invisible

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INVISIBLE Elisabet Llaberia

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Autor: Elisabet Llaberia DiseĂąo de la portada e interior del libro: Elisabet Llaberia -2014 Elisabet Llaberia Todos los derechos reservados

DepĂłsito legal: T-0009-2014

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Para mi hermana a la que quiero un montĂłn. Y a todos los que me apoyaron en Potterfics, ellos saben quiĂŠnes son. Sobre todo a Julia.

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Índice 1 Green Dog 2 El chico invisible 3 Plan 4 Bocetos 5 Cuerpo equivocado 6 Cambios extraños 7 Inalcanzable 8 Lucas 9 Secuestro 10 Pistas falsas 11 Recobrando fuerzas Segunda parte 1 Desaparecer 2 Miedo 3 Sólo es un beso 4 El viaje 5 En el interior de la cueva 6 Trampa 7 Catrina 8 Donde todo empezó 9 Realidad 10 En todas partes 11 Redención Epílogo: Dylan9 (Secuestro)Memoria Prueba otra vez Prólogo: 1 Experiencia adolescente

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1 Green Dog Reus, octubre del 2007

― Tienes razón. La voz me despertó de la ensoñación en la que me había sumido. Seguramente Aina, mi compañera de almuerzo de hoy, habría estado hablando desde hacía rato. Por el contrario, yo había estado ignorándola durante el mismo tiempo. Como siempre me sucedía, la miré y sonreí fingiendo haber estado escuchando toda su charla. ― ¿Sí? ―dije intentando coger de nuevo el hilo de la conversación. Ella no pareció advertir mi falta de atención. ― ¡Claro! Los días pares son mucho mejores que los impares. Fue en ese momento cuando recordé de qué estábamos hablando, o al menos lo que había dicho hace veinte minutos. Hoy era lunes, por lo que era uno de los peores días de la semana. Había comentado como si nada que prefería los días pares, y fue entonces cuando Aina comenzó un monodebate ―que es un debate consigo misma― sobre qué era mejor, si los pares o los impares. Pasando por los fines de semana, lo que hacía ella los sábados, los domingos y… prácticamente todos los días. O eso supuse cuando empezó contándome qué había hecho hoy, qué haría mañana, y probablemente pasado, y el otro, y el otro… Bueno, podéis imaginar en qué día me perdí. Así que si su discurso comenzó con un ≪hoy tengo que…≫ seguido por un ≪y mañana tendré que…≫ lo siguiente que escuché fue un ≪tienes razón≫. Y para cuando dijo eso yo ya había perdido todo interés en la conversación. Odio a la gente que sigue hablando incluso cuando se hace evidente que no quieres hablar. Y Aina es una de esas personas. No es que me caiga mal, solo es… ¿Cómo lo diría? Irritante. Al darnos cuenta de la hora que era salimos del bar. Faltaban cinco o diez minutos, depende de si hacía caso a mi reloj o al de mi compañera, para entrar al siguiente turno. No era que trabajar en una cafetería llamada Green dog ―Perro verde― fuese mi vocación, pero necesitaba el dinero. Caminamos deprisa, intentando llegar cuanto antes. Por suerte, hoy no estaba la jefa así que si llegábamos dos minutos tarde tampoco sería el fin del mundo. Recuerdo 5


que Aina había estado hablándome todo el trayecto. No la escuché. Sólo afirmaba de vez en cuando por educación, pero me limitaba a correr sin decir nada. Al llegar, nuestros compañeros ya estaban nerviosos. Tenían que marcharse y nuestro turno ya había comenzado. Era comprensible, pues llevaban toda la mañana trabajando sin parar. Los turnos eran sagrados, pero nadie quiere empezarlos, claro. Lo justo sería entrar lo antes posible, como también deseamos salir lo antes posible. Nunca ocurre… ― Lleva estos cafés a la mesa del fondo, la que tiene el bebé ―dijo Rebeca a Aina. Alex, nuestro otro compañero, me tendió una bandeja con dos refrescos, un agua y tres pastas.

― Esto a la mesa de dentro, la de la esquina ―dijo mientras me daba la vuelta―. ¡La de la mujer que parece una bruja! ―gritó.

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Me volví hacia él de nuevo totalmente asombrada de que hubiese gritado aquello sin pararse a pensar ni un sólo instante en las consecuencias de dicho comentario. El rostro de Alex no cambió. ― Podría haberte oído ―le reproché después de comprobar que nadie parecía haberse dado cuenta. Alex frunció el ceño y se encogió de hombros como diciendo ― ¿Y qué? ―, totalmente ajeno a lo que podría haber ocurrido si la mujer hubiese escuchado su insulto. Sin prestarle más atención, me volví con la bandeja en la mano y me dirigí a la mesa indicada. Vaya ―pensé―, sí parece una bruja… ― Aquí tienen. Dos coca-colas, un agua y tres cruasanes ―informé. La mujer, que estaba hablando con otras dos que tenía en frente, no se dignó ni a mirarme. Resignada, regresé con la bandeja dispuesta a coger mi libreta y atender a los demás clientes. ― Encima maleducada. Me giré de golpe al escuchar esa afirmación cortante. ― ¿Disculpe…? ―murmuré con apenas voz. La mujer, la cual no dejó de hablar, no pareció percibir mi presencia. Confusa, sacudí la cabeza sintiéndome realmente extraña. Ahora me imaginaba cosas… ¡Genial! Las primeras dos horas pasaron rápido. Había mucha gente de cuatro a cinco, porque muchos comían a las tres y luego venían a tomarse un café. Sobre las seis y media era la hora de la merienda, y más tarde, la cena. Llevaba tres semanas trabajando en Green Dog. El bar-cafetería estaba justo en frente de una iglesia antigua, pasando por una calle peatonal no muy ancha. Había sido pura casualidad que encontrara trabajo justo allí. De todos los lugares donde dejé un currículum, el Green Dog era el último lugar donde esperaba una respuesta afirmativa. O una respuesta. Eran tiempos difíciles, mis amigos lo decían, mis padres lo decían, yo lo decía… Era cierto, porque quería trabajar y no encontraba ni un solo lugar donde poder hacerlo. Así que, en contra de lo que me había propuesto ―que era ni más ni menos que trabajar donde vivía― fui a Reus a repartir mi próxima candidatura como empleada de cualquier sitio donde aceptasen personal SIN EXPERIENCIA. Una semana más tarde, una llamada me comunicó que estaba contratada para los próximos tres meses. Sí, contratada a menos que la entrevista fuese totalmente desastrosa o dijese que no al trabajo. Evidentemente, la segunda opción no era posible, la primera… 7


Así que aquí estaba, tres semanas después, pasando por una primera semana infernal, trabajando a tiempo completo en una cafetería tan rara como su propio nombre indicaba. Había podido comprarme un coche de segunda mano al pasar una semana. No gracias a mi sueldo, que todavía no había recibido, sino a mis padres. Un venazo compasivo y altruista para con su hija que lleva más de un año intentando encontrar un trabajo más o menos fijo. Como ya he dejado a entender, sí, vivo con mis padres. ¿Qué remedio? ¡Ya me gustaría a mí haberme independizado! Pero es imposible. Igual que me era imposible estudiar. A mis veinte años había trabajado, aproximadamente, en ocho sitios distintos. Todos de menos de dos meses, la mayoría sustituciones, la otra mayoría promociones o trabajos con fecha de caducidad. Así que me pasaba la mayor parte de mi vida buscando trabajo y la otra mitad trabajando cuando lo encontraba. ¿Quién tenía tiempo para el amor o la diversión cuando tienes una voz interior que te dice que no lo mereces? No podía pensar en nada más que en ganar lo suficiente para poder pagarme los estudios del año siguiente. Y me había convencido de que no tenía derecho a pasármelo bien mientras no hubiese cumplido con ello. A las nueve, mientras Aina se ocupaba de dos o tres mesas, entré en el almacén. ¡Necesitaba un respiro urgente! Me senté apoyando la cabeza entre las manos y respiré profundamente. La tarde había sido horrible, y aún quedaba una hora entera… ― Ese tío parecía decepcionado de no encontrarte en la carta. Abrí los ojos de par en par y alcé la cabeza de golpe esperando encontrar al dueño de dicha afirmación. No había nadie. Confusa, me levanté y miré por todo el almacén. Era la tercera vez que escuchaba esa voz, la primera había creído que se trataba de Alex, pero era evidente que la misma voz había pronunciado las frases siguientes. ¿Estaría imaginándolo? ¿Se trataría, acaso, de una broma? Avancé escudriñando el almacén entero, pero no había nadie. Estaba sola. ― ¡No lo he imaginado! Realmente me oyes, ¿verdad? Dejé escapar un pequeño chillido a la vez que me daba la vuelta. Esta vez estaba segura, alguien me había hablado justo donde ahora estaba mirando. Pero no había nadie. O por lo menos yo no lo veía. Fuera quien fuese estaba bien escondido. ― ¿Quién hay ahí? ―pregunté sintiendo cómo mi voz temblaba en mi garganta. ― Aunque, al parecer, no puedes verme… Está claro ―siguió diciendo la misma voz―. Me pregunto si… Un nuevo grito escapó de mi garganta cuando una mano tocó mi brazo de repente. Me aparté de golpe tan asustada que no pude evitar las cajas amontonadas que

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había a mi espalda. Y sin otra alternativa, me tropecé y caí al suelo entre cajas y pedidos. ― Interesante… ―murmuró de nuevo como si el hecho de caerme careciera de importancia. Sin dejar de estar sorprendida y asustada al mismo tiempo, mis labios se despegaron a punto de pronunciar un insulto tan grande que habría escandalizado al mismísimo diablo. Por el contrario, mi protesta mordaz se apagó al aparecer Aina por la puerta. Su rostro pareció abrirse como una cajita al introducir la llave en la cerradura. Estaba sorprendida y horrorizada. Se acercó corriendo para ayudarme sin pensarlo un solo instante. En eso tuve que reconocer que había actuado como una buena compañera. ― ¡Eris! Por Dios, ¿cómo te has caído? ―preguntó exaltada. Pensé que escucharía de nuevo esa maldita voz masculina e insolente que había logrado asustarme, pero solo hubo silencio. Me levanté y miré por todas partes a la vez que tocaba el aire a mí alrededor, o más bien lo azotaba. Seguramente, desde un punto de vista exterior, parecería algo trastornada o confusa ―por no decir loca, que era lo que creía en esos instantes―. Nada. ― ¿Te… encuentras bien? ―me preguntó terminando la pregunta con una sonrisa preocupada. Sacudí la cabeza una vez e intenté ordenar mis pensamientos. Definitivamente no confiaba lo suficiente en Aina como para decir que escuchaba voces que, evidentemente, no procedían de ninguna persona. Pensaría que estoy loca. Así que cerré los ojos momentáneamente y al abrirlos me obligué a sonreír. ― Eh… sí. Lo siento, me he mareado ―dije mientras tocaba mi frente despreocupadamente y la miraba a los ojos intentando restarle importancia―. Sólo eso… No muy convencida, asintió con la cabeza y me soltó con cuidado. Era probable que, después de esa enorme caída provocada por un mareo, como había dicho, se sintiera reacia a dejarme sola de nuevo por temor a que desmontara la cafetería entera. Y probablemente tendría razón. ― ¿Te sientes con fuerzas de seguir? ―me preguntó sin apartarse del todo de mi lado. Asentí con la cabeza a la vez que tragaba con fuerza, tal vez necesitase un vaso de agua o algo por el estilo antes de continuar mi turno. Por lo demás… ―Sí, sí, no te preocupes.

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La última hora pasó sin incidentes. Aunque me sentía mejor y el trabajo me ayudó a dejar de pensar en lo que había ocurrido momentos antes, no pude quitarme de encima la sensación de que alguien me miraba. Aina dejó de preocuparse por mi salud ―llámale física o mental… depende de la impresión que diese en aquel momento― cuando vio que ya atendía a los clientes con normalidad. Una hora y media más tarde, por fin, terminó el turno. Ambas salimos de la cafetería dejando a las jóvenes chicas que atendían el turno de noche. Por suerte, era un local que pocos días abría después de las diez y media, por lo que ese turno no me había tocado todavía en ninguna ocasión. Aina se despidió de mí después de preguntarme, por quinta vez consecutiva, si estaba segura de que podía conducir. Me ofreció una barrita energética que no pude rechazar y me obligó a beber un vaso de agua con azúcar y limón antes de marcharme. Era una chica muy agradable y atenta, tenía que reconocerlo, pero no podía evitar pensar que era un verdadero dolor de cabeza. Y ciertamente, con lo preocupada que parecía estar por mí, me supo realmente mal pensar eso. Me despedí de ella después de sonreír como pude y asegurarle que la llamaría en cuanto llegara a casa para que supiera que estaba bien. ― ¿Era necesario todo ese numerito? ¡Ni que nos conociéramos desde hacía tanto!― Y aunque no logré convencerla del todo, se alejó en dirección contraria para irse a su casa. Yo me di la vuelta y emprendí la marcha hacia mi coche. Me puse la chaqueta cuando apenas había dado diez pasos; hacía frío. Anduve deprisa por las calles estrechas de Reus para llegar a una que estaba cerca de la plaza de las Ocas donde había aparcado mi coche. Era un callejón estrecho, pero siempre encontraba aparcamiento. Apreté el paso cuando comencé a escuchar un par de pies más detrás de mí. La sensación de ser vigilada se intensificó más ahora que estaba sola. Estaba a punto de llegar cuando me crucé con un par de hombres que recordaba haber visto en la cafetería hacía un par de horas. Ambos se volvieron para verme cuando pasé por delante, y sus sonrisas me arrancaron un escalofrío. Escuché algunos murmullos, pero no pude descifrar qué decían. Tampoco estaba segura de que tuviese que ver conmigo. Así que a pesar de que en mi imaginación eran unos malhechores que querían matarme, me obligué a ignorarles. De poco sirvió. Pues uno de ellos, uno en el que no había reparado hasta ahora, se acercó a mí con un cigarro de liar en la boca. ― Perdona, ¿tienes fuego? ―me preguntó con los labios apretados alrededor del filtro. Negándome a asustarme sin razón aparente, negué con la cabeza y sonreí sin detenerme.

