación (Bildung), alegato, homosexualidad, injuria, degradación.

Por los caminos de Sodoma: Counter-discourse and the Promise of Another Homosexuality (1932) ABSTRACT This article provides a reading of the novel, Por los caminos de Sodoma: Confesiones íntimas de un homosexual, published in 1932 by Sir Edgar Dixon, the pseudonym of Colombian intellectual Bernardo Arias Trujillo. We suggest that the literary gesture that presents homosexuality in the 1930s, by giving voice to individuals constituted as homosexual, presupposes the exercise of counter-discourse that, despite the tragic sign of its characters, inaugurates the formative promise of another homosexuality for those subjects marked by insult and degradation. This article is divided into three sections: the relationship between literature and education (Bildung); homosexuality as a counter-discourse; and the novel, Por los caminos de Sodoma, understood as an argument.

KEY WORDS Literature, Education (Bildung), Argument, Homosexuality, Slander, Degradation.

*

**

El artículo aquí presentado se deriva de la investigación en curso “Cuerpos precarios, sujetos ingobernables. Reflexiones desde la antropología histórico-pedagógica en torno al problema de la formación en Colombia” (título tentativo). Investigación realizada para aspirar al grado de Doctor en Educación. Agradezco la siempre oportuna información que el profesor Albeiro Valencia Llano me regala. Para José Alberto Arango, quien lloró leyendo Por los caminos de Sodoma. Magíster en Psicología. Becario de Colciencias. Estudiante del doctorado en Educación, línea de Pedagogía Histórica e Historia de las Prácticas Pedagógicas, Universidad de Antioquia. Miembro del “Grupo de Investigación sobre Formación y Antropología Pedagógica e Histórica” (Formaph). Correo electrónico: alexdehg@yahoo.es

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Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promesa formativa para una homosexualidad otra (1932) Alexander Hincapié García

Dossier

Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promessa formativa para uma homossexualidade outra (1932) RESUMO O presente trabalho realiza uma leitura de um romance Pelos caminhos de Sodoma: confissões íntimas de um homossexual, publicado em 1932, de Sir Edgar Dixon; pseudônimo utilizado pelo intelectual caldense Bernardo Arias Trujillo. A tese que propomos diz que o gesto literário que apresenta à homossexualidade nos anos trinta, a partir da tomada da palavra dos sujeitos constituídos como homossexuais, supõe o exercício de um discurso de réplica (ou contradiscurso) que, apesar do signo trágico de seus personagens, inaugura a promessa formativa de uma homossexualidade outra para aqueles sujeitos portadores das marcas da injúria e da degradação. O artigo está dividido em três partes que abordam a relação entre literatura e formação, a homossexualidade como discurso de réplica e, para concluir, o romance Pelos caminhos de Sodoma entendido como um apelo.

PALAVRAS CHAVE Literatura, formação (Bildung), apelo, homossexualidade, injúria, degradação.

En estas páginas se van a levantar, para la vista de todos, las úlceras suntuosas de un joven que tuvo una deficiente educación sexual y cuya vida fue acibarada por la intolerancia de unos, por la insensibilidad de otros y por la indiferencia de todos (Dixon 1990, 1).

López de Mesa (1916), frente al problema del analfabetismo en Colombia a comienzos del siglo XX, se cuestionaba si la difusión de la enseñanza básica podría participar en el mejoramiento de la moral nacional (en otras palabras, en el perfeccionamiento de su formación). Igualmente, y para superar el pesimismo, advertía que el hombre, en su infinita necesidad de asociarse con el otro, desarrolla las facultades morales, en un principio por el miedo, luego por participación en la sensibilidad religiosa y, finalmente, por un afortunado discernimiento de la dignidad inherente al prójimo. De modo que si el desarrollo de las facultades morales reclama independencia tanto del miedo como del sentimiento religioso, la educación obligadamente tendría que ser independiente.

Literatura y formación

K

ant (2004) reconoció que la literatura es una fuente antropológica porque en ella se expresa mucho de la naturaleza humana. De igual manera, como sostiene Melo (2005), la literatura es un espacio privilegiado para manifestar las realidades sociales, justo allí donde emergen. Desde su inicio ha hecho parte de la vida del hombre; es decir, ha participado de su formación, en cuanto el ser humano ha podido comprender sus vivencias a partir de lo que la literatura le dona (Melo 2005). Lo cual, si bien presta un servicio a la sedimentación de las formas sociales, también se ofrece como un espacio de resistencia, refutación o réplica, donde la vida del sujeto puede ser reinventada, reescrita, y donde, con esfuerzo, los términos de lo posible son forzados a reconfigurarse para albergar lo que en otros momentos ha sido desposeído de toda oportunidad. La literatura, pues, es la posibilidad de resistir lo que las técnicas disciplinarias han hecho del sujeto y de inventar otras maneras de formarse a sí mismo.

En ese sentido, López de Mesa (1916) justificaba, tal vez sin saberlo, el ideal de Comenio que proclamaba una educación que enseñase todo a todos. Sin embargo, el intelectual antioqueño se apresuraba a sostener que las letras pueden servir para ampliar las posibilidades formativas del hombre, pero también pueden ser “[…] para los pervertidos morales un recurso antisocial” (López de Mesa 1916, 342). Sin decirlo, señalaba que la literatura, por más que se quiera desplazarla al lugar de la ficción y de lo irreconocible (según sea la necesidad política), siempre tiene que ver con nuestra formación, con los valores que nos sujetan y con los cuerpos que la nación reclama como suyos o descalifica por inasimilables. Como ha señalado Piñeres (2011), toda inquietud que insiste en reflexionar sobre la educación, y específicamente sobre la formación, indica que lo humano no ha llegado a ser y, por tanto, requiere hacerse (formarse); lo humano es lo que nunca se completa y siempre está en el camino de

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su formación. Condición azarosa que tentativas bien intencionadas, programas de eugenesia o planes sistemáticos de desaparición, han intentado conjurar.

ciertamente, la novela goza de muchos de los prejuicios de la época (machismo, devaluación de las mujeres y criterios radicales para la construcción de lo masculino), no por ello sus escenas carecen de erotismo y sexualidad; incluso, para algunos, rozan con la pornografía. Bien lo ha referido Balderston (2004), la historiografía de la literatura latinoamericana ha sido, en exceso, cautelosa si se trata de estudiar el cuerpo, el deseo y la sexualidad, máxime cuando se enfocan las pasiones masculinas por los hombres. Independientemente de si tiene o no relevancia establecer la demarcación entre pornografía o erotismo, en Por los caminos de Sodoma nos encontramos con el riesgo y la apuesta de un escritor de llevar a las letras las vivencias de un hombre que se forma a sí mismo en el deseo por otros hombres.

Henao (2005) plantea que las relaciones entre literatura y sociedad son complejas y, por lo pronto, nunca definitivas. Sin embargo, es posible pensar a los novelistas como cronistas de la sociedad, en cuanto la novela es un acontecimiento que incorpora momentos sociales y culturales que se transforman en objetos para la historiografía. Solano (2008), por ejemplo, ha reconocido el valor que la literatura tiene en la actualidad para el trabajo del historiador, entre otras cosas, porque lo cotidiano y la vida privada comenzaron a ser temas historiables. Henao (2005), por su parte, sostiene que en los años sesenta comienzan a desfundamentarse los diques que ocultaban el erotismo y la sexualidad en la literatura. Como abanderados de este proceso va a señalar a los personajes homosexuales de las obras de Gustavo Álvarez Gardeázabal y los jóvenes transgresores de Humberto Valverde. Sin embargo, podríamos oponer una objeción y un matiz a sus afirmaciones. En primera instancia, si se recupera una lectura de Risaralda de Bernardo Arias Trujillo (1935), no nos es posible sostener que el erotismo y la sexualidad habrían estado ausentes de la literatura colombiana.1 De hecho, uno de los aspectos centrales de Risaralda es, justamente, el cuerpo desmesurado de los negros que el narrador contempla en los bailes que exhiben los pechos y las caderas contorneadas de las hembras, y que anuncian las erecciones de los machos.

La homosexualidad como discurso de réplica En la medida en que la sodomía daba paso a la homosexualidad, dejaba de ser exclusivamente un objeto de la reflexión moral y de las leyes, para ser inscrita clínicamente en el campo de la sinrazón, ocupando un lugar al lado de la locura. Como se podría deducir, la sinrazón es aquello que no hay que oír: si se le hace hablar, no es para comprender lo que dice, sino para reafirmar lo que ya se conoce. Foucault señala, en su estudio sobre la locura en la época clásica, que la ciencia positiva solicita “[…] hacer callar los propósitos de la sinrazón para no escuchar más las voces patológicas de la locura” (Foucault 2006, 172). Siguiendo las incitaciones de Foucault, podríamos plantear que el racionalismo clásico, incluso más que el positivismo, se habría encargado de sembrar los cimientos de un lugar para la homosexualidad, en su aparición a finales del siglo XIX, dentro del espectro de la psicopatología, el trastorno y la desviación, no por una constatación irrefutable, sino por un saber que actúa como una decisión tomada de antemano; pues, “Mejor que cualquier doctrina, mejor en todo caso que nuestro positivismo, el racionalismo clásico ha sabido velar, y percibir el peligro subterráneo de la sinrazón” (Foucault 2006, 249).

Cobo (1989), en un giro inexplicable, ignora a Risaralda como una novela fundamental en la literatura colombiana e indispensable para comprender los ecos raciales del siglo XIX que todavía se advertían en la Colombia de los años treinta. Risaralda, pues, no sólo escenifica las ansiedades raciales de la nación, sino la fuerza expresiva y homoerótica del esbelto hombre paisa, el cuerpo ardiente de la mujer negra y la sexualidad fálica, sin reparos, del macho negro (Hincapié 2010). Igualmente, Arias Trujillo, con el seudónimo de Sir Edgar Dixon, publica casi de manera clandestina, y para las rasgaduras de sotana y el escándalo de los curas en Manizales, Por los caminos de Sodoma, de 1932. Esta novela –situada en el sur, que coincide con la época en la que su autor cumplía actividades diplomáticas en Argentina– explora el descubrimiento de la homosexualidad de David. Si bien,

1

Foucault (2002) esgrimiría como acta de nacimiento de la homosexualidad el año 1870. Concretamente, especificará que el homosexual nace, si se quiere, en el momento en que el discurso médico y psiquiátrico lo caracterizan. Ahora bien, la popularidad de la homosexualidad en Europa se pudo constatar con el escándalo público que denunciaba al príncipe Philiph von Eulenburg y al militar Kuno von Moltke como dos homosexuales “[…] en la corte del emperador de Alemania cuyo proceso se desarrolló entre

La antología seleccionada por Óscar Castro (2004), Un siglo del erotismo en el cuento colombiano, puede ser ilustrativa con respecto al punto señalado.

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1907 y 1909” (Melo 2005, 17). Sin embargo, situados en el caso colombiano, Bustamante (2004, 2008) parece sugerir que dicha popularidad (tal vez su parición), se constata en el Código Penal de 1936. La influencia de los saberes modernos (biología, medicina, psiquiatría), evidentemente, hacía ceder la tradición hispánica, básicamente humanística y sustentada en la autoridad de la religión católica, la lengua, la urbanidad y el buen tono (Ospina 1919), frente a las tentativas científicas de explicar, predecir y controlar problemas, de algún modo recurrentes, que ameritaban soluciones para el buen funcionamiento de la sociedad. La ciencia, pues, donaba a las leyes un marco interpretativo para juzgar lo legítimo de lo no legítimo. Así, la relación entre personas del mismo sexo, antes tipificada como sodomía, y por ello aludiendo a un pecado (no a una interioridad psíquica o un trastorno que se revela en cada gesto de quien lo padece y por lo cual es culpable), se abría camino ahora clasificada como homosexualidad (nacía, entonces, una subjetividad).

Ahora bien: si Bustamante (dentro de su arqueología de la homosexualidad) en Colombia– postula como inaugural el gesto del Derecho que se expresa en el Código Penal de 1936, también podría ser interesante indagar en otros registros, por ejemplo, en la literatura y en las letras, para establecer diferentes acontecimientos discursivos que han hecho aparecer la homosexualidad. Al respecto, encontramos en 1926 (diez años antes de la formulación del Código Penal antes citado) las siguientes afirmaciones: Ahora recorren nuestro pobre mundo, sediento de emociones raras, algunas teorías deliciosamente conturbadoras. Han descubierto algunos pensadores audaces que el amor heterosexual tiene muy escaso mérito, y que en tiempos de la divina civilización helena sólo servía como artículo de consumo inferior (López de Mesa 1926, 82). Luego concluye que los homosexuales son “Anarquistas del mundo moral, a su manera, no creen en la existencia de sentimientos normales en la sexualidad de los demás hombres, y califican de hipócrita al resto de la humanidad […] Ellos, sin embargo, no son el mayor peligro social futuro en estas materias” (López de Mesa 1926, 8687). Esas teorías conturbadoras que apunta López de Mesa (mientras trata de manera condescendiente a los anarquistas del mundo moral) pueden valer como una clara alusión al caso de Oscar Wilde y la defensa argumentativa que éste elaboró para estetizar el amor que no osa decir su nombre y que, tal vez, por la vía del escándalo hizo girar la mirada hacia una forma del amor no reconocida. Por su parte, Foucault circunscribió a Wilde y a Gide como “[…] una

El homosexual, al decir de Bustamante, es un objeto producido, en el marco del saber colombiano, en “[…] la tercera década del siglo XX” (Bustamante 2004, 94). Incluso, posteriormente informará que en Colombia, durante gran parte de las primeras décadas del siglo XX, no se sancionaron las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, pues continuaba vigente el Código Penal de 1837 a través de la voluntaria aceptación e incorporación, por parte de las regiones, en las disposiciones del Código de 1873. Ninguno de los dos Códigos estableció la sodomía como delito. No obstante, ese clima de relativa separación de la tradición hispánica y de adhesión al código napoleónico también permitió establecer el delito de corrupción de menores, con el cual los hombres atraídos por otros hombres eran representados, en la esfera social, como peligrosos para la infancia y la juventud (Bustamante 2008). El Código Penal de 1936, contrario a la creciente interpretación de la homosexualidad como un trastorno medicalizable, mas no necesariamente punible, penalizaba la actividad sexual entre personas del mismo sexo, y esa penalización es situada por Bustamante (2008) como un reordenamiento de los dispositivos que instituyen la homosexualidad en la tipificación del delito de acceso carnal homosexual.2

2

con los individuos de sexo contrario y sienten, a la inversa, placer por el ayuntamiento carnal con los de su mismo sexo” (Mejía 1931, 152). A su vez, en 1934, se publicaba Ética y pedagogías sexológicas de Forster y Giraldo, donde se informaba que: “En cierta ocasión oí de labios homosexuales la exposición de sus conceptos morales y religiosos y no eran otra cosa que los reflejos de sus instintos pervertidos” (Forster y Giraldo 1934, 10). Además, reconocía que el psicoanálisis había venido a confirmar mucho de lo que la pedagogía cristiana desde hace tiempo venía insistiendo. El trabajo de Forster es seguido, en el mismo libro, por una conferencia del presbítero Miguel Giraldo Salazar, dictada a los maestros de Antioquia, donde se ocupa del tema de la educación sexual. Al respecto, opinaba que el mejor tratamiento para tan delicado tema es el acercamiento indirecto, pues la exposición pública de determinados asuntos que preocupan porque puedan ser realizados funge inversamente como el acicate que propone realizarlos. Al mismo tiempo, insta no tanto a perseguir la sexualidad de los niños, que tendría que hacerse de manera indirecta, sino a oprimir la mentira, pues el niño que miente es aquel que no tendrá reparos en practicar la masturbación y, probablemente, en hacer parte de “amistades particulares”. Curiosamente, y no por las razones que lo haría Arias Trujillo, el presbítero sitúa a los personajes de la Ilíada como ejemplo de templanza y observación de los instintos. Recurro, pues, a estos datos para ampliar la fecha de nacimiento de la homosexualidad propuesta por Bustamante (2004, 2008) a partir del archivo legal.

En 1931, Rafael Mejía presenta su tesis para optar al Doctorado en Medicina de la Universidad de Antioquia. La disertación versa sobre distintos temas, pero principalmente sobre sus reflexiones en torno al instinto sexual a partir de la práctica médico-legal. Sobre el tema aquí tratado, puntualiza: “La inversión del instinto sexual se encuentra en los homosexuales, uranistas o invertidos, que son aquellas personas, machos o hembras, que teniendo sus órganos genitales normalmente conformados, sienten repugnancia por el coito

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inversión estratégica dentro de una ‘misma’ voluntad de verdad” (Foucault 2007, 163). Por lo tanto, poco podría valer como resistencia el ejercicio de las letras allí donde ellas se inscribían en la voluntad de verdad que, por otros medios, producía y sonsacaba la verdad de los cuerpos que eran producidos como cuerpos homosexuales.3

Foucault (1994) señalaría que lo que vuelve inquietante la homosexualidad no son dos hombres que se producen mutuamente placer (eso podría ser tolerable, si se logra discretamente); lo que inquieta y, por lo mismo, es amenazante son las alianzas no contempladas, la desmultiplicación de afectos y la proliferación de lazos sociales no codificados. En otras palabras, lo que se torna intolerable es la promesa formativa de una homosexualidad otra que, advertida en la literatura, desmultiplica los efectos sociales entre los cuerpos, la sexualidad y el sujeto: altera los referentes disponibles para la formación. Por los caminos de Sodoma es, por ello, una amenaza que se expone en el signo trágico de los estetas, pues justamente su signo trágico es la condición de posibilidad, en los años treinta, de que el homosexual pueda decirse, narrarse y, principalmente, formarse.

Según Foucault, la homosexualidad a la que habría que darle forma no estaba en la invención de un nuevo género literario, sino en la posibilidad de construir lazos no codificados, en la elaboración de distintos modos de relación y en la intensificación de los placeres no confiscados. No pasa, entonces, por confesar quién es el sujeto homosexual, sino por resistir lo que se ha hecho de ese sujeto. De igual modo, implica trabajar la relación entre hombres para hacerla una relación sin forma preestablecida, donde todo está por inventarse. Por lo tanto, no se trata de aceptar la comodidad del reconocimiento de la homosexualidad como un deseo (y con ello, desarmarizar todo lo que sucede en una habitación entre los hombres), sino de hacer deseable la homosexualidad, e inubicable por las redes del poder (Foucault 1994).

Sobre el autor, la crítica y el alegato El presente apartado se divide en tres puntos, para realizar un acercamiento más preciso a la novela. En primera instancia, se recuperan algunos datos biográficos de Bernardo Arias Trujillo; posteriormente, nos centramos en el examen que se ha hecho de Por los caminos de Sodoma desde la crítica literaria, y, finalmente, se reconstruye el mundo de la obra como el alegato de un alma sojuzgada.

Situados en el contexto colombiano, nos preguntamos: ¿la toma de la palabra por parte de la literatura –gesto que obviamente molestaba a los censores y a los expertos que mejor pensaban describir y comprender la homosexualidad– no puede valer, en los términos de Foucault, como una incitación a inventar la homosexualidad de otra manera? Podríamos pensar que si bien Wilde, Gide, Genet o Arias Trujillo no inventaron nada, su toma de la palabra tiene justamente un valor formativo (y, por lo tanto, peligroso), en el momento que lanzan el desafío que reclama una homosexualidad otra, decodificada e inapresable por las estrategias médicas, legales, psiquiátricas y religiosas. Entendemos por homosexualidad otra, ya no las definiciones heredadas por la psiquiatría, el psicoanálisis, el derecho o demás técnicas disciplinarias, sino el trabajo que los hombres atraídos por otros hombres realizan sobre sí mismos para darse forma y elaborar las posibilidades de su deseo. Desde Hegel (2010), sabemos que el trabajo de dar forma, a la vez, significa formar al sujeto. Se trata pues, siguiendo a Sedgwick (1998), de estimular las fuerzas productivas que trabajan en la estilización del deseo intermasculino, y no las que procuran su patologización.

3

Bernardo Arias Trujillo Nació en Manzanares (Caldas), el 19 de noviembre de 1903. Su padre, oriundo de Sonsón (Antioquia), y su madre, de Salamina (Caldas), lo inscriben dentro del complejo regional paisa. Arias Trujillo se describió genealógicamente como un hombre que habla con la voz del campesino, el proletario y la clase media colombiana. Refiere que: Mis antepasados, como todos los de la clase media de nuestra patria, fueron labriegos de raza blanca y dulce mirar, corajudos para el trabajo, prontos en la guerra, lentos en los armisticios, buenos en la paz, y tan sólo pidieron en premio de su sangre vaciada, el derecho a que se les respetara el pedazo de tierra que cultivaron con amorosa fe (Arias 1934, 13).

Eribon (2001) es enfático al señalar que no es posible seguir a Foucault en esa aseveración. La literatura con un tono homoerótico no es un discurso de réplica, dirá Eribon, puesto que habría surgido antes que la misma psiquiatría o, al menos, al margen de ella. Lo que sí resulta cierto, a su parecer, es que la psiquiatría (y el psicoanálisis), se movería con la voluntad de apropiarse de dicha literatura para anexarla en el inventario de sus cuadros clínicos.

Su vida transcurrió en varios municipios del departamento de Caldas, debido a que su padre ejercía como funcionario público. Una vez terminó sus estudios de básica primaria, y después de una corta estancia en Villaher-

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mosa (Tolima), se trasladó a Bogotá a comienzos de los años veinte. “Ingresó a la Universidad Libre y continuó sus estudios de abogado en el Externado de Colombia” (Valencia 1997, 52). Entre las dificultades económicas y su carácter radicalmente liberal, se graduó en 1927. Permaneció por algún tiempo más en Bogotá, y decidió regresar a Manizales en 1930, debido a un esperanzador clima liberal que por aquellos días suponía el triunfo de Olaya Herrera. Valencia (1997) afirma que la Manizales que Arias Trujillo encontró no era la misma de sus días de adolescencia. Los incendios de 1925 y 1926 habían obligado a la reconstrucción de la ciudad, y, con ello, eran posibles aires renovadores no sólo en la política, sino también en las formas sociales. Su estilo y pulso intelectual resuenan rehabilitando el periódico El Universal, donde exponía de manera vehemente, y sin dudas, sus radicales puntos de vista. En el editorial del 3 de julio de 1930, por ejemplo, sentenciaba que:

interesa (como marco histórico-cultural en el cual, posiblemente, se concibe y se realiza Por los caminos de Sodoma) explicitar que, una vez en Argentina, Arias Trujillo entabló amistad con Federico García Lorca, al cual recuerda refiriendo: “Era la piel de Federico casi nocturna como la del rostro gitano de las noches árabes de su suelo granadino. Había algo de aceituna y de barro fresco de su tierra solar, en el color de su faz casi criolla de tan morena” (Arias 1973, 30). Más adelante, en el mismo texto, va concluyendo su descripción con una emotiva y poética despedida: ¡Adiós Federico García Lorca, romancero morenito, cachorro de leopardo con alma de paloma, cal de los huesos de España, sal de sus lágrimas, tambor de su guerra, zumo de sus vides, corazón muchacho como el vino, alma pueril como la uva, adolescencia siempre. Como todo lo habías dado a España en tu poesía fértil, solo faltaba que te vaciaras, desnudo y total, licuado en sangre de martirio, sobre la tierra tan amada, último holocausto de quien se dió integro a su península que tiene la forma de tu corazón gitano! Con tu fusilamiento, queda España en pedazos como un mástil después del huracán (Arias 1973, 32).

El conservatismo y el partido liberal han historiado con la sangre de sus mejores juventudes la vida de la patria; ellos tejieron en noches de vigilia y de dolor la túnica inconsútil de la República, que después una cuadrilla de soldados sin nombre quisieron echar a la suerte para satisfacer hambres atrasadas y gulas babilónicas (Arias 1991, 17).

Buenos Aires, entonces, ciudad que Arias Trujillo elogiará como la gran promesa cultural de América, es el contexto en el que puede escribir y publicar, bajo el auspicio de Editorial Pagana, Por los caminos de Sodoma. Como refiere Valencia, “La obra la firmó como Sir Edgar Dixon, pues conocía la mojigatería de sus paisanos; por ello no se identificó con su propio nombre” (Valencia 1997, 76). Sin embargo, de algún modo, fue asociado con la novela, por lo cual quedaba presentado públicamente como homosexual. El mismo profesor Valencia afirma que del libro circularon algunos ejemplares, provocando el escándalo y la algarabía social: “Cuando llegaron a Manizales los primeros ejemplares de esta novela, en enero de 1933, la mayoría fueron destruidos ya que la escuela del presbítero Darío Márquez continuaba enseñoreada en el clero caldense” (Valencia 1997, 140).

El experimento fue clausurado (no sin conseguir múltiples enemigos, de lado y lado), porque Arias Trujillo, gracias a la mediación de José Camacho Carreño, embajador de Colombia por aquel entonces en Argentina, fue nombrado secretario de la Legación Colombiana para el país del Cono Sur. El embajador describe su primera impresión del siguiente modo: Conocí a Bernardo Arias Trujillo en Buenos Aires. Tras de unos malhumorados aldabonazos encontré un mozo dejativo y rudo, de franco mirar que sesgábase a veces con cierta cólera oblicua. Entre el descuido de su indumentaria viajera se perfilaba un tipo muy aguileño y castellano, blanco no sólo por el tinte sino por la donosura y firmeza de las facciones, lo que sorprende a quienes moramos estas mesetas chibchas de gente impersonal y rechoncha como las botijuelas (Camacho 1973, 5).

En general, los ejemplares del libro, considerado hoy como un incunable, fueron quemados, y los pocos que escaparon de tan atemorizado ataque se inscribieron en el registro de esos libros de culto que, fundamentalmente, son leídos en círculos literarios; aunque también fue acogido por otro tipo de simpatizantes de las ideas liberales que circulaban en la época. Si ciertamente el esfuerzo del clero caldense le apostaba a la desaparición del libro, era porque éste abría la puerta a las posibilidades, siempre vigentes pero negadas, del homoerotismo.

Quedará, tal vez para otro momento, examinar por qué Camacho Carreño se empeña, subrepticiamente, en elevar como valor estético la blancura del hombre paisa, por medio de un reconocimiento de la elegancia de Arias Trujillo, pero en detrimento de las personas rechonchas de las mesetas chibchas o cundiboyacenses. De momento, nos

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El libro consiguió, parcialmente, escapar de la censura por mediación de aquellos que lo han ubicado en la historia de los acontecimientos discursivos, no sólo de Caldas sino de toda Colombia.

Adentrándonos un poco más en la crítica de la novela, Mejía (1990) refiere que Por los caminos de Sodoma es un trabajo de una lectura imposible, gracias a su escaso valor literario. No obstante, reconoce lo interesante que puede ser como documento psicobiográfico, puesto que la cercanía del tema de la novela con la vida de Arias Trujillo no es meramente anecdótica. A diferencia de las reservas de método y científicas de Salazar (1994), sin ninguna duda acepta que Por los caminos de Sodoma debe su autoría a Bernardo Arias Trujillo, pues para leer la homosexualidad de dicho autor se solicita la información que se desgrana en la novela. Curiosamente, le concede poco a la personalidad de Arias Trujillo, pues si bien asumía sus intereses homoeróticos conscientemente y en un tono desafiante y afirmativo, estaba sometido a la fuerza destructora de quien con su toma de la palabra anticipa la furia y el ataque de una sociedad, evidentemente, puritana.

La crítica literaria y el examen de la obra Daniel Balderston (2006a), en su sugerente trabajo Baladas de la loca alegría: literatura queer en Colombia, realiza un análisis de lo que él nombra como literatura gay o queer en Colombia. Dicha literatura tiene que relacionarse con un cierto tipo de escritura que requiere leerse en un doble registro o que habría que decodificar para advertir el coqueteo homoerótico. Sin embargo, si bien es interesante el proceder analítico que lo lleva, por ejemplo, a leer a Porfirio Barba-Jacob o a Álvaro Cepeda Samudio, mientras echa en falta no poder advertir más explícitamente lo queer en José María Vargas Vila, omite referirse a Por los caminos de Sodoma, texto que sin ambages presenta abiertamente la homosexualidad. Probablemente, la omisión se deba a las particulares condiciones de la autoría de la novela (específicamente, por el uso del seudónimo) o al tono semiclandestino que la rodea, por lo cual parece dirigirse a una especie de público iniciado.

De cierta manera, lo que propone Mejía (1990) es que la escenificación wildeana de Arias Trujillo no es más que el rechazo inconsciente de sí mismo, que se expone desafiante en un contexto sociocultural del que sólo podrá recibir la marginación. Mejía, entonces, no alcanza a estudiar el potencial subversivo de Por los caminos de Sodoma, ni de En carne viva, por ejemplo; les niega la capacidad para rearticular los términos culturales que, en el momento de la recepción de esas obras, intentan destruir las fuerzas contenidas en la pluma de un hombre de radical liberalismo y presunta homosexualidad “descarada”. Curiosamente, Arias Trujillo termina atrapado en la sexualidad y es incapaz de plantar una crítica efectiva de su sociedad.

Por los caminos de Sodoma, al decir de Hernando Salazar (1994), debe considerarse como una novela apócrifa de Arias Trujillo.4 El concepto se emite con base en que no existe ningún documento del autor que reconozca que dicha novela fue escrita por él. No obstante, las referencias grecolatinas, los giros idiomáticos y el carácter justificativo del argumento conducen, casi sin pérdida, a la pluma de Arias Trujillo. Incluso, el seudónimo Sir Edgar Dixon, con un claro giro wildeano, tiene un elemento adicional a la manifiesta admiración de Arias Trujillo por Wilde; ese elemento refiere la existencia del apellido Dixon en el oriente de Caldas (Salazar 1994), región de la que proviene el autor de Risaralda. De esta forma, la elección del seudónimo sería una clave cifrada que reúne, sincréticamente, los referentes culturales e identitarios que producen al autor.

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Ahora, si la rebeldía intelectual de Arias Trujillo lo que mejor explica son sus conflictos intrapsíquicos, entonces, ¿cómo entender el escándalo histérico y el odio que disfrazaba el miedo frente a los ideales formativos que, a través de Por los caminos de Sodoma, se ofrecían como posibilidad para los hombres que experimentaron (y experimentan) el mal llamado amor de los griegos? No podrá negarse que a dicha novela, en el momento en que es confiscada y prohibida por la Iglesia, también se le reconoce, por vía negativa, que su exposición corrosiva de la injusticia que se ejerce, y se encarniza, contra los que se resisten a reconducir sus sentimientos es una fuerza formativa que pretende valorizar el deseo degradado, que se escapa por debajo de las sotanas que lo niegan.

Menos sujeto a dudas, que por razones de método empañan la autoría de Por los caminos de Sodoma, aparece el poema “Roby Nelson” de Bernardo Arias Trujillo. El poema, calificado por Vélez (1997, 93) como “La voz dionisiaca”, es recuperado recientemente en la antología de José Quiroga (2010), titulada Mapa callejero. Crónicas sobre lo gay desde América Latina. Para transmitir algo del “tono” del poema, transcribo algunas líneas: Muchachito bohemio, príncipe de tus vicios, exquisito y perverso, frágil como una flor. En mis noches paganas de crisis voluptuosas en los hondos naufragios de mi fe y mi dolor yo te pido como antes que me vendas dos cosas: un gramo de heroína y dos gramos de amor.

El alegato que informa Por los caminos de Sodoma, así como la escenificación wildeana de Arias Trujillo, no sólo recorren las vicisitudes y el infortunio del amor entre hombres, sino que también los elevan a la esfera pública

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Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promesa formativa para una homosexualidad otra (1932) Alexander Hincapié García

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como un amor no reconocido, pero no por ello inexistente. Más bien, demuestran, aun con la tragedia, que si ese amor ha truncado miles de vidas, no lo hace por la infamia del amor mismo, sino por las condiciones socioculturales e históricas que lo confinan en la miseria. Ciertamente, reducir la lectura de Por los caminos de Sodoma a un material no de corte antropológico, sino psicobiográfico del drama de su autor, podría inscribirse, con recursos menos dogmaticos (aunque tal vez más insidiosos, porque hablan desde el saber moderno de la crítica literaria), en las estrategias de humillación e injuria que han hecho del amor y el deseo entre hombres una pasión desprovista de belleza y que va acompañada de un desorden psicológico.

El esfuerzo de Arias Trujillo se realiza, entonces, en los términos del lenguaje, pues es allí donde el canon literario se disloca por una escritura híbrida que canta los amores degradados y los reinscribe como parte de la misma fundación de Occidente, y, concretamente, en la formación del hombre del sur del continente americano. El propio Mejía (1990) admite que entre la literatura occidental y el homoerotismo existe una relación que nunca se ha agotado. Por lo mismo, el trabajo de Arias Trujillo representa esa relación que un canon literario nacional pretende ignorar. Bastaría, por ejemplo, imaginar una comunidad estética que va desde Homero, Wilde, Ackerley, Forster, Proust, Gide, Whitman, Melville, Thomas Mann, Verlaine, Rimbaud, Kavafis, Genet, García Lorca, Salvador Novo y Barba-Jacob, para no dar la espalda a lo que se enseña evidente tras el velo que no deja ver y que preserva un vínculo obstinado y pasional con la ignorancia.

Para Mejía (1990), el talento de Arias Trujillo se esconde en la rebeldía que no alcanzará la madurez, debido a su prematura y autoinducida muerte. Por los caminos de Sodoma no es más –se desprende de sus aseveraciones– que la empalagosa atracción por los hombres, el machismo dirigido contra las mujeres y los homosexuales “afeminados” y la escena graciosa (tal vez ridícula) de un hombre homosexual identificado con lo masculino, empeñado en encontrar el también viril amante perfecto. En síntesis, Arias Trujillo parece presa de insondables e irresolubles conflictos personales que asfixian el talento literario, la concepción “[…] obvia y simplista de la trama y de cada una de sus situaciones, delata la inmadurez literaria y la maraña interior que Arias tenía a los 28-29 años. Vislumbrar una salida hacia la verdadera literatura, desde esos tremedales, era casi imposible” (Mejía 1990, 61).

Al respecto, Britzman (2000) ha dicho que la pasión por la ignorancia contiene un singular deseo por no saber lo que, curiosamente, ya se sabe. Un esforzado trabajo, pues, de negación y renegación. Por esto mismo, independientemente del curso de las interpretaciones que Mejía (1990) ha privilegiado, Por los caminos de Sodoma radicaliza una formación que corroe los marcos limitados y asfixiantes de una cultura que produce los lugares, los espacios y los ambientes para lo que sanciona. Así, las escenas que se han juzgado, si acaso, explícitas (cuando no pornográficas) no pueden ser interpretadas como el capricho de un autor de revelar sus fantasías, sino como el ejercicio deliberado o el empeño en elaborar, mediante su exposición, interpretaciones estetizantes de las relaciones intermasculinas y, con ello, la oposición a aquella rúbrica interpretativa que busca producir el amor y el deseo entre hombres como una pasión malsana de la que ni siquiera se debería hablar. Si se persiguen en esas escenas sus más temidas consecuencias, lo que es posible hallar es que éstas se incardinan, con un potencial formativo, en el registro de un placer y un deseo que no pueden abandonarse, a pesar del orden cultural vigente. Lo que atemoriza, dígase pues, es la promesa formativa que se abre toda vez que los amores masculinos pueden ser narrados.

Independientemente de los supuestos conflictos intrapsíquicos en la esencia misma del trabajo de Arias Trujillo, como escritor e intelectual, lo cierto es que Bernardo Arias Trujillo: el drama del talento cautivo (Mejía 1990) funciona como un estudio sobre la vida del escritor caldense, pero se entiende mucho mejor como un esfuerzo por desacreditar al escritor y al intelectual, usando categorías barnizadas con un poco de psicoanálisis, con lo cual dicho esfuerzo adquiere (o pretende) un lustroso valor “científico”.

El alegato de Por los caminos de Sodoma

Otros pulsos de la crítica literaria han convenido en señalar diferentes aspectos tanto en Por los caminos de Sodoma como en Arias Trujillo. Bien señala Vélez (1997) que la imaginería pagana en las obras del escritor paisa no se pliega al mundo de los dioses, sino que se adhiere a la piel de los mortales, en una hibridación que reúne lo más valorado de la estética occidental con el drama, tal vez la tragedia, del hombre que las tierras americanas produjeron.

Ahmed (2009) inicia su artículo “Happiness and Queer Politics” con la mención del libro Spring Fire, una novela lésbica publicada en 1952, en el contexto euroamericano, y que alcanzó altos niveles de ventas. Vin Packer, el autor, tiene una conversación con el editor antes de que la novela sea publicada. El editor sostiene que si bien Vin

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puede tener una buena historia, no le será permitido un final feliz para la misma: “you cannot make homosexuality atractive”, sostiene.5 Es decir, no se puede hacer de la homosexualidad algo deseable y atractivo, no puede haber un final feliz, pues eso sería ejercer una promoción del estilo de vida homosexual. Irónicamente, y situados en 1952, Ahmed asevera que un final infeliz se torna un regalo para las vidas de los homosexuales, entre otras cosas, porque no se trata de la literalidad de los finales felices o infelices, puesto que cada lector bien puede creer en ellos o no, sino que se trata de la oportunidad que se les aparece a las vidas de las personas confinadas en sus sentimientos, de tener un libro que aborda las vidas de personajes injuriados y degradados por el amor y el deseo que resulta incompatible con la norma heterosexual. Pero si eso refiere Ahmed para el contexto euroamericano en la década del cincuenta, ¿qué puede, entonces, significar Por los caminos de Sodoma, en los años treinta, para la nación colombiana?

tradiciones” (Dixon 1990, 9). La disciplina dura y férrea, sumada a la ausencia de afecto, tempranamente parecía marchitar la vida de los miembros de este hogar. David sólo conoció la compañía de los libros, pues éstos le permitían escaparse por desconocidos parajes, alejados de la aridez de su vida en el hogar paterno. Eribon (2004) ha mostrado, a propósito del trabajo de Jean Genet, que los homosexuales han tratado de encontrar en los libros, particularmente en la literatura, los recursos para formarse a sí mismos. David, como muchos adolescentes, descubre la masturbación involuntariamente, a los 15 años. Sin embargo, ese descubrimiento queda inconcluso porque no tiene forma de articularlo, de reconocerlo o de explicárselo. Así pasan algunos días hasta que en un paraje distante, mientras toma un baño a solas, es sorprendido por un compañero de escuela, quien lo inicia en un placer que no conoce y que ni siquiera creía posible. Su compañero era “[…] un mocetón fornido, de dieciocho años, en cuya musculatura se dibujaba ya el macho próximo, el macho pujante y dominador” (Dixon 1990, 20). Iniciado, como parecía ya, en las artes amatorias, condujo a David a un vértigo que lo asustaba pero que parecía inevitable. Al final, después de haberlo poseído, y tras un largo y culposo silencio, el compañero cierra el encuentro con un “–No digas nunca a nadie, lo que hemos hecho…” (Dixon 1990, 23). Desde ese momento, David se volcó con más voracidad hacia los libros, sobre todo hacia aquellos que parecían ilustrarle el amor, la pasión y el deseo. Leía por las noches a escondidas, hasta que su padre lo descubre y lo azota brutalmente frente a sus hermanos. Pero no es eso lo que más lamenta, lo que lo degrada hasta el máximo es que su padre prende una hoguera con sus libros.6 David, dispuesto a no tolerar la injuria, huye de su casa.

La novela de Sir Edgar Dixon inicia, con la voz del narrador, un alegato contra la intolerancia, la insensibilidad y la indiferencia frente a las vidas de muchos hombres que, confiscados, han sido “Carne de clínica, de suicidio o de laboratorio” (Dixon 1990, 1). Hace eco de la vida desesperada de David desde su infancia hasta el momento en que desaparece perdido en Buenos Aires. Durante toda la trayectoria de la novela, el narrador no abandonará una posición mediante la cual defiende y construye un alegato en favor de los homosexuales. Se mueve con el interés de denunciar el yugo que históricamente se ha ceñido sobre y contra ellos. Leyendo esta posición en cuanto a la crítica literaria, se puede sostener que el narrador de Por los caminos de Sodoma, al no ocupar una posición neutra frente a la homosexualidad y frente a las fuerzas históricoculturales que la sofocan, al intentar rescatar a David de las normas sociales que lo juzgan y lo aprisionan, se ofrece a sí mismo como alguien simétrico al protagonista de la novela. Incluso, lo reemplaza allí donde David parece no poder decir más sobre su historia; de tal modo que el narrador puede ser el mismo David y todos aquellos que son condenados por la misma condición.

Aquí, como advertirá Eribon (2001), se reactualiza un tema recurrente en la vida de muchos homosexuales: la huida o, al menos, la aspiración de hallar una gran ciudad donde el consuelo para sus aflicciones sea el anonimato. Arias Trujillo, luego de regresar de su estancia en Buenos Aires como secretario de la Legación Colombiana, y después de publicar En carne viva y Risaralda, albergaba el proyecto de retornar a Buenos Aires e instalarse allí, probablemente intuyendo que su existencia en Manizales estaba cercada por la fuerza de una sociedad que gravitaba entre el liberalismo económico y el conservadurismo moral.

David es educado en un ambiente hostil, donde un padre moralmente tirano, una madre obediente y unos hijos temerosos realizaban extensos rituales religiosos en los que, principalmente, se sometía el cuerpo y se aplacaba la imaginación: “La infancia de David había transcurrido en la penumbra, en un hogar castellano de severas

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“No puedes hacer atractiva la homosexualidad” (traducción propia).

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Curiosamente, ése es el destino que los curas en Manizales deciden para Por los caminos de Sodoma: la hoguera.


Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promesa formativa para una homosexualidad otra (1932) Alexander Hincapié García

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En una pequeña ciudad, David comienza a trabajar como obrero en un taller regentado por frailes. Allí conocerá un amor ingenuo y desinteresado, del que será separado por un hombre de Dios encaprichado por el amor de los muchachos. David es lanzado a las calles. Con la fuerza de su voluntad logra terminar sus estudios y, contra todos los pronósticos para un muchacho que ha abandonado tempranamente el hogar paterno, inicia estudios universitarios. Durante ese período en el que finalizaba los estudios previos a la universidad, por mediación de Alberto, un amigo de estudios, conoce a María Mercedes, una mujer de su misma edad que, fugitiva también del hogar paterno, había ejercido la prostitución. Con ella recorre el cuerpo femenino, reflexionando que ese cuerpo “[…] extendido allí para sus impulsos, tenía un gran vacío, una enorme ausencia, una orfandad inexpresable: en su sexo algo faltaba, algo así como el falo varonil” (Dixon 1990, 133). Independientemente de la rearticulación que el psicoanálisis hará de una afirmación que confiesa la negación de la diferencia sexual, estaba David en un momento de su vida donde se presentaba a sus ojos, por vía negativa, lo propio para su placer, deseo y fantasía. María Mercedes es, entonces, la puerta para una amistad que le va a permitir amar a una mujer como se ama a una hermana, pero no desearla como se desea a un hombre.

hombre de los bíceps de acero”, y lo deseaba desesperadamente por sus “[…] caricias bárbaras” (Dixon 1990, 205). También amaba a David, pero los maltratos (ligados a un vínculo obstinado y erótico con la dominación) y la furia con la que Kreysler lo inició en el sexo y el amor hacían palidecer los sentimientos tiernos que le ofrecía David. No obstante, el tiempo que pasaron juntos trabajó para brindarles una falsa oportunidad. Huyen para luego ser localizados por la búsqueda inclemente de Kreysler. David, de 20 años, es denunciado como corruptor (Charles aun no había cumplido los 17), y por ello fue expuesto públicamente, en una pequeña ciudad, a la burla, el escarnio y la intolerancia de todos los que lo conocían. Las puertas de la vida, de repente, se cerraban. Nunca más volvería a poner sus pies en la universidad, y, constreñido por la vida provinciana, donde todos se conocen, decide perderse en Buenos Aires, suponiendo que allí, en la gran ciudad, tal vez en el anonimato, al fin podrá conocer un amor que lo prefiera a él, y que, en medio de la pobreza que le espera, el amor será suficiente para conservar una relación que ambos tendrían que inventarse de espaldas a la sociedad. Sin embargo, David ignoraba que Buenos Aires, al abrir la puerta del anonimato, también podía cerrarle las posibilidades para satisfacer el hambre y la necesidad de abrigo. “Si en su país tenía un salario, pero no lo dejaban amar, en cambio la capital platina le ofrecía amor y negaría el pan. Todas estas viceversas las ignoraba David, que aún creía en la bondad de las ciudades y en la virtud de las mujeres” (Dixon 1990, 297).

Freud (2010), en su trabajo titulado El malestar en la cultura, informa que para el sujeto hay tres fuentes inevitables que le producen displacer: el mundo, el cuerpo y el Otro. El mundo, porque escapa, permanentemente, del control del hombre e, incluso, no pocas veces amenaza su supervivencia; el cuerpo, dramáticamente, porque le informa la decadencia, la fragilidad y la vulnerabilidad; y el Otro, porque de él espera el sujeto alcanzar la felicidad y, paradójicamente, lo que con mayor certeza consigue son el sufrimiento, la amargura y la pena. David se enamora como nunca antes de Charles Evans, un trapecista de circo que minaría su existencia para siempre.

La novela finaliza, curiosamente, con el diálogo entre Alberto y Pablo (dos antiguos amigos de David), ambos heterosexuales. Sin embargo, el giro interesante en el sencillo diálogo que estos dos hombres realizan estriba en que postula la posibilidad desgarrada de que los hombres, independientemente de sus preferencias eróticas, puedan seguirse considerando amigos entre sí. Pablo, más conocedor del mundo, le reprocha a Alberto su incapacidad para acompañar en su desgracia a David, el entrañable amigo de sus recuerdos. Es Pablo el que cierra el recorrido en Por los caminos de Sodoma: “[…] Pablo, como para marginar la pesadumbre que tantos recuerdos le causaba, mientras escondía con la punta de un pañuelo una lágrima esquiva que rodaba por su rostro moreno, dijo simplemente: – Mozo: sirva dos tazas de café” (Dixon 1990, 310).

Charles era un adolescente de una belleza “[…] sobrenatural, una de esas soñadas hermosuras, cuya existencia solo creemos posible en la imaginación” (Dixon 1990, 178). Todo lo esperaba David de ese amor, y confiaba que el tiempo jugaría a su favor modificando el signo trágico que Charles portaba desde su infancia. Éste, que había nacido en el circo, quedó huérfano de madre siendo un niño. Poco tiempo después, su padre se marcha y lo deja a expensas de otros que lo formaron en el arte de los trapecios, pero también en el intercambio despiadado y cruel en el arte del amor. Muy pronto, fue hecho el favorito de un domador, Otto Kreysler. Charles que nunca había conocido el afecto, al igual que David, amaba al “[…]

Queda, pues, en el ambiente que describe el narrador, una sombra que llevan los caminantes de Sodoma, y que parece ser la no-tregua de la sociedad con respecto a

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aquellos hombres que portan el signo de un amor harto conocido por Occidente, pero desacreditado, en cuanto de él, muchas veces más que de la guerra, se temen la decadencia de la cultura y la muerte de la civilización. Como sugiere Balderston, realizar estas incursiones en los caminos de la literatura puede interpretarse como el “[…] abandono de la soledad y el aislamiento” (Balderston 2006b, 137). Y como resistencia a lo que las estrategias del buen encauzamiento han querido hacer del homoerotismo. David –nos dice la novela– desaparece perdido en Buenos Aires; pero la tragedia que puede suponer esa desaparición, realizando una torsión literaria, también puede interpretarse como la promesa formativa de una homosexualidad otra, que los sujetos pueden realizar escapando de la codificación de sus sentimientos que viene determinada por los discursos y las instituciones sociales. Se trata, pues, de inventarse (formarse), como alguna vez soñó Foucault, en el intercambio intensificado de los cuerpos y los placeres, invirtiendo las técnicas del poder social.

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Entre el público y el movimiento, entre la acción colectiva y la opinión pública. Reflexiones en torno al movimiento gaitanista* por Carlos Andrés Charry Joya** Fecha de recepción: 18 de junio de 2011 Fecha de aceptación: 12 de agosto de 2011 Fecha de modificación: 16 de septiembre de 2011

RESUMEN Partiendo de una revisión de los principales estudios desarrollados acerca de la figura del líder populista colombiano Jorge Eliécer Gaitán (1898-1948) y del movimiento social formado en torno a él (el gaitanismo), este artículo plantea la consideración de escenarios alternativos de interpretación, mediante los cuales se pretende dar cuenta de otro tipo de dimensiones y facetas que estuvieron presentes en este movimiento social. Para tal fin, se presentan y discuten las nociones de marco cognitivo (frame), estructura de oportunidades políticas y estructura de oportunidades discursivas, como herramientas que pueden contribuir a una comprensión más detallada de las características de este movimiento social. El artículo concluye presentando algunos datos generales sobre el impacto ejercido por Gaitán y su movimiento en el funcionamiento y estructuración del proceso de formación de la opinión pública.

PALABRAS CLAVE Gaitanismo, movimientos sociales, opinión pública, sociología.

Between the Public and the Movement, between Collective Action and Public Opinion: Reflections on the Gaitanista Movement ABSTRACT After reviewing the major studies of Colombian populist leader Jorge Eliécer Gaitán (1898-1948) and social movement that formed around him (gaitanismo), this article suggests alternative ways to interpret them in order to highlight other kinds of dimensions and aspects present in the social movement. To do so, we present and discuss the notions of frame, political opportunity structure, and discursive opportunity structure as tools that can contribute to a more detailed understanding of the characteristics and dimensions of this social movement. The article concludes with some general information about the impact exerted by Gaitán and his movement over the formation and exercise of public opinion.

KEY WORDS Gaitanismo, Social Movements, Public Opinion, Sociology.

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Este artículo es resultado del proceso de investigación de la tesis doctoral “La fuerza de la opinión. Jorge Eliécer Gaitán, el movimiento gaitanista y la formación de la opinión pública”, proyecto que adelanta el autor gracias al apoyo dado por el Programa de Becas Alban de la UE y de la Universidad de Antioquia. ** Antropólogo con Opción en Historia por la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. Magíster en Sociología por la Universidad del Valle, Cali, Colombia. Estudiante del doctorado en Sociología por la Universitat de Barcelona, España. Profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia. Correo electrónico: ca_charry@yahoo.com

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Entre el público y el movimiento, entre la acción colectiva y la opinión pública. Reflexiones en torno al movimiento gaitanista Carlos Andrés Charry Joya

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Entre o público e o movimento, entre a ação coletiva e a opinião pública. Reflexões sobre o movimento gaitanista RESUMO Partindo de uma revisão dos principais estudos desenvolvidos sobre a figura do líder populista colombiano Jorge Eliécer Gaitán (1898-1948) e do movimento social formado em torno dele (o gaitanismo), este artigo propõe a consideração de cenários alternativos de interpretação, diante dos quais se pretende dar conta de outro tipo de dimensões e facetas que estiveram presentes neste movimento social. Para tal fim, apresentam-se e discutem as noções de referencial cognitivo (frame), estrutura de oportunidades políticas e estrutura de oportunidades discursivas, como ferramentas que podem contribuir com uma compreensão mais detalhada das características deste movimento social. O artigo conclui apresentando alguns dados gerais sobre o impacto exercido por Gaitán e seu movimento no funcionamento e estruturação do processo de formação da opinião pública.

PALAVRAS CHAVE Gaitanismo, movimentos sociais, opinião pública, sociologia.

Un debate no resuelto en torno al gaitanismo

está constituido por los estudios realizados alrededor del líder del movimiento, en donde se encuentran las biografías elaboradas por ex militantes del gaitanismo (cfr. Córdoba 1952; Osorio 1979; Peña 1948), hasta las más recientes, en las que se destacan los trabajos realizados por reconocidos historiadores profesionales (Sharpless 1978).2 En esta categoría de investigaciones también se hallan los esfuerzos editoriales dedicados a recopilar sus principales discursos e intervenciones, así como los análisis que han abordado su ideología y pensamiento político (cfr. Eastman 1979; Gaitán 1998 y 2002; Perry 1968; Sierra 1997; Valencia 1968; Vásquez 1992).

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pesar de ser uno de los fenómenos sociales más sobresalientes de la época, los diversos intentos por estudiar las dimensiones y facetas del movimiento gaitanista han sido eclipsados por una marcada preferencia hacia el estudio de la vida de Jorge Eliécer Gaitán (1898-1948), o bien, y en mayor medida, por las investigaciones relacionadas con las consecuencias producidas a raíz de su asesinato, es decir, los estudios sobre el impacto de los acontecimientos del 9 de abril de 1948 (el denominado Bogotazo), así como por aquellas investigaciones que trataron de comprender el proceso de configuración del período de la historia política colombiana en el cual estos hechos estuvieron inscritos, época comúnmente denominada como el período de La Violencia (1946-1957).1

Un segundo grupo de investigaciones estaría compuesto por aquellos acercamientos que trataron de explicar la función y el impacto ejercidos por Jorge Eliécer Gaitán en la estructuración del conflicto bipartidista colombiano, y las consecuencias producidas por tales relaciones en la evolución del régimen político (cfr. Braun 1987; Otálora 1989; Palacios 1971; Pécaut 2000), encontrándose aquí el único esfuerzo por explicar de forma focalizada al movimiento gaitanista (Robinson 1976). Por último, desmarcándose de la mirada estructural que caracterizó al segundo grupo de estudios, recientemente ha emergido una serie de investigaciones que han lla-

Un repaso de esta literatura nos permite distinguir tres tipos de estudios o investigaciones. El primero de ellos

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En relación con la importancia dada por las ciencias sociales colombianas a La Violencia, Russell Ramsey (1973) contabilizó más de cien investigaciones relacionadas con este período, hasta los años setenta. Para un debate en torno al período de La Violencia, consúltense también Fals Borda, Guzmán y Umaña (1988), Martz (1969), Hobsbawm (1974), Sánchez (1986), Pécaut (2002) y Palacios (1995).

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En una reseña sobre el texto de Sharpless, Frank Safford afirmó: “Because of his concentration on Gaitán´s personal style, Sharpless provides too little discussion of others in this movement. Gaitan´s most important collaborators are simply described as middle class. One would like to know more about them, how they became connected to Gaitán, and how they differed socially from others in politics. Sometimes the political context is not sketched adequately” (Safford 1979, 600).


