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Exhortación a la filosofía política*

Eduardo Daniel Hidalgo Olea

Sólo porque el hombre vive en la polis, y porque la polis vive en él, el hombre se realiza completamente como tal.

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Giovanni Sartori

En filosofía sólo hay invitaciones, nunca obligaciones. Se invita a pensar, jamás se obliga a pensar. Nadie puede obligar a pensar a nadie, eso es imposible, pues pensar es una fuerza que viene del interior y que repercute en el interior como una degustación. En otras palabras, pensar es un placer intelectual autónomo. De ahí que la filosofía tenga ciertos aires de libertad, libertad que da dicha. En la política, por el contrario, sólo hay obligaciones, nunca invitaciones. La política no invita, obliga a la acción y a la opinión. Se está obligado a actuar políticamente, y cualquier decisión que se tome en el ámbito político, incluso no decidir, es una acción política.

* Este breve escrito está pensado, y por ello dedicado, para los estudiantes de Temas Selectos de Filosofía II, ya que una de las unidades es precisamente Filosofía Política. Con ello, intento que cada estudiante logre obtener el primer aprendizaje de la Unidad 1 del programa de estudios de la materia, a saber, discernir entre la acción, la ciencia y la filosofía políticas. Para esto, tomo como referencia la primera temática, esta es: la especificidad de la filosofía política. Sin algo más que añadir, agradezco totalmente a todos mis profesores.

En filosofía importa la verdad y es imprescindible su búsqueda, aunque ésta pueda tener muchas dificultades. Al filósofo le interesa saber, más allá de toda moral o de toda inclinación política, y le interesa saber con amor. Sin amor, todo resulta aburrido y monótono. En política, en cambio, importa lo correcto y cómo es que se logra que todo sea correcto, es decir, qué disciplina es pertinente para que tal fin se lleve a cabo. Al político le interesa conocer toda opinión política, sea pública o privada, más allá de toda verdad o falsedad, y le gusta hacer sondeos para estar enterado de cómo los demás observan su gobierno, esto es, le gusta estar al tanto de lo que ‘dicen’ y ‘piensan’ los demás. Afortunadamente todo pensamiento ya desde siempre está oculto para los demás, sólo el alma misma puede tener un poco de luz al respecto.

Así pues, resulta que la filosofía en nada tiene relación con la política, aunque generalmente se confunda una y otra. Se cree que pensar filosóficamente es tomar tanto una decisión como una acción políticas. Pero el filósofo, el que ama y busca la verdad, no puede tomar una posición tan radical, pues sus dudas son tantas, sus preguntas son tantas, sus búsquedas tantas y tan arduas e infinitas, que no hay modo de que tenga seguridad en algún bando político o preferencia política. Que el filósofo tome una postura política sería tanto como renunciar a la verdad y a la búsqueda, ya que está depositando la confianza y la seguridad que le da a la verdad en tal o cual bando político, mas la política, bien lo sabe el filósofo, es como una golondrina: viene y va. La felicidad que puede proporcionar la verdad no puede ser jamás comparable a la efímera dicha del poder: si de comparar felicidades se trata, sin duda la felicidad de la verdad es mucho mayor que cualquier otra.

Ahora bien, la filosofía política no es formarse alguna opinión sobre la actividad política o sobre algún régimen en específico, tampoco es informarse sobre lo que sucede en el mundo o actuar para transformar el mundo. Más bien, es el esfuerzo y celo honesto y serio sobre lo que verdaderamente debe ser la política y su naturaleza. Filosofar es una acción en constante ejecución, que requiere tiempo y entereza, no es algo que se dé de manera inmediata y brusca. Pensar lo político es pensar con gravedad lo que significa esto y su caracterización. Hay que ser claros: filosofar la política no significa hacer política, significa hacer filosofía, y lo que más interesa al filósofo es la esencia del “todo”. Por “todo” hay que entender todas las cosas o, igualmente, las naturalezas de las cosas todas, por ejemplo, la naturaleza de Dios, del animal, del alma o del mundo. El filósofo necesita saber “qué es” tal o cual cosa sustancialmente. Por consiguiente, la pregunta principal de la filosofía política es: ¿cuál es la naturaleza de lo político? Esto significa: qué es el todo de lo político o, también, cuáles son todas las cosas concernientes a lo político y qué son. Quien tenga hondura en sus ojos, verá, ciertamente, lo profundo de la pregunta y lo controversial.

