LA CARTA GEOMÉTRICA LOS ANTECEDENTES DEL MAPA TOPOGRÁFICO NACIONAL
Antonio T. Reguera Rodríguez
COLECCIÓN TRADICIÓN CLÁSICA Y HUMANÍSTICA EN ESPAÑA E HISPANOAMÉRICA
15 CONSEJO ASESOR Juan Manuel Bartolomé Bartolomé Vicente Becares Botas (Univ. de Salamanca) Antonio Reguera Feo Salvador Rus Rufino Manuel Antonio Marcos Casquero Maurilio Pérez González José Enrique Martínez Fernández Juan Ramón Álvarez Bautista COMITÉ CIENTÍFICO Vicente Álvarez Palenzuela (Universiadad Autónoma Madrid). José Luis Abellán (Ateneo de Madrid). Matilde Albert (Universidad de Bonn). Nicole D’Acoste (Universidad Libre de Bruselas). Dietrich Briesemeister (Biblioteca Herzog-August de Wolfenbüttel). Roberto Cassá (Archivo Nacional de Santo Domingo). Luis Charlo Brea (Universidad Cádiz). Pedro Cátedra García (Universidad de Salamanca). Mariano Cuesta Domingo (Universidad Complutense de Madrid). Natalio Fernández Marcos (CSIC). Remedios Ferrero Micó (Universidad de Valencia). Benjamín García Hernández (Universidad Autónoma de Madrid). Juan Gil Fernández (Universidad de Sevilla). Luis Gil Fernández (Universidad Complutense de Madrid). Johannes Helmrath (Universidad Humboldt de Berlín). José Hinojosa Montalvo (Universidad de Alicante). Nora Edith Jiménez (Colegio de Michoacán). Marc Laureys (Universidad de Bonn). José María Maestre Maestre (Universidad de Cádiz). Antonio Mestre Sanchís (Universidad Literaria de Valencia). Juan Carlos Morales Manzur (Archivo Histórico de Maracay). José Lucio Mijares Pérez (Universidad de Valladolid). Alessandro Musco (Universidad de Palermo). Juan Manuel Navarro Cordón (Universidad Complutense de Madrid). Antonio Moreno Hernández (UNED). Luciana Peppi (Universidad de Palermo). Pablo Emilio Pérez-Mallaína (Universidad de Sevilla). María José Redondo (Universidad de Valladolid). Antonio Rubial (UNAM). M.ª Justina Sarabia Viejo (Escuela de Estudios Hispanoamaericanos de Sevilla). Stefan Schlelein (Universidad Humboldt de Berlín). Diana Soto Arango (Universidad Tecnológica y Pedagógica de Colombia). Concepción Vázquez de Benito (Universidad de Salamanca). Luis Vega Reñón (UNED). La Subdirección General de Proyectos de Investigación (FF12009-13049-C04-01) subvenciona el proyecto «La Tradición Clásica y Humanística en España e Hispanoamérica», que cuenta con el apoyo de los fondos FEDER de la Comunidad Económica Europea.
LA CARTA GEOMÉTRICA LOS ANTECEDENTES DEL MAPA TOPOGRÁFICO NACIONAL
ANTONIO T. REGUERA RODRÍGUEZ
Proyecto “Humanistas Españoles. Estudios y Ediciones Críticas” La Tradición Clásica y Humanística en España e Hispanoamérica
UNIVERSIDAD DE LEÓN 2017
Reguera Rodríguez, Antonio T. La carta geométrica : los antecedentes del mapa topográfico nacional / Antonio T. Reguera Rodríguez – León : Universidad de León, Área de Publicaciones, 2017. 646 p. : il. col. y bl. y n. ; 24 cm. – (Tradición clásica y humanística en España e Hispanoamérica ; 15) Índices onomástico y geográfico. – Bibliogr. : p. [519]-544. -- En port.: Proyecto “Humanistas Españoles. Estudios y Ediciones Críticas” La Tradición Clásica y Humanística en España e Hispanoamérica ISBN 978-84-9773-905-4 1. Mapa topográfico nacional de España 1:50.000 (1963)-Historia. 2. España-Mapas topográficos-Historia. I. Universidad de León. Área de Publicaciones. II. Título. III. Serie. 912(460)(091) 528.4(460)(083.4)(091) De acuerdo con el protocolo aprobado por el Consejo de Publicaciones de la Universidad de León, esta obra ha sido sometida al correspondiente informe por pares con resultado favorable. Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
© Antonio T. Reguera Rodríguez © Universidad de León Maquetación digital y composición de interior y portada: Juan Luis Hernansanz Rubio I.S.B.N.: 978-84-9773-905-4 Depósito legal: LE-396-2017 Imprime: León, 2017 Impreso en España / Printed in Spain
ÍNDICE GENERAL 1. INTRODUCCIÓN.................................................................................11 2. DIBUJANDO LOS PRIMEROS MAPAS DE LA ESPAÑA BORBÓNICA.......................................................................................23 2.1. La lucha dinástica por la herencia imperial................................25 2.2. Los nuevos principios de la ordenación política y territorial.....33 2.3. La rueda del poder. El primer trazado radial de las carreras de posta en 1710....................................................................45 2.4. Las cartas geográficas de las provincias y los primeros enunciados de un nuevo Mapa de España..................................55 3. EL CURSO DE LAS OPERACIONES GEOGRÁFICAS..........................73 3.1. La revisión del fondo cartográfico residual.................................75 3.2. La medida y el inventario de territorios......................................79 3.3. El programa geográfico de la Academia de la Historia..............92 4. LOS CARTÓGRAFOS DEL MARQUÉS DE LA ENSENADA............... 113 4.1. El poder, las reformas y el conocimiento geográfico................ 115 4.2. Las operaciones geométricas de las Audiencias Reales. Una mapa exacta y circonstanciada de toda España.............. 134 4.3. El Plan del Catastro. La medida de las tierras y los mapas de los términos........................................................................... 165 4.4. Las Instrucciones de Jorge Juan y Antonio de Ulloa para la formación de los mapas generales de España...................... 183 4.5. Una Memoria y una Reflexión. Dos nuevos proyectos de Jorge Juan para elaborar el Mapa de España............................ 199 4.6. La obra geográfica de Luis José Velázquez. Los mapas por noticias de un historiador................................................... 210 5. LAS GEOMETRÍAS ESPECIOSAS DE POLÍGRAFOS, GEÓGRAFOS DE GABINETE, VIAJEROS Y NATURALISTAS........... 229
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5.1. Las geometrías radiales de Martín Sarmiento........................... 231 5.2. Los arreglos cartográficos de Tomás López.............................. 249 5.3. Una propuesta de promoción institucional de las investigaciones sobre el territorio. La Real Casa de la Geografía de la Corte y el Gabinete de Historia Natural........................... 279 5.4. El viaje de las provincias de España de Guillermo Bowles...... 291 5.5. La narrativa territorial de Antonio Ponz.................................... 310 5.6. Las descripciones geográficas y los mapas de José Cornide. Entre la documentación histórica y el curso de la política............................................................................... 330 5.7. La diversidad geográfica en las Observaciones de Antonio José Cavanilles............................................................................ 352 5.8. El interés de Gaspar Melchor de Jovellanos por la geografía matemática....................................................................... 367 6. LOS TRABAJOS CARTOGRÁFICOS DE LOS OFICIALES Y CIENTÍFICOS DE LA MARINA. LA CARTA DE LA PERIFERIA DE ESPAÑA ...................................................................................... 387 6.1. Jorge Juan, la Academia de Guardias Marinas y el curso de las observaciones astronómicas............................................ 389 6.2. El plan nacional de trabajos hidrográficos y la idea de un Gran Portulano español............................................................. 400 6.3. Los trabajos de Vicente Tofiño en los litorales de la metrópoli. El Atlas Marítimo de España........................................ 410 6.4. Las triangulaciones en España para el trazado de la meridiana de París (Dunkerque-Barcelona y su prolongación hacia el sur)................................................................................ 426 7. ASTRÓNOMOS, MARINOS Y OFICIALES DE HACIENDA. COMPETENCIA ENTRE CIENTÍFICOS Y TÉCNICOS POR LA EJECUCIÓN Y EL CONTROL DE LA CARTA INTERIOR DEL REINO ...................................................................................... 437 7.1. El Real Observatorio, los Ingenieros Cosmógrafos y la Carta Geométrica del Reino....................................................... 439 7.2. Los seguidores de Vicente Tofiño. Las propuestas de José Espinosa y Tello y de Dionisio Alcalá Galiano.......................... 449 7.3. El territorio evaluado por la Hacienda pública. El Atlas de superficies provinciales......................................................... 456 8. LIBERALISMO Y CONSTITUCIÓN. TERRITORIO Y MAPA GEOGRÁFICO................................................................................... 471
