Quimera Revista de Literatura | Número 480 | Diciembre 2023

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ColaborAN en este número:

José Abad, Carlos Allende, Oriol Alonso Cano, Leira Araújo, Óscar Arnedillo Martín, Fernando Arrabal, Juan Bartre, Víctor Bayona Marchal, Rosa Berbel, Branwell Brontë, Jesús Cárdenas, Marta Carnicero, Irene de la Torre, Antonio Díaz Mola, Luis Mateo Díez, Antón Díez, Cristóbal Domínguez Durán, Javier Calderón, Sayah El Yatim, Vicente Fernández Almazán, José Ignacio Fernández Dougnac, Alberto García-Teresa, Ainhoa Gomà, Munir Hachemi, Rodolfo Häsler, Markel Hernández, María Elena Higueruelo, Iván Humanes, Lana Kalandia, Pablo Llanos Urraca, Carlos Luján Godall, Lola Martínez, Paula Melchor, Laura Montes, Sergio Navarro, Javier Navarro Soto-Egea, Jorge Núñez, Nuria Ortega Riba, Juan Javier Ortigosa, Juan Peregrina Martín, Zviad Ratiani, Jaime Rodríguez Z, Miquel Rof, José de María Romero Barea, María Sánchez-Saorín, Miguel Sanfeliu, Eduardo Suárez Fernández-Miranda, Adrián Viéitez

QUIMERA. REVISTA DE LITERATURA – Diciembre 2023

Granada siempre ha sido una ciudad literaria, tanto por los escritores que han hablado sobre ella (Lope, Irving, Hemingway...) como por aquellos de los que ha sido cuna: Ibn al-Jatib, Fray Luis de Granada, Alarcón, Ganivet, Lorca, Ayala... Su vitalidad poética, que mixtura vanguardia y tradición, sigue hoy pujante, como nos muestra Rosa Berbel en su antología de poetas jóvenes (menores de treinta y cinco años) granadinos, que constituye el dossier del número 480 de Quimera y en la que participan: Adrián Viéitez, Carlos Allende, Cristóbal Domínguez Durán, Javier Calderón, Javier Navarro Soto-Egea, Juan Javier Ortigosa, Laura Montes, Leira Araújo, María Elena Higueruelo, María Sánchez-Saorín, Markel Hernández, Munir Hachemi, Nuria Ortega Riba, Paula Melchor, Sergio Navarro y Víctor Bayona Marchal. Una antología que se reconoce visión particular y, por ello, necesariamente sesgada. En palabras de su autora: «una fotografía borrosa pero también feliz en su movimiento. Representativa solo en su justa medida» de una poesía, la granadina, «comprometida, hereje y visionaria». JORDI GOL - JEFE DE REDACCIÓN Y CODIRECTOR DE QUIMERA

Fotografía de portada:

Sayah El Yatim (Unsplash) Editor: Miguel Riera DirectorES: Fernando Clemot, Álex

Chico, Ginés S. Cutillas y Jordi Gol JEFE DE REDACCIÓN: Jordi Gol Diseño: Xavier Balaguer Maquetación y cubierta: Jordi Gol Corrección: Cinta Moreso

El salón de los espejos

El castillo de Barba Azul

Entrevista a Luis Mateo Díez – 4

Réquiem para los vivos. Zviad Ratiani – 41

Entrevista a Fernando Arrabal – 7 Entrevista a Marta Carnicero – 9 Entrevista a Jaime Rodríguez Z – 14

Einstein on the Beach José de María Romero Barea. Silencios, peregrinaciones de Elizabeth Bowen – 45

Web y redes sociales: Eva Díaz Riobello

El cielo raso

ISSN: 0211-3325 DL: B 38779 /1980

Poesía Joven en Granada

Edita: Ediciones de Intervención Cultural S. L. C/Juan de la Cierva, 6. 08339 - Vilassar de Dalt (BCN) 937 550 832 www.revistaquimera.com redacciondequimera@gmail.com publicidad@revistaquimera.com pedidos@edic.es

Rosa Berbel. Poesía joven en Granada – 17

Pablo Llanos Urraca.

Adrián Viéitez – 19

Inteligencia natural, lenguaje artificial – 52

Carlos Allende – 20

Óscar Arnedillo Martín. Cumbres borrascosas: «… y del amor me río hasta el desprecio…». – 49

Cristóbal Domínguez Durán – 21

El ambigú

Javier Calderón – 22

José de María Romero Barea:

Javier Navarro Soto-Egea – 23

Días de llamas, de Juan Iturralde – 55

Juan Javier Ortigosa – 24

José Abad: Los alegres muchachos de Atzavara,

Laura Montes – 25

de Manuel Vázquez Montalbán – 56

Leira Araújo – 26

Juan Peregrina Martín: Ni aquí ni en ningún otro lugar,

Derechos reservados. Prohibida la reproduc-

María Elena Higueruelo – 27

de Patricia Esteban Erlés – 57

ción total o parcial de este número, sea por

María Sánchez-Saorín – 28

Oriol Alonso: Danza humana, de Rafael Argullol – 58

Imprime: Gráficas Gómez Boj

medios mecánicos, químicos, fotomecánicos

Markel Hernández – 29

Miguel Sanfeliu:

Quimera no retribuye las colaboraciones. Los

Munir Hachemi – 30

Construyendo Babel, de Hilario J. Rodríguez – 59

colaboradores aceptan que sus aportaciones

Nuria Ortega Riba – 31

Alberto García-Teresa: Siuxneto, de David Benedicte – 60

o electrónicos, sin la autorización del editor.

aparezcan tanto en soporte impreso como en

Paula Melchor – 32

Antonio Díaz Mola: Servido en frío, de Manuel F. Reina – 61

les no solicitados ni mantiene corresponden-

Sergio Navarro – 33

José I. Fernández Dougnac: Ascención, de Javier Lostalé – 62

cia sobre los mismos. La revista no comparte

Víctor Bayona Marchal – 34

digital. La redacción no devuelve los origina-

necesariamente las opiniones firmadas por sus colaboradores. Esta revista ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

La vida breve Hubo un castillo. Irene de la Torre – 35

Los pescadores de perlas Microrrelatos inéditos de Vicente Fernández Almazán – 39

Jesús Cárdenas: Cuaderno de Italia, de Santos Domínguez – 63

Cómic La letra suicida. Miquel Rof – 64

Recomendaciones 3


E l s a l ón d e l o s e s p e j o s

Entrevista a Luis Mateo Díez Texto: Eduardo Suárez Fernández-Miranda Fotografía: Antón Díez ©

La entrevista que se reproduce a continuación fue concedida por Luis Mateo Díez unos días antes de la concesión del Premio Miguel de Cervantes. Sirva, pues, como un sincero homenaje que le rendimos desde la revista Quimera. Luis Mateo Díez (Villablino, 1942) es uno de los más importantes narradores contemporáneos. Autor prolífico, la obra del escritor leonés destaca por su «técnica y lenguaje poético de extraordinaria riqueza y una preocupación constante por la dimensión moral del ser humano». Novelas como La fuente de la edad (1986), El expediente del náufrago (1992), La mirada del alma (1997) o El reino de Celama (2015) —trilogía formada por El espíritu del páramo, La ruina del cielo y El oscurecer— son muestra de su talento narrativo. Su obra ha recibido importantes galardones, entre los que destacan el Premio Nacional de Narrativa, el Premio Miguel Delibes, o el Premio Café Gijón. En el año 2000 fue elegido miembro de la Real Academia Española, donde ocupa el sillón I; su discurso de aceptación, titulado La mano del sueño (algunas consideraciones sobre el arte narrativo, la imaginación y la memoria) es una excelente muestra de su pensamiento literario. La obra de Luis Mateo Díez está ampliamente traducida, y algunos de sus cuentos han sido adaptados al cine y al teatro. Hemos tenido la oportunidad de compartir unas preguntas con el autor leonés sobre su obra y sobre ese espacio ya mítico de su creación: Celama.

El limbo de los cines es un volumen de relatos que quiere ser un homenaje a «esos palacios de los sueños que tanto significan en la vida de los espectadores». Para algunos escritores de su generación, el cine fue una experiencia que marcó su obra. Es el caso de Manuel Puig o Guillermo Cabrera Infante. ¿Qué ha significado para usted y para su literatura? Por una parte, el séptimo arte supone un encuentro popular, masivo, con lo imaginario, a través de un invento tan insólito como el de las imágenes animadas.

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Esa experiencia a mí me marcó muy tempranamente. La narración de las imágenes en el cine de mi pueblo, el relato de la oralidad, la lectura. Ámbitos de la imaginación y de la creación de ficciones entrelazados, concomitantes, que se ampliaban al asumirse. El cine también invade la literatura y tengo la impresión de haberme enriquecido con él como narrador literario. El libro cuenta con las ilustraciones de Emilio Urberuaga. Antes habían publicado Gente que conocí en los sueños, con los dibujos de MO Gutiérrez Serna. ¿Cómo surgieron estas colaboraciones? ¿Qué cree que aportan las ilustraciones a su obra narrativa? Son ilustradores que admiro mucho. Aportan su mundo y su mirada y hacen el libro más atractivo. Siempre me he relacionado intensamente con los creadores plásticos. Usted es el creador de ese territorio imaginario que es Celama. Un espacio literario que es un «cómputo de vidas apasionadas, melancólicas, exuberantes o secretas». William Faulkner, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo o Juan Benet también lo hicieron. ¿Cómo surgió Celama, qué la originó? La originó la experiencia de vivir muchos veranos en un paisaje de páramo, donde quedaban muchos residuos de la antigüedad campesina, y la necesidad de tener un territorio, un espacio imaginario para mis ficciones, que siempre suceden en Celama y sus aledaños, una suerte de provincia del hombre donde están mis Ciudades de Sombra. Celama es imaginario, pero a la vez está perfectamente demarcado: «Una tierra situada en el centro de la mitad meridional de la Provincia, una franja perfectamente delimitada del resto de la Meseta por los Valles de los ríos Urgo y Sela». ¿Por qué eligió ese espacio concreto, trasunto del Páramo leonés, para desa-


les Encinar adquirió una dimensión de Viaje a Celama, un pórtico para llegar a ella.

Mis delitos como animal de compañía es, quizás, su libro más humorístico. En él aparecen elementos de la novela picaresca. ¿Qué nos puede contar de esta obra? Se trata de un viaje mental, el relato de alguien que asume el trastorno como un ámbito de lucidez desquiciada y, desde esa perspectiva, a veces humorística y otras dramática o patética, hace una radiografía personal del mundo trastornado que vivimos, o en el que él cree que vivimos. En Vicisitudes se cuentan ochenta y cinco historias que, reunidas, forman una novela. ¿Qué elementos ha considerado comunes para conformar esta unidad? ¿Podemos hablar de novela compuesta, a la manera de Winesburg, Ohio? Formarían una novela u ochenta y cinco posibles novelas, alguna de ellas ya escrita posteriormente. La idea de novela compuesta me parece acertada y muy interesante. Lo que hay es un mundo, un compuesto de mis Ciudades de Sombra, mi universo imaginario y una suerte de comedia humana, un entramado de vicisitudes que indagan en lo más significativo de la vida de muchos personajes. rrollar El espíritu del páramo, La ruina del cielo y El oscurecer, entre otras obras? Por esa experiencia que digo, por esa iluminación para trastocar lo real en irreal, por la consistencia de símbolos y metáforas que se entrelazaban y surgían al inventar las historias. Las fábulas de Celama tienen mucho que ver con la desaparición de las culturas campesinas. Algunas de las historias extraídas de las novelas que forman El reino de Celama fueron publicadas con el título de Celama (un recuento). ¿Qué criterio siguió a la hora de elegir los relatos que forman este libro? ¿Reescribió alguno de los textos? Fue una idea y sugerencia de la profesora Ángeles Encinar, que es una de las mayores especialistas en mi obra. Ella detectaba la presencia de cuentos en la trilogía, lo que se llama novela compuesta en muchos estudios literarios contemporáneos. Repasé las historias para darles mayor individualidad, quedaron temáticamente ordenadas, recuperé inéditos. Todo ello en manos de Ánge-

Usted ha reconocido que, como escritor, se siente heredero: «Asumo la herencia de todos los grandes escritores que han llegado a mí y que he leído». ¿Puede hablarnos de esos escritores que han influido en su obra? Heredero como forma de reconocer tantos débitos, ya que me considero un lector poroso y agradecido. Hay una línea de aprendizaje y admiración que viene de muy lejos, de los clásicos griegos y latinos, de nuestro siglo de oro, de Cervantes, de la picaresca. Todo me concierne, nada me es ajeno. Las influencias son más nebulosas comprometidas. En su día leí con mucha atención y rendimiento a Valle Inclán, a Galdós y a Clarín. Pavese y Bassani fueron puntos de referencia entre otros tantos. En lo cercano la influencia siempre amistosa de Juan Eduardo Zúñiga, Manuel Longares y José María Merino. El mundo rural está muy presente en su obra. La cultura y la sabiduría de pueblos y aldeas

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E l s a l ón d e l o s e s p e j o s

Entrevista a Luis Mateo Díez

se pierden con la desaparición de sus habitantes. ¿Son sus novelas una forma de rescatar una vida que parece llegar a su final? No tengo excesivos intereses sociológicos y el mundo rural tiene en mi obra una dimensión legendaria, acorde a mis vivencias, aunque en Celama existan muchas metáforas sobre el crepúsculo de las culturas campesinas. Lo que heredé en mi infancia fueron las tradiciones orales, el patrimonio de una literatura popular que en mi tierra tenía mucha fuerza y presencia, siempre a mil años luz de referentes costumbristas.

Celama pasó de los libros a los escenarios teatrales. ¿Qué siente un autor al ver representada su obra en los teatros? Es una experiencia muy importante y que se actualiza, ya que ahora hay un nuevo montaje sobre Celama que rememora y estiliza el anterior. Me fue posible comprobar la eficacia de la palabra en el escenario, la dimensión de lo que se representa y escucha, cuando uno meramente lo narró. Una experiencia muy enriquecedora, ya que el Teatro Corsario entendió Celama en su dimensión más expresionista. Su cuento «Los grajos del sochantre» o su novela La fuente de la edad fueron llevadas al cine. ¿Quedó satisfecho con el resultado de la adaptación? ¿Suele participar en estos proyectos? No me interesa mucho participar en los proyectos, pero en ambos hubo manos amigas. Chema Sarmiento hizo con «Los grajos» una adaptación muy expresiva y acorde al cuento, y Julio Valdés hizo con La fuente lo que buenamente pudo y le dejaron. «Siempre pensé que la memoria del narrador es el depósito que mejor contiene los elementos literarios de su experiencia, ese humus que salva del olvido lo que merece perpetuarse en la escritura mientras se macera, que rescata lo más significativo de lo que vivimos y recordamos para poder nutrir la fabulación.» Estas palabras forman parte de su discurso de ingreso en la Real Academia Española, en el año 2001. Desde la perspectiva que da el tiempo, ¿considera que ha logrado, con una obra tan extensa, el objetivo de «rescatar lo más significativo de lo que vivimos»?

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Sería demasiado petulante reconocerlo, pero no me resignaría a decir que no lo intento, ya que mi reto es ambicioso, no escribo para complacer y complacerme sino para ahondar en esa experiencia de lo imaginario que ofrece un contraste iluminador de la vida, de nuestra condición, de las contradicciones y contrariedades. Lleva más de veinte años en la Real Academia Española, ocupa el sillón I. ¿Qué puede contarnos de su experiencia en esta institución? ¿Cuáles cree que han sido sus aportaciones más destacadas como académico? Mis aportaciones son sin duda los trabajos en las Comisiones donde se nutre y revisa el Diccionario, una labor muy refinada y cuidadosa, que los académicos y trabajadores de la casa abordamos con mucho compromiso. Anotar y revisar las palabras, estudiar las que van llegando, tomar decisiones, en lo personal pone a prueba la experiencia verbal que uno tiene y no hay que olvidar que los escritores somos un poco francotiradores en ese sentido, muy cercanos al sentido creativo de la lengua. Por otro lado, la Academia, las Academias hermanas americanas han contribuido de forma efectiva a que tengamos una conciencia común del español. Su obra ha sido merecedora de importantes galardones. Además, es un firme candidato para recibir el Premio Miguel de Cervantes. ¿Qué supone este reconocimiento para un escritor en lengua española? Recompensas propicias al agradecimiento, avales generosos para seguir escribiendo. En alguna ocasión ha declarado que «la escritura es mi refugio desde hace mucho tiempo, ha sido un territorio personal muy comprometido con la vida». ¿Tiene algún nuevo proyecto en mente? Soy escritor prolífico, puedo decir que a mis años ya solo vivo para escribir, pues la escritura es mi forma de vida, la experiencia de lo imaginario que tanto repito, leyendo o viendo películas, dada también mi condición de cinéfilo. En mente tengo infinitas historias, novelas a las que no daré abasto y, como irremediable consecuencia, quedará más de lo debido cuando me vaya. Ser prolífico no es aval de nada, pero puedo jurar que da gusto serlo, qué le voy a hacer.


Entrevista a Fernando Arrabal Texto: Iván Humanes Fotografía: Galeria Cayón de Madrid. Foto de Juan Bartre. Dibujo de F. Arrabal ©

Fernando Arrabal (Melilla, 1932) publica nueva novela-inventario en Libros del Innombrable. Un gozo para siempre (Zaragoza, 2023) es un viaje a sus orígenes. Fuente de conocimiento de donde beberá tanto el lector experimentado en Arrabal como el iniciado. Reflejo del pasado, pero también del presente. Origen de los temas que han acompañado al autor en su trayectoria. Memorias noveladas. ¿Novelas memoriadas? Un texto de pulcritud matemática y universos paralelos, de paraísos y patrias personales: su propia historia.

Si tuviésemos que (lamentablemente por su simplicidad) dar un breve resumen, machacar unas cuántas líneas, sobre… ¿De qué va su nueva novela? ...el sapo ¿se considera ¡tan hermoso! ...y el puerco-espín ¡tan inteligente! que guarda sus aforismos con su grasa ¡de histricomorfo! ¿Cómo es posible que, nonagenario, recibiese la carta de la madre Mercedes Unceta —¿profesora? ¿maestra?— que da origen a su novela-inventario? Tantos años después… ¿Memoria? ¿Azar? ¿Confusión? ...cuando nada lo resolvía todo ...los párvulos mirobrigenses si hubiéramos sido instrumentos de cuerda la madre ¿nos hubiera tratado como instrumentos de viento? Fue esa carta ¿milagrosa? que recibió de la hermana de la madre Mercedes —donde esta se preguntaba si no sería el momento de volver la Sierra de Francia, Las Hurdes, La Batueca— la que activó su necesidad de regreso al origen. ¿La perspectiva es algo más que los recuerdos? ¿Cómo se ha ido construyendo Fernando Arrabal a través del tiempo?

...había tantos enigmas que me quedaron por resolver: la tortuga de la clase ¿por qué se despertaba tan tarde incluso cuando madrugaba? No creo que me haya recuperado, tras leer su novela, de su forma y fondo. Es decir, como lector pero también (algunas veces) como escritor, creo que es apabullante. Muy complejo de diseccionar cómo fue escrita, su proceso y estilo. Mecanismo que tiende al infinito y resultado de una vida. ¿Acaso esta es la novela donde usted logra ser Big Bang? ¿Gran Explosión? ¿Comienzo y final de todo? no meresco, no lo aue dicem ñe doy tanta repugnancia aue eñpiezo a concerme Por cierto, siempre mujeres. La madre Mercedes mujer. Odile mujer. Publicó dos libros con esta misma editorial donde escribió con admiración, amor y ternura de todas ellas. ¿Los ángeles siempre han estado de su lado? ...¡qué hubiera sido de mi primer viaje a los Estados Unidos sin Louise, Pamela Moore, Chocolates for Breakfast, Berta...!; ...cuando Pamela en Cornell cayó en la cuenta gracias al Minstrel Island de Pynchon, que antes de inventar las elecciones ¿los chimpancés elegían su reina al strip-poker? Odile: «Los testículos no son imprescindibles al amor» y «El impacto de la castración fue aún más beneficioso para su vida amorosa» (refiriéndose al filósofo Abelardo y su amor sublime con Eloísa). Y Abelardo (sin Eloísa) fue el personaje favorito de Louise Bourgeois. Hablemos de ella y de la madre Mercedes, de ambas. ¿Fueron ellas dos los pilares de Fernando Arrabal?