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mado la atención sobre las consecuencias y restricciones que tuvo este movimiento en determinadas regiones de la geografía colombiana, evidenciando la importancia de considerar otros elementos de movilización social tales como la raza y el género, factores a través de los cuales este movimiento desbordó el ámbito de acción y control ejercido por los partidos políticos tradicionales (cfr. Charry 2010; Luna 2003a, 2003b; Green 1996, 2003; Roldán 2000, 2003).

de forma clara hacia la obtención de la Presidencia de la República para el período 1950-1954.3 Si bien este conjunto de investigaciones han expuesto significativos avances en cuanto a la comprensión de la configuración del sistema político colombiano de la época, lo cierto es que –en su preocupación por el hallazgo de las características comunes o divergentes con otros movimientos populistas latinoamericanos, o bien, por el tipo y las formas de liderazgo político ejercidos por Gaitán– han descuidado otras dimensiones y facetas presentes en los complejos modos de acción colectiva articulados por el gaitanismo, los cuales ofrecen elementos significativos para comprender mejor ciertas características del funcionamiento mismo de los movimientos sociales, siendo en realidad pocas las investigaciones sensibles a las formas de poder simbólico activadas por Gaitán y los líderes de su movimiento, razón por la cual aún existen serios vacíos y dudas acerca de las estrategias implementadas por este movimiento social a la hora de definir y orientar la acción colectiva.4

A pesar de las diferencias en cuanto a perspectivas, enfoques, momentos y lugares de enunciación desde los cuales fueron elaborados estos estudios, en la mayoría se encuentra como factor común la caracterización del gaitanismo como una disidencia radical del Partido Liberal, o bien, y en mayor medida, como un movimiento populista, en razón de que su principal rasgo distintivo fue su compleja manera de organizarse: una forma de acción colectiva que mantenía su vigencia en función del liderazgo impuesto por una figura carismática, cuya tarea fue proveer de contenido ideológico, así como coordinar y protagonizar las principales acciones adelantadas por el movimiento.

Siendo conscientes de tales formas de acumulación del capital simbólico, los estudios que de una u otra manera han abordado la figura política de Jorge Eliécer Gaitán, o que han investigado al movimiento gaitanista, no prestaron la suficiente atención al hecho de que Gaitán jugó de forma deliberada a impactar la opinión pública, que su mayor pretensión fue crear un público, y que era consciente de que en determinadas circunstancias dicho público podría ser presentado como multitud, como masa, y que esas masa –aparentemente amorfa e impersonal– podría incidir en la toma de importantes decisiones políticas.

Siguiendo la tesis del líder carismático o del líder populista, las investigaciones de Palacios, Robinson, Sharpless, Pécaut, Braun y Vásquez (entre otras) establecieron una vinculación directa de la trayectoria vital y política de Jorge Eliécer Gaitán con las etapas, momentos y formas de lucha articulados por el movimiento gaitanista, de lo cual podemos distinguir la existencia de tres fases o etapas constitutivas. La primera se relaciona con las incursiones políticas desarrolladas por Gaitán hacia el final de la década de 1920, definidas por su participación como representante a la Cámara por el Partido Liberal y, en especial, por la formación en 1933 de una organización política independiente, con la cual pretendió competir con los tradicionales partidos políticos, denominada Unión Nacional de Izquierdas Revolucionarias (UNIR). La segunda etapa se produce una década después, en 1944, cuando Gaitán se lanza como candidato presidencial, para lo cual conformó una alianza política dentro del Partido Liberal, integrada por personalidades políticas independientes o de izquierda, y que fue derrotada en las urnas, a pesar de conseguir el apoyo popular en las principales ciudades del país. Por último, en la tercera etapa, que va de 1946 hasta el día de su asesinato, Gaitán se convierte en el jefe único de Partido Liberal, y logra que los representantes de su movimiento político triunfen local y regionalmente en diferentes comicios electorales, victorias que lo conducían

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En concepto de Robinson, “En las primeras etapas del gaitanismo, el movimiento estuvo estructurado bastante bien, con líneas de comando a través de toda su organización. Sin embargo, a mediados de la década de los cuarenta, el movimiento se tornó bastante informal, sin ninguna estructura formal, exceptuando la presencia de comités locales, establecidos como agencias de propaganda y para organizar demostraciones masivas. A medida que la figura carismática de Gaitán se volvía más y más el foco del movimiento, la visibilidad de otros líderes principales disminuía rápidamente. La informalidad en la estructura continuó aún después de que el gaitanismo absorbiera la organización del Partido Liberal en 1947. […] En los últimos años de su existencia, el gaitanismo buscó activa y abiertamente una superioridad numérica, no tanto un comprometimiento con sus valores, en sus esfuerzos por ganar el control del Partido Liberal, y al mismo tiempo, por disminuir el poder del gobierno conservador” (Robinson 1976, 18-19).

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En relación con esta forma de poder, Pierre Bourdieu afirma: “El poder simbólico es un poder de construcción de la realidad que aspira a establecer un orden gnoseológico: en el sentido inmediato del mundo (y en particular del mundo social) supone una concepción homogénea del tiempo, del espacio, del número, de la causa, que hace posible el acuerdo entre las inteligencias […]” (Bourdieu 2001, 91-92). Tenemos que mencionar acá que las investigaciones que han abordado parcialmente esta faceta o dimensión del gaitanismo han sido las adelantadas por el profesor Herbert Braun (1987), y lo expuesto por John Green (2003).


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En por ello que se desea insistir en el hecho de que Gaitán –junto con sus más allegados amigos y compañeros de lucha política– produjo dos periódicos, el primero de ellos, Unirismo, asociado con la primera etapa de su movimiento en la década de 1930, mientras que en la segunda mitad de los años cuarenta fundó Jornada, diario en el que se expresó una pequeña parte de la segunda y toda la tercera etapa del movimiento. De igual manera, conviene reconocer que Gaitán realizó un programa de radio (llamado, despectivamente, por sus adversarios Viernes culturales) y que su movimiento contó con la presencia activa de intelectuales, literatos y periodistas, factores que fueron decisivos en la producción de los medios de comunicación que se autoproclamaron como gaitanistas.5

y de cómo éstas pueden abrir nuevos campos de interpretación sobre lo que fueron la experiencia, la repercusión y el cambio del movimiento gaitanista.

Acción colectiva y medios de comunicación Desde la teoría social clásica se acostumbró entender las expresiones del comportamiento social de masas como anomalías que tipifican los problemas de integración de las sociedades modernas. A partir de los trabajos de Le Bon (1983) y Taine (1986), se construyó el consenso de interpretar los comportamientos colectivos como patologías, como expresiones sociales disruptivas y amenazantes, cuyo origen y principio eran la sugestión, la imitación o la identificación del individuo con un líder o con la masa, idea que luego sería difundida y ampliada por psiquiatras y criminalistas (Laclau 2005).

Aun así, lo que la mayoría de investigaciones hechas en torno a Gaitán y el movimiento gaitanista no han explicado es cómo dichos factores favorecieron o no la activación y organización de la acción colectiva, todo lo cual nos conduce a afirmar que la comprensión del movimiento gaitanista ha sido incompleta, dado que no se ha prestado la suficiente atención a la dimensión mediática de este movimiento, la cual, a nuestro parecer, explica buena parte de lo que fue su desarrollo y éxito.

A diferencia de tales aproximaciones, en las que la acción social de masas era vista como la principal forma de anomia de las sociedades modernas, Gabriel Tarde, en La opinión y la multitud, logró identificar con claridad los rasgos sociológicos que distinguen a dos tipos de fenómenos de masas: el público y la multitud; dos formas de acción social que tienden a superponerse y confundirse, y que nos son útiles para describir las facetas y dimensiones sociológicas que dieron vida e identidad al movimiento gaitanista como un movimiento social de masas.

Es por ello que se considera aquí que la intención de Gaitán y de sus más allegados seguidores de formar un público, su habilidad para mantenerlo y gestar a través de él todo un movimiento social de amplias dimensiones como lo fue el Gaitanismo, abren un debate sobre las relaciones que existen entre la acción colectiva y los procesos de formación de la opinión pública, razón por la cual resulta indispensable preguntarse cuál puede llegar a ser la relevancia sociológica de ese par de fenómenos (el de querer formar un público y, por medio de él, un movimiento social), así como saber si existe una relación entre tales procesos de orden colectivo, y, en caso de que exista, determinar con algún grado de certeza cuál es y qué implicaciones tiene.

De modo genérico, podemos afirmar que un público se caracteriza por ser una forma de cohesión social cuyos miembros están dispersos –en palabras de Tarde–, una colectividad puramente espiritual, en la que los individuos que participan en ella se encuentran físicamente separados, pero unidos por una sólida cohesión psíquica o mental. Entretanto, la multitud es una forma de acción social esencialmente constituida por la animación ejercida por un líder, en la que los niveles de coordinación y de acción se encuentran limitados o circunscritos a las formas de presencialidad física que alcanza la interlocución del agitador con la masa, lo cual las hace ser expresiones sociales espontáneas e inconstantes, pero con un alto poder político. Es así como, para Tarde, la principal diferencia entre el público y la multitud consistía en que la fuerte cohesión social del primero se debía a un hecho crucial y ausente en la segunda: la pretensión de formar una opinión, es decir, de configurar una serie de valores y creencias más o menos comunes en un grupo amplio de individuos, relacionados con un conjunto de temas

Así, el propósito de este artículo es dar cuenta de cuáles pueden llegar a ser estos tipos de relaciones y dinámicas,

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En palabras de la historiadora Adriana Rodríguez Franco, en la producción de los medios de comunicación gaitanistas “No había ningún tipo de autonomía” (Rodríguez 2009, 114) por parte de los intelectuales y periodistas que acompañaron a Gaitán. No obstante, al analizar las biografías y testimonios dados por sus más cercanos amigos y compañeros, se encuentra uno con información que da cuenta de todo lo contrario, y queda claro que el periódico Jornada, así como la emisora gaitanista Onda Libre, funcionaron bajo el estricto criterio de su director y editorialista, Daniel Samper y José Mar, respectivamente.

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específicos, a partir de un trabajo mediado –y, por consiguiente, a distancia– que podría extenderse por un período considerable (cfr. Tarde 1986).

primeras se asocian con los fenómenos de masas a los cuales solían prestar atención sus contemporáneos Le Bon y Taine; las segundas eran multitudes organizadas por el deseo de comunión, tales como las fiestas públicas o las manifestaciones populares (misas, carnavales, ferias, etc.). De igual modo, Tarde atribuyó la existencia de públicos de odio y de amor; no obstante, se preguntaba si la esencia misma de un público no era el estado de pasividad, es decir, de expectación. Así, cuando aparece un público actuante, sea este guiado por el odio o por el amor, lo que está aconteciendo en realidad es la formación de un grupo de manifestantes fuertemente organizado para la acción política o, en su defecto, para la violencia (cfr. Tarde 1986). Un hecho sin duda crucial para el entendimiento de la acción social colectiva.

De esta manera, Tarde identificó cinco factores de diferenciación entre el público y la multitud, los cuales describen, a su vez, sus principales rasgos sociológicos. El primero de ellos tiene que ver con la posibilidad que posee todo individuo de participar en varios públicos, mientras que, por las limitaciones de presencialidad y simultaneidad que caracterizan a las multitudes, un individuo sólo podrá participar en una multitud. Por las mismas razones, los públicos no están sometidos a las restricciones que imponen el medio físico y la presencialidad, que hace de las multitudes acciones sociales altamente susceptibles, inestables y proclives a la rápida disolución. Como tercer factor, Tarde atribuyó la diferenciación entre el agitador y el publicista, dado que el trabajo del primero se concentra en la excitación inmediata, mientras que el segundo influye constantemente en los miembros de su público, lo cual hace que el grado de coordinación y de acción de éstos sea mucho más poderoso y persistente que el de las multitudes. Otro hecho significativo que diferencia la configuración de los públicos de la configuración de las multitudes resulta de la selectividad ejercida tanto por el publicista como por los miembros del público, es decir que, a diferencia de la espontánea y estrepitosa formación de las multitudes, la formación del público se ha producido por una selección mutua entre el publicista y las personas que participan en la formación del público, lo cual no sólo permite que los individuos puedan participar en diferentes tipos de públicos, sino que les permite elegir en cuáles de ellos quieren o no participar. Por último, Tarde encontró que el carácter y el tipo de homogeneidad que se presentan en uno y otro caso son bastante disímiles, dado que los miembros del público, además de ser más perseverantes, son a su vez mucho más homogéneos que los de la multitud, en la cual suelen “colarse” curiosos y escépticos que se adhieren momentáneamente, dificultando así la coordinación ulterior de los fines que la multitud pueda perseguir (cfr. Tarde 1986).

Lo que resulta sustantivo de las reflexiones hechas por Tarde en los albores del siglo XX se deriva de la importancia que atribuía al fenómeno periodístico como el principal factor que posibilita la formación de la opinión en la era moderna. Y resultan significativas si consideramos que, cuatro décadas después, el padre de la Escuela de Chicago, Robert Enza Park, afirmaba que los medios de comunicación poseen un peso decisivo en los procesos cognitivos a través de los cuales los individuos construyen su versión de la realidad (Park 1940). Para Park, las noticias cumplían la misma función en el público que la que cumple la percepción en el individuo. En medio de la espesa densidad de información que discurre en el diario vivir, los medios de comunicación proveen a los individuos la información sustancial para comprender lo que está pasando. No obstante, el interés de Park por las noticias estaba encaminado hacia la configuración de una sociología del conocimiento, y no a la comprensión de cómo aparecen los públicos y los manifestantes,6 siendo éste un tema cooptado por la emergente sociología de la comunicación (cfr. Curran 2005) y por el interaccionismo simbólico (cfr. Blumer 1982), campos de estudio en donde quedó diluida la dimensión manifestante y movilizadora que puede llegar a indicar la formación de todo público.

Pero el legado de Tarde para el pensamiento sociológico moderno no sólo consistió en distinguir dos tipos o formas de acción social de masas; también proveyó un marco de referencia para clasificarlas, hallando dos tipos de multitudes y públicos: los expectantes y los actuantes. Y es en este último tipo en donde queremos llamar la atención.

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Entre las multitudes actuantes, Tarde diferenció entre las motivadas por el odio y las motivadas por el amor. Las

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En este artículo Park desvirtuaba la posibilidad de que un público generase algún tipo de acción colectiva. En su concepto, “News circulates, it seems, only in a society where is a certain degree of rapport and certain degree of tension. But the effect of news form outside the circle of public interest is to disperse attention and, by so doing, to encourage individuals to act on their own initiative rather than of a dominant party or personality” (Park 1940, 684). En relación con las formas de acción social de masas en este autor, consúltese Park (1969), en donde se remite a las discusiones entre Le Bon y Tarde, dando mayor importancia al primero que al segundo.


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Por otro lado, un número considerable de académicos ha venido desarrollando desde los años sesenta una serie compleja de estudios de carácter teórico y empírico encaminados a analizar a los manifestantes. Desde la teoría de la frustración relativa (Gurr 1971) o desde la teoría del status (Gusfield 1986), pasando por los enfoques de la elección racional (Olson 1965) y la movilización de recursos (McCarthy y Zald 1977), se consideró el surgimiento de las manifestaciones como una acción que buscaba recomponer el equilibrio estructural entre los agentes, o bien, eran entendidas desde una visión instrumental según la cual el sistema de jerarquías y roles sociales existentes canalizaba o permitía la cristalización de demandas y recursos determinados, convirtiéndolos en movimientos sociales o en grupos de interés. Haciendo uso de teorías provenientes de la psicología y de la economía, los teóricos de los movimientos sociales de los años sesenta, setenta y ochenta interpretaron las manifestaciones como portadoras de un alto sentido de racionalidad y organización, poniendo de presente que las movilizaciones sociales no eran el simple resultado del contagio o la contaminación, sino que se trataba de un trabajo de delimitación política, de la búsqueda de canales y consensos, así como del establecimiento de unos objetivos específicos y de unos repertorios de acción para conseguirlos (Neveu 2006a; Tarrow 2004).

proabortista en Estados Unidos, en el cual declaró que los movimientos sociales formales poseían: “[…] procedimientos burocráticos para la toma de decisiones, una desarrollada división del trabajo con posiciones para varias funciones, un criterio explícito de membresía y reglas para gobernar las subunidades” (Staggenborg 1988, 587). En contrapartida, los movimientos sociales informales “poseen pocos procedimientos establecidos, carecen de requisitos de membresía y una mínima división del trabajo. Las decisiones en las organizaciones informales tienden a tomarse de forma ad hoc, en vez de hacerlo de forma rutinaria. La estructura organizacional de los movimientos sociales informales es frecuentemente ajustada, el establecimiento de tareas del personal y los procedimientos son desarrollados para resolver las necesidades inmediatas”, razón por la cual “[…] suele ocurrir que un líder individual ejerce una influencia importante en la organización” (Staggenborg 1988, 590).7 Es por esto que, para este conjunto de académicos, los movimientos sociales formales tienden a captar de mejor manera los recursos y ventajas ofrecidos por las fundaciones e instituciones, logrando así la consecución de sus objetivos y demandas, dado que se han especializado en la utilización de los canales institucionales como táctica para la obtención de recursos, mientras que los movimientos sociales informales tienden al desarrollo de acciones disruptivas, las cuales pueden o no generar los cambios deseados.8

Gracias a estos desarrollos sabemos que los componentes generales que definen a un movimiento social son: I) la acción colectiva, II) los objetivos que persigue para generar un cambio, III) la existencia de algún grado de organización, IV) la continuidad en el tiempo y V) el establecimiento de estrategias de acción institucional o extrainstitucional. Igualmente, por estos estudios entendemos que la formación de todo movimiento social indica la creación de unos protagonistas, de unos antagonistas y de unos espectadores. Colegimos, a la vez, que, según las aspiraciones de cambio que persigan, pueden existir movimientos sociales alternativos, reformadores, redentores y transformativos, y que, dependiendo del tipo y la forma de organización, pueden surgir movimientos sociales formales o informales, todo lo cual depende de la interacción de factores y del tipo de contexto en el cual se geste la acción colectiva (cfr. McAdam, McCarthy y Zald 1999; McAdam y Snow 1997; Ramos 1997).

A pesar de lo sugerente que sigue siendo este enfoque para la investigación de los movimientos sociales, Sidney Tarrow hacía notar que, por su predilección en las estructuras organizativas, esta perspectiva descuidó los aspectos ideológicos, valorativos, militantes, y, en especial, los ciclos y estructuras de oportunidad política en los que se circunscribe la puesta en marcha de todo movimiento social. Además, desde el punto de vista de Tarrow, los hallazgos encontrados por este grupo de investigadores se basaban primordialmente en movimientos sociales de Estados Unidos, un país que ha producido un sistema po-

De hecho, en gran parte estos desarrollos se concentraron en los aspectos organizativos, pues los teóricos de los movimientos sociales hallaron allí elementos sustanciales para explicar el tipo y el modo de configuración de la acción colectiva. Ejemplo de ello se encuentra en el estudio realizado por Suzanne Staggenborg sobre el movimiento

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La traducción del inglés es mía.

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Previamente, en The Strategy of Social Protest, William Gamson (1975) analizó los prototipos organizativos de más de 50 movimientos sociales a lo largo y ancho de Estados Unidos, entre 1800 y 1945, y encontró que en un 71% de los casos, los movimientos sociales organizados eran reconocidos por sus interlocutores políticos, mientras que sólo un 28% de los movimientos sociales informales lograban tal reconocimiento. Así, un 62% de los movimientos sociales organizados lograban conseguir alguno de sus objetivos, mientras que en el caso de los movimientos sociales informales lo hacía un 38%. Para una ampliación sobre este estudio, véase Neveu (2006a). Otro ejemplo que contextualiza esta perspectiva se encuentra en Morris (1981).


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lítico caracterizado por un conjunto de prácticas que en otros contextos no se hallan igualmente desarrolladas, democracias en las cuales es más común el surgimiento espontáneo de los movimientos sociales y de las protestas (cfr. Tarrow 2004).

énfasis en una dimensión organizativa, en detrimento de otras;9 oscilaciones sustanciales a la hora de intentar comprender el movimiento gaitanista, puesto que la mayoría de afirmaciones relacionadas con la falta de organización de este movimiento han hecho referencia solamente a su organización política interna, la cual se fue simplificando progresivamente, en la medida en que crecía la importancia política de Jorge Eliécer Gaitán (Pécaut 2000; Robinson 1976).

Por esta misma vía, es preciso señalar que, si bien este grupo de estudios y teorías sobre los movimientos sociales han acumulado una gran experiencia en la comprensión de los movimientos sociales formales, en realidad ofrecen poca información acerca de cómo logran conseguir sus objetivos políticos los movimientos sociales informales.

Pero ¿qué ocurre cuando un movimiento social decide dar mayor importancia a los factores organizacionales con los cuales dicho movimiento pretende generar algún tipo de repercusión en la esfera de discusión pública? Esta pregunta nos obliga a cuestionar si la creación y mantenimiento de un público no requieren de unas formas y tácticas organizativas complejas y específicas que permitan convertir dicho público en un movimiento social.

Como respuesta a este tipo de críticas emergió una perspectiva que hacía notar las dimensiones culturales y simbólicas mediante las cuales los movimientos sociales activaban y definían la acción colectiva. Amparados en la noción de frame acuñada por Gregory Bateson desde la psicología social, y ajustada y recompuesta por Erving Goffman (2006) para la sociología, estos académicos han venido retomando las representaciones sociales con las cuales los manifestantes interpretan el conflicto social y político. Para los impulsores de este enfoque, David Snow y Robert Bendford, la construcción de significados suele ser un proceso por medio del cual se identifican los problemas (diagnóstico), se construyen soluciones y alternativas (pronóstico) y se proveen marcos de acción para reparar dichos problemas (motivación) (cfr. Snow y Benford 2000; Snow y Benford et al. 1986).

Como bien lo hacía notar Érik Neveu, los procesos interpretativos con los cuales los activistas y manifestantes crean su versión de la realidad se producen mediante la instauración de tramas discursivas y una serie de formas de comunicarlas, siendo los medios de comunicación el campo en donde se circunscribe y reproduce buena parte de tales prácticas y manifestaciones, en las que suele ser común la creación de un nosotros frente a un ellos.10 De hecho, para expertos como Mayer Zald, por medio de la construcción de significados, los movimientos sociales expresan las rupturas estructurales que ocurren en una forma de organización social específica, poniendo de manifiesto las contradicciones culturales mediante las cuales dichos roles y funciones sociales son asumidos, siendo los medios de comunicación el lugar donde discurre buena parte de tales luchas simbólicas (cfr. Zald 1999).11

La construcción de tales significados es analizada por este grupo de científicos sociales como una actividad transformadora y reflexiva, poniendo de presente que los factores emocionales y psicológicos cumplen un rol decisivo en la percepción, encauzamiento y aprovechamiento de las oportunidades políticas (cfr. Jasper 1998; Kurzman 1996; Yang 2000; Zdravomyslova 1999). De igual manera, estos desarrollos teóricos han enfatizado que los repertorios organizacionales de los movimientos sociales son producto de una aptitud cultural, de un habitus, dado que la “[…] forma organizacional implica la existencia tanto de un modelo cognitivo por medio del cual se puedan estructurar las identidades colectivas como de las estructuras de relaciones propias de las instituciones sociales” (Clemens 1999, 291).

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Un desarrollo empírico sobre este tipo de afirmaciones se encuentra en Olzak y Ryo (2007).

10 En palabras de Neveu, “El movimiento de la investigación se confronta así a los objetos que suscitan los cambios sociales: el papel de los medios de comunicación es uno de los que contribuye a modificar las condiciones de construcción y de escenificación en el espacio público de los grupos y reivindicaciones […] Al designar causas y responsables, la dimensión simbólica es también normativa. Ella dice lo que está bien y lo que está mal, el nosotros y el ellos, y tiene también por ella una componente identitaria” (Neveu 2006a, 140). Al respecto, consúltese también Oegema y Klandermans (1994).

Es por ello que podemos afirmar que la disposición organizativa de un movimiento social es el resultado de la interacción de factores estructurales y relacionales, que pueden variar según las circunstancias y oportunidades que brinda el contexto en el que se desenvuelve dicho movimiento, un proceso en el cual se puede hacer mayor

11 Por esta misma vía, Gamson y Meyer aclaraban que “[…] la apertura de los medios ante los movimientos sociales constituye un importante elemento de la oportunidad política. […] Debido sólo parcialmente a la existencia de una audiencia autoselectiva, los distintos medios llegan a públicos diferentes, emitiendo mensajes potencialmente contradictorios respecto de la urgencia, los problemas y la eficacia. Es aquí donde los movimientos pueden jugar un papel destacado como fuente de organización. Brindan a los

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Si bien la relación de los medios de comunicación con el poder ha sido materia de amplios estudios y debates, entre los cuales se pueden destacar los estudios orientados hacia la formación de la opinión pública como un hecho interdependiente de la formación y existencia de las democracias y la cultura moderna,12 así como los que analizaron el rol desempeñado por la prensa en la creación del ambiente político que facilitó el surgimiento de los Estados nacionales modernos (cfr. Anderson 1993; Gellner 1988; Hobsbawm 1992), lo cierto es que la relación entre movimientos sociales y medios de comunicación puede llegar a ser tan estrecha que, en algunos casos, determinados movimientos sociales han hecho de ésta su principal estrategia y táctica organizativa, como lo evidenció el estudio pionero de Todd Gitlin sobre la formación del Movimiento de Estudiantes por una Sociedad Democrática y, en general, lo que se llamó la Nueva Izquierda en Estados Unidos, durante los años sesenta y setenta (Gitlin 1980).

tanto la configuración de la acción social colectiva como la formación de la opinión pública no son procesos y dinámicas que estén al pleno alcance de los activistas de los movimientos sociales. En realidad, este par de dimensiones aluden a procesos intervenidos y contenidos, es decir, se trata de dinámicas que se ven afectadas y son producidas por el capital social, político, cultural y económico de los individuos y grupos sociales que buscan el establecimiento de una hegemonía o que aspiran a mejorar su posición en el campo de las relaciones sociales y de poder.

En una dirección semejante, los estudios sobre medios de comunicación han indicado cómo éstos confieren una ventaja significativa a los grupos sociales y de interés que a través de ellos desean establecer e influir en los temas de discusión pública, como lo han evidenciado los trabajos de Neveu (2006b), Champagne (1993), y en especial, los de McCombs y Shaw (1972) y McCombs (2006), conformándose una interesante tradición de estudios en la que la noción de frame (marco cognitivo e interpretativo, en su traducción al castellano) viene dando lugar a interpretaciones bastante sugerentes sobre el desarrollo de la acción social colectiva y los procesos de formación de la opinión pública.13

En tal sentido, y con el fin de proponer un marco metodológico que permita el control de variables y la identificación de tendencias, para la comprensión de la relación entre acción colectiva y procesos de formación de opinión pública, se considera aquí que esta relación puede ser entendida por la confluencia de tres categorías analíticas interdependientes.

Por esta razón, la mayoría de enfoques y perspectivas que han abordado la relación entre acción colectiva y los procesos y dinámicas de formación de la opinión pública tienden a considerar que los movimientos sociales suelen encontrarse en una posición marginal (o desventajosa) dentro de las relaciones de poder que definen al campo social desde el cual se estructura este par de procesos.14

La primera es la de oportunidades políticas (o estructura de oportunidades políticas). Por oportunidades políticas hacemos referencias a las “señales continuas –aunque no necesariamente permanentes, formales o a nivel nacional– percibidas por los agentes sociales o políticos que les animan o desaniman a utilizar los recursos con los que cuentan para crear movimientos sociales”. Lo cual implica “no sólo considerar las estructuras formales, como las instituciones, sino también las estructuras de alianzas generadas por los conflictos, que contribuyen a la obtención de recursos y crean una red de oposición frente a constricciones o limitaciones externas al grupo” (Tarrow 1999, 89).

Marcos cognitivos y estructuras de oportunidades políticas. Hacia el análisis integrado de las estructuras de oportunidad discursiva A partir de la formulación que hemos venido esbozando, se puede deducir que la relación entre acción colectiva y procesos de formación de la opinión pública resulta ser un factor esencial para la comprensión de determinados movimientos sociales. Aun así, conviene señalar que

Según esta definición amplia, las condiciones generales que inciden en la composición de una estructura de oportunidades políticas son el incremento del acceso, la presencia

activistas interpretaciones e información y pueden convertirse en parte integrante de la cultura compartida, generada desde el movimiento mismo” (Gamson y Meyer 1999, 407-408).

14 De hecho, para Sidney Tarrow, “Las personas que poseen limitados recursos pueden actuar colectivamente, aunque sea de forma esporádica, aprovechando estas oportunidades mediante repertorios de acción conocidos. Cuando estas acciones se basan en redes sociales compactas y estructuras de conexión y utilizan marcos culturales consensuados orientados a la acción, podrán mantener su oposición en conflictos con adversarios poderosos. En esos casos –y solo en esos casos– estamos en presencia de un movimiento social” (Tarrow 2004, 33).

12 Hacemos referencia específica al trabajo de Jürgen Habermas (1994), Historia y crítica de la opinión pública: la transformación estructural de la vida pública. Para debates y críticas, consúltense Kornhauser (1969) y, en especial, Böchelmann (1983). 13 Para una referencia amplia de tales desarrollos en el estudio de las sociedades posindustriales, consúltese el reciente trabajo de Manuel Castells (2009).

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de alineamientos políticos inestables, la concurrencia de élites divididas y el apoyo de aliados influyentes, así como el grado de represión o facilitación por parte del Estado. Por incremento del acceso se entiende las capacidad y calidad de los canales formales o informales con los cuales cuentan los manifestantes para expresar sus reclamaciones y demandas. Los alineamientos políticos inestables consisten en la presencia de factores desestabilizadores en el sistema político (cambios constitucionales, cambios y debilitamiento de un gobierno, etc.), que facilitan o inhiben la presencia de manifestantes. Por su parte, la concurrencia de élites divididas puede ser entendida como una dimensión subsidiaria de la anterior (en particular, en el contexto de las oligárquicas democracias latinoamericanas), que consiste en una fragmentación de las prácticas y los intereses políticos de las élites, que pueden llevar al extremo su lucha por el control del monopolio político del Estado, generando así un conflicto estructural en el sistema político. Entre tanto, la existencia de aliados políticos influyentes es concebida como la incidencia o aparición de personajes o de instituciones que promueven la formación y mantenimiento de la acción colectiva. La presencia de esta clase de aliados puede ser producida por las ventajas y cambios que provea el sistema político, la división de las élites, o bien la formación de líderes políticos carismáticos. Por último, los grados de represión se comprenden como las acciones (políticas, legales, policivas) que elevan el coste de la acción colectiva de los manifestantes, mientras que las acciones que posibilitan o permiten su formación son entendidas como acciones facilitadoras (cfr. Tarrow 2004; Tarrow 1999).

Por esto, y como segunda categoría analítica, las investigaciones sobre la influencia ejercida por los medios de comunicación en los procesos de formación de la opinión pública se han concentrado en los marcos cognitivos mediante los cuales los actores sociales y los productores mediáticos objetivan y producen su interpretación de las evoluciones y tendencias que experimenta el proceso político (cfr. Jenkins 1999; Kruse 2001). Los marcos cognitivos, o frames, consisten en los componentes ideológicos con los cuales los activistas, así como los productores de noticias y los grupos de poder, formulan, proyectan y motivan los problemas y soluciones de los conflictos sociales. Se trata, esencialmente, de las herramientas argumentativas y, por consiguiente, retóricas con las cuales los agentes sociales tratan de comprender y explicar las circunstancias, los hechos y las acciones que nutren el diario vivir, y con los cuales desean modificar o mantener las relaciones y jerarquías dentro de la estructura social. Aun así, los marcos cognitivos no son simples herramientas estáticas del discurso. La construcción de tales marcos indica la consideración de un proceso compuesto por tres dinámicas subsidiarias: el proceso discursivo propiamente dicho, el proceso estratégico y el proceso de contestación. En el proceso discursivo interviene la formulación de articulaciones mediante las que se conectan los eventos y las experiencias a partir de los cuales se crea una unidad discursiva más o menos homogénea, que sirve para dar explicación al tema-problema sobre el que se ha llamado la atención. En igual o mayor medida que la formulación de articulaciones, el proceso discursivo se compone también de la amplificación de los marcos, dinámica que consiste en resaltar determinados aspectos o atributos del discurso, tales como ideas, valores o creencias específicas, que operan en el proceso articulador y sirven para condensar y difundir el mensaje. Un ejemplo claro de estas categorías fueron los valores de “Libertad, Fraternidad e Igualdad” estereotipados por la Revolución Francesa, valores que se encontraban encriptados en todas las expresiones de la ideología revolucionaria de la época (cfr. Snow y Bendford 2000).

Por su parte, la investigación de los procesos de formación de la opinión pública ha tendido a considerar a los medios de comunicación como un filtro seleccionador tanto de los acontecimientos como de los personajes y las acciones a partir de los cuales se configura la agenda temática sobre la que se desea mantener informado al público, razón por la cual se afirma que la opinión pública es un campo intervenido (cfr. Bretones 2001; Curran 2005; Noelle-Neumann 1995; Monzón 1996; Neveu 2006b). Al tratarse de un producto, de algo que ha sido fabricado para un fin específico, la producción de noticias constituye en sí misma un sistema con el cual se pretende mantener el sistema de relaciones que soportan la estructura de dominación y poder (cfr. Raboy y Dagenais 1992; Thompson 2006 y 2007). No obstante, como ya se indicó, las rutinas de producción de los medios de comunicación abren espacios que permiten la incursión de mensajes específicos para audiencias específicas, cuya difusión posibilita o facilita el surgimiento de la acción colectiva.

Por su parte, el proceso estratégico consiste en los esfuerzos organizativos a partir de los cuales los activistas pretenden obtener el respaldo del público, la consecución de determinados recursos o el logro mismo de legitimidad, dinámica comúnmente denominada procesos de alineamiento (frame alignment processes, en inglés). A diferencia del proceso discursivo, en el que operan de modo subvertido los componentes estructurales del discurso, el proceso estratégico infiere la expresión deliberada e instrumental del discurso como herramienta retórica para la lucha po-

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lítica, encontrándose aquí cuatro tipos de marcos cognitivos o formas estratégicas de usar el discurso: la conexión, la amplificación, la extensión y la transformación.15

vas puestas en marcha por los productores mediáticos, los grupos de poder y los activistas de los movimientos sociales; agentes sociales y políticos que luchan para que sus mensajes y propuestas ideológicas logren mayores grados de difusión y aceptación en los espectadores. No obstante, como lo han indicado Olzak y Koopmans, mayores niveles de difusión por sí mismos no garantizan el éxito de un mensaje. Por consiguiente, las oportunidades discursivas deben ser entendidas a partir de los grados de visibilidad, resonancia y legitimidad adquiridos por un mensaje o por un marco cognitivo.16

Por último, se encuentra el proceso de contestación, el cual se define a partir del campo en el cual las estrategias discursivas de los movimientos sociales compiten con las estrategias comunicativas de otros movimientos, grupos o instituciones sociales, en donde se producen luchas de significados (frame dispute) derivadas de las reacciones producidas por los antagonistas del movimiento, por los espectadores y por los medios de comunicación, siendo estos últimos la esfera más estudiada, dadas la centralidad y funcionalidad que éstos cumplen en la formación de la opinión pública (cfr. Snow y Bendford 2000).

La visibilidad de un mensaje depende de la cantidad de veces, así como de la cantidad de canales a través de los cuales fue difundido un marco cognitivo, en donde intercede la importancia dada por los medios a dicho mensaje. La resonancia consiste en la capacidad que tiene un mensaje de ser reproducido por otros actores o medios de comunicación. Según Olzak y Koopmans (2004), la capacidad de movilización del mensaje se debe a que la importancia que éste posee va más allá de las características del sujeto que originalmente lo emitió, logrando así el desplazamiento del marco cognitivo a nuevas audiencias. No obstante, conviene señalar que existen diferentes tipos de resonancia: aquellas que son positivas, o consonancia, en la que se produce una reproducción total o parcial del mensaje originalmente emitido, mientras que la reproducción negativa del mensaje es entendida como una resonancia disonante. Así, la legitimidad de un mensaje o de un marco cognitivo consiste en el grado (promedio) de reacciones positivas que éste produce en terceros actores que participan en el proceso de formación del espacio de discusión pública.17

En este sentido, para Susan Olzak y Ruud Koopmans, la configuración de la esfera de discusión pública (o lo que Snow y Benford definen como proceso de contestación) cumple una función mediadora entre la estructura de oportunidades políticas y la acción colectiva adelantada por los manifestantes (Olzak y Koopmans 2004). De esta manera, y con el fin de armonizar los enfoques provenientes de la construcción de marcos cognitivos y el de estructura de oportunidades políticas, Olzak y Koopmans han propuesto la consideración de las oportunidades discursivas, tercera categoría de análisis que deseamos introducir, a partir de la cual se incluyen en la interpretación de la acción colectiva los factores que hacen que unos marcos cognitivos logren un mayor grado de repercusión frente a otros que ni siquiera son tenidos en cuenta en el proceso de formación de la opinión pública. Al hablar de oportunidades discursivas queremos hacer alusión a los aspectos de la esfera de discusión pública que determinan y hacen posible la incursión y difusión de determinados mensajes. En tal sentido, la comprensión de las oportunidades discursivas parte del supuesto según el cual el proceso de formación de la opinión pública, además de ser contenido, es a su vez un campo altamente competitivo, que se expande o se contrae a determinados temas, según las estrategias comunicati-

A modo de conclusión: el gaitanismo y la opinión pública Al volver la mirada sobre los estudios que se valieron de la teoría del líder carismático (o, en su defecto, del líder populista) para explicar el rol desempeñado por Gaitán y por el movimiento gaitanista en la transformación del sistema político colombiano de los años cuarenta (Robin-

15 Desde este enfoque, la conexión de marcos consiste en ligar o hacer asemejar que dos marcos cognitivos congruentes, pero estructuralmente inconexos, se unan homogéneamente en el proceso discursivo. La amplificación consiste en la idealización, embellecimiento, clarificación o vigorización de determinadas valores o creencias, como factor clave para la ampliación del mensaje. La extensión consiste en la consideración de otros valores, ideas o creencias externos que pueden garantizar que el mensaje llegue a nuevas audiencias, mientras que la transformación infiere la modificación total de creencias y valores construidos con anterioridad por otros grupos sociales, las instituciones o los partidos políticos.

16 De hecho, a partir de las investigaciones de Nelson, Oxley y Clawson sabemos que “[…] la efectividad de los marcos cognitivos no deriva de la presentación de información nueva, sino de la activación de porciones de estructuras de pensamiento preexistentes […] los marcos cognitivos tienden a activar creencias existentes familiares al contenido del mensaje” (Nelson, Oxley y Clawson 1997, 233-234). La traducción al castellano es propia. 17 Para una ampliación, consúltese Olzak y Koopmans (2004). Una aproximación empírica similar se encuentra en Levin (2005).

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son, Sharpless, Palacios, Pécaut, entre otros), éstos han fallado en demostrar cómo un liderazgo de ese tipo logra instituirse como carismático. Como lo ha expuesto María Blanca Deusad haciendo referencia a los estudios de Max Weber, tradicionalmente la figura del líder carismático ha sido definida a partir del reconocimiento y admiración que esta clase de personalidades gozan por parte de sus seguidores y adeptos, lo que les confiere un grado de legitimidad superior en el cual se fundamentan sus formas de dominación. No obstante, cabe resaltar con esta investigadora que “en la actualidad los medios de comunicación de masas son un elemento indispensable para poder acceder a la condición de carismático, agente con el cual no contaba Weber en su época” (Deusad 2001, 101).

va de carácter colectivo, en la que interviene y participa un grupo diverso de personas, el cual debe dar cuenta de un conjunto de habilidades tanto organizativas (en lo relativo a la coordinación y consecución de recursos y conocimientos técnicos para sacar a la luz dicho medio de comunicación) como de orden ideológico o intelectual, que hagan de ese medio de comunicación un espacio de divulgación de un conjunto de ideas más o menos comunes sobre una serie de temas específicos; lo que en otro contexto indica que la creación de todo medio de comunicación debe guardar cierto grado de coherencia interna, que le permita constituirse en un formador de valores y creencias que aspiran a ser hegemónicas dentro del proceso de formación de la opinión pública.

Así, y atendiendo al desarrollo conceptual elaborado, es posible distinguir cómo la aparición y formación de todo líder carismático y populista indican que éste debe adquirir mayores niveles de visibilidad, resonancia y, en especial, legitimidad dentro de las dinámicas y procesos de producción y formación de la opinión pública, razón por la cual todo liderazgo de ese tipo se ve obligado a encontrar los mecanismos tanto individuales como colectivos, organizacionales y discursivos, que logren hacer que una parte o la totalidad de sus propuestas ideológicas se impongan como preponderantes en el espacio de discusión pública. En otra tradición analítica relacionada (la teoría del campo demoscópico), esto infiere que toda forma de liderazgo debe cumplir con el rol de ser un empresario cognitivo.

Así, existen al menos dos claros ejemplos con los cuales el movimiento gaitanista pretendió impactar de forma consciente el proceso de formación de la opinión pública; estos ejemplos o experimentos fueron, precisamente, la creación y puesta en marcha de dos periódicos: Unirismo y Jornada. Y si bien éstos no fueron los únicos intentos de impactar en la opinión pública, puesto que a lo largo y ancho de la geografía nacional existieron otros medios de comunicación (hablados y escritos) que se autoproclamaban como gaitanistas, lo cierto es que estos dos periódicos fueron los medios de comunicación oficiales del movimiento en sus etapas unirista y gaitanista, respectivamente. No obstante, se trató de dos medios de comunicación totalmente distintos, no sólo por el hecho de que entre uno y otro existió una década de diferencia, sino porque entre estos dos medios de comunicación reluce otra serie de importantes transformaciones, que dan cuenta de las innegables adaptaciones que tuvo que sufrir el movimiento gaitanista entre su primera etapa, por un lado, y la segunda y tercera, por el otro.

Según Grossi, el empresario cognitivo es el encargado de insertar en las dinámicas de producción de la opinión pública “determinados núcleos cognitivos y simbólicos [o frames] que luego se vuelven objetos de enfrentamiento y negociación y que conllevan a su vez la formación de la misma opinión pública”; y se define “[…] como aquel tipo de actor social (individuo, grupo, organización) que asume la tarea (y el riesgo) de promover, activar y orientar, un determinado proceso de opinión de relevancia social y colectiva, tanto como portador de intereses –el empresario cognitivo invierte en bienes inmateriales– como de competencias; sabe cómo presentar las cuestiones, sabe cómo comunicar las problemáticas, es capaz de expresar orientaciones bien argumentadas y está dotado de un capital de opinión valorizable dentro la esfera pública” (Grossi 2007, 143).

Una de tales diferencias fue que Unirismo se estructuró como un semanario, que, si bien se editó a color y en un principio tuvo una extensión de dieciséis páginas, a los pocos meses de haber salido a la luz redujo su presupuesto, lo cual implicó una significativa disminución de su contenido, que pasó a un formato de ocho páginas. Al mismo tiempo, y por la existencia de otros medios de comunicación similares que cumplían su propósito en las provincias, tales como los semanarios Pluma Libre, de Pereira, y El Socialista, de Barranquilla, sabemos que Unirismo no logró tener un amplio espectro de difusión, el cual sólo llegaba a abarcar algunas provincias del centro del país (Cundinamarca y Tolima, principalmente), vacío que era parcialmente llenado por este otro par de semanarios en el Occidente y en la Costa Caribe, respectivamente. Por

Partiendo de estos presupuestos, resulta trascendental considerar, a su vez, que la creación y el mantenimiento de todo medio de comunicación no son un proceso que obedezca a un esfuerzo o a un deseo de carácter individual, sino que se trata, esencialmente, de una iniciati-

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Imagen 1. Periódico Unirismo del 13 de abril de 1934 y periódico Jornada del 16 de marzo de 1947

último, cabe destacar que, por las diferencias expuestas entre Gaitán y los otros miembros y cofundadores de la UNIR (en su mayoría, de extracción comunista o socialista), Unirismo sufrió un abrupto e inesperado cierre, a mediados de 1935 (cfr. López 1937).

nueva generación de profesionales, dedicados de forma exclusiva a vivir del periodismo. Esta importante transformación que vivió el periódico Jornada fue el resultado de una serie de cambios organizacionales introducidos por Gaitán en su movimiento, entre ellos, la aparición de Darío Samper como nuevo director del medio, quien contó con el acompañamiento de importantes figuras del periodismo y las letras, tales como Luis Vidales, José Mar y Jorge Uribe Márquez (entre muchos otros). Además, la reaparición de Jornada incluyó la simultánea creación de una editorial propia (la Editorial La Patria), que fue dotada con una máquina de impresión plana propia, con lo cual se garantizó que el nuevo periódico se editara como diario.

De forma similar a la existencia de Unirismo, en mayo de 1944 José Antonio Osorio Lizarazo, junto con un grupo de amigos y seguidores de Gaitán, fundó el semanario Jornada, periódico que se editó en los talleres alquilados de Editorial La Razón. Jornada salió a la luz en blanco y negro, con ocho páginas de extensión, y publicó sólo cuatro números, todo a raíz de la estrechez económica y editorial por la que atravesaban los miembros del movimiento gaitanista, resignados para ese momento (mayojulio de 1944) a ser una minoría sin aspiraciones reales de poder dentro del Partido Liberal.

Pero la amplificación que estaba viviendo el movimiento gaitanista no sólo significó el cambio de algunas fichas por otras y el nombramiento de Samper como director del nuevo periódico; implicaba también que, a futuro, el movimiento iba a contar con el apoyo organizacional de los directorios liberales departamentales, así como de la prensa liberal que funcionaba en las provincias, factores que le darían al gaitanismo la dimensión de ser un movimiento nacional; posición a la que nunca había accedido de forma tan clara y efectiva, como sí sucedió a partir de este momento.

Posteriormente, en febrero de 1947, Jornada reapareció con un renovador formato, editado de la misma manera como se producían los periódicos que representaba a la Gran Prensa liberal de la época, con ocho páginas completas, hechas en máquina plana y haciendo uso de los gráficos y de la fotografía (esta última muy usual para representar las grandes manifestaciones que solían acompañar al tribuno popular), contando con un cuerpo editorial compuesto por elementos pertenecientes a una

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A tal punto llegó el éxito organizativo del movimiento y del periódico (el cual no sólo tuvo una repercusión en las urnas, al obtener importantes victorias en los comicios de marzo y octubre de 1947), que Jornada se editó en los talleres del periódico El Espectador (el cual pasó a ser un vespertino) y tuvo un tiraje cercano a los 60.000 ejemplares (Alape 1983), que lo ubicaron como el tercer periódico de mayor difusión nacional (gracias al servicio aéreo de Avianca), condición a la que se sumó la creación de un programa de radio gaitanista denominado Últimas noticias, conducido por Rómulo Guzmán, en la emisora La Voz de Bogotá, que era retransmitido por otras emisoras similares en todo el país (Córdoba 1952).

entre las tres etapas constitutivas del movimiento fueron de 88,9%, frente a un 11,1% para la primera etapa; de un 64% y un 36% para la segunda, mientras que para la tercera etapa tales valores fueron de un 87,2%, frente a un 12,8%. A partir de tales estimaciones, podemos deducir que el grado de legitimidad de Gaitán y de los gaitanistas fue de 0,11 para la primera etapa, de 0,02 para la segunda etapa y de 0,14 para la tercera y última etapa.19 Y si bien el grado de legitimidad entre la primera y la tercera etapa es casi el mismo, debemos a su vez reconocer que la visibilidad de Gaitán y de los gaitanistas de la primera etapa llegó a ser de un 2,5%, indicador que sufrió una reducción en la segunda etapa, llegando a un 2,2%, mientras que para la tercera etapa el porcentaje de visibilidad de Gaitán y de los gaitanistas llegó a ser de un 12,5%, todo lo cual indica que durante la última etapa el gaitanismo no sólo logró un posicionamiento más legítimo, sino que, a su vez, éste fue cinco veces superior al de la primera etapa, y seis veces superior al de la segunda.

No obstante, la diferencia más significativa entre estos dos medios de comunicación fue de carácter ideológico, puesto que Unirismo se definía como “la antorcha del proletariado colombiano” (Unirismo 19/08/1934, 1), mientras que Jornada en su primera etapa se proclamó como un “Diario al servicio del pueblo”, idea que sería reafirmada por los editorialistas del nuevo Jornada, que, luego de haber subtitulado al nuevo periódico como “Diario de la mañana”, en agosto de 1947 lo subtitularon como “Diario del pueblo”, lo cual evidencia una importante innovación discursiva entre uno y otro periódico, transformación que indica que en un principio Gaitán y sus seguidores expresaron un discurso más afín con el marco de la lucha de clases, mientras que en los años cuarenta idearon y difundieron un frame totalmente distinto, mucho más abarcador, incluyente y revolucionario, como lo fue el pueblo.18

Así, las categorías de análisis parcialmente presentadas y discutidas aquí no sólo evidencian que existieron importantes elementos de cambio en las diferentes fases que experimentó el movimiento gaitanista que deben ser analizados con mayor detenimiento, sino que esgrimen un mecanismo de análisis que será de gran utilidad para estudiar otras formas de acción colectiva y de liderazgo político que han estado presentes en nuestra reciente historia política.

Y si bien los datos preliminarmente esbozados aquí nos permiten controvertir la idea esbozada por varios investigadores y académicos según la cual el gaitanismo fue perdiendo su vigencia y capacidad organizativa en la medida en que se iba haciendo un movimiento mucho más grande, lo cierto es que los niveles de visibilidad, resonancia y legitimidad adquiridos por Gaitán y los gaitanistas demuestran que su posicionamiento en el campo de la opinión pública fue mucho más efectivo hacia la última etapa del movimiento.

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19 El grado de legitimidad de un actor político o de un personaje de la vida pública (que puede hacer referencia a un actor individual o colectivo) es el resultado de la diferencia entre resonancia positiva (p) y negativa (n), dividida por el número total de veces que se habló sobre ese actor político o personaje de la vida pública (p-n/N). Este indicador puede variar entre 1,0 y -1,0. En caso de que el valor sea negativo, estaríamos hablando de que dicho grado sería ilegítimo, pues indica que el medio de comunicación valoró más negativa que favorablemente las acciones y los mensajes emitidos por dicho actor político o personaje de la vida pública.

18 Sobre el papel que cumple la noción de pueblo en la ideología populista, ver Laclau (2005).

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La “educación de las mujeres”: el avance de las formas modernas de feminidad en Colombia* por Zandra Pedraza** Fecha de recepción: 23 de junio de 2011 Fecha de aceptación: 2 de septiembre de 2011 Fecha de modificación: 30 de septiembre de 2011

RESUMEN Este texto estudia la constitución de mujeres modernas durante el siglo XIX en Colombia, y ahonda en los cambios que en los años de 1930 y 1940 inflamaron el debate sobre este tópico, justamente cuando aumentaron las reivindicaciones de igualdad entre los sexos, se agudizaron las luchas por la emancipación femenina y diversas transformaciones sociales hicieron inminente revisar la doctrina sobre la educación de las mujeres. Al margen de las diferencias expresadas respecto a la conveniencia de que las mujeres adquirieran el derecho al voto y ampliaran su educación escolar y su participación en la vida pública, tanto promotores como detractores de estas transformaciones coincidieron en proteger el núcleo básico de la educación de la mujer, constituido en el siglo XIX en sus expresiones de ama de casa, madre y esposa. Durante estos años se sumó la belleza al conjunto de deberes de la feminidad, que de don natural pasó a ser asequible mediante el consumo y el esfuerzo acumulados en el capital corporal femenino.

PALABRAS CLAVE Educación de las mujeres, cuerpo y género, biopolítica, educación del cuerpo, belleza femenina.

“Education of Women”: The Progress of Modern Forms of Femininity in Colombia ABSTRACT This article examines the constitution of modern women in Colombia during the twentieth century. In particular, it focuses on the changes during the 1930s and 1940s that incited debate on this topic. Just as the demands for sexual equality began to rise, the struggles for women’s emancipation intensified and various social transformations made it necessary to revise the doctrine on female education. Despite different opinions regarding the desirability of giving women the right to vote, extending their primary education, and increasing their participation in public life, both proponents and critics of these transformations agreed on protecting the basic nucleus of a woman’s education that was established in the nineteenth century around her roles of housewife, mother, and wife. During these decades, beauty, which went from being a natural gift to something accessible through consumption and accumulated investments in feminine bodily capital, was added to the list of duties of femininity.

KEY WORDS Education of Women, Body and Gender, Biopolitics, Bodily Education, Feminine Beauty.

A “educação das mulheres”: o avanço das formas modernas de feminidade na Colômbia RESUMO Este texto estuda a constituição de mulheres modernas durante o século XX na Colômbia, e afunda nas mudanças que nos anos de 1930 e 1940 inflamaram o debate sobre este tema; justamente quando aumentaram as reivindicações de igualdade entre os sexos, aguçaram-se as lutas pela emancipação feminina e diversas transformações sociais fizeram iminente revisar a doutrina sobre a educação das mulheres. À margem das diferenças expressas a respeito da conveniência de que as mulheres adquiriram o direito ao voto e ampliaram sua educação escolar e sua participação na vida pública, tanto promotores quanto detratores destas transformações coincidiram em proteger o núcleo básico da educação da mulher, constituído no século XIX em suas expressões de dona de casa, mãe e esposa. Durante estes anos, somou-se a beleza ao conjunto de deveres da feminidade, que passou de ser um dom natural para se tornar acessível através do consumo e do esforço acumulados no capital corporal feminino.

