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La vela de cereza

Miranda Balmori

–¡Mira! Al fin compré la tornamesa igualita a tus zapatos –dijo él con entusias mo.

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Tamara esbozó una sonrisa ex traña y parpadeó varias veces mientras él desempacaba el aparato con la delicadeza de quien descubre un dinosaurio en el desierto; lo colocó en el nivel más bajo de las repisas del librero que previamente había limpiado y pulido con dedicación justo arriba de la puertita de madera que rozaba el piso. La altura era perfecta para el futón. La bocinita la colocó un poco más a la izquierda y dejó libre el resto del nivel para la colección de discos. De momento sólo tenía uno pero esperaba poder hacerse de más en la tienda de la Condesa. Él sentía que ese disco suyo de Diana Krall era un tesoro. Logró arrancarlo de la mudanza de su madre la noche anterior de que ésta se mudara a Mérida. Era lo único que los unía, era el único vínculo que él guardaba con ella.

Cuando su madre le dijo que se iría porque ya no soportaba el estrés de la ciudad y porque la ciudad no tenía nada para retenerla, él salió corriendo por el disco. Esperaba que ella se lo diera sin objeción. Después de una discusión pasó la noche abriendo y cerrando las cajas de la mudanza, buscando el disco entre la ropa, los libros, los trastes y un montón de objetos inútiles que habían decorado la casa en la que creció. Al encontrarlo salió de esa casa sin despedirse, sin volver la mirada y sin intención de buscar a su madre nuevamente en una playa lejana.

Al llegar a casa se preparó un café y en la mesa de la cocina examinó su tesoro. La envoltura de cartón tenía las esquinas dobladas y tenía marcado un círculo en ambos lados. El polvo acumulado, limpiado, tallado y restregado muchas veces había destruido el satinado de la portada y había maltratado la impresión, los daños eran más evidentes en el piano, la ventana y el vestido negros y por supuesto en la contraportada. Las letras en magenta, rojo y salmón habían perdido su brillo. Sin embargo, cuando sacó las obleas de acetato del interior, estaban en perfectas condiciones, las bolsas de plástico las habían conservado como si fueran nuevas. Por supuesto, él había sido el único con la responsabilidad de sacarlas, ponerlas en la tornamesa y guardarlas nuevamente. Guardó las obleas en sus bolsas plásticas y dentro de su funda de cartón, recargó el tesoro contra la pared, se olvidó del café y se quedó dormido.

Tamara aceptó el disco como una parte de él, como una vieja herida, profunda y dolorosa, como esa antigua cicatriz que ella relamió muchas veces tratando de curar. Sin embargo no le gustaba tener cerca algo que les recordaría a ambos un pasado al que no querían regresar.

Esa noche, Tamara se sentó en el futón, en la oscuridad y a manera de ritual encendió una vela con esencia de cereza, la única que tenía, para liberar al objeto de su carga de recuerdos.

En ese momento no había forma de reproducir a Diana Krall.

Basel Bâtard

Sus sonrisas norteñas te hacen sentir como en casa, aunque los gringos conviertan a tu país en una prostituta mal pagada. Perdido en el desierto redefines lo que es la felicidad, muerto en el mar, te conviertes en un ídolo. Y Colin camina por el cementerio, y Colin canta una canción sencilla sobre por qué los héroes caen, cuando no está haciendo preguntas capciosas que nadie quiere contestar, cuando no se está robando mi corazón. Yo quiero quedarme aquí, así no tengo que despedirme de nadie, así no tengo que decirle hola nunca más a nadie. Las piedras lastiman mi supuesta estabilidad y el frío se come mis manos y mis pies, pero la oscuridad me abraza con su norteña calidez. Nunca he estado mejor, Colin y no lo sé hasta que ya no estoy aquí. Dame el desierto para iniciar una nueva religión... Dame el mar para poder respirar al fin... Sus sonrisas norteñas te hacen sentir como en casa, aunque los gringos conviertan a tu país en una prostituta mal pagada.

Perdido en el desierto redefines lo que es la felicidad, muerto en el mar, te conviertes en un ídolo. Y Colin camina por el cementerio, y Colin canta una canción sencilla sobre por qué los héroes caen, cuando no está haciendo preguntas capciosas que nadie quiere contestar, cuando no se está robando mi corazón. Yo quiero quedarme aquí, así no tengo que despedirme de nadie, así no tengo que decirle hola nunca más a nadie.

Las piedras lastiman mi supuesta estabilidad y el frío se come mis manos y mis pies, pero la oscuridad me abraza con su norteña calidez.

Nunca he estado mejor, Colin y no lo sé hasta que ya no estoy aquí. Dame el desierto para iniciar una nueva religión...

Dame el mar para poder respirar al fin...

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