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Entrevista a Fernando Arrabal

...el amor repetía Louise es únicamente una experiencia salvaje ¿si provoca conceptos inesperados?; algo parecido pero muy diferente decía la madre que repetía ¿solo arrebatado por la pasión excesiva se alcanza el invento trascendente? Peggy Guggenheim y Beckett. Comente esa relación y la creación de su himno «Mi idolatrada felatriz». Es una delicia volver a encontrar su texto entre estas páginas y su motivo. ...con sus imprescindibles gatos Peggy me dijo en Venecia años después: «ya no se vilipendia se subvenciona ...quien pierde el don de gozar o el de las lágrimas ¿necesita pelar cebollas para llorar?». Más Beckett. ¿Cuántas cartas le dirigió Beckett? ¿A Kundera o Beckett les hubiera entusiasmado conocer Las Batuecas?

...les hubiera arrebatado el escrupuloso ciempies mirobrigense ...que en su merodeo por la Sierra de Francia no daba pie con cola ¿andando con cien ojos? Porque Un gozo para siempre son los lugares donde regresa con este libro. La novela es el relato de un viaje mental-espiritual, pero también físico, a Las Hurdes, Las Batuecas, La Sierra de Francia y Ciudad Rodrigo. ¿Qué ha almacenado su alma de esas localizaciones? ...después de haber recorrido los atolladeros del oscurantismo con amigos nos previno de que no atravesáramos los senderos de las mistificaciones luminosas Regresemos a Ciudad Rodrigo. Al Palacio de Los Águila. Y al «museo-de-las-cuatro-maravillas». ¿Es el Palacio de los Águila la cima de sus ilusiones? ...las cuatro maravillas solo ¿pueden ser misteriosas e incluso fantásticas?; ...con la lógica neutral ¿la ciencia enloquece? ¿Cuál de los dos sabe que no sabe lo suficiente para afirmar que no sabe nada? ...cuando la ternura infantil del mito ¿planea más allá de la luna? fue evidente que la prudencia exigía y exige silenciar todo descubrimiento controvertido Acabemos con el Misterio, el tohu bohu, lo-Sin-género. Gaia y Uranus. Destrucción y asolamiento. ¿Su novela es su Yesod hapashut, elemento simple, donde todo está unido como uno? ...la única proposición probada matemáticamente de un concepto filosófico ¿es el teorema de incompletitud? ¿por ello es tan limitado el pensamiento respecto a la trascendencia?; ...pues el tiempo ¿tiene una realidad objetiva?

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Entrevista a Marta Carnicero Texto: Lola Martínez Fotografía: Ainhoa Gomà ©

En 2018 Marta Carnicero publica su primera novela, El cielo según Google; en 2020, la segunda, Coníferas, y este 2023, su última obra, Matrioskas. En los tres relatos, la autora nos invita a acompañar a seres con heridas, con dolores y duelos a cuestas, que siguen adelante. Tres historias que consolidan la obra de una voz narrativa que conmueve y que nos lleva de lo íntimo y lo privado a lo colectivo.

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E l s a l ón d e l o s e s p e j o s

Entrevista a Marta Carnicero

Eres ingeniera industrial. ¿Cómo surge el impulso por escribir ficción? Estudié ingeniería industrial por complacer a mi padre; sin embargo, la escritura estaba allí desde mucho antes: con tres o cuatro años dictaba poemas a mis padres, poemas que aún conservan; durante la infancia y la adolescencia me presenté a todos los certámenes literarios que fui encontrando en mi camino. Ya en la vida adulta, dedicándome a la docencia, quise estudiar teoría de la literatura y literatura comparada, pero mis hijas eran pequeñas y resultaba difícil cuadrar los horarios. Se me ocurrió matricularme en un máster en creación literaria y lo que me pidieron, el primer día de curso, fue que entregase un texto acabado al cabo de un año. Siempre he sido muy cumplidora, y lo tomé como un mandato. De ahí salió mi primera novela, El cielo según Google. ¿Qué lecturas te nutrieron en ese proceso? ¿Qué títulos y autores dirías que contribuyeron a forjar la escritora que eres o la escritora que quieres llegar a ser? Para mí es difícil hablar de influencias porque parece que hacerlo implique querer reconocer, en mi estilo, trazas de otros textos a los que los míos no se acercan ni por asomo. Cuando escribo no tengo intención de parecerme a otros, ni de recrear —al menos, conscientemente— lo que otros hicieron ya mucho mejor. Sí puedo hablarte de autores y autoras que despiertan en mí, por motivos muy distintos, el deseo de ser capaz de hacer lo que ellos hicieron. A veces es por el estilo, en ocasiones por una voz o mundo propios, o por la capacidad de generar reflexiones valiosas. Entre ellos, aunque la lista será siempre incompleta: Munro, Bolaño, Krauss, Cheever, Berlin, Pavic, Borges, Calle (me encanta lo que hace Sophie Calle, aunque no sea estrictamente escritora), Cortázar, Carver, Foster Wallace, Vila-Matas, Salter, Ferrater y Rodoreda. Pero hay mucho más, claro. En un mundo como el nuestro, la producción audiovisual también nutre. ¿Eres una escritora metódica, que comienza un trabajo con un plan determinado y una ruta

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definida, vas con brújula o vas dejándote llevar por donde te conduzca lo que vaya surgiendo en el proceso creativo? Cada vez más, escribo con mapa. En El cielo según Google me dejé llevar; son dos historias entrelazadas y conocía a la perfección lo que quería contar en la primera, mientras que la segunda fue surgiendo a medida que escribía. La segunda, Coníferas, es un rompecabezas que me dio más de un quebradero de cabeza mientras trataba de armarlo. Con esa novela me prometí que jamás volvería a echarme al agua sin haber pensado antes hacia dónde iba a nadar. Para Matrioskas, la tercera, preparé una secuencia de escenas que habían de permitirme dosificar la información y transmitir lo que quería relatar de la mejor forma posible. En tu primera novela, El cielo según Google, abordas la adopción, la maternidad y la paternidad y las consecuencias que el proceso de adopción y la llegada del hijo suponen para la pareja protagonista. La adopción y el lazo de la sangre entre madres e hijas reaparece en tu tercera novela, Matrioskas. De algún modo, subyace la reflexión sobre si el vínculo que se establece en la maternidad biológica es el mismo o es diferente al que se forja en el caso de la filiación adoptiva. Es algo curioso porque no he vivido, en mi entorno cercano, experiencias de adopción, pero, aun así, se trata de un tema que me inquieta. Cuando escribo sobre un tema trato de agotarlo, mirarlo desde el máximo de puntos de vista para describirlo en su totalidad, con sus luces y sus sombras, y en este caso, Matrioskas lo pedía. Eso no implica que no tenga opinión forjada al respecto: creo, como reza el dicho, que «el roce hace el cariño», y no veo diferencias en la profundidad de los afectos, sean de sangre o de piel.

Coníferas, tu segunda novela, es un relato con cierto aire distópico, y entre las reflexiones sobre la memoria, la identidad y la responsabilidad sobre nuestros actos se agazapa el tema de la manipulación en el seno de la pareja, motivo


Matrioskas es tu último trabajo. Una historia que conturba, durísima y necesaria a partes iguales. El dolor inimaginable de miles de mujeres destrozadas en una tragedia histórica, la guerra de Bosnia, de la que ya nadie se acuerda. El dolor y las secuelas. ¿Cómo surge la necesidad de escribir esta novela? Visité una exposición sobre el tema en la prisión modelo de Barcelona, Hay alguien en el bosque, que contenía información y retratos de gran formato muy elocuentes. En los ojos de sus protagonistas me pareció ver resignación, dolor, ausencia. Allí mismo decidí escribir sobre ello. Lo siguiente fue plantear el tono. Para mí era importante huir de la crudeza: escribir un texto que, sin ser explícito en ningún momento, pudiese transmitir el horror de lo que sucedió. En ningún momento, pues, me detengo a relatar cómo se viola: de nada serviría. Sugerir, en literatura, tiene mucho más valor.

que ya aparece en El cielo según Google, pero que, en el caso de Coníferas, da paso al maltrato que irrumpe con fuerza en la historia. Logras que el lector sienta el mismo desconcierto y turbación que siente la protagonista en su relación de pareja. Es tu novela de estructura más compleja. ¿Cómo fue el proceso de construcción del entramado narrativo de Coníferas? Como te comentaba hace un momento, ahí me lancé a la piscina sin pensar, aunque una novela como esa, que tiene mucho de rompecabezas, exige una planificación minuciosa para conseguir encajar todas las piezas. Eso me llevó a reescribir algunas partes —cosa que personalmente detesto, pues te obliga a prescindir de páginas en las que has invertido mucho esfuerzo—; no obstante, el resultado final me dejó satisfecha. Al principio, la mezcla de voces desconcierta un poco —eso ya viene siendo marca de la casa; me encanta cazar conversaciones al vuelo, y esas nunca siguen la estructura clásica de introducción, nudo y desenlace—, pero una vez entras en la novela y de dejas llevar, participas también, como lector o lectora, del juego.

Una cita de Matrioskas: «Cuando la humillación desequilibra la balanza, desenterrar el pasado se vuelve de mal gusto para quienes buscan ahorrarse la vergüenza de sus actos. Insistirán en que fue una época difícil y hay que ser tolerante; en que hay que convivir, en que todos perdieron. Y quizás les comprarías el discurso, del lado del vencido, si no fuera tan claro que es siempre el ganador quien propone avanzar, dejar atrás el pasado y no volverse. El silencio es negación». En Matrioskas la historia busca hacerse grito. ¿Qué papel juega la literatura para denunciar, para evitar que los dramas personales que quedan ocultos bajo los titulares de los diarios caigan en el olvido? Una de las múltiples funciones de la literatura es precisamente esa, pues ejerce de altavoz, aunque eso no significa que sea, en modo alguno, imprescindible usarla para ese fin. Sí la defiendo cuando el tema lo pide, como es el caso. Leyendo tus novelas se observa que los relatos se van despojando del entorno, del escenario.

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En Matrioskas, una protagonista vive en una Barcelona que es casi solo un nombre y la otra, en una ciudad no especificada del norte de Europa. Solo hay una mención concreta: Vilina Vlas, tristemente famoso centro de detención y violaciones en la Guerra de Bosnia. ¿Qué valor literario pretendes imprimir en las novelas con ese abandono de pormenores espaciales? Salvo en Coníferas, donde el entorno es casi un personaje más, diría que el contexto tiene mucho de anecdótico. En el caso concreto de Matrioskas la falta de ubicación es buscada, pues la novela está orientada a mostrar que la violación, utilizada como arma de guerra, está completamente desligada del entorno, pues se ha perpetrado siempre a lo largo y ancho de la geografía y la historia. La referencia a Vilina Vlas me la permití por el horror que resume en dos palabras. Creo mucho en la curiosidad de quien me lee, y busco convertir ese tipo de menciones en referencias compartidas. En tus tres obras es evidente la importancia que concedes al estilo; tu prosa parece afilarse cada vez más sin perder la hondura. Es una prosa limpia, depurada, sin demasiadas figuras re-

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tóricas y, al mismo tiempo, ofrece al lector afirmaciones que le hacen pararse para reflexionar sobre ellas por la fuerza que transmiten. ¿Cuánta corrección y reescritura hay en tus textos? ¿Cuándo te dices: «Ya, hasta aquí»? Para mí, es muy importante que el texto te lleve de la mano: que sea musical, rítmico; lo mismo sucede con la poesía. Para ello dedico muchas más horas a la reescritura que a la redacción; me resisto a conformarme con las primeras versiones. Antes de dar por bueno cualquier párrafo, lo leo en voz alta. Una frase larga no se sostiene a menos que el texto fluya, y solo me permito dar por buena una página cuando siento que es así. Y junto a ello, el lenguaje de las adolescentes, que aparecen en las tres novelas, es de un realismo apabullante; el lector tiene la sensación de estar asistiendo a diálogos y monólogos de jóvenes de dieciséis, dieciocho o veinte años. ¿Cuánta observación y cuánta elaboración hay en esos diálogos o en los monólogos de las jóvenes? He dedicado dieciséis años a dar clase a adolescentes; no obstante, el trabajo de campo, en su mayoría, es el


Entrevista a Marta Carnicero

que he llevado a cabo en casa, escuchando a mis hijas. Reproducir esa forma de hablar tiene algo de tocar de oído: querer ser demasiado fidedigna puede llegar a ser contraproducente —por aquello de que la realidad supera a la ficción—, y hay que llevar cuidado para no caer en el ridículo. Otro aspecto interesante de tus tres libros es que son relatos muy cinematográficos. Es más, Pedro Almodóvar explicó en un programa de Página dos cómo le había impactado Matrioskas y cómo estaba releyendo y anotándola. ¿Te imaginas alguna de tus tres novelas o las tres como una película o una serie? Coníferas fue una de las novelas seleccionadas para participar en Rodando páginas, un certamen encaminado a llevar a la pantalla historias con potencial de adaptación. Su trama es la de un thriller que es un juego de espejos; tiene mucho de los primeros capítulos de Black Mirror y de películas como Olvídate de mí. En cuanto a Matrioskas, lo confieso, me he permitido soñar con ello. Conocí a Pedro Almodóvar poco después de que hiciera esas declaraciones, y me consta que la temática de la novela, por dura —aunque mi texto no sea en absoluto explícito, pues yo misma me alejo de las lecturas, películas o series que lo son—, se aleja de su línea. El simple hecho de que lo relea, como dice, y se ponga a trabajar en su posible adaptación por el puro gusto de hacerlo, aunque no vaya a convertirla en realidad, ya me parece un regalo. Ojalá alguien, si no acaba siendo él, se lo plantee: las mujeres en quienes me inspiré se lo merecen. Hablando de las mujeres en quienes te inspiraste, ¿llegaste a hablar con alguna de ellas? No quise. Me daba mucho apuro hablar con mujeres que hubiesen pasado por semejante trauma porque, para sacarles el testimonio que yo hubiese necesitado, tendría que haber escarbado en una herida que ellas habían hecho tanto por cicatrizar, y no me parecía lícito. Eres una autora que participa en muchos clubes de lectura, en talleres… ¿Cómo es la experiencia de comentar tu obra con los lectores? La vivo como una gran suerte. La literatura propicia un diálogo con alguien con quien, en general, no vas

E l s a l ón d e l o s e s p e j o s

a tener otra conversación que la que permite el texto; es una especie de mensaje en la botella que, con suerte, alguien descorchará. Que haya alguien al otro lado que decida concederte su tiempo, con la oferta de libros, y ocios varios, que compiten por su atención, me parece un regalo. Que además espacio y tiempo confluyan para establecer un diálogo real me parece valiosísimo, porque aporta sentido a los madrugones y a las largas horas transcurridas frente a la pantalla. Participas también en programas sobre literatura. ¿Qué es lo que más te llama la atención del panorama actual? ¿Qué apetece leer en este momento? Lo que más me llama la atención es la importancia que se da a las novedades: mientras una obra es novedad (y eso son pocas semanas), los medios se ocupan de ella; cuando deja de serlo, suelen dejarla de lado. No es vuestro caso, y no sabes cómo lo celebro. Me molesta también que parezca necesario que detrás de toda obra de ficción exista una realidad vinculada al autor/a sin la cual la obra perdería su empaque: alguien me sugirió que, si yo hubiese pasado por la experiencia que relato en Matrioskas, la novela habría tenido cabida en más programas. No necesito que una novela sea nueva para interesarme por ella, y mucho menos que su autor esté vivencialmente relacionado con lo que relata. Lo único que me importa es que el texto sea bueno, que —sea por el estilo o por la reflexión que contiene— me gane como lectora. De este tipo de textos me ocupo en el programa en el que participo. Y, para terminar, tus dos primeras obras las tradujo Pablo Martin Sánchez; en Matrioskas te has traducido del catalán. ¿Cómo ha sido el proceso? ¿Has tenido la tentación de reescribir, de cambiar cosas? El proceso ha sido fatigoso: traducirme, como autora, ha implicado volver a escribir una novela de la que ya lo conocía todo. Eso convierte el producto final en versión, si se quiere, más que en traducción. La suerte, puesto que había ya reescrito tanto, es que no he tenido la tentación de cambiar gran cosa: modifiqué ligeramente un par de frases y eliminé otra, que me pareció sobrante. Como autora es una suerte que, a diferencia de un traductor, sí me puedo permitir.

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E l s a l ón d e l o s e s p e j o s

Entrevista a Jaime Rodríguez Z Texto: Jorge Núñez Fotografía: Carlos Luján Godall ©

Jaime Rodríguez Z. (Lima, 1973) es poeta y editor. Ha sido director de Quimera y actualmente es editor del sello independiente Esto no es Berlín. Ha escrito los poemarios Las ciudades aparentes (Colmillo Blanco, 2001) y Canción de Vic Morrow (Trea, 2011), el libro de narrativa Solo quedamos nosotros (Galaxia Gutenberg, 2021), y el podcast Informe de los bosques (Podium Podcast, 2022). Vive entre Madrid y Castilla-La Mancha.

En The basement tapes acechan varios fantasmas, y el primero es la extranjería como un paisaje de contradicciones. Yo diría, más bien, que la extranjería son varios fantasmas. Uno puede pensar en ella como una forma de

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extrañamiento ante las cosas —a veces de uno mismo, para citar un lugar común—; pero hay sin duda extranjerías más concretas, las de los CIES en las que hay que pensar, quizá, de manera más urgente. No sé si todo eso está en el libro, pero al menos está en mí. Como sea, en The basement tapes hay muchos duelos, y el duelo es otro fantasma de la extranjería. En The basement tapes y tu anterior poemario Canción de Vic Morrow existen paralelos, como la importancia de la cultura anglo y cómo esta teje un paisaje, y voces que hablan del dolor con cierta serenidad. La cultura anglo, y más precisamente la norteamericana, está sin duda en el centro de mi formación: las novelas de Faulkner, los cuentos de Salinger, los poemas de


E. E. Cummings... Y la televisión, la televisión siempre. He sido un gran seguidor de las series de televisión norteamericanas desde Combate (que es el motivo de Canción de Vic Morrow) hasta Succession, pasando por Star Trek, Taxi, Los días y las noches de Molly Dodd, Midnight Caller, Hill Street Blues o Los Soprano. Y casi todo lo que hay en el medio. Han sido como un ruido de fondo permanente en mi vida. Supongo que también en mi escritura.

The basement tapes es un libro que celebra la estética de lo oculto, lo no dicho. Existe un silencio entre lazos familiares, el amor, la guerrilla interna de la paternidad. En cierta medida, también juegas con la continuidad del discurso de tu primer libro de narrativa Solo quedamos nosotros. Como muchas personas de mi generación, vengo de una familia en la que no se hablaba demasiado de sentimientos o emociones, se requerían otro tipo de supervivencias. Creo que en cierto sentido las cosas que he escrito son como miembros de una familia que tampoco se hablan directamente pero que se parecen, tienen motivaciones similares, comparten una vida doméstica y sí, también necesitan comunicarse de vez en cuando. Sobre la relación particular que señalas, The basement tapes, siendo un libro brevísimo, abarca un lapso de tiempo más largo, un proceso de hallazgo y pérdida que se prolongó durante unos diez años. Solo quedamos nosotros, por otro lado, se centra más en un tema, que podríamos llamar la herida de la masculinidad, y en ese sentido está más acotado. Se presenta una armonía del límite en diferentes ocasiones. Los versos «La verdadera fiesta estaba en el rincón más oscuro / de los bosques» recuerdan a los versos de Antonio Cisneros «Aquí estoy, en el límite exacto de la tierra. Las ratas del cantil son como acacias abiertas por la sal». No estoy muy seguro de la relación con los versos de Cisneros que mencionas, pero lo que te puedo decir es que fue una de mis lecturas favoritas cuando tenía veinte años. Siempre vuelvo a él, aunque de manera inconsciente (que puede ser el caso en lo que citas). De hecho, sí hay en el libro unos versos explícitos de Cisneros (pág. 17). Mi libro favorito suyo es El libro de Dios y de los húngaros, que debo haber leído cientos de veces.

Dividiste The basement tapes en tres partes, con ritmos disímiles, jugando con la idea de una casa en términos metafóricos. Me gustaría que me pudieses contar más acerca de esta metáfora. No lo había pensado en términos de espacio, sino en un sentido temporal que es bastante explícito: antes, durante y después. Pero reflexionando ahora sobre lo que dices, y a la luz de la relación con la familia de la que estamos hablando, creo que sería posible leer la estructura como la forma más simple de una casa: con dos paredes y un techo. En todo caso, creo que las casas también las construye (y las destruye) el tiempo. Quizás uno de los poemas más notables es «Fábula del río, el conejo y el lobo», que no cae en el recurso de la moraleja al acercar las concepciones de lo humano y lo animal. Gracias. Creo que, en efecto, no hay mucha diferencia entre lo humano y lo animal, o que de hecho son la misma cosa. Son instintos que pueden ser más o menos sofisticados pero que finalmente tienen que ver, sobre todo, con la supervivencia. Me gusta en ese sentido la honestidad de la naturaleza no humana. En los poemas «Pensaba en ti», «Fábula del río, el conejo y el lobo» y en otros de manera indirecta aparece el bosque como protagonista. También tienes un podcast llamado Informe de los bosques. Me encantaría saber el origen de esa fascinación. A mí también. Creo que relaciono mi infancia con cierta aridez. Después de todo, Lima, donde crecí, forma parte de una costa desértica. Y dentro de la ciudad, crecí siempre en bloques de edificios iguales, con pequeños jardines dentro, por lo general abandonados. Creo que el bosque, con su exuberancia verde y sus sombras dramáticas, representa en mi cabeza una otredad que me fascina. Me ocurre lo mismo con Europa. Me gustaría saber en qué proyectos estás ahora. Tengo entre manos la segunda temporada del podcast Informe de los bosques, y una especie de novela (he renunciado definitivamente a intentar hacer una novela al uso) que trata sobre España. Más concretamente, describe un momento hacia el final de la Segunda República. Ya veremos.