PALAVRAS CHAVE Educação das mulheres, corpo e gênero, biopolítica, educação do corpo, beleza feminina. * Este trabajo es un resultado parcial del proyecto de investigación en curso, titulado: “Higiene y pensamiento social en Colombia“. ** Doctora en Antropología Histórica y Pedagógica, Freie Universität Berlin, Alemania. Profesora asociada del Departamento de Lenguajes y Estudios Socioculturales, Universidad de los Andes, Colombia. Correo electrónico: zpedraza@uniandes.edu.co

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La “educación de las mujeres”: el avance de las formas modernas de feminidad en Colombia Zandra Pedraza

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de intervención y la producción discursiva, que se hacen inteligibles como ingredientes y procesos de la racionalidad de la administración de la vida. Este fenómeno lo ilustra el entramado de prácticas, disposiciones y discursos que estrecharon las relaciones entre la familia, la escuela y el aparato sanitario, en el cual se coció el carácter biopolítico del Estado moderno. En Colombia, el apoyo incondicional de la Iglesia católica contenido particularmente en el esfuerzo de fortalecer los asuntos vinculados a la gestión de la familia y la educación formal, bien puede sumarse a los principios de la voluntad biopolítica de gobierno del Estado nacional moderno.

os debates ilustrados que fundamentaron el ordenamiento jurídico y social de las mujeres en algunos países europeos durante el siglo XVIII, si bien brindaron las principales interpretaciones para cimentar en el siguiente siglo la condición de sus congéneres en las repúblicas hispanoamericanas, no se ventilaron con el mismo interés en las jóvenes naciones. En Colombia y en otros países se adoptó sin mayor crítica el principio del ordenamiento de los sexos subyacente en la Declaración de los Derechos del Hombre. Esta afiliación implicó acoger los principios de la familia burguesa como núcleo de la sociedad y, con ello, impulsar la tarea de formular los deberes y los quehaceres de los distintos miembros de esta familia. Si en la práctica la familia burguesa nunca llegó a consolidarse en Colombia como la principal forma de organización social (Urrego 1997), en el orden discursivo es posible reconocer un ingente esfuerzo cultural emprendido para encauzar las relaciones familiares hacia las labores, las subjetividades, las prácticas y los principios morales que hicieron de la familia burguesa una instancia predilecta para el ejercicio biopolítico. El Estado nacional moderno, cuya gestión también robusteció el significado de la familia burguesa, emergió tras la fundación de las repúblicas como aquel con la capacidad de materializar el cuerpo de los ciudadanos. Como efecto de poder, el cuerpo de los ciudadanos del Estado nacional moderno se convirtió en condición y expresión de su forma de gobernar y administrar la vida.

La transición hacia la constitución republicana significó para la organización familiar que la condición de subordinación jurídica de la mujer se justificara a partir de aspectos localizados en la corporalidad y subjetividad femeninas, que durante el siglo XVIII consiguieron relegar a las mujeres del pacto social (Pedraza en prensa). La exclusión estuvo acompañada de un proceso que apostó a la mujer en el ámbito del gobierno doméstico y comenzó a alejarla de la clausura piadosa, característica de la vida colonial. Por su condición de ama de casa, la mujer se insertó de una forma nueva en la vida ciudadana. Las obligaciones recientemente adquiridas no significaron que las mujeres abandonaran las prácticas asociadas a las virtudes católicas, pero sí acarrearon un cambio del sentido de estas prácticas en el hogar, porque la casa dejó de ser el sitio de retiro de la vida pública para convertirse en bisagra del vínculo con el mundo público, y el hogar pasó a ser el lugar donde se comenzó a administrar técnicamente la economía doméstica y a generar la riqueza de la nación. En el hogar y en el cumplimiento de los deberes de la hacienda doméstica, la mujer ocupó un nuevo lugar práctico y simbólico donde encarnar las virtudes que hasta la Colonia debía cumplir preferentemente en el asilamiento y la clausura de la devoción. En el nuevo escenario las actividades domésticas se transmutaron en expresión de virtud católica, y esta innovación llevaría paulatinamente a las mujeres a construir un sentido moral afincado en la conducción del hogar y en la identidad del “ama de casa”, elementos ambos que producen y reproducen el cuerpo moderno, tanto el propio como el de los ciudadanos y el de la nación.

Entre las muchas tareas biopolíticas que emprendieron los Estados nacionales en América, este trabajo explora la de proponer y fortalecer el orden social basado en el ideal de situar la familia como su núcleo. Este esfuerzo abarcó cuando menos el ordenamiento de edades y sexos y la definición tanto de funciones prácticas y simbólicas de los miembros de la familia como de las relaciones que gestan la unidad familiar. Entre las relaciones que una analítica del poder permite identificar sobresalen las que establecieron los Estados modernos con los ciudadanos, especialmente a partir del siglo XIX, en ámbitos como la educación, la salud, la “cuestión social”, las regulaciones laborales o la planeación urbana. Los asuntos biopolíticos comprometieron algo más que las acciones en torno de indicadores y descriptores demográficos como mortalidad, morbilidad, longevidad, natalidad o matrimonios. Considerar el ejercicio del poder y los actos de gobierno de la vida como hechos biopolíticos reconoce la actividad del Estado moderno en las instituciones sociales, las formas

La economía doméstica se vinculó al núcleo de la organización capitalista de la riqueza. La reorganización del trabajo reproductivo que trajo consigo la industrialización (Oliveira 2006) transformó a lo largo del siglo XIX la situación de la mujer. Algunos signos puntuales se muestran claramente en las primeras décadas del siglo XX: la mujer convertida en “reina del hogar”, festejada

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el Día de la Madre y celebrada como la esposa que expone con el paso del siglo una sexualidad y una belleza ensambladas en la producción del cuerpo moderno.

propósito de ilustrar el alcance del complejo de discursos, prácticas, representaciones y recursos que abarcó la educación de las mujeres, y cómo este saber permaneció incólume a los cambios ocurridos en los años de 1930 y 1940, cuando, a contrapelo de las tendencias en favor de la ampliación de los derechos de las mujeres, se agregaron a la doctrina de la educación de las mujeres aspectos que vinieron a resultar constitutivos de un obligado capital corporal como es el de la belleza.

Las obligaciones del ama de casa, a la vez que demuestran la subordinación jurídica y social de la mujer, representan un lugar singular de la economía capitalista, que cifra sus posibilidades de crecimiento y reproducción en la administración del flujo y la producción de la riqueza en el hogar. La organización científica del trabajo doméstico, que posteriormente se tradujo en la creación de la economía doméstica como carrera universitaria, asoma en el siglo XIX en tratados que comenzaron a reorientar las ocupaciones de la vida diaria de las mujeres y a disponer sus principales experiencias en el hogar. La nueva comprensión de las funciones de las mujeres en la República oxigenó las ideas sobre las necesidades de una educación acorde con tales expectativas. Para conocer esta situación, este trabajo parte de los principios de la ciencia de la mujer que sirvieron de sustento para fijar y naturalizar la posición de subordinación de las mujeres y recurre a los avances de diversos investigadores colombianos y latinoamericanos en el campo de la historia de las mujeres y los estudios de género, para proponer y caracterizar el campo denominado la educación de las mujeres. Para ello también se sirve de textos de pensadores, letrados, fisiólogos morales y médicos que sugieren el sentido de esta educación a finales del siglo XIX y en las primeras décadas del XX. Por ser un acercamiento preliminar, este trazado no incluye un estudio minucioso de un mayor espectro de fuentes primarias y secundarias que permitiera matizar y considerar variaciones de lo que sin duda fue una evolución con grandes diferencias entre sectores sociales y grupos culturales. En la parte final, el texto plantea los elementos que remozaron en el siglo XX las tareas de las mujeres, cuando se introdujeron masivamente nuevas tecnologías en el hogar y proliferaron los recursos para la producción ilimitada de la belleza.

He expuesto otros aspectos comprometidos con este estudio en un trabajo sobre la concepción anatómica del cuerpo de las mujeres como fundamento de su irracionalidad (Pedraza 2008), y en uno segundo sobre la manera como entre el siglo XIX y el XX, los conocimientos de algunas disciplinas médicas vincularon la imagen del cuerpo de la mujer con formas particulares de intervenir la subjetividad femenina. Estos principios subjetivos aparecieron estéticamente compuestos en el aspecto, la conducta, la autopercepción, la definición política y social de los deberes y derechos, y en la comprensión de las capacidades y limitaciones femeninas (Pedraza en prensa). Los mismos excluyeron a las mujeres del ejercicio de la ciudadanía y las ocuparon en el gobierno del hogar. Este artículo se limita a señalar los principales componentes de la educación de las mujeres como expresión del saber idealizado e ideologizado sobre las mujeres que diversos escritores –casi siempre hombres letrados– aunaron para prescribir las tareas propias del sexo femenino. Parte de este saber consistió en exponer las bases para las relaciones familiares modernas y las tareas de las mujeres en la familia, como éstas se entendieron en el marco republicano y en la dinámica de transformación de las relaciones entre ciudadanía y Estado (Elias 1998). La intención fundamental de este texto es ilustrar algunas de las tensiones, las contradicciones y los cambios que sufrió este modelo cuando las transformaciones políticas, sociales y jurídicas vividas en los años treinta y cuarenta en Colombia obligaron a reconsiderar la situación de las mujeres, y señalar que este debate, sin embargo, eludió la discusión de los fundamentos de su subordinación al no poner en duda la obligación de las mujeres de cumplir las tareas que se les habían asignado en el siglo XIX.

La educación de las mujeres fue un asunto determinante para la constitución de las mujeres modernas a partir del siglo XIX. Este proceso recuerda los discursos del cuerpo que tuvieron injerencia en el ordenamiento de la experiencia de las mujeres, y el tipo de experiencias que se propusieron para encarnar la feminidad. La educación de las mujeres se expone aquí como un dispositivo pedagógico primordial para ordenar la división sexual práctica y simbólica que acompaña la consolidación del Estado-nación en relación con las prácticas de gobierno que afianzan el vínculo entre familia y escuela. El estudio se prolonga hasta la mitad del siglo XX, con el

El cuerpo de la mujer moderna y el gobierno de la vida La ciencia de la mujer se consolidó como un campo de conocimiento durante el siglo XVIII y de modo paralelo a la ciencia del hombre (Science de l’homme). Fue específica-

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La “educación de las mujeres”: el avance de las formas modernas de feminidad en Colombia Zandra Pedraza

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Otra suerte corrió la ciencia de la mujer. Mientras que a mediados del siglo XIX el hombre dejó de ser objeto de una ciencia específica que lo considerara a partir del dualismo cuerpo-mente, para pensarlo en la diferencia que logró articular la noción de cultura, la mujer continuó siendo observada por sus particularidades corporales. Si bien en el transcurso del siglo XIX la ciencia de la mujer evolucionó hacia la ginecología, esta nueva disciplina médica continuó subrayando la división cuerpo-mente, siguió empleando la fisiología como principio epistemológico y afianzó el recurso ideológico de la medicina filosófica para moralizar la feminidad.

mente en Montpellier donde el vitalismo dio lugar a la tradición intelectual que integró entre 1750 y 1850 las formas de conocimiento que posteriormente surgieron como disciplinas independientes: antropología, fisiología y medicina filosófica (Williams 1994). Por su parte, la ciencia de la mujer decayó, pero dejó un legado interpretativo fundamental para el posterior surgimiento de la ginecología y para el pensamiento sobre las diferencias entre los sexos (Pedraza en prensa). El pilar de la ciencia de la mujer es el argumento de que la diferencia entre hombres y mujeres no es de grado sino de esencia. Con el paso a la medicina científica fundada en la anatomía y la fisiología se desestimó el principio que consideraba a la mujer un hombre cuya evolución no se había perfeccionado, idea que a través de Galeno prolongó la doctrina hipocrática y aristotélica hasta la Ilustración. Esta doctrina encontraba que la mujer era un hombre imperfecto. Con los conocimientos obtenidos por la anatomía descriptiva sobre el esqueleto, los órganos, su tamaño y su disposición, se propuso una nueva visión radical de la diferencia entre los sexos (Laqueur 1987; Pedraza 2008 y en prensa). Esta diferencia inconmensurable entre el organismo de las mujeres y el de los hombres alimentó el ansia de contar con un conocimiento especializado en la mujer, tal como se proponía también para pueblos y razas diferentes, actividad que en Francia estuvo a cargo de la “Société des observateurs de l’homme” (Moravia 1970). El efecto de esta ideologización de las diferencias anatómicas se nutrió del contexto social y político en el que se discutían por entonces los principios para forjar un nuevo orden social. Al afianzarse el capitalismo y ganar ímpetu en el siglo XVIII, el rumbo de la querella sobre la condición humana de las mujeres viró y se resolvió a la luz de las necesidades sociales de establecer una nueva organización del trabajo y la producción, en la cual las mujeres debían participar en unas condiciones específicas.

Esta evolución del conocimiento situó la vida y las realizaciones masculinas en el terreno de la cultura, la política y la sociedad, a la vez que la vida y las ocupaciones femeninas se consideraron jurisdicción del conocimiento médico. A su turno, y en cuanto el cuerpo de la mujer continuó definiendo su identidad, ésta quedó anclada en el ámbito de la naturaleza, y las acciones de las mujeres permanecieron situadas fuera de la historia (CrampeCasnabet 1992). Si la medicina hipocrática había sustentado en el temperamento húmedo la inferioridad femenina, la medicina moderna encontró un nuevo recurso para justificar la diferencia: el útero. Este órgano, demostrativo de la alteridad absoluta de las mujeres (Berriot-Salvadore 1992), vino a reconocerse como causante de la completa diferencia con respecto a los hombres y, por “irascible”, se convirtió en el vehículo para “medicalizar” el cuerpo y la vida de las mujeres. A partir del siglo XVIII, primero la ciencia de la mujer y después la ginecología regularon la vida diaria de las mujeres, estipularon y controlaron las diferentes etapas de su vida y legislaron sobre las normas de conducta y los derroteros a los que debían atenerse (Costa et al. 2007). En las repúblicas hispanoamericanas, los efectos de la ciencia de la mujer y de la educación de las mujeres se pueden reconocer a partir de los años veinte del siglo XIX y, con mucho vigor, desde mediados del mismo siglo y hasta bien entrado el XX. Para sintetizarlos en un hecho ejemplar, baste señalar que en torno de la producción de textos para la educación de la mujer comparecieron en Hispanoamérica pensadores, políticos, médicos, literatos e, incluso, las temidas mujeres ilustradas (Nari 2004; Pedraza 2011; Tuñón 2008). Ni en la Nueva Granada ni en Colombia se debatió a lo largo del siglo XIX la cuestión de la condición ciudadana de las mujeres. Aquí, lo mismo que en otros países de la región, la “cuestión de las mujeres” ocupó casi exclusivamente a médicos y letrados moralistas, quienes durante los siglos XVIII y XIX produjeron una rica literatura sobre el tema (López 2007).

Pero este debate también se desplegó siguiendo la división del conocimiento que en el siglo XIX consolidó la antropología moderna como el estudio del hombre, paso que se dio a comienzos del siglo XIX tras redefinirse la naturaleza humana como compuesto de funciones vitales diferentes pero homogéneas. Si bien esta enunciación no eliminó el dualismo cuerpo-alma propio del discurso de la ciencia del hombre, esbozó una solución que permitió descartar de los estudios antropológicos modernos los razonamientos fisiológicos característicos de la medicina antropológica. Con ello evitó también la intromisión en su campo de estudios de las especulaciones morales distintivas de la medicina filosófica.

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En el escenario en el que se firmó el nuevo pacto político en los albores del siglo XIX, las nacientes sociedades republicanas habían eludido derivar las consecuencias sociales y políticas que de- bían haber extraído de los conocimientos científicos de la Ilustración acerca de la condición humana. Durante esas primeras décadas del siglo se acometieron enormes esfuerzos culturales para educar a las mujeres en un sentido que naturalizara su condición humana, de forma que el gobierno del hogar resultara un deber irrefutable, pero fuese guiado por la razón masculina. Sin derecho a elegir ni ser elegidas en la arena pública, las mujeres “eligieron y fueron elegidas” para el gobierno del hogar. La fuerza de este mandato es la que emergió en los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo XX. Conminadas a considerar cuál podía y debía ser su lugar y función social, las posiciones no cuestionaron el vínculo indisoluble de las mujeres al gobierno doméstico. Si muchas mujeres y hombres paulatinamente se distanciaron de preceptos marianos y de prejuicios sobre las posibilidades de desempeño laboral, público, científico y político de las mujeres, no ocurrió lo mismo cuando se vio peligrar la responsabilidad de administrar el hogar.

Pero el debate postergado fue inevitable durante la primera mitad del siglo XX. La presión que ejercían mujeres, pensadores, periodistas, escritores, gobernantes, la prensa y el entorno internacional, se comenzó a canalizar con las reformas de los años treinta que iniciaron los gobiernos liberales. Finalmente, el movimiento sufragista se fortaleció hasta conseguir en los años 1954 y 1957 los nuevos derechos de ciudadanía para las mujeres.

La educación de las mujeres La educación de las mujeres se cimienta en la sujeción a reglas de comportamiento “propias” de las mujeres burguesas; a la vez, es intrínseca a un régimen de subordinación legalmente constituido que goza del respaldo de un aparato social y moral con capacidad de sanción civil, penal, económica y simbólica que da por sentada la inhabilidad política. Tal insuficiencia la expresan las constituciones republicanas que negaron a las mujeres el derecho a la ciudadanía durante el siglo XIX y buena parte del XX. En cuanto disciplina del conocimiento –si es posible imaginarla así–, combina el conjunto de reglas explícitas e implícitas de una doctrina que engloba instrucción moral, comportamiento y apariencia con el dominio de artes y técnicas específicas. Los elementos técnicos del oficio comprenden las destrezas requeridas para satisfacer las dimensiones de la condición femenina de la mujer moderna: la economía doméstica, la educación de los hijos y la vida matrimonial. Con el tiempo, las tres pasaron a sustentar programas académicos formales y devinieron materia de dirección y consejería profesional. Las disposiciones de la mujer moderna se encarnan mediante la realización del conjunto de tareas prácticas que abarcan estas tres áreas –cumpliéndose la formación moral, de la conducta y de la apariencia “femeninas”–, y por el efecto de la sanción social y simbólica que se ejerce con respecto a sus procedimientos y resultados (Garcés 2004).

La principal preocupación de los autores contemporáneos que expresaron su parecer en esta disputa remitía tarde o temprano a las exigencias que las transformaciones demandadas hacían al cuerpo de la mujer, de suyo limitado para ciertos esfuerzos y desempeños. Se consideraba que, de aceptarse el ingreso de las mujeres a los estudios superiores y a la fuerza laboral más calificada, la condición femenina se desviaría de sus principales tareas, para verse forzada en terrenos en los cuales su naturaleza mostraría sus limitaciones. Esta situación obraría en desmedro de la atención que requerían el hogar, la familia y el matrimonio. En el marco de las apreciaciones que fundaron el Estado nacional, la desviación en el orden social que podría acarrear una subjetividad femenina más autónoma apareció como “cuestión de Estado”. Se veían comprometidos la configuración del Estado nacional y los fundamentos prácticos de su gobierno, específicamente en el núcleo doméstico, donde se habían apalancado las formas modernas de gobierno de la vida. La naturalización de la diferencia de la mujer en el cuerpo “femenino” que ya se había asimilado en la educación de las mujeres, se avivó con la medicalización generalizada del cuerpo1 que experimentaron las sociedades a lo largo del siglo XIX.

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Al considerar en esta reflexión la manera como se vinculan el cuerpo y el género en la educación, vale recordar que el sujeto moderno puede constituirse en la medida en que determinados conocimientos, prácticas y discursos acerca del cuerpo y de la subjetividad forjan su experiencia y autocomprensión. No basta que circule un conjunto de representaciones sociales acerca del género para que hombres y mujeres se constituyan como sujetos y,

y prácticas provenientes de la medicina en la vida diaria de los individuos, a través de la imposición de reglas de conducta y del establecimiento de estándares acerca del comportamiento individual que fueron juzgados como sanos o insanos.

El ensamble de conocimientos médicos y reflexiones morales desembocó en la medicalización que experimentaron las sociedades a partir del siglo XVIII, esto es, en la interferencia de los conocimientos

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efectivamente, se comporten bajo determinados principios de masculinidad y feminidad, y para que encarnen sus vidas según las normas modernas de la división práctica y simbólica de los sexos. La confluencia de los valores específicos de género que se exponen corporalmente y que se ejercitan, entre otros planos, en la sexualidad brota en la modernidad de minuciosos y largos procesos de educación que son en sí mismos resultado de conocimientos específicos y, a su vez, transmiten conocimientos especializados (Pedraza en prensa).

sobre educación y pedagogía. En Colombia se desarrolló particularmente durante el siglo XIX y a lo largo del siglo XX, aunque en las últimas décadas de éste se debilitaron sus modalidades más formales y estructuradas. Con todo, sigue operando hasta la actualidad como recurso de feminización (Peña 2005). La educación de las mujeres se consolidó como una doctrina “pedagógica” que se transmite socialmente de una manera opaca, práctica y moral. Estos rasgos se refieren al hecho de que la educación de las mujeres fue promovida entre amplios sectores de la población como un juego impreciso de actividades que se realizan en el trasfondo de la sociedad y carecen del lustre de otros artes y oficios. No obstante, en ciertas ocasiones son motivo de alabanza en los círculos sociales a los que pertenezcan las mujeres –como sucede en los festejos–, y también de sanción, cuando no satisfacen expectativas en torno del hijo educado y limpio, la casa arreglada, la comida bien dispuesta. Así, aunque la economía doméstica, la puericultura y el servicio social llegaron a formar parte de programas ofrecidos en colegios mayores de cultura femenina y en universidades en los años treinta y cuarenta (Castro 2008; García 2003; Oliveira 2006; Peña 2005), no suele reconocerse todo el conjunto de los saberes y quehaceres de esta educación como el complejo de conocimientos que producen la feminización de las mujeres modernas. Este saber amalgama las disposiciones, como las llamó Pierre Bourdieu, y las artes de hacer que estudió Michel de Certeau: es un conocimiento que, al emplearse en las tareas que son su esencia, ordena la sociedad, realiza la identidad de la persona y anima las relaciones familiares.

El proceso particular de constitución de la mujer moderna reposa en los discursos del cuerpo que ordenaron las prácticas de las mujeres y propusieron también el conjunto de actividades que compondrían las experiencias necesarias para encarnar la feminidad. Este acercamiento discrepa del que considera que el proceso histórico de constitución de la mujer moderna en Colombia se gesta a partir de 1930, por efecto de las transformaciones ocurridas en el país en torno del movimiento sufragista, y especialmente en la década del cuarenta, para culminar en la década siguiente con el ejercicio del voto (Luna 2001 y 2004). Aquí considero que la producción corporal de la mujer y el hombre es un hecho fundacional de la modernidad. En el caso de la mujer, lo que en términos corporales se estableció como su naturaleza y logró traducirse en experiencias constitutivas de la subjetividad femenina devino soporte de las posibilidades de ser y decir de la mujer. En este proceso de larga duración, el movimiento sufragista colombiano es un episodio que modificó efectivamente la condición jurídica, civil y política de las mujeres. Asimismo, se destaca que, ya desde los años treinta, el mejoramiento en la educación escolar les permitió a las mujeres vincularse de manera transformadora al espacio público (Luna y Villarreal 1994). Con todo, las discusiones de la época, resumidas como el debate entre el feminismo y la feminidad (Luna 2004), se ventilaron paralelamente al afianzamiento de nuevos dispositivos de feminización que fortalecieron los tres campos básicos de la educación de las mujeres. De ellos, destacaré más adelante el de la belleza.

En Colombia, como en otros países latinoamericanos, la educación de las mujeres nació directamente vinculada a la constitución del Estado nacional durante el siglo XIX,2 aunque antes ya se habían introducido sus principios, especialmente debido al interés ilustrado de educar a la mujer (Quijano y Sánchez 2002). Su evolución acompañó la de la educación escolar pública, que, con el inicio de la República, se prescribió como obligación del Estado y entró en contradicción con la principal forma de educación practicada durante la Colonia: la educación doméstica, es decir, la que recibían niños y jóvenes en el seno de las familias, especialmente en centros urbanos, donde aprendían las artes y los oficios en la práctica cotidiana con los adultos. Al de-

Entiendo la educación de las mujeres como un dispositivo primordial para ordenar la división sexual práctica y simbólica que acompaña la consolidación del Estado-nación en relación con prácticas de gobierno como las que confluyen en la articulación de la familia, la escuela y la higiene. En este caso se ilustran el contenido y el alcance de este complejo de conocimientos, prácticas, representaciones y recursos hasta la mitad del siglo XX, y como rama especializada de la educación moderna, la cual no suele tratarse como unidad coherente en los estudios

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En los países europeos donde florecieron estas formas de educación, los debates respectivos habían tomado mucha fuerza durante el siglo XVIII y resultaron definitivos para la organización de los derechos ciudadanos y la disposición de los deberes sociales y familiares de las mujeres.


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La educación de las mujeres expone una modalidad de educación propia de las sociedades donde la familia burguesa deviene el objetivo y el agente de las formas de gobierno de la vida que giran en torno al eje en que se convierte la mujer moderna por efecto de dicha educación. Esta circunstancia se combina con la restricción del acceso de las mujeres a los derechos civiles decretada por cuenta de sus mermadas capacidades racionales y, a la vez, con el desarrollo del capitalismo, que se apalanca en una distribución sexual del trabajo que encarga a las mujeres, en calidad de amas de casa, del trabajo doméstico y de la reproducción de la vida y de la fuerza de trabajo, es decir, del gobierno del hogar (Pedraza en prensa).

terminar la Constitución de 1829 que se establecerían escuelas de primeras letras para niños de ambos sexos, se inició una pugna entre la familia y el Estado por la potestad sobre la educación de niños y jóvenes (García 2007). La disposición no impidió que la educación doméstica se prolongara, siempre y cuando añadiera a sus objetivos los de la primera educación que ofrecía la instrucción pública, en particular, el aprendizaje de las primeras letras. García reconstruye los principales contenidos de la educación doméstica, que se entendía en primer término como aprendizaje de la virtud, y poco estimaba los conocimientos académicos.3 La transición comprometió el inicio de la educación pública en las primeras décadas del siglo XIX y causó, con la introducción de las instituciones de educación pública, la tensión, entre otras, de las figuras del padre y del maestro. Esta tirantez apareció porque la educación doméstica, hasta entonces supervisada y guiada en primera instancia por el padre, entró en conflicto con la tarea del maestro, quien pasó a ser, en la escuela y, por extensión, en la sociedad, el agente autorizado para educar a los niños y avalar las formas de conocimiento escolarmente impartidas.

A diferencia del recogimiento que caracterizó el ideal de la vida de muchas mujeres hasta el siglo XVIII, la nueva domesticidad no privilegió la devoción y la virtud religiosas; propendió a la productividad y a la moralización “científica” del hogar. La introducción del conocimiento de la economía doméstica testimonia un cambio en el sentido de las tareas femeninas: las virtudes de las mujeres modernas desbordan las de la devoción y la sumisión, las de la lectura edificante y el aislamiento de la vida pública. La economía doméstica, la educación en el cuidado infantil y la educación en la vida matrimonial dejan de ser a lo largo del siglo XIX saberes intervenidos y controlados principalmente por la Iglesia y transmitidos por las mujeres, para convertirse en campos de conocimientos producidos y gestionados por médicos, pensadores y moralistas como parte de formas de gobierno biopolítico, y comunicados textualmente en manuales, artículos de prensa y compendios.

Pese a las presiones que trajo a la familia introducir la instrucción pública como recurso privilegiado para la educación de los niños, la nueva forma, exógena y distante de la supervisión paterna, también comportó el nuevo campo de la educación de las mujeres. Así, mientras que el padre establecía una relación tensa con el maestro, la madre se alió paulatinamente con él, guiada por el médico y tutelada por el esposo-padre de familia. La relación entre escuela y familia se fortaleció entonces a través de la figura de la madre y en detrimento del poder paterno. Pero para que ello ocurriera, a la par con la educación pública se inició un proceso de educación de las mujeres que las transformó en asociadas imprescindibles para los procesos de gobierno de la vida distintivos de los Estados modernos.4

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4

Con este conocimiento, la mujer moderna reproduce en su experiencia corporal y subjetiva vivida como ama de casa, madre y esposa, la división sexual práctica y simbólica que subyace en el Estado nacional. Para que esta división opere, se activan los discursos que conciben el cuerpo de formas singulares –sus formas de materialización– y arraigan en él las causas justificativas de una educación de las mujeres que las expuso, a su turno, al conjunto de experiencias capaces de constituir una subjetividad femenina efectivamente encarnada en estas tres funciones.

El conocimiento académico escolar resulta de procesos de decantación y sistematización que realizan algunas disciplinas consideradas parte de la instrucción que debe impartirse en la escuela. La gramática, la aritmética, la educación física o la historia son ejemplos de conocimientos que gozan de legitimidad y reconocimiento académicos. En contraste, la formación moral y religiosa, la urbanidad o la economía doméstica no siempre provienen de las academias ni reciben su aval. Los oficios, si bien exponen formas de conocimiento que no provienen de las academias sino de la práctica, han terminado por sistematizarse, de forma que pueden ser avalados por asociaciones que operan como lo hacen las academias y constituyen la base de la educación técnica de las artes y los oficios.

Ahora bien: el ordenamiento de las diferencias sexuales en la modernidad ocurre en relaciones dialógicas que

cular interés indicar aquí que el Estado moderno actúa en consonancia con la sociedad. Esto significa que, para efectos de la orientación que toman la familia y la educación, muchas instituciones y agentes sociales participan activamente en organismos y actividades del Estado, aunque no estén directamente bajo su jurisdicción.

En adelante, si bien me referiré al Estado moderno considerándolo como la organización jurídica que consolida un territorio, es de parti-

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comprometen igualmente la subjetivación del padre de familia como proveedor, esposo y pater familias, según los principios de la virilidad moderna (Erhart y Herrmann 1997), y la del niño, como infans, hijo y alumno (Dussel y Caruso 2006; Gimeno 2003; Vigarello 2005). Estos aspectos no serán tratados aquí, pero son consubstanciales a la experiencia femenina moderna, que no ocurre separadamente ni se reduce a actividades individuales realizadas de forma aislada, sino que cobra vida en la intersubjetividad de las prácticas y las relaciones sociales, que se ejecutan en especial, pero no de manera exclusiva, en el hogar.

las niñas y a las jóvenes para la reclusión y el claustro (Vahos 2002) mediante la educación en el pudor. La desconfianza en el comportamiento de las mujeres no pudo hacer otra cosa que aislarlas: prohibición de escribir, control estricto de las lecturas, encierro en la casa para la vida piadosa y virtuosa. Como indica Vahos, hasta bien entrado el siglo XIX, la precaución guió las prácticas educativas para las mujeres. Fundada la República, brota la inquietud por las tareas de la mujer: el nuevo horizonte económico y social que dibuja el capitalismo burgués invita a refrescar e introducir novedades en la formación femenina. En contraste con el modelo de La Enseñanza, en 1832 abrió sus puertas el Colegio de La Merced. Entroncado con el interés de formar a la mujer moderna, La Merced promovió la educación para el hogar (Aristizábal 2007; García 2007) y propició el entorno pedagógico en el que las mujeres podían cumplir su destino “natural” y moldear en el niño el sujeto ciudadano (Vahos 2002). A diferencia de las prácticas para el encierro, el nuevo ideal buscó fortalecer el control y las normas sintonizados con los conocimientos que se articulaban al ejercicio de gobierno: higiene, pedagogía, administración, ingeniería. La mujer moderna debía ser católica y moral, pero ante todo eficiente, y seguir los principios de la racionalidad sugerida por sus tutores masculinos. Su diferencia femenina se fortaleció bajo la consideración de que una mujer mejor instruida sería una mejor ama de casa, madre y esposa: ella sabría guiar las inclinaciones de los hombres, cuidar la economía del hogar e inculcar en el corazón de sus hijos las ideas más sagradas (Quintero y Pérez 1997), para hacer de los niños ciudadanos responsables, y de las niñas, mujeres modernas que administraran la vida familiar. La intención de modelar bajo preceptos femeninos el alma, el corazón, el carácter, la voluntad, los modales y la apariencia de las mujeres para la utilidad doméstica (Ballarín 1993), no se acercaba a la formación para el conocimiento y la vida laboral; se trataba, en cambio, de encarnar mujeres buenas y sumisas, a la vez que eficientes en la vida hogareña. Incluso, proyectos para las mujeres trabajadoras, como Las Marías, creado por el Círculo de Obreros de la Acción Social Católica, combinaron estas dos características: dicho Círculo quiso inculcar principios de ahorro, pobreza y trabajo que encajaran con valores de un “modo de ser” (Londoño y Restrepo 1995) para la castidad, la obediencia, la piedad, la humildad y la mansedumbre. Pero estas virtudes no se fortalecían para que las mujeres se recluyeran; por el contrario, serían obreras, empleadas domésticas y trabajadoras activas, a menudo fuera de su propio hogar, pero listas para desempeñarse

Los estudios historiográficos sobre las mujeres en Colombia indican que este modelo burgués, dibujado aquí a grandes trazos, no acoge la situación de las mujeres de los sectores populares en las ciudades y en el campo; sólo parece ofrecer un punto de vista limitado a un estrecho sector de la ya reducida clase media y urbana colombiana, en donde se realizaban el matrimonio, la dependencia económica y la subordinación en un modelo mariano. Visto en el corto plazo, así puede lucir. En un panorama genealógico, sugieren otra interpretación diversos aspectos de los actuales programas de atención social que buscan educar a las mujeres de los sectores populares y muchas angustias de las mujeres de clases medias urbanas contemporáneas que, en su calidad de amas de casa, madres y esposas, reciben la atención de los terapeutas y de los consejeros de familia y de pareja. Puede ser que en la educación de las mujeres pervivan todavía hoy los elementos y dispositivos de aquello que el progresista Pierre-Ambroise Choderlos de Laclos (1741-1803) denominó la “educación imposible”, a saber, la única que los hombres estarían en disposición de ofrecer a las mujeres y que nunca les daría a ellas la libertad, toda vez que tampoco les daría un cuerpo propio (Laclos 2010).

Experiencias y facetas de la educación de las mujeres La educación de las mujeres es el principal dispositivo para fijar el género y la sexualidad mujeriles. ¿Qué educación deben recibir quienes ostentan las características corporales del sexo femenino? Ya en los últimos años de la Colonia era claro que debía diferir de la que se ofrecía a los varones, pues desde el siglo XVIII había ganado fuerza el argumento de la diferencia radical que definía los dos sexos (Crampe-Casnabet 1992). Con la Nueva Granada surgieron planteles escolares que obedecieron los principios del modelo educativo para niñas inaugurado por La Enseñanza en 1783 (Quijano y Sánchez 2002). Este plantel concibió un modelo de educación moral que formaba a

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Además de los ya conocidos, la educación de las mujeres cumple otros propósitos. En términos morales, la actividad de la mujer moderna garantiza el vínculo entre la familia y la nación; asimismo, ordena la sexualidad de la pareja y de los hijos, y es garante de la reproducción social del orden heterosexual. En el plano político, le confiere legitimidad al derecho civil que dispone el acceso de la población a derechos y deberes en función del sexo y de la edad, y afianza el valor de la familia burguesa como núcleo de la sociedad. Pero en el contexto del desarrollo del capitalismo sobresalen los objetivos económicos. La economía doméstica es el denominador común de la educación de la mujer en todas sus variantes. Pese a un tácito acuerdo en torno a que el destino primero del cuerpo de la mujer es la maternidad, la realización de la feminidad moderna es posible en un hogar debidamente gobernado. Aunque la mujer no realice la maternidad –como ocurre con las mujeres solteras, las monjas, las infecundas o las que permanecen en el hogar paterno como cuidadoras, a menudo justamente las menos agraciadas, aunque eficientes–, está a su cargo la conducción doméstica. Esta imprescindible tarea obedece a una necesidad económica. Desde el punto de vista liberal, el progreso económico comienza con un comportamiento individual apropiado. La racionalización del gasto y el aprovechamiento de los recursos de la hacienda son la base de la acumulación capitalista. La mujer hacendosa está capacitada para gestar y gestionar la riqueza de su hogar y de la nación.

en oficios “modernos”, llevar la contabilidad de los gastos domésticos, recibir un salario y conducir una vida económica autónoma. A diferencia de la educación doméstica, que perduró hasta el siglo XVIII, la educación de las mujeres ni compuso un conocimiento transmitido directamente de madres a hijas ni expuso el saber propio de una tradición mujeril. Aunque seguramente el legado mimético de una a otra generación también está presente entre las mujeres modernas, hasta la actualidad, son los textos de economía doméstica, de urbanidad, de puericultura, y los manuales para la vida en pareja, los que compilan los conocimientos que hicieron modernas a las mujeres. En el siglo XX se sumó a los manuales la producción de la prensa escrita, las revistas, y, posteriormente, la de la radio y la televisión (Freire 2009; Goellner 2003; Nari 2004; Peña 2005; Quiceno 1997; Tuñón 2008). Y aunque muchas mujeres llegaran a disponer de gran competencia en estos saberes, especialmente en los aspectos morales y médicos relacionados con su conducta, la crianza de los hijos y las relaciones matrimoniales, estaban fuertemente controlados por hombres: médicos, pensadores, pedagogos y gobernantes que, como autores, consejeros y tutores, produjeron los textos y atendían y sancionaban la vida cotidiana de las mujeres a través del complejo de consejos, prácticas, instrucciones y formas de control que encaminaron la subjetividad de la mujer moderna. Por esta condición, cuando surgieron los programas universitarios para la educación de la mujer, se estructuraron a partir de asignaturas que enseñaron este conocimiento con un carácter escolar. Hasta el día de hoy es posible asistir a cursos o hacerse a textos donde se consigna el conocimiento propio de la educación de mujeres: cocina, glamour, belleza, decoración, educación de los hijos, vida en pareja, entre otros.

Justamente, a finales de los años veinte y a lo largo de los treinta, el lugar por antonomasia de este proceso inició una transformación definitiva: la cocina, la habitación que ha experimentado la mayor innovación estética y tecnológica en el último siglo, se modernizó. Las novedades perseguían los principios de eficiencia, higiene y estandarización, y la cocina se convirtió en el lugar en donde el ama de casa administraba la economía hogareña. El diseño de la cocina moderna se propuso en Alemania, y en su versión más popular –la cocina de Fráncfort– se orientó a la población obrera y buscó mejorar la calidad de vida e introducir el espíritu práctico y las novedades del diseño y la tecnología (MoMA 2010). Si bien en Colombia la modernización de las cocinas en los estratos medios urbanos ocurrió unos años después, es notable que a lo largo de la década en la que cobraron fuerza los movimientos de mujeres, la educación de las mujeres fuera también un proyecto en marcha que llevó la economía doméstica a la formación universitaria, consolidó la puericultura conducida por la pediatría y afianzó el hogar moderno como núcleo emocional. Urge recordar que la misma concepción de la racionalidad que suministró los principios de la administración que están en el origen de

Las discusiones sostenidas en la prensa, en escritos de mujeres, pensadores, médicos y pedagogos, entre otros, se acaloraron durante la década de los años treinta, cuando los gobiernos liberales avalaron el ingreso de las mujeres a la educación secundaria y a la universidad. Las posiciones más conservadoras, incluidas en ellas las de muchas mujeres, encontraban innecesaria la instrucción escolar femenina más allá de los niveles elementales; las más progresistas propendían al ingreso de las mujeres a la universidad, a su participación en cargos públicos y directivos e, incluso, a su desempeño en el campo científico (Bejarano 1936). Al margen de esta diferencia, todas las partes que abogaron por diferentes soluciones coincidieron en proteger el núcleo básico de la educación de la mujer constituido en el siglo XIX en sus expresiones de ama de casa, madre y esposa.

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la biopolítica (Foucault 2004) provino en buena parte de los desarrollos alcanzados en Alemania. También allí se diseñó la “nueva cocina”, que facilitaba la administración del hogar. Esta racionalidad se puede ilustrar con un texto selecto que muestra el estado del arte de la educación de las mujeres a finales de los años cincuenta: el ABC práctico del hogar, de la autora alemana Gertrud Oheim. El libro –traducido a varios idiomas, y en los años sesenta al español, y distribuido en Colombia por el Círculo de Lectores– abre con el capítulo titulado “El hogar, un Estado en miniatura”. La autora expone enfáticamente que

ron como guías de la vida de las mujeres. Esta solicitud propasó la mera intención de amplificar la diferencia esencial del cuerpo de la mujer en la apariencia y auspició la belleza como rasgo distintivo de la feminidad (Perrot 1984). Durante los años treinta y cuarenta, la belleza amasada con esfuerzo y consumo se consagró como componente de la educación de las mujeres. Si a la formación moral para la vida en el retiro la secundó la idea de que la belleza de las mujeres brotaba del alma, a lo largo del siglo XIX algunos de los valores estéticos asociados a las virtudes morales pudieron materializarse en la finura del talle, el contorno armónico de la figura, la tersura de la piel y la profundidad de la mirada. La mujer bella sugería al finalizar el siglo una imagen romántica que exhalaba gracia, alegría, pureza, ingenuidad y sencillez. Este talante estético dio un vuelco a partir de los años veinte y treinta (Goellner 2003): creció de forma exponencial la oferta de productos que les permitieron a las mujeres embellecer, y se promovieron sin tregua las técnicas corporales para una figura moderna: tonificada, fuerte, ágil. La coquetería y la vanidad, desdeñadas poco antes como causantes de la desgracia de los destinos femeninos, evolucionaron en los años treinta hasta considerarse atributos de la feminidad. En pocos años fue deseable lucir la desnudez de brazos y piernas, sugerir un torso tonificado y vestir pantalones que insinuaran el cuerpo torneado por la gimnasia (Goellner 2003; Pedraza 1999).

[…] las obligaciones del ama de casa no se limitan a las

actividades privadas. Hay un punto de gran importancia pública. Cada casa es un Estado en miniatura. Todos

estos pequeños mundos particulares regidos por una mujer forman la nación… cada uno de los varios miles o millones de casas que constituyen una ciudad o un

territorio, representa una ruedecilla en la gran maquinaria económica del país y de todas ellas depende el buen funcionamiento del conjunto (Oheim 1969, 15).

Los principales conocimientos de la profesión ama de casa son la administración del hogar y la contabilidad doméstica. Es notable el avance con respecto a un reconocido manual de economía doméstica escrito un siglo antes (Acevedo 1848) y a varios de los usuales en el siglo XIX (Peña 2005). El de mediados del siglo XX aconseja sobre el arte de comprar, la organización científica del trabajo casero, el cuidado de las plantas y de las mascotas, las mudanzas y, ya incorporados a esta educación, los cuidados de belleza. Aquí se plantean las cuestiones centrales de este arte: la cosmetología, la gimnasia y el vestido.

Los productos de belleza disponibles en el comercio nacional se ofrecían para renovar la piel, darle tersura, conservar el cutis suave y fresco y combatir el acné. Se podían comprar píldoras circasianas para realzar el busto y se ilustraban en las revistas movimientos y ejercicios abdominales para afinar la cintura y reducir las caderas. Lemas fundamentales para la educación de las mujeres limitados hasta entonces a indicar la actitud que debía caracterizar el trabajo en el hogar comenzaron a describir y valorar la dedicación, la disciplina y el esfuerzo requeridos para hacerse a la nueva belleza y derrotar la pereza, tenida por el pecado capaz de demoler todo vestigio de hermosura. Las reinas de belleza ocuparon las primeras planas. Los procedimientos de transformación se popularizaron, y pudieron reconocerse y modelarse detalles jamás atendidos. En 1941 se anunciaban rodillos y vibradores para modelar la figura; se consideraba oportuno perfeccionar las pantorrillas y se ofrecía una miríada de cosméticos y técnicas de maquillaje al alcance de “todas las mujeres”. En 1942, la reforma de la figura corporal se proclamaba como parte de la rutina diaria, que hasta pocos años antes se iniciaba con oraciones: “Todas las mañanas, al salir de la cama, las mujeres deben hacer con fe, con fervor y con determinación, estos ejercicios

A la ya establecida trilogía se sumó, justamente durante las primeras décadas del siglo XX, una de las más eficaces disposiciones de la feminidad de la mujer moderna: la belleza, que perfeccionó el principio de oposición complementaria con el hombre. Esta cualidad, antes escasa, se pudo conseguir mediante el consumo de productos cosméticos y de las prácticas y los servicios caligénicos (Pedraza 1999). Ambos enriquecieron el capital corporal de la feminidad a partir del siglo XX. Entre los aspectos que la educación de la mujer aviva en su segunda acometida sobre la feminidad sobresale el cuidado de la apariencia, la forma de intervención e intención estética que transmuta la belleza en signo privilegiado de la feminidad (Frevert 1995). Durante el primer avance del embellecimiento femenino, ocurrido en los siglos XVIII y XIX, los médicos actua-

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siglo XIX. Cuerpo, trabajo y modernidad. Tomo 8., eds. Michelle Perrot y Georges Duby, 293-305. Buenos Aires: Taurus.

que inician un ataque cerrado contra las curvas exageradas con que demasiado generosamente las ha dotado la naturaleza” (Cromos 1942, 8). Mucho antes de garantizarse el voto a las mujeres, el mercado puso a su disposición prácticas y productos que facilitaron convertir la belleza en una tarea central de su educación. La mujer moderna fue también bella.

4. Bejarano, Jorge. 1936. La mujer en la universidad. Revista de la Facultad de Medicina 5, no. 4: 289-291. 5. Berriot-Salvadore, Evelyne. 1992. El discurso de la medicina y de la ciencia. En Historia de las mujeres. Del Renacimiento a la Edad Moderna. Discurso y disidencias. Tomo 6., eds. Michelle Perrot y Georges Duby, 109-151. Buenos Aires: Taurus.

Los proyectos de educación de la mujer que se multiplicaron durante la primera mitad del siglo XX, y que en Colombia incluyeron desde la educación de mujeres obreras hasta los programas universitarios institucionalizados en colegios mayores y en universidades, comparten con la literatura especializada en el tema, con la prensa y con la intervención de médicos, consejeros, sexólogos y otros especialistas en la vida diaria de las mujeres modernas, el recurso a una ciencia de la mujer que encuentra en el cuerpo un motivo que justifica producir práctica y simbólicamente un abismo de divergencia subjetiva entre los dos sexos, concebir experiencias educativas contrastantes para cada uno y distanciar socialmente las tareas, de forma que se acentúe y resulte insalvable la desigualdad. Este ejercicio se prolonga cuando la ciencia de la mujer deviene ginecología y los dispositivos de gobierno de la vida continúan encontrando que el cuerpo de la mujer es un lugar de producción natural de diferencia (Pedraza en prensa).

6. Castro, Beatriz. 2008. Las visitas domiciliarias femeninas en Colombia. Del trabajo voluntario a su profesionalización. Revista Economía y Sociedad 14: 106-128. 7. Costa, Tonia, Eduardo Navarro, Danielle Grynszpan y Maria do Carmo Borges. 2007. Naturalization and Medicalization of the Female Body: Social Control through Reproduction. Interface – Comunicaçâo, Saûde, Educaçâo 10, no. 20: 363-380. 8. Crampe-Casnabet, Michèle. 1992. Las mujeres en las obras filosóficas del siglo XVIII. En Historia de las mujeres. Del Renacimiento a la Edad Moderna. Discurso y disidencias. Tomo 6., eds. Michelle Perrot y Georges Duby, 73-107. Buenos Aires: Taurus. 9. Cromos. 1942. no. 1347. 10. Dussel, Inés y Marcelo Caruso. 2006. La invención del aula: una genealogía de las formas de enseñar. Buenos Aires: Santillana. 11. Elias, Norbert. 1998 [1980]. La civilización de los padres y otros ensayos. Bogotá: Norma.

La función generadora seguía siendo hacia mediados del siglo XX un argumento que absolvía a las mujeres de sus imperfecciones naturales porque consagraba la maternidad como obra magna de feminidad. El alma femenina se liberaba de las imperfecciones que le deparaba el cuerpo; se salvaba también el niño, resultado de la labor de educación y gobierno del hogar a la que se había consagrado la madre. Pero el cuerpo de la mujer –el origen de la diferencia y de la imperfección– se perpetúa como instancia natural que condiciona la subjetividad de la mujer moderna y perdura para la continua intervención del biopoder.

12. Erhart, Walter y Britta Herrmann. 1997. Wann ist der Mann ein Mann? Zur Geschichte der Männlichkeit. Suttgart Weimar: J. B. Metzler. 13. Foucault, Michel. 2004. Geschichte der Gouvernementalität II. Die Geburt der Biopolitik. Fráncfort: Suhrkamp. 14. Freire, Maria Martha de Luna. 2009. Mulheres, mães e médicos. Discurso maternalista no Brasil. Río de Janeiro: FGV. 15. Frevert, Ute. 1995. Mann und Weib, und Weib und Mann. Geschlechter-Differenzen in der Moderne. Múnich: Beck.

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“Nosotros también somos parte del pueblo”: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948* por Ricardo López** Fecha de recepción: 22 de junio de 2011 Fecha de aceptación: 16 de agosto de 2011 Fecha de modificación: 8 de septiembre de 2011

RESUMEN Si bien el gaitanismo ha sido uno de los temas más debatidos en la historiografía colombiana, sorprende la poca cantidad de estudios que se han preocupado por la formación histórica de la clase media durante los años treinta y cuarenta del siglo XX. Más aún, la mayoría de los estudios sobre el populismo en América Latina ofrecen pocas herramientas teóricas o analíticas para comprender las experiencias de aquellos sujetos históricos que se entendieron como parte de una clase media, pues estos análisis asumen una categorización binaria entre “el pueblo y la oligarquía”. Al estudiar el caso colombiano, este ensayo intenta mostrar cómo los empleados del sector de servicios se apropiaron de discursos, prácticas e ideas del gaitanismo para identificarse como hombres pertenecientes a una clase media y, como tal, al “pueblo gaitanista”. Así, y explorando nuevos documentos históricos de organizaciones políticas de la clase media, este artículo invita a una relectura de la consolidación del populismo gaitanista como práctica política y la formación de una clase media durante los años treinta y cuarenta en Colombia.

PALABRAS CLAVE Populismo, clase media, clases sociales, identidades de género, Colombia, siglo XX.

“We are also Part of the People”: Gaitanismo, White-Collar Workers and the Historical Formation of the Middle-Class in Bogotá, 1936-1948 ABSTRACT Although gaitanismo has been one of the most intensively discussed topics in Colombian history, there are few studies that historicize the formation of middle class identities during the 1930s and 1940s. Moreover, most studies about populism in Latin America have left us with few analytical tools to understand middle-class experiences, precisely because these analyses assume a sociological opposition between “the people” (el pueblo) and “the oligarquía” as a foundational feature of populist practices. The main goal of this essay is to explore how certain white-collar workers mobilized discourses, ideas, and practices of populism as a powerful mode of persuasion and identification to constantly redefine, on the one hand, their political identities as middle class men and, on the other, their place as part of the pueblo gaitanista. By looking at recently uncovered historical documents, the essay rethinks the making of a gendered middle class and its political role in the consolidation of populist practices during the 1930s and 1940s in Colombia.

KEY WORDS Populism, Middle Class, Social Classes, Gender Identities, Colombia, 20th Century.

*

Este artículo es producto del trabajo desarrollado en el marco tanto de la maestría como del doctorado en Historia. Una versión preliminar de este artículo fue presentada en el Seminario Permanente de Historia Social en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Agradezco los comentarios de los participantes a este seminario, en especial las sugerencias críticas de María Luisa Tarrés, María Barbosa y Clara Lida. Me fue imposible incorporar algunos de sus comentarios críticos, pues sugerían, a mi parecer, una radical transformación del argumento. No dudo, sin embargo, que nuestras conversaciones y su cuidadosa lectura han enriquecido el ensayo. De igual manera, quiero agradecer a los evaluadores anónimos de la Revista de Estudios Sociales y a las editoras de este dossier (en especial a Catalina Muñoz Rojas), por el apoyo en el proceso de publicación. Otro tanto le debo a Abel Ignacio López Forero, por la cuidadosa lectura de este ensayo. ** Ph.D. en Historia de América Latina, University of Maryland, College Park, Estados Unidos. Profesor Asistente de la Western Washington University, Estados Unidos. Correo electrónico: Ricardo.Lopez@wwu.edu

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“Nosotros también somos parte del pueblo”: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948 Ricardo López

Dossier

“Nós também somos parte do povo”: gaitanismo, empregados e a formação da classe média em Bogotá, 1936-1948 RESUMO Ainda que o gaitanismo tenha sido um dos temas mais debatidos da historiografia colombiana, surpreende a pouca quantidade de estudos que se preocupam pela formação histórica da classe média durante os anos trinta e quarenta do século XX. Além disso, a maioria dos estudos sobre o populismo na América Latina oferecem poucas ferramentas teóricas ou analíticas para compreender as experiências daqueles sujeitos históricos que se entenderam como parte de uma classe média, porque estas análises assumem uma categorização binária entre “o povo e a oligarquia”. Ao estudar o caso colombiano, este ensaio tenta mostrar como os empregados do setor de serviços se apropriam de discursos, práticas e ideias do gaitanismo para identificar-se como homens pertencentes a uma classe média e, como tal, ao “povo gaitanista”. Assim, e explorando novos documentos históricos de organizações políticas da classe média, este artigo convida a uma releitura da consolidação do populismo gaitanista como prática política e a formação de uma classe média durante os anos trinta e quarenta na Colômbia.

PALAVRAS CHAVE Populismo, classe média, classes sociais, identidades de gênero, Colômbia, século XX.

En una de tantas cartas que le escribieron miembros de esta organización, se reconocía a Gaitán como “el líder del pueblo trabajador”. Se le ofrecía, además, el “apoyo incondicional” a la causa de la “restauración moral de la nación”. En aquellos años, cuando la división del Partido Liberal en los comicios precipitó la victoria del conservatismo, varios empleados sintieron que era necesario que Gaitán, como líder del “pueblo gaitanista”, supiera que tenía el apoyo de la “olvidada [y] sufrida clase media”. Empleados de varias entidades municipales de Bogotá le aseguraban a Gaitán que, dadas las circunstancias históricas, ellos –“hombres desconocidos […] [pero] baluartes de la nación”– tenían una humilde tarea: “lograr en Colombia una sociedad de clase media […] una sociedad que [respetara] una clase media educada, honesta y [dispuesta a] restaurar la moral en la república”.3 Aunque ha sido imposible encontrar respuestas formales del puño y letra de Gaitán, estas misivas políticas invitan a formular ciertas preguntas que han sido, con algunas excepciones, ignoradas por la historiografía colombiana y latinoamericana: ¿Qué significó pertenecer a una clase

[…] el amor a la vida, a la esposa, a los hijos, a la patria,

a la república, al pueblo, a la justicia […] engrandece al hombre gaitanista y enaltece el trabajo intelectual.1

E

n 1946, un grupo de empleados públicos firmaron una carta en la que “humildemente” se le informaba a Jorge Eliécer Gaitán la existencia de una asociación política bajo el nombre de Organización al Servicio de los Intereses de la Clase Media Económica Colombiana.2

1

“Carta de apoyo incondicional a Jorge Eliécer Gaitán”. Organización al Servicio de los Intereses de la Clase Media Económica Colombiana (aoscmec) 21 de junio de 1946.

