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Jubilado, por José Romero Romel
jefes de ETA como sujeto cuyo
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asesinato era imprescindible.
Todo lo que ha venido después – vía Nanclares de reinserción, presos que expresan su arrepentimiento y se encuentran con las víctimas, movimiento que ha liderado Maixabel Lasa, la viuda de Juanma Jáuregui, por ejemplo- tiene en ellos su inicio y sin ellos no habría sido posible.
Aún estoy esperando que Arnaldo Otegui, por ejemplo, y tantos otros que viven ahora del momio del fin de ETA, reconozcan la labor de estos que son también hombres de paz y a los que en su momento etiquetaron como traidores. Por mi parte a estas alturas solo tengo un par de ambiciones: que me siga funcionando el muelle y escribir sin faltas de ortografía. Nada más. Como diría Groucho Marx, cualquier reconocimiento, medalla, diploma o similar lo cambio por una buena erección a su debido tiempo. He visto decenas de medallas de oro y algunas pensionadas a gente que no ha despegado el culo del sillón, expertos en peloteo. Si a mí me quieren dar algo a estas alturas, que me manden un jamón y una caja de tercios de Alhambra.
El terrorismo yihadista es un serio peligro latente por su fanatismo
De derecha a izquierda: Juan Alberto Belloch, Antonio Asunción, Paz Felgueroso y María Teresa Fernández de la Vega
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P.- Su novela es una radiografía de los recovecos de las leyes no escritas de la cárcel: jerarquía, grupos “privilegiados” como los etarras que mandan en el importantísimo economato, separación entre etarras y yihadistas, terroristas en general y presos comunes en particular... ¿Eso ha cambiado en los últimos años? ¿Crees que se deben, en parte, a las deficiencias
y errores que revelas en “De prisiones, putas y pistolas”? R.- Vuelvo a decirle que solo he intentado ser un narrador. Es verdad que hice algunas cosas, que cuento en el libro, ciertamente “irregulares”, por eso le dije a Antonio Asunción que lo escribiera él y que no me metiera a mí en ese lío, pero la historia es la que es y he pretendido ser fiel a lo que pasó incluso tirándome
piedras a mi tejado. No creo, por ejemplo, que haya muchos directores de cárcel que hayan incurrido en “tenencia ilícita de armas” con un revólver entregado por el gobernador civil y cometan ese ilícito en un coche de policía y escoltados por la policía misma.
La cárcel es una copia de la calle. En la cárcel hay seres humanos, no extraterrestres. Se fotocopían en ella los grupos de poder, las conductas solidarias y las rastreras. La generosidad y los egoísmos más despreciables. Ni los etarras ni los yihadistas están ajenos a eso.
Yo no vi, en su momento privilegios de los etarras. Lo que pasaba es que eran un tíos organizados. Si había treinta etarras en el módulo cuatro de Nanclares, aun teniendo prohibido por la organización desempeñar ningún destino en la cárcel porque eso era ”colaborar con el enemigo”, ellos se encargaban del economato y a mi me venía bien porque jamás faltaba una peseta y yo utilizaba aquel garito paupérrimo como mesa de operaciones. Más de una y más de cien veces aparecía por allí con el País y el Mundo bajo el brazo, pedía un cortado y le decía a Txiquierdi o al que estuviese en la cafetera: “si no me quiere cobrar el café – cinco pesetas de entonces, menos de tres céntimos de euro- le tengo que regalar estos dos periódicos. A ver si se les oxigena la mente un poco porque de leer solo el EGIN uno puede acabar trastornado o miope para conocer la realidad”.
Esos faroles, como se dice ahora, les hacían flipar porque no estaban acostumbrados a que un director se comportara así.
Los etarras y los yihadistas solo tenían una cosa en común: las ideas sobrevaloradas y equivocadas, el fanatismo que empuja
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Homenajes a los presos etarras en las calles del País Vasco. Flores, niños, paseíllo, versos y banderas sirven al intento de tapar una historia de asesinatos y terror
Manuel Avilés durante una entrevista radiofónica
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