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8.1. La tradición de la Marina. Felipe Bauzá y su nueva propuesta de Carta general de la Península................................... 473 8.2. La ingeniería militar reivindicada. La Memoria de Carlos Lemaur (h.) para la formación del mapa general de todo el Reino. ...................................................................................... 483 8.3. Los matemáticos José Rodríguez y Domingo Fontán. La Carta Geométrica de Galicia, los planos topográficos de las provincias y la Carta general del Reino............................... 492 8.4. A las puertas del Proyecto definitivo. Los ajustes finales......... 509 9. FUENTES MANUSCRITAS E IMPRESAS............................................ 517 10. APÉNDICE DE TEXTOS.................................................................... 545 I. Real Ordenanza e Instrucción de 4 de julio de 1718 para los Ingenieros y otras personas, dividida en dos partes. En la primera se trata de la formación de Mapas o Cartas Geográficas de las Provincias… (Reproducción parcial).......... 547 II. Ordenanza de 13 de octubre de 1749 para el establecimiento e instrucción de Intendentes de Provincias y Exércitos (Reproducción parcial).............................................. 556 III. Instrucción de lo que se ha de observar por las compañías de Geógraphos, Idrógraphos y Astrónomos en la formación de los Mapas generales de España… ( Jorge Juan y Antonio de Ulloa, ca. 1749)............................................ 557 IV. Método de levantar y dirigir el Mapa o Plano general de España, con reflexiones a las dificultades que pueden ofrecerse… ( Jorge Juan, 1751).................................................. 558 V. Reflexiones sobre el método de levantar el Mapa general de España ( Jorge Juan, 1751).................................................... 564 VI. Reflexiones sobre la necesidad de construir una Carta Geográfica de España, modo y medio de levantarla con exactitud ( Josef Espinosa y Tello, 1792 y 1800)..................... 566 VII. Plan para formar la Carta de la Península (Dionisio [Alcalá] Galiano, 1796).................................................................... 571 VIII.Memoria sobre la necesidad de una exacta descripción física y económica de España ( Juan Sempere y Guarinos, 1801). ...................................................................................... 574 IX. Brebe noticia del estado de la Geografía marítima en España e idea de la Carta general de la Península (Felipe Bauzá, 1807)............................................................................... 585
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X. Memoria presentada al Supremo Congreso Nacional, en 19 de mayo de 1811, proponiendo la formación del Mapa Geográfico de todo el reyno… (Carlos Lemaur [h.], 1811). ...................................................................................... 593 XI. Memoria sobre la formación de los Planos Topográficos de las Provincias y Carta general del Reino (Domingo Fontán, 1834). ...................................................................................... 612 ÍNDICE ONOMÁSTICO........................................................................... 627 ÍNDICE GEOGRÁFICO............................................................................ 635
“Los grandes trabajos de arte, tanto los de la paz como los de la guerra, no pueden ser emprendidos sin largos estudios que economizan muchos tanteos, desengaños y frases inútiles. Estos estudios no pueden hacerse sino sobre un buen mapa. Pero un mapa no será más que una fantasía sin ningún valor si se construye sin apoyo sobre una estructura bastante sólida. Lo mismo sería tratar de poner en pie un cuerpo humano al que se le hubiera sacado el esqueleto. Según esto, son las medidas geodésicas las que nos dan esta estructura; entonces sin geodesia no hay mapa bueno, y sin un buen mapa no hay grandes trabajos públicos”. (Henri Poincaré, Ciencia y método. Madrid, Espasa-Calpe, 1963, p. 206)
1.
INTRODUCCIÓN
En la competencia por la hegemonía semántica en la que se ven inmersas las palabras, durante los últimos siglos se ha ido imponiendo el término mapa, como sinónimo de carta geográfica, para significar cualquier representación de la Tierra o de sus territorios a cualquier escala. Por tanto, el sinónimo objeto de competencia y de progresiva suplantación ha sido el de carta geográfica, a su vez triunfante respecto a vocablos o expresiones más antiguas, como las de descripción, pintura, dibujo, tabla o tábula. La mappa latina referida a una prenda, toalla o mantel, después de haber tomado como motivo decorativo una representación de la Tierra o parte de ella, adquiere tras la vulgarización vernácula medieval el significado de carta geográfica. A finales del siglo XIV se detecta ya la expresión mapa mundi, aún en femenino, como corresponde al género de su étimo. En los siglos XV y XVI seguirá popularizándose el término mapa como sinónimo de “carta geográfica”1. En el siglo XVIII todavía es posible encontrar la expresión “la mapa” en castellano2. En el siglo XIX el nuevo significado de mapa, el mapa, ya se ha impuesto por completo. La diferencia entre carta geográfica y carta geométrica lo es de grado, más que de desarrollo evolutivo de los conceptos. La expresión carta geométrica tiene unos antecedentes muy lejanos. Fue el propio origen de la geografía matemática el que proporcionó los medios con los que se inició la representación geométrica de la Tierra durante el tránsito de la Grecia clásica al Helenismo. Se descubrieron los fundamentos matemáticos y el cálculo de la latitud y se ensayaron las primeras representaciones con coordenadas, con aportaciones tan relevantes en nombre y contenido como las de Eratóstenes, Hiparco y Claudio Ptolomeo3. Los estudios específicos de Ptolomeo sobre la proyección cartográfica más rigurosa, para representar las tres dimensiones de la esfera terrestre en una carta de dos, alumbraron el modelo estereográ1 Sobre estos antecedentes etimológicos, J. Corominas y J. A. Pascual, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, V. III (G-MA), p. 836 (“mapa”). 2 Como en la cartela del denominado “Mapa de los Jesuitas”, realizado entre los años 1739 y 1743, donde se habla de “formar una Mapa exacta y circonstanciada de toda España” (Biblioteca Nacional, Madrid, Cartografía, “España. Mapas generales, 1739-1743”, SG/M. XXXIII, Nº 224). 3 Hemos estudiado los orígenes de la geografía matemática en nuestro libro Antonio T. Reguera, La medida de la Tierra en la Antigüedad, León, 2015.
