Quimera Revista de Literatura | Número 342 | Mayo 2012

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mayo / 2012 / 84 págs

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ALFONSO SASTRE

El lugar del crimen El autor define esta novela como una obra “siniestra”. ¿Qué se quiere decir con ello? ¿Habrá que situar el libro en la línea que va, por ejemplo, de Edgar Allan Poe a Jean Ray, pasando, si se quiere, por novelistas del misterio y el horror como Stoker, Meyrink o Lovecraft? Sin duda se trata de un “viaje” por muy temibles territorios en los que, en cualquier momento, puede saltar a nuestro lado la desconocida alimaña del miedo, capaz de erizar nuestros cabellos: de horripilarnos. Monstruo de tres cabezas este libro –como el perro guardián de los infiernos–, una de ellas emerge en California, otra en Madrid y Barcelona (donde los productores de terror son niños más o menos angelicales), y, por fin, la tercera y más horrible cabeza respira en el País Vasco, en un ambiente de misterio, clandestinidad y violencia. El fantasma de “Melmoth el errabundo”, aquel famoso personaje de la novela gótica que muchos creían muerto, sigue vagando, reapareciendo bajo diferentes formas en todos estos misteriosos y, sin embargo, muy concretos ambientes del actual, e insólito, relato

M O N T E S I N O S

www.editorial-montesinos.com ISABEL ALBA

La verdadera historia de

Matías Bran

Una noche de octubre del 2010, Matías Bran decide quitarse la vida. En la caja de la persiana de una de las habitaciones de su casa, guarda una maleta que perteneció a su abuelo y después a su padre. En su interior están las claves de una historia. Matías nunca ha abierto la maleta. Si esa noche muere, la historia se perderá para siempre. Con una prosa limpia y una original estructura, casi cinematográfica, que combina diferentes momentos históricos con fotografías, citas y fragmentos de biografías de personajes reales y ficticios, Isabel Alba urde, en La verdadera historia de Matías Bran, un relato apasionante que busca rescatar la memoria en sus vertientes personal, familiar y colectiva y señalar el nexo incuestionable que las une. La historia individual de Matías, sus decisiones y las de quienes lo precedieron –una saga familiar que comienza en Hungría a finales del siglo XIX y finaliza en Madrid a primeros del siglo XXI–, se fusionan con la crónica de los movimientos colectivos en los que se vieron inmersos –las revoluciones que agitaron Europa durante el siglo XX

M O N T E S I N O S


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En negro y blanco Por Jaime RodRíguez z. / Quimera adelanta cosas de las más interesantes que se cuecen para esta temporada. Está a punto de desembarcar en librerías la esperada Black Pulp Box ideada por Aristas Martínez Ediciones y el poeta Luis Gámez: una revisión del género conocido como blaxplotation (en principio, películas protagonizadas por y dirigidas a afroamericanos) pero en clave cañí, muy spanish style (nótese, sin más, el torero-black panther que ilustra nuestra portada, obra de Fidel Martínez). Interesante síntesis estética que ha dado lugar a uno de los artefactos más delirantes y sofisticados de la actualidad editorial local. Habla mos de casi mil páginas dedicas a homenajear al género, incluidas una antología de relatos (firman Jordi Costa, Laura Fernández, Grace Morales, entre otros), una revista de cómic (Betunia), Black Super Po wer, un ensayo de Daniel Ausente (del que adelantamos las primeras páginas), dos novelas corta firmadas por Luís Gámez y Cisco Bellabestia y un fanzine en el que participan otros cuarenta autores… Pero como no solo de pulp vive el hombre, publica-

mos también un excelente texto de la investigadora Bibiana Pérez ruiz sobre la imagen (a decir de la autora, muchas veces parcial e incompleta) de la mujer africana en la literatura de ese continente. ofrecemos así dos propuestas que indagan, desde re gistros muy distintos, en el mismo tema: el del estereotipo, la deformación y eventual evolución de la imagen del negro en la cultura contemporánea. Atentos a lo que se cuece en las redes sociales y la bologosfera publicamos también una “fotonovela” original del editor y bloguero Óscar Sáenz. Sáenz, que ha convertido sus humorísticas apropiaciones de distintas películas en verdaderos hits de internet, satiriza para nosotros el nacimiento de la “generación Nocilla”. Además, recomendamos la nueva novela de raúl Argemí, entrevistamos al poeta raúl Quinto, publicamos un relato inédito del boliviano Edmundo Paz Soldán, buceamos, junto al cubano osdany Morales, en la poética de Lorenzo García Vega y ofrecemos, como siempre, nuestras secciones de cómic, poesía y crítica literaria. Que lo disfruten. ■ Quimera 3


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Revista de literatura

sumario mayo 2012

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Editor: Miguel Riera. Director: Jaime Rodríguez Z. Diseño: M. R. Cabot Fotografía: Lisbeth Salas Publicidad: María José Dopacio.

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Edita: EDICIONES DE INTERVENCIÓN CULTURAL S.L., c/ Sant Antoni, 86, local 9 08301 Mataró (Bcn) Tel., Administración, Redacción, Publicidad y Suscripciones: 937550832 / 937962631. www.revistaquimera.com Redacción: redaccion@revistaquimera.com Administración: info@revistaquimera.com Publicidad: publicidad@revistaquimera.com Fotomecánica: Tumar Autoedición, S.L. Imprime: Trajecte, S. A..

El cómic

EntrEvista mínima: raúl quinto por jaimE rodríguEz z.

wirElEss El retorno del editor por gErmán siErra

11 un poEma dE

carla pravisani

12 john hawkEs

un adelanto de su novela travEsti

16 Derechos reservados – Prohibida la reproducción total o parcial de este número, sea por medios mecánicos, químicos, fotomecánicos o electrónicos, sin autorización del editor. Quimera no retribuye las colaboraciones. Los colaboradores aceptan que sus aportaciones aparezcan tanto en soporte impreso como en digital. La redacción no devuelve los originales no solicitados ni mantiene correspondencia sobre los mismos. La revista no comparte necesariamente las opiniones firmadas de sus colaboradores. ISSN 0211-3325 / D.L.: B - 28332/1980 Impreso en España – © De las reproducciones autorizadas VEGAP, 1995, Barcelona. Esta revista es miembro de ARCE. Asociación de Revistas Culturales de España.

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black pool box “guErra zulú” breve historia del cómic negro

raúl argEmí sinfonía para boxeador y ángel por cristina Fallarás


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rEsEarch (las playas albinas) un rodeo furtivo a la textura del autor cubano lorenzo garcía vega por osdany moralEs

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los otros un cuento inédito de Edmundo paz soldán

nutElla nightmarE Fotonovela por óscar sáEnz

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El quiróFano

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polaroid

imagEn dE la mujEr En la litEratura aFricana

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Zona CómiC. Este espacio está destinado a la creación libre de literatura gráfica. Hoy: EstEban HErnándEZ.

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EntrEvista (mínima)

raúl Quinto por Jaime RodRíguez z. —Ruido Blanco tiene como constante un suicidio en vivo. ¿Porque decidiste poetizar el caso de Christine Chubbuck y convertirlo en la columna vertebral de del libro? —Christine Chubbuck fue una periodista que en 1974 se pegó un tiro frente a las cámaras, tras anunciarlo como un contenido más del programa. Su caso es un ejemplo estremecedor de la mediatización extrema de la vida que nuestra sociedad de la información produce. Me interesaba exponer ese acontecimiento en toda su crudeza e intentar diseccionar las implicaciones filosóficas que pudieran emanar de él en relación al mundo al que pertenecemos: la ficcionalización de lo real, el vacío de la sobrerrepresentación, la comunicación humana como una sucesión plana de códigos y gestos, el reino de la pantalla, del interfaz. En definitiva, la idea de simulacro que defendía Baudrillard. Hay una muerte, y hay una imagen, está el ojo, y la carne, el dolor, su relato. —El primer poema titulado Christine Chubbuck es la descripción de una imagen, el último tiene un matiz deliberadamente periodístico. ¿Es ese el arco que quieres trazar en el libro, el que va de la hecho a su comunicación, a su análisis? —Deseo trazar un diagnóstico del mundo contemporáneo, utilizando su misma superficie ruidosa. Vivimos e intentamos comunicarnos los unos con los otros en una realidad desfigurada por el exceso de información, de códigos que se refieren a otros códigos, mensajes que no cesan y se solapan, la amalgama infinita de la red, la memoria colectiva y comercial, la tecnología, la estimulación agresiva de nuestros sentidos y de las herramientas, ya desbordadas, que usamos para ordenar el mundo. Tanto exceso comunicativo provoca incomunicación, alienación y aislamiento. Somos transmisores de vacío. Por eso una de las obsesiones de este libro es la ruptura o la reconstrucción de los hilos que unen las palabras a las cosas y a los hechos. —Los poemas fuera de la serie Chubbuck funcionan como caja de resonancia para esta, como esas otras frecuencias en la misma potencio, pero hay todavía un tercer nivel, los poemas titulados entre 8 Quimera

corchetes, de reminiscencias científicas, impresos en cursiva… ¿qué función cumplen estos textos? —El libro habla del proceso de degradación comunicativa y sus implicaciones políticas y sociales. La técnica compositiva es precisamente yuxtaponer imágenes o secuencias que muchas veces pueden parecer arbitrarias, como si fuera un zapping frenético, donde los mensajes se alimentan unos de otros, al mismo tiempo las notas al pie aumentan el ruido en profundidad, como los hipertextos de la red. El ruido blanco ubica todas las frecuencias en la misma señal, pero hay mensajes bajo ese ruido que nos acaban diciendo cosas sobre los sentimientos, los peligros de la ciencia, las oscuridades de la historia o de los informativos. Estos poemas en cursiva funcionarían como un paisaje ruidoso del que se despliegan los poemas en ver so sobre Chubbuck o las formas de asesinato institucional (Warhol, gas, etc.). —Han pasado siete años desde La piel del vigilante (DVD) un poemario en el que ya evidenciabas tu interés por la cultura más popular, hoy parece que la exploración intermitente (y a menudo de simultánea) de los códigos de la ciencia y la tecnología, la televisión y el espectáculo en su sentido más amplio, es ineludible. ¿Es así en tu caso? —La poesía se puede entender como la respiración lingüística de una época, respiramos un aire concreto y exhalamos poemas que no pueden sustraerse a la realidad de la que surgen. Y nuestra realidad es la del mundo de la sobreinformación, somos criaturas dotadas de una memoria externa casi infinita donde caben, y al mismo nivel, todas las manifestaciones culturales y científicas. Hablo de Internet, que es en sí mismo otra metáfora del ruido blanco. Nuestro mundo y nuestras herramientas de interpretar y comunicar la realidad son otras. Se trataría de eso. Y creo que en este libro me acerco por primera vez a una dicción propia de nuestro nuevo paradigma comunicativo, y no solo en cuanto a la iconografía como en libros anteriores.


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Poeta, pofesor y crítico literario colaborador de esta revista, raúl Quinto ha escrito siempre desde la insularidad. ajeno a temáticas gremiales o generacionales, el autor no se abstrae, sin embargo, de lo que él mismo llama “la respiración lingüistica de una época”, para explorar en Ruido Blanco (la Bella varsovia, 2012), el panorama de una sociedad hipercomunicada. —En muchos de los poemas hay una especie de voluntad manifiesta de comunicación con el lector, de decir cosas, de aclarar sentidos , pero esto se expresa como notas al pie, como si esa voluntad no formara parte del poema… —No es aclarar, sino enturbiar más. Provocar más ruido. No sólo yuxtaponiendo frases a modo de collage sino usando la profundidad hipertextual para densificar aún más la carga semántica. Se trata de crear más ruido. Un ruido blanco, pero que busca generar emociones, ideas y conflicto en el lector, que debe reordenar algo parecido al sentido. —Eres percibido como un poeta joven, pero hoy en día el flujo (neo) mediático de los nuevos poetas es vertiginoso. ¿Empiezas a sentirte como parte de “la generación anterior”? —Nunca he entendido muy bien qué valor aporta a una obra la edad, ni tampoco me he sentido partícipe de una generación poética, ni por redes de relación o por asumir un programa estilístico común. Tampoco suelo aparecer en los diferentes recuentos generacionales o forzadores de canon. Así que tampoco siento un desplazamiento por parte de los que vienen. Me veo más hecho, o más desecho, pero igual de ajeno a los grupos. —¿Crees que la evolución de la industria cultural y editorial, tanto en sus procesos de producción y comercialización, determinará de alguna manera las exploraciones poéticas de la actualidad y de después? —Considero que la poesía está más allá de la industria. La poesía que acabará durando, claro. A coto plazo iremos hacia un modelo menos dependiente de los premios y subvenciones; la crisis manda, y volveremos a un modelo más cercano a la micro o autoedición, y ahí el papel de Internet y la as posibilidades de autogestión, financiación reticular, etc.. Pero no tiene nada que ver con la forma en que se crearán los poemas, en eso tendrá que ver el formato pero no el modelo productivo ni comercial. La poesía no entiende de leyes ni de comercio. ■ Quimera 9


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WIRELESS

El retorno del editor

Por Germán Sierra Hace tan sólo unos años, las fusiones y adquisiciones entre los grandes grupos editoriales parecían amenazar lo que entonces se llamaba edición independiente y poner en cuestión la importancia del editor. Este proceso de concentración empresarial, semejante a los que no dejan de producirse en otros sectores financieros y comerciales, se había basado en la convicción de que existía un mercado de masas para “el libro” –fundamentalmente para cierta narrativa de ficción– que sólo podía ser explotato adecuadamente mediante una compleja maquinaria de producción, distribución y promoción, que exigía una inversión demasiado cuantiosa para una empresa pequeña y que requería el desplazamiento de la capacidad de decisión de los editores a los ejecutivos de márketing y ventas. Curisamente, en el momento histórico en que hasta la cultura de masas comenzaba a ser consciente de la desaparición del “autor” tal y como se le había concebido desde el siglo XIX, el escritor, y no la obra, pasaban a ser el producto principal de una empresa editorial. Mientras tanto, otros géneros con una audiencia supuestamente más reducida, como la poesía o la ficción underground o de vanguardia, podían permanecer en manos de editoriales pequeñas y/o independientes, ya que se daba por supuesto que ahí no había negocio. En otras ocasiones he comentado que la labor fundamental de una empresa contemporánea no es la producción de objetos, sino la construcción de usuarios: mientras las grandes editoriales competían por el mercado preexistente, no han dejado de aprecer numerosos proyectos editoriales, más parecidos a las editoriales de poesía que a los grandes grupos tradicionales, que están construyendo nuevos espacios, culturales y comerciales, para la ficción. Los recientes cambios tecnológicos y sociales son sin duda el factor determinante de esta explosión. La facilidad para publicar online o autoeditarse hace que una editorial no sea imprescindible para el autor, lo que no significa que no sea deseable. Cualquier autor dispone de muchísimas opciones de publicación, por lo que el editor está obligado a aportar mucho más que una plataforma de distribución, mucho más que la capacidad de colocar el libro en el escaparate de unas cuantas librerías. El autor proporciona cierto contenido, pero exige del editor que aporte un contexto; de otro modo, ¿por qué no recurrir a la autopublicación? Podríamos decir que la publicación de narrativa se aproxima cada vez más a lo que solía ser la edición de poesía, y ambas se parecen mucho a la comercialización de obras de arte visual. Si a partir de los años 80 proliferaron en todo el mundo las pequeñas galerías de arte contemporáneo, hoy las editoriales se asemejan cada vez más a galerías de arte autónomas y menos a las grandes 10 Quimera

cadenas de distribución en que habían intentado convertirse. Pequeños negocios, a menudo puestos en marcha por un mínimo grupo de individuos con un fuerte criterio personal, cuyo propósito es dar a conocer nuevos autores o reeditar obras descatalogadas que, por falta de éxito comercial, habían permanecido “huérfanas” durante mucho tiempo. Quizás estoy siendo demasiado optimista, pero me da la impresión de que sobrevivir en el mercado actual, e incluso disfrutar de un moderado éxito comercial es, pese a la crisis económica, mucho menos complicado de lo que lo había sido hasta hace una década. El gusto por la elaboración artesanal de libros impresos que son en sí mismos objetos con valor estético, la familiaridad con los medios digitales y el uso inteligente de las redes sociales para difundir sus lanzamientos, son tres sobresalientes características de la reciente proliferación editorial. Uno de los mejores ejemplos de éxito en España es Alpha Decay, que en numerosas ocasiones ha tomado la delantera a los grandes grupos introduciendo traducciones de obras clave de la literatura contemporánea: Entre sus próximos lanzamientos anunciados se encuentran nada menos que House of Leaves de Mark Danielewski y Nothing. A Memoir of Insomnia de Blake Butler. Pero Alpha Decay no es una excepción. La mexicana Sexto Piso se ha relanzado en España con, entre otros, el ambicioso proyecto de reeditar la obra completa de William Gaddis, y nos ha descubierto a una autora novel tan extraordinaria como Valeria Luiselli. Capitan Swing está siguiendo la estela de publicación de libros/objeto en la línea de la inglesa Visual Editions y de la alemana Gingko Press, y acaba de publicar la versión española de Composition nº 1 de Marc Saporta. Blackie Books, Libros del Asteroide, Honolulu Books, Alfabia, Jeckill&Jill y muchas otras siguen un camino semejante con propuestas únicas y perdsonalidades diferentes. Eterna Cadencia en México y La Bestia Equilátera en Argentina son también excelentes ejemplos de pequeñas editoriales en español que publican narrativa de extrordinaria calidad. En muy poco tiempo, Sigueleyendo se ha convertido en una de las pioneras en edición electrónica en español con una magnífica colección de nuevos narradores y una excelente gestión del contenido de su web. otra gran idea es la de Musa a las 9, que está recuperando en versión digital obras descatalogadas de numerosos autores españoles todavía jóvenes. Sé que me olvido de muchas y no dispongo de espacio para mencionarlas a todas, pero si algo parece desprenderse de lo que está ocurriendo en el mundo editorial, es que las editoriales relevantes son, cada vez más, “negocios de autor”. Quizás los editores son los nuevos “autores”. ■


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Un Poema de

Carla Pravisani

A veces, sin ninguna razón aparente, me acorrala la oscuridad. De imprevisto explotan los bombillos, se corta el cable del teléfono, se cierran las persianas y pierdo la llave. Vacilante camino temblorosa y sin rumbo por las entrañas de mi interior. Asustada, doy un paso, luego dos. Oigo las vértebras de ese monstruo dormido donde lo conocido se vuelve amenaza. Mis queridos objetos perdidos en el negro agujero de la confusión. El borde de la cama, ahora una afilada punta de flecha. La pata de la mesa transformada en el cuello del animal salvaje. Tambaleante, me aferro a las riendas de la baranda y el precipicio. Y permanezco co el corazón alerta y los brazos extendidos como alas de un pájaro embalsamado. En días así, solo soy tiempo.

Carla Pravisani (Argentina, 1976). Escritora. Sus cuentos, entrevistas y poemas aparecieron en medios como El Territorio (Argentina) o Mala Crianza (Costa Rica). Fue incluida en la antología Pasajeros en Arcadia (Belgrano, 2000) y ha publicado el libro de relatos Y el último apagó la luz (Perro Azul, 2004). El poema que reproducimos pertenece a su libro Apocalipsis íntimo (Perro Azul, 2010). Quimera 11


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Travesti Un adelanto de la novela de John Hawkes Mientras Libros del Silencio acaba de publicar la celebrada El caníbal, la editorial vasca Meettok rescata esta otra joya del autor norteamericano. A continucaicón, el arranque de Travesti, la novela que llega este mes a librerías en traducción de Jon Bilbao.

No, no, Henri. Las manos fuera del volante. Por favor. Ya es demasiado tarde. Después de todo, seguramente comprenderás que, a ciento cuarenta y nueve kilómetros por hora, en una carretera rural y en el momento más oscuro de la noche, el menor intento de hacerte con el control del volante nos incorporaría a las aburridas estadísticas de accidentes de tráfico incluso más rápido de lo que tengo planeado. Y aunque no lo creas, seguimos acelerando. En cuanto a ti, Chantal, ándate con cuidado. Tienes que obedecer a tu padre. Debes sentarte bien derecha y abrocharte el cinturón de seguridad y dejar de llorar. Y Chantal, ya basta de golpear al conductor en los hombros y de tirarle del brazo. Haz como Henri, mi pobre Chantal, y contrólate. ¡Mira lo rápido que vamos! ¡Lo cerradas y numerosas que son las curvas! ¡Su deleitosa geometría! Al menos estás en manos de un conductor experto. Ya te vas relajando, cher ami. Has decidido contener tus temblores, guardar silencio un momento y fumar uno de tus deliciosos cigarrillos. Tras haber desperdiciado ese tiempo precioso, una vez recuperada la compostura, intentarás disuadirme, emplearás el diálogo para devolverme a la cordura (tal como tú mismo lo expresarías), apelarás a mi amabilidad y mi sentido común. Lo apruebo. Te escucho. Es tu oportunidad. Por supuesto que puedes usar el encendedor del coche. Pero hazlo despacio y ten presente la advertencia de antes. Que no te engañen mis buenos modales. No podría hablar más en serio. Y tú, Chantal, deja de llorar. No volveré a decírtelo. ¿No sabes que padre te quiere? No muchas chicas tienen la oportunidad de pasar sus últimos minutos de vida en compañía de su amante y de su padre. La noche oscura, el coche que acelera, nosotros tres, un atisbo de nieve temprana acumulada entre las raíces de un árbol al borde de la carretera… Es una forma agradable y cómoda de terminar, Chantal. No estés asustada. Y pensar que solíamos llamarla «la mocosa porno». Sí,

nuestra Chantal. En cuanto fue capaz de caminar empezó a entrometerse en la vida erótica de sus padres. O quizá debería decir la vida ilusoria de sus padres. En cualquier caso, fue Honorine quien empezó a llamar a nuestra niñita «la mocosa porno». Aunque siempre lo decía con una sonrisa. Siempre con esa cándida sonrisa tan adecuada al rostro ovalado y sensual de la mujer que es tu amante, mi esposa, y la madre todavía joven y entregada de Chantal. Y no debemos olvidar a aquel compañero de clase de Chantal, aquel niñato graciosillo que le regaló una de esas tablas como las que se usan para graduar la visión, con hileras de letras cada vez más pequeñas, en la que decía: DEMASIADO SEXO TE VUELVE CORTO DE VISTA. ¿Sabes que yo nunca he usado gafas, que puedo conducir los coches más rápidos sin necesidad de ninguna ayuda para mis ojos? Chantal y Honorine, vaya dos nombres. Y pensar que en este preciso instante una de ellas se encuentra justo detrás de nosotros, pálida y con la cara bañada en lágrimas, al borde de la histeria, dudando si ponerse o no a rezar, mientras que la otra duerme en el chateau al que nos aproximamos. Tienes que ser valiente, Chantal. No habrá ningún consuelo para Honorine cuando reciba la noticia. ¿Asesinato, Henri? Ése es precisamente el problema con vosotros, los poetas. Cuando habláis, vuestro pesimismo os lleva a imitar el estilo que empleáis al escribir, recitáis como un actor hace con su papel, os consideráis eximidos de las normas de comportamiento que nos constriñen a los demás, seres menos privilegiados, normas que limitan lo que podemos hacer con nuestros pies, manos, entrañas, bocas. Pero en una situación límite aulláis como lobos y apeláis a la moral. Al actuar así me revelas que sólo eres el más banal y predecible de los poetas. No un libertino, no un hombre con amplitud de miras y que no teme el sufrimiento, sino un insustancial moralista. Piensa en las connotaciones de «asesinato», esa palabra tan horrible, la perQuimera 13


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dida del control de las emociones, el odio, el rencor, el egoísmo, los cristales rotos, la sangre, los gritos ahogados, la ceguera temblorosa que concluye en el acto irrevocable, los esfuerzos impotentes por detenerlo. El asesinato es el más limitado de los gestos. Por el contrario, qué diferente es esta situación. Mírate, paralizado, sosteniendo el cigarrillo entre los dedos, hundido en tu asiento, bañado por la luz del salpicadero; aquí sólo hay lucidez, nada de moralidad. Ni siquiera ética. Chantal, tú y yo estamos embarcados en el acto, puro y extremo, de recorrer esta carretera; aunque el mundo parece empeñado en entorpecer nuestro propósito mediante bosques de confusas señales de circulación, desvíos y badenes. ¿Qué importa que la elección haya sido mía y no tuya? ¿Que yo sea el conductor y tú el pasajero? ¿No te das cuenta de que tu moralidad no se diferencia de los gimoteos de Chantal, de que lo que hacemos tiene que ver con la elección personal y no con el caos? Yo no soy poeta. Y tampoco soy un asesino. ¿Chantal te ha hablado de la vez en que se ganó el título de «Reina de las Zanahorias»? ¿No? A lo mejor es que tu intimidad sexual con mi hija te ha vuelto corto de vista. No me burlo de ti. Soy el hombre más amable que vas a conocer en lo que te queda de vida. ¿Has dicho que frene? El discurrir de los hechos no puede controlarse tan fácilmente. No discutimos con la estrella, con el cometa, con la locomotora invisible que atraviesa la fría noche, con el conductor del autobús vacío. No soy ningún niño. Confío en que no te rebajes a un comportamiento tan obvio, con un pathos tan poco sofisticado. Nuestra velocidad es la máxima posible, lo que supone tan sólo uno de los máximos que se hallan en juego: mi destreza como conductor, lo desierta que se encuentra la carretera, la hora de la noche, la capacidad del motor, la inmensidad de la naturaleza que se extiende a nuestro alrededor. Como los escolares que estudian el sistema solar (no pretendo ser condescendiente ni simple), tú y yo sabemos que los elementos que componen nuestras vidas interaccionan entre sí, despliegan todo un sistema de fuerzas de atracción y repulsión para alcanzar esa formación equilibrada y sublime que es la única posible. Yo he logrado ese equilibrio con el coche y la carretera; la amarillenta luz de los faros mana en realidad de mis ojos; mis pensamientos se limitan a mi conocimiento de esta carretera repleta de curvas, al igual que un puño se ve ceñido por el guantelete de una armadura. No sabes cuántas veces he hecho este trayecto, yo solo y a toda la velocidad de la que era capaz. Ignoras las innumerables tardes dedicadas al coche: un mecánico tumbado bajo el vehículo, un banco de herramientas cromadas, un silencio que olía a aceite y combustible, y yo mismo, 14 Quimera

como un paciente espectador, en un rincón de aquel lugar que recordaba a un hangar vacío. Nuestra actual velocidad nace de aquellos momentos. ¿Puedes creerlo? Entre los ajustes realizados por el técnico vestido de blanco tendido en el suelo de hormigón de su enorme taller y la cálida pero firme presión ejercida por mis manos sobre la negra piel del volante, entre aquellos momentos y éste, no hay nada. Nada en absoluto separa las minuciosas mejoras practicadas bajo el coche y la mente que ahora gobierna la conducción. La última vez que llevé el coche al garaje estreché la mano al mecánico. El coche relucía como si acabara de salir de la cadena de montaje. Viajamos en una máquina con forma de bala y tan precisa como un reloj; es como si estuviéramos sentados entre muelles tensos y brillantes ruedecillas dentadas. Y disponemos de un depósito lleno de combustible, y de neumáticos que apenas tienen un mes. No me pidas que frene. Es imposible. Te aflojas la corbata mientras divago sobre la infancia de Chantal, mi amor por los coches, la intimidad que tú y yo compartimos, nuestro veloz desplazamiento a través del espacio. De pronto, tú y yo somos más distintos que nunca, al mismo tiempo que nos hallamos más próximos que cuando compartíamos cama con la mis ma mujer. No te preocupes, a pesar de la charla mantengo la concentración. No pierdo de vista la carretera ni un instante. Mi concentración es la de un francotirador, la de un verdugo virtuoso, la de un niño que aplasta un insecto con un palo. Y comprendo tu frustración, toda tu incomprensión. No es fácil aceptar que tu mejor amigo, marido de una de tus amantes y padre de la otra, está conduciendo a una velocidad que supera con creces la permitida, a una velocidad que empieza a asustarte, y que ese amigo sigue un plan, y que rehúsa atender a razones. ¿Qué puedes hacer? ¿Cómo podrías asimilar en pocos minutos lo que para mí ya forma parte de mi naturaleza: un ansia casi demente por enfrentarme a la más genuina de las paradojas, por verme en el centro mismo de su paradigma? El coche se encuentra en perfecto estado, sin ni siquiera un arañazo en su curvada superficie, y un momento después se produce el choque, el impacto fatal. Completa destrucción. A su modo se trata de una forma de éxtasis, la armonía absoluta entre el diseño y el caos. Pero incluso un poeta encontrará difícil comprender esta idea en tan poco tiempo. Chantal, a lo mejor te gustaría quitarte los zapatos. Quizá te gustaría imaginar que vas en un avión y que te preparas para un aterrizaje forzoso. En los aviones viajan cientos de pasajeros. Y nosotros sólo somos tres. Nada más que tres. Un número pequeño pero significativo.


