Quimera Revista de Literatura | Número 490 | Octubre 2024

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ColaborAN en este número:

José Abad, Aldo Alcota, María Fernanda Ampuero, Berta Cama Sánchez, Bel Carrasco, Joaquín Cebamanos, CristinaMoMarq, Editorial Páginas de Espuma, Albert Ferrer Flamarich, Moisés Galindo, José García Alonso, José María García Linares, Blanca García Martí, Alberto García-Teresa, Mempo Giardinelli, Víctor Gomollón, Maricela Guerrero, Alfons Guri Comallonga, Javier Helgueta Manso, Raquel Loredo, Alicia Louzao, Sergio Mayor, Pierre-Alain de Oliveira Castro, Laura Paz Fentanes, Juan Peregrina Martín, Pedro Provencio, Cristina Rentería Garita, Miquel Rof, José de María Romero Barea, Miguel Sanfeliu, Eduardo Suárez Fernández-Miranda, Antonio Tocornal, Romina Tumini, Eloi Yagüe. Imagen de portada:

Miquel Rof EditoR: Miguel Riera DirectorES: Fernando Clemot, Álex Chico, Ginés S. Cutillas y Jordi Gol JEFE DE REDACCIÓN: Jordi Gol Diseño: Xavier Balaguer Maquetación y cubierta: Jordi Gol Corrección: Cinta Moreso Galiana Web y redes sociales: Eva Díaz Riobello ISSN: 0211-3325 DL: B 38779 /1980 Edita: Ediciones de Intervención Cultural S. L. C/Juan de la Cierva, 6. 08339 - Vilassar de Dalt (BCN) 937 550 832 www.revistaquimera.com redacciondequimera@gmail.com publicidad@revistaquimera.com pedidos@edic.es Imprime: Gráficas Gómez Boj

QUIMERA. REVISTA DE LITERATURA – Octubre 2024

Comienza el otoño: se acortan los días, el tiempo refresca y merma el deseo de disfrutar del mundo exterior y sus tentaciones. Arranca un tiempo de recogimiento y para ello nada mejor que la propuesta miscelánea de este número 490 de Quimera. Empezamos con entrevistas al escritor argentino Mempo Giardinelli (premio Rómulo Gallegos), a la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero, al poeta murciano Pedro Provencio, a la escritora española nacida en New Heaven Marta Barrio García-Agulló (premio Tusquets de Novela), al narrador canario Sergio Mayor y al diseñador gráfico y editor de Jekyll & Jill, Víctor Gomollón. En las secciones de creación contamos con un relato de la narradora y crítica cinematográfica Raquel Loredo, con microrrelatos inéditos de Manuel Montesinos (premio Nacional de Traducción), y un anticipo en forma de fragmento del próximo libro Espectro, que publicará este mes la editorial Libros del Aire, de nuestro colaborador habitual José de María Romero Barea, que abre la sección de ensayos analizando la obra de otro de nuestros colaboradores ocasionales, el periodista, narrador y crítico Toni Montesinos; completan la sección una aproximación de Cristina Rentería Garita a la literatura mexicana inmigrante en la Península Ibérica y una semblanza de Aldo Alcota sobre el poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro. Concluimos con reseñas sobre novedades editoriales, otra entrega del cómic «La letra suicida», de Miquel Rof, y nuestras habituales recomendaciones. JORDI GOL - JEFE DE REDACCIÓN Y CODIRECTOR DE QUIMERA

El salón de los espejos Entrevista a Mempo Giardinelli – 4

Bel Carrasco: Dinosaurio, de David Pascual – 50

Entrevista a María Fernanda Ampuero – 9

Eloi Yagüe: Diamantes negros, de Jimmy Entraigües – 51

Entrevista a Pedro Provencio – 14

José García Alonso : Río Cárdeno, de Juan Ramón Santos – 52

Entrevista a Marta Barrio – 18

Juan Peregrina Martín:

Entrevista a Sergio Mayor – 23

El teatro perpetuo, de Franco Chiravalloti – 53

Entrevista a Víctor Gomollón – 26

La vida breve Raquel Loredo. Life on Mars – 31

Los pescadores de perlas Derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de este número, sea por medios mecánicos, químicos, fotomecánicos o electrónicos, sin la autorización del editor.

El ambigú

Miguel Sanfeliu: La vida por delante, de Magalí Etchebarne – 54 José Abad: Cajón de sastre, de Eduardo Castro – 55 José María García Linares: Las sin amo, de Antonio Orihuela – 56 Laura Paz Fentanes: Poetas concatenados: Cavafis, Cernuda,

Microrrelatos inéditos de Berta Cama Sánchez

Valente y Gamoneda, de Claudio Rodríguez Fer – 57

y Alfons Guri Comallonga – 34

Albert Ferrer Flamarich: Jean Sibelius. Vida, música, silencio, de Daniel M. Grimley – 58

Quimera no retribuye las colaboraciones. Los

El castillo de Barba Azul

colaboradores aceptan que sus aportaciones

José de María Romero Barea.

El sueño de toda célula, de Maricela Guerrero – 59

Colofón (fragmento) – 36

Silvia Rins: Extravíos, de Esther Peñas– 60

aparezcan tanto en soporte impreso como en digital. La redacción no devuelve los originales no solicitados ni mantiene correspondencia sobre los mismos. La revista no comparte necesariamente las opiniones firmadas por sus colaboradores. Esta revista ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

Einstein on the Beach Cristina Rentería Garita. Aproximaciones a la literatura mexicana inmigrante en la Península Ibérica: La

Alberto García-Teresa:

Alicia Louzao: Línea blanca, de Marta Castaño – 61 Moisés Galindo: Ser de incertidumbre 1994-2023, de Eduardo Moga – 62

microficción aculturada de Sergio Astorga y Paola Tena – 39

Cómic

Aldo Alcota. El trazo libre de la escritura – 45

La letra suicida. Miquel Rof – 64

José de María Romero Barea. Toni Montesinos: una lectura íntima que pertenece a la humanidad – 47

Recomendaciones 3


E l s a l ón d e l o s e s p e j o s

Entrevista a Mempo Giardinelli Texto: Eduardo Suárez Fernández-Miranda Fotografía: cedida por el entrevistado ©

Mempo Giardinelli (Resistencia, 1947) ha configurado en el Chaco, esa región amplísima del Trópico de Capricornio, su ámbito vital y literario. Novelas como Luna caliente o El Décimo Infierno así lo atestiguan. Escritor y periodista, su obra narrativa ha gozado de un amplio reconocimiento por parte de la crítica y del público, con obras como La revolución en bicicleta, La última felicidad de Bruno Fólner o Santo Oficio de la Memoria. Es autor, además, de una amplia obra literaria para niños y jóvenes. Colabora de forma habitual en el diario Página/12, entre otros medios americanos y europeos. Su actividad docente se ha desarrollado en universidades mexicanas y estadounidenses. La obra literaria de Mempo Giardinelli ha sido distinguida con importantes galardones, entre los que destacan el Premio Rómulo Gallegos o el Premio Nacional de Novela de México. Conversamos con el autor del Chaco sobre su larga trayectoria literaria, entre otras cosas.

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Alianza Editorial ha publicado, recientemente, Luna caliente y El Décimo Infierno. En ambas novelas parece existir una contraposición entre Eros y Tánatos, esas pulsiones de las que hablaba Freud. ¿Puede ser considerado un elemento importante en estas dos narraciones? Supongo que sí. Siempre esa tensión está presente en la literatura, incluso cuando parece que no lo está. Y en toda mi narrativa, en efecto, creo que jugó un papel preponderante, aunque sin habérmelo propuesto jamás. Hoy creo que esas tensiones son constitutivas del arte de todos los tiempos, más allá de intenciones autorales. El Chaco es el ámbito espacial elegido por usted para situar algunas de sus obras. Un lugar que se caracteriza por un calor húmedo y sofocante. ¿Cree que condiciona, de alguna manera, el destino de sus personajes? ¿Puede hablarnos de esta región, para conocerla un poco mejor? El Chaco ha sido, históricamente, un territorio impenetrable, como se lo llama todavía por sus riquezas boscosas en las que sobreviven algunas comunidades de pueblos originarios: las etnias Qom, Wichí y Mocoiq, que son algo así como remanentes de un inmenso territorio en el que todavía habitan algunas comunidades en lo que se conoce como «Selvas del Impenetrable». Desde la ocupación de Sudamérica por adelantados españoles y portugueses, entre los siglos XVI y XIX, fue un territorio a conquistar, si bien los primeros asentamientos humanos en el Chaco datan de hace entre dos mil y tres mil años. Es una región originalmente selvática, estribación suriana del Matto Grosso brasileño y de lo que hoy son las repúblicas de Bolivia y Paraguay, o sea el corazón de la América del Sur. Una vastísima región que durante el dominio español fue escenario de constantes intentos de sometimiento a los habitantes naturales del Chaco, y cuya fundación de ciudades fue resistida por todas las etnias chaqueñas. Un tal Alejo García fue el primer europeo que en 1524 exploró el Chaco viniendo de las costas de Santa Catarina, hoy Brasil, en busca de oro y plata, pero murió al

año siguiente. Después condujeron expediciones Pedro de Mendoza, Juan de Ayolas, Domingo Martínez de Irala y otros, y en 1543 Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Se realizaron no menos de setenta expediciones al Chaco, desde Asunción, y en el Chaco Austral, donde nací y tengo mi casa, fue Concepción del Bermejo la ciudad más importante que lograron establecer los españoles entre 1585 y 1632, cuando fueron expulsados por los originarios. A finales del Siglo XIX llegaron los primeros inmigrantes italianos, provenientes del Friuli. Y en 1920 fue la última matazón, brutal y masiva, de aborígenes originarios, en lo que hoy nosotros llamamos «Masacre de Napalpí». Guglee usted y verá lo que es el horror... Y aunque en los últimos cincuenta años la destrucción ambiental ha seguido siendo criminal, ni los tres pueblos originarios ni la fauna original fueron totalmente erradicados. Finalmente, si usted observa un mapa de Sudamérica, verá que el Chaco es una región vastísima del Trópico de Capricornio, que abarca el sureste de Bolivia, el sur de Paraguay y el Nordeste de la Argentina. Yo he nacido aquí, y salvo los diez años de mi exilio en México el Chaco ha sido y es mi territorio de vida y también de literatura. Aquí vivo yo. «Sabía que iba a pasar; lo supo en cuanto la vio. Hacía muchos años que no volvía al Chaco y en medio de tantas emociones por los reencuentros, Araceli fue un deslumbramiento». Araceli en Luna caliente y Griselda en El Décimo Infierno son el elemento desencadenante de la tragedia. ¿Cómo surgieron estos personajes femeninos tan apasionados? Supongo que de la candente imaginación del joven que fui. Nunca me puse límites al respecto y en cambio le juro que me divertí como un carayá, que son los simios típicos del Chaco, algunas familias de los cuales últimamente, y debido a la bestialidad humana que los acosa y extermina con la tala de montes, se refugian en las ciudades. Y una familia de la cual sobrevive en el barrio donde vivo, en las copas de altísimos lapachos e ibirapitás.

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Entrevista a Mempo Giardinelli

Algunos de ellos, tremendamente curiosos, suelen visitar casas del barrio y da gusto verlos. Sus costumbres impúdicas me sugirieron ciertas aproximaciones textuales. Y disculpe si me extendí, pero jamás me hicieron preguntas como las que usted me hace y, lógicamente, estoy improvisando... En el epílogo de Luna caliente, el conserje del hotel donde se encuentra Ramiro le comunica: «Que lo busca una señorita, señor, casi una niña». Es la última frase de la novela. ¿Qué futuro imagina para estos dos personajes? Con respecto al título del libro, ¿qué es una luna caliente? Cuando escribí esta novela yo vivía en México, y un querido amigo y agudo lector, Arturo Villanueva Williams, leyó el primer borrador y su entusiasmo fue tan contagioso que resultó el mejor alivio a mi temor juvenil. No era mi primera novela, pero sí la primera escrita con algún temor porque era ligeramente consciente del machismo feroz del personaje y de otras inconveniencias. Pero decidí no autocensurarme y, como sentía mucho pudor, ningún título me convencía. Hasta que en una cafetería Arturo, comentando títulos posibles, me dijo que para semejante texto había uno solo posible: «Luna caliente». Y que me lo regalaba. Y hoy pienso que fue un hallazgo ese título para una novela que empezaba a sospechar que iba a ser muy leída. Manuel Estrada es el encargado del diseño de la colección El libro de bolsillo. ¿Qué le parecen las portadas que ha elegido para sus novelas? Me encantaron, y le digo más: me enamoraron a primera vista. Son portadas muy originales, muy atractivas y eso es bastante decir para una novelita bastante breve escrita hace cuarenta años, traducida a veintitantos idiomas y llevada al cine por directores notables de tres países, y en España nada menos que por Vicente Aranda. Usted es periodista y, durante la dictadura militar, se instaló en México, como José, el protagonista de Qué solos se quedan los muertos (Alianza Editorial, 2023). ¿Se sirvió de elementos autobiográficos para crear este personaje? No pero sí. Era inevitable, si bien no me identifico con el protagonista y narrador. Es una novela, por lo tanto invención pura. Sé que es inevitable y no quisiera ofender a nadie y menos a mis lectores, pero confieso que en cierto modo no me gustan los lectores que buscan

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descubrir la vida de los autores. Prefiero los que se sumergen en el texto y mejor si se ahogan un poco y salen a la superficie para tomar aire. Al menos así he sido yo como lector toda mi vida: uno que se cree todo lo que le cuentan y lo disfruta y sufre y agradece cuando hay una buena historia y la debida tensión y demás. Eso me pasó con Cortázar y antes con Faulkner, por ejemplo. Y con Osvaldo Soriano y los cuentos de Juan Rulfo y tanto más...

Qué solos se quedan los muertos fue publicada por primera vez en 1985. ¿Ha sentido la tentación de revisarla para esta nueva edición? El libro está dedicado, entre otros, a Juan Rulfo. Usted que lo conoció, ¿qué puede contarnos del gran escritor mexicano? Son dos preguntas, y a la primera respondo que sí he revisado y creo que mejorado Qué solos... No lo hago habitualmente con las reediciones, pero en este caso me pareció que el texto ganaría mucho con una delicada revisión y creo que no me equivoqué. Y en cuanto a Rulfo, fue el más importante de mis maestros porque además fue mi amigo. Generoso, irónico y exigente, junto con Edmundo Valadés fueron mis padrinos en México. Me hicieron lugar, me enseñaron, me cuidaron y fueron de hecho mis dos maestros mexicanos, de


Edhasa (Argentina) ha editado gran parte de su obra narrativa: La última felicidad de Bruno Fólner, El cielo con las manos o La revolución en bicicleta. ¿Tiene pensado reeditar alguno de estos libros en España? ¡Todos! Sueño con que se reediten todos mis libros. Desde que se publicó en 1980 mi primera novela, La revolución en bicicleta, siempre he aspirado a que toda mi producción se lea en España, que creo que es la sociedad más lectora de la lengua castellana.

vida y de literatura. Algunas veces también con Tito Monterroso o Elenita Poniatowska e incluso en alguna ocasión Juan José Arreola, esas reuniones eran un cielo de sabiduría, literatura y humor sutil, un regocijo para mi almita casi todas las semanas. Y sí, ya lo sé y siempre lo pienso: alguna vez tendré que escribir sobre aquellos años y aquella amistad que siempre agradecí y aún hoy evoco con amor del bueno. Pero quién sabe... Su última novela, Esto nunca existió (Edhasa, 2022), está basada en hechos reales. Nos introduce de lleno en lo que, en Argentina, se conoce como «Los Años Setenta». Estamos en junio de 1976, una época de horror y muerte. ¿Fue especialmente difícil escribir esta novela, teniendo en cuenta lo ocurrido en aquellos años? Una amiga me dijo, el año pasado, que suponía que para un machito como yo era entonces debía haber sido como un parto. Y en efecto, esta novela me llevó más de veinte años de empezar y abandonarla, retomar el texto y sufrirlo, reconocer que no podía y sin embargo reintentar cada vez la escritura... Llegué incluso a decidir abandonarla y quizás fue eso mismo lo que me ayudó a seguir. Y los años también, claro está. No sé si les pasará lo mismo a otros escritores, pero después de los setenta años creo que uno puede sentirse menos condicionado por la propia vida, aunque los temores y pasiones operen como intactos.

Su obra literaria ha sido ampliamente traducida. Alemania, Francia, Holanda, Canadá o Corea del Sur cuentan con sus libros. ¿Suele intervenir en la labor de sus traductores? Sí, tengo la fortuna de que hay obra mía traducida en Grecia y en Bulgaria, y en árabe y en hebreo, como la hay en Rusia y en Italia y en inglés, y últimamente se han traducido varias de mis obras en China y en los Estados Unidos. Y mi respuesta a su pregunta es que sí intervengo, aunque solo cuando me requieren o consultan quienes traducen, lo que ocurre en casi todos los casos y agradezco muchísimo. Porque una novela, o los cuentos, si están bien traducidos y a dúo, siempre son mejores que en la versión original. Ha escrito también para niños y jóvenes. En colaboración con la ilustradora argentina, Natalia Colombo, creó el personaje de Celeste. ¿Puede hablarnos un poco de su faceta como autor de libros para los más pequeños? Ah, sí, ¡es un género delicioso! Aunque muy difícil, mucho más complejo y arduo que lo que puede parecer a primera vista... Por fortuna tengo tres hijas y seis nietos, que han sido muy inspiradores sin quererlo. Y digo difícil, además, porque las historias para niños son algo muy serio, al menos para mí es un género que me cuesta muchísimo y cuando fracaso, porque sí fracaso a veces, me afecta profundamente. Usted es el presidente de la Fundación Mempo Giardinelli, cuyo lema es «Leer abre los ojos». ¿Cómo surgió este proyecto? ¿Qué acciones se llevan a cabo en esta fundación? Ay ay, estimado amigo, nos pasaríamos horas si respondo a esta pregunta, de manera que solo le diré que nuestra Fundación nació del fracaso económico de la Argentina en los años noventa. Yo editaba una revista

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Entrevista a Mempo Giardinelli

que se llamó Puro Cuento y era bastante popular, y la cual estoy ahora mismo planeando relanzar. Cuando quebró nuestra modesta empresita, como miles de otras en el país, me deprimí y me retiré por un tiempo, pero en 1993, cuando recibí el Premio Rómulo Gallegos, con el dinero recibido constituí una fundación que hoy es muy respetada como centro nacional pionero en el fomento de la lectura literaria. Hace más de veinte años organizamos el numeroso voluntariado de Abuelas Cuentacuentos hoy presente en más de sesenta ciudades argentinas y latinoamericanas. Organizamos desde hace casi treinta agostos un «Foro Internacional por el fomento del Libro y la lectura», y nuestro «Instituto de Formación de Docentes y Bibliotecarios» como mediadores de lectura es ya un clásico educativo del que también me siento orgulloso. Todo lo cual puede visitarse en https://www.fundamgiardinelli.org. La literatura latinoamericana cuenta, actualmente, con escritores muy interesantes. Pensemos en los argentinos Mariana Enriquez, Samanta Schweblin o César Aira, o los mexicanos Fernanda Melchor, Valeria Luiselli o Juan Villoro. ¿Cómo ve la escritura que surge de estos dos países, usted que los conoce tan bien?

Creo que hacemos una literatura tan ardua y exigente como la de cualquier otro país. Yo no creo que las nacionalidades determinen literaturas. Juanito Rulfo en México, Rubem Fonseca en Brasil, María Elena Walsh en mi país o Augusto Roa Bastos en Paraguay no fueron grandes por sus nacionalidades, sino porque eran artistas extraordinarios, cultísimos e incansables lectores, sensibles observadores de los entornos en que vivieron y escribieron. Y en el caso de Argentina, que es mi casa literaria, sin dudas Samanta y Mariana, como Claudia Piñeiro, como los dos Guillermos, Martínez y Saccomanno, son un presente riquísimo junto con clásicos contemporáneos como Noé Jitrik y Tununa Mercado, y grandes narradores no porteños como Camila Sosa Villada (de Córdoba), Selva Almada (Entre Ríos), Orlando van Bredam (Formosa) y mis paisanos chaqueños Mariano Quiros, Francisco Tete Romero y la poeta Claudia Masín, por lo menos. Y seguramente olvido a otros y otras colegas, porque si la literatura que se escribe en Buenos Aires es vasta y significativa, también lo es la del interior de la Argentina. Volviendo a El Décimo Infierno, parte de la novela se escribió en Gijón. ¿Qué relación tiene con la ciudad asturiana? ¿Ha participado en la Semana Negra? Adoro Gijón y he asistido muchas veces al estupendo Salón Literastur que organizaba años atrás mi inolvidable amigo Luis Sepúlveda. Pero a la Semana Negra no fui invitado jamás, aunque soy autor de varias novelas policiacas y de un libro titulado precisamente El género negro, traducido y reeditado varias veces. Pero no me pregunte por qué nunca me invitaron porque, honestamente, no lo sé. Para terminar, nos gustaría saber si está trabajando en alguna nueva novela o libro de cuentos. Sí, claro, si dejara de escribir, todo perdería sentido... Estoy trabajando ahora una novela que se titulará Roldán y que me gusta mucho cómo avanza, muy lentamente, y de la cual no diré nada porque jamás hablo de lo que estoy resolviendo. Y además ahora mismo estoy sumergido en un nuevo libro de cuentos que me gusta mucho, y también preparo una nueva versión de Soñario, que es mi libro de sueños, una antología muy personal que publiqué hace una década y quiero relanzar. Y no dudo que en cualquier minuto golpeará a mi puerta algún otro texto urgente.

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Entrevista a María Fernanda Ampuero Texto: Romina Tumini Fotografías: Editorial Páginas de Espuma ©

«Como siempre que no puedo entender algo, que la injusticia me retuerce las vísceras, que siento que podría desmayarme de ira, recurro a la literatura». Así comienza Visceral, este libro brutalmente sincero de María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976; Ecuador) que ha publicado en abril Páginas de Espuma. Un entramado de ensayos autobiográficos que dan voz a muchos de los silencios que oprimen a las mujeres. Un verdadero acto de sororidad.

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Entrevista a María Fernanda Ampuero

Cuéntanos sobre ti. ¿Quién es María Fernanda Ampuero? Soy una mujer de casi cincuenta años, extranjera, feminista, latinoamericana, vegetariana, divorciada, sin hijos. No soy juzgona. Soy animalista y sueño con tener un albergue donde los animales vivan felices. Escribo. Escribo con mucho miedo a la precariedad, a quedarme un día sin casa y ser dependiente de otra gente. Incluso como mujer extranjera me da miedo que me echen. Quisiera que en el futuro al menos no tenga que sufrir la fragilidad de la pobreza. La gente me pregunta si me siento exitosa porque publico, y Pelea de gallos, por ejemplo, lleva muchísimas ediciones. Para mí ser exitosa es no tener que comprar en el supermercado solo lo de oferta. Yo vivo de los talleres, las clases, los textos periodísticos. Esta precariedad del escritor es un tema que hay que traer a discusión. Hay que cuestionar esa idea romántica de que el escritor no necesita interesarse por lo económico, por ser demasiado terrenal, como si estuviese por encima de todo. ¿Cómo crees que ha influido la migración en tu quehacer de escritora? En todo. Yo soy una mujer completamente distinta. La migración suena como algo genérico o abstracto, pero consiste en agarrar tus maletitas, tus cosas importantes, y pararte en otro lugar donde no conoces a nadie. Y el país determina tu experiencia. Yo emigré a España y hay que hilar fino; somos las excolonias, aquí sirves para servir, en la medida en que cuides a los niños, los ancianos, el jardín, limpies, y no se te vea. Hablamos el mismo idioma, aunque no exactamente, se nota el acento y por mucho que viva aquí no podré evitar la pregunta: «¿De dónde eres?». Mi lengua, la que me dio mi madre, que vino conmigo en mi sangre, aquí suena como si hablara mal. Hasta me han dicho: «¿Ves, sí puedes decir las palabras, por qué no hablas normal?». Es el colonialismo subterráneo que sigue en vigencia. Yo he adoptado palabras de la época en que viví en Argentina y otras de aquí, y por eso en Ecuador me han criticado. Cambiar es inevitable, es parte de la migración. Yo creo que el hibridismo nos salva la vida a muchos. Podemos decir patata o papa y nos entendemos. Cuando estoy en Argentina y uso argentinismos me siento feliz, porque el tiempo allí fue una etapa muy feliz de mi vida. La pureza me suena, en cambio, a fascismo.

