Alberto Breccia Sombras de la razรณn
c o l e c c i รณ n
K
GRAFI ALISMOS
Yexus (1962-) Alberto Breccia : sombras de la razón / Yexus. – [León] : Servicio de Publicaciones de la Universidad de León : EOLAS, [2020] 181 p. : il. bl. y n. y col., fot. ; 24 cm. – (Grafikalismos ;| n. 9) Bibliogr.: p. 179-181 ISBN 978-84-9773-992-4 (Universidad de León) ; 978-84-18079-44-3 (EOLAS Ediciones) 1. Breccia, Alberto (1919-1993)-Crítca e interpretación.2. Historietas dibujadas-Argentina-Historia y crítica-Siglo 20º. I. Universidad de León. Servicio de Publicaciones. II. Título, III. Serie. 741.52 Breccia, Alberto 821.134.2(82)-91.09”19”
Colección Grafikalismos · nº 9 © Yexus · 2020 © de las imágenes: sus respectivos autores y/o editores © de esta edición: Servicio de Publicaciones de la Universidad de León (http://servicios.unileon.es/publicaciones/) y EOLAS ediciones (www.eolasediciones.es) Coordinador de colección: José Manuel Trabado Cabado Ilustración de cubierta: detalle de «La ciudad sin nombre», incluido en Los mitos de Cthulhu (1975), adaptación de los relatos de H. P. Lovecraft realizada por Alberto Breccia y Norberto Buscaglia Diseño y maquetación: Alberto R. Torices ISBN (EOLAS ediciones): 978-84-18079-44-3 ISBN (Universidad de León): 978-84-9773-992-4 Depósito Legal: LE-134-2020 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com · 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Impreso en España
ALBERTO BRECCIA
Sombras de la razรณn
Yexus eediciones o las
A Horacio Altuna, por regalarme tiempo, sabiduría y experiencia. A Ángel de la Calle y Norman Fernández, por su amistad y su inestimable ayuda. A Mariano Buscaglia, por su amabilidad. A José Manuel Trabado, por su confianza. A Yolanda, por apoyarme en este proyecto y compartir el resto de mis sueños.
Índice Prólogo / 11 1. Érase una vez en el barrio… / 15
2. Todo un best-seller / 25
3. Infantil, humor y docencia 4. Cambio de rumbo 5. Vivir cien vidas 6. Tomando partido 7. Incomprensión e intolerancia 8. Dibujando el miedo 9. Un nuevo guionista
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11. La memoria y el olvido 12. Entre tinieblas 13. Nuevos horizontes 14. Los años finales 15. Un artista irrepetible Bibliografía
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10. La fuerza del color / 115
Nota: En los pies de imagen, las fechas corresponden a la primera publicaciรณn en formato de revista o รกlbum, con independencia de la fecha de realizaciรณn de la obra.