2

Esta organización recogía varios sindicatos y federaciones de empleados: Federación de Empleados de Bogotá, Cooperativa de Empleados de Bogotá, Sindicato de Empleados de Obras Públicas Nacionales, Federación de Mujeres de Oficina, Sindicato de Empleados de la Compañía de Teléfonos, Sindicato de Empleados de Cundinamarca, entre otros. Ésta no era la única organización política que reivindicaba la clase media. Desde los años treinta hasta los setenta existieron varias de estas asociaciones: Comité de Acción de la Clase Media Colombiana, Gremios no Organizados de la Clase Media, Movimiento Aliado de la Clase Media Económica de Colombia, Consejo Central de la Confederación de la Clase Media y Unidad de Clase Media Colombiana, entre otras. Existen también varios manifiestos políticos de la clase media. A pesar de que la primera organización en nombre de la clase media (Comité de Acción de la Clase Media Colombiana) fue creada en Pasto a principios de los

años veinte, en 1936 se publicó uno de los primeros manifiestos de tal organización (Quintana 1936). En este manifiesto, otros empleados reivindicaban la relación política con Eduardo Santos diciendo que una verdadera clase media sólo podía ser representada por este líder liberal. Para algunos historiadores, esta variedad de organizaciones y proyectos políticos sólo significará que la clase media estuvo por fuera del populismo gaitanista. Para otros, esto será un ejemplo más de la “ambigüedad” política de la clase media como clase social. Yo argumentaría que esto nos invita a pensar la heterogeneidad jerárquica en la formación de los movimientos sociales. 3

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“Carta de apoyo incondicional a Jorge Eliécer Gaitán”, aoscmec.


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media en un contexto histórico de prácticas populistas? ¿Cómo, y por qué, hombres y mujeres de clase media se imaginaron como clase media y a la vez reivindicaron un lugar político como parte del “pueblo gaitanista”? y ¿qué nociones de género definieron esta pertenencia a la clase media, al “pueblo gaitanista” y al “país nacional”?

La importante producción historiográfica de las últimas décadas ha demostrado que la formación de las identidades de clase es el resultado de procesos históricos contingentes y heterogéneos. En uno de los textos más influyentes sobre la formación de identidades sociales, E. P. Thompson arguyó que la conciencia de clase no era uniforme, y menos aún lineal. Por el contrario, propuso que las clases eran experiencias históricas a través de las cuales los intereses materiales y culturales llegaban a ser realidades sociales: las clases no eran simplemente datos cuantificables insertados en la estructura social sino más bien procesos que ocurrían como resultado de las experiencias de las relaciones sociales.5 “La clase la definen los hombres mientras viven su propia historia, y al fin y al cabo ésta es su única definición”, escribió Thompson, concluyendo así que la conciencia e identidad de clase no eran simples categorías teóricas sino más bien una experiencia social: gente de carne y hueso hacen las clases sociales (Thompson 1989, XVI). Más recientemente, e influenciados por teorías posestructuralistas, otros estudios han criticado las propuestas metodológicas de Thompson. Tales análisis demuestran cómo las identidades de clase no son simplemente el resultado de las experiencias sociales sino que se “constituyen como consecuencia del significado que [cierta] posición social adquiere en el seno de una determinada formación discursiva” (Cabrera 2001, 102). Es decir, las experiencias sociales dependen de una mediación discursiva –entendida como un lenguaje de significados– que permite a diferentes grupos lograr así la formación de una identidad, un interés social o una conciencia de clase (Scott 1988).

En este artículo, quiero ofrecer algunas respuestas a estos interrogantes, para repensar la formación histórica de la clase media y su participación política en la consolidación del populismo gaitanista como práctica política, cultural y material en Bogotá durante la primera mitad del siglo XX. Dado el limitado espacio del que dispongo, el texto ofrece unas consideraciones historiográficas a propósito de la formación histórica de la clase media, para luego, así, discutir algunos estudios sobre el populismo en América Latina. Termino presentando algunos ejemplos históricos sobre los empleados públicos que nos ayudan a repensar la compleja relación entre clase media, identidades de género y populismo.

La “borrosidad” de la clase media Sabemos que entre los historiadores es práctica predilecta legitimar un tema de investigación apelando a lagunas historiográficas. Sería fácil justificar que las clases medias en América Latina –en comparación con las europeas y norteamericanas– no han sido estudiadas, precisamente, porque asumimos que tal realidad social no se ha dado en aquellos lugares categorizados como del “Tercer Mundo”.4 Por lo menos desde los años cincuenta del siglo XX, historiadores y científicos sociales han debatido globalmente cómo entender la formación histórica de la clase media, y, desde luego, su supuesto papel democrático. Sin embargo, tales discusiones han sido desarrolladas dentro de un marco de lo que se consideran incertidumbres teóricas y metodológicas. La mejor manifestación de tales dudas son quizás las comillas que usualmente se agregan al concepto: “clase media”. En mi opinión, no se trata de un mero detalle formal. En el análisis histórico se percibe la necesidad de utilizar un delimitador lingüístico, ya sea para mostrar, por un lado, que, como clase, la clase media no existe en sí; y, por el otro, que la clase media difícilmente puede hallarse para sí.

4

Lo que resulta muy interesante es que –a pesar de la influencia que han tenido estas aproximaciones teóricas y metodológicas en los estudios históricos sobre la formación de las identidades– la heterogeneidad y abundancia de significados con las cuales se describe la clase media son entendidas (en la mayoría de los casos) como un obstáculo para lo que se asume es la consolidación y unificación de una “verdadera” conciencia o identidad de clase.

5

El estudio de la clase media en América Latina sería un tema histórico y teórico que nos ayudaría a cuestionar las tendencias eurocentristas y anglocentristas en la comprensión de las modernidades y las democracias (López en prensa[a] y en prensa[b]). Para un balance historiográfico sobre la clase media en América Latina, véase Jiménez (1999).

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La definición de clase propuesta por Thompson asumía la necesidad de una homogeneidad como condición para la formación de clase. “Por clase entiendo un fenómeno histórico que unifica una serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados en lo que se refiere tanto a la materia prima de la experiencia como a la conciencia […] Y la clase cobra existencia cuando algunos hombres, de resultas de sus experiencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y articulan la identidad de sus intereses a la vez comunes a ellos mismos y frente a otros hombres cuyos intereses son distintos de (y habitualmente opuestos a) los suyos” (Thompson 1989, 14-15). Algunos historiadores se han apropiado de esta definición para historiar la clase media. Ver García-Bryce (en prensa), Johnston (2003), Walkowitz (1999).


“Nosotros también somos parte del pueblo”: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948 Ricardo López

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En este orden de ideas, se nos dice, por ejemplo, que la clase media está compuesta por diversos sectores sociales: los empleados, los profesionales, los pequeños propietarios, entre otros. Esta abundancia de sectores sociales y su explícita heterogeneidad, según ciertos historiadores, hacen del concepto clase media una categoría amorfa, borrosa, imprecisa y, sobre todo, inútil para el análisis histórico y sociológico. Estudios recientes continúan perpetuando una noción de clase media que, por ser una cosa “no directamente [y objetivamente] observable”, y en comparación con una supuesta homogeneidad de la clase obrera y empresarial/industrial, no es susceptible de ser historiada como realidad social.6

Tanto así, que teóricos e investigadores influenciados por el posmodernismo han declarado que la clase media es sólo una abstracción, un discurso, una metáfora, una ilusión, una retórica vacía en términos sociales, y, por lo tanto, incapaz de construir cualquier proyecto político propio (Adamovsky 2009; Maza 2003; Wahrman 1995). Incluso, estudios realizados desde teorías poscoloniales donde las categorías y experiencias históricas se consideran construcciones culturales tienden a ver a la clase media como un hecho dado y evidente.9 Entonces, nos encontramos con dos aproximaciones hegemónicas para estudiar la clase media. O bien abandonamos del todo su estudio, pues su carácter amorfo e inexistente no permite un análisis histórico riguroso, o bien nos limitamos a ver la clase media como un hecho evidente, como algo dado que no exige mayor discusión ni problematización. Sabemos que los sectores medios son un grupo compuesto por ciertos actores sociales o que existe un grupo de personas que se ubican en el medio de una jerarquía social, pero que, dada su heterogeneidad, no logran consolidarse como clase social. Es claro que estas visiones hegemónicas invitan a una conclusión lógica: deberíamos dedicarnos al estudio de las clases populares, obreras, subalternas, y a las élites económicas, políticas y sociales; pues asumimos que todas éstas son realidades directamente observables, si se las compara con las clase medias. Así, la clase media como categoría de análisis parece impedir, en vez de estimular, una exploración histórica.

Al parecer, es fácil saber a qué se refieren las expresiones clase obrera o élites, pues ambas clases se pueden tocar, ver y escuchar7 (Adamovsky 2009). La clase media, por el contrario, es una clase difícil de diferenciar; no es tan evidente clasificar ciertos grupos como la clase media, pues, a pesar de que se ubiquen en el estrato medio de la pirámide social, esto no garantiza que tengan una identidad de clase media. Así, desde los años cincuenta del siglo pasado, sociólogos e historiadores prefieren hablar de sectores medios, capas medias o grupos intermedios, precisamente porque a éstos no se les considera clase (Johnson 1958).8 En consecuencia, a la clase media se le ha condenado a la no existencia histórica o real. Los sectores medios hacen parte de la estructura social; existe un extenso discurso sobre la clase media pero en muy pocos casos se puede hablar de la clase media como clase social real.

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En efecto, como lo han demostrado diversos trabajos históricos sobre la formación histórica de la clase obrera y la clase empresarial/ industrial, sus identidades sociales y políticas no son inmediatamente observables, y muchos menos homogéneas. Es sólo cuando se compara con la heterogeneidad de la clase media que historiadores y científicos sociales asignan una supuesta homogeneidad a otras clases sociales. Entre los distintos estudios que analizan la formación de la clase obrera en América Latina, véanse Archila (1991) y Klubock (1998). Para discusiones teóricas sobre clase, véanse Joyce (1995) y Hall (1997). Los estudios históricos sobre la formación de las identidades sociales y políticas en Colombia se han centrado en la clase obrera. Como ejemplo, véase Archila (1991 y 1995); y el comentario de Jiménez (1995), quien propone, en mi opinión, una nueva manera de entender las identidades sociales y políticas para la primera mitad del siglo XX colombiano. Así mismo, poco se ha hecho para comprender la formación histórica de las identidades de género durante el siglo XX colombiano. Véanse Arango (1991 y 1997), Arango y Viveros (1995), Fuller (1993 y 1997) y Viveros (1997 y 2002).

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En un estudio de la clase media en América Latina, José Daniel Santamaría arguye que “[a] diferencia de otras definiciones de clase, por ejemplo la burguesía, caracterizada por esos que poseen el capital, o la clase trabajadora, definida como esos que pueden vender su fuerza de trabajo. No existe una definición directa para la clase media […]” (Santamaría 2002, 28).

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Entre aquellos que prefieren utilizar sectores medios, en vez de clases medias, está Archila (2003).

Pero no todos quieren “olvidar” a la clase media. Hay quienes prefieren dedicar sus esfuerzos a definir con precisión –y así superar el carácter amorfo– las características culturales y sociales que le son propias en diferentes momentos históricos. Y sospecho que lectores de este artículo esperarían esa lista de valores para poder, por fin, decir en verdad qué es la clase media en América Latina. Me temo que se pueden desilusionar. Estoy, empero, convencido de que esta tarea sólo nos llevaría a una definición homogénea e inequívoca que podría incluirse en una enciclopedia de sociología o de historia. Un listado minucioso y matemático en su descripción pero ahistórico en su contenido, pues sólo tendríamos una lista de valores desde la cual categorizaríamos una clase media, sin importar el contexto histórico o las condiciones discursivas. ¿Cómo se materializó el concepto de clase media en América Latina? ¿Cuáles fueron las razones históricas, las condiciones discursivas y los cambios estructurales para que ciertos valores políti-

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Entre muchos otros, véanse Bederman (1995), Burton (1994), De Grazia (2005), Klubock (1998) y Sánchez (2009).


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La clase media y el populismo: ¿un oxímoron?

cos/culturales se definieran como clase media? ¿Qué permitió que ciertos actores sociales pudieran actuar como parte de un colectivo llamado clase media? ¿Cuáles fueron sus diferentes proyectos de clase?

Un buen ejemplo para descifrar este proceso de formación histórica de la clase media puede ser examinar las prácticas populistas del gaitanismo en los años cuarenta del siglo XX en Colombia. En los estudios históricos sobre el populismo, las relaciones sociales suelen representarse en términos duales: ricos y pobres, élites y plebeyos, oligarcas y pueblo, industriales y trabajadores, los de arriba y los de abajo, las élites y los subalternos. A pesar de ser uno de los temas más debatidos en la historiografía latinoamericana, sorprende la debilidad de herramientas analíticas y metodológicas que ofrecen estudios sobre el populismo, para entender las experiencias de aquellos sujetos históricos que se consideraron como parte de una clase media. Con todo, investigaciones recientes para el caso del varguismo en Brasil, el peronismo en Argentina o el aprismo en Perú se han preguntado por el papel que tuvieron las clases medias en diferentes experiencias populistas (Adamovsky 2010; Owensby 1999; Parker 1998). En estos amplios e imponentes trabajos investigativos aún se respira la preocupación teórica por mantener una dicotomía sociológica entre pueblo y oligarquía, precisamente porque se arguye que tal división definió las experiencias políticas y sociales del populismo. Así, en el caso brasileño, el discurso varguista excluyó categóricamente a la clase media de las luchas que él propiciaba. Y esto ocurrió porque, como lo dice Brian Owensby, la clase media sólo buscaba una armonía social que no apelaba a la lucha de clases entre industriales y trabajadores, mientras que el varguismo, al imaginar una nueva sociedad, se basaba precisamente en esa lucha.

Lo que argumento, entonces, es que si se quiere comprender la clase media en términos históricos se la debería considerar como una práctica que es a la vez real y discursiva.10 Para esto debemos tener en cuenta la advertencia de Hannah Arendt sobre lo que ella denomina confusión de la terminología histórica en el proceso de construir los significados y las prácticas de grupos sociales (Arendt 2004). Tal confusión y heterogeneidad no significan la falta de identidad de clase sino más bien la formación de diversas relaciones jerárquicas dentro del mismo grupo social. ¿Cuáles fueron, por ejemplo, los proyectos de clase de los empleados, los profesionales, intelectuales o los pequeños propietarios durante diferentes momentos históricos? ¿Qué circunstancias históricas permitieron que algunos de estos proyectos se hegemonizaran –es decir, se volvieran dominantes– dentro del mismo colectivo clase media y en relación con otros grupos sociales? El estudio de la clase media, y su bien descrita heterogeneidad, debería ser una invitación para repensar la formación de clases y, sobre todo, la consolidación de las relaciones de poder y dominación en la modernidad. Propongo que la clase media es una categoría y una realidad en constante formación, además de ser un proyecto político y cultural (como intentaré mostrar en el resto de este ensayo) y una práctica material que adquiere significado social sólo dentro de contextos históricos y condiciones discursivas específicas.11 La tarea por realizar no es, entonces, y ante todo, exponer una definición sociológica y matemática que simplemente describa la heterogeneidad de los diferentes sectores que componen la clase media, sino descifrar el proceso contingente y las prácticas históricas dentro de las cuales una multiplicidad de actores sociales se han pensado como pertenecientes a un colectivo –jerárquico, heterogéneo, sexuado, múltiple, relacional– llamado clase media.12

Ezequiel Adamovsky (2009) escribió un libro ambicioso sobre la clase media en Argentina, en el que intenta mostrar, entre otras cuestiones, la participación política de esta clase en la consolidación del peronismo. El autor arguye que la clase media se formó como clase en reacción al peronismo, y no como parte de su consolidación. Perón, en sus primeros años, para no depender tan sólo de los obreros, buscó el apoyo de los sectores medios, a quienes convocó, en 1944, a fin de que contribuyeran a una obra nacional, en riesgo por la influencia de ideas extranjeras promotoras del comunismo, en vez del nacionalismo. Este interés decayó rápido: las agremiaciones se desilusionaron de Perón, y éste prefirió politizar a su favor las

10 Aquí vale la pena aclarar que esto no significa que debamos retornar a Thompson para entender la clase media. Después de todo, él pensó la formación de las clases desde las experiencias de la clase obrera. El estudio de la clase media debe ofrecer ciertas particularidades para la teorización de la formación de las clases sociales en general. 11 Esta perspectiva hace parte de los recientes estudios sobre las clases medias en América Latina y otras regiones del mundo (Owensby 1999; Parker 1998; Walkowitz 1999, entre otros). Mi argumento, sin embargo, intenta entender –siguiendo a Foucault (2010)– la clase media como una práctica discursiva.

colombiano, particularmente la idea del mestizaje como punto medio y “armónico” que podría “superar” las supuestas tendencias polarizadoras de raza y clase. Para una descripción de estas relaciones de raza y clase media, véase Urrea (2011).

12 En este estudio sólo me enfoco en las producciones jerárquicas de clase y género. Las relaciones de raza y clase social cumplieron un papel preponderante en la formación de la clase media durante el siglo XX

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clasificaciones sociales polarizando la lucha social entre trabajadores pobres y descamisados, por un lado, y el gran capital, por otro. El efecto de lo cual fue poner en duda pilares de la definición de los grupos sociales argentinos. Lo plebeyo adquirió mayor respetabilidad, se cuestionó la decencia asociada con ser blanco y de la élite. El obrero, el pobre, el cabecita negra, el descamisado, fueron considerados legítimos representantes de la sociedad argentina, y ante todo, del futuro de la nación. En este contexto, la clase media aparece como reacción antiperonista, pues pretende restablecer un orden de jerarquías sociales y culturales que el peronismo desconocía, entre ellas, la importancia de la educación y la riqueza.

Teniendo en cuenta que el autor parte de una tajante separación entre lo que denomina intereses políticos (el proyecto de la élite de crear una clase media como contrainsurgencia) y sociales (sectores medios que no logran consolidarse como clase), la formación histórica de la clase media es entendida como un proceso exógeno. Es decir, la clase media aparece en un vacío social, pues no surge como el actor central de su propio proyecto político, pues simplemente está siendo cooptada por los intereses de una oligarquía que intenta evitar la radicalización de la sociedad. En este contexto, Adamovsky (2009), así como tantos otros historiadores que estudian el populismo, replican literalmente los mismos discursos populistas: la sociedad está dividida entre un pueblo y una oligarquía. Más aún, me atrevería a pensar que es este populismo académico el que impide pensar críticamente el papel político y social que la clase media cumple en el populismo, pues se asume que tal clase está destinada a unirse al pueblo en un proceso de purificación de clase o a servir de caja de resonancia a los intereses culturales, políticos e, incluso, económicos de las oligarquías.

Sin embargo, es en un libro de Adamovsky donde aparecen los temas centrales y fundacionales claves para la comprensión de la clase media y la formación del populismo como práctica política. Es más, en este argumento se hace evidente buena parte de las limitantes que impiden entender la formación histórica de la clase media en América Latina (Adamovsky 2009). Si, como arguye el autor, antes de 1944 la clase media en Argentina era débil en términos políticos, esporádicamente representada en el ámbito cultural y casi inexistente como identidad social, entonces, uno se pregunta cómo explicar una reacción tan fuerte contra la consolidación del peronismo.13 ¿Cuáles fueron las fuentes de inspiración política y cultural para que este grupo social reaccionara en contra del peronismo? ¿Qué era lo que se necesitaba proteger –social, política y económicamente– si no existía una clase media en sí ni para sí? ¿Fue la clase media, simplemente, un grupo ventrílocuo de los valores sociales, políticos y culturales de las oligarquías? Pero, si fue así, ¿por qué no se consolidó como clase en sí y para sí antes del peronismo, cuando la élite estaba en el poder y sus valores eran hegemónicos?

En el caso colombiano, las diferentes exploraciones históricas han concluido que la clase media sí participó en el gaitanismo como movimiento político.14 Tal participación política de las clases medias es entendida, ante todo, como obstáculo a la hora de clasificar al gaitanismo como movimiento populista. Por un lado, algunos historiadores definen el gaitanismo como una experiencia que no es populista. Por el otro, y en el mejor de los casos, la participación de la clase media hace del gaitanismo un caso diferente o único en las experiencias populistas en el contexto latinoamericano. Ya hace varios años, Daniel Pécaut arguyó que el gaitanismo no era populista, y menos aún popular, pues recogía los intereses de varios grupos sociales: pequeños propietarios, artesanos, empleados públicos y, desde luego, el pueblo trabajador. Y, precisamente porque el gaitanismo no logró una “síntesis de clase”, no fue un movimiento político que representara genuina y auténticamente los intereses de los obreros (Pécaut 1987 y 1973).15 Otros historiadores han mostrado cómo Gaitán, en cuanto hombre político, representó los intereses de la pequeña burguesía urbana que fue el

13 Adamovsky intenta analizar la clase media “como identidad y no como clase social”. No es claro cómo uno podría separar clase social de identidad. Si esto es posible, tal argumento sugiere la imposibilidad de hablar de identidad de clase media, pues el autor arguye que, para el caso argentino, los sectores medios de la sociedad no conformaron una clase social ni un grupo política o económicamente homogéneo. Más aún, concluye el autor, “la clase media como tal no es un sujeto político” (Adamovsky 2009b). Tal conclusión, sin embargo, no deja de suscitar interrogantes: ¿las identidades de clase sólo son posibles a través de lazos de homogeneidad? Si es así, incluso las clases industriales/empresariales o la misma clase obrera no se conformarían como clase social. En este libro, el autor considera la clase media como imagen mental, como metáfora. Se centra en los debates intelectuales a propósito de la clase media, que, si bien son cruciales, no explican mucho al lector cómo éstos pudieron contribuir a construir una identidad. Al parecer, aquellos sujetos que se consideraron clase media después del peronismo sólo pudieron replicar tales definiciones, que eran propuestas por intelectuales y venían, al parecer, desde afuera de la misma clase media. No se dice mucho de la manera a través de la cual ciertos sujetos históricos pudieron construir la clase media desde la misma clase media.

14 El análisis presentado en este ensayo debe mucho a estudios anteriores que han demostrado la activa participación de las clases medias en el populismo gaitanista. De hecho, este ensayo se escribe después de estos análisis históricos. Véanse Braun (1987) y Green (2003). Quiero, sin embargo, cuestionar la forma específica como se narra el papel de estas clases medias dentro de un movimiento que se teoriza como multiclasista. 15 Véase también Bergquist (1986). Para una discusión del populismo en Colombia, véase Ayala (1995 y 2011).

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resultado de un proceso de industrialización durante la primera mitad del siglo XX (Braun 1987).16 Aquí, una vez más, esta representación del líder como una expresión de la clase media es leída como limitante de las prácticas populistas. El ser de clase media deslegitima al gaitanismo, pues éste, como proyecto político, descuidó, o por lo menos no dedicó todas sus fuerzas a lo que es considerado la fuente auténtica y legitima de representación populista: el pueblo, compuesto sociológicamente de los trabajadores, los obreros, los pobres. Es decir, que el gaitanismo corrió el riesgo político de no ser tan populista, pues el mismo Gaitán apeló a aquella clase social de la cual él mismo provenía: la pequeña burguesía.

histórico, John Green concluye que el gaitanismo movilizó un amplio apoyo popular tanto en las clases medias como en las clases obreras y campesinas. Según Green (2003), a pesar de ciertas diferencias culturales, las diversas clases unificaron fuerzas para desafiar políticamente a las oligarquías.19 Aquí, de nuevo, aparece una dicotomía social, pues la participación de la clase media es entendida como tal sólo cuando crea alianzas políticas con la clase obrera en un proceso homogéneo de apoyo popular al movimiento populista. Green concluye que el gaitanismo fue un movimiento populista “de varias clases y de carácter popular”, pues las clases medias se vieron a sí mismas como parte del pueblo, al punto de borrar cualquier diferencia con la clase obrera en cuanto a intereses de clase.

En este contexto narrativo e historiográfico, la relación entre populismo y la formación de una clase media casi siempre se describe como una contradicción en términos históricos y, sobre todo, como un oxímoron político, ya sea porque esta participación hace del gaitanismo una experiencia no tan populista (en comparación con otros casos en América Latina), o porque, aunque populista, no representó verdadera o auténticamente lo que se considera de antemano como el pueblo, o porque, en la mayoría de los casos, quedó excluida de la práctica populista.17

De suerte que los trabajos históricos se han limitado a preguntarse por la composición social del populismo –quién participó en el movimiento populista–, y poco hemos preguntado por la manera como tal participación definió intereses e identidades de clase y género como parte de tales prácticas políticas. ¿Qué significó pertenecer al “país nacional” y al “país político”? ¿Qué significó pertenecer al pueblo gaitanista y a la vez identificarse como clase media? Teniendo en cuenta estudios teóricos sobre el populismo, quiero proponer que estas nociones de pueblo y oligarquía, o país nacional o país político, no tuvieron un referente natural o esencialmente social homogéneo o evidente, sino que adquirieron su significado real en el proceso político durante el cual se definió cómo se constituyeron el pueblo gaitanista y el país nacional, y quiénes hacían parte de cada uno de ellos (Laclau 2005; Panizza 2005).

La premisa fundacional en todos estos análisis históricos es entonces que, para que exista un movimiento social de legitimidad y autenticidad populista, éste debe ser homogéneo en su llamado político y unificado en su identidad social. Si bien se describe el populismo gaitanista como un fenómeno multiclasista, tal heterogeneidad social o política descalifica al movimiento populista como tal, pues, para decirlo una vez más, el populismo no sería genuino, ya que intentaría reivindicar políticamente a más de un grupo social. Es decir, el pueblo, aunque diverso en su composición social, debía crear un proyecto político homogéneo.18 En un cuidadoso trabajo

Es en este marco conceptual que podemos discutir cómo, durante los años treinta y cuarenta, empleados públicos en Bogotá se identificaron como parte del pueblo y a la vez reclamaron un lugar político como parte de una

16 Para el caso antioqueño, véase Roldán (2005). 17 Es importante anotar que el caso colombiano no es único. Estudios recientes han demostrado cómo las clases medias pudieron formarse como clase social dentro de ciertas experiencias populistas. Para la Alianza Popular Revolucionara Americana (APRA) en Perú, véanse García-Bryce (en prensa) y Parker (1998); para Chile y el Frente Popular, véase Barr-Melej (2001); para el peronismo, véase Garguin (2009). Además, otros estudios han demostrado cómo la hegemonía política de los movimientos populistas en América Latina fue definida por jerarquías de género. Véanse, para Brasil, a Caulfield (2000); para Chile, Rosemblatt (2000); para Argentina, James (2000). Vale la pena advertir que en estos trabajos las experiencias de clase media no son problematizadas.

“genuina” clase media, llevarían a las “sociedades más avanzadas” de América Latina a superar las condiciones políticas y sociales que permitían el surgimiento del populismo y mantenían al continente latinoamericano como una región “tradicional, atrasada y subdesarrollada”. Para él, y para muchos otros, los sectores medios (como sectores y no como clases) existían como parte del populismo pero debían, ante todo, lograr su papel “genuino y democrático”. Es decir, los sectores medios debían convertirse en clases medias y, así, evitar la polarización política, económica y cultural de la sociedad, pues era tal división social entre oligarquía y pueblo la que lograba que el populismo germinara en las sociedades latinoamericanas. 19 Green (2003) parte de una tajante división entre lo que él considera cultural y los intereses sociales de clases. Soy de la opinión que esta división no fue tan clara en la consolidación del populismo gaitanista. Argumentos similares han sido planteados por Sánchez (1992) y Palacios (1971).

18 Ya hace varios años, John J. Johnson (1958), en su clásico estudio sobre los “sectores medios”, dijo que tales grupos sociales podrían ayudar a “superar” el populismo en ciertos países de América Latina. Johnson imaginó que los sectores medios, sólo cuando se convirtieran en una

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Dossier Gráfico 1. Colombia, crecimiento poblacional, 1905-1951

clase media. Esto no fue una contradicción en términos históricos, ni un obstáculo para las prácticas populistas del gaitanismo, ni una consolidación de la ausencia de la clase media, ni una homogeneización de los intereses de clase. Por el contrario, intento mostrar en las siguientes páginas que estas reivindicaciones fueron parte central de los discursos, prácticas y significados que definieron al gaitanismo, no como una utopía de unidad política sino más bien como un distopía social de género y clase.

14.000.000 12.000.000 10.000.000 8.000.000 6.000.000 4.000.000 2.000.000 0

Pueblo trabajador, meritocracia y decencia

1905

1912

1928

1951

Fuentes: Urrutia (1970); Pardo (1972).

Como lo han mostrado varios historiadores, Colombia vivió un rápido crecimiento poblacional, y los cambios demográficos en Bogotá comenzaron a transformar el país rural en uno definido por grandes metrópolis.20 De acuerdo con un estudio reciente, la población urbana en Colombia se duplicó entre 1938 y 1951 (Floréz 2000). Entre 1905 y 1935, la población creció anualmente un 1,25%; entre 1935 y 1964, esta tasa de crecimiento se incrementó a un 2,4%. En 1918, Bogotá tenía aproximadamente 143.000 habitantes, y en 1951, este número aumentó a 645.000. Como lo muestran los gráficos 1 y 2, el crecimiento urbano estuvo acompañado del nacimiento y la dramática expansión del sector de servicios (comercio, sector público y transportes). Esta expansión respondió, primero, a la mayor intervención estatal (creación de entidades gubernamentales como el Banco de la República, la Contraloría General de la República, varios ministerios, bancos, oficinas postales y escuelas) y, segundo, al acentuado declive del sector agrícola entre los años treinta y cincuenta (Abel 1994; Calvo y Saade 2002; Cuervo y Jaramillo 1993; Murray 1997; Pedraza 1999; Sáenz, Saldarriaga y Ospina 1997). Así, tanto la industrialización como la expansión del sector de servicios fueron procesos paralelos que se constituyeron simultáneamente mediante la creación de diferentes significados antagónicos de quién debía trabajar en el sector industrial y quién debía laborar para el Estado y el sector de servicios. Más aún, un buen número de actores sociales empezó a experimentar relaciones laborales definidas no sólo por el capital y el trabajo, sino también por las del sector de servicios (Contraloría General de la República 1942a y 1951).

Gráfico 2. Bogotá, crecimiento poblacional, 1918-1951 700.000 600.000 500.000 400.000 300.000 200.000 100.000 0

1951

1918

Fuentes: Urrutia (1970); Pardo (1972).

Gráfico 3. Crecimiento de población económicamente activa, por sector económico (porcentaje), 1938-1964

Servicios Industria

1964

Agricultura

1951

1938 0

20 Véase Contraloría General de la República (1942a). Véanse también Flórez (2000), Moreno-Viera (1946), Contraloría General de la República (1946).

20

40

60

Fuentes: Contraloría General de la República (1947); Pardo (1972); Urrutia (1970).

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Entonces, y quiero ser claro en este punto, el nacimiento y formación de las identidades de empleados públicos como parte de una clase media no fueron solamente, como podría pensarse, un resultado automático o natural del aumento de puestos de trabajo en el sector industrial y la diversificación del mercado laboral en el sector de servicios durante la primera mitad del siglo XX. El proceso de creación de estas identidades no nació simplemente como una expresión transparente de las cambiantes condiciones estructurales, y mucho menos fue solamente el reflejo de los cambios socioeconómicos del inicio del período moderno. Aunque estos cambios fueron cruciales, el nacimiento de las identidades de clase media dependió de la formación de conceptos de género y clase (entre otros) que ayudaron a moldear las interpretaciones y la inteligibilidad de cambios estructurales, tales como la diversificación del mercado laboral, nuevas condiciones socioeconómicas y de existencia social (urbanización, desruralización, crecimiento poblacional), y, sobre todo, la creación antagónica entre el sector industrial (léase, la fabrica) y el sector de servicios (léase, la oficina) Entonces, el discurso moderno constituyó un sector de servicios –en contraposición a un imaginado sector industrial– como un terreno habitado por un sujeto específico (histórico) con ciertos rasgos y características de clase y género: el empleado.21

1936, 7). En contraste con “aquellos hombres perezosos, irresponsables que trabajaban en las fábricas”, a los empleados se les consideraba con “habilidades para el trabajo mental, con suficiente moralidad, sentido de responsabilidad, buen trabajo, paciencia, razonamiento, lealtad, honestidad y buen espíritu” (República de Colombia 1936, 7). De la misma manera, un estudio publicado por la Contraloría General de la República a principios de los años cuarenta, y “dirigido a [sus] empleados”, configuró una serie de “diferencias masculinas entre los obreros y los empleados”. De acuerdo con el mencionado estudio, el primer rasgo para ser y actuar como un “empleado de verdad, un hombre de los servicios”, era trabajar en una oficina, ya que esto “exalta[ba] las cualidades masculinas, [tales como] habilidad laboral, habilidad mental, independencia y autonomía personal”. Sólo así, advertía el mencionado estudio, los hombres de verdad (i.e., empleados) podrían “diferenciase ampliamente [de] aquellos obreros” (República de Colombia 1936, 7). A pesar de que habrá historiadores que entienden estos discursos como metáforas, es importante advertir que tales ideas mediaron las experiencias que aquellos sujetos sociales vivían cuando intentaban encontrar trabajo en alguna entidad municipal o estatal. Los anuncios de trabajo que aparecían en los clasificados de los periódicos a finales de los años treinta y principios de los cuarenta invitaban a que aquellos que, por las nuevas realidades estructurales, hacían parte de un nuevo mercado laboral, se vieran a sí mismos como parte de un trabajo de oficina y, en consecuencia, pertenecientes a una clase media.

Específicamente, empleadores, empresas de servicios y oficinas gubernamentales de Bogotá establecieron una serie de políticas de personal, requisitos de trabajo y políticas de contratación que crearon un espacio de género en el cual tal empleado, como sujeto sexuado, personalizó al actor histórico que debía laborar en la oficina, en contraposición a un imaginado obrero que debía hacerlo en el sector industrial. En la definición –y formación– de este sujeto, y su concebido espacio laboral, una idea de clase media nació y empezó a tomar forma históricamente. Así, una de las primeras distinciones de género y clase creadas por el sector de servicios fue la diferencia concebida entre el trabajo manual, directamente asociado con los obreros (sector industrial), y el trabajo mental.22 Los empleados del sector de servicios fueron definidos como “aquellos hombres que desarrollan y ejercitan el deseado trabajo mental e intelectual” (República de Colombia

¿Quieres ser diferente, inteligente y ser alguien impor-

tante socialmente? ¿Quieres ganar dinero suficiente

para vivir? Ven, participa y concursa para obtener un trabajo de oficina en una importante empresa de servicios. La vida no es fácil, mide tus conocimientos y obtén

un trabajo que hable bien de ti… dale sentido a tu vida (Sin autor 1941-1943, 23).23

Es en este contexto en el que la campaña política de Gaitán adquiere significado político e histórico. El gaitanismo no fue, como a veces lo pensamos, una creación única de un líder caudillista que casi por naturaleza estaba destinado a producir tales ideas y proyectos políticos de sociedad. Por el contrario, desde que Gaitán (1976) escribió Las ideas socialistas en Colombia, su visión de sociedad hizo parte de un marco discursivo y estructural mucho

21 Aquí no puedo elaborar cómo este proceso también creó otra noción de género y clase: el ángel de oficina. Para ello, véase López (2009). 22 Vale la pena advertir que otros análisis sobre la clase media en América Latina arguyen que la imaginada diferencia entre trabajo mental y trabajo manual fue solamente entendida en términos de clase. Sin embargo, como mostraré más adelante, esta construcción fue también entendida históricamente en términos de género, precisamente porque configuró una serie de diferencias entre hombres (Owensby 1999; Parker 1998).

23 Destacado mío.

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Dossier

más amplio que se venía gestando desde los años treinta como resultado del crecimiento del sector de servicios y la expansión del papel que debía desempeñar el Estado como fuerza política.24 La idea de sociedad que se ve plasmada en los diferentes análisis propuestos por Gaitán era parte de un discurso transnacional, positivista, orgánico y social mucho más amplio. El líder se apropió de él para su proyecto populista, no sólo por sus experiencias internacionales sino como proyecto político para entender ciertos cambios históricos muy importantes que se estaban moldeando desde los años veinte en Colombia.

Tal plataforma política y social planteaba que el sector de servicios y de trabajos estatales no debía pertenecer a la clase obrera, y menos aún a las oligarquías. La primera, aunque central en el proceso de restauración democrática, aún no estaba preparada para un liderazgo político del país nacional. Las segundas, aunque con experiencia política, estaban preocupadas tan sólo por sus “empleos, su mecánica, su poder”, y, además, en total ignorancia de la “salud, la cultura y del bienestar social del país nacional” (Agudelo s. f., 45). Eran, entonces, los hombres de las clases medias, con su esfuerzo personal, su preparación profesional y su continuo trabajo, los que “merecían” trabajar en oficinas, con el Estado y, sobre todo, al servicio del pueblo. Los más aptos –empleados, bien preparados, decentes, vigorosos y varoniles– debían trabajar en tales oficinas estatales para así lograr la socialización del hombre del pueblo, es decir, prepararlo moral, cultural y políticamente para el funcionamiento armónico de los diferentes grupos (células) en el cuerpo social.

Como alcalde, ministro de Educación y luego de Trabajo, y a través de sus campañas radiales y de prensa, Gaitán buscó conectar una noción de democracia política con una económica, que permitiese crear una armonía social entre aquellos que debían trabajar en el sector industrial (es decir, en las fábricas) y aquellos otros que debían cumplir un papel social trabajando para el sector de servicios (es decir, en la oficina). El líder populista, así como empleadores estatales, empresas de servicios y el Estado en general, apelaron a tal distinción para imaginar una sociedad donde el sector de servicios fuera habitado por sujetos específicos, con ciertos rasgos y tareas políticas de clase y género.

Así, desde los años treinta, ciertas distinciones de clase y género empezaron a dividir y jerarquizar la noción de pueblo y de país nacional que se promulgaba como parte de las prácticas populistas. En 1936 y 1939 se discutieron y publicaron normas con respecto a la carrera administrativa de los empleados públicos estatales. Las disposiciones del gobierno municipal, a la cabeza de Gaitán por un breve período, dibujaron cuidadosamente la diferencia entre “aquellos que trabajan en fábricas y aquellos que trabajan en oficinas”. Aquí es clara la visión orgánica de una armonía social donde a cada actor le corresponde un papel social, de acuerdo con sus capacidades laborales, méritos personales y características culturales. Cada actor, decía Gaitán, tenía una función social. Los empleados, como parte de una clase media, merecían trabajar en oficinas estatales, precisamente porque eran considerados “honestos, buenos trabajadores […] hombres de verdad [y] con ganas de triunfar […]”. A manera de justificación de la carrera administrativa, el Ministerio de Trabajo argumentó que esta nueva reglamentación sólo buscaba que el “mérito fuera el único indicador para avanzar” en la burocracia estatal (República de Colombia 1936, 8).26 Este mérito, y así lo promulgaba Gaitán, debía poner a estos empleados de clase media, vistos como decentes, bien preparados y varoniles, al frente de estas tareas estatales que hasta entonces habían sido monopolizadas por unas

Así, la asociación entre empleados y clase media empezó a tomar fuerza social.25 Como proyecto político, entonces, Gaitán forjó su campaña por la restauración moral de la nación y la República mediante la reivindicación social y política de estos empleados de servicios. Durante los años treinta, y particularmente después de la creación de la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria (UNIR), Gaitán pensaba que para crear una nueva sociedad era necesaria la transformación del comportamiento social, político y cultural del “pueblo gaitanista”. Este pueblo debía salir del “atraso” por medio de la educación, la higienización y la preparación política. Con tal proyecto en mente, el líder populista consideró que era ineludible hacer del Estado un ente de gobierno social y al servicio del pueblo. Si las oligarquías inescrupulosas e individualistas habían usado al Estado para sus propios intereses, era necesaria la creación de un ente estatal que tuviera como máxima asistir al pueblo en su quehacer cotidiano.

24 Aquí me apoyo, entre otros estudios, en Braun (1987), Calvo (2004), Osorio (1938) y Sharpless (1978). 25 Ernesto Laclau (1977) y muchos historiadores después de él han argumentado que el populismo surgió precisamente como resultado de la industrialización, y que tal proceso tenía como consecuencia la consolidación de una clase obrera que trabajaba en las fábricas. Como se desprende de mi argumento, el crecimiento del sector de servicios cumplió un papel preponderante en la consolidación del populismo (James 1988).

26 Ver también Hernstand (1939). Aún no se ha escrito una historia del Estado en Colombia desde la participación de empleados y profesionales como parte de la clase media.

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“oligarquías inescrupulosas e individualistas” y, sobre todo, de dudosa masculinidad (el país político), no por mérito o por esfuerzo personal, sino porque “tenían la plata debajo de la almohada” (Hernstand 1939, 45).

masculinos más importantes para distinguir los empleados de los obreros.27 “Un hombre de verdad” (i.e., empleado) era aquel que “apoyaba la familia, se desvivía por encontrar una dedicada y amorosa esposa, y tenía una hermosa parejita de hijos”.28 Es más, el empleado debía actuar con la debida masculinidad no sólo porque tenía que ser el jefe del hogar y el proveedor sino, y quizás más importante, porque los hombres de verdad “disfrutaban el ser buenos padres y esposos” (Contraloría General de la República 1942b, 48-49).29 A diferencia de los obreros –que fueron imaginados como aquellos que “difícilmente podían llevar a cabo tales tareas de un hombre de verdad”, pues, se argumentaba, ellos tendían a “no tener éxito varonil, a hacer las familias infelices”–, los empleados se dedicaban a cultivar su “hombría” y su masculinidad mediante un dedicado interés por la “felicidad familiar” (Contraloría General de la República 1942b, 32). De manera que estas distinciones de clase y género no fueron sólo meros requisitos laborales para trabajar en entidades estatales y de servicios públicos sino también construcciones históricas que moldearon las mayores creaciones discursivas del populismo gaitanista: el pueblo (país nacional) y la oligarquía (el país político).

Por otra parte, estos discursos se tradujeron en disposiciones de ley en los años treinta que también dibujaron distinciones sociales dentro del mismo pueblo o país nacional. Aquí, de nuevo, la meritocracia cumplió un papel preponderante. El equilibrio social y positivista que imaginó Gaitán para la sociedad colombiana incluía crear una sociedad donde cada clase social debía responder a cierto papel político, para así lograr una armonía social. Los diferentes miembros de la sociedad debían ser juzgados no tanto por lo que tuvieran materialmente, sino más bien por el mérito individual, la producción laboral y, sobre todo, su contribución al desarrollo social de la nación. El país nacional o el pueblo no era un grupo homogéneo, como suele pensarse. Más bien, Gaitán compartió discursos que hacían de este país nacional una división, por una parte, entre aquellos que necesitaban superar su condición social de pobres, para así lograr tanto una decencia social como un estatus masculino de trabajadores; y, por otra, aquellos que como clase media lograban tal decencia y masculinidad, precisamente, por el trabajo que les era asignado “naturalmente” en la jerarquía social. En las mencionadas provisiones de ley de 1936 y 1939, por ejemplo, se promulgaba la idea de que a aquellos que querían trabajar para el Estado como empleados y escalar en la carrera administrativa se les pedía cierta “habilidad mental que no [era] común a todas los grupos sociales”. “[S]uficiente moralidad, sentido de responsabilidad, buen trabajo, paciencia, racionamiento, lealtad, honestidad y buen espíritu” eran requisitos para poder actuar como hombres públicos. En este proceso se crearon distinciones de clase y género, donde el sector de servicios fue imaginado como un lugar que debía ser ocupado por hombres de clase media con “habilidad moral, habilidad mental, independencia, [y] autonomía personal” (Contraloría General de la República 1942b, 15-16).

Más aún, estas distinciones de clase dividieron el tal país nacional, por un lado, entre aquellos que necesitaban y debían trabajar en las fábricas, por lo que se consideraba su condición social, moral y cultural; y por otro, aquellos “verdaderos hombres” que por su esfuerzo personal, mérito individual y diferencia cultural se “merecían” un trabajo en el sector de servicios y en las entidades estatales. En el proceso, los empleados eran vistos como aquellos que supuestamente podrían preparar políticamente a los obreros para ser parte del pueblo gaitanista: convertirlos en “hombres de verdad”, en lo que se concebía como buenos padres, trabajadores productivos para el futuro de la nación. Así, el pueblo o el país nacional tomó significado político a través de las jerarquías de clase y distinciones de género, donde el hombre de clase media se imaginaba como el futuro de tal país nacional; no a pesar de ellas.

En este contexto, la defensa moral y política de una familia patriarcal como eje central de la armonía social que Gaitán promulgaba moldeó también estos discursos que intentaban crear diferencias de clase y género dentro del país nacional o el pueblo. Una cuidadosa revisión de una gran cantidad de hojas de vida, así como de estudios laborales de diferentes entidades estatales, sugiere que este sector de servicios construyó la idea del jefe del hogar y proveedor como uno de los rasgos

27 De alrededor de unas 5.000 hojas de vida revisadas para los años 1936 y 1948 en varias oficinas estatales y municipales (Personería de Bogotá, Contraloría General de la República, Banco de la República, entre otras), cerca del 75% de los que obtuvieron un trabajo en el sector de servicios era casados. 28 Archivo Contraloría General de la República. Caja: Selección de personal. Carpeta 2: Políticas de selección de empleados, 32, 1940 (ACGR). Véase también Contraloría General de la República (1942b, 45). 29 Destacado mío.

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Dossier

“También somos parte del pueblo trabajador”

A continuación presento ejemplos con los que pretendo explicar este proceso histórico a través del cual los empleados de los servicios reclamaron una identidad de clase media y, simultáneamente, se pensaron como parte del pueblo gaitanista.

Estos discursos y cambios estructurales fueron los que lograron que la clase media, y en especial los empleados como sujetos sexuados, no sólo vieran en Gaitán un representante de la clase media sino que también articularan el discurso populista/gaitanista como fuente de inspiración política y económica para consolidarse como clase social. Aquellos hombres que empezaron e incrementaron su participación en el sector de servicios (la oficina) vieron en las definiciones del país nacional (el pueblo) y el país político (la oligarquía), o en la distinción del trabajo mental y manual, poderosos referentes de clase y género para, primero, redefinir jerárquicamente quién debía representar el pueblo gaitanista y, segundo, reclamar una identidad política de clase media.

La urbanización, la industrialización y la expansión del sector de servicios, así como los cambios materiales y económicos que trajo la Segunda Guerra Mundial, incrementaron el costo de vida de los colombianos desde finales de los años treinta hasta principios de los cincuenta. Un estudio publicado en 1940, por ejemplo, concluyó que los empleados experimentaban una continua inflación que “amenazaba su condición social”.31 Como lo muestra el gráfico 4, el costo de vida aumentó significativamente durante la Segunda Guerra Mundial y después de ella. Los empleados públicos, a través de sus organizaciones políticas, se quejaron constantemente de que su “salario no era suficiente”. Insistían en que, dada la situación material, eran ellos, y no los obreros, “la clase más sufrida de la sociedad”.32 Ellos veían en el movimiento gaitanista una posibilidad real de lograr un bienestar económico, de acuerdo “a las necesidades de nuestra pobre clase media […] de nuestras obligaciones familiares […] de nuestra atareada vida de empleados públicos”.33 Los empleados públicos, entonces, legitimaron tal reclamo argumentado que ellos, como parte del pueblo, debían ser tenidos en cuenta (ver el gráfico 4).

Vale la pena aclarar que esto no significa que el gaitanismo se constituyó como práctica populista sólo a través de la consolidación de unos intereses de clase media. Tampoco quiero decir que la creación discursiva entre pueblo y oligarquía fue inconsecuente políticamente con el populismo gaitanista. Lo que quiero argüir es que los discursos populistas, en su lógica política por lograr una legitimidad social, permitieron que una variedad de actores (mujeres obreras, mujeres de oficina, empleados, obreros, intelectuales, entre tantos otros) crearan diferentes –pero jerarquizadas– identidades de clase y género de lo que significaba ser parte del pueblo o el país nacional.30 Así, el análisis histórico no se limita a ver si los empleados, como parte de una clase media, fueron el centro de atención del gaitanismo sino, más bien, el significado político y social de las nociones de pueblo o de país nacional, país político u oligarquía. Así, y al contrario de lo que muchos historiadores nos harían creer, sería preferible concluir que las clasificaciones sociales, las nociones populistas de pueblo y oligarquía, no fueron tan sólo datos históricos o descripciones sociológicas ubicados de manera intrínseca (léase, naturalmente) en la esfera de lo social sino –y quizás radicalmente diferentes– poderosas prácticas políticas que configuraron la lucha de clases dentro y fuera del gaitanismo como experiencia populista.

Habrá historiadores que fácilmente vean en estas experiencias la evidencia fehaciente de que los empleados, predestinados a una proletarización, debían someterse a un proceso de purificación de clase para así unir fuerzas con la clase obrera y ofrecer un apoyo incondicional al gaitanismo. Una lectura profunda de estas experiencias, sin embargo, nos permite postular una interpretación algo más complicada. Si bien ellos manifestaron su apoyo político a la causa gaitanista –en sus misivas se definían como “gaitanistas de raca mandaca”–, lo hicieron para consolidar ciertas jerarquías/divisiones de género y clase dentro de lo que se consideraba el pueblo gaitanista.

31 Este estudio, publicado por la Contraloría pero llevado a cabo por los empleados de esta institución, se convirtió en un documento de reclamo político para corroborar la necesidad de beneficiar materialmente a la clase media. Al intentar que fuera un estudio etnográfico, aquellos que planearon dicho estudio, con apoyo estatal, invitaron a los miembros de la institución a escribir en sus libretas de apuntes sus actividades diarias de consumo, recreación y gastos (cfr. Contraloría General de la República 1946).

30 Véanse James (1998 y 2000) y French (1992). Barbara Weinstein (1996 y 2008) ha demostrado cómo las élites paulistas reaccionaron ante la consolidación del populismo varguista. Ella demuestra cómo estas élites intentaron redefinir la clase obrera, y en el proceso se consolidaron como clases en un contexto populista. Para Colombia, véase Sáenz (1992).

32 “Carta a nuestro líder”, 11 de febrero de 1945, Correspondencia enviada, aoscmec. 33 “Carta a nuestro líder”, 11 de febrero de 1945, Correspondencia enviada, aoscmec.

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Gráfico 4. Salarios nominales (en pesos), 1915-1945

empleados públicos tuvieran una capacidad adquisitiva de acuerdo con tal responsabilidad. Argumentaban que para lograr una armonización social entre el país político y el país nacional –es decir, hacer evidente la falta de legitimidad moral y política de la oligarquía como líder del país nacional– era necesaria una remuneración material “adecuada” que premiara “el mérito […] la educación […] la preparación […] el esfuerzo mental”, y no simplemente “el apellido, los privilegios de cuna” o “la palanca política [o] familiar”. Así, al resignificar los discursos populistas de Gaitán, los empleados, como miembros de una clase media, veían a la oligarquía como un otro político deslegitimado para las tareas de gobierno y liderazgo.

400 350 300

Pesos

250 Obreros

200

Empleados

150

Personal directivo

100

1945

1940

1935

1930

1925

1926

1924

1920

0

1915

50

Pero esto no significó, como podría pensarse, que los empleados se quisieran confundir entre los obreros para así hablar políticamente con una voz homogénea en contra de la oligarquía. Por el contrario, la búsqueda de una distinción social dentro del pueblo así imaginado permitió que los empleados se pensaran a sí mismos como “hombres de verdad” que en realidad podrían liderar “legítimamente” a los obreros, que, aunque parte del pueblo gaitanista, aún aparecían como “necesitados” de un liderazgo político, para así lograr la llamada restauración moral del país nacional.

Fuentes: Contraloría General de la República (1946, 57 y 6576); Urrutia (1970, 45-67); Pardo (1972, 45).

En una carta de un “humilde miembro de la burocracia estatal: […] [y] de la olvidada clase media”, un empleado le aseguraba a Gaitán que él, como tantos otros empleados públicos, “también [era] parte del pueblo”. De ese pueblo gaitanista, se lee en la misiva, “trabajador, decente […] [depende] el futuro de la nación […] de ese pueblo gaitanista que representa el progreso de la nación ante todo el mundo”.34 Y, como tal, dicho empleado anónimo reclamaba que los intereses de la clase media –la “clase más sufrida”– debían estar en el centro de las preocupaciones gaitanistas, que se habían enfocado demasiado en la clase obrera. No serviría de mucho, concluía la carta, tener como representación de la nación “sólo a una clase obrera”. Por el contrario, este empleado exigía que fuera la clase media la que pudiera representar “a la parte más ilustrada de la nación […] a las gentes más capaces del pueblo gaitanista”.35

Vale la pena recalcar que en el proceso mismo de apropiación de estos discursos gaitanistas, los empleados buscaron acrecentar las inequidades materiales entre obreros y clase media. No pretendían disminuirlas, como lo han sugerido estudios sobre el populismo. Estas distinciones no fueron simplemente una metáfora o retórica vacía que negaba la consolidación real de la lucha social entre pueblo y oligarquía. Por el contrario, estas creaciones de clase y género cumplieron un papel preponderante en la legitimación de las inequidades materiales entre aquellos que se consideraban clase media y otros que eran clasificados como obreros (Weinstein 2008). Y precisamente porque las distinciones materiales eran mínimas entre obreros y empleados, los segundos practicaron mil y una estrategias para lograr una distinción de clase y género.36

Ellos, a través de sus reclamos políticos, pudieron legitimar tales distinciones precisamente porque, en el discurso gaitanista, la clase media debía cumplir la tarea moral y política de liderar el país nacional en contra del país político (oligarquía). Y, entonces, era necesario que los

Para los empleados, por ejemplo, era “inconcebible” que ellos pudieran tener una capacidad adquisitiva similar a la de los obreros, puesto que aquéllos debían ser, como ejemplo moral de la sociedad, “un padre trabajador […]

34 “Carta abierta”, 4 de marzo de 1942. Correspondencia enviada, aoscmec. En el archivo Gaitán aparece un gran número de cartas de hombres y mujeres de clase media. Ver Archivo del Instituto Colombiano de la Participación Jorge Eliécer Gaitán, en especial, v0014, “adhesiones Bogotá”; “adhesiones Cundinamarca”, v0088. Agradezco inmensamente a W. John Green, que me permitió utilizar sus extensas y cuidadosas copias de estas cartas.

36 De hecho, la mayoría de las cartas escritas a Gaitán por empleados públicos fueron producidas como resultado de un miedo social de “convertirse” en obreros. En tales misivas se lee una preocupación de clase que hace de estas cartas artefactos culturales que reflejan explícitamente ciertos intereses materiales.