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― Lo siento… ―Me dispuse a seguir mi camino cuando otro de ellos se incorporó de la pared donde había estado apoyado para acompañar a su amigo. ― No te vayas tan deprisa. Podemos invitarte a algo, ¿verdad Migas? No quise preguntarme, ni ahora ni más adelante, por qué llamaban a ese Migas. De verdad que no. Pero supongo que estaba tan asustada en esos momentos que no pude evitarlo. ― No… Yo ya me iba ―dije acelerando el paso e ignorando mi absurda pregunta interior. Sin esperarlo y haciendo que mi imaginación cobrara vida, el hombre me cogió por un brazo deteniendo mis pasos. Asustada, le di un empujón guiada por la adrenalina que subió como la espuma y salí corriendo. Por si mi imaginación no era suficiente planeando posibles situaciones, los ahora reconocibles malhechores ―un nombre ridículo ahora que lo pienso detenidamente― comenzaron a seguirme. Debo reconocer que corro rápido. Gané alguna que otra carrera cuando iba a la escuela. Así que logré sacarles ventaja. Y seguramente habría escapado de ellos de no ser por el maldito callejón sin salida con el que me había tropezado. ¡¿Desde cuándo había un puñetero callejón sin salida en Reus?! Miré la pared delante de mí para encontrar un modo de, tal vez, escalarla. Había una ventana a unos dos metros de altura, y en un rincón un contenedor. Podía trasladarlo allí y subirme encima para luego… ¿Para luego qué? No había nada por donde seguir escalando. Seguramente, aunque llegase hasta la ventana, no podría abrirla. De todos modos, acerqué el contenedor y me subí encima de él para alcanzarla. Sujetándome a la tubería de al lado estaría lo suficientemente alejada del suelo como para que esos hombres no pudieran cogerme. O estaba tan nerviosa que no pensé que ellos también tenían piernas y brazos con los que subirse al contenedor de basura que había utilizado para llegar hasta la ventana. Y que seguramente me atraparían sin ninguna dificultad porque su altura era considerablemente mayor que la mía, y lo que a mí me había parecido unos dos metros, para ellos serían unos cuantos centímetros de más. De todos modos, no había marcha atrás. Pues los tres hombres ya estaban al pie de la calle y sus risas llegaban hasta mis oídos. ― ¡Vaya con la tía! ―gritó uno de ellos. ― ¡Baja de ahí, que no eres Spiderman! ―puntualizó otro que parecía no poder contener la risa. No dije nada. Me aferré todavía más a la tubería, la cual me dejaba las manos rojas por el óxido, e incapaz de quedarme quieta comencé a subir por ella. Resbalé en un par de ocasiones, y sentí como un hierro me raspaba el pantalón y me hacía un corte en la espinilla. Apreté los dientes ante el dolor.

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― ¡Esto empieza a ser muy divertido! ¿Cuánto crees que tardará en caerse de allí? Los malditos idiotas ni siquiera fingían no querer atraparme. ¡Joder, creía que estas cosas solo ocurrían en las películas! Aunque no recordaba ninguna película en la que la protagonista se subiera a un contenedor para escalar por una diminuta tubería oxidada que no conducía a ninguna parte. Seguramente debería estar asustada. Tal vez tendría que intentar pelear hasta que mi salvador, atractivo e irresistible, le diera una buena tunda a esos malhechores… ¡Dios, tenía que eliminar esa estúpida palabra de mi vocabulario! Escuché cómo los pies del hombre más alto se subían encima del contenedor. Miré por encima del hombro para comprobar si podría alcanzarme o qué propósito tenía. Se tambaleó un par de veces, pero sabía a la perfección que si alargaba una mano podría sujetarme un pie. Intenté escalar un poco más, pero fue inútil, no era suficientemente rápida. Miré de nuevo esperando encontrarle más cerca cuando el enorme tío cayó hacia atrás impactando con fuerza contra el suelo. Abrí los ojos de par en par cuando los otros dos se acercaron para comprobar si estaba bien. Él hombre dejó escapar unos gemidos de dolor y miró incrédulo hacia arriba, como esperando ver algo más que un contenedor de basura. ― ¡Dios, Migas! ¿Estás bien? ¿Cómo diablos te has caído? Te has fumado tú la maría, ¿verdad? ―dijo el más bajito con un tono entre recriminatoria y desorientada burla. Estaba claramente borracho… o drogado, ¡qué sé yo! ― ¡No me he caído, imbécil! ¡Y no he tocado tu maldita maría! ¡Alguien me ha empujado! Los dos hombres miraron hacia arriba, donde yo estaba. No me había movido del sitio ni un solo centímetro. ― Oye, la chica ni siquiera tiene las piernas largas… ― ¡Idiota! ¡La chica no se ha movido! Hay alguien allí, estoy seguro. Sin poder evitarlo, la mención de alguien más que, evidentemente, no podían ver, me llevó a recordar lo sucedido en Green Dog. Aunque no pude pensar mucho más, pues los otros dos se acercaron al contenedor dispuestos a subir y atraparme. Mi mente comenzó a funcionar a mil por hora. No podía seguir pensando en algo que no existía, tenía que pensar en algo que pudiera servirme para escapar. Esos tres estaban demasiado borrachos ―o drogados― como para desistir ahora. Les había dado la excusa perfecta para no aburrirse. Me sujeté con más fuerza y avancé unos centímetros más hacia arriba. No obstante, no tuve que seguir magullando mis manos mucho más, pues los dos hombres que habían intentado subir cayeron claramente empujados por algo que no podríamos ver ninguno de nosotros. Se levantaron deprisa desorientados y comenzaron a golpear el 12


aire. Mis ojos se abrieron de par en par cuando otro empujón invisible hizo caer a uno de ellos, luego otro más, hasta que los tres se levantaron entre gritos histéricos y salieron corriendo por donde habían venido. ― ¡Eso, largaos cobardes! ―gritó una voz llena de excitación y regocijo en cuanto los tres desaparecieron por la esquina del callejón. Luego pareció jadear―. ¡Dios, menudo dolor de cabeza! Con los ojos abiertos de par en par, intenté ver algo que sabía que no vería. Al propietario de aquella voz misteriosa. Mis manos empezaron a dolerme horrores, y comencé a bajar torpemente hasta caer de culo encima del contenedor. Un gemido ahogado inundó el callejón y me senté poco a poco intentando aguantar el dolor de mis manos rojas tanto por el óxido como por el esfuerzo. De repente, algo tocó mi brazo. Chillé sin poder evitarlo y la mano se apartó de mí al instante. ― Tranquila, no quiero hacerte daño, ¿vale? Miré hacia todas partes, pero no había nadie. ― ¿Quién… por qué…? ― ¿Quién soy y por qué no puedes verme? ―preguntó la voz masculina por mí. Asentí con la cabeza poco a poco y sin dejar de mirar hacia todas partes―. No lo sé. Desperté hace unas semanas y nadie podía verme. Ni siquiera podía tocar a nadie, y tampoco me escuchaban. En realidad, eres la única que ha podido oírme. Incapaz de moverme del sitio, aún asustada y sorprendida, me encontré irracionalmente hablando con esa voz invisible. ― Has… golpeado a esos… ¿Cómo…? ― ¡Oh, eso! No podía hacerlo al principio, pero si me concentro mucho… Si creo que puedo tocarlos, lo consigo ―me explicó. Su voz se trasladaba en el aire como si estuviera caminando por el reducido lugar―. Tú eres la única que puedo tocar sin provocarme un dolor de cabeza considerable. Y también puedes oírme. Es un verdadero alivio poder hablar con alguien después de… ―Pareció pensarlo un poco y siguió―. ¿Tres, cuatro semanas? Joder, ya no lo recuerdo… Mientras la voz hablaba desde algún punto por encima de mí, mi cabeza comenzó a palpitar provocándome un dolor considerable. No obstante, no fue nada en comparación con el dolor que sentí en la espinilla cuando moví la pierna para intentar bajar del contenedor. Mis pantalones negros, los que utilizaba para trabajar, estaban rotos y llenos de sangre. El corte que me había hecho con la tubería era profundo, y seguramente estaría infectado. Tendría que ir al médico, probablemente me pondrían la antitetánica… Pensar en la posible vacuna logró marearme todavía más si eso era posible. 13


― ¿Quieres que te ayude? ―me preguntó la voz invisible. Mi mirada se alzó como un acto reflejo a pesar de saber que delante de mí no había nadie. Estaba lo suficientemente cansada como para no ponerme histérica, pero no lo suficientemente loca como para pensar que aquella voz surgía realmente de alguien invisible. Simplemente no podía estar hablando tranquilamente con ese… ¿sería un joven? La voz, el tono grave y fuerte como el de un muchacho de veintidós o veintitrés años así lo aseguraba. Sin esperar a que esa mano me tocara de nuevo prestándome su ayuda, salté hacia el suelo aterrizando de cuclillas. Apreté los dientes ante el dolor que sentí a través de los pies y me incorporé poco a poco cojeando. ― No es ningún esfuerzo ayudarte, ¿sabes? ―dijo de nuevo. Pero no quise responder. Tal vez intentaba que mi cordura siguiera donde la recordaba. Avancé a trompicones intentando llegar a mi coche cuando su voz volvió a dejarme paralizada―. No… no me ignores… no lo hagas… Debería haber seguido. Debería haberle ignorado una última vez, buscar mi coche e irme a casa. Seguramente mis padres estarían preocupados. Seguramente mi cansancio me provocaba alucinaciones. Tal vez esos hombres me habían alcanzado, yo no había corrido tan deprisa como había creído y ahora me estaban drogando. Tal vez… Pero no. Tuve que girarme. Tuve que intentar mirar de nuevo algo que no vería. Y tuve que contestarle a ese algo que sí me veía y podía hablar y tocarme. ― ¿Sabes? He tenido un día horrible. Me han perseguido, tengo un agujero en el pantalón con un buen tajo que de seguro necesita la antitetánica, odio las agujas y en cuanto llegue a casa mis padres van a preocuparse tanto por mis pintas como por el maldito corte ―dije tan deprisa que no sé muy bien si tuvo sentido―. Creo que he llegado a un punto en el que no me importa reconocer que además de todo esto, oigo voces ―suspiré―. Así que al menos uno de los dos terminará la noche mejor de lo que la ha empezado. Puedo oírte. ¿Qué quieres más? ¿Venir a mi casa? Y aunque lo dije en broma, él pareció tomarlo muy en serio. O tal vez decidió pasar por alto mi evidente sarcasmo porque realmente se sentía perdido…

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2 El chico invisible

― No puedo creer que realmente me hayas seguido. Era probablemente la décima vez que decía aquello en lo que llevaba de noche. Como era evidente, cuando llegué a casa mis padres repararon enseguida en la pierna que seguía sangrándome. Sin tiempo a decirles que me moría de hambre y que mañana tendría que ir a trabajar a las diez, me llevaron en coche a urgencias. Si él me siguió hasta allí no tengo ni la menor idea. Sólo sé que no escuché de nuevo su voz hasta que regresé a casa a las dos de la madrugada. En el trayecto en coche, después de la pequeña escaramuza con aquellos tipos, también se mantuvo callado. Tal vez porque parecía visiblemente alterada y estaba conduciendo un coche a ciento veinte por hora por la autovía, tal vez porque no tenía nada que decir. No obstante, supe que estaba allí cuando llegué a casa. Pude notar su presencia a pesar de lo cansada que estaba. Sí, estaba loca. Seguro que lo estaba. Mis padres se habían equivocado con que mi problema era el corte en la pierna, mi problema estaba más arriba, justo donde se alojaba mi cerebro. Cuando el reloj marcó las dos y cuarto, mi cuerpo quedó tendido inerte en la cama de mi habitación. Mis padres me dejaron sola, supongo que pensaron que iría a dormir, pero la voz masculina procedente de la misma cama donde me había tumbado logró que volviera a exclamar aquella dichosa afirmación incrédula. ― Creo que no es lo único que no te crees… ―murmuró sobresaltándome a pesar de saber que iba a contestar. Me levanté de golpe, ignorando el dolor en la pierna y el de la cabeza. Me acerqué al espejo que tenía colgado en la pared y me deshice el moño ―ahora más bien un nido de pájaros― que me había hecho por la mañana. Dediqué una mueca desagradable a mis enredos cuando solté mi cabello. Por suerte, como ya sabía, con una simple pasada de un cepillo quedaría de nuevo desenredado. Eso era lo que más me gustaba de mi pelo, era tan fino que era prácticamente imposible que se enredara. ― Creo sinceramente que necesitas dormir ―murmuró detrás de mí. No le presté atención y continué evaluando mi reflejo en el espejo.