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fico de paralelos y meridianos curvados, universalmente válido4. Tras estas aportaciones, los perfiles del cuadro reflejaban el orden matemático que presidía las representaciones. Sobre el interior del mismo se había ido desarrollando la geometría práctica o aplicada, que, en contra del idealismo geométrico platónico, fue la verdadera inductora del descubrimiento de relaciones matemáticas universales, como los teoremas de Tales y Pitágoras, muchas proposiciones euclidianas, o los sucesivos ajustes en el valor de π. En estos momentos, siglos V y IV a. C., estaba ya en marcha el propósito de la medida de la Tierra por partes, que es lo que Aristóteles identifica con el nombre de geodesia5. Esta práctica reconoce su fundamento en el descubrimiento de las relaciones entre los ángulos y los lados de un triángulo, introduciendo en el desarrollo de la geografía matemática un segundo gran capítulo, el de la triangulación geodésica. Con ella se sometía igualmente a ordenación matemática los puntos y las líneas del interior del cuadro. Con toda probabilidad ni puntos, ni líneas de alguna relevancia para la geografía matemática fueron fijados por el hombre sobre la Tierra en los albores de la ciencia sin antes haber mirado al cielo. Tenían el fundamento de la referencia relativa en un mundo de movimientos celestes y terrestres, apreciados según los tiempos con mayor o menor rigor. Las observaciones astronómicas constituían así el tercer soporte del trípode matemático ideado para medir y representar la Tierra y sus territorios; es decir, el todo y sus partes. Esta herencia científica de la Antigüedad, tras el sesgo y la ocultación medievales, fue recuperada en el Renacimiento; y es entonces cuando se incorporó de nuevo la plantilla ptolemaica facilitando el encaje en el modelo de una Tierra en crecimiento por los grandes descubrimientos geográficos de los siglos XV y XVI6. Desde luego no podían quedar atrás las observaciones astronómicas cuando se trataba de hacer grandes travesías oceánicas. El propio Marco Polo a finales del siglo XIII ya había hecho una estimación en número de brazas de las variaciones en la altura de la estrella polar, para concluir que se encuentra a la altura del Ecuador en un momento de su viaje de vuelta7. Entre los lectores de culto de su relato se encuentran los grandes navegantes de los siglos siguientes; y de manera destacada, Cristóbal Colón. La plantilla ptolemaica, sometida al principio de posición y eje y subdividida de acuerdo al concepto latitudinal de clima, resultaba insuficiente 4 Claudii Ptolemaei, Geographicae enarrationis libri octo. Edición de Miguel Servet. Lugduni, Ex Officina Melchioris et Gasparis Trechsel Fratrum, 1535, cap. I. 5 Lo hace en la Metafísica, III, 2, 997b 25-30. 6 Estudiamos este proceso, de reelaboración de la plantilla ptolemaica en el Renacimiento, en nuestro libro, Antonio T. Reguera, Los geógrafos del Rey, epígrafe 1.2., pp. 40-70. 7 Estas estimaciones son frecuentes cuando Marco Polo se acerca, viniendo del Mar de la China, a Java, y cuando ascendiendo en latitud navega hasta la India (Marco Polo, La descripción del mundo, capítulos CXLIII, CLVIII, CLX, CLXI y CLXIII).
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para medir y representar aquellos territorios cuya identificación topográfica formaba parte ya o ayudaba a su valoración como nuevos sujetos geopolíticos. Los primeros ensayos de triangulaciones, como objetivo estatal, durante el siglo XVI y principios del XVII, en Francia, España y Holanda8, toman este doble impulso: el que permitía la ciencia y el que aconsejaba la política9. En este periodo, siglos XVI y XVII, caracterizado por una gran explosión de conocimientos, recuperados unos y adquiridos otros, la geografía matemática, abierta por lo que respecta al tamaño de la Tierra y sujeta a consenso por lo que hacía a la recuperada esfericidad, enriquece su vocabulario con matizaciones que denotan que la búsqueda y el ensayo en el uso de los términos representaba el propio rigor de los métodos. Expresiones como carta náutica, carta esférica, carta geométrica o carta exacta son variantes de una misma concepción matemática sobre la Tierra. Si nosotros hemos elegido la de carta geométrica para el encabezamiento nominal de este trabajo es por su mayoritaria presencia documental, que, a su vez, trae causa en el gran aldabonazo provocado por la proposición newtoniana sobre el elipsoide de revolución. Como máxima expresión de la Revolución Científica moderna, la obra de Isaac Newton, Principios matemáticos de la filosofía natural, además de su impacto en otros campos, también dejó profundamente afectado el de la geografía matemática. Puesto que abrió de nuevo el gran debate sobre la forma de la Tierra debemos recordar en su literalidad la proposición cuyo enunciado establece: “los ejes de los planetas son menores que los diámetros trazados perpendicularmente a dichos ejes”10. Esto no ocurriría si su forma esférica fuera solamente función de la gravedad que se manifiesta con la misma intensidad por todos los lados. Pero esos mismos cuerpos, al experimentar la rotación diurna, desarrollan una fuerza centrífuga que desplaza la materia desde las partes altas, o polares, hacia las bajas, o ecuador, estableciendo de esta forma las diferencias entre los diámetros. Newton comprueba este efecto en los diámetros de Júpiter, citando observaciones de los astrónomos, y respecto a la Tierra, concluye: “a no ser que fuera algo más alta en el ecuador que en los polos, los mares se hundirían hacia los polos, y elevándose junto al ecuador lo inundarían allí todo”11. Se concluía, por tanto, que la Tierra, 8 Con carácter general, sobre las primeras experiencias de triangulación en diferentes partes de Europa, H. C. Pouls, “Mieux vaut voir que courir, 2”, pp. 248-251. Sobre la experiencia en España remitimos a lo que sabemos de los trabajos de Pedro de Esquivel, en nuestro libro Los geógrafos del Rey, pp. 315-338. Para la red de triangulación de Willebrod Snellio, en Holanda, su obra Eratosthenes batavus. De Terrae ambitus vera quantitate, especialmente los capítulos VI, VII, VIII, y del Libro II donde se resuelven treinta y nueve casos de medida de triángulos, pp. 156-195. 9 Sobre la ciencia de la triangulación, los trabajos de Regiomontano, De Triangulis omnimodis libri quinque (1536), y De Triángulis planis et sphaericis libri quinque (1561). 10 Isaac Newton, Principios matemáticos de la filosofía natural, 2, p. 646. 11 Ibídem, p. 647.