35 “Carta abierta”, 4 de marzo de 1942. Correspondencia enviada, aoscmec.

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“Nosotros también somos parte del pueblo”: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948 Ricardo López

Dossier Gráfico 5. Gastos familias de empleados

un padre de familia responsable, preocupado por el bienestar de la familia […] la educación de [sus] hijos […] un trabajador decente […] un ciudadano moralmente capaz […]”.37 En esta legitimación, los obreros, aunque también se les consideraba parte del pueblo, eran caracterizados como “pasivos, débiles, sensibles, dependientes, subordinados, monótonos […] con trabajos de poca importancia en la escala social” y, por esto, de dudosa “hombría”. Esto, según el reclamo de los empleados, hacía de los obreros hombres “merecedores” de una remuneración material inferior, pues aún no estaban preparados para liderar el país nacional.

Salario mensual al servicio 13 %

Correos 1 %

Artículos de tocador 4 % Artículos de limpieza 6 %

Distracciones 8%

Transportes 25 %

En las tantas cartas y diatribas enviadas a Gaitán durante los años cuarenta, los empleados firmantes escribían largas descripciones y recurrían a tratados sociales, y se apoyaban en estudios producidos por oficinas estatales, con el fin de mostrar que la clase media, como parte del pueblo, “merec[ía]” una remuneración de “acuerdo con el trabajo”.38 Estas cartas y diferentes estudios sugieren que los empleados gastaban alrededor de 50% de sus salarios en educación y transporte (ver el gráfico 5).

Periódicos y revistas 8%

Instrucción para los hijos 21 % Jabón para lavar 3 %

Peluquería 6 % Medicina 6 %

Fuente: Contraloría General de la República (1946, 89).

Era necesario mantener un trabajo en el sector de servicios y una educación adecuada para lograr un espacio de género que distinguiera a los empleados como hombres, los posicionara dentro de una superioridad masculina e hiciera visible la diferenciación de clase respecto a las oligarquías y la clase obrera. Eran la educación y el trabajo de oficina los que podrían permitir que se reconstituyeran las jerarquías de clase y la consolidación de una familia patriarcal –con hombres mentalmente preparados, educados, ilustrados, bien remunerados, y, sobre todo, que cumplieran con su rol de padre– como el eje central de lo que Gaitán llamó la armonía social. Los empleados reclamaban que la sociedad como un todo debía ser consciente de que era necesario remunerar mejor a la “clase más sufrida”. O como le preguntaba un empleado de la Contraloría General de la República a Gaitán, en los años cuarenta:

obrero diseñar un edificio […] trabajar en una oficina?

[…] yo creo que vivimos en un mundo al revés. Nuestro trabajo, la mayoría de veces invisible y quizás por eso poco valorado […] ¿Quién lleva a este país adelante?

¿Quién es el responsable de que las cosas funcionen?

¿Quién dignifica a este pueblo mal criado? ¿Le aconseja usted a mis hijos que se conformen con trabajos monó-

tonos, que se embrutezcan en una fábrica? ¿Cree usted que es esto lo que debo hacer como padre de familia?39

De esta manera, los empleados públicos explicaban las condiciones materiales necesarias para que la clase media lograra su papel moral y político dentro del futuro del país nacional. Tener una “sirvienta” representaba, por ejemplo, una distinción necesaria entre aquellos que sólo podían trabajar en las fábricas y aquellos que, por su papel político, necesitaban desarrollar tareas de gobierno. Estudios estatales, así como la información que los empleados escribían en sus cartas y diarios personales, sugieren que, del total del presupuesto familiar, el 13% era dedicado a pagar salarios de mujeres que “ayudaban en los quehaceres de la casa”.40 Luego de extenuantes jornadas de “trabajo intelectual”, se repite en muchas misivas, era sólo “natural” que “la ayuda de una ‘sirvienta’ estuviera disponible y así recargar baterías para

[…] cómo le explico a mis hijos que es el trabajo mental el que lleva una nación adelante […] Yo sé que usted me entiende Dr. Gaitán! […] no quiero desacreditar el papel

tan importante de nuestro obreros […] ¿pero podría un

37 “Carta abierta”, 4 de marzo de 1942. Correspondencia enviada, aoscmec. 38 “La clase mas sufrida”. Correspondencia enviada, 1946, aoscmec. Véase, también, Contraloría General de la República (1942b y 1946). Existen diferencias mínimas entre las descripciones presentadas en las cartas y los datos del estudio publicado por la Contraloría. Como se dijo antes, este estudio se convirtió en un documento de reclamo político.

39 Carta de Miguel Sánchez a Jorge Eliécer Gaitán, 1946, aoscmec. 40 Esto se puede constatar en el gráfico 5 anteriormente expuesto.

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el siguiente día […] bien comido, bien atendido […] para trabajar por el país, el pueblo y la nación”.41

De la misma manera, los empleados se dieron a la tarea de elaborar distintas interpretaciones para definir y, sobre todo, distinguir su masculinidad como “superior” y “respetable”, en creación antagónica con otras clases. Empezaron a diferenciarse delicadamente de los obreros argumentando que “la fuerza bruta, la fuerza física, y la capacidad muscular” no deberían medir “la verdadera hombría”.43 Los manuales de trabajo publicados por los empleados en varias empresas e instituciones del sector de servicios en Bogotá durante las décadas del treinta y el cuarenta muestran claramente las diversas construcciones de género que moldearon la formación de las identidades de clase. A diferencia de los concebidos estándares para definir “la hombría de los obreros”, los empleados se imaginaron a sí mismos como “aquellos que se preocupan por la familia y sus mujeres”.44 Es más, pensaban que para ser un “hombre de verdad” también era necesario saber “tratar a las mujeres […] a los más débiles”. Mauricio Acevedo, un empleado de la Contraloría General de la República, afirmó que para ser y actuar como un hombre de clase media era necesario poseer la habilidad de “proteger, cuidar y ayudar a los más débiles”.45 El ser empleado de clase media significó no guiarse por la “fuerza bruta, o la violencia”, pues éstas eran actividades imaginadas como poco masculinas si no se utilizaban para “proteger al más débil”. Así, “los obreritos” eran “poco hombres”, ya que usaban estas características masculinas sólo para “maltratar y golpear a las mujeres, a los niños y […] a los más débiles”.46 Tal como afirmó Mario Romero, un empleado de la Personería de Bogotá, a principios de los años cuarenta:

Más aún, tanto cartas como investigaciones pretendían dejar en claro que había necesidades materiales que dividían el pueblo gaitanista. La dieta y las prácticas alimenticias eran poderosas justificaciones políticas que se utilizaban para definir la clase media como parte del pueblo. Y, dado que unos se dedicaban al “trabajo manual” mientras que otros se ocupaban en el “trabajo intelectual”, esto requería que la comida que se consumía en la clase media fuera de “mejor calidad […] más costosa […] y con más proteínas”. Así lo exigían empleados durante los años treinta y cuarenta en Bogotá, y otros estudios lo confirmaban: […] las variaciones en la escala social se ven fielmente

reflejadas en las diferencias de las dietas. Si en una

casa hay personas dedicadas a los trabajos intelectuales, la alimentación debe ser con preferencia las

verduras, alimentos bien constituidos, carne, pescado, té y café. Por regla los empleados deben comer

mejor pues ellos se desenvuelven en extenuantes […] pesadas jornadas de trabajo intelectual que exige una muy buena alimentación […] lo que no ocurre con la

clase obrera donde la harina y la grasa pueden satis-

facer la necesidad de […] trabajo manual (García 1942, 347-379). 42

Con estos breves ejemplos podemos ver que los empleados articularon y movilizaron tanto los discursos populistas como aquellos que moldearon las distinciones entre el trabajo industrial y el de los empleados públicos, para constituirse en parte de una clase media del pueblo gaitanista. La oficina se convirtió en un espacio fundacional donde ciertos deseos de consumo, expectativas de género y dificultades materiales de clase eran temas de diaria discusión, en el esfuerzo de entrar en el país nacional como una clase media. Estas preocupaciones estuvieron marcadas por la necesidad de exhibir y visualizar una relación jerárquica respecto a los obreros y obreras imaginados. Diferentes diarios personales y otras fuentes históricas sugieren que tales jerarquías no sólo se referían a la dicotomía pueblo-oligarquía, sino también a lo que se consideraba el pueblo gaitanista, así la oligarquía siguiese siendo vista como el polo político opuesto.

Ser un hombre no es pertenecer al sexo masculino; no

solo es tener músculos, ser fuerte. Ser un verdadero hombre es ser consciente de cómo un verdadero hombre actúa. Ser hombre es ser el creador de un hogar; ser

hombre es encontrar un trabajo decente; ser un hom-

bre es mantener a una familia; ser hombre es darle a la familia pequeños lujos; ser hombre es defender, prote-

ger, cuidar a los más débiles, ser hombre es evadir los actos de cobardía, debilidad, brutalidad […].47

43 ACGR, caja: escritos de empleados, carpeta, 31 “Por qué somos más importantes?”, 12, 1941. 44 ACGR, caja: escritos de empleados, carpeta, 32, 1941. Véase, también, “Empleados de Bogotá, Nosotros” (1934-1937). 45 ACGR, caja: escritos de empleados, carpeta, 32, 35, 1941. 46 ACGR, caja: escritos de empleados, carpeta, 31, “Por qué somos más importantes?”, 12, 1941.

41 Caja Asuntos Personales, Folder: R2, “Las muchachas de servicio”, 32, 1940, ACGR.

47 ACGR, caja: temas de interés general, carpeta, L51, “Nosotros los empleados”, 1, 1942.

42 Véase, también, Contraloría General de la República de Colombia (1946).

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Dossier

Así, en el espacio de la oficina existía una constante preocupación por mostrar las cualidades de género y las distinciones de clase ante una imaginada audiencia. Muchos de los empleados entraban, entonces, en evaluaciones de clase en las que se juzgaban, se criticaban y se calificaban las cualidades morales y materiales, para lograr categorizarse como parte de una clase media, de un “pueblo trabajador, decente, educado [e] ilustrado”.48 Por ejemplo, en diversas oficinas estatales surgieron códigos de vestir que permitían exhibir, entre otras cosas, “quién era quién en el trabajo, cómo te sentías hacia ti mismo y lo que la gente podría pensar de ti […] [pues] la forma de vestir [decía] mucho de tus antecedentes sociales y tus aspiraciones personales”.49 Entonces, se esperaba que los empleados, como representantes del pueblo trabajador, se vistieran

Hoy le he dicho a mi querida amiga Gloria la situación de un hombre en la oficina. Es difícil no darse cuenta de todos los problemas económicos y de dinero que este hombre tiene que enfrentar […] este pobre hombre no

debe saber qué hacer […] Si pudiera le diría que es importante que se vista bien […] es muy importante que se

vista bien cuando venga al trabajo porque es aquí donde la gente lo verá y todos sabemos cómo la gente habla.51

Podríamos decir, entonces, que era necesario imponer sacrificios materiales para así cultivar cierto posicionamiento de clase dentro del pueblo gaitanista. Como lo demuestran el estudio etnográfico realizado por la Contraloría General de la República en 1942, cartas y otros diarios de los empleados, ellos intentaban alcanzar una cierta capacidad adquisitiva que les permitiera una distinción material. Como lo muestran los gráficos 6 y 7, los empleados aumentaban su salario mensual –o lo “arreglaban”, como decían en muchas de sus cartas– en un 14% por medio de una serie de estrategias financieras.52 Acudían, por ejemplo, a casas de empeño, donde, a cambio de algún dinero, dejaban ciertas pertenencias. En algunos casos, recibían ayudas extras de los sindicatos. Además, y sobre todo, recibían préstamos personales e informales de “especuladores” que, aunque necesarios para mantener un presupuesto adecuado de los gastos que la clase media exigía, hacían de los empleados un grupo en una eterna deuda económica. Gómez Picón, un burócrata estatal y empleado público, lo describió en sus memorias durante los años cuarenta.

[…] como hombres de verdad. Con corbata, zapatos bien embetunados y brillantes […] con camisas limpias,

planchadas e impecables […] ellos sólo necesitaban vestirse como empleados.50

Estos códigos del vestir se evaluaban en la rutina de trabajo para mantener una adecuada reputación de género y un debido respeto de clase. Ser de clase media y pertenecer al pueblo gaitanista significaban resaltar estas cualidades, para así poder imaginarse representantes de un país nacional, y, como tales, podrían llevar a la reconstitución moral de la sociedad. En su diario personal, Mariana Álvarez, una mujer de oficina, describió detalladamente una conversación que tuvo con una de sus compañeras de trabajo. Mariana relataba cómo se vestía un empleado de su oficina para concurrir a su rutina laboral. Se percibía, decía Mariana, que el empleado en cuestión no lograba vestirse de manera “adecuada”, ya que no tenía “ni corbata y además su saco [estaba] sucio y tenía un mal olor”. Y si esto no era suficiente, insistía Mariana, los zapatos lucían gastados, lo que hacía pensar que “poco se preocupaba por su apariencia personal […] y [menos aún] por lo que decía la gente”. Aunque ella mostraba cierta comprensión de clase ante la situación del mencionado empleado, ya que se sospechaba la difícil situación económica en la que se encontraba, le era imposible admitir que alguien como él asistiera a la oficina “de tal manera”. Mariana reveló entonces ciertos miedos y preocupaciones:

[…] todos los empleados tienen culebras [deudas], tienen un turco, que les presta, les vende y les ayuda […] El día de los pagos, seguro el turco estaba allá haciendo sus cobros.

Si no nos endeudamos, dice el empleado, no tenemos

nada. Los clubes, los vestidos, la ropa interior, el calzado, en fin […] se puede surtir solo a través de las deu-

das […] [para hacerse diferente] de las gentes del pueblo.

Los empleados soportamos las deudas porque ellas nos visten bien, nos dan caché […] (Gómez 1941, 27).

Era imperativo, como lo dijo Mariana y lo ratificaba Gómez Picón, ir al lugar de trabajo bien vestido, para impedir cualquier “confusión de empleados con obreros [...] de los que trabajan en fábricas [...] de los que trabajan en oficinas”, de los que, podríamos agregar, están destinados a servir intelectualmente en tareas estatales y aquellos que, por su concebida condición social, debían

48 Caja: estudios de personal, fólder: L78, “Nosotros los empleados y el trabajo”, ACGR. 49 Caja: estudios de personal, fólder: L78, “Nosotros los empleados y el trabajo”, ACGR.

51 Caja: notificaciones, carpeta, L2, “Empleados y el trabajo” y diarios personales, 47, ACGR.

50 Caja: estudios de personal, fólder: L78, “Nosotros los empleados y el trabajo”, ACGR, 32.

52 Caja: notificaciones, carpeta, L2, “Empleados y el trabajo” y diarios personales, 11, ACGR.

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Gráfico 6. Ingresos de empleados, 1942

pantalones [...] [con] manos, uñas y cabeza muy limpias”. Es más, concluía Ramírez invocando a Gaitán, era necesario superar el “retraso cultural [...] social y moral [...] [tocaba] dejar las alpargatas, la ruana y la suciedad en el pasado” (Ramírez s. f., 32). Además, los empleados pensaban que esa buena forma de vestir era el requisito para trabajar en las oficinas, representar la modernidad y, sobre todo, calificarse a ellos mismos como aquellos que podían promulgar la educación moral y política que la clase trabajadora necesitaba para lograr representar, al fin, el pueblo gaitanista.

Fuentes extras 14 %

Estos deseos, hábitos, expectativas y problemas fueron las herramientas para cultivar constantemente identificaciones de género y clase. Los empleados manipularon estas ideas para imaginar al pueblo gaitanista como un espacio jerárquico en el cual ellos podrían ser ubicados lejos de “esos obreros”, quienes, aunque parte del país nacional, debían estar en una relación de inferioridad antagónica respecto de aquellos que eran categorizados como empleados. En el proceso de crear esta identificación de clase media, los empleados establecieron un otro distanciado pero constitutivo que les permitió ubicarse como miembros de una clase media y, simultáneamente, identificarse como los baluartes de la transformación moral del pueblo trabajador, como representantes del pueblo gaitanista. Así, los empleados se pensaron a sí mismos como los líderes del pueblo –y por eso, merecedores de una mejor remuneración–, mientras que los obreros debían aparecer como aquellos a los que les correspondía ser liderados en los procesos de consolidación de una nueva república democrática.

Salario 86 %

Fuente: Contraloría General de la República (1946, 85). Gráfico 7. Fuentes de ingresos extras Clases 3 % Sin especificar 15 % Empeños 22 %

Préstamos informales 34 %

Arriendo de alcoba 26 %

Esta constitución política no estuvo en contradicción con el discurso populista del gaitanismo ni menos aún al margen de él. El arraigo social del populismo durante los años treinta y cuarenta, y la formación histórica de la clase media no fueron, como nos lo haría creer la mayoría de los estudios recientes, un oxímoron histórico. Todo lo contrario, la clase media, en su campaña política por consolidarse como clase social –material y culturalmente–, dependió de las nociones de pueblo gaitanista (país nacional) y oligarquía (país político). Resignificando tales nociones, los empleados se pensaron como hombres que pertenecían al pueblo gaitanista, a través de un proceso que consolidó una distinción social que los situaba en una posición jerárquica respecto de aquellos que definieron como obreros y la oligarquía. Y tales distinciones jerárquicas no fueron simplemente una retórica vacía, o una abstracción social que impidió la formación de un proyecto político de clase media. Por un lado, ellos reivindicaron su pertenencia al pueblo gai-

Fuente: Contraloría General de la República (1946, 89).

pertenecer al país nacional como obreros o trabajadores de fábrica (Gómez 1941, 32). En otro diario personal, Pedro Ramírez describió cómo un empleado debería mantener ciertas diferencias con los obreros, especialmente en la manera de vestirse. Aún más, estas diferencias lograrían ciertas distinciones masculinas. Según Pedro, los obreros eran aquellos que lucían “una barba larga, [tenían] el cabello sucio y una ropa que dejaba mucho que desear”, mientras que los empleados como él se distinguían por “un buen vestir, con unos zapatos resplandecientes, con una camisa que combinaba bien [con sus]

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Dossier

tanista imaginando a la clase obrera como pobremente educada, bastante indecente, poco varonil y destinada a trabajos manuales, por lo que se concebía como una “natural” falta de habilidad mental. Más aún, los obreros debían ser liderados por aquellos empleados que tenían la preparación adecuada para la restauración moral de la nación. Y estas creaciones legitimaron la supuesta necesidad de ampliar las inequidades materiales entre obreros y empleados. Por el otro, e igualmente importante, los empleados también reclamaron su pertenencia al pueblo gaitanista representando a las oligarquías como corruptas, inescrupulosas, individualistas, poco hombres y, por lo tanto, de dudosa preparación para las tareas estatales de liderazgo y gobierno. En este caso, estos empleados pensaron que la educación –y no la riqueza material que se justificaba en relación con los obreros– era la fuente legítima de estatus, conocimiento, diferencia social, superioridad masculina, preponderancia intelectual y prestigio moral. Así, la clase obrera y las oligarquías no fueron simplemente grupos diferentes con los cuales la clase media podría o no lograr alianzas políticas, uniéndose a un pueblo para luchar unificadamente contra las oligarquías o aliándose con éstas en contra del pueblo. Estas nociones fueron más bien poderosas creaciones discursivas, y no por ello menos reales, que ciertos actores sociales pusieron en práctica para definirse como clase media y, simultáneamente, reclamar un lugar en el pueblo gaitanista.

Además, el interés por la clase media como tema de investigación va mucho más allá de una legitimación historiográfica. Sin duda, el estudio histórico de la clase media no ha estado en el centro de las pesquisas históricas o antropológicas. Sin embargo, no es coincidencia que con la (nueva) empresa imperial de Estados Unidos, intelectuales, políticos y representantes de organizaciones internacionales hayan abogado, una vez más, por la creación y consolidación de lo que llaman una “clase media global”.53 Resucitando ideas centrales de las teorías modernizantes de los años cincuenta, estos estudios proponen “un consenso de clase media”, para así lograr superar “inequidades sociales, peligros políticos”, y la distribución desigual de la riqueza mundial (Banco Interamericano de Desarrollo 2006, 4). En otras palabras, se dice que cuando todas las “sociedades del mundo” promuevan la creación de una clase media, el neoliberalismo será inmune a cualquier cuestionamiento. Más aún, la creación de una “clase media global” lograría superar los “efectos negativos de la globalización”, precisamente porque ayudaría a regular las economías de los diferentes Estados/nación, además de disciplinar el “desarrollo democrático” a escala mundial (Banco Interamericano de Desarrollo 2006, 7).54 Soy de la opinión de que la tarea más importante debería ser alguna forma de rechazo a las posibilidades de dejarse seducir por la fácil normalización de una “clase media global”, que aparece con una fundación trascendental para crear una sociedad global posclase, es decir, una sociedad con una sola clase, la clase media. En vez de continuar preguntándonos si una clase media puede traer “soluciones democráticas” a los problemas globales, los estudios históricos y antropológicos deberían cuestionar la pregunta política para la cual la creación de una “clase media global” aparece como respuesta natural e infalible. Más aún, deberíamos preguntarnos: ¿cuál ha sido el proceso histórico que ha hecho que la clase media –como idea y como práctica política– sea entendida como una de las mayores manifestaciones de las democracias modernas durante el siglo XX? ¿Cuáles han sido las condiciones históricas y las racionalidades políticas que nos han enseñado a pensar la clase media como la medida “correcta” para categorizar lo que es una sociedad “democrática y antidemocrática” a escala mundial? ¿Qué significa vivir en una democracia centrada en la clase media? Al tratar de responder estas preguntas, historiadores y científicos sociales

Conclusión Por ser sólo parte de una investigación más amplia, este artículo invita a pensar varios interrogantes. Es imperativo, por ejemplo, continuar las indagaciones históricas sobre la formación histórica de la clase media en América Latina. Aunque ya hay investigaciones, es necesario profundizar en análisis históricos de la participación y formación política de otros grupos que fueron considerados –y se consideraron– clase media, y su papel en la consolidación de las políticas imperialistas de Estados Unidos, en la creación de movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios durante la segunda mitad del siglo XX. La tarea debería ser, no tanto la participación de estos actores en ciertos procesos históricos, sino más bien una relectura crítica de cómo entender históricamente los sistemas de dominación y las relaciones de poder. De manera que, para descifrar las historias de la clase media, es fundamental estudiarla como construcción social, política y económica, es decir, sin aislarla de las luchas por el poder que caracterizaron el siglo XX en América Latina.

53 Entre muchos otros, véase Mead y Schwenninger (2003). Me es imposible citar adecuadamente toda la producción bibliográfica y visual, a propósito de la importancia de una clase media global; véanse, entre otros, los estudios del Banco Interamericano de Desarrollo (2006). 54 Ver también Davies (2004).

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Desafíos conceptuales para la Política de Protección Social frente a la pobreza en Colombia* por Andrea Lampis** Fecha de recepción: 26 de febrero de 2010 Fecha de aceptación: 15 de diciembre de 2010 Fecha de modificación: 8 de marzo de 2011

RESUMEN Diez años después de la declaración de “guerra contra la pobreza”, la persistencia de la pobreza y de la vulnerabilidad frente a las crisis financieras y ambientales, junto con la profundización de la desigualdad en la distribución del ingreso y del acceso a recursos, se constituyen en los tres hitos que marcan de manera significativa la herencia que recibimos de la década 2000-2010 en cuanto a los desafíos para la protección social. Estos hitos son aún más significativos cuando se considera que el concepto de “manejo social del riesgo”, alrededor del cual se articuló el modelo de protección social impulsado a escala planetaria durante la década pasada, fue acompañado en su implementación de la promesa de la transformación del riesgo en un asunto de política social, o sea un tema sujeto a la planeación, la previsión y la gestión, y ya no más un factor relacionado con la incertidumbre característica de un mundo incierto e interconectado. La persistencia de los efectos sociales de crisis similares a las de finales de los noventa representa un llamado hacia el reexamen del enfoque de protección social centrado en el manejo social del riesgo. Este artículo propone un análisis que, partiendo desde 1999, año de publicación del artículo de Holzmann y Jorgensen sobre el “manejo social del riesgo”, discute su herencia y, en particular, el progresivo surgimiento de una reflexión que enmarca la protección social dentro de enfoques de política social basados en los activos y en los derechos. A lo largo de su corta trayectoria, el trabajo presenta tres desafíos conceptuales: la inclusión en la reflexión sobre protección social de una preocupación transformadora de las estructuras y determinantes de la pobreza y la exclusión; el fracaso de las políticas de subsidios monetarios condicionados frente al reto de una salida de la pobreza sostenible a lo largo del tiempo, y la falta de una política integral para garantizar a las familias una vida más segura y protegida. En este camino, el trabajo se encuentra casi necesariamente con el enfoque de capacidades y ampliación de la libertad que se relaciona con el concepto de “libertad para” (lograr/ser libre) e investiga la necesidad de desarrollar el concepto de “libertad desde” (eventos de vida críticos o impactos) que impliquen la profundización de la inseguridad.

PALABRAS CLAVE Protección social, manejo social del riesgo, vulnerabilidad, seguridad, “libertad para”, “libertad desde”.

Social Protection Policy for Poverty Reduction in Colombia: Conceptual Challenges ABSTRACT Ten years after the “war against poverty,” the persistence of poverty and vulnerability in the face of financial and environmental crises, as well as the growing inequality of income and resource access, represent the challenges inherited from the 2000-2010 decade in terms of social protection. These challenges are even more significant when one considers that the concept of ‘social risk management,’ around which the model of social protection on a global scale was articulated over the past decade, was initiated alongside the promise of transforming risk into a socio-political issue, or, in other words, a topic of planning, prevention, and management and no longer a factor related to uncertainty characteristic of an uncertain and interconnected world. The continuing social effects of similar crises at the end of the 1990s represent a call to reexamine the risk management focus of social protection. This article discusses the legacy of Holzmann and Jorgensen’s seminal paper from 1999 on ‘social risk

*

Este artículo es el fruto de la labor desarrollada como profesor del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo (CIDER) y coordinador de la serie de seminarios de Debates de Coyuntura, titulada “Una Vida Segura y Protegida: La Protección Social entre Asistencia y Exclusión”, llevada a cabo entre octubre de 2010 y junio de 2011 en la Universidad de los Andes en alianza con Bogotá Cómo Vamos y la oficina de la CEPAL en Colombia. ** Ph.D. en Política Social, London School of Economics and Political Science, Inglaterra. Consultor Senior del Departamento Nacional de Planeación de Colombia, Subdirección de Desarrollo Ambiental Sostenible. Correo electrónico: alampis65@gmail.com

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management’ in the face of newer ideas on social protection emphasizing the centrality of assets and rights. It presents three conceptual challenges: considering how to transform the structure and causes of poverty and exclusion; the failure of conditional cash transfer approaches to sustainably reduce poverty; and the lack of a national policy to guarantee families secure and protected lives. The paper necessarily addresses the concepts of capabilities and of extending the freedom related to “freedom for” (achieve freedom/be free). It also explores the need to develop the concept of “freedom from” (critical events) that implies a deepening of insecurity.

KEY WORDS Social Protection, Social Risk Management, Vulnerability, Security, “Freedom for”, “Freedom from”.

Desafios conceituais para a Política de Proteção Social contra a pobreza na Colômbia RESUMO Dez anos após a declaração da “guerra contra a pobreza”, a persistência da pobreza e da vulnerabilidade diante das crises financeiras e ambientais, junto com o agravamento das desigualdades na distribuição de renda e acesso aos recursos, são as três etapas que marcam uma significativa herança que recebemos do decênio 2000-2010 como os desafios para a proteção social. Estes marcos são ainda mais significativos quando se considera que o conceito de “social de gestão de risco”, em torno do qual articulou o modelo de proteção social impulsionado à escala global durante a última década, a sua implementação foi acompanhada pela promessa de transformação do risco em uma questão de política social, ou seja, uma questão de previsão, planejamento e gestão, e não mais um fator relacionado com a incerteza, característica de um mundo incerto e interligado. A persistência dos efeitos sociais das crises semelhantes às do final dos anos noventa representa uma chamada para a revisão da abordagem da protecção social focada em gestão de risco social. Este artigo propõe uma análise que, a partir de 1999, ano da publicação do artigo e Holzmann Jorgensen na “gestão de risco social”, discute a sua herança e, em particular, o surgimento progressivo de uma reflexão que delimita a proteção social dentro de abordagens de política social baseadas nos ativos e nos direitos.. Ao longo de sua curta carreira, o trabalho apresenta três desafios conceituais: a inclusão no debate sobre a proteção social de uma preocupação de transformar a estrutura e os determinantes da pobreza e da exclusão, o fracasso das políticas de subsídios de renda condicionada diante do desafio de uma saída sustentável da pobreza ao longo do tempo, e a falta de uma política global para garantir às famílias uma vida segura e protegida. Desta forma, o trabalho se encontra quase necessariamente com a abordagem de capacidades e a ampliação da liberdade que se relaciona com o conceito de “liberdade para” (conseguir/ser livre) e pesquisa a necessidade de desenvolver o conceito de “liberdade de” (eventos de vida críticos ou impactos) que impliquem o aprofundamento da insegurança.

PALAVRAS CHAVE Proteção social, gestão de risco social, vulnerabilidade, segurança, “liberdade”, “liberdade de”.

A

desigualdades entre países y, en estos mismos, entre grupos sociales (Cornia 2004; Greig, Hulme y Turner 2011). Un recurrente negativo registra también el acceso al empleo en relación con el impacto directo del ciclo económico negativo (Navarro 2009). Sin embargo, si la protección social debe amparar sobre todo a los más vulnerables, la persistencia de la pobreza extrema, aun tan sólo relacionada con el ingreso, tanto en el ámbito internacional (CPRC 2005)1 como nacional, resulta central como justificación para la reflexión propuesta en este artículo. Según

finales de 2010 se cumplió una década marcada por esfuerzos concertados globalmente hacia la erradicación de la pobreza extrema. Allí donde la década se abría con el reconocimiento de la necesidad de amortiguar los efectos negativos de la globalización (Rodrik 2002), se cerraba dejándonos una herencia poco alentadora. Un conjunto de tendencias negativas marcan el final de la década 2000-2010: la pobreza desde una perspectiva multidimensional y la inequidad se han profundizado (Ocampo y Franco 2000; Cepal 2009), así como las agudas

1

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Según el reporte del Chronic Poverty Research Centre (CPRC), en América Latina los grupos en situación de pobreza crónica tienden a ser indígenas o afrodescendientes, y la región da cuenta del 5% del total de personas en pobreza crónica.


Desafíos conceptuales para la Política de Protección Social frente a la pobreza en Colombia Andrea Lampis

Otras Voces

lo planteado por el Plan Nacional de Desarrollo 2010-2014, “(e)n 2009 el porcentaje de población pobre por carencias de ingresos en Colombia fue del 45,5% y el de pobreza extrema fue de 16,4%” (DNP 2011, 335). El 2 de marzo de 2011, en la presentación pública del Plan Nacional de Desarrollo en la biblioteca Luis Ángel Arango, el director del Departamento Nacional de Planeación (DNP), Hernando José Gómez, afirmó que debemos admitir que hemos fracasado frente a la pobreza extrema. Tres días después, el 5 de marzo, en La Silla Vacía,2 reiteró estos conceptos aseverando que más del 50% de la gente pobre no está cubierta por el programa Familias en Acción (FA). Este enorme problema de la persistencia de la pobreza, sobre todo en su forma extrema, se constituye en uno de los principales retos para la protección social en el país.

El comienzo de la década pasada (2000-2010) estuvo marcado por la consagración de un enfoque de análisis del desarrollo centrado en la importancia de la agencia y de las libertades fundamentales de las personas. La asignación del Premio Nobel de Economía a Amartya Sen en 1998 y la publicación de Desarrollo y libertad el año siguiente (Sen 1999) representaron hitos fundamentales para afianzar el planteamiento que respalda la necesidad de una transformación en el paradigma dominante del desarrollo, desde la centralidad del crecimiento hasta un enfoque centrado en la persona.5 Si el debate sobre el modelo de desarrollo ha sido relativamente amplio en Colombia, y cuanto menos ha permeado la academia, menos extendido ha sido el debate sobre los retos conceptuales de la protección social que se ha concentrado en los aspectos técnicos de la focalización, dejando un vacío en cuanto a la reflexión sobre las cuestiones de fondo.

Este artículo tiene como objetivo analizar la delicada trama conceptual que se oculta tras este fracaso de política social: la inclusión de una reflexión sobre el papel transformador de la política de protección social (y de la política pública), la inefectividad o hasta el fracaso de las políticas de focalización frente al reto de la superación de la pobreza extrema y la ausencia de un planteamiento sólido acerca de la integración social de las familias a los beneficios, si no de la globalización, por lo menos de una vida segura y protegida desde una perspectiva integral. En términos amplios, estos elementos ofrecen una oportunidad interesante para valorar, primero, cuáles han sido los logros en cuanto a reducción de la pobreza y, segundo, cuáles los avances y las transformaciones sociales de largo aliento. Un tema que hoy en día ocupa la atención tanto de la comunidad académica como de las agencias de cooperación.3 Más específicamente, este artículo se concentra en analizar cuáles han sido los aportes de ideas como el “manejo social del riesgo”, que animaron el comienzo de la década pasada, y cuál es el potencial de las que han animado su cierre y están animando los comienzos de la presente, en relación con los desafíos de la protección social frente a la pobreza.4

2

Entrevista disponible en: http://www.lasillavacia.com/historia/ en-este-pais-tenemos-que-caber-todos-mamos-y-mineros-entrevista-con-hernando-jose-gomez-222 . Consultado por última vez el 7 de marzo de 2011.

3

La conferencia organizada por el Chronic Poverty Research Centre (CPRC) de la Universidad de Manchester sobre “Ten Years of ‘War against Poverty’: What Have We Learned since 2000 and what Should We Do 2010-2020?”, así como la ronda de encuentros de Naciones Unidas para la revisión de los logros en relación con los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), ya marcan la agenda del debate internacional venidero.

4

En su primera parte, el artículo analiza las principales etapas en la historia de las ideas sobre los sistemas de protección social. Esta sección se cierra con una reflexión acerca de los retos planteados por la inclusión de las personas y de sus derechos en una política de protección social transformada a la luz de los retos contemporáneos, y de un enfoque de políticas basado en derechos. Este análisis permite una aproximación a la magnitud de los desafíos conceptuales que Colombia enfrenta en cuanto a apertura institucional hacia debates que, si bien posiblemente incómodos desde lo político, resultan impostergables por lo menos académicamente, y para la construcción de las políticas sociales, pues hacen parte de la contemporaneidad latinoamericana del siglo XXI. La segunda parte del trabajo se concentra en el análisis de las limitaciones del enfoque del Manejo Social del Riesgo (MSR). El argumento central en esta sección es que el MSR contiene los elementos filosóficos de los programas de subsidios condicionados, como Familias en Acción (FA). Su papel es central en todos los enfoques de política de protección social oficiales frente a la pobreza y, en particular, la pobreza extrema de nuestra última década. Esta centralidad se encuentra en la raíz de los vacíos conceptuales que caracterizan el proceso de redefinición de la protección social en Colombia frente a los desafíos que plantean las corrientes de pensamiento sobre capacidades, derechos humanos y derechos al desarrollo e inclusión integral de las familias. La tercera parte analiza, siempre desde un lente conceptual, tres desafíos específicos.

y duradero (CIP-CI 2009; Davies 2009). Este artículo no pretende llevar a cabo una evaluación del cumplimiento de sus metas cuantitativas. 5

Si bien hay acuerdo sobre la importancia de las políticas de subsidios condicionados para ayudar a las familias, la cuestión que más ronda el debate es si éstas producen alguna transformación de carácter sostenido

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El aporte de Ul Haq en esta construcción de un paradigma del desarrollo fundamentado en la centralidad de la persona ha sido reconocido por autoridades en el campo como Gasper.


Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 107-121.

La protección social para la superación de la pobreza a través de la historia del desarrollo

del acceso a la educación, así como la provisión de servicios y subsidios para quienes estuvieran en condición de desventaja social, los desempleados, los ancianos y la mujer; para esta última, con limitaciones conceptuales que no superaban el horizonte de la función reproductiva. En la década de los cincuenta, también en los países en vía de desarrollo, la política social presenta la tendencia a ser identificada con la intervención directa de los gobiernos en conjunto, con la convicción de que la planeación centralizada estimularía la modernización y el crecimiento a través de la industrialización basada en los centros urbanos como generadores de empleo y riqueza. La centralidad del crecimiento económico, acompañada de la idea de la progresiva expansión de sus beneficios a la mayoría de la población, lleva a considerar el gasto social como algo no prioritario, y a la afirmación de un enfoque residual acerca del bienestar social. Este modelo mostró sus limitaciones al no lograr la mejora de los estándares de vida y del bienestar material, debido a una implementación caracterizada por bajas coberturas, inversión puntual y ausencia de una planeación orientada a la solución de los problemas a escala nacional. En particular, hizo que se hicieran evidentes las graves limitaciones presentadas por un enfoque caracterizado por intervenciones cuyo alcance no superó la escala local, la puntualidad temporal y la limitación en la cobertura espacial y, por ende, poblacional.

Un recorrido por las etapas que marcan los cambios de perspectiva en los enfoques dominantes sobre la protección social en los países de África, Asia y América Latina a partir del siglo XX permite identificar dos grandes dilemas complementarios. El primero concierne a la validez y utilidad del modelo occidental para los países con diferentes características históricas, institucionales, políticas, económicas, sociales, ambientales y culturales. El segundo, que surge de la persistencia de la pobreza masiva, es la ampliación de las brechas de desigualdad y el fracaso del modelo occidental en la promoción del bienestar material. Como lo resume eficazmente la Cepal (2006), los retos que implica conjugar un horizonte ético de inclusión universal en los derechos sociales con opciones viables para avanzar hacia el logro de su titularidad en sociedades caracterizadas por una alta inequidad y escasez relativa de recursos se deben a la herencia histórica de la centralidad del desarrollo económico en el modelo político. Hall y Midgley (2004) argumentan que las concepciones de la política social han variado de acuerdo con las prioridades históricas y las ideas dominantes acerca de las causas de los problemas sociales y de lo que se percibió en cada momento como el conjunto de soluciones más apropiadas. Así, en los primeros veinte años del siglo pasado, en el marco de una identificación de la política social aplicada con la intervención gubernamental y la provisión de servicios sociales, el paradigma dominante se centraba en una intervención mínima del Estado a favor de las necesidades inmediatas de los pobres y de aquellos en situaciones de privación extrema.

La necesidad de responder a esta creciente demanda de servicios llevó a otro cambio de enfoque, conocido como “incremental”, basado en la ampliación progresiva de los servicios y marcado por acciones sujetas a los intereses de tipo electoral de los gobernantes. En los años ochenta, el modelo del Welfare State se enfrentó al ataque cruzado de la Nueva Derecha, inspirada en los planteamientos de Friedman y Freidman (1980). La viabilidad financiera del Welfare State y sus contradicciones internas respecto al fomento de una subclase dependiente de los subsidios y beneficios estatales encontraron un terreno político fértil en los grupos económicos fortalecidos por la revolución tecnológica e informática, piezas éstas de importancia fundamental para menguar el poder de los sindicatos en el marco de los procesos de contratación política. La ideología del libre mercado se trasladó a los países en vía de desarrollo bajo el Consenso de Washington, fijándose así las medidas necesarias para levantar a esas economías de la crisis de la deuda: fuerte reducción del rol del Estado, en aras de crear los incentivos para la inversión extranjera y la exportación. La respuesta al impacto social generado por estas medidas en cuanto a la declinación de los indicadores sociales (Cornia, Jolly y Stewart 1987) ha sido una profundización del enfoque minimalista

Un primer cambio de época se produce principalmente en la Europa de la segunda posguerra, en razón de la combinación entre la influencia keynesiana y los avances en temas de derechos humanos impulsados por la reflexión sobre los horrores de la Segunda Guerra Mundial. La Convención de las Naciones Unidas de 1945 hizo énfasis en la necesidad de identificar un abanico comprensivo de derechos civiles, políticos, económicos y sociales para todas las personas. Su aceptación como un principio normativo universal por parte de los gobiernos es uno de los factores históricamente más importantes que conlleva la afirmación del modelo del Welfare State (Estado de bienestar). Éste se centró en la intervención de los gobiernos en la financiación de los servicios para la atención en salud, la provisión de vivienda, la ampliación

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de la asistencia social por medio de safety nets, tanto en el mundo (World Bank 2000) como en Colombia (World Bank 2002), cuyo principal problema ha sido el de dejar inalterados los graves problemas sociales relacionados con la seguridad humana, la desigualdad de oportunidades y medios, y el acceso a la calidad de vida para la mayoría de los grupos sociales.

mada 1996), generan una nueva división internacional del trabajo (Leimgruber 2004) y una profunda reforma de las estructuras estatales, son los convidados de piedra a un banquete donde las preocupaciones políticas relacionadas con la muestra de cobertura y las financieras centradas en mostrar inversión y garantizar equilibrios macroeconómicos (Salama 2006) cumplen el papel de invitados de honor. Es así que termina simplemente por no darse en el país un debate amplio, donde, por un lado, se podría discutir la finalidad del desarrollo y, por el otro, la utilidad de largo plazo de una concepción de corto alcance sobre la protección social centrada en la asistencia y el aseguramiento. El reporte de las Naciones Unidas sobre la Situación Social Mundial de 2010 afirma que la creación de trabajo productivo y decente ha fracasado en recibir la atención merecida, mientras que la erosión de los estándares laborales en el marco de los programas de liberalización económica ha sido perdonada y hasta promovida en nombre de un supuesto: que el crecimiento económico generaría más empleo, y, mientras tanto, los mercados de trabajo quedarían flexibles (United Nations 2009, 4-5).

El reto de la inclusión: protección y derechos en las políticas sociales Transcurridos once años del nuevo milenio, el debate sobre la protección social tiene un horizonte de más amplio alcance que a lo largo de toda la historia del desarrollo y trasciende las fronteras de los debates sectoriales y temáticos sobre gasto social, seguridad social, pobreza, y la factibilidad de su conjugación con el crecimiento económico, que han caracterizado las décadas entre los setenta y los noventa. Sin embargo, si bien en el país se ha hecho presente un núcleo de reflexión acerca de las implicaciones de las políticas sociales de enfrentamiento y no sólo de manejo (gestión) social del riesgo (Misión Social 2002) en relación con la calidad de vida y el desarrollo humano,6 este conjunto de aportes no ha logrado posicionarse como uno de los ejes centrales del marco conceptual sobre el cual reposa la reformulación de la protección social en el país. Ésta sigue supeditada a los temas de la focalización del gasto social, de la regulación tributaria y de la eficiencia económica, así la Constitución de 1991 haya consagrado un Estado Social de Derecho.

Se esquiva el tema de una protección social transformadora en cuanto a poder de acumulación de activos y recursos para la libertad de elección en la vida de todas las personas, de garantía de derechos mínimos y de largo alcance en cuanto a reflexión sobre lo colectivo. Allí donde se une la perspectiva que considera la redistribución de las oportunidades y de la riqueza podría hacerse hincapié en el papel de los actores institucionales y del mercado en la generación de bienes, servicios y derechos colectivos como centros gravitacionales de un sistema posible y, por cierto, todavía en construcción, pero el impulso se convierte en letra muerta antes de nacer frente a planteamientos tales como los del Plan Nacional de Desarrollo (PND) 2010-2014, donde el alcance de la lucha contra la pobreza extrema es la graduación de 350.000 familias. Metas que se acoplan mal a unos horizontes que, hace escasamente tres años, seguían siendo mucho más ambiciosos, con cifras de 1,5 millones de familias que –se anunciaba– ya iban para su “graduación” de la pobreza extrema (Rentería 2008). Frente a los aproximadamente ocho millones de pobres extremos, la meta de 350.000 familias, si bien por supuesto deseable, es insuficiente y poco creíble ante la ausencia de criterios claros para determinar la así definida graduación, que sigue sin tener ningún parámetro, ni un umbral, ni una metodología precisa para su logro;7 o ante la ausencia de trans-

Parecería que para la institucionalidad del país no hubiese existido nunca el telón de fondo contra el cual se perfila la reflexión contemporánea acerca de las implicaciones del proceso de globalización y el futuro de la protección social. Los planteamientos de Beck (1992) acerca de la sociedad del riesgo, la pérdida de las viejas seguridades y certezas relacionadas con la afirmación de la nueva economía y de la sociedad red (Castells 1997), así como los procesos históricos que, como el ajuste estructural (Ahu-

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Entre los aportes más destacados en esta dirección cabe resaltar los siguientes: la labor del Centro de Investigación sobre Desarrollo (CID) de la Universidad Nacional; del Programa Nacional para el Desarrollo Humano (PNDH) en el Departamento Nacional de Planeación (DNP); las investigaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), así como las de la Contraloría General de la Nación y de autores como Luis Jorge Garay y Jorge Iván González, entre otros; en ámbitos regionales y urbanos, los trabajos de los Informes Regionales sobre Desarrollo Humano y el trabajo mismo del Informe sobre Desarrollo Humano de Bogotá y, finalmente la apertura reciente de un espacio para esta reflexión en el Cider de la Universidad de los Andes por los colegas Mauricio Uribe y Andrés Hernández.

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El Plan Nacional de Desarrollo, en el Anexo IV.B.1-5, en la página 45, especifica: “Se entiende por familias graduadas aquellas que cumplan con las condiciones de salida que se implementarán en la Red de


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formaciones socioeconómicas profundas como las que devolverían a las personas la oportunidad de ver garantizados derechos relacionados con el trabajo, la educación y la salud. Hasta en el último PND del presidente Santos, la tensión entre un paradigma fundamentado en la ética y centrado en el interrogante acerca de los derechos de agencia –en aras de lograr un mayor bienestar y, por lo tanto, la centralidad del ser humano y de la persona– no se disuelve sino que se fortalece, de cara al fuerte énfasis en los negocios, en la productividad de las empresas y la competitividad. Los derechos de las personas siguen desafortunadamente un camino de pequeños pasos en los country clubs y en los eventos presenciados por las primeras damas, mientras el paradigma basado en la primacía de lo macroeconómico, la estabilidad y el crecimiento sigue metafóricamente pavoneándose en las avenidas principales tras la contundente certeza de más de un 40% del país en condición (oficial) de pobreza (Mesep 2009).8 Más allá de esta breve concesión a la ironía y al sarcasmo, el punto es que la respuesta de cada paradigma es el reflejo de una postura más profunda acerca del carácter de la sociedad deseada para el futuro y de los principios que deben regir en el modelo de desarrollo al cual responderán las próximas décadas. El problema de la seguridad social, una vez enmarcado dentro del problema de más largo alcance de una vida segura y con protección, se vuelve una cuestión que concierne el campo del derecho al desarrollo y de la relación entre los derechos humanos, políticos y civiles, por un lado, y los derechos sociales, por el otro.

reciben servicios sociales pero no pueden tener acceso a las mismas oportunidades de quienes no necesitan estos servicios es ya de por sí una forma grave de exclusión del goce de estos derechos. Como lo ha planteado Sen (2000), el análisis de la dinámica de la exclusión social agrega valor a nuestra comprensión de las dinámicas sociales más allá de la perspectiva de la privación de capacidades, tan sólo cuando se consideran los procesos que involucran a unos excluidos y unos excluyentes, es decir, el tema del poder y del control que los grupos sociales tienen sobre los recursos y los accesos a los mismos. La exclusión social mirada en estos términos relativos, es decir, dentro de una sociedad dada, y en términos relacionales, o sea, en cuanto a quién controla y decide sobre el acceso a los recursos y, por ende, determina diferentes grados de ciudadanía, es útil para plantear el tema en cuanto al acceso a los derechos sociales, así como de inclusión vs. exclusión de su disfrute. Si bien América Latina ha progresado en la ampliación de la ciudadanía en el campo de los derechos políticos y civiles, se encuentra atrasada en cuanto a la garantía de un acceso generalizado a los derechos sociales y económicos, como lo demuestran los altos niveles de desigualdad y polarización de los recursos, la riqueza y el poder.

Derechos y protección social El enfoque emergente de inclusión de los derechos humanos en el desarrollo tiene múltiples orígenes y, al mismo tiempo –como recuerda Moser (2005a)–, una historia que, progresivamente, promulga la ampliación y el fortalecimiento del marco legal internacional sobre derechos humanos, a través de hitos como el de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y la Convención de Viena de 1993; los debates y las batallas librados por las ONG, y, finalmente, el posicionamiento por parte de la ciencia política de una comprensión histórica de la evolución del individuo frente al Estado desde el clientelismo hasta la ciudadanía, proceso del cual se desprenden tres grandes principios, como indican Moser y Norton (2001), por un lado, y Gready (2008), por el otro:

Como tuve la oportunidad de señalar recientemente, si bien los derechos son el fruto de un acuerdo colectivo y no el fruto de la naturaleza humana, políticamente, ya desde los tiempos de Kant, Locke y Rousseau, la reflexión sobre los derechos fundamentales se ha centrado en un núcleo interrelacionado que abarca el derecho a la vida, la libertad y la propiedad de los medios de sustento. “Estos tres derechos se retroalimentan mutuamente: no hay libertad sin tener medios de sustentos propios, no existe una verdadera vida sin el derecho a ser uno mismo y, obviamente, no existen medios si uno no está vivo y libre de utilizarlos” (Lampis 2009, 56). La existencia de sistemas sociales en los cuales algunos

la Superación para la Pobreza Extrema. Por cumplir las condiciones de salida se entiende que las familias dejan de ser pobres extremas según un conjunto de indicadores de pobreza. La graduación no necesariamente implica salir de los programas sociales de los que son afiliados las familias de la Red”. 8

Mesep: Misión para el Empalme de las Series de Empleo, Pobreza y Desigualdad.

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Las personas son ciudadanos con derechos (a las realizaciones y a la ampliación de sus capacidades) y no simplemente beneficiarios con necesidades.

Los Estados, debido a sus obligaciones con los ciudadanos, cumplen un papel esencial en una visión del desarrollo centrada en los derechos.


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La participación de las personas y de los grupos sin poder o con poco poder de vocería política es un elemento fundamental tanto del modelo democrático como de un desarrollo centrado en los derechos y en la ciudadanía social.

Este nuevo planteamiento debe mucho al posicionamiento del enfoque sobre desarrollo humano (UNDP 1990), en una primera instancia, y, una década más tarde (UNDP 2000), al avance conceptual en la elaboración de la relación entre derechos humanos y desarrollo. El rol de Sen en la identificación de la relación entre pobreza y derechos humanos tiene un papel clave, como lo indica Moser, en cuanto

La clasificación sectorial de los programas de protección social, que esconde lo que tienen en común.

El pensamiento tradicional proporciona escasa orientación estratégica sobre una reducción efectiva de la pobreza que trascienda las exaltaciones generales de no olvidar a los pobres que no pueden participar en un proceso de crecimiento con uso intensivo de mano de obra.

Empezando por el cuarto punto, a propósito de exaltaciones, vale quizá la pena recordar el epígrafe que aparece al comienzo del documento de presentación del MSR: La idea revolucionaria que define la frontera entre la

[…] su marco conceptual sobre la relevancia de los

era moderna y el pasado es el dominio del riesgo: la

derechos humanos frente al problema de la pobreza

noción de que el futuro es más que un capricho divino

resalta la importancia de la libertad y de los derechos

y que los hombres y mujeres no son inermes frente a la

humanos para el desarrollo. A través de la incorpo-

naturaleza.9

ración de los conceptos de titulaciones, capacidades,

La afirmación de la excesiva presencia del sector público en el ámbito de la protección social tiene una objeción de relieve. La provisión de bienes colectivos difícilmente puede escapar de una confrontación con el tema de su provisión pública, como ha sido debatido, por ejemplo, por Losada (1999), siendo además un tema ampliamente discutido en la ciencia política y la administración. La idea fundamental del MSR es que

oportunidades, libertades y derechos individuales en el marco del análisis de la pobreza, Sen desafía

la idea de la irrelevancia de las libertades funda-

mentales y de los derechos humanos frente el tema de la pobreza. Puesto que el bienestar involucra una vida que incluye las libertades básicas, el desarrollo

humano se encuentra integralmente conectado con la ampliación de ciertas capacidades, definidas como el

conjunto de las cosas que las personas pueden hacer y ser a lo largo de la vida (Moser 2005a, 35).

Todas las personas, hogares y comunidades son vul-

El enfoque del manejo social del riesgo y el Posconsenso de Washington

ya sean éstos naturales (terremotos, inundaciones y

El MSR plantea que los pobres se encuentran expuestos a un abanico amplio de riesgos y que las economías de los países en vía de desarrollo “tienen escasos recursos públicos y es poco lo que pueden gastar en proveer seguridad de ingreso a su población” (Holzmann y Jorgensen 2000, 3).

tanto, generan y profundizan la pobreza (Holzmann y

nerables a múltiples riesgos de diferentes orígenes, enfermedades) o producidos por el hombre (desempleo, deterioro ambiental y guerra). Estos eventos

afectan a las personas, comunidades y regiones de una

manera impredecible o no se pueden evitar, y, por lo Jorgensen 2000, 4).

Muchas son las observaciones que se podrían hacer frente a las numerosas simplificaciones contenidas en este planteamiento en relación con la reducción de procesos sociológicos e históricos complejos. Por ejemplo, como señaló Lo Vuelo, para el Banco Mundial, en consonancia con la incapacidad de las personas para volverse emprendedoras y alejarse de su aversión al riesgo, “la informalidad en la región se explicaría por la ‘miopía’ de los trabajadores acerca de los beneficios del aseguramiento

Con base en este planteamiento, el MSR identifica cuatro problemas centrales: •

La definición tradicional de protección social, basada excesivamente en el rol del sector público.

La conceptualización de protección social basada en gastos y costos netos, que pasaría por alto los potenciales beneficios económicos del desarrollo.

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Frase de Bernstein (1996), “Against the Gods – The Remarkable Story of Risk”, citado en Holzmann y Jorgensen (2000, 2).