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Mis ojos verdes, o algo parecido al verde, estaban tan apagados que daban un poco de miedo. Los tenía enrojecidos, señal más que suficiente de que estaba cansada. Mi rostro en forma de óvalo estaba pálido, como mis labios finos y mi nariz pequeña y redonda. Mis cabellos eran una mezcla entre el rubio y el castaño, y lo llevaba por los hombros con rizos poco definidos. Bueno… ahora poco definidos del todo. No tenía buen aspecto, parecía enferma. ― Espero no tener esta pinta por la mañana… ―murmuré sin esperar una respuesta. Olvidé que hacía poco había perdido la chaveta… ― Yo dije lo mismo la noche que descubrí que era invisible. No funcionó. Suspiré una vez, dos, tres… Una más no haría daño, ¿no? Daba igual, tenía que dormir. Esa era mi misión. Fuera quien fuese o me pasara lo que me pasase, todo se solucionaría durmiendo. Todo se solucionaba durmiendo. Era el lema de mamá. Así que decidí evitar preguntas como; ¿Vas a dormir tan campante con alguien en la habitación? O… ¿Y si no estás loca y existe de verdad? ¡Puede tocarte! O… ¿Acaso te has hecho esa pregunta realmente? ¿Estás completamente loca? No. Definitivamente era mejor dejar de pensar, meterse en la cama y dormir. Con un poco de suerte, mañana todo habría desaparecido… ― Oye… ¿Dónde narices quieres que duerma yo? ―Con un gruñido me tapé la cabeza con la almohada. Iba a ser más difícil de lo que pensaba ignorar esa voz que no quería creer que existía realmente. Verdaderamente difícil… Cerré los ojos con fuerza, decidida a dormirme de una vez por todas. La voz no parecía insistir en hablar, así que dejé de tapar mis oídos con la almohada e intenté relajarme. Si no pensaba en nada podía confundir los sucesos anteriores como algo muy lejano, como un sueño. Olvidando que el mundo existía y que yo formaba parte de él. Dejando que me invadieran los sueños y me transportaran a un mundo de inconsciencia, de felicidad ante la ignorancia. Incluso una pequeña pesadilla vendría bien en estos momentos. Cualquier cosa que no me hiciera pensar en lo sucedido. La oscuridad me invadió, dejándome llevar por la sensación de tranquilidad que te rodea antes de empezar a soñar. Un sueño lleno de luz y cosas imposibles que… ― Bueno, entonces… supongo que tendremos que compartir la cama. Escuchar esa voz otra vez logró que abriera de nuevo los ojos de par en par y me incorporara de golpe. Observé la cama con atención, pero no había nada que me advirtiera que él se había sentado. Me aparté hasta chocar contra la pared y recogí mis piernas hasta pegarlas al pecho. No ocurrió nada. Respiré entrecortadamente mientras intentaba mantener los ojos abiertos, pero cada vez era más complicado. Había sido un día de locos, solo quería cerrar los ojos y dormir. Sólo dormir. 16


― Pareces asustada… ―murmuró la voz. ― ¿No… no te parece que tengo motivos para estarlo? ―dije en un susurro apenas audible. ― ¿Y crees que yo no lo estoy? ¿Quién es aquí el chico invisible?

Cerré los ojos unos instantes, esto empezaba a superarme. Agaché la cabeza apoyándola en mis rodillas e intenté controlar mis nervios. ― Oye… estoy muy, muy cansada. ¿Crees que podemos dejar esta locura para mañana? Los segundos pasaron, pero parecía que no iba a contestar. Abrí de nuevo los ojos y miré en todas direcciones a pesar de saber que no iba a verlo. ― ¿Hola? ―probé.

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― ¡Oh! Perdona. He asentido con la cabeza, pero no puedes verlo, claro ―dijo evidentemente avergonzado―. Es la costumbre. Sin saber muy bien por qué, sonreí divertida. Tal vez fuera producto de mi cansancio o mi imaginación desbordante, pero el chico, a pesar de todo, era simpático. ― No importa… ―murmuré mientras me tumbaba―. Puedes dormir en la cama de abajo… Sólo tienes que… abrirla… ―dije prácticamente dormida. Segundos más tarde escuché el mueble deslizándose hacia un lateral. Sonreí―. Buenas… noches… ― Buenas noches ―dijo divertido―. ¿Cómo te llamas? ― Eris… ―murmuré. ― Yo soy Dylan ―Al ver que no respondía, seguramente dedujo que me habría dormido. Y seguramente tendría razón. Sin embargo, recuerdo perfectamente sus últimas palabras antes de que el sueño me invadiera por completo ―. Felices sueños, Eris.

Sé que es patético y algo extraño. Normalmente la gente tiene miedo a los sonidos escalofriantes, a los gritos de película de terror, o a las cancioncitas tétricas como la de la película china esa… ¿Cómo se llamaba? ¡Oh, sí! “Llamada perdida”. Bueno. Pues a mí me da miedo el silencio. Necesito llenarlo siempre con cualquier cosa. Incluso aunque esté sola. La tele, la radio, la música, mi propia voz... No importa siempre y cuando no haya silencio. Por eso cuando tengo pesadillas normalmente nunca hay voces. Por eso sé que estoy teniendo una pesadilla ahora mismo…

≪Únicamente se escucha mi respiración y mis pasos silenciosos sobre el suelo. Corro. Estoy corriendo muy deprisa. Y miro hacia atrás cada tanto para comprobar que nadie me sigue. Sin embargo, sé que tengo alguien detrás de mí. Alguien quiere atraparme, y corro todavía más. También está oscuro, pero eso no me importa, no le tengo miedo a la oscuridad. Es más, me gusta. Porque cuando no ves nada te obligas a escuchar, y es cuando todos los sonidos parecen intensificarse. La oscuridad es más segura que el silencio, más acogedora. Así que sigo corriendo sin parar, intentando gritar o decir cualquier cosa sin ningún resultado. Es inútil. No puedo hablar. Escucho a lo lejos dos pasos más, me giro y veo una sombra que se acerca a gran velocidad. Pero cuando logro verla, dejo de escucharla. Sólo quiere que sepa que está allí. Quiere que tenga miedo. Sin saber muy bien por qué, me detengo en seco. Oh, sí, lo sé. Me he hecho daño a pesar de no sentir dolor. El tobillo da un paso en falso y me precipito contra el suelo. No puedo andar, no puedo hablar, no puedo moverme. Espero a que la silueta termine por acercarse. Respiro más rápido, pero no escucho nada. Es como si realmente no estuviera respirando. Se acerca. Esta justo en frente, 18


solo tiene que agacharse para poder tocarme. Lo veo venir, y justo cuando llega donde estoy yo… pasa de largo. Me giro para ver hacia donde va. No me perseguía a mí. Lo sé porque ahora escucho otros pasos, unos que siguen corriendo. No lo veo. No sé quién es. No hasta que escucho un grito y…≫ ― ¡Eris! ¡Eris! ¡Eris, por Dios! Al abrir los ojos pude ver el rostro de mi madre delante de mí. Estaba entre extrañada, asustada y preocupada. Me incorporé en la cama, sudada y temblando. Me dolía todo, como si realmente hubiese estado corriendo toda la noche. En realidad, dado que estaba más sudada que un atleta, es posible que si digo que he estado haciendo footing se lo crea cualquiera. ― ¿Ma… mama? ―dije con una voz extraña. Mi madre me destapó de golpe para mirar la herida de la espinilla, la cual seguía vendada. ― El médico dijo que podía subirte la fiebre. Al parecer lo ha hecho. Aunque tal vez también debiste pasar frio, ¿no? ―No esperaba respuesta. Mi madre siempre preguntaba de forma retórica. A no ser que me mirara a los ojos y se cruzara de brazos. Entonces exigía una respuesta. Y rápida―. Son las ocho, deberías llamar al trabajo y avisar que no vas a ir hoy. ― No puedo hacer eso ―dije intentando levantarme de la cama. Mi madre me lo impidió―. No soy una niña. No puedo faltar al trabajo. Me ha costado mucho conseguirlo. ― Ayer casi te matan. ¡Te atacaron al volver del trabajo! Tienes un corte enorme en la pierna y has tenido fiebre toda la noche. ¡Acabas de despertarte gritando! ―La preocupación en su voz era tan evidente que me obligué a quedarme en la cama―. No irás. Mañana haz lo que quieras, pero hoy te quiero en casa. Nos diste un susto de muerte… Mi madre se apartó de mí y cogió mi móvil. Me lo tendió y se cruzó de brazos. Esperaba que marcara el teléfono de la jefa para avisar que hoy no iría. Estaba segura de que no se marcharía de la habitación hasta que lo hiciese. Con un suspiro pesado, desbloqueé el teléfono y busqué el número de mi jefa en la agenda. El nombre ―Nerea Jefa― estaba en la sección de llamadas recientes. Marqué descolgar y empezó a llamar. Como esperaba, no me lo cogió. Colgué y miré a mi madre. ― No contesta ―dije frustrada. Ella no se movió. Con otro suspiro cansado, volví a insistir. En total dos veces más hasta que, finalmente, descolgó. ― ¿Sí? ―preguntó Nerea al otro lado de la línea.

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― Hola, soy Eris Arnaiz, una de sus empleadas… Hace poco que trabajo en el Green Dog… ―La voz al otro lado se quedó en silencio unos segundos haciéndome sentir realmente incómoda. ― ¡Oh! ¡Sí, sí, Eris! La jovencita rubia. ¿Ocurre algo? ―preguntó al fin. ― No… bueno, en realidad solo un pequeño contratiempo… ―murmuré. ― ¿Algo sobre el pago? No te preocupes por eso, Eris. Somos muy puntuales con el sueldo. ― ¡No! No, no, no es eso. Es que… verá, yo quiero ir hoy a trabajar, de verdad que estaba a punto de ir. Pero ayer me atacaron unos hombres al salir del trabajo y… ― ¡Dios mío! ―me cortó Nerea―. ¿Estás bien? No deberías ir sola por ciertos sitios, sabes que mi hija puede acompañarte, termina a la misma hora que tú, ¿verdad? ¡Oh, sí! Aina es hija de la jefa. No lo había mencionado, ¿verdad? ― Sí, sí, me lo dijo, pero como yo voy en coche… no quería molestar… ― ¡No es ninguna molestia, mujer! Pero siento cierta responsabilidad para con mis empleados. Y Aina me ha dicho cosas muy positivas de ti. Eres muy trabajadora. ― Gracias… ―dije algo incómoda. ¿Cómo iba a decir, después de esto, que hoy no iba a ir a trabajar? ― No te preocupes por nada, Eris. Seguramente te llevaste un buen susto. ¿Pero estás bien? ―preguntó de nuevo. Esa era mi oportunidad. ― En realidad no demasiado. Por eso llamaba. ―Respiré hondo―. Verá, resulta que intenté escapar de esos hombres, y aunque dentro de lo malo salí airosa… Bueno, resulté un poco herida… De repente el móvil ya no estaba en mi poder. Mi madre me lo había arrebatado y hablaba como si nada… ¡con mi jefa! ― Hola, es usted la jefa de mi hija, supongo. Verá hoy no podrá ir a trabajar. Anoche la atacaron y llegó a casa con un corte profundo en la pierna. Tuvimos que ir a urgencias y esta noche ha tenido fiebre. Como comprenderá, no está capacitada para salir de casa. ― ¡Mama! ―dije con un grito silencioso. Mi rostro estaba totalmente rojo. Intenté quitarle el teléfono, pero fue inútil. No tenía fuerzas―. ¡Dios! Devuélveme… ― Ahora le paso a mi hija, un placer conocerla. Me tendió el móvil. Con manos temblorosas volví a ponerme el auricular en la oreja. 20


― Lo… lo siento mucho. Mi madre está muy preocupada y… ― Eris, tranquila. Es totalmente comprensible. Parecías tener apuros en decir que no ibas a venir hoy a trabajar ―dijo la voz tranquilizadora de Nerea―. Está bien, te lo iba a decir yo de todos modos. Me siento en parte responsable por lo ocurrido. No pasa nada. Vente mañana si te encuentras mejor, ¿vale? ― Estaré mejor ―aseguré convencida―. Gra… gracias. No volverá a ocurrir. ― Espero que no. No me gusta que ataquen a mi personal ―dijo terminando la frase con una risa―. Avisaré a mi hija y todo estará solucionado. No te preocupes más y descansa. ― Gracias. ― Y deja de decir gracias ―dijo con voz amable. ― Gra… Esto, sí. Hasta mañana ―me despedí con los nervios a flor de piel. ― Adiós… ―Y colgó. Miré mi móvil unos instantes como si se tratara del bicho más extraño del mundo, luego a mi madre. Su postura se había relajado y estaba a punto de salir por la puerta. ― No vuelvas a hacer eso, mama. Lo digo en serio. No me tomarán en serio si… ― Di las cosas claras y sin miedo, hija. He estado muy preocupada ―me interrumpió abriendo la puerta. ― Mama, estoy bien, de verdad. ―Mi madre salió del cuarto. Sin volverse y antes de alejarse, acarició el marco como si se tratara de la cosa más valiosa del mundo. ― He tardado cinco minutos de reloj en despertarte, no reaccionabas… ―Luego me miró por encima del hombro―.Sé que no tengo derecho a decirte esto… pero no me gusta este trabajo. La puerta se cerró dejándome en mi habitación sola. Me levanté de la cama tropezándome con la de abajo ―la cual estaba abierta―, y me acerqué al espejo. Tenía un aspecto lamentable. Mi pelo era un revoltijo, tenía ojeras y las mejillas muy sonrojadas. Mis ojos eran más verdes que de costumbre porque estaban rojos, y los labios secos confirmaban que el sudor me había dejado algo deshidratada. Me aparté del espejo y busqué una toalla, tenía que ducharme. Empecé a quitarme la camisa de dormir cuando caí en la cuenta de algo… o más bien de alguien. Aunque podía tratarse también de una pesadilla. Volví a dejar la camisa en su sitio y me giré. ― ¡Casi! ―gritó la voz confirmando que no había sido una pesadilla―. ¿Sabes? Creía que realmente ibas a hacerlo. Desde luego habría sido la mañana mejor empezada