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Por supuesto que no bromeo. ¿Piensas que arriesgaría las vidas de mi hija y de un reconocido poeta por la ridícula satisfacción de gastaros una broma? No soy el tipo de hombre que corre riesgos innecesarios, que deja la vida y la muerte en manos del azar. Estoy decepcionado. Por lo visto tu ansia por ser perdonado, por que todo acabe y puedas descansar, por que disminuya la velocidad, es tan grande que, después de todos estos años, juzgas mi carácter de la forma más injusta posible, todo por culpa de tus prisas. Todo lo que quieres es abrir los ojos y ver que nos hemos detenido a un lado de la carretera, sanos y salvos, y que nuestras acariciadoras risas llenan el vehículo. Lo comprendo. Lamento que no pueda ser así, cher ami. ¿Por qué no sólo yo? ¿O por qué no los cuatro? Bien, estas son preguntas mucho más serias e interesantes. Al menos te has percatado de que no soy sólo un maniaco suicida, un esteta obsesionado con la muerte que se desplaza a alta velocidad. Pero para que lleguemos a aspectos tan sutiles tienes que darme tiempo, más tiempo. De todos modos, ¿que hayas sido tú quien ha formulado las preguntas no apunta ya una respuesta? Por favor, te lo ruego. No me acuses de ser un hombre sin sentimientos o con sentimientos anormales. Por ejemplo, lo que ahora estamos viviendo no es horrible, sino decisivo. La razón por la que disfruto de una sensación de confort como si suaves descargas eléctricas me recorrieran el cuerpo, mientras que tú sólo experimentas una mezcla de incredulidad y desesperación, la razón de esa disparidad entre nosotros es más, mucho más, que una cuestión de temperamento, aunque en parte también sea eso. A la hora de enfrentarnos a un trauma, los dos coincidimos en los aspectos superficiales: la resistencia a aceptar la desgracia, el problema que supone la sorpresa, descubrir que tu existencia se ha visto tan súbitamente constreñida que te sientes como un pececillo atrapado en una pecera. Es una mera cuestión de adaptación. Pero lo esencial del asunto es que tú no compartes el interés por lo que he denominado «la armonía entre el diseño y el caos». Tú y yo estamos familiarizados con las calles luminosas, las avenidas soleadas, los bulevares repletos de vehículos que, incluso, hallándose detenidos, parecen inclinarse por efecto de la velocidad. Los colores brillantes, los gritos de los conductores, el rugido bestial del tráfico y el agente de policía que transmite señales confusas son elementos tan comunes que no merecen que perdamos el tiempo pensando en ellos. Del mismo modo, los dos estamos familiarizados con esos ocasionales parches de arena en la calzada que señalan el emplazamiento de una de las frecuentes e incomprensibles colisiones, forzando al tráfico a rodearlos, hasta que algún valeroso conductor recupe-

ra el sentido común y pasa sobre el parche de arena, y los neumáticos la esparcen y revelan la sangre aún fresca que hay debajo. Otro lugar común, dirás tú, cosa de todos los días; lo manido de un país incapaz de dominar el uso de las carreteras, el funcionamiento de los vehículos a motor, comprender el comportamiento de los transeúntes. Pero en esto discrepamos, porque yo siempre me he sentido secretamente atraído por los escenarios de accidentes, siempre me he detenido al lado de esos parches de arena, atento y con el pulso acelerado. Simple arena, simple arena esparcida en una calle de ciudad y comenzando a esponjarse por efecto de la sangre. Para mí, esas pequeñas islas surgidas de las prisas, del dolor, de la muerte, de la crudeza guardan una perfecta analogía con la simetría de las dos o incluso más máquinas cuya colisión trajo como consecuencia la sangre y la arena. Es como una piel, esa pequeña área donde ha tenido lugar la carnicería, arrancada del cuerpo de uno de los coches implicados. Pienso en la piel de un tigre en el hall de un oscuro chateau. Pero a ti todo esto te hace encogerte de hombros. Tu poesía proviene de otras fuentes. Mientras tanto, yo nunca he dejado de apartarme a un lado, parar el coche, apearme a pesar de los bocinazos y los insultos, y dedicar unos momentos de asombro reverencial siempre que he descubierto uno de esos lugares sagrados, donde fuera y cuando fuera. Es como un monumento en memoria a los caídos en una guerra. Cuanto mayor es la incongruencia, mayor es la verdad. ¿Pero qué hay de mí, te estás preguntando, qué pasa con mi vida? ¿Por qué tengo que aguantar toda esta estúpida filosofía de un hombre que de pronto se ha revelado como un egoísta insufrible y que amenaza con matarme, con lisiarme, estrellando este coche contra un árbol dentro de diez minutos, o veinte, o treinta? Préstame atención. La cuestión es que no concibes que yo, el amo de la casa, por decirlo así, me comporte de este modo; no puedes creer que una vida tan rica como la tuya, tan sensual como la tuya, tan plena de honores, pueda, súbita e inexplicablemente, verse reducida a miedo, dolor, desgarros, esquirlas de cristal; simplemente ignoras que cuando era niño y nadie me veía, yo repartía el tiempo entre oscuras publicaciones que mostraban imágenes de las más horribles formas de destrucción de la carne humana (el codo encajado en la boca, la cabeza semienterrada en el pecho, las piernas amputadas, las manos hechas trizas) y otras publicaciones que mostraban a mujeres jóvenes y atractivas parcial o totalmente desnudas. Perdóname, perdóname. ¿Eso es lo que gritas? Estás demostrando una gran ignorancia y falta de imaginación. No será contra un árbol. En eso también te equivocas. ■ Quimera 15


Foto: Ana Portnoy

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Raúl aRgemí Sinfonía para boxeador y ángel


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PoR CRistina FallaRás

No suelo escribir artículos sobre el hombre con el que comparto cama e hijos. No soy objetiva, claro. Si comparto cama e hijos es porque suele gustarme. De todas formas, ningún crítico es objetivo y no comparten ese tipo de cosas. Dicho está. Oscar Natalio “Ringo” Bonavena nació en buenos Aires con pies planos y, aun así, el 7 de diciembre de 1970 subió al ring del mítico Madison Square Garden para enfrentarse a Muhammad Alí, alias Casius Clay, y consiguió echarlo abajo. El día en que Bonavena nació, a Dios la Segunda Guerra lo tenía cabreado. Eso, y un ángel marrullero. Así que el muy poderoso decidió pegarle al ángel una patada en el culo y bajarlo encomendándole que cuidara de ese pibe que iba a nacer: “Te le pegás a sol y a sombra, lo ayudás a ser boxeador y… hacés que se llame Ringo. ¿Qué te parece?”. En honor de un tal Ringo que aún no existía pero que en la omnisciencia de Dios ya era ídolo, y que acabaría tocando en los futuros Beatles. Así que allá van el mayor boxeador que ha tenido Argentina en su historia y el Ángel que lo acompañará desde que, en el 42, echa su primer llanto hasta que un tiro lo derribe a la puerta del Mustang Ranch, un burdel de Reno, en 1976. Y allá va con ellos una de las mejores narraciones que ha parido el novelista Raúl Argemí, representante de la novela negra más dura en castellano, multipremiado y celebrado en Francia, Italia o Alemania. Pero no es esta una novela de género.

El maestro argenitno de novela negra vuelve con El ángel de Ringo Bonavena (EDEBé), la historia de uno de los pocos boxeadores que mandó a la lona a Muhammad Alí y que, sin embargo, nunca fue campeón del mundo. Bonavena moriría años después de un balazo en el corazón. Nos lo cuenta la escritora Cristina Fallarás, mujer del autor y periodista de fuste.

Esta es una novela en la que un humano roza lo divino y un Ángel lucha por sentirse hombre. Donde se mezclan Jesucristo con un porro en la boca y la estrella perenne de televisión Mirtha Legrand, Joe Frazier y Yoko Ono, Dios y Ringo Starr. Tres son los combates que ofrece Argemí en esta novela. El del campeón de pesos pesados Ringo Bonavena en su lucha por salir de la miseria cada vez que su condición y sus pulsiones vuelven a tumbarlo. El del Ángel que le exige a dios tener Quimera 17


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hambre, que le exige a dios sentir deseo y que debe aprender que no conocerá la saciedad. Y el combate que la Historia desata al pasar por encima de hombres y de dioses en su devenir dichoso o todo lo contrario. Con ese trío tenso construye el autor un relato que respeta los hechos históricos milimétricamente, recuperando los combates del púgil Bonavena al detalle, pero oponiéndoles la figura paralela de su Ángel. Y ahí reside el mayor acierto de la novela. Porque si bien es cierto que la vida de cualquier boxeador narrada con tino tiene su magia, Argemí consigue, oponiéndole al divino que aspira a ser humano, una tirantez exquisita que enfrenta lo que es con el deseo de lo que podría ser. En el fondo, se trata de una revisión perversa del eterno dúo quijotesco en la que las pulsiones más humanas, más carnales, pertenecen al alma racional y no al Sancho de turno. Una revisión en la que esas pulsiones, lo intrínsecamente humano –hambre, sexo, delirio—, son la verdadera y desesperante aspiración, y no lo espiritual. Y ahí el autor vuelve a jugar con el lector, como ya hizo en Penúltimo nombre de guerra o Siempre la misma música, para dar la vuelta a las convenciones narrativas. Pasamos por la infancia de los dos protagonistas en una casa humilde del barrio de La Quema, cuando Oscar Natalio Bonavena comparte plato con una recua de hermanos capitaneados por la Minga, madre entre madres. De ahí, al club de boxeo local, los primeros combates y la primera falta que expulsó a Bonavena de los circuitos argentinos. Y es entonces cuando la novela echa a volar. En Nueva York. Allí es donde Argemí pone a lo humano y lo divino a trenzar un tango o un combate en el ring. Bonavena y el Ángel tienen que enfrentarse a sí mismos. Celebran la Navidad de 1963 comiendo pizza en una pensión inmunda donde logran robar algo de luz para hacerse unos mates, deprimidos. Y apenas dos meses después, en febrero de 1964, con los Beatles pisando los USA por primera vez, Ringo Bonavena, ya perdida cierta inocencia de barrio, arranca a pelear como profesional en la misma pista de aquella banda cuyo batería inspiró a Dios para darle una patada al Ángel. ¿Y el Ángel? El Ángel se lanza a Central Park para buscar la finitud, la muerte, para buscarse al hombre. La escena del Ángel en Central Park buscando pelea, que le den con palo y navaja a 18 Quimera

El dolor como definición de lo humano. La carne rasgada y la sangre son la definición del ser. Pero el Ángel no logrará alcanzar la muerte, porque la muerte le está vetada, y será entonces cuando buscará lo que realmente persigue, los apetitos, todos los apetitos. Un Quijote loco y cerebral buscando el estremecimiento último.


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sangre y hueso, es sin duda uno de los momentos definitivos de la novela de Argemí, esa cima en el argumento por la que vale la pena haberlo echado a andar. El dolor como definición de lo humano. La carne rasgada y la sangre son la definición del ser. Pero el Ángel no logrará alcanzar la muerte, porque la muerte le está vetada, y será entonces cuando buscará lo que realmente persigue, los apetitos, todos los apetitos. Un Quijote loco y cerebral buscando el estremecimiento último. La primera vez que Ángel volvió marcado por los golpes, con una ceja partida y un tajo de navaja en la cintura, fue en la madrugada que siguió a la noche en que Ringo Bonavena ganó su primera pelea en el Madison Square Garden, en el primer minuto del primer round. Esa noche en los vestuarios hubo clima de fiesta, y el manager americano propuso festejar a su cargo. Ángel no quiso enterarse, pero entendió algo de cenar y rematar la noche en un bar donde las mujeres hacían striptease sobre la barra, y luego lo que saliera, que significaba una sola cosa: putas a destajo. El ángel pretextó lo único que su amigo le podía creer, que tenía que cumplir una promesa hecha quien sabe a qué santo, corriendo toda la noche. Cuando se reencontraron ya clareaba el día, y el ángel estaba hecho polvo. -¿Qué te pasó, hermano? -Nada, que un par de drogones quisieron asaltarme y nos agarramos a trompadas. No era verdad. El triunfo de Oscar, ahora Ringo Bonavena, le había despertado una bolsa de resentimiento que hasta ese momento había podido mantener cerrada: el recuerdo amargo de ese día en que supo, sobre el ring de la escuela de boxeadores de Huracán, que eso era lo que quería hacer. De allí en más fue perdiendo la alegría, y en esa noche del Madison se le había terminado la reserva de sonrisas. De golpe le pesaba como una losa sepulcral su estado a medias humano, que le vedaba el deseo sexual, la posibilidad de relacionarse íntimamente con una mujer, pero no impedía que le obsesionara la necesidad de ser boxeador.

Y he dicho al principio lo que comparto con este señor, así que a estas alturas de la nota levanto la

cabeza y le pregunto. “Ya es suficientemente irreal asumir la participación de dios y Cristo como para concederse juegos formales”, reponde. “Es una narración que busca la síntesis y la humanidad de los personajes en un relato lo más simple posible, lo que significa un trabajo de negros”. A estas alturas, la maestría de Argemí en el arte de armar tramas está bastante probada (ahí no hay cama que valga), sin embargo, creo que desde hace un par de novelas, el argentino se ha soltado a enriquecer los personajes con algunas dosis de (dios y Raúl me perdonen) dulzura que sus primeras obras no tenían. Ya en Retrato de familia con muerta (Ro caeditorial, 2008, premio L’HConfidencial) y en la posterior La última caravana (Edebé, 2008), se atrevía a decorar sus durísimos personajes con guiños a la ternura, algo impensable en su obra más premiada y difundida Penúltimo nombre de guerra (Algaida, 2004, Premio Dashiell Hammett 2005, XIII Premio Internacional de Novela Luis Berenguer, Premio 2005 Brigada 21 a la mejor novela original en caste llano). Eso en este retrato de Ringo Bonavena queda redondo, y se agradece. “Hay un montón de registros distintos”, explica él, “el del barrio, el elaborado de cada una de las peleas, el de los diálogos de dios, como si sonaran distintos instrumentos, porque es necesario contarlo así porque la vida es una sinfonía no solamente un solo de flauta”. Pues será por eso. Precede la narración una cita del propio Ringo Bonavena: “Cuando suena el gong te quitan hasta el banquito”. Ahí reside el Argemí de todas sus novelas, de todas sin excepción, hurgando en la soledad y la lucha con los cuatro medios que nos quedan a mano, seco y con un poso de pesimismo a prueba de cualquier dulcificación de personajes. “En los momentos extremos, como ante la muerte, siempre estás solo, te quitan hasta el banquito, por eso me quedó dando vueltas esa cita”, explica. Porque sabe de qué habla. Y una advertencia a los aficionados. Pese a narrar la vida y peleas del boxeador Ringo Bonavena y jugar con una reconstrucción histórica cuidada, esta no es una novela de boxeo. Tiene combates, tiene retrato del ambiente, tiene carreras, golpes, puñetazos, pero es sobre todo la historia de dos hombres en lucha con su condición, narrada desde un abanico de registros distintos y necesarios invisibles para el lector. ■ Quimera 19


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Black Pulp Box !!!!!

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La caja tributo al blaxplotation que incluye una antología de relatos, una revista de cómic, un fanzine, un ensayo y una novela corta... 976 páginas a todo color!!!

por

Aristas Martínez Ediciones, Luis Gámez y 85 autores (más o menos) de culto.

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Guerra zulú Breve historia del cómic negro Un extracto del ensayo Black Super Power, de Daniel Ausente, incluído en la Black Pulp Box que publica este mes Aristas Martínez. Y a continuación, “La Moreneta, Virgen de Montserrat” uno de los relatos de la antología Amazing Bold Stories (Increíbles historias en negrita). A gozar sabroso. Do the Watusi Like My Little Lucy Wilson Pickett, Land of Thousand Dances Los escritores negros -en 1920- adquirieron popularidad, y la gente blanca tenía en Harlem sus lugares favoritos de diversión. Sin embargo, el interés que demostraban era dolorosamente superficial. Los ciudadanos de los divertidos años veinte encontraban en Harlem una subcultura alegre y feliz deliciosamente primitiva, cuya pobreza y abandono parecían tan sólo notas pintorescas. Y a los negros se les seguía llamando “negroes” y tratando con condescendencia, como si fueran hombres primitivos. Norman F. Cantor, La liberación negra en los Estados Unido El 17 de febrero de 1895 acostumbra a señalarse como fecha oficial del nacimiento del cómic. En realidad, esa datación es muy cuestionable, por múltiples razones, y se fundamenta por ser el día en que el personaje Yellow Kid inició su singladura en las páginas del periódico norteamericano The New York World. Por otro lado, la primera aparición sólida de un héroe negro propiamente dicho, es decir, con personalidad, poderoso (que no con poderes), independiente (sin la tutela de un blanco) y constatada continuidad en el tiempo, no se produce hasta 1966, con la presentación de Pantera Negra en las páginas de Los 4 Fantásticos. Por tanto, hay quien podría considerar que los tebeos populares fueron (e incluso siguen siendo) un medio racista porque como mínimo entre 1895 (su nacimiento) y 1966 el héroe negro no existió (salvo alguna anomalía muy puntual que veremos más adelante). Esa conclusión, la de medio racista, se potencia cuando uno se adentra en las imágenes y representación de “lo negro” y su cultura a lo largo de ese más de medio siglo, donde o se obvia su existencia o se retrata con un extenso catálogo de estereotipos: de las tribus indígenas (que basculan del canibalismo a lo infrahumano) a las serviciales y orondas criadas, pasando por el negrito tontito, el vago cómico o el amigo con mucho músculo y poco cerebro del héroe. La conclusión podría concluir con 22 Quimera

que esa visión de supremacía blanca es propia e innata a los cómics. Obviamente se trata de una conclusión errónea. Como es de sentido común, el cómic no es racista porque ningún arte lo es en su propia naturaleza. Xenófoba será, en todo caso, la sociedad y cultura de la que emana ese arte. Ese periodo oscuro que comienza a cambiar (en el cómic) en 1966 tan sólo es el reflejo una época, de una sociedad que también trasladaba esa forma de ver el mundo al cine o a la literatura popular. Ejemplos, en los otros medios artísticos, los hay a puñados y muchos son aún célebres. La cabaña del Tío Tom (1853) de Harriet Beecher Stowe era un libro bienintencionado y de mensaje abolicionista, pero su negro protagonista se movía motivado por el deseo de retornar a su amo original por su comportamiento cristiano. En Robinson Crusoe (1719) de Daniel Defoe el náufrago conseguía compañía gracias a la aparición del indígena bautizado como Viernes, pero éste era educado con espíritu colonial europeo. La novela Lo que el viento se llevó (1936) de Margaret Mitchell arrojaba una mirada nostálgica y romántica del esclavismo sureño, y su adaptación cinematográfica (Victor Fleming, 1939) instaló definitivamente en el subconsciente colectivo popular la imagen de la servicial, oronda y cómica Mammy negra que en el doblaje castellano decía aquello de “Zeñorita Ecarlata”. Los cuentos de


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Tío Remus (1880) de Joel Chandler Harris tenían el mérito de reunir relatos de la tradición oral afroamericana de las plantaciones del sur, pero el anciano esclavo protagonista vivía feliz rodeado de niñitos blancos que se acercaban a su cabaña para escuchar las Leyendas de la Vieja Plantación, que además estaban generosamente provistas de clichés raciales; cuando Disney las llevó al cine bajo el título de Canción del Sur (Song of the South; Harve Foster y Wilfred Jackson; 1946) enseguida fue criticada por extender esa visión y hoy la película permanece recluida bajo cerrojo por voluntad de la propia productora. Especialmente remarcable, por su trascendencia histórica, es el caso de El Nacimiento de una Nación (The Birth of a Nation; D.W. Grifith, 1915), pieza clave en el desarrollo del Séptimo arte que en su argumento justifica la fundación del Ku Klux Klan por la connatural tendencia de los esclavos huidos o de los negros libertos a violar doncellas blancas. A esta corriente de simpatía cultural por la organización secreta y xenófoba se unirían revistas pulp como The Black Mask, que en su número de junio de 1923 dedicaba su portada al Klan. Continuemos con tan excitante recorrido. En El cantor de Jazz (The Jazz Singer; Alan Crosland, 1927) el personaje interpretado por Al Jolson se untaba la cara con betún para simular ser un negro en su espectáculo musical, como era habitual; una costumbre que hoy recordamos por esa película que dio paso al cine sonoro. Al menos una docena de episodios de Bugs Bunny o Tom y Jerry son actualmente de difícil visionado (si no fuera por youtube y similares) por la presencia de Mammys y otras burlas raciales. Los cuervos de Dumbo (Ben Sharpsteen, 1941) tenían acento de negro sureño en la versión original (andaluz en la española) y uno de ellos se llamaba Jim, es decir Jim Crow, precisamente el sobrenombre con el que se conocían las políticas segregacionistas de esos años. Esos mismos años el cine popularizó también a Mantan Moreland o Stepin Fetchit en el rol de típico secundario negro, gordo y de ojos saltones que practicaba un humor grueso e infantil; actores que cayeron en el ostracismo, el olvido y la pobreza cuando lo racialmente correcto empezó a imponerse años más tarde. Tampoco se pueden dejar de citar las, por otro lado fantásticas, aventuras de Tarzán o de cualquier otro aventurero selvático que por ser blanco se convierte en Rey de la Selva y se gana la obediencia y adoración de conguitos y pigmeos. Ya en los 50 fueron numerosos los magazines para hombres de pelo en pecho conocidos como “Men’s Adventures” que dedicaban sus llamativas portadas a la indefensa chica blanca (y escotada) en

poder de un negro tribal y musculoso dispuesto a las peores felonías. En ese contexto, no sorprende el estereotipo de los negritos en los tebeos. Era lo lógico, lo normal, lo que debía de ser. La cultura pop es lo que tiene. Si uno repasa los grandes clásicos del tebeo en sus cincuenta primeros años se encontrará con que el héroe siempre es blanco y los negros no existen, o son muy malos, o caníbales que practican ritos vudú, o son muy tontos, tienen dos salchichas por labios y la cara redonda. O son conguitos obedientes que dicen “bwana” o conforman el arquetipo del ayudante tutelado, que no es otra cosa que la extensión del sistema de las plantaciones algodoneras expuesto en “La Cabaña del Tío Tom”. En definitiva, sanotes objetos de escarnio cómico y/o exótico para la gente sencilla de la época. Y eso por no hablar de visiones más setenteras, como el negrata chivato y chuloputas que tan bien encarnaba el tristemente desaparecido Antonio Fargas en Starsky & Hutch. De todas formas, no han sido los negros la única raza que ha tenido este tipo de visiones: la natural maldad oriental de FuManchú (si hasta cuando el malo era muy pérfido pero de otro planeta era de piel amarilla, ahí está el Ming del Planeta Mongo para demostrarlo), los sangrientos apaches, navajos, sioux, etc, el Pequeño Hiawatha o los improductivos amigos de Speedy Gonzalez. El caso del ratón más rápido de México merece ser comentado con algo más de detalle porque ejemplifica muy bien algunas de las ideas que pretendo transmitir en estas páginas. Speedy Gonzalez fue durante décadas uno de los personajes más populares de los dibujos animados de la Warner Bros. Probablemente el de más éxito en su tiempo tras Bugs Bunny y el Pato Lucas. Hoy vive arrinconado y los cartoons que protagonizó no suelen programarse en televisión; del mismo modo, destaca su exclusión en la versión infantil de todo el Universo Warner, los Baby Looney Tunes. Speedy Gonzalez ha sido casi exterminado por la tiranía de la corrección y el rodillo de los contenidos templados hasta el punto que es complicado seguirle el rastro incluso por las redes p2p. En Speedy Gonzalez se acumulan varios rasgos mal vistos hoy en día, detalles que ponen en alerta a los emporios de la industria del entretenimiento. El más relevante a primera vista es su condición de estereotipo racial. Por mucho que posea un poder (la velocidad), valentía y un noble concepto de la justicia (hasta el punto de que tiene una clara lectura como un superhéroe que defiende a sus compadres del acecho de gatos), no deja de ser un icono cargado de tópicos que habla un paródico Quimera 23


