7 minute read
Las razones sobre la sinrazón del amor
from Pulso 314
Tultepec, Edo. de Méx., 14 de febrero de 2023.
Querida Jeremy1: ¡Cómo es el corazón del ser que ama! He allí la gran cuestión. ¿Qué es el amor? Nadie lo sabe. ¿De qué se trata? Nadie lo sabe. Y, sin embargo, todos lo sienten, todos creen amar con pasión, con verdadero sentimiento. Lo más extraño del amor es que se siente sin entenderlo, se sabe de él sin saberlo y se sufre sin conocerlo. ¿De qué sirve meditar sobre él? Quizás nada. ¿Qué relación guarda el pensamiento con lo que se hace? Quizás ninguna. Es muy difícil pensar el amor, hablar sobre él y actuar conforme a lo que se ha meditado. ¡Oh, Jeremy!, hoy se habla de acuerdos, pero los acuerdos muchas veces apagan la llama que se prende en lo hondo del corazón, sofocan los atrevimientos y los instantes más bellos. Ya nada queda de maravilloso y espontá neo. La mayoría de las personas buscan una razón para vivir, y entonces encuentran el amor. Pero una vez que lo encuentran, lamentablemente, también encuentran una razón para morir. ¡Ay!, es una gran verdad que se vive del amor y se muere por esto mismo, ¿acaso no te parecen sumamente confusos los caminos del amor? El amor ya es en sí mismo contradictorio y oscuro. Es posible que consideres que estoy diciendo meros galimatías, pero déjame explicarte algunos asuntos.
Advertisement
Me ha encantado dialogar contigo y conocer más a fondo lo que oculta la apariencia, pero me has dejado con exceso de dudas y de inquietudes. Me sorprendió, en verdad, que consideraras el amor como algo racional. Según tus palabras, no se puede amar sin primero entender el sentimiento que se siente en el palpitante y escondido pecho: “hay que saber definir el amor para amar de verdad”, fue lo que dijiste. Ciertamente, para una filósofa, tal y como tú lo eres, se está en constante búsqueda de la verdad, de su posesión y, ante todo, de su definición. El filósofo quiere apropiarse de la realidad, nombrarla y comprenderla. No obstante, el filósofo ama la verdad antes de que pueda dar cuenta y razón de su amor, ama lo que todavía no puede conocer; en suma, ama sin razón, o, de acuerdo a tus propias palabras, ama sin definición. Es complicado señalar si el amante de la sabiduría primero ama y, en consecuencia, explora el saber, o, más bien, primero sabe algo y, posteriormente, ama. En cualquier caso, es un asunto dudoso y difícilmente tratable, aunque lo que está en el centro de esto es indudable: del amor nada se sabe.
Desde tu punto de vista, una relación amorosa sin previa reflexión es una relación peligrosa y meramente pasional. Quien desconoce su propio sentimiento, no puede afirmar que está amando correctamente; de allí que para ti sean fundamentales los acuerdos y los arreglos. No obstante, los amores más ejemplares y más universales muestran todo lo contrario a lo que tú consideras. Jean Jacques Rousseau, el filósofo francés que escribió El contrato social, dice en una carta dirigida a su amante Sofía: “¿Por qué debiera tenerte piedad cuando me robas la razón, el honor y la vida? […] ¡Ah, si hubieras clavado una daga en mi corazón, habrías sido mucho menos cruel que usando esta fatídica arma que me está matando!”. ¡Gran sorpresa, oh Jeremy! El filósofo ilustrado, el filósofo que más abogó por los acuerdos y los contratos, ha caído en los perfumes elegantes y atractivos del amor; ha caído rendido en las piernas exuberantes de la seducción: ¿de qué le sirvieron los acuerdos? Si el filósofo de la Ilustración puede caer en las riendas del amor, ¿qué destino les puede esperar a los que no son filósofos? ¡Ay, ay, ay, el amor conquista todo! ¡Ay, ay, ay, et nos cedamus Amori!
Pero no es el único intelectual que ha quedado atrapado en el amor y ha perdido la razón. También el gran genio Goethe, que vivió su vida como si fuera una obra de arte, escribió lo siguiente a su amor de juventud, Charlotte: “Perdóname, yo mismo he estado luchando entre la vida y la muerte, y no hay palabras para expresar el estado en que me encontraba”. ¡Maravilloso e impactante! El gran poeta romántico, el gran genio de genios, el héroe de los literatos, no tiene palabras para describir cómo se siente, no tiene nombres para nombrar su estado emocional, sólo sabe que está entre la vida y la muerte: porque, en efecto, amar es tener motivos para vivir y, a su vez, para morir. Y si el gran autor alemán Goethe no tiene las palabras adecuadas, ¿por qué razón crees tú que humanos menos ingeniosos, menos inmortales, tienen la capacidad de encontrar el lenguaje correcto para definir lo que sienten? A decir verdad, hay mucha confianza ciega en el amor, cuando, en realidad, es una posesión que llega sin avisar, un dios que te envuelve y te conduce por donde quiere.