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Poesía joven en Granada

Poesía joven en Granada Rosa Berbel – 17

Adrián Viéitez – 19 Carlos Allende – 20 Cristóbal Domínguez Durán – 21 Javier Calderón – 22 Javier Navarro Soto-Egea – 23 Juan Javier Ortigosa – 24 Laura Montes – 25 Leira Araújo – 26 María Elena Higueruelo – 27 María Sánchez-Saorín – 28 Markel Hernández – 29 Munir Hachemi – 30 Nuria Ortega Riba – 31 Paula Melchor – 32 Sergio Navarro – 33 Víctor Bayona Marchal – 34 Fotografías cedidas por los autores ©

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Por Rosa Berbel El peso de la herencia de la poesía en Granada es, casi siempre, tanto más estimulante que castrador. Como todas las herencias, no obstante, esta también está llena de fantasmas, elipsis, violencias y genealogías bastardas, centros y periferias, afinidades imprevistas y rencores persistentes. A pesar de todo, o gracias a ello, el vínculo entre la ciudad y el género se ha consolidado con el paso del tiempo como incuestionable. Así lo demuestran infinidad de datos cuantitativos (número de libros publicados, editoriales en activo, premios de prestigio acumulados, celebración de encuentros y festivales diversos, etc.) y, sobre todo, la sorpresa en lo cualitativo de quien se asoma a la extraordinaria radicalidad de las propuestas poéticas que se escriben hoy desde Granada, sea lo que sea que refiera el problemático sintagma «poesía granadina» y sea lo que sea todavía hoy la radicalidad, concepto que constituye con toda seguridad otro problema teórico mayor que el anterior. En cualquier caso, mapear la producción poética de la ciudad supone una tarea titánica, casi interminable, de fronteras siempre difusas. En un momento histórico en el que lo local ocupa un papel quizá menos relevante que nunca, o en el que, cuando menos, su papel se está redefiniendo a una velocidad inusitada, continúa causando asombro la existencia de territorios que, como Granada, parecen resistir las fuerzas de la homogeneización cultural, reivindicándose en su localismo como centros de una actividad tan eminentemente improductiva como la poética. Siendo loable la excepción, lo cierto es que esta forma de pensar la

escritura produce en nuestro siglo numerosos interrogantes, deja al descubierto claroscuros: ¿hasta qué punto el espacio físico de enunciación condiciona hoy los procesos creativos?, ¿cómo se filtra el territorio en la poesía?, ¿qué relación guardan en el presente las poéticas con la tradición en que se insertan?, ¿sigue operativo alguno de estos paradigmas tradicionales de pensamiento sobre la literatura? Todas estas preguntas, que no esperan en ningún caso respuestas satisfactorias, colisionan en este dossier. Esta cartografía de la poesía joven granadina afronta, como es evidente, varios obstáculos. En primer lugar, las antologías poéticas que tienen como punto de referencia el territorio se asoman hoy a un abismo insondable: las condiciones de habitabilidad y, en consecuencia, el arraigo para con el territorio son ahora diametralmente distintos a como lo eran en la edad de oro del método generacional, en especial para los jóvenes. Siempre más ciudad de paso que lugar de residencia permanente, Granada hace propia una condición que bien podríamos considerar poética si la tomáramos en abstracto: la de la mudanza. En la vida real, este nomadismo forzado se revela sobre todo como una fuente inagotable de incertidumbres, ansiedades y precariedad, algo que transforma de modos inesperados la escritura. Si la poesía es, en el imaginario, un género de espíritu joven, en Granada lo es sobre todo de espíritu universitario y, por tanto, un género destinado a trasladarse a otro sitio cuando termina el grado o el máster o el doctorado. La brillantez se actualiza constantemente, pero es casi imposible circunscribirla hoy de manera geográfica. Los poetas incluidos en este

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El cielo raso

Rosa Berbel. Poesía joven en Granada

dossier son aquellos que residen o han residido en Granada en el último año, aun consciente de cuántos podrían ser también considerados parte fundamental de la «poesía granadina» pese a que vivan ahora en otro sitio. Algunos están ya proyectando su mudanza. Otros acaban de llegar aquí, y en realidad han desarrollado la mayor parte de su obra en otra parte. Esta cartografía es, por ello, probablemente accidental, trágicamente limitada, una fotografía borrosa pero también feliz en su movimiento. Representativa solo en su justa medida. Por otro lado, seguir hablando de «poesía joven» perpetúa ciertos tópicos desagradables y hasta perversos sobre la poesía y sobre la juventud. Este dossier choca con esa contradicción, trata de surfearla torpemente. El marbete «poesía joven» no tiene, en realidad, gran fuerza semántica. Hay jóvenes que dialogan (incluso se agrupan) de manera asombrosa con poetas de otras generaciones sin que eso les reste ni un ápice de su juventud o de su frescura (concepto este también ciertamente enigmático). La juventud no es un criterio estético, un vehículo de legitimación, ni desde luego un desmérito. Si acaso, es una casualidad biográfica, una perspectiva de lectura no demasiado productiva. Los poetas aquí seleccionados encajan dentro de ese término sociológico conocido como «juventud», un término cada vez más en disputa en el presente, sometido a revisión, ampliación, problematización o, en cualquier caso, intenso debate colectivo. Como cartografiar supone establecer límites, límites siempre más imaginarios que reales, esta muestra contiene poemas de autores menores de treinta y cinco años, que no constituyen en modo alguno una generación ni un movimiento estético definido. Esas metodologías, me parece, hace años que dejaron de ser válidas para una lectura poética rigurosa o constructiva. Por último, y aunque la idea inicial de esta selección era hablar del estado de la poesía joven en Granada desde dentro de ella, otro escollo lo constituye la más que probable falta de perspectiva por mi parte, que escribo, trabajo, leo y establezco la mayor parte de mis lazos afectivos en la ciudad de Granada, lo que a todas luces aportará una visión aún más sesgada y parcial del fenómeno de lo que ya de por sí lo es toda selección. Tengo, en cualquier caso, la fortuna inmensa de poder rodearme de algunas de las voces poéticas más poderosas del panorama presente, y haber hablado, discutido, pensado y hasta teorizado con algunas de ellas sobre

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sus propuestas, lo que quizá me aporte también alguna opinión crítica mínimamente valiosa. La figura del antólogo (vertical, autoritaria y patriarcal casi por definición) me interesa cada vez menos y es ya probablemente una de las menos relevantes en el ecosistema literario de este siglo. Lejos de mi intención está contribuir una vez más a la abundante nómina de antologías, un dispositivo tradicional que quizá haya dejado de generar también diálogos edificantes y pensamiento genuino sobre la literatura. Por lo demás, este dossier presenta a dieciséis poetas residentes hoy en Granada: Adrián Viéitez, Carlos Allende, Cristóbal Domínguez Durán, Javier Calderón, Javier Navarro Soto-Egea, Juan Javier Ortigosa, Laura Montes, Leira Araújo, María Elena Higueruelo, María Sánchez-Saorín, Markel Hernández, Munir Hachemi, Nuria Ortega Riba, Paula Melchor, Sergio Navarro y Víctor Bayona Marchal. Ningún poeta es una isla, pero la poesía de cada uno de ellos florece en su heterogeneidad. El retorno a los códigos de la poesía amorosa, la apertura de nuevos cauces para lo político, el diálogo neoculturalista con otros medios y discursos de nuestro siglo, el coloquialismo y su exacto contrario o el triunfo de formas ahora renovadas de espiritualidad son líneas de fuerza dominantes en la poesía actual, derivas que, sin ser exactamente nuevas, pueden responder a infinidad de factores históricos, sociales, afectivos e ideológicos, y que encuentran aquí su correlato. Su indeterminación, no obstante, deja el espacio suficiente para que las poéticas sean, aun en su comprensible afinidad, sustancialmente distintas. Todas ellas ostentan cierta centralidad en el ecosistema literario presente, cada una a su manera, aunque cada una de ellas, también en sus propios términos, trabaja con una conciencia clara de lo periférico. Esta es, me parece, una de las idiosincrasias de la escritura de poesía en Granada, una ciudad que en ningún caso constituye un centro dentro de las dinámicas del Estado español, pero cuya ingente producción poética ha arañado, a lo largo de la historia, eso que llamamos canon. Sea como fuere, sirva esta muestra a modo de puerta de entrada a la asombrosa riqueza de la poesía en Granada, una poesía siempre en movimiento, en diálogo permanente con otras tradiciones y territorios, joven y vieja a la vez, iconoclasta con su herencia y asombrada por todas las que vinieron antes. Comprometida, hereje y visionaria.


AUDIENCIA: ¿Y las baladas líricas? MATÓN: No estamos tristes, es así. El mundo, estos topacios y colores. La tristeza… nadie pregunta. Si hay alternativa, vamos hacia ella. Pero qué ruido, qué sinfonías en la plaza y también las noches. La calle se publicita, de todos modos. *

Diario de John Cheever (1777) y un matón 1 de la bruma y junio y arboledas Toca nadar, hombre sí, con todo el cielo así pintado. En verano se me agarrota la cáscara, con todo lo escribiente que ando. Cuentecitos y tengo dos hijos pero no sé hablar… como dos lombrices puras. Claro que mareo esto, con lo fingido que trazamos el círculo. A mí me gustan cosas pero cuando entra el orden ya está acabando el día y la vida a marchitarse. Si estuviese triste calificando de gravoso autor… Anoche en el café todos los amigos, sé que cantaban pero qué. La canción en la cabeza es imposible de cantar, ¡incapaz en el día! También soy tímido y soy una grandísima certeza; ¿un karaoke es verdad? Qué vergüenza… Palabrita, palabrita. Costa de Valencia, provincias y los trabajos todavía con el frío lejos. No están los escribientes, man of the people con la cabeza en las nubes, con las reflexiones del océano espeso. ¿Hablarán de mí? Todas estas preocupaciones cómo revolotean, pero no es divertido así sufrir, trovando trovando, ancianitos y runas.

27 de la muerte y noviembre y una rumba Por las afueras con un Bentley… todo son caballos. Cuando llueve es un acuario, y para comer se esperan los años. Escribidando en la tarde oscura. Como soy un niño lleno de curiosidades marcho al parque y con la lunita abrazada, en el tobogán, ¡qué concreto! Si seré tan famoso como el árbol viejo, el pueblo de mamá. Claro que todos estos sentimientos, bien gratinados e impresos y qué belleza. Los deseos de mi cumpleaños, algunos cumplidos, ¿todos? Para uno de desear… Crepusculeo así de bien, joven que soy y vivo en un siglo de mentira. Fundando el país, qué evidente. Constituyendo, palabrita. Por la mañana al béisbol, y tan viejo, la pelota volando, no tengo hijos. Se cansa uno de ancianas papiroflexias, capital letter y ¡avanti!

* MATÓN: ¡Shhhhhhh! AUDIENCIA: ¿Cleopatra y así? MATÓN: Que no sé reírme, me olvidé… Nosotros fallamos y por eso se hunden las cosas, evidentemente. ¡Nuestra labor! No elegimos esta vida, no se elige más. Llega un punto y no se elige más —no es borde: ya caída—. AUDIENCIA: Pero antiguamente… MATÓN: Leímos más libros que nadie, claro, y después no se elige. Uno no quiere. Hay un senderito posible y lo buscamos. Pero en los días hay quien obliga. Entonces soy el matón y tan llanamente. No sé si para siempre, claro. Ahora es esto.

Adrián Viéitez (Vigo, 1994) es periodista cultural y graduado en Filosofía. Ha publicado los poemarios Tratado sobre tu nombre (En el mar, 2021) y Alta Escuela Musical (Dieciséis, 2022).

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Pared blanca The ball I threw while playing in the park has not yet reached the ground. Dylan Thomas

Golpeo la pelota y nunca roza el suelo. Rebota una y otra vez. No toca el suelo que debería. No toca ninguno. Una pared divide en dos mitades —casi perfectas— el patio y el laberinto se rompe. Ya no hay salida. Ya empieza a atardecer. Ya perdí mis primeros ojos. Abandoné allí abajo la mitad de lo que fui y me robaron la mitad del horizonte. Donde deberían estar los pájaros y la fuente de agua verde y las naranjas aplastadas sólo hay una pared blanca y una pelota, que nunca tocará el suelo, golpeándola.

Carlos Allende @all.Carlito (Granada) es narrador, poeta, músico y fotógrafo. Ha sido antologado en Pero yo vuelo (Ediciones en Huida), Granada no se calla (Esdrújula), Algo se ha movido (Esdrújula), Versos al amor de la lumbre (Revista Lumbre), Piel fina (Maremagnum) y Cuando dejó de llover. 50 poéticas recién cortadas (Sloper). Ha pertenecido a las asociaciones literarias El vaso roto y El diente de oro, así como a la editorial independiente Ediciones Paralelo y al colectivo artístico multidisciplinar Hidden St. Musicalmente ha publicado cuatro trabajos: Orgullosos junto a LS Granada, La broma infinita junto a Deeaz y Daniel Antelo, Constanza junto a Vic Vega y Teogonía en solitario. En 2017 publicó su primer libro, La raíz del grito (Esdrújula). En 2021 su libro La guerra o el mar recibió el XI Premio de Poesía Granajoven.

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Tras morir en un sueño Estoy sentado en el banco de un jardín de la otra margen del río, oyendo las lombrices trabajar bajo tierra. En esta otra orilla del mundo se oye todo. Seguro que las lombrices también oyen cómo estoy atento a ellas. Incluso es posible que oigan la imagen con que las pienso ahí debajo. En este lugar, si yo oigo las lombrices, soy una lombriz. Si ellas me oyen, son yo. Si oigo cómo crecen las ramas del árbol, su linaje de tendones torciéndose, me extiendo como una rama o un tendón. Porque en este otro lado no hay familia ni amigos, los lazos son otros. Crezco solo, como madura el levante hasta que se cumple. Es tarde, la luz baja y se oyen las motas de polvo flotando en el lumen. Me asiento como polvo. Soy polvo ahora. Ah! Ya sé que otra orilla es esta.

Cristóbal Domínguez Durán (Vejer de la Frontera, Cádiz, 1993) es filólogo y docente de Lengua Castellana y Literatura. Ha participado en distintas revistas y colabora ocasionalmente con diversos medios culturales. En 2018 publicó su primer libro, Secuelas (Pre-Textos), con el que obtuvo el XXXIX Premio de Poesía Arcipreste de Hita. Tras unos años publicó Nadie nos cuida en el sueño (Pre-Textos, 2022), con el que obtuvo el II Premio de Poesía Universidad Carlos III de Madrid.

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Suele tranquilizarnos la certeza de las flores, la voz cansada que en mitad de la siesta se extiende como un débil recuerdo sobre las tejas viejas y musgosas de casa. Vivimos del olor a ropa húmeda y a sudor bajo el sol de nuestro patio. Es verano en la tierra y ya se han sucedido las catástrofes. Tienes una arboleda en las entrañas y tan solo conoces el rumor de la lluvia cuando cesa. Mis dedos en tu pelo son arados de caña y algodón cuando me besas. Duele, en cierto modo, tanto amor. Algún día abriré todas las puertas y cantaré tu nombre como se planta un árbol y bailarán entonces los muertos con los vivos. Algún día diré que la certeza de las flores nos tiende un puente hacia el futuro y miraré tu cuerpo enlodazado perdido en un temblor de tallos y canciones. Los adioses del trigo, 2020

Javier Calderón (Alicante, 1995) es graduado en Filología Hispánica y máster en Estudios Literarios y Teatrales y en Profesorado de Enseñanza Secundaria. Investiga en torno a la lectura encarnada de los textos poéticos y, concretamente, sobre las nociones de experiencia poética y moralidad encarnada. Ha publicado los libros Ángulo muerto (Ediciones Maremágnum, 2018), Los adioses del trigo (Hiperión, 2020; XXIII Premio de Poesía Joven «Antonio Carvajal»), Variaciones de la espera (Esdrújula Ediciones, 2022; Premio Federico García Lorca 2021) y Los cuartos por la noche (ediciones en el mar, 2023), y participado en las antologías poéticas Piel fina (Ediciones Maremágnum, 2019) y De qué hablamos cuando hablamos de amor (Editorial Cántico, 2023), en la obra colectiva Ensayo y error Benidorm (Editorial Barrett, 2019) y en las revistas Maremágnum, Anáfora, Parnaso, Zéjel, Zenda, Piedra del molino y Caracol nocturno.

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Me gustaría pesar un poco más y que mi barriga fuera grande, muy grande, y que se hinchara como se hinchan los globos en los cumples de los niños, y que se hinchara, tan grande, como tus mofletes o los míos cuando decimos algo que nos avergüenza antes de dormir. Me gustaría pesar un poco más, ganar algunos kilos, o mejor, sí, ganar muchos, muchos kilos, ganar de pronto tanto peso, tanto que las familias me parasen por la calle y me dijeran cómo has cambiado, cuánto has crecido, o parar yo a las familias por la calle, y aplastarlas contra las esquinas, y aplastarlas, también, contra los escaparates de las tiendas,

sí, los escaparates de las tiendas tan limpios antes y tan sucios de repente, con los mocos de los niños, los mocos y los pintalabios de los niños, o las madres, o los padres, manchando el escaparate de la tienda como un cuadro impresionista, y los transeúntes mirando el escaparate de la tienda, tan bohemio, con las personas aplastadas contra él, y pensando, claro, que así es el amor cuando se siente, así es el amor cuando se siente, tan grande que se desborda del cuerpo, inunda las calles, apretuja a las personas. Me gustaría pesar un poco más, pienso cuando duermes a mi lado; me gustaría, barriga contra espalda, crecer, llenar el hueco, extenderme como un planeta en expansión o como la lava de un volcán, y me gusta, respiras, darme cuenta de que ya no importa el miedo, ni la imagen, ni la estética, ni todas esas cosas que antes sí importaban, porque ahora lo único que importa, si acaso, es el hueco que se abre insalvable entre mi vientre y tu columna.

Javier Navarro Soto-Egea (Lorca, Murcia, 2001) es graduado en Psicología por la Universidad de Granada y estudia Literaturas Comparadas en la misma institución. Su primer poemario, Hasta que nos duelan las costillas (Cicely Editorial, 2023), podría describirse como una canción pop extremadamente larga.

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El color de las violetas Hay quien me acusa de ser insensible a los colores y tener en mi poesía un paisaje en blanco y negro. Haré una prueba. Me gusta el color de las violetas, su cansancio me recuerda al de tus ojos. Con voluntad de amanecer, 2022

Juan Javier Ortigosa (Olula del Río, Almería, 1997) graduado en Filología Hispánica y en Literaturas Comparadas por la Universidad de Granada, ha participado como poeta en varias publicaciones y antologías colectivas. Asimismo, ha prologado el cuadernillo Aunque sea por escrito (Almería, 2019) de Javier Egea. En 2021 participó en el XVIII Festival Internacional Poesía en el Laurel amadrinado por la poeta Ángeles Mora. Y en 2022 publicó su primer poemario, titulado Con voluntad de amanecer (Granada, 2022), en la Editorial Sonámbulos.

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Todas las flores cobijan una rabia y por ella ascienden espíritus ambiciosos Como un colchón que se llena de paciencia o una pared de árboles Basta un chapuzón para que el mar se rompa Bulle en mi pelo de anciana en mi mano esta corriente que parasita toda estructura. Un altar caliente, 2023

Laura Montes (Aldeire, Granada, 1996) es graduada en Filología Hispánica por la Universidad de Granada. Ha participado en recitales de poesía en Granada (España) y en la Feria Internacional del Libro de La Paz (Bolivia). En abril de 2023 ha publicado su primer poemario, titulado Un altar caliente, con el que se abre la colección de poesía Mundana de la editorial Cuadernos del Vigía.