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spanglish (de lo más gozoso, recomiendo mucho la versión original) y viste a la manera tradicional (curioso detalle: cuando un traje folklórico o regional va ligado a una raza corre el riesgo de convertir a su portador en un incómodo y temido arquetipo). Pero la actual condición de proscrito de Speedy Gonzalez (Gonzales en el original) no es sólo una cuestión de apariencia. En el episodio de las Meery Melodies titulado 1 Speedy Gonzales (Fritza Freleng, 1955) , segunda aparición del personaje (primera por lo que hace a su diseño definitivo), muestra un incómodo subtexto: un grupo de ratones mexicanos muertos de hambre cruzan la frontera para robar queso de la fábrica que hay al otro lado de la alambrada. Allí les espera Silvestre, que los liquida sin contemplaciones; los sombreros sin propietario se van acumulando hasta que uno de los hambrientos mexicanos recuerda la existencia de Speedy Gonzalez, un ratón capaz de cruzar la frontera todas las veces que haga falta para alimentar a sus compadres y, de paso, dejar en evidencia al guardián fronterizo. ¿Algún mexicano puede verse ofendido con un argumento como este? ¿No sería más propia la ofensa por el otro lado, al equipar la política de inmigración estadounidense con un perdedor como Silvestre? Otro detalle interesante del episodio es el diálogo inicial entre ratones que sirve para explicar la llegada del heroico roedor: “No os preocupéis, Speedy Gonzalez está enamorado de mi hermana”, a lo que se replica “Speedy Gonzalez está enamorado de todas nuestras hermanas”. Esa es otra cosa que se deduce tras un visionado adulto de sus episodios clásicos: el ratón más rápido de México es un ligón mujeriego, lo cual nos lleva a otro estereotipo: el del latin lover. De hecho, este diálogo sobre las hermanas es recurrente. En West Of The Pesos (Robert McKimson, 1960) se repite, substituyendo enamorado (in love) por visita (visit). Speedy Gonzalez visita a todas las hermanas de Guadalajara; Speedy Gonzalez es un ratón sexualmente promiscuo. En este mismo episodio el ratón mexicano de la Warner vuelve a cruzar la frontera, pero no para robar queso sino para rescatar algunos compadres secuestrados por una multinacional (la celebérrima ACME) que los utiliza como conejillos de indias en sus experimentos. Una metáfora de envergadura y una nueva muestra de que las propiedades ofensivas de Speedy no apuntan al arquetipo racial mexicano. Silvestre vuelve a ser el guardián de la frontera... y del laboratorio. Los dibujos animados de la Warner, en su edad de oro, no iban destinados a la televisión infantil, sino como complemento a la exhibición cinematográfica en salas, e incluían generosos niveles de lectura porque su público 24 Quimera

mayoritario era adulto. Hoy, lo de Speedy Gonzalez como latin lover promiscuo puede ser un contenido poco apropiado para los niños del siglo XXI; pero no era el único, había más. Uno de ellos, por ser guiño a un mal hábito, fueron las referencias a la marihuana a través de la canción La Cucaracha, cuya versión original no censurada, que reza que el insecto no puede caminar “porque le falta, porque no tiene, marihuana que fumar”, puede escucharse en los episodios Gonzales Tamales (Fritz Freleng, 1957) y Mexican Boarders (Fritz Freleng, 1962), donde la canta el primo de Speedy, Lento Rodriguez, un ratón tan parsimonioso como rápido es Speedy. La entonación de Lento (Slowpoke en el original) añade toneladas de sentido a la referencia drogota. Otro mal hábito presente en los cartoons de Speedy Gonzalez es el consumo de alcohol, concretamente tequila a espuertas. En el episodio Por un trago de Tequila (Tobasco Road; Robert McKimson, 1957) sus amigos Pablo y Fernando, completamente ebrios tras una fiesta, recorren el pueblo buscando pelea con los gatos. Arquetipos raciales, levantamiento de novias, menciones a drogas y alcohol e incómodas referencias al problema fronterizo hacen de Speedy Gonzalez un personaje peligroso, y explican su lenta erradicación del ficcionario Warner. En el episodio Mexicali Shmoes (Fritz Freleng, 1959) Manuel y José, dos pussygatos, comentan que para atrapar a Speedy Gonzalez es necesario usar el cerebro (You don’t catch heem with the feets, you got to catch heem with ze brains). Se equivocaban: lo necesario para tenerlo quieto y sin molestar eran grandes dosis de correcta estupidez. Volviendo a la iconografía colonial y paternalista del negrito de la selva en los cómics populares, se pueden seguir listando numerosos ejemplos. R. F. Outcault, el creador del Yellow Kid, también ideó a Poor Lil Mose (1902), que pese a su diseño gráfico tópico no dejaba de ser un niño bastante inteligente. El maravilloso “Little Nemo in Sumberland” (1905) de Winsor McCay tenía a los Imps de Candy Island, idénticos y alegres, típicos estereotipos del rol del conguito; por cierto, por si les queda alguna duda de su incorrección: cuando el clásico de McCay se adaptó a dibujos animados en 1988 los cambiaron y colorearon de azul. “Sambo and His Funny Noises” (1905-1914) de William Marriner nos mostraba a un negrito cabezón objeto de las constantes travesuras de sus dos vecinitos blancos, un humor de principios de siglo XX muy en la línea del “Jardinero Regado” (Hermanos Lumiere, 1895), y al mismo tiempo un auténtico catálogo de crueldad en la que el simpático Sambo demostraba una inusitada capacidad para resistir el dolor. La Rachel de “Gasoline


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Estereotipos. A la izquierta: un ejemplar de Exotic Adventures. Abajo y a la derecha: la negritud de los comedores de sandía, con Goofy como personaje clave.

Alley” (Frank O. King, 1918) es el epítome de la Mammy, la criada negra heredada de los tiempos de la esclavitud. Tampoco es baladí recordar que personajes como Krazy Kat, El Gato Félix, Mickey Mouse o el Pato Lucas eran, en origen, traslación del estereotipo del negro. Fíjense qué sutil: los negros convertidos en divertidos animales de dibujos... cuando son protagonistas. En una de sus tiras de prensa de 1930, Mickey Mouse caía en manos de caníbales, con su huesito en el pelo; en la reedición de 1998 se suprimió toda la secuencia, sacrificando la continuidad, porque la Disney consideró que el estereotipo podía resultar ofensivo.

catura de un afroamericano del Sur de los Estados Unidos. Y si tienen alguna duda sólo hay que buscar en sus primeras apariciones sus encontronazos con las sandías. Uno de los tópicos sureños es la afición de los negros, primero esclavos y luego mano de obra barata, a comer sandías. Así lo reflejan numerosas postales de la época, anuncios comerciales de la citada fruta o canciones como Watermelon Man. La imagen de Goofy devorando rodajas de sandías también es frecuente y así puede comprobarse en cortos animados como Moving Day (Ben Sharpsteen, 1936) o The Boat Builders (Ben Sharpsteen, 1938).

La afirmación anterior relativa a que algunos de los animales antropomórficos creados por los pioneros de la animación, como Krazy Kat o El Gato Félix, tenían su origen o inspiración en la población negra norteamericana, puede resultar ligera o arriesgada para algunos. Uno de los mejores casos para desmenuzar esa capa de significado hoy oculta no es otro que Goofy, el compañero de Mickey o Donald. Ya de entrada, en un universo antropomórfico donde ratones y patos se comportan como caricaturas humanas ¿cómo se entiende la existencia de un perro como Pluto? O lo que es lo mismo: si Mickey es un ratón, Donald un pato y Pluto es un perro, ¿qué diantres es Goofy? La respuesta la encontramos tanto en su personalidad como en su propia iconografía: larguirucho y encorvado, mal vestido, vago, obediente y atontado, Goofy no es en su origen otra cosa que la cari-

El cómic de aventuras también tiene una nutrida gama de tratamientos que hoy serían considerados incorrectos. Mandrake el Mago, precedente inmediato del tebeo de superhéroes, creado por Lee Falk en 1934 para la King Features Syndicate, iba acompañado de un ayudante negro. En la Toonopedia de Don Markstein se considera a Lothar el primer tratamiento serio de un personaje negro. Pese a que mi visión de las aventuras de Mandrake es incompleta, no acabo de verlo tan claro. Quizá supuso un avance respecto a lo anterior, técnicamente el trato entre ellos es de iguales, aunque hay subrepticios elementos de servilismo y obediencia, y más teniendo en cuenta que es un príncipe africano. Así, acaba por ser el típico negro tutelado, un forzudo que siempre se sorprende de los poderes de su compañero, que habla como los indios apaches, utilizando siempre Quimera 25


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los verbos en infinitivo (al menos en las traducciones españolas, del original se dice que es “broken english”) y siempre refiriéndose a sí mismo en tercera persona (“Lothar esperar Mandrake”). Por no hablar de su encantador aspecto: el hombretón luce carne embutido en unos estrechos pantalones cortos de color rojo, lleva una especie de camiseta imperio de piel de leopardo de un solo tirante, con un hombro y un depilado pectoral al descubierto, va descalzo y remata su calva con uno de esos cilíndricos y rojos gorros congoleños. Una imagen que es hija directa de la iconografía colonialista y exótica con la que Occidente imaginó y dibujó durante el siglo XIX (e inicios del XX) su superioridad respecto al resto de razas y etnias humanas. Por si tienen alguna duda, la siguiente creación del guionista Lee Falk deja bastante claro que lo suyo no era la sutilidad racial. En 1936 inicia la tira para periódicos The Phantom, aquí conocido como El Hombre Enmascarado, el otro gran precedente inmediato del género superheroico. “El Fantasma que camina” es un grandioso ejemplo de pensamiento imperialista trasladado a la literatura pulp. Su origen es el que sigue: en 1525 un aristócrata inglés, Sir Christopher Standish, parte junto a su padre a descubrir mares desconocidos. La travesía marítima acaba en tragedia cuando son atacados por los Sight, felones piratas orientales. El aristócrata sobrevive y va a parar como náufrago a las tierras de los Bandar, una tribu de pigmeos caníbales. Los nativos alucinan con el blanco color de su piel y lo convierten en su rey; en cambio, a un pirata oriental que también va a parar a sus costas lo cocinan y despellejan. “No como tú, él amarillo”. El aristócrata jurará sobre el cráneo del pirata que se dedicará a luchar contra el crimen, y lo hará embutido en un pintoresco traje de licra color morado con calzones a franjas azules. La tradición se continuará de padres a hijos y así llegamos al Phantom del siglo XX, que sigue siendo igual de blanquito (nunca se explica cómo se las apañan para trajinarse caucasianas y perpetuarse). Los Bandar le siguen rindiendo pleitesía, son primitivos, se arrodillan ante él y resultan un tratamiento paradigmático del negro como conguito, con sus rituales exóticos (nada civilizados) y plena sumisión a la raza superior. La historia del cómic da un giro radical cuando en 1933 irrumpe el comic book o tebeo de grapa que todos conocemos, un nuevo formato que se suma a la tira de prensa y la página dominical de los periódicos, que hasta entonces habían sido su único hogar. El nuevo formato supone una revolución para la cultura popular y un éxito de ventas sin precedentes. La industria se vuelve loca y se imprimen tebeos como churros. Sólo en ese 26 Quimera

contexto se entiende una anomalía como la aparición del primer héroe negro en las páginas de Best Comics (1939). Red Mask, que así se llama el serial estrella de la publicación, sería uno más de la larga lista de aventureros selváticos émulos de Tarzan si no fuera por el detalle de que se trata de un príncipe africano de raza negra. No sólo eso, en la portada se le puede ver pegándole un mamporro al típico cazador blanco pérfido y furtivo. En el siguiente número del tebeo Red Mask volvía a protagonizar la portada, pero su piel era ahora blanca aunque en la historieta del interior mantenía su condición de príncipe negro. En la tercera entrega Red Mask se desteñía y pasaba a ser un joven de piel blanca. Best Comics fue una cabecera oscura y la historia ha enterrado las motivaciones de estos cambios, pero es evidente que algo hay de significativo en esta progresiva decoloración de un personaje que desaparecía al mes siguiente, subrayando su condición de absoluta anomalía. Al margen del estereotipo, la única representación del afroamericano que quedaba abierta y se frecuentaba en ocasiones era la de criminal o delincuente, como sucedía en el número 9 de Captain America Comics (1941), donde tras ser ejecutado en la silla eléctrica un asesino de raza negra continuaba su instinto criminal cuando su mano (negra) era trasplantada al cuerpo de un pintor blanco, hasta entonces, manco2. Pero en los cómics de esa época la estrella era, para lo que nos interesa, el estereotipo racial y a su presencia no escapaban ni los grandes clásicos que hoy consideramos obras maestras absolutas. Es el caso del maravilloso Spirit de Will Eisner, donde el ayudante del enmascarado detective protagonista era Ebony White, un negrito de ojos saltones, labios como salchichas y habla propia de los analfabetos de color (aquí traducido con la habitual pronunciación de las eses por zetas). En un principio anónimo taxista (aparecía ya en la primera aventura, el 2 de junio de 1940), muy pronto se convirtió en chófer oficial del personaje (16 de junio de 1940) y, finalmente, en su inseparable ayudante. El personaje es un magnífico ejemplo de lo que los americanos llaman “pickaninny”, el negrito zumbón entrañable y cómico. Whitewash, el negrito de hermoso nombre del comic book bélico “Young Allies” sería otra buena muestra de pickaninnys. Ebony es el contrapunto humorístico de la serie y se perfila, en sus primeros años, como un cobarde de pocas luces, glotón y vago. Will Eisner fue consciente de este estereotipo y se excusaba aduciendo que era una caricatura hija de su tiempo. También hay que reconocer que cuando la serie dio el salto de calidad que la convirtió en una obra maestra (a partir de 1946) la personalidad de Ebony se fue enriqueciendo y a menu-


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do protagonizaba los episodios (Spirit era en una serie multigenérica donde todo era posible) más costumbristas, ayudando huérfanos “white trash” o rescatando músicos de jazz (abril de 1947). Por otro lado, The Spirit cuenta con uno de los pocos secundarios de color que habla un inglés correcto, el Teniente Grey, y el hecho de que vista esos trajes dos tallas por encima de lo adecuado (repudiados por los Black Muslims como muestra de la decadencia del “negroe” por la influencia blanca) no es más que una descripción de la moda negra de la época. ¿Eran todos los tebeos así? Los que estaban dentro del sistema sí. En sus márgenes más ocultos se produjeron al menos un par de sorprendentes casos, hoy inencontrables piezas de coleccionistas: “All Negro Comics”, “Negro Heroes” y “Negro Romance”. “All Negro Comics”, del que sólo se publicó un primer ejemplar en 1947, nació bajo el impulso del periodista y escritor afroamericano Orrin Cromwell Evans. Realizado por dibujantes negros, el tebeo incluía historietas protagonizadas por el detective Ace Harlem, por el héroe selvático Lion Man, la parodia matrimonial Lil’ Eggie o el costumbrismo cómico de una pareja de músicos ambulantes titulada Sugarfoot, además de diversos chistes y textos. Una auténtica rareza, sin continuidad y plenamente consciente de su condición, en la que uno no sabe si destacar el costumbrismo en clave de humor, tanto urbano (con disputa entre un matrimonio de esposa ruda y marido apocado) o rural (con algo tan clave del folklore afroamericano como es el músico viajero), o la presencia de dos genuinos héroes negros como es ese Rey de la Selva que se despoja voluntariamente del rasgo caucasiano y colonial o, aún más, de un detective protagonizando un thriller violento (claramente inspirado en los entonces exitosos Crime Comics) ambientado en Harlem y creado antes de la irrupción en la novela negra del escritor Chester Himes y su saga de Harlem. “All Negro Comics” puede considerarse una especie de underground paralelo al cómic mainstream de la época (la edad de oro de los tebeos de grapa) que, además, estaba editado de manera independiente por un editor también negro, a diferencia de “Negro Heroes” y “Negro Romance”, realizadas al amparo de editoriales de tebeos ya asentadas que exploraban un posible nicho comercial: el de la población de color. En realidad estas publicaciones son reflejo de un cambio social: tras la Segunda Guerra Mundial se consolida la existencia de una clase media negra y no rural, como demuestra la existencia de Ebony Magazine (1945) o Jet Magazine (1951), revistas semanales de entretenimiento, imitativas

de las que se editan para blancos pero exclusivamente negras y con su propio Star System. “Negro Heroes”, con dos entregas entre 1947 y 1948, lleva al cómic la biografia de diversas personalidades, en especial grandes figuras del deporte (campo en el que los afroamericanos comienzan a depuntar sobre el Hombre, no sin problemas en sus inicios), pero también líderes pioneros de la comunidad negra (Booker T. Washington) o personajes históricos mitificados (como el rebelde haitiano Toussaint Louverture). “Negro Romance”, aparecida en 1950 y editada primero por Fawcett y luego por la Charlton (editoriales importantes luego desaparecidas), alcanzó los cuatro números y se inscribía cláramente en el entonces pujante y recién nacido cómic de género romántico. El contenido era del todo imitativo con la salvedad de que los personajes eran negros y no blancos. Al margen del cómic de vocación comercial también aparecieron tebeos de vocación educacional y distribución gratuita como Little Willie (1949), un folleto de salud pública para la prevención de las enfermedades venéreas destinado a la población negra de las grandes ciudades, o, más tardíamente, “Martin Luther King and the Montgomery Story” (1956), un repaso a la lucha no violenta por los derechos civiles en el que al final se daban algunos consejos para llevarla a cabo. Un caso de tebeo de propaganda política de distribución subterránea, principalmente en iglesias, y formato de manual para la resistencia pacífica. Todo lo citado son, en realidad, oasis anecdóticos. El tebeo comercial, facturado industrialmente y en su mayor esplendor como medio comunicación de masas, continúa ignorando la existencia de la raza negra, su problemática o la mera posibilidad de un héroe de étnia diferente a la blanca. Para encontrar los primeros ejemplos de historietas dentro del sistema (aunque por poco tiempo) donde el elemento de denuncia racial está presente hay que acudir a la celebérrima EC Comics, curiosamente la editorial que, gracias a sus violentos y explícitos tebeos de horror, se convirtió en uno de los blancos de la caza de brujas contra los cómics desatada tras la publicación del sensacionalista ensayo denuncia “La Seducción del Inocente”. Con el esquema de historieta de seis o siete páginas con sorpresa final, habitual en los cómics de horror, son varios los ejemplos procedentes de la EC en los que se tocaba el problema de la segregación racial. En “Shock SuspenStories #3” (julio de 1952), el cuento “El Culpable” explicaba la historia de un negro acusado del asesinato y violación de una blanca al que el Quimera 27


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minar si el grado de desarrollo que han alcanzado les permite formar parte de la Gran República Galáctica de la Tierra. El astronauta comprueba que han formado una sociedad estratificada en robots azules y robots naranjas. Los naranjas reciben educación y son ciudadanos libres, los azules viven marginados en ghettos, reciben una educación de mala calidad y nunca llegan a ser ciudadanos libres. Y eso que la única diferencia es el color externo, el resto de piezas y diseños son idénticos. El astronauta comunica que no están preparados para formar parte de la Gran República Galáctica y, una vez de regreso a la Tierra, el lector descubre, cuando se quita el casco, que es negro. No deja de ser curioso que fuera esta editorial una de las más afectadas ante la aparición del Comic Code, el sello símbolo de autocensura, sujeto a determinados códigos, con el que las editoriales reaccionaron ante el escándalo generado por el estudio de 1954 del psicólogo Frederick Wertham. La Seducción del Inocente advertía en tono apocalíptico de la perniciosa influencia que los cómics ejercen sobre los niños, empujándoles hacia la violencia y la delincuencia. Uno no deja de pensar, a veces, si lo que realmente molestaba de esos tebeos era Sheriff del lugar dejaba escapar para poder matarlo. la actitud y el mensaje político (además de una sexualiCuando el agente del orden regresaba al pueblo se ente- dad atrevida, plagada de adulterios) antes que las freraba de que, mientras tanto, un blanco había confesado cuentes y sangrientas decapitaciones. Entre otras cosas, el crimen. El guión, de los habituales Bill Gaines y Al el Comic Code establecía entre su articulado cosas Feldstein, incluía perlas del costumbrismo democrático como las que siguen: “Nunca se mostrará a policías, jueces, del Sur como “Es un sucio negrata y es culpable hasta funcionarios o instituciones respetables de manera que se pueda perque se demuestre lo contrario” o “Debisteis lincharle der al respeto hacia los mismos”; “se prohibirán las escenas de excesiva violencia”; “se suprimirán las escenas que muestren tortucuando tuvisteis la oportunidad”. ras brutales, peleas injustificadas y excesivas con armas de fuego y La portada de “Shock SuspenStories #6” (diciembre armas blancas, agonía física y delitos sangrientos y truculentos”; de 1952) mostraba un grupo de encapuchados a “las escenas que puedan atacar la sensibilidad”; “en ningún caso punto de azotar con látigo a una muchacha mulata. se permitirá que se ridiculice o se ataque a un grupo étnico o reliNo se hacía mención explícita del Ku Klux Klan pero gioso”. Fíjense que hay un poco de todo: no se pueden el paralelismo era evidente. En su interior, la historie- criticar las llamadas fuerzas vivas de la sociedad (por lo ta “Bajo La Máscara” explicaba cómo un periodista que el racismo estructural no podrá ser tocado), las esceque investigaba a la banda de encapuchados acaba nas violentas (y un linchamiento lo es). Encima, rozansiendo tiroteado por éstos. En el “Shock Suspen - do la perversión, la imposibilidad de burlarse de grupos Stories #11” (octubre de 1953) la historieta “En étnicos supone, en la práctica, la desaparición casi total Agradecimiento” narraba cómo un soldado de Co- de la presencia de negros en muchos tebeos. Ni siquiera rea, de regreso a su casa, descubría que el negro que los conguitos. Un poco como pasó con los enanos de le salvó la vida no había sido enterrado en el cemen- Amena. terio por motivos raciales. Para que se hagan una idea definitiva del sinsentido, Quizá la historieta de la EC más famosa en este aspec- cuando ya con el Comic Code vigente se propone la to sea “El Día del Juicio”, publicada en el “Weird reimpresión de la citada El día del juicio, la historieta Fantasy #18” (abril de 1953). En ella, un astronauta al del astronauta negro, la comisión que supervisa la que no vemos el rostro (oculto por el casco espacial) aplicación de código de censura considera que la viaja al planeta Cybrinia, habitado por robots, para exa- viñeta final contradice lo estipulado y recomienda 28 Quimera


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que sea eliminada o retocada. El editor Will Gaines decidirá no reimprimir la historieta. Este texto se centra en los tebeos norteamericanos, lógicamente. Pero... ¿El cómic europeo de esos años sale mejor parado? Pues la verdad es que no. Seguramente el tebeo más famoso en ese aspecto sea “Tintín en el Congo”, la segunda aventura del reportero belga creado por Hergé. En 2007, y como respuesta a diversas quejas, la Comisión británica para la Igualdad Racial recomendó que el álbum se pusiera a la venta en la sección adulta de las librerías y no en la infantil. Recientemente, un estudiante belga de origen congoleño demandó a la editorial por el carácter “racista y xenófobo” del cómic, pidiendo que se prohibirá su venta, siendo respaldado en Francia por la federación de asociaciones negras con otra denuncia por idénticos motivos. Editado en 1931 y retocado, suavizándolo, en el 64, “Tintín en el Congo” es todo un ejemplo de colonialismo ideológico y supremacía blanca explicitados gráficamente sin pudor alguno. Los habitantes de la antigua colonia belga son descritos como infraseres inocentes que rinden pleitesía a Tintín. Visten una extravagante mezcla de ropa occidental y tribal, alucinan con inventos como el tocadiscos o el cinematógrafo, permiten que Tintín reparta ridícula justicia salomónica, lo portean a pulso como buen cacique blanco que es, le obedecen y adoran. Leído (no sin esfuerzo) en la actualidad, resulta evidente su condición de vehículo para la propaganda colonial que perpetúa una imagen ficticia de África y sus habitantes. Aún así, considero que pedir su prohibición es un error al tratarse de un documento histórico para vergüenza de la sociedad de la que emana y no de la raza burdamente ridiculizada.

Negros” (1963). Excelente (y divertidísima) muestra de cómo en nuestra cultura popular el color negro es epítome del mal. Leído tras la llegada del SIDA, la cosa adquiere tintes ciertamente proféticos: los pitufos negros contagian su agresividad mordiendo la colita de los pitufos azules. Aunque si por algo destaca la relectura actual de esta obra maestra de Peyo es por tratarse de una avanzada y pionera fantasía sobre infecciones tipo zombi realizada, curiosamente, cinco años antes de que George A. Romero reformulara el mito zombi con La noche de los muertos vivientes (1968). Otro negro célebre del cómic francobelga anterior a la aparición de los superhéroes de la Marvel es Betún (apodo de contenido más que evidente), uno de los ayudantes del pirata Barbarroja de Charlier (creador de Blueberry) y Hubinon. Betún es el enésimo ejemplo de secundario leal y tutelado, aunque hay que reconocer que los trepidantes guiones casi obligan al personaje a ser un tipo la mar de inteligente y lleno de recursos. Si no recuerdan el personaje, seguro conocerán su parodia en las páginas de Asterix. ¿Y el tebeo clásico español? Bueno, la problemática nos era, por esa época, ajena, así que los pocos negros que transitaron por nuestras páginas eran o para hacer reír o para dotar de mayor exotismo las aventuras. Aparecían negros en las aventuras de El Capitán Trueno o El Jabato, o en las dibujadas por el grandioso Coll, pero ejemplos con nombre y apellidos bien pocos: Panchita, la oronda criada del Doctor Cataplasma de Martz Schmidt, o Babalí, el conguito ayudante del cazador Eustaquio Morcillón del gran Benejam (el creador de esa maravilla costumbrista que era “La Familia Ulises”). El caso más inaudito, por poco habitual, es “El Teniente Negro” de Silver Kane y Jorge Grau, un western publicado por Bruguera en 1962, aunque en realidad el título llama al engaño: el héroe protagonista era en realidad un rico terrateniente sureño que ocultaba su identidad bajo un disfraz de negro para luchar a favor ■ del Norte.

Tintín siempre ha sido polémico en términos ideológicos. El velado antisemitismo de “Tintín en el País del Oro Negro”, también suavizado con retoques posteriores, es otro ejemplo citado con frecuencia. Pero por lo que hace a los negros, se reincidió en el álbum “Stock de Coque”. Editado en 1958, los musulmanes negros que aparecen vuelven a ser gente tonta, obsesionados con viajar a La Meca aunque eso suponga caer en modernas redes de tráficos de esclavos. Afortunadamente para ellos, el Capitán Haddock los pondrá rectos con su inimitable estilo.