Prólogo
A
llá, a principios de los 70, yo trabajaba para la editorial Columba, la más popular y exitosa dentro del cómic en Argentina. Era joven y presuntuoso, bastante valorado como una “estrella” en ciernes dentro del mundillo de la historieta. Tres amigos y colegas, Macagno, Mandrafina y Marcchione, eran alumnos por aquel entonces del Viejo Breccia. Así lo nombrábamos, aunque él recién andaba por la mitad de los 50. El asunto es que estos amigos me llevaron, carpeta en mano con mis dibujos, a la clase del Maestro para que los viera y me diera su opinión. Como dije, tenía en ese momento una vanidad subida y mi expectativa eran sus elogios y un espaldarazo en público que me encaramara más en mi soberbia, rodeado de la admiración del resto de la clase, unos quince, y de mis amigos. Breccia miró con cierta displicencia tal como recuerdo, casi superficialmente, ocho o diez páginas de mis historietas, y después, encogiéndose de hombros y mirándome fijo, dijo: —Están bien, ¿y?… Y quedó callado, interrogante. El silencio y la expectativa de todos los presentes era total esperando su juicio. Yo comencé a empequeñecerme, confuso e inseguro. Porque el Viejo intimidaba. Entonces, como desganado, con cierto fastidio en el tono al hablar, dio su parecer experto e inapelable y me bajó de la nube de arrogancia en la que estaba instalado hasta esa tarde, a la tierra, al nivel modestísimo y humilde de los que teníamos mucho que aprender de todo. En diez minutos hizo una crítica feroz de mis dibujos, de la puesta en página, de mi ignorancia en composición, del desequilibrio de negros y blancos, de mi desconocimiento de narración gráfica. El vapuleo fue total y la incomodidad del momento, de todos y mía, se convirtió en un baño de humildad, en una lección que todavía agradezco. En unos pocos momentos me dio una clase profesional y de vida que el tiempo me enseño a valorar como de las mejores que he recibido. Así era el Viejo. Podría decir que poco amable, no fingía ninguna cortesía para dar opiniones, era temible para espíritus débiles o vanidosos, como el mío en aquellos años. También es verdad que aquella tarde aprendí más de mi — 11 —
trabajo que lo que había sabido hasta ese momento y aún la valoro como la mejor lección que recibí en mi vida profesional. Breccia, además, completó con el correr de los años, el cuadro integro de lo que creo que es para mí el ideal de un autor de cómic. Desde el compromiso con las ideas y la honestidad autoexigente hasta la renovación y búsqueda continua de una estética siempre arriesgada. A partir de sus comienzos lejanísimos en El Vengador hasta el Perramus o las adaptaciones de cuentos, pasando por el inmenso Eternauta, Breccia es la huida de las zonas de confort, la indagación permanente, una afirmación de identidad como autor total, un modelo. Eso es, un modelo de autor. Con el tiempo tuve la fortuna de conocerlo mucho más. De vecino primero, porque vivíamos a poca distancia, y de amigo después. Su recuerdo es imborrable. Pero para un dibujante tener la referencia del Maestro Breccia no es cómoda porque su exigencia es severa, hace que la autocrítica sea rigurosa y sin tregua. El tiempo que ordena y califica las cosas de la vida puso al Viejo en el sitio de un artista ejemplar que no pactó con ninguna comodidad profesional y que nunca renunció a búsquedas formales y narrativas. Por eso, todos los que le conocimos y que le vemos como nuestro Maestro, seguimos sintiendo su sombra alargada que nos exige y obliga a mejorar. Como un padre. Horacio Altuna
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ran amante del dibujo pero no tanto del cómic, aseguraba no leer apenas historietas ni sentir un gran entusiasmo por el medio. Alberto Breccia las dibujaba pero casi nunca las leía: prefería decididamente la literatura. Tan paradójicas convicciones pertenecen a uno de los más relevantes creadores del siglo XX, cuya aportación contribuyó a ensanchar las fronteras de la narrativa dibujada e incluso las del mundo de la cultura y el arte. Uruguayo de nacimiento pero argentino de corazón, fue autodidacta, autocrítico hasta el exceso y comprometido cuando hubo que serlo. Frank Miller afirmó en una ocasión que “con Breccia empezó todo”. Hector Oesterheld afirmaba de su arte que tenía una cuarta dimensión de sugestión que lo distinguía de los demás dibujantes. Y, ciertamente, su manera de entender el cómic marcó el inicio de una nueva época cuyas repercusiones todavía palpitan en el ánimo y en las viñetas de numerosos autores consagrados o anónimos. A lo largo de su trayectoria profesional fue derivando de manera natural desde la comercialidad hasta la vanguardia y, aunque en ocasiones fuera capaz de conjugar ambas facetas, también llegó a frecuentar la pura marginalidad. Expresivamente hablando, no extraña su admiración por Van Gogh, Goya, Brueghel y El Bosco, dado que su inclinación hacia la heterodoxia siempre vino marcada plásticamente por la innovación y conceptualmente por la extrañeza y el pesimismo. En el primer apartado, era capaz de rebasar la pluma y el pincel para trabajar con una cuchilla, con los dedos e incluso con la palma de la mano; y en el segundo, confesaba abiertamente ser incapaz de dibujar cosas bellas porque no despertaban en él interés alguno. En cambio, se preocupó mucho por representar las facetas más oscuras o problemáticas del alma, quizá por las circunstancias aciagas que a menudo rodearon su entorno social, político e incluso familiar. Siempre fue un espíritu inconformista e inquieto y lo fue de una forma compulsiva. “El dibujo tiene que ser, fundamentalmente, alegría o angustia” 1 afirmaba. 1 Breccia el Viejo. Conversaciones con Juan Sasturain. Juan Sasturain y otros autores, Ediciones Colihué, 2013.