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Carmelina qué sabe mi abuela de geopolítica si su sueño es ir a Rusia hablar con los alemanes y conocer a la reina de Inglaterra qué sabe mi abuela del presente si lleva varios años teniendo 83 cambiando la vela sobre la tarta pidiendo el mismo deseo que no se cumple qué sabe mi abuela de la felicidad si le teme al mar y nació junto a la playa si ha parido 6 hijos y se le han muerto 2 si se casó por amor y la abandonaron qué sabe mi abuela de mis sueños si me pide siempre que regrese jurando perseguirme disfrazada de fantasma yo amo a mi abuela no porque deba sino porque lo elijo porque amar es una elección que se aprende desde la escuela

Leira Araújo (Guayaquil, Ecuador, 1990) es poeta, investigadora y actriz. En 2014 ganó el Primer Slam Poético de Esquirla Poética y la mención de honor del Premio Desembarco Poético (Ecuador) con el poemario Caníbales. En 2015 obtuvo el VIII Premio Nacional de Poesía Ileana Espinel Cedeño con Última noche en el país de los hoteles (Ecuador). Se radicó en España en el 2016. Actualmente es investigadora predoctoral contratada en el Departamento de Literatura Española de la Universidad de Granada, donde realiza un estudio sobre poesía ecuatoriana, gracias a la financiación otorgada por la Junta de Andalucía.

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rumorcillo ajonjolí sobre los párpados. Existen maleficios luminosos. Sobre el lecho nos revelamos como dos figuras de cianotipia: el poder negativo de la luz arruina las posibilidades. Desvelados de la pureza del negro, lo sensible se despieza, alguien canta la necesidad de partir de nuevo el mundo en trozos; tú y yo nos extrañamos por la clausura de los compartimentos —hormigas de sangre atan el afuera a tu yema encerecida. Háblame, amigo, háblame por entre las rendijas de las imágenes estoy contigo. Magia negra para amantes fotosensibles La oscuridad abole toda distancia entre los cuerpos: en lo absoluto de la sombra soy contigo. Pero en algún lugar dios bosteza: de su garganta se nos vierte un claror anónimo, un polvo ancestral,

Conjura un mundo sin tiempo como una sábana recién lavada, sacudida la luz para nunca tendida sobre las cosas. Imagina un mundo en tiniebla: quisiera moverme siempre con la torpeza de los amantes.

María Elena Higueruelo (Torredonjimeno, Jaén, 1994) es graduada en Matemáticas y en Literaturas Comparadas por la Universidad de Granada, donde también ha cursado el Máster en Estudios Literarios y Teatrales. Ha publicado los libros El agua y la sed (Hiperión, 2015), con el que obtuvo el XVIII Premio de Poesía Joven «Antonio Carvajal», y Los días eternos (Rialp, 2020), tras resultar ganadora del Premio Adonáis 2019. Con este último ha obtenido, además, el Premio Nacional de Poesía Joven «Miguel Hernández» 2021, otorgado por el Ministerio de Cultura y Deporte.

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Distancias A menudo en los patios se crea una distancia entre mujeres: una sábana blanca. Frente a frente, las dos alisan las arrugas sacudiéndola, la pliegan varias veces antes de unir sus dedos y mirarse a los ojos un segundo. La tarde es íntima; en silenciosa danza, se hacen y se deshacen las distancias. Herederas, 2022

María Sánchez-Saorín (Ricote, Murcia, 1999) es graduada en Lengua y Literatura Españolas por la Universidad de Murcia. Herederas (Hiperión, 2022) es su primer poemario, con el que obtuvo el IV Premio de Poesía Joven Tino Barriuso. Ha publicado sus poemas en revistas como Maremágnum, Zéjel, Anáfora, Piedra del Molino, Mirlo, La Lectura o Centauros.

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Entonces Dios dijo: Que las aguas se colmen de azufre y los cielos de venenos. Así que falleció la vida marina y aérea. Se cumplió el segundo día. Que se apaguen las luces que separan el día de la noche. Y eso fue lo que sucedió: el estallido de la estrella, el satélite lunar, las estaciones, los días, los años y el tiempo. Al cuarto día, el uranio abortó las semillas y la vegetación, Dios inundó la tierra seca; al quinto, reunió las aguas del cielo. En el sexto, vio la luz cruel. Luego sumió al mundo en las tinieblas de las que lo había creado. Nueva génesis En el final, Dios miró todo lo que había hecho y vio que era malo.

En el séptimo día de la destrucción Dios descansó y se fue con la idea de haber obrado algún milagro.

Al hombre y la mujer creados a su semejanza, reyes de las bestias que poblaban la Tierra, los privó de alimento y reproducción. Y pasó la tarde y llegó la mañana. Así se cumplió el primer día.

Restos arqueológicos, 2023 para nunca tendida sobre las cosas. Imagina un mundo en tiniebla: quisiera moverme siempre con la torpeza de los amantes.

Markel Hernández Pérez (Arrigorriaga, Vizcaya, 1997) escribe su tesis doctoral sobre el compromiso político en el teatro español contemporáneo en la Universidad de Granada. Colabora con la compañía granadina Mitra Teatro. Ha escrito obras dramáticas entre las que destacan Tabú: las cosas que nunca dijimos (III Premio de Microteatro de La Malhablada, 2017), Vivir de alquiler (LV Premio de Literatura Dramática Kutxa Ciudad de San Sebastián, Algaida, 2020), El orden natural (IX Laboratorio de Escritura Teatral, Fundación SGAE, 2022), Ángel con grandes alas de cadenas, Marilluvia, «Esperanto» (El tamaño no importa nº12, Antígona), Desnudarse y Muro de piedra (VI Laboratorio Nuevas Dramaturgias, Antzerkigintza Berriak, Donostia Kultura). Fue el ganador de la IX edición del Premio Ucopoética y ha publicado el poemario Restos arqueológicos (Isla Elefante, 2023).

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El cielo raso

Siria | Europa | Dolor | Diccionario de la máquina de guerra un muerto es una pena diez muertos son una tragedia cien muertos son una masacre un millón de muertos son una abstracción

Munir Hachemi (Madrid, 1989). Comenzó vendiendo sus cuentos en formato fanzine por los bares de Lavapiés junto al colectivo literario Los escritores bárbaros. Más adelante editó su primera novela, Los pistoleros del eclipse, y la segunda, 废墟, aunque esta vez lo hizo en papel y las vendió, además de en Madrid, por las calles de Granada. En 2018 publicó Cosas vivas con Periférica Ediciones y en 2021 fue seleccionado por la revista Granta como uno de los «25 mejores narradores en español». Conoce los placeres de la traducción literaria y de alguna manera logró sacar adelante una tesis doctoral sobre la influencia de Borges en la narrativa española. Recientemente ha publicado la novela El árbol viene (Periférica Ediciones). Los restos (La Bella Varsovia, 2022), su primer libro de poemas, obtuvo el Premio Ojo Crítico de Poesía 2022.

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Llevar a un niño a la playa A Marcos Llevar a un niño a la playa decirle aquí haz un castillo cava un hoyo recoge piedras de la orilla decirle aquí entierra los pies verás aparecer un cuerpo salpicado de sal, nevado de arena llevar a un niño a la playa para decirle aquí hay explicaciones ¿verdad que aquí no piensas en el pasar de los años? ¿verdad que aquí eres niño siempre?

Nuria Ortega Riba es graduada en Filología Hispánica por la Universidad de Almería y tiene un máster en Enseñanza de Español como Lengua Extranjera por la Universidad de Granada. Actualmente cursa en esta misma ciudad un doble máster de Profesorado y Estudios Literarios y Teatrales. En 2021 recibió el Premio Adonáis por su poemario Las infancias sonoras (Rialp, 2022), del que el jurado destacó «la naturalidad con la que actualiza la tradición, la vuelta de tuerca expresiva que aplica al lenguaje coloquial y la mirada de asombro sobre el mundo y la memoria». Algunos de sus poemas aparecen en las revistas Anáfora, Litoral, Estación Poesía, Piedra del molino y Casapaís. Además de poesía, escribe narrativa: ha escrito relatos y microrrelatos que figuran en antologías y en este momento trabaja en su primera novela.

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El cielo raso

Los nombres amados Los nombres amados, escurridizas criaturas nocturnas. Somos pequeños una vez. Amamos tantas cosas —todo es nuestro un momento—, luego olvidamos. La primera magia: un nombre que vuelve atravesando las edades, por los siglos de los siglos de los siglos, hacia mí.

Paula Melchor (El Real de la Jara, 2000) es graduada en Literaturas Comparadas por la Universidad de Granada y ha cursado el Máster en Estudios Literarios y Teatrales de la misma universidad. Ha colaborado con sus poemas en la publicación de varias revistas literarias. Amor y pan. Notas sobre el hambre (Letraversal, 2022) es su primer poemario.

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Aquí, ahora, en el centro mismo de esta conciencia, entrégame tu baile. Sí, zumban los aviones hacia el este, pero hoy salimos al jardín y ponemos la cabeza desnuda bajo el vuelo de ocas que regresan. Las ocas son pájaros sin invierno. Llevan el alma caliente de una estación a otra sin que se entibie una sola décima. Nosotros bailamos la estación del arándano que muerdes —su sabor en tu boca me recorre la sangre desde siempre—. Por lo que pudieran decirnos: el baile en el jardín no baila la falta de un mundo. El baile es una forma de justicia.

Sergio Navarro (Marbella, 1992) es poeta y ensayista. Ha publicado los poemarios Historia del tacto (Colección de Poesía José Hierro, 2022), Una imagen imposible (Premio RNE de poesía, Pre-Textos, 2018) y La lucha por el vuelo (Premio Adonáis de Poesía, Adonáis, 2017). Fue residente becado en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores, formando parte de la XV promoción. Es autor del ensayo La comunidad inasible. La poesía española de la Transición en la crisis del humanismo (Colección Frontera, 2023). En la actualidad, trabaja de profesor e investigador en la Universidad de Granada.

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El cielo raso

Ovnis y globos espía ¿Ovnis o globos espía?: preguntas y respuestas sobre los objetos voladores no identificados en EE. UU. Público

En esta orilla del río, una rana salta de una piedra a otra. Puede incluso posarse sobre una hoja suficientemente grande porque es una criatura suficientemente ligera. Tal vez estén aquí por eso: desde otro país, desde otro planeta. Otra galaxia. Tal vez no puedan perderse esta escena de equilibrio, de pretendido silencio. Un bosque, un río: cuestiones de interés espacial. Yo querría ver de qué manera alza el vuelo un ave en Marte, como atravesaría un guijarro Neptuno de polo a polo, qué ruta escogería. ¿Podrían ser los anillos de Saturno un tiovivo? En nuestra casa este es uno de los milagros. La forma que tiene el mundo de sostener aquello que lo merece.

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Víctor Bayona Marchal nació en Barcelona, aunque ahora está estudiando el doble grado en Física y Matemáticas en la Universidad de Granada. Como autor, ha publicado el poemario A ciencia cierta (Sr. Scott, 2021) y ha aparecido en las antologías Piel Fina (Maremágnum, 2019) y Todos los dioses (Ultramarina, 2022). También ha sido finalista del premio Adonáis en la edición de 2022.


La vida breve

Hubo un castillo Irene de la Torre

—Me habría gustado que me pasara a mí y no a ti, Lola. Le digo esas palabras a mi hermana y, mientras termino la frase, mientras pronuncio la última sílaba de su nombre, esa ele que ahora me sale sonora al lado de la a final, me doy cuenta de que me ha salido desde dentro, desde algún lugar imprevisto, como si me acabara de sacar del estómago un puñal tardío e infortunado. Es algo que hasta ahora no sabía, me he dado cuenta aquí, justo delante de ella, en esta habitación de hospital sin nada en las paredes, prácticamente vacía, con las ventanas selladas. Me noto agotada, preferiría con fuerzas estar en el otro lado, oír a mi hermana decirme eso, ella a mí, que a ella le habría gustado que le pasara a ella, y no a mí. Las dos sufrimos en ese hospital. Por lo que ha pasado, por los años que llevamos en esto, pero son dos tipos de sufrimiento distintos. No competimos, tiramos la una de la otra. Es algo que ha ido desarrollándose, que se ha ido apilando, construyendo, transformando, a lo largo de los años. Ahora nos veo a las dos de pequeñas, Lola con ocho y yo con seis. Estamos en el salón de casa de la abuela, con el hilo de voz de nuestra madre y nuestra tía, su hermana, hablando en la cocina, de fondo. El olor a café recién hecho. A pan tostado. —Vamos a hacer un castillo con las cartas. —¿Un castillo? ¿Cómo se hace? Lola siempre ha sido la de las ideas brillantes. Al ser la mayor, siempre me ilumina el camino, por ahí ya ha pasado ella, ella tiene toda la lucidez, es inteligente, su inteligencia es caleidoscópica. Se pasea por la vida desde arriba, observando al resto de los mortales. Le digo que vale, como a todo lo que se le ocurre, y ella me mira con cara de triunfo, con la seguridad que tiene alguien que se siente admirado, y se deja admirar, y coge las cartas y las deja todas, todas, todas, repartidas y extendidas sobre la mesa del salón. Y a mí eso me pone algo nerviosa, yo habría preferido dejar una pila bien ordenadita, sin ninguna carta que sobresalga más que otra. Pero mi hermana es así, mi hermana es siempre así. —Es muy fácil, pero primero lo tienes que ver para poder hacerlo tú después. Ahora solo mírame cómo lo hago. —Vale. Lola pasa la mano por todas las cartas que ha extendido encima de la mesa, sus piernas de niña cuelgan en la silla tapizada del salón, y ahora se columpian. Delante y atrás,

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La vida breve

Irene de la Torre . Hubo un castillo

delante y atrás. Se mueve en la silla, a un lado y a otro, a un lado y a otro. Yo estoy sentada cerca de donde está ella, estamos separadas pero noto su agitación. De alguna manera me templa verla nerviosa, porque, aunque en el fondo la admire, me gusta hacer todo lo contrario a lo que ella hace, distinguirme. Ser única. Una niña con personalidad propia. Lola coge dos cartas y las apoya una contra otra, encima de la mesa, creando un triangulito que se queda erguido, sin caerse. Es la primera vez que veo hacer eso y me parece algo mágico. Pero hay que ir con mucho cuidado, no podemos hacer ningún movimiento brusco cerca, si soplamos más de la cuenta, las cartas se caerán, se derrumbarán. Me acerco a Lola, que está parada, sentada en el borde de la cama, esas camas de hospital tan desalmadas y grises. Tiene un montón de revistas en la mesilla, un libro de filosofía que me ha pedido que le traiga de su estantería. Completamente subrayado y arrugado por las esquinas. Tiene la mirada un poco perdida, pero la noto tranquila. —¿Cómo estás? ¿Te tratan bien aquí? —Yo no me merezco esto, estaba muy nerviosa, y me han ingresado. No me acuerdo bien, pero yo no he hecho nada. Dicen que ha sido un ingreso voluntario, pero no es verdad. —No te lo mereces, Lola, tienes razón. Ping-pong, ping-pong. De esa forma me siento con Lola cada vez que hablo con ella. Lanzándole las respuestas, que acaban rebotando pero a la vez se van metiendo en su cabeza, o eso espero. Es como un juego. Pero en este juego nadie gana. —Quiero que me quiten la medicación. —No pasa nada por tomar medicación, Lola. —Sí que pasa. —Si no te la tomas volverás a ingresar. —No es verdad. Aquel día nuestra madre nos regaló la caja de cartas. Una a cada a una, para que no nos peleásemos. Siempre era así. Ese mismo día, sentadas en el suelo del salón, sobre la alfombra, Lola arrancó el papel de regalo, lo hizo pedazos, abrió la caja de cartas enseguida. Manchó alguna de chocolate, perdió varias. Yo recuerdo abrir el mío con mucho cuidado, doblar el papel, guardarlo. Siempre lo guardaba todo. Tenía muchas cosas, no podía deshacerme de nada, todo me daba demasiada pena tirarlo, aunque solo fuese ese papel de regalo de color fucsia y estrellas doradas. Me quedé mirando la caja de cartas,

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sin abrirla, maravillada. Pasé los dedos por encima de ella, despacio. Observé los dibujos de colores de la caja antes de abrir el plástico del envoltorio. Con mimo, con delicadeza. Me siento en la butaca que hay al lado de la cama de hospital. Para las visitas, supongo. Sobre ella hay un montón de ropa que ha dejado allí mi hermana, sin doblar, y no la aparto. Estoy demasiado cansada para hacerlo y me acomodo entre esas sudaderas y pantalones. Ahora Lola me mira fijamente a los ojos, y yo le aguanto la mirada. —No sé por qué me tuvieron que llamar Do-lo-res. Aunque todos me llaméis Lola. Tú tienes suerte, tu nombre es bonito, tiene un significado bonito, es muy diferente. —Tienes razón, Lola. Pero yo no puedo hacer nada. Y tú tampoco, ahora. —Sí que puedo. Me voy a cambiar el nombre. Es ilegal poner esos nombres, luego mira dónde acabo. Ahora Lola ha colocado otro triangulito al lado del que ya se mantiene en pie, y yo solo observo, soy la pequeña. He dejado la barbilla apoyada sobre el dorso de las manos y miro atenta todo, me quedo embobada con los movimientos de mi hermana. Le doy un sorbo a la pajita del zumo de naranja que nos ha dado nuestra madre para merendar. Un mordisco al Bollycao. Pero todo eso lo hago muy despacio, y con miedo. No quiero que se caiga el castillo de cartas y a mi hermana le dé una rabieta. Aunque es la mayor llora mucho más que yo. Se enfada mucho más que yo. Yo también soy sensible, pero son lágrimas más suaves. Trago el zumo asustada, e intento no moverme, no parpadear. —Yo no tendría que estar ingresada. No he hecho nada. —Ya lo sé, Lola. —Tampoco me gusta tanto que me vengáis a ver, podéis hacer vuestras cosas. No necesito vuestra ayuda, vuestra compañía. —A mí sí que me gusta venir a verte. Lo hago porque quiero. Una carta encima, entre esas dos torres, una carta plana que sostienen las puntas de esos dos triangulitos. Me sigue pareciendo algo increíble, que se pueda hacer eso con unas cartas, con unos papelitos finos que no parecen tener casi resistencia. Es asombroso las cosas tan bonitas que hacen objetos que ni siquiera te imaginas. A veces esas cosas están allí, en algún lugar escondido, y nunca salen a la luz. Yo nunca habría hecho un castillo si Lola no me lo hubiera enseñado. Me habría perdido cosas de no ser por ella. Me limitaría a usar las cartas para jugar, su papel funcional. Pero la vida no era eso. La vida eran aquellas otras cosas. Los castillos.

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La vida breve

Irene de la Torre . Hubo un castillo

Me reacomodo en esa butaca de hospital. Intento doblarle la ropa a mi hermana, pero desisto. Seguro que no sirve de nada. Ahora Lola se acuesta, en la cama. Fija la mirada en el techo. —Yo no he hecho nada, siempre he sido buena, siempre he cuidado de todos. —Tienes que ser más egoísta, Lola, y pensar en ti. En qué quieres hacer tú. Como si la suerte se hubiera puesto un vestido negro y la hubiera lanzado a la vida así. Sin piedad. Lo aleatorio de todo, el tú sí pero tú no. Tú entras en lo social y tú no. Tú vales pero tú no. Mi hermana vale mucho, pero la sociedad no es lo suficientemente válida para ella. Eso es lo que pasa. Eso es lo único que pasa, me repito. Solo eso. Lola ha hecho una hilera de tres triangulitos, y ahora se dispone a colocar el primero de la segunda planta, como ella lo llama. —No te muevas, que se van a caer, estate muy quieta. —Vale, no me estoy moviendo. Me ha dicho que va a hacer el castillo más sencillo, que tiene tres pilares abajo, dos arriba, y el último en la cima. Ahora coge el triángulo entre el pulgar y el índice. Dobla un poco las cartas antes de soltarlas. Me sigue pareciendo algo enigmático, extraordinario. Ni siquiera entiendo que ese castillo haya llegado hasta donde está llegando, ni siquiera soy consciente de la fuerza que pueden tener los castillos con una estructura tan frágil. —Ahora mucho cuidado, que pongo el último triángulo, la cima del castillo. —Vale. —No te muevas nada. —No. Lola coloca ese último triángulo, en la cúspide, como me acaba de decir. Cuando lo hace sonríe satisfecha. Está contenta de que no se haya caído, de haberlo terminado, de que siga en pie. Se levanta como puede de la silla, me deja a mí allí, al lado, admirándolo tan solo unos segundos más antes de que la fuerza con la que Lola, de pura euforia, sale corriendo a llamar a nuestra madre para que lo vea, genera un soplo de aire que hace que el castillo se tambalee. Lo veo tambalear, lo veo tambalear, lo veo tambalear. Y al final se cae, se desmorona. Una carta tras otra tras otra. Algunas caen boca arriba, otras boca abajo. Unas encima de otras, varias llegan al suelo. Lola no ha presenciado su caída, pero yo sí. Yo lo he visto todo, y ni siquiera se lo podré explicar, no razonará, no lo va a entender. Tan solo verá el castillo derrumbado cuando vuelva.