Notas. 1. Ganador de un Oscar al mejor corto animado al año siguiente.

Creo que ya va siendo hora de entrar en la materia pura y dura, de todas formas no puedo resistirme a comentar esa sublime joya de la incorrección que es “Los Pitufos

2. Curiosamente, el dibujante de esta historia fue Jack Kirby, quien 25 años más tarde sería el creador gráfico de Pantera Negra, el primer gran superhéroe negro. Quimera 29


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La Moreneta, Virgen de Montserrat Un relato de no ficción del Colectivo Juan de Madre

“Y del negro más puro No como el de la oscuridad Sino como el del ébano” Nacho Vegas, “Noches árticas” Josep Malgaref Rovira vive en un tercer piso de Castellbisbal, una pequeña localidad a 20 quilómetros de Barcelona. Mantiene todas las persianas bajadas; excepto las de una ventana, aquella a través de la cuál puede observarse, rompiendo el horizonte como una explosión de piedra, la montaña de Montserrat.

sus 4 sillas, un sinfonier y varias perchas de pie, quedan desordenadas por el comedor como partículas de gas. Sobre la mesa, sobre las sillas, en los cajones abiertos de la cómoda y también en las perchas, cuelgan retales de ropajes viejos, pelucas morenas o caobas, hilos enhebrados, hilos sin enhebrar.

El anciano contempla aquel paisaje cada atardecer, con los brazos apoyados en el alfeizar de la ventana, sin más felicidades. En febrero cumplió 84 años, pero su aspecto evoca a los más jóvenes hipsters de Lima: estrechos pantalones granates, una colorida camisa de flores, unas inmensas gafas de profunda graduación y un estrecho bigote gris. Es extremadamente delgado: la piel arrugada y amarillenta de sus brazos parece brotar directamente de los huesos; sin embargo, sus manos se descubren fuertes, curtidas, con un dedal de plata en el índice izquierdo.

Esta estancia comunica con otra, mucho más modesta, donde Malgaref ha construido un pobre taller de ebanistería, dejando hueco en el suelo para un colchón individual de muelles, sin sábanas ni cojines.

El piso, de apenas 40 metros cuadrados, se mantiene siempre en penumbra, es fácil tropezar con la multitud de objetos que lo habitan. Lo más adecuado es seguir los pasos exactos de Josep: si él se inclina, en tonces inclinarse; si empieza a caminar con un pie frente al otro, pues se camina así, como un funambulista. El estrecho pasillo, que comunica la entrada con la estancia principal, queda congestionado por los centenares de libros allí apilados en columnas, que alcanzan desde las baldosas hasta el techo. Casi todos los volúmenes son viejas ediciones, algunos anteriores a la invención de la imprenta. Presidiendo la puerta que da paso al comedor cuelga un altar, pero la oscuridad impide identificar la imagen. Una mesa grande, 30 Quimera

Las paredes del comedor, del taller, también las paredes de la cocina y el lavabo, están armadas con estantes “Ekby”, de Ikea. Esas baldas sostienen 778 tallas de Virgen. Siempre la Virgen de la Moreneta, patrona de Catalunya. De diferentes tamaños, cada una con un vestido único, con una cabellera cuidada, con un color de ojos que abarcan desde el azul marino hasta el verde selva, pero todas con la misma tez y las mismas manos de ébano. Cuando Malgaref quiere ceder un asiento a algún esporádico invitado, entonces deja libre una silla recogiendo los estorbos con un cuidado femenino. “Vivo aquí desde hace 7 meses”, dice con sorpresa: aquel alboroto de objetos parecen sedimentos de una civilización milenaria. “No sé cómo, pero juro que todo esto me cabía en la celda del monasterio”, añade. Poco más dirá acerca de aquella cuestión: sus años en el Monasterio de Montserrat son esquivados con naturalidad, igual que un ciego evita el tropiezo en su hogar. Ni un solo comentario sobre aquellos 9 años


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habitando junto a los monjes. Tampoco ningún reproche por la expulsión; aún menos cualquier dato que aclare los motivos de tal desencuentro. Mientras sujeta una vieja foto del servicio militar, señala al acompañante en el retrato. Están ambos sentados en un banco de hierro, justo en el centro de un campo pardo, con Ceuta a sus espaldas. El compañero en el retrato es un negro inmenso. “Se llamaba Lucio Mayra”, dice Josep, “nieto de esclavos originarios de las islas de Cabo Verde; son esos negros con ojos azules, como los Huskies Siberianos”. Josep y Lucio se conocieron mientras cumplían los 3 años de servicio. Lucio había nacido en la misma ciudad africana. Amistaron profundamente, de tal manera que cuando finalizaron sus obligaciones militares se instalaron juntos en una casa en la playa de Conil, en Cádiz. Allí vivieron 54 años. “Durante 5 décadas sólo pisé Andalucía”, suele rememorar con orgullo. Fue en esas provincias donde fundó su idolatría mariana. Josep, que había heredado el ateísmo y el anti-clericalismo de su ferviente familia obrera, tuvo que renunciar a esos genes cuando contempló por primera vez a la Virgen de Regla. El paso de la Virgen en Chipiona lo convirtió [como la caída de un caballo convenció a San Pablo o la visión de un colgante en forma de pez causó la exégesis de Philip K. Dick]. Aquella Imagen dorada, de tez y manos negras, transportada por el pueblo, le descubrió a Josep su vocación primigenia: ser cuidador de Vírgenes. Aprendió con maestría el oficio, y terminó por encargarse del arreglo y vestimenta de casi todas las imágenes religiosas del sur de la península. Restauraba sus cuerpos, arreglaba los cabellos, les construía nuevos vestidos. Su compañero, Lucio, solo pudo ganarse la vida aprovechando las virtudes de su cuerpo gigante, sobre todo en el puerto de Cádiz y en Sevilla. En los años sesenta llegó a protagonizar en Francia algunas películas pornográficas, en cuyos créditos aparece como L.M. Muakuku. Así fue hasta noviembre del 2003, cuando Lucio falleció a los 76 años, y Josep Margaref regresó a Catalunya. Josep se levanta de la silla, y devuelve la fotografía al hueco donde la recogió. Sobre una de las estanterías, entre aquellas 778 vírgenes, pasa desapercibida una escultura distinta: un Falo de unos 20 centímetros de largo y ancho como el miembro de un caballo se mantiene alzado con un matojo de rizos negros en la base. La obra, como las Vírgenes, también está esculpida en ébano y su negrura es la de la oscuridad; enredado en sus vellos púbicos deja sujeto el retrato. 32 Quimera

Volvió a Catalunya, sobre todo para distanciarse de la tumba de Lucio. También para adorar a La Moreneta. “Es la única Virgen realmente negra de toda Europa”, afirma Josep. Gracias a su célebre reputación, los monjes del monasterio de Montserrat lo acogieron como cuidador de la talla que se expone en la basílica. La primera vez que cuidó de la Virgen, una medianoche de diciembre, retiró al niño Jesús de sus faldas, la desnudó, y limpió su cuerpo negro empapando una esponja natural en agua consagrada y limón. “Tal vez en varias décadas, o algún siglo, nadie lo había hecho como es debido”, dice Josep. Cuando limpió sus ojos rescató un destello celeste. “Fue como si me mirase directamente a mis ojos”, les confesó esa misma noche a los monjes, a la salida de las maitines. Al día siguiente inició un estudio exhaustivo: arrastrado por una intuición que se le había atado a los intestinos [“Exactamente al colon sigmoide”, concreta él] acudió a la biblioteca del monasterio, a la biblioteca nacional de Catalunya, se sirvió de anticuarios y coleccionistas, para recopilar libros e informaciones acerca de los orígenes de aquella Virgen, patrona de Catalunya. La versión oficial apela al humo de las velas que rodean la Imagen para justificar su color oscuro. Josep dice conocer la razón verdadera. Despeja la mesa del comedor y realiza 7 viajes hasta el pasillo, cargado con 7 libros cada vez. Si se le ofrece ayuda la rechaza, casi con coquetería. Esos volúmenes centenarios están llenos de marcas, sus páginas quedan señaladas con pósits amarillos, rosas, verdes. Josep se coloca unos anteojos circulares, que solo tienen vidrio en el ojo diestro. Enciende una lámpara de araña que cuelga del techo, con 9 de sus 10 bombillas fundidas. Aquella tenue luz le sirve para leer de las páginas medievales, y corroborar con los documentos su extravagante argumentación: “En el año 880 los niños no encontraron una figura de madera en la cueva, como afirma la tradición; lo que encontraron fue un hombre desnudo, un hombre ne gro”, anuncia convencido. “En toda la región nadie había visto jamás un negro, así que les debió resultar un milagro: lo acogieron en la ciudad de Manresa”. De un libro de burócratas del siglo XIV rescata el primero de los reveladores pasajes. Y lo lee con detenimiento, introduciendo el dedo índice por el anteojo sin vidrio para cerrarse el ojo izquierdo: “…anunciada la arribada de la comitiva que portaba consigo el bruno erario hicíose silencio entre la audiencia que el hallazgo no lo realiza-


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ra fustero”. Lo recita fiel al texto, sin puntuaciones, alcanzando el final con un ahogo satisfecho.

“Mientras sujeta una vieja foto del servicio militar, señala al acompañante en el retrato. Están ambos sentados en un banco de hierro, justo en el centro de un campo pardo, con Ceuta a sus espaldas. El compañero en el retrato es un negro inmenso. “Se llamaba Lucio Mayra”, dice Josep, “nieto de esclavos originarios de las islas de Cabo Verde; son esos negros con ojos azules, como los Huskies Siberianos”

Después, Josep continúa explicando que aquel recién llegado aprendió la lengua en solo 7 días y le construyeron un corral para él solo, arrepentidos de guardarlo entre el ganado. Lo visitó el Bisbe de Vic, después corrió la voz y fue motivo de peregrinaje desde los pueblos de alrededor. Josep recita otra obra medieval, una suerte de recopilación hagiográfica: “concedióse entre el vulgo que laboraba milagros, mas ninguna autoridad eclesiástica lo supo”. El anciano empieza a testimoniar su explicación saltando de libro en libro, recogiendo frases o palabras aisladas, desterrándolas de su motivo original y apropiándoselas en una suerte de flujo collage, como un dj hermenéutico. Habla a saltos, sin abrir su ojo izquierdo desprovisto de lente. Uno ya no sabe si aquel hombre basa sus palabras en los textos o si en cambio se asiste a una forma literaria de la vírica transcripción inversa: “Su popularidad fue en aumento, sobre todo entre las mujeres”, “algunas hembras se caracterizan por desunirse de la norma. Remedio hay: aunque con pena y fuerza, resistirse puede casi siempre quien desta suerte cayó”, “Los maridos empezaron a sospechar de la virtud de aquel recién llegado, y los rumores sobre su miembro viril no agradaban a nadie”, “el oficio de aparejador es antiguo y refinado ya que el tamaño en los equinos dificulta la unión con las yeguas, aunque a éstas no parecieres molestar aquello primero”, “Se conoce que, finalmente, el inexplicable embarazo de alguna dama desencadenó la tragedia”, “deshonrada fue”, “Quisieron devolver al foráneo a la cueva, en Montserrat, donde lo habían encontrado los niños; él se resistió a medio camino, haciendo imposible el avance. Allí mismo, en el camino, lo ajusticiaron, cercenándole el pene”, “y”, “enterraron el miembro, abandonando el cuerpo desangrado”, “porque de lo más alto llegó la curación”, “a la mañana siguiente el cadáver estaba desaparecido”, “ánima y cuerpo son como concebido y vientre materno”, “Todo testigo recordó y asumió como proféticas las últimas palabras del hombre:”, “arrepentido será aquel que no hubiere venerado mi memoria”. Y Josep se detiene con los labios secos, se retira las gafas y abre por fin el ojo izquierdo. A media voz y sin acudir a ningún libro, narra que los justicieros construyeron una ermita en el mismo lugar donde murió aquel hombre negro, allí donde ahora se alza el monasterio de Montserrat. La Virgen que dispusieron en el altar de la ermita tardó una sola noche en ennegrecer su madera, hasta convertirse en puro ébano. “NaQuimera 33


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die dudó del significado de tal milagro”, dice acudiendo al interruptor. Apaga la luz de la lámpara, y así devuelve las penumbras a la casa. El ébano es una madera densa y negra; es uno de los colores negros más intensos que se conocen en la naturaleza. Josep utiliza una variedad conocida como ébano de Gabón, originaria del oeste africano; lo hace traer desde allí, no confía en los suministradores peninsulares. Casi toda su breve pensión la consume comprando esa madera. Después talla los troncos, hasta dotarlos con la forma de su Virgen. Diseña un patrón original para cada talla, recorta las telas y las cose a mano; jamás se retira el dedal de plata de su dedo índice, incluso duerme con él. Uno a uno siembra de cabellera la cabeza de la nueva estatua. Por último dota de ojos a la obra, con cerámicas y vidrios de bisutería, siempre de un color verde, azul, alguna vez grisáceo. “Se merecerían ojos de joya, pero mi economía solo da para un sucedáneo de aquella auténtica mirada”, se lamenta. En cualquier caso, el resultado es fabuloso: pareciera que esas tallas tuvieran que moverse, desperezarse y luego parpadear. Inició la construcción del ejército mariano justo cuando los monjes lo despidieron, hace 7 meses. Contabilizando las horas totales, y asumiendo que no durmiera, Josep dedica una media de 7 horas para realizar cada Imagen. La perfección de las obras parece contradecir la celeridad necesaria. “Ya que no puedo estar con la verdadera Moreneta, no descansaré de fabricarle ecos”, dice. Durante el rato que trabaja en cada talla las bautiza con un nombre de mujer española. Suele recurrir a divas del cine, la canción y la televisión popular: La Bella Dorita, Olvido Gara o Sonsoles Espinosa son algunos de los nombres que utilizó. “Ahora trabajo en Emma García”, comenta sosteniendo un dado de ébano del que parece asomar una cabeza, como si aquel trozo de madera estuviera dando a luz, “es la presentadora del programa ese de noviazgos; cuando la veo sentada en la escalera, micrófono en mano, no puedo evitar evocar a una bonita Virgen blanca”. 34 Quimera

Deja la incipiente escultura sobre su mesa de trabajo, y añade: “Pero que conste que esos nombres no son más que marcas distintivas mientras trabajo la talla, para diferenciar mentalmente las esculturas en marcha. Después, una vez terminadas, todas esas Vírgenes tienen un único y solo nombre. Uno solo”. Y lo dice como quien anuncia el conocimiento de un secreto inconfesable, una intimidad que jamás desvelará, a nadie. Cuando el anciano acude al baño, justo antes de la despedida, el eventual invitado, ahora solo en el comedor, podrá asumir el auténtico valor de la obra del catalán. Todo es distinto sin la presencia de Josep; parece el hogar de un fallecido. A través de la única ventana que queda abierta entran las últimas luces rojas de la tarde. El invitado re parará en una televisión SANYO de tubo, con la pantalla de 14 pulgadas y antena de cuerno; el aparato reposa en un rincón del suelo, entre sus antenas cuelgan las páginas de contactos de un pe riódico viejo. La mesa, las 4 sillas, parecen deshabitadas des de hace décadas. Después empezará a sentirse observado: las 778 vírgenes lo rodearán, como hermanas mellizas multiplicadas. Casi se oirán las 778 respiraciones, que son una sola y suave respiración, de ese calmo coro de ébano. Si dicho invitado se caracteriza por ser finamente in discreto, y aprovecha la ausencia de su anfitrión para espiar bajo las faldas de alguna de aquellas figuras, entonces, bajo esas faldas, conocerá la pena que guía a Josep Margaref. Intuirá las razones que lo alejaron del Monasterio, y comprenderá el nombre, ese único y verdadero nombre que comparten aquellas 778 Vírgenes y todas las que estén por venir. Por respeto, o incluso lealtad, el indiscreto invitado callará esas revelaciones: nada referirá a Josep cuando regrese del baño. Después, cuando el anciano se quede solo de nuevo, volverá a su ventana, y contemplará como Montserrat desaparece en la noche. ■


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IRIS M. ZAVALA

Tango música, cuerpo y sensualidad Al principio, comenzó a ser bailado solo por hombres, por falta de mujeres. Después se asentó en los lupanares y enseguida, al danzar, escenificó el deseo, el encuentro erótico, mientras sus letras ofrecían una visión escéptica de la vida, en la que el amor es fuerza irra cio nal, fuego, nutriente, locura, hechizo y embriaguez, olvido, desen gaño, y la relación amorosa es volátil, paraíso artificial, juego, dominación y lucha. El tango rioplatense prosperó en lugares de mala nota, bailes de soldados, cafetines de suburbios y pros tíbulos. Muestra de filosofía popular, alcanzó una dimensión universal, que aún hoy perdura.

Montesinos

www.editorial-montesinos.com ­

HENRY JAMES

Los Embajadores El protagonista de Los embajadores, Lewis Lambert Strether, ya al borde de la senectud, ve cómo un convencional viaje a París cambia radicalmente su vida, hasta entonces dedicada al “deber y la conciencia”, y cae seducido por el “glamour napoleónico” y las artes sensuales de las damas hasta entonces vedadas para él. Con una trama aparentemente simple, la novela está construida sobre alusiones, gestos, silencios y sobrentendidos, de forma que lo no-dicho tiene tanta o más relevancia que lo dicho. Incuestionable obra maestra, considerada por su autor como “la mejor de mis obras”, Los embajadores es un texto de obligada lectura y una pieza fundamental de la narrativa de todos los tiempos.

Montesinos


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research (las Playas albinas) Un rodeo furtivo a la textura del autor cubano Lorenzo García Vega Por osdany Morales

Tengo en mis manos las hojas impresas. Se trata esta vez de nueve hojas tipo carta, impresas de forma apaisada. Fotocopias de las primeras 47 páginas de un volumen. Por cada lado de cada hoja hay dos páginas del libro. Un total de cuatro páginas de libro por cada hoja impresa. Para leerlas hay que ir volteando los papeles, si se hojean sujetándolos por la izquierda, por ejemplo, el resultado es un tanto desalentador porque al voltear cada hoja leída encontramos el dorso con las dos páginas escaneadas al revés, apuntando hacia arriba, como si el lector ideal de estos folios fuera un ser doble que a la hora de leer dispone de dos sillas, una en el suelo y otra en el techo. El Otro debería manifestar la habilidad de responder a una gravedad invertida, de modo que pueda sentarse cómodamente a leer en la silla clavada bocabajo en el techo. Ambos seres, para constituir la entidad lectora, deberían compartir la misma conciencia y de tal modo —dispuestos uno encima de otro, invertidos, rozando sus cabezas, y desplazados ligeramente para que la vista de cada uno se ubique en la página que le corresponde leer—, podría darse paso a la lectura. Pero yo no soy ese lector ideal. Por lo tanto, mi método frugal consiste en leer un lado de la hoja, al terminar la volteo haciendo una pinza por el medio del extremo inferior y leo el otro lado que asoma totalmente legible. Al haber agotado las dos partes debo desechar esa hoja, puedo ponerla al fondo del paquete, pero como temo a la confusión de posiciones que eso demandaría, lo más cómodo es que la abandone sobre la mesa. Este proceso —leer, voltear, leer y apartar —también garantiza confusiones, pues algunas veces al terminar la lectura de uno de los lados no puedo estar seguro si lo que corresponde es desechar o voltear. Decidir lo primero implica perder dos páginas de lectura, el segundo me conduce a la relectura en el mejor de los casos. En el peor, a la lectura infinita. Como las páginas escaneadas no se encuentran ubicadas geométricamente en el centro de la hoja, lo más común es encontrar filos de sombra, largos

triángulos agudos, en los que en ciertos casos puede descifrarse la acumulación de páginas, manifiesta en rayitas discontinuas que van desintegrándose. En el centro de la imagen también es posible advertir, en su gran mayoría, una fina línea, ensuciada por la proliferación de puntitos que se acumulan a ambos lados y que se vuelve profusa, bien en el punto más alto o el más bajo de la línea vertical, y que no son otra cosa que los restos de la sombra que hacía el libro original volteado sobre el escáner. En el centro de todo esto van los bloques de texto, el de la izquierda y el de la derecha, equilibrados por la paginación, respectivamente. Estas cifras comprenden del 15 al 48. La primera de las hojas trae la página izquierda en blanco. La derecha es la portadilla, con una composición que trataré de repetir aquí. Algo así:

Lorenzo García Vega EL OFICIO DE PERDER [ Memorias ]

–––––––––––––––––––––––––––– ESPUELA DE PLATA –––––––––––––––––––––– SEVILLA • MMV ––––––––––––––––––––––––––

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Todas las páginas fotocopiadas pertenecen al PRÓLOGO y a los capítulos iniciales de la PRIMERA PARTE de las memorias. El libro abre con tres citas. Una de Robbe-Grillet. Una de Peter Handke. Una del Ché Guevara. — Desde el principio tuve gran interés por leer estas páginas. Porque hasta entonces no había leído a Lorenzo García Vega. O al menos no había estado tan cerca de uno de sus libros, y estas fotocopias — no fueron hechas por mí, yo solo las recibí en un pdf y las imprimí— son lo más cercano que he estado de su obra. Me había cruzado antes con su nombre, como se cruza una calle a la cual uno no va especialmente. En mi primera aproximación descubrí que en sus memorias invocaba a personajes, tal vez célebres, que al mismo tiempo me resultaban desconocidos. Personajes que no se explicitan en el texto y que son traídos familiarmente por el autor como si el lector tuviera la obligación de conocerlos de antemano. Decidí avanzar por los nombres que de un modo u otro la vida de lector que yo había vivido hasta entonces me había escamoteado. Conté un total de siete, para mí, desconocidos, mencionados con nombre y apellido. A saber, por orden de aparición: Hortensia Gronlier, Enrique Fierro, Ida Vitale, Elisa Lerner, Agustín Acosta, Juan Liscano y Dardo Cúneo. Estos son los archivos de mi acomodada investigación para la cual conté solo con una laptop conectada a Internet, un cuaderno de apuntes, un teléfono, los papeles impresos por ambos lados. — …la pintora Hortensia Gronlier me habló de su pesimista visión sobre la maldad del género humano. El primer rastro que encuentro al comenzar a investigar a la pintora es la noticia de su muerte. Y me anima el carácter detectivesco que me ofrece el automatismo del método escogido. Comienzo a la búsqueda a partir del cadáver de una mujer perdida con un nombre de flor. Dejaré de dormir. Fumaré compulsivamente. No descubriré nada o desmontaré toda una ciudad. Al parecer, Hortensia murió en Miami, el 4 de octubre de 2009. Esto lo encontré en un blog de su cuña38 Quimera

Antes, Lorenzo abandonó Jagüey, y más tarde abandonó la isla. (Usar el verbo “abandonar” es un tanto engañoso de mi parte, debería leerse: “se subió a un avión con un sentimiento de victoria y derrota y voló y aterrizó en otro lugar desde donde siguió recuperando un presente continuo”, pero es una frase muy larga.) Ahora está en Playa Albina y algún día morirá.