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¿Cómo fue que pasaste del periodismo a la ficción? Yo sigo siendo periodista freelance y siempre escribí literatura, que es lo que estudié. De hecho fui a Argentina a especializarme en literatura. Pero el periodismo me dio acceso a la realidad, es maravilloso, me permitió no convertirme en una académica insoportable, que se cree la gran cosa por haber leído, qué sé yo, a Thomas Mann o a Fulano. Cuando eres periodista y vas a la calle y te encuentras con la gente que tiene que hacer malabares para darle de comer a siete o a ocho con tres dólares, te das cuenta de que esos son los genios. Suerte que me topé con esa gente. Así que el periodismo te acercó a lo social… Sí. Y luego la migración, que es la gran bofetada de realidad que puedes tener en la vida. De golpe no eres nadie, o menos que nadie, porque hasta el señor que está durmiendo fuera de Zara tiene un documento de identidad y tú no. Las pretensiones que tengas, las cosas que te has creído y te hicieron creer, la migración te las quita todas. Es como un tsunami que te deja con una manito adelante y otra atrás, preguntándote: «¿Y ahora qué?». Y toca empezar de nuevo desde menos mil porque no te conoce nadie, no tienes papeles, ni contrato de trabajo, ni de teléfono. Eres la sombra, la gente que vive a la sombra. Y eso es muy fuerte. Hay que estar muy desesperada, ser muy aventurera, como era yo quizás, para no regresar. Has escrito: «Dejar tu tierra significa quitarte el caparazón y convertirte en un animalito de gelatina, colágeno sin huesos. Si pueden van a masticarte. Te mastican y te escupen». ¿Cómo soportaste esa dureza? Porque había la contraparte. Yo emigré con veintiocho años, en mi país ya era una señora a la que se le había pasado el arroz, una solterona. Por entonces tenía muchos éxitos: trabajaba en la radio, tenía mi suplemento dominical, era bastante reconocida y tenía mi columna. Pero no era suficiente. Cada boda era «ya agarrarás el ramo», cada nacimiento un «ya te tocará a ti también». Y me cansó esa mirada de conmiseración. Me sentía envejecida prematuramente. Además, aún vivía con mis padres. Cuando decidí irme a compartir piso con unos amigos mi madre no pudo aceptarlo. En Guayaquil eso lo hacen las lesbianas, las putas, las raras. Así que apliqué a una maestría en la UBA y me fui a Ar-


gentina. Vivir sola allí me cambió la vida y me dije que no volvería. Tuve una vida de felicidad, de librerías, de gente leyendo, de fiesta, ir a la universidad, tomar clases de canto: ser una persona. En esa época hice mucho periodismo, hice cosas muy bellas, notas sobre la ESMA, Charly García, las Madres de Plaza de Mayo. Y fue difícil, sí, y aterrador, también, y somaticé muchas cosas. Pero sentí que ese era el camino. ¿Y mientras tanto escribías ficción? Sí, pero mis relatos no estaban listos todavía. Yo soy de cocción lenta y aquella era aún una literatura sin alma, ya con mis temas, pero muy influenciados por Cortázar y Borges. Y yo no iba ni voy a publicar nada que no tuviera alma. Me alegro de no haberme emperrado en publicar eso. Por suerte el periodismo me aterrizó en la realidad, me quitó lo ufano de sentirme con dieciocho años una escritora, y mi fatuidad y sentimiento de superioridad por haber leído, por ejemplo, a Kafka. Me encantaría saber cómo es tu proceso de creación. Cuando una lee tus relatos tiene la sensación de que, tras un comienzo fuerte y sólido, atrapante, fluye el texto de manera tan natural, sin ningún tropiezo para el lector, como si fuese escrito todo en un impulso de inspiración.

«Biografía», de Sacrificios humanos, por ejemplo, está basado en una historia real de cuando recién llegué a España. Tiene muchos elementos reales: yo fui a escribir la biografía de ese hombre, era una casa rarísima, un tipo rarísimo, claro que no era un asesino en serie. Después agregué muchas cosas mías. Es como copiar la base con un papel de calcar y luego agregar los colores y brillos propios. A veces aparece mi periodista interior y dice: «Eh, no mientas, esto no es verdad». Luego recuerdo que en un cuento sí se puede. Pero el ser cronista todos estos años me permite tener ese formato que tú dices, cuando cuentas la realidad es difícil que vayas a trompicones porque fluyes con ella. Tuve la suerte de que muchas de mis crónicas las editó Leila Guerriero, y eso fue como hacer un máster en periodismo. Yo aprendí con ella a pelar mucho la información. «Eso no sirve, eso no es importante, eso es lo que tú piensas, trabájalo más por ahí, necesitamos ver a la persona, ver más el lugar». Tuve mucha suerte de tenerla a ella y a otros editores fantásticos. Pero hay cuentos que parten de otro lugar. «Subasta» surge de una historia que me contó alguien (y luego se olvidó de que me la contó), ese fue el detonante. Después mi mamá me dijo que su abuelo la llevaba a las galleras cuando era pequeña, pero yo no recuerdo que me hubiera contado algo así. Así que lo de los gallos es un misterio, es muy raro el origen de «Subasta». Por ejemplo, «Fricks» es una historia real: mi mamá vivía en una zona rural, más rural en los sesenta, y tenían a un niño con hidrocefalia en algo así como un circo. Esa sí es de ella. Hay relatos que rumié más. Como ahora que estoy creando un personaje del nuevo libro, estoy todo el tiempo pensando qué estará haciendo, agrego esto, descarto lo otro. Me voy haciendo la historia de esta gente. ¿Vas construyendo en tu imaginación, probando el personaje, conviviendo con él en distintas situaciones? Sí, y entonces cuando decido escribirlo ese personaje ya ha tenido mucho recorrido conmigo. La he visto en su casa, en la playa, en la calle, aunque al final no todo eso salga. Ese es el secreto, conocer muy bien a los personajes, mejor de lo que se verá en el cuento. Además, el lector es inteligente y sabe a qué te refieres, no hace falta sobreexplicar. Por ejemplo, en «Subasta» el personaje es una mujer que tiene relaciones tóxicas; ella es soltera y está enamorada de un hombre

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Entrevista a María Fernanda Ampuero

casado, y eso está en una línea, pero se queda. Son muy importantes esas pinceladas porque así podemos saber, por ejemplo, que no hay nadie esperándola en casa. ¿Y cómo plasmas la parte emocional de los personajes? Es algo que en tus relatos llama mucho la atención. Yo creo que desde siempre he sido una persona altamente sensible, le dicen PAS. Quizá muchos escritores lo sean. No sé. Yo de chica me gané todos los apodos: teatrera, dramática y todos los nombres de actrices de telenovelas. Cuando fui al cine a ver E.T. me tuvieron que sacar en brazos llorando a mares. Y me decían que es de mentira, que es un muñeco y yo moqueaba. Yo no entendía esa sensibilidad de mis reacciones. Aún quedo devastada por las noticias: el cambio climático, los refugiados, Gaza, Ucrania. Los telediarios me chupan la energía. Si me cuentan una historia triste o acompaño a alguien en un duelo, soy incapaz de separar. Suelto mi energía en los otros, lo que se puede llamar empatía, pero que a mí me devasta. ¿Te identificas mucho con el dolor de los demás y lo sientes en tu cuerpo? Todo. Es muy difícil esto porque yo escribo en soledad y gestiono como puedo, como tú dices, la identificación con los personajes, porque no puedo escribir estas cosas desde la distancia. Y quedo devastada. Es una cosa horrorosa. De hecho, no suelo volver a leer los relatos, excepto los más luminosos o algunos que me sé de memoria y ya no duelen. ¿Podría decirse que tu proceso no es el de muchas reescrituras sucesivas, sino más bien algo que sucede en un momento de trabajo intenso? Sí tiene reescrituras, pero mucho más en ese momento. Me puedo tirar seis o siete horas en un cuento de dos páginas. Y luego en unos días veo si funciona o no para mí. Si funciona, ya está, lo dejo. En ese sentido soy más home made: yo no quiero gemas perfectas, no aspiro a crear artefactos únicos e inigualables, literariamente hablando, porque el ser humano es lo más imperfecto que hay. Intentar crear un producto perfecto implica obsesionarse con la forma, pero el fondo es imperfecto, absurdo, a veces es contradictorio, inexplicable. Ahí hay una cosa rugosa, la toma de decisiones está llena de

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polvo, es como algo que dejaste olvidado debajo de la cama durante muchos años. Eso tiene que ver con las decisiones que toma esta persona y que están relacionadas con su infancia, por cómo vivió, por cómo es su vida amorosa, económica, social, etc. Y eso es sucio, jugoso. No es perfecto. ¿Lo fundamental sería transmitir esa emocionalidad? Sí. Me interesa hacer una historia que a mí me hubiera gustado leer. Tampoco me peliculeo tanto con el asunto. Me cansan mucho, a veces, las poses de los escritores. Del que ha publicado un libro y se cree superior que el que llegó de Senegal en una patera. Él es Odiseo, no tú. Me cuesta socializar con ese mundillo. Cuando tengo que hacerlo me pongo la máscara, como digo en Visceral, y sonrío. Hablemos de cosas reales. Seamos reales. Con mis amigas escritoras, en las ferias y eventos hablamos de temas reales, qué sé yo, cuidados físicos, niños, hombres, situaciones, hasta de la menopausia, pero no de literatura. Solo para decirnos «leí tu libro y me gustó mucho», hasta ahí. Para mí es fundamental relacionarnos a nivel vital, compartir las cosas de la vida diaria. Este libro es distinto de los de relatos, se atreve a ir más allá. Has dicho que en Visceral te «abres en canal», expones todo. ¿De dónde viene esa decisión tan arriesgada? En mis procesos de duelo me acompañó mucho la literatura: mis pérdidas, mi no maternidad, la muerte de mi padre. Joan Didion, Paul Auster, Abad Faciolince, Piedad Bonet, Sergio del Molino, Rosa Montero y Peter Handke estuvieron a mi alrededor. La gente me preguntaba si realmente me ayuda leer estas cosas, porque son historias fúnebres. Pero ellos eran mi grupo de apoyo, como los de autoayuda, me acompañaron en los duelos. La gente cree que te acompaña, y lo intentan, pero no captan la dimensión siniestra y apocalíptica de lo que te sucede, no pueden hacerlo carne. Los libros sí pueden absorber tu dolor. Pueden darte de lo suyo y tú darles también, y hacerte sentir que no estás sola.

¿Visceral es un libro testimonial? Siempre he escrito crónicas, tengo dos libros de crónica previos a Pelea de gallos y Sacrificios humanos, en realidad llevo veinte años escribiendo crónicas autobiográ-


ficas y columnas, aunque fuera de Ecuador me conocen más por los relatos. Este es un libro que acompaña a quien necesite y quiera dejarse acompañar. Pone en palabras lo que alguien está intentando poner en palabras. Pienso en lectores y lectoras jóvenes, gente para quien el libro pueda ser una advertencia, que pueda adelantar su proceso de encontrarse bien, gustarse, quererse. Podrían ganar los años que yo perdí. Para mí fue muy importante leer Hambre, de Roxane Gay. Había leído sobre Body positive, pero este libro sobre la gordura me ayudó a desbloquear memorias y experiencias propias que me parecían normales, me hizo pensar que quizá todo esto no es casual y no se trata de una vida desvinculada del colonialismo, del capitalismo, del patriarcado; todo está interseccionado y todo tiene algo de racista, gordofóbico, machista.

Ella me hizo dar cuenta de esto y creo que es bonito dárselo al siguiente. Visceral se justifica por sí mismo. Ahora que estoy haciendo el audiolibro me doy cuenta de que cuando era más joven me hubiese gustado mucho leer estas cosas. ¿Para saber que no estabas sola? Sí. Ahora como abuela o madre de mi yo de entonces quisiera decirle que se perdone, que se ame. Que en este mundo tan podrido, tan lleno de imágenes inalcanzables que tienen hoy en día las niñas en su celular —porque nosotras las veíamos cuando abríamos las revistas, pero ellas las tienen todo el día—, es necesario que alguien haga algo para contrarrestar ese odio hacia nosotras mismas que la sociedad impone, y además hace que nos violen y no digamos nada, que no exijamos lo que queremos a nuestras parejas porque han tenido la generosidad de fijarse en una gorda y nos da miedo perderlas. Y es que estás muy dañada desde pequeña y te has creído que no eres lo suficientemente importante o bella o valiosa o flaca para exigirle algo a alguien. Me gustaría que alguna viva su vida, su presente, sin esperar ese futuro en el que estará más delgada. Que sepa que tiene derecho a ser feliz hoy. Ese postergarse hasta que una se lo merezca… Exacto. Y ser merecedora significa sacrificar el placer de comer, de vivir, de tomarte tus tragos, tus cervezas y gozar. Este es un libro que viene después de muchos años de terapia, de leer mucho sobre la gordofobia y de cómo funciona y después de haber encontrado una psicóloga y una ginecóloga sensibles, y una nutricionista que no tiene báscula —imagínate, ojalá la hubiera encontrado en mi infancia—, que me dijo que no daba por sentado que yo cenara donuts y chocolate, y es muy importante porque estoy muy orgullosa de mis hábitos alimenticios, pero eso no se puede decir si una está gorda. Hay demasiado sufrimiento en torno a estas cosas. Y eso está imbricado con no ponerte firme, con dejar que abusen de ti, que te golpeen, que te violen, que no te dejen tomar decisiones. Yo tenía miedo de decirle a mi esposo que para mí era fundamental tener hijos. ¿Y por qué? Ahora que lo veo escrito todo en un solo libro veo que tiene que ver con que inconscientemente yo nunca acepté que me merecía el amor de él. Ojalá que este libro le de a la gente el sentimiento de compañía que me dieron a mí los libros que he leído.

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E l s a l ón d e l o s e s p e j o s

Entrevista a Pedro Provencio Texto: Javier Helgueta Manso Fotografía: cedida por el entrevistado ©

«Para que quien pase se detenga a escuchar.» Ese parece ser el sencillo, pero imprescindible, objeto de la escritura poética, en palabras de Pedro Provencio (Alhama de Murcia, 1943); y esa también la finalidad de esta entrevista y homenaje a un excelente poeta, además de profesor, traductor, antólogo y crítico que cuenta en su bibliografía con algunos clásicos como Poéticas españolas contemporáneas (1988). Su poesía «omnívora» aborda temas múltiples, pero, sobre todo, configura variadas métricas de la percepción de la realidad sin casarse con ninguna escuela o tradición líricas, ni pasadas ni presentes. Poeta solar, pero también poeta del taller: investigando, durante décadas, sobre las palabras y otros materiales literarios en el aula, en la biblioteca o el Obrador (2023), título de su poesía reunida en Editorial Dilema.

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Poesía reunida, que no Obras completas. Como has señalado en alguna presentación y entrevista, el volumen hubiera superado las setecientas páginas, pero preferías «una muestra coherente y, hasta cierto punto, autónoma». Obra «completa» me suena a trabajo concluido y archivado. Me parece más realista y menos definitivo seleccionar y «reunir» poesía de un lado y otro, dispersa incluso, y disponerla para que forme un conjunto homogéneo, presentable como propuesta de lectura que queda parcial, sí, pero que también pretende ser nuclear, compacto. En la nota que introduce el volumen indico que «Obrador podría crecer sin desfigurarse incorporando poemas, ciclos o libros completos que hoy quedan en reserva apoyando esta entrega». ¿Por qué el título Obrador? Porque mi poesía se está haciendo, no está inamoviblemente hecha, aunque tenga páginas que ya no me permiten más revisiones. Es un proceso que dura toda la vida. En el obrador se prepara todo, se eligen los ingredientes, se organiza el asado o el guiso, o simplemente la masa de pan que va a pasar al horno o al fogón —también puede ser un taller de costura: se corta y se cose—, y cuando sale de allí, los destinatarios pueden incorporárselo a ellos mismos, pero hay puntadas o detalles que nunca acaban de dar de sí lo que proponían, o eso me parece a mí: si no lo dan es porque yo no acierto a que lo den, pero el trabajo sigue ahí exigiéndome que pruebe con otras mezclas, otro colorido, otras vías de acceso. La selección de poetas de esta colección de Poesía, dirigida por Antonio Ortega para la Editorial Dilema, guarda algunos rasgos comunes: la mayoría ha nacido en los años cincuenta, varios (Suñén, Ildefonso Rodríguez, Concha García y Miguel Suárez) pertenecen a la antología La prueba del nueve que el propio Ortega presentó en 1994… A sabiendas de que no te sientes parte de un grupo o de una nómina de autores, ¿consideras algún vínculo estético, temático o biográfico? Sin formar grupo, sí existe un vínculo de amistad entre casi todos, pero sobre todo somos lectores atentos unos de otros. La poesía de Miguel Suárez, por ejemplo, es otro «obrador»: la relees y parece que se ha movido, que ha hervido algo más o que ha crecido desde la última vez que la leíste. Puede ser que mi actitud al leerla también se haya desplazado imperceptiblemente o se

haya reorientado en algún sentido. Estéticamente nos une la resistencia a adscribirnos a ningún modo o manera de escribir: el ir por libre une mucho, ya ves. El libro se abre con una brevísima composición, casi un haiku: «En la parcialidad de cada día / la luz del sol» (Ciento cuatro días, 2003). ¿Cuánto hay de evidencia lograda gracias a la creación poética? Casi todos los seres vivos somos heliotrópicos, pero algunos estamos más afectados que otros por esa querencia. Decía Simone Weil que «deberíamos poder alimentarnos de luz, como las plantas». Otro gallo nos cantaría en este mundo, ¿verdad? Nada más evidente que la luz, y sin embargo la dilapidamos en vez de aprovechar su potencial de clarificación mental. La poesía intenta abrir panorámicas habitables para una existencia elucidada y redescubierta cada día, con su parcialidad enriquecida por la palabra en su versión más arriesgada y penetrante. Has afirmado que, de todos los libros, Ciento cuatro días tiene una fluencia genuina, hasta confirmarte la posibilidad de escribir poesía per se, mientras que la mayoría de los otros poemarios nacen de un impulso exterior. En ese libro cualquier detalle cotidiano —un árbol, una mirada fugaz, una noticia— se metamorfosea en poesía. Durante ciento cuatro días del año 2000 escribí poesía a cada paso: todo lo que veía, escuchaba, leía o pensaba tenía aspecto de poema. Parecía que la luz estaba deseando hacerse poesía y que me encargaba a mí que la transcribiera, pero además yo no dudaba de mi capacidad para hacerlo. Es el libro que he escrito con más fluidez y al mismo tiempo es el menos focalizado en un objetivo preciso, por eso trata motivos y emplea procedimientos diversos y complementarios. En sus páginas hay una cita de Sandro Penna que puede sintetizar esa actitud vitalista: «Piu vivo di così non saro mai» («Más vivo que así estoy no estaré nunca»). Y esa vitalidad es sencillamente participación en el flujo multifacético que la luz del sol impulsa a cada paso. Pero tan genuina es esa predisposición en cierto modo espontánea como el esfuerzo por indagar cada día qué pone a mi alcance la luz para ser expuesto en palabras. Y aquí la luz, siendo la misma que cataliza la función clorofílica en el mundo vegetal, es la que ha llenado nuestros ojos con todo lo vivido, o sea, es historia, una selva que no acabaremos nunca de conocer pero en la que, decididamente, hay que penetrar.

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E l s a l ón d e l o s e s p e j o s

Entrevista a Pedro Provencio

El segundo libro de la selección es Onda expansiva (2012), un poemario en el que cristaliza una última voz para cada una de las víctimas de los atentados del 11M. En sí mismo, supongo que el reto y la incomprensión de este trabajo fueron grandes, pero no menos la difícil e interesante composición tripartita de cada poema: tres voces, tres líneas de tiempo, tres visiones (gráficas). ¿Podrías desarrollar la gestación de este libro y su función? A pesar del brote incontenible de Ciento cuatro días, lo cierto es que desconfío de la espontaneidad, pero esa contradicción no me plantea problema alguno; con decirte que el encargo ajeno me estimula. El atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid supuso un reto para mí, una provocación: ante el horror sin paliativos, sus orígenes y sus consecuencias, me sentía concernido totalmente y empujado a escribir. Si no fuera irrespetuoso, diría que aquella monstruosidad era un filón de poesía que me había caído encima: no tenía más remedio que desentrañarlo. Para dignificar a cada víctima, los hice a todos autores del poema que yo les escribía, como si fuera su amanuense. Y ese espacio triple que señalas, con tres fuentes de voz que se abren en cada poema, fue el procedimiento que mejor me parecía sintetizar la complejidad colectiva e íntima de aquella masacre. Algún lector ha considerado el libro una partitura coral; es posible interpretarlo así, y a la vez yo sé que tiene algo de obrador incapaz de encontrar todos los elementos necesarios para dar por acabado el trabajo: muchos poemas del libro no tienen punto final, todo lo dicho suena mientras todo se está diciendo, no hay forma de terminar un griterío así, o una cantata, o una manifestación multitudinaria así. Al entrar en Eso y nada (2001), aquí situada en tercera posición, uno confirma la atención que dedicas a la configuración sonora y visual del poema, como si te inventaras una secuencia estrófica a cada paso. Se diría que no hay dos libros tuyos que conserven, del uno al otro, una apariencia que pueda hermanarlos. ¿A qué se debe la radicalidad de cada proyecto? Eso y nada es un poema en catorce cantos casi idénticos en su «geografía» métrica, es decir, con ese recorrido de versos que, como tú has observado, parecen repetir un patrón pero lo hacen sin fijar una estructura, sino

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flexiblemente, con algunas constantes, como el verso aislado al final, y bastantes variables. Pero en tu pregunta incluyes un comentario muy válido para mí: no he escrito procurando buscar «mi» voz para repetirla en cada libro. No creo en el estilo propio, ni lo he buscado para atenerme a él como una meta o un baluarte; si mis poemas tienen entre sí algo parecido a un aire de familia es asunto suyo, no mío; son textos míos, soy su responsable, pero tienen su personalidad propia, o eso he pretendido yo. Más aún: cada uno de los libros que componen Obrador empieza como si yo no hubiera escrito nada antes y acaba como si no fuese a escribir nada más después. En Embrión (1991) aprecio un trayecto entre lenguaje y mundo, entre decir y percepción: ¿es esta la tensión de tu obra? Tiene que ver con el vínculo entre «hermetismo y transparencia» que ha señalado Marcos Canteli. Sí, creo que Marcos apunta en una de las direcciones fundamentales que orientan no solo mi poesía, sino un amplio sector de la poesía occidental desde finales del XIX por lo menos. Por sintetizar, te recuerdo una cita de Merleau-Ponty que figura al frente de Es decir, un poemario de 1986, que no encontrarás en Obrador y que sí recojo en una antología —aún inédita— de los libros que no he incluido en esta poesía reunida: «Expresarse, para el sujeto hablante, es tomar conciencia; no se expresa solo para los otros, sino también para saber él mismo lo que busca decir [hacia lo que tiende, lo que pretende, viser en francés]». Lo que se entiende por hermetismo resulta ser, más bien, un reactivo verbal que no quiere arrojar sombras sobre el poema, sino sacar al lector de la sombra receptiva para que vea cómo donde en principio puede no comprenderse nada, lo que hay en realidad es transparencia hacia un nivel de percepción enriquecido por el arte verbal. En este sentido, recuerdo el comienzo del poemario Deslinde (1995), en el que te dirigías a un lector con estas palabras: «Sigue adelante, / ahora que para ti se ha hecho habitable / la perpetua frontera // entre la dispersión y la presencia». Y, también de Deslinde, la última página seleccionada para esta poesía reunida, la serie titulada «Travesía»: «Pasa la última


página y se cierra el libro igual que el mar sobre un barco…». ¿Es metapoética la base de toda tu obra? O es, ¿al menos, inevitable en su despliegue y cierre? Dispersión y presencia, dos fuerzas antagónicas e íntimamente conjugadas, o también poesía inasequible en primera instancia, pero, al mismo tiempo, poesía evidente si se lee con la predisposición de aceptar la sorpresa como llamada y el atrevimiento como punto de vista insólito para penetrar en «la luz del sol». ¿Metapoesía? En todo caso, no hay deliberación teórica, sino síntesis de mil debates fértiles, reflexiones y lecturas del (y sobre el) arte verbal. De hecho, el verso anterior tomaba una greguería de Gómez de la Serna. Que el libro se va entregando lo demuestra un final en el que cedes la palabra a algunos de tus poetas predilectos, haciendo resonar sus versos: Machado, Lorca… De tanto leer poesía, uno tiene el espejismo feliz de sentirse pertenecer a una antigua ralea de maniáticos que siguen repitiendo lo que escribieron para que quien pase se detenga a escuchar, como en los mercados callejeros. En realidad es en las bibliotecas donde siguen desgañitándose para que los oigamos. Por eso me duele tanto que se cierren bibliotecas públicas, como han hecho con la gran Biblioteca Manuel Alvar, del este de Madrid, que tanto he frecuentado y que yace clausurada desde hace cinco años con seiscientos mil ejemplares mudos mientras alrededor se promocionan oficialmente los toros y las procesiones, es decir, la irracionalidad y el fetichismo, todo lo contrario de la lectura. Por último, y dado que tuve el privilegio de tenerte como maestro hace casi veinte años, quería ahondar en esa figura. De hecho, en la presentación en el Centro Fundación de Poesía José Hierro, la poeta Olvido García Valdés te preguntaba por la figura del «maestro» que aparece en Ciento cuatro días. ¿Hay algo de real y algo de Juan de Mairena en alguno de los maestros reales o ficticios de tu vida y de tu obra? Hubo un maestro real que me inició en los estudios medios y en la lectura en general, aunque no era un hom-

bre versado en poesía. Eso fue en los años cincuenta, cuando disponer de unos cuantos libros, todos de antes de la guerra, en un pueblo como el mío, era un lujo al alcance de unos pocos, y mi maestro nos permitía elegir lo que quisiéramos de su pequeña pero selecta biblioteca. A aquel precedente, mi «maestro» de Ciento cuatro días incorpora actitudes machadianas, sobre todo de Juan de Mairena —como observó acertadamente Olvido—, pero también ajenas, de maestros lejanos en el tiempo y en el espacio. La lectura es omnívora. Además de concluir un ensayo-diálogo tan recomendable y original como Un curso sobre verso libre (2017), ¿qué te aportó ser maestro de escritura en los talleres? ¿Y qué te enseñó ser investigador (Poéticas…), traductor (Follain, Baudelaire) y editor de antologías y clásicos fundamentales para la iniciación en la poesía? Son varias preguntas en una, así es que las resumiré. No me considero buen director de talleres. Los he dirigido gracias a la generosidad y la paciencia de los asistentes, pero no creo haberles aportado gran cosa. Si alguien escribe de forma banal pero muy satisfecho de lo que hace, no sé cómo indicarle que lo haga mejor sin que se sienta molesto; si escribe bien, o solo bien orientado, no me necesita. ¿Mi investigación? Fue por rachas y siempre debí abordarla entre las limitaciones del trabajo docente. Yo sí aprendí estudiando para la antología Poéticas o para Un curso sobre verso libre, pero tampoco he pretendido abordar grandes proyectos teóricos. En cuanto a la traducción, probablemente no he pasado del nivel en que te descorazona la enorme distancia que hay entre un poema de Baudelaire, por ejemplo, y el mismo texto traducido con tus mejores recursos. Por más «creativo» que me empeñe en ser, mi traducción de poesía es una versión en blanco y negro del poema que en la lengua de partida brilla con una gama de colores inacabable. Pero hay que superar ese obstáculo, por supuesto, porque sin buenas traducciones estamos perdidos; quizás todavía vuelva a intentarlo. Y mis libros didácticos sobre clásicos fueron nutritivos para mí, no sé si para el lector. Creo que yerra aquel exabrupto que reza: «Quien se da un atracón de clásicos acaba siendo inhumano». Sobre todo si los clásicos son, además de los españoles, los de cualquier lengua y cultura.