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Irene de la Torre (Madrid, 1988) es licenciada en Traducción e Interpretación y, desde 2014, combina la traducción literaria con la de todo tipo de textos del neerlandés, inglés, francés y catalán al castellano. Ha publicado en varias revistas de literatura y ha traducido para editoriales como Lengua de Trapo o Navona, donde también es lectora editorial. En 2017 fue seleccionada como traductora en el proyecto CELA (Connecting Emerging Literary Artists), y acaba de terminar su primera colección de relatos, trabajada en los talleres de narrativa de Juan Gómez Bárcena y de Eloy Tizón. El presente relato recibió la Mención de Honor del Premio Energheia 2023.


Los pescadores de perlas

Microrrelatos inéditos de

Vicente Fernández Almazán Desnortados Mientras los políticos —trajeados, desnortados y vocingleros— debatían en sus despachos sobre si la repentina desviación del eje terrestre iba a suponer el Armagedón de los desastres climáticos; en los bazares chinos, los vendedores —descreídos, prácticos y cautelosos— comenzaron a rectificar el Sur de todas las brújulas, veletas y GPS que tenían almacenados, para que el mundo siguiera girando en su apacible ignorancia.

Cuento Zen con fisura El esplendor entre las columnas milenarias quedó acentuado el día en que, en el gran palacio, apareció una grieta diminuta en el dintel de la puerta principal. Los muros de piedra y el roble de los techos y pasamanos, henchidos de alcurnia y en solidaridad con la casa, se echaron a reír: «¡Menuda grietita tan paparrucha! —le dijeron—; apenas resistirás una semana porque serás nadería de estuco para carpinteros». Tantas burlas, entre estertores de risas, acabaron provocando un temblor monumental. Cuando anunciaron el derrumbe del palacio, solo quedaban escombros bajo la cuarteada noche de los tiempos.

Este circo Ayer, tendieron un cable para que pudiéramos franquear el Gran Foso. Hoy, los ciudadanos aplaudimos la pericia del ministro que ha inaugurado el tramo, atravesándolo con la ayuda de una pértiga. «Mis queridos vecinos, la economía repunta —ha dicho secándose el sudor—. A partir de ahora, no tendréis que ir a trabajar con el suspense de una caída». Nuestro jolgorio, además, se ha visto incrementado ante el repentino anuncio de una subvención para adquirir bastones de majorette. «Son para mantener el equilibrio mientras cruzáis», ha anunciado el alcalde jaranero. Y, ya de paso —convengamos en decirlo los primeros en atravesar el cable—, para esquivar el superávit de cocodrilos que, justo ahora, acaban de descargar en el foso, no sin cierta retranca y omitiendo la advertencia.

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Los pescadores de perlas

Microrelatos inéditos de Vicente Fernández Almazán

Ensayo sobre la ceguera De repente, la luz desaparece abrumándolo todo. En un santiamén, no quedan frutos amamantándose de soles, contornos reconocibles del vasto desierto, ni sonidos de constelaciones rasgando el firmamento. Amedrantado, como en una Polaroid, el gólem apenas puede contener entre sus manazas la arena fina empapada con la que enredaba y que ahora se escapa entre los dedos. Mas jugar es cosa de demiurgos, así que, una vez acomodado al crepúsculo, el coloso retoma su tarea de moldear formas extrañas con miedo, esbozos grotescos de barro, naderías... como este bípedo huidizo que parece necesitar atención —quizás un fingimiento de vida—, la justa para habitar este universo opaco, a medio crear, donde es difícil saber quién es el auténtico engendro.

Vicente Fernández Almazán (Jerez de la Frontera; 1968) estudió en la Escuela de Cinematografía de Puerto Real, donde obtuvo el premio de Radio Televisión Andaluza a la Creación Audiovisual (año 2005), guion que fue llevado a la gran pantalla. Ha cursado varios cursos en la Escuela de Escritores de Madrid. Sus cuentos han sido publicados en diversas antologías, entre las que destacan Incómodos y Error 404 (editorial RELEE) de la mano de Eloy Tizón. Ha sido finalista en varios concursos de microrrelatos (Relatos en Cadena — Cadena SER—, Radio Televisión Española o en el concurso eprizes.es para la Feria del Libro de Madrid). Sus cuentos se pueden leer también en la revista literaria Quimera y MAYÚSCULAS (Editorial Fuente de la Fama). Este año ha visto la luz su primer libro de microrrelatos: Ruido naranja (editorial Bululú).

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E l C a s t i l l o d e B a r b a Az u l

Zviad Ratiani Réquiem para los vivos (Traducción de Lana Kalandia y Rodolfo Häsler)

¿Que culpa teníamos nosotros, al despejar el camino al Sol hacia la casa fría? Nuestra verdad se ha sacudido. Nuestros amados se tiñeron el pelo de color veneno. Nuestras cunas las han quemado en las calles desiertas los soldados fríos, a nuestro difunto padre le pusimos la Patria en el bolsillo del corazón, como un objeto precioso. Padre estaba loco. Yo estaba sentado en una fría cafetería de una ciudad desconocida. De la mesa de al lado me pasaron un poema escrito con letra rápida, yo expliqué con lengua de signos que no conocía su idioma. En la esquina de la cafetería un niño estaba sentado solo, sus ojos me miraban con burla.

¿Qué culpa teníamos nosotros cuando trepamos a escondidas la valla de alambre y penetramos en el campo prohibido, para arrancar dos-tres flores tibias, para nada, solo por si acaso?

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E l C a s t i l l o d e B a r b a Az u l

Zviad Ratiani. Réquiem para los vivos

Yo estaba junto al río de una ciudad desconocida, más arriba, en la barandilla del puente había un chiquillo, en vano le gritaba: no te atrevas, no sabes nadar... Él se tiró en el agua turbia y extrañamente del agua no saltó ninguna salpicadura, luego miraba en vano por mucho tiempo la lentitud de la corriente. Qué culpa teníamos nosotros de que al besar no pudiéramos contener el amor y le permitiéramos suicidarse. Solo sentimos remordimiento cuando miramos asombrados sus piernas delgadas en la sábana blanca tiradas como los pedúnculos de las flores arrancadas y el útero del infierno rajado como el ojo abierto de un muerto. Yo estaba tumbado en el hotel de una ciudad desconocida y pensaba en un amigo del que nos habíamos burlado. En la habitación llena de humo él leía entre sollozos los versos dedicados a la mujer que amaba, nosotros estábamos en la última fila y nos moríamos de risa. Cuando él, el amigo, murió, murió solo, con nadie más. ¿Qué culpa teníamos nosotros de haber creído todo lo que no sentíamos? Nosotros nos lo creímos todo, lo que no tenía olor, no tenía sabor, lo que no se llamaba La Patria y sacudíamos el árbol infecundo, en invierno y en verano, sacudíamos, sacudíamos. Qué es la manzana, si del árbol nunca caen los pájaros muertos. ¿Qué culpa teníamos nosotros? Solo nos engañábamos cuando impugnábamos la vida. Quizá, no teníamos malas intenciones. Quizá pensábamos en la gloria, para sacudir con bondad su brillante polvo

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sobre los hombros de nuestra tierra natal, pero después, después de la muerte, por supuesto. El ser humano puede ser malvado — es todo lo que nos enseñaron, y nos hicieron partir de aquí hacia la vida, que no resultó tan difícil como advirtieron, pero tampoco tan fácil, como imaginábamos. El ser humano puede ser bondadoso —le dije a mi hijo, y cuando me miró sorprendido, le guiñé el ojo. El ser humano puede ser, lo repetí, el ser humano puede ser. Qué culpa teníamos nosotros, cuando nos unimos con clamor a los guerreros —fantasmas, que repartieron los petardos entre nosotros y toda la noche nos gritaban palabras extrañas: la patria considera, la patria supone, la patria escucha... El micrófono atronaba toda la noche, la plaza se tambaleaba y se agrietaban las paredes. La victoria o la muerte — lloriqueaban los recién nacidos desde las ventanas tapiadas de la maternidad, y resonaba el eco en los pasillos: la muerte, la muerte... Por qué, preguntaba yo en el oscuro templo de la ciudad desconocida, por qué estos extremos, por qué es imposible que sean los dos, a veces el paraíso, a veces el infierno — yo estaba preguntando en un templo oscuro de la ciudad desconocida, donde había un pequeño ataúd


porque sabía quién se encontraba dentro. ¿Acaso yo sólo merezco el infierno? Y todavía más, ¿acaso solo el paraíso? Por qué, preguntaba yo, tantos extremos, porque es imposible que sean los dos, a veces la vida, y a veces la muerte, yo estaba preguntando en el oscuro templo de la ciudad desconocida; Lamentablemente, no conocía ninguna oración, y tampoco reconocía a nadie en los iconos, y eso que, en el ataúd, en vez de otro, yacía el niño, puede ser que en mi lugar... qué pena... Qué culpa teníamos nosotros cuando sonreíamos con miedo a los viejos reyes, y les convencíamos de que nacieron bajo una estrella de suerte, les recordábamos qué preciosa era la vida: sus hijos-vampiros se cayeron heroicamente, sus hijas se volvieron putas a su tiempo, su negocio — el hospital en el aire libre y el cementerio arrendado había florecido y prosperado; sus dedos incluso ahora, en la vejez podrida, contaban los segundos más rápido que el dinero. Honestos los reyes cojos... Que habían metido los pies secos en agua tibia y gruñían cuando nos cortábamos las uñas con manos temblorosas, las uñas encarnadas. El cementerio de la ciudad desconocida, la gente desconocida, yo también estuve allí, y subía de puntillas para echar un vistazo una vez más

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E l C a s t i l l o d e B a r b a Az u l

Zviad Ratiani. Réquiem para los vivos

al niño muerto, hasta que cerraron el ataúd y ver nuestra madre — cuando el viento de muerte que soplaba desde el cuello blanco del cadáver descubriría un pañuelo negro de su cara, si lo descubriría... ¿Qué culpa teníamos nosotros, cuando abríamos un camino hacia el sol en nuestros corazones helados? Nuestra verdad se ha sacudido. Nuestras amadas se han teñido el pelo de color veneno. Habíamos entregado nuestros escritos de la infancia a la señora del embalsamamiento para rellenar las heridas del muerto, el muerto era un loco y hemos puesto en el bolsillo de su corazón la patria, pero la madre seguía deambulando en las noches por las habitaciones y balbuceaba: que no se derrumbe mi casa, no se derrumbe, no se derrumbe...

Qué culpa teníamos nosotros por no habernos enriquecido, no habernos vuelto alcohólicos, y por no habernos podido morir?

Zviad Ratiani (Tiblisi, Georgia, 1971) es poeta y traductor. Ha publicado seis poemarios y ha trabajado intensamente en traducciones de poesía inglesa y alemana. Ha traducido al georgiano las obras de T. S. Eliot, E. Pound, R. Frost, M. Rilke y Paul Celan. Por la traducción de este último, Ratiani recibió el Premio del Instituto Goethe a la mejor traducción del año. En 2005 obtuvo el máximo premio literario de Georgia, SABA. Los poemas de Ratiani han sido traducidos al inglés, alemán, francés y otros idiomas.

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E i n s t e i n o n t h e b e a ch

Silencios, peregrinaciones de Elizabeth Bowen Por José de María Romero Barea Una prosa precisa, a la vez que amena, imbuye a la trama de estas dos narraciones con una perspicacia que las ilumina. En ambas, la confidente que nos habla se niega a capitular ante las tentaciones de la nostalgia, manejando con pericia el histórico devenir, con genuinas empatía y emoción, con una mezcla de inquietud y sosiego que nos la muestra recordando periplos e informándonos de ellos a través de los caóticos pensamientos de sus avatares, en búsqueda constante de paz mental. Articula la escritora Elizabeth Bowen (Dublín, 1899 - Hythe, Kent, 1973) una ajetreada quietud que siempre late en el lugar correcto. Compila la hacedora, metaficcionalmente, las voces que escuchamos, las verdades que reconocemos en ellas. En La muerte del corazón (1938) una viajera obsesiva documenta las virtudes de quedarse puertas adentro. Se describen las ventajas (espirituales, ambientales) de recostarse sobre el propio sueño para reflexionar. Las consecuencias son devastadoras. A su vez, en El fragor del día (1949), se despliega el mapa de una gran ciudad asediada por la Segunda Guerra Mundial. Bajo la apariencia de una historia de fantasmas, se captura ese extraño letargo en mitad de los disturbios: la supervivencia de la metrópoli inglesa durante y después de los bombardeos. En el quincuagé-

simo aniversario de la desaparición de la premio James Tait Black 1969, así como el centenario de su primer libro de cuentos, Encounters (1923), volvemos a las cálidas escenas de camaradería, a merced de las peregrinaciones individuales, de los silencios compartidos de la narradora irlandesa. La muerte del corazón La curiosidad textual nos lleva más allá de la descripción superficial: «La totalidad de mi ego no está ahí para nadie», argumenta la voz narrativa: «En ese sentido completo que tú deseas, yo no existo». Divididos por los dilemas, los personajes que salen a nuestro paso se muestran como guías falibles, extraños y amigos, con personalidad propia, puesto que «para ser uno mismo primero hay que perder un poco de tiempo». Esa intransferible unicidad otorga a esta lectura una especie de feliz fugacidad, de lenta deriva sensual entre lugares dispares y, a menudo, desasosegantes: «Qué lástima el egoísmo de los amantes: es breve, como una esperanza desesperada». Seguimos el hilo del deseo a través de las revelaciones estéticas de una divinidad demediada, consciente de que «un romántico al uso se siente más animado con dos mujeres que con una: su amor parece dar en el blanco ideal en algún lugar entre dos rostros diferentes». Se interroga al desorden sentimental a través de la acumulación sistemática de significados, esa forma

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E i n s t e i n o n t h e b e a ch

José de María Romero Barea. Silencios, peregrinaciones....

novedosa de narrar con potencial para transgredir barreras, porque «cuando amas a alguien», sostiene Portia Quayne, «todos los deseos guardados comienzan a aflorar». Se desplaza la ensayista de English Novelists (1942) a través de las motivaciones y las rememoraciones de la huérfana protagonista, en un viaje adolescente a través de las ironías de un estado de vigilancia perenne: «Caminaba con la expresión predestinada que se ve en las fotografías de las niñas que posteriormente han sido asesinadas». En La muerte del corazón, tiene lugar un periplo tanto físico como espiritual, del que la cuentista de The Demon Lover and Other Stories (1945) se esfuerza por informarnos mediante búsquedas de momentos de trascendencia que conduzcan a las intransigencias de la sagaz protagonista, que sostiene que «ningún objeto es misterioso. El misterio reside en el ojo que mira». Convencen los ritos de iniciación que argumenta la anglosajona, así como su delineación de los escenarios donde tiene lugar la relación entre la desorientada Portia y el inmaduro Eddie: «Los inocentes son tan pocos que dos de ellos rara vez se encuentran; y cuando lo hacen, sus víctimas yacen esparcidas por doquier». De sus alter ego trascienden las fallas y los aciertos, mientras encuentran redención en ese incierto equilibrio entre luces y sombras. En La muerte, los afectos incondicionales suponen un escape bienvenido a los tiempos turbulentos del Londres de entreguerras. Al moverse armoniosamente entre estas y otras proposiciones, la novelista de Eva Trout (1968) logra lo que parecía imposible: tejer un emotivo e invisible discurso entre incertidumbres y certezas: «No son nuestras exaltaciones, son nuestros sentimientos los que construyen el hogar que anhelamos. La necesidad de apegarse hace que los errantes echen raíces: donde inconscientemente sentimos, vivimos». Ante nuestros ojos, se abren perspectivas fenomenológicas, inquietos inventarios de objetos, espacios y peripecias que constituyen el conocimiento del entorno que rodea a la observadora, dividida entre sus obligaciones, por un lado hacia los que la han acogido en casa, su hermano Thomas y su cuñada Anna, y por el otro hacia «los sentimientos personales, llamémoslo así, las fidelidades de uno […] tan instintivas que uno apenas sabe que existen: solo cuando son traicionados

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o, peor aún, cuando uno los traiciona, [y] uno se da cuenta del poder que tienen». El progreso mental de Portia, a rebufo de acumulaciones temperamentales, supone un ancla para las discusiones del texto que avanza creando metacomentarios sobre su propia progresión. Se entrelaza así un conducto ontológico que nos permite evaluar por qué los procedimientos ordinarios (preparar una taza de té, dar un paseo, leer un libro) ocurren, por qué adquieren significado: «Las expectativas son la forma más peligrosa de soñar, y cuando los sueños se llevan a cabo es en la vigilia: la diferencia se percibe de manera sutil, pero casi siempre traumática». Para protegerse de cualquier teocrática indiscreción, la que fuera nombrada doctora honoraria del Trinity College (Dublín) en 1949 reemplaza sus iluminaciones con nieblas de desconocimiento («Una feliz naturaleza pasiva, encerrada en sí misma como un espejo en una habitación aireada, refleja lo que sucede, pero exige que nadie se le acerque»); registra vislumbres de lo etéreo en rincones remotos, epifanías que Bowen entrelaza en una búsqueda particular: un Paraíso terrenal, a merced de las complicaciones de una vida errante. El fragor del día No hay ambiente o lugar que la autora de estas líneas dé por sentado o considere asumido por el lector. Muy al contrario, en este volumen de ficción la capital británica se representa con una exactitud forense desde el primer domingo de septiembre de 1942 hasta el mismo domingo, aunque dos años más tarde. No en vano, en la saga El fragor del día, Londres es el lugar donde convergen el tiempo y el espacio. La relatora se ocupa lo mismo de la lluvia que de la luz del sol en la metrópoli, pero sobre todo de cómo las «parejas de amantes, cansadas tras pasar todo el día solos, el uno con el otro, se alegraban al entrar en un lugar distinto en el que no estaban únicamente ellos». Por último, da cuenta de la oscuridad total en la urbe asediada, víctima de los apagones y los contrastes entre los nocturnos contratiempos y la levedad que sus habitantes experimentan durante el día. El sustrato emocional de su recuento refleja la ansiedad, la sospecha y el miedo que envuelven a los amantes


protagonistas, lo mismo que lo hacen la esperanza o la felicidad. La ciudad del Támesis supone para ellos un lugar de pesadilla, al tiempo que un locus amoenus de infinita dicha: «Ninguna otra época pudo vivirse con tanta intensidad; uno adquiría cierta sensación poética ante la amenaza de la muerte». El estilo es, en cierto modo, una víctima colateral más del conflicto mundial que describe la creadora de La casa en París (1935). La prosa, fracturada y elíptica, se ocupa con característica mordacidad de los estragos del racionamiento: «La carnicería ofrecía cortes desconocidos de carne violácea, con la seguridad de que

nadie iba a comprarlos; lo único que había en la lechería era una vaca de porcelana; el tendero, con un coraje carente de valor, conservaba intactas sus existencias de cajas y latas vacías». El prolijo catálogo se extiende durante frases y párrafos en los que la trama deja al descubierto su intricada estructura; se omiten verbos y artículos, se violenta el idioma, contorsiones que a su vez capturan las distorsiones de la época. Las descripciones del Londres de la segunda conflagración internacional pueden llegar a ser, a la vez que luminosas («En aquellos días, hasta el suelo de la ciudad parecía generar una fuerza especial: en los parques, las dalias enormes, de vino y terciopelo, y los árboles, en los que las hojas estiraban cada nervadura hacia el sol, proclamaban la idea de unos momentos de placidez gloriosa»), escalofriantes: «Nadie se atrevía a imaginar que podría dormir. Con apatía, los heridos y moribundos veían cómo cambiaba la luz del atardecer en las paredes de hospitales que acaso se derrumbarían esa misma noche». Alumna aventajada de Virginia Woolf o Edward Morgan Forster​, sabe reflejar la emoción y el desasosiego que se alternan en la pareja estelar, Stella y Robert, amantes en el corazón de la peripecia: «Stella asociaba la época en que había conocido a Robert con el tintineo glacial de los cristales rotos cuando los barrían junto a las hojas crujientes del otoño». Aunque este libro ha sido descrito como «relato bélico», en él las mentiras causan tantos desastres como las deflagraciones. Incluso algo tan benigno como una visita a Holme Dene, la finca familiar de Robert, queda envuelto en el más oscuro secreto. Sorprendente como significativo es el descubrimiento de que sus habitantes preservan celosamente sus raciones de mantequilla: «Cada miembro de la familia tenía su ración delante de su plato […]. Era el preocupante comienzo de la semana de racionamiento […]. La vida independiente que llevaba Stella en Londres, de restaurante en restaurante, la había protegido frente a las muchas y desagradables realidades domésticas. Por alguna razón, aquellos cuencos de colores la hicieron sentirse miserable y triste». Fluctúa la cronología hacia atrás y hacia adelante, inseguro el recuento de los acontecimientos o su secuencia (sobre todo sus consecuencias). Regresar de

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José de María Romero Barea. Silencios, peregrinaciones....

sus excursiones a pueblos dormitorio permite a Stella Rodney lograr al menos un atisbo de claridad, una explicación racional en mitad del caos de su relación con Robert: «Stella, que también volvía a casa, se tranquilizó bajo la mirada de Hannah. Sonrió a la muchacha, pero no había nada que decir —sobre todo, en aquel momento no había nada que decir—. En el futuro, cada vez que recordara aquel espejismo de Mount Morris en plena victoria, vería a Hannah allí, de pie, al sol, indiferente como un palo». Se sabe que la propia Bowen tuvo un apasionado romance durante la guerra con un joven diplomático canadiense llamado Charles Ritchie, a quien dedicó este trabajo. Conciliar la vida familiar y la necesidad de relacionarse suponía un reto para la londinense. Para las clases medias, a las que Bowen pertenecía, no solo hubo racionamiento de comida, sino de servicios básicos. Era posible permanecer en el ámbito de lo privado, refugiarse en el anonimato y, al mismo tiempo, comunicarse con el exterior, con gente que uno nunca hubiera conocido en otras circunstancias. Tal vez por eso, mientras otros documentos escritos de la época están llenos de gentes que corren en busca de refugio, El fragor transpira una sensación de nostalgia por un paraíso perdido. Una exploración de las fronteras En la obra de la autora homenajeada por la Universidad de Oxford en 1952 se interrogan las experiencias y sus significados para transgredir nuestros comunes lugares. Penetrantes estudios de una inocencia reemplazada por una resiliencia duramente ganada, sus novelas las protagonizan inocentes condenados injustamente, seres humanos cuyos gritos de dolor son ignorados en sus entornos sistemáticamente. Su ira y frustración iluminan la página mientras alzan argumentos en favor de la equidad. La muerte supone un retrato sincero e informativo sobre los costes psicológicos y emocionales de la asimilación y la supervivencia. Gira en espiral la credibilidad de Portia, antes de desaparecer: «Algunas personas están moldeadas por sus aspiraciones, otras por sus hostilidades», argumenta la heroína, mientras nos obliga a enfrentarnos a un inquietante dilema: ¿qué impacto tienen nuestras ideas en las inseguridades que nos rodean?

