Innovación en procesos agroindustriales: Caso Hacienda San Isidro

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Universidad de Ibagu茅

Innovaci贸n en procesos agroindustriales: Caso Hacienda San Isidro

Noviembre de 2011


Innovación en procesos agroindustriales: Caso Hacienda San Isidro Oficina de Publicaciones Universidad de Ibagué Ibagué, Colombia Noviembre de 2011 © Universidad de Ibagué, 2011 © Jaime Zorroza y Landia, 2011 Dirección editorial: Oficina de Publicaciones publicaciones@unibague.edu.co

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Innovación en procesos agroindustriales: Caso Hacienda San Isidro* Jaime Zorroza y Landia

Jaime Zorroza y Landia

Nací en España, más exactamente, en el país vasco, en un pueblo como los del Tolima, conformado por caseríos. Acudí a una escuela cercana; sin embargo, no avancé mucho en mi formación académica porque yo hablaba la lengua vasca y los estudios se hacían en castellano. Por otra parte, cuando tenía 16 años, estalló la Guerra Civil Española. En esa época, España atravesaba una situación similar a la de Colombia en la actualidad y cerraron la escuela, para dar albergue a los desplazados. Así es que estudié poco o nada. A los 18 años, me llamaron al Ejército al que presté servicios durante tres años. Mi primera experiencia como soldado fue en el frente de batalla de los Pirineos, cerca de Francia, en medio de un invierno cruel. Al cabo de esos tres años, me licenciaron y regresé a casa. No había transcurrido un año cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Entonces, ** Charla del 2 de agosto de 2011


me alisté de nuevo en el Ejército y en él permanecí como efectivo, hasta el fin del conflicto bélico. Si se tienen en cuenta estos acontecimientos, puedo afirmar que mi vida fue muy azarosa; sin embargo, en medio de esta situación violenta que vivía España, mi papá, que era un buen trabajador y de quien aprendí mucho, me enseñó a sembrar trigo y maíz; a cuidar del ganado y a administrar una finca. Nosotros, como buenos campesinos, nos dedicábamos al cultivo de la tierra, a la cría y al levante de ganado, gallinas y conejos. Esto nos permitió superar la crisis alimentaria que se vivía en España después de la guerra. Más tarde, en mi búsqueda de nuevas y mejores alternativas, vine a Colombia aceptando la invitación de un tío que vivía aquí. El viaje fue una odisea. En esa época, no había consulado en Madrid sino en Barcelona, a donde tuve que trasladarme desde el País Vasco, para arreglar mi documentación. Debido al poco desarrollo del transporte aéreo comercial, viajé en tren de Barcelona hasta Lisboa, donde tomaría un vuelo que me traería a América. Como los aviones no tenían suficiente capacidad para atravesar el Atlántico, el viaje incluyó varias escalas. Después de esperar dos o tres días en Lisboa, comencé un itinerario que me llevó primero a Irlanda, luego a Terranova y después a Nueva York. A señas, por mi imposibilidad de hablar en español o inglés, conseguí un hotelito de unos paisanos míos para hospedarme y me alimentaba en cualquier lugar. Después de varios días en Nueva York, tomé varios vuelos que me condujeron a Cuba, a Barranquilla y, finalmente, a Bogotá en donde me esperó mi tío. Con él, nos dedicamos a explorar varias posibilidades. Adquirimos una finca por aquí cerca y allí fui a trabajar. A raíz de los desórdenes que se vivieron en Colombia, con ocasión del 9 de abril de 1948, perdí a mi tío a quien mataron porque era sacerdote; a mí me llevaron amarrado hacia el monte. Me liberaron cuando les expresé que no tenían razón para matarme y que estaba dispuesto a hacer lo que ellos quisieran. Posteriormente, conté con la suerte de ser ayudado por unos paisanos que me relacionaron con un alemán: Hans Klotz. Con él trabajé en El Espinal y formamos una sociedad que se prolongó por más de cuarenta años. En Saldaña, construimos un sistema de riego por bombeo, mucho antes de que el Gobierno hiciera el Distrito de Usocoello. A pesar