La pregunta por la naturaleza de tal o cual cosa no es una pregunta cualquiera, ni una pregunta que pueda ser contestada de manera fácil y accesible. Para que pueda ser tenuemente contestada, se requiere superar toda opinión, cuestionando y reflexionando, y desear de verdad conocer. Conocer la esencia o la sustancia de algo bien podría llamarse conocimiento. El conocimiento sólo se obtiene si se busca. La búsqueda es algo primordial en la filosofía; no podría ser diferente en el ámbito político. Así, lo que se busca en la filosofía política es el conocimiento de lo político, y esto también podría definir a lo que se dedica esta rama de la filosofía: la filosofía política es el conocimiento de lo político. Con esta definición, ya se puede hacer una sucinta especificidad y separación respecto a otros estudios políticos: ciencia política, teoría política, teología política o, simplemente, política. Ninguno de ellos está interesado por el conocimiento de lo político, pues no se hacen la pregunta primordial de toda política: ¿Cuál es su esencia? Esta pregunta es primordial y previa a cualquier estudio. Y si se ignora o se elude, de nada vale todo conocer derivado o posterior a lo que verdaderamente es importante y principal: “Lo poco que se pueda saber de las cosas superiores es preferible a lo mucho y cierto que podamos saber de las cosas inferiores” (Tomás de Aquino, Summa Theologica, I, qu. 1ª.5). En consecuencia, si no se tiene claridad sobre la esencia misma de lo político, ¿cómo se puede tener claridad sobre lo que implica toda acción política?

La filosofía, entonces, busca conocer de manera general todo; la filosofía política, que es una rama de la filosofía, busca conocer con profundidad lo político, es decir, saber con conciencia y conocimiento cierto y claro lo que significa lo político y su carácter. En cambio, los otros estudios sobre lo político desean informarse, formarse una opinión, asegurarse una creencia o ejecutar alguna acción para reforzar uno u otro régimen. Esto es una distinción esencial entre la actividad propia de la filosofía política y otro tipo de actividades de otras ciencias: si bien todos son libres de pensar, no a todo se le puede llamar filosofía política, porque no todos intentan distinguir la opinión del conocimiento y obtener este último, no todos pueden atreverse y justificar lo que es esencial de lo que no lo es, lo superior de lo inferior, lo bueno de lo malo, etc.

Algunos pensadores políticos omiten esta parte y dan por hecho que todo el mundo sabe lo que es la política. En efecto, un teórico político define lo que para él es la política y desde allí va organizando y ordenando cada uno de sus argumentos para formalizar un sistema político, pero nunca pone en cuestión lo que vale la pena cuestionarse y de lo cual todo lo demás que desarrolla depende. Otro tanto más pasa con el científico político: que bien puede ser un analista de primera o solamente un recabador de datos duros, curiosos y peliagudos. Un científico político, aunque parezca que el nombre dice lo contrario, no le interesa tener conocimiento, sólo informarse y ser un erudito en el tema. Lo “científico” le viene dado no por lo que obtiene o por lo que resulta -a saber, conocimiento-, sino por utilizar cierta metod ología o alguna clase de lógica.

La teología política puede confundirse con la filosofía política, pues ambos estudios argu mentan seriamente y reflexionan con bastan te ahínco, incluso algunos teólogos políticos han pasado por filósofos políticos. No es nada raro. No obstante, la teología política tiene la singularidad de que todos sus argumentos están cubiertos por una serie de creencias o convicciones que vienen predispuestas por alguna teología, i. e., por alguna fe religiosa o por alguna revelación divina. Por tal razón, en lugar de constantemente cuestionarse y pensar hondamente como lo hace el filósofo, el teólogo político ya no se cuestiona las cosas más fundamentales e importantes, sino que sólo las confirma de acuerdo a lo que se le ha revelado o de acuerdo a la fe que tiene. Por último, la política no es otra cosa que la acción política. No se pregunta por lo que hace, sino que solamente hace lo que aparentemente se dice que se debe hacer. En suma, todas olvidan lo más relevante en un estudio serio sobre la naturaleza de lo político, a saber: preguntarse y pensar en exceso.