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Ninguno de sus increíbles avances le permitía estancarse en un estilo determinado, independientemente de la aceptación obtenida, siendo por ello incapaz de repetir una estética o unos recursos durante demasiado tiempo. Lo cual originaba una continua huida hacia delante que no siempre supo ser valorada por sus contemporáneos y compatriotas, fueren lectores o editores. Como declaró al escritor Eduardo Orenstein en una entrevista: “Tener un ‘estilo personal’, esa especie de sello de garantía, es simplemente detenerse en el punto al que se llegó al éxito. Hay que saber arriesgar el éxito, día a día”. Apodado “el Viejo” por sus amigos y colegas, nunca se consideró un artista, a pesar de haber inspirado a varias generaciones de dibujantes y despertar la admiración de intelectuales y creadores de primera fila, quizá motivado por la naturalidad y la modestia que parecieron presidir toda su vida. También asumió distintos grados de compromiso político y humano pero cuándo y de la forma en que lo juzgó necesario, algo que no siempre concuerda con las leyendas generadas en torno a su persona. Ya que en realidad fue un hombre pesimista y descreído del propio ser humano, tanto de la palabra como de las ideologías. Juan Sasturain lo definió acertadamente desde el conocimiento personal: “Siempre fue un saludable escéptico, nunca había creído en nada” 2. O al menos en muy pocas cosas. Por ejemplo, en la amistad, en la saludable energía vital y creativa de los jóvenes e incluso en la honestidad del trabajo. Porque, de hecho, él mismo fue un trabajador nato, a menudo por pura necesidad, y quizás por ello siempre fue también un hombre un tanto solitario. En alguna ocasión afirmó que si no hubiera sido dibujante le habría gustado ser jardinero. Queda claro que, en la esfera de lo personal, siempre prefirió la sencillez a la ostentación, siendo más amigo de la austeridad que del exceso. No extraña saber que Breccia dibujaba desde que tenía uso de razón. Algo que no dejó de hacer nunca a lo largo de su vida y que incluso llegaría ser un acto terapéutico en sus momentos de padecimiento físico. Estaba convencido de que la honestidad del artista es lo que hace realmente que una historieta sea buena. “El estilo es el concepto, es el hombre”, afirmó en una entrevista3. Y esto es lo que le hace inclasificable, ya que va modificando su manera de ser a medida que afloran los distintos tipos de emociones o sentimientos que va reflejando puntualmente en sus viñetas. Esa fue su preocupación y su forma de vida.