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do, Manuel Díaz Martínez, periodista y poeta cubano nacido en Santa Clara en 1936, que lleva un blog personal con abundantes publicaciones. Encontré que Hortensia tuvo dos hermanas: Alicia y Ofelia. Al morir Hortensia, solo vivía Alicia. Desde los Estados Unidos, Alicia llamó por teléfono a su cuñado en Las Palmas de Gran Canaria. Manuel recuerda la última vez que la vio: “hacía más de dos décadas que vivía en Miami, donde la vi por última vez en 2004. Recuerdo que nos preparó un almuerzo cubano a Lorenzo García Vega y a mí”. Hortensia era viuda del poeta José Álvarez Baragaño. De joven, Baragaño dejó los estudios en La Habana y se fue a Europa. Desde la adolescencia era amigo del pintor Wifredo Lam, y en Paris hizo amistad con Breton y Benjamin Péret. Publicó su primer libro de poesía antes de cumplir los 20 años, en la editorial Le soleil noir. El cuaderno llevó por título Cambiar la vida. De vuelta a Cuba publicó El amor original, un cuaderno surrealista celebrado por varios intelectuales cubanos. Se involucró activamente en las confrontaciones revolucionarias más explícitas de la época, es decir: Playa Girón y las luchas en el Escambray. Y murió repentinamente a los 29 años, por la traición de un aneurisma. Dejó viuda a Hortensia, dejó una hija. Saco esta línea del libro publicado en La Habana y lo escribo en los apuntes de mi trabajo: En un rincón de la Plaza Furstenberg en Paris he dejado una pequeña maleta invisible. Luego descubrí una página web de obituarios donde marcaban otra fecha de muerte para Hortensia: viernes 2 de octubre de 2009. Dos días de diferencia con respecto al relato de su cuñado. Imaginé a los viudos, traficando con malas noticias. Hortensia viuda de Baragaño, jovencísima y triste, en una Habana que abandonaría de la mano de su hija. Su hermana Ofelia, también pintora otorgando la viudez a Díaz Martínez, solitario, en otra isla. Alicia levantando el teléfono dos días después para avisar a su cuñado de la muerte de su última hermana. El obituario terminaba con el siguiente párrafo: Do you know something about Hortensia´s life? You can enhance Hortensia Gronlier´s memory by upgrading Hortensia´s public record with words and pictures, signing Hortensia´s memory book, recording an audio memory or lighting a candle. Y más abajo invitaba a enviar un comentario de condolencia. Escribí la frase en que la cita Lorenzo García Vega: “la pintora Hortensia Gronlier me habló de su pesimista visión sobre la maldad del género humano”. Luego la eliminé. Me pereció que sacado de contexto lucirá como un gesto cruel. Le

seguí dando vueltas a la pregunta que parece anunciarme el fracaso de lo que no debe tocarse. ¿Sabe usted algo sobre la vida de Hortensia? — Les he escrito a los amigos uruguayos Enrique Fierro… Me encuentro a un poeta uruguayo de 60 años. Su esposa es la poetisa uruguaya Ida Vitale (la tercera en mi lista). Para seguir el rumbo de la búsqueda, de su bibliografía me interesan a simple vista dos títulos: Las versiones oscuras (1980) y Fuera de lugar (1982). Encuentro una foto de Enrique Fierro con el amigo Diego Trelles, en Barcelona, fechada hace dos años, en junio. Es una foto ámbar: Enrique apoya la mandíbula en las dos manos, apoyadas a su vez en el borde de la mesa. Diego, a su lado, parece tener un brazo en el espaldar de la silla de Enrique. En la mesa dos copas de vino vacías. La última noticia que tuve de Diego fue una llamada perdida en mi teléfono. La próxima vez que lo vea le pregunto por el uruguayo. En el fondo de la foto se ven los grafitis de una calle y un número de teléfono de un anuncio, pero el

anuncio queda fuera de campo. Solo se ve el número. Lo apunto, le sumo el código para llamar a España, +34. Da timbre. Contesta un hombre. Le Quimera 39


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pregunto por Enrique Fierro. Me dice que me espere un momento. Me cuelga o se cae la llamada, pero creo que me cuelga porque escuché el golpe del teléfono. Vuelvo a llamar y sale ocupado. Me encuentro las cartas de Fierro y Vitale, comprendidas entre los años 1958 y 2008. Están en la Universidad de Princeton. Son 21 cajas, y la correspondencia sostenida con Lorenzo ocupa una numeración tan casual como interesante. Los papeles de García Vega descansan en la caja 8, carpeta 8. Es la caja de la letra G, conformada por 31 carpetas, cada una asignada a una persona. Encontré otro Enrique Fierro. En Facebook. Tiene 1442 amigos. Es Auxiliar de Servicios de Intendencia en HLP. No sé qué quiere decir nada de eso. Es graduado de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Lo agregué como amigo. Recién me ha respondido la solicitud, pero no sé qué decirle. — …e Ida Vitale, para hablarles de una maquinaria. Al investigar a Fierro ya fui encontrando cosas de ella, la poeta uruguaya de la generación de Onetti e Idea Vilariño. Vi una foto de ambos, Ida y Fierro, ella es casi 20 años mayor que su esposo, por eso en la vejez de ambos él parece siempre acompañado de una divinidad. Sergio Chejfec me recomendó un libro de Ida Vitale: Léxico de afinidades. Este es el código para encontrarlo en Bobst, la biblioteca de NYU: PQ8519.V72 L49 2006. Pero si se sigue estrictamente el código, con el mapa de la biblioteca en la mano, se desemboca en una fila de estantes vacíos. Yo no lo catalogaría como sospechoso. La biblioteca hace sus arreglos y mueve los libros de lugar por una temporada. Aún no he dado con ese volumen. — El Garage Sale tiene una mesa, pero no es la mesa proustiana que una vez nos ofreció Elisa Lerner… Nació en 1932, en una familia judía que recién llegaba a Venezuela por piezas: primero el padre, luego la madre con una niña en el brazo. Elisa nació un año después. Se hizo escritora. Ha dado crónicas, ensayos, obras de teatro —desconfío de las mujeres que escriben crónicas—. Encontré un video de ella —1:07 minutos— en el que recomendaba la soledad y no la inspiración como germen de la escritura. Lorenzo García Vega sólo habla de ancianas a las que les tiembla la voz. Sin embargo, si alguna de las 40 Quimera

tres mujeres de esta órbita de desconocidos esconde algo es Elisa y su mesa proustiana. — …estaba parado en la acera, frente al Hotel Mendía, donde le estaban dando un banquete al poeta Agustín Acosta. Descubrí que fue nombrado Poeta Nacional de Cuba en 1955. En el 1972 se fue a Miami, tal vez por eso nunca escuché de él. El único poeta nacional que conocía —¿cuántos poetas nacionales puede nombrar una nación?— era Nicolás Guillén. Agustín Acosta murió en 1979. Su obra, sin embargo continuó publicándose en Cuba: Poemas escogidos, en 1988 por Letras Cubanas, y Última poesía, por Ediciones Matanzas en 2005. García Vega no ha corrido con similar suerte. Una vez mencionado por Lorenzo, resulta macabra la simetría que trazan sus partidas. Agustín representa el poeta que Lorenzo niño vio dejar Jagüey Grande. Luego Agustín se fue de Cuba y se reunió con su hija en Miami, donde murió. Antes, Lorenzo abandonó Jagüey —así se le dice coloquialmente a Jagüey Grande, una reducción a la cual García Vega no debe ceder por la voluntad poética de bautizar literalmente a su pueblo natal—, y más tarde abandonó la isla. (Usar el verbo “abandonar” es un tanto engañoso de mi parte, debería leerse: “se subió a un avión con un sentimiento de victoria y derrota y voló y aterrizó en otro lugar desde donde siguió recuperando un presente continuo”, pero es una frase muy larga.) Ahora está en Playa Albina y algún día morirá. Encontré a un segundo Agustín Acosta. El segundo Agustín es también hijo de la provincia de Matanzas y asimismo, a su debido tiempo, fue a parar a Miami. En los años 90, este doble ofreció más de cien conferencias sobre espiritualidad y escatología. Publicó dos libros sobre el tema. El segundo libro apareció en 1999 y se tituló La hora ha llegado. Es fácil suponer con ese tema a qué hora en particular se refería. En el siglo XXI, el otro Agustín Acosta ofrece charlas sobre nutrición, un tema que concierne a todos los que sobrevivimos al juicio final. — Juan Liscano conducía el auto… Murió en el 2001, a los 86 años. Otro venezolano en esta historia. Fue poeta, prosista y crítico. Veo fotos


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de Juan Liscano, viejo, trajeado, habitando balcones en blanco y negro desde los que se ve una ciudad en brumas, como bombardeada. Me sorprende que Lorenzo mencione la muerte de Dardo Cúneo y no la de Juan Liscano, tres años antes de la publicación de sus memorias. Apunto uno de sus títulos: El origen sigue siendo, de 1991. Juan ganó el Premio Nacional de Literatura de

Venezuela en 1951, un año antes de que Lorenzo fuera nombrado con el suyo en Cuba. ¿Habrían bromeado sobre esto? Aquí su firma: — …Dárdo Cúneo iba a su lado. Dedicó gran parte de su obra al pensamiento político vinculado a la historia argentina y latinoamericana. García Vega trae el recuerdo de una fiesta de fin de año cerca de Caracas a la que fueron juntos Liscano, Cúneo y él. Y en un momento de la fiesta, dice Lorenzo, el buen Dardo argentino, alto, huesudo, flaco, le confiesa que sus memorias, las de Dardo según Lorenzo, se habrían de llamar El oficio de perder. Más tarde, en uno de los baños de la casa anfitriona, regalándose la última meada del año, Lorenzo decidió robar ese título y colgárselo a un libro suyo. Este robo no lo reveló al despedirse. Dardo Cúneo murió a los 97 años en Buenos Aires, el 15 de abril de 2011. Sobre un detalle de esa noche, comenta: A lo mejor, si se lo preguntamos a Liscano, éste tampoco lo sabe. Y en cuanto a Dardo, ¡ay!, ya no se le puede preguntar. Dardo se murió. Pero en nuestros apuntes tenemos lo siguiente: en ese

entonces —el entonces del año de la publicación, 2004— Juan Liscano ¡ay!, había muerto, y Dardo aún vivía. ¿Habría estado Lorenzo haciendo bromas sobre la muerte de sus amigos? La opción más posible, pero insólita, es que los haya intercambiado en su memoria, y por momentos de la fiesta final donde dice Juan debe leerse Dardo. Juan Liscano conducía el auto, Dardo Cúneo iba a su lado. Pero yo iba solo en el asiento de atrás. ¿Qué quiere decir eso? Tres escritores en un auto nocturno asistiendo a un año que termina, y con el cual es probable, no sabemos por qué, que no vuelvan a verse. — Pero yo iba solo en el asiento de atrás De ser así, Liscano no solo fue desterrado de su propiedad intelectual, sino de su rol en la anécdota que le haría justicia poética. Lorenzo García Vega ha movido las fichas dos veces y solo revela una. Pero la vejez, la insistencia de una noche alcohólica, el fluir de su propuesta literaria dubitativa deja abierto el juego al regreso del lector. Y si la confusión fuera cierta, nos dice algo sobre la amistad y la lectura. Dardo nunca leyó su muerte en las páginas de Lorenzo. Los amigos no se leen. Cuando se distanciaron ¿no mantuvieron amigos en común que pudiera informarle a uno del otro? ¿Hay otro Dardo Cúneo argentino que vivió en Venezuela y regresó a Argentina en 1979? No lo creo. La foto de este Dardo, muerto en 2011, es borrosa, pelo blanco que le parte la frente y cae sobre los espejuelos, el sol le da en la cara y tiene los ojos entrecerrados, una mueca ladeada parece una sonrisa. ¿Sabe hoy el viejo Lorenzo que cuando publicó su libro de memorias El oficio de perder hace siete años, el escritor que él recuerda como autor del título aún vivía en el otro extremo del continente americano? ¿Qué hago yo ahora con este descubrimiento? ¿Qué hago con todas estas mujeres y hombres en el filo de la muerte? Hortensia Gronlier debería pintar o servirnos un almuerzo cubano. Con todos mis personajes desconocidos me he equivocado, o se han equivocado ellos. Han estado a tiempo para algo, pero son muy viejos para enmendar nada. Rozan la impunidad. Lo que entendemos por el tiempo es ese error.■

finales de 2011 Nueva York–anto Domingo–camino a Nueva Paz Quimera 41


Atim Birungi-p'Oyat

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Imagen de la mujer en la literatura africana ¿Cuál es la imagen de la mujer africana que ha pro¬yectado la literatura de ese continente? Bibian Pérez Ruiz indaga en la oposición que existe entre el poder del que muchas mujeres gozan en determinados ámbitos frente a la repre¬sentación de las mismas como personas de segunda categoría, sin poder de decisión y carentes de contenido. Una imagen distorsionada e incompleta producto en muchos casos de una visión colonialista. Género y cosmoloGía en ÁfrIca La metafísica africana se sustenta en la complementariedad de ambos sexos. El modo africano de percibir la realidad está basado en la ordenación de fuerzas visibles e invisibles, en ocasiones contrapuestas, pero en constante cohesión lo que permite la pervivencia de todos los aspectos de la vida dentro de dicho sistema. Resulta curioso el hecho1 de que las sociedades africanas tienden a ser patrifocales en la organización sociopolítica pero matrifocales en la cosmología y metafísica, como de muestra el culto tan extendido a las diosas femeninas de la tierra y el agua. Este reparto de las parcelas de poder contribuía a mantener el equilibrio entre hombres y mujeres ya que, de este modo, ambos grupos gozaban de un terreno en el que no se hallaban subordinados al sexo contrario. Igualmente revelador resulta el paralelismo y complementariedad de lo masculino y lo femenino reflejado en el arte africano plagado de parejas de hombre y mujer, uno al lado del otro e incluso tocándose físicamente. Am bos sexos son tratados aquí como las caras igualmente valiosas de una misma moneda, sin las cuales la sociedad no puede funcionar. Un buen ejemplo de dichas representaciones artísticas las constituirían las esculturas del 2 pueblo dogón de Mali . En el ámbito espiritual también nos encontramos con deidades femeninas muy importantes, como entre los Ibo de Nigeria. De hecho en este pueblo es una diosa la más poderosa: ani, la madre tierra de la fertilidad. De igual modo sus mujeres jugaban un papel primordial en el mundo espiritual o adivinatorio, como muestran frecuen3 tes ejemplos en la literatura . La cosmología africana contempla seis dimensiones diferentes en las cuales se materializa el hecho de ser mujer: esposa, hija o hermana, madre, reina o sacerdotisa, diosa y esposo, las cuales explicaré más detenidamente a continuación.

Como esposa la mujer debe conjugar las cualidades necesarias para constituirse en soporte sólido sobre el cual se asienta la vida familiar: The woman as wife is one that must synthesize the two opposing qualities of height and depth, largeness and smallness, strength an weakness (tenderness) and she begins this task as she assumes her role as wife in a husband’s home (Motherism, The Afrocentric Alter native to Feminism, Catherine Obianuju, 1995: 25-26). Cuando la mujer es soltera ocupa diversas posiciones en la comunidad, ya sea como hija o como hermana. En ambos casos goza de distintos grados de respeto, autonomía y poder dentro de las familias. La maternidad, por su parte, confiere prestigio y poder a las mujeres ya que constituye la base sobre la cual se asienta la familia y, por extensión, la continuación de los miembros de la sociedad. Los hijos deben respetar a sus madres y cuidar de ellas en la ancianidad. La relevancia de la maternidad queda reflejada de nuevo en el arte, el cual repite incesantemente la temática madre-hijo a lo largo de todo el continente, tanto en la escultura como en la literatura escrita y oral así como en la mitología. Existen cuatro mujeres fundamentales en la vida de los hombre africanos: su esposa, su hermana, su hija y su madre, pero de todas ellas la madre es quien tiene más ascendencia sobre el hijo (Obianuju, 1995: 30). De aquí deriva un problema frecuente en África: el enfrentamiento entre la esposa y la suegra de cara a determinar quién ejercerá una mayor influencia sobre el hombre. Las mujeres africanas han jugado tradicionalmente un papel prominente en las ceremonias espirituales por lo que era frecuente que las sacerdotisas fueran del sexo femenino. Estas gozaban de gran poder dentro de la comunidad. El género no constituía problema alguno para desempeñar dichas funciones en las religiones tradicionales africanas. Igualmente, las mujeres han gobernado a lo Quimera 43


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tu renovado para explorar nuevas alternativas comerciales en el interior de África. Por ello se enviaron numerosas expediciones financiadas por los gobiernos europeos con el fin de establecer mapas exhaustivos de esta tierra desconocida, estudiar las posibilidades militares de determinados territorios, así como entablar relaciones comerciales con las clases gobernantes allí donde fuera posible. Estos emisarios, a diferencia de sus predecesores cultos y en búsqueda de conocimiento, eran hombres fuertes, duros, tremendamente prácticos, supervivientes natos. Junto con este grupo también viajaron al continente negro los misioneros y algunos aventureros (Western Perceptions of African Women in the 19th & Early 20th Centuries. Beoku-Betts, 2005: 20). En Europa la vida a principios del XIX era bastante limitada para las mujeres, mayoritariamente confinadas al ámbito doméstico, ya que se las consideraba el sexo más débil y menos inteligente. Era el hombre quien se movía en la esfera pública, ganaba el sustento familiar y de quien se esperaba que se comportara con autoridad y cierta agresividad en todos los ámbitos. Los hombres enviados a África compartían esta visión del mundo y, por ello, no prestaban atención al estudio de lo africano en general, desinterés que abarcaba también a las mujeres del continente negro. Junto con esta manera de vivir y pensar nos encontramos con otra cuestión clave para entender la visión de la época sobre lo africano: las teorías “científicas” populares en Europa y América en aquel momento, como son el evolucionismo y el determinismo. Por la primera se entendía que la evolución era un proceso dinámico en el que las formas simples iban evolucionando hacia otras más complejas, lo cual les llevaba a pensar que los modos de vida africanos eran estadios de desarrollo anteriores a los occidentales. Entre los mayores defensores de la evolución cultural de la época encontramos a Lewis Henry Morgan, en los Estados Unidos, y Edgard B. Taylor en Inglaterra (Beoku-Betts, 2005: 21). Su preocupación primordial era descubrir si las razas “atrasadas” eran similares a aquellas de las cuales la civilización contemporánea había evolucionado. evolucIón hIstórIca de la representacIón lItera- Los europeos y americanos que viajaban a África estaban muy influidos por este modo de pensar y, por ello, muchas rIa de la mujer afrIcana Si queremos abordar con rigor la evolución experimenta- de las descripciones que existen de la época acerca de las da por los personajes femeninos en la literatura africana, mujeres africanas se refieren exclusivamente a la belleza, no podemos dejar de lado el contexto histórico en el que la ropa u otras cuestiones vinculadas con su aspecto extesurgen las ideas que influencian el pensamiento de la so - rior. Lo que llamaba más la atención de estos viajeros ciedad europea, así como la visión que desde el viejo con- occidentales, en cuanto a las africanas, era su resistencia física y su capacidad de realizar trabajos tan duros, lo cual tinente se tiene de África. En la primera mitad del siglo XIX los poderes coloniales les generaba cierto rechazo ya que no estaban habituados europeos estaban familiarizados con lo africano. La abo- a ver a mujeres en tareas que exigieran tanta resistencia lición del comercio de esclavos en 1807 supuso un ímpe- física. largo de todo el continente en numerosas ocasiones como es el caso de la reina Makeda (1005 a. C.); las reinas Judith y Kentake de Etipía; la reina Nzingha de Angola (1623 d. C.); la reina Amina de Zaria, Nigeria; Yaa Asanatewa (1850 d. C.); Hatshepsut (1505 a. C.); y las numerosas reinas de Egipto, entre otras (Obianuju, 1995: 34). Las sociedades africanas adoran a diosas femeninas. En algunos lugares el Ser Supremo se considera hombre y mujer simultáneamente, como entre los Fon de Benin, mientras que en otros la divinidad se considera carente de sexo, más allá del alcance de la comprensión humana pero siempre como un ente superior que todo lo ve y todo lo sabe. El culto a la diosa tierra está muy extendido por todo el continente al igual que el culto al agua. Sin embargo, la percepción negativa de la mujer como de un ser tentador y destructor es ajena a los africanos. Dicha visión negativa llegó al continente de la mano del colonialismo, el cristianismo y el Islam ya que tradicio nalmente los africanos consideraban a la mujer como la madre de todo, merecedora de culto y veneración, proveedora de justicia, riqueza, sabiduría e hijos, así como protectora de la tierra (Obianuju, 1995: 36-7). La última dimensión de la mujer, la de esposo, es algo propiamente africano. El matrimonio entre mujeres se 4 5 practica entre los Nuer de Sudán o los Ibo de Nigeria, entre otros. Se trata de mujeres con recursos económicos, trabajadoras y con tierras, que toman esposas. Cuando mueren, sus propiedades pasan a los hijos de sus esposas. Si una mujer casada que vive con su esposo es estéril, puede animar a este a casarse de nuevo o bien ser ella quien lo haga. En este caso será la propia mujer quien pague el precio de la novia o pueda divorciarse, y por lo tanto reclamar lo pagado al contraer matrimonio, si no hay entendimiento con la nueva esposa. Cuando es la mujer la que toma esposa asumirá un rol masculino en todas las cuestiones sociales, políticas, económicas o domésticas sin que el marido tenga control sobre este matrimonio aunque puede ser él quien se encargue de dejar 6 embarazada a la nueva esposa de su mujer .

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“…La percepción negativa de la mujer como de un ser tentador y destructor es ajena a los africanos. Dicha visión negativa llegó al continente de la mano del colonialismo, el cristianismo y el Islam ya que tradicionalmente los africanos consideraban a la mujer como la madre de todo, merecedora de culto y veneración, proveedora de justicia, riqueza, sabiduría e hijos, así como protectora de la tierra.”

El fin del siglo XIX no trajo consigo ningún cambio significativo en cuanto a la imagen de las mujeres africanas plasmada en textos e imperante en la sociedad occidental ya que, o bien se las consideraba inaccesibles, o bien carecían de interés pues se las percibía como pasivas, limitadas y solo con roles domésticos de esposas y madres. Entre aquellos que van a las colonias surgen antropólogos aficionados con el suficiente interés como para anotar detalles de la organización política, tecnología, productividad material y religión de estos pueblos. Pero se trata de una perspectiva masculina que deja al margen a las mujeres, ya que las sitúa en la esfera doméstica y sin ninguna influencia en la estructura de poder formal de sus sociedades. En este modo de actuación hostil, condenatorio y agresivo con lo desconocido y diferente, existe un paralelismo claro con las brujas que plagan el pasado de nume7 rosos países y no solo africanos : (…) we find in most societies that women who have the capacity to articulate their ideas verbally are classed as dangerous or even as deviants. Many are labelled as witches (…) Witchcraft accusations may act as a way of expressing hostility or aggression when there is no other socially approved outlet» (Beoku-Betts, 2005:24). Sin embargo, a principios del XX sí aparecen algunos estudios que merecen atención por el intento que supusieron de tomar en consideración a las mujeres africanas, como son Women of all Nations (1908), de Nothcole Thomas y Athol Joyce, o Woman’s Mysteries of a Primitive People (1915) de Denise Amaury Talbot (Beoku-Betts, 2005: 23). En la primera obra mencionada, siguiendo la tradición evolucionista, estos autores dibujaron un amplio panorama de las culturas del mundo con el objetivo de determinar el nivel de civilización en estas sociedades en función de la posición de sus mujeres. En este sentido nos hallamos ante un trabajo etnográfico pionero ya que en esta época era muy extraño que se dedicara ningún estudio a la mujer africana. Sin embargo, cuando se mira con atención, encontramos que mucha de la información en él contenida es imprecisa o incluso engañosa en algunas cuestiones. Woman’s Mysteries of a Primitive People sí es probablemente el trabajo más singular de este periodo ya que intenta retratar de manera descriptiva el ciclo vital, el estilo de vida y las personalidades de un grupo de mujeres de Nigeria mediante la observación, discusión, leyendas y juicios sobre ellas. Su libro es único en el sentido de que, a principios del XIX, esta autora fue probablemente la primera occidental que intentó profundizar por escrito, más allá de la fachada, sobre lo que se conocía de la mujer africana. Como hemos visto en párrafos anteriores, por influencia de las teorías del evolucionismo, los africanos eran perciQuimera 45


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bidos como una raza atrasada y, dentro de este estado de cosas, las mujeres se encontrarían al final del escalafón puesto que estaban doblemente subordinadas como africanas y como mujeres. “In sum, African women represented to western observers in the nineteenth century something of a demarcation line between being human and animal” (Beoku-Betts, 2005: 24). La literatura oral en África antecede e influye en la escrita y, también en este terreno, hemos asistido a una evolución en cuanto al protagonismo femenino en la misma. En la época pre-colonial las mujeres africanas eran coprotagonistas, junto con los hombres, de la literatura oral existente. Sin embargo, desde la colonización hasta el surgimiento de las escritoras africanas, nos hallamos ante una época que se podría calificar como estereotipada y ambigua en cuanto a la imagen de las mujeres en la literatura de dicho continente:

male writers, at taking their female characters more seriously, investing them with more humanity and dignity by allowing them to grow through experiences that demand choices, that challenge them and reveal their strengths and weaknesses realistically (Eko, 1986: 212). Ante este panorama Ebele Eko reivindica la contribución única que supuso la obra de Flora Nwapa, Ama Ata Aidoo, Buchi Emecheta y Bessie Head para transformar la imagen existente de la mujer africana en la literatura, a la vez que nos propone una mirada retrospectiva de la evolución de dicha imagen. En un primer momento nos hallamos con la ideología de la Negritud, la cual supuso una idealización de la mujer africana que la alejó de la realidad. Posterior men te, en los años 50 y 60 la obra de Achebe, Amadi, Aluko y Munonye, entre otros, comparte una actitud carente de crítica con respecto a la situación de la mujer. Estos autores las representan siempre como esposas y madres, sumisas con las convenciones sociales que las coartan. Between the pre-colonial era (when women played quite important No encontramos en estas obras un esfuerzo por comparts as composers and performers in oral literature) and the emer- prender cómo las mujeres sienten y piensan como indigence of serious African women writers lies a foggy lowland for the viduos ni tampoco se considera que ellas puedan tener image of women in African literature— a lowland of male writers’ la posibilidad de elección. Más bien al contrario, los esidealization, rigid conventionality, stereotyping, superficiality and critores tienden a adoptar una actitud moralista y tradinonchalance, occasionally relieved by realistic and inspiring portrai- cional al retratar como corruptas y perdidas a aquellas tures (Changes in the Image of the African Woman: A Celebration. mujeres que, afirmando su independencia, se trasladan del poblado a las zonas urbanas y adoptan los modos de Ebele Eko, 1986: 210). vida occidentales. Mary Modupe sostiene que, a pesar de esta pérdida de Molara Ogundipe-Leslie (1994: 48-51) también ha estuprotagonismo, en la actualidad aún existen muchos luga- diado la representación de la mujer africana a través de la res en los que las voces femeninas continúan audibles fun- literatura, poniendo de relieve cómo dicha representadamentalmente mediante poesía o canciones satíricas, ción ha ido asociada a una serie de mitos alejados de la géneros que permanecen en manos femeninas. Veamos realidad. Así a la mujer en la literatura africana se la ha retratado como: tradicional –incapaz del cambio por sí algunos ejemplos: misma y a la espera de que se la libere desde fuera–; no Egungun satirical songs among the Yoruba, Hausa women’s court creativa –asustada por las ideas nuevas y limitada en su poetry, Nzema Maiden songs in Ghana, Impongo solo among the Ila pequeño mundo–; con un desarrollo lineal desde la bonand Tonga of Zambia, Akan dirges and Nnwonkoro in Ghana, dad rural a la sofisticada y occidentalizada mujer de la Galla Iampoons, Kamba grinding (work) songs, are specific female ciudad, siendo ambos personajes falsos en su simplicidad; anclada en la tradición y sin ningún deseo de cambio; oral genres (2007: 92). sumisa y tradicional (pasiva, inferior y atemorizada). Sin La postura más frecuente entre los escritores africanos embargo todas estas representaciones femeninas contrashabía sido la de describir a sus personajes femeninos des - tan radicalmente con la realidad, pues las mujeres rurales de una perspectiva distanciada que les condenaba o ala- desean poder, riqueza y estatus social. baba en función de las normas de belleza, decoro y mora- Ogundipe-Leslie aborda en Re-Creating Ourselves: African lidad socialmente aceptadas. Fueron escasos los escritores Women and Critical Transformations (1994: 57-68) las que ella que se apartan del estereotipo y la superficialidad en esta considera las tres obligaciones de una escritora africana: cuestión pero, afortunadamente, sí existen algunas excep- esta nunca debe olvidar que es escritora, mujer y persona del tercer mundo. Aunque escriba acerca de lo que la ciones: mueve a ella personalmente, la escritora africana debe teThree African writers, Ngugi Wa Thiong’O, Sembene Ousmane and ner siempre presente una conciencia clara de la sociedad Alex La Guma, deserve special exemption (…) Through these and a en la que vive, la cual ha moldeado sus experiencias. Sus few others like them, one sees a definite attempt, on the part of some obligaciones serían las siguientes: corregir las imágenes 46 Quimera