Pero seguramente seguirás sin convencerte sobre lo que te he pretendido decir y estarás preparando los argumentos mejores armados, ordenados y claros. Te expondré algo más acerca de esto para ver si así logro causarte inquietud y averiguación. El término amor tiene un origen curioso: en principio, porque tiene dos posibles etimologías; en segundo lugar, porque en nada tiene relación con otras formas en las que se concibe el amor, aunque todas carecen de la racionalidad que tú quieres hallar. La primera etimología de amor es la siguiente: se compone de un prefijo a-, que indica privación o carencia, y de la raíz mortem , que significa muerte. Por lo tanto, amor significa carecer de muerte o no tener presente la muerte, porque cuando se ama, se ama al ser amado sin que esté presente y se guarda en la memoria para recordarlo, esto es, para volverlo a amar en su ausencia. Pero también amor puede provenir de la raíz mor, que quiere decir hábito, costumbre, modo de ser o moral. El amor, en este sentido, es lo que carece de hábito, de moral o de reglas. Se ama sin mirar las normas o las reglas, se ama más allá de toda moral, pues por amor se pueden hacer tanto acciones grandiosas como acciones culpables. El amor es un arma de doble filo, pero, a fin de cuentas, un arma que genera cambios, incluso revoluciones. Así pues, comprenderás, querida Jeremy, que el amor nada sabe de acuerdos y nada quiere saber sobre razones: si el amor es sin moral, ¿cómo puede tener contratos? Si fuera así, entonces no sería amor. Luego: si el amor es sin muerte, esto es, inmortal y eterno, ¿cómo se pretende que esto se pueda racionalizar o definir? Si se racionaliza, la inmortalidad del amor se acaba. El que ama quiere engaños, ilusiones y esperanzas, puesto que con engaños, ilusiones y esperanzas se tienen las fuerzas suficientes para querer seguir viviendo y para quitarse el miedo a la muerte. Estas dos etimologías, el amor como eternidad y como carente de reglas, han influido en lo que actualmente entendemos por amor: ¿cómo privar al amor de sus raíces? ¡Parece imposible!
Es interesante que también en otras lenguas el amor tenga algo de irreflexivo. Por ejemplo, en la lengua hebra, amor se dice Ahavá, que refiere a dar o donar. El que ama, desde la visión hebrea, es que el que sacrifica algo de sí para dárselo a otro. La donación es un regalo que se da sin intenciones de recibir algo a cambio. Dar sin motivo o sin esperar alguna recompensa podría calificarse de irracional, pero así es el amor. Por otro lado, en griego hay muchas palabras para designar este sentimiento. Las palabras más usuales son estas: 1) ἀγάπη (agápe), que indica amor divino; 2) στοργή (estorgé), que refiere a un amor familiar, por ejemplo, entre padres, hermanos o hijos; 3) φιλία (filía), que es el amor entre amigos; 4) ἔρως (éros), que significa el amor sexual; y 5) μανία (manía), que señala el amor enloquecido. Pensarás, oh Jeremy, que porque los griegos tienen diferentes palabras para designar cada tipo de amor son más racionales o más reflexivos. Quizás haya cierta razón. Empero, a mi modo de ver, lo que señalan todas esas designaciones es la dificultad de definir un sentimiento único y que traspasa toda categoría o lógica. Si el amor, siendo un sentir universal, no se puede nombrar con un solo nombre, se debe a que es complicado, y los diversos nombres griegos en lugar de aclarar eso que todas las personas sienten, lo oscurecen todavía más. La lengua griega, con todo y lo que dicen de su perfección, tiene sus imperfecciones. En fin, no hay lengua que nombre el amor de manera perfecta, entonces, querida filósofa, ¿cómo pretendes que se pueda definir el amor para llegar a una relación sana y prudente? ¿Qué lenguaje es el lenguaje del amor? ¡Sólo los sentimientos saben hablar las lenguas del amor!
Con lo que te escribo en esta carta, intento poner en entredicho todos los supuestos que hay en tu afirmación: en primer lugar, supones que el amor es racional, lo cual queda confirmado que no, ya que muchos grandes intelectuales han dejado de lado su razón y su vida para amar y estar al borde de la muerte; en segundo lugar, supones que el amor es algo cognoscible, pero esto es tan falso como decir que la oscuridad ilumina, dado que el amor carece de razón y de racionalidad, carece, por lo mismo, de agente que lo pueda conocer, al menos que entiendas conocer por sentir. Tu tercer supuesto es que la reflexión puede intervenir en el acto de amar para mejorarlo o encauzarlo, cuando en realidad lo único que genera la meditación es la aminoración del amor, porque quien ama con todo su corazón nada quiere saber de razones, nada quiere saber de porqués: se ama sin razón. Yo te digo, querida Jeremy, que el amor es todo lo contrario a lo que tú me presentaste y que con entusiasmo razonaste: el amor es sin porqué, no quiere dejarse conocer, no tiene lengua racional que lo pueda atrapar y expresar, carece de normas, de reglas, de estructuras lógicas o racionales, carece de muerte, vive para siempre, quiere ser inmortal, quiere la eternidad, quiere ser el pilar que sostenga al mundo de lo material, de lo mortal, de lo usual; el amor es sin porqué, y siempre se ha amado sin entender. Con honor y respeto,
Hidalgo O. E. Daniel
P. D. ¿Lo que te he escrito lo he hecho con razones? ¡No lo sé! ¡Sólo sé amar! ¿Estoy contradiciéndome? ¡Qué extraño! Ya lo dijo el poeta: “D’Amour d’Amour je fu je fu blessé […] Qui me navras, donne moy guarison” (De amor, de amor, yo fui, yo fui herido […] Quien me daña, también me da la curación).