2 Entrevista de Pablo Turnes. Entrecomics, 18 de noviembre de 2013. 3 El País, 16 de noviembre de 1987.
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Érase una vez en el barrio…
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lberto Breccia nace en Montevideo el 15 de abril de 1919 pero a la edad de tres años se traslada a Buenos Aires, ya que su familia emigra a esta ciudad en un intento de mejorar sus expectativas laborales y su nivel de vida. Sus dos hermanos son uruguayos y su hermana brasileña, aunque posteriormente tomará la nacionalidad argentina. Su madre es una mujer de carácter bastante fuerte, una persona muy estricta que impone en el hogar una disciplina férrea. Su padre es un criollo, hijo de venecianos, dado que su abuelo era italiano y su abuela tenía sangre india. Se trata de un hombre introspectivo y parco que hubo de trabajar mucho y muy duro en sus años jóvenes: fabricó carbón en el monte, navegó de grumete en un barco…Hasta que logró hacer fortuna y llegó a tener algunas fábricas en Brasil, saladeros de carne que se arruinaron por causa de las dos guerras mundiales, dado que su principal mercado era Alemania. En Argentina, por tanto, transcurrirá toda la vida de Alberto y siempre se sentiría emocionalmente ligado a ese país. La familia se instala en el humilde y popular barrio de Mataderos, al oeste de la ciudad, el mismo que describirá muchos años después el dibujante en Un tal Daneri. Se encuentra prácticamente en los límites de la urbe, en una zona fronteriza donde los habitantes del barrio se mezclan con los criollos, la gente del campo. Es una zona marginada, con casas muy modestas, sin apenas luz o pavimento en las aceras. Y así lo recuerda posteriormente: “Esas paredes de ladrillos, esas calles de barro, esas nubes que parecían estar al alcance de la mano de tan bajas” 4. Allí se sucederá la infancia y juventud del futuro artista, entre humo de fábricas, trabajadores humildes y cuchilleros de tango. A la edad de cinco años ya dibuja pequeños recuadros con imágenes de fantasmas y otras fantasías nacidas de su imaginación; no tienen bocadillos porque en los tebeos de aquella época no existían y de todas formas aun no sabe 4 Historia de la Historieta Argentina. Carlos Trillo y Guillermo Saccomanno, Ediciones Récord, 1980.
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de la razón
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leer, aunque ya disfrute de las emociones y las aventuras contenidas en Las Mil y una Noches y en las novelas de Salgari que le lee su hermana. Tal afición no es extraña, considerando que forma parte de una familia especialmente dotada para el dibujo. Efectivamente, sus hermanos, Humberto y Miguel, dibujan con frecuencia; a su padre le encanta hacer dibujos de tipo humorístico y lo hacía bastante bien según el propio Breccia, aunque nunca lo explotara comercialmente. Pero eso no es todo: su abuelo materno realizaba retratos y también tienen una especial predisposición para el dibujo unos primos hermanos, que incluso llegaron a publicar sus trabajos. Ello por no adentrarse en el futuro, considerando que sus tres hijos desarrollarán sendas y fructíferas trayectorias en este campo. Volviendo a la infancia de Alberto, y a pesar de las circunstancias mencionadas, tampoco se puede afirmar que el dibujo acapare con extrema intensidad toda la atención del niño. No se puede hablar de vocación temprana, en honor a la verdad, ya que realmente no se manifiesta con fuerza hasta los 13 años, pero no es menos cierto que a todas las edades disfrutaría con su lectura o simplemente mirándolos. Hablamos de las historietas de Dante Quinterno o del mismísimo Yellow Kid (en Argentina publicado entonces como El pibe amarillo) y, posteriormente, de revistas como El Tony, Tit-Bits, Pucky o El Purrete. Algunas se las compra su padre pero esta última la canjea todas las semanas al dueño de un quiosco por caricaturas de futbolistas que dibuja en su casa. Una afición que comparte con su gusto por la literatura popular, por las novelas de quiosco y folletines como Rocambole, Fu-Manchú o Tarzán de los Monos. Alberto hubiera querido estudiar Bellas Artes pero la dura realidad se impone. Sin estudios superiores, desde los 14 años trabaja con su padre de tripero, es decir, removiendo vísceras en el frigorífico del matadero Lisandro de la Torre. En realidad, todos los hermanos se ven obligados a desempeñar el mismo oficio. Es un trabajo muy duro, de quince o dieciséis horas al día, que realiza mientras en casa se dedica a dibujar y periódicamente se pasa por la redacción de El Diario, para mostrar sus avances, y por la de Crítica para hablar con el caricaturista Pedro de Rojas y tratar de interesarle por su incipiente quehacer. Culturalmente autodidacta, su formación intelectual es básicamente intuitiva, como demuestra, por ejemplo, que en una ocasión cambiara diez novelas del detective Sexton Blake por una antología de Poe prologada por Baudelaire. En poco tiempo se convierte en un enamorado de la literatura, que de los folletines, Verne, Poe y Salgari pasaría progresivamente a Borges o Maupassant. E igualmente es un gran aficionado a la gran pantalla. En las salas del barrio disfruta durante su infancia y adolescencia de los grandes cómicos del cine mudo; de los vaqueros Ken Maynard, Buck Jones o Tom Mix; de filmes como Drácula, King — 16 —
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Revista El Resero (1939).