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Entrevista a Marta Barrio Texto: Blanca García Martí Fotografía: Pierre-Alain de Oliveira Castro ©

Marta Barrio García-Agulló (New Haven, 1986) es escritora y editora, licenciada en Filología Hispánica y en Estudios de Asia Oriental. Su primera novela, Los gatos salvajes de Kerguelen (2020), fue finalista del Premio Memorial Silverio Cañada en la Semana Negra de Gijón; su segunda obra, Leña menuda (Tusquets, 2021), ganó el XVII Premio Tusquets de Novela y el I Premio Almudena Grandes. Entre la maternidad y su trabajo como editora en Alianza, acaba de publicar No volverán tus ojos a mirarme (Tusquets, 2024), una historia familiar de búsqueda y descubrimiento; una mirada nostálgica a un tiempo pretérito que mantiene vivos los nombres y el recuerdo de los que se fueron. El amor, la transformación, la memoria, la enfermedad y una canción vertebran esta novela sentimental. A través de las viejas cartas de amor de Isa y Álvaro, sus abuelos, la protagonista realiza un viaje al pasado, al tiempo que deja atrás su envoltura infantil en un proceso de metamorfosis hacia la adolescencia y la adultez. Marta Barrio recurre a la autoficción (ella prefiere llamarla novela rosa de no ficción) para reconstruir su historia familiar, y lo hace con una minuciosa labor arqueológica que explora y disecciona la memoria a través de fotografías, postales y cartas de amor que forman parte de esta cuidada edición de Tusquets.

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Esta es tu tercera novela tras Los gatos salvajes de Kerguelen (Altamarea, 2020) y Leña menuda (Tusquets, 2021), donde abordas temas diversos como el cambio climático o el aborto… En No volverán tus ojos a mirarme (Tusquets, 2024) has virado el rumbo mar adentro, hacia el espacio familiar. ¿Cuál fue el desencadenante vital de la escritura de esta novela? La muerte de mi abuelo, sin duda. Mi madre me pidió que escribiera un texto para el funeral y se me quedó corto… Comencé a pensar mucho en su vida (la del abuelo), en cómo había vivido. Cuando fuimos a desmontar su casa le di muchas vueltas al significado de los objetos cotidianos, al legado de lo material. Empecé a mirar los álbumes familiares y los papeles de otra manera, en busca de una narrativa: el abuelo tenía una identidad muy certificada a lo largo de su vida (frente a la de mi abuela, que carecía de ese rastro en papel), tenía guardadas las tarjetas de identificación, el bautismo, las notas del colegio, todos sus diplomas… Mi abuela nos había dejado un rastro tejido de patucos y jerséis, pero ninguna traza escrita. Y entonces encontré un tesoro: un fajo de cartas y la agenda de mi abuelo de 1951, y supe que había un relato, un legado sentimental.

No volverán tus ojos a mirarme es una novela sobre la nostalgia, el amor y la pérdida: la pérdida de la niñez, el desgaste de la memoria, pero también sobre el olvido, porque lo que no se cuenta no sucede y se desvanece en el tiempo; al contar la historia de amor de tus abuelos, los mantienes vivos para siempre. Quiero pensar que es una novela también sobre la felicidad. Habla del verano, habla del amor… Efectivamente ese verano se convierte en un otoño y ese amor no se pierde, se trunca, pero es un amor que se mantiene. En realidad, yo creo que es una novela que habla más del amor que de la pérdida. Aunque, efectivamente, todo lo que se ama se pierde. «No volverán tus ojos a mirarme, ni tus oídos escucharán mi canto, adiós mujer, adiós para siempre, adiós.» El título del libro es parte de

la ranchera «La barca de oro». ¿Por qué es tan importante esta canción? El título es un verso de la canción que mi abuelo le cantó a mi abuela y que nosotros cantábamos siempre en Navidad. Tuve claro el título desde el principio porque es esencial en la historia de mi familia. Es parte de ellos, de mis abuelos: fue un ultimátum en aquel verano de 1951, cuando mi abuelo (el joven Álvaro) llevaba dos años cortejando a mi abuela (la joven Isa) y ella tenía otros pretendientes, pero como él tenía que volver a Madrid a estudiar le dijo: «Si no me quieres, dímelo, que yo me iré a llorar lejos, no volverán tus ojos a mirarme ni tus oídos escucharán mi llanto…» La canción es un «decídete». A veces necesitamos ultimátums en la vida para seguir adelante. ¿Hasta qué punto es esta una novela de autoficción? En realidad es una novela de no ficción, una novela rosa de no ficción. El amor que la niña tiene por sus abuelos, el interés que tiene por su historia es lo que vertebra la novela, es lo que le da el valor sentimental. Quiero pensar que, más que autoficción, es una novela familiar e histórica, porque parte de testimonios, de archivos y de documentos reales, e intenta arrojar luz sobre esos años, sobre los usos amorosos de la posguerra; y así poner un contexto a ese amor, a esas cartas y sus vivencias. Porque es la historia de mis abuelos, pero podría ser ficción, podría ser una historia de cualquier pareja que se enamora durante la posguerra española. La novela está construida en varias capas y en dos líneas temporales, a través de la escritura del diario personal de la niña-adolescente que, durante el verano del 97, lee la correspondencia del noviazgo de sus abuelos, pero lo hace de atrás adelante, es decir, desde la relación ya consolidada en 1955 (con la única carta de Isa) hacia el inicio de todo con la primera misiva que data de 1949. Háblame de esta estructura tan particular. Kierkegaard dice que se vive mirando hacia delante, pero que se recuerda mirando hacia atrás. Y esto era algo que la niña no podía saber porque no había leído a

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Entrevista a Marta Barrio

Kierkegaard, pero me parecía muy certero. Ella quiere darle la vuelta al juego, quizás porque sabe cuál es el punto final: la enfermedad de la abuela. Y frente a eso es una manera de inventarle otro destino, de escapar al tiempo, darle la vuelta. Y el final no es la muerte, sino el nacimiento y eso le parece mejor. Es también una manera de hacer una disección del noviazgo y ver cómo se construye un sentimiento, porque él pasa de llamarla «Apreciada amiga» a «Riquísimo bombón», y esta construcción del lenguaje amoroso en los encabezados y los finales de las cartas es la reconstrucción de una intimidad. Las cartas están marcadas por la espera y al darle la vuelta al tiempo se da la vuelta a la espera. ¿Por qué hay solo una carta de la abuela? Se perdieron. Yo creo que la abuela, que era muy pudorosa, en algún momento las destruyó. Durante la labor de archivo e investigación, es tan importante lo que encuentras como lo que no encuentras: ¿por qué hay mucha documentación de unos y no hay nada de otros? ¿Por qué se guardó lo de mi abuelo? ¿Por qué su familia guardó todas su cartas, sus notas y no se guardó nada de la abuela? ¿Por qué se le daba importancia a lo de uno y no se le dio importancia a la del otro? Aquí hay mucho de quiénes somos o quiénes nos dejan ser. «Al transcribir estas cartas voy recuperando esos recuerdos perdidos, que la enfermedad ha empujado como por un precipicio, y se han caído al fondo del mar.» Es esta una novela donde buceas en el pasado, donde la labor arqueológica está presente de principio a fin. La búsqueda de una historia de amor en las cartas, la búsqueda en el pasado de la tía Mercedes y en la transformación adolescente de la protagonista. ¿Qué has descubierto indagando en el pasado? Yo conocía esta veta sentimental de mi abuelo, pero he descubierto una sensibilidad que no esperaba de un hombre tan severo y tan serio. Creo que la seriedad y la severidad se debían al rol de patriarca, de padre de una familia con tantos hijos. Somos personas diferentes a lo largo de nuestra vida y yo he descubierto quién fue mi abuelo de joven. También he aprendido un poquito de quién fue mi abuela dentro de un molde: a través de lo que él dice en sus cartas he podido saber qué cosas hacía la abuela; también he descubierto una época, unos usos y costumbres de la posguerra española, una educa-

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ción sentimental… Y he redescubierto una historia de la familia que sucedió hace setenta años. «Al principio, cuando encontré este fajo de cartas, tuve un momento de desconcierto al leer el nombre de Isa, pues no sabía a quién se referían […] Era mamá, la abuela o la señora […] Ella ya no tiene nombre, se han muerto todos aquellos que la llamaban por el nombre o el diminutivo…». Esta reflexión acerca de la pérdida del nombre nos acerca a una realidad cotidiana que atañe a todas las abuelas, a todas las madres. Al perder el nombre, ¿se evapora una parte de nosotras mismas, de nuestra identidad? Un poco sí. Yo creo que somos personas diferentes a lo largo de nuestras vidas y que esos roles que nos imponen se superponen a otros como una matriosca; si vamos quitando capas, vemos a la señora, luego a la abuela, finalmente a mamá y luego, ahí debajo de todo está Isa. Pero Isa ya no está en el 97, está todo lo demás por encima. Cuando mi madre leyó el libro, me llamó para decirme si había cambiado el nombre a la abuela y le tuve que explicar que ella firmaba así sus cartas, nadie lo sabía porque el abuelo se dirigía a ella como mamá o abuela, nadie la llamaba Isa. Todo gira en torno al personaje de la abuela, Marisa, María Luisa, Isa. Apenas la vemos ya mayor, enferma de Alzheimer, pero sí la conocemos como la moza a través de las cartas de su novio Álvaro, joven y bella a través de las fotografías y la construimos con lo que cuenta su cuñada Mercedes y el diario de la nieta. Es todo un homenaje… Es un homenaje a los dos, pero también a Mercedes. Es un homenaje a aquellos que nos precedieron, a aquellos que nos han querido y han hecho que podamos estar aquí. Cuando hablas de las mujeres de la familia (abuelas, bisabuelas) hay cierto tono de indignación o reivindicación por lo que podrían haber sido y no fueron por la época que les tocó vivir, pero incluso hay cierta resignación en la adolescente que escribe en su diario: «Y para que te tomen en serio y te dejen dirigir una empresa tienes que ser hombre. Me encantaría ser un chico…».


Sí, esto lo he pensado siempre. Por esta cosa de creer que nunca me van a tomar en serio siendo mujer. Si fuera hombre mi vida hubiera sido diferente. Ahora se está llegando a la igualdad de otra manera, pero todavía nos queda un larguísimo camino. Sí que existe esa reflexión de quién hubiera sido una joven Isa hoy en día. A mi abuela la sacaron muy pronto de la escuela y le pusieron una institutriz en casa, pero no se concedió ninguna importancia a sus estudios ni se la tomó en cuenta como ser intelectualmente hábil. Lo importante era que supiera coser, que buscara un marido y se fuera de casa pronto, frente a sus hermanos que sí pudieron elegir, que estudiaron carreras, que fueron diplomáticos. A ella no se le permitió ser alguien en la vida, más que sus roles: abuela, mamá. Para mí han sido muy importantes los referentes generacionales de cara a lanzarme a la escritura. Yo era una niña a la que le encantaba leer, estudié filología y soy editora, pero pasar a ser escritora era algo que no se me había ocurrido y, en cambio, yo tenía compañeros en la carrera que eran poetas, se consideraban poetas… A mí me daba mucho pudor lo de la escritura y ellos se sentían con pleno derecho de ser poetas. Ahora mismo hay una generación de escritoras que nos miramos unas a otras, que nos leemos las unas a las otras y creo que eso, aparte de crear alianzas literarias y vínculos, es muy importante para conquistar un territorio para las que vendrán. Al ser un proyecto tan personal, se observa un trabajo de desdoblamiento o de toma de distancia consciente y profunda. ¿Cómo se ha disociado la Marta escritora de la Marta nieta? Trabajando muchísimo el texto. Cada palabra pesa. Esta es una novela que he escrito muy despacio, he corregido muchísimo porque quería que estuviera a la altura de los personajes y estoy muy contenta con el resultado. También del libro como un objeto bello, algo muy importante en la era de lo digital. Poder reivindicar el papel, el libro con fotografías, con color… Son detalles para que el lector que no conoce a los personajes de primera mano los imagine y pueda acompañar la lectura con esta muestra de las costuras de la investigación y las imágenes. Soy bastante organizada mentalmente, trabajo por pasos, empiezo un capítulo y lo trabajo hasta que paso al siguiente, construyo peldaño a peldaño, no necesariamente de forma ordenada, porque me dejo los capítulos o las escenas que me cuestan más para el final, y así trabajo la distancia.

¿Y qué es lo que más te ha costado escribir de esta novela? La escena de su hermano con la crisis de asma y el momento de la canción. Son momentos importantes e insoslayables que reflejaban más verdad emocional, y tenían que estar muy bien. Es casi lo último que he escrito. En alguna ocasión has dicho que la tía Mercedes es tu personaje favorito. Su voz es un hilo de luz, otro punto de vista de aquel pasado coetáneo de tus abuelos. ¿Cómo decidiste incluirla? Cuando terminé las cartas (el primer hilo de la novela), me faltaban muchos datos para abordar la historia y visité a mi tía abuela Mercedes, que era la única que quedaba viva de aquella generación. En cuanto se puso a hablar me sorprendió su voz: yo ya sabía que era una persona muy divertida, pero no imaginaba hasta qué punto era una voz tan irónica, tan fresca. Tuve que rediseñar la novela por su testimonio (no había pensado incluirla como personaje). Para mantener su voz narrativa apliqué la técnica de Svetlana Aleksiévich de quitar las preguntas y, al hacerlo, me salió un monólogo teatral. Así que están las cartas, el diario de la niña y los monólogos de Mercedes, como una trenza de voces. Por otra parte, cada persona que vive una historia cuenta un relato distinto de la misma, y en este caso era un relato incluso contradictorio con los propios testimonios y las cartas que yo tenía. No todo el mundo conoce la misma verdad. Mercedes me contó vivencias paralelas que habían pasado mis abuelos y eso me ayudó a acercarme a la realidad que había vivido mi abuela, a la que no pude interrogar porque no coincidí con ella lúcida en mi edad adulta. «No se lo puedo preguntar al abuelo, porque si supiese que estoy leyendo las cartas no le haría ninguna gracia esa invasión a su privacidad, esto es, de hecho, básicamente una biografía no autorizada…». Has sacado a la luz las voces secretas de una pareja de enamorados, tus propios abuelos. ¿No tuviste dudas al respecto? ¿Cómo ha reaccionado tu entorno familiar al leer la novela? ¿Han descubierto también ellos a Isa y Álvaro? Tenía miedo a la reacción de la familia. Aunque para mí este libro ha sido un regalo, ha sido un regalo poder seguir escuchando la voz de mi abuelo cuando murió, y

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E l s a l ón d e l o s e s p e j o s

Entrevista a Marta Barrio

como tal se ha leído. Mis primos me han contado que han descubierto esta historia (que ya conocían un poco de oídas). y ahora tienen este documento y pueden revisitarlo de vez en cuando. En el caso de los hijos (mis tíos), sí hay cierto reparo, aparte del duelo, pero como es un libro donde muestro la historia de un amor feliz y correspondido, yo creo que todo se blanquea con esa mirada de la niña que descubre el amor. Por otra parte, lo íntimo es universal: en la historia de ese amor están todos los amores y en la historia de la pérdida están todas las pérdidas. ¿Cuánto hay de la Marta Barrio editora en este libro? ¿Cómo ha sido el trabajo con tu editor? Ha ido adquiriendo formas distintas: yo tenía un plan y de repente apareció Mercedes, entonces el libro cambió; cuando entregué el manuscrito a la editorial, me sugirieron que llevara fotos y el libro cambió de nuevo, porque yo quería que el texto llevara referencias de esas fotos, para que fuera como un juego entre la imagen y la palabra. Por ejemplo, el monólogo de Mercedes lo escribí para que fuera todo seguido y me propusieron maquetarlo de otra manera, que me pareció mejor. Como editora, me da mucha rabia cuando los autores no ven que estoy pensando en cómo su texto puede resultar una mejor versión del libro. Asimismo, agradezco mucho cualquier cosa que se haga de promoción y de prensa porque sé lo difícil que es, conozco el trabajo que hay detrás e intento hacerlo fácil con las personas con las que trato. Soy una autora que acepta mucho la mirada del editor sobre el texto. En la novela, la dificultad estaba en la necesidad de mostrar las diferentes texturas del libro sin que se perdiera el hilo, ese era el reto. Las fotografías ayudan a que haya una cadencia, una pausa, que el lector pueda acompañar a la narradora al tiempo que va descubriendo la historia. ¿Qué te ha aportado esta novela? Como escritora, ¿qué te llevas de estos años de trabajo? He aprendido a tomarme las cosas con calma, a no forzar nada. A veces en las tareas más mecánicas encuentras la respuesta a las cosas. Agatha Christie decía que los asesinatos más horribles se le ocurrían mientras fregaba los platos, a mí me pasa al llevar a la niña al colegio. Trabajo peldaño a peldaño, trabajo mucho por impulsos. Tengo el impulso de escribir y el impulso del barbecho, creo que el barbecho también es importante. Las otras novelas las escribí con más prisa

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y esta (quizás por el miedo a publicarla), la he escrito con más tranquilidad. Por otra parte, el premio Tusquets me ha dado mucha serenidad, me he sentido más respaldada y he aprendido a confiar más en mí misma y en la escritura. He disfrutado del proceso debido al momento vital en el que me encontraba, he trabajado con menos aprensión; y sentirte esperada en una casa como Tusquets me ha dado esa seguridad de saber que el libro saldría bien. Aparte de la documentación familiar e histórica de las épocas que investigas ¿Qué leíste mientras escribías la novela? Como editora me paso el día leyendo cosas de trabajo… Leí Helena o el mar del verano (Acantilado, 2002) específicamente para esto. He sido una lectora muy voraz y sigo siéndolo; mi escritura viene de la lectura. Hay gente cuya escritura viene de otros ámbitos, pero para mí la escritura viene de la lectura e inevitablemente hay referentes. Y ¿cuáles son esos referentes literarios? Soy muy ecléctica y muy francófila. Me gustan mucho Marguerite Duras, Marguerite Yourcenar, Amélie Nothomb… y últimamente estoy leyendo más a autoras de mi generación. Supeditado todo esto a que leo muchísimo por trabajo (clásicos muchas veces), acabo de editar el último de Amin Malouf. Sigo a autores como Juan Gómez Bárcena, Bibiana Candia, Fernanda Trías o Fernando Clemot, al que he leído hace poco. Lo bonito de la lectura es el poder del descubrimiento de nuevos mundos, de nuevos autores. Además de filología, cursé Estudios de Asia Oriental y me interesa mucho la literatura china que tiene más ironía y la japonesa que es menos narrativa. ¿Por qué escribe Marta Barrio? Escribo para divertirme. Escribo libros que me gustaría leer o que me gustaría que otros leyeran. Escribir también es dedicarle tiempo y espacio a algo que antes no existía. Hay muchos que comparan los libros con los hijos, con el parto, y está claro que no han parido… El parto es algo tremendamente doloroso y la escritura de un libro es para mí algo muy lúdico. Me gustaría que cada uno de mis libros fuera diferente, no quiero ser de esas escritoras que escriben siempre el mismo libro, sino hacer cada vez algo diferente y que merezca la pena.


Entrevista a Sergio Mayor Texto: Antonio Tocornal Fotografía: cedida por el entrevistado ©

Quedé con Sergio Mayor en Granada, en el bar de Servando, para hablar de su último libro, y por ver de primera mano qué es aquello de la «enseñanza espiritual de la taberna». Yo me pedí una copa de Chambertin Grand Cru Cuvée Heritiers de 2003 y una tapa de crotin de pescadilla salvaje en salmuera sobre sábana de salsa de pamplinas. Me dijeron que no tenían, pero que me podían poner un Soberano y una de bravas. Olía raro en el bar de Servando, como a cañerías o a cubo de agua de fregar que no se ha cambiado en meses. La luz, que provenía de —o se caía desde— un tubo fluorescente, bañaba el local con un halo de taller mecánico mugriento. Tras la barra había un calendario con una foto descolorida de una rubia de pelo cardado y grandes pechos con pezones rosados y medio vaporosos; era de 1987. «Cuánto tópico», pensé. Cuando hice la comanda, varios pares de ojos me apuntaron desde las sombras; pertenecían a hombres que bebían solos y en silencio, cada uno dentro de su propia burbuja de desolación; un diente de oro ensalivado refulgió en alguna parte. Al final nos pusieron dos Soberanos y dos de bravas. Las bravas estaban frías.

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E l s a l ón d e l o s e s p e j o s

Entrevista a Sergio Mayor

Sergio, tú eres un outsider; tienes un perfil de escritor de culto: te leemos cuatro (selectos) gatos. Sabes que nunca llegarás al gran público y te da lo mismo; a pocos nos interesa lo que tenga que decir un tío hetero y de tu edad que ni es presentador de televisión ni nada que contenga glamour. Para colmo, tampoco escribes novelas ni nada que pueda ser clasificado y promocionado con cierta proyección, ni tocas temas de moda como el empoderamiento de la mujer o el conflicto no resuelto con un padre abusador. Hay algo romántico en persistir escribiendo a pesar de tenerlo todo en contra, en ser fiel a uno mismo sin hacer concesiones. ¿Qué te hace agarrarte a la escritura como si fuese un salvavidas? ¿De qué te salva? Disculpa, Antonio. Protestaré algunas afirmaciones. Dices cuatro gatos; son más, no son gatos, son víctimas, cien felinos, quinientos lectores de importancia, en número que nunca pensé. Tú eres un ejemplo. Tú me padeces. Ilustre soy en Gorafe, porque no me leen. No pido más. Mi vanidad ha sido colmada. Otra cosa. No me agarro a la literatura. Sería una ingenuidad. La literatura no salva. La oración no salva. La filosofía no salva. Escribo por lo mismo que voy al bar de Servando, por entretenimiento, por tedio. La literatura, como el bar enferma el hígado, enferma el pensamiento. Preferiría no hacerlo, pero uno añade la escritura a otras adicciones. Me contengo un tiempo. Nada que hacer. Un día recaigo con tres endecasílabos. Vuelta al delirium tremens. Tus textos —me voy a referir a ellos como «sergiomayoradas»— están saturados de genialidades, de perlas, de hallazgos literarios brillantes que provocan la estupefacción del buen lector y la envidia de otros escritores que necesitamos trabajar mucho para encontrar una mínima parte de lo que tú pareces hallar con suma facilidad. ¿Cómo se consigue eso? Gracias. Palabras hermosas. Informaré a mi madre, que gusta de estas cosas. Verás, escribo bajo ciertos estados de conciencia. Hablo de instantes de potencia intelectual. Si escribiera en circunstancias ordinarias, me saldría una prosa con la boca abierta y el arco completo de grados del cociente intelectual. Un hombre es de mu-

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chas inteligencias, y si bien a veces soy el mayor de los idiotas, otras me expreso con ajena claridad. No soy un tipo brillante. Todo lo contrario. La mayoría de mi conciencia está intervenida por la carne y por la nada. Pero en ocasiones, por un trastorno severo en un lóbulo, por una indisposición de glosolalia, veo las palabras, vienen las palabras, se acumulan, escribo como hablaban las estatuas de los griegos. Eres un escritor inclasificable; una voz muy peculiar e irrepetible. Escribes desde el yo, pero, como tú mismo dices, no en primera persona, sino en «primer personaje». Creas un personaje narrador que es una mezcla de filósofo, erudito, eremita, profeta, perdedor, poeta maldito, y además me da la impresión de que este bar, metáfora del lugar desde el que miras y describes el mundo, no es compatible con una actitud de pose. ¿Se puede escribir de algo que no sea de uno mismo? A falta de imaginación, escribo de mí mismo. El bar de Servando es real. El nombre de Servando es real. Salinetas, los vicios, la mujer de la calle Tablas, todo eso es real, pero el mundo es ilusorio, pero nada miente más que la memoria. Escribo un atestado penal. No imagino. No me ocupo de las personas, las tramas, las injusticias sociales. Recibo acusaciones de solipsismo. Acusaciones lúcidas, pero ¿quién no lo es? Mi yo es tan impersonal como el yo de todo el mundo. Dicen los psiquiatras que la vida mental de un retrasado es lo suficientemente satisfactoria. Escribo la vida mental de un retrasado. Hablo, pues, de un solipsismo autoexecratorio, uno que ambiciona la abundancia ontológica de la humanidad, uno que lamenta sin dramatismos, sin reiteraciones de angustias, la condición natural del hombre, la Caída. Mi primera influencia es la fatalidad de Marco Aurelio. Al leerte se percibe una actitud alucinada, una libertad absoluta pero muy natural, algo muy difícil de conseguir. Además hay una erudición —que no debe ser confundida con la pedantería a pesar de que por momentos puede resultar agotadora— que proviene de una vasta cultura y va acompañada de una memoria prodigiosa. Hay multitud de referentes filosóficos, artísticos, históricos, teológicos, pero


¿Estamos ante un nuevo género literario? ¿Te reconoces en él? Conozco algunos que mencionas. Buenos escritores. Buena gente. Tomaría muchas copas con Alberto. ¿Quién no quiere a Alberto? Por lo demás, no veo semejanzas. Facebook es amplio como el mundo, y el mundo está lleno de escritores, y la gran mayoría de ellos son imperdonables. Uno convive en Facebook con poetas inconcebibles. Yo mismo lo soy. Un inconcebible. ¿Qué importa? Todos los libros malos ya fueron escritos. Bolaño escribió uno de ellos. Así son los gustos. Tolstoi aborrece a Shakespeare. Luego, esa ansiedad taxonómica tan propia del tiempo: generación Nocilla, generación Z, gremialismo, preocupación de los contables... Dijiste que soy inclasificable. De acuerdo. Pertenezco a la generación inclasificable de Facebook.

también de la cultura pop. ¿Cómo has conseguido acumular, y sobre todo retener, esa cultura enciclopédica? He leído mucho, supongo. No tiene mérito. Nací en una casa llena de libros, en un tiempo sin pantallas, sin móviles, un tiempo de casas antiguas, de estancias oscuras de muebles pesados y mucha introversión. He leído con avidez por disgusto a los estudios. Escondía libros entre los libros de texto, las carpetas, los apuntes, en las horas interminables de las clases. He leído por una razón tan banal como el tedio. Un niño sano prefiere el fútbol a la novela rusa. He leído por alguna malformación del espíritu. Hubiera querido ser una persona sana. Desde el surgimiento de las redes sociales, hay un nuevo movimiento literario que merecería un estudio. Hablo del escritor de Facebook. Autores que se sienten cómodos con una breve entrada al día a modo de reflexión o de diario. Pienso en Alberto Masa, en Víctor Pérez, en Jesús Tíscar o en ti mismo. Hay un cierto malditismo en todos vosotros y estáis muy cómodos en ese formato directo y deslumbrante; hasta el punto de que juntando una selección de textos os da para un libro.