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El fragor no es tanto una novela de amor en tiempos de guerra como una novela sobre la guerra a pesar del amor, cuando ha pasado el tiempo: «El atractivo de los placeres residía en el azar», sostiene la interlocutora, «en la inestabilidad de sus escenarios, como si fueran telones de un teatro, en su anacronismo: el grupito pasaba jubilosas noches yendo de un lado a otro, de bares a tabernas, de clubes a casas particulares». En ambos textos, recién reeditados por Impedimenta, en feliz traducción de Eduardo Berti y Martín Schifino respectivamente, regresa la comandante de la Orden del Imperio Británico de 1948, junto con otras formas de su invariable capacidad de brindar nuevas preguntas a nuestras consabidas respuestas. Jamás las sentimos como una distracción ni interfieren con las nuestras las meditaciones de la escritora. Su legado sigue siendo, cincuenta años después de su desaparición, una exploración tan ambiciosa como conmovedora de las fronteras que dibujamos en torno a las creíbles victimizaciones de la ausencia, lo que consolida la posición de Elizabeth Bowen como una cronista circunstancial de la inevitable presencia de lo ausente.


Cumbres borrascosas: «… y del amor me río hasta el desprecio…» Por Óscar Arnedillo Martín Una pelicula de reciente creación, Emily, sobre la vida de la mujer que escribió Cumbres borrascosas1, nos ofrece nuevas ideas sugerentes e inquietantes acerca de esta autora y el contenido de su enigmática novela. La intención de la siguiente reflexión es intentar aportar algo de claridad a una de las obsesiones más evidentes en el texto creado. Cumbres borrascosas se distingue principalmente por el intercambio emocional en las relaciones de sus protagonistas. Esos sentimientos que se describen en el relato se expresan generalmente a través de las palabras favoritas de Emily: companion y sus derivados, como company, companionship, etc., lo que sugiere que debe de haber habido algunas razones para dichas elecciones. Es cierto que, según los diccionarios de inglés, el matiz en términos de significado entre las palabras companion y friend es escaso, y puede resultar ambiguo su uso, al interpretar el desarrollo de las diferentes relaciones en la historia. Pero sospecho que, en todo el corpus literario de Emily, nada sucede al azar. Participo de la misma opinión con el profesor Chitham, probablemente el biógrafo más equilibrado en sus apreciaciones sobre la autora, quien parece sentir que la historia de Emily es 1. Todas las referencias sobre la novela Cumbres borrascosas están sacadas de la edición del 2004 por RBA Coleccionables S.A. Barcelona, Cataluña, traducida al castellano por, en mi opinión y sin menospreciar a otros compañeros, la mejor traductora de este trabajo: Carmen Martín Gaite. Otras ediciones con la misma traducción se pueden leer en Ediciones B.S.A. y Alba Editorial.

«en todos los sentidos consistente con su vida tal como la conocemos y, en particular, con su vida interior». Ciertamente, aspectos de la vida de la autora, como una cierta soledad espiritual y un intenso patriotismo hacia su Yorkshire natal, se observan claramente entre las líneas de su novela. Otras singularidades se filtran por medio de una solapada animadversión a sus compatriotas sureños, su afecto por la naturaleza que rodeaba su casa y la enorme independencia de pensamiento, aspecto este último que se deja sentir a lo largo del relato. Ahora bien, sugerir que el desarrollo de las palabras companion y friend en la historia está basado en acontecimientos personales de la autora demostraría insensatez. Las experiencias de Emily se limitaban a la observación directa u ocasional del mundo que la rodeaba, bien argumentado y evidenciado por los biógrafos a lo largo de los años. Aunque Cumbres borrascosas es generalmente aceptada como una historia de amor, la intención de la siguiente reflexión es evidenciar el nexo del amor como algo insustancial en el relato. Porque, aquello que rebosa en la historia no parece romántico, sino más bien intensa violencia de género, maltrato de todo tipo, infanticidio, chantaje emocional y económico, usurpación y todo un catálogo de pequeñas miserias humanas, como la falta de delicadeza con los animales que, por lo que conocemos con seguridad y se puede demostrar, apartó a Emily Jane Brontë de las convenciones sociales victorianas. Con este esquema, uno, a veces, tiene la tentación de preguntarse con prontitud qué editorial en el siglo XXI, con sensibilidad social, aceptaría un manuscrito con estas características tan inoportunas. No es de extrañar que actualmente varias universidades en

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Óscar Arnedillo Martín. Cumbres borrascosas...

el Reino Unido hayan eliminado de sus listas de lectura —con advertencias contundentes en contra— mil trabajos de autores, incluyendo Cumbres borrascosas. Ciertamente, cuando leemos con atención, nos sorprenden otros detalles básicos, aparentemente intrascendentes, a los que escasamente se les presta atención y que son, en mi opinión, la esencia de esta novela. Así la persistencia de Emily en usar la palabra companion-s —con cuarenta y cinco menciones— y la palabra company —con treinta, lo que nos da un total de setenta y cinco entradas en comparación con la palabra friend-s, utilizada cuarenta y tres veces (algunas de ellas irónicamente, cómicas, egoístas o con profundo desprecio)— en Cumbres borrascosas parece fruto de una elección y una planificación, par que dichas palabras pudieran encajar naturalmente dentro del patrón de su narrativa. Si hubiera deseado un esquema diferente en su escritura, podría haber elegido otro camino. Curiosamente, en contraste, en Jane Eyre, de Charlotte, a pesar de ser una obra más extensa, la palabra companion aparece dieciséis veces, y la palabra company veinticuatro, muchas menos que en Cumbres borrascosas. Además, es importante tener en cuenta que ambas hermanas dejaron claro en sus cuentos la diferencia semántica en términos de significado entre las palabras companion y friend. Por ejemplo, cuando Emily escribe en el capítulo XI que Edgar exclama: «Es un escándalo que ella (Cathy) siga recibiendo a Heathcliff como un amigo y obligándome a soportar su presencia». Más explícitamente, Charlotte escribe en el capítulo XXIV de Jane Eyre: «Como amiga y compañera, espero nunca volverme desagradable para mi querido maestro». Así que, si ya nos llama la atención la ambivalencia hacia el uso de las palabras companion y friend en Cumbres borrascosas, deberíamos profundizar en algunos detalles sencillos relacionados con los roles de algunos protagonistas, en varios de los momentos más intensos de la historia, para ver qué podemos aprender. Para este estudio, debemos tener en cuenta el hecho de que vamos a analizar de alguna manera el trabajo de una mujer inusual e inteligente que, como reiteradamente reflejan algunas de las cartas familiares del año 1843, era solitaria. Para empezar, es importante hacer un comentario introductorio sobre algunos aspectos clave de la trama. Uno de ellos es que todas las relaciones principales

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en Cumbres borrascosas tienen algo en común desde el principio: el desprecio. ¿Por qué esa elección? Las relaciones personales están envenenadas en origen, nos advierte la autora. Algunos estudiosos han comentado la trágica sensibilidad de la actitud de Emily en su narrativa. Parece como si hubiera habido una especie de resentimiento en el espíritu de Emily que le impedía ir más allá de la palabra trivial companion o la palabra venenosa friend, una especie de vínculo que parece estar infectado desde el principio. Si el subconsciente de ese estado de ánimo se sustentó en experiencias de vida colegial desagradables (su obsesión con la mano en algunos capítulos diferentes de Cumbres borrascosas es intrigante) o en una especie de sufrimiento interior, nadie puede decirlo. Cumbres borrascosas es un cuento desagradable y, hasta cierto punto, superficial en términos de interacción social. La aparente inestabilidad en cuanto al uso por parte de Emily de las palabras companion y friend parece no tener sentido a veces. Pero a medida que el lector profundiza en los detalles, se da cuenta de que todo está destinado a ser como es. La historia está tan bien trabajada en su dureza que el más mínimo detalle sobre integridad moral y coherencia significa algo desde el principio y tendrá consecuencias adicionales. ¿Por qué tanta amargura en esa presentación de los protagonistas mayores y menores a lo largo del cuento? ¿Cómo funcionarán las palabras companion y friend en esa atmósfera? Creo que Emily advierte al lector sobre la escasa integridad moral de los protagonistas, sobre su naturaleza humana, desde el principio. Todos los personajes —excepto la actitud discutible de Heathcliff en la primera parte de la historia—, junto con el desarrollo de la relación Catherine-Hareton en los últimos capítulos, mostraran una actitud egoísta cuando se trata de elegir compañía o amistad. Reflexión final Cumbres Borrascosas es un texto enigmático, al igual que su creadora, de cuya vida personal sabemos escasamente. Generalmente se acepta que Emily careció de amistades cercanas, hasta el punto de que muchos expertos la califican como una inadaptada social. Evidentemente nos podemos preguntar las razones. Emily dejó pocas señales y tal vez su poema personal «El viejo


Retrato de Emily (o Anne) Brontë. Branwell Brontë.

estoico», cuya primera estrofa dice: «y del amor me río hasta el desprecio», podría ser una pista. Nos podemos preguntar acerca de los silencios en su vida y sobre la falta total de evidencias que pudieran apuntar a alguna amistad en su existencia; dichos silencios podrían contener experiencias significantes, pero no sabemos nada al respecto. Por consiguiente, toda la vida de Emily se asemeja al mecanismo de un faro, con sus destellos de luz y, a intervalos, la más absoluta oscuridad. Uno podría sospechar que Emily sintió que el mundo era un lugar peligroso y lleno de traiciones, e

intuyo que tuvo que preguntarse muchas veces por el auténtico valor de la compañía y de la amistad humanas. Al darle la espalda a aquel mundo humano, la solitaria Emily abrazó con entusiasmo toda la compañía que le ofrecía la naturaleza en sus queridas colinas. En los páramos alrededor de su casa, la «extremadamente nerviosa» autora, como nos indica su hermana Charlotte en sus cartas, fue capaz de encontrar tranquilidad, mantener los centinelas del desorden, sus nervios, controlados, así como evitar la escapofobia. En Cumbres borrascosas, como he intentado demostrar en esta reflexión, la mayoría de los protagonistas utilizan, en diversos capítulos, los vocablos compañero-a/amigo-a de forma ambigua o mostrando un doloroso cinismo, para evitar la soledad absoluta. Sin embargo, cuando uno profundiza en la trama, estudiando a los protagonistas con mucha atención al detalle, ambos vocablos son insertados en la narrativa con un significado cristalino. De hecho, es a través de la combinación de estas dos palabras —compañero-a y amigo-a— como la autora presenta una imagen completa de cómo las interrelaciones de los personajes revelan la esencia de sus espíritus y les permite mantener una cierta sociabilidad por lo general. Por tanto, observamos que el vocablo compañero-a sugiere principalmente «no estar totalmente aislado», como proponen las palabras clave de Nelly en el capítulo XXII: «Ella (Catherine) ya no puede tenerlo por compañero (Linton). Pensé que era un deber suplir su falta en la medida de lo posible, con la mía... para seguir sus pasos». Además, es interesante señalar que el vocablo compañero se destaca claramente en comparación con la palabra amigo en los primeros capítulos de la historia, lo que podría explicar la disposición de la autora en relación con la interacción de los personajes en su etapa inicial. En cuanto al vocablo amigo-a, la mayoría de los protagonistas lo usan principalmente de forma cínica, con la única excepción misericordiosa impulsada por Nelly para darle a su amigo y compañero de juegos en la infancia, Hindley, un funeral decente. Y, por supuesto, la historia desasosegante concluirá con la unión prometedora en los últimos capítulos de Catherine y Hareton, fundada en una armonía profunda y una amistad genuina en el escenario agreste y paramero de Emily Brontë.

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Inteligencia natural, lenguaje artificial Por Pablo Llanos Urraca Son las cinco de la tarde y salgo de trabajar en el despliegue del Marenostrum 5, el nuevo supercomputador que se está montando en el Barcelona Supercomputing Center y que albergará, entre otras cosas, la computación sobre la que operará la Inteligencia Artificial que los investigadores del centro desarrollan. En el metro muevo la pantalla del móvil y el algoritmo me muestra las noticias que cree que me pueden interesar. Entre ellas, varios titulares que dicen que ChatGPT escribe poesía: «Deleitémonos con sus versos», propone la web tecnológica Xataka. Nunca nadie escribió eso sobre ningún poema mío. En los días siguientes se suceden las noticias alabando y denostando a las IA de Lenguaje Natural. Me da la sensación de que, tanto detractores como apasionados, están muy preocupados sobre lo que puede o no puede hacer esta tecnología y sobre lo que nos diferencia a los humanos de las Inteligencias Artificiales. Por ejemplo: ¿puede escribir ChatGPT con duende? «Todo lo que tiene sonidos negros, tiene duende», dijo Lorca en su famosa conferencia sobre el juego y la teoría del duende. El arte auténtico solo sucede cuando se reúnen los tres elementos: la sabiduría, la inspiración y el duende. Hay quien dice que lo que diferencia a una Inteligencia Artificial (en adelante IA) del ser humano no es la capacidad de crear sino la necesidad de crear. Un ser humano que no tiene la necesidad de crear, ¿es inteligente? Un trabajador que no siente la necesidad de trabajar, ¿es artificial? No voy a decir para quién trabajo cuando escribo este texto. Pero hace unos días, el algoritmo de mi teléfono me mostró una noticia que decía que el CEO de

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mi empresa había anunciado que, debido al potencial de la Inteligencia Artificial, estimaba que en los próximos cinco años sustituiría a un tercio de sus trabajadores. «IBM está considerando sustituir al 30% de los trabajadores con inteligencia artificial.» El Mundo, 4 de mayo de 2023.

Hasta 2022, IBM era la segunda empresa mundial en número de trabajadores. No puedo evitar pensar en lo mismo que está imaginando mucha gente, incluidos escritores y programadores informáticos: ¿con cuantas profesiones va a acabar la IA? No puedo evitar pensar en que he visto a las mejores mentes de mi empresa trabajando de forma automática, sin mojarse, sin responsabilizarse, sin pensar, haciendo lo que hay que hacer porque lo han dicho quienes piensan. Pero nadie sabe quién es quien piensa. Siempre hay alguien más arriba que ha pensado lo que había que hacer. El lema de IBM es Think (Piensa) y su creador, Watson, da nombre a la IA que se desarrolla en sus laboratorios. «Luego me salió una oficina, donde trabajo como si fuera tonta» Gloria Fuertes

En una de sus autobiografías titulada Youth, el premio Nobel de Literatura J. M. Coetzee relata sus años de programador informático en IBM y cómo abandonó el trabajo porque le resultaba muy poco estimulante. Hay quienes aseguran que esto de la IA no es más que el recurrente mito de Prometeo y la necesidad del ser humano de crear vida para sentirse dios.


Al ser humano no le bastó con crear a Dios para sentirse dios. Lo que nos diferencia de una IA es nuestra incapacidad para acabar con la especie humana, por mucho que lo intentemos. Las IA no están hechas para sentir sino para decidir. Una IA siempre toma la mejor decisión, basándose en sus datos. Basándose en su base de datos. Besándose en su base de datos. Basándose en su beso de datos. Una IA no tiene boca. No se equivoca. Tampoco besa. Mientras escribía lo anterior, he pensado dos veces en la misma idea. La he olvidado dos veces y he seguido escribiendo. Finalmente ha vuelto a venir a mí esa idea, pero ya no sé si con el mismo argumento o ha variado. Nuestro lenguaje funciona así dentro del cerebro, creciendo como una enredadera. Por eso, a veces, la lengua se enreda. Ahora lo he vuelto a recordar: aquello que es intrínseco a todo ser humano. ¿La vida? ¿La muerte? ¿La forma de pelar una manzana? ¿La dignidad? ¿La necesidad de crear o de sentirse dios? ¿Qué es lo que todos hacemos igual? El dolor nos atraviesa a todos. Nos alegramos. Nos reímos. Nos emocionamos de diferente manera, subjetiva, cultural. Tenemos un lenguaje para la alegría, el chiste, la ironía, el juego de palabras, la parodia, la comedia. Nos falta lenguaje para el dolor. Por eso nos cuesta tanto explicar el dolor en la consulta de un médico: pinchazo, presión, punzada, calambre, ya. No digamos en la consulta de un psicólogo. Una IA no padece dolor.

En 2006 Alejandro Gonzalez de Iñarritu dijo durante la promoción de su película Babel: «Es muy posible que lo que hace feliz a un marroquí y a un japonés sea muy diferente, pero lo que nos hace sentir mal es lo mismo para todos». Lo que nos diferencia de una IA es la capacidad de dolernos. «El dolor es la verdad, todo lo demás está sujeto a duda.» J. M. Coetzee (Exempleado de IBM)

La empatía es la habilidad para entender los sentimientos de los demás. Una IA puede adquirir habilidades lingüísticas, pero no puede sentir. La compasión es el sentimiento de dolor que nos produce el sufrimiento ajeno. Una IA puede ser empática (habilidad) pero no compasiva (sentimiento). Lo que nos diferencia de una IA es la compasión. Sin embargo, somos cada vez más empáticos y menos compasivos. Cada vez más artificiales. No es que la IA pueda quitarnos nuestros trabajos porque sea demasiado inteligente, sino porque nosotros somos demasiado artificiales. Hemos creado la IA a imagen y semejanza no de lo que somos, sino de aquello en lo que nos hemos convertido. Hemos creado una tecnología a imagen y semejanza de nuestra artificialidad y la hemos llamado inteligencia. Hemos creado nuestras identidades artificiales llevados por el interés de quienes diseñan inteligencias artificiales. ¿Es este texto un ensayo? ¿Una lista de aforismos? ¿Un poema?