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Kong, Tres lanceros bengalíes o el Tarzán de Johnny Weissmuller; de actrices como Mae West y Claudette Colbert… Después vendría el cine francés y directores como Jean Renoir. Aunque, por supuesto, el joven también disfruta de la música y el baile (sobre todo la rumba y el tango) e incluso estudia clarinete con su padre, que lo toca en ocasiones especiales. Por ejemplo, en las presentaciones del circo del famoso payaso uruguayo Pepino el 88. En ocasiones se dedica a encalar las paredes de las salas de baile y pintar dibujos en ellas, a cambio de poder entrar gratis por las noches. Su afición por el jazz, que disfruta en la radio y también en algunos clubes, también le llevará posteriormente a recibir clases de trompeta de un músico que vive en el barrio; aunque termine por desistir cuando comprenda que no tiene cualidades… ni dinero para comprar el instrumento. En cuanto al mundo del arte, le gusta pintar desde pequeño y poco a poco aprende a hacerlo por su cuenta: a menudo coge una caja de témperas y un vaso de agua y pedalea con su bicicleta hasta el barrio de San Miguel para hacer paisajes. El trabajo de tripero lo desempeña en un pequeño matadero que pertenece a su padre, por lo que le ayuda sin cobrar ningún tipo de sueldo, pero cuando está a punto de alcanzar la mayoría de edad su progenitor pretende que comience a trabajar en otro de estos negocios para llevar algún dinero a casa. Intentando desvincularse de tan dura ocupación y afianzada ya su afición artística, el joven solicita una semana de plazo para tratar de ganarse la vida como dibujante. Y, afortunadamente, entre los 17 y los 18 años consigue ver impresos sus primeros trabajos. Lo hace en una revista de folklore titulada El Resero y también en una revista literaria del barrio, Acento, que edita con un amigo y que llegaría a publicar poemas de Machado cuando asesinan a Lorca. Es una revista de distribución gratuita, en la cual escribe artículos y críticas literarias, además de retratar en las portadas a los escritores que admira. Es un joven idealista, con inquietudes sociales, que por aquel entonces firma con el pseudónimo de “Veritas”. También publica un par de caricaturas de actores en la revista Cine Argentino.
Revista Acento nº 2 (1939).
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Mu-Fa (1939).
Lo cierto es que Alberto quería ser periodista pero, como realmente se le da bien el dibujo, comienza a dar sus primeros pasos a nivel profesional en ese campo. Primero publica un par de trabajos en la revista Berretín, sin remuneración alguna, y a continuación realiza cerca de 300 tiras mudas de una serie humorística titulada Mr. Pickles, de las que solo consigue vender diez a un sindicato. Después vendría otra titulada Mu-Fa, un detective oriental, evidente parodia del investigador chino Charlie Chan, que aparece en una revista llamada Fenómeno, aunque posteriormente dibujara otras versiones, incluso con pseudónimo. Estos progresivos avances que realiza en pos de la profesionalización (o, al menos, de una manera de ganarse el sustento) coinciden con el momento en que la historieta comienza a afianzarse como medio en Argentina. Ya que, durante los años 30 y 40 se consolidan editoriales como Columba, Laínez, Haynes, Abril o Dante Quinterno, entre muchas otras, alcanzando sus publicaciones tiradas de cientos de miles de ejemplares, aunque no siempre la cantidad sea equivalente a la calidad y acudiendo a menudo a la importación de material extranjero para cubrir la creciente demanda de nuevos títulos. El hecho es que en 1939 Breccia comienza a colaborar con las publicaciones de la editorial Manuel Laínez. Su primer encargo es una historieta titulada Ralph Norton, que realiza en una sola noche, inventándosela apresuradamente y copiando los dibujos de Alfred Andriola. A continuación otra de fantasía llamada Rosengran, escrita por su cuñado, que el artista en ciernes resuelve como puede. Y después una adaptación de Las aventuras de Rocambole que nunca llegará a terminarse. Las dos primeras aparecen en la revista Historietas y la tercera en Tit-Bits. Se puede afirmar que es su entrada en esta empresa lo que marca el inicio de su verdadera carrera como dibujante, ya que paulatinamente conseguirá trabajar como tal a tiempo completo, tras abandonar definitivamente su ocupación en el matadero. — 18 —