Algo tan sencillo como la aparición de una mujer en la calle Tablas de Granada un día de 1987 puede provocar una epifanía o una revelación que acaba por generar gran cantidad de material narrativo en una reacción en cadena cuyo funcionamiento se nos escapa. ¿Dónde está la materia prima para la ficción y cuál es el proceso de destilación para que se convierta en literatura? Virginia Woolf dijo que la conciencia de la humanidad se transformó en diciembre del año 1910. La afirmación parece inverificable. Yo apuntaría otra fecha: mayo del año ochenta y siete, exactamente en la calle Tablas. Verás, fue una experiencia tan metanoica, tan apabullante, que, estoy seguro, se sumó con tromba a la Noosfera. Estoy seguro. Algunas experiencias de los individuos contribuyen a la experiencia de la especie. Algunas experiencias de los individuos no son individuales. Una revelación personal sería poca cosa. Fue una revelación universal. Fue una poliepifanía. Yo no habría escrito una sola línea de no ser por aquella tarde. Yo no hubiera pensado gran cosa en el asunto de Dios de no ser por aquella tarde. Yo sería otro hombre de no ser por aquella tarde tan terrible que modificó la conciencia de la humanidad. Estas bravas están incomibles. ¿Pedimos otra cosa? ¿Otros dos Soberanos? Venga.

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Entrevista a Víctor Gomollón Texto: Joaquín Cebamanos Fotografía: cedida por el entrevistado ©

Víctor Gomollón (Zaragoza, 1971) dirige en solitario Jekyll & Jill, editorial independiente centrada en la narrativa y el ensayo con más de cuarenta libros en su catálogo. Últimamente, Nuria Mendoza, Álvaro Cortina, Alejandro Hermosilla o Iury Lec se han sumado al sello zaragozano. La pasión por la literatura lleva a Víctor a comprometerse con cada libro. La forma debe adaptarse al contenido para conseguir una pequeña obra de arte con una estética de calidad reconocible. Desde el mes de abril celebra el Premio de la Crítica 2024 por Martinete del Rey Sombra, de Raul Quinto.

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Para una editorial como Jekyll & Jill en la que tú solo te encargas de todo el proceso, entiendo que la publicación del libro ya es una celebración, pero ¿qué otras alegrías recibe Víctor Gomollón? ¿Qué te lleva a seguir con esta locura? Creo que cierta inercia, el miedo al abismo de no saber hacer otra cosa y cierta incompatibilidad para trabajar en equipo. Las alegrías son escasas, pero surgen a veces. Pero eso no es cosa de la editorial, es que soy de natural muy soso. Entiendo la alegría como un estado excepcional, más bien raro. Hay momentos felices cuando las críticas del libro publicado son favorables, cuando las librerías se interesan por él, cuando los autores te cuentan que tal lector le ha escrito para decirle cosas bonitas. Ahí me siento un poco útil. No sé si se puede describir como felicidad. La felicidad plena no la conozco, aunque intuyo que está más relacionada con lo económico que con lo espiritual.

neral, el ocio me interesa poco o nada. Para eso ya están las series y el fútbol, que tienen colores y gente que se mueve. No puedes competir con eso. ¿Qué espera el editor de esos tres o cuatro títulos que presenta al año? Vender los suficientes para poder publicar otros el siguiente año.

¿Es Martinete del rey Sombra, de Raúl Quinto, una de estas alegrías? Lo es, sin duda. Martinete del rey Sombra solo lleva un año en las librerías y en los últimos meses ha recibido el Premio de la Crítica, el Premio Otra Mirada de Librería Cálamo y ya va por la tercera edición. Pero aquí todo el mérito es del autor, que ha escrito un libro extraordinario. ¿Cuál es el espacio que ofrece Jekyll & Jill en el mundo editorial? Quisiera que fuera una habitación agradable pero no del todo. Que al sillón le salga un muelle. Que entre un rayo de luz molesto por la ventana. Que huela un poco a cerrado. La lectura confortable, fácil, para pasar el rato, para llenar ratos de ocio, me interesa poco. En ge-

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Entrevista a Víctor Gomollón

Lector, editor, diseñador, maquetador, ilustrador… ¿No has pensado nunca en escribir? Nunca para que sea publicado. Y la razón es que no tengo nada interesante que contar. Y aquello que me parece interesante podría molestar a algunas personas. Yo pensaba que con la muerte de los padres me iba a sentir, por fin, libre para escribir, pero los padres muertos transmutan luego en amigos, y luego en amigos de amigos, y luego en conocidos de las redes sociales. Siempre quedan vivos a los que puedes ofender. Y no es mi intención. Así que me voy dando largas. Siempre llevo en la cabeza escribir la Gran Novela Americana que marque a toda una generación y a las siguientes, pero para eso necesito que estén todos muertos y, con todos muertos, tampoco tendré lectores. Mala empresa. Después de más de media vida dedicado al mundo del libro, y con el esfuerzo de afrontar en solitario el trabajo de la editorial, ¿queda tiempo para buscar descanso en la lectura? Muy escaso. Disfruto más cocinando o viendo películas (ahora dudo. Creo que viendo películas disfruto pocas veces, pero sí que conservo la ilusión de que alguna película me guste). Perdí hace ya mucho tiempo el gusto de leer por placer. Mis últimas lecturas verdaderamente placenteras fueron quizá a los veinte años. Creo que los que hemos sido lectores voraces de críos buscamos de adultos el disfrute que sentíamos leyendo las novelas de Tarzán de los monos, pero ahora sin Tarzán y sin monos. Y eso no es fácil. En todo caso, para mí la lectura pocas veces ha sido un entretenimiento feliz, y nunca un descanso, más bien un ejercicio activo, compulsivo y más bien enfermizo. En la infancia, mi experiencia con la literatura tenía un carácter evasivo, para huir de la realidad que me rodeaba. Y eso, más por defecto que por virtud, lo llevé luego a un oficio. No obstante, no me interesa publicar literatura de entretenimiento, y las veces que lo he hecho me he arrepentido. Eso no es raro, pues de un día para otro me arrepiento de lo que he hecho, de lo que no y de lo que podría hacer.

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En una entrevista comentabas que leías entre quince y veinte libros al mismo tiempo, sobre todo ensayos, con una lectura un poco desordenada. Incluso que tenías pilas de libros y que ibas picando, ¿sigues con esa lectura casi impulsiva? ¿Con qué textos disfrutas ahora mismo? Sí, igual. Prefiero el ensayo. Me agota la narrativa realista y lineal. Tengo problemas con la lectura de novelotas gordas, pero eso creo que se debe a un problema de déficit de atención no diagnosticado. Me sucede también con el cine, veo muchos inicios de películas que luego abandono. Por ejemplo: me gusta cierto cine de terror, el que comienza con el trayecto de un coche por una carretera rodeada de árboles. Y luego plano del interior del coche con familia compuesta por padres, una cría adolescente y un niño molesto. Hasta ahí todo bien, pero cuando llegan a la casa pierdo el interés. Así que puedo estar viendo muchos inicios de películas de terror con casa encantada pero nunca sé cuánto de encantada está, pues la abandoné antes. Con la música es parecido, puedo estar horas escuchando un mismo tema en bucle hasta la extenuación, pero hace años que no escucho un LP entero. Así, en la lectura, encuentro a veces destellos placenteros, y ese día puede ser por un poema de Juana Inés de la Cruz o por la letra de una canción, pero no por el total de una obra. También el oficio me ha creado manías: no puedo leer libros con esta o aquella tipografía, que usen papel blanco nuclear o ese plastificado en las cubiertas llamado Soft Touch que simula, al tacto, el vientre de un Yorkshire terrier rasurado. Son manías de oficio. Como manías literarias, no me interesan los textos que parecen guiones de cine o de series y llevo mal los cuentos que terminan con sorpresa chimpún. Llevo mal los trucos literarios y los que intentan ser demasiado ingeniosos. ¿Qué razones te hacen apostar por un libro? La inconsciencia, el libre albedrío y un poco de ludopatía. La pregunta está muy bien formulada, pues para una editorial pequeña «apostar» por un libro puede perder toda acepción romántica cuando los lectores y


¿Qué es lo primero que te atrae de ese nuevo manuscrito que recibes? Que brille. Y nunca sé bien a qué se atiene, pero a veces llegan manuscritos que brillan. Creo que es algo que percibo más por sinestesia que por análisis de la estructura o el contenido. A veces, contadas veces, llegan manuscritos que brillan. Y es un momento muy gozoso. Es algo que no sé explicar e imagino que en cuanto lo intente reflexionar se perderá la magia. ¿Cuáles son las aspiraciones de futuro de Jekyll & Jill? ¿Seguir haciendo de cada libro algo único? Al menos, que los lectores y lectoras lo sientan así. La dirección del mundo editorial parece clara, pero ¿hacia dónde crees que va la literatura hoy en día y hacia dónde te gustaría a ti que fuese? Desconozco por completo el futuro de la literatura. El futuro de la industria editorial es otro, pues una parte importante de lo que se publica tiene poco o nada que ver con la literatura. No es algo nuevo, siempre ha sido así. En la actualidad hay cierta inquietud con lo referente a la creación de obras utilizando Inteligencia Artificial. No encuentro problema, pues precisamente la Inteligencia Artificial se nutre de los contenidos más comerciales, aquellos que solicitan muchos lectores. La IA les dará lo que quieren. Precisamente la IA está mejor entrenada para crear bestsellers que para cualquier otra cosa. Y lo hará bien. Supongo que ya lo está haciendo bien.

lectoras no se interesan por él. Apuestas, pierdes, te remontas, vuelves a apostar. Te sientes un poco idiota y hay mañanas que te levantas y te preguntas que para qué tanto esfuerzo y tantos desvelos si para lo que fuiste creado era para dar clases de cumbia de salón en cruceros transatlánticos.

Jekyll & Jill propone forma, estilo, cuidado y unicidad en sus libros, una apuesta que nos hace descubrir otras posibilidades. ¿Has descubierto algo últimamente que te haya sorprendido? Justo ahora estoy con la traducción y las notas de un librito de finales del siglo XIX que me tiene loco. Es un librito mínimo, sencillo, pero ya imaginé el aspecto que tendrá. Ya sé el color de la cubierta y la tipografía. Ya lo siento. Y eso no pasa siempre.

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L a vi d a b r e v e

Life on Mars Raquel Loredo

La casa olía a sexo como cada jueves. Camille giró la llave y entró. Sabía dónde encontrarlos. Un vaho caliente señalaba el camino al dormitorio. Escuchó a Víctor. Aquella certeza viscosa la condujo al final del pasillo. La puerta entreabierta era una boca jadeante: al otro lado, Víctor gemía a sorbos ridículos. Estaba desnudo, tumbado sobre una mezcla pegajosa de sudores. Camille lo observó desde fuera de la habitación. Su marido se retorcía bajo el cuerpo de otra mujer. Ella lo montaba a horcajadas. Ambos tenían la cara enrojecida y se frotaban en penumbra como insectos babosos. Camille llegaba pronto, sin avisar. Desde el pasillo veía una gran bola de tela a los pies de la cama. Aquella sábana, que había planchado ayer, era ya un planeta de pliegues retorcidos. Un recuerdo arrugado tras una puerta entreabierta. Por aquella rendija del dormitorio, Camille podía ver lo que iba a pasar: pronto sacaría a aquellos dos a rastras de su casa. Solo un mal rato más, cinco minutos y sería libre. Lo había planeado todo menos aquella arcada que llenó su estómago de miseria. Paró tras la puerta antes de atreverse a entrar. Estaba paralizada. Se había descalzado para no hacer ruido. El suelo era un camino de roca fría. Y su interior una tormenta de polvo. Se ahogaba. Había imaginado lo sucio que sería aquel momento. El brillo grasiento de la piel le dio asco. Víctor se movía agitado bajo aquella mujer. Se asombró. Le faltaba el aire. Aún compartía seguro de entierro con aquella larva sudorosa. Quería matarlo. La atmósfera color tierra se iba a tragar a Camille. Imaginó que podía suceder, que los dos acabarían muertos si ella se dejaba llevar. Solo había que golpearlo con algo pesado. La línea entre la cordura y el asesinato era un hilo de sangre que podía brotar pronto de la cabeza de su marido. Lo pensó. No podría vivir con aquello. Se volvería loca. Le daría un ataque al corazón o saltaría por la ventana. ¿Y qué pasaría después? Si Camille y Víctor morían allí mismo terminarían en féretros idénticos, podridos y clasificados bajo tierra. Y él ya no podría gemir así. No podría sudar bajo aquella mujer insecto. Lo imaginaba: enterrarían a uno primero, después al otro, un matrimonio en la misma tumba cavada con paciencia. Ojalá disfrutes tanto entonces, cuando estés debajo de mí como lo estas ahora de ella: pensó Camille. Y se imaginó muerta, pero quedando encima de él: en el féretro superior al de su marido y con cien años por delante para reírse de aquella victoria. Se asustó con aquel pensamiento. Así era como pasaban las desgracias: a alguien se le iba la cabeza. ¡Qué exagerada! No era cuestión de matarlo. Camille orbitaba en el pasillo, muy cerca de la pareja de larvas. Quería verlos un rato más. Asquearse. Irrumpirles en el segundo más humillante. Tenía que montar una buena escena. Aquella era

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L a vi d a b r e v e

Raquel Loredo. Life on Mars

una situación grotesca, un pequeño asunto terrible. Nunca le gustaron los espectáculos. Solo tenía que gritar y echarlos de casa. Lo había ensayado. Llevaba meses pensando en cómo deshacerse del mejor marido del mundo. Él siempre fue atento, cariñoso, trabajador: aburrido. No tenían nada en común. La niebla de su relación estaba llena de besos rotos, de abrazos y caricias vacías. Aquel matrimonio era un volcán muerto, un desierto con viento de argón. Caminaban a través de sueños hundidos. Pese al tedio que también le consumía, Víctor respetaba algunos rituales antiguos. Como el de escuchar aquella canción: «Ponla otra vez, me gusta lo de Mickey Mouse convertido en una vaca», decía él y sonreía. Hacía millones de veces otras muchas cosas. Aparcaba en la misma plaza, a la misma hora y se sentía mejor si su mujer estaba en casa. Con eso bastaba. Era una buena persona que encontraba calma en la repetición. A Víctor le gustaba abrazarse a sus pequeñas costumbres. Se dormía con una mano pegada al culo de Camille. Si no lo hacía era incapaz de conciliar el sueño. Al principio, cuando empezaba a manosearla así, ella pensaba que aquello era una propuesta de sexo. «No es lo que parece», aclaraba él enseguida. Y tras aquel comentario los dos reían: era una manera de decir te quiero. A partir de entonces, tras cada vuelta de la tierra sobre sí misma él se dormía así, con la mano en su culo. Aquello se convirtió en una broma privada. Una elipsis de cualquier palabra de amor. Víctor nunca volvió a pronunciar te quiero de otra manera. Por muy bueno que fuera su marido, eran ya demasiados años juntos. Veinte años: un mar denso y rojo. Nadie puede bucear tanto tiempo sin sacar la cabeza, pensaba Camille. Si el destino le ponía delante una mujer guapa, que estuviera interesada en él, Víctor tendría que caer. Pero el destino era pesado: un orbe con núcleo de hierro. Tardaba una eternidad. Camille tuvo que intervenir: buscó una chica. La cruzó en el camino de su marido como si tal cosa. Así fue como apareció aquella supernova de pelo castaño en el aburrido sistema solar de Víctor. Costó bastante encontrarla. El torrente de recuerdos paralizó a Camille detrás de la puerta. Había sido capaz de montar todo aquello. Encontró una chica atractiva, pero no demasiado, alguien con quien él creyera que tenía posibilidades. Se preguntaba si Víctor lo descubriría alguna vez. No lo entendería, pero había sido lo mejor. Oxígeno para olvidarse de aquel culo hastiado que su marido tocaba cada noche. Por la puerta entreabierta Camille veía moverse sobre Víctor a la mujer que contrató. Era el momento de entrar de golpe y gritar, pero la voz no salía de su garganta. Una masa de culpa sólida se le pegó en el estómago. Si gritaba no habría marcha atrás: sería el fin de una vida cómoda y segura. Aquella raíz de tierra seca que era ya su matrimonio volaría por los aires. Respiró profundo. Se preparó para chillar. Víctor y Camille ya habían tenido crisis antes, pero él siempre volvía a ella. Suplicaba. No había manera de quitárselo de encima. Lo había vivido diez veces o más, recordaba Camille. Nunca tuvo fuerza para negarse a volver. No quería hacerle daño. Pensaba que aquella escena de cuernos lo haría todo más fácil. Tras aquel gran final el mutis saldría solo. Camille y Víctor pasarían página. Un capítulo cruel y todo empezaría a mejorar. El hombre bueno siseaba entre sudores. No se le entendían palabras completas, solo medios insultos. Víctor ensartaba a aquella mujer con el minúsculo miembro de insecto que tenía entre las piernas. La apuñalaba con aquel alambre delgado y la chica echaba la cabeza hacia atrás. Cumplía con su trabajo. Cuando la contrató ella aceptó a acostarse con él varias veces. La comedia empezó con la chica de pelo castaño haciéndose la encontradiza. Ella se materializó: se

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desprendió como un grano de polvo de un remolino de gente. Se acercó a él, despacio. Colisionaron por fin una tarde a la salida de la oficina. Él con una chaqueta azul, ella con un vestido color óxido. «Hola.» Un par de semanas después se convirtieron en aquel sinsentido de piernas y brazos enredados: el amasijo que ahora se veía tras la puerta. Ella lamía su semen todos los jueves y lo escuchaba con oídos de novia primeriza. Era una buena profesional. Hacía bien su trabajo. Ahora tocaba la escenita de esposa ofendida. Camille podía hacerlo. Estaba a punto de reescribir aquella película triste. Tenía todo planeado. Era insultante lo fácil que había sido engañar a Víctor, pensó ella. Pero él era una buena persona, se merecía disfrutar un rato más; aquella excusa le sirvió para seguir al abrigo de la puerta entreabierta. Por la rendija veía brillar el grillete de su dedo: Camille tenía un anillo igual que no volvería a ponerse. Quedaban diez segundos. Una neblina de ira roja estaba a punto de explotar. Cinco segundos. Sobre el cabecero de la cama había dos cuadros enormes: David Bowie por duplicado. Tres segundos. Aquellos dos Bowies eran lunas simétricas con un rayo en la cara. Un segundo. Cada ojo era una galaxia de distinto color. —¡Eres un hijo de puta! —gritó Camille tras abrir la puerta de golpe. Sus palabras provocaron un estruendo al chocar con el vacío. La vibración de aquel insulto retumbó en todo el planeta: en el pasillo, la puerta de la casa, el suelo, la cama, en las lunas de Bowie. Los cuerpos sudorosos se levantaron de un salto. Lo repitió mil veces hasta que sonó convincente: «¡Hijo de puta!, ¡eres un hijo de puta!». Cuanto más lo repetía más se serenaba su interior. Quien entendiera el idioma de Camille leería bajo aquellos insultos un mensaje subtitulado: acabemos con esto ya. Mojado de sudor y de pie, Víctor se congeló de miedo. Vio su vida evaporada en un instante. Le gustaba aquella vida. Sin ella, ¿cómo iba a dormir por las noches? Demasiada presión atmosférica. Estaba desnudo y absurdo con aquel alambre erecto. Entonces él quiso decir algo. Lo intentó. Quería pronunciar aquello de no es lo que parece. Peludo, calvo y muy alto: Víctor era un ser de otro planeta. Un marciano que boqueaba. Quería hablar y no podía. No es lo que parece. Tenía que decir algo. ¿Explicarse? Su matrimonio era una Vía Láctea destrozada por aquella infidelidad, cada fragmento reflejaba una gigantesca nube de culpa. «¡Puto cerdo de mierda!», gritaba Camille. Aquel error era un chorro de material candente que crecía. No había nada que hacer. La saliva de Víctor empezaba a hervir. Colapsó. Ella lo miró con sus pupilas de agujero negro: enormes vórtices que lo arrastraban. Iba a perder el conocimiento. A lo lejos sonó un teléfono borroso, como el resto de la habitación. Y por primera vez en veinte años él se equivocó de frase. —Te quiero —dijo Víctor sin saber por qué. Y la nada eclosionó.

Raquel Loredo (Madrid, 1983) es crítica cultural especializada en análisis fílmico. Escribe en Caimán Cuadernos de Cine desde 2018. Ha publicado capítulos en tres libros editados por la Semana Internacional del Cine de Valladolid (SEMINCI), el más reciente Disidencias: nuevos cineastas, nuevas miradas (2021). Compagina la crítica cinematográfica con su labor como bibliotecaria de carrera, formada en documentación, libro antiguo y periodismo cultural. Actualmente, escribe un ensayo sobre el cine de Hayao Miyazaki. Explora nuevas formas de expresión con la novela y el relato.

Sesenta y dos grados bajo cero en las lunas de Bowie. La chica del pelo castaño recogía sus cosas.

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Los pescadores de perlas

Microrrelatos inéditos

Berta Cama Sánchez Alfons Guri Comallonga A la espera de retomar el concurso anual de La Microbiblioteca de la biblioteca Esteve Paluzie de Barberà del Vallès, invitamos en este número a su directora y al responsable del fondo de microrrelato: Berta Cama Sanchez y Alfons Guri Comallonga.

Prueba de acceso Maldecirán al claustro sustituto cuando suspendan el examen. Brillantes carreras truncadas desperdiciando años de dedicación. Una morfosintaxis desconocida, fórmulas incomprensibles para el tribunal, pero solamente que germine una semilla que continúe la vocación, entonces comprenderán. El inicio para sentar las bases del contacto, el próximo milenio.

En el nombre del Padre Qué difícil dotar de espíritu a todas y cada una de sus criaturas. El contrato estipulaba total, y eterna, libertad creativa —como en la ocasión del final humano del Hijo—, la fantasía o el exceso en varias biografías producto del aburrimiento nunca fue un problema. Desear firmar las obras en solitario sí. —¡Cgonopio! —me ha soltado el mocoso deforme sin venir a cuento. Y es que en esta casa profunda y oscura vivimos en un permanente delirio.

Alfons Guri Comallonga (Sabadell, 1976) es licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración (UAB) y máster en Gestión Cultural (UOC-UdG). Ha trabajado de dependiente de librería y en la Red de Bibliotecas Municipales de la Diputación de Barcelona (desde el 2009 como técnico especialista en biblioteconomía en la Biblioteca de Barberà del Vallès). Es el técnico responsable y gestor del fondo especializado en el género microrrelato de la Biblioteca Esteve Paluzie, conocido con el nombre de La Microbiblioteca, desde su creación en 2011.

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Embalse «Vayan bajando por orden, por favor, y que nadie ocupe casa ajena», nos decía Pablo, el antiguo sereno del pueblo. Qué emoción volver a nuestra casa, a nuestras calles, a nuestra iglesia. La sequía traía consigo un regalo, el de volver a ser vecino de Juan, de María y de Dolores. Y qué suerte las nubes negras en el cielo, así el color terrizo del campanario destaca como un faro, para guiarnos a todos levitando al lado del riachuelo.

El último Safari Me dan ganas de venirme arriba y acariciarle la crin con las dos manos, hacerle trenzas y coletas. Qué pelazo, así tan de cerca parece la melena de Lucía, la del quinto. Aunque ahora que ha abierto la boca, su aliento le huele demasiado, como a Miguel, el del tercero. Me empiezan a venir recuerdos y asco, quisiera correr, pero su gran pezuña me aprieta cada vez más fuerte y empiezo a marearme como aquel día en el ascensor, atascados entre el segundo y el tercer piso.

Berta Cama Sanchez (Terrassa, 1980) es diplomada en Biblioteconomía (UB) y licenciada en Documentación (UOC). Trabaja desde 2003 como directora en la Biblioteca Esteve Paluzie de Barberà del Vallès, que pertenece a la Red de Bibliotecas Municipales de la Diputación de Barcelona. En 2011 impulsó la creación del fondo especializado en el género de microrrelatos, La Microbiblioteca, junto al técnico especialista Alfons Guri Comallonga.

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El Castillo de barba Azul

José de María Romero Barea Colofón (fragmento) Este poema forma parte del libro inédito Espectro, que se publicará este mes en la editorial Libros del Aire

Formas geométricas imposibles, paisajes donde la realidad se desvanece, patrones de un mosaico donde una colmena puede convertirse en una abeja, un pájaro en un pez. En forma de panfleto, un bestseller instantáneo, un tour de force retórico en favor de la monarquía. Incluso ahora no existe el tiempo. No hay pasado ni presente, solo ahora: dura una eternidad el tic del reloj que adormece la mente, argumenta que a medida que desemboca en la era de partículas sin masa, reinterpretado: no solo el brillo, sino el sentido del lugar, la humanidad de la naturaleza, a la vez parte de la estructura de una visión racionalista: una que sostiene que, al comprender el universo, descartando la superstición, es posible disfrutar de una especie de serenidad. Si la humanidad es amor, todos los hechos significativos de nuestras vidas son breves, pequeños lapsos de tiempo asignado. Sincronización: tristes caminan penosamente por escaleras imposibles, giran en ángulos rectos, continúan hacia arriba, hacia la eternidad de una idolatría ampliamente antologizada: la realidad está en todas partes, pero también el oscuro sueño a través de la ventana del paisaje en sí: se multiplican, se convierten en la ciudad misma, dobles tomas con su propia significación. Congelado, blanco y negro, meticulosamente preciso, permanece quieto para que tus ojos puedan verlo en movimiento, saborearlo en todo su impulso perceptual. Principio y final son, de hecho, lo mismo: partículas sin masa. Entre un ahora cercano y un futuro lejano, todo, pero devorado. Energía sin masa, cosas que desaparecen lentamente a medida que todo desaparece. No hay contradicción entre la visión irrelevante y nuestras alegrías. Una vida espiritual interna intenta describir lo que no se ve. Apartarnos nuestra lengua materna de ecuaciones que desembocan en la analogía.