de un arduo trabajo, mi socio se quebró y yo perdí el trabajo de cuatro años, como Administrador. Mario y Jaime Laserna, hacendados de la meseta y amigos, me contrataron para trabajar en sus fincas; más tarde lo hizo Benjamín Rocha, en El Aceituno. En definitiva, gracias a los préstamos bancarios y a los finqueros que ya me conocían, empecé a trabajar por mi cuenta. Fue una época no sólo de arduo trabajo sino de aprendizajes, por ejemplo, sobre todo lo relacionado con la técnica para el sembrado del arroz que yo no conocía. Hice muchas cosas para mejorar el campo que, para la época, estaba muy atrasado: arranqué piedras para limpiar los lotes; levanté corrales para el ganado y construí toda la infraestructura que se requiere para este tipo de haciendas. En compañía de Hans Klotz, modernizamos y automatizamos la maquinaria lo mismo que el transporte, con el fin de suplir la escasa industrialización existente para realizar las labores agrícolas. Asimismo, instalamos laboratorios con el apoyo de un agrónomo de Bayer quien no sólo nos enseñó muchísimo sino que aportó a la Bayer nuevos conocimientos. A partir de nuestra experiencia, se incrementó la producción de insumos, fertilizantes y productos para el control de plagas. En San Isidro, continuó trabajando con semillas; sin lugar a dudas, creo que tengo la mejor tecnología de Colombia. Hace poco, compramos unos clasificadores en Brasil y patrociné el viaje de tres estudiantes para que aprendan a manejarlos. Con mi socio, también fundamos las Cooperativas de Sanidad Vegetal. Estas cooperativas, sin ánimo de lucro, tenían como finalidad controlar los precios de los insumos agrícolas, para beneficiar a los campesinos de la región. Ahora funcionan muy bien, aunque se pueden mejorar impulsando programas de salud y capacitación. A través de todas las actividades que realicé, conocí muchísima gente que se dedicaba también a laborar en el campo y tampoco conocía ese trabajo. Por lo tanto, trabajábamos mancomunadamente y todos nos beneficiábamos de los adelantos que lográbamos. Alterné también con personas destacadas como presidentes y expresidentes. Fui amigo personal de Virgilio Barco y de Alfonso López. Sin embargo, nunca participé en política.


Con Ana Julia, mi esposa, nos constituimos en unos de los principales fundadores de esta Universidad; no intervinimos de manera directa, porque nosotros no sabíamos concretar los procesos que se requerían para lograr la realización de esta idea. La concebimos porque creíamos que los jóvenes deberían contar con oportunidades que les permitieran mejorar su vida y su futuro. Sin embargo, hoy sabemos que no es suficiente que los padres y la sociedad les ofrezcan esta posibilidad; ustedes deben responder a ella con esfuerzo personal y responsabilidad. Si malgastan el tiempo, se pierde el empeño de sus padres y el de muchas personas; nadie gana y la sociedad no podrá desarrollarse ni avanzar. Antes de apoyar la fundación de la Universidad, queríamos crear institutos para técnicos agrícolas; esta idea no se concretó. Sin embargo, Coruniversitaria y la comunidad de los Padres salesianos fundaron el Centro Técnico y Tecnológico San José con el fin de capacitar jóvenes y adultos vulnerables para el mercado laboral. Con Santiago Meñaca, impulsé muchísimo este proyecto de educación técnica, tecnológica y artes u oficios. A propósito, antes de casarme, yo era otra persona. Podría resumirla como dice la canción: “Yo también tuve 20 años”. En ese entonces, yo también fui como ustedes. A los veinte años se piensa solamente en disfrutar y gozar la vida; eso es lo bueno, lo sabroso, en fin, la felicidad. Pero, a medida que van pasando los años, el hombre recapacita para concluir que ese no es el camino del futuro. La vida vivida como simple diversión queda en el aire, no funciona y, algún día, tendremos que enfrentar la dura realidad. Eso lo viví yo y, por eso, estoy aquí compartiendo con ustedes mis experiencias. A mi esposa, Ana Julia, la conocí en la oficina de Guillermo Laserna, donde trabajaba. Al poco tiempo nos enamoramos y decidimos contraer matrimonio. No teníamos casa propia pero yo tenía mucho trabajo. Así, empezamos nuestra vida juntos y seguimos trabajando, yo en el campo y Ana Julia dedicada a hacer obras sociales. Esa fue una época maravillosa, llena de amor y satisfacciones. Entonces, mi vida cambió porque nos casamos con la única idea de mejorar y ayudar a la gente a ser mejor. Ese sí es un buen proyecto, creo yo, enmarcado dentro de unos principios que aprendí de mis padres; uno puede salirse del camino, pero debe regresar. ¿Qué tal si mis papás se hubieran dado cuenta de esa etapa que viví cuando tenía veinte años, como dice la canción? Ellos eran unos santos y formaron una familia en la que,