5 De este mismo autor también heredaría Breccia otra serie, titulada Cruz Diablo y protagonizada por un gaucho.
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Revista Tit-Bits (1941).
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Para Manuel Laínez va a colaborar en revistas como El Gorrión, Espinaca o Rataplán, entre otras, además de la mencionada Tit-Bits, para la cual dibuja numerosas portadas entre 1941 y 1947, modernizando la imagen de la publicación. Esta última cabecera se basaba en una clásica revista británica de folletines. Fue fundada por el padre del propio Laínez y constituye una de las más longevas publicaciones argentinas, ya que el primer número aparece en 1909 y su trayectoria se prolongará hasta 1957. En la mencionada editorial se encarga de Mariquita Terremoto, por ejemplo, una niña traviesa y repelente con una falda de lunares y un gran lazo en la cabeza que se dedica a hacer la vida más difícil a quienes la rodean. Son episodios autoconclusivos que demuestran la imaginación de la pequeña para sortear las situaciones más complicadas, normalmente creadas por ella misma. Y cabe destacar que, si bien el aprendizaje dentro del dibujo realista va a resultar para Breccia un camino largo y costoso, desde el principio demuestra una gran predisposición y habilidad para el registro humorístico, como demuestra perfectamente esta serie. De hecho, durante toda su vida admiraría a los humoristas porque pensaba que tenían en su dibujo una expresión más completa, que no necesitaba depender de guionistas ni de otros autores. En cuanto a Mariquita Terremoto, aparece en la revista Espinaca, cuyo nombre se debe a la aparición estelar de Popeye y en la que también publica algunas adaptaciones literarias como la de El Jorobado, de Paul Feval. Para El Gorrión dibuja en 1941 a un personaje que obtendrá una buena acogida: El Vengador Alado. Dicha revista era una de las más populares de la editorial; había surgido en 1932 para competir con el éxito de El Tony, basando su contenido inicialmente en material de procedencia británica y después norteamericana, pero El Vengador Alado iba a ser su primera producción autóctona importante. Este personaje fue iniciado por Raúl M. Rosarivo5 en 1939, aparentemente inspirado en el recién creado Batman, aunque Breccia insiste en que se publicó antes que el famoso personaje de Bob Kane. Aparecía como un fornido
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Mariquita Terremoto (1941).
El Vengador. El Dragón Escarlata (1941).