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Un misterio no resuelto involucra cierta cantidad de desorden, que aumenta con el paso del evento violento, salvajemente entrópico. Y así es como se burla de los pasajes la melancólica melancolía de tu pesimismo, visión que adoleces la cualidad original que te distingue: blanco inciso negro que el ojo lee como inexplicablemente suave, mientras avanza hacia mares fosforescentes, vertiginosas ciudades en la cima de la colina, desfile de peces que se convierten en pájaros, colmenas de abejas, piezas de ajedrez, teselados. En la alocada era del Brexit, en la tiniebla del evento contemporáneo, un sentimiento humano, una emoción antes de partir hacia el agujero. Descartado por carecer de sentido, un espacio sin tiempo, sin antes ni después. Lo que sucedió no ha sucedido, pero se rompe tal como lo conocemos. Ríndete a la huella gráfica en la retina: el ausente-presente tuerce el ojo de la mente con presentaciones paradójicas que conducen a la pobreza y el caos. Ama tu orden. Abraza lo social en calles de sentido único. La entropía es la medida del trastorno de las cosas futuras; hay más desorden, pero hay más posibilidades. Hoy todas las cartas llegan del pasado: no pertenecen a la gramática fundamental del tiempo sino a nuestra percepción superficial. Microscópico desaparecer en gramáticas elementales, sin distinguir entre causa y defecto. Lo distante se estira hacia el extremo del espectro visible. Mayor cuanto más alejada la evidencia en expansión, el punto único, infinitamente denso, revitalizado y reconstruido, horrorizado ante la posibilidad de que lo particular, proféticamente, provoque el

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El Castillo de barba Azul

José de María Romero Barea. Colofón (fragmento)

ascenso de las fuerzas armadas: la hilarante cabeza en la mano, sombrío y melancólico autorretrato que se dibuja a sí mismo dibujando, mitológico camafeo de lo que nos socava. ¿Visiones divinas o humanas cegueras? Disfunción de la percepción, borroso ver a través del vidrio, pero oscuro, el juego de sombras de nuestra experiencia ligada a la forma en que se comporta. Calor. Por qué solo podemos conocer el futuro. Unidireccional caer para enfriar procesos no reversibles: calles de sentido único, penúltimas leyes de la termodinámica. Ecuación tras ecuación nos desafía lo que reduce las ventas a la mitad. Final de un eón o comienzo de otro en un ciclo infinito que describe ortodoxias que prevalecen: boquiabiertas, sonrojadas, sonríen o se retiran, guiñan ojos, fruncen ceños, miran de soslayo, con recelo: cabezas coronadas, bellezas intelectuales de la Ilustración, entidades exóticas que coexisten en un mundo subnuclear, supersimetría que no espera que sigamos sus detalles técnicos: es posible deslizarse más allá de los jeroglíficos para calificar lo relativo: pasa lentamente lo que se mueve más rápido que nosotros, más o menos sin sentido, en cualidades separadas que fluyen impasibles a nuestro alrededor.

José de María Romero Barea (Córdoba, España, 1972) es profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural (https://romerobarea.wordpress.com/ - @JdMRomeroBarea). Autor del libro de poemas Réplica (2023) y las novelas WTBTC (2018) y Uf (2019), y los volúmenes de crítica La fortaleza de lo ilegible y Asalto a lo impenetrable (2015). Ha traducido el poemario de Curtis Bauer Spanish Sketchbook/España en dibujos (2012), Disarmed/Ineqrmes (2012), Gerald Stern. Esta vez. Antología Poética (2014), Robert Lowell. Poesía completa (2017) y Ornitología en tiempos de guerra de Jeffrey Thomson (2018). Su más reciente traducción es Ecos de la Era del Jazz y otros ensayos de Francis Scott Fitzgerald, (Cátedra, Letras Universales, 2024; edición de Juan Ignacio Guijarro). Ha cotraducido, junto a Diāna Vigule, muestras de literatura letona. Pertenece al Grupo de Investigación James Joyce del Departamento de Literatura Inglesa y Norteamericana de la Universidad de Sevilla y ha participado en diferentes iniciativas culturales de dicho departamento. Colabora con la Fundación Vicente Núñez y el programa de RadiUS Nothing Like the Sun, los diarios Público y Le Monde Diplomatique, así como publicaciones digitales y en papel, de ámbito nacional e internacional, entre otras, Literal y Contratiempo (EE.UU.), Claves de Razón Práctica, Quimera, Qué Leer, Estación Poesía y Nueva Grecia, de cuyo consejo de redacción forma parte.

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Ein s t e in o n t h e b e a ch

Aproximaciones a la literatura mexicana inmigrante en la Península Ibérica: La microficción aculturada de Sergio Astorga y Paola Tena

Por Cristina Rentería Garita Como mexicana que vive aquí, resulta que además de inmigrante, soy escritora (todavía no me atrevo a decirlo en voz alta) y quiero relevar la importancia de quienes, como yo, han encontrado en la Península Ibérica su lugar para florecer, aportar y crear. Mi país y el de quienes hablaré es enorme. Tiene una población de más de ciento veinticinco millones de personas y una superficie de mil novecientos setenta y tres millones de kilómetros cuadrados que, para dar una idea, es como poner veintitrés países europeos juntos. Y así como cuantitativamente México es grande, también lo es en tanto el número de personas que deciden emigrar de él. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en 2020 fue el segundo país del mundo con el mayor número de personas emigrantes, en torno a los once millones. Aunque la mayoría de ellas fue a Estados Unidos, casi un uno por ciento (103.814 personas) de toda esa oleada migratoria, agarró camino a Europa. Aquí, eminentemente somos ellas, el cincuenta y ocho por ciento del total, y figuramos con una edad promedio de treinta y cuatro años. Venimos de ciertos Estados en concreto: Distrito Federal, Jalisco, Nuevo León, Estado de México, Veracruz, Puebla (¡yo!), Guanajuato, Tamaulipas, Chihuahua y Sinaloa. Desviaciones sociológicas y antropológicas aparte, la realidad de las cifras arroja que los y las mexicanas (en adelante, masculino genérico), para el caso de la Península Ibérica, representan una minoría respecto a otras diásporas latinoamericanas (peruanos, ecuatorianos, colombianos, argentinos, dominicanos, entre otros). En España, por ejemplo, en 2019 se contabilizaron 56.789 (cifra menor respecto a los 408.083 ecuatorianos o 440.197 colombianos en el mismo año), mientras que, en Portugal, el número no llegó a las

900 personas (863 para ser más exactos). Para algunos académicos, los mexicanos en Europa representan una excepcionalidad por su nivel de instrucción y por las actividades que desarrollan, como estudiar, emprender o insertarse en áreas especializadas del mercado laboral: la salud, la ciencia, la docencia/investigación o la literatura. En este contexto, las obras de Sergio Astorga (Ciudad de México, 1957) y Paola Tena (Chihuahua, 1980) representan dos percepciones diferentes del mismo país (uno con más rasgos del nacionalismo mexicano que la otra), provienen de dos ecosistemas casi opuestos (el Altiplano y el desierto) y ejercen profesiones muy distintas (Astorga es pintor, Tena es pediatra). Aun así, comparten elementos comunes. Por un lado, la elección de los elementos prototípicos en la microficción, como las referencias a la mitología grecolatina o el uso metaficcional de personajes/autores canónicos de la literatura universal y, por el otro, la importancia de la identidad nacional, ilustrada a través elementos decimonónicos de la cultura mexicana como los colores o las referencias populares. Sobresale, en ambos, el uso del español mexicano y, sobre todo, su mixtura con el léxico y variante diatópica peninsular, en el caso de Tena, o del uso del portugués de Astorga. Y como lo que no se nombra, no existe, su obra da cuenta de la inserción de escritores latinoamericanos en la Península Ibérica, donde la población inmigrante comienza a tener una entidad propia y, en el caso mexicano, puntos de referencia. Todo comienza emigrando Sergio Astorga (Ciudad de México 1968) proviene de las artes plásticas. Estudió la Licenciatura en Comunicación Gráfica en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (antigua Academia de San Carlos) y, aunque trunca, cursó la Licenciatura en Letras Hispánicas en

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Cristina Rentería Garita. Aproximaciones a la literatura mexicana...

Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), uno de los grandes emblemas nacionales. Durante los años ochenta, fundó el Taller de Pintura Infantil y fue responsable del curso de Diseño Natural, ambos en su alma mater, además de participar en actividades de orientación profesional a alumnos aspirantes a la UNAM. En los noventa, continuó con su vertiente docente ya en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (también de la UNAM). Esta labor fue acompasada con la publicación de dibujos, ilustración de libros, restauración de pinturas o la función pública como jefe del Departamento de Difusión del Programa Nacional de Solidaridad con Jornaleros Agrícolas de la Secretaría de Desarrollo Social (1992-1994). Durante estas dos décadas, Astorga emprendió la andadura literaria: participó y fue monitor de talleres de creación, escribió capítulos de libro y textos de presentación de exposiciones, e incluso fundó la revista Palabras de arena. En el año 2005, Portugal apareció en su vida, donde ha formado una familia y donde radica desde hace casi de veinte años. Desde ahí, Astorga ha ido construyendo su corpus literario, junto a su faceta como divulgador cultural, relacionando letras y arte. En el año 2010 publicó su primer libro, Temporal, de poesía, continuando con la participación en antologías de microrrelatos, principalmente en México. En 2020, publicó su primer libro de microficciones, Perplejidades, en la editorial Quarks Ediciones Digitales, de Lima, Perú. Por otro lado, en el mismo año en que Sergio Astorga cambiaba la Ciudad de México por Oporto, Paola Tena (Chihuahua, 1980) terminaba la carrera de Médico Cirujano y Partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACh). Un año después, en 2006, comenzó la especialidad de Pediatría, que concluiría en 2009, y, como ya corrían los tiempos de internet, encontró el amor en Tenerife (Islas Canarias, España), al que se mudó en 2011. Desde México, Tena ya había conocido la microficción a través de las redes sociales, Facebook y Twitter (hoy X), primero como lectora y luego imitando las formas que leía en el formato de los ciento cuarenta caracteres. Sin embargo, fue en España donde comenzó su trayectoria como narradora, con Las pe-

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queñas cosas (Ediciones La Palma, 2017), su ópera prima, ganadora del Concurso con Editores del Festival Índice 2017 y editado con la colaboración del Cabildo Insular de Tenerife. A Las pequeñas cosas le han seguido cinco libros más: Semillas de sirena (Quarks Ediciones Digitales), Cuentos incómodos (Editorial Cartonera Alebrije, 2019), Cordón colorado (Ediciones Sherezade, 2020), Rosa Mexicano (Editorial La Tinta del Silencio, 2020), MiniBestiario (Editorial Cartonera Alebrije, 2020) y Versión no autorizada (Editorial Cartonera Alebrije, 2020), y la participación en diversas antologías en México, Perú, Honduras y España. Actualmente, Paola Tena dirige su propio proyecto editorial Cartonera Alebrije, enfocado en el libro Sergio Astorga. Fotografía: cedida por el autor ©


cartonero, que ilustra por medio de collages de su creación; además, lleva a cabo labores de antologadora, jurado de concursos o directora de contenidos en un espacio literario semanal llamado Historias mínimas, en #CandelariaRadio. En sus ratos libres, es boxeadora amateur. Gracias a su obra, ha obtenido diversos reconocimientos, a destacar el nombramiento especial en el Concurso de microcuentos de la Feria Internacional del Libro de Bolivia (2015), el primer premio del XVII Certamen de Relato Hiperbreve de La Orotava (2017) y el tercer lugar en el Certamen de Hiperbreves de Candelaria (2018), entre otros. Si bien tanto Sergio Astorga como Paola Tena comenzaron sus inquietudes literarias en México, no fue hasta llegar a España y asentarse en ella que comenzó su profesionalización en la literatura. La fecha de partida considerada para ello es la publicación de su primer libro (Astorga en poesía, Tena en microficción), porque, en el campo literario, sería algo así como el mainstream institucional, que valida a través del ojo de los editores. En este contexto, ambos casos permiten ver que el «período de asentamiento» de ambos creadores es de alrededor de cinco años, dato que puede servir para analizar si este tiempo obedece a un pico de madurez en el oficio o si es la consecuencia de un factor económico y material. Sinceramente, me inclinaría hacia lo segundo. El canon como estructura de aprendizaje Existen diversas caracterizaciones y puntos de vista que conforman lo que, académicamente, se entiende como el microrrelato: ha de ser breve y buscar un pacto con el lector mediante la intriga de un misterio (por medio de la cual este decide no dejar de leer hasta que la resuelva). La microficción, por su parte, y entendida en rasgos generales como una variedad de denominaciones utilizadas para indicar textos brevísimos, se subraya como un texto fantástico que no ha de seguir las reglas consuetudinarias-transversales de introducción, desarrollo y desenlace. En sus dos primeras obras, Astorga y Tena muestran los rasgos canónicos del microrrelato que se recogen a continuación, parafraseando a Lauro Zavala, dios canónico del estudio del género (por llamarlo género, porque ese debate es otro melonazo que no abriré aquí):

1. Es rizómico: ofrece pistas por las que el lector llegará a la epifanía final o gran revelación. 2. Es intertextual: por la existencia e inferencia de otros textos dentro del microrrelato que, en su mayoría, son reconocibles por quien lee. 3. Es itinerante: porque oscila entre lo paródico, lo metaficcional y lo convencional. 4. Es anti-representacional: constituye una realidad autónoma distinta de la cotidiana y aceptada por defecto. 5. Es subversivo: en cuanto que el contenido es significado y resignificado por el lector y sus relecturas. Por tanto, se desplaza «de una lógica secuencial o aleatoria a una lógica intertextual» (parafraseando a Zavala). Las siguientes dos muestras cumplen, en su mayoría, con las condiciones anteriores. Aquí, la primera, de la pluma de Paola Tena: Día de locos Hay un día al año en que se permite que todos los locos del mundo salgan a recorrer las calles. Es un día extraño; más que nada para ellos, que no saben cómo comportarse encerrados como habían estado, y entonces gritan, ululan, se ríen convulsivamente, le peguntan al aire dónde están o intentan hablar con los transeúntes, sin ningún éxito. Los cuerdos hacen como que no los ven mientras caminan más deprisa. Y es que todos temen ese día, cuerdos y locos por igual, porque cuando las puertas de la locura vuelven a cerrarse siempre termina dentro alguien que no sabía que estaba loco, y también se queda fuera algún demente, fingiéndose cuerdo en este mundo sin ninguna dificultad.

En una entrevista para Dragaria, Paola Tena consideraba que los microrrelatos debían contener tres elementos centrales: la brevedad, la realidad fantástica y la sorpresa final. De manera concreta, y siguiendo la caracterización clásica del microrrelato, Tena enlaza una consecución de acciones que dan sensación de movimiento hacia adelante en la trama, construidas a partir de frases cortas que no apuestan por el despliegue, línea roja del género, ni por la comprensión de los personajes: sus acciones sólo mueven la historia, no

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Cristina Rentería Garita. Aproximaciones a la literatura mexicana...

profundizan en el proceso de ejecución del acto como tal. La microficción no ha de anclarse, debe fluir, no profundizar en una situación o pensamiento. De esta manera, el tiempo literario es sincrónico y, de ninguna manera, en clara consonancia con el canon, diacrónico. De esta forma el efecto de la «realidad fantástica» se establece, mediante el uso de acciones enlazadas, una tras otra. En Las pequeñas cosas, Tena se ciñe a las normas del microrrelato clásico: la sorpresa final, la reinterpretación de la literalidad y de las frases hechas, la metatextualidad de las obras o figuras clásicas canónicas de la literatura a las que, con regularidad, se recurre en el género: la mitología grecolatina, Edgar Allan Poe, La Metamorfosis, entre otras. Esto hace del libro un manual de instrucciones para comprenderlo en su vertiente más clásica; es un libro estampa que no contraviene su laissez faire, que lo sigue de la manera más fielmente posible, con sus las reglas y limitaciones. Si alguien quiere aprender a hacer un micro, compre este libro (publi no pagada). Sergio Astorga, por su parte, ofrece un trabajo menos ceñido a las reglas del juego, porque navega en el escenario de la microficción en sentido amplio. Perplejidades está estructurado por bloques de textos temáticos (como los caballos, los elefantes, el mar), ordenados en torno a la idea central de dejar sin aliento al lector. Como en su libro de poesía, es posible ver la relación de Astorga con la imagen, ya sea plasmada en el propio texto o descrita con palabras. Este rasgo caracteriza el trabajo de Astorga, es su forma de entender la «fusión continua de texto e imagen», donde «dibujar y escribir son como dos hermanitos de la misma madre», dice. Aquí una muestra: Cosas cotidianas Quiero contarte cosas cotidianas, vida diaria, el aguacate madura en el frutero y la guayaba se incomoda altiva al compartir espacio con el plátano. No sé por qué la manzana tiene un gesto adusto desde que empezó a oxidarse. Unas moscas opresoras revolotean perversas en un diámetro menor al fastidio que provocan y el mantel, ese mantel color hueso tiene ahora dos manchas coloradas como si se acongojara de vergüenza al perder su limpieza.

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Hay mucho espacio para el florero, desde tu partida el olvido lo tiene finamente ocupado. La cafetera pulcra y transparente espera mudarse a tu casa para repartir olores intensos y aromáticos. No sé por qué todo es más grande: los sonidos tardan mucho en regresar. ¿Será que te llevaste en tu maleta el murmullo de la vida? Aquí estoy sentado escribiéndote, esperando para decirte que te extraño. Que me haces falta, que soy un frutero sin dulzura. Por la ventana un rayo solar ilumina tu fotografía y se escucha a lo lejos el bullicio de niños que regresan a sus casas.

Este texto se compone de una escena descrita a partir de distintas imágenes, colores, olores y superficies. En ella destacan elementos tropicales, como el aguacate, la guayaba o el plátano. Del mismo modo, en sus microficciones aparecen con regularidad otras palabras claramente asociadas con la cultura mexicana como mazorca o copal, por citar algunas: «…Así creció, como mazorca amarilla y mazorca blanca, la letra que concibió las cosas como suyas. Como se sopla en el espejo, así se fue extendiendo su mirada y tuvieron nombre el cielo y la tierra, y el humo del copal esparció la noticia». En este contexto, las microficciones de Sergio Astorga se caracterizan por títulos-juego de palabras, por retomar la retórica del mito, referencias clásicas y manejo de imágenes para revelar una verdad vital, sorprendente. El desconcierto, la sorpresa, la aceptación y la validación mediante la relectura es la ruta trazada para recorrer, por parte de quien lee, una serie de pistas que funcionan como un mapa para ir descubriendo, en la mayoría de los casos, un personaje, un narrador, una situación concreta o la gran revelación. De este modo, los dos autores dejan constancia de sus herramientas en la configuración de su obra. Además, una de las que aflora se refiere al lenguaje, fundamental para el análisis de la literatura inmigrante. La identidad aculturada: el lenguaje como forma y ritmo Desde un punto de vista social y personal, la inmigración es una realidad en todo el mundo, sobre todo en Europa. Si los mexicanos en el continente se han carac-


Paola Tena. Fotografía: cedida por la autora ©

terizado por aportar mano de obra cualificada, quienes escriben, por no evitar el uso de mexicanismos. Tena, por ejemplo, construye frases que bien pueden estar en un español neutro, pero deja ver palabras que descubren un proceso de aculturación. En su microrrelato Infancia, es posible observar el uso indistinto y natural de ambas maneras del español: Contenido: 1 monstruo violeta. 5 cartas de amiga imaginaria. 112 historias narradas en fascículos. Set de frasquitos con enfermedades infantiles varias (paperas, varicela, rubéola: el sarampión se quebró en casa del vecino). 253 g. de costras. …1 saquito de dientes de leche. 7 duros para comprar una dulcería entera. Favor de embalar en papel de burbujas y almacenar con cuidado en el desván. El contenido es muy frágil.

Mientras que en México, el saquito es una pieza de vestir pequeña o duros no refiere una medida dineraria, la palabra dulcería no existe en el español de la Península Ibérica (la Real Academia de la Lengua Española la

define como 'confitería' —https://dle.rae.es/dulcería), pero sí en el leguaje popular mexicano y hace referencia al lugar donde se venden, en variedad y cantidad, caramelos de distintas clases. Finalmente, la palabra embalar se usa poco en México, siendo dicho comúnmente empacar o envolver. Por tanto, lo que es posible ver a partir del lenguaje utilizado en este y otros textos de la producción de Paola Tena es el proceso de aceptación del mundo en el que se vive y, por tanto, de integración en la esfera personal, íntima e identitaria. Aunque el rasgo más relevante está en la inmersión cultural, en cuanto comprensión de los imaginarios comunes en destino, que Tena deja ver en sus textos: «Laura, prometo no volver a mentirte: sigo fumando. Voy a la esquina por cigarrillos. No me tardo» (en clara referencia popular del abandono como «ir por cigarrillos y no volver nunca») o «…no vería ni un centavo del dinero que tanto le costó ganar. ¡Toma esta!, pensaba». Y debido a que el uso del lenguaje es una herramienta personal, de manera consciente o inconsciente, quizá por ello Tena dice sobre sí misma: «Me puedo considerar algo así como mexicanaria». Así, mientras el proceso de inmigración y aculturación sucede, al mismo tiempo reconecta a las personas con sus raíces y cobra valor la manera de nombrar las

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Cristina Rentería Garita. Aproximaciones a la literatura mexicana...

cosas tanto en forma como en fondo, tanto en el sonido como en el símbolo que conlleva. Para Sergio Astorga es importante la denominación de las cosas, su raíz lingüística (el náhuatl, propio del Altiplano, su lugar de origen) desde el sonido a la composición de las palabras; los símbolos indigenistas como el cascabel o la cosmovisión mesoamericana. Así deja constancia en su biografía: «Soy de México, de su ciudad, y gracias al tezontle —como primera piedra— el rojo comenzó a retumbar entre mis ojos y el cascabel de escucha por los cuatro puntos cardinales». Acude a rasgos canónicos de la cultura popular mexicana y, con ellos, crea estampas cuya transversalidad radica en su constante vuelta al origen: México. Soy Catrina He sido comida por el aire, no por los hombres. Aires grandes y suaves que me han dejado con los huesos. Mi carne es la tarima de noches frías de tabaco y de esos humos negros que te embriagan. No tengo lágrimas, todas las dejo en el hotel y en el vidrio del brindis. Me duelen más los tobillos que mi vientre porque está vacío de tanto recebo, en cambio mis tobillos giran, se hinchan al ritmo del danzón y me duelen, me duelen mucho como el sueño. Mis labios son rojos porque quiero y me visto de domingo para gastar las miradas de los jóvenes que pasan. Soy generosa, voraz y cordial a la hora del hambre y me enamora que me digan bella. Soy Catrina y por eso este aire me devora.

Astorga no deja de tener presente el español mexicano, tanto en sus microficciones como en su habla cotidiana, «No es sólo el bastón lo que me tiene amolado» o «… que a falta de piso fértil se ha empequeñecido tanto que una vergüenza le cuelga de sus ramas». De manera paralela, sin embargo, podría, mostrar un lenguaje aculturado al portugués, en cuanto uso del vocabulario y la construcción de las oraciones: «De este lado del tiempo, donde tú y yo estamos, sus apariciones conmueven y aunque no hay lugar cierto». La aplicación de estas palabras podría ser algo similar al concepto false friends para el inglés, donde palabras

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en el idioma de destino presentarían semejanzas con palabras del idioma natal, por ejemplo el uso de cierto como seguro. Por parte de la estructura, la influencia del portugués podría verse en el uso de la voz pasiva: «… Deja una casa mental, soles sobre la arena y esa avaricia de fruta no comida» o «La oceánica pareja real contaba los aguinaldos dejados por las corrientes ecuatoriales». Cerrando Estos dos escritores mexicanos son una muestra de la microficción inmigrante en la Península Ibérica. Por un lado, siguen los cánones estipulados y, por otro, usan del español mexicano como forma de expresión personal e identitaria, mezclándolo con el uso de las variantes lingüísticas o el idioma en destino. Finalmente, hacen referencias a la cultura de origen como sello de peculiaridad en sus obras. Así, en el trabajo de Astorga están presentes tanto el uso de mexicanismos y símbolos provenientes del Altiplano mesoamericano, como el uso del portugués a manera de sinónimo equívoco con algunas palabras en español. Por tanto, es posible ver una suerte de texto aculturado en lo lingüístico, con fuertes raíces mexicanas. En la obra de Tena, el uso de mexicanismos, aunque presente, está menos reiterado y, por sí mismos, no es posible determinar una raíz etnológica, pues se trata de términos usados a lo largo de todo el país; sin embargo, nuestra una imbricación con la cultura de destino, España, a través de sus imaginarios culturales o la inmersión expresiones locales. De esta manera, Tena también ejecuta el texto aculturado, pero desde la inmersión en el entorno. Los apuntes aquí descritos pueden dar pistas de la experiencia inmigrante en España y Portugal a través de la literatura. El tiempo promedio de asentamiento de estos dos escritores ha de contrastarse con factores económicos y sociales, siendo que la literatura como oficio requiere tiempo y estabilidad económica para llevarse a cabo. ¿Cuál sería el periodo de asentamiento creativo de otros creadores inmigrantes, especialmente de quienes se dedican a la literatura? Si tiene datos, no dude en escribirme.