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debido a su revolución diurna, debía ser un elipsoide, cuya geometría determinaba diferencias en el valor de los grados, entre las partes achatadas y las abombadas, en el valor de los arcos subtendidos por un mismo ángulo, en la longitud de los radios, desde el Polo y desde el Ecuador, y en consecuencia en los valores gravimétricos. En Francia se suscitó la polémica12 ante el planteamiento de que con las mismas fuerzas en concurso el resultado geométrico fuera diferente; es decir, que el desplazamiento de la masa siguiera desde las partes más bajas hacia las más altas, con el resultado contrario del abombamiento polar y el achatamiento ecuatorial. Entonces, la idea del “elipsoide-limón” frente a la del “elipsoide-naranja”13 suscitó la necesidad de recurrir a la experiencia de las observaciones y medidas. Newton ya había tenido en cuenta valores de arcos de meridiano medidos por sus contemporáneos, Norwood, Picard y Cassini, que cita como aval de sus conclusiones sobre la diferencia entre los ejes de la Tierra14. Ahora se trataba de precisar el valor del grado terrestre con sendas misiones geodésicas buscando la curvatura polar y la ecuatorial. Los resultados de las Expediciones a Laponia y al Virreinato del Perú, rigurosos y contrastados, ratificaron la teoría newtoniana, una Tierra achatada por los Polos y abombada en el Ecuador. Quedaba así dirimida una polémica científica de altura; es decir, relativa a la forma de la Tierra en su conjunto, pero con amplias repercusiones en sus partes. Estas partes eran territorios, regiones o estados, cuya medida y representación son asumidas igualmente como un objetivo científico de primer orden. Si las operaciones de medida general perfeccionaron los métodos geodésicos y gravimétricos, luego aplicable a las partes, los mismos experimentos de medida en éstas aportaban valores singulares, de arcos de meridiano por ejemplo, que podían incorporarse a los de la curvatura general. Los proyectos nacionales de cartas geométricas en Francia y en España no solo aspiran a una representación científica del propio territorio, pretenden al mismo tiempo contribuir a las medidas de la Tierra precisando el valor de los grados en las latitudes medias. Daban así continuidad a los valores extremos, los polares y los ecuatoriales. En una memorable reseña sobre “la geodesia francesa” Henri Poincaré Pueden seguirse los términos de esta polémica científica en A. Lafuente y A. Mazuecos, Los caballeros del punto fijo…, especialmente el capítulo “Londres y París, dos ciencias sobre la Tierra”, pp. 47-82. Con anterioridad, A. Lafuente ya había tratado sobre el tema en “La cuestión de la figura de la tierra. Los elementos de un debate científico durante la primera mitad del siglo XVIII”, pp. 5-49. 13 Siguiendo los términos de algunas divulgaciones de la polémica; por ejemplo, Rafael Ferrer, “La forma de la Tierra (1630-1750)”, p. 62. 14 Isaac Newton, Principios matemáticos…, 2, p. 647. De Picard cita los datos obtenidos en la medida del arco de meridiano entre Amiens y Malvoisine, publicados en su obra Mesure de la Terre, p. 23 (editada en 1671). 12
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explica el por qué la geodesia en la práctica adquiría una deriva nacionalista: por su trascendencia y exigencias debía necesariamente plantearse como una labor de Estado. Pero antes sitúa su significado científico en un pedestal superior. Quedó expresado en la primera cita de este libro, convertida por tanto en lema del mismo: “sin geodesia no hay mapa bueno, y sin un buen mapa no hay grandes trabajos públicos”. Y aun sube un peldaño más para despojar a la geodesia de este atributo de utilidad directa e implicarla, mediando la propia forma del planeta que trata de entender y medir, en la concepción newtoniana del mundo: “si la Tierra estuviera aplastada, Newton triunfaría y con él la doctrina de la gravitación y toda la mecánica celeste moderna”, concluye15. Si exceptuamos el antecedente holandés ya citado, excepcional por varios motivos, siendo el principal las características y dimensiones del propio país, Francia fue el país pionero en buscar la precisión en las medidas de su territorio a través de las triangulaciones. Primero revisó el trazado del propio perímetro del territorio de la metrópoli, con el resultado de una apreciable reducción del mismo. Quedó plasmado en la denominada Carte de France, corrigee par ordre du Roy sur les observations de M. de l’ Academie des Sciences, de 1693. Después, en la segunda década del siglo XVIII siguieron las triangulaciones para determinar el trazado de la meridiana de París, cuyo primer encargo recibió el patriarca de los Cassini, Jean-Dominique, antes de su muerte en 1712. Su hijo Jacques completaría la operación y recibiría el encargo ya en los años treinta de continuar los trabajos para la Carta de Francia. En 1750 se habla ya de una Francia perfectamente homogénea y “geométrica”, es decir, triangulada; y seis años más tarde el gran proyecto científico recibe el soporte de una sociedad privada, legalmente constituida, a cuya cabeza figuran los propios Reyes. Sus estatutos comparan la empresa de la Carta con la de la propia Enciclopedia. En ese mismo año, 1756, se publicaron las dos primeras hojas, y en el periodo que media hasta el estallido de la Revolución se completó el total de las ciento ochenta que cubrían todo el territorio16. Los países vecinos, británicos, holandeses, prusianos e italianos, además de rusos y norteamericanos, adoptaron el modelo de red triangular francesa; obviamente la continuidad de los trabajos en el caso de los primeros era una ventaja. También fue un referente para otra experiencia pionera: la triangulación geodésica de los territorios de los Estados Pontificios, llevada a cabo por orden del Papa Benedicto XIV para levantar un nuevo mapa geográfico de la diócesis de Roma. Durante tres años, 1751-1753, los jesuitas Cristopher Maire y Roger J. Boscovich, profesores de matemáticas del Colegio Romano, realiHenri Poincaré, Ciencia y método, Libro IV, capítulo II, “La geodesia francesa”, pp. 206-215. 16 Sobre el curso de los trabajos cartográficos en Francia, Bruno-Henri Vayssière, “La Carte de France”, pp. 252-265. 15