El intento de la filosofía política, necesario es repetirlo, es cambiar la opinión política común por el conocimiento sustancial de lo político. Este intento de conocer exige sacrificio y esfuerzo, reclama toda una vida dedicada al pensamiento intenso, en el extenso espectro del pensar. No se obtiene el conocimiento político por medio de la sesuda y amplia información, tampoco por medio de espías o agentes mandados por políticos según ciertos intereses. Únicamente se logra el conocimiento con dedicación, trabajo y esperanza. El político nunca será un buen filósofo, y tal vez ni siquiera quiera serlo, pues el político vive al día, piensa al día y decide al día; no tiene tiempo para pensar seriamente y con paciencia. Debe actuar rápido y eficazmente, sin claridad y sin comprensión sobre lo que está haciendo. En esto de nuevo queda claro que la filosofía no es política ni la política un buen espacio para hacer filosofía.

Cabe corroborar que a la filosofía política le interesa contestar a la pregunta sobre la naturaleza de lo político. Para ello, aborda algunos temas principales que incumben a la política, a saber: la libertad y el mejor gobierno. Es de sentido común reconocer que la política se vincula con la acción. Se podría decir que toda política necesariamente requiere acción. La acción puede ser de dos modos: o para cambiar o para conservar. Se cambia para mejorar algo o se conserva porque se cree que eso que se conserva es mejor que el cambio. La idea de lo mejor está impregnada en cada una de las acciones políticas. Pero también se pone de por medio la cuestión sobre la posibilidad de tal o cual acción, así como si conviene a la sociedad. Por lo tanto, la pregunta por la naturaleza de lo político no sólo conlleva adentrarse a las entrañas de lo político, sino también vislumbrar otros problemas y otras cuestiones de vitalidad. La pregunta primordial de la filosofía política es precisamente primordial porque es la más importante de todas, la que antecede a otras cuestiones y la que permanece durante el desarrollo del cuestionamiento, al igual que la que engloba todas las demás preguntas y todos los demás problemas. Sin embargo, ya la misma pregunta sobre la naturaleza de lo político señala lo fina y dificultosa que es. La política generalmente se entiende como un asunto meramente humano, pues es el humano quien la crea y la emplea. Ningún otro animal, excepto el humano, es político. Pero la pregunta formulada no está preguntando por lo humano de la política, sino por su naturaleza, esto es, aquello que realmente es y que se patentiza por su constancia. La cuestión va en contra del sentido común, ya que se pregunta sobre la naturaleza de aquello que es cambiante: la acción política. La acción política, que es propia del ser humano, devela ciertamente algo de éste. En el fondo, y este es el gran meollo de todo este asunto, la pregunta por la naturaleza de lo político guarda otra pregunta, la pregunta sobre la naturaleza de lo humano.

Para saber si hay naturaleza humana o no y qué importancia tiene la política en la vida natural y humana, se requiere filosofar: si la filosofía política desaparece o se le presta poca atención, la política será ya para siempre un completo y rotundo fracaso. Filosofar no es historiar, no es documentar lo que ha pasado a lo largo de la historia política o filosófica, tampoco es dictar reglas o formular teorías, ni dedicarse a hablar de ellas, es, más bien, razonar hasta lo más insondable, es decir, razonar todas las implicaciones, todos los contraargumentos, todas las posibilidades, todos los errores, todas las retóricas. Si se está dispuesto a razonar de esta manera, seriamente y esmeradamente, entonces la invitación a filosofar llegará sola: ¡Gran caballero!, si las puertas del palacio de la verdad te llaman, si tus oídos escuchan los sonidos de las trompetas que se alzan hacia ti, y si tu mente es un fuego interno que no puedes tranquilizar, es seguramente porque eres el elegido. ¿Los escuchas? ¡Sé filósofo!

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