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de la historia. O al menos de mí historia. ―Estaba segura de que esa afirmación habría ido acompañada de un encogimiento de hombros. Si lo viera, claro estaba. ― Sigues aquí… ―murmuré sin tener ni siquiera fuerzas para asustarme. ― ¿Y dónde iba a estar? ―dijo como si el hecho de ser invisible y estar en mi habitación fuera lo más normal del mundo―. Oye, tu cama es algo incomoda, mañana duermo en la tuya. ― Espera, espera ―renegué mientras me apoyaba en la mesita de noche―. ¿Mañana? ¿Es que piensas quedarte? ― Tú eres la única que puede oírme, y también tocarme. Vale, no puedes verme, pero has ganado más puntos que el resto del mundo ―dijo sentándose en la cama de abajo. Lo supe porque la esquina se había hundido bajo su peso. Al menos estaba claro que era sólido―. Así que he decidido que me ayudarás a que vuelva a ser visible. El exceso de información me provocó un fuerte dolor de cabeza. Eso y el corte. Comencé a andar por la habitación y respiré con cierta dificultad. ― A ver. ¿Has decidido? ¿Tú y quién más? ― Sí digo que lo he decidido no incluye a nadie más. ―Miré hacia donde se suponía que debía estar y me acerqué furiosa. ― ¡Exacto! Pero resulta que tú decisión me afecta directamente. ¿Cómo puedes decidir algo sobre mí? ―dije intentando moderar el tono de voz. Si hablaba demasiado alto mi madre volvería a entrar en la habitación. ¿Y cómo explicaría entonces que la cama estuviese hundida de ese modo? O peor. ¿Cómo explicaría el estar hablando sola? ― Ayer te salvé la vida ―dijo sin más. Dejé escapar una carcajada. ― ¿Y por eso te debo un favor o algo por el estilo? ¿Me salvaste por eso? ― Claro. ¿Por qué sino? ―La respuesta fue tan natural y sencilla que logró dolerme y enfurecerme más. Algo que, con la evidente fiebre, no era bueno. ― ¡No te debo nada! ¡No tengo por qué ayudarte! ¡Nadie te pidió que me salvaras, estaba bien! ¡Podía salvarme yo sola perfectamente! ― Oye… tranquila… no te pongas histérica… ― ¡No me pongo histérica! ―chillé. Respiré con dificultad y empecé a verlo todo borroso. Estaba mareada, deshidratada y tenía mucha fiebre. Lo notaba. Mis piernas se doblaron y comencé a caer. Antes de tocar el suelo, algo ―o alguien― me cogió en volandas. Las manos que me sujetaban eran fuertes, cálidas y algo rudas, las manos de alguien que las ha utilizado para trabajar. Me levantó como si no pesara, apoyándome contra su cuerpo. 22


Era muy alto, mediría más o menos metro ochenta, metro ochenta y cinco. En comparación con mi metro cincuenta y tres, centímetro arriba centímetro abajo, parecía una niña pequeña. ¿Cómo sería? Por su voz, no debía tener más de veinticuatro o veinticinco años. Pero era alto y fuerte. De eso estaba segura. Me tendió en la cama con cuidado justo en el momento en el que mi madre llamaba a la puerta. ― ¿Eris, estás bien? ―preguntó. ― Estoy bien… ―me obligué a decir―. No te preocupes… ― Estoy en el comedor. Si necesitas algo… ― Sí, tranquila. Escuché el sonido de sus pasos alejándose. Volvía a estar sola. O más o menos sola. Su mano seguía sujetándome por la nuca manteniéndome levemente elevada. ― He vuelto a salvarte ―informó socarrón. Mis labios se apretaron mientras cerraba los ojos. Estaba tan cansada. ― No vale. No te he pedido que… ― No es necesario que me pidas ayuda. Sé cuando alguien la necesita. ―Su voz sonó tan ruda que pareció, por un momento, que no era el mismo chico que había hablado antes―. Lo cual debería ocurrirte a ti también. Yo te salvo sin que me lo pidas, podrías mostrar la misma consideración… ¡Pero mira! Te lo pondré más fácil. Yo sí te la pido. ―Su voz volvió a escucharse sarcástica y despreocupada de nuevo. ― De acuerdo… mira, Dylan… ―comencé. ― Vaya, recuerdas mi nombre ―puntualizó realmente sorprendido. ― Nunca olvido un nombre. Y menos uno tan molesto como el tuyo. ―Su risa pareció una melodía musical perfecta. ― ¿Mi nombre es molesto? ¿O te refieres a mí? ―consultó divertido. Yo suspiré mientras me reía con una mueca de dolor. ― No preguntes. No quieres saber la respuesta. ―Volvió a reírse. Parecía muy alegre. Era un chico con mucho morro, todo hay que decirlo, pero también parecía muy feliz, o intentaba serlo. Me contagiaba su buen humor, y eso no lo conseguía mucha gente―. Lo que iba diciendo. Por ahora voy a ducharme. Cuando sea persona hablamos sobre lo que te pasa y por qué… ― ¿Por qué soy invisible? ― Exacto… ―dije levantándome. La mano grande de Dylan me ayudó a incorporarme. 23


― ¿Quieres que te acompañe y te aguante de pie mientras te duchas? Fue una petición tan sencilla y casual que casi acepto sin pensarlo. Sin embargo, le dirigí una mirada ―que seguramente no coincidiría con el lugar donde él estaba realmente― que habría dejado helado a cualquiera. ―Me quedo aquí ―añadió. ― Vuelvo en cinco minutos ―dije mientras salía de la habitación. ― ¡Ja! Tengo una hermana, y la última vez que dijo eso llegamos dos horas tarde. La exclamación la escuché desde detrás de la puerta. Pero no pude evitar reírme a pesar de que ya no me veía. Sí, era cierto. Conocía a un par de chicas que hacían lo mismo. Pero cuando yo decía cinco minutos… Era totalmente literal.

Antes de volver a entrar en la habitación me dirigí al cuarto de mi hermano mayor para robarle una camisa de dormir de manga larga y unos pantalones que me iban enormes. El mío había quedado inservible, al menos hasta que se volviera a lavar. El sudor había desaparecido, y me sentía débil pero mucho mejor que antes. Seguía teniendo frío y la herida no parecía estar muy mal. Había vuelto a vendarla con cuidado y con la crema que el médico me recetó para que cicatrizase antes. Intentando no tocar mucho los puntos, claro. Oh, sí. Puntos. En total fueron cuatro, y fueron los peores minutos de mi vida. Seguía doliéndome la pierna, una barbaridad en realidad, pero al menos la fiebre contrarrestaba el dolor y confundía las prioridades. Es decir, no tenía ni idea de qué me dolía más, si la cabeza o la pierna. Lo cual estaba bien porque… Me estoy liando. ¿A quién le importa el estado de mi pierna? Ni siquiera a mí me importaba. Lo que realmente me preocupaba era cierto chico invisible que se encontraba en mi habitación. ¿Quién era? ¿Cómo era posible que fuera invisible? ¿Y por qué podía escucharle pero no verle? Me sequé el pelo rápidamente con la toalla manteniendo la cabeza boca abajo. Al incorporarme tuve que apoyarme en el marco de la puerta para evitar caerme al suelo. Vale. Estaba claro que tenía que mantenerme en la cama durante todo el día. Al menos hasta que me bajara la fiebre. Con un montón de preguntas y dudas, abrí la puerta de mi habitación vestida con el pijama de mi hermano y con el pelo mojado sobre los hombros. Curiosamente, mi ordenador estaba encendido y parecía que alguien lo estaba utilizando. ¡Y no solo utilizando, sino cotilleando!

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― ¿Lo has escrito tú? ―me preguntó. Seguramente estaría mirándome en esos instantes, aunque tal vez seguía leyendo… Me acerqué al instante tropezándome con sus brazos apoyados en la mesa, y cerré el ordenador de golpe. Mis mejillas ardían, aunque ahora más de vergüenza que por la fiebre. ― ¿No te han dicho nunca que mirar cosas ajenas sin permiso es de mala educación? ―dije deprisa y avergonzada. ― Tranquila, no me ha dado tiempo de mirar mucho. Al parecer te tomas en serio los cinco minutos. ¡Estoy impresionado! ―exclamó levantándose de la silla. O tal vez acomodándose más, no sabría cómo interpretar ese movimiento. ― No cambies de tema. ¡No puedes mirar mis cosas! Y si quieres hacerlo al menos pídeme permiso ―dije alejándome y sentándome en la cama con las piernas cruzadas. ― ¿Puedo mirar el ordenador? ―preguntó con paciencia. ― ¡No! ― ¿Lo ves? Esto es lo que pasa cuando se piden las cosas. ¡Como siempre he dicho; es mejor pedir perdón que permiso! Sin poder evitarlo puse los ojos en blanco y me acomodé mejor en la cama colocando el cojín detrás de mi espalda. ― Esa suele ser la frase de los maleducados… ―murmuré. Me toqué la frente de nuevo, estaba ardiendo. Dios… vaya día me esperaba. La silla se retiró todavía más mientras me recostaba en el respaldo con la mano en la frente. Al instante, la cama se hundió a mi lado y una mano fresca sustituyó la mía provocando un alivio inmediato. ― Estás ardiendo. ¿A cuánto estás? Pareces un radiador ―comentó provocando que riera levemente. Hasta reír me cansaba. ― Hace un rato a treintaiocho. Me he tomado un ibuprofeno, a ver si baja un poco… ―murmuré. ― Descansa. Te prometo que no miro nada más ―dijo con voz apagada. Abrí los ojos un poco, intentando localizar más o menos dónde estaba. ― No sé… creo que no podría descansar sabiendo que estás por aquí. Sus brazos se colocaron a lado y lado de los míos, obligándome a echarme en la cama. Estaba tan débil que no pude hacer otra cosa que obedecer. Me quedé quieta en la

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cama mientras él me tapaba. Ese gesto me hizo pensar que tal vez su hermana era más pequeña que él. Tal vez tuvo que hacer aquello en más de una ocasión. ― ¿A tu hermana pequeña también la acostabas en la cama y la cuidabas cuando estaba enferma? ―dije sin poder evitarlo. Pude percibir su sonrisa y buen humor antes de que contestara. ― ¿Cómo sabes que es más pequeña que yo? ―Al ver que no decía nada, siguió―. Sí. En realidad, tú me la recuerdas un poco… No dijo nada más. Parecía reacio a hablar sobre el tema. Tal vez ya no vivía con ellos. O tal vez llevaba tanto tiempo siendo invisible que… ― ¿Cuánto hace que estas… eres… bueno…? ― ¿Invisible? ―finalizó por mí. Yo asentí con la cabeza―. Pues… creo que aproximadamente un par de semanas. Aunque no sabría decírtelo con certeza, el tiempo pasa de un modo extraño cuando no sabes qué hacer. Era cierto. Seguramente, si no hablabas, ni te relacionabas con nadie y no hacías nada, el tiempo era infinito e irreal. Como si una hora fuesen veinte y veinte se redujera a un minuto. Lo único relevante era lo que ocurría. Lento o rápido, eso daba igual. Tampoco debías notar la diferencia. ― ¿No has encontrado a nadie más que pueda escucharte… o incluso verte? ―pregunté. ― Ya te he dicho que no. ¡Quieres descansar! ¿Cómo vas a dormirte si no paras de hablar? ―me preguntó apartándose de la cama. El silencio volvió a invadir la habitación y me vi obligada a hablar de nuevo. No contesté a su pregunta. En todo caso, volví a mis propias preocupaciones. ― ¿Cómo te diste cuenta de que eras invisible? ― ¿Es que no puedes estarte callada? Tienes que descansar, tienes fiebre. Luego hablaremos. ¿No voy a irme a ninguna parte, recuerdas? ―dijo divertido y a la vez nervioso. ― Sí, eso me ha quedado claro. No voy a librarme de ti… ―murmuré riendo. Él pareció taladrarme con la mirada. Era curioso que, aunque no podía verlo, era completamente consciente de su mirada cuando esta se dirigía a mí. ― ¡A dormir! ―Y esa afirmación no dejaba lugar a más réplicas. El silencio se hizo tan pesado que era incapaz de dormir. Normalmente, cuando es de noche acostumbro a ponerme una leve música o me duermo con el ruido de la televisión. Cuando no es el caso, mis padres están todavía despiertos y los escucho 26


desde mi cama. Eso me reconforta. Pero ahora era de día. Mi madre estaba en el comedor, y no tenía la televisión encendida. Los vecinos estaban trabajando, por lo que curiosamente todo se encontraba en un silencio mayor que por la noche. Como vivía en un piso pequeño y apartado del centro ―y además en un barrio en el que no pasaban apenas coches―, todo era muy tranquilo. Demasiado tranquilo. ― No tengo sueño… podríamos hablar esto aho… ― Eris. Sí que tienes sueño. Se te cierran los ojos ―hizo una pausa―. No voy a tocar tus cosas ni voy a cotillear más, si es eso lo que te preocupa. Te lo juro ―dijo con sinceridad. Me mordí el labio. Miré hacia todas partes, incapaz de dormirme. Necesitaba que siguiera hablando. ― Es que… No me gusta el silencio… ―confesé avergonzada. ― ¿No te gusta? ―Yo negué con la cabeza. Dylan se sentó de nuevo en la cama, a mi lado, y volvió a taparme con las sabanas. Seguía con fiebre. ― Tengo veinticuatro años ―comenzó―. Estoy estudiando Bellas Artes ahora mismo, y no tengo novia. No te preocupes. Extrañada, fruncí el ceño. ¿Qué estaba haciendo? Su voz sonaba tranquila, y algo socarrona en ciertos momentos. ― ¿Qué dices? ― No te gusta el silencio, ¿verdad? ―apuntó despreocupadamente. Seguramente un encogimiento de hombros habría quedado bien en esa frase. ― Sí, pero… ― No hace falta que me escuches. Yo hablo y tú duermes, ¿vale? Sin poder evitarlo esbocé una sonrisa. Tenía mucho morro, muchísimo, pero también mucho sentido de la oportunidad. Relajándome, me recosté cómodamente en la cama y dejé que él siguiera hablando. Recuerdo que dijo algo sobre su familia, y sobre sus amigos. También que era muy popular entre las chicas y que no me pusiera celosa… Eso me hizo reír, porque su tono de voz tenía implícita la broma y tuve claro que no hablaba en serio. Intentaba que me relajara, y comenzó a explicarme lo que hacía en su curso. La gente que había, las cosas que aprendía… Poco después, me quedé dormida.