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falsas que se han generado sobre las mujeres africanas; contar lo que significa ser mujer y abordar cuestiones como la menstruación, el embarazo, el nacimiento de los hijos y la menopausia pues todas estas cuestiones biológicas contribuyen a configurar la personalidad de la mujer así como su manera de sentir y conocer el mundo; y, finalmente, abordar la cuestión de que la vida de una mujer africana viene determinada en parte por estar inmersa en el imperialismo y el neo-colonialismo, realidades que no se pueden dejar al margen. Vemos, pues, cómo para esta autora corregir la imagen falsa acerca de las mujeres afri canas es una obligación de las escritoras de este continente, una tarea a realizar mediante sus creaciones literarias, un deber necesario y relevante. Cronológicamente la irrupción de las escritoras africanas en el mundo literario se podría ubicar alrededor de 196070, si bien el primer texto escrito por una nativa africana se remonta a 1958: Ngonda, de la camerunesa Marie-Claire Matip (Díaz Narbona, 2002: 127) y las primeras novelas nativas en lengua inglesa datan de 1966: Efuru, de la nigeriana Flora Nwapa, y The Promised Land: A True Fantasy, de la keniana Grace Ogot. Sin embargo es solo a partir de los años 70 cuando esta literatura comienza a ser reconocida y aceptada (Boyce Davies & Savory Fido, 1993: 314). Las mujeres escriben acerca de las mujeres desde una perspectiva menos idealizada, más realista y sumamente enriquecedora. Resulta muy interesante escuchar esta nueva voz que aborda los problemas y las soluciones de los mismos desde ángulos en ocasiones sorprendentes: Las voces femeninas proponen una mirada inaudita sobre la situación de la mujer y sus relaciones conflictivas con el entorno social y político (…) la escritura femenina trata desde la mujer de sus angustias y de sus esperanzas en la sociedad africana contemporánea (“Autobiografías ficticias: identidades y subversiones femeninas en el África negra”. Landry-Wilfrid Miampika, 2002: 165). Estas escritoras privilegian a las mujeres en la distribución de la palabra y desmitifican tópicos asociados al mundo femenino que no hacían sino perpetuar el statu quo tradicional impidiendo el cambio en sus vidas. Hay que tener en cuenta que, cuando surgió su literatura, las mujeres estaban doblemente marginadas como africanas y como mujeres y, tras las independencias, las divisiones de género se hicieron aún más profundas ya que “the feminization of the male colonized under Empire had produced, as a kind of reflex, an aggressive masculinity in the men who opposed colonialism” (Boehmer, 1995: 224). Según esta autora la escritura de mujeres postcolonial versaba sobre sus propias vidas, en un intento de validar y honrar las de tantas otras mujeres anteriores de existencias anónimas y valientes que contribuyeron

a hacer posibles los logros de épocas posteriores. La tradición trataba de inculcar en los chicos valores como la fortaleza para triunfar y sobrevivir mientras que, entre las chicas, reforzaba virtudes de humildad, aguante silencioso o pasar desapercibidas (Ngcobo, 1986: 81). La mujer ideal era “The Angel of the House” (Petersen, 1986: 108) y las escritoras atacarán esa imagen escribiendo desde dentro de la situación, convirtiendo sus libros en expresión de su deseo de cambio: El espacio literario se ha convertido en uno de los lugares de propuestas de estrategias fecundas para superar las relaciones de poder masculino, la opresión social, económica y sexual, afir mando las posibilidades de la mujer como sujeto histórico legítimo (Miampika, 2002: 179). En este contexto tan adverso la literatura de mujeres tuvo que hacer grandes esfuerzos a todos los niveles para sobrevivir ya que todo eran obstáculos a superar: el propio acto de escribir, publicar, la crítica o las instituciones de aprendizaje, entre otros. Con los procesos de independencia y hasta los años 70, los primeros escritos realizados por mujeres son autobiográficos, en sentido amplio, y la temática de los mismos gira en torno a su mundo privado. Cuando la mujer accede a la literatura escrita comienza por contarse a sí misma, en un proceso de “búsqueda de identidad, de confrontación de la experiencia vivida con la objetivación propuesta del exterior” (“Escritoras de la francofonía africana”. Inmaculada Díaz Narbona, 2002: 127). Simultáneamente, el continente se veía sacudido por graves problemas políticos y sociales por lo que los temas protagonistas en aquel momento histórico concreto eran la independencia, la reconstrucción, las implicaciones políticas del colonialismo y el devenir de África en relación con Europa. El que la mujer no abordase esta temática abiertamente hace que su producción literaria se perciba como una literatura menor, alejada del compromiso. Sin embargo, Lloyd W. Brown (1981: 33) es de la opinión de que existe una fuerte protesta en dichos textos. Las que él considera principales autoras –Buchi Emecheta, Efua Sutherland, Ama Ata Aidoo, Flora Nwapa y Bessie Head– protestan contra la desigualdad sexual tanto en el África tradicional como moderna, pero consideran que quejarse es insuficiente y que deben hacer algo más para cambiar el estado de las cosas. Por ello, las obras de estas autoras enfatizan la necesidad de las mujeres de desarrollar y afirmar el poder y la fuerza de su voluntad. A pesar de las diferencias existentes entre las mujeres africanas pertenecientes a países, etnias y estratos sociales muy diversos, Lloyd Brown afirma que todas las escritoras “are engaged in a searching and critical enquiry into the quality of women’s lives, while raising pointed questions about the shortcomings of entrenched social attitude” (1981: 158). Quimera 47


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najes y así, el mensaje que cada novela intenta transmitir cala más profundamente en el lector. En The Dynamics of African Feminism (2002: 82) esta autora establece una clasificación de cierta literatura africana, la que ella califica como feminista y polifónica por su variedad, en tres categorías cuyos límites no serían cerrados sino permeables: reformista, transformadora y radical. En este tipo de literatura la crítica a las relaciones de género se concentraría en tres niveles: el público y social, el privado familiar y, finalmente, tanto la concepción individual como colectiva del hecho de ser mujer. Consecuencia directa de estas preocupaciones son las temáticas abordadas en estas novelas. Entre ellas nos encontramos con la reivindicación Our women are caught up in a hybrid world of the old and the new; del reconocimiento de las potencialidades femeninas más the African and the alien locked in the struggle to integrate contra- allá de su rol materno; la desmitificación de la figura de dictions into a meaningful new whole. Women whose concern has la madre always had to do with customs and traditions have the task to sal- entendida como representante infatigable de un amor vage what they can of our way of life, while dissenting strongly from desinteresado, constante y sin límites; y, finalmente, las those customs that they feel we have outgrown or ought to outgrow relaciones desiguales entre esposos así como el deseo de una vida familiar armoniosa y justa donde la pareja se (Ngcobo, 1986: 82). complemente, se ame y se respete. A partir de los años 80 las escritoras reivindican un cam- Los textos reformistas serían aquellos que pretenden cobio social desde dos ángulos fundamentalmente: la rea- rregir actitudes individuales que discriminan a las mujepropiación del cuerpo, como primera fase de una cons- res pero sin cuestionar las reglas y convenciones existentrucción personal, y el enjuiciamiento de los hombres tes. Sus autoras son las pioneras en África, nacidas en los tanto en la esfera pública como privada. Así la escritura años 20 o 30, y que comienzan a escribir alrededor de se convierte en un arma de protesta que pretende trans- 1950 o 1960. Consideran que tanto hombres como mujeres tienen la capacidad de transformarse, de cambiar. formar la realidad (Díaz Narbona, 2002: 132). Actualmente es innegable el compromiso social que las Suelen tener un final feliz y, en estas novelas, los hombres escritoras africanas manifiestan en sus obras. Abordan son criticados como individuos, no como representantes todo tipo de temáticas cruciales en las vidas de millones de un grupo, y de hecho no es difícil encontrar personade personas y, en muchas ocasiones, son un alegato claro jes femeninos que comparten su responsabilidad en los aspectos criticados. Novelas de Sindiwe Magona (Sudáfria favor de la emancipación femenina: ca), Flora Nwapa (Nigeria) y Grace Ogot (Kenia) estarían (…) la literatura femenina propone una poética emancipadora del enmarcadas dentro de este grupo. género con el fin de un reencuentro consigo misma (…) Dicha poéti- La literatura feminista transformadora pretende realizar ca (re)elabora una nueva redefinición de la identidad femenina, y la cambios negociando con la sociedad patriarcal, considenecesidad de ser considerada como sujeto histórico en un contexto de rando el contexto; quieren más autonomía femenina pero violencia estructural y de modernidad inacabada (Miampika, aceptando las normas básicas sociales. Sus autoras nacieron alrededor de los años 40 o 50 y comenzaron a publi2002: 178). car desde 1970. Sin embargo, dentro de esta corriente, Y es que el texto literario es el espacio idóneo para plas - nos encontramos escritoras de todas las épocas. Tienen la mar las inquietudes de sus protagonistas. Así nos vamos a convicción de que el cambio es posible, por lo que suelen encontrar con que, en la literatura africana escrita por aportar otras alternativas ante los problemas y situaciones mujeres objeto de esta investigación, las posiciones de sus descritos y consideran que el comportamiento masculino personajes femeninos no siempre se van a verbalizar que critican es fruto de una sociedad patriarcal. Las noveabiertamente sino que, en ocasiones, irán saliendo a la luz las de Mariama Bâ (Senegal), Buchi Emecheta (Nigeria) y Tsitsi Dangarembga (Zimbabue) pertenecerían a este mediante sus actos y elecciones. Comparto la postura de Susan Arndt (2002: 80) de que, grupo. cuanto más capacidad posee un texto de conmover a sus Finalmente, la literatura feminista radical intenta llegar a lectores emocionalmente, más profundo y duradero será la raíz de las cosas, atacando no solo aspectos concretos su impacto en el lector ya que le hace latir con sus perso- sino la esencia misma de las convenciones, estructuras, reDíaz Narbona señala que en los años 80 la literatura de mujeres cambia de orientación, pasando de los temas de victimización –por la tradición o por el colonialismo– a otros en los que se denuncia la situación de sus vidas privadas. Las escritoras no rechazan frontalmente la tradición pero son muy conscientes de que en numerosos as pectos esta es un lastre sobre sus vidas, opinión que comparte Soetan (2001: 6) en su estudio acerca de cultura, género y desarrollo en el continente donde sostiene que la cultura africana no puede idealizarse puesto que tiene aspectos que marginan, inhiben y subordinan a las mujeres:

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glas y normas de las sociedades patriarcales. Sostiene que los hombres como grupo social, inevitablemente y por principio, discriminan y maltratan a las mujeres. La tragedia y la violencia están muy presentes en estas novelas. En muchos textos, como consecuencia directa de los abusos padecidos, las protagonistas acaban asesinando a al gún hombre o siendo asesinadas por ellos. La falta de fe en el cambio es una constante: no hay alternativas y niegan cualquier esperanza en una mejora de las relaciones de género. La única nota optimista estaría en la solidaridad entre mujeres. Las novelas de Calixthe Beyala (Camerún) y Nawal El Saadawi (Egipto) son representativas de este grupo. Me parece oportuno concluir este apartado poniendo de manifiesto que han sido las propias escritoras quienes han transformado y enriquecido la imagen de la mujer africana. Estas autoras “have played a heroic role in humanizing African literature” (Eko, 1986: 218). Su preocupación por escribir con mujeres como protagonistas, los temas de mujer centrales en sus obras, así como sus personajes femeninos más complejos y ricos que los existentes hasta entonces han contribuido enormemente a dotar de matices y profundidad a la literatura africana. ■ Notas: 1. Utilizo el término “patrifocal” para indicar que, tanto en el ámbito económico como político, son los hombres quienes poseen el poder. He evitado los términos “patrilineal” y “patriarcado” por la especificidad de sus significados: el primero se refiere a la organización de las relaciones de parentesco cuando se transmiten por línea masculina dando lugar a linajes y/o clanes patrilineales, lo que quiere decir que tanto los derechos como la sucesión y herencia pasa por línea masculina, y “patriarcado” hace alusión a un sistema de poder y autoridad regido por los hombres. 2.Los dogón habitan en la zona centro-occidental de Malí. Pueblo agricultor, no guerrero, dedicado fundamentalmente al cultivo de mijo y cebolla. Su arte es muy bello y variado, impregnado de las ideas mítico-religiosas que aparecen en todas las circunstancias de su vida. Las estatuillas dogón son representaciones de los espíritus de sus antepasados y, en la mayoría de los casos, retratan escenas vinculadas a mitos o bien los quehaceres de la vida cotidiana; son composiciones de estilo rectilíneo en las que se busca más una distribución equilibrada del los volúmenes que la ejecución del detalle (Cortés López, 2001: 335-39). 3. El personaje femenino de la adivina en la novela Things Fall Apart (Achebe, 1958) es la máxima representante del mundo espiritual en su entor no. Se la respeta y se la teme por igual y su poder es indiscutible en su sociedad. Del mismo modo, en las obras de Flora Nwapa encontramos ejemplos de mujeres que poseen vínculos especiales con el más allá, lo que les confiere un papel destacado y poderoso dentro de sus comunidades.

4.Este pueblo, de millón y medio de miembros, vive en Sudán, a ambos lados del Nilo. Ellos prefieren denominarse a sí mismos con el nombre de Nath. Viven fundamentalmente de la ganadería aunque, en la época de lluvias, también cultivan los campos. Cada cinco o diez años cambian la ubicación de los poblados, cuando el suelo y los pastos se han agotado (Cortés López, 2001: 398-99). 5.Con más de 18 millones de miembros los Ibo constituyen el tercer grupo étnico de Nigeria (17% de la población total). Dado su gran número, practican gran variedad de oficios pero entre ellos destaca el comercio. Viven preferentemente en las regiones nororientales del delta del Níger. La colonización inglesa, mediante sus escuelas de misión, les puso en contacto con la cultura occidental lo cual, con el paso del tiempo, les convirtió en importantes ciudadanos y esto trajo consigo la animadversión de otros grupos étnicos, en especial los Hausas musulmanes del norte (Cortés López, 2001: 117-122). 6. Las sociedades africanas son más proclives que las europeas a aceptar que el género puede ser situacional y cambiar en diferentes momentos del ciclo vital (tías paternas que en algunas circunstancias gozan de estatus masculino o el caso de las female husbands que aquí nos ocupa) o incluso que el género puede ser simultáneamente masculino y femenino. Esta habilidad de conciliar los opuestos en la visón del mundo africana no solo se aplica al género sino que también tiene lugar entre los conceptos vida/muerte, ya que una actividad puede ser simultáneamente dadora de vida y relacionada con la muerte, en una visión del mundo donde las fronteras son permeables (Herbert, 1993: 220). 7.La idea de que aquellas mujeres que se apartan de la norma, al desafiar la tradición que se supone deben adoptar y en la cual están inmersas, son socialmente condenadas pero, a la vez, son las que hacen el avance posible y en ocasiones incluso propician cambios en las relaciones de poder entre los géneros, se desarrolla de manera muy interesante en el artículo de Hodgson y McCurdy (1996) así como en los artículos del libro editado por estos mismos autores en el 2001.

Lo lejano y lo bello. Feminismos y maternidades africanas a través de su literatura, de Bibian Pérez Ruiz aparece este mes cía (Editorial Fundamentos, 2012) Quimera 49


Fernando Chuí

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Los otros Un cuento inédito de Edmundo Paz Soldán

A la memoria de Ph. K. Fran se encontraba en su cuarto cuando escuchó a su mamá llamándolo a gritos a almorzar. Suspiró: hubiese querido quedarse en esa luminosa habitación, continuar recreando, tirado en el piso con sus ejércitos de plomo, la batalla de las Termópilas. Le había tomado unos meses informarse de los pormenores de la batalla y proveerse de los mapas adecuados. Había estado encerrado allí toda la mañana, no había ido al colegio pretextando un resfrío; y era la libertad estar en sus pijamas azules y perderse en su mundo de juegos de estrategia, soldados que caían, generales que vacilaban, columnas en formación que incendiaban villorrios. Intentó ignorar los gritos, pero no por mucho rato. Cuando lo llamó su papá, debió bajar, cabizbajo, fingiendo tener la nariz congestionada para que no lo enviaran al colegio. Todavía en pijamas el jovencito. Seguro con tus soldados, ya no estás en edad. Algún día los haré desaparecer. Sentado en la mesa, papá hacía el crucigrama. Acababa de llegar de la oficina, no se había sacado la corbata. Me duele todo, papi. La nariz, la garganta. Cómo puedes tener un resfrío con este calor. Búscate una mejor excusa y charlamos. Escritor norteamericano de ciencia ficción, cuatro letras. En serio, anoche dormí con la ventana abierta y en la madrugada hizo mu cho frío. No tengo idea, no sé de escritores. Igual, con ventana abierta o cerrada, no es motivo. A tu edad trabajaba a partir de las cinco de la mañana. Pero cuando uno tiene todo, se malcría. Había escuchado hasta cansarse el relato de la adolescencia sacrificada de papá, cómo el abuelo lo hacía levantarse temprano para que se hiciera cargo de los hornos en la panadería. Decía que hubiera querido criar así a sus hijos, pero su mujer se lo había impedido, consintiéndolos desde pequeños. Mamá se sentó a la mesa. Cómo te fue en el trabajo, preguntó. La respuesta fue un gruñido. Hubo otras preguntas, hubo otros gruñidos. El segundero en el reloj del comedor

se movía con parsimonia, el minutero permanecía inmóvil como una espada en desuso. Fran estaba ahí, pero no estaba. Escuchaba a sus papás, pero no los escuchaba. La sopa de pollo la sentía insípida. O acaso había comenzado a creer de verdad en su resfrío. Esta tarde saldré temprano, decía su papá, que se estaba dejando crecer las patillas y tenía una expresión algo anacrónica, de guitarrista de banda de rock en los cincuenta. Voy al dentista. Las palabras lentas, las sílabas mordidas. Voy. Al. Den. Tis. Ta. Creí que habías ido ya la anterior semana, dijo su mujer sin verlo, con ese tono incrédulo que usaba ante cualquier plan de su marido. Sus lentes gruesos y su piel descuidada —archipiélagos de manchas negras en el cuello y las manos— la hacían ver más vieja de lo que era. Me sigue doliendo. Parece que me la tendrán que sacar. Papá partió el pan, y en ese momento Fran notó algo raro. Quizás era la forma en que había agarrado el pan, con la mano izquierda, él que era derecho. Continuó con la sopa, mirándolo de reojo. El ralo bigote, las ojeras que delataban las noches de póker. Fran tuvo la intuición, primero, y la certeza, después. Papá era él, y sin embargo no era él. Alguien lo reemplazaba, alguien aparentaba decir sus palabras con el mismo tono agobiado por la vida, y trataba de imitar su inimitable mirada sin lustre. ¿Mamá se habría dado cuenta de ello? Papá se levantó de la mesa y se dirigió a la cocina. Mamá, susurró Fran. ¿Qué? Papá… Se armó de valor para terminar la frase. No es el mismo. Papá no es papá. Yo también lo he notado. Hace mucho que no es el mismo. Tanto trabajo cambia a la gente. No me refería a eso, mamá. Papá… es otro. Eso también decía tu hermano cuando llegó a la adolescencia. Por eso aprovechó el menor descuido para mandarse a mudar. Para eso los criamos, para que algún día levanten vuelo. Todos los hijos son ingratos. Papá puso una cubeta de hielo sobre la mesa y regresó a su Quimera 51


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silla. Miró a Fran, y éste vio por un segundo un rostro de horror, como una máscara de plastilina que acabara de ser estrujada. Gritó, y saltó de la mesa y se dirigió corriendo a su cuarto. Papá y mamá se miraron. ¿Qué diablos le pasa esta vez? Yo levanto las manos, dijo ella. A ver si lo puedes poner en vereda. Ella siguió comiendo. El tiró una servilleta al suelo y subió las escaleras a grandes trancos, acompañado por el crujido de la madera. Tocó la puerta del cuarto de Fran. Fran escuchó los golpes como si fueran el anuncio de algo siniestro. Se puso rápidamente unos jeans sobre el pantalón del pijama. Escuchó los ladridos de Springsteen, el malhumorado boxer del vecino, y a lo lejos las campanadas de la iglesia. Escondió a sus soldados de plomo bajo la cama, abrió la ventana y, agarrándose del reborde, se dejó caer al jardín. Esperó a Eric y Joaquín a la salida del colegio, en el kiosko de la plazuela donde solían encontrarse los recreos. Bajo un jacarandá que dejaba llover flores sin cesar, les contó, agitado, lo que ocurría. Así que tu papá no es tu papá, dijo Joaquín, el rostro incapaz de contener la proliferación de pecas. No te entiendo. Y qué vida la tuya. Te olvidaste de cambiarte la camisa del pijama. Está hablando en metáforas, dijo Eric, que usaba lentes con montura de carey y tenía los incisivos salidos. El que no siente de vez en cuando que sus papás no son sus papás, que levante la mano. Todos tenemos que desconocerlos a veces. Fran volvió a contarles todo. Daba pasos inquietos de un lado a otro, estrujaba las manos sin descanso. El sol se había instalado en el corazón del cielo, y caía como una plomada sobre la ciudad de calles vacías a la hora de la siesta. Al final, moviendo la cabeza y entre bromas, aceptaron acompañarlo de regreso a casa. Eran diez cuadras. Las cosas que uno hace por los amigos, dijo Joaquín. Tienes que dejar la bayer, dijo Eric. Saben que no tomo ni cerveza, dijo Fran. ¿Y aquella vez, viendo Tom y Jerry? La primera y la última. Llegaron y entraron con sigilo por el jardín. Springsteen volvió a la carga con sus ladridos. Se acercaron a la ventana al costado derecho. El papá de Fran leía el periódico sentado en el sofá de la sala, como si nada hubiera ocurrido. No veo nada raro, dijo Eric. Tu papá parece el mismo de siempre. Esperen, esperen. Pasó un minuto. Fran, de pronto, comenzó a enumerar las sutiles diferencias entre su papá y el que creía un impostor: la forma en que agarraba el periódico y pasaba las páginas, la manera en que doblaba una pierna sobre la otra, el ángulo en que caía un mechón de pelo negro sobre 52 Quimera

la frente. Logró que la duda se instalara en Joaquín; Eric permanecía escéptico. Mucha televisión, dijo, pasando un trapo por los vidrios de los anteojos. Yo me voy, si quieren quédense ustedes. Parece un juego, encuentre los siete errores. En ese momento, apareció la mamá de Fran; se acercó a su marido, le dio un vaso de limonada con hielo, y desapareció rumbo a la cocina. Ni se te ocurra moverte, le dijo Fran a Eric. Mi mamá corre peligro. Está allí adentro con un extraño. Quién sabe, robará la casa y la matará. Tendrás eso en tu conciencia. Quizás tu papá declaró contra la mafia, dijo Joaquín, y lo metieron en un programa de protección de testigos, y trajeron a un actor para que lo reemplace. De por ahí es un clon, dijo Eric. ¿No han visto esa mala película de Schwarzenegger? No se hagan la burla, dijo Fran. Había que hacer algo. ¿Qué? Los soldaditos de plomo debían cobrar vida; podría ordenarles que marcharan hacia la sala y atacaran al extraño. No debía imaginar tonterías. Springsteen lo estaba poniendo más nervioso aún, qué manera de ladrar, un día de estos le daría pan con vidrio molido. Joaquín sugirió entrar por la puerta de la cocina. Lo atacamos entre los tres, lo amordazamos y llamamos a la policía. Eric dijo esas cosas sólo se le pueden ocurrir a Joaquín. Amordazamos, qué palabrita. Te pasa por ver tanta televisión. Como si fuera coser y cantar. Mi papá es fuerte, dijo Fran con algo de orgullo; hace mucho que no va al gimnasio, pero igual se conserva bien. Eric sugirió que podía ir corriendo a su casa y traer un revólver, sabía dónde estaba el de su papi. ¿No que no creías? Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor. El tono de Eric era de falsa solemnidad, se dijo Fran, como cuando declamaba en las clases de literatura. No es momento para bromas. Se preguntó cómo siendo los tres tan diferentes habían terminado de mejores amigos. Acaso cada uno, a su modo, no terminaba de encontrarse en el mundillo adolescente del colegio, hecho de seres que jugaban a ser hombres en base a violencia y morbo sexual. Acaso había una explicación más práctica: a los once años, los tres habían descubierto que les fascinaba el fútbol en tapitas, y durante dos años se habían reunido casi todos los sábados por la tarde, en la sala de juegos de Joaquín, a jugarlo sobre una frazada gris que Eric había robado de su casa. Fran volvió a observar al extraño que hacía el crucigrama del periódico y recordó con nostalgia a su papá; a duras penas aguantó las lágrimas. Quizás el impostor lo había asesinado, y había tirado el cadáver al río con una piedra maciza amarrada a los pies. No volvería a verlo más. Era cierto, no se llevaban bien, papá era tan


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hosco, tan poco dado a muestras de cariño. No había sido siempre así. Fue él el que le regaló los primeros soldaditos de plomo, a manera de sobornarlo para que fuera al colegio esa primera, traumática, lluviosa semana. Con él fue de niño al estadio todos los domingos, a ver mediocres partidos de fútbol. En el entretiempo, comían sandwiches de carne con chorrellana. Esos días no volverían. Después de una breve discusión, acordaron ir juntos a casa de Eric. Irían en micro, sería más rápido. Fueron corriendo a la parada, a una cuadra y media. A lo lejos, se volvieron a escuchar las campanas de la iglesia.