joven tocado con un ajustado uniforme que lucía en el pecho la letra uve, una capa y una máscara con diminutas orejas, todo ello de color rojo. El personaje pasa por ser el primer superhéroe de la historieta argentina. Eso sí, cuando asume la serie el dibujante uruguayo le inventa un joven compañero llamado El Gorrión, una especie de Robin, que le permite identificarse con el título de la revista. El argumento mantiene un tono desenfadado, casi paródico, que antecede, curiosamente, a la versión pop y estrafalaria del Batman televisivo de los — 20 —
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años 60. El autor se hace cargo del guion, el dibujo y el color a la hora de realizar las aventuras de este personaje para cuya anatomía confesaba copiar los depurados dibujos de Burne Hogarth en Tarzán. Otro personaje del mismo año es el western Kid del Rio Grande, una adaptación del propio Breccia de un famoso folletín británico por entregas escrito originalmente por Ralph Redway. Era su primera serie del Oeste, un trasunto de Buffalo Bill inicialmente llamado Río Kid, que nunca llegó a tener una versión dibujada en su país de origen y cuyo Kid de Río Grande (1941). impacto en Argentina motivó esta adaptación del dibujante uruguayo que aparecería en las páginas de Tit-Bits. Su grafismo en esta época está fuertemente influenciado por los autores norteamericanos de comic-book y por algunos clásicos como el mencionado Hogarth o su compatriota José Luis Salinas. También le fascina Will Eisner y su genial justiciero enmascarado, que se publica como Espíritu de Justicia en las revistas de Manuel Lainez (aunque bastante mutilado), así como el Terry y los piratas de Caniff, al que descubre en el diario uruguayo El País cuando le visitan sus parientes y traen consigo algunos ejemplares. Breccia trabaja siempre en su casa. Allí dibuja las páginas a lápiz sobre una cartulina barata, las pasa a tinta con plumilla y, si es necesario, se encarga también del color. Una vez a la semana se pasa por la editorial a entregar su trabajo y cada fin de mes cobra su Magazine Sexton Blake (1943). salario: un peso por cada viñeta. Es decir, una cifra irrisoria que, como recordará con ironía muchos años más tarde, “me alcanzaba para comprarme un pañuelo”. Hay que señalar que el oficio de dibujante de historietas durante aquellos años requiere un inusitado grado de vocación y esfuerzo, cuando no nace
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directamente de la necesidad económica y el ánimo de prosperar. Recordando esa experiencia, dice el autor, “el ser dibujante de historietas en un país latinoamericano era una aventura como ser cosmonauta” 6. Es decir, una odisea extraña y de resultados inciertos. No había información ni medios, no tenía la menor consideración social, el trabajo era totalmente anónimo y el mercado estaba acaparado por las series de prensa norteamericanas, con las cuales tenían que competir desventajosamente. Tanto a nivel cualitativo como cuantitativo. En la editorial, Breccia se veía obligado a escribir, dibujar y rotular; necesitaba realizar 20 ó 30 viñetas al día solo para subsistir y no podía pedir trabajo en ninguna editorial de la competencia. A pesar de todo lo cual, en su caso va a suponer una mejoría en la calidad de vida, considerando que le había permitido abandonar su durísimo oficio en el matadero. Por ello, no extraña que en un momento dado afirmara “no elegí la historieta por vocación sino por compulsión” 7. Los años 40 contemplan la aparición o el despegue de una serie de autores que definirán el tono y el estilo de la historieta argentina, como Emilio Cortinas, Héctor Torino, Fernando Fernández, Tulio Lovato, Enrique Rapela, Ángel Borisoff, Leonardo Wadel, Arturo del Castillo o el propio Breccia. También son los años del magnífico semanario Rico Tipo y, sobre todo, del apogeo de la popularísima revista Patoruzú. El primero, fundado en 1944 por Guillermo Divito, ofrece básicamente humor de corte costumbrista dirigido a un público adulto. Y la segunda (nacida en 1936) busca un lector más joven, luciendo como reclamo esencial las hilarantes aventuras del famoso cacique de la Patagonia creado por Dante Quinterno años antes para la prensa. Aunque sus personajes hacen gala de un humor desenfadado y campechano, también contiene varias historias de corte realista, algunas dibujadas por auténticos maestros como el mencionado José Luis Salinas. Otras revistas sobresalientes de estos años son Intervalo, Salgari, Aventuras, Misterix, Rayo Rojo, Cascabel o Patoruzito, publicadas por editoriales como Abril, Columba o la del propio Quinterno. En esta década se extiende la presencia de la historieta en la prensa y las revistas generalistas. También se incrementa la producción autóctona y es cuando surge la figura del guionista, ya que hasta entonces eran los propios dibujantes quienes escribían los argumentos. La aparición profesional del guionista nace de la necesidad de estandarizar las series pero costará tiempo acoplar sus tareas con las del dibujante, definir el rol de cada uno y la interacción entre ambos. Es decir, son escasos quienes escriben pensando el argumento en imágenes y no como piezas literarias a ilustrar. La nueva figura, en cualquier caso, propiciará 6 Entrevista de Mario Luccioni. Blog Fuga Historietas, 30 de agosto de 2007. 7 Homenaje a Alberto Breccia. Caloi en su tinta. 20 de noviembre de 1993. Cadena ATC.