de siete hermanos, dos escogieron el sacerdocio y tres fueron monjas de clausura. Soy católico creyente y siempre estuve en la búsqueda del más allá; creo que ese es mi fin. Por esta razón, y porque la vida es muy corta, nos propusimos con Ana Julia a encontrar el buen camino; ella se fue hace poco y yo, seguramente, lo haré pronto. Además de todos los proyectos que compartimos, con Ana Julia decidimos crear una fundación que apoyara el Jardín de los Abuelos. Allí, al frente de Santa Ana, nos han acompañado nuestros amigos y amigas queridos, entre ellos, el Rector y algunos profesores de esta Universidad. Actualmente se atienden más de cien abuelitos que dependen, casi exclusivamente, de la atención y la manutención que les pueda ofrecer el Jardín. Por eso, me preocupa su situación y quiero seguir apoyándolos. Continuando con el tema de la acción social, con el Padre Alirio, nuestro capellán, y la doctora Olga Lucía Parra estamos desarrollando una tarea evangelizadora en San Isidro. La comunidad aprecia esta labor en la que se incluyen, entre otros, niños, padres de familia, matrimonios, que quieren ser orientados en la búsqueda de un buen camino. Mediante este trabajo, creemos firmemente que se van a construir las bases de un hombre nuevo y de una nueva sociedad, a partir del replanteamiento de valores. La tendencia actual nos predispone a la corrupción, al enriquecimiento ilícito, al dinero fácil. Sin embargo, esta forma de enriquecerse trae como consecuencia la cárcel, la extradición. Si logramos que la gente cambie esta perspectiva, la solvencia económica vendrá como resultado del trabajo honrado y las buenas amistades. El dinero no se fabrica ni se encuentra a la vuelta de la esquina; viene de la mano del esfuerzo, del sacrificio, el ahorro y la organización. Otro aspecto del que nos ocupamos en San Isidro tiene que ver con la concepción que se tiene acerca del trabajo. Viajando por el Extremo Oriente aprendí que el trabajo es sagrado. En esto, los occidentales tenemos mucho que aprender de los orientales. Por esta razón, enseñamos que el trabajo es santo y que se debe realizar con alegría. Hombres y mujeres deben ser conscientes de que el trabajo ordenado y con gusto abre la puerta a un mayor número de oportunidades y a mejores beneficios. Yo les digo a mis obreros: si tienen problemas en casa con sus hijos, con la pareja, con los vecinos, no pueden trabajar bien,


porque la mente está ocupada en pensamientos negativos. Es importante mejorar la vida personal para trabajar tranquilo, con gusto y con alegría. También nos dedicamos en San Isidro, a conversar sobre la felicidad y la paz. Si observamos a nuestro alrededor, nos encontramos en presencia de un mundo dominado por la confusión, las guerras, las disputas, las luchas; todos estamos enfrascados en los problemas, ya sea por dinero, por falta de comprensión con la pareja o con los hijos, por malas relaciones con nuestro entorno. Sin embargo, anhelamos un refugio donde pueda haber algo de paz. ¿Por qué no lo logramos? A este respecto, les inculcamos que la felicidad viene del amor y este no puede darse cuando se prioriza el egoísmo, el individualismo o cuando centramos los logros en la consecución de bienes materiales para nuestro propia utilidad y provecho. Si se ahonda en las razones que da la gente para explicar este estado de cosas, la más común es que el Gobierno no cumple con las funciones que le corresponden; con frecuencia se oye decir que este no sabe resolver los problemas del país, que no aporta nada, que no hace obras sociales, que no da plata. A mi juicio, esta no es una buena razón; ustedes, en especial, deben entender que el Gobierno somos nosotros. Dentro de poco, los jóvenes tendrán que asumir el ejercicio de la política; van a ser alcaldes, gobernadores, diputados o concejales. Por esto, yo les aconsejo que se preparen para asumir y ejercer su condición de ciudadanos responsables, participativos e informados además de ser portadores de unos valores que les permitan representar los intereses de la sociedad. Hasta este momento, he hablado de mí, de mi vida, de mis realizaciones. De forma un poco desordenada, he venido tratando algunos temas que pueden servirles para reflexionar. Pero, aún me falta algo por decir; me refiero a las consecuencias de las conductas adictivas y del desorden en el ejercicio de la sexualidad, fenómenos característicos de la juventud actual. Las conductas adictivas en la adolescencia producen placer, alivio y otras compensaciones a corto plazo, pero provocan dolor, desastre, desolación y multitud de problemas a medio plazo. Entre otras muchas consecuencias, el sexo sin responsabilidad origina embarazos que, en la mayoría de los casos, no son deseados y arruinan los proyectos futuros. A los veinte años, creemos que todo esto es la verdadera felicidad; no pensamos para qué nacimos, para qué estamos en este mundo y qué


vamos a hacer con nuestra vida. Es necesario que desde ahora piensen en construir un proyecto de vida con metas alcanzables, basadas en el estudio y el trabajo. Regresando a mi experiencia, yo he trabajado en el campo y he construido no sólo objetos materiales sino una vida espiritual. A veces me pregunto: Ese yo ¿quién es? ¿Hay algo más en mí que me ha permitido estos logros? ¿Por qué un hombre que no estudió, que cuenta solamente con su experiencias consigue buenos resultados? A mi juicio, hay algo más dentro de mí: un corazón bueno, un corazón limpio, un corazón que siempre me ha impulsado a trabajar por el bien de la comunidad; entonces, puedo concluir mi vida en paz conmigo mismo y con los que me rodean. Esa, creo yo, es la vida que vale la pena vivir. Muchas gracias

Ana Julia de Zorroza, Jaime Zorroza, Monseñor Flavio Calle


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