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y por la ineficacia de los esquemas de seguros sociales vigentes” (Lo Vuelo 2006, 698). Sin embargo, por razones de espacio, dos simples anotaciones pueden ser suficientes para resaltar cuál es la consistencia analítica sobre la que se fundamenta un marco conceptual que sigue siendo la base teórica para la reforma de la protección social, y, también, para las oportunidades de amplios grupos sociales. Es falsa la afirmación según la cual todos están expuestos a los riesgos y todos son vulnerables de manera comparable, aunque más adelante los autores sí aclaran que los pobres tienen menos capacidad de enfrentarlos, debido a su escaso acceso a los activos. La literatura sobre desarrollo social y desastres naturales ha demostrado con datos a la mano que la magnitud de los impactos de los desastres naturales depende de procesos sociales de exclusión que ejercen presiones determinadas por factores que tienen “nombre y apellido” –como la desigualdad de ingreso, los procesos forzados de migración y desplazamiento, los costos exorbitantes para la consecución de vivienda digna y los intereses económicos, que cumplen un papel central en la construcción de infraestructura, como diques, canales, etc.–, y que, por lo tanto, el desastre y el riesgo no son factores que están allá, flotando en la realidad social y amenazando a los desafortunados, sino que son construidos socialmente y determinados políticamente (Wisner et al. 2006).

llo de 1990 y 2000. Una vez analizadas las premisas del MSR, la siguiente sección se concentra en el análisis de sus mayores limitaciones en cuanto a sus planteamientos conceptuales, la concepción que resulta de la persona, y algunas limitaciones técnicas de particular relevancia operativa.

La crítica al enfoque del manejo social del riesgo El enfoque del MSR presenta una serie de limitaciones que han sido criticadas de manera significativa en el marco de la literatura internacional. Esta crítica ha tenido poca resonancia en Colombia. El primer objetivo de este apartado es la reseña de las limitaciones del MSR, y el segundo, la identificación de áreas y temas donde lo planteado por el MSR puede y debería ser ampliado, revisado o corregido, tanto a la luz de los aportes de la literatura como de los insumos de esta investigación.

Limitaciones conceptuales Las limitaciones conceptuales del enfoque del MSR pueden ser divididas analíticamente en las que se relacionan, por un lado, con la concepción utilitarista y materialista del bienestar y, como consecuencia, con la concepción monetaria de la pobreza, y, por el otro, con la idea de la persona como cliente de servicios, que los necesita por alguna incapacidad o exposición a algún tipo de riesgo, y no como sujeto de derechos.

En segundo lugar, ni las enfermedades son sólo eventos naturales ni el desempleo y la guerra son acontecimientos que pueden definirse como inevitables. Este tipo de afirmaciones se suelen definir como una simplificación de la realidad, en aras de afirmar verdades que sirven al propósito de sustentar el argumento que se quiere afianzar. Si el MSR tuviera en consideración, por un lado, los procesos históricos y sociales de determinación de la vulnerabilidad y, por el otro, incluyera la consideración de las diferentes dotaciones y titulaciones (Sen 1981) que exponen a los individuos, hogares y comunidades a situaciones críticas como hambrunas y demás desastres naturales y sociales, debería reformular lo que define la idea fundamental: la existencia del riesgo como algo separado de los procesos que lo determinan. El MSR es una pieza fundamental del cambio de estrategia del Banco Mundial desde la famosa estrategia de las “dos piernas y media” del Consenso de Washington (crecimiento basado en el uso intensivo de mano de obra, capital humano y redes de asistencia social para los más pobres) hacia el planteamiento de la igual importancia en la estrategia de las “tres piernas” del Posconsenso de Washington (oportunidad, empoderamiento y seguridad) que marca las estrategias del Banco Mundial sobre protección social en sus informes sobre desarro-

Enfoque monetario sobre pobreza y protección social La primera línea de crítica al enfoque del MSR es de carácter conceptual. Como subrayan Hubbard (2001) y Moser (2001), la omisión del debate sobre las dimensiones no monetarias de la pobreza es un primer punto de debilidad, puesto que el tema de la multidimensionalidad de la pobreza, más allá del trabajo de Sen mismo, representa una tradición establecida, y sus insumos no pueden ser ignorados; en particular, la no centralidad del ingreso en la construcción de los medios de vida frente al aporte de un abanico amplio de activos y capitales, entre los cuales la acción institucional (Moser 2005b) va obteniendo un grado de ciudadanía siempre mayor en el debate internacional sobre desarrollo. Entre los insumos más relevantes de la tradición sobre desarrollo social, y sobre las dimensiones éticas, normativas y sociales de la

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economía, cabe destacar la importancia de las políticas macroeconómicas y, en particular, de la manera como las instituciones pueden operar en pro o en contra de los pobres a través de estas políticas; un planteamiento que permite construir el puente analítico con el problema de la relación existente entre la pobreza y el respeto y el cumplimiento de los derechos humanos, políticos, civiles y sociales (Cepal 2006). A pesar de la relevancia académica de los aportes de estas tradiciones en cuanto a multicausalidad y multidimensionalidad de la pobreza y de sus dinámicas, en el terreno de la caracterización de los pobres y de la vulnerabilidad, el MSR opera una tajante simplificación cuando –como en el comienzo de los artículos de Holzmann y Jorgensen (1999; 2000– justifica su razón de ser con base en el argumento según el cual diferentes grupos sociales presentan comportamientos más o menos exitosos frente al riesgo.

ciones de protección social igualmente válidas pero no contempladas por el enfoque del MSR, ni hasta ahora llevadas a los foros del debate con los que cuenta el país. Entre éstas, podemos recordar la que plantea Barrientos, director del programa de investigación sobre pobreza crónica del Institute of Development Studies (IDS) de Sussex, en Inglaterra, según el cual, la protección social se puede definir como el marco de las intervenciones desde el sector público, el sector privado, las organizaciones de voluntariado y las redes sociales, en aras de ofrecer apoyo a las comunidades, las familias y los individuos en sus esfuerzos para prevenir, manejar y sobrepasar niveles de vulnerabilidad, riesgo y privación que se consideran socialmente inaceptables dentro de una sociedad dada (Barrientos 2006).

Las personas como clientes necesitados y no como ciudadanos con derechos

Es decir, frente al reconocimiento del hecho de que vivimos en una época de globalización y ampliación de los riesgos, el MSR argumenta que algunos tienen mayores oportunidades y ganancias, mientras que otros encuentran dificultades crecientes y una disminución de sus oportunidades, finalmente resultando más vulnerables y sujetos a mayores impactos de tipo negativo. El contexto socioeconómico y el efecto de las políticas sobre las personas no pueden ser ignorados. Así, las diferentes dotaciones, capacidades y libertades de cada persona deben ser consideradas en el momento de plantear un discurso sobre el riesgo, porque el riesgo no se da en el vacío, no es algo que se pueda manejar con modelos abstractos, sino que es una función de un alto número de variables que influyen en la capacidad de las personas para enfrentarlo. Sin embargo, el MSR define la protección social como la intervención pública para asistir a los individuos, los hogares y las comunidades en el manejo exitoso de los riesgos relacionados con el ingreso.10 Planteamiento central que, más allá de la retórica sobre el gran escenario de la globalización, sus riesgos y oportunidades, reduce finalmente los riesgos relacionados con la pobreza a un problema de ingreso y nos devuelve, una vez más, a un enfoque de análisis de la pobreza centrado en sus aspectos monetarios. Cabe precisar que existen otros espacios en el marco de los cuales la discusión sobre el bienestar y la pobreza claramente trasciende la dimensión del ingreso; por ejemplo, el espacio de las libertades y de las capacidades desde el cual se desprenden defini-

Entre los desafíos planteados en el marco del MSR no encuentran cabida los temas que relacionan los derechos sociales con la exclusión social y, por extensión –según lo planteado en el marco conceptual de este artículo, con base en el respaldo de los aportes de la literatura internacional–, un conjunto de temas que resultan fundamentales para la discusión acerca de una ciudadanía plena fundamentada en los derechos. Como lo ha señalado Garay, “el reto de la sociedad colombiana reside, quizás, en avanzar decididamente en la inclusión social de gran parte de la población que hoy se encuentra al margen de progresos esenciales alcanzados por la humanidad” (Garay 2002, xiii). Este planteamiento resulta oportuno para introducir tanto el discurso sobre las limitaciones técnicas del MSR como el análisis de los planteamientos que en ese mismo marco se han inspirado en el país.

Limitaciones técnicas del MSR El MSR ha sido criticado también desde el punto de vista de su definición y operación de los mismos conceptos que plantea, conformándose así un conjunto de argumentos que representan la segunda línea de análisis crítico sobre este enfoque. La literatura reconoce a favor del MSR la inclusión de la fundamental diferenciación entre la pobreza como un concepto estático y la vulnerabilidad como una dinámica, así como la diferenciación entre la exposición al riesgo y la vulnerabilidad como la probabilidad de una declinación en el nivel de bienestar. Sin embargo, las críticas superan las apreciaciones de carácter general.

10 Desde el original de Holzmann y Jorgensen, que afirman que “Social Protection (SP) consists of public intervention to assist individuals, households and communities in better managing income risk” (Holzmann y Jorgensen 1999, 4).

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Moser (2001), entre otros, ha logrado sintetizar los puntos más críticos del MSR con gran efectividad articulando su discurso alrededor de tres puntos centrales.

con menores oportunidades frente a quienes pueden contar con seguros y medios de vida sostenibles, o que disfrutan de una calidad de vida de niveles medianos o altos en un número amplio de dimensiones de la vida misma (Lampis 2010). El enfoque del MSR ignora las estrategias de los pobres; considera, por ejemplo, el hecho de poner los ahorros en un fondo de taxistas –por tomar un ejemplo desde nuestras realidades urbanas– como una acción sustancialmente irracional, sin criterio, destinada al fracaso y, finalmente, inútil. Ni siquiera se plantea el problema de que los pobres no tienen acceso a cuentas bancarias y, más en general, a un sistema de soporte bancario y financiero viable para ellos. Como demuestra la tradición de estudios sobre los medios de vida (livelihoods), en particular, el estudio de Ellis (1998) sobre la diversificación de las estrategias económicas de los pobres, el argumento de la aversión al riesgo necesita, primero que todo, ser contrastado frente a la evidencia empírica y, segundo, reconsiderado en relación con el contexto en el cual son analizados tanto el riesgo como el comportamiento de las personas frente a éste.

La primera objeción planteada por Moser al MSR concierne a la diferenciación entre riesgo idiosincrásico y covariante, que es central en el marco del MSR, para luego buscar una aplicación concreta en el ámbito de las políticas aplicadas. Moser subraya el hecho de que: a.

La mayoría de los riesgos covariantes son también idiosincrásicos, y que, tanto conceptual como metodológicamente, la categorización es incorrecta.

b.

Las dos categorías no siempre resultan ser internamente consistentes; muchos de los riesgos que conciernen a la salud, el ingreso o la vivienda pueden encontrarse bajo una categoría, así como en relación con la otra categoría; estos riesgos tienen una doble faceta y es necesario entrar cada vez a estudiar sus peculiaridades.

c.

La tipología de riesgo presentada por el MSR se deriva principalmente de análisis realizados en Asia y África, en especial en el ámbito rural, y, por lo tanto, hace caso omiso no sólo de Latinoamérica y de otras realidades geográficas, sino, sobre todo, del problema representado por la pobreza urbana, con sus peculiaridades y especificidades.

En el primer caso, tanto en el análisis de Ellis (1998) como en la tradición de estudios sobre vulnerabilidad y dinámica de la pobreza, la evidencia empírica nos indica lo contrario de lo afirmado por la tradición económica de corte utilitarista. Los pobres son sujetos muy activos frente al riesgo, diversifican su portafolio de activos y buscan garantizar la sostenibilidad de sus medios de vida a través de la diferenciación de las fuentes de generación de ingreso.

De una manera bastante explícita, la autora argumenta que el MSR se basa, por lo tanto, en la especulación y carece gravemente del necesario soporte de un trabajo empírico que respalde el ejercicio conceptual.

La seguridad, y no el manejo del riesgo, es, justamente, su objetivo en cuanto a estrategias de generación de medios de vida. El riesgo no es una condición ideal de vida, una perspectiva deseable para nadie, como nos quiere convencer el enfoque del MSR. El riesgo es una perspectiva interesante cuando se tienen las dotaciones y los medios para enfrentarlo de manera calculada, y el discurso sobre el riesgo no aplica en el ámbito de la discusión sobre pobreza y protección social, a menos que no se entren a discutir de manera paralela los dilemas que enfrenta el país en cuanto a equidad, acceso a las dotaciones iniciales y redistribución.

Un segundo punto crítico del MSR es la falta de consistencia entre las tipologías de riesgo y el correspondiente marco de gestión de riesgo propuesto. Es el caso de la violencia doméstica, que, por un lado, se incluye dentro de las categorías de riesgo idiosincrásico pero, por el otro, no encuentra ninguna estrategia sugerida en el marco de manejo del riesgo.

Limitaciones acerca de la comprensión de las dinámicas de la pobreza y del riesgo

El dilema de fondo que enfrenta el país es bien representado por Barrientos, Hall y Midgley (2004), Hulme y Shepherd (2005), Kanbur (2001), y Kanji y Barrientos (2002): el punto central del debate concierne a la posibilidad de realizar la conexión entre el debate sobre las política de protección social y el debate más amplio sobre la política social como un instrumento

Los pobres manejan el riesgo bajo otras racionalidades, determinadas por la búsqueda de seguridad y de viabilidad de sus medios de vida, además de estar equipados

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de transformación de las relaciones, de generación de equidad y de redistribución de recursos dentro de la sociedad(Townsend y Gordon 2002).

sión del Banco Mundial de comienzos de la década, que lleva a la publicación del informe de dicho banco sobre Colombia en 2002 (World Bank 2002). En el país, el trabajo sobre pobreza, asistencia social y protección social ha sido desarrollado principalmente por Núñez, con la colaboración de Espinosa. Ellos argumentan que “la asistencia social se define como los beneficios monetarios financiados por el Estado para evitar que los pobres recurran a estrategias nocivas como respuesta a los choques, tales como reducir el consumo de alimentos o retirar a sus hijos de la escuela” (Núñez y Espinosa 2005, 51). En esta definición, de manera análoga a lo planteado por el enfoque del MSR, se destaca una concepción de la protección social restringida al ingreso y a las dimensiones monetarias de la pobreza y de la asistencia social. En el ámbito de las definiciones de la relación entre pobreza y vulnerabilidad, el trabajo de Núñez y Espinosa presenta el mismo problema señalado por Hubbard (2001) y Moser (2001) acerca del enfoque del manejo social del riesgo: pasa por alto el debate de los años noventa sobre las dimensiones no monetarias de la pobreza, y, en el caso particular de Colombia, la literatura sobre vulnerabilidad (Lampis 2007) y, en parte, la que se ocupa de la manera como las familias enfrentan el riesgo (Misión Social 2002).

El Posconsenso de Washington no supera estas limitaciones centrales, como expresan tanto el informe del Banco Mundial del año 2000 –“atacar la pobreza”– como el enfoque del MSR. Si bien reconocen la importancia de proteger la salud y la educación, no abordan el punto central del debate acerca de las diferencias que las personas y las familias tienen en el acceso a los capitales y a los activos, y, finalmente, reducen el alcance de la política a una red de asistencia social, asumiendo que unos pocos subsidios condicionales, de limitada cobertura, además, pueden constituir una promesa para la superación de la pobreza.

Protección social en Colombia: desafíos inacabados Como bien lo recopilan Arévalo (2006) y Rodríguez Salazar (2006), el país presenta una larga historia de construcción de su acercamiento a la protección social. Una historia que –inspirada en los sistemas de protección social de origen bismarckiano de Alemania, centrados en la relación entre actividad laboral y aporte a los seguros corporativos– ve en Colombia hitos como la Caja de Sueldos de las Fuerzas Militares en 1925 o, más adelante, en 1942, el nacimiento de la primera caja de compensación. En 1962, las cajas recibieron del Gobierno Nacional la autorización para destinar recursos a obras sociales particulares; a finales de la misma década nació el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, creado por la Ley 75 de 1968, reorganizado conforme a lo dispuesto por la Ley 7ª de 1979 y su Decreto Reglamentario 2388 de 1979. Sin embargo, a finales de los años noventa, en paralelo a la grave crisis económica que afectaba el país, el desarrollo endógeno de un modelo de protección social para los pobres fue, en la práctica, detenido y desechado por la intervención del Banco Mundial, en el marco de un proceso más amplio de transformación de la protección social. Éste, como subrayan Sánchez Cárcamo et al. (2010), implica que, desde un modelo de protección fundamentado en la acción estatal, se pase a otro basado en sistemas mixtos de protección social, centrales de riesgo, fondos privados de pensiones y entidades prestadoras de servicios en salud que apoyan la labor del Estado. En lo que concierne a la protección social frente a la pobreza y, sobre todo, la pobreza extrema, el MSR es adoptado en Colombia como marco de referencia para la reforma del sistema de protección social del país, después de la mi-

Además del desafío conceptual representado por la inclusión en su reflexión de una preocupación transformadora de la sociedad y de las estructuras y arreglos institucionales y económicos que impiden el disfrute amplio de los derechos económicos, sociales y culturales, la nueva conceptualización de protección social posterior al año 2001 enfrenta otros dos desafíos. Hoy en día, una visión de políticas de superación de la pobreza con base en la gestión social del riesgo y la utilización de subsidios monetarios condicionados enfrenta dos grandes debates: la inefectividad y relativa ineficiencia de un sistema basado en subsidios que requieren un alto nivel de gasto para su focalización, y la inefectividad en la resolución del problema de una política integral de inclusión social de las familias. Como lo han señalado Slater y Farrington (2009), la buena focalización no se da gratis. En otras palabras, los problemas relacionados con la disponibilidad de recursos financieros, la capacidad institucional y el control de la población que ingresa al sistema pueden significar costos enormes cuya oportunidad debe ser continuamente revaluada frente a las ventajas ofrecidas por programas de corte universal, en cuanto a la posibilidad de gastar en los servicios y en el bienestar de las personas, y no basados en un control a menudo casi policiaco sobre el nivel de

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una variable u otra. Los estudios nacionales (Villa 2008) concuerdan en el hecho que programas como Familias en Acción (FA) tienen un efecto positivo sobre los beneficiarios. Sin embargo, estos efectos ni son transformadores, ni se tiene la garantía de su sostenibilidad a lo largo del tiempo porque no modifican la dinámica de acceso a los activos, capitales y recursos por parte de las familias. En un país con un índice de Gini que no ha bajado de los 50 puntos en los últimos 20 años, es importante empezar a decir con coraje que una mejora del 15-20% en asistencia escolar o en consumo de bienes y alimentos no son metas respetables, en el sentido de la transformación de una sociedad y de los “sueños” de los cuales se suelen rellenar las páginas del Plan Nacional de Desarrollo. Como lo señala Rico de Alonso (2007), uno de los nudos de la cuestión está, posiblemente, en la ausencia de una política integral para el bienestar de las familias. Su cuidadosa revisión de las políticas de “Haz paz: la paz empieza por casa”; desplazamiento forzado y reforma laboral, la lleva a concluir que en Colombia no se cuenta con una concepción integral de la familia como grupo social básico, ni de los requerimientos de bienestar de la unidad y de sus integrantes. Esto pese al reconocimiento del papel de la política familiar como parte integral de las políticas sociales. “La atención a los requerimientos de la familia se halla fragmentada en acciones orientadas a grupos poblacionales considerados como categorías de individuos: mujer, infancia, juventud, ancianos, descapacitados” (Rico de Alonso 2007, 393), dejando así de lado la concepción integral de la relación entre individuo, sociedad y dinámicas macrosociales y macroeconómicas, un lunar importante del actual PND.

de la salud, por los fallecimientos y el cambio de la estructura del hogar, por la inversión en activos y capacidades, y, en definitiva, seguramente también por pérdidas del ingreso o de la capacidad de generarlo.

¿Libertad para lograr capacidades sin libertad desde la inseguridad? La conexión oculta Un desafío final que enfrenta la protección social para la superación de la pobreza en Colombia es lograr preguntarse: ¿Qué cosa impide a las personas el logro de las libertades instrumentales? ¿Cuáles dinámicas mueven las causas de los eventos de vida críticos que operan en los niveles micro y meso? La dinámica de la vulnerabilidad a través de la relación temporal entre eventos y consecuencias que implican la pérdida de activos materiales e inmateriales se constituye en un elemento fundamental para comprender las fallas en el logro de mayor bienestar a lo largo del ciclo de vida y, por ende, las pérdidas en seguridad y autonomía de las personas. Necesitamos una comprensión científica más precisa de los procesos que generan las libertades negativas (Lampis 2010). Para poder desenredar la conexión entre libertades positivas y negativas es preciso referirse aquí a la distinción hecha recientemente por Wood entre los conceptos de freedom to y freedom from, que he traducido como “libertad para” y “libertad desde”, una relación que considero prometedora para conectar el enfoque de vulnerabilidad (del cual me he ocupado en la última década) con el enfoque de capacidades, mostrando que la dinámica de la vulnerabilidad y su análisis pueden ser un instrumento poderoso para comprender cómo se generan las libertades negativas y, por ende, algunas importantes limitaciones para la ampliación de las capacidades de las personas. La libertad desde la inseguridad, afirman Gough y Wood, “es la libertad desde todas aquellas cosas que se perciben como potenciales amenazas para el bienestar, así como aquellas cosas que concretamente la amenazan; por ende, libertad desde el peligro presente y futuro al mismo tiempo”11 (Gough y Wood 2004, 111). Como la vulnerabilidad, la seguridad depende de los activos y de los derechos sociales. Como especifica el mismo Wood, depende del alcance de los recursos personales que permiten a la persona estar equipada para “gestionar su propia agenda en cuanto a ‘libertad desde’ de manera independiente de sus derechos establecidos y reales titulaciones” (Gough

Sin embargo, esta literatura nacional sí hace uso de los conceptos empleados por la tradición de estudios sobre dinámica de la pobreza y vulnerabilidad, cuando afirma que la pobreza no es un concepto estático, ideas expresadas por Chambers (1989) y Moser (1996), así como el hecho de que la dinámica de la pobreza “está influenciada tanto por los choques como por la disponibilidad de instrumentos para enfrentarlos” (Núñez y Espinosa 2005, 8), donde se pasa por alto el debate sobre pobreza y activos (Moser 1996 y 1998; Carter y Barrett 2005). La definición de vulnerabilidad como la probabilidad de ser pobre en el futuro tiene dos limitaciones principales. Está circunscrita a una idea del bienestar como bienestar material y no contempla, como demuestra la literatura internacional sobre el tema y reconfirman recientes estudios nacionales (Lampis 2010), que la vulnerabilidad, al igual que la pobreza, es multidimensional, en cuanto las situaciones críticas y la posibilidad de caer en una condición de pobreza o de verla magnificada pueden originarse en el ámbito

11 Traducción personal.

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Otras Voces

y Wood 2004, 111). Por otro lado, la seguridad depende de lo que Sen (2000) define como arreglos sociales. En ambos casos, la escasez de activos y capitales sobre los cuales una persona pueda confiar en la ocurrencia de un evento de vida crítico determina una falla en cuanto a la ‘libertad desde’ los efectos e impactos de estos eventos sobre el bienestar.

fundamental, es decir, la reflexión sobre las causas de la pobreza y las relaciones existentes entre política macroeconómica y bienestar de las personas en los ámbitos familiar e individual. En el marco de una visión de largo alcance de la política social y de la protección social, fundamentado en una concepción de la persona humana como sujeto de derecho a una vida protegida y segura, la asistencia social, los safety nets, deben cumplir un papel menor en las estrategias de reducción y superación de la pobreza. El desarrollo de largo plazo, fundamentado en la ampliación de las libertades, requiere inversiones sostenidas en las personas y la comprensión de la necesidad de un enfoque centrado en la generación de seguridad humana a partir de políticas capaces de remover las condiciones de fragilidad que caracterizan la relación de los sujetos sociales con las esferas del mercado y de la institucionalidad en los ámbitos local y global. La adopción de un enfoque de desarrollo social fundamentado en los derechos humanos y en el derecho al desarrollo nos plantea un interrogante ético y político y, al mismo tiempo, nos ofrece principios orientadores para las políticas públicas.

Finalmente, vemos cómo la conexión entre seguridad y vulnerabilidad permite una conexión entre esta última y el enfoque de capacidades. Cabe entonces citar la penetrante frase del mismo Wood que remarca cómo “la debilidad en las condiciones relacionadas con la ‘libertad desde’ condicionan la ‘libertad para’ ampliar las posibilidades” (Wood 2007, 113). En otras palabras, no puede haber ninguna expansión de las capacidades humanas sin seguridad humana, y no es posible lograr seguridad humana en presencia de altos niveles de vulnerabilidad, o sea, alta exposición de las personas a los impactos de los eventos de vida críticos. De paso, cabe anotar que la seguridad (libertad desde) es un indicador que presenta un alto grado de sensibilidad frente a las dinámicas de la vulnerabilidad. Alta vulnerabilidad indica baja seguridad y, por ende, bajos niveles de “libertad para”. He presentado aquí una nueva lectura del debate sobre vulnerabilidad que conecta el concepto de vulnerabilidad con algunos de los debates contemporáneos más relevantes acerca de la protección social y del bienestar. En particular, aquellos que investigan la conexión entre el enfoque de capacidades, la perspectiva de la seguridad humana y la propuesta de una nueva protección social centrada en la persona y en la seguridad de los medios de vida (Hall y Midgley 2004; Cepal, 2006).

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Conclusiones

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La conclusión principal de este trabajo es que la política de protección social en Colombia no ha logrado confrontarse con el desafío político e intelectual de ser motor de la transformación de las oportunidades de las personas. El presente artículo ha ilustrado cómo en el ámbito de la historia reciente de la protección social en el país, así como por medio del énfasis en los aspectos instrumentales y programáticos de las políticas públicas de protección social y, finalmente, también a raíz de la ausencia de un debate abierto sobre los aspectos conceptuales de la protección social, Colombia ha ido acumulando nudos irresueltos en sus políticas públicas de protección social frente a la reducción de la pobreza. El énfasis de las políticas públicas ha hecho que la reflexión se centre en los aspectos técnicos de la protección social y ha ocultado lo

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El movimiento comunista birmano y el fracaso de su utopía revolucionaria (1945-1975)* por Daniel Gomá** Fecha de recepción: 4 de junio de 2010 Fecha de aceptación: 20 de diciembre de 2010 Fecha de modificación: 10 de enero de 2011

RESUMEN El período entre 1945 y 1975 cubre la época en que el Partido Comunista de Birmania (PCB) soñó con hacerse con el poder en Rangún, primero mediante una revolución no violenta y más tarde con el recurso de la lucha armada. En sus inicios, la revuelta comunista llegó a amenazar la estabilidad del gobierno democrático de la Birmania independiente pero no logró derrocarlo. La falta de unidad interna entre los marxistas, la fuerte resistencia de los gobiernos de Rangún y la pérdida de apoyos sociales, entre otros factores, socavaron progresivamente el poder del PCB e impidieron cualquier posibilidad de triunfo comunista. A mediados de los setenta el PCB había dejado de ser una amenaza para el Estado birmano.

PALABRAS CLAVE Birmania/Myanmar, comunismo, Partido Comunista de Birmania, budismo, revolución.

The Burmese Communist Movement and the Failure of Its Revolutionary Utopia (1945-1975) ABSTRACT Between 1945 and 1975 the Communist Party of Burma hoped to obtain power in Rangoon, first through a non-violent revolution and later by turning to armed struggle. While the Communist revolt initially threatened the stability of the democratic government of a newly-independent Burma, it failed to overthrow the regime. The disunity among the communists, the strong resistance of the government in Rangoon, and the loss of social support, among other factors, gradually undermined the power of the BCP and prevented a Communist victory. By the mid-1970s, the BCP was no longer a threat to the Burmese state.

KEY WORDS Burma/Myanmar, Communism, Communist Party of Burma, Buddhism, Revolution.

O movimento comunista birmanês e o fracasso de sua utopia revolucionária (1945-1975) RESUMO O período entre 1945 e 1975 é a época em que o Partido Comunista Birmanês (PCB) esperava tomar o poder em Rangum, primeiro através de uma revolução não violenta e depois recorrendo à luta armada. No início, a revolta comunista chegou a ameaçar a estabilidade do governo democrático da Birmânia independente, mas não conseguiu derrubá-lo. A falta de unidade interna entre os marxistas, a forte resistência dos governos de Rangum e a perda de apoio social, entre outros fatores, minou progressivamente o poder do PCB e impediu qualquer possibilidade de vitória comunista. Em meados dos anos setenta, o PCB já tinha deixado de ser uma ameaça para o Estado birmanês.

PALAVRAS CHAVE Birmânia/Myanmar, comunismo, Partido Comunista Birmanês, budismo, revolução. *

Este artículo tiene su origen en el proyecto de investigación “El papel de las fuerzas armadas en el escenario político del sudeste asiático contemporáneo” (2008 BP-B 00003; 2009-2011), financiado por la Agencia de Gestión de Ayudas Universitarias y de Investigación (AGAUR) de la Generalitat de Cataluña (España). ** Doctor en Historia de la Universidad de Barcelona, España. Docente e investigador del Departamento de Historia Contemporánea de la misma universidad. Correo electrónico: dgoma@ub.edu

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El movimiento comunista birmano y el fracaso de su utopía revolucionaria (1945-1975) Daniel Gomá

Otras Voces

L

una gran influencia política y ocupaba de hecho todo su tiempo. Todas estas circunstancias afectaron de forma negativa al Partido. En palabras de uno de su fundadores, el PCB simplemente “se fue apagando lentamente” (Let Ya 1962, 11).

a lucha armada que el Partido Comunista de Birmania (PCB) lleva a cabo actualmente contra el gobierno militar de Birmania (también llamada Myanmar), es la rebelión marxista más larga del sudeste asiático. Desencadenada en 1948, llegó a hacer temblar en sus inicios los cimientos de la recién creada Unión de Birmania. Sin embargo, pese a tener el poder al alcance de la mano, el movimiento comunista birmano no fue capaz de asegurar su triunfo. La falta de unidad, importantes factores políticos, una realidad social y cultural compleja y la propia dinámica interna del país alejaron cualquier posibilidad de victoria de un partido, el PCB, que en los primeros años de existencia de la Birmania independiente hubiera podido convertir a este país en una nación comunista, alterando de esta forma la realidad política y geoestratégica del sudeste asiático de la segunda mitad del siglo XX.

En realidad, dos fueron las grandes razones que evitaron un auge del PCB en el escenario político birmano en esta época. A pesar de su orientación socialista, la mayoría de los thakins rechazaban una parte significativa de las ideas marxistas, por ejemplo, la hostilidad a la religión en un país donde el budismo lo impregna todo.3 Por otro lado, la causa principal de la atracción de los nacionalistas birmanos hacia el marxismo radicaba en su crítica al imperialismo pero, en cambio, muchos no veían bien sus ataques al fascismo. A ojos de los thakins, Japón (embarcado en esta época en una alianza de corte fascista con la Alemania nazi y la Italia de Mussolini) era el único poder que podía poner fin al dominio colonial occidental en el sudeste de Asia, y los llamamientos de Tokio a una independencia de los países de la región hicieron que el imperio nipón recibiera el respaldo del movimiento nacionalista birmano, encabezado por Aung San (Hensengerth 2005).

Dos partidos, dos revoluciones: el gran cisma

El estallido de la Segunda Guerra Mundial en Asia en 1941 y la consiguiente invasión japonesa de Birmania llevaron a los comunistas a impulsar una resistencia armada contra el ocupante. Mientras que Aung San y la mayor parte de los thakins se unieron al nuevo invasor ante la promesa nipona (luego incumplida) de una futura independencia de Birmania, los comunistas contactaron con los Aliados en India, y sus dos cabecillas principales, Thakin ThanTun y Thakin Soe (este último uno de los fundadores del PCB), formaron un ejército guerrillero que causó numerosas bajas en las filas japonesas (Lintner 1990). Más importante todavía, el conflicto mundial convirtió al PCB en un verdadero partido político y una fuerza política de primer orden, con miembros dedicados exclusivamente a la labor revolucionaria.

Oficialmente, el PCB nació el 15 de agosto de 1939 en Rangún, la capital de Birmania.1 Como la gran mayoría de movimientos marxistas del continente asiático, el comunismo birmano surgió como consecuencia de la lucha anticolonial de la primera mitad del siglo XX. Bajo control de Gran Bretaña desde 1885, el país fue escenario de un movimiento de liberación nacional desde 1900, y en este contexto de lucha nacionalista se tradujeron las primeras obras marxistas en lengua birmana, surgiendo poco después los primeros partidarios del comunismo. Sin embargo, el PCB tuvo problemas ya desde el momento de su nacimiento. Su fundación fue fruto de la iniciativa de unas pocas personas, la mayoría de las cuales tenían unos conocimientos limitados sobre marxismo y no tardaron en alejarse del Partido. Por ejemplo, Aung San, el primer secretario general del PCB, era también el principal dirigente de la Dobama Asiayone (“Nosotros los Birmanos”), la principal organización nacionalista, dominada por el movimiento thakin,2 y esa labor le otorgaba

1

La reunión donde se fundó el Partido es considerada por los historiadores como el Primer Congreso del PCB. La cifra exacta de fundadores se desconoce actualmente, y su número oscila entre siete y trece.

2

Thakin, literalmente “dueño” o “señor”, era el término con el que los birmanos se dirigían a los colonizadores británicos. A partir de los años

treinta, la generación de jóvenes nacionalistas encabezada, entre otros, por Aung San y Nu adoptó este apelativo como señal de que eran dueños de su destino. 3

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El budismo es la religión del 89% de la población de Birmania. Su papel es fundamental para entender la realidad de este país, considerado el más devoto del mundo budista y, en cuanto a población, con el mayor número de monjes y de donaciones religiosas. Su influencia social es innegable, y también su peso político. De hecho, la propia identidad de los birmanos como pueblo y como nación está estrechamente asociada a la religión budista. Desde los reyes de los antiguos estados birmanos a la dictadura militar de hoy, todos los líderes políticos han dado muestras de un gran fervor religioso como forma de legitimar y asegurar su poder.


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El final de la guerra mundial supuso el regreso temporal de los antiguos dominadores británicos. El PCB, que había abogado por apoyar a los Aliados durante la contienda, recuperó de nuevo la retórica antiimperialista que ya había utilizado contra las autoridades coloniales en 1939-1941 y buscó socavar su autoridad mediante huelgas y movilizaciones de los trabajadores y campesinos (Lintner 1990). Al mismo tiempo, formaba parte de la Liga Antifascista para la Libertad del Pueblo (AFPFL, por su sigla en inglés), la gran coalición de partidos nacionalistas y de izquierda liderada por Aung San que había dirigido desde 1944 la lucha contra los japoneses y que ahora, como principal formación política birmana, negociaba con Londres la transición a la independencia. En julio de 1945 tuvo lugar en Rangún el Segundo Congreso del PCB, que llevó a la formación de un Comité Central presidido por Than Tun, mientras que Thein Pe ocupaba una secretaría general hasta entonces en manos de Thakin Soe, el miembro más antiguo del Partido. El PCB decidió prolongar su participación en la AFPFL y apoyar la reclamación de independencia mediante la negociación con los británicos, a la vez que abogaba por una transición pacífica al socialismo y, por ende, al marxismo.

tido Comunista Indio y que respaldaban la directiva soviética de que los partidos comunistas de cada país del Tercer Mundo se integraran en un frente unido de tipo izquierdista y nacionalista como paso previo a la revolución.4 Para el Kremlin, considerado el gran referente del marxismo, las posibilidades de éxito de los partidos comunistas de los países en vías de descolonización eran escasas, y debían concentrarse en formar una alianza con los grupos nacionalistas y socialistas mediante un frente unido que liderara el proceso hacia la independencia. Ello explica por qué el PCB formaba parte de la AFPFL, organización de la que Than Tun era, además, secretario general. Al mismo tiempo, los comunistas debían ir socavando la autoridad de sus aliados para pasar a controlar dicho frente unido, de manera que, una vez obtenida la independencia, la victoria comunista sólo fuera cuestión de tiempo. La otra corriente era mucho más radical y localista y defendía que la situación de Birmania era única y, por tanto, requería la acción inmediata (Badgley 1971). Auspiciada por Thakin Soe, abogaba directamente por una lucha armada revolucionaria contra el poder extranjero. La tensión entre los defensores de las dos corrientes no tardó en estallar. En una reunión del Comité Central en febrero de 1946, Soe acusó a los líderes del PCB de haber convertido a este último en un partido no comunista y advirtió de la equivocación de colaborar con la AFPFL, organización mayoritariamente no comunista, en la búsqueda de la independencia. A ojos de Soe, se había desperdiciado una buena oportunidad al final de la guerra, cuando los comunistas eran el verdadero poder político gracias a su fuerte organización militar y a su liderazgo en la lucha contra los japoneses. Por ello, para lograr una verdadera independencia, era necesario acabar también con los capitalistas birmanos mediante una violenta lucha de clases, esto es, promoviendo la insurrección de las clases trabajadoras (Hpei Myin 1956). La vía pacífica para alcanzar los objetivos revolucionarios fue rechazada por Soe bajo la acusación de “browderismo”, esto es, de revisionismo.5 En un ambiente de fuerte

El regreso de las autoridades coloniales había traído importantes consecuencias. La relación con los británicos y la forma como debía abordarse el proceso descolonizador que llevara a la independencia provocaron no pocas tensiones internas en la AFPFL. Sin embargo, los no comunistas lograron moderar sus diferencias por el bien de la causa nacionalista. Pero no fue éste el caso del PCB, y su unidad interna no tardó en resquebrajarse. Tras un viaje a la India, en septiembre de 1945, donde entró en contacto con las tesis más radicales del movimiento comunista indio, Thakin Soe empezó a criticar el discurso de un desarrollo pacífico de la revolución y a atacar la negociación que la AFPFL mantenía con los británicos, en vista de una futura independencia de Birmania. Miembro de la línea dura del PCB, consideraba que el imperialismo británico era en realidad una forma de fascismo y que debía rechazarse toda colaboración con el poder colonial (Taylor 1983). Soe defendía que la única manera de alcanzar la independencia era mediante la lucha armada contra los británicos, y para ello no dudó en desencadenar una crítica furibunda contra la dirección del Partido por apoyar la política de la AFPFL (Pe Myint 1988). En realidad, lo que subyacía en estas críticas era un enfrentamiento entre dos grandes corrientes. La primera era defendida por la mayor parte de los dirigentes del Partido y abrazaba las tesis de Thakin Ba Tin (también conocido con el nombre de Goshal), heredadas del Par-

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Dichas directrices habían sido establecidas por el dictador soviético Iosif Stalin a finales de los años veinte y seguían vigentes en esta época. El objetivo era crear un frente unido de carácter izquierdista y nacionalista, esto es, una coalición de fuerzas progresistas en alianza con los partidos marxistas nacionales que prepara el camino para una futura conquista del poder de los comunistas. Esta política tuvo en China su mejor ejemplo, con los dos frentes unidos entre el Partido Comunista Chino de Mao Zedong y el partido nacionalista Guomindang de Chiang Kai-shek entre finales de los veinte y el término de la Segunda Guerra Mundial.

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El browderismo es una forma de revisionismo ideada por el entonces líder del Partido Comunista de Estados Unidos, Earl R. Browder,


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y sus yebaws6 del PCB y la presión de las huelgas en un momento en que las negociaciones con los británicos se presentaban difíciles agotaron la paciencia de los líderes de la AFPFL. Pero no es menos cierto que con esta decisión Aung San y sus partidarios daban un golpe de timón dentro de la Liga y se deshacían de un aliado incómodo y peligroso ante un futuro escenario político desligado de la dominación británica.

crispación, Soe acusó a los principales dirigentes de colaborar con los imperialistas y los “oportunistas” y exigió su dimisión del Comité Central. Than Tun y Thein Pe admitieron que habían cometido equivocaciones, pero la pretensión de Soe de entregársele el control del Comité Central fue rechazada por la mayoría de dirigentes (Thomson 1959). La reunión finalizó con el abandono del PCB de Soe y sus partidarios, quienes fundaron el Partido Comunista (Birmania), el PC(B), e iniciaron una lucha armada contra los gobernantes coloniales y la AFPFL. Los integrantes del PC(B) serían conocidos también como la facción Bandera Roja, y su objetivo sería la consecución de un Estado marxista en Birmania mediante una revolución violenta. La mayor parte de los dirigentes comunistas, sin embargo, permanecieron en el PCB y respaldaron a su líder, Than Tun. Para diferenciarse de sus rivales, serían conocidos como los Bandera Blanca. No obstante, la escisión en el seno del movimiento comunista tuvo un impacto considerable, pues dañó la confianza en el Partido y en sus líderes y sembró la confusión entre sus filas. Than Tun y Thein Pe eran conscientes de que el ataque de Soe no carecía de verdad, especialmente en lo concerniente a la relación con la AFPFL. La consecuencia fue la adopción de una línea más radical y el inicio de las críticas de los líderes comunistas hacia los dirigentes de la AFPFL (Aung San, U Nu, etc.), acusados de ser marionetas imperialistas (Hpei Myin 1956).

A pesar de que Than Tun y sus partidarios optaron por una posición moderada tras su expulsión de la APFPL y excluyeron acciones contundentes contra sus antiguos aliados, era evidente que la cuestión de la independencia podía pasar a ser dominada por los comunistas si no se actuaba con rapidez. Por ello, Aung San fue objeto de fuertes presiones para que negociara, con la mayor celeridad posible, con el gobierno laborista británico de Clement Attlee el fin del dominio colonial sobre Birmania (Nu 1975). En abril de 1947 se celebraron elecciones para la formación de una Asamblea Constituyente con la finalidad de redactar una constitución para la futura Birmania independiente y designar un gobierno que dirigiera el proceso. En dichos comicios la AFPFL obtuvo una victoria aplastante, e incluso el asesinato de Aung San a manos de un rival político no frenó el proceso. El 17 de octubre de 1947, Attlee y U Nu firmaron el tratado por el que el Reino Unido reconocía la independencia de su antigua colonia. La Unión de Birmania se convirtió en un Estado soberano el 4 de enero de 1948.

La escisión en el seno del PCB no pasó desapercibida entre los líderes de la AFPFL. Los intentos comunistas de apoderarse del control de la Liga fueron rechazados por Aung San, por U Nu y, en especial, por el Partido Socialista, la principal formación de la AFPFL. Con este fin, procedieron a reducir la influencia comunista en el seno de la Liga, especialmente en su Comité Ejecutivo, y Than Tun fue obligado a dejar el cargo de secretario general en julio de 1946. La consecuencia fue una campaña de descalificaciones que finalizó con la expulsión de los comunistas de la AFPFL en noviembre, bajo la acusación de que el PCB “había puesto los intereses de partido delante de los intereses del país” (AFPFL 1988, 54). La respuesta del PCB fue acusar a la Liga de “haber quedado reducida del estatus de un Frente Unido Nacional al de un partido capitalista, arrodillado ante el imperialismo” (CPB 1988, 57). Sin duda, las ambiciones políticas de Than Tun

La entrada en la clandestinidad y el inicio de la lucha armada La escisión en el seno del comunismo birmano sería la antesala de la salida de los marxistas del marco político legal. Pese a la intensa lucha del PCB en contra del dominio colonial, lo cierto es que los beneficios políticos de la independencia fueron a parar casi en su totalidad a la AFPFL del primer ministro U Nu. Las elecciones de la Asamblea Constituyente de 1947 habían sido un ejemplo, puesto que la AFPFL obtuvo 173 de los 182 escaños en disputa.7 El PCB no boicoteó los comicios pero sólo presentó

quien defendía que capitalismo y comunismo podían coexistir y que la lucha armada revolucionaria no era necesaria porque el imperialismo estaba condenado a desaparecer ante el inminente triunfo de los movimientos de liberación nacional en los países sometidos.

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“Camarada” en lengua birmana.

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Los otros nueve fueron a parar a los comunistas (7) y a dos independientes. Conviene señalar que el número total de asientos de la Asamblea Constituyente era de 255, pero de ellos, 28 estaban reservados a miembros de las minorías étnicas, elegidos por sufragio universal en sus respectivas comunidades. Los 45 restantes estaban reservados para los pueblos de los territorios fronterizos.


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candidaturas en 27 circunscripciones de sus zonas de influencia de Pyinmana (centro del país) y Arakán (oeste), obteniendo únicamente siete diputados (Thomson 1959).

Zhdanov, reorganizó el movimiento comunista internacional y lo dirigió por la senda de los levantamientos revolucionarios, en el caso de los países en vías de desarrollo o en proceso de descolonización. Estos últimos sólo tenían dos alternativas: orientarse hacia el imperialismo (Occidente) o acercarse a la URSS, el gran modelo revolucionario (Lintner 1990). La nueva orientación política (conocida como “línea Zhdanov”) suponía un cambio radical de lo defendido hasta ahora por Moscú y abogaba por una acción contundente a favor de la revolución. Sus efectos no tardaron en llegar al PCB, donde su dirección se encontraba sumida en una profunda crisis ante el liderazgo del proceso de independencia por parte de la AFPFL.

La Asamblea Constituyente promulgó en septiembre de 1947 una constitución para el futuro Estado independiente de Birmania que establecía que el sistema de gobierno debía ser parlamentario en la forma y liberal-democrático en la orientación política, mientras que la forma de Estado era una república federal. Asimismo, el texto constitucional garantizaba el derecho a la propiedad privada y a la iniciativa privada en la esfera económica pero al mismo tiempo aseguraba el Estado de Bienestar, una cierta planificación de la economía por el Estado y los derechos de los trabajadores y campesinos (Union of Burma Government 1958). Ello coincidía con la acción de la AFPFL anterior a la independencia y mostraba su respeto por la propiedad privada y el libre comercio, combinado con unas políticas socialistas como el control parcial del Estado sobre la economía y la defensa del Estado de Bienestar. No menos importante era el recelo que mostraba buena parte de la sociedad hacia los comunistas, especialmente en materia religiosa. Desde el final de la guerra varios miembros destacados del PCB habían mostrado una gran hostilidad hacia la preponderancia de la religión budista en la política y la sociedad. La devoción a los pongyis (monjes budistas) era absoluta y toda crítica era percibida como ataque no sólo a la religión sino a la propia identidad birmana. Un ejemplo fue la dura campaña desencadenada en diciembre de 1945 por la prensa local contra las ideas hostiles al budismo escritas por Thein Pe en su libro Tet pongyi (El monje moderno), que obligó incluso al autor a pedir disculpas públicas.8 Ello, combinado con una serie de acciones irreverentes hacia el budismo por parte de estudiantes marxistas, le granjeó al PCB numerosas antipatías y redujo su apoyo social (Thompson 1948).

La situación no se presentaba, por tanto, favorable para la revolución que ansiaban Than Tun y sus camaradas en el momento de la independencia. El sueño de controlar el Frente Unido se había desvanecido, e incluso estaban perdiendo el favor del campesinado y de los trabajadores, debido a la creación de organizaciones rivales por parte de la AFPFL (Thompson 1948). A ello se añadía un movimiento comunista internacional más militante y que animaba a enfrentarse con más decisión a los poderes locales. En febrero de 1948 el PCB decidió ratificar las tesis de Ba Tin (Goshal) publicadas en el diciembre anterior, y donde el asesor político de Than Tun señalaba que “esta ‘independencia’ [de Birmania respecto al Imperio británico] es falsa […] Nosotros los comunistas y millones de personas, por tanto, consideramos que este Tratado [de independencia firmado por U Nu y Attlee] es una humillación nacional y una esclavitud permanente”. Asimismo, afirmaba que 1948 sería “el año decisivo para obtener la independencia real” y, si fuera necesario, “aplastar al régimen imperialista, feudal y burgués de la [AFPFL]” (Ba Tin 1988). Las tesis de Ba Tin, que no hacían sino reflejar la nueva línea política auspiciada por Zhdanov unos meses antes, eran claramente un llamamiento a derrocar el gobierno de U Nu.9

La creciente debilidad política del PCB coincidió con otro acontecimiento que contribuiría a precipitar su salida del escenario político legal. A finales de septiembre de 1947 tuvo lugar en Szklarska Poreba (Polonia) la reunión fundacional del Kominform (Oficina de Información Comunista, sucesora del antiguo Komintern). En ella, la Unión Soviética, de la mano de su representante, Andrei

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Tras una estancia en Calcuta ese mismo mes de febrero, durante el Segundo Congreso del Partido Comunista Indio, Than Tun mandó organizar una serie de demostraciones populares contra el Gobierno. Asimismo, en un discurso provocador celebrado en Pyinmana a comienzos de marzo, anunció la intención de su Partido de apode-

Tet pongyi era una novela escrita en 1937, donde Thein Pe denunciaba la conducta de una parte del sangha, el clero budista, a la que acusaba de no seguir los preceptos religiosos. Entre las acusaciones destacaba el haberse secularizado demasiado, opinar y participar en política e, incluso, llevar a cabo actividades delictivas, todo ello bajo la protección que suponía pertenecer al sangha.

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La nueva orientación política del PCB será, en parte, consecuencia de la adopción de la “línea Zhdanov”. Sin embargo, conviene señalar que nunca hubo un contacto directo entre el PCB y el liderazgo soviético. La decisión de los comunistas birmanos de iniciar la lucha armada fue completamente independiente y nunca fue ordenada por Moscú.


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rarse del gobierno del país, de ser posible, sin que estallara una guerra civil (Thomson 1959). La respuesta del Gobierno fue inmediata y el propio U Nu declaró que “el programa comunista consiste en causar desorden […] y entonces hacerse al poder mediante la violencia […] Si los comunistas proceden contra la ley, nosotros debemos utilizar contra ellos todo el vigor de la ley” (Nu 1988, 4142). Estos acontecimientos desembocaron finalmente en la orden de detención contra la cúpula del PCB y en la consiguiente huida de los dirigentes comunistas a su zona de influencia de Pyinmana, el 28 de marzo. Than Tun ordenó ese mismo día a las organizaciones del PCB que se levantaran en armas contra el Gobierno. Empezaba la insurrección comunista.

instaurar finalmente un régimen marxista. Sin embargo, los rebeldes fracasaron en su intento de derribar al Gobierno. Las causas son varias pero pueden resumirse en la falta de unidad del bando comunista, los intereses de cada grupo rebelde, la formación de un verdadero ejército nacional y unos endebles apoyos sociales a los insurgentes. El primer caso es la clara demostración de que el faccionalismo que había imperado en el PCB desde 1945 no había desaparecido. Ni Soe ni Than Tun lograron unificar sus estrategias y las dos facciones fueron incapaces de articular una táctica común. Por su parte, la PVO, pese a su orientación marxista, nunca se dejó dominar por el PCB y también fue víctima de divisiones internas, debido a las ambiciones personales de sus diferentes líderes. Los grupos de base étnica, por su parte, recelaban de la colaboración con grupos de mayoría étnica birmana. Aunque ocasionalmente se establecieron alianzas entre las diferentes guerrillas, todas ellas tuvieron una vida corta. La falta de unidad de los grupos armados salvó al gobierno de U Nu de la ruina y permitió a éste reforzarse gracias al progresivo desarrollo del Tatmadaw (nombre del ejército nacional), que pasó a estar mejor dotado y más preparado para la lucha contra la insurgencia.

La sublevación del PCB puso de inmediato en aprietos a las autoridades de Rangún, que perdieron rápidamente el control sobre buena parte del centro del país. Los insurrectos contaban con al menos 25.000 hombres, muchos de ellos veteranos de la guerra mundial y con conocimientos de la lucha de guerrillas (Smith 1984). A ellos se unió la facción Bandera Roja, organización declarada ilegal desde 1946 y que impulsaba sin éxito una lucha armada a favor de la instauración de una república marxista. Aunque su radio de acción era limitado, circunscribiéndose al Arakán Yoma (la cordillera que separa la región arakanesa del resto de Birmania) y a unos pocos distritos en el delta del Irrawaddy, al sur de Rangún, su existencia era otro dolor de cabeza para el Gobierno. Este último estaba cada vez más acorralado, sobre todo tras la rebelión en verano de 1948 de las primeras unidades formadas por las minorías karen y môn, que se unirían a la acción armada que organizaciones de estas comunidades étnicas llevarían a cabo a partir de enero del año siguiente, con el fin de independizarse de Rangún y formar sus propios estados. Más grave todavía fue la rebelión en el mismo verano de 1948 de la Organización de Voluntarios del Pueblo (PVO, por su sigla en inglés), el brazo armado de la AFPFL, que contaba con unos 100.000 miembros, y que se escindió en dos grupos: los Cinta Amarilla, que se mantuvieron fieles al Gobierno, y los procomunistas Cinta Blanca (más de la mitad), que se unieron a la rebelión, aliándose con el PCB (Callahan 2005).

Ahora bien: el hecho que determinó el fracaso de la insurgencia, y en especial de la rebelión comunista, fue el escaso apoyo social. Aunque al principio el PCB contaba con apoyos importantes entre los trabajadores de los núcleos urbanos, su influencia fue decayendo ante el creciente peso de las organizaciones sindicales vinculadas a la AFPFL, esto es, al Gobierno. La denuncia del capitalismo era uno de los ejes de los marxistas birmanos pero la nacionalización de la economía era inviable ante el gran peso de la clase comercial y emprendedora. Además, el control parcial de la economía por el Estado permitía asegurar los derechos de las clases sociales más humildes, y ello restringía todavía más los apoyos del PCB en las zonas urbanas. En realidad, el gran objetivo comunista era conseguir el respaldo de la clase campesina, base de las revueltas marxistas que habían logrado triunfar en Asia (China, Vietnam del Norte), y formar guerrillas en el campo que llevaran a la victoria final de la revolución. Esta política seguía la línea ideológica que Mao Zedong había impulsado en China en los años treinta y cuarenta, y se alejaba de la soviética, donde era la lucha obrera la que llevaba a la instauración del comunismo. Sin embargo, dicho objetivo resultó un rotundo fracaso y demostró la debilidad de los marxistas birmanos. La reivindicación de una reforma agraria era muy atractiva, pero no así la posibilidad de una colectivización agrícola, elemento bá-

El año 1949 marcó el apogeo de la lucha armada de los comunistas. El Gobierno perdió el control de buena parte del país. Toda la región central de Birmania pasó a manos de grupos insurgentes. La alianza entre comunistas, PVO y guerrillas karen permitió la conquista temporal de Mandalay, la segunda ciudad del país, e incluso los suburbios de Rangún fueron escenario de duros combates, que amenazaron poner fin al gobierno de U Nu e

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sico de la política agrícola marxista, que era rechazada de plano por los campesinos. En la práctica, ello implicaba que sólo mediante el recurso de la coacción se podría implantar dicha colectivización, lo que conllevaría sin duda el fin de todo apoyo del campesinado al PCB. Además, el Partido debía hacer frente a la política de U Nu en materia agrícola. El Gobierno había impulsado desde 1948 un programa que había otorgado la tierra a los campesinos arrebatando su control a los terratenientes (mayoritariamente indios y británicos) y limitaba la extensión de las tierras, con el fin de asegurar un reparto más equitativo (Furnivall 1949). La defensa de la reforma agraria por parte del Gobierno tenía un claro componente nacionalista. Al promover la distribución de la tierra, el Gobierno entregaba al campesinado un fuerte poder económico y se aseguraba así su apoyo.

ba que una formación de corte comunista (el PCB había sido declarado ilegal en 1953) podía participar en el escenario político democrático sin necesidad de recurrir a la vía armada. El declive del PCB y, por ende, de todo el movimiento comunista birmano se inició ya en esta época. Prueba de su creciente debilidad fue la negociación que tuvo lugar en 1956 entre el gobierno y los Bandera Blanca. Aunque no se llegó a un acuerdo, las autoridades de Rangún salieron beneficiadas. La combinación de presión militar y promesas de amnistía hicieron que muchos insurgentes abandonaran las armas. A lo largo de la década de los cincuenta se rindieron o recibieron amnistía tras deponer las armas unos 38.000 insurgentes; de ellos, una cuarta parte comunistas, y el resto, mayoritariamente de la VPO Cinta Blanca (Van der Kroef 1979). La insurgencia marxista quedó reducida a unos pocos miles de seguidores. En un discurso pronunciado con motivo del III Congreso Nacional de la AFPFL, en enero de 1958, U Nu señaló que el marxismo como guía ideológica y filosófica no era conveniente para el futuro de Birmania.10 Las posibilidades de una revolución comunista en Birmania no hacían sino alejarse a pasos cada vez más agigantados.