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zaron los trabajos, astronómicos, geodésicos y gravimétricos, cuyos resultados se publicaron en 1755 en una Memoria poco conocida, pero que debe ser tenida en cuenta como una aportación fundamental en la historia de la geodesia moderna, y más por su contribución al debate de la forma de la Tierra, que por la propia representación científica de los territorios pontificios17. Tanto o más que en cualquier otro caso, España ha participado de la ósmosis fronteriza con Francia. De especial importancia ha sido la vecindad geodésica, debido sobre todo a la dificultad que entrañan las medidas en la franja pirenaica. Y un motivo de interés adicional ha sido la conexión que se establecía con la prolongación de la meridiana de París hasta Barcelona, y en fase posterior hasta las Baleares, cuando los franceses se propusieron dar fundamento geodésico al metro como unidad de medida universal. Desde el inicio del siglo XVIII la relación dinástica determinó la político-administrativa entre ambos Estados, y en este contexto fue habitual la colaboración científica. Tras la integración de los jóvenes matemáticos, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, en la Expedición geodésica al Virreinato del Perú, se abrió el periodo de formación de jóvenes españoles en París en varias especialidades; y al mismo tiempo llegaban del país vecino especialistas contratados para poner en marcha Laboratorios, Academias y Fábricas. Era esta una prioridad de la política científica promovida por el Marqués de la Ensenada mientras fue responsable del Gobierno; después tendría continuidad durante las casi tres décadas del reinado de Carlos III. La situación era muy propicia para pensar en un Mapa de España a imagen de la Carta de Francia. Mediado ya el siglo veremos aparecer los proyectos que daban forma a esta idea; lo que, por otro lado, no impidió el desarrollo de propuestas autónomas generadas en el ámbito científico de la Marina. Pero, iniciado el siglo XIX, veremos en las Cortes de Cádiz, en 1811, recordar la tradición del Arpentage francés para impulsar en España la realización de un Mapa que midiendo territorios sirviera para evaluar producciones y establecer contribuciones con proporcionalidad. Tras numerosas propuestas, el Mapa exacto o Carta geométrica nunca llegaba. Se improvisaron o arreglaron muchos mapas como sustitutos del verdadero, y con ellos la vida y la política continuaban, lo que, tal vez, fue garantía de un desarrollo social sin sobresaltos. El atributo de exactitud en un mapa no solo concernía a su contenido científico; también era portador de una carga política que podía ser la verdadera causante de su no realización. En España, ni a los grandes hacendados, ni a las haciendas monásticas les interesaba demasiado los inventarios catastrales y las representaciones rigurosas del territorio18. Estas indagaciones y transparencias sobre la riqueza 17 Chistophoro Maire et Rogerio J. Boscovich, De literaria expeditione per pontificiam ditionem ad dimetiendos duos meridiani gradus et corrigendam mappam geographicam…Dividida en Opusculi, los de mayor interés para el debate general son el primero y el último (I y V). 18 Respecto a las haciendas monásticas, resulta muy ilustrativa la oposición que mostró
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diferenciaban los programas de ilustrados y liberales, y lo mismo las demandas e impulsos en favor de un nuevo Mapa de España. Hemos reunido con un orden temporal un cierto número de experiencias que comparten un denominador común: el conocimiento del territorio como gran proyecto científico. Es este un objetivo que ya había echado raíces en el curso general de la ciencia, pero ahora le interesa igualmente al centralismo de la Administración borbónica, promoviéndolo bajo diferentes formatos y métodos. Pero en contra de lo realizado en Francia, en España no se producen avances sobre el terreno, o territorio; nunca mejor dicho. Si volvemos a recordar las observaciones de Poincaré sobre la geodesia francesa, entenderemos la diferencia. En Francia esta disciplina había sido ya interiorizada como parte de la identidad nacional, mientras que en España subsistirá aún por décadas el recelo popular, alentado o no, frente a los geodestas holladores de montes, que practican una geometría completamente desacralizada. Pero tal vez el principal problema fuera la falta de una autoridad central directa y decididamente comprometida con el Proyecto. Esta autoridad debía garantizar el aporte presupuestario, que había de serlo durante varios ejercicios, reglamentar el curso de los trabajos y elegir a un equipo técnico competente. Sin estos fundamentos no podía haber resultados. Y fue especialmente llamativa la competencia entre técnicos que el propio Proyecto alentó al carecer de dicha autoridad, capaz de disciplinar los intereses y las suficiencias o egos corporativos. Al menos cuatro grupos de científicos, cada uno con su respectivo nicho institucional, pugnaron en diferentes épocas por hacerse con el control o la exclusiva del Proyecto, interpretando el ejercicio de la geodesia y la autoría del nuevo Mapa de España como indicador de la máxima relevancia científica y prestigio social. Hablamos de astrónomos, matemáticos, oficiales de la Marina e ingenieros, éstos a su vez convenientemente diferenciados entre civiles y militares. Todos estaban en condiciones de aportar elementos para formar un único equipo del máximo nivel técnico, pero prefirieron reivindicar el Proyecto como propio y esperar a que unas condiciones políticas favorables les domiciliara el encargo. Los excluidos quedaban a la espera, o mejor, al acecho, que es sinónimo de vigilancia activa. Esta es la historia de un siglo bien cumplido, que va desde los años centrales del siglo XVIII, en los que están fechados los proyectos de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, a 1853, año en el que se aprueba definitivamente el plan de trabajos geodésicos con los que se iniciaba la gran empresa cartográfica el padre Martín Sarmiento, en nombre de las benedictinas, al Catastro de Ensenada. Hemos tratado sobre esta cuestión en nuestro libro, Antonio T. Reguera, La obra geográfica de Martín Sarmiento, epígrafe 4.5., “Una descripción geográfica de España contra el Catastro de Ensenada”, pp. 342-358.