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3 Plan

― ¿Has pensado que tal vez estás muerto? Puede que seas una especie de fantasma o algo así… Eran las ocho de la tarde aproximadamente. Después de pasar horas con fiebre muy alta, el día había empezado a mejorar. Comí algo y descubrí que mi invisible compañero también estaba hambriento. Me dijo que para poder comer tenía que concentrarse tanto que llegaba a dolerle la cabeza, y por esa razón no se alimentaba hasta que se convertía en algo totalmente necesario. A partir de ese momento, cuando empecé a encontrarme mejor y mi cabeza ya no estaba concentrada completamente en el dolor, comencé a hacer preguntas. Preguntas como; quién era, cuándo, cómo y por qué le pasaba lo que le pasaba. Y todas las respuestas fueron algo exasperantes. Se llamaba Dylan Araya, y era un joven de veinticuatro años que estudiaba en la Universidad de Bellas Artes en Barcelona. En resumen, era un joven normal y corriente con una vida totalmente normal y corriente. Su invisibilidad o su año sabático, como lo llamaba él, había comenzado una mañana como cualquier otra. Despertó así. Bueno... Después de mucho insistir, me confesó que el lugar donde despertó fue en casa de un amigo de su prima que había hecho una fiesta con, evidentemente, mucha gente y mucho alcohol. Así que no se percató de su año sabático hasta que entró en su casa y se dio cuenta de que no podía abrir el pomo de la puerta, ni hablar con sus padres, ni hacer absolutamente nada de lo que solía hacer. Por último, a la pregunta de por qué le pasaba lo que le pasaba, no obtuve respuesta. Bueno, al menos no una que fuera útil. Así que no pude evitar preguntar… si había pensado… que tal vez él estuviera… ― ¿Muerto? ―exclamó indignado―. ¿Y tú qué? ¿Una vidente? ¡No estoy muerto! Puse los ojos en blanco al escuchar su voz indignada. En cierto sentido era absurdo pensar que estuviera muerto, porque tenía hambre y sueño, y ambas cosas las hacía a diario. En realidad, era como si siguiera igual, lo único diferente era su invisibilidad. Así que tampoco era tan raro pensar que estaba muerto y era un fantasma que estaba volviéndome loca. Aunque también cabía la posibilidad de que estuviera imaginándolo todo y fuera yo la que estuviera muerta. Tal vez esos hombres me habían matado, y ahora estaba teniendo una especie de alucinación o trance por el que pasaban

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los muertos. ¿Quién podía asegurarlo? Nadie conocía la respuesta a lo que ocurre después de la muerte, ¿verdad? Tal vez esto fuese el limbo. ¡O el cielo, incluso! En fin. Fuera lo que fuese, lo único lógico que podía hacer era aceptar los hechos; que me había encontrado con un joven aparentemente normal y corriente en una situación para nada normal y corriente. ― Era solo una idea. Ya no se me ocurre nada más. La verdad es que también he barajado la posibilidad de que esté loca y… ― No. De eso nada ―dijo con rotundidad. Yo parpadeé dos veces sin saber exactamente dónde mirar―. Me niego a pasar de fantasma a ilusión traumática de una loca. ¿Lo próximo qué será? ― A ver. Ilusión lo que se dice ilusión no sería… más bien podía tratarse de las voces que escuchan los esquizofrénicos en su cabeza cuando dicen que les mandan matar a alguien… Aunque tú no me has dicho nada del otro mundo… Así que tal vez seas una voz inofen… ― ¡Oye, oye, oye! ¡Para el carro, lunática! ―gritó a la vez que tapaba mi boca bruscamente―. No soy ninguna voz que te habla. No estás loca. ¡Joder! ¡Existo! Parecía frustrado, y eso me hizo reír. Aunque no lo veía, noté cómo apartaba la mano y debía limpiarse las posibles babas que le había dejado en la palma. Con el dorso de la mía, me limpié la boca y cerré los ojos a la vez que respiraba para tranquilizar mi risa. ― Eres asquerosa ―puntualizó. Le saqué la lengua. ― Gracias. Tú también eres adorable. ―Sin presarle mayor atención, me levanté de la cama dejando la manta a un lado y encendí el ordenador―. Para empezar, veamos dónde vives. Tal vez pueda ayudarte ―La página que Dylan había estado leyendo seguía abierta. La cerré apresuradamente y apreté el icono de Mozilla. ― ¡Por fin algo inteligente! ―exclamó aliviado. Noté al instante cómo se sentaba encima de la mesa justo al lado del ordenador. ― Dime tu dirección, la buscaré en google maps. ― ¿Crees que es buena idea? ―preguntó. ¿Ahora le daba por ser cauteloso? Si no fuera porque todavía tenía algo de fiebre me reiría―. Quiero decir, ¿qué vas a hacer? ¿Ir a mi casa? ¿Y qué harás allí? ¿Hablar con mis padres? ― No exactamente. Supongo que tendrás tu móvil todavía en la habitación. En él habrá contactos, información que pueda darnos una pista de lo que ha ocurrido. Y en su defecto podrías enviar un mensaje a tus padres para que no se preocupen, ¿no? Dylan murmuró algo entre dientes que no entendí, pero el tono había sido tan sarcástico que me entraron ganas de cerrar el ordenador de golpe y echarlo a patadas de 29


mi habitación. Sin embargo, no estaba en situación de hacer movimientos bruscos y no tenía la energía suficiente para cualquier otra cosa que no fuera quedarme allí sentada y respirar para relajarme. No quería que mi madre entrara en la habitación por que había escuchado gritos cuando teóricamente estaba sola. ― Oye, si tienes una idea mejor, o sabes por dónde empezar, no entiendo por qué no me lo has dicho antes ―dije cansada―. Por otro lado, si te apetece coger la puerta e irte a buscar a alguna otra chica que esté más dispuesta a ayudarte o te ofrezca algo mejor… ― No he encontrado a nadie más. Te aseguro que si tuviera otra opción… ―Pero su voz se apagó antes de terminar la frase. Muy conveniente… Me levanté de la silla poco a poco. No sabía dónde estaba exactamente, pero me hacía una idea. Alcé la mano hasta que se encontró con algo sólido y suave a la vez, seguramente su jersey. Un tejido parecido a la lana, grueso. Apreté los dedos y atrapé la tela. Lo escuché quejarse y murmurar alguna que otra pregunta o exclamación que ni siquiera me molesté en oír. Con decisión lo aparté de la mesa y lo empujé lejos de ella. Lo insté a retroceder sin soltarle y me quedé quieta cuando no pude avanzar más por culpa de la pared del cuarto. ― ¿Se puede saber qué haces? ―dijo bastante enfadado. Seguramente de un solo golpe podría apartarme. No lo hizo―. Eris… como no me sueltes ahora mismo… Alcé los ojos hacia dónde suponía que estaba él. Y seguramente acerté bastante, porque su respiración se cortó a la vez que sus palabras. ― Quédate aquí. No te muevas ―murmuré mientras apartaba la mano de su jersey. ― ¿Eris? ―La voz de mi madre fue acompañada por la puerta al abrirse. Me encontró justo al lado de la puerta, de pie y sin moverme. Seguramente debía tener una pinta algo escalofriante―. Hija… ¿Estás bien? ―me preguntó. Asentí con la cabeza, aunque no la miré. No muy convencida, me alargó el brazo y me tendió un vaso lleno de un líquido de color naranja―. Tomate esto, te aliviará el dolor. ― Gracias ―dije ausente. Cogí el vaso y me lo llevé a los labios. Me lo terminé en un abrir y cerrar de ojos. Luego se lo devolví a mi madre. ― ¿Seguro que estás bien? ―Sonreí levemente y la miré para tranquilizarla. ― No te preocupes, ahora estoy mejor. La fiebre ha bajado bastante. ―Mi voz sonó artificial. Sin embargo, aunque hubiese hecho la mejor interpretación de la historia mi madre no se habría creído una sola palabra―. Este… rincón está más fresco. Llevo tanto rato tumbada… Aunque sabía que no había conseguido convencerla, mi madre murmuró algo parecido a un –descansa- y cerró la puerta de nuevo. Escuché cómo Dylan intentaba 30


decir algo más, pero lo cogí de nuevo por el jersey y lo insté a que se callara. Seguí con el oído los pasos de mi madre hasta que se perdieron por el pasillo. ― Eso ha sido… ―murmuró―. ¿Cómo…? ― Tengo buen oído ―dije mientras regresaba al ordenador. ― ¿Era necesario que me apartaras de este modo? Mis manos vagaron por las teclas, pero no escribí nada. Sentí la presencia de Dylan detrás de mí. Era una sensación a la que no terminaba de acostumbrarme. ― No. En realidad quería darte un fuerte empujón. Pero cuando iba a hacerlo he escuchado los pasos de mi madre. ― Creo que empiezo a entender por qué eres la única que puede oírme. ―murmuró. Su voz era más relajada ahora, aunque notaba su incomodidad. Estaba tenso. ― Siempre intento escuchar todo lo que se puede oír. Por eso no me gusta el silencio. Me da miedo porque significa que no hay ruidos. Siempre tiene que haber ruido, ¿no crees? ―afirmé volviéndome hacia él. Sus pasos avanzaron y volvió a sentarse en la mesa, esta vez más cerca. Su mano se posó sobre el ordenador y tecleó una dirección. ― Creo que a pesar de ser yo el invisible… eres tú la que tiene un don. Miré la pantalla. Avenida Cataluña, número 14. Era un piso cerca de la Universidad de Tarragona. Conocía la calle. Aunque estaba lejos de donde vivía, con el coche no tardaríamos en llegar. ― De acuerdo. Iré a tu casa. Me haré pasar por… ¿una compañera de tu curso? ― No tienes mucha pinta de artista ―afirmó. Lo intenté fulminar con la mirada, aunque como no podía verle quedó algo ridículo. ― Soy tu jefa, pues ―dije con convicción. ― ¿Mi jefa? ―se burló. Yo sonreí. ― Exacto. Soy estudiante de letras y necesito ayuda con un proyecto. Necesito ciertos bocetos que acordamos que me darías cuanto antes. No tengo mucho tiempo, así que los necesito ya ―afirmé como si realmente fuera cierto―. Tu madre me dirá que no estás en casa, así que le diré que si no los tengo ahora tendré que buscarme a otro. ― No sé si te dejará entrar en mi cuarto tan fácilmente. Además, seguramente he desaparecido y están preocupados. No es que lleve invisible desde ayer. Lo pensé un segundo. Era cierto. Seguramente ya deberían estar preocupados. 31


― ¿Y qué tal tu novia? ―dije segura de mí misma. ― ¿Cómo? ― Si digo que soy tu novia podré pasar y preguntar por ti sin que me echen a patadas de tu casa, ¿no? ―Su risa me arrancó un bufido furioso. ― Lo dudo… Verás, no es que fuese un chico que tuviese muchas novias, ¿sabes? ― ¿Eres gay? ―dije abriendo los ojos de par en par. ― ¡¿Qué?! ¡No! ¡Dios, no! ¡No soy gay! ¿Por qué narices has dicho que soy gay? Su tono ofendido al alzar la voz y gritar como un bellaco me aclaró dos cosas; una, que no sería la primera vez que se lo decían, por la razón que nos lleva a la segunda cosa; que era un don juan en apariencia ―que tenía éxito con las mujeres pero no le agradaba―. ― Podemos decir que habíamos empezado a salir recientemente y no habíamos dicho nada porque nadie creía que fuera a ir en serio con lo reservado que eres siempre con las chicas ―aclaré sin inmutarme. Al notar su respiración acelerada y el leve jadeo al final, deduje que estaba sorprendido. ― Espera… para el carro, lunática. No van a creerse esa chorrada. ¿Y cómo diablos has adivinado…? Podría ser un fiki o algo parecido. ― ¿Lo eres? ― ¡Por Dios, no! Realmente ―pensé―, desearía poder ver todas sus expresiones. Por cómo respiraba y por su entonación sabía que tenía un repertorio bastante amplio. Era divertido escucharle, pero lo sería más si pudiera verle. Lástima. ― Entonces solo queda la opción de que eres el guaperas de clase ―dije mientras me encogía de hombros. ― No exactamente… ―murmuró, tan cerca de mi oreja que me arrancó un escalofrío―. Verás ―prosiguió apartándose de mi lado―. A las chicas les parezco… tal vez les parezca… bueno. El caso es que no me gusta que hablen conmigo esperando que pase algo. Me siento… incomodo. Me gustaría encontrar a una chica que se comporte como si fuera un amigo, como si no quisiera nada más de mí. Sin… dobles intenciones. ¿Me explico? Vaya, vaya, vaya… Esto sí que no me lo esperaba. El chico era mucho más interesante de lo que pensaba. Era guapo, tenía éxito con las chicas, y esperaba a alguna que no pretendiera ligárselo. 32


― Es decir, que como un buen idiota te enamorarás de la única chica que te trate con indiferencia y te envíe directamente a la sección FriendZone. ― No pude evitar reírme. Sus ojos seguramente se habrían entrecerrado para dedicarme una mirada fulminante. Tenía claro que estaba siendo muy cortante y algo desagradable, pero no me encontraba bien. Cuando tenía dolor de cabeza empezaba a decir cosas incoherentes. ― A ver, Dylan, haremos esto; Iré a tu casa, seguramente tu madre estará allí, ¿no? ―esperé. No contestó. Entorné los ojos con fastidio―. Si estás afirmando con la cabeza te recuerdo que no puedo verte. ― ¡Ah, joder! Sí. ― Vale… ―murmuré mientras cerraba los ojos un instante―. Le diré a tu madre que soy tu novia ―recalqué― y que estoy muy preocupada por ti. Que no había venido antes porque no quería molestar. Como no saben nada de mí no se extrañarán que no sepa que has desaparecido. ― ¿Y mi novia querida ha tardado semanas en intentar contactar conmigo? ―Su voz burlona me indicó que no confiaba para nada en mi plan. ― He intentado contactar contigo. Pero no me diste tu teléfono de casa ni el del móvil. No llevábamos mucho tiempo saliendo, así que todavía no lo tengo. Pregunté por ti a unos amigos tuyos, tampoco es necesario decir cómo los conozco o cómo te conocí a ti. ― ¿Y si pregunta? ― Le diré que soy estudiante y compartimos algunos amigos. ― Supongo que ahí es donde enlazas lo de que eres mi jefa… ―corroboró con fastidio. Yo ensanché la sonrisa. ― Exacto. Nos conocimos porque te pedí que me ayudaras con mi proyecto gracias a los amigos que tenemos en común. Luego vine a tu casa al ver que pasaban los días y no aparecías. Como todavía no éramos novios exactamente, no me atrevía a ir a tu casa hasta ahora, cuando estoy tan preocupada por ti que ya no me importa. Para que confíe en mí y vea que es cierto, le mostraré algún boceto tuyo. Así que ya tienes trabajo. Luego le diré que tenías más preparados para mí y que si es mucha molestia entrar un momento en tu habitación para recogerlos. Iré contigo, así que tú me dirás dónde tienes algunos dibujos tuyos que puedan servirme de excusa y que estén convenientemente cerca de tu móvil. ―Al ver que no añadía nada, me crucé de brazos y sonreí―. ¿Algo que objetar? Noté la presión de sus manos encima de mis hombros. Luego su aliento cerca de mi mejilla y finalmente sus labios sobre la piel. Me quedé helada por un segundo.