“Tocó la puerta del cuarto de Fran. Fran escuchó los golpes como si fueran el anuncio de algo siniestro. Se puso rápidamente unos jeans sobre el pantalón del pijama. Escuchó los ladridos de Springsteen, el malhumorado boxer del vecino, y a lo lejos las campanadas de la iglesia. Escondió a sus soldados de plomo bajo la cama, abrió la ventana y, agarrándose del reborde, se dejó caer al jardín.” Fran deseaba que el micro avanzara más rápido. El chofer escuchaba música clásica y paraba en cada esquina; el bus se iba llenando de gente: oficinistas gesticulantes, colegiales de mala traza, secretarias sin sonrisas. ¿De dónde salía tanta gente? Sus amigos charlaban en el asiento delantero y lo miraban de reojo. Acaso lo creían un ser patético y sólo le estaban siguiendo la corriente. Era difícil culparlos, después de todo. Ellos no habían sentido lo que él a la hora del almuerzo, al ver que detrás de la cara tran-

quila de papá se escondía una cara de horror, y que la máscara caía apenas un segundo para revelarle a él la verdad, si tenía los ojos para verla. La había visto, y por eso se había salvado; mamá no, y por eso, si seguían demorándose, la aguardaba un fin atroz. Nos bajamos en la próxima esquina, dijo Eric abriendo la boca más de la cuenta, mostrándole sus dientes amarillentos. Y Fran, de pronto, comprendió todo. Por eso Eric había querido ir solo a traer el revólver. Y todo su escepticismo había sido una actuación. Porque el Eric que conocía no tenía todos los dientes amarillentos; un molar en el lado superior izquierdo era negro, gracias a un puente que le habían puesto hacía un par de años. No podía estar equivocado, lo veía todos los días en el colegio. Eric se levantó de su asiento, Joaquín hizo lo propio. Fran notó que Joaquín se levantaba dando primero un paso hacia adelante con el pie derecho, y no con el izquierdo, como recordaba que lo hacía, como creía recordar que lo hacía. ¿Vienes o qué?, preguntó Eric. Ese timbre de voz no era el de Eric. Una ligera diferencia, pero la suficiente para su oído aguzado. Momentos antes no se había dado cuenta de ello. La rutina de la realidad era tan fuerte que a veces era imposible notar cambios leves, trastornos en el orden de las cosas. Ahora sí, Fran estaba seguro de que, como su papá, Eric y Joaquín eran otros, unos impostores. Se aferró al reborde metálico del asiento delantero, trató de ganar unos segundos mientras discurría su próxima movida. Miró al chofer, a las secretarias, a los oficinistas, a los colegiales en torno suyo. Sospechó con pavor que todos eran otros. En la ventana se apoyaban las montañas en el oeste, teñidas de un resplandor entre púrpura y anaranjado. Fran se dió la vuelta y corrió hacia la puerta trasera; el micro se hallaba todavía en movimiento; sal tó y cayó pesadamente, golpeándose contra el pavimento. El micro se detuvo. Fran se incorporó a du ras penas. Dio unos pasos vacilantes, luego co men zó a correr antes de que la gente descendiera del micro. Le dolía todo el cuerpo, pero aún así siguió corriendo. Sentía que lo seguían, creía sentir que lo seguían; percibía el golpeteo apurado de unos pasos en el pavimento de la calle. No volteó la cabeza para mirar si era así. Con la respiración acezante, se dijo que debía llegar al lugar al que habían llevado a todos los que estaban en la ciudad antes de que llegaran los otros. O al lugar al que se habían fugado todos los que estaban en la ciudad antes de que llegaran los otros. No sabía dónde se hallaba ese lugar, pero estaba seguro de que existía. Cruzó un puente. Debía seguir corriendo. ■ Quimera 53


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EL QUIRÓFANO ® Visión parcial tramos una escena delatadora de la pasión de HK por el petardeo y por el poder: en pleno esplendor, Kissinger coincide con Sinatra en un restaurante. El líder del Rat Pack se queja de que se le relacione con la mafia cuando, dice, Hace muy pocas décadas, Henry Kissin- no tiene vinculación alguna con la cosa ger poseía, sin apenas competencia, el nostra. HK se muestra decepcionado: título de hombre más inteligente y ta- es una pena, Frank, necesito a alguien lentoso del planeta. Nadie rivalizaba que me proteja de mis enemigos. con él en las artes de la diplomacia y El tiempo ha suavizado tan particular era, por si fuera poco, el mayor promo- perspectiva y, si bien nadie duda la intetor del fútbol en los Estados Unidos. Si ligencia y la habilidad comercial del Sr. no hubiera nacido fuera de la tiera de la Kissinger, muchos cuestionan sus métolibertad (llegó al mundo en la Alemania dos. Más aún, muchos consideran que prenazi) habría alcanzado con soltura la debería haber seguido a Pinochet en los Casa Blanca. Kissinger, además, apor- estrados de la justicia internacional. Que, taba el imprescindible peso europeo a la en consecuencia, debería pasar sus últivulgaridad americana. Porque en aque- mos años de vida en una celda de La llos días, en los tiempos de Bergman y Haya. Quienes le defienden –lo que reSartre, Europa seguía siendo el centro sulta complicado, dada su expeditiva de la intelectualidad planetaria y los actuación en Camboya o en la operagringos aún sufrían un considerable ción Cóndor que devastó Sudamérica– complejo de inferioridad. Sí, aunque les afirman la necesaria contextualización resulte increíble, nos consideraban su- de sus actos. El mundo se encontraba en periores (bueno, a los franceses, noso- el límite de la guerra nuclear, eran tiemtros éramos incluso más inexistentes pos de decisiones difíciles. que ahora). Por otro lado, pese a sus evidentes desmaAsí lo creía una estimable mayoría de la nes, fue uno de los responsables del restasociedad occidental. Kissinger provoca- blecimiento de relaciones diplomáticas ba una doble envidia: además de ser entre China y Estados Unidos y ha manuno de los hombres con mayor poder tenido durante décadas, en ese extraño fiejecutivo del planeta, era un bon vivant, lo entre lo público y lo privado que caracconspicuo miembro de la jet set neoyor- teriza a los exmandatarios, su vinculación quina e infatigable seductor. Y lo ha con el gigante asiático. Sin duda, es una seguido siendo, pese a su edad. No en de las personas más idóneas para escribir vano China está dedicada al diseñador este libro. Lo que nadie podrá negar a Óscar de la Renta y a su esposa, la en - Henry Kissinger es su capacidad de tracantadora –supongo– Anette de la Ren- bajo. Su labor en China, pese a la reconota. En sus mejores días era una mezcla cida contribución de un amplio equipo de su amado jefe (Richard Nixon) y académico, resulta admirable para un Warren Beatty. En The Trials of Henry hombre de su avanzada edad. Kissinger, el espléndido documental del Kissinger no utiliza su último libro para añorado Christopher Hitchens, encon- pedir disculpas, pero sí emplea esta apro-

china henry Kissinger Debate. Barcelona, 2012. 26,90 págs.

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ximación –tan interesante como parcial– a la inmensa historia china para justificar su peculiar perspectiva de la política, marcada por un innegable amor al poder por el poder. HK es un hombre de resultados, de fines, sean cuales sean los medios utilizados. Dos de los hombres que de manera más brutal –y eficaz– han manejado la correlación entre medios y fines son Mao y Stalin. Mantuvieron el poder hasta la muerte y, además, cambiaron para siempre el rostro de sus respectivos imperios. Ni siquiera durante su agonía sus súbditos osaron contradecirles y consiguieron que millones y millones de compatriotas aún inclinen la coronilla frente a sus sepulcros. Por eso, aunque no lo manifieste con nitidez y mencione –con desgana– su repulsa ante sus crímenes, les admira y, en consecuencia, les otorga el título de grandes estrategas. Como parece obvio, considera que los


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derechos humanos, y en eso los tiempos parecen darle la razón, son solo un factor más dentro del análisis, no una cuestión determinante. Tal fascinación por el absoluto proviene de una mezcla infernal entre la cultura mittleuropea de los años 30 y el darwinista capitalismo estadounidense. Sin remontarnos tantas décadas: apoya ciegamente a Deng Xiaoping, incluso en el ámbito personal, pese a su apoyo a los criminales jemeres rojos. Lo hace porque Deng definió el camino del actual capitalismo. Que los jemeres mataran a millones de camboyanos no parece importar: la decisión de su amigo Deng –el del gato negro, gato blanco y los ratones– cambió el curso de la historia. La mirada de HK encuentra justificaciones en todos los rincones. Por ejemplo, de ese dechado de bondad llamado Jimmy Carter, quien, reflejando cien por cien el pensamiento de nuestro autor, dijo: “Los líderes no pueden escoger las opciones que les ofrece la historia y mucho menos que sean inequívocas”. Podría establecerse cierto paralelismo entre Kissinger y el insigne Giulio Andreotti: el mal, muchas veces, es el único camino que conduce hasta el bien. La fluidez narrativa de China crece cuanto mejores y más interesantes son sus protagonistas. Kissinger trata como héroes trágicos a sus favoritos y demuestra una insólita calidad novelesca. El ejemplo más obvio es Mao Zedong, quien, pese –o gracias– a sus setenta millones de víctimas provoca en nuestro autor placeres casi onanistas. De hecho le define con calificativos que podrían aplicarse, sin muchos cambios, a un dios griego: “dominante, con una influencia arrolladora, inflexible y distante, poeta y guerrero, profeta y destructor”. Es

decir, China gana vigor cuando el narrador se enfrenta a Mao, a Zhou Enlai –el hábil superviviente, que fue primer ministro de Mao durante todas sus décadas de gobierno– o, en menor medida, a Deng Xiaoping, y pierde fuerza cuando aborda personajes que que considera menos dignos de su admiración, como los reformistas de los últimos periodos. Porque a Kissinger, como he indicado, le fascinan los hombres cuya voluntad de hierro es capaz de modificar el sentido de la historia. Por otro lado, Kisssinger posee los valores de su tierra adoptiva: quiere vender y sabe cómo hacerlo. No se pierde en vericuetos y matices propios de historiadores o analistas y mantiene la amenidad. Per mite que conozcamos mejor a un país asombroso, omnipresente en nuestras vidas. Porque en sus inmensas factorías se fabrican nuestras ropas, nuestros televisores, todo lo que nos rodea. Su conclusión debería hacer temblar a una Europa condenada, sin que sea siquiera citada, a la mediocridad: “Qué mejor culminación si, cuarenta años después, Estados Unidos y China pudieran aunar esfuerzos, no para hacer temblar el mundo, sino para levantarlo.” También incluye un modesto manual de diplomacia y de psicología oriental que nos ayuda a comprender la peculiar lógica oriental, su distinto sentido del tiempo y la estrategia, aunque sea mediante una explicación fácil, digna de un libro de autoayuda y demasiado centrada en Sun Tzu (autor sobradamente conocido en España porque D. Emilio Botín afirmó que su El Arte de la Guerra es su libro de cabecera). Sin embargo falla –¡ay, la vanidad, que a nadie olvida!– cuando se concede demasiada importancia, quebrando el tempo con el detalle de nego-

ciaciones menores y, sin embargo, minimizando la progresión de la importantísima Revolución Cultural. No siempre le ocurre: la descripción del proceso de restablecimiento de relaciones con China y la propia narración de su relación con Nixon es tan sobria como eficaz. Kissinger guarda golpes para todos: también evidencia la miopía de la izquierda europea, que apoyó la Revolución Cultural y, en un acto de encubierto racismo, menospreció la muerte de millones de hombres y mujeres, convirtiendo a Mao en una especie de icono pop. También nos enfrenta a nuestras propias contradicciones: Bien, apoyamos a los rebeldes de Tiannamen y repudiamos la represión que sufrieron pero, ¿qué habríamos hecho con una China anárquica, desestructurada? ¿Qué coste habría tenido pa ra nuestro preciado bienestar? Sus matices respecto de este tema y su contextualización reflejan, más que cualquier otro capítulo, su actitud frente al Chile de Allende: “En Tiannamen los líderes chinos habían optado por la estabilidad económica.” China, en suma, permite una aproximación tan interesante como parcial a un país que, lo queramos o no, nos importa, cuya filosofía tal vez pueda resumirse en este largo aforismo del amado camarada –no solo por Kissinger, también por nuestro Felipe González– Deng Xiaoping: “Observemos atentamente; aseguremos nuestro puesto; enfrentémonos a las cuestiones; disimulemos nuestra capacidad y aguardemos la oportunidad; intentemos pasar desapercibidos y no reivindiquemos nunca el liderazgo.”

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EL QUIRÓFANO ® Monolitos extraños de un tiempo desconocido Locus soLus Raymond Roussel Trad. de Marcelo Cohen. Capitan Swing. Madrid 2012. 457 págs.

a Roussel (Martial) pasaría a denominar al protagonista de la obra que nos ocupa, un científico soltero y bienestante que, recluido en su enorme finca, se dedica sin descanso a la creación de máquinas fantásticas y rigurosamente inútiLos agudos e iluminadores paratextos les. Más allá de las eventualidades bio incluidos en la cuidadísima edición de gráficas rastreables (la herencia que reciLocus Solus a cargo de Capitán Swing tes- bió Roussel, su soledad desahogada en timonian no solo la influencia de Ray- la villa de Neuilly, la dedicación compulmond Roussel (París, 1877-Palermo, 1933) siva a lo literario aparejada al desdén absobre diversas generaciones de sus com- soluto por las circunstancias materiales y patriotas literarios sino, en última ins- ambientales), hablar del rigor de la cientancia, su lugar intransferible y huidizo, cia aplicado al cultivo radical del arte por lo correoso de su obra ante los intentos el arte podría servir como aproximación taxonómicos y su esencial y todavía in- tentativa a su producción. cólume inaprensibilidad, además de per- Locus Solus vulnera, con olímpico desmitirnos un sucinto repaso a la transfor- precio, numerosas convenciones narramación de las categorías críticas y preo- tivas: el arranque y la conclusión son cupaciones epistemológicas en el marco escasos y bruscos; los personajes carede la teoría francesa y exhibir a un pu- cen de relieve psicológico o perspectiva ñado de mentes brillantes tratando, en moral y se convierten en mero vehículo; vano, de esclarecer el misterio por la vía la estructura, que funciona por yuxtade alinear a Roussel con sus propios pre- posición (de episodios) y reiteración (de supuestos. Si para el surrealista y esotéri- procedimientos) –además de mediante co Breton su obra toda esconde un men- un uso vertiginoso de la myse en abîme– es saje de índole alquímica, y para Foucault extremadamente mecánica; el estilo, géy compañía el centro de su poética está lido, impersonal y constativo, se ve redestinado a revelar el hiato entre el sig- ducido al grado cero. En medio, sin emnificado y unos significantes que no se bargo, la creatividad desbordante del designan sino a sí mismos, arboreciendo autor nos hipnotiza con su exhibición según lógicas privadas, no parece casual de maravillas, y con una proliferación que el nouveauromanesco Alain Robbe- desbordante de relatos mítico-legendaGrillet insista en la descripción exhausti- rios o cercanos a los géneros más popuva de unas superficies que nada ocultan lares y codificados (aventuras, misterio): o que Michel Leiris, renovador de lo au - el resultado, paradójicamente, es tan tobiográfico, ponga a punto este tipo de exuberante como despojado. En cierto crítica leyendo la apuesta autorial por la modo Locus Solus puede leerse como un imaginación como reflejo de la necesi- eslabón singular e independiente en la dad de alumbrar un mundo autónomo cadena de la literatura popular más noen el que no sentirse aislado y extranje- ble, unas Mil y una noches de los albores ro. Aproximación, esta última, que no se de la ciencia y la tecnología modernas. antoja descabellada si recordamos que el Un mecanismo de precisión erigido nombre con el que su psiquiatra trataba sobre una combinación de positivismo y 72 Quimera

fantasía aliados en proporciones imposibles de determinar: si en primer término Roussel siempre nos descoloca describiendo con detalle inevitablemente falaz el funcionamiento de ingenios que no alcanzamos a comprender (para lo que emplea el léxico especializado como máscara o cascarón vacío), en el segundo acto nos ofrece una explicación iluminadora y pretendidamente rigurosa que en realidad pertenece por derecho propio a los terrenos de la fabulación: es a partir de este continuum que la narración avanza. El enésimo intento fallido de asaltar el castillo rousseliano (este) termina suscitando una analogía tan evidente como adecuada: Locus Solus y el resto de su producción aparecen, al fin, como nada más que las máquinas solteras (únicas y excepcionales) del Canterel escritor, Raymond Roussel, a día de hoy aún tan seductoras como frustrantes: monolitos extraños de un tiempo desconocido.

MaRc GaRcía


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EL QUIRÓFANO ® La muerte es un anacronismo Los inmoRtaLes manuel Vilas Alfaguara. Madrid, 2012. 218 págs.

mosos hecho posible gracias a la inmortalidad, la aparición de avatares homónimos del autor y la inclusión de fotos. Cervantes entrevista a Robespierre y a Kafka, como él inmortales, poco antes de que mueran; Virgilio y Lorca se toman unas “La gente se muere. Es una costumbre vacaciones del Purgatorio y se materialhumana muy arraigada”. Esta constata- izan en los cuerpos de un negro y un ción lacónica revela el carácter tan escan- chino; el papa Juan Pablo II y la Madre daloso como paradójico de la condición Teresa, alias Ponti y Mother T, se pasean humana: la muerte es nuestro destino ine - en un coche fantástico que contiene un vitable e inadmisible, pero hay que haber Aleph, la pantalla Santo Grial, en que ven muerto para volverse inmortal. Cervan- simultáneamente todos los conciertos de tes, Virgilio, García Lorca lo son, Hitler y rock, entre muchas otras cosas, y comStalin también: el recuerdo de sus obras prenden que “el Universo es una broma los hace sobrevivir a sus muertes, sin dis- infinita” de Dios; y el Arcángel San Gacriminación moralizante. Sin embargo, briel, en su viaje intergaláctico hacia el ¿cuán eterna puede ser una inmortalidad planeta Tierra, se hace fan de los Sex Pisque depende de la siempre imperfecta tols, pero llegará tarde para encontrarlos memoria de los vivos? Llegó a nuestros aún vivos. ¿Podemos tomar en serio tal días el nombre de Eróstrates por la infa- derroche imaginativo sin correr el riesgo mia de haber quemado el templo de de hacer el ridículo? Parece haber un Éfeso, pero se perdió para siempre en la grano de verdad en los excesos más innoche del olvido cómo se llamaron los ar- verosímiles de esta novela, como si llevara quitectos de Teotihuacán. ¿Qué quedará a su evolución más descabellada un pode toda nuestra cultura en un lejanísimo tencial que existe en germen en las extravfuturo? ¿Cómo verán los vestigios de la agancias y aberraciones de nuestra realiTierra los arqueólogos de la Galaxia Sha- dad contemporánea. Cuando Vilas cuenkespeare en el año 22011 si encontraran ta la venganza de Moctezuma en forma un manuscrito titulado Los inmortales que de la islamización de América liderada les hablara de una época en que la inmor- por el profeta Hugo Chávez y apoyada talidad ya no era un anhelo del alma y por los narcos mexicanos tanto como por todavía no un hecho biológico, sino una los peronistas argentinos —las mujeres de fantasmagoría “cómica y grotesca y digna los primeros se vestirán de burkas, y los de parodia e incluso indeseable”? segundos le pondrán uno a todas las fotos Como en sus dos novelas anteriores, de Evita—, por supuesto lleva ad absurdum España (2008) y Aire nuestro (2009), Manuel la islamofobia occidental como también la Vilas (Barbastro, 1962) parte en Los inmor- obsesión de los latinoamericanistas a ultales de una fantasía futurológica y nos tranza por cortar radicalmente sus nexos brinda una serie de relatos sin enlace ar- culturales con Europa y EE.UU., pero gumental, pero caracterizados todos por también es verdad que algunas comuni una imaginación desbordante, el anacro- dades indígenas mexicanas, p. ej. grupos nismo de los encuentros de personajes fa - de la etnia tzotzil en Chiapas, de hecho se

han convertido al Islam. Si leemos que “Francisco Franco fue, en términos de realismo histórico, el verdadero fundador de la democracia”, pensamos en las recientes polémicas que suscitó el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia. Y en las andanzas de Ponti y Mother T se refleja, de cierta manera, como en un espejo cóncavo del Callejón del Gato, algo de la España en que “los obispos florecen como ensaladas”. Una España que es como una visión simultánea y mezclada de Los lunes al sol y El día de la bestia. ¿Qué es Los inmortales? ¿Un esperpento poético? ¿Un panóptico absurdo? ¿Una sátira irreverente y nihilista? ¿Una macedonia posmoderna? ¿Una inmensa tomadura de pelo? Quizás todo eso y mucho más, pero sin duda uno de los libros más inteligentemente cómicos que he leído en los últimos años.

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EL QUIRÓFANO ® Una mujer viene al mundo la señora McGill el viaje es el descubrimiento del mundo, de un planeta divertidísimo, pese a reducirse al interior de los Estados Unidos, mientras que para el lector lo que cuenta es pasar un par de Al calor de la clásica novela itinerante, horas entretenido. Sería algo así como la de la tradición picaresca, Christopher defensa de un hedonismo de andar por Morley (Haverford, Pensilvania, 1890- Iowa: “Cuando rememoro la experien1957) escribe esta obra, La librería ambu- cia me parece un poco alocada, pero a lante, con más facilidad que potencia. Se la vez llena de un aura casi evangélica. trata de una obra sencilla, de desarrollo Pensé que si mi propósito era vender y prosa ágil, con una estructura lineal, libros también era necesario que me di diseñada para leerse en dos noches, virtiera haciéndolo”. Esa es la confesión mientras uno espera a que el calor del de la señora McGill, la narradora de su sueño le cierre los ojos y le mande al país historia. de los absurdos. Uno abre la novela pen- Pero de La librería ambulante pueden exsando que se va a encontrar una narra- traerse otras conclusiones mucho más ción que le debe algo a Tom Jones, o que satisfactorias. Está, por ejemplo, ese va a ser un antecedente de los road mo - planteamiento de fondo propio de las vies tipo Thelma y Louise, y sin embargo novelas de iniciación, esa idea de que se encuentra con algo mucho menos uno aprende caminando. También le gracioso que el primero y mucho más yendo, pero sobre todo caminando. De desenfadado que la película de Ridley ahí que el ambiente comulgue de la ruta Scott. Se trata del relato de un trozo de y comulgue del mundo del libro. Lo cual vida de una mujer de cuarenta años, da pie a una nueva reflexión sobre la neHelen McGill, que, empujada por la cesidad del movimiento frente a la necenecesidad de no introducir cambios en sidad de echar raíces, opción, esta últisu vida, emprende un viaje de un mes en ma, que parece la favorita de la protaun carro que transporta una librería y gonista y también de Morley. Aun así, se un hogar de campamento. Durante el deja traslucir la idea de lo contradictorio trayecto, le acompañará el antiguo pro- que es el ser humano. Aunque la conpietario del negocio, Roger Mifflin, una clusión no deja de ser un tanto consermula y un chucho que no sirve ni siquie- vadora: tras emprender una etapa de su ra para ladrar a la luna. A lo largo de su vida que la va a transformar, la señora escapada, se sucederán una serie de en - McGill opta por regresar al hogar. A los cuentros y aventuras que tienen más de cuarenta años huye, sin saberlo, de todo vulgar que de gracioso, excepto por al- lo que le pesa, de esa educación reaccioguna de las salidas de pata de banco con naria que se le impuso, que la transforque nos sacude el señor Mifflin, un mó en una mujer gordita que sacrificaexperto caradura, un veterano del cam- ba la propia existencia para cocinar pasbalache, del ilusionismo verbal. Con es - teles de carne que devorara su hermatos mimbres, Morley teje una novela no, el artista de la familia. El mundo que en la que, a primera vista, lo único rural americano se presenta como un que importa es pasárselo bien. Ese pare- entorno mediocre, pero termina impoce ser el primer mensaje de la obra: para niéndose como un entorno acogedor.

La LibReRía ambuLante christopher morley Trad. de Juan Sebastián Cárdenas Periférica. Cáceres, 2012. 182 págs.

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Hay una idea latente, a punto de explotar en alguna ocasión de la novela, relacionada con la liberación de la mujer, como, por ejemplo, cuando se denuncia la falta de autonomía doméstica del hombre y, por encima de todo, cuando se descubre el amor. Pero también hay un mensaje demasiado conservador en la idea final de compromiso matrimonial, una imposición como una verdad pura que se impone hasta en el espíritu del que ha sido el maestro en el arte de vivir. O bien esa es la idea que maneja el autor, o nos engaña con un entretenido juego de autosecuestros y provocación intencionada del síndrome de Estocolmo. Pero esta representación parece alejada de sus intenciones. Posiblemente se trata de una obra más pensada para los votantes del partido Republicano que para gratificar a las mujeres que reclamaban un poco de dignidad. RicaRdo MaRtínez LLoRca


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EL QUIRÓFANO ® Nostalgia eterna como ideal poético La niña de La coLina Felipe sérvulo In-Verso Ediciones. Barcelona, 2012. 62 págs.

silencios.blogspot.com.es/–, en el que da fe de su afición al coleccionismo fotográfico, así parece sugerirlo. Si bien de modo diferente, la escritura del poeta bebe como la de Winfried Georg Sebald o Un regalo este nuevo poemario de Felipe Alexander Kluge en otros géneros literaSérvulo y también la noticia de la crea- rios, de lo que Barthes ha llamado el ción del nuevo sello editorial que lo pu- punctum de una fotografía, de aquel detablica, que dirige Amalia Sanchís, dedica- lle que atrae la atención de quien la condo exclusivamente al género. La inten- templa en una clave íntima y personal, ción de Sanchís de dar acogida en in- que deviene algo proustiano: “Percibo el Verso a la poesía de calidad se cumple cansancio en tu mirada / y tus párpados con el primer poemario que publica, el llevan/el íntimo secreto de tantos doúltimo de Felipe Sérvulo, La niña de la coli- mingos/domados por la vida” (Son como na, que, siguiendo su habitual trayecto- la propia floración), “En tu pequeño escritoria, mantiene el listón al nivel al que nos rio/encuentro fotos oscurecidas// Parecen fotos de muertos/[…] // Tantos ojos tiene acostumbrados. La de Sérvulo es sin duda poesía amoro- que me observan // Yo les aparto la misa. Sin embargo el epíteto, que se ha ga- rada / y les digo que la vida es eso: / una nado a pulso las reservas de muchos lec- ilusión” (El gato maúlla). O bien: “Como tores, recupera en este caso la inocencia un regalo inesperado, / entre las páginas de sus orígenes. Felipe Sérvulo es poeta de un libro, iluminan / una carta y una elegíaco por excelencia, escribe sobre el foto: ‘María, / queridísima e inolvidable dolor de la ausencia, es escritor de la nos- María’ // […] / María’: ojos grandes / talgia. En este sentido es heredero direc- y hoyuelo en la barbilla, / guapa, sin más to de la más pura actitud romántica, ac- alhajas. / Boca sin besos. / Ecos lejanos tualizada. Lejos de cualquier floritura que duermen. // […]” (María). La voz lingüística, Sérvulo cultiva un lenguaje poética es puro lamento de anhelo inalsencillo, pero nada simple, que devuelve canzado, en cualquiera de sus variantes, a a la palabra humilde la profundidad sig- menudo una ensoñación lejana, nunca nificativa que tiene cuando se usa con cumplida: “Caminas por el infinito / mar honradez, precisión y renovada frescura. de los sueños, / donde brota la aguamiel Su poesía se lee con la fluida naturalidad / para los labios / […]” (Mechas de oro que sólo consiguen los maestros de cala- viejo), pero también el plañido del desado y reconcilia con el género, tan a me- mor: “Ya sabes que no hay perdón / para nudo maltratado por la artificiosa afecta- el olvido. Nos deja / en los confines de un ción petulante de quien equipara lo inin- mar inmenso / que no tiene desenlace. // […] somos náufragos sin faro / […]” teligible a la aptitud. Los poemas de Felipe Sérvulo evocan a (Náufragos), o por la distancia espiritual de menudo la expresión de las fotografías los amantes: “[…] pero, en ciertas tardes, antiguas de algunas mujeres, el sugestivo tú / caminas a lugares lejanos. / Lo veo misterio de su mirada, y de la con - en el exclusivo / brillo de tus ojos. // Y te templación de estos retratos parece que vuelves península, / porque tu mente se nutra el autor para escribir. Su blog –eso pienso– / se ha ido a la ciudad / de Inventario de silencios –http://inventariode- los corzos. // […]” (Tu cuerpo como penín-

sula). O la indiferencia: “Tu mirada es un paisaje / donde no me reconozco. // […]” (Una pareja se besa). El amor es para la voz poética sinónimo de vida, un estado casi místico, que anula los destructores efectos del tiempo: “[…] // La niña se pudre de pena / en la colina. / […] // Si sé de ti, me vuelvo / casi joven. // ¿Adónde vas con la boca / encendida de musgo? / […] / ¿Por qué me dejas / tan temprano? // […]” (Nos reímos tanto). Altamente recomendable. Del autor, galardonado entre otros con los premios de poesía Blas Infante (1986, 1987, 1988), Sant Jordi (1986, 1987), Salvador Espriu (1992) y Ciudad de Ponferrada (1997), se han publicado, además, Hasta el límite de las violetas (La Mano en el Cajón, 1995), Las noches del Sur (Dip. Prov. de Jaén, 1996), Casi la misma luz (Tágilis Ediciones, 1999). Cartografía de la materia (Dip. Prov. de Jaén, 2005),