Otro factor del escaso apoyo social de los comunistas era su radicalismo. El uso de la violencia con fines políticos era percibido muy negativamente por la población. Además, los ataques a la religión budista tuvieron un impacto nefasto en el apoyo a los comunistas. Aunque el PCB moderó su posición en esta cuestión, el daño ya estaba hecho. De los grupos comunistas, los Bandera Roja eran los más extremistas y brutales. En los territorios bajo su control se impulsó la disolución de la estructura familiar, con el fin de alcanzar la sociedad revolucionaria, mientras que en el aspecto religioso no se dudó en ejecutar a los monjes que no renunciaban a los hábitos (Badgley 1969). Aquí radica la gran diferencia entre los socialistas de la AFPFL y los comunistas. Los primeros siempre tuvieron claro que sus políticas no funcionarían si no se adaptaban a los principios budistas y buscaron combinar dichas políticas con el budismo, lo que les granjeó el apoyo de la mayor parte de la población.

La presión del gobierno militar y el principio del fin Pese a que la lucha armada del PCB y de la facción Bandera Roja había dejado de ser una amenaza directa para la estabilidad del gobierno de Rangún a finales de los cincuenta, seguía siendo una seria preocupación. La democracia birmana no era estable y la propia AFPFL padecía numerosos problemas internos que afectaban al Gobierno en un momento en que todavía quedaban por solucionar los conflictos políticos y étnicos surgidos en la década anterior. Con el fin de poner orden en su partido, U Nu dimitió del cargo de primer ministro a finales de septiembre de 1958, y el Parlamento solicitó la instauración de un Gobierno Provisional encabezado por el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, el general Ne Win, quien fue designado primer ministro el 27 de octubre.

La consecuencia fue que el gobierno de U Nu pasó a tomar la iniciativa a partir de 1951. Ese año se expulsó a los Bandera Blanca de la región de Pyinmana. El fracaso de los comunistas fue todavía mayor, si se tiene en cuenta que desde 1952 se estableció una alianza entre el PCB de Than Thun, los Bandera Roja y la PVO Cinta Blanca, con el fin de frenar los avances gubernamentales. A mediados de los años cincuenta las facciones comunistas habían sido expulsadas de sus principales zonas de control. Por otro lado, el PCB se vio afectado por la irrupción en la escena política del Partido de los Trabajadores y Campesinos de Birmania (PTCB), una escisión de la AFPFL, cuyos miembros fueron conocidos como los Socialistas Rojos, debido a su programa político básicamente marxista. Aunque su éxito político fue limitado, debido a la clara hegemonía de la AFPFL, la propia existencia del PTCB demostra-

El nuevo gobierno, dominado por los militares, continuó con la represión contra la insurgencia pero, además, añadió un nuevo aspecto a la lucha contra los comunistas: el uso de la religión como método de combate. En

10 The Nation, Rangún, 30 de enero de 1958.

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su denuncia del ateísmo del PCB, Ne Win y sus compañeros de armas aprovecharon para evidenciar el peligro que suponía el comunismo para un país como Birmania, cuya población era especialmente devota del budismo. Mediante la publicación de un libro panfletario redactado por oficiales del Ejército, titulado Dhammantaraya (El Dhamma en peligro),11 el Gobierno Provisional inició una guerra psicológica contra los comunistas, con el fin de reducir su apoyo social mediante el argumento de que el PCB era una amenaza para la religión. Pese a que este partido contraatacó destacando su apoyo al budismo, su tradicional defensa del laicismo y el recuerdo de sus actitudes hostiles hacia el budismo en el pasado pesaron como una losa. El propio Than Tun vio cómo se le atribuían comentarios críticos sobre la riqueza de la pagoda Shwedagon de Rangún, el centro religioso por excelencia del budismo birmano (Dhammantaraya 1958). Con una gran intencionalidad, el libro se publicó por primera vez en abril de 1958, para hacerlo coincidir con el aniversario de Buda, y se imprimieron numerosas reediciones en los meses y años siguientes.

de su base de apoyo y, sobre todo, tuvo una consecuencia nefasta en su imagen, ya de por sí negativa a ojos de muchos birmanos. De hecho, las campañas militares que tuvieron lugar entre 1958 y 1960 fueron las más exitosas del Tatmadaw hasta la fecha. Tras un breve paréntesis de dos años (1960-1962), donde se restableció un gobierno democrático dirigido de nuevo por U Nu, los militares volvieron al poder, esta vez mediante un golpe de Estado incruento que tuvo lugar el 2 de marzo de 1962, poniéndose fin así al sistema constitucional existente desde 1948. Indudablemente, la crisis política de la AFPFL y la lucha contra las insurrecciones de corte étnico y comunista habían llevado a una influencia cada vez mayor del Ejército en el escenario político, y la experiencia del Gobierno Provisional no hizo sino incrementar la ambición de los militares de gobernar en solitario el país. Sin embargo, en un primer momento, el nuevo gobierno militar, conocido con el nombre de Consejo Revolucionario y encabezado por Ne Win, se mostró conciliador, y en 1963 impulsó una negociación con los comunistas y otros grupos insurgentes para poner fin a la violencia. Sin embargo, dichas conversaciones de paz no tuvieron éxito ante unas autoridades poco generosas políticamente y unas facciones comunistas reacias a renunciar a sus objetivos revolucionarios. El problema radicaba principalmente en el cambio de gobierno en Rangún. Cuando en 1956 se llevó a cabo una primera negociación para que el PCB y otras formaciones abandonaran la lucha armada, el sistema político birmano era democrático, y entre los objetivos figuraba hacer del PCB un partido legal enmarcado en dicho sistema (Hensegarth 2005). Sin embargo, ahora la situación era diferente. Ne Win no era partidario de compartir el poder, y en la práctica, su reclamación de negociaciones se reducía a una exigencia de rendición de los grupos armados, lo que puso fin a toda posibilidad de acuerdo.

Entre las advertencias del libro, se señalaba el riesgo de que el budismo birmano siguiera el camino del budismo indio. La religión había nacido en India, para luego extenderse por buena parte de Asia, pero en su país de origen se había convertido en religión muy minoritaria, debido a la indiferencia de los budistas, que habían sucumbido a la presión de la religión que luego sería predominante: el hinduismo. Así, se advertía que un destino similar aguardaba al budismo en Birmania si “se dejaba a los comunistas envenenar la mente de los jóvenes contra el budismo, tal y como llevan haciendo hasta ahora” (Dhammantaraya 1958). El libro, acompañado de una fuerte campaña propagandística, sirvió para movilizar a buena parte de la sociedad, sobre todo al sangha, el clero budista. Considerada la institución más respetada del país, el sangha tenía una influencia social sin parangón, y la implicación de sus líderes en la campaña tuvo un impacto mayúsculo. Por todo el país se congregaban mítines y reuniones donde algún monje advertía de los peligros del comunismo, asociando en muchos casos a los miembros del PCB con figuras enemigas del budismo incluidas en la tradición religiosa local (Von der Mehden 1960). Es difícil valorar con exactitud el impacto que el libro y la subsiguiente campaña tuvieron en la lucha contra los comunistas pero es indudable que el PCB acusó el golpe, pues le causó una drástica reducción

La consecuencia de la ruptura de negociaciones entre Rangún y el PCB fue la adopción de este último de una nueva estrategia. Se abandonó definitivamente la táctica de negociar con Rangún y se puso fin a toda posibilidad de abandonar la lucha armada y aceptar el sistema político existente. El Partido denunció el abandono de la lucha armada con el calificativo de “revisionista” y prometió no ceder en su objetivo de hacer caer el Gobierno y promover la revolución mediante la lucha de clases violenta. Recurriendo al eslogan maoísta de “el poder fluye del cañón de una pistola” y a otros como “No al compromiso”, el PCB se declaró en guerra total contra el régimen militar de Ne Win (Pe Myint 1988).

11 Dhamma son las enseñanzas de Buda y es otra forma de designar a la religión budista.

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Purgas internas y presión gubernamental: el fin del sueño revolucionario

mania. Mucho más jóvenes y radicales (defendían, por ejemplo, la doctrina maoísta de la confrontación directa con Rangún) que Than Tun y sus colaboradores, los recién llegados acusaron a estos últimos de “revisionistas” por haber negociado en el pasado con el régimen militar de Ne Win (Van der Kroef 1979). Los ataques de los comunistas formados en China sembraron la tensión en el PCB en un momento en que Mao desencadenaba en China, su país vecino, la Revolución Cultural.

A mediados de los años sesenta el movimiento comunista birmano languidecía aislado en tres áreas del país. Los Bandera Blanca se concentraban en la región de la Pegu Yoma, cordillera al nordeste de Rangún, en unas condiciones ciertamente difíciles pero resistiendo las embestidas del Ejército. Algunas bolsas de resistencia existían también en el delta del Irrawaddy, en el sur del país. Más delicada era la situación de los Bandera Roja, agrupados en el distrito de Pakkoku, al norte de la Arakán Yoma, en el centro-oeste del país. Esta difícil situación de los comunistas no tardaría en verse alterada por un hecho que tuvo lugar fuera de Birmania y que marcó un antes y un después en la historia del marxismo birmano: el estallido en 1966 de la Revolución Cultural en China, donde Mao sumió al Partido Comunista Chino (PCCh), y por ende a todo el país, en el terror, con el fin de eliminar a sus rivales dentro del Partido. Los acontecimientos en China afectaron directamente a Birmania, donde la comunidad china se inclinó mayoritariamente hacia posiciones maoístas, despertando la alarma de las autoridades. Una violencia antichina estalló en 1967 causando miles de muertos. La reacción de Pekín fue romper relaciones con Rangún e iniciar un apoyo político y militar al PCB.

Los sucesos en China tuvieron un efecto mimético en el PCB. En 1967 Than Tun decidió llevar a cabo su propia “revolución cultural”, con el fin de eliminar a aquellos sospechosos de no seguir la línea oficial, esto es, los “revisionistas”, y asegurar así su posición como líder supremo del partido. La purga, iniciada a finales de 1966, fue especialmente sangrienta y afectó a todos los escalafones del Partido, incluidos los miembros más veteranos. La crisis interna del PCB se agravó en marzo de 1967 con la expulsión de dos de sus dirigentes, Ba Tin (Goshal) y Yebaw Htay. El caso era extremadamente grave porque el primero había sido uno de los fundadores del Partido y su principal guía ideológico. El 18 de junio siguiente ambos fueron ejecutados por sus antiguos camaradas (Smith 1999). Muchos más cayeron en el siguiente año y medio. Estas purgas sangrientas diezmaron la dirección del PCB, donde diez de los 21 miembros del Comité Central murieron violentamente en este período (Badgley 1971). Finalmente, en septiembre de 1968 Than Tun fue asesinado por uno de sus guardaespaldas y dejó huérfano al PCB, del que había sido su principal dirigente desde 1945.

Las relaciones entre los comunistas birmanos y chinos se remontaban a comienzos de los años cincuenta, y en Pekín existía una especial simpatía hacia el PCB por mantener en política exterior una posición ideológica cercana a la del PCCh.12 Sin embargo, la relación entre estados era más importante, y no fue hasta los acontecimientos de la Revolución Cultural que Pekín se decidió a apoyar al PCB abandonando de este modo el pragmatismo en su política hacia Birmania. Los años 1966-1968 fueron los más estrechos en la relación entre el PCB y el régimen comunista chino. Sin embargo, este apoyo chino tuvo consecuencias nefastas sobre el comunismo birmano. Desde hacía años, una parte de la dirección del PCB residía en Pekín, donde el régimen chino formaba cuadros birmanos que seguían la ideología maoísta. A mediados de los sesenta, buena parte de estos cuadros regresaron a Bir-

Unos meses antes de la muerte de Than Tun, el estado Shan (una de las regiones en que se dividía Birmania) fue escenario de la aparición de un nuevo grupo del PCB. Llegando del lado chino, tropas comunistas lideradas por un antiguo veterano del Partido llamado Naw Seng se instalaron en la zona nordeste del estado, colindante con el territorio de China y de gran importancia estratégica y potencialmente rica en recursos naturales. Se estableció allí una zona de control comunista conocida oficialmente como Región Militar del Nordeste (o Comandancia del Nordeste), que contaba con el apoyo de China, que le suministraba armamento pero también soldados, eufemísticamente llamados “voluntarios” (Lintner 1990). Tanto en su organización como en su propósito, esta zona bajo control del PCB era una clara herencia del maoísmo: crear una base en la retaguardia, segura, y desde ella impulsar una lucha armada fuerte y extender así la revolución a otras zonas mediante la guerra de guerrillas, culminando finalmente con el dominio de todo el país. En esta base de operaciones se formarían miles de combatientes que

12 A comienzos de los sesenta, el bloque comunista mundial había quedado escindido en dos: los países y partidos comunistas leales a la Unión Soviética y aquellas naciones y formaciones marxistas partidarias de la China Popular. La principal diferencia entre Moscú y Pekín era la defensa que el primero hacía de la coexistencia pacífica con Occidente, mientras que Pekín se oponía a ello y reclamaba la intensificación de la lucha revolucionaria, incluso por la vía armada, como forma de debilitar al mundo capitalista.

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El movimiento comunista birmano y el fracaso de su utopía revolucionaria (1945-1975) Daniel Gomá

Otras Voces

Conclusión

luego atacarían al régimen militar de Rangún. Dicho de otro modo, se buscaba crear un estado dentro del mismo Estado birmano aprovechando el apoyo chino y los beneficios de una economía local fundamentada en gran parte en la producción y tráfico de opio (Seekins 2002).

La caída del último reducto comunista dentro de Birmania marcó el final de una era. El PCB, pese a no desaparecer, quedó recluido a partir de entonces en la zona fronteriza con China, lejos del centro del poder birmano. Con ello se evaporó para siempre su sueño de dominar Birmania. En el plazo de tres décadas (1945-1975), el PCB había pasado de ser el partido más poderoso del escenario político birmano a convertirse en un grupúsculo guerrillero sin influencia y aislado en el nordeste del país. Pasó de ser la formación política destinada a gobernar en el momento del final de la Segunda Guerra Mundial, a no ser más que una sombra de sí mismo treinta años más tarde, e, irónicamente, cuando otros partidos comunistas del sudeste asiático (Vietnam, Laos, Camboya), partidos “hermanos” al fin y al cabo, lograban hacer triunfar sus revoluciones.

A finales de los sesenta, los comunistas de Bandera Blanca subsistían como podían en el delta del Irrawaddy y en la Pegu Yoma, mientras que un grupo cada vez más numeroso se había establecido en la zona shan, fronteriza con China. La dirección del PCB había pasado a manos de Thakin Zin, su presidente, mientras que Thakin Chit ocupaba la Secretaría General. Pero su situación era extremadamente delicada ante la presión gubernamental. Para poner fin a la constante amenaza de la insurgencia, el Tatmadaw había ido diseñando una nueva estrategia, que dio sus frutos a partir de 1970. Conocida como los “cuatro cortafuegos” (pya lei pya), se trataba en realidad de un programa de contrainsurgencia destinado a cortar de raíz los cuatro grandes recursos de los rebeldes, principalmente los comunistas: comida, fondos, informaciones de inteligencia y reclutas (Smith 1999). Se seleccionaron las diferentes áreas de actuación de los grupos marxistas y se procedió a despoblar dichas zonas y a destruir los cultivos.

El comunismo fracasó en Birmania, en primer lugar, por la fortaleza mostrada por el liderazgo político birmano después de 1948. Aunque estuvo a punto de perecer, el sistema constitucional sobrevivió hasta 1962, el tiempo suficiente para debilitar al movimiento comunista. La dictadura militar que le siguió continuó con la labor y acabó de eliminar la amenaza marxista. Sin duda, el refuerzo del Ejército fue fundamental para impedir el triunfo marxista, pero no menos importante fue el hecho de que los diferentes gobiernos de Rangún basaron su política interior y exterior en principios de neutralidad, lo que les granjeó las simpatías de los países del Tercer Mundo. Así, rechazando decantarse hacia el bloque occidental y adoptando políticas de corte socialista, las autoridades birmanas lograron evitar que las potencias comunistas apoyaran al PCB. Mientras que otros partidos marxistas de Asia recibieron el apoyo de la Unión Soviética o de China, el PCB careció de legitimidad y estuvo aislado del mundo comunista desde su nacimiento como organización comunista. Aunque a finales de los sesenta recibió un apoyo importante de Pekín, a comienzos de la década siguiente el régimen comunista chino restableció sus relaciones con Rangún y a finales del decenio había reducido su ayuda al PCB a la mínima expresión.

Los primeros en caer fueron los Bandera Roja. Mucho menos numerosos (no llegaban a quinientos) que su facción rival y más aislados, una gran ofensiva contra su zona de control de Pakkoku llevó a la aniquilación de la mayoría de sus miembros. La captura de su líder, Thakin Soe, el 10 de noviembre de 1970, marcó la desintegración de los Bandera Roja, facción que desapareció en las semanas siguientes.13 La situación tampoco era mejor en el caso de los Bandera Blanca. El PCB fue completamente aniquilado en el delta del Irrawaddy en 1973, y el liderazgo del partido quedó arrinconado en la Pegu Yoma. La última de las grandes ofensivas comenzó a finales de 1974 y tenía como objetivo eliminar las últimas bolsas de resistencia comunista en esta zona. A mediados de marzo de 1975, el Tatmadaw asestó el golpe definitivo al matar en combate a Thakin Zin y Thakin Chit, descabezando de nuevo al PCB. Este último quedaría confinado a partir de ahora en la zona de Kunlong, en el estado Shan, en la región fronteriza con China, donde unos seis mil hombres siguieron combatiendo sin éxito contra la dictadura militar de Ne Win (Fleischmann 1977).

Otro aspecto que se debe tener en cuenta es la propia naturaleza del nacionalismo birmano y los orígenes mismos del marxismo birmano. Este último fue producto del primero y, por tanto, estaba condicionado por él. Cuando el PCB se convirtió en el partido más fuerte del país al finalizar la Segunda Guerra Mundial, ello no fue debido a sus ideas marxistas sino a su nacionalismo y, en concreto, a su férreo anticolonialismo. El problema es que el

13 Soe permaneció en la cárcel hasta 1980, año en que fue liberado gracias a una amnistía. Nunca más volvió a la lucha armada, y en sus últimos años de vida, como líder del Partido de la Unidad y el Desarrollo, se dedicó a defender el restablecimiento de la democracia en Birmania. Murió en Rangún en 1989. Véase Seekins (2006).

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PCB tuvo que hacer frente después de 1945 a una AFPFL que demostró ser más representativa del verdadero nacionalismo birmano. Los líderes que dirigieron el proceso hacia la independencia (Aung San, U Nu, etc.) apoyaban doctrinas socialistas pero rechazaban la ideología marxista porque las ideas que ellos defendían procedían no sólo del marxismo-leninismo sino también del fascismo japonés y del sistema de democracia occidental. Dicho de otro modo, el nacionalismo birmano era una combinación de anticolonialismo local, elementos socialistas (incluidos los marxistas) y herencias occidentales. Los líderes de la AFPFL deseaban impulsar una revolución social pero siempre tuvieron claro que dicha revolución se tendría que hacer en el marco de un sistema político democrático, es decir, donde aspectos heredados del sistema político anglosajón tuvieran un papel determinante. El dominio colonial británico había llevado a los dirigentes del movimiento nacionalista a rechazar toda forma de autoritarismo o totalitarismo. En este sentido, la antipatía que sentían los thakins por Gran Bretaña no era menor que la que sentían hacia la URSS y explica por qué únicamente una minoría de ellos (Than Tun, Soe y unos pocos más) se inclinaron por el marxismo.

muchos puntos con las reivindicaciones de los comunistas, los debilitó políticamente. Pero no es menos cierto que su acción de rebelarse tuvo un efecto contrario en la población. La dominación colonial británica había conllevado una hostilidad de la sociedad birmana hacia toda forma de autoritarismo. El énfasis puesto en la acción armada, esto es, en la violencia, por parte del PCB resultó contraproducente en una sociedad que había padecido recientemente una guerra mundial y que detestaba el uso de la fuerza, debilitando de esta forma el apoyo social de los comunistas. Entre las causas principales del fracaso de los comunistas también estuvo, sin lugar a dudas, un faccionalismo profundo, que impidió una unidad organizativa interna. La presencia en el PCB de dos líderes carismáticos y con personalidades muy fuertes, Thakin Than Tun y Thakin Soe, en el momento de finalizar la Segunda Guerra Mundial llevó a un enfrentamiento ideológico y personal entre ambos. Esta ausencia de un liderazgo cohesionado puso las bases para una división interna en el seno del movimiento comunista birmano que nunca desapareció. En este sentido, conviene señalar que la situación de este último no era tan diferente de los demás partidos tradicionales birmanos, donde el caudillismo o el poder en manos de una sola persona, el llamado hombre fuerte (strong man), ha sido la característica principal de la política local. La AFPFL, sin ir más lejos, padeció diversas escisiones entre 1948 y 1962, aunque su histórica trayectoria como líder del proceso de independencia y el peso de una personalidad como U Nu le aseguraron su permanencia en el poder. Incluso el Partido del Programa Socialista de Birmania (BSPP, por su sigla en inglés), fundado por los militares después del golpe de 1962, y que se convirtió en el partido único durante la dictadura de Ne Win (1962-1988), también fue escenario de divisiones internas importantes. Sin embargo, la diferencia sustancial es que tanto la AFPFL como el BSPP experimentaron sus divisiones estando en el poder y pudieron contrarrestar el daño, precisamente, porque controlaban el aparato político. En cambio, los comunistas se enfrentaron entre ellos, incluso cuando sus facciones principales, los Bandera Blanca y los Bandera Roja, luchaban por un mismo objetivo: derribar al gobierno nacional.

No es extraño, por tanto, que a medida que avanzaba el proceso hacia la independencia, el PCB se fuera alejando del mismo. La adopción de un sistema constitucional implicaría que los comunistas tendrían que ganarse el apoyo popular mediante elecciones y no implantando por la fuerza su idea de gobierno. Con el paso del tiempo, además, las posibilidades de salir vencedores se redujeron, como demostrarían los comicios de la Asamblea Constituyente de 1947. Los resultados de dichas elecciones convencieron a los líderes del PCB de estar delante de una realidad absoluta: la AFPFL se había convertido en la fuerza hegemónica del escenario político birmano y sería muy difícil derrotarla. En este sentido, el estallido de la insurrección de 1948 que llevó al PCB a la lucha armada no fue sino el resultado de un alejamiento progresivo de los comunistas respecto al sistema político ante la imposibilidad de controlar este último. Su salida del marco legal redujo notablemente su margen de maniobra, y la consecuencia fue una pérdida de influencia, quedando reducidas sus posibilidades a una victoria únicamente por las armas. Ello tuvo nefastas consecuencias para el PCB. Aunque en los primeros tiempos logró amenazar la estabilidad del gobierno de Rangún, nunca logró asestarle el golpe final. Algunas de las razones fueron la resistencia del gobierno de U Nu y el refuerzo del Ejército. Asimismo, el hecho de que la AFPFL adoptara una política socialista, coincidente en

Un elemento no menos importante por destacar fue el fracaso del PCB a la hora de entender la realidad birmana. El ejemplo más claro es la relación con el budismo. Aunque una mayoría de comunistas no se oponían a la religión, reducían su culto a la esfera privada y rechazaban su influencia social y, en especial, el poder del sangha, el clero budista. Su repudio doctrinario del budis-

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mo les hizo perder el apoyo de la mayor parte de la población. La izquierda moderada, simbolizada por la AFPFL y encabezada por U Nu, en cambio, comprendió desde el principio que el marxismo no tenía un atractivo para la población birmana, muy creyente en su mayoría, y que sólo sería posible aplicar aquellos aspectos del socialismo que pudieran conciliarse con el budismo. Acercando principios socialistas y budistas, los líderes de la AFPFL lograron asentar su poder y derrotar al PCB. Sólo así se explica que, incluso después de que el golpe de Estado militar de 1962 derivara hacia un sistema autoritario de gobierno, el PCB nunca fuera percibido por la inmensa mayoría de la población birmana como una alternativa creíble a la dictadura de Ne Win.

5. Callahan, Mary P. 2005. Making Enemies: War and State Building in Burma. Ithaca: Cornell University Press.

6. CPB. 1988. Statement of the CPB Concerning the Expul-

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Las luchas internas y las purgas revisionistas de 19671968, y sobre todo la muerte de su líder histórico, Than Tun, no fueron sino la puntilla del fracaso del PCB en su lucha por implantar la revolución en Birmania. La desaparición de Than Tun en septiembre de 1968 no hizo sino lanzar al nuevo liderazgo comunista a los brazos de Pekín. Cuando, a comienzos de la década de los setenta, los chinos restablecieron sus relaciones con Rangún, fueron dejando de lado rápidamente la ayuda al PCB hasta su mínima expresión a finales del decenio. Abandonados por su aliado chino y asediados por el Ejército de Rangún, los comunistas birmanos habían dejado de ser una amenaza y una alternativa de poder a la dictadura militar.

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¿Inestabilidad o estabilidad en la política brasileña? Partidos políticos y presidente de la República contra la incertidumbre* por Riberti de Almeida Felisbino** Fecha de recepción: 22 de febrero de 2010 Fecha de aprobación: 20 de diciembre de 2010 Fecha de modificación: 3 de marzo de 2011

RESUMEN El objetivo de este artículo es discutir lo que piensan los politólogos sobre el sistema político de Brasil, especialmente sobre la relación entre los poderes ejecutivo y legislativo. Estos estudiosos se pueden dividir en dos grupos con visiones opuestas y que tienen como foco central la actuación de los partidos en la Cámara de los Diputados. El primer grupo defiende que el sistema político produce parlamentarios indisciplinados. Y el segundo grupo defiende que la organización legislativa produce parlamentarios disciplinados.

PALABRAS CLAVE Cámara de los Diputados, organización legislativa, diputado, partidos y liderazgos partidarios.

Instability or Stability in Brazilian Politics? Political Parties and the Presidency in the Face of Uncertainty ABSTRACT This article examines what political scientists think of the Brazilian political system, especially in regard to the relationship between the executive and legislative branches. There are two opposing camps of scholars who focus on how political parties behave in the Chamber of Deputies. While the first defends a political system that produces undisciplined representatives, the second supports a legislative organization that produces disciplined politicians.

KEY WORDS Chamber of Deputies, Legislative Organization, Deputy, Political Parties, Party Leadership.

Instabilidade ou estabilidade na política brasileira? Partidos políticos e presidente da república contra a incerteza RESUMO O objetivo deste artigo é discutir o que pensam os cientistas políticos sobre o sistema político do Brasil, especialmente sobre a relação entre os poderes Executivo e Legislativo. Estes estudiosos podem se dividir em dois grupos com visões opostas e que têm como foco central o agir dos partidos na Câmara dos Deputados. O primeiro grupo defende que o sistema político produz parlamentários indisciplinados. E o segundo, defende que a organização legislativa produz parlamentários disciplinados.

PALAVRAS CHAVE Câmara dos Deputados, organização legislativa, deputado, partidos e lideranças partidárias.

*

Este artículo pertenece a la investigación doctoral “Origem social, perfil de carreira e patrimônio: a elite parlamentar da Câmara dos Deputados nos governos de Fernando Henrique Cardoso (1995-2002)”, bajo la dirección del prof. Dr. Karl Martin Monsma y con apoyo financero del CNPq y CAPES. Quiero agradecer a los evaluadores de la Revista de Estudios Sociales por los comentarios críticos y por las sugerencias hechas al texto. Este texto fue presentado por primera vez en el “XI Encuentro de Latinoamericanistas: La Comunidad Iberoamericana de Naciones”, Universidad de Valladolid, Tordesillas (España), 26, 27 y 28 de mayo de 2005. ** Doctor en Ciencias Sociales de la Universidad Federal de San Carlos (UFSCar), Brasil. Investigador del Departamento de Antropología, Política y Filosofía de la Facultad de Ciencias y Letras de la Universidade Estadual Paulista (UNESP), Brasil. Correo electrónico: ribertialmeida@yahoo.com.br

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E

representación proporcional con lista abierta se aplica en las votaciones para elegir los diputados federales y estatales, y los concejales. • Sistema de partidos: multipartidario.

n marzo de 1985, el nuevo presidente de la República de Brasil, un civil (Tancredo Neves), elegido por un colegio electoral compuesto por los miembros del Congreso Nacional, inició, todavía bajo las miradas de los militares, la segunda experiencia democrática brasileña,1 que hoy es un régimen que cumple con los ocho requisitos dahlsanianos.2 Uno de los primeros actos del nuevo gobierno fue otorgar poderes constituyentes a los parlamentarios que serían electos en noviembre de 1986. Meses después, en febrero de 1987, se instaló la Asamblea Constituyente, con el objetivo de hacer una nueva Constitución Federal, la cual sería promulgada en octubre de 1988.

• Estructura legislativa: bicameral, con dos cámaras: la Cámara de los Diputados y el Senado Federal. Ese diseño institucional ha estimulado cada vez más el interés de politólogos para entender la lógica de su funcionamiento. Ese interés está produciendo innumerables estudios sobre el desempeño político de las instituciones que componen el diseño, en especial del poder legislativo y de los partidos. Estos estudios se dividen en dos grupos con visiones distintas del proceso legislativo y de la actuación de los partidos en el proceso de decisión en la Cámara de los Diputados. El primer grupo concentra su análisis en la forma de gobierno y en los sistemas electoral y partidario, y defiende la tesis de que la combinación de esas instituciones produce inestabilidad institucional y poca gobernabilidad (Ames 2003; Lamounier 1989; Lamounier y Meneguello 1986; Linz 1991; Linz y Valenzuela 1997). Y el segundo grupo analiza las reglas del proceso legislativo y defiende la idea de que existen mecanismos institucionales que permiten la gobernabilidad y la estabilidad de las decisiones dentro de la cámara legislativa (Amorim Neto 1994, 2000; Anastásia, Melo y Santos 2004; Cheibud, Przeworki y Saiegh 2002; Figueiredo y Limongi 1995, 1998 y 1999; Meneguello 1998; Pereira y Mueller 2002; Santos 1997, 2002 y 2003).

Con la nueva Lege Majore, con el resultado del plebiscito de 19933 y con las reformas constitucionales, los actores políticos han probado en los últimos años cambios significativos en el sistema político. Los cambios definieron un diseño institucional que funciona hasta hoy y que está compuesto por las siguientes instituciones: • Forma de gobierno: presidencialista. • Modelo de Estado: federal. • Sistema electoral: i) representación mayoritaria con dos vueltas (cuando ningún candidato reciba por lo menos 50% de los votos en la primera vuelta) y con mayoría simple; ii) representación proporcional con lista abierta. La representación con dos vueltas se utiliza en las elecciones para elegir el presidente de la República, los gobernadores y los alcaldes de ciudades con más de 200 mil electores; ya con mayoría simple, se usa en las elecciones para votar por los alcaldes de ciudades con menos de 200 mil electores, y por los senadores. La

1

La primera experiencia democrática brasileña fue en el período 19461964, que fue interrumpida en marzo de 1964 por los militares.

2

Los requisitos establecidos por Dahl (1997) son: 1) libertad de asociación; 2) libertad de expresión; 3) libertad de voto; 4) elegibilidad para el servicio público; 5) derecho de los líderes políticos a competir en busca de apoyo; 5.1) derecho de los líderes políticos a luchar por los votos; 6) fuentes alternativas de información; 7) elecciones libres e imparciales; y 8) instituciones para hacer que las políticas gubernamentales dependan de elecciones y de otras manifestaciones de preferencia.

3

Con el objetivo de contribuir al debate sobre la actuación de los partidos en el proceso decisorio dentro de la Cámara de los Diputados de Brasil, el texto está ordenado de la siguiente manera: en la primera sección se analizan los argumentos de los estudiosos que creen en la inestabilidad institucional producida por los sistemas electoral y partidario; en la segunda sección también se examinan los argumentos de los estudiosos que creen en la estabilidad del sistema presidencialista multipartidario; la última sección corresponde a la conclusión.

La inestabilidad: sistemas electoral y partidario Todo empieza con los trabajos publicados por Juan Linz y otros estudiosos, como Arturo Valenzuela, Arend Lijphart y Alfred Stepan, sobre la forma de gobierno, el presiden-

En el plebiscito convocado en 1993, los ciudadanos brasileños tenían que elegir la forma de gobierno, entre el presidencialismo o el parlamentarismo. Entre esas dos formas, los ciudadanos eligieron el presidencialismo.

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¿Inestabilidad o estabilidad en la política brasileña? Partidos políticos y presidente de la República contra la incertidumbre Riberti de Almeida Felisbino

Otras Voces Gráfico 1. Número efectivo de partidos del sistema partidario, América del Sur y América Latina, 1994-2002.

cialismo, elegida por los miembros de las élites políticas de los países latinoamericanos. Para estos estudiosos, la rigidez institucional del presidencialismo crea crisis de gobernabilidad dificultando la actividad gubernamental y hasta amenazando la estabilidad del régimen democrático. Esa crisis ocurre porque los arreglos jurídicos, por ejemplo, la Constitución Federal, no disponen de herramientas para resolver los frecuentes conflictos entre el presidente de la República y el poder legislativo (Liñán 2001).

8,9 6,8 5,8

5

Traducción propia.“[...] cria fortes incentivos para os parlamentarios cultivarem fidelidades pessoais com os seus eleitores, mesmo quando isto significa ignorar uma agenda mais ampla de seus partidos”.

AL*

Brasil

Ecuador

Chile

Bolivia

Venezuela

sin límites. El gráfico 1 muestra el número efectivo de partidos suramericanos y de América Latina en el período 1994-2002. Entre los países multipartidarios, el Brasil se mantiene como el más fragmentado, presentando un número efectivo igual a 8,9, que corresponde a 9 partidos que están constantemente compitiendo por el poder. Es importante señalar que Brasil está muy arriba del promedio de América Latina, que corresponde a 4,6 en el período.6 El aumento del número efectivo de partidos tiene como consecuencia la disminución de gobiernos con partidos mayoritarios, o sea, que quien gana no gobierna más solo, sino que tiene que compartir el poder con otros partidos, a fin de hacer un buen gobierno. Es importante señalar que lo bueno del sistema multipartidario o pluralista, como sugieren algunos politólogos, es que los frenos y contrapesos tienen fuerte efectividad. Además, el poder político no está concentrado en un solo grupo, sino en varios; esto significa que otros grupos tienen las mismas condiciones de llegar al poder por el voto popular. La victoria del Partido dos Trabalhadores (PT) en las elecciones presidenciales de 2002, 2006, y también de 2010, es un buen ejemplo de un sistema pluralista.

El sistema electoral, según la literatura de ese grupo, también sería responsable de la alta fragmentación del sistema partidario, dando origen a un multipartidismo

Para más informaciones de las leyes de los sistemas electoral y partidario, consultar la página web del Tribunal Superior Electoral de Brasil: <http://www.tse.gov.br>.

4,6

Fuente: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Nota: *AL = América Latina.

Las conclusiones de estos estudiosos no se basan en estudios empíricos, sino que son deducidas de las leyes que constituyen los sistemas electoral y partidario, o sea que sus análisis se centran en los aspectos institucionales de estos sistemas.4 Por ejemplo, John Carey afirma que el actual sistema electoral brasileño “[...] crea fuertes incentivos para que los parlamentarios tengan lealtad personales con sus electores, aún cuando esto significa ignorar el programa de trabajo de sus partidos”5 (Carey 1997, 68). Sartori (1993) está de acuerdo con estos argumentos y apunta que los políticos brasileños cambian con frecuencia de partido, no siguen la orientación del liderazgo y recusan la disciplina partidaria. En esas condiciones, el autor concluye que los partidos brasileños son instituciones frágiles y sin poder de decisión; además, el jefe del poder ejecutivo se queda sólo en el poder legislativo, donde los parlamentarios son incontrolables e individualistas (Sartori 1993).

4

3,2

5,7

4,1

Colombia

Paraguay

La situación podría complicarse, según algunos politólogos, cuando el presidencialismo se combina con otras instituciones, por ejemplo, con un sistema electoral con voto personalizado o con un sistema partidario altamente fragmentado, que generaría gobiernos minoritarios y divididos, con coaliciones frágiles e incoherentes, aumentando los conflictos entre los poderes ejecutivo y legislativo. Esa combinación produce un diseño institucional que frecuentemente se menciona como el más ineficaz para la producción de políticas públicas y hasta para la propia gobernabilidad.

Argentina

2,5

Uruguay

3,8

7,1

6

137

Para más informaciones de los datos, consultar la pagina web del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo: <http://www.democracia.undp.org/Default.asp>.


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En un régimen democrático, el principal ámbito de actuación de los partidos es el poder legislativo, y debido a esto, esa institución acoge la fragmentación del sistema partidario. Esto se refleja en el número efectivo de partidos con representación parlamentaria, que en la Cámara de los Diputados, en 1999, fue de 7,1 (Amorim 2000). El gráfico 2 muestra el número efectivo de partidos parlamentarios en la Cámara de los Diputados en el período de 1985-1999. En ese período, la dispersión del poder en esa institución legislativa casi se triplicó: de 3,2 pasó a 9,4. Entre 1986 y 1987 hubo una disminución, pero el crecimiento se mantuvo entre 1996 y 1999, por lo que la tendencia principal del período fue un aumento de la fragmentación. La alta fragmentación no es consecuencia solamente del sistema electoral, sino también de la combinación de otros factores del propio sistema político, por ejemplo: i) el crecimiento permanente electoral del Partido dos Trabalhadores (PT), que pasó de 8 escaños en 1982 a 49 en 1994; ii) el surgimiento del Partido da Frente Liberal (PFL) y del Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB); el Partido Democrático Social (PDS) y el Partido do Movimento Democrático Brasileiro (PMDB), los dos principales partidos del régimen autoritario, tuvieron bajo desempeño electoral. El PDS, que tenía 235 escaños en 1982, pasa a tener 34 en 1986, mientras que el PMDB pasa de 260 en 1986, a 108 en 1990, y iii) la migración partidaria entre partidos sin prohibiciones (Amorim 2000; Lima Jr. 1993; Melo 2004; Nicolau 1996). Todos estos factores pueden ser interpretados como un intento de la élite política de reacomodarse en el nuevo escenario político, que, junto con el sistema electoral, ayudaron a crear el sistema multipartidario.

Es importante indicar que el gráfico 2 también muestra que la fragmentación es variable en una misma legislatura, por ejemplo, en la 48º (1987-1990). El principal motivo de la variación es la migración partidaria, pues afecta la distribución de los escaños y el poder entre los partidos durante una misma legislatura. Al cambiar de partidos, los parlamentarios pueden volver a los antiguos partidos o fundar otros nuevos. Los datos del gráfico 2 muestran que la migración partidaria creció a finales de la década del ochenta y que algunos parlamentarios llegaron incluso a cambiar de partido dos veces en la misma legislatura (Nicolau 1996). Según Nicolau (1996), de los parlamentarios elegidos en las elecciones generales de 1994, el 64,6% cambió de partido por lo menos una vez desde 1980. Esa migración partidaria se puede notar en la legislatura 48º (1987-1990): el número efectivo de partidos con representación parlamentaria en 1987 fue de 2,8; sin embargo, debido a la migración, el número saltó de 4,1 en 1988 a 5,5 en 1989, y en el último año de esa legislatura, en 1990, saltó a 7,1 (Amorim 2000). Hoy, en la legislatura 54º (2011-2015), la fragmentación en la Cámara de los Diputados es alta, pues esa institución está compuesta por veintidós partidos:7 PT, PMDB, bloque PSB, PTB y PC do B, bloque Partido da República (PR), Partido Republicano Brasileiro (PRB), Partido Trabalhista do Brasil (PT do B), Partido Renovador Trabalhista Brasileiro (PRTB), Partido Republicano Progressista (PRP), Partido Humanista da Solidariedade (PHS), Partido Trabalhista Cristão (PTC) y Partido Social Liberal (PSL), Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB), Democratas (DEM), Partido Progressista (PP), Partido Democrático Trabalhista (PDT), bloque Partido Verde (PV) y Partido Popular Socialista (PPS), Partido Social Cristão (PSC), Partido da Mobilização Nacional (PMN) y Partido Socialismo e Liberdade (PSOL). Es posible disponer estos partidos en un escala ideológica de tres bloques: en la derecha, Partido do Movimento Democrático Brasileiro (PMDB), Partido Trabalhista Brasileiro (PTB), Partido da República (PR), Partido Republicano Brasileiro (PRB), Partido Trabalhista do Brasil (PT do B), Partido Renovador Trabalhista Brasileiro (PRTB), Partido Republicano Progressista (PRP), Partido Humanista da Solidariedade (PHS), Partido Trabalhista Cristão (PTC), Partido Social Liberal (PSL), Democratas (DEM), Partido Progressista (PP), Partido Social Cristão (PSC) y Partido da Mobilização Nacional (PMN); en el centro, Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB) y Partido Verde (PV), y en la iz-

Gráfico 2. Número efectivo de partidos parlamentarios, Cámara de los Diputados, 1985-1999

8,7

9,4

8,5

8,2 8,1 7,1 6,9 6,8 7,1

7,1 5,5 4,1

1999*

1998

1997

1996

1995*

1994

1993

1992

1991*

1990

1989

1988

2,8

1987*

1986

1985

3,2 3,3

Fuente: Amorim Neto (2000). Nota: *primer año de una nueva Legislatura electa en el año anterior.

7

138

Los datos se encuentran disponibles en la página web de la Cámara de los Diputados de Brasil, <http://www2.camara.gov.br/>.


¿Inestabilidad o estabilidad en la política brasileña? Partidos políticos y presidente de la República contra la incertidumbre Riberti de Almeida Felisbino

Otras Voces

quierda, el PT, Partido Socialista Brasileiro (PSB), Partido Comunista do Brasil (PC do B), Partido Democrático Trabalhista (PDT), Partido Popular Socialista (PPS) y Partido Socialismo e Liberdade (PSOL).

Peres (2000) resalta que la refutación de las ideas del otro grupo sólo fue posible porque aquellos estudios, en su mayoría, presentaban “[...] teorías formales, basando sus argumentos en las expectativas lógicas que los modelos teóricos defienden para la realidad, sin tener una atención especial para la realidad política en sí misma y para otras variables no cubiertas por los modelos” (Peres 2000, 92).9 Es exactamente ésa la postura metodológica adoptada por Argelina Cheibub Figueiredo y Fernando Limongi, quienes proponen un nuevo direccionamiento analítico, dislocando el análisis de los sistemas electoral y partidario hacia el proceso de decisión del poder legislativo; es decir, identificar y analizar el proceso de interacción entre Ejecutivo y Legislativo en la elaboración de las leyes y los derechos parlamentarios dentro del Congreso Nacional (Figueiredo y Limongi 1998).

Debido a la gran fragmentación del poder legislativo, Brasil tendría un cuadro político compuesto por partidos poco ideológicos y parlamentarios individualistas, que, al ser indisciplinados, en las votaciones en plenario no seguirían la orientación del liderazgo partidario. Por todo esto, Scott P. Mainwaring señala que el comportamiento parlamentario desreglado sería el mayor obstáculo para las acciones del jefe del poder ejecutivo, es decir, las dificultades del presidente de la República para estabilizar la economía y reformar el Estado estarían en la fragilidad del apoyo parlamentario a las propuestas del poder ejecutivo (Mainwaring 2003). Para ese grupo, los sistemas vigentes (electoral y partidario) producen un Legislativo disperso, con un proceso decisorio lento, negociaciones clientelistas, coaliciones partidarias inestables y otros problemas, que crearía una tensión permanente entre los poderes ejecutivo y legislativo provocando inestabilidades decisorias y, por ende, un gobierno inestable.

Orientados por la perspectiva teórica del nuevo institucionalismo en la ciencia política, Argelina Cheibub Figueiredo y Fernando Limongi (1999) interpretaron las estructuras y los procedimientos internos de la Cámara de los Diputados como variables independientes del proceso legislativo. Con esto, ellos rechazan las ideas defendidas por el primer grupo de estudiosos al que ya se ha aludido en este texto sobre la actuación de los partidos en el proceso de decisión. Así, al contrario de lo que el otro grupo pronostica, Figueiredo y Limongi apuntan que:

La estabilidad: partidos y poder ejecutivo

[...] con la consulta de los datos se llegó a conclusio-

Algunos estudios recientes que analizan el sistema político brasileño refutan las ideas expuestas arriba, pues estos politólogos empezaron a analizar con más detalle la actuación de los partidos y de la organización legislativa de la Cámara de los Diputados. Ellos incluso presentan evidencias empíricas de que el proceso legislativo es centralizado y favorable al Gobierno, para que apruebe sus proyectos. El argumento central que está presente en estos análisis es que los problemas generados por los sistemas electoral y partidario son anulados por otro escenario institucional: el legislativo. Ese escenario garantiza más estabilidad a las decisiones colectivas y produce políticas públicas más eficientes. Ellos también apuntan que en ese escenario, el comportamiento de los parlamentarios va a estar influenciado por los partidos en sus votaciones. También será influenciado por las reglas del juego parlamentario, que son altamente centralizadas en un pequeño grupo de liderazgos partidarios, llamado colegio de líderes.8

8

nes totalmente contrarias a las previstas por la literatura. Los resultados [...] mostraban la necesidad de revisar nuestras expectativas acerca del comportamiento de los partidos en el proceso legislativo del Parlamento,

sobre la cuestión de los requisitos necesarios para mantener la coherencia del comportamiento de los miem-

bros de los partidos y el funcionamiento del Parlamento (Figueredo y Limongi 1999, 75).10

de los trabajos legislativos. La principal tarea de los miembros de ese colegio es preparar la agenda de trabajo del plenario. En esa agenda, los diputados del colegio de líderes deciden si una propuesta de ley debe ser aprobada o no (Figueiredo y Limongi 1999). 9

Traducción propia. “[...] teses formais, baseando suas argumentações nas expectativas lógicas que os modelos teóricos advogam para a realidade, sem, contudo atentar tanto para a realidade política em si quanto para outras variáveis não previstas pelos modelos”.

10 Traducción propia. “[...] a consulta aos dados levou a conclusões totalmente em desacordo com as previsões feitas pela literatura. Os resultados [...] evidenciam a necessidade de revisar nossas expectativas quanto ao comportamento dos partidos no Parlamento, quanto ao seu papel no processo legislativo e, forçosamente, quanto à questão dos pré-requisitos necessários à coerência interna no comportamento dos membros de um partido e, por extensão, ao funcionamento do poder Legislativo” (Figueredo y Limongi 1999, 75).

Ese colegio de líderes es un órgano auxiliar de la mesa directiva de la Cámara de los Diputados, es decir, los liderazgos de ese pequeño grupo ayudan al presidente de la cámara legislativa en la organización

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Tabla 1. Promedio de la disciplina partidaria y de la plenaria, según el Gobierno, 1989-1999*

Al analizar las votaciones nominales del período 1989-1999 y las reglas del proceso decisorio, Argelina Cheibub Figueiredo y Fernando Limongi revelan que realmente existe disciplina partidaria en la Cámara de los Diputados. De acuerdo con estos autores, “89,4% de los parlamentarios del plenario votan siguindo la orientación de su líder, tasa suficiente para predecir con exactitud el 93,7% de la votación nominal” (Figueiredo y Limongi 1999, 20).11 En seguida, ellos mostraron que la probabilidad de que un parlamentario vote con su líder es de 0,894 (Figueiredo y Limongi 1999, 27). Esto significa que la manifestación de los parlamentarios no es imprevisible. (Figueiredo y Limongi 1999). La tabla 1 presenta el promedio de la disciplina de los partidos y del plenario, según el Gobierno, en el período de 1989-1999. Los datos de la tabla indican que la disciplina partidaria de los principales partidos, con representación política en la Cámara de los Diputados, refuta la principal idea de que los partidos son indisciplinados en las votaciones en las plenarias y producen, como consecuencia, un proceso decisorio caótico. Los datos revelan también que los partidos son importantes actores en el proceso de decisión. También se puede decir que el poder ejecutivo organiza el apoyo a la agenda legislativa en bases partidarias, muy similares a lo que se encuentra en los regímenes parlamentaristas. (Ver tabla 1).

Partidos

Sarney

Collor

Itamar

Cardoso

Total

PFL

88,2

90,3

87,4

95,1

93,4

PDS/ PPR/PPB

85,2

90,9

87,4

84,3

85,8

PTB

79,5

84,6

83,9

89,7

88,0

PSDB

86,8

88,3

87,0

92,9

91,3

PMDB

83,7

87,5

91,2

82,3

84,1

PT

98,8

96,7

97,8

97,1

97,1

PDT

93,5

92,9

91,0

91,5

91,8

Plenaria

84,1

89,3

89,6

90,3

89,9

Fuente: Figueiredo y Limongi (1999). Nota: *hasta febrero de 1999, fin del primer gobierno de Fernando Henrique Cardoso. Cuadro 1. Promedio del Índice de Rice, por partido, 1989-1999

Otro dato importante de ese período, que complementa la tabla 1, es que el promedio del índice de cohesión de cada partido siempre estuvo por encima del 70%; esto significa que en cualquier votación el 85% de los miembros de los partidos importantes votaran igualmente (Figueiredo y Limongi 1999). Argelina Cheibub Figueiredo y Fernando Limongi usaron el Índice de Rice como sinónimo de cohesión. Es importante señalar, que el Índice de Rice varía entre 0-100 y se calcula sustrayendo la proporción de votos minoritarios de los mayoritarios. Cuando 50% de los miembros de un partido votan sí y la otra mitad vota no, el índice es igual a cero; ahora, si existe total unión, el índice es igual a 100. Será igual a 70 si 85% de los miembros de un partido estuvieran de un lado y 15% del otro. En el cuadro 1 se presenta el promedio del Índice de Rice, por partido. Se observa que el comportamiento de los diputados está lejos de la visión de que los parlamentarios actuarían en desacuerdo con el partido (ver cuadro 1).

PFL

PDS/ PPR/PPB

PTB

PSDB

PMDB

PT

PDT

78,39

75,70

70,74

73,01

73,69

95,96

81,58

Fuente: Figueiredo y Limongi (1999).

sistemas electoral y partidario se equivocó al pronosticar que el jefe del Ejecutivo enfrentaría problemas para implementar su agenda legislativa. Según Carey y Shugart (1992), lo que se observa es que el presidente de la República brasileño es uno de los que más tiene poder en América Latina para influenciar el proceso de decisión de la Cámara de los Diputados. Actualmente, con el arreglo constitucional, el presidente de la República dispone de prerrogativas legislativas capaces de influenciar significativamente el proceso legislativo, logrando asegurar resultados satisfactorios para las propuestas del poder ejecutivo. Con ese arreglo, el jefe del Ejecutivo tiene la exclusividad de iniciativa en materias administrativas, presupuestarias y fiscales. Los datos del gráfico 3 presentan el porcentaje de leyes aprobadas por iniciativa del Ejecutivo. Estos datos indican que el presidente de la República no encuentra dificultad en aprobar su agenda; se puede ver que 79,2% de la legislación aprobada fue de iniciativa del Ejecutivo; en

Los estudios de Argelina Cheibub Figueiredo y Fernando Limongi apuntan a que la literatura centrada en los

11 Traducción propia. “em média, 89,4% do plenário vota de acordo com a orientação de seu líder, taxa suficiente para predizer com acerto de 93,7% das votações nominais”.

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¿Inestabilidad o estabilidad en la política brasileña? Partidos políticos y presidente de la República contra la incertidumbre Riberti de Almeida Felisbino

Otras Voces Gráfico 3. Porcentaje de las leyes aprobadas, según iniciativa,* Congreso Nacional, 1989-1994

presupuesto a los principales partidos, y estos partidos proporcionan los votos necesarios para la aprobación del programa de trabajo del gobierno” (Santos 2003, 191).12

79,2

Un buen ejemplo del uso de estos recursos se observa en las reformas ministeriales, donde el presidente de la República distribuye puestos en el primer y segundo escalón para los partidos que estén dispuestos a apoyar las iniciativas del Ejecutivo, y también ejecuta las llamadas enmiendas individuales de los diputados (Pereira y Mueller 2002; Pereira y Rennó 2001). Esas prácticas establecerían un sistema de cooperación mutuo entre el partido y el poder ejecutivo, es decir, el partido apoyaría las iniciativas del presidente de la República, y a cambio, el Ejecutivo da lo que la institución partidaria necesita. La literatura llama presidencialismo de coalición a ese proceso de interacción entre Ejecutivo y Legislativo.

13,9 6,9

Ejecutivo

Legislativo

Otros**

El Gobierno también interviene –por medio de los liderazgos que apoyan al Gobierno, o de otros actores políticos como los ministros del Estado y hasta el propio jefe del Ejecutivo– en las elecciones para las presidencias de la mesa directiva y de las principales comisiones permanentes de la Cámara de los Diputados (Abrúcio y Carvalho 2000). El presidente de la República tiene gran interés en que su candidato ocupe la presidencia de la mesa y de las comisiones, pues el apoyo del presidente de esas instancias a los proyectos que interesan al Ejecutivo es sinónimo de tranquilidad. Además, el presidente de la República cuenta con apoyo de los principales liderazgos de la coalición para intervenir en el proceso de decisión. Los estudios de Argelina Cheibub Figueiredo y Fernando Limongi han constatado que, sin importar el voto del liderazgo,13 los líderes siguen disfrutando de poder en la conducta del proceso legislativo. Según Figueiredo (2001), las decisiones en la Cámara de los Diputados son altamente centralizadas alrededor de algunos liderazgos partidarios, y la distribución de derechos parlamentarios favorece a los principales líderes partidarios.