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― Nada en absoluto… cariño. Lo empujé de golpe a la vez que enrojecía como un farolillo. Estaba burlándose de mí. El muy idiota intentaba ponerme nerviosa. ¡Pues lo tenía claro! ― ¡Vaya! Pero si te has puesto roja y todo. Vamos que solo era un besito… Recuerda que no me enamoraré de ti si muestras interés… Aunque sabía que era broma y que no hablaba en serio ni por asomo, no pude evitar enfurecerme. Odiaba que hiciera eso. ¡Tenía un morro que se lo pisaba! ¡Maldito Dylan! ― ¡No estoy roja! ¡Es la fiebre!

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4 Bocetos

A la mañana siguiente desperté mucho mejor. La fiebre me había bajado del todo, y el corte en la pierna solo me dolía un poco. Ya no tenía tan mala pinta, y eso tranquilizó a mi madre considerablemente. Llamé a Aina antes de coger el coche, pero no contestó. Decidí no insistir. Sabía que en cuanto viera mi perdida ella misma me llamaría. Seguramente os preguntareis por Dylan… Sí, ese era mi mayor problema ahora. Aunque al despertar por un momento pensé que todo había sido un sueño o producto de la fiebre, no tardé en aterrizar de golpe, literalmente. Al volverme en la cama choqué contra él, lo asusté y me tiró al suelo de un empujón. Así de sencillo. Quise pensar que lo había hecho sin querer ―lo de tirarme, digo― pero me puse roja como un tomate mientras le gritaba en susurros que cómo se atrevía a meterse en mi cama. Inocentemente ― ¡sí, claro! ― me dijo que no había otro sitio donde dormir. ¿Recordáis que dijo que no iba a dormir más en la cama de abajo porque era muy incómoda y que, como yo, seguramente pensasteis que no lo decía en serio? Bueno, pues sí era en serio. Además ―apostilló―, me había quedado dormida en un rincón de la cama y había dejado mucho espacio, así que pensó que no molestaría. Y no lo habría hecho si no me hubiera tirado de la cama… ― ¿Sigues enfadada? ―dijo desde alguna parte del garaje donde tenía aparcado el coche. Lo ignoré y esperé a que Aina llamara. Por regla general, en un garaje no suele haber cobertura. Bien, pues mi móvil es especial, porque tenía cobertura cuando le daba la gana. Lo que quiere decir que cuando más lo necesitaba, seguramente no iba a funcionarme… ― Oye Eris, no pretendía nada durmiendo en tu cama, te lo juro ―se excusó―. Nunca intentaría nada contigo… de verdad… ¡Ay, Dios! ¿Por qué razón los hombres, en su gran mayoría, nunca saben cómo decir las cosas a una mujer? ¿Es qué no es evidente que decir algo así puede ofender a cualquiera? Obviamente, Dylan, como cualquier hombre, no. ― Eres imbécil ―dije sin molestarme en enfadarme. No valía la pena. Mi hermano hacía lo mismo, y había aprendido a base de cabrearme inútilmente. 35


― ¿A qué viene eso? ―exclamó ofendido. El teléfono sonó en ese instante salvándome de una explicación complicada y absurda. Descolgué al instante ignorando las quejas de Dylan, y entré en el coche. Segundos más tarde pude ver la puerta del copiloto abrirse para comprobar después cómo el asiento se hundía levemente ante su peso. ― ¿Aina? ―pregunté al otro lado de la línea. Su voz sonó aliviada cuando contestó. ― ¡Eris! ¡Estaba preocupada! Mi madre me dijo que te atacaron. ¿Estás bien? ―Todavía me sorprendía que no me hubiera llamado ayer. Seguramente su madre la advirtió que tenía fiebre y que me dejara descansar. Normalmente la cosa iba así; conocía a alguien. Me llevaba bien. Este alguien se tomaba muchas confianzas al principio. Parecíamos amigos/as de toda la vida. Pasado un tiempo se daba cuenta de que la confianza no iba a dos partes. Descubría que era reservada. Empezaba a alejarse, y finalmente dejábamos de ser amigos/as a sólo conocidos/as. Y he ahí por qué no tengo novio. ― Estoy bien. Sólo fue un susto y cuatro puntos. Nada del otro mundo… ―dije intentando parecer relajada. ― ¡Cuatro puntos! ―exclamó―. ¡Tendría que haberte acompañado! ¡La próxima vez me harás caso! ―me reprochó. Yo sonreí a pesar de que ella no me veía. Seguramente era lo más sincero que le había dedicado a la joven. ― Estoy bien. De verdad, Aina ―afirmé―. Estoy yendo hacia el bar ahora mismo. Llegaré en veinte minutos. ― ¿Estás segura? Puedes tomarte el día libre hoy también. Puedo apañármelas con Alex ―dijo de forma tranquilizadora. ― No. Puedo trabajar. Pero debería marcharme al mediodía. Tengo visita con el médico. Para controlar el corte, ya sabes… ― ¡Oh, claro, no hay problema! De todos modos te debemos horas, la semana pasada hiciste dos turnos dobles cuando no te tocaba. ¡Y lo de ayer no cuenta! ―dijo antes de que yo puntualizara ese hecho. Sonreí. ― Lo imaginaba… Entonces hasta las tres. Nos vemos ahora. ― Hasta ahora, guapa ―y colgó.

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Bloqué el teléfono y lo guardé en la guantera del coche. Dylan permaneció callado un buen rato, pero solo era cuestión de tiempo que abriera de nuevo la boca. Ese chico era incapaz de no decir nada durante mucho tiempo. Cuando decía que no me gustaba el silencio, tampoco quería decir que me encantara que se dijeran estupideces solo para preservarlo. ¡Antes prefería el sonido del motor del coche! ― Por lo que sé, por lo que he oído y no por lo que me has dicho, esta tarde vamos a mi casa, ¿no? ―dijo mientras arrancaba el coche. ― ¿Por qué supones que no voy al médico como he dicho? ―murmuré con fastidio. Él se rió un poco. Su risa era cálida y graciosa, como algo característico en él. En realidad, a Dylan le gustaba mucho reír. No parecía tener ningún problema con la vida. Todo lo contrario; parecía gustarle vivir. Y eso era algo que no abundaba. ― Ayer estuviste dándole vueltas al plan un montón de veces. No lo habrías hecho si no planearas ayudarme de verdad. No dije nada, pero estaba sorprendida. ¿Cómo se había dado cuenta? No lo había reflexionado en voz alta, pero era cierto. Me preocupaba. Y estaba decidida a ayudarle. En el sentido más extraño de la palabra; Dylan me caía bien. Era un buen tipo. Simpático, y no parecía tener malas intenciones. Era fácil hablar con él y no sería una hipócrita si intentara ayudarle. Porque realmente sentía que quería hacerlo. ― Mi hermana solía moverse mucho en la cama cuando algo la preocupaba ―siguió después de unos segundos de silencio―. Por eso he supuesto que le dabas vueltas al tema. Supongo que puede parecerte algo egocéntrico por mi parte pensar que es por mí… ―Pareció pensarlo un poco―. En realidad, podrías haber estado pensando en cualquier otra cosa, como en lo que te ocurrió en ese callejón, por ejemplo. No tiene por qué ser por mí, ahora que lo pienso… ―murmuró confuso. Realmente parecía que estaba considerándolo seriamente. Como si se hubiese dado cuenta al instante de que había metido la pata―. O podrían ser mil cosas más, como tu trabajo… o... ― Le estaba dando vueltas al plan ―le interrumpí― Eres exasperante y tienes un morro que te lo pisas, eres pesado y además, molestas. Pero por alguna razón, quiero ayudarte… Paré el coche ante el primer semáforo en rojo. Dylan se mantuvo en silencio unos segundos, como asimilando mis palabras. Supe que se había relajado cuando lo escuché reír de nuevo. ― No tengo muy claro si intentabas insultarme o alabarme… ―Su voz denotó tal incertidumbre que no pude evitar reírme. Lo más probable era que, desde un punto de vista exterior, quedara algo escalofriante que riera yo sola dentro del coche… 37


― ¡Era un elogio, idiota! ―afirmé. Y mi risa terminó contagiándole a él también.

La mañana transcurrió sin incidentes. Me dispuse a hacer mi trabajo lo mejor que pude mientras Dylan se quedaba en el almacén. Entre las cajas y recibos había encontrado una carpeta con algunos folios viejos y, sorprendentemente en blanco ―si a ese color amarillo podía llamarse blanco―. Le presté un lápiz que llevaba en el bolso y pude mantenerlo alejado de mi trabajo durante unas cuantas horas. Le había mandado los dibujos que me servirían de excusa cuando fuéramos a su casa, y había obedecido sin rechistar. Extraño, ¿no? Así que cada vez que veía a Aina dirigirse al almacén, la interceptaba e intentaba sustituirla. Pues, a pesar de que Dylan era invisible, el papel y el lápiz no lo eran… Por desgracia, no podía estar siempre pendiente, y en más de una ocasión había entrado sin darme apenas cuenta. Gracias a Dios, Dylan era más rápido de lo que esperaba, y para cuando ella entraba él ya había escondido la carpeta y el lápiz. En resumen, la mañana fue sin incidentes pero con un alto grado de estrés por mi parte… ― Has dejado el coche cerca, supongo ―comentó Aina mientras preparaba un café y al mismo tiempo servía un par de mini cruasanes. ― He encontrado sitio muy cerca esta vez. Además, es de día. No te preocupes, Aina ―dije con una sonrisa mientras cogía lo que ella había preparado y lo ponía en mi bandeja para servirlo. ― Lo siento. Tal vez creas que soy una pesada y me meto donde no me llaman, pero me quedé muy preocupada el otro día. Y luego te atacan justo después de despedirnos, y yo... ―murmuró reteniendo la taza de café más de la cuenta. Sonreí y toqué su mano para que dejara el café, pues habían empezado a temblar. La miré afablemente para que se sintiera mejor. Era evidente que a pesar de mi forma de evitar a la gente, a ella le había caído mejor de lo que pretendía… ― Gracias… por preocuparte ―dije con amabilidad―. De verdad. No creo que te metas donde no te llaman, no me importa que se preocupen por mí. Ella me miró y dejó la taza de café. Sus ojos castaños estaban confusos, pero a la vez denotaban cierta curiosidad. Como si no supiera si lo que había dicho era cierto. ― Pues no lo parece ―contestó sin darse cuenta. Luego dejó escapar una risa nerviosa al ver mi expresión―. Lo siento. Dios, ha parecido que estaba recriminándote. Perpleja ante sus palabras, vi cómo se daba la vuelta y preparaba otro café. Le dejé la hoja de mi libreta donde tenía apuntado el siguiente pedido y me marché con la bandeja. 38


No, no era una recriminación. Su tono de voz era más bien sincero y asombrado. Como si mis palabras la hubieran sorprendido a ella en lugar de a mí. Aina creía realmente que me importaba que se preocuparan por mí. Y no era para menos. Todas mis acciones corroboraban ese hecho. Y mi forma de evitar la amistad con Aina también lo demostraba. Tal vez era cierto. Minutos más tarde, Alex, nuestro compañero de trabajo, apareció por la puerta junto con Rebeca. Ambos me saludaron con una sonrisa. Deposité lo que llevaba en la bandeja en una mesa donde una pareja estaba conversando tranquilamente. Al mismo tiempo miré hacia donde estaban los recién llegados y los saludé con un movimiento de cabeza. ― ¡Hola, mini jefa! ¿Mucha faena? ―dijo Alex dirigiéndose a Aina, la cual estaba preparando una jarra grande de cerveza. Alex era el mejor amigo de Aina. Habían ido al mismo colegio y se llevaban muy bien. Así que podréis imaginar que trabajaba allí porque eran amigos. Y él se refería a ella desde entonces como mini jefa a pesar de lo mucho que a ella le fastidiaba el apodo. Lo cierto era que contrastaban muchísimo cuando estaban juntos. Aina era muy morena, de cabellos rizados muy oscuros y ojos pardos. Por el contrario, Alex era muy blanco de piel y tenía el cabello muy, muy rubio. Sus ojos eran también muy claros, pero no sabría decir si eran azules o verdes. El contraste era asombroso. Por otra parte estaba Rebeca. Ella era como yo, es decir, trabajaba en el Green Dog por pura chiripa. La diferencia, si más no, era que ella llevaba mucho más tiempo que yo trabajando en el bar. Más incluso que Aina. Y además, era la mayor de todos nosotros. ― ¡Que no me llames mini jefa, Axy! ―murmuró indignada. ― Y tú no me llames Axy. Con la bandeja contra las caderas, me dirigí a la barra donde Rebeca estaba mirando una libreta con pedidos y tareas pendientes. Sus cabellos estaban algo canosos, pero seguía manteniendo el castaño a pesar del moño que se había ajustado a la nuca. Era muy seria, pero nada fuera de lo normal. Su seriedad podía traducirse fácilmente como responsabilidad. Llevaba mucho tiempo trabajando en el Green Dog y cualquiera podría ver que tenía mucha experiencia. Ella era, en realidad, la verdadera encargada del bar. Y todos los sabíamos. No obstante, se empeñaba en demostrar que éramos un equipo. ― ¿Podrás con estos dos? ―murmuré con una sonrisa intentando contener la risa. Pues siempre que Alex y Aina se encontraban en el cambio de turno había una pequeña discusión a susurros de lo más divertida.