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del Mapa Topográfico Nacional. Entre aquel principio y esta nueva etapa se suceden los intentos que hemos reunido y cuyo estudio da sentido a este trabajo. Los resultados admiten al menos dos líneas de interpretación. Como Carta geométrica reconstruimos, sin paliativos, la historia de un fracaso. Fracaso, no tanto de la ciencia, que proporciona instrumentos y certezas, como de la política, disfrazada de incuria, y negada para reconocer que la Carta tuviera un interés social prioritario. Ahora bien, si relativizamos, todo lo ocurrido durante este siglo no serían sino los antecedentes de la gran empresa del Mapa Topográfico Nacional que, como tal, necesitaba del largo tiempo del aprendizaje. Como consuelo interno puede servir; pero la verdadera medida se obtiene con el contraste exterior, comparando los tiempos y los resultados de otros países, igualmente inmersos en el mismo proyecto. Ya hemos apuntado algunos elementos de comparación. Si excluimos esta Introducción, son siete los capítulos o bloques en los que hemos dividido el curso de la investigación. Siguen periodos sucesivos de diferente amplitud, aunque no se excluyen los solapamientos. Resulta evidente que la Carta o Mapa nunca queda al margen de la política, siendo como es una empresa o proyecto esencialmente científico. Cobraba de esta forma un notable interés social. Y una buena prueba de ello es que un grupo de polígrafos, cuyos nombres siempre han destacado en los elencos de la Ilustración, con nula o débil formación matemática, también se entendieron con los discursos territoriales y entendieron el significado del Mapa. Se mueven en el flanco de la geografía descriptiva, pero al mismo tiempo son conscientes de que el rigor y la exactitud cartográfica requerían de un saber matemático que era muy valioso y al mismo tiempo escaso; por eso llaman la atención sobre su necesidad, y en algún caso tratan de promoverlo con sus proyectos educativos, como hicieron Martín Sarmiento y Gaspar Melchor de Jovellanos. Sin duda fueron pioneros en esta historia Jorge Juan y Antonio de Ulloa, quienes abrieron el camino a futuras generaciones que protagonizaron el desarrollo científico en torno a las ciencias de la Tierra en el seno de la Marina. En este ámbito se fraguaron los mayores avances en torno a la realización del Mapa, y no solo por el significado y la trascendencia de los trabajos hidrográficos de Vicente Tofiño sobre los litorales de la Península. Ya hemos hablado de la competencia entre profesionales, astrónomos, ingenieros, matemáticos, que representaban fuerzas que por su dispersión y falta de control retardaron más que impulsaron la marcha del Proyecto. La administración española, de estructura centralizada, no supo o no pudo hacer frente a este problema. Cuando llegó el periodo en el que se planteó el cambio de régimen, se redobló el interés por el Mapa, pero en una situación políticamente más convulsa los viejos problemas, económicos y de competencia profesional, lejos de remitir se vieron reforzados con los debates sobre lo que debería
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ser el propio Estado y la reordenación de su territorio. Todavía quedaba casi medio siglo para que se iniciara el definitivo paseo triunfal de la ciencia de la triangulación sobre el territorio; y sin embargo, Domingo Fontán ya había demostrado en una de las regiones, la gallega, lo que podía haber adelantado el Proyecto general sumando esfuerzos, que incluían un poco de voluntad, de trabajo y de presupuesto. La imagen de la portada, con su doble sentido real y figurado, que nosotros añadimos a partir de la fuente originaria, representa parte del trazado en paralelo de la base geodésica de Madridejos, desde su inicio en Carbonera, y el camino del Mapa, éste abierto se supone para el servicio de los trabajos correspondientes. Ambos, por tanto, se explican mutuamente; pero tardó más de un siglo en ser entendida esta relación, y a indagar en el por qué y en el cómo hemos dedicado las páginas que siguen.
2.
DIBUJANDO LOS PRIMEROS MAPAS DE LA ESPAÑA BORBÓNICA
2.1. LA LUCHA DINÁSTICA POR LA HERENCIA IMPERIAL El Mapa de Europa hubiera quedado completamente modificado de haberse consumado el pacto secreto concertado a principios del año 1668 entre el rey de Francia, Luis XIV, y el emperador alemán, Leopoldo I. La previsión de la muerte inminente de Carlos II, el rey-niño de seis años de edad y de salud precaria, aunque no tanto como suponían sus respectivos embajadores, avanzó los planes de reparto del imperio español, incluyendo el despiece de la propia Península Ibérica1. Los beneficios del reparto eran evidentes. Donde había tres potencias, solo quedaban dos, y el futuro determinaría el siguiente movimiento. De momento, en la estructura de poder en Europa dos potencias, frente al resto, reforzaban su posición. Pero año tras año, los observadores y expectantes ante la consunción de los Habsburgo hispanos hubieron de ir abandonando la idea de la muerte primero del niño y después del joven Rey, y empezar a trabajar con la hipótesis de un adulto sin descendencia. Entonces lo que el fatal acontecimiento biológico habría facilitado, ahora el tiempo complicaba sobremanera, al quedar la herencia supeditada al valor jurídico de un testamento. Lo que habría sido una política de hechos consumados, ratificada por las dos principales potencias europeas, se convertía en una situación de derechos adquiridos de una frente a la otra. Fácilmente se podía intuir la perspectiva de la guerra. La situación era ciertamente compleja, fruto de las políticas matrimoniales de la época. Felipe IV se había casado primero con una Habsburgo, y después con una Borbón; y dos de sus hijas se casaron, a su vez, con Leopoldo I y con Luis XIV. En consecuencia, Carlos II tenía por cuñados a estos dos pretendientes a su herencia. Los cambios en la redacción de su testamento, treinta años después de su supuesta muerte inminente, no son ajenos a estos antecedentes familiares, aunque habrían sido los partidarios 1 Luis XIV se reservaba los Países Bajos, el Franco Condado, los reinos de Nápoles y Sicilia, las plazas africanas y las islas Filipinas; y de la Península Ibérica, Navarra y Rosas. El resto de la Península, con Baleares y Canarias, pasaría a dominio alemán, junto con las posesiones americanas, el ducado de Milán y el reino de Cerdeña (Marqués de Lozoya, Historia de España, 5, p. 72).
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de cada bando en la Corte de Madrid los que ejercieron la presión que se esperaba definitiva. El 3 de octubre de 1700 Carlos II otorga su última voluntad, reconociendo como heredero al trono español al nieto de Luis XIV, Felipe de Borbón, duque de Anjou. La firmeza de la que no había hecho gala en su existencia pasada la exhibió en el mes que le quedaba de vida para resistir las presiones de la reina, María Ana de Neoburgo, quien buscaba un nuevo y último cambio de voluntad a favor del Archiduque Carlos. Francia se ha cobrado la pieza que buscaba, pero debe evaluar la responsabilidad y los costes de tener a la Corte española en su órbita. Acepta las consecuencias, y cuando Felipe V llega a España en enero de 1701 sabe que tras el juramento de fidelidad estaban los preparativos para la guerra. La declaración oficial la firma el propio emperador Leopoldo en mayo de 1702, y aunque se dirimía el estatus de muchos territorios europeos, la prioridad era concentrar la presión sobre la Península Ibérica. Lisboa, Cádiz y Barcelona serán tres de las bases más favorables para organizar el avance del Archiduque hacia Madrid. La Escuadra y las tropas británicas fueron su principal valedor, disfrazando de legitimidad sucesoria su consuetudinario complejo frente a una Europa desequilibrada. De las regiones peninsulares, fue Cataluña la que con mayor decisión apoyó la causa del Archiduque, calculando el beneficio político para el futuro sobre el pasado foralista de la Casa de Austria. La guerra de posiciones, frentes, avances, salidas y entradas de Madrid duró realmente siete años, entre 1704 y 1711; desde que la Escuadra inglesa desembarcó al Archiduque en Lisboa, hasta que éste abandonó Cataluña definitivamente. Lo hizo, en efecto, en 1711 para asumir el cetro imperial tras la muerte de su hermano José I. Desde este momento, a nadie en Europa, Francia, Inglaterra…, al propio Archiduque incluso, le interesaba un Emperador centroeuropeo ciñendo a la vez la Corona española. La guerra de posiciones quedó reducida a la guerra por una única posición, la de Barcelona, convertida in extremis por sus habitantes en la defensa de una causa autonomista que ninguna potencia rectora europea había apoyado nunca más allá de las conveniencias de un movimiento táctico. Inglaterra prepara las negociaciones para el Tratado de Utrecht, y en el mapa que maneja, Cataluña aparece como una región más de las que integran la geografía peninsular. Otra cosa muy distinta era lo que representaban las banderas que había clavado en Menorca, Gibraltar o Terranova. Mucho antes de que en las Cortes de 1713 el pueblo de Barcelona decidiera seguir la guerra, tras rechazar la exigencia de implorar la “real clemencia de su Magestad con humilde arrepentimiento y borrar los errores pasados con nuevos servicios”2, Felipe V ya había decidido que en ningún 2
Según expresiones publicadas en la Gaceta de Madrid de 11 de julio de 1713.