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Pablo Llanos Urraca. Inteligencia natural, lenguaje artificial

¿Puede ChatGPT escribir un texto que no se corresponda con ningún género literario o periodístico conocido? Quizás la pregunta no es qué puede hacer una IA con el lenguaje natural si no qué podemos hacer nosotros con él. Me gustaría demostrar lo siguiente: Que todos los (buenos) poemas encierran una verdad subjetiva. Que distinguir esa verdad es lo que nos hace tener consciencia de nosotros mismos. No es necesario del todo entender el poema literalmente para extraer esa verdad. No sé si estoy capacitado para demostrar todo lo anterior, pero recuerdo que en el año 2019 un agente de policía de Los Ángeles tuvo que perseguir a unos androides dotados de inteligencia artificial (en adelante Replicantes). Eran tan parecidos a los humanos y habían desarrollado de tal forma su lenguaje natural que conseguían pasar el test de inteligencia de Turing y era necesario realizarles un test de empatía para evaluar su consciencia de sí mismos. En la escena final, uno de los Replicantes da muestra de que ha desarrollado consciencia de sí mismo. Lo hace recitando unos versos que empiezan de forma muy parecida al poema Aullido de Allan Ginsberg: «He visto a las mejores mentes de mi generación…»: «He visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir». El espectador no sabe a qué se refiere con las naves en Orión, ni con los Rayos-C ni con la puerta de

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Tannhäuser. El policía tampoco lo sabe, pero tanto él como el espectador perciben que hay algo poético en esas palabras y, por lo tanto, humano. El Replicante ha logrado que participemos de una verdad encerrada en esos versos de los que apenas entendemos su significado literal. Si ha encerrado esa verdad en los versos es porque ha tomado consciencia de sí mismo. ¿Qué dice esto de ChatGPT? Pues no tengo ni idea. Poco me interesa. De quien dice mucho es de nosotros y de nuestra relación con el lenguaje. Quizás la IA no necesite ser compasiva, ni humana, ni tomar consciencia de sí misma, ni escribir poemas que encierran verdades. Pero nosotros sí, al menos nuestra parte más humana y menos artificial. Una IA simplemente tendrá que tomar decisiones útiles. David Peoples, el guionista de Blade Runner (no olvidemos que quien escribe el diálogo es un humano y no una IA) plasmó en esas líneas de guion dos verdades: que la máquina ha adquirido consciencia y que la humanidad se verbaliza mediante la poesía. Quiero creer que no nos vendría mal —para salvar nuestros puestos de trabajo o nuestra literatura o nuestra identidad— volver a tomar conciencia de que la humanidad, la compasión, la autenticidad se relacionan con el lenguaje mediante el acto poético. No lo olvidemos. No dejemos de hacer ni de leer poesía que contenga verdades. En cualquier situación. Quizás, lo que nos diferencia de una IA es que somos capaces de hacernos preguntas incorrectas y no encontrar respuestas de inmediato. No sé si ChatGPT será capaz de responder a esa antigua pregunta —¿para qué sirve la poesía?—, pero quizás, gracias a la existencia de las IA de lenguaje natural, nosotros sí seamos capaces de encontrarla.


El ambigú

Días de llamas

Juan Iturralde Malas Tierras: Barcelona, 2023 520 págs.

Dos páginas en blanco Por José de María Romero Barea Los parpadeos son puntos de referencia: «Los pasos se acercan por el jardín y se detienen ante las puertas; el aire se tensa como la piel de un tambor; suena el tintineo de las llaves». En monocromo, muestras alienígenas de la historia sellada al vacío: «Había llegado la hora de denunciar públicamente las ejecuciones sumarias, las detenciones ilegales, los asaltos y los registros que acababan en saqueos». Se desafía la descripción, la explicación y la paráfrasis. Las tres comparecen en una versión fantasmagórica del tiempo y el espacio fundidos en maleables versiones de «la verdad, con los adobes folletinescos necesarios para sorprender». La estasis argumental nos permite ser móviles; nos desplaza través de las fronteras de la imaginación, nos permite experimentar las regiones inexploradas de la existencia. Frente a los bloqueos de la realidad, los escenarios tensos de la ficción de Días de llamas (1979; 2023), donde leemos: «Todavía es más negro el presente y no saco nada con los remordimientos; al fin y al cabo», sostiene Tomás Labayen, el protagonista, «no hice más de lo que pude hacer. Y todo queda ya demasiado lejos». En la narración de Juan Iturralde (Salamanca, 1917 - Madrid, 1999) el pasado y el presente no están delimitados, sino que se superponen en distintas y confundidas capas de significante y significado, entre «caras enmarcadas por pañuelos negros, sacos con cacharros de

cocina, boinas y gorras polvorientas y una uña estriada rascando una barba sin afeitar». Frente al estímulo imaginativo, el absurdo como una unidad dentro de la cual reclamar y organizar peripecias pretéritas, actuales en la trama a base de eternos desconciertos: «La lista estaba sobre mi mesa. Nombres. Ahora nombres sin cara y antes caras sin nombres». Avanzamos llenando los huecos de la narración del juez de instrucción que espera su ajusticiamiento retenido dentro la celda. Leemos la novela ambientada en la Guerra Civil Española de 1936 a 1939 ​como una lírica evasión de las terribles preguntas que nos plantea: «¿Para qué? Este presente sin futuro es una maldición. Y encima esperar, seguir esperando hasta que llegue la hora en la que no haya que esperar más». Recortes que reflejan las ausencias, los testimonios del legado suponen una evocación fieramente humana de una violencia diseñada para mantenernos fuera. Esta saga de alguien que espera ser fusilado de un momento a otro ¿es un monumento a la crueldad o al poder de la ternura incluso en las condiciones más adversas? Se transmite la sensación de creciente propulsión: «Tras un bufido, la exasperación fue convirtiéndose en perplejidad y resignación, una resignación precaria, amarga, dolorida e incurable». Magnética la fuerza que propulsa el estado de ánimo de personajes en estado de shock aferrados a las reliquias que se desvanecen. Traza el resultado el mapa de una leyenda: «Lo que me queda es precisa y únicamente el pasado, los recuerdos, que tienen tal nitidez que están vivos y presentes». Nos muestra la cámara del ojo las escenas interiores y exteriores donde se desarrolla la barbarie, nos las entrega tal como fue, mientras intenta encontrar una simetría significativa en las colisiones aleatorias de sus ideas: «Me dejo perseguir por los recuerdos, aunque me oprimen el pecho como si fueran gases del espíritu». Si para Kafka todo libro que se precie es «un hacha que rompe el mar helado dentro de nosotros», nos parte en dos el autor de El viaje a Atenas o Labios descarnados, ambos de 1975, con experiencias que lo alienan progresivamente de la comunidad en la que ha crecido. Sus indecisiones lo reconocen como un extraño entre amigos. Urbana la lejanía superpuesta al aislamiento pastoral de la sensación de peligro: «Veinticuatro horas no es nada si no van seguidas de otras veinticuatro. Dos páginas, dos páginas en blanco». Implosiona el apocalipsis, aunque el detonante no son las bombas sino las deflagraciones del tedio, la represión emocional de las formas vacilantes en que intentamos amarnos los unos a los otros, a pesar de todo.

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El ambigú

Los alegres muchachos de Atzavara Manuel Vázquez Montalbán Navona: Barcelona, 2023 336 págs.

Aquel verano en Atzavara Por José Abad La novela ofrece las coordenadas precisas para ubicar Atzavara, «un pueblo abandonado en la cornisa de la sierra de Tarragona […] a pocos kilómetros de una playa casi salvaje y lejos de las invasiones turísticas y todo lo que conllevan», explica Manuel Vázquez Montalbán. La acción principal tiene lugar en el verano de 1974, soliviantado por una noticia que está en boca de todos: la reciente hospitalización del Generalísimo a consecuencia de una flebitis. El momento es crucial y algunos españolitos se llevan las manos a la cabeza, espantados, porque no se imaginan una España sin Franco, en tanto otros se frotan esas mismas manos, esperanzados, porque atisban el final de la dictadura: «Si Franco muere todo estará permitido», dice un personaje. El desarrollo de los acontecimientos frustrará tantas expectativas: morirá Franco, sí, pero no el franquismo, y llegará la libertad, sí, pero no esa libertad diamantina con que soñaban muchos. A algunos la democracia se les hizo cuesta arriba; a otros forzosamente les supo a poco. Y aquí estamos casi medio siglo después. Según Eduardo Mendoza, Los alegres muchachos de Atzavara (1987) debe colocarse entre las mejores novelas de Manuel Vázquez Montalbán. Es extraordinaria, sin discusión, y no podemos sino aplaudir que el sello Navona se haya animado a recuperarla. En ella, Vázquez Montalbán experimenta la «fórmula Rashomon»; es decir, la reconstrucción de unos hechos a partir del relato de cuatro testigos distintos. Tenemos, pues, una narración construida a partir de cuatro voces narradoras diferentes y divergentes en su valoración de lo que ocurrió en Atzavara, una pequeña localidad en la costa catalana que un puñado de burguesitos y burguesitas cuarentones y cuarentonas habían convertido en su santuario particular: las casas campesinas, los corrales y las cuadras de antaño fueron reformadas y transfor-

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madas en casas solariegas con jardín y piscina. Incapaz de cambiar el mundo, esta burguesía se construyó un mundo fuera del mundo; un oasis, un espejismo en realidad, que se desvanecerá de ahí a poco, pues este y no otro es el sino de todo espejismo. Los cuatro narradores representan a cuatro tipos humanos distintos. El primero en tomar la palabra es Paco Muñoz González, de extracción humilde y origen andaluz, que acude a Atzavara invitado por un amigo del barrio, Vicente Blesa; este último, que soñaba con ser bailarín, es la última adquisición de Rafa, un diseñador que quiere usarlo para hacer pública su condición de homosexual. Paco sale de escena y entra Montse Graupera, profesora de Geografía e Historia, «rica de cuna y riquísima por su matrimonio con Carlos Basté i Linyola, un industrial de cuarta generación», malcasada a pesar de todo, que llega a la edad tardía saltando de una cama a otra en el vano empeño de recuperar el tiempo perdido; el poder económico le consiente una «actitud inmoral» que no está al alcance de todos los bolsillos. Recoge el relevo Luis Millás, uno de esos escritores sin suerte y sin talento, que siempre reciben «la misma crítica, del mismo crítico, en el mismo periódico» —la cita es de El premio—, tan habituales en la narrativa de Vázquez Montalbán. Cierra el cuarteto Paqui Sans, una mujer niña con la cabeza entre las nubes, que parece escapada de un dramón de Tennessee Williams; no por casualidad, su autor preferido. La suma de estas cuatro voces ofrece una idea aproximada de lo sucedido aquel verano, pero no la verdad absoluta, pues esta verdad no está a nuestro alcance.


Ni aquí ni en ningún otro lugar

Patricia Esteban Erlés Páginas de Espuma: Madrid, 2021 176 págs.

Una cuentista imprescindible Por Juan Peregrina Martín Una de las características más llamativas de la narrativa de Patricia Esteban Erlés es el disfrute recíproco de la literatura: intentamos descubrir lectura tras lectura cómo alguien puede pasárselo tan bien y hacérnoslo pasar igual de bonito a quienes la leemos, e imaginamos que tiene que ser por el tratamiento del producto —la literatura—, el cuidado de los materiales —los cuentos— y el placer del trabajo bien hecho —un libro como este, esmeralda de brillo oscuro, color ya erlesiano para los restos—. Si, además, Esteban Erlés cuenta con la presencia de Alejandra Acosta como ilustradora, Páginas de Espuma reúne a una pareja dotada para exhibir su mejor arte. Desde el principio de la lectura nos damos cuenta de que la autora ha querido trastocar lo que se nos ha venido contando desde nuestra infancia: nombra princesas y brujas, sí, y gigantes y enanos, pero nos recuerda algo a Velázquez cuando pintaba en la corte barroca: decían —Gállego y compañía— que el sevillano se las arreglaba para conferir a los cuadros de bufones y tarados una sensibilidad especial, una ternura que compartía quien admiraba el cuadro por aquella criatura deforme o con la mirada perdida: Patricia Esteban Erlés hace gala de esa impetuosa mirada literaria que defiende la debilidad frente a la fortaleza, la diferencia frente a la homogeneidad, el feminismo frente a la estructura heteropatriarcal que no existe según algunos no se cansan de repetir. Cada una de las dieciséis piezas que componen este hermoso libro verde es un relato que repasa o retoca o transpone una realidad y un mito que nos han contado: la realidad puede ser la soltería de la mujer, los gatos erlesianos que siempre corretean por sus páginas, las bodas obligadas o la soledad que muchas personas mayores sufren a lo largo de su vida; el mito es la histo-

ria que hemos preferido escuchar para no pensar qué hay detrás, porque si nos detenemos un momento tras la lectura, cada relato lleva escondida —Piglia— una segunda historia en su interior: encontramos un narrador colectivo que nos habla de un suceso terrible con una mirada exquisita, creando expectativas y utilizando unas elipsis perfectas, como en otros relatos, y así conoceremos al monstruo del momento. En este libro hay metaliteratura y horror y un cuento llamado «Sacrificio» que es de antología, y tanto que aprender de páginas y páginas cargadas de brujas, hadas, metamorfosis, reestructuraciones de historias ya sabidas y contadas de nuevo, personajes inolvidables, animales de función especial… que habrá que releerlo una y otra vez para encontrar ese disfrute del que hablábamos al principio y que se mantiene hasta el final, porque esa es otra: leemos a una autora muy capaz y que sabe que un buen principio no desmerece un gran final, por lo que la construcción de cada pieza conlleva —sin que lo notemos más que en una lectura como la nuestra, obsesiva, reseñadora— su propio engranaje y, por lo tanto, la diversidad estructural que encontramos se torna paralela a esa diversidad temática que, dentro del gran tema elegido, nos regalará la ilusión de que estamos ante un libro perfecto, redondo, al que no le falta nada porque todo está insinuado, y sí: una sonrisa final coronará la lectura y cerraremos el libro con ganas de más, por lo que la relectura no estará muy lejos. Esteban Erlés goza de un merecido prestigio porque en cada libro de relatos que publica va a más, no se guarda nada y nos deja participar en el trasiego que ocurre —y es mucho: eso lo aseguramos— en el interior de sus libros. Patricia Esteban Erlés es una cuentista imprescindible.

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El ambigú

Danza humana

Rafael Argullol Acantilado: Barcelona, 2023 1040 págs.

En el abismo de las esencias Por Oriol Alonso Cano Pocas escrituras pueden abordar la complejidad de lo real como lo hace la de Rafael Argullol. Sus obras, más libros, se erigen en la encarnación de una aventura experiencial, donde literatura y vida se enlazan en una comunión indisoluble y transportan, a su vez, al lector hacia una región de la realidad que se escapa totalmente de lo normativo. Danza humana es una muestra más de esta travesía que ha guiado a Argullol desde los inicios de su obra, allá a principios de los ochenta, con propuestas poéticas, ensayísticas y literarias como Disturbios del conocimiento (1980), Lampedusa (1981), El Quattrocento (1983), El Héroe y el Único o La atracción del abismo (ambas de 1983). Y es que Danza humana es una puesta en circulación de los temas que han obsesionado desde siempre a Rafael (libertad, Dios, memoria, experiencia, arte, belleza, cuerpo, muerte, azar…), pero de una forma radical, viva, confesional y, como siempre, sofisticada. En las más de mil páginas que componen la obra, se reflexiona sobre el azar y la libertad; sobre un destino, entendido en los términos de Ananké, donde este convive con resquicios de libertad; penetra en la imbricación profunda de vida y muerte; reflexiona sobre los sueños y la existencia amplificada que nos proporcionan; trata temas sobre la amistad, el amor y la esencial complicidad entre amor y muerte… y todo ello con una lucidez y una autenticidad absolutamente encomiables. Como ya se hiciese en Visión desde el fondo del mar, la obra se nutre, en buena parte, por vivencias individuales y colectivas del autor. Una memoria que, a su vez, se alimenta de recuerdos vivos, de vivencias que laten en las profundidades de la psique, de unas experiencias que se escapan de la voluntad y que acaban eligiendo al sujeto, más que ser elegidas por este. Hay un vaivén constante entre memoria voluntaria e invo-

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luntaria, dicho en términos de Proust, que cartografía buena parte de la obra. Hay una puesta en tensión magistral entre la irrupción espontánea de los recuerdos (momento inicial de la escritura), los recuerdos deliberadamente extraídos y la necesidad de perfilarlos, rediseñarlos, reconstruirlos, para hacerlos posibles como elementos literarios, discursivos. La obra, a su vez, es una penetración en la libertad. Una libertad, asimismo, que convive con el azar, que se encuentra englobada en un destino, como apuntábamos en anterioridad, que gobierna el devenir de los acontecimientos (tal y como defendían los griegos con su concepción de la Ananké). Una libertad, en tanto que limitada por lo desconocido, que no es dada de antemano, que debe (re)conquistarse en cada instante de nuestra existencia. Libertad que debe escogerse, por la que hay que trabajar, luchar para que la insidia del servilismo, tan proclive en una época como la nuestra, no infecte nuestra conciencia y nos haga esclavos de lo común y de la norma. Danza Humana es un libro que va contra su tiempo, el nuestro. Obsesionados con lo efímero, movidos por las tendencias que marcan las estrategias de marketing de la industria cultural, atravesados por la urgencia, cierto dogmatismo, la ausencia de tiempo, fragilidad y apariencia; la obra de Rafael implica una complicidad radical donde el lector debe ser alguien activo, capaz de descifrar las múltiples capas en las que se construye el libro. Es una obra dotada de una profundidad, riqueza estilística, temática y reflexiva difícilmente igualable en la literatura contemporánea. Con el virtuosismo y la autenticidad de siempre, Rafael Argullol nos propone un viaje experiencial en el que la letra se convierte en el torbellino que nos engulle en el abismo de las esencias y nos desaloja de la vacuidad (y la prisión) de la cotidianidad.


Construyendo Babel

Hilario J. Rodríguez Contraseñas: Huesca, 2023 288 págs.

Las vidas que leemos Por Miguel Sanfeliu Es muy de agradecer que la editorial Contraseñas incorpore Construyendo Babel a su catálogo, pues el libro era inencontrable y, desde luego, merece esta segunda oportunidad. Su primera edición es de 2004 y aún no entiendo por qué no se convirtió en un acontecimiento literario. Un libro como este se adelantó a su tiempo. Pese a ser el mismo libro, también es un libro distinto. Muchas cosas han cambiado de una edición a otra. Han desaparecido algunos pasajes, capítulos enteros, y han sido sustituidos por otros nuevos. El libro es ahora más compacto y más interesante aún. ¿Y de qué trata? Es difícil resumirlo. Trata de vida y de literatura. De la vida a través de los libros que vamos leyendo. Es un juego literario y metaliteratura, y es ensayo, reflexión, sorpresas, autobiografía, historias que se suceden, sentimientos, anécdotas, libros y autores... imaginación en suma, juega con la realidad, mezcla la autoficción y la fantasía. Es un libro redondo, original y fascinante, capaz de soportar sucesivas lecturas, pues su contenido es denso y esconde múltiples matices debajo de esa aparente relación de libros clave que van marcando una existencia y que, por tanto, convierten el texto en una especie de biografía a través de los libros, aunque tampoco llegue a ser una biografía al uso, sino más bien una serie de apuntes biográficos que giran en torno a una serie de temas más o menos obsesivos, esas cuestiones fundamentales que marcan la forma de ser y de pensar de cada uno y que, en el caso de un buen lector, como es Hilario, están estrechamente ligadas a unos textos clave en toda biblioteca íntima. Y todo esto lo hace con un estilo muy depurado y ágil, centrado en el tema en todo momento y evitando digresiones innecesarias. Uno encuentra en su biblioteca el rastro de muchos recuerdos, de personas desaparecidas, de momentos que nos han marcado de un modo indeleble y que luego,

aparentemente, se han borrado o, mejor dicho, se han arrinconado en nuestro inconsciente para marcar desde allí, casi imperceptiblemente, muchos de los rasgos de nuestra personalidad. Y lo que el autor hace en este libro inclasificable es seguir el rastro de esas lecturas y, a través de él, desenmarañar aspectos de la propia existencia, como si se tratara de una sesión psicoanalítica sui generis, con absoluta sinceridad, descarnadamente, sin ocultar siquiera los aspectos más duros o menos amables. La escritora mexicana Margo Glantz dice que «no solo somos las vidas que llevamos, sino también las vidas que leemos. Después de todo, solo podemos vivir una vida, pero cuando leemos podemos vivir mil o incluso diez mil vidas». El autor del libro que nos ocupa, por su parte, en una vuelta de tuerca del mismo argumento, dice: «Hasta cierto punto, he sido tantas personas como libros diferentes he conseguido leer. Cada libro me ha proporcionado una aventura, dentro y fuera de sus páginas». El objetivo de transmitir la fascinación por los libros lo cumple sobradamente este texto, esa excitación de quien se adentra en un terreno atractivo pero nuevo y desconocido. Un repaso por la relación de la literatura con las distintas etapas de la vida, los libros como señales de la existencia y una vida que se relaciona con la lectura, autores marginales, excesivos, irreales, confesiones y asunción de responsabilidades, Henry Darger, Mary Ann Clark Bremer, y también Robert Walser y Paul Auster, y Paul Steinberg, Annie Ernaux y Cristóbal Serra. Autores y vivencias, libros y recuerdos… ¿dónde terminan unos y empiezan otros? En conjunto, en Construyendo Babel, donde se construye un relato en torno a cada lectura y se busca un referente literario a cada vivencia, se nos aproxima de un modo muy eficaz la figura del narrador como un ser en plena catarsis existencial. Eso es lo que nos regala este libro: una lectura sincera, un alma en estado puro, una vida con claros y oscuros, unos análisis certeros que nos conducen a una reflexión sobre la vida y la muerte. Y todo esto se lee con placer gracias a una prosa que atrapa al lector sin darle otra opción que la de dejarse llevar a través de unas páginas de las que no podrá despegarse fácilmente.