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Rebeca miró hacia ellos un instante y luego volvió a enfocar la vista a la libreta que tenía entre las manos. ― Por suerte, por regla general, sus turnos nunca coinciden ―dijo con un deje divertido en la voz―. Será mejor que empieces a recoger tus cosas para irte. Yo me encargo, tranquila. Asentí con la cabeza mientras dejaba la bandeja en su sitio junto al delantal negro del uniforme. Rebeca y yo nos llevábamos bien. Tal vez porque yo no intentaba ser su amiga, y ella lo agradecía porque tampoco lo quería. Éramos compañeras de trabajo, y eso era lo único que seríamos. Teniendo eso en cuenta, no había motivos para llevarse mal. Dedicándole una última mirada a Aina y Alex, los cuales habían empezado a hablar sobre lo que había hecho por la mañana y lo que debía hacer él por la tarde ―es decir, sustituirme―, entré en el almacén. Como ya sabía dónde estaba Dylan, pude ver cómo la libreta y el lápiz se escondían rápidamente. Por suerte, Aina no sabía que debía mirar hacia ese rincón para ver una libreta y un lápiz moverse solos. De lo contrario, habría tenido que dar muchísimas explicaciones… O tal vez, simplemente se habría puesto histérica y tendría que haberla intentado calmar. Lo cual no sé exactamente qué es peor, pues no se me da muy bien consolar a la gente. ― ¡Por fin! ―gritó la voz de Dylan con cansancio y alivio. Pude escuchar perfectamente sus paso al levantarse y avanzar hacia mí. Llevaba la carpeta cerrada, así que no pude ver qué había estado dibujando. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, me tendió el lápiz, pero no la carpeta. Me quedé mirándola de forma inquisitiva con el lápiz todavía en la mano. No sé si estaba esperando a que me diera la carpeta o el hecho de verla volando a unos centímetros del suelo todavía me impactaba, pero no pude evitar quedarme allí quieta como un pasmarote. La pequeña risa de Dylan hizo que reaccionara. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que mi mirada estaba en una dirección algo… ¿Cómo decirlo? ¿Incomoda? Claro que como no lo veía, la sensación de que miraba algo más que la carpeta la tendría únicamente él. Aunque no por eso era menos vergonzoso, claro. Aparté la mirada avergonzada y alcé la mano libre dispuesta a que me entregara la carpeta. ― ¿Puedes dármela? ―dije sin pensar. ― ¿Darte… darte qué? ―Su pregunta pareció tan asustada que volví la mirada asombrada. Sin embargo, no me dio tiempo de decir nada. Dylan comenzó a carraspear y a reír con nerviosismo―. ¡Oh, sí, la carpeta! ¿Qué iba a ser sino? ―dijo como si la pregunta hubiese sido una soberana estupidez. Y lo había sido. ― Sí. La carpeta ―dije tajante. La carpeta flotando en el aire vaciló.

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― Eh... preferiría llevarla yo. ―sentenció. Yo alcé la cabeza, aunque era extraño mirar a la nada mientras hablaba. ― ¡Oh, claro! Por supuesto. Llévala tú. Total, cuando la carpeta salga flotando por la puerta, la gente tendrá razones más que suficientes para llamar a este bar el perro verde. ¡Supongo que eso dará mucha publicidad al local! Lo cierto era que no pretendía ser sarcástica. Es más, durante toda la mañana había estado pensando en ser amable. Al parecer era imposible. Mucho menos después de horas de trabajo. ― Pareces estresada… ―murmuró tendiéndome la carpeta. Yo la cogí con un gesto hostil y me volví dispuesta a salir por la puerta. ― Estoy perfectamente. Ahora vamos antes de que me lo piense y decida no ayudarte ―sentencié. Más dulce, más amable… pensé interiormente. ¿Por qué razón mis labios se habían independizado de mi consciencia? ¿Por qué pensaba una cosa y hacía otra completamente distinta? Dylan no me había hecho nada. No debía pagar mi mal humor con él. Tendría que… ― Siento ser una carga… ―murmuró―. Tranquila, cuando lleguemos a mi casa y consiga ayuda ya no te molestaré más. La puerta se abrió al instante y Aina entró en el almacén. Supe que Dylan había aprovechado esa situación para salir fuera. Seguramente enfadado. Y tenía motivos. Sin embargo, inexplicablemente me vi frunciendo el ceño. Aina pasó cerca de mí y me sonrió. Luego se agachó y cogió una hoja que estaba en el suelo y la miró. Al parecer los bocetos habían caído porque la carpeta no era la mejorcita del mundo. ¡Y apenas me había dado cuenta! ― ¡Vaya! ¿Quién es tu admirador secreto? ―preguntó Aina desconcertándome. ― ¿Cómo? ―pregunté. Aina sonrió y me tendió las hojas con los bocetos. Los miré asombrada. Todos eran dibujos míos. Uno era de la mañana anterior, mientras dormía. Tenía los ojos cerrados y una mano cerca del rostro, mis cabellos estaban esparcidos por la almohada y algunos me cubrían la cara. En el segundo dibujo estaba concentrada mirando el ordenador, tal vez escribiendo, tal vez leyendo. Y el tercero, era mi rostro mirando hacia el espectador con unos ojos profundos y penetrantes. Me asombró que todos y cada uno de los dibujos tuvieran una suavidad y un trazo tan nítido que, aunque no era perfecto, parecía real. ― Si alguien llegara a dibujarme nunca así… creo que me asustaría un poco. ― Extrañada, alcé la cabeza para mirar a Aina. 41


― ¿Por qué? ―ella se encogió de hombros y pasó por mi lado para coger sus cosas.

― Porque sea quien sea el que te ha dibujado, Eris, ve dentro de ti. Creo que ve incluso cosas que ni tú misma podrías llegar a ver jamás… Me quedé quieta con las hojas entre las manos. Dylan era un chico extraño. No sabría exactamente cómo definirle, porque no era arrogante y egocéntrico como algunos chicos que había conocido y detestaba. Él era…Espera. ¡Eso era exactamente lo que le definía! Lo que había dicho Aina. Dylan veía cosas que nadie podría llegar a ver jamás. Veía el mundo de un modo distinto. Y me veía a mí mejor que muchas de las personas que había conocido a lo largo de mi vida. 42


Y yo lo había tratado como si fuera un parasito…

Salí corriendo del Green Dog con la carpeta bien sujeta contra el pecho. Miré hacia todas partes, no sé qué exactamente porque Dylan era invisible. Sin embargo, ilógicamente mis ojos lo buscaban. Caminé unos pocos pasos, alejándome del bar donde trabajaba, y llamé a Dylan en voz baja No contestó. Frustrada, seguí caminando. Había perdido a la única persona que no podría encontrar porque no podía ver. ¿Cómo diablos iba a buscarlo y pedirle perdón si no tenía ni remota idea de dónde podía estar? A lo sumo bien podía pasar por mi lado y seguiría sin saberlo. Mis pasos empezaron a ser desesperados. En realidad, podría irme tranquilamente y olvidarme de todo. Hacer como si Dylan jamás hubiese existido. Por el contrario, y seguramente sin pensarlo mucho, seguí andando y comencé a gritar llamando la atención de todo aquel que paseaba por la calle. Suerte que la palabra vergüenza no estaba en mi diccionario, no al menos como en la mayoría de la gente. De lo contrario, seguramente a esas alturas mi rostro parecería un tomate. ― ¡Dylan! ¡Dylan Araya! ―comencé a gritar―. ¡Joder, Dylan! ¡Lo siento, vale! ―grité resignada―. ¡No eres una carga! ¡Quiero ayudarte! ―la gente comenzó a mirarme mientras pasaban por mi lado. Algunos incluso se burlaron de mí. Y después de todo, Dylan no daba señales―. ¡Maldita sea Dylan! ¿Qué más quieres? ¿Que me arrodille? ―grité. Y justo cuando me giraba para seguir andando me tropecé con un cuerpo sólido. Para cualquiera sólo habría tropezado. Sin embargo, yo sabía que no era así. ― Eso estaría bien… ―murmuró con el asomo de una risa. Sin pararme a pensar en lo que estaba haciendo, le di un fuerte golpe en el pecho con el puño cerrado. ― ¡Au! ¿A qué viene eso? ―gritó exageradamente. Por el contrario, apreté todavía más contra mí la carpeta que llevaba en la otra mano y anduve sin volver a prestarle atención. Sus pasos me acompañaron enseguida, y supe que caminaba a mi lado. ― ¿Ahora vas a ignorarme? Hace unos segundos estabas buscándome a voz en grito ―comentó. Yo refunfuñé por lo bajo al mismo tiempo que agachaba la cabeza todo lo que pude―. ¿Cómo? Oye, solo soy invisible. Ese es el único poder extraordinario que poseo. Eres tú la del oído fino, ¿recuerdas? Con el ceño fruncido proferí un fuerte soplido y saqué el teléfono del bolso, me lo acerqué a la oreja despreocupadamente y sin inmutarme. 43


― Digo que, para empezar, has sido tú el primero en ignorarme. Llevabas rato siguiéndome, ¿verdad? Seguramente ni siquiera habías salido del bar cuando fui a buscarte ―le reproché en voz alta como si hablara por teléfono. ― A veces me asombra lo lista que eres, Lunática ―comentó fingiendo estar sorprendido. Resoplé. ― Deja de llamarme así, ¡no soy una lunática! ― Si hablaras sin el teléfono sí lo serías ―puntualizó―. ¿Por cierto, por qué ahora te importa lo que piense la gente cuando antes estabas gritando mi nombre en medio de la calle? Lo cual me parece enternecedor ahora que lo pienso… Apreté el teléfono todavía más mientras fruncía el ceño. ― Es una mera formalidad ―dije rechinando los dientes―. Y deja de hablar como si te resultara todo muy gracioso. Podrías haberme ahorrado el tener que gritar tu nombre como si estuviera majareta. ― ¿Y perderme la oportunidad de ver cómo le hablabas al aire esperando que te contestara? ― Al menos podrías intentar fingir que no te resulta tan gracioso… ― Es que me resulta tan gracioso ―corroboró sin avergonzarse de ello. Mientras discutíamos llegamos hasta donde había aparcado mi coche. Abrí la puerta sin apartar el teléfono de mi mejilla en ningún momento y entré. ― ¿Intentabas vengarte por lo de antes, verdad? ―dije sentándome en el asiento. ― ¿Vengarme? ¿Por qué? ―Y su voz fue tan inocente y desconcertada que supe que realmente no tenía ni idea de lo que le hablaba. Así que, en realidad, no le había afectado. ¡Al tío no le había importado nada en absoluto! Y yo me había disculpado como una idiota. ¡Maldito Dylan! ― Por nada… ―murmuré incapaz de recordarle por qué debería estar enfadado conmigo―. ¿Por qué lo has hecho? ―dije dejando el teléfono en la guantera del coche. Al fin y al cabo, no estaba permitido hablar por teléfono mientras conduces. Y si alguien me veía hablando sola tal vez pensase que estaba utilizando el manos libres. Y si no, ¿qué más daba? ―. ¿O es que estabas tan aburrido ahí dentro que aprovechaste para divertirte un poco a mi costa? ―comenté sin apenas pensar. Dylan se rió un poco a la vez que se hundía en el asiento del copiloto. Vi cómo se ponía el cinturón, algo realmente extraño, y eso me dio una idea de lo alto y corpulento que era. Al parecer sí era alto, y delgado. Era extraño que no me fijara en el

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detalle del cinturón antes ―Tal vez porque estaba demasiado ocupada manteniendo mi cordura al tener a un tipo invisible en mi coche―. ― Sí ―dijo sencillamente―. ¿Era a eso a lo que te referías con venganza? ¿Por dejarme aburrido como una ostra en el almacén? ―dijo inocentemente. Lo intenté fulminar con la mirada. Aunque lo único que conseguí fue pasear los ojos enfurruñados por todo el coche―. ¿Qué? Sonreí a mi pesar y antes de darme cuenta ya estaba riéndome. No tengo muy claro si lo hacía expresamente o simplemente era así, pero no podía evitar contagiarme de su despreocupación y alegría. Ojalá todo el mundo se sintiera tan feliz en una situación tan extraña y complicada. ― Nada, Dylan, pero gracias ―dije volviéndome hacia delante y dejando la carpeta con los dibujos encima de él―. Son preciosos… Aunque no pude verle, por su modo de acomodarse en el asiento y aferrar la carpeta, supe que había conseguido avergonzarle. ― Sólo es para que no pueda decirte que los has robado ―Su voz se escuchó apagada, seguramente había vuelto el rostro hacia la ventanilla del coche. Sonreí todavía más y encendí el coche para poder emprender la marcha. ― Sea por la razón que sea, de todos modos, gracias. La carpeta cambió su posición y quedó colocada a unos centímetros por encima del asiento. Su voz sonó suave y sorprendida cuando me contestó. ― De nada, Eris…

El trayecto en coche fue tranquilo. Dylan estuvo explicándome cómo era su casa y quién estaría en ella a esas horas, sin embargo, yo había insistido en ir después de comer. Pasamos por el Mac Auto, pues era más sencillo que entrar en el macdonal’s y pedir dos menús cuando solo era una. Así que pedí un menú Big Mac y un Happy Meal. Dylan había dejado escapar una risa apenas contenida, y supe que estaba mirándome con verdadero interés ante mi pedido. ― ¿Qué? ¡Son baratos y lo llevan todo! ―le había comunicado frunciendo levemente el ceño. Dylan suspiró pero no hizo ningún comentario al respecto. No me gustaba especialmente el Macdonal’s, pero si alguna vez comía allí siempre pedía lo mismo. Me parecía una tontería gastar más dinero en un menú que llevase menos cosas. ¡Y además, no traían regalos!

