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No-amor sospechoso

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CAMINO DE BRUMA

CAMINO DE BRUMA

Silvia Aquino

Xochimilco, Ciudad de México

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Que algún día volvería, a través de las calles empinadas para encontrarte…

Para oler tu cuerpo, humano y sólido, para escuchar tus lenguas fraternas: tu francés, tu inglés, tu poco español.

Traté de hacerlo… solo por verte, sólo por recordar la felicidad perdida, la ilusión de ser amada.

Encontré tan solo un no-amor sospechoso.

Amor y “chamade de Guerlaine”

Silvia Aquino

Xochimilco, ciudad de México

Era un hombre singular, casi un padre con manías de viejo…

Amaba el elogio al pensar en mí en inocente paloma, mas dolorosa surgía su crueldad que ofendían la codicia que nunca tuve…

Su magno capricho era el perfume, el “chamade”, ¿por qué siempre lo adquiría?

No lo sabía entonces, ahora lo sé: el “chamade” implicaba mi desnudez sin prejuicios, mi pasión en latidos descobijados, sinceros, palpitaciones afanosas pensamiento y deseo…

En ese cuerpo perfumado descubría, cada instante, la validez del riesgo en la vida por la pasión desbordante de una muchacha del siglo XX olorosa a ‘Chamade’.

El Chanel No. 5

Silvia Aquino

Xochimilco, ciudad de México

Subí apresurada con mi madre a un “cocodrilo” de Reforma, muy temprana hora.

Dentro, una joven en el asiento trasero: tú a un extremo y yo en medio…

Tú eras el perfume del deber acuciosa en la vida, difícil en la escasez.

Aquélla, secretaria, con estudios de primaria, en un vestuario de elegancia y distinción, delicadeza instaurada en juvenil belleza …

Qué aroma, qué perfume envolvía la atmósfera del auto…

Me juré un destino en la vida: compras en la Perfumería de Tacuba 13 donde se expandía, a raudal, el famoso Chanel número 5.

¡Oh là là Paris!

La vida, en cada instante, me envolvió con el aroma de flores, jazmines, rosas, maderas sándalo y ámbar…

El poema se aromatiza, “París bien vale una Misa…” Las estrellas en mi mano

Silvia Aquino Xochimilco, ciudad de México Llegaron un día las gitanas, formada yo en la larga fila…

Todos deseábamos conocer el porvenir.

La gitana de ojos pizpiretos, no soltaba su vista de los míos, deseando leérmelos.

Yo no daba oportunidad a la gitana para adivinar mis temores.

No obstante, la gitana, diestro habló: “No conduzcas un auto, pues morirías.”

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