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EL QUIRÓFANO ® Ejercicios de mística cubista eL niño que bebió agua de bRújuLa julio mas alcaraz Calambur. Madrid, 2011. 222 págs.

derrotar y desmantela el tiempo y su tiranía lineal, por ello el tiempo se desplegará en sus innumerables planos, momentos y espirales, lugares y personas. Como una suerte de mística cubista. Intentando mostrar el todo de algo que Conocido principalmente como traduc- por definición es inasible. Porque eso es tor de poesía estadounidense, Julio Mas romper la brújula que desde el naciAlcaraz (Madrid, 1970) nos ofrece con miento nos señala el camino preciso su segundo poemario, tras Cría del ser hu- hacia el final inevitable. Y así es que sumano (Vitruvio, 2005), uno de los libros cede que Hoy la muerte no está (p.144). Ese más estimulantes de los últimos años. despojamiento del tiempo se conjugará, Una guía para perderse de uno mismo, inevitablemente, con una liberación de y, de paso, de la poesía más reconocible la soga del ego (p.152). Si uno nos conduy gastada. El niño que bebió agua de brújula ce y el otro nos limita, la rebeldía es boalude directamente a cada uno de nos- rrar esas fronteras. Vomitar el agua de otros, como actores-marionetas de un brújula para intentar estar en el mundo mundo donde todo está aparentemente de otra forma. Una forma donde la bedecidido de antemano. Dice Mas: Nues- lleza pueda someter a la pesadilla, dontras madres, de pequeños, cada mañana, nos da- de la naturaleza entierre bajo sus dunas ban una cucharada de agua de brújula (p.32). toda barbarie humana, producto de la Para no perder nunca el Norte, para no servidumbre al tiempo y a la individuaextraviarnos de lo que se supone que ha lidad. Frente al materialismo enfermo de ser. Y este libro es un compendio de capitalista: la poesía. Como antídoto o estrategias para rebelarse. Un manual carta de navegación. Frente a la vulgaripara el desaprendizaje del mundo. dad pactada el, tal vez ingenuo, retorno Algo tan antiguo como la mística. Ena - al hombre hecho de/en naturaleza. A la jenarse del uno, del tiempo y del espa- placenta del origen, donde el rito y el cio, desubicar las coordenadas de lo asombro pintaban la vida de colores real. Eso. Si nos tienen dicho que lo real intensos. es la sucia urgencia de las cosas. Re- Así, dentro de esa búsqueda/pérdida se belarse. Y Mas lo hace ya desde la cita atraviesan diferentes planos (composide Baudelaire que abre el libro: una ción cubista) o Tiempos, como se llaman declaración de guerra que reclama lo cada una de las desordenadas secciones. espiritual frente a la carcoma del mun - Cada tiempo, cada espacio, como huedo. Una vulgaridad que el poeta señala lla necesaria que deshacer: los signos de con el dedo para subvertirla. Las cade- la ciudad, de los bosques o de los desnas de la tecnología y el falso progreso, iertos; del mar, donde se yuxtaponen las la crueldad humana como metástasis de metáforas preciosas con la realidad destanto camino equivocado. Contra eso se piadada de los migrantes ahogados o los rebela este libro. desastres ecocidas. Como ocurrirá tamY en ese proceso de desnudamiento de bién con el espacio-tiempo del inconslo aprendido, hay dos frentes a los que ciente disuelto en un ritual lisérgico tan los poemas se entregan con ferocidad : antiguo como la propia poesía (Tiempo el tiempo y el yo. Porque es necesario 8). Algo parecido a lo que ya propusiera 76 Quimera

Arthur Rimbaud. Seguimos ahí después de tantos años. La trinchera alucinada de la poesía frente al mundo-máquina. El intento de ser como esa Ella que aparece de vez en cuando en el libro, una Ella libre, sin brújula, que vive el reino de la belleza y del amor pese a la dictadura cotidiana de lo previsto. El niño que bebió agua de brújula se me antoja un libro necesario, destinado a durar. Confirmando que la poesía española perdió, afortunadamente, el Norte y que en la dispersión de las voces y las estéticas los lectores hemos salido ganando. Libros como este siguen haciendo falta, aunque sólo sea para intentar responder, en vano, a preguntas tan cruciales como ¿Qué ocurre con los profetas que dudan o con los ancianos la primera vez que ven el mar? (p.185)

RaúL Quinto


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EL QUIRÓFANO ® El final de la utopía La toRRe uwe tellkamp Trad. de Carmen Gauger. Anagrama, Barcelona, 2011. 887 págs.

tiempo esplendorosas, que ahora se ven obligados a compartir por imposición socialista. A ello remite el título, que alude a la vez al aislamiento en la torre de marfil y a la Sociedad de la Torre del Bildungsroman de Goethe Los años de formación de Wilhelm Meister. Es Como avanza el subtítulo, Sobre un país desa- patente la intención de dejar constancia de parecido, La Torre es la epopeya del hundi- los rasgos más negros característicos de la miento de la República Democrática Ale- RDA, así como el esfuerzo de hacerlo con mana. Uwe Tellkamp (Dresden, Alemania, objetividad y sin ira: los problemas de las 1968) conoce por experiencia los ambientes viviendas compartidas, la dolorosa desconque recrea y sabe transmitir con verosimili- fianza de todos hacia todos por el espionaje tud diálogos y situaciones: sitúa la acción en generalizado en el estado policial, la censura un barrio residencial de su ciudad natal y sus editorial, las separaciones familiares, los protagonistas representan la burguesía inte- intentos de huída, los chantajes, los entresilectual entre la que él creció, uno de los cua- jos de la propaganda, los mecanismos de les –Christian– comparte con el autor rasgos defensa –desde la sutileza en la escritura hasbiográficos. La novela –Deutscher Buch- ta el cinismo–, las concesiones hasta la hupreis 2008– arranca en 1982, un mes des- millación de todo aquél que pretende estupués de la muerte de Brezhnev, y acaba el 9 diar una carrera, los constantes sobornos de noviembre de 1989-, con la caída del integrados en la vida cotidiana, el deterioro muro. En casi novecientas páginas Tellkamp medioambiental por la grave contaminase despacha a gusto con un diferenciado y ción. amplio repertorio de personajes, todo un es- El lector agradecerá sin duda la pormenoripectro de actitudes y posiciones ideológicas zada prolijidad de los ambientes que le permitirán hacerse una idea ajustada del panoen los últimos años de la RDA. La arquitectura de tan amplia panorámica rama político, social y humano de la Alese sustenta sobre todo en tres caracteres: el mania del Este. Sin embargo la novela peca adolescente, bachiller y soldado Christian a mi modo de ver de innecesaria reiteración, Hoffmann, su padre, Richard, médico, y su sin la cual se mantendría igualmente la vitío Meno Rohde, biólogo de formación, in - sión panorámica. vestigador frustrado por no cumplir con los Estilísticamente la novela se sirve de la técniobligados requisitos de estricta fidelidad a la ca de montaje: cada uno de los personajes nomenklatura, y lector en una editorial. En principales narra desde su punto de vista torno a estos tres pilares, que le permiten dar personal, se alterna el estilo indirecto con las cuenta sobre todo del mundo de la edición extensas entradas del diario de Meno Roh y la censura, de la sanidad y del militar en el de y con el flujo de conciencia, sobre todo antiguo satélite de la Unión Soviética, el au - hacia el final, en que el realismo predomitor despliega otro sinfín de personajes, que nante da paso a algunas escenas surrealistas. nos acercan a los sombríos matices de una Asimismo Tellkamp compagina momentos sociedad burguesa intelectual que cree en el de escueta sintaxis en los diálogos con otra humanismo y en el librepensamiento y se larguísima y enrevesada, a su vez con largos encierra en sí misma para protegerse de la incisos intercalados. atmósfera hostil que reina en su país entre Tellkamp se ganó el reconocimiento literalos muros de las decadentes mansiones, otro rio en su país sobre todo a partir de la con-

cesión del Premio Ingeborg Bachmann 2004 precisamente por su soberano manejo de los estilos lingüísticos, con un capítulo de su proyecto de novela Der Schlaf in den Uhren. Posiblemente sea la capacidad para desarrollar diferentes registros, –argot funcionarial, el grosero de algunos soldados o el dialecto sajón, entre otros– , una de las mejores cualidades de la novela original, que se pierde forzosamente en la traducción española. Al lector en español no familiarizado con la historia de la RDA y las claves de su vida cotidiana, sirven de gran ayuda las frecuentes aclaraciones a pie de página con que la traductora dota a su versión. No sale tan airosa, sin embargo, en la tarea de la difícil traducción a la que se enfrenta, contaminada demasiado a menudo de calcos alemanes léxicos y sintácticos. La Torre es la primera novela de Tellmann que se publica en España, también en catalán (Empuries 2011).

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EL QUIRÓFANO ® La aventura de la diferencia nietzsche michel onfray y maximilien Le Roy Trad. Elena Martínez Bavière. Sexto piso. Madrid, 2012. 132 págs. págs. Conviene empezar por aquí: la obra del filósofo Michel Onfray (Argentan, 1959) se caracteriza por una actitud beligerante ante el ghetto de la filosofía, que es como él se refiere a la Academia. Digo que resulta conveniente porque sobre esa batalla constante se articula este perfil de Friedrich Nietzche que iba para cine –está basado en La inocencia del devenir (Gedisa Editorial, 2007), un guión escrito por Onfray– pero quedó en historieta, haciéndole justicia al tópico que reza que este medio es “el cine de los pobres”. Aunque en realidad esto fue así por pura voluntad de Maximilien Le Roy (París, 1985), principal responsable de que este proyecto se llevase a cabo y saliera a la luz (y a la traducción). Desde ese punto de vista, explorado y explotado por Onfray tanto en su obra como en sus apariciones en medios franceses, este volumen cobra una doble entidad: además de persuasivo –el propósito último de este volumen es, según sus creadores, persuadir a un lector cualquiera de que la lectura de Nietzche es posible desde fuera de la Academia–, este perfil se revela como una feliz contribución a la historieta como medio. Al mantenerse alejado de la ridícula idea de que todo perfil ha de empezar con el nacimiento y acabar con la muerte del retratado –luego de un trayecto cronológico y en línea recta–, este volumen ofrece un cuidadoso proceso de estructuración y configuración de la vida y pensamiento de Nietzche, proceso 78 Quimera

donde cada una de los hechos seleccionados forma parte constitutiva y de vital importancia para la comprensión de este perfil en su conjunto. Sirva esto para considerar la solvencia plástica de Le Roy como la principal responsable de las características materiales de este retrato. Me explico: siguiendo, hasta cierto punto, el guión de Onfray, Le Roy hace del tiempo de la narración un dispositivo variable y elástico, caprichoso y siempre esclavo de lo narrado. Esta operación, este desplazamiento de la gramática del tiempo, es la que le permite componer cada escena con una intensidad singular y un tono preciso, elementos que, juntos, conjugan un perfil nutritivo sin faltar a la verosimilitud. Cabe destacar que la estructura de este retrato, apoyada en un espacio de figu ración –ambientes y escenarios– de gran fidelidad, aboga por la elipsis como principal recurso narrativo: se trata de un tránsito continuo oscilante, que va adelante y atrás (y viceversa) en el tiempo, que ofrece al lector una mutación significativa, donde, parafraseando a Patxi Lanceros, se anticipa la fatiga de la modernidad en la que estamos inmersos. Fatiga que implica, entre otras cosas, la imposibilidad de concebir una filosofía trágica y cotidiana, y que este volumen invita a poner en cuestión. No sólo por reparar en la singladura íntima y biográfica del filósofo alemán –y con él la del hombre moderno–, sino por hacerlo también con los diferentes esquemas compositivos que caracterizan al medio, ejecutándolos de manera efectiva. Esta mutación significativa, la de Nietz che, está flanqueada por viajes, por la redacción de sus libros, por conversaciones y encuentros, discusiones, sueños, el padecimiento de la sífilis, preocupacio-

nes, la cuidadosa preparación de una ensalada, el silencio, el abandono de la música, su ruptura con Wagner y Schopenhauer, la distancia irreparable con su hermana (y posterior albacea) y la gloria incipiente que hacia el final de sus días creció y que luego de su muerte lo siguió haciendo y que, más o menos, se mantiene viva hasta hoy a primera ho ra. Estas son las escenas dispuestas de manera dispersa y sin jerarquía alguna, prácticamente yuxtapuestas, que en su conjunto indagan en cómo todo elemento de su vida cotidiana pudo determinar y/o dinamitar buena parte de la obra y de las opciones vitales de Nietzche, presentándolo así como un honesto pagano que, entre otras cosas, y además de sobrevivir a su tiempo, intentó advertir(nos) de las monstruosidades que traía consigo el espíritu de la sobriedad positivista. Para invitarnos a querer saber qué quiere decir esto último está hecho (y traducido) este volumen. caRLos aceVedo


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EX LIBRIS ® ensayo z. una antRopoLogía de La caRne peRecedeRa

jorge martínez Lucena Brenice, 2012. Tras publicar Vampiros y zombis posmodernos (Gedisa, 2010), Jorge Martínez Lucena ha regresado al mismo ámbito de reflexión. El libro se alimenta del estímulo que supuso la lectura previa de Filosofía zombi (2011), de Jorge Fernández Gonzalo, y es por tanto una tentativa filosófica de explorar todo lo que de zombi hay en nosotros. La introducción es sobre todo literaria: Frankenstein, Dorian Grey, Drácula, Jekyll y Hyde. La genealogía del zombi, al margen de sus posibles orígenes en el vudú antillano, es rastreada en el origen de la modernidad racionalista, que pone al self en el lugar del alma y comienza el lento asesinato de Dios –que aún no ha terminado. En el siglo XX, en cambio, la indagación se realiza en el cine (con Romero en el centro) y en el cómic (particularmente: Los muertos vivientes). Pero donde Martínez Lucena realiza su aportación antropológica y filosófica es en su radiografía de un siglo XXI en que lo zombi puede ayudar a explicar la masa consumidora y caníbal, que el autor contrapone a la figura del indignado; a entender las fronteras borrosas que separan lo animal de lo humano; a iluminar enfermedades como la depresión, que divorcian el cuerpo del cerebro, como ocurre en los caminantes. Hay que recordar que convivimos en nuestro cuerpo con millones de células muertas y, por tanto, con nuestra propia muerte. En la constatación de que el zombi del cine reciente es cada vez más vigoroso y rápido, he echado de menos alguna alusión al cómic Crossed y su epidemia de muertos lujuriosos. Pero no es más que una carencia anecdótica en el conjunto de un ensayo que quiere ir más allá de las representaciones narrativas y adentrarse en el mäelstrom de nuestra época. JoRGe caRRión

un paseo poR eL Lado saLVaje

ciViLización

niall Ferguson Debate, 2012.

nelson algren Galaxia Gutenberg, 2009. 409 págs.

Un paseo por el lado salvaje, considerada la obra maestra de Nelson Algren, es un eslabón sólido en esa particular reformulación de la picaresca de estirpe americana que tiene en Mark Twain a uno de sus maestros fundadores y se encarna en la figura icónica del hobo. Arquetipo que toma aquí el cuerpo de Dove Linkhorn, inocente, noble y tenaz muchacho que huye de su miserable pueblo tejano en busca de oportunidades. La primera mitad, más episódica, alberga momen tos memorables (la relación con la camarera mexicana o la unión tóxica del matrimonio propietario de la fábrica de preservativos, basada en el rencor, la dominación y el miedo mutuo), pero es a la llegada a Nueva Orleans y al excelentemente construido espacio del prostíbulo donde la narrativa se centra y Algren muestra sus mejores armas: la habilidad para las descripciones urbanas y ambientales, en un estilo seco entreverado de derivas líricas, ocasionales toques mítico/fabulescos e ilustrativos apuntes históricos, y, ante todo, la comprensión y humanidad con que dibuja y comprende a sus personajes, nunca estereotipados.

¿Tiene occidente los días contados? ¿El dominio de 500 años ejercido, sucesivamente, por los imperios europeos y americano, ha tocado irremediablemente a su fin? ¿Se acerca, en suma, el fin del mundo tal como lo conocemos? La respuesta que parece afirmar Ferguson en su Civilización (Debate, 2012) es que no nos enfrentamos al apocalipsis sino a un proceso de desaceleración de la cultura occidental, a una paulatina pérdida de fe en los valores que han regido en gran medida los destinos de la humanidad. Que occidente muere de sí mismo. Pero empecemos por el principio, parece decir Ferguson, y para hacerlo indaga en las razones por las que “a partir de 1500, unos pequeños regímenes del extremo occidental de la masa continental eurasiática pasaron a dominar al resto del mundo”. Dicho dominio se debería, según el autor, a seis complejos o instituciones identificables –a los que haciendo alarde de contemporaneidad califica de verdaderas killers apps– que son: 1. Competencia, 2. Ciencia, 3. Derechos de propiedad, 4. Medicina, 5. La sociedad de consumo y 6. La ética del trabajo. En sus más de 500 exhaustivas páginas, Ferguson hace, pues, un examen transversal de los últimos seiscientos años mediante un ejercicio de historia comparada de las culturas y ensayo. La información es meticulosa y amena, el análisis solvente y, en muchos momentos, muy convincente. Y aunque el volumen por momentos parece una bien razonada justificación de ideas preconcebidas cuya respuesta última está en, adivinen, China; no deja de resultar una lectura interesante.

MaRc GaRcía

JaiMe RodRíGuez z. Quimera 79


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colaboran en este número

carlos acevedo (Santiago de Chile, 1984). Es redactor jefe de www.elbutanopopular.com, fundador y coordinador del colectivo de agit-prop Lló lo beo a si y colaborador regular de la web www.librodenotas.com. elena borrás García. Traductora de literatura rumana afincada en Bucarest. Sus traducciones han aparecido en diversos medios de España y Rumanía. Óscar carreño (Badalona, 1973). Es programador cultural en Biblioteques de Barcelona. Coeditor de la revista de poesía Caravansari. Jorge carrión (Tarragona, 1976). Es escritor y crítico literario. Su último ensayo es Teleshakespeare (Errata Naturae, 2011). ernesto castro córdoba (Madrid, 1990). Es estudiante de Filosofía en la UAM. Crítico de cine, arte y literatura. Su ensayo Contra la posmodernidad acaba de aparecer en Alpha Decay. sergio colina martín (Barcelona, 1985). Diplomático. Licenciado en Derecho. En 2010, INJUVE publicó su poemario La agonía de Cronos. miguel espigado (Salamanca, 1981). Es escritor. Acaba de publicar El cielo de Pekín (Lengua de trapo, 2011). marc García (Barcelona, 1986). Es crítico literario. Colabora en The Barcelona Review y es coeditor de la revista online www.mamajuanadigital.com Pedro García cueto. Es crítico de cine y literario. Ha publicado dos libros sobre la vida y la obra de Juan Gil-Albert. marco Kunz (Basilea, 1964). Es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Lausana. lamare. Es ilustradora. ricardo martínez llorca (Salamanca, 1966). Es escritor. En 2008 publicó El carillón de los vientos (Alcalá). Javier moreno (Murcia, 1972). Es escritor. Alma (Lengua de trapo, 2011) es su última novela. Jaime Priede (Langreo, Asturias, 1965). Es escritor y traductor. raúl Quinto (Cartagena, 1978.) Ha publicado, entre otros, el poemario La flor de la tortura (Renacimiento, 2008) y el libro de ensayos híbridos Idioteca (El Gaviero, 2010). Germán sierra (La Coruña 1960). Escritor y profesor de Bioquímica. En 2009 publicó la novela Intente usar otras palabras (Mondadori). roberto Valencia (Pamplona, 1972). Crítico literario y profesor de Escritura Creativa. Ha publicado el libro de relatos Sonría a cámara (Lengua de Trapo, 2010). recaredo Veredas (Madrid, 1970). Ha publicado el libro de relatos Pendiente (Dilema, 2004) y el manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema, 2006). Colabora con diversos medios, tanto impresos como digitales. Unai Velasco (Barcelona, 1988). Es poeta. Su pirmer libro, En este lugar, aparecerá en breve en Papel de fumar. manuel Vilas (Barbastro, 1962). Es poeta y narrador. Su última novela es Los Inmortales (Alfaguara, 2012).

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Cualquiera diría que una novela sobre el Che Guevara –con hisotira de amor incluida– estaba condenada a estrellarse con el hastío más borde y a derrapar hacia el fracaso, pero la revolución, esa palabra.... ¿O más bien deberíamos decir la antirevolución? Método práctico de la guerrilla (Alfaguara, 2012), primera novela del brasileño Marcelo Ferroni, no solo le ha valido el Premio Sao Paulo 2011 a la revelación del año, sino que ha conseguido el respaldo casi unánime de la crítica en su país. Todo gracias a su marcada vocación desmitificadora y satírica. Escrita a la manera de un reportaje, el narrador al que nos enfrentamos es un biógrafo “tendencioso” a través del cual Ferroni hace y deshace con la historia real. Puristas de la verdad histórica abstenerse, a todos los demás os desafiamos a que os internéis con el Che en la selva boliviana e intentéis salir.

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MERCÈ VILARRUBIAS

Sumar y no restar El programa lingüístico escolar que se aplica en las escuelas de Cataluña es el llamado sistema de inmersión, con el catalán como única lengua vehicular o de uso en la escuela. Desde su implantación a mediados de los años ochenta, se ha insistido en que este modelo no debe ser objeto de debate porque es indudablemente el mejor para los alumnos y la sociedad. No obstante, en este libro Mercè Vilarrubias se pregunta si esto es efectivamente así. ¿El programa de inmersión es realmente el que mejor responde a las aspiraciones y necesidades lingüísticas de los alumnos de Cataluña? Así, el libro propone examinar diversos aspectos del programa lingüístico actual desde una perspectiva netamente educativa. El libro defiende que es necesario un debate constructivo, sosegado y ecuánime sobre el trato y uso que debería darse a cada una de las dos lenguas oficiales en las escuelas de Cataluña, debate que también debería ofrecer un espacio para la opción que aquí se propone: la de la educación bilingüe en las comunidades bilingües.

M o n t e s i n o s

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FÉLIX OVEJERO LUCAS

La trama estéril Izquierda y nacionalismo Hay pocos asuntos más fatigosos en los que se atienda menos a datos y razones que los que tienen que ver con el nacionalismo. Insensibles a cualquier argumento que no coincida con sus planteamientos, nuestros nacionalistas contraponen su idea de nación a la nación de ciudadanos. La izquierda, heredera más natural y consecuente del ideal de ciudadanía, del republicanismo político, ha comenzado un camino de vuelta que la ha llevado a recuperar, con otro celofán, la peor idea de nación, la reaccionaria, la que nace en contra de las revoluciones democráticas.

M o n t e s i n o s


Explicaciones que transforman el mundo

Elementos de una vida

Desacomplejadamente racional y optimista, Deutsch llega a una serie de sorprendentes conclusiones acerca de la naturaleza de la elección humana, la explicación científica y la evolución de la cultura. Con un enfoque que no parte de axiomas indemostrables sino de hechos acerca de cómo funciona el mundo físico, su conclusión central es que la ‘explicación científica’ ocupa un lugar central en el universo. Carece de límites y tiene un poder literalmente infinito para causar cambios. Sus creadores –los seres pensantes, como los humanos, que pueden existir en el universo– son las entidades más importantes en el orden cósmico de las cosas. Todo está al alcance de la razón, no solo la ciencia y las matemáticas, sino también la filosofía moral, la filosofía política y la estética. En el marco de las leyes universales de la física, no hay límites al progreso. La emergencia de la ciencia –lo que Deutsch llama, en un sentido más general, la Ilustración– fue el principio del fin de las malas explicaciones y de los sistemas estáticos de ideas. Se inició así la presente era de la historia humana, única en su rápida y sostenida creación de conocimiento con un alcance cada vez mayor. Este es un libro con la voluntad y la capacidad de cambiar el paradigma desde el que pensamos el conocimiento, que está destinado a convertirse en un clásico en su género.

El 16 de octubre de 1957 Albert Camus estaba cenando en un pequeño restaurante de la Rive Gauche de París cuando un camarero le dio la noticia: acababa de oír por la radio que le habían concedido a Camus el premio Nobel de Literatura. Camus insistió en que debía tratarse de un error porque, según dijo, había muchos que se merecían el premio más que él. Sin embargo, Camus era ya reconocido en todo el mundo como la voz de una generación.Publicó su primer libro, El extranjero, en 1942 y surgió de la guerra como el portavoz de la Resistencia y, pese a que se negó a asumir la etiqueta, también como uno de los principales exponentes de la filosofía existencialista. Sus obras posteriores: novelas (La peste, La caída), filosofía (El mito de Sísifo, El hombre rebelde), teatro (El malentendido, Los justos) y crítica social consolidaron su reputación literaria e intelectual. En este libro, que se caracteriza por su claridad y su pasión expositiva, Robert Zaretsky explica por qué Albert Camus fue un autor importante en vida y por qué sigue siendo un autor importante hoy, centrándose en algunos de los momentos clave que determinaron el desarrollo de Camus como escritor y como pensador, como intelectual comprometido y como persona.

BIBLIOTECA BURIDÁN


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