El trazo libre de la escritura Por Aldo Alcota Un tiempo atrás el artista chileno Mario Murúa me contó algunas anécdotas sobre Mario Santiago Papasquiaro. Los dos pintaban departamentos en París para sobrevivir casi a finales de la década del setenta y entre ellos nació una estima mutua. Murúa en una oportunidad le prestó un libro de un famoso escritor francés y el poeta mexicano, después de unos días, se lo devolvió con sus páginas repletas de anotaciones, tachaduras y breves versos manuscritos, todo proveniente de su aventurada mano y que impresionaron al dueño de aquel ejemplar actualmente extraviado (el que fuera después integrante del relevante grupo de pintores latinoamericanos Magie Image —fundado en los ochenta en Francia— no recuerda dónde lo guardó). Esta costumbre fue parte de una peculiar forma de vida encarnada en la legendaria figura de Mario Santiago Papasquiaro, rebasada por la poesía. El bardo experimentó una propulsión hacia una mimesis dislocada, desafiando al mundo objetivo y sus vínculos cotidianos. Las reglas y jerarquías en el entorno literario fueron desbordadas por este espíritu rebelde, ávido por devorar palabras a través de la lectura para luego aventarlas furiosamente, con otra apariencia, hacia las páginas de los volúmenes que se atravesaban en su camino y así alterar ese níveo sosiego. Imagino a Mario Santiago Papasquiaro ungido por la transgresión de un Rimbaud, Lautréamont, Jarry, Huidobro, Vaché; por los alaridos dadaístas, la irrupción de la revolución surrealista, el remezón estridentista y el ímpetu de la beat generation. Luego viene la ruptura con las instituciones culturales, la complaciente tradición, la mediocridad, los escritores oficiales (y

su sed de galardones), el papazgo de Octavio Paz, e incluso no tarda el cuestionamiento ante los heterodoxos saberes aprendidos. La insumisión necesita ser reinventada, escrita, vivida y el Infrarrealismo aparece en el horizonte —ante los ojos de Santiago Papasquiaro y sus cómplices de travesía— a la manera de acto poético indignado frente a la injusta e insoportable realidad. Este movimiento desea poder transformar la existencia en todas sus dimensiones y su radical discurso se confabula con los idearios de los miembros de Hora Zero en el Perú, donde persevera entre ellos la colaboración y la admiración mutua. Mario Santiago Papasquiaro ensaya en su mente guantazos del lenguaje y sorprendentes visiones de una ingeniosa desmesura al ritmo de cumbias, las cuales fueron definidas por él mismo como «nietzchenísimas» en su poema «Si he de vivir que sea sin timón & en el delirio». Esto es un exordio para el gran danzón amanuense que desatará posteriormente en la pista de papel: la caligrafía se desplaza con una cadencia apretujada en la dureza lineal hasta consolidar el dominio de los talles salvajes. Ayudado de un bolígrafo interviene, marca, posee, permea, repiensa y modifica las páginas de Poesía inédita (1970-1980) de Orlando Guillén. Gracias a Ediciones Sin Fin (Barcelona) y a sus editores Ana María Chagra y Bruno Montané, esta operación de escritura y documento de enorme valor poético y visual (con un importante texto biográfico del infrarrealista —en tipografía de máquina de escribir— redactado por Rebeca López) ha sido publicado en 2023 bajo el título La historia nos absorberá (remedo de la famosa frase de Fidel Castro: «La historia me absolverá», incorporada en las anotaciones que hizo el autor chilango en el texto de Guillén). Virgilio Torres Hernández cuenta en el prólogo

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Aldo Alcota. El trazo libre de la escritura

de este nuevo libro aquel momento en que le enseña a Ana María Chagra, en Oaxaca, el ejemplar de Poesía inédita alterado por Mario Santiago, quien se lo había regalado en 1981 en el departamento que compartía la editora argentina junto al poeta y teórico peruano Tulio Mora (este episodio fue el germen del proyecto). Particular al alimón entre Orlando Guillén y el autor de Aullido de cisne donde la palabra es horadada por esos «gestos textuales», denominados así por Torres Hernández al referirse a la intervención del segundo. Escribir es un ejercicio incesante, necesario al igual que respirar en Mario Santiago Papasquiaro, una «presión persecutoria» o exigencia imperiosa a la que aludía Maurice Blanchot (además de considerar este intelectual francés el hecho de escribir «un entregarse a la fascinación de la ausencia de tiempo»). Santiago Papasquiaro recorre la página, se deja llevar por las posibilidades agudas y alucinadas que ofrecen los epigramas y los inusitados abismos procedentes de diferentes imágenes, las cuales convergen en lo absurdo, bizarro, urbano, espeluznante, satírico, popular y en un erotismo sadiano. Son registros de puño y letra por parte de un ejecutor que transfigura un «amoroso enero de 1980» en una «danza febril» y su asedio de rayas, asteriscos, flechas, círculos y subrayados se trenzan con aquella «esquizofrenia del significado y significante, como en los dibujos de Artaud», según Torres Hernández. En el espacio de las páginas crecen signos como si fueran indóciles arbustos, propios de una saturada historia reescrita al margen, dando pistas de un espíritu que no se cansa de deambular por los resquicios de un mundo desvariado. A modo de colofón en La historia nos absorberá, Guillén retoma la desasosegada coreografía grafológica de su amigo y le escribe unos versos lúdicos que desprenden una salutación y una reminiscencia próximas a lo onírico. La arremetida rupturista en la exorbitante escritura plástica-manual de Mario Santiago Papasquiaro (ahí vemos los temblores provocados por la insurrección del palimpsesto en las ordenadas tipografías de la hoja) lo vincula con lo más innovador del arte y la literatura que se viene dando desde el siglo XX (tengamos en cuenta, por ejemplo, El ojo cacodilato, óleo y collage de enormes dimensiones creado por Francis Picabia; los poemas pintados por Vicente Huidobro y Sara Malvar; los ejercicios de Ulises Carrión con estilógrafo en los folios; el Irradiaror estridencial, caligrama de Diego Rivera; o las pinturas de Cy Twombly). Y no puedo dejar

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de mencionar, a propósito de vanguardismo e iconoclastia, un hecho que me resulta curioso: al observar el tipo de letra manuscrita de Mario Santiago Papasquiaro, constato en ella un cierto parecido a la que tenía el antipoeta Nicanor Parra (los dos comparten ese mismo sello desafiante, mordiente y perspicaz para encarar una esperpéntica y turbada realidad). Hay una frase, poderosa en su definición, del poeta Juan Esteban Harrington —uno de los integrantes más jóvenes que tuvo el Infrarrealismo cuando se fundó— sobre su entrañable amigo Mario Santiago Papasquiaro (quien bautizó al chileno como Little Johnny, a partir de un poema del autor Brian Patten, oriundo de Liverpool): «Roberto Bolaño retrataba un corazón sangrante; Mario Santiago lo llevaba en la mano». Este enunciado deja en claro, magistralmente, la intensa y arriesgada vida, en los márgenes, que tuvo aquel outsider de Ciudad de México (a diferencia de Bolaño, consagrado casi al final de su vida por la crítica y las grandes editoriales), decidido a estar en contra de todo tipo de hegemonías y acomodamientos provenientes de los altaneros y a la vez medrosos ambientes culturales. Su vigencia crece día a día, su obra se lee cada vez más con entusiasmo y la admiración que le tienen las nuevas generaciones crece con vasta robustez. Un poeta absorbido por lo venidero. Nada fue en vano.


Toni Montesinos: una lectura íntima que pertenece a la humanidad Por José de María Romero Barea Gracias al distanciamiento cultural fomentado por las pandemias de desinformación, hemos aprendido a habitar, felizmente, las páginas de un libro, donde el tiempo se estira y contrae a voluntad: no solo avanza, sino también retrocede. En estas dos publicaciones recientes, los flashbacks demoran el desenlace, o lo aceleran para nuestro disfrute. Aunque su lente es particular, la visión que propician es panóptica. Leemos El sueño esclavo (2021) soñando, señalando lugares al azar en el mapa de una imaginación ilustrada, pergeñando vidas alternativas en una erudición que se expande, arremolinada en las perspectivas de las pruebas adyacentes. Vinculadas premisas alientan la Larga pintura del hombre (2023), donde la lucidez crítica se deleita en las libertades de un ingenio que detiene el instante con su ilimitado proyecto liberal. ¿De qué tratan estos dos estudios? De felicidades no ligadas a una trama previa, a no ser las peripecias del lenguaje mismo, o su disolución en los argumentos de un tributo sincero, a base de instantáneas nítidas, hasta conformar un material de archivo complaciente con la lectura atenta. Encajan estos dos ensayos del autor catalán Toni Montesinos (Barcelona, ​​1972) con un mundo, el nuestro, que ha adquirido confianza en sí mismo, aunque sigue sin saber en qué dirección se mueve. En estas dos compilaciones del crítico del diario La Razón, el asunto no es otro que la curiosidad de un extenso ejercicio en prosa acerca de la melancolía de querer abarcarlo todo a través de una irreductible sensación de pérdida, pero también de oportunidad, de vida vivida a través de momentos de reflexión, posibilidades del pasado que se extienden infinitas hacia el horizonte del futuro. Una revisión profunda de todos los géneros Se cosen con devoción las conexiones íntimas, como filamentos ramificados, mientras deambulan con precisión

entre la humanidad y la naturaleza: «El álbum de dibujos o fotografías existentes en el que el autor posa o es retratado fumando podría servir de diccionario de la historia de la literatura moderna» («Escritura que se fuma»). Nos abrimos a los florecimientos digresivos, a las filosofías intricadas, somos los perplejos lectores de las quiméricas entregas del colaborador en revistas como Clarín, Mercurio o Letra Internacional: «El Orfeo moderno, en contraste con el cantor que visitó el Averno para resucitar a su esposa, es un ser pasivo» («La utilidad de la literatura»). En la colección de tratados El sueño esclavo, digresivas piedras de toque nos imploran que armonicemos con sus resonancias eruditas, haciéndonos receptivos a las verdades objetivas de los sistemas de creencias que conforman nuestras identidades: «En su tiempo final, Isak Dinesen prácticamente se alimentaba sólo de fresas, fumaba sin parar y sentía debilidad por el champán» («Dinesen y Markham: vuelos y amores sobre África»). A cambio, las perspectivas de este licenciado en Filología Hispánica invaden las periferias con sus ilimitadas radiografías a las herencias. Se desplaza el novelista de Solos en los bares de noche (2002) a través de las motivaciones y los recuerdos permanentes de una existencia entre anaqueles, llevándonos de regreso a través de un viaje consciente por las ironías de nuestro estado de vigilancia permanente, reacia a «conjugar ciencia y religión de forma razonable y pacífica, que es una de las maneras de aprender y estar de continuo en los albores de la modernidad» («Sir Thomas Browne: el inventor de palabras»). Resplandece el resultado con alusiones líricoecológicas, enciclopédicos conocimientos en una hibridación luminosa. Aguda es la atención del creador de El gran impaciente. Suicidio literario y filosófico (2005), que se entreabre a las reflexiones inquisitivas de una mente que se resiste a ser colonizada, percibiendo más allá, a base de profundizar en las conexiones sinápticas entre identidad y creatividad.

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José de María Romero Barea. Toni Montesinos: una lectura íntima...

Se dirige a nosotros, al igual que hace el autor inglés Peter Ackroyd a través de la capital británica, «por pasadizos secretos, prohibidos para el ciudadano de a pie, por los túneles del Támesis hasta iluminar una vida bajo tierra plena aún de misterios, peligros y sorpresas» («Londres en la historia y bajo tierra»). En este Trío de artículos de comportamientos literarios, el poeta de El atlas de la memoria (1998) da la vuelta a las palabras, evocando su poder omnipotente, sus limitaciones innatas. Circunnavega esencias, interrogando a lo inefable, adentrándose en la maleza de la erudición para trazar las relaciones simbióticas entre impostura y actualidad, urdiendo «una nueva manera de sentir el misterio literario, lo que implica la revisión profunda de todos los géneros» («Los amigos de Borges»). Desafiante, la prosa del erudito de Experiencia y memoria (2006) nos conduce a través de sus innumerables laberintos, entre evocadoras paradojas y pensamientos entretejidos, entregado «con enérgico fervor a los grandes libros del pasado, releyéndolos, enseñándolos, compartiendo algo que es sólo suyo —la lectura íntima— pero que pertenece a la humanidad entera» («Mario Vargas Llosa y la fraternidad literaria»). Una forma de desbloquear los secretos del universo Se aprecian las diferentes escalas temporales que denuncian nuestra eterna pequeñez: «Este libro es un cruce de caminos» [se refiere a El agujero de Vermeer (2019)]. El colaborador del suplemento «El Viajero» del diario El País renuncia a la carrera contrarreloj de nuestras expectativas para asentarse en el presente. En su exégesis La larga pintura del hombre, los elementos biográficos están cosidos inadvertidamente a la autobiografía. Recargada de ilimitada inventiva, se nos regala «una llave para entender la naturaleza del espacio y el tiempo, una forma de desbloquear los secretos del universo» [sobre Agujeros negros, de Stephen Hawking]. Una lectura tan tonificante como compleja se afana en romper tabúes, resaltando «el poso común de lengua, libros y amor por el pasado y el arte del que aún somos, en buena parte deudores» [sobre Evangelios, 2006]. El libretista de la ópera Trenes de marzo (2006) intenta dragados de dudas, exámenes viscerales, cerebrales radiografías de nuestras empresas, hasta configurar «un mosaico humano al completo» [sobre Yo, Julia (2018)]. En este tiempo «en que un clic nos proporciona información ingente […] en una especie de fast food

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informativa» («Todopoderosos que cambiaron el planeta»), este vademécum omnicomprensivo se enfrenta a la pérdida deliberada de unicidad en beneficio de una variedad que nos ayude a discernir y comprender el instante. Al mapear la tradición desde todos los ángulos, reniega de simplicidades, sometiéndose «al rigor histórico y la reformulación de hechos que se daban por supuestos y que merecen revisitarse bajo un prisma nuevo» («Una sempiterna tragedia entre políticos ineptos»). ¿Es posible el descanso genuino en este mundo hipermercantilizado? Gnómicas revelaciones como la anterior emiten destellos que se relacionan con los trabajos incluidos en este memorial «cuyo mensaje es vigente y puede cambiar actitudes» («Una ocasión perdida para Estados Unidos»). Mediante paralelismos entre libros como criaturas inteligentes atrapadas entre cubiertas, se proporcionan «caminos para reconducirnos hacia una política del bien común» (sobre La tiranía del miedo, 2020). Se conectan entre sí estos Tríos de artículos de comportamientos históricos, a través de las interioridades plagadas de detalles realistas. Realismo, sin embargo, no es aquí sinónimo de aburrimiento. Estas páginas están llenas de inventiva, elocuencia y minuciosidad, incluso en las situaciones más mundanas, «en el modo en que los influencers han cambiado el omnipresente y omnipotente mundo de la publicidad, que empapa nuestro día a día por completo» [sobre Influencers, 2022]. Técnicas poéticas dan cuenta del fracaso/ausencia/ colapso del significado para hacer palpable la desorientadora experiencia del sentido. El cronista de Escenas de la catástrofe (2010) no describe, sino que encarna estudios sociológicos sobre la enajenación, para «gobernar lo imparable: el paso de los segundos, los minutos, las horas, los días» [sobre Cronometrados, 2017]. Se ocupa lo mismo de la infancia que de la amistad, de la sombra alargada de la guerra o su inesperado legado intelectual, de la ambición y el delirio y el peligro de sobrevivir para contarlo, precisamente «hoy que viajamos sabiendo lo que nos vamos a encontrar», y precisamos «meditar al respecto» («Periodistas como historiadores»). Larga pintura, es, como su título indica, un volumen pictórico en esencia, donde las palabras se comportan como lienzos, con intentos audaces de verbales empastes, como si la pluma y el pincel fueran actos de reconocimiento, en un «torrente de ideas que incursionan en la


historia, la filosofía o la mitología […] que no exploramos como se merece» [sobre Godot sigue sin venir (2016)]. ¿Vivimos una época de prosperidad? Las reacciones violentas que acompañan al progreso rara vez se reconocen con el mismo énfasis que los avances. Por eso es imperativo registrar todos los matices de la Historia. De ahí la pertinencia de este «ejercicio de ver, por medio de un testimonio literario, las posibles consecuencias directas en el cuerpo y la conciencia de una herida de guerra» [sobre Johnny empuñó su fusil (1939)].

Toni Montesinos. Fotografía: CristinaMoMarq.

Nos aferramos a otras existencias a través de las puertas corredizas de esta crónica pormenorizada acerca de lo que podría haber sido y ha terminado siendo, precedida por una cita del filósofo francés Michel de Montaigne (1533-1592) que reza: «En los historiadores se encuentra la verdad y variedad de las condiciones internas de la personalidad humana». Ha urdido Montesinos un dispositivo de última generación que nos permite volver a experimentar las remembranzas («Porque la historia es larga, larga, larga», nos recuerda el poeta norteamericano Walt Whitman (1819-1892), en el epígrafe), para desafiar incredulidades. Podemos vivir indirectamente a través de sus consideraciones, ensayando vidas, recreando pasados. Un ente cambiante, con todas las posibilidades abiertas Los razonamientos de El sueño esclavo se desarrollan dentro de la vibrante aunque matizada representación de una complejidad no exenta de contradicciones e influencias en competición: «Al cenit llegará Conrad con el viaje de Kurtz y Marlow, lleno de paisajes de tinieblas que, con sólo un puñado de páginas, llega al corazón del alma humana» («Conrad, Lowry y el mar de la escritura»).

Las tensiones entre creencias desvían las tramas hacia futuros inesperados. La atracción es instantánea en esta pormenorizada historia de amor a la literatura universal, escrita con «la pasión lectora insuperable de un Bloom que busca, también entre sus contemporáneos, sanar su yo con versos» («Harold Bloom o el buscador de genios»). Las jornadas que pasamos junto al Premio Ciudad de Alcalá de 1999 son profundamente formativas. Sus reflexiones nos invitan a revisar nuestras categorías, el exégeta «tiene el coraje de cuestionar su reacción y por lo tanto su amistad [con el Doctor Johnson], mantiene una buena predisposición pese a ciertos obstáculos que dificultan el trayecto» («El diario viajero de James Boswell»). Escrita sin sentimentalismos, Larga pintura es, en esencia, una elegía continuada, un lamento por las oportunidades perdidas en vidas desperdiciadas lejos del sueño borgiano de «La Biblioteca de Babel, un lugar soñado que contendría todos los libros» [leemos en El inicio de la biblioteca total]. Se abre paso una expresión controlada de rabia contra un sistema que continúa fallando incluso cuando explota sus propias desesperaciones, reivindicando «un mundo que es plenamente literario» [sobre El poder de las historias (2021)]. Sus no-lugares con alma evidencian los horrores de la modernidad, con santuarios de papel que desdeñan las banalidades del consumismo mundial. Se acumulan «noticias y lecturas que regalan ratos de continua amenidad en medio de un análisis que profundiza en lo histórico, lingüístico y social» [sobre Enfermos del libro (2009)]. Estas nos cambian espiritualmente para siempre, son puerta de entrada a todos los colores del espectro comunal. Estos dos volúmenes, editados por El Desvelo, nos ofrecen renovadas profundidades en cada revisión. Su intensidad consiste en su habilidad para ofrecernos algo veraz, que se extiende más allá de los confines de sus páginas. Dramáticas perspectivas enriquecen el mero representar. Se aclaran nombres que hasta entonces nos eran desconocidos. Se profundizan las relaciones de lo que hasta ahora permanecía inconexo. Las conclusiones despliegan prolongadas emociones de reconocimiento en la sinuosa atemporalidad de estas caminatas dentro de la propia imaginación. Contra los bloqueos de la razón, esta coherencia entre libros, mediante la cual Toni Montesinos logra una elasticidad espaciotemporal consistente en sacarnos del momento, convirtiendo lo que nos era familiar en un ente cambiante, con todas las posibilidades abiertas.

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Dinosaurio

David Pascual (aka Perfumme) Colectivo Bruxista, 2024 144 págs.

Dinosaurio versus Donatello Por Bel Carrasco Dinosaurio es el mejor amigo del narrador y protagonista de la última novela de David Pascual (aka Perfumme), escritor y guionista valenciano que conserva todavía el alias que usaba cuando se dedicaba a la música. Dinosaurio es el refugio de ese chaval sin nombre ni edad concreta que vive con sus padres y su hermano en un lugar fuera del espacio y del tiempo bajo la férula de Donatello ser supremo con pinta de tortuga ninja. No es una familia normal. El padre pasa el tiempo viendo realitys shows, la madre les da de comer solo patatas y las relaciones fraternas no son precisamente idílicas. «No sé nada de mi hermano. No hablamos nunca más que con los puños. Somos como dos gatos que no pueden vivir en el mismo espacio. Como dos perros rabiosos. No sé nada de él. Qué le gusta. Si tiene amigos. Si es heterosexual. Si llora alguna vez como yo lloro...». En un ambiente desquiciado, el chico busca consuelo en sus ejercicios de musculación, pues solo un hombre fit llegará al reino de Donatello, y en sus escapadas al río donde vive Dinosaurio, un hombre mayor que él con el que hace el roma (amor) mientras sueña con quedarse embarazado y criar juntos a su criatura. La voz infantil que narra sus sentimientos más íntimos se intercala con los sermones de Donatello deidad despótica e inclemente: «En el cuarto día Donatello hizo instalar antenas sobre la copa de cada árbol y dijo: Mirad la televisión, pues a través de ella conoceréis mi reino. Porque lo importante no es tangible […] Mirad la televisión porque en la publicidad está mi palabra». En sus anteriores títulos Pascual demostró que no transita por caminos trillados, sino por trochas escarpadas que conducen a lugares donde todos hemos estado y preferimos no regresar jamás. En Gordo de porcelana fabulaba sobre la hermana de Antonio Anglés y, como en esta historia, también hay un niño o varios

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niños muertos. «¿Dónde van los niños cuando mueren, Donatello? Espero que a un lugar mejor». En Dinosaurio da una vuelta más de tuerca. Sujeta al lector por la solapa y lo sacude. Un antídoto contra las toxinas mentales que genera la literatura complaciente. Dinosaurio es una alegoría de los infiernos de la infancia concebida en sentido amplio, la edad que precede al fin de la inocencia, entre el miedo y la angustia y la búsqueda del placer, la felicidad y el amor. Un cuadro abstracto que de cerca parece una constelación de manchas caóticas, pero que a cierta distancia despliega la belleza que a veces destella en la oscuridad. Con una prosa entre descarnada y poética Pascual compone una fábula terrorífica, una alegoría polisémica en la que cada lector cosecha su propio significado. Para mí representa la eterna lucha entre el Bien y el Mal encarnados, respectivamente por Dinosaurio y Donatello, y ese molerse a palos de los hermanos que no es más que la constante pugna de la dual naturaleza humana: luz versus tinieblas. Bajo la falsa apariencia de una marcianada genial, Pascual baraja temas profundos y trascendentes. Compone un artefacto sobre las relaciones de poder y una crítica feroz a los corsés mentales impuestos por las religiones, a la cultura de masas, al culto al cuerpo y a la opresión que ejerce la familia. Un cuento pop y postapocalíptico en el que no deja títere con cabeza.


Diamantes negros

Jimmy Entraigües Contrabando: Valencia, 2024 212 págs.

El último golpe del ladrón elegante Por Eloi Yagüe La fascinación por el personaje del ladrón elegante o «de guante blanco» ha dado lugar a una serie de entretenidas novelas a partir del sofisticado Arsenio Lupin, creado por Maurice Leblanc en 1905. Hoy en día Jimmy Entraigües (Buenos Aires, 1962), escritor argentino afincado en España, retoma el tema de manera acertada con Diamantes negros. La acción trascurre en Valencia, ciudad portuaria donde se produce un incesante movimiento de mercancías tanto legales como ilegales. Entre las últimas se encuentran «oro de sangre» y «diamantes negros», mercancías muy valiosas de dudosa procedencia, debido a que para su extracción se usan métodos violentos o violatorios de los derechos humanos. Un grupo de poderosos señores que trafica con estas alhajas propone a Beltrán, dueño de una modesta joyería en un popular barrio valenciano, guardar en su

caja fuerte un lote de estas piezas. A cambio, le pagarán con relojes de marca. Esto es lo que, en jerga policial, se llama «colchón», es decir, un lugar seguro donde guardar mercancía muy valiosa sin llamar la atención, mientras se decide qué hacer con ella. Con lo que no cuentan es con que, desde hace tiempo, René Clemont le tiene el ojo puesto a la joyería. Clemont es un ladrón veterano, especializado en hurto de joyas y diamantes, que desde hace tiempo no comete un robo. Pero decide activarse de nuevo para lanzar su último golpe, pues desea compartir una dorada jubilación con su querida Montse, que nada sabe de su historial delictivo. Y es que en el pasado René cometió varios robos importantes dejando como sello personal —aficionado al ajedrez, después de todo— un alfil en cada uno de ellos. Para ello cuenta con su veteranía para planificar robos y la ayuda de Daniel, un joven ladrón tan entusiasta como novato. Está todo preparado: la fecha, la hora, el modus operandi, la evaluación técnica de los sistemas de seguridad. La caja de herramientas de René tiene muchos instrumentos, pero entre ellos no hay armas, ya que no es partidario de la violencia. Pero a la inspectora Laura Castell, quien conoce al dedillo la fama del «Ladrón del Alfil», no le extrañaría para nada que estuviera en Valencia, así como tampoco que anduviera planificando un robo, porque, como sabe por experiencia, robar a esos niveles es una actividad que genera mucha adrenalina, y la adrenalina produce adicción. El robo tiene lugar, todo lo planificado se cumple de manera milimétrica hasta que René abre la caja fuerte y se encuentra con una sorpresa mayúscula. El robo se complica cuando llega la policía, interviene un comando de albano-kosovares, y con los patéticos intentos de Puchades, el jerarca político de turno, para impedir ser relacionado con el valiosísimo alijo. Los personajes femeninos brillan con luz propia, en particular la despampanante Sandra Lezama, abogada de Clemont, quien lo ha sacado de atolladeros en más de una ocasión y es capaz de tragarse un puñado de diamantes como pago por sus servicios profesionales. Jimmy Entraigües ha bordado una novela con una prosa cuidada, redonda, que hoy en día escasea especialmente en este tipo de novelas. En suma, Diamantes negros es una novela cuyo único defecto, a diferencia de otras, es ser demasiado corta. Ojalá que el autor tenga entre sus planes seguir desarrollando estos fascinantes personajes para regalarnos de nuevo su elegante estilo y su capacidad de imaginar tramas de alta tensión narrativa.