FIGURA I: Europa, siglos XVII y XVIII. Hegemonías imperiales y trazados fronterizos (Atlas histórico elemental, p. 29).
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caso la capitulación de Barcelona supondría negociar la pervivencia de los privilegios catalanes. Éstos serían suprimidos o allanados; y no tanto por la reacción de represalia tras la secuencia de la resistencia, el sitio y el asalto, sino porque de lo que se trataba, como veremos, era de cambiar el modelo, de dibujar un nuevo mapa, llamado “nueva planta”, en el que Cataluña figura como el territorio seleccionado para tomar medidas, tanto en el sentido político, como en el geométrico. La lucha dinástica, por lo que respecta a España, había concluido. La Casa de Borbón ganaba sin discusión el pleito sucesorio, mientras los Tratados de Utrecht y Rastad creaban nuevos equilibrios. España perdía sus posesiones en Europa, pero conservaba intactos los dominios americanos; y lo que era más importante, la motivación para emprender un giro en su política que la mantiene como potencia influyente durante un siglo más. Si en algún momento pudo cobrar fuerza la idea de que la situación española podía ser reversible, Felipe V se encargó de dar un completo desmentido. Ni siquiera en los momentos más difíciles, del otoño de 1710, en los que varios triunfos de las tropas del Archiduque hacen posible una nueva entrada de éste en Madrid, flaqueó su propósito de consolidarse como Rey de España. Además tenía ya un heredero, el futuro y ciertamente efímero Luis I, que implicaba el día a día de su política en un objetivo estratégico, el de la nacionalización de la dinastía. Felipe V había iniciado el proyecto de los Borbones españoles. Formalmente lo hace cuando en marzo de 1713 hace pública la renuncia, “por mí y mis descendientes”, al trono real de Francia, evitando de este modo una posible unión de ambas Coronas, contraria a la política, de promoción inglesa, del “equilibrio de las potencias de Europa”. En el mismo despacho real también aparece anotado su deseo de “no apartarme de vivir y morir con mis amados y fieles españoles”3. Pasaron once años y sus planes pudieron cambiar, pero no parece que la abdicación a favor de su hijo Luis en 1724 estuviera relacionada con los deseos de optar al trono francés. Es cierto que el triunfo definitivo en la guerra de Sucesión requirió de la asistencia francesa. Su abuelo le envió tropas en los momentos más comprometidos, y el curso de la guerra hubiera sido muy diferente sin la dirección y organización que el duque de Berwick, enviado por Luis XIV, hizo de los ejércitos borbónicos. Por otra parte, la guerra no dirimía solamente un pleito sucesorio; el nuevo Rey era portador de un proyecto político que reconocía 3 “Real Despacho de Phelipe V de 18 de marzo de 1713 en que manifiesta a los Reyes y potentados la renuncia y desestimiento que hacía del derecho que tuviese a la Corona de Francia, con arreglo a los Tratados de paces entre esta Corona, la de Francia e Inglaterra” (El Libro de las Leyes del siglo XVIII…, Libro Primero, 1708-1723, nº 37). La Gaceta de Madrid del 12 de julio de 1712 dio cuenta ya del anuncio oficial hecho por el Rey al Consejo de Estado y demás Tribunales sobre la necesidad de la separación de las monarquías de España y Francia, y de su preferencia al dominio de la Corona española frente a cualquier derecho de sucesión a la de Francia.
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su identidad en la construcción de un Estado centralizado y jurídicamente unificado. Para este empeño no podía servir el cardenal Portocarrero, mantenido durante los primeros años por Felipe V como titular de su gobierno, hasta su completa desacreditación. Llegado el caso, fueron de nuevo los enviados del rey Sol quienes pusieron los cimientos del edificio que Felipe V proyectaba. Jean Orry se ocupó de la maquinaria administrativa en dos periodos diferentes, entendiendo que los cimientos eran las finanzas, y éstas radicaban en la Hacienda. El trípode de la reconstrucción lo completará el cardenal Alberoni a partir de 1714, con la complicidad de Isabel de Farnesio, nueva Reina en Palacio, representando a una España sin complejos ante la complejidad de la política europea. A los representantes de la élite enviada por Francia se unió una no menos cualificada representación de personal autóctono, decididamente implicado en el proyecto político de Felipe V. Melchor de Macanaz fue un abanderado de la causa borbónica, trabajando en consonancia con la estrategia hacendística de Orry. Impulsó la política regalista con decisión y compromiso, ejerciendo ya en 1707 como juez de confiscaciones en Valencia. Lógicamente se dio a conocer entre la aristocracia partidaria del Archiduque y la Iglesia, representada por el arzobispo Antonio Folch de Cardona, quien llegó a excomulgarle. En 1711, con Felipe V gobernando desde Zaragoza, Macanaz trabajó para la hacienda real administrando la fábrica de moneda de esta ciudad. En febrero de este año había sido nombrado Intendente general, con la misión de preparar la introducción de los nuevos impuestos, antes incluso de que se publicara el decreto de Nueva Planta para Aragón, dos meses más tarde4. Pero sería en 1713 cuando, siendo fiscal del Consejo de Castilla, redactó el famoso documento, conocido como Pedimento del Fiscal, en el que se fijaban las bases de un nuevo programa económico. La parte más profundamente reformista era de contenido regalista, cuestionando los privilegios tributarios de la Iglesia, sus cuantiosas propiedades amortizadas y la interpretación de las regalías o privilegios de la Corona como concesiones papales, y no como plenos ejercicios de soberanía real. De inmediato será sometido a proceso por la Inquisición, permitiendo el Rey que el fiel servidor cayera en desgracia dos años más tarde, viéndose obligado a defenderse con su huida a Francia5. Pero sus ideas pervivieron como semillas maduras a la espera de otros momentos y otras políticas que irán apareciendo a medida que avanza el siglo. José Patiño agrandó su figura de gestor público en los años claves de la consolidación borbónica. Sirvió al Rey en puestos de promoción rápida Antonio Peiró, “La Única Contribución”, p. 76. Sobre la “desgraciada historia de Macanaz”, la obra de referencia se la debemos a Carmen Martín Gaite. Aquí citamos la tercera edición de la misma, aparecida con el título Macanaz, otro paciente de la Inquisición. Los hechos reseñados están ampliamente desarrollados en los capítulos 8, 12, 17 y 21 (Martín Gaite, 1982). 4 5
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FIGURA II: Teatro de la guerra de España y Portugal. Por Pierre Mortier, 1710. Detalles de la guerra de Sucesión en la mitad oriental de la Península. Embarque de tropas dirigido por el Archiduque Carlos (Carlos III) y alusión a su desembarco en 1705 en la costa catalana (©BNE, Cartografía, “Mapas generales”, Mv/3).