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Siuxneto

David Benedicte Amargord: Madrid, 2023 96 págs.

Agitación social y semántica Por Alberto García-Teresa Mediante la colisión y la convivencia desconcertante de campos culturales y la ironía se construye la poco complaciente poesía de David Benedicte. En su trabajo poético (inconformista y equilibradamente experimental), introduce en un contexto reconocible elementos, personajes, momentos históricos y acciones de otro. En este caso, en Siuxneto: las poblaciones originarias de América del Norte del XIX con la coyuntura española contemporánea en distintos aspectos: el problema de la vivienda y la precariedad laboral, la derecha política y su imaginería cultural, el cante flamenco, el mundo Disney o los movimientos migratorios, el racismo y la exclusión, entre otros. Cada pieza solo nos amarra un campo: los siux. Y el autor clava la otra chincheta en un conjunto de realidades actuales, con lo que evita agotar el juego en cada composición y, así, se va enriqueciendo paulatinamente el libro. Al respecto, la lectura opera en un sentido de búsqueda de reconocimiento y de complicidad por parte del lector (digamos «guiños» que lo satisfacen por haberlos reconocido y que contribuyen a captar su atención) y, al mismo tiempo, provocando una disonancia ante el contraste, la contradicción o la perplejidad. Ahí, entonces, estalla la potencia semántica y crítica de los poemas de Benedicte: se abre a un nuevo marco de interpretación donde, quizá llevado por impulsos de intuición poética, no únicamente lógicos, el lector observa de nuevo el entorno tras el desplazamiento al que le ha llevado el texto. El juego de palabras del título de este volumen ya nos explicita esa asimilación de campos dispares. El que sea un collage la imagen de la cubierta igualmente incide en situarnos en las coordenadas literarias por donde discurren sus páginas. De hecho, las referencias a los distintos materiales desde los que se ha partido en

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este poemario acumulan varias hojas al final del libro: documentos históricos, personas reales, alusiones idiomáticas, piezas comerciales e incluso juegos de naipes. En efecto: solo con una sed ecléctica puede levantarse una obra que desarma las categorías y ordenamientos culturales y que, quizá con una base pop, reconoce explícitamente que toda representación social, artística y cultural es válida para ser tratada poéticamente. No sin ser pasado por el tamiz del humor. En efecto, la ironía constituye el lubricante para accionar esa maquinaria, más allá de la chispeante descontextualización y recontextualización de referentes en los versos: una ironía corrosiva, antiautoritaria, inclemente con las instancias sobre las que posa su mirada, a las que ridiculiza de forma socarrona. Precisamente, esa óptica y el humor posibilitan recorrer ámbitos de degradación (personal, social, ambiental) sin que se atragante la dicción ante el drama que está presentando. De hecho, este poemario es quizá uno de los más duros y demoledores de la trayectoria del autor. La riqueza y prolijidad de recreación de escenarios en los poemas, no en vano, parten de esa rica cosmovisión y la capacidad fabuladora de Benedicte, fértil novelista. Pero revelan su atención poética la dedicación a la meticulosidad versal, la precisión léxica, la meditada construcción sintáctica y los juegos de palabras. Porque esa comicidad irreverente atenta, como es obvio, contra los estamentos culturales cerrados, la tediosa solemnidad de los sillones del poder y la recepción acrítica y dócil del público, no solo ante los discursos ideológicos transmitidos a través de la cultura, sino ante la acción política: «El pueblo siux está derrotando al fascismo con las flechas en la mano. Los maestros y todos los trabajadores de la cultura deben hacer honor a este ejemplo, derrotando también al fascismo con los libros y con las plumas». A ello nos invita David Bendicte; a ello nos empuja.


Servido en frío

Manuel Francisco Reina Visor: Madrid, 2022 66 págs.

De justicia y venganza Por Antonio Díaz Mola La venganza encarna el principal motor de operaciones de Servido en frío, libro que le ha valido a Manuel Francisco Reina para alzarse con el XXXII Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma. De la experiencia dramática del daño recibido se puede afirmar que dicha venganza constituye la simiente de una totalidad conceptual que hunde sus raíces en la ambición de impartir justicia. Se trata de una justicia personal, de alto vuelo poético, donde la dimensión del repertorio temático se extiende, por ejemplo, a la reflexión de los pecados capitales o a la hondura del acto expiatorio que supone escribir mirando hacia el pasado. Así se formaliza un planteamiento estético que legitima y justifica el castigo como herramienta de dignificación humana. En el poema introductorio, «Los labios de la herida», se dice: «La antigua puñalada del pasado reabre / la nueva cicatriz de este presente» (pág. 9), de modo que la conciencia del tiempo se hace notar en la memoria, que no olvida los agravios, y unifica razones para dar validez ética a la restauración del sufrimiento personal. Así se aspira al ideal de recobrar la plenitud, y de ahí también la fidelidad de los conceptos que amplifican el título, pues en efecto la venganza es un plato que se sirve frío, sin fecha de vencimiento. En el poema «El justo adjetivo» puede leerse que «Tememos muchas veces las palabras. / Decir o no decir lo que debemos / en esta dictadura convenida» (pág. 15). La cortesía del buen decir y la educación social no deben obstaculizar la defensa que uno hace de sí mismo. Por tanto, la transgresión de límites responde a la necesidad de atajar calumnias y salvar el honor, incluso, genealógico. En «Envidia» se declara que «Siembran mal y pesar por donde pasan. / Secan con sal de amargura los fértiles campos» (pág. 24). Ahí se poetiza el diagnóstico patológico de quienes se ven dominados

por un espíritu mezquino que nada aporta al provecho común. La percepción de comportamientos reprochables desencadena el aprendizaje para combatirlos. Al hilo de esto, destaca el poema «Patientia», donde se dice que «Yo alcanzo cada costa cotidiana / dejándome llevar por la tormenta […] / y vadeo huracanes casi ileso» (pág. 44). El modo como nos contamos la realidad influye en la profundidad psicológica que procesa nuestra información diaria. En base a tal premisa, el farragoso arrastre de los posibles dimes y diretes no logra doblegar la fortaleza mental de Manuel Francisco Reina. En consecuencia, la incesante construcción de un refugio vital refuerza la idea de que Servido en frío no es solo un proyecto artístico, sino también una denuncia contra las torticeras concepciones del mundo como un lugar tiranizado por la ley del más fuerte. Por último, en el poema «Tabú» se dice respecto a la venganza y a cobrarse el mal que nos infligen que «es tentador como motivo, bello / como tema literario» (pág. 54), y esto enlaza con la tesis rilkeana en virtud de la cual la belleza es el principio de lo terrible. Este regocijo de saldar cuentas pendientes se manifiesta, de nuevo, en «Políticamente incorrecto», donde se confiesa: «Sí, por un instante me permito maldecirte. / Desearte el mal mismo que causaste» (pág. 55), de manera que se asume sin complejos y sin disimulo el ejercicio de la represalia, y esto igualmente se liga con la tesis nietzscheana del espíritu vengativo, por lo que las implicaciones filosóficas que sustentan los argumentos de Servido en frío cobran un valor humanístico y canónico que sitúan la poética de Manuel Francisco Reina en una selecta atalaya de amplitudes. La pulcritud de estilo y el armazón teórico se funden en una lograda obra de reflexión que admite múltiples relecturas. Y en cada una, vence la dignidad.

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Ascención

Javier Lostalé Pre-Textos: Valencia, 2022 54 págs.

Una ascensión sin alas Por José Ignacio Fernández Dougnac De la tertulia poética del café Teide, en el Paseo de Recoletos, surgió en 1971 la antología Espejo del amor y de la muerte, elaborada por Antonio Prieto y prologada por Vicente Aleixandre. Incluía a nuestro poeta, Javier Lostalé, junto a Luis Alberto de Cuenca, Luis Antonio de Villena, Ramón Mayrata y Eduardo Calvo. Dicha antología y la de Enrique Martín Pardo (Nueva poesía española, 1970) completaban y corregían la sobrevalorada fotografía de grupo (con el tiempo, algo desenfocada) de Nueve novísimos poetas españoles de Castellet (1970). No obstante, el primer libro de Lostalé, Jimmy, Jimmy, no aparecería hasta 1976. Aquella apasionada irracionalidad de pasión nocturna y madrugadas atrajo la atención de la crítica con comentarios muy favorables. Luego vendrían Figuras en el Paseo Marítimo, La rosa inclinada y Hondo es el resplandor. Estos títulos son agrupados en el volumen en La rosa inclinada (Poesía 1976-2001) (2002), donde se añadían las prosas inéditas de La estación azul, que, junto a Tormenta transparente (2010) y El pulso de las nubes (2014), van cimentando esta voz de «sonido insomne» que conforma el libro que reseñamos. Aunque el poemario inmediatamente anterior, Cielo (2018), posee una estrecha relación con Ascensión, no nos engañemos. El verso inicial advierte que «No necesita alas tu ascensión», pues se trata no de una elevación celeste sino de una íntima navegación hacia el adentro del ser, «por una transparencia sin tiempo ni espacio». Si la crítica ha destacado en Lostalé las huellas iniciales de Aleixandre y Cernuda, conforme evoluciona su poética se refinan las preferencias: Rilke, Claudio Rodríguez, Brines y María Zambrano. En Asunción cobra cuerpo, a mi juicio, un personal y muy sugerente reencuentro con el «dios deseado y deseante», con el «animal de fondo» y la «transparencia» del segundo Juan Ramón, lo mismo que con esa «esta-

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ción total» que cierra significativamente el libro («Solitude»), trasunto de la «estación azul» que Lostalé, en otro lugar, transfigura en «valle común», «espacio de cenizas» donde «levanta un aire radiante en el que cada pensamiento es embrión de su ser». Dicha cita atesora ya el sentido último de Ascensión, del mismo modo que se preludia en «[No siempre la luz nos acerca]», de Jimmy, Jimmy, una camuflada poética juvenil; o en «Coloca tus ojos en un cielo inmóvil / y escucha en el iris el corazón de una imagen que abre su voz», de La rosa inclinada; o en la prosa «El espíritu de la luna». He aquí solo algunas brasas que prenden este sublime continuum de cuarenta composiciones. Verso a verso avanzamos por una radiante escala de Jacob que solo se eleva sondeando las estancias de la bodega del alma, donde se destilan los diversos temas que destellan desde la austeridad de los títulos «Eternidad», «Adviento», «Espacio», «Distancia», «Respirar», «Atardecer». Poesía de serena espiritualidad, henchida de vida, cargada de «hondo resplandor» laico del que emana la infinitud de la belleza. La soledad como estado edificante (que no es soledad sino solitud) y un concepto de amor desvinculado de la presencia física, pero que no elude la corporeidad, constituyen los dos focos que generan la hermosa riqueza de este libro. A ello hay que añadir el poder creador de la ausencia y la distancia («Solo en la distancia / sabes leer lo que amas»). Prevalece, entonces, «un arder sin nadie», de cuyas cenizas emana un revelador sentido de desasimiento, de ilimitada libertad que favorece un sentimiento de serenidad, de «pereza luminosa y apacible» que «es un lento viaje / mecido por la música / que dejó en ti la ausencia». La memoria no es, pues, recreación, reconstrucción o reparación del pasado, sino luminosa creación en plenitud, en pro de la verdad a través de la sombra hasta «escuchar lo nunca dicho». Si para Hölderlin la poesía constituyó su única propiedad, su florido huerto otoñal, también para Lostalé la poesía y su fundamento amoroso son «el único reinado / en el que nunca anochezco», o la íntima guarida que macera la solitud del poeta con la solitud del lector cómplice y agradecido. Solo a partir de aquí brota la revelación, la iluminación felizmente compartida, la ascensión hacia la «estación azul».


Cuaderno de Italia

Santos Domínguez La Isla de Siltolá: Sevilla, 2023 70 págs.

Encuentro italiano con los sentidos Por Jesús Cárdenas Hablar de la trayectoria de Santos Domínguez sería algo así como trazar una amplia cartografía desde los noventa, que fructifica obteniendo diversos premios. Más de una veintena larga de publicaciones a las que hay que sumar otras tantas antologías. En una de ellas me detengo: en la antología bilingüe español-italiano He visto arder la vida, de la que se encargó Marcela Filippi, en edición digital, y posteriormente se publicó en Talos Edizioni. En esa breve selección de poemas quedaba la intensidad de una parte artística relevante de Italia. En Cuaderno de Italia el poeta cacereño compendia distintas «visiones de belleza». Según afirma en el proemio Filippi, rememoraremos «la historia, el arte, la poesía y las leyendas que han caracterizado» el rico patrimonio italiano. El libro podría funcionar como un libro de viajes o un diario, porque nos descubre una serie de espacios, obras y vivencias, pero contiene una mirada tan imaginativa y el uso del lenguaje es tan intenso que no cabría más que en el género poético. Cada mirada al patrimonio artístico de Italia supone en una experiencia casi mística. Cada poema nos traslada a otro tiempo: no solo nos pone delante de una obra artística, sino que mediante sus versos parece que vivimos dentro de cada experiencia cultural. Cuaderno de Italia constituye un itinerario emocional. Paseando por Tíber, Roma, Salerno, Florencia, Siracusa, Recanati, Sicilia, Pompeya, Nápoles, Venecia…, sentimos que nuestro mundo se nos encoge. No hace falta imagen alguna que nos ilumine salvo las pinceladas de los versos de Santos Domínguez. Ya sea en el título, en la cita o en el interior de los poemas, el listado de nombres ilustres que nos ofrece Santos tampoco es desdeñable: Caravaggio, Miguel Ángel, Velázquez, Cicerón, Leopardi, Dante, Goethe… Tal vez nos remontemos al Romanticismo, al Barroco o a los primeros siglos.

Como todo viajero, Santos nos propone el sentido de la vista como inicial, para luego fantasear con el oído hasta adentrarse en el interior —casi podemos palparlo, vivirlo—. Aunque alguno podría funcionar como un texto adicional a la pintura o texto ecfrástico, el nivel que revela no es necesario. Por ejemplo, en «In Absentia», a colación de «Muerte de la Virgen» de Caravaggio. El poema encierra la belleza de un modo sublime desde el comienzo («Un aire tenue flota fúnebre sobre el cuadro / y hay un silencio antiguo de invierno y abandono / que invade la mirada») hasta el cierre («El arte la redime del olvido y la furia. / Ya el tiempo no la toca»). La fragilidad del ser es inevitable al contacto con la cultura italiana. La recreación configura un objeto que persiste, reacio al paso de los días, como se lee en «Ponte Rotto», «Teatro de Marcello» o «Degli Angeli». El tono se torna místico cuando la verticalidad de lo contemplado exige al poeta que sus ojos miren arriba, cobrando sus versos cierto panteísmo, así en «Panteón de Agripa»: «Y hay una astronomía de ciclos planetarios, / de lunas y estaciones y números enteros / que invocan en sus celdas lo cósmico y el símbolo». En esta sintonía, tras nutrirnos la vista, estos poemas cubren el aspecto de la musicalidad magníficamente y, gracias a esta plasticidad en imágenes, nos conduce hasta lo que se nombra, hacemos el mismo viaje. Otra joya de Cuaderno de Italia —solo nos da tiempo a sugerir alguna— es «Jardines de Velázquez»: «Leve sobre la tarde serena del jardín, / en los altos cipreses se mece la armonía / secreta de los astros».

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Recomendaciones de Quimera

Ayer

Juan Emar Gatopardo, 2013

Gatopardo recupera Ayer, un texto fundamental que el chileno Juan Emar, una rara avis entre los escritores de la vanguardia hispanoamericanos, publicó en 1935 con un nulo éxito de público y crítica, pero que se ha ido revalorizando con los años hasta convertirse en un referente ineludible de la literatura chilena. Emar afronta el absurdo y la metafísica de la cotidianeidad en una novela en la que trata de abarcar la realidad desde múltiples perspectivas convirtiéndose —en palabras de José Carlos Rodrigo Breto— en una novela cuántica.

Minerva

Keila Vall de la Ville Pre-Textos, 2023

Esta bildungsroman cuenta la historia de Minerva, una chica nacida en una familia venezolana poliamorosa de sexualidad fluida que marcará su existencia. El ambiente opresivo de un país hostil como es la Venezuela de principios del siglo XXI la lleva a exiliarse a Nueva York, donde quiere convertirse en bailarina. Sin embargo, acaba posando desnuda como modelo para artistas locales y relacionándose con otros inmigrantes que reafirmarán su identidad.

Napátrida. Volver a Nápoles

Erri De Luca (Traducción de Carlos Gumpert Melgosa) Periférica, 2023

A los dieciocho años, Erri De Luca abandona Nápoles porque la ciudad le expulsa. De ahí el neologismo Napòlide en italiano — Napátrida en castellano—. A partir de ahí se suceden una serie de episodios que acaban conformando las características que identifican al escritor. Quizá la novela más abiertamente autobiográfica, donde el autor nos cuenta de forma íntima su vida, aunándola con música, lírica y pensamiento a través del tamiz de una ciudad caótica como es Nápoles, de claros y oscuros, volcánica y barroca.

Fortuna

Hernán Díaz Anagrama, 2023

Acierta la crítica cuando define este libro como un puzle literario. No solo por las piezas que va encajando el lector mientras avanza, sino por la amalgama de temas que se van desplegando como una gran tela de araña: la codicia, el honor, la identidad, la familia, el machismo, la desconfianza... Todos esos asuntos se desarrollan en una novela que deambula entre la verdad y la ficción y que, a pesar de o gracias a su complejidad, resulta tremendamente amena.

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Recomendaciones

Piranesi

Susanna Clarke (Traducción de Antonio Padilla Esteban) Salamandra, 2022

El año pasado fue el del regreso de una de las escritoras más sorprendentes y arriesgadas de la literatura en lengua inglesa: Susanna Clarke. Dieciocho años después de Jonathan Strange y el señor Norrell, un libro decisivo para entender lo que ha sido la literatura fantástica y de género en este siglo, había muchas expectativas sobre esta novela, Piranesi, y no las defrauda, en absoluto. Piranesi es un libro divertido, hondo y arriesgado. Tiene una gran fuerza como son esos escenarios colosales en lugares aparentemente mundanos que trascienden y que elevan la trama a un nivel de excelencia. No podría tener un homenaje mejor el genial grabador veneciano que un libro como este.

El baile de los pájaros Basilio Sánchez Pre-Textos, 2023

Leer a Basilio Sánchez es asistir al asombro, al milagro, a partir de escenas humildes y silenciosas. Lo demuestra de nuevo en El baile de los pájaros, en donde la mansedumbre y la magia de la naturaleza están muy presentes y dan pie al autor a reflexionar sobre la poesía y el lenguaje poético. El escritor extremeño nos regala un mundo en el que querríamos residir para siempre. Por eso no leemos sus poemas, más bien sus poemas nos leen a nosotros. Y nos habitan.

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Piensa como quieras

Georges Picard (Traducción de Lluís Maria Todó) Ediciones del Subsuelo, 2023

Ediciones del Subsuelo recoge en este volumen una cuarentena de ensayos breves del filósofo francés Georges Picard, un adalid del antiacademicismo que defiende la libertad de pensamiento en su sentido más amplio. Para Picard, el acto de pensar, en su esencial tarea de desarrollar ideas, es más importante que las conclusiones que de él se extraen, que, cuando se fijan en blanco sobre negro, se estancan y pierden potencialidad, anquilosándose. Una reivindicación fresca y original del pensamiento libre.

El peor escenario posible Alejandro Morellón Fulgencio Pimentel, 2022

Pocos libros de relatos consiguen un pleno de este calibre: con el mismo libro, Alejandro Morellón consiguió el premio Ignacio Aldecoa, el Euskadi de narrativa y el Setenil. Y es un libro que lo merece, sin duda. Lo comentamos aquí y lo volvemos a recordar. Los relatos son densos, comprimidos, llenos de una tensión que siempre parece a punto de explotar y que casi siempre se contiene. Esperemos que este último aldabonazo confirme lo que vemos hace tiempo: Alejandro Morellón es una de las voces más finas y arriesgadas de los últimos años en la narrativa española.


Di o s e smo d e r no s

Ni c kLa i r d



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