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El ambigú

Río Cárdeno

Juan Ramón Santos De la Luna Libros: Mérida, 2024 266 págs.

Un valor seguro Por José García Alonso No descubro nada si digo que Juan Ramón Santos se ha convertido, desde hace tiempo ya, en un más que sólido novelista y poeta, en uno de esos escritores de los que tomamos gustosa nota para no dejar pasar su siguiente entrega. Su estilo narrativo, su tono, que en alguna de sus novelas anteriores dejaba ver sus influencias bayalianas, se ha convertido, sin renunciar a ellas, en un estilo propio, con un dominio natural del lenguaje y de las tramas que se sustancia en novelas con una prosa que cautiva al lector atento y unas historias que mantienen su interés y tensión hasta el final. Río Cárdeno, su última novela, cumple sobradamente con lo que acabo de señalar y muestra una solidez narrativa que no es fácil de encontrar en el amplio y variado panorama literario actual. En Río Cárdeno vuelve a aparecer el territorio al que Juan Ramón Santos ha dado vida en sus libros anteriores, esa comarca araciana que es origen y destino de todos los personajes, que parecen atrapados entre la desgracia de estar y la imposibilidad de huir. Un espacio, un paisaje vivo en su aspereza, del que Santos, con sabia maestría, nos regala una descripción sociológica tan potente que la personalidad del territorio —actor fundamental en su obra— contamina el carácter de todos los que lo habitan, los perfila más allá de sus particulares descripciones. El territorio como sustrato de una obra sobre la que Juan Ramón Santos construye personajes, tramas y hasta pantanos, porque la historia que se nos cuenta en Río Cárdeno se ubica en la época del desarrollismo de los años sesenta del siglo XX. A Juan Plata, el protagonista de Río Cárdeno, ya lo conocemos de una novela anterior del autor, El tesoro de la isla, pero en esta conoceremos al Juan Plata anterior al personaje de aquella novela, un flashback que, más que cerrar un círculo, nos habla mucho de la seriedad del proyecto narrativo de Santos y de la inagotable

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fuente de fabulaciones en la que se ha convertido, desde su primera novela, Biblia apócrifa de Aracia, ese territorio tan propio y peculiar y, a la vez, tan conectado con Benet, Rulfo, Luis Mateo o Hidalgo Bayal. Pero regresemos a Juan Plata, inexperto estudiante de derecho que pasa sus vacaciones de verano en Aracia, lugar que ama y repudia al mismo tiempo, mientras trabaja en el bar Quiroga —su origen humilde lo hace necesario— y dedica el resto de su tiempo a sus aficiones preferidas, el cine y la literatura, y a pasear con sus amigos, estancados en el costumbrismo araciano. Nuestro Long John Silver se ve envuelto en una trama en la que los poderosos de Aracia parecen maquinar un complot alrededor de la compra de unos terrenos. Plata, al que se le suponen incipientes conocimientos de derecho, es llamado por Santiago Garrido, un peculiar estanquero mutilado, para que averigüe las oscuras intenciones que se esconden tras esa compra. Así arranca Río Cárdeno, una novela perfectamente construida, que en todo momento mantiene el interés del lector, con unos personajes secundarios que parecen arrancados del propio terreno, con las paradas necesarias para recapitular o conocer mejor la intrahistoria del lugar y de sus protagonistas. Una novela con constantes referencias cinematográficas y literarias que no son meras citas o guiños, sino que sirven como espejo en el que se reflejan los personajes, como escape de esa Aracia que parece devorarlos a todos, especialmente a Juan Plata. Amistad, familia, poder, la formación del carácter: todo eso está en esta novela completísima, escrita con una naturalidad que, lejos de renunciar a la calidad, no hace más que mostrarnos la consistencia literaria de todo lo que sale de la pluma de Santos. Quien no se haya acercado a la narrativa del placentino tiene aquí una buena oportunidad para hacerlo. Río Cárdeno es un valor seguro.


El teatro perpetuo

Franco Chiravalloti Tres hermanas, 2024 176 págs.

Abrasador Chiaravalloti Por Juan Peregrina Martín Es muy difícil contar el desarraigo y, en parte, Franco Chiaravalloti (Buenos Aires, 1979) lo intenta mediante la emoción y la búsqueda de esa verdad de quien ha abandonado su casa, su barrio, su gente. Por otra parte, los relatos de El teatro perpetuo están contenidos en un espacio que permite al autor utilizar la mejor técnica para llegar al puerto más factible al que cada cuento merece arribar en nuestra lectura. Finales que parecen sacados del mejor fantástico pero que, en realidad, se aposentan en el realismo; principios con el conflicto en la primera línea, los problemas derivados de un deseo férreo, los simbolismos exacerbados del desastre más absoluto y las apariencias o equívocos que perpetran una incomodidad que hará que releamos las piezas con ojo avizor a la par que nos advertirán, en una primera lectura, de tener en cuenta qué podrá venir después, porque lo leído ya es un tanto especial: las relaciones, las reacciones, los pensamientos de protagonistas y sus recuerdos. El desamparo y el dolor se compenetran emocionalmente en la primera parte, titulada «El grito astillado», con un acierto que ronda el cuerpo, el sexo y la querencia animal que llevamos dentro y que brota cuando leemos páginas de rotunda belleza y plenas de narratividad: road short-stories, aventuras, preocupaciones y ese abismo del destierro por el que acompañamos a quienes pelean por sobrevivir. Durante la segunda parte del volumen, «Geografía materna», contemplaremos cómo las decisiones de querer «cambiar el futuro para recuperar el pasado» no serán las más acertadas, cómo existen abrazos jungla y abrazos río, cómo la elegancia de la expresión de Chiaravalloti acompaña y consuela en parte la miseria humana que recorre estas páginas. Hay mujeres que sufren, luchan y viajan por necesidad de trabajo:

el libro se preocupa por enseñar detalles de personajes corrientes que intentan resistir el embate del destino, a veces cruel, a veces más sereno, pero siempre novedoso, cambiante, eléctrico. La insistencia en formas, texturas, olores y sabores nos hará comprender cómo un cuentista puede aprovechar los sentidos para unir imágenes a la ambientación y condicionar nuestra lectura. Es curioso cómo un libro cargado de ausencias convoca tantas presencias de personajes perdidos, inadaptados a su nuevo destino, descontentos y que se plantean si la decisión que tomaron entonces merece la pena ahora que la pérdida es palpable, real, definitiva. Empatizaremos con las mujeres —que son legión— de los diferentes relatos, con el punto de vista escogido y con sus aventuras y desventuras: desde esa madre incorregible en el desafecto a su hija, casi odio, hasta esa hija que cuida desde el principio del final a su madre y comprende que la muerte es un designio más de la vida que nos tocó vivir hasta que dejamos de vivirla. Prostitución, desengaño, suciedad y pena honda: elementos que también se describirán con todo lujo de detalles porque el mundo se compone de belleza y terror, de alegría y de sordidez, porque, como dejó escrito el poeta Carnero, «la sordidez es nuestro pan». Este libro de relatos merecerá una —al menos— relectura porque los grados de matices, los finales, las decisiones de los personajes adquieren una nueva dimensión al revisar los textos y eso añade siempre una satisfacción más a quien se acerca a leer. Y del último relato, «Abrasadoramente», nada más decir que es una epifanía que derrocha hermosura de principio a fin: literatura de la buena, salvaje y sensual.

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El ambigú

La vida por delante

Magalí Etchebarne Páginas de Espuma: Madrid, 2024 120 págs.

La vida como viaje Por Miguel Sanfeliu Magalí Etchebarne acaba de ganar con La vida por delante el VIII Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve, convocado por la denominación de origen Ribera del Duero y por Páginas de Espuma, una editorial que se mantiene fiel al género del relato y que se ha convertido en un referente. El jurado estuvo presidido por Mariana Enríquez y formado por autores como Brenda Navarro y Carlos Castán. El libro La vida por delante, compuesto por tan sólo cuatro relatos, más extensos que la mayoría de los que conformaban Los mejores días, su anterior libro también de relatos, encierra aspectos de la vida que nos resultan cruciales. Nos habla del fin del amor, de la familia, de la vejez, de la enfermedad, del sexo, de la muerte, de las cicatrices del pasado, de la infidelidad, del conformismo, de la amistad, de vivir, en definitiva, y del valor que hay que tener para seguir adelante. Todas las protagonistas de estos relatos realizan algún viaje. La madre del primero viaja a Mar del Sur, y también recuerda su viaje de luna de miel. En el segundo, la traductora Julia y la autora Leslie van a las cataratas de Iguazú. En el tercero, dos hermanas llevan las cenizas de su madre para echarlas al mar (este cuento tiene una conexión evidente con el primero). Y, por último, una pareja viaja a una casa rural, quizá intentando que lo que queda de su relación no termine de desintegrarse. La vida es un viaje lleno de contratiempos e intentamos no llevar a cabo ese viaje a solas. Queremos tener compañía, pero eso no resulta fácil. Cuando tenemos compañía, esta puede dejarnos por otra, y también puede resultarnos insoportable aguantar sus manías y sus desplantes. La amistad puede ser efímera, como la felicidad. La familia está a nuestro lado en los momentos más difíciles, aunque sea una familia disgregada.

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Las historias de Magalí Etchebarne se despliegan en múltiples direcciones, viajan en el tiempo, retroceden, vuelven al presente, se detienen, más bien hacen balance del significado de vivir. Su lenguaje es directo y su forma de narrar podríamos afirmar que se caracteriza por la eficacia. Toda una vida puede resumirse en unas pocas líneas. Y nos viene a decir que el futuro es como una selva, siempre oscura, aunque haya sol. Un relato puede centrarse en una anécdota, en un suceso curioso, o en un momento de balance o de transformación. Un instante puede encerrar una vida o ponernos ante la cara una frustración, un remordimiento, un secreto… Y en este sentido, las historias de Etchebarne escapan a cualquier cliché o clasificación. Sus cuentos van más allá y pretenden contener toda una vida. Podríamos decir que estas historias nos hablan de vidas atascadas, de existencias desorientadas, en pausa. Una vida por delante, es posible, pero hacia dónde y, sobre todo, con qué sentido. Avanzamos por pozos de agua estancada, por remansos que parecen eternos, mientras la vida parece ser esa cosa que le pasa a los demás. El motor del mundo son vidas desorientadas, aprendiendo a seguir adelante, perdidos en esa selva oscura y misteriosa, aunque haya sol, aunque haya gente que ría y suicidas anónimos que dan por perdida la apuesta. Una vida resumida en un pijama mal doblado debajo de una almohada, en años desperdiciados, que tal vez pueda ser enmendada por una piedra de color negro, una obsidiana, capaz de reactivar el cuerpo, de devolverle la alegría, porque llegará un momento, rápido, sin saber muy bien cómo, en que se mirará al espejo y una anciana habrá ocupado su lugar. En la página 83 podemos leer: «A mí qué me importa el presente, es solo una fuerza imantada hacia el pasado que frena al futuro. Qué es el presente, a quién le importa si no existe, no dura, no cuenta una historia». El presente no existe y vemos el pasado como un lastre que nos limita y determina. Esa es la originalidad de la forma de narrar de Magalí Etchebarne: la capacidad de darle la vuelta al género del relato, de resignificarlo. Y bienvenido sea este premio por poner el foco en una narradora como ella, que ya levantó muchas expectativas con su anterior libro pero que con este da un rotundo golpe de autoridad.


Cajón de sastre

Eduardo Castro Alhulia: Granada, 2023 133 págs.

Silva de varia lección Por José Abad El género literario de la miscelánea cuenta con una historia secular, hay quien dice que milenaria y sitúa a Plutarco entre los primeros cultivadores. Sin necesidad de irse tan atrás en el tiempo, tal como la conocemos, la miscelánea conoció una gran efervescencia a partir del siglo XVI, parece ser que en estrecha relación con la invención de la imprenta, que facilitaba estos compendios o dispendios literarios a lectores ávidos de reunir mucho y muy variado en unas pocas páginas. En España, en aquel siglo, tuvieron una gran acogida la Silva de varia lección (1540) de Pedro Mexía o el Jardín de Flores curiosas (1570) de Antonio de Torquemada, pero hubo más, muchas más, muchísimas más, tantas que el bueno de Francisco de Quevedo reaccionó, tal como era habitual en él, lanzando un órdago al mercado con su Libro de todas las cosas y otras muchas más. Eduardo Castro ha hecho su particular aportación al género: Cajón de sastre, que es el nombre que popu-

larmente recibieron las misceláneas; en la primera página, Castro recuerda qué suele entenderse por tal: 1) «Conjunto de cosas diversas y desordenadas»; y 2) «Persona que tiene en su imaginación gran variedad de ideas desordenadas y confusas». El rasgo identitario más acusado del género es la heterogeneidad. Cajón de sastre cumple sobradamente este requisito: el volumen reúne un poemario inédito, un puñado de escritos dedicados a otros tantos amigos, y un «cajón de sastre» menor dentro del «cajón de sastre» mayor en donde se entremezclan prosas, versos y textos de origen diverso y disperso. De las tres partes, me quedo con la primera: «Libro de ecos y réplicas», compuesto entre 2005 y 2023; un conjunto de veintidós poemas en los cuales —al hilo de un verso, axioma o sentencia famosa— Eduardo Castro propone curiosas y, en ocasiones, sustanciosas variaciones. Por ejemplo, en respuesta a la pregunta de Gustavo Adolfo Bécquer ¿Qué es poesía?, Castro repite eso de «Poesía eres tú», antes de salirse por la tangente y llevarse la reflexión a un dominio estrictamente personal. En «Yo también maldigo el río del tiempo», el escritor retoma la frase atribuida a Mao Tse-Tung para hacer un muy divertido balance del día a día de un septuagenario y en «Coplas de la Parca embaucadora» emula las de Jorge Manrique, empleando asimismo la sextilla manriqueña, con fines menos ominosos. Junto a la heterogeneidad, el otro rasgo distintivo de la miscelánea es el humor. No obstante, Castro adopta de tanto en tanto un tono grave, como en el poema «Silencio», que toma la palabra a doña Bernarda Alba para exasperar el imperativo final del drama lorquiano: «Ya solo quiero silencio, / descanso, oscuridad, / sosiego, muerte, paz… / Silencio. El vacío, la nada». En los textos reunidos (arrejuntados) en la tercera parte hallamos un poco de todo, a la buena de dios (escrito en minúscula, por favor). En esta intrincada selva, hay una pequeña sección en la que juega con las greguerías y los aforismos ya desde el título: «Greguerismos y aforías». Hay apuntes tomados al calor de algún evento concreto —como una visita de José Saramago a Granada— y diversos textos autobiográficos —como el que evoca su infancia y juventud en Torrenueva—. Las lecciones son varias, variadas: en «Al capital le da igual», que ha de citarse íntegro, leemos: «La misma empresa (multinacional) que suministró el gas para los campos nazis de exterminio es la que luego vendió el cemento para levantar los monumentos en memoria de las víctimas». Entre burlas y veras, quienes conocemos a Eduardo Castro reconocemos su voz en todas partes.

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El ambigú

Las sin amo

Antonio Orihuela La Oveja Roja: Madrid, 2023 466 págs.

Sin amos y sin sombreros Por José María García Linares A principios de año el diario El País publicó un artículo titulado «Poetas para un nuevo 27: la generación de mujeres que domina la poesía en español», en el que su autor, Jesús Ruiz Mantilla, proponía una nómina de escritoras jóvenes y contemporáneas como la más representativa del panorama poético en español. Más allá del debate enconado que generó en las redes, lo que el artículo dejaba entrever eran dos cuestiones fundamentales para entender el funcionamiento del mundo de la literatura y, sobre todo, de la modificación del canon literario. En primer lugar, que para los medios de comunicación la relevancia literaria depende de las ventas que generan las autoras (es muy interesante, incluso divertido, comprobar las relaciones entre las editoriales que publican a estas poetas con el grupo de comunicación) y, seguidamente, que el propio esfuerzo canonizador, en este caso burgués y femenino, al partir siempre de las mismas editoriales, se olvida de otras escritoras relevantes, lo cual nos llevaría a la cuestión de si la tan traída y llevada invisibilización de la mujer responde a razones de género o si, por el contrario, es consecuencia de quienes ejercen el poder en un momento histórico determinado, independientemente de si son mujeres u hombres, porque el poder siempre es una cuestión de clase. Es en este punto en el que hemos de situar Las sin amo, de Antonio Orihuela, que es ya una referencia ineludible para entender cómo funciona el campo literario en general y cómo funcionó, en particular, en los años previos al golpe de Estado franquista. Y es imprescindible porque actúa como espejo deformante de lo que la historia y la institución literaria han querido dar como válido y han impuesto a lo largo de todo el siglo XX y lo que siguen pretendiendo, es decir, Las sin amo es una respuesta contundente al esfuerzo institucional

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y burgués por convertir a las sinsombrero en el rescate de la voz femenina de la mal llamada generación del 27 que, como se sabe, ni fue una generación ni el 27 un año verdaderamente significativo para estos hombres y mujeres, más allá del homenaje a Góngora al que no fue nadie. Lo que se recupera no son las inquietudes, luchas, reivindicaciones o exigencias de las mujeres de la época. Lo explica Orihuela sin pelos en la lengua: «[…] es significativo cómo la ideología postmoderna fabrica, desde una entidad abstracta e ideal (“las sinsombrero”) un mecanismo con el que abarcar toda la realidad, soslayando la circunstancia de que en estas creadoras el nexo de clase está por encima de su condición de mujeres. En efecto, este feminismo ilustrado de raíz burguesa, en su lógica de clase, dejaba fuera a casi todas las mujeres, pues no buscaba la transformación social sino la participación de la mujer en los privilegios, el poder y los estamentos jerárquicos que hasta el momento eran exclusivamente masculinos». El texto de Antonio Orihuela recupera a otras mujeres escritoras, en este caso novelistas, que, desde su anarquismo, intentaron articular en sus obras una identidad femenina-otra (libertaria, obrera) y apostaron por las tesis del humanismo integral de Léopold Lacour (1897), que proclamaba la abolición de las jerarquías y de las relaciones de dominación. Autoras que ya trataban en los años treinta temas como el aborto, el divorcio, la carestía de la vida, la violencia de género, el precio de los alquileres… Nombres que evidencian un verdadero silenciamiento, un acto consciente de olvido. Nombres que ahora, por fin, podemos recuperar y reivindicar. Nombres como Margarita Amador, María del Amparo Borràs, Luisa Carnés, Teresa Claramunt, María Luisa Cobos, Joaquina Colomer, Manolita Gutiérrez, Juana Jacobina, Luisa Lesa Acín, Ada Martín, Romilda Mayer, Carlota O’Neill… y así hasta llegar a veinticinco. No dejen pasar la oportunidad de conocerlas.


Poetas concatenados: Cavafis, Cernuda, Valente y Gamoneda Claudio Rodríguez Fer Centro Editor: Madrid, 2024 218 págs.

Poetas concatenados Por Laura Paz Fentanes El poeta, ensayista, profesor, narrador y escritor Claudio Rodríguez Fer acaba de publicar Poetas concatenados: Cavafis, Cernuda, Valente y Gamoneda de la mano del Centro Editor. A través de su visión, dispuesta en cuatro ensayos y una entrevista, se accede encadenadamente a las obras e interrelaciones entre los escritores seleccionados. Tras la «Presentación», en la que se exponen los antecedentes de cada uno de los capítulos, aparece «José Ángel Valente, creador odiseico, pensador antigoniano y traductor de Cavafis», que recoge el influjo de la Grecia clásica y moderna en el poeta. El autor recuerda a un Valente influenciado por la Odisea o Antígona no solo a nivel literario, sino también en sus principios. No menos importante es la influencia que sobre él tuvo Cavafis, al que tradujo en colaboración con Elena Vidal. Sin embargo, el aspecto más desconocido que se presenta en el ensayo quizás se halle en la recepción privada que tuvieron las traducciones, es decir, en las cartas de Aleixandre, José Luis Cano, Pere Gimferrer, Juan Fernández Figueroa o Cela que se conservan en la Cátedra José Ángel Valente de Poesía y Estética de la Universidad Santiago de Compostela, que dirige Rodríguez Fer. El ensayo se cierra con la exposición de la asimilación de Cavafis que Valente hizo a través de Cernuda. «Naranjas y nieve de Cernuda a Valente» revela el hallazgo de una postal inédita del primero al segundo que fue descubierta por Rodríguez Fer. Asimismo, manifiesta la admiración mutua entre Valente y Cernuda, al que el primero siempre se mantuvo fiel y al que dedicó «A Luis Cernuda, con unas siemprevivas».

«Antonio Gamoneda o la riqueza de la pobreza» es un repaso de la trayectoria vital y literaria del poeta. Continuando con él, en «Gamoneda a favor de Mercurio (Correspondencia gozosa)», Rodríguez Fer presenta algunas dedicatorias y cartas y algunos correos electrónicos enviados a él y, frecuentemente, a Carmen Blanco, ambos coordinadores de Unión Libre, revista en la que Gamoneda ha colaborado. El poeta leonés y Rodríguez Fer se conocieron en Toledo en 1993, encuentro desde el cual han forjado una sólida amistad no exenta de humor, lo que caracteriza muchas de sus misivas. En adición, Rodríguez Fer traza un repaso de las entrevistas y conferencias y los ensayos compartidos con el protagonista del suyo. Hacia el final, pone de relieve la importancia de su padre y del de Gamoneda en sus trayectorias, así como amistades comunes como las de Olga Novo, Cristina Fiaño o María Lopo. De entre todas las concatenaciones presentadas descuella la amistad entre Gamoneda y Valente, amigos a su vez de Rodríguez Fer. Esta relación es aludida también en la «Entrevista pública a Antonio Gamoneda», transcrita por Cristina Fiaño, que Rodríguez Fer le hizo en Santiago de Compostela en 2018. Así, los escritores vuelven sobre temas presentes en los dos ensayos anteriores: la posición antifascista del poeta, la proclamación de sus traducciones como versiones, su afán de reescritura de su obra o su reivindicación de la lengua gallega, entre otros. En conclusión, Poetas concatenados: Cavafis, Cernuda, Valente y Gamoneda no solo es un libro que traza un recorrido sencillo de seguir de un ensayo a otro y de un poeta a otro, sino que, además, se trata de un compendio de estudios, análisis o visiones ofrecidas por Rodríguez Fer, quien, a su vez, está concatenado a todos estos poetas de una forma u otra y más inmediatamente a sus amigos Valente y Gamoneda.

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El ambigú

Jean Sibelius. Vida, música, silencio Daniel M. Grimley (Traducción de Juan Lucas) Alianza Música: Madrid, 2024 336 págs.

Sibelius, ¡por fin! Por Albert Ferrer Flamarich A cuentagotas Alianza Música mantiene vivo un catálogo que hace unas décadas despuntó entre la bibliografía musical en lengua española pero que, en buena parte, hoy en día, ha quedado obsoleto frente a la proliferación de numerosas colecciones competidoras, más actualizadas, y frente a un mercado repleto de sellos pequeños y medianos que lentamente van cubriendo un abanico heterogéneo de materias musicológicas. No obstante, faltan innumerables referencias y estudios de muchos de los grandes compositores como Jean Sibelius (1865-1957). Solo un dato para comprender este paupérrimo panorama: resulta alarmante que, ante la ingente cantidad de estudios en inglés, alguno en francés y por supuesto en finés, este sea el segundo libro en lengua española sobre Sibelius publicado durante los últimos cuarenta años en España tras la escueta, elemental y meramente utilitaria guía de Silvia Dernoncourt, dentro de aquella loable y necesaria colección en formato de bolsillo durante la década de los ochenta por Espasa-Calpe. Ante la enorme falta de estudios de referencia internacional traducidos al español, Jean Sibelius. Vida, música, silencio del Daniel M. Grimley supone una buena lectura para una instrucción general que ordena la trayectoria, contexto y las claves de su evolución artística, así como su ciclotímica personalidad, sus adicciones, sus problemas económicos, su aislamiento y soledad como compositor. Y, ante todo, permite comprender esa búsqueda de lo sonoro tildado por Milan Kundera como «modernismo antimoderno» que, en conjunto, es de enorme riqueza, dinamismo y más de setenta años después de su muerte y alrededor de un siglo después de su silencio creativo mantienen a Sibelius como una personalidad y un sentido idiosincráticos en la prospección de texturas, espacio y sonoridades mucho más influyentes en las nuevas vanguardias

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de lo que suelen recoger los manuales de historia de la música. Y también influyó en Inglaterra y Estados Unidos, donde fue admirado por Bax, Vaughan Williams, Delius o Morton Feldman. Todo ello queda expuesto con el trasfondo del debate estético del imposible-ideal —por decirlo como Slavoj Žižek— entre la tensión de la música absoluta y la programática, canalizada en la extraña afinidad entre la sinfonía y el poema sinfónico como ejes de integración formal. Naturalmente no se trata de una hagiografía basada en los diarios y cartas del compositor, sino que abunda en la contextualización social, histórica y política de los marcos geográficos en que se desenvolvió Sibelius más allá de su Finlandia natal, en la que desempeñó un papel simbólico pero activo en el camino hacia la independencia. En este sentido, se percibe la influencia documental de la monografía de Marc Vignal publicada en francés por Fayard, mucho amplia y más detallada en todos sus aspectos (¡son mil doscientas páginas!), y en particular sobre los conflictos bélicos. Por otro lado, aunque Grimley da fechas concretas, en el transcurso del relato se echa de menos una mayor precisión en indicar los años. Algo que el autor debió sobreentender que sería asumido por el lector, a pesar de que no siempre es obvio. Más cuando en los epígrafes de los capítulos no figura una cronología específica, ni tampoco un anexo con el catálogo completo del compositor que indique —como mínimo— la datación, número de publicación y plantilla instrumental de las obras. En el tintero quedan aspectos como los vínculos con la masonería, aunque sí aborda los condicionantes del nazismo o la deriva creadora entorno la inexistente Octava sinfonía. En resumen y con la buena traducción firmada por Juan Lucas, se trata de un acierto en la colección musical de Alianza que, sin sobreabundancia de notas a pie de página y con una valiosa introducción, síntesis y retrato del compositor, nos permite profundizar en su obra también desde el análisis musical: pues lo hay de distinto grado, ajustándose al doble formato científico y de divulgación culta, a la par que satisfaciendo las necesidades de ambos perfiles lectores.