Fuente: Pessanha (1997). Nota: *N = 1.259. **poder judicial, Tribunal de Contas da União y Ministério Público.

cambio, 13,9% es de iniciativa del Legislativo, y los otros (el poder judicial, Tribunal de Conta da União y Ministério Público), sólo 6,9%. Esto quiere decir que el Ejecutivo recibe apoyo del Legislativo. Con estos datos, se puede suponer que el poder ejecutivo impone una agenda legislativa determinando cuándo y cuáles propuestas serán discutidas, pues el presidente de la República tiene de forma casi exclusiva el poder de proponer proyectos. En todos los proyectos de ley de su iniciativa, el jefe del Ejecutivo puede solicitar urgencia para su tramitación y también puede dictar medidas provisorias con fuerza de ley (ver gráfico 3). Es importante señalar que existen otras prácticas que el presidente de la República usa para adquirir apoyo en el Legislativo, ya que controla la distribución de puestos en la administración federal y de presupuestos. Éstos son recursos indispensables para la supervivencia de los diputados en la disputa electoral, pues ellos dependen de estos recursos para conseguir la reelección en las siguientes elecciones generales. La probabilidad de que el partido del presidente de la República obtenga la mayoría en las importantes votaciones legislativas es bajísima; entonces, el Gobierno utiliza estos recursos para organizar “[...] su base de apoyo por medio de la distribución de puestos en la estructura del poder Ejecutivo y del

El poder de los liderazgos controla las comisiones permanentes y especiales. La importancia de ese tipo de influencia puede ser observada en el análisis que Pereira y Mueller (2002) hicieron del proceso de interacción entre Ejecutivo y Legislativo en la elaboración del presupuesto

12 Traducción propia. “[...] sua base de sustentação através da distribuição de postos na estrutura do Executivo e verbas orçamentárias aos grandes partidos, e estes garantem os votos necessários à aprovação do programa de governo”. 13 En la Cámara de los Diputados, el voto del liderazgo fue suprimido; sin embargo, permaneció en el Senado Federal y en el Congreso Nacional (Figueiredo y Limongi 1999).

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Conclusión

anual. Estos autores constatan que la indicación de los miembros de la Comissão Mista de Planos, Orçamentos Públicos e Fiscalização confiere un poder considerable a los liderazgos partidarios. Los liderazgos controlan la distribución de puestos en las comisiones, puestos que son repartidos por medio de una negociación entre los líderes partidarios. También les corresponde a ellos crear las comisiones especiales e indicar sus presidentes y relatores (Novaes 1994; Santos, 2003).

Como ya se ha observado en las páginas anteriores, para los politólogos que comparten las ideas de Juan Linz, la combinación de presidencialismo con características de los sistemas electoral y partidario es un matrimonio inestable. Para ellos, las cosas malas producidas por esa combinación contaminarían el poder legislativo y producirían políticas públicas inconsistentes e ineficientes, y crisis de gobernabilidad. Las observaciones de estos estudiosos no fueron apoyadas por estudios empíricos, pero sí son deducciones incompletas sobre el sistema político brasileño. Muchas cosas malas son producidas por los sistemas electoral y partidario, pero existen argumentos consistentes para considerar que esas cosas no traspasan las gruesas paredes de la Cámara de los Diputados, es decir, dentro de esa cámara son los partidos y el poder ejecutivo quienes estipulan las reglas.

Otra influencia decisiva de los liderazgos en el proceso de decisión es el uso frecuente del recurso de urgencia. Según el artículo 151 del Reglamento Interno de la Cámara de los Diputados, el régimen de tramitación de un proyecto puede ser alterado de ordinario a especial. Es importante decir que el reglamento de la cámara legislativa distingue dos tipos de tramitación especial: i) urgencia y ii) urgencia urgentísima. La urgencia significa que el proyecto es retirado de la comisión a la que fue enviado e incluido en el orden del día para apreciación de la plenaria; ya la urgencia urgentísima se aplica a los proyectos considerados relevantes y de interés nacional. Por lo general, la tramitación en régimen de urgencia se da a los proyectos de iniciativa del poder ejecutivo, y 1/3 de los miembros de la Cámara de los Diputados o de líderes que representen ese número pueden pedir este régimen. De acuerdo con Figueiredo “[...] de las más 1.000 leyes estudiadas, 74,0% tuvieron una solicitud de emergencia y fueron votadas antes del concepto de los comités”.14 Ese tipo de régimen saca de las comisiones su prerrogativa decisoria, y también ellas pierden la función de elaborar y mejorar las propuestas de leyes (Figueiredo 1995, 8).

Los parlamentarios entran en contacto con un proceso decisorio centralizado en los líderes de la coalición de apoyo al presidente de la República, que resuelve dos problemas institucionales fundamentales: i) garantiza mayor estabilidad al proceso decisorio y ii) promueve la gobernabilidad deseada por el jefe del Ejecutivo. Sin embargo, hay dos problemas para el ejercicio del gobierno de la mayoría. Al centralizar las decisiones en algunos líderes, se desplaza el poder de la mayoría hacia un pequeño grupo de parlamentarios, es decir, la mayoría de los diputados no participarían en el juego parlamentario constituyendo así una oligarquización del poder. El otro problema es la delegación de poderes que los parlamentarios hicieron a los liderazgos, que produciría pérdidas políticas para la mayoría de los diputados. Lo que se puede preguntar es: ¿por qué los diputados delegaron tantos poderes a los liderazgos y por qué ese comportamiento se mantiene? Suponiendo que los actores políticos son individuos racionales, conscientes de sus acciones, y tienen sus propios intereses particulares (Downs 1999; Limongi 1994; Tsebelis 1998), el mayor objetivo del parlamentario es intentar maximizar todos sus intereses para que pueda reelegirse. En otros términos, el propósito fundamental de todos los parlamentarios es dar continuidad a su carrera política, ya sea por medio de la reelección o la ocupación de puestos políticos en la administración pública. La existencia de liderazgos fuertes trae ventajas a todos, pues fortalece los partidos en las negociaciones por beneficios políticos, junto al poder ejecutivo. Los liderazgos partidarios instituyen un vínculo entre los parlamentarios y el poder ejecutivo, negociando los intereses de ambos actores (Pereira y Mueller 2003).

Por lo demás, los liderazgos deciden si un proyecto debe ser aprobado o no. En la Cámara de los Diputados, prácticamente ningún proyecto se somete a la plenaria sin que los líderes hagan una previa evaluación política de la propuesta. Antes de las sesiones, en especial en los días en que ocurren votaciones, los liderazgos discuten las materias que se van a votar y buscan llegar a un consenso sobre la posición que se va a tomar en la plenaria. Si se llega a un acuerdo, el proyecto es aprobado por la mayoría de los diputados. Esto quiere decir que la institucionalización del colegio de líderes, como instancia con poder de decisión, se convierte en obstáculo para la mayoría de los parlamentarios en el proceso legislativo. En realidad, el colegio de líderes neutraliza la participación de las comisiones y también de la propia plenaria.

14 Traducción propia. “[...] das mais de 1.000 leis estudadas, 74,0% tiveram um pedido de urgência e foram à votação antes que as comissões dessem um parecer”.

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Otras Voces

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Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 135-144.

28. Pereira, Carlos y Bernardo Mueller. 2002. Comportamento estratégico em presidencialismo de coalizão: as relações entre Executivo-Legislativo na elaboração do orçamento brasileiro. DADOS Revista de Ciências Sociais 45: 265-301.

33. Santos, Fabiano. 1997. Patronagem e poder de agenda na política brasileira. DADOS Revista de Ciências Sociais 40: 465-492. 34. Santos, Fabiano. 2002. Partidos e comissões no presidencialismo de coalizão. DADOS Revista de Ciências Sociais 45: 237-264.

29. Pereira, Carlos y Bernardo Mueller. 2003. Partidos fracos na arena eleitoral e partidos fortes na arena legislativa: a conexão eleitoral no Brasil. DADOS Revista de Ciências Sociais 46: 735-771.

35. Santos, Fabiano. 2003. O poder Legislativo no presidencialismo de coalizão. Río de Janeiro: UFMG – IUPERJ.

30. Pereira, Carlos y Lucio Rennó. 2001. O que é que o reeleito tem? Dinâmicas político-institucionais locais e nacionais nas eleições de 1998 para a Câmara dos Deputados. DADOS Revista de Ciências Sociais 44: 323-362.

36. Sartori, Giovanni. 1993. Nem presidencialismo, nem parlamentarioismo. Revista Novos Estudos CEBRAP 35: 3-20. 37. Tsebelis, George. 1998. Jogos ocultos: escolha racional no campo da política comparada. São Paulo: EDUSP.

31. Peres, Paulo Sérgio. 2000. O espectro da instabilidade: sistema partidário e volatilidade eleitoral no Brasil democrático. Tesis de Máster, Universidade de São Paulo. 32. Pessanha, Charles. 1997. Relações entre os Poderes Executivo e Legislativo no Brasil: 1946-1994. Tesis de Doctorado, Universidade de São Paulo.

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Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 146-158.

Otras voces, otras fuentes Catalina Muñoz Rojas* María del Carmen Suescún Pozas**

Como lo demuestra el artículo que abre este Dossier, el espectro de lo que son objetos de estudio en el campo del análisis cultural se ha ampliado en las dos últimas décadas. En esta sección presentamos a los lectores una selección de material gráfico, oral y escrito de lo que podemos considerar como patrimonio tangible e intangible del período: publicidad impresa, fotografía, portadas de revistas literarias infantiles y para adultos, partituras, respuesta a cuestionarios oficiales, transcripciones de entrevistas, caricaturas didácticas, proyectos de arquitectura, pinturas. Esta selección es una invitación que hacemos al lector a reflexionar sobre el papel constitutivo que este patrimonio pueda tener, de manera más general, en distintos procesos sociales.

*

Ph.D. en Historia, University of Pennsylvania, Estados Unidos. Profesora principal de la Universidad del Rosario, Colombia. Correo electrónico: catalina.munoz@urosario.edu.co ** Ph.D. en Historia y en Historia del Arte, McGill University, Canadá. Profesora Asistente del Departamento de Historia de Brock Universtiy e investigadora afiliada al Centre for Oral History and Digital Storytelling, Concordia University, Canadá. Correo electrónico: msuescunpozas@brocku.ca

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Otras voces, otras fuentes Catalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

Documentos

Propaganda cigarrillos Pierrot. Chanchito, Revista Ilustrada para Niños 2, no. 34 (5 de abril de 1934).

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Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 146-158.

Caridad bogotana. Luis B. Ramos. Fotografía. Portada revista Estampa. Bogotá (8 de julio de 1939).

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Otras voces, otras fuentes Catalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

Documentos

Partitura: Antonio María Valencia, “Emociones caucanas”. Archivo Antonio Ma. Valencia, Instituto Departamental de Bellas Artes. Cali. Cuadernos de partituras B.

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Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 146-158.

Portada de la revista Rin Rin, Revista Infantil del Ministerio de Educación 7 (julio de 1936). Biblioteca Nacional de Colombia.

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Otras voces, otras fuentes Catalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

Documentos

Portadas de la revista Chanchito, Revista Ilustrada para Niños 1, no. 1 (6 de julio de 1933). Biblioteca Nacional de Colombia.

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Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 146-158.

Encuesta Folklórica Nacional. Municipio de San José de Pare, Boyacá. Patronato Colombiano de Artes y Ciencias, Bogotá.

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Otras voces, otras fuentes Catalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

Documentos

Encuesta Folklórica Nacional. Municipio de San José de Pare, Boyacá. Patronato Colombiano de Artes y Ciencias, Bogotá.

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Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 146-158.

Encuesta Folklórica Nacional. Municipio de San José de Pare, Boyacá. Patronato Colombiano de Artes y Ciencias, Bogotá.

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Otras voces, otras fuentes Catalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

Documentos

Encuesta Folklórica Nacional. Municipio de San José de Pare, Boyacá. Patronato Colombiano de Artes y Ciencias, Bogotá.

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Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 146-158.

Entrevista Ricardo López

Estos son dos breves extractos de unas entrevistas que he venido realizando desde el año 2000. Hacen parte de un estudio de largo aliento sobre la historia de las clases medias en Colombia en el siglo XX. El testimonio de Consuelo Fernández, una mujer de oficina, nos invita a repensar la decada de los años cuarenta en Bogotá. La narrativa de Consuelo ilumina ciertos cambios históricos que han sido ignorados por la historiografía colombiana: la expansion del sector terciario de la economía, la creación de la oficina como un espacio fundamental para la consolidación de nueveas relaciones laborales y el incremento en la participación de las mujeres en el sector de servicios. Además, vemos cómo la memoria es atravesada por experiencias de género y clase. Para esta mujer de oficina el ser clase media ha sido un proyecto político en constante formación, un proyecto de vida. Sus recuerdos no son simplemente hechos históricos de lo que ocurrio en los años cuarenta; más bien, ella recuerda a través del género y la clase. Es importante recalcar que al estudiar el pasado desde las experiencias de los diferentes actores sociales no significa simplemente repetir lo que tales actores recuerdan. Como lo sugiere estos breves extractos, es también muy importante indagar sobre las condiciones discursivas/materiales y las razones históricas que permitieron que mujeres como Consuelo Fernandez se consideraran mujeres de oficina y, sobre todo, clase media. Más aun, debemos preguntarnos por qué Consuelo reclama una memoria para así reivindicar una identidad de mujer de clase media tanto en el presente como en el pasado. Ante todo, podemos concluir que este testimonio hace evidente la necesidad de escribir y pensar la formación histórica de la clase media en Colombia durante el siglo XX.

media y me case con un hombre de clase media. Usted sabe, las motivaciones, la educación, las diferencias con la gente...eso se puede ver en cualquier lado. Ser clase media, me parece, es un privilegio. No somos ni ricos, porque nos enloquecemos por el dinero. Aunque usted no lo crea la obsesión por el dinero le trae problemas morales. Tampoco somos pobres, porque somos lo que somos; es algo difícil de explicar, pero no es algo que pasa de la noche a la mañana. Créame, Yo no podré tener pero nada en el bolsillo, ni un peso, pero siempre he sido de la clase media, y siempre lo seré. Mire a mis hijas, les hemos [mi esposo y yo] enseñado a ser clase media. Eso sí, ha sido difícil pero creo que hemos salido bien librados. [...] yo no sé como hacía pero lo hacía, me despertaba a las cuatro de la mañana, hacía almuerzo y desayuno para todos, llevaba al jardín y al colegio a los niños que entraban a las siete, cogía para el trabajo, hora pico, hacía las cosas a una velocidad increíble, a la salida recogía a los niños, el del jardín siempre pagaba media hora más para que me lo cuidarán, llegaba a la casa como a las siete, y ponga a hacer la comida, a veces dejaba para el almuerzo, de una vez, y al otro día lo mismo... los fines de semana pues arreglaba toda la casa, lavaba, planchaba, bueno era sólo trabajo, dicen que las mujeres tienen más opciones ahora, pero mire, es que uno ya se vuelve un reloj de cuerda, para mí ha sido importante trabajar, pero me gustaría estar un poco más suelta, más libre, que todo es de carrera, que te acuestes, que te levantes, y en eso se te va la vida: trabajando. Pero sin el trabajo aquí y allá, uno no se puede mantener. Es la única forma de llegar a ser alguien en la vida. Mira, si la mujer no trabaja, es muy difícil darle estudio a los niños, sacarlos adelante, pero igual tienes que seguir educándolos con los mejores valores morales y sociales…nos podíamos mantener a flote por el trabajo de uno…es que de no ser así era imposible.

Fragmentos de entrevistas [...] No sabe lo difícil que es ser clase media. Es cuestión, no sé... todos los días usted tiene que alimentar su estatus. Menos mal que... mire, yo le agradezco a Dios que mis padres me educaron como una mujer de clase

Fernández, Consuelo. Entrevista por A. Ricardo López, Bogotá, Julio del 2000, grabación magnetofónica.

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Otras voces, otras fuentes Catalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

Documentos

“Modo de transmitirse el paludismo”. Caricatura. Salud y Sanidad I, no. 8 (1932): 91.

Estadio de béisbol de Cartagena. 1947. Fotografía: Carlos Niño Murcia.

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Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 146-158.

Carlos Correa. 1944. Autorretrato. Óleo sobre tela, 95 x 155 cm. Museo de Antioquia.

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Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 160-166.

Memorias de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia* por Catalina Muñoz Rojas** María del Carmen Suescún Pozas***

En nuestro artículo de este Dossier expresamos el interés que tiene la historia cultural por crear narrativas que nos acerquen a la formación de las subjetividades y las experiencias de vida en que se hacen manifiestas. El reto es generar lecturas que integren miradas que no desarticulen el mundo material del simbólico, prestando atención a la manera como las percepciones, las subjetividades, los símbolos y la agencia dan forma al mundo social y a sus relaciones de poder, sin pasar por alto las condiciones materiales que también son determinantes. En el período que nos interesa en particular, los testimonios orales pueden resultar de gran utilidad para enfrentar ese reto.

no son tan sólo de la competencia de la práctica académica, sino también del dominio público: las narrativas sobre el pasado y nuestra participación en el acto de contar se producen desde lugares variados. Es por este motivo, y por los múltiples retos que este período nos plantea, que decidimos abrir un espacio en esta publicación a otras voces e incorporarlas al debate. Consideramos de suprema importancia que las ciencias sociales y las humanidades rompan con la producción de conocimiento que es partícipe del ejercicio de poder que constituye el silenciar voces. A continuación ofrecemos apartes de una serie de entrevistas de lo que es una investigación de historia oral de mayor envergadura sobre la diversidad de voces, experiencias y percepciones de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia, con el fin de recuperar la complejidad, o lo que podríamos llamar la textura de la trama y urdimbre del período en distintos dominios de la experiencia.

Gracias a la labor realizada por algunos investigadores, la historia oral ya ha entrado a ocupar un lugar importante en el repertorio de las fuentes utilizadas para narrar la historia de las décadas de 1930 y 1940.1 Sin embargo, el uso de los testimonios orales continúa siendo la excepción, a pesar del gran potencial que han demostrado tener. Nuestro objetivo en esta sección de Debates es hacer una invitación a recuperar y explorar la historia oral como género y objeto de estudio, y no sólo como fuente, para la historiografía del período.

Estos apartes salen de doce entrevistas llevadas a cabo en los meses de julio y agosto de 2011 en diferentes localidades de Bogotá, D. C., Cundinamarca y Cartagena.2 El diseño de la guía de las entrevistas y la recolección de la información siguió protocolos éticos institucionales guiados por parámetros internacionales.3 La participa-

Los lectores habrán constatado que este Dossier contiene trabajos de investigadores en las ciencias sociales y las humanidades que ofrecen nuevas lecturas del período. Sin embargo, las maneras de entender y resignificarlo

1

Investigadores/autores tales como Mauricio Archila, Herbert Braun, Abel Ricardo López, Ann Farnsworth-Alvear, Ricardo Arias, Peter Wade, entre otros.

*

2

Las entrevistas fueron realizadas por Catalina Muñoz Rojas y los estudiantes Rubén Darío Serrato Higuera, Angélica Salazar Rodríguez y Juliana Gómez Merchán, miembros del Semillero de Investigación en Historia Oral del Programa de Historia de la Universidad del Rosario.

3

En particular, fueron utilizados el protocolo de ética de Brock University (Ontario, Canadá), el de Oral History, Concordia University

Ésta es una muestra de un proyecto de investigación de Catalina Muñoz Rojas y María del Carmen Suescún Pozas sobre la memoria de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia, que utiliza la historia oral como fuente y objeto de estudio. ** Ph.D. en Historia, University of Pennsylvania, Estados Unidos. Profesora principal de la Universidad del Rosario, Colombia. Correo electrónico: catalina.munoz@urosario.edu.co *** Ph.D. en Historia y en Historia del Arte, McGill University, Canadá. Profesora Asistente del Departamento de Historia de Brock University e investigadora afiliada al Centre for Oral History and Digital Storytelling, Concordia University, Canadá. Correo electrónico: msuescunpozas@brocku.ca

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Memorias de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia Catalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

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ción de los entrevistados fue voluntaria. Su identidad no ha sido divulgada, al considerar que, en general, éstos solicitaron que conserváramos su anonimato. Nos ha parecido importante ofrecer a los lectores información sobre la fecha y lugar de nacimiento del entrevistado, al igual que del lugar en el que se hizo la entrevista (cuya duración fue de una hora), seguida en algunos casos de una segunda, ya fuera para completarla o ahondar en ciertos temas, por decisión del entrevistado. Las entrevistas fueron registradas en grabación.4

riencias urbanas y rurales, de distintas clases sociales, e identidades raciales y étnicas.5 Con esta selección pretendemos ilustrar la riqueza de esta herramienta y su cualidad inagotable, precisamente por la inestabilidad de la memoria (Frisch 1979; High 2010; Passerini 1987; Portelli 1991). El lector podrá apreciar que el juego, las libertades e intensidades de los testimonios no son obstáculo para el conocimiento, sino más bien un punto de entrada tanto para formularnos preguntas epistemólogicas en torno a lo que conocemos del período como para adentrarnos en territorios de lo que a primera vista no no nos pareciese del dominio de lo conocible. Igualmente, esta selección evidencia el interrogante sobre el límite entre la historiografía, entendida como el oficio de los historiadores, y la memoria, cuando ésta se apoya en las herramientas de la narrativa (Trouillot 1995).

Las preguntas se diseñaron de tal manera que fueran lo suficientemente abiertas, con el fin de predeterminar o prefigurar en el menor grado posible las respuestas de los entrevistados en lo que respecta a las preconcepciones que pudieran tener los entrevistadores. Si bien amplias, las preguntas permitían al entrevistado evidenciar aspectos íntimos de la memoria y de su subjetividad. Formulamos preguntas abiertas relativas a la experiencia de vida de los entrevistados durante esas dos décadas, y la memoria que sobre ellas persiste en su familia: ¿Qué recuerda usted de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia? ¿Qué significaron las décadas del treinta y el cuarenta en Colombia para su familia? ¿Recuerda usted qué cambios ocurrieron entonces en ámbitos como la política, la sociedad, la economía o la cultura? ¿Podría decirnos, en su opinión, cuál fue la importancia de estas dos décadas en la historia del siglo XX en Colombia? Prestamos además especial interés a la valoración que el entrevistado hizo del período, de tal forma que si el entrevistado parecía tener una visión positiva, se lo invitaba a recordar algo que le hubiera parecido negativo, y viceversa. Con el fin de ahondar en lo que respecta al lugar que ocupaba el entrevistado en lo que recordaba, se lo invitó a reflexionar sobre cómo se sintió, cuándo o cómo se dio cuenta de lo que decía recordar, y se le pidió además describirlo en más detalle.

Invitamos entonces a nuestros lectores a explorar los siguientes apartes de entrevistas, cuyo propósito es seguir abriendo vetas para el debate y expandir los límites de nuestras formas de entender el mundo social. Con estos apartes no queremos entregar al lector un análisis preestablecido sino darle la oportunidad de crear sus propias asociaciones e interpretaciones, y demostrar que los objetos de la memoria son siempre materia de debate.6 Nuestro objetivo es estimular una producción imaginativa que amplíe los límites tanto de lo que sabemos sobre el período como de nuestro oficio.

*** Tila. Nacida en Tibaná en 1929. Entrevistada en Bogotá, agosto de 2011 Entrevistador(a): Doña Tila, ¿qué recuerda usted de la década que va de 1930 a 1940?

En cuanto a los entrevistados, ofrecemos aquí una muestra de hombres y mujeres que para 1950 tenían entre 15 y 27 años, y, por lo tanto, vivieron las dos décadas precedentes en distintas etapas de su infancia, juventud y edad adulta. Si bien en esta selección tenemos entrevistados de tres regiones, en el proyecto del que estas entrevistas hacen parte buscamos cubrir una mayor extensión del país. Algo que estas entrevistas evidencian es la movilidad de los entrevistados y la diversidad de expe-

Tila: […] Lo que yo recuerdo ahora lo leí. En 1930, en 1930 se sucedió en Colombia la masacre más violenta que ha

(Montreal, Canadá), y el del Institute of Oral History de Baylor University (Texas, Estados Unidos). 4

En las transcripciones mantuvimos el uso idiosincrásico que los entrevistados hacen del lenguaje, para no perder la oralidad del relato.

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5

Sabemos que categorizar a los entrevistados y sus experiencias según género, clase, raza o urbano/rural es materia de análisis y puede ser problematizado. Sin embargo, este análisis va más allá del objetivo de esta sección.

6

La apreciación, intelectual, artística, y la tradición oral nos ofrecen modelos para esto en distintas culturas, entre otros, los gabinetes de curiosidades, las colecciones de arte, los álbumes de fotografías, los álbumes de recortes, o hasta las mismas bibliotecas y archivos. Existen muchos ejemplos de cómo el modelo aquí propuesto se puede poner en función de la producción de conocimiento en las ciencias sociales y las humanidades. Para un ejemplo del potencial de este modelo de presentación-argumentación, ver Suescún (1998).


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existido en Colombia, que fue en la zona bananera. Estaba como presidente, ¡ay!, ahora se me olvida éste, pero yo tengo que acordarme porque es que, pero bueno, deme un espacio ahí. Estaba como presidente mmmm, que fue el último conservador de la Hegemonía Conservadora que duró 20 años. Entonces, ¡ay! Cómo es que se llamaba este hombre, me acuerdo tan rápido y ahorita se me olvida. Bueno, deme un espacio, porque me tengo que recordar. En ése, es decir, en esa masacre que fue en la zona bananera murieron centenares de hombres, mujeres y niños. ¿Por qué hubo esa masacre? Porque los obreros tenían que trabajar, y mujeres y niños, 22 horas seguidas, entonces ellos se reunieron… para pedir que le bajaran siquiera dos horitas de trabajo, que les dejaran solamente 20 [horas] de trabajo, y que les subieran un poquitico de lo que ganaban; la respuesta fue la masacre. Bueno, eso fue en 1930, en 1930 también vino el cambio del partido, porque hasta 1930 gobernó el trabajo conservador, es decir, ahí se terminó la Hegemonía Conservadora, y ganó este señor de Guateque, mmmm, Enrique Olaya Herrera, liberal… Ese Partido Liberal gobernó hasta 1946, que fue, 45, que lo vino a remplazar Ospina Pérez, conservador. Bueno, entonces veamos algo de lo que nos hizo, nos trajo Enrique Olaya Herrera. Entre las cosas que él hizo, sobre todo nos dio a la mujer los derechos civiles, porque la mujer anteriormente no podía disfrutar de la herencia que le dejaran los padres, porque de eso, esa herencia, si se casaba una mujer que llevaba algo de herencia al matrimonio, el que podía disponer de eso era el marido. Él podía venderlo, regalarlo, jugárselo, inclusive yo tuve una tía que víctima de esto. Entonces, Enrique Olaya Herrera dijo: “No, la mujer va a manejar sus bienes”, y entonces él nos dio los derechos civiles, Enrique Olaya Herrera. […] Otra cosa que dijo Enrique Olaya Herrera, liberal: “La mujer va a estudiar”; y entonces, ya la mujer pudo ir a estudiar, claro que a lo máximo que llegaba la mujer era a hacer sexto de normal o bachillerato; universidad, nada. Eso lo hizo Enrique Olaya Herrera. Algo que sucedió en el gobierno de Enrique Olaya Herrera en el 32 o 33 fue que los peruanos querían apoderarse del Trapecio Amazónico, y entonces Enrique Olaya Herrera hizo un llamado al pueblo colombiano, y les dijo en ese momento: “Tanto liberales como conservadores somos colombianos y tenemos que proteger el Trapecio Amazónico”, entonces hizo un llamado; dijo en ese momento: “No hay liberales no hay conservadores, es un solo partido que se va a defender”, y mandaron para allá un ejército lo mejor que pudieron; cuando los peruanos tuvieron conocimiento de esto, se retiraron y no hubo el enfrentamiento porque se retiraron, y desocuparon allá, el Trapecio Amazónico, donde está Leticia. Eso pasó en el gobierno de Enrique Olaya Herrera […] De ahí en adelante de Enrique Olaya Herrera la verdad no

recuerdo bien quiénes fueron los que gobernaron; sé que que… que en esa época de 1930 a 1940 hablaban, decían, que hubo una crisis económica terrible, es decir, la moneda no valía nada, fue una desvalorización, una crisis económica terrible hasta 1930. ¿Qué más recuerdo yo de esa época, qué le digo? No recuerdo exactamente quiénes gobernaron. Bueno, el último que vino a gobernar de, hasta 1945, fue este, ¡ay! mmm, López, pero no López Pumarejo, sino López, López, López, que hubo un problema terrible con él en Pasto; allá casi lo, lo secuestraron o lo tuvieron; es decir, lo poco que yo [recuerdo] será porque en ese entonces no había ni prensa. La radio, pero por allá el que tenía la radio en su casa, porque no es como ahora que cada el radio por cada lado; los medios de comunicación eran limitados y el periódico estaba al alcance de los potentados, de los ricos, a uno no lo dejaban, no se informaba de nada. Entrevistador(a): Doña Tila, ¿usted recuerda de qué libro leyó esto? Tila: Yo lo leí del libro, pérese, pérese, de un libro que era así de grande y era hermosísimo y me lo robaron. Anao y Arrula, Anao y Arrula, como que era, sí, eso era, bueno Arrula. Entrevistador(a): Cuénteme qué recuerda del período después de 1946. Tila: Eso fue terrible, del 46 al 53 gobernó el Partido Conservador. Se inició con éste, ¡ay!, Dios mío, que se lo dije hace un momentico… Ospina Pérez. Me acuerdo mucho de esas elecciones [risas], porque yo estaba […] donde las monjas, me acuerdo mucho porque como a las 5:30 que nos levantábamos, corrían las empleadas de un lado a otro pero uno, […] uno era totalmente ignorante […] Corrían de un lado al otro, se abrazaban, se besaban, y bueno, iban donde las monjas, y lo mismo las monjas encantadas de la vida; entonces ahí mismo nos arreglaron y fuimos a misa, porque había ganado el Partido Conservador. Eran monjas bizantinas, vicentinas [risas], […] yo decía: “Y, pero ¿por qué eso?”.

*** Betty. Nacida en Bogotá en 1923. Entrevistada en Bogotá, julio de 2011 Entrevistador(a): ¿Cómo recuerdas que era la vida diaria? Betty: […] En esa época sí se iba a cine. ¡Ah! Ésa era otra época… Empezaron [con] que no podíamos ir a cine. Me

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Memorias de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia Catalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

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acuerdo que una vez nos llevaron a una película mi mamá y […] la amiga de mi mamá que tenía también una hija [de la que] yo era amiga […] Ya tenía yo […] por lo menos 15 años o cosa así. Nos llevaron a cine y resultó escandalosa la película [risas] […] ¡Y lo escandalosa era que creo que había una de las actrices que se tomaba unos tragos o alguna cosa así! [risas] […] Apenas salimos, nos dijeron: “¡Qué arrepentimiento! ¡Cómo las fuimos a llevar a esa película! ¡Qué barbaridad!” [risas]. Pero no había remedio, ya la habíamos visto.

ellos aprendieron a leer porque se vinieron a trabajar a Bogotá, y ellos estudiaban de noche y así aprendieron. Y los otros fuimos una tanda de brutos, como dicen… A uno le hace falta que lo hubieran puesto, pero ya le digo, a ninguno… El Mono sí sabe leer porque él estuvo en el cuartel y allá aprendió. Uno fue muy sufrido desde pequeño. Yo no sé por qué mi Dios lo tiene todavía a uno… ¡Muy sufrido! El hijo mayor es el que más sufre. En toda parte. Yo fue la mayor de todos […] Pero mejor dicho, mi papá era que llegaba todo borracho de guarapo, y eso llegaba, y si uno estaba por ahí, eso era cada grito que lo sacaba a uno, y nosotras que temblábamos del susto. Y mi mamá decía: “Vaya acuéstense antes de que los agarre y les pegue”. Y a ella le pegaba. Huy, ¡a ella le daba unas muendas…! Pero ella era una mujer alta de cuerpo […] y una vez yo estaba ya volantona, y le dije: “¿Pero mamá tan cuerpada que es y se deja pegar de esa mincha de viejo…?”. Ella se quedó pensando y se le desgranaron las lágrimas. Dije: “No señor, dejiéndase como pueda –dije dejiéndase–, para eso Dios le dio dos manos, dejiéndase”. Y así ella fue sacando la uña y después ya el viejo no le podía pegar. Huy, porque sí… La gente antigua era muy fregada. Mucho atrevías. Me refiero a mi papá. […]

[…] Para la mujer era muy horrible la situación […] porque la tenían muy por debajo. La primera abogada que hubo, que fue Gabriela Samper… ehhh… Peña. La primera que entró a la universidad. Eso fue un escándalo tremendo pensar que se metiera a la universidad a estudiar abogacía. Eso no se conocía… Ese escándalo debió ser por el año… más o menos, a ver, yo terminé en el 39, en el 40, 41, por ahí […] Lo que me estoy acordando ahora, que el otro día nos acordamos con algunas [amigas], es que yo recién casada, cuando iba para Estados Unidos […] tenía que tener permiso de Rodrigo [su esposo] para poder salir del país. Eso sí nos acordamos el otro día con las amigas; que eso era absurdo. Es que a las mujeres nos trataban como unas cosas… Las mujeres siempre nos casábamos sin cinco centavos. Siempre el señor lo mantenía a uno… Es que el cambio para la mujer ha sido lo más violento. En los 88 años que yo tengo, es decir, en los 80 que me doy cuenta, ha sido un cambio completamente radical; pero completo. Otro mundo. Y yo creo que en esa época inclusive en Estados Unidos la mujer era otra cosa. No tenían la libertad que tienen hoy ustedes. Que ustedes trabajan y pueden hacer lo que quieren.

*** Nacho. Nacido en Bogotá en 1933. Entrevistado en Bogotá, agosto de 2011 Entrevistador(a): ¿Podría decirnos, en su opinión, cuál fue la importancia de estas dos décadas en la historia del siglo XX en Colombia?

***

Nacho: Tal vez sí… la guerra con el Perú, porque papá participó. A papá le tocó transportar los soldados colombianos y a la munición para llevarla a la frontera, abajo en el sur… Y papá, con su hermano […] consiguieron el contrato para llevar las tropas colombianas. […] Y atravesando un río, en el Neiva… o más cerca al Caquetá […] el río estaba crecido y papá se metió con sus camiones y con la tropa a pasar el río… La corriente se les llevó todos los camiones. Los soldados, menos mal que alcanzaron a pasar al otro lado nadando, pero se perdió cantidades de munición, equipo y todo. Sin embargo, ellos continuaron, alquilaron unos camiones, porque los de ellos ya los habían perdido… Recuerdo papá comentando eso de la guerra del sur […] eso es una historia que papá me contaba, pero yo la oí tantas veces, que llegó un momento en que yo pensé que yo

Lily. Nacida en San José de Pare (Boyacá), 1923. Entrevistada en Facatativá, agosto de 2011 Entrevistador(a): ¿Qué significaron las décadas del treinta y el cuarenta en Colombia para su familia? Lily: […] Allá no hubo escuela pa’ los pobres. La escuela era hacer oficio ¡y juete que no, señor! Huy, mi papá era un viejo muy […] Ay, ¡pecadito! Perdóneme Dios. Muy atrevido. A ninguno de los hijos le dio escuela. Éramos ocho hermanos. Pa’ ninguno, porque como a él no lo pusieron los papás a la escuela, entonces él dijo que como a él no lo habían puesto, que él tampoco ponía a ninguno de los hijos […] Mis hermanos que aprendieron a leer […]

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la había vivido, porque me impactó muchísimo. Y hay fotografías que papá tomó de los camiones, ¡voltiados patas arriba! Y yo comparaba eso con un juguete mío; papá me había regalado un carrito de pedales, y ese carrito yo lo adoraba, y un día cogí ese carrito yo, y un día me dio por voltiarlo patas arriba, y me acordé de lo que papá me había contado de que la corriente del río le había voltiado los camiones…

los domingos… El costo de la entrada en proporción es lo mismo que ahora, y todo es igual… hoy día tiene un precio las películas, que antiguamente tenían posiblemente el mismo precio pero con una moneda distinta, más o menos la misma cuestión.

*** Lucy. Nacida en Bogotá en 1931. Entrevistada en Bogotá, agosto de 2011

*** Mercho. Nacido en Bogotá en 1930. Entrevistado en Bogotá, julio de 2011

Entrevistadora: ¿Recuerda usted qué cambios ocurrieron entonces en ámbitos como la política, la sociedad, la economía o la cultura?

Entrevistador(a): ¿Qué recuerda sobre la vida cotidiana?

Lucy: […] Recuerdo que a mí me encantaba oír hablar de Alfonso López Pumarejo… Pero había mucha gente que lo tildaba, en ese tiempo, como de izquierdista, no es que fuera izquierdista, y por eso es que me gustaba tanto. Porque cambió el sistema de trabajo, de los sueldos; modernizó en ese momento… antes casi que los trabajadores [eran] esclavos […] no eran esclavos pero [quedaban] grandes rezagos de la esclavitud…

Mercho: […] Por el hecho de ser estudiante, yo podía ir a cine generalmente los domingos, en las tardes, que era el único momento donde estaba libre, que los estudios me permitían hacerlo. Y tal vez ésa era la única distracción que había, no había nada más […] Íbamos con los compañeros de colegio, dentro de las amistades que nacen en el colegio, pues también había una vida social con los compañeros o con las amigas de mis hermanas, y formábamos grupos para ir a cine o [pausa] era más frecuentes las fiestas en las casas, más que ir a cine, se acostumbraba ir a las fiestas en las casas…

De eso sí me acuerdo, fue muy buen presidente y después lo reeligieron […] porque había dejado una estela de regio presidente […] El primer gobierno de Alfonso López Pumarejo fue decisivo en ese sentido, en la parte social, ¡fue decisivo! porque se valoró al trabajador… ¿Le quedó faltando? ¡Sí, claro! Pero se dieron los primeros pasos.

Me acuerdo que había un teatro que se llamaba el Teatro Caldas, el Metro en Teusaquillo, el Teatro Colombia, el Teatro Imperio, el Teatro María Luisa… Me acuerdo que iba a películas de vaqueros, eso íbamos mucho, porque había algo que se llamaba las series, lo que daban los teatros los domingos. Series eran unas películas de vaqueros especiales que duraban, digamos… tres horas, como cosa excepcional, entonces el programa los domingos era ir a ver las series, que todos los teatros por lo general pasaban una. […] Yo no tenía predilección, no había mucho por escoger, simplemente en otros teatros había otras películas, pero lo cotidiano era ir entre estudiantes e ir a la serie que estuviera de moda […] En los últimos años, cercanos a los cuarentas, había ya cambiado el cine, pues ya la presentación de películas era de otro orden, no eran tanto de vaqueros, sino musicales y, en fin, otras cosas […] Películas americanas. La gran mayoría de las películas provenía de Estados Unidos y de México… y de Argentina, creo.

*** Ana. Nacida en Cisneros (Antioquia), en 1931. Entrevistada en Bogotá, agosto de 2011 Entrevistador(a): Cuéntame, ¿qué recuerdas de la época de 1930 y 1940? Ana: Que recuerde yo, en esa época la gente era campesina y pobre, y como siempre, había muchos encuentros políticos, tanto políticos como religiosos… era como raro. Habían muchas diferencias religiosas, también había mucho racismo… [El racismo se manifestaba] en muchas formas, por ejemplo, los niños en la escuela […] la gente todavía dice que no hay racismo. Sí hay racismo, lo que pasa es que tú señales: “¡Eso es negro!”, como se hacía antes […] Lo que tú hacías era ofender a ese negro, ésa era la palabra, ofensiva.

[…] El público en los teatros era lleno completo, yo no sé cuántas personas pero… llenaban el teatro. Es que eso era una costumbre muy difundida, que la gente iba a cine

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Memorias de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia Catalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

Debate

Entrevistador(a): ¿Me podrías contar un poco más de la vida cultural de la época? ¿Libros, música?

en Medellín estudiando en un colegio. Y cuando entraron los nacionales, ella en el cuarto tenía una mesa, y ahí tenía la Virgen, y se les arrodilló, y les pedía que le perdonaran la vida. Y aparte de eso sacaron unos versos, porque en Antioquia a todo le sacan copla; entonces yo me acuerdo una partecita que decía: “Ester les pidió perdón, llorando arrodillada, ¡pero a un duro corazón, no le conmueve nada!”. La mataron arrodillada pidiendo que no la mataran, Ése fue el más duro que me tocó vivir. De resto, la gente, nosotros los colombianos, por naturaleza, y no digo de acá o de allá, tenemos un carácter fuerte. No nos gusta que nos apachurren allá ni nos sentimos mejor que los demás, pero tampoco los indiecitos como nos creen. Entonces en Segovia se hacían bailes públicos y se emborrachaba la gente y se peleaba por cualquier cosa. Eso era horrible, pero ahora ya no es una violencia política, [ahora] es de plata.

Ana: […] Entonces yo era una niña muy inquieta y recordaba el sentir africano. Había mucha música africana. Me gustaba mostrar lo que aprendía y me unía a los sainetes; así se les llamaba a los grupos de negritos que bailaban en las esquinas. También en la escuela nos influenciaba la cuestión española. Nos hacían bailar pasodoble y tocar las castañuelas. Entrevistador(a): De la época de los treinta o de los cuarenta, ¿tú recuerdas algún acontecimiento especial que tengas en la memoria muy presente? Ana: Sí, sí… era como 1939 más o menos. A Segovia se entraron unos, mejor dicho, un vigilante. Como Segovia es minera, con minas muy bien establecidas que eran manejadas por ingleses, las minas de Segovia, entonces había mucha vigilancia… Del 39 al 40 era la época de los machuqueros, que eran los que se robaban el oro de la mina. Era tanta la ansiedad de ser ricos, de robar el oro, como decían ellos… No, decían: “Me encontré una piedrita de oro”; “¡Me encontré un chicharrón, hermano!”. Y la gente sufría accidentes en el estómago, para rajarse la piel y llenarse de oro. Ese acontecimiento me marcó, no mucho porque no soy de las personas que se dejan marcar por una situación, siempre busco superarlo. Yo estaba pequeña… estaba dormida cuando empecé a sentir que en mi casa estaban echando piedra, y dije: “Mamá Rita, ¡están echando piedra!”.

*** Ori. Nacido en Cartagena, en 1935. Entrevistado en Cartagena, julio de 2011 Entrevistador(a): ¿Recuerda usted qué cambios, sociales, culturales, políticos, se produjeron en Cartagena? Ori: En la década del cuarenta eran pocas las personas que tenían una profesión. Eran muy limitados los cupos en las universidades, y además la mayoría de las personas no tenían los medios económicos para estudiar una profesión. En la época del cuarenta se graduaban como máximo 10 o 15 médicos en todo Cartagena. Los colegios que más se distinguían eran los colegios privados, como el Colegio Fernández Baena, Colegio de La Salle, el Colegio Universitario San Pedro Claver, que era donde estudiaba la clase media alta y la élite. Por ejemplo, yo estudié en el San Pedro y en el Fernández Baena. Además, en la cultura de esa década se apreciaba el Teatro del Almirante Padilla, donde cada semana se presentaban teatros, música, poesía, que se llamó minaretes del arte. Mi abuela me llevaba a esos actos donde uno pasaba un buen rato. Aquí también el deporte estaba muy raizado. El barrio Sabaní, un barrio distinguido por el béisbol y el boxeo; los boxeadores famosos de Panamá venían a entrenar acá a Cartagena porque por esa época era la plaza favorita de Latinoamérica para el boxeo.

Yo me acuerdo que ella me contaba mucho de la guerra con el Perú, porque a mi tío lo tuvieron que disfrazar de mujer, lo sacaron por los Llanos y le hicieron una casa por allá en un árbol las hermanas, y lo vistieron de mujer y lo pintaron y todo pa’ que no se lo llevaran. Entonces, cuando pasó lo de Segovia, en esa época […] estaban robando mucho a la empresa. Entonces la empresa había tomado medidas para corregir esos robos. Entonces mataron un celador que era el cómplice, era el jefe de los celadores, pero él era el que abría la puerta y se hacía el que no veía. El hermano de él era comandante de la Policía nacional en Medellín, y ese malvado se vino con 150 policías. Atacó Segovia en una forma despiadada, sin decirle a nadie nada. Usted estaba en una tienda a las 11 de la noche y fueron muchos los muertos. Se metieron a la zona de tolerancia. Había una mujer que se llamaba Ester; eso debe estar en los archivos de Antioquia, porque ella era una mujer que tenía una casa de citas, pero era una madre muy buena, y ella no quería que su hija supiera quién era ella; entonces la tenía

Entrevistador(a): ¿Me puede comentar cómo eran las relaciones sociales de la época? ¿Vecinos, amistades?

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Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 160-166.

Ori: Esa pregunta es muy importante. Yo considero por mi experiencia que Cartagena es desde esa época una de las ciudades más elitistas del país. Hay una discriminación que todavía no se ha podido erradicar. Hay varios clubes que aún están demandando por racismo. En la época eso se veía más claramente. En el Club Cartagena, de la élite y la aristocracia, no aceptaban un moreno, ni siquiera moreno, mucho menos negro. Me acuerdo yo que para esa época el gobernador, el doctor Francisco Vargas Vélez, y nunca lo aceptaron en el Club por ser moreno. En esa época, también del barrio Getsemaní existía hasta en las clases bajas discriminación. Se difundía dentro de la sociedad cartagenera y no importaba la plata.

2. High, Steven. 2010. Telling Stories: A Reflection on Oral History and New Media. Oral History Society 38: 101-112. 3. Passerini, Luisa. 1987. Fascism in Popular Memory: The Cultural Experience of the Turin Working Class. Cambridge: Cambridge University Press. 4. Portelli, Alessandro. 1991. The Death of Luigi Trastulli, and Other Stories: Form and Meaning in Oral History. Albany: State University of New York.

Referencias

5. Suescún, María del Carmen. 1998. From Reading to Seeing: Doing and Undoing Imperialism in the Visual Arts. En Close Encounters of Empire: Writing the Cultural History of U.S.-Latin American Relations, eds. Gilbert Joseph, Catherine LeGrand y Ricardo Salvatore, 525-556. Durham: Duke University Press.

1. Frisch, Michael. 1979. Oral History and Hard Times. Oral History Review 7: 70-79.

6. Trouillot, Michel-Rolph. 1995. Silencing the Past. Power and the Production of History. Boston: Beacon Press.

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Revista de Estudios Sociales No. 41 rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188. Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 168-169.

La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia. Velásquez, Carlos Alfonso. 2011. La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia. Medellín: La Carreta Editores [304 pp.].

Francisco Leal Buitrago*

*

Ph.D. en Desarrollo, Universidad de Wisconsin, Estados Unidos. Profesor honorario de las Universidades Nacional de Colombia y de los Andes. Fundador de las revistas Estudios Rurales Latinoamericanos, Análisis Político, y Revista de Estudios Sociales. Correo electrónico: frleal@uniandes.edu.co

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La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia. Carlos Alfonso Velásquez. 2011. Francisco Leal Buitrago

Lecturas

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poder en el Estado las que definen qué curso toman las políticas gubernamentales frente al conflicto armado, como de manera teórica y práctica lo hace el autor. En sexto y último lugar, el trasfondo del análisis es la búsqueda de la paz. El mismo título del libro, La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia, traduce las innumerables pifias políticas y militares cometidas a lo largo de más de tres décadas de confrontación en las que transcurre el análisis de la investigación. En medio de tales fallas, en el texto se observa el condicionante externo, en particular, la influencia de Estados Unidos, que en buena parte de las circunstancias de búsqueda de paz condicionó su fracaso.

n este libro de Carlos Alfonso Velásquez sobresale la originalidad de la investigación desarrollada, en el sentido de que, pese a tratar un tema que ha sido trajinado durante los últimos tres o cuatro lustros, lo hace desde una perspectiva ampliamente dinámica desde varios puntos de vista, que tienen la virtud de ser complementarios. En primer lugar, utiliza la historia como fuente de validación metodológica, ya que, además de ser una ciencia social, esta disciplina sirve para constatar los análisis derivados de los acontecimientos sociales. Este uso de la historia como fuente de validación es el fundamento de la dinámica múltiple que posee este trabajo y que constituye su principal cualidad.

Al tener en cuenta esta búsqueda de la paz, el libro es una enseñanza valiosa para todos aquellos que de alguna manera estén interesados en alcanzar este objetivo en el país. Sin embargo, este interés por una paz duradera tiene diversas facetas, incluidas algunas que de manera contradictoria no sólo no han contribuido a ella sino que han servido para estimular el conflicto. El libro muestra tales facetas, que, dada su repetición, explican en buena parte lo esquiva que ha sido la terminación de la confrontación armada.

En segundo lugar, acude a mirar el problema tratado desde la perspectiva del Estado, en este caso, centrado en el trascurrir político de los gobiernos que enmarcan la temporalidad establecida en razón del tema seleccionado, que va desde la presidencia de Julio César Turbay (1978-1982) hasta la actual de Juan Manuel Santos, considerada en el Epílogo.

Una de esas facetas se refiere a que en un contexto formal de democracia liberal, como es el colombiano, las decisiones políticas recaen en las autoridades civiles, que, por esta razón, tienen la obligación de orientar el accionar militar. Sin embargo, durante largos años, y sustentadas en una supuesta convivencia democrática, estas autoridades le sacaron el cuerpo a la obligación de formular directrices para las instituciones armadas del Estado, llevando a sus mandos a asumir tareas políticas que no les corresponden.

En tercer lugar, le agrega a la perspectiva política un factor poco usual en estos trabajos, pero que cuando se trata se hace generalmente con visiones superficiales o sesgadas, producto del desconocimiento en materias militares. La experiencia de varias décadas de ejercicio militar profesional del autor hace invaluable su contribución, en especial porque lo hace sin el sentido apologético que caracteriza los escritos de militares en servicio activo y en retiro.

Los pocos intentos de las autoridades civiles de orientar la política militar fueron fallidos, en buena parte debido a la autonomía en el manejo del orden público que generaron las instituciones castrenses aprovechando las circunstancias de la época. Esta autonomía relativa fue propiciada por el uso recurrente de la excepcionalidad constitucional del estado de sitio. Esta figura despertó la tentación de los gobiernos de buscar ‘soluciones fáciles’ por la vía de la represión para los crecientes problemas derivados de la violencia política, como fue el caso del ‘Estatuto de Seguridad’ durante el gobierno de Turbay, con el que comienza el libro.

En cuarto lugar, el trabajo mira también –de manera simultánea– el problema de estudio desde el ángulo de la insurgencia, en particular, de la guerrilla de las Farc, a lo largo de los cambios que ha tenido esta agrupación, en medio de las diversas respuestas del Estado a tales cambios y de la inserción de esta guerrilla en la sociedad. La mirada simultánea de estos dos frentes que interactúan de manera antagónica añade al contexto del estudio elementos que alimentan la dinámica y la riqueza del análisis.

Como afirmé en el prólogo del libro de Carlos Alfonso Velásquez, reitero la necesidad de que quienes estén interesados en que el país salga del embrollo en que se encuentra, con una sociedad polarizada ideológicamente y una violencia cada vez más extendida y diversificada, hagan una lectura cuidadosa de esta publicación, con el fin de que mediten sobre las posibilidades de aportar a su esquiva solución.

En quinto lugar, un factor adicional del análisis es la estrategia, que bien tratado es escaso en las investigaciones académicas sobre las confrontaciones armadas, más aún si éstas se adscriben a la guerra irregular. La importancia de la estrategia radica en su necesario entronque con lo político, en el sentido de que son las relaciones de

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Presentación Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia. María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

9-10

Dossier El valor del análisis cultural para la historiografía de las décadas del treinta y cuarenta en Colombia: estado del arte y nuevas direcciones • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935

12-27

Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promesa formativa para una homosexualidad otra (1932)

44-55

Entre el público y el movimiento, entre la acción colectiva y la opinión pública. Reflexiones en torno al movimiento gaitanista

56-71

La “educación de las mujeres”: el avance de las formas modernas de feminidad en Colombia

72-83

“Nosotros también somos parte del pueblo”: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948

84-105

• Ricardo López – Western Washington University, Estados Unidos.

Otras Voces Desafíos conceptuales para la Política de Protección Social frente a la pobreza en Colombia • Andrea Lampis – Departamento Nacional de Planeación de Colombia.

El movimiento comunista birmano y el fracaso de su utopía revolucionaria (1945-1975)

107-121

ISSN 0123-885X

Catalina Muñoz María del Carmen Suescún

Dossier

Catalina Muñoz María del Carmen Suescún Thomas Williford Alexander Hincapié Carlos Andrés Charry Zandra Pedraza Ricardo López

ISSN 0123-885X

• Zandra Pedraza – Universidad de los Andes, Colombia.

diciembre 2011

Presentación

diciembre 2011

28-43

• Carlos Andrés Charry – Universidad de Antioquia, Colombia.

Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

http://res.uniandes.edu.co

• Thomas Williford – Southwest Minnesota State University, Estados Unidos.

• Alexander Hincapié – Universidad de Antioquia, Colombia.

Bogotá - Colombia

Otras Voces Andrea Lampis Daniel Gomá Riberti de Almeida

Documentos

• Daniel Gomá – Universidad de Barcelona, España.

122-134

Catalina Muñoz María del Carmen Suescún

¿Inestabilidad o estabilidad en la política brasileña? Partidos políticos y presidente de la República contra la incertidumbre

135-144

Debate

• Riberti de Almeida – Universidad Federal de San Carlos, Brasil.

Catalina Muñoz María del Carmen Suescún

Documentos Otras voces, otras fuentes

• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

Lecturas

146-158

Francisco Leal

Debate • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

160-166

Lecturas Carlos Alfonso Velásquez. 2011. La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia • Francisco Leal – Universidad Nacional de Colombia.

168-169

Bogotá - Colombia

Memorias de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia

Pp.1-188 $20.000 pesos (Colombia) ISSN 0123-885X

Colombia 1930-1950: Sociedad y Cultura 9 770123 885006


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