El día 6 de Mayo de 1935 el cronista oficial de la ciudad, don Eduardo Gómez de la Mata, contesta a Pío Baroja: “El exilustre escritor, don Pío Baroja, habla de nosotros –de La Líneaen Estampa. Don Pío vive, pero es algo ya pretérito y, al pretender aún interesarnos por su literatura senil, no ha conseguido otra cosa que la de mostrarnos aquella su característica de los buenos tiempos: la bilis. Y el bilidoso don Pío, para no ir a Gibraltar, se quedó en La Línea, ¿en La Línea? no, en la Aduana. La Aduana de La Línea no es La Línea. Y, sin embargo, a don Pío le bastó ver aquello para juzgar lo que es La Línea. Vio allí como unos cuantos tullidos, otros cuantos desarrapados y unas pobres gitanas, dando vueltas de bestia de noria entraban y salían por la Aduana para introducir, al amparo de un carnet, pequeños contrabandos de azúcar, café, tabaco, etc… El exilustre don Pío vio dedicadas en este menester a muchas personal, muchas, ¿cuantas don Pío? ¿dos centenares? ¿más?, ¿ocho centenares?, pongamos el millar, si a usted le parece. No pudo ver más. Y usted don, juzgó a La Línea entera por lo que allí vio, y vino a la conclusión vulgar de que toda La Línea es contrabandista. Pero, ¡por Dios, don Pío! ¡usted tan sabio! ¿cómo ha podido creer…? ¿sabe usted que La Línea cuenta oficialmente con unos treinta y cinco mil habitantes y lo menos otros diez mil extraoficiales?. Y, claro, como a esos cuarenta y cuatro mil que usted no vio hay que suponerlos sostenidos por el contrabando de esos mil, asombra pensar la vil explotación que aquí hacemos de ese pobrecito millar de tullidos, desarrapados, gitanos, etc. Además, en eso de sacar consecuencias…, hay en usted una falta de equidad. Usted nos moteja de contrabandistas porque de éstos vio en la Aduana ¿y no vio también carabineros? ¿por qué no supuso que todos éramos carabineros?. Si el auto en vez de entrar por la Avenida de España, entra por la calle Méndez Núñez, hubiese usted parado en la Plaza de la Iglesia. ¡Ojalá!... Como allí está la iglesia –única que poseemos- y frente hay un colegio de monjas, nos habría usted descubierto como un pueblo ultraclerical. Pero si el coche hace alto en el Barrio de los Portugueses –porque allí habitan mayoría de personas de esta nacionalidad¡horroriza pensar la fama de lusitanos que tendríamos a esta hora!. ¡Gran desgracia para La Línea que el auto del impío don Pío, no se estacionase un poco antes de la Aduana, en los hermosos jardines del Palacio Municipal o ante el edificio del Instituto Elemental, donde cursan el bachillerato un millar de alumnos!.
¡Duelo para nosotros que el auto no cruzase por las barriadas de pescadores de La Colonia y de La Atunara, trabajadores de mar que nada tienen de contrabandistas! ¡desdicha fue que el vehículo no cruzase por nuestras calles…, donde hubiera visto nuestros grandes establecimientos de un comercio legal, nuestros bancos, nuestros casinos, nuestros cafés…! Habría visto cómo, además del Instituto, contamos con doscientas escuelas entre nacionales, municipales y particulares. Y, sobre todo, ¡lástima que en la misma Aduana, no se detuviera el señor Baroja y esperase la hora del crepúsculo! y hubiese podido ver cómo millares de obreros, empleados, modistas, sirvientes, regresaban de Gibraltar, y tras la labor diaria, a descansar en un limpio hogar honrado, sostenido de un jornal que, no porque proceda de un país extranjero, es menos digno que el que proceda de cualquier otra parte. Y sepa usted, don Pío, que esa población de escolares, empleados, comerciantes, industriales, transportistas, modistas, sirvientes y obreros honrados… es la verdadera ciudad de La Línea que usted se ha permitido descubrir tan a la ligera y tan despreciativamente”.