El sueño de toda célula

Maricela Guerrero Barcelona: Kriller71, 2024 88 págs.

De los vínculos Por Alberto García-Teresa Brillante y singular propuesta la que lanza la mexicana Maricela Guerrero (1977) con este poemario crecido alrededor de la botánica y la biología. Como si de un ser vivo se tratase, compuesto por multitud de elementos diversos, la obra se presenta también como una mixtura de poemas de patrones más tradicionales, piezas en prosa, secciones narrativas, textos de aliento documental, apuntes de divulgación y exposición científica. Sin embargo, todos ellos están conducidos por un impulso poético y un tono subterráneo marcadamente lírico que constantemente aflora. Del mismo modo, el libro lanza distintos haces que permiten recorrer sus páginas con variados horizontes de expectativas y paradigmas de lectura. Así, El sueño de toda célula se descubre como un espléndido poemario que podemos recorrer en múltiples ocasiones para llegar a lugares diferentes. Comienza con una sección que explicita un homenaje a la profesora escolar de ciencias del yo. «Maestra Olmedo» une añoranza melancólica, puntuales pinceladas costumbristas, tramos ensayísticos (al transmitir sus enseñanzas) y espléndidos juegos rítmicos. En esas piezas marcan el punto de partida de ese peculiar viaje que es anclado con oraciones, sintagmas o imágenes que se repiten a lo largo de todas las páginas, bien para resituarnos o bien para engarzar esa disparidad de líneas de fuga. Entre ellas, «El sueño de toda célula es devenir células» constituye la reiteración más insistente, y sirve de hilo conductor y constante mantra que explica el mundo, que ubica al yo en cuanto a la comprensión de la realidad. Con ellas, el poemario se cohesiona a pesar

de la diversidad de los materiales que lo forman. Como cualquier ser vivo, en definitiva. Por otro lado, los textos inciden en la vinculación con el entorno, en la red de elementos que componen la existencia. Desde ese punto de vista, se trata de una obra marcadamente política en cuanto a que apela a la conciencia de comunidad, al entramado de relaciones que posibilitan la vida a todos los niveles, a la imposibilidad del individualismo en un sentido radical. En suma, constituye un canto a los vínculos y a su labor de resistencia frente a los abusos de poder. No en vano, se referencian en los poemas varios episodios o acciones de desobediencia civil contra ataques al medio ambiente. En ese sentido, Maricela Guerrero contrapone la biología a los mercaderes que la explotan. Con el concepto de «la lengua del imperio» alude al conjunto ideológico (lengua, valores, política, leyes) que construye y mantiene un mundo medido y sometido a la lógica de la producción, el antropocentrismo y la dominación. Con él, confronta permanentemente en los poemas. El choque entre el nombre científico (en esa lengua del imperio) y el nombre en lengua vernácula se articula también en términos de distancia y relación con las plantas: clasificatoria, pragmática y reduccionista o sencilla, cotidiana y en busca de una conexión. Las composiciones recogen el sentido de la maravilla ante la riqueza de la vida; un continuo impulso de asombro y admiración ante la diversidad (lo cual, nuevamente, resulta radicalmente político). El propio afán taxonómico de los científicos recibe críticas por la intención de clasificar esa heterogeneidad. La precisión con la que la autora registra en los poemas la distancia y el horario quiere recordarnos, sin embargo, el rigor de la observación y descripción de esa disciplina. Desde ahí, otro conjunto de piezas se centran en árboles y plantas. De hecho, cada una de ellas se titula con su nombre científico o con el común y desarrolla sus características y usos. Así, agujereando todos esos planos y poniéndolos a convivir, la escritora plantea una revinculación con la naturaleza concreta que inaugura un proceso de revinculación, también, con la memoria colectiva de las resistencias contra las agresiones medioambientales y las políticas extractivistas.

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El ambigú

Extravíos

Esther Peñas Kaótica libros: Madrid, 2023 132 págs.

Las eternas preguntas Por Silvia Rins En su último libro, la poeta y periodista Esther Peñas nos invita a perdernos a través de los grandes interrogantes del ser humano, en una feliz conjunción de talento y autenticidad. Poesía en prosa, en la frontera de los géneros, que excava, de la periferia al centro, las entrañas poliédricas de las ideas abstractas y las emociones sublimes; aquellas que nos arraigan a la vida. Ambicioso silabario del estar y el sentir en el mundo, aunque no se rija por índice alfabético. El mismo título es una travesura: Extravíos. Ya que, según el prefacio, la mayoría de los textos que lo componen se gestaron aleatoriamente a partir de un sueño premonitorio. Lo cual no les exime de erigirse en punto de encuentro, tentativa apasionada de desafiar lo inefable a través del lenguaje. He aquí la paradoja. Hallazgos inspirados que pretenden revelar, desde la naturaleza del amor que, pese al frenesí consumista y mezquino de la sociedad actual, «nos saca de nosotros mismos», hasta los frondosos y erráticos misterios de la muerte. Pasando por la risa y su estirpe, el miedo y sus vestimentas, la libertad del sí y el no. El azar y los azares. La ira y los abrazos. La trascendente gradación entre cosas, objetos y enseres. La decepción, la belleza, la alegría, el asombro, la imaginación, el deseo, la pérdida, la ternura. Los apotropaicos. La gente, que nunca somos nosotros. El desvarío y la pregunta. Las maneras de entender la espera. Una personal incursión, en la vía del conocimiento poético de María Zambrano, donde la palabra fluye prístina y honesta. No solo la imagen deslumbrante y poderosa, golpeándonos siempre su mano suave con lo inesperado o lo inaudito; también la que es capaz de designar algo intangible por su nombre y evocarlo con su música: «plenitud fulgurante, fugaz y fundante». Y, sobre todo, el ritmo que subyace bajo los meandros de

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las frases. La elección de cada vocablo, la aliteración, la repetición, la enumeración o el adverbio que vacila al borde del precipicio, pidiendo al lector que construya un puente y aviste prodigios, logrando esa fusión entre forma y fondo que define los mejores poemas en prosa. La alternancia de una serie de fotografías en blanco y negro amplía la posibilidad de lectura de los textos. Frente a la limitante relación causa-efecto convencional, el juego sutil y aleatorio del arte casual. La autora se convierte en personaje tácito, una «ventanera», como denominó Carmen Martin Gaite a las mujeres que se asomaban al alféizar para, dejando de lado la costura, sumergirse en el placer de la contemplación. Está el pensar. Y está el descubrir. Y la mirada hacia adentro, que se forja de letras y huecos, con sus pliegues, recovecos y anfractuosidades, se complementa con la que simple y amablemente se posa en el exterior. En lo ajeno. Vestigios. Restos. Huellas. El poema «Memorial de vida» nos recuerda que, contra todo pronóstico, las ruinas devuelven al origen. Y el enigma de los comienzos implica un mensaje unívoco a dos bandas, que tiene que ver con el don del olvido y la gracia de renacer; con que los campos florezcan, año tras año, una vez más. Sin punto final. «Contra todo pronóstico, el milagro.»


Línea blanca

Marta Castaño Ril editores, 2024 112 págs.

Coronas de estrellas y serpientes Por Alicia Louzao Como la línea blanca que describe el yo lírico que ve en una pantalla, ese es el claro hilo conductor que une los textos de este nuevo poemario de Marta Castaño, filóloga y bibliotecaria en Pamplona. La íntima experiencia del aborto se trata en estos versos-diario a través de tres partes diferenciadas: antes, durante y después. No es la misma voz la que sale del agua y siembra «varios bulbos de jacinto» que «habrá que esperar unos meses para que emerjan», que la voz que observa esa línea blanca en un hospital. Marta celebra un hecho; el 4 de octubre dice: «un cuerpo que nace es un acontecimiento como lo es también un cuerpo que muere». Esto es cierto. Festejamos bautizos y cumpleaños (los últimos son la prueba fehaciente de nuestro declive) y funerales, cuerpos que se entierran lejos de los vivos, pero ¿los abortos, divorcios? Son tabús en nuestra memoria. Como filóloga, elabora una serie de referencias que indican ardua investigación. Se apoya en una cita de O’ Farrell en la que la autora reflexiona sobre el aborto para avisarnos de lo que leeremos. Profética, la voz lírica menciona imágenes oníricas y su ansia por esconderse de las serpientes: «Una pequeña forma fantasmal / un huevo de serpiente / flota en la parte izquierda / de mi vientre negro». El augurio se cumple y el tono de tristeza que detectamos, como velo negro, que marca a la voz poética en la parte de «Antes», indica la experiencia que se narra en un diario tras haber sufrido un agudo dolor. Se presentará a los lectores con la marca posterior de quien ya ha padecido la herida. Estas serpientes, línea blanca escurridiza, regresan en un bello poema donde describe a una mujer coronada con estrellas, siete puñales en su vientre, el cielo como boca azulada, árboles negros y una serpiente a los pies,

que abre las fauces, que recuerda a una hermosa y terrible Virgen. Las Vírgenes católicas beben de las representaciones de diosas más antiguas, decoradas de elementos preciosos: Marta confecciona su propia Virgen. Juega la voz introduciendo diagnósticos médicos que no maquilla, sino que presenta con realismo, expresiones que escuchó esos días (útero, abdomen, embrión) y ofrece al lector para que comprenda. No es necesaria la traducción lírica: el lenguaje está a nuestro servicio. «Veo a mi no hija despeinada / sobre la danza macabra / del agua»: no seremos los mismos tras una experiencia traumática. La voz lírica se niega a formar una estadística (un veinticinco por ciento de mujeres sufren abortos): «He vuelto al mundo y el mundo me recuerda mi duelo». Aunque O’Farrell lo sienta injusto, es irreversible: cuando un dolor nos sucede (sobre todo con las pérdidas de seres queridos), el mundo sigue su cauce. El sol, la tierra, la luna y las estrellas son demasiado potentes como para ablandarse ante el dolor de uno. Marta habla de una pérdida de algo que no conoce pero que irremediablemente ama. Es curioso reflexionar sobre la posibilidad de amar un ser que no existe o que no llegará a existir. ¿Se es madre cuando no se llega a tener el hijo? Somos huérfanos, viudos, pero no se ha creado nombre que recoja qué es uno cuando se pierde a su hijo. Y no es porque no hayan atravesado ese dolor los griegos, donantes de palabras: Príamo y Hécuba ven a Héctor ser masacrado por Aquiles, entre infinitos ejemplos. Hay dolores a los que, si no se les bautiza, parece que no hayan sucedido, pues debe ser tan terrible («rompe el orden natural de las cosas», como afirmó un atribulado Pleberio) perder a un hijo que no se creó palabra para describirlo. Y qué es uno cuando ha perdido un hijo que no nació. Su cuerpo no genera ya vida, pero lo hizo, y por eso ahora está terriblemente perdida: «miscarriage / que suena como dejar de ser / el carruaje que transporta a alguien». Los últimos versos están dedicados a su Virgen, pero ya no es una serpiente la que aparece bajo los pies, sino que debajo de los adorados pies besados por tantos se dibuja la forma perfecta de una luna.

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El ambigú

Ser de incertidumbre (Tomos I, II y III) Eduardo Moga Dilema: Madrid, 2024 602/572/574 págs.

«Esta nada que sucede» Por Moisés Galindo Reseñar en ocho mil caracteres la poesía reunida de Eduardo Moga, Ser de incertidumbre 1994-2023 —más de mil quinientas páginas divididas en tres tomos: I. La respiración del mundo 1994-2007; II. La voz de la herida 2008-2017; III. La soledad 2018-2023—, es una empresa tan suicida como descarada. En la bibliografía que consta al final del tercer volumen aparecen, solo en libros y plaquettes, treinta títulos; y a esto habría que sumarle cuatro más con las antologías individuales: brutal. Moga es una fiera literaria, un escritor omnímodo que no cesa en su empeño de deletrear la realidad. Hay en la poesía de Moga —en su escritura desaforada, en su literatura poliédrica— como un doble pivote que la conforma en aras de un objetivo final: la reconciliación. Cuando leo a Moga —entre líneas— pienso que hubiera podido ser perfectamente un fenomenal epistemólogo de raíz existencialista con una opus magna —también en tres volúmenes— titulada, por ejemplo, El todo y la nada, donde la historia del ser y su opuesto se desentrañasen en una cascada conceptual que abarcara desde sus orígenes hasta la actualidad. Pero siempre partiendo de un doble resorte, que es, en su sentido más profundo, la honda percepción de la permanente impermanencia de las cosas y su antídoto: la vitalidad, el abrazo amoroso por todo cuanto lo rodea. Entre una y otra, o, quizás, porque en su mirada difícilmente pueden convivir separadas, el deseo de reconciliación es la aspiración que, como una poderosa corriente subterránea, articula y enriquece su ingente obra poética. Poética, finalmente, que no filosófica, porque su amor al lenguaje ha decantado la balanza hacia la textura, el espesor y las resonancias misteriosas de las palabras, y no hacia sus silogismos y argumentaciones. Creo reconocer en Moga, y en su obra, esos dos vectores que se retroalimentan constantemente. Por

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un lado, el pasmo; la maravilla cambiante, multiforme, excesiva de cuanto le rodea; pero también el misterio —la incertidumbre—, la congoja de su impenetrable fugacidad. Una realidad exuberante —también un yo y una conciencia— luminosamente opaca que siempre se presenta y fluye —o se aquieta—, acompañada de formas contradictorias o antitéticas, que es, finalmente, donde el poeta y la conciencia que lo habita parecen encontrar la fórmula para pacificarse y significarlas. Porque, finalmente, se trata de eso; de dar salida a ese impulso inconsciente de justificar un mundo incomprensible —«concertar el desconcierto», como diría su amigo Juan Luis Calbarro— por la vía no tanto de las ideas —que también— como del poder y la magia fundante de un lenguaje que, como una segunda piel, se erige en sostén de una naturaleza tan exultante como esquiva. Todo se corresponde: el anonadamiento ante el misterio de vivir respira en una conciencia herida de perplejidad y amor ante unas formas que lo colman y desgarran, y que, a su vez, lo inclinan a representar un mundo —encauzarlo— desde la lúcida (des)confianza en el lenguaje. La (in)materialidad de lo real es la de la palabra y su opuesto, el silencio. El poeta oscila entre el dolor y el goce, lo incorpóreo y lo corpóreo del vivir, y su poesía trata de recrear —traducir— esa (ir) realidad. Hay un deseo de escritura, un placer del texto en Moga que tiene su paralelo en un impulso omnívoro de vivir y reconciliarse con los frutos del tiempo que lo acompañan desde siempre. Ese éxtasis, esa atmósfera saturada de presencias que lo colman y lo vacían, que lo construyen y desintegran, es la inductora de una hiperactividad que se encauza en la escritura, y que ha dado lugar a una obra extraordinaria entrelazada de coherencia y versatilidad. Como gusta repetir en cada ocasión que lo requiere, el poema es una casa y un río: «que el poema sea un río, pero un río edificado; o, al revés, que sea una casa, pero que mane y discurra. Me parece que esta paradoja describe con fidelidad la propia naturaleza humana, y la de su pensamiento…». Ante la imposibilidad de enumerar libro por libro y sintetizarlo en diez líneas —mea culpa, porque es-


toy seguro de que Eduardo, en el caso de otro autor o autores, lo haría con la solvencia acostumbrada, como ya quedó demostrado en el prólogo de la antología Dieciséis de Brighton (2023) —, citaré los más relevantes según mi criterio, y también aquellos que considero han ampliado y enriquecido el campo de visión que abarca su ingente obra. Naturalmente, los dos primeros del volumen I: Ángel mortal (1994) y La luz oída (1996, y 2021 en edición conmemorativa) — este último, junto a El barro en la mirada (1998), un tercer título olvidado, más Unánime fuego (1999, y 2007 con pinturas de Juan Luis Goenaga) y La ordenación del miedo (1997), formaban parte de un megaproyecto (una obra de obras), titulado La luz de las trébedes— son la semilla que ha ido germinando en múltiples direcciones y que, me parece, es reconocible todavía en sus otros libros: lo genésico como temblor e impulso asociado a un torrente imaginativo y verbal con predominio de la imagen surrealista, el molde estrófico como contenedor de la constante entropía que genera el propio discurrir del poema, y el ingente alud de recursos semánticos, lógicos o sintácticos que despliega, amén de la lucidez con que representa esos dos tótems de occidente que son el yo y la conciencia. Alejandrinos (La luz oída), endecasílabos (El barro en la mirada), romance (La ordenación del miedo), sextina (Seis sextinas soeces, (2008)), espinela (Décimas de fiebre (2014 y 2017)), haikú (Los haikus del tren, (2007)) o los tercetos encadenados pertenecientes al tercer libro olvidado de La luz de las trébedes. Títulos que insinúan ya una determinada poética, una forma peculiar de concebir el hecho estético como es el efecto sinestésico en un mundo de misteriosas correspondencias, los obstáculos en la representación y la voluntad de coherencia en una realidad ininteligible, lo ordinario y grosero como categorías poéticas tan válidas como

los más excelsos temas; o, como en el caso del haikú, la curiosidad por explorar nuevas formas estróficas tan alejadas de un temperamento esencialmente expansivo: «porque lo más austero y lo más derramado son extremos que se tocan». Para Moga todo es susceptible de ingresar en esa otra forma de vida —de su ser más verdadero— que es la escritura —y la poesía como su imagen más fidedigna—; una pasión que lo lleva a experimentar constantemente y aprender a relacionarse con nuevas formas de expresión que enriquecen su obra. En este sentido, la paulatina incorporación del poema en prosa (Unánime fuego, El corazón, la nada (1999)) y, paralelamente, la inteligencia y habilidad para poetizar los aspectos más cotidianos de nuestra vida, aquellos con los que bregamos necesariamente y que son, finalmente, los que nos conforman, hacen de Moga un poeta excepcional al que no se le ha prestado la debida atención. La edición ahora de su poesía reunida en Ser de incertidumbre, con el extenso y clarificador prólogo de José Antonio Llera o el reciente homenaje recogido en Mago Moga. Una forma de querer (2024), tratan de paliar esa carencia. No sería justo acabar esta insuficiente andadura por su extensísima obra poética sin citar someramente dos de sus libros más celebrados, como son Insumisión (2013) y Hombre solo (2022). En el primer título, insumisión metafísica, ética, política, pero sobre todo literaria en la proliferación y mezcla de géneros en una interesantísima síntesis poética que mereció el premio internacional Latino Book Award de 2014 en los Estados Unidos y el premio de la revista Quimera al mejor poemario publicado en España en 2013; y en el segundo, Hombre solo, su penúltimo poemario publicado hasta la fecha, la soledad, la escritura y la muerte como una tríada inseparable que, como la nada que sucede, constantemente lo circunda y acompaña.

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¡NOCHE DE ALCOHOL, TABACO Y ESPÍRITU CREATIVO! ¡SOLO ASÍ, UNO SE VUELVE UN ESCRITOR DE RAZA!

LA LETRA SUICIDA 1. FIN

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Recomendaciones de Quimera

Pequeño hablante Andrés Neuman Alfaguara, 2024

¿Cómo añadir más belleza a la belleza? Eso es lo que ha conseguido Andrés Neuman en sus dos últimos libros, Umbilical y el recién publicado Pequeño hablante. Un libro que puede leerse como un largo poema en prosa, de una sutileza y una intensidad inigualables y que, por momentos, nos recuerda a algunas de las mejores páginas de Eduardo Galeano. Pequeño hablante tiene esa habilidad de las obras que nos enseñan a mirar. Un aprendizaje mutuo, en dos direcciones (del autor a su hijo y viceversa) que configuran unas de las obras más bellas del universo literario de Andrés Neuman.

Nela 1979

Juan Trejo Tusquets, 2024

El barcelonés Juan Trejo es uno de los escritores más sólidos de la última década. Testimonio de ello son libros como El final de la Guerra Fría o La máquina del porvenir. En el caso de Nela 1979 el autor afronta, a modo de subtrama, la investigación sobre la muerte de su hermana mayor en 1979, con apenas veintiún años, víctima de la heroína. Una historia dura, correosa, escrita con un pulso literario impecable. Dará que hablar en esta temporada.

El bosque profundo Sofía Rhei Aristas Martínez, 2024

La editorial paceña Aristas Martínez reedita este libro (publicado por la misma editorial en 2018), en esta ocasión ilustrado por Anna Ribot. Es un libro bellísimo y extraño a la vez, que se enraíza con los ecos de la ficción gótica anglosajona pero que también se podría entender en continuidad con la tradición más específica del cuento de hadas o la fábula clásica (desde Esopo a Andersen, pasando por los hermanos Grimm, Perrault o la fábula didáctica del XVIII). Hermoso libro a cargo de una de las editoriales más sorprendentes del panorama literario español. Gracias de nuevo.

Teoría del Gran Infierno Iván Humanes Pez de Plata, 2024

Iván Humanes rompe el silencio editorial de nueve años, después de dedicarse al guion de cine, y vuelve con esta obra incatalogable, Teoría del Gran Infierno, donde decide suprimir los títulos que ya tenían los microrrelatos, orgánicos en sí mismos, para dar continuidad a los textos con la intención de armar una estructura mayor como obra unitaria, haciendo uso del prefacio y posfacio a modo de relatos de apertura y cierre. La literatura llevada más allá.

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R e c o m e n d a ci o n e s

Cruce de vías

José Antonio Garriga Vela Candaya, 2024

«Cruce de vías» era el nombre que empleó Garriga Vela como título para su columna del diario Sur de Málaga. Sus artículos, que publicó durante treinta años, abordan desde la evocación memorialística hasta esbozos de novelas, pasando en todo momento por una mirada sumamente afinada sobre lo que nos rodea y aquello que se ha ido. Un libro que contiene muchos libros a la vez y que por eso nos resulta inagotable. Esta reunión de textos confirma que la literatura española contemporánea tiene una deuda con Garriga Vela.

Un corazón furtivo. Vida de Josep Pla

Xavier Pla (Traducción de Olga García Arrabal y Ana Ciurans Ferrándiz) Destino, 2024

Destino nos presenta la biografía definitiva de ese magnífico polígrafo que fue Josep Pla i Casadevall —sin duda el mayor prosista de la lengua catalana y uno de los mayores de la lengua castellana— escrita por el profesor de la Universitat de Girona Xavier Pla, máximo experto en la vida y la obra del escritor ampurdanés. Con su vasta erudición y una gran cantidad de materiales (muchos inéditos), Xavier Pla nos muestra las luces y las sombras de una personalidad fascinante, socarrona, compleja y poliédrica, pueblerina y cosmopolita, que supo como nadie indagar en lo particular para escribir una obra universal.

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Arroba lengua. Cómo Internet ha cambiado nuestro idioma Gretchen McCulloch (Traducción de Miguel Sánchez Ibáñez) Pie de Página, 2024

Un libro que viene a constatar un hecho: cómo nuestro idioma se ve afectado por el nuevo uso que se le da en las redes. Gretchen McCulloch es una lingüista canadiense especializada en Internet que mantiene el blog y podcast Lingthusiasm, donde analiza la lengua en la comunicación en línea, desde los memes hasta la mensajería instantánea, pasando por los emojis. Es también columnista en Wired, donde cuenta cómo la tecnología afecta a la cultura, la economía y la educación.

Leonora

Reinhard Huaman Mori Eolas ediciones, 2024

Este poemario, cuya estructura parte de un gigantesco acróstico, es una íntima y profunda reflexión sobre la paternidad y la familia vistas desde la perspectiva del hijo que se convierte en padre. De esta manera, la voz poética en Leonora da cuenta de los conflictos internos y de los sentimientos encontrados que se originan por un traumático nacimiento prematuro. De la ilusión al desconcierto y del infortunio a la esperanza, los versos de estos poemas se centran en la figura del progenitor, quien, tras un convulso inicio, emprende su intenso y particular viaje a través de la paternidad.


Tr a ss i e t ea ñosdema t r i moni o,S us a n Al l a nS e c kl e r–una a g udapr of e s or adel i t e r a t ur anor t e a me r i c a na –yFe nwi c kKe y Tur ne r–e x a g e nt edel aCI Aya ut ordeunl i br opr obl e má t i c o s obr es ue x pe r i e nc i ae ne l l a –de c i de nt oma r s eunat e mpor a da s a bá t i c aabor dodeunv e l e r o.Unv i a j equede be r í as e r v i r l e s pa r ae c ha runami r a daal osa ñospa s a dosyal osv e ni de r os ,y t oma rde c i s i one si mpor t a nt e ss obr es uf ut ur o.Pe r ona das a l e c omoe s t a bapr e v i s t o. Re c onoc i douná ni me me nt eporl ac r í t i c ac omounodel os g r a nde sf unda dor e sdel a no v e l a pos mode r na e nl e ng ua i ng l e s a ,Ba r t hnosof r e c eunano v e l aquec onj ug al aa c c i ón,l a i nt r os pe c c i ón, e l mundo s i ni e s t r o de l a sa g e nc i a s de i nt e l i g e nc i ayl osr e c o v e c osyg r i e t a smá si ns onda bl e se nl a s r e l a c i one sdepa r e j a .


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El estafador

Herman Melville Última novela de Melville considerada como una de sus tres mejores obras, junto con Moby Dick y Bartleby, el escribiente.

Mon tesin os


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