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ligados a la implantación de la institución de la Intendencia en España. En 1711 formó parte de los primeros nombramientos de intendentes previstos en el plan importado por Orry. Su destino fue la provincia de Extremadura; pero en este mismo año llega a España Julio Alberoni, quien, tras acceder al poder, ganada la confianza real, considerará a Patiño, que era un antiguo compañero de carrera eclesiástica6, como la persona más adecuada para ocupar la Intendencia general de Marina y dirigir el programa de reconstrucción naval que distinguió su política. Este cargo podía calmar muchas ambiciones, pero también el propio Rey quiso disponer de Patiño en los años y en los lugares donde culminó su triunfo dinástico. En marzo de 1713 es nombrado Superintendente de Cataluña, dieciocho meses antes de la capitulación de Barcelona y del triunfo militar del Rey sobre el Principado, y casi tres años antes de la reforma política proyectada a través del decreto de Nueva Planta. El objetivo de la guerra en curso era político y la última batalla pendiente de librar era de naturaleza militar; sin embargo, en el ordenamiento de la estrategia borbónica la prioridad estaba en la Hacienda. Por eso es enviado Patiño a Cataluña antes de la conquista de Barcelona. Debía gestionar in situ los recursos para financiar las tropas, al mismo tiempo que destruía los sistemas impositivos tradicionales, que eran el fundamento del gobierno autonómico de los pueblos. A continuación, sería más fácil suplantar sus instituciones. La secuencia de 1713-1714 se repite en 1715-1716. Por un real decreto de 9 de diciembre de 1715 se implanta el Catastro en Cataluña. Deducido lo que la Hacienda Real esperaba recaudar, la fijación del cupo correspondiente se hace tras la formación de un “Censo de la riqueza y la población de Cataluña”, ordenado por Patiño7. Y allanado el camino mediante la imposición de la soberanía hacendística, solo quedaba la reconstrucción del nuevo edificio institucional sobre los restos de las desposeídas representaciones autonomistas; objetivo regulado en el decreto de Nueva Planta de 16 de enero de 1716. Gerónimo de Uztáriz no logró acceder a los puestos más relevantes de las primeras instituciones de gobierno, como eran los Ministerios o Secretarías de Estado y los Consejos, pero fue uno de los principales referentes intelectuales de la política de Felipe V. Su permanencia en cargos de segundo nivel tal vez tuviera algo que ver con la rivalidad sostenida que mantuvo con José Patiño, el ministro todopoderoso en los años, 1726-1736, en los que Uztáriz podía esperar la consideración de su ascenso. Tras su experiencia como militar en las guerras de Flandes, el Rey le nombra en 1708 oficial en la Secretaría de Guerra, y en 1714, secretario de la Sala de Cuentas del Consejo de Hacienda. Ocuparía otros puestos del mismo nivel hasta 1729, en que es nombrado secretario del Consejo de Indias8. El nombramiento por real orden Janine Fayard, “La guerra de Sucesión (1700-1714)”, p. 452. Antoni Segura i Mas, “El Catastro de Patiño en Cataluña (1715-1845), p. 32. 8 Sobre los “Destinos de Uztáriz en la Administración Central”, véase Reyes Fernández Durán, Gerónimo de Uztáriz (1670-1732). Una política económica para Felipe V, pp. 43-58. 6 7
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en 1727 como secretario de la Junta de Comercio, que presidía el propio Patiño, se justifica “en atención a la inteligencia que tenía en los negocios de comercio y noticias individuales del estado de las fábricas de todas manufacturas, así de estos reinos como de los extranjeros”9. Dicha “inteligencia” era el resultado de una preparación continuada en la redacción y despacho de memoriales y expedientes, que constituían el núcleo de su trabajo en las diferentes Salas del Consejo de Hacienda. Sus escritos informarán la redacción de leyes fundamentales en los ramos de la defensa, el comercio y la moneda, contribuyendo de esta forma Uztáriz a formalizar la política económica de Felipe V. Y como de la cantidad surge la calidad, de sus contribuciones a la política económica dio el salto a la economía política con la redacción y publicación en 1724 de su obra Theórica y práctica de comercio y de marina. El nombramiento del Rey en 1727 para la Junta de Comercio reconocía sin duda la autoridad intelectual de Uztáriz. Era la Theórica una obra rigurosamente mercantilista, de inspiración colbertiana, que proyectaba el edificio de la economía española sobre los cimientos de la producción manufacturera autóctona. Pero este objetivo de dimensiones estratégicas pedía una inmediata política arancelaria sobre la que Uztáriz centra su atención. Propone eliminar las aduanas interiores, trasladar el control aduanero efectivo a las fronteras exteriores para ejercer el proteccionismo, y crear una representación de “factores”, o agentes comerciales, en los principales puertos europeos10. El plan de Uztáriz era económico y político. El sujeto activo de la Theórica es la “nación española”, tanto en el exterior, como en el interior. En el exterior la política comercial es acompañada de una política de defensa, que se haría visible con una revitalizada presencia naval. Y en el interior, a la “nación española” le sobraban las aduanas. En 1714, diez años antes de aparecer la Theórica, ya se había producido un episodio de barrido con la promulgación de una real cédula que eliminaba los “puertos secos” de Castilla, Aragón y Cataluña, con la siguiente consideración: “se estimen los reinos de Aragón y Valencia como provincias unidas a las de Castilla y León, corriendo entre todas ellas libre el comercio, sin embarazo, ni impedimento alguno, y que se execute lo mismo por lo que toca a Cataluña”11. No podemos asegurar que Uztáriz tuviera algo que ver con la redacción de esta cédula, pero seguro que conocía este y otros episodios que elevó a categoría cuando propuso como uno de los pilares de su economía política la eliminación completa de las aduanas interiores12. Citado por R. Fernández Durán, op. cit., p. 55. Gerónimo de Uztáriz, Theórica y práctica…, cap. CVI y CVII. 11 El libro de las Leyes del siglo XVIII…, Libro Primero (1708-1723), nº 43. 12 G. de Uztáriz, Theórica…, passim. Por ejemplo, el capítulo LV: “algunas órdenes de Su Magestad sobre la situación de las Aduanas…”, y el capítulo LXXIX, en el que “se explican algunos desaciertos y abusos en nuestras Aduanas…”. 9
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