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8 Curiosamente, allí se encuentra historietas suyas sindicadas por Laínez en la revista O Globo Juvenil, por las que no recibe ninguna retribución.
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las adaptaciones de libros, películas y radionovelas (con el consiguiente aumento de los bloques de texto en detrimento de la pura acción) pero también dará lugar a una mejor caracterización de personajes concretos. A principios de los años 40, Breccia se traslada a Brasil para ayudar a su padre con un negocio que había emprendido en ese país. Allí se aloja en una pensión de Río de Janeiro mientras continúa trabajando en las páginas que se había traído de Argentina8. La familia decide regresar a Buenos Aires cuando Brasil entra en guerra con el Eje pero antes tiene que superar una serie de dificultades motivadas por el origen italiano de su madre, a la que no dejan abandonar el país por ser de nacionalidad enemiga. No deja de dibujar mientras tanto para la editorial Laínez, como demuestran las series antedichas y otras colaboraciones con Tit-Bits como Los estragos de China, adaptando a Salgari, o La mano que aprieta, sobre la novela de Arthur B. Reeve. En 1944, además, contrae matrimonio con Nélida García (a quien todos conocen como Nely) después de cinco años de noviazgo. Es el último de los hermanos en abandonar la casa paterna y fruto de esta unión tendrá con el paso del tiempo tres hijos: Enrique, Cristina y Patricia, todos ellos también futuros dibujantes, como ya se ha mencionado. Pero el inicio de la vida de casado en aquellos días supone mayores obligaciones económicas y la pareja atraviesa momentos de necesidad. Hubo un momento, por ejemplo, en que su dieta básica diaria y la de su espoGentleman Jim (1944). sa consistía en medio litro de leche y medio alfajor para cada uno. Es por ello que, aun teniendo un contrato en exclusiva con Laínez, también dibuja para la nueva revista Bicho Feo (editada por el dibujante Héctor Torino), aunque se vea obligado a firmar con el pseudónimo “Ernesto Vaghi” para pasar desapercibido. Y de esta forma publica, por ejemplo, la historieta titulada Gentleman Jim, aristócrata justiciero durante el mismo año en que celebra su boda. El personaje del título es un elegante justiciero al estilo inglés, con chistera, frac y monóculo, que protagoniza folletinescas aventuras por los bajos fondos londinenses. La historieta es muy dinámica, el dibujo ha mejorado
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bastante al cabo de cinco años de experiencia profesional e incluso se permite algunas veleidades en la composición de la página, quizá también por disimular su estilo. Lo cierto es que en esta editorial trabaja con mayor libertad y se emplea más a fondo que en la de Laínez. Como el editor no puede pagarle le hace socio pero, desafortunadamente, a la revista no le van bien las cosas y termina por cerrar pocos números después. Y, para colmo de males, en la editorial Manuel Laínez se dan cuenta de su pequeño engaño. Quizá por ello mismo, en ese mismo año finaliza su relación con esta empresa, si bien poco después consigue vender una serie en la que había estado trabajando al diario La Razón. En realidad no era su primer contacto con el rotativo, donde ya había dibujado una colección de retratos, algunas adaptaciones literarias y una historia propia, Oro maldito. La nueva serie se va a titular Puño Blanco; es una historia sobre crímenes y venganza escrita por Issel Ferrazzano (aunque discuten los guiones entre ambos) que tiene un relativo éxito y hasta se vende por sindicación a periódicos de Colombia, Uruguay y Paraguay. E incluso se llega a publicar una recopilación en Italia. Dicha serie se prolonga durante tres años y la termina poco tiempo antes de comenzar a realizar ilustraciones para libros didácticos con la editorial Kapelusz.
Puño Blanco (1948).
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