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Paré en un descampado apartado de la circulación para comer tranquilamente. De ese modo era menos probable que alguien viera una hamburguesa auto-consumirse sola. Dylan estuvo burlándose de mí todo el rato, bromeando con la mini hamburguesa que me habían servido y con el petit suisse que había pedido de postre. Luego estuvo jugando ―y digo jugando porque en un principio había intentado reírse de mí, otra vez ― con el regalo, que consistía en un dinosaurio montable. Fue entonces cuando me tocó a mí bromear a su costa. La verdad era que ver un dinosaurio flotando en el aire o caminando solo por el respaldo del sillón del coche era realmente extraño y gracioso. Los ruiditos parecían proceder realmente del muñeco, y no pude dejar de reír intentando atrapar el juguete. ― ¿¡Quieres dejar de mover el dinosaurio!? ―le había gritado entre carcajadas. ― ¡No puedes tocarlo! ¡Es más rápido y se comerá tus patatas! ―decía mientras acercaba el dinosaurio a las patatas. ― ¡Ni hablar! ¡Aparta esa cosa de mi menú! ―Golpeé el dinosaurio y cayó al suelo. ― ¡Oh no! ¡Ha muerto! ¡Has vuelto a extinguir a los dinosaurios! ―gritó exageradamente. ― No lo he matado… ―dije divertida―. Ahora lo rescato. No recordaba haberlo pasado nunca tan bien. Hacía mucho tiempo que no hablaba con nadie con esa naturalidad. Y como no podía verlo, tampoco me di cuenta de lo que hacía hasta que ya lo había hecho. Él no dijo nada. En realidad, me di cuenta yo sola cuando me apoyé encima de él y sentí su respiración acelerarse. Seguramente estaba demasiado cerca y tendría que haberme quedado en mi sitio. Pero cuando me levanté, aunque parecía que no hubiese nadie delante de mí, era muy consciente de que Dylan estaba allí. A apenas centímetros de mí. Me aparté de golpe con el dinosaurio en la mano y lo guardé. ― Ya está a salvo… ―murmuré. ― Menos mal… ―Y sin saber muy bien por qué, segundos después ya reíamos de nuevo. Hacía mucho tiempo que no lo pasaba tan bien. Me había relajado, disfrutado de unos instantes de paz y despreocupación. No había pensado en que la conversación pudiera decaer, o que él pudiera aburrirse. Era la primera vez que lo pasaba tan bien en compañía de alguien con quién me sentía cómoda. A las cuatro y media arranqué el coche de nuevo y conduje hasta su casa. Era una calle muy grande y amplia donde pasaban muchos coches, y Dylan vivía en el tercer 46


piso justo delante de la Universidad Rovira y Virgili. A esas horas era difícil encontrar aparcamiento, pero tuve suerte. Después de diez minutos dando vueltas, un Volkswagen nos dejó el aparcamiento libre. Estábamos a un par de calles de su casa, así que no caminamos mucho. Dylan me explicó que a esas horas sólo estaría su madre en casa. Su padre trabajaba todo el día y llegaba tarde, así que tendría que hablar con ella. ― ¿Alguna vez has estado solo en tu casa? ―le pregunté cuando estábamos a punto de llegar. ― ¿Por qué lo preguntas? ― Porque tendré que entrar en tu habitación para coger los bocetos. ―Un modo curioso de referirme al móvil―. Y para ello me tendrás que guiar ―argumenté―. Como tu madre no me ha visto nunca antes, tendré que explicarle cómo sé dónde están. ― Y quieres decirle que has estado antes en mi cuarto cuando ellos no estaban. ―Yo me encogí de hombros. ― Bueno, tampoco sería muy extraño, ¿no? ―Por su modo de ignorar mi apunte supe que sí sería extraño para sus padres. ― Dile, simplemente, que yo te he dicho dónde encontrarlos.

Llegamos a su casa minutos más tarde. Eran las cinco en punto. Dylan se tensó a mi lado y me sujetó del hombro un instante. ― Relájate. No te pongas nerviosa. Si algo sale mal… te ayudaré y… ― No estoy nerviosa… ―dije conteniendo la risa. En realidad, era él quién estaba más nervioso. Decidida, toqué el timbre antes de que el mismo Dylan se lo pensara dos veces. Sentí cómo contenía la respiración. Como si pudieran verle… Así que aquí estamos. Delante de la puerta de su casa a punto de hablar con su madre. Esperando ver a una mujer preocupada, tal vez un poco triste, y preparada para hablar con todo el tacto posible. La puerta se abrió, y al otro lado apareció una mujer con una sonrisa de oreja a oreja.

― ¿Quién es?

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Me quedé muda un instante. Esperaba a cualquiera, excepto a ella. Era joven y alegre, y parecía que había estado haciendo un pastel, porque llevaba un delantal lleno de harina. ― Eh… ―murmuré. Dylan me dio un pequeño codazo que hizo que reaccionara―. ¡Hola! ―dije demasiado fuerte. La mujer enarcó una ceja―. Perdón… esto… ― Seguramente usted no me conoce, me llamo Eris y soy amiga de su hijo. ―me murmuró Dylan cerca de la oreja, como si estuviera chivándome la respuesta en un examen. ― Eh… sí, esto, seguramente no me conoce… me llamo Eris. Soy la no… amiga de su hijo ―dije demasiado nerviosa para decir algo más coherente. ― ¡Oh! ¿Vienes a ver a Dylan? ―preguntó la mujer con una sonrisa. Todo lo contrario a una madre a quien se le ha desaparecido el hijo. ― Sí… Vengo a por unos bocetos que me prometió ―murmuré. Y le mostré la carpeta con los dibujos de Dylan. La mujer me sonrió y se apartó de la puerta para dejarme pasar. Dylan me empujó para que entrara. Al mismo tiempo, su madre se dio la vuelta y desapareció por una puerta al fondo del pasillo contiguo. ― ¡Claro! Pasa, pasa. Voy a ver qué tal el bizcocho y enseguida estoy contigo. ¡No sea que se me queme! ―dijo desde lejos. Terminé de entrar en el comedor y con las manos entrelazadas observé la peculiar elegancia de la habitación. Estaba todo ordenado y limpio, de aspecto moderno con tonos blancos y marrones. Un par de sofás con forro de lana color castaño adornaba el comedor dividido por una mesa de madera con un centro de flores en medio. El tapiz que había debajo estaba hecho a mano y mal bordado. Al ver las revistas de ≪Cómo hacer tu propio centro de mesa≫ supe que debía hacerlos su madre. ― Le gusta hacer manualidades… ―murmuré. ― Sí, se pasa horas probando diferentes cosas. Antes de… desaparecer, se había empeñado con los cuadros de cerámica. ―Contuve la risa. La mujer entró en el comedor un minuto más tarde. Ya no llevaba el delantal y me señaló el sofá con un ademán. ― ¡Siéntate, mujer! ―exclamó―. No te quedes ahí parada. ― Gracias… ―dije aceptando su oferta. La mujer me imitó sentándose en el que tenía justo en frente.

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― ¿Así que eres una amiga de mi hijo? ― Sí, bueno… En realidad soy algo así como su… novia ―dije fingiendo un poco de vergüenza. La mujer abrió los ojos de par en par. ― ¡Vaya! Eso sí que es una sorpresa. Mi hijo no suele hablarme nunca de chicas. Aunque supongo que es normal, si estaba saliendo contigo no me extraña que quisiera tenerte para él solo ―dijo amablemente. En esa ocasión no hizo falta que fingiera. ― Mamá… ―murmuró Dylan con la voz avergonzada. ― En realidad… no pensaba venir, pero resulta que hace mucho tiempo que no veo a Dylan… y empiezo a preocuparme. ―Su madre suspiró y se recostó más en el sofá. ― Sí… bueno, Dylan suele hacerlo. A veces desaparece durante días. Así que era por eso que no estaba preocupada. ¿Por qué Dylan no me había informado de ese detalle? ― Pero siendo su novia no deberías permitírselo ―sentenció―. Ven siempre que quieras. Aunque tal vez, conociendo a mi hijo, no debe querer que nos conozcas. Es algo… reservado con su familia. Desde lo de su hermana que no le gusta mucho que nadie lo conozca hasta cierto punto. Mis ojos se ensancharon al escuchar a la mujer. ― No. Mierda, mamá. No le digas nada… ―murmuró Dylan. ― ¿Su hermana? ―pregunté ignorándolo. Ella adoptó una mirada triste. ― Murió. Hace dos años. Desde entonces… suele desaparecer y no decir nada a sus amigos… ― Vaya… ― Cállate… ―dijo él. Lo ignoré de nuevo. ― Lo siento mucho. No lo sabía. Dylan… bueno, no habla nunca de… ― Eso es porque cree que es culpa suya. Pero no te preocupes. Sé que pronto te lo contará. Si ha llegado a confiar en ti tanto como para considerarte su no… ―La mujer se detuvo al ver mi mirada. No había podido evitarlo, no había visto nunca a Dylan y me moría de curiosidad por saber cómo era. Así que, inconscientemente, había estado mirando todas las fotografías que había en el comedor. Sólo una llamó mi atención. La mujer cogió la foto―. Es ella… En ella había una chica no mucho mayor que yo. Era rubia con el cabello cortito y rizado. Sus ojos eran grises. Sin embargo, lo que llamó mi atención fue el muchacho 49


que estaba a su lado. Era moreno, con el cabello tan negro que contrastaba muchísimo con la joven. Sus ojos, sin embargo, eran del mismo tono que el de la muchacha. ¿Se trataría de Dylan? Antes de poder verificarlo escuchamos la puerta de entrada. Inmediatamente, miré hacia el recibidor. Su padre no regresaba hasta tarde, ¿no? Bueno, tampoco era extraño. Tal vez esperaba visita. ― ¡Oh, debe haber llegado! ―exclamó su madre. (Sí, era una visita… que inoportuna) ― ¿Ha llegado? ―murmuré confusa, esperando que no me echara después de todo… Su madre se levantó de la silla y se acercó hacia el muchacho que acababa de entrar en la habitación. Era alto y moreno. Sus cabellos negros eran más largos de lo normal y sus ojos, grises. Era realmente atractivo, aunque eso no fue lo que más me sorprendió, pues era el muchacho de la fotografía… ― Mamá, ¿por qué huele a quemado? ―murmuró el joven. ¿Dylan tenía un hermano? Su madre se asustó y corrió hacia la cocina. El muchacho se volvió hacia mí y me dedicó una mirada especulativa. Luego sonrió. ― ¿Eres amiga de mi madre? ―preguntó. La mujer llegó segundos después totalmente agitada. ― Vaya, se me ha quemado el bizcocho… ―murmuró apenada. Luego miró a su hijo―. De verdad, Dylan. Tener que conocer a tu novia de este modo… ¡La próxima vez invítala a cenar! ― ¿Dylan? ― ¿Novia? ―dijimos los dos al mismo tiempo. Sin embargo, la mujer ya había vuelto hacia la cocina y no pudo ver nuestras caras de desconcierto. Había ido a esa casa mentalizada de que me encontraría con una mujer preocupada por la desaparición de su hijo. Estaba preparada para cualquier pregunta y poder así entrar en el cuarto de mi inquilino y coger su teléfono móvil. Por el contrario, su madre no estaba preocupada. ¡Claro que no estaba preocupada! ¡Su hijo no había desaparecido! ¡Su hijo, Dylan, estaba allí mismo, delante de mí! Y si, según esa mujer, ese era Dylan… ¿Quién era el chico invisible que había estado conmigo los últimos días?

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5 Cuerpo equivocado

Fueron, exactamente, tres minutos. Tres minutos que tuve para volver a serenarme y pensar con claridad. Por desgracia, mi mente era un papel en blanco. No sabía qué pensar. Dylan, o quien yo creía que era Dylan, me había descrito una familia que seguramente no era la suya. Y el Dylan real, el de carne y hueso, el físicamente visible, se encontraba delante de mí. Mi cerebro empezó a hacer mil conjeturas; que me había confundido de casa y había dado la casualidad de que en ella vivía un muchacho con el mismo nombre que Dylan ―algo poco probable porque Dylan ya había afirmado que esa era su madre y aquella su casa― o que alguien le había robado el cuerpo al verdadero Dylan ―a cuál más absurda…―. Tal vez se había confundido con su identidad. Al fin y al cabo, ser invisible no era normal. Tal vez pensase que era Dylan cuando en realidad era otro chico. Tal vez ese Dylan era su mejor amigo… o su enemigo. Tal vez sí estaba muerto y se aferraba a la vida de otro muchacho… Así continué hasta que no pude seguir pensando. A parte de porque era inútil, la madre de Dylan acababa de regresar de la cocina. ¿Cómo iba a salir ahora de ese atolladero? Ese Dylan no me conocía de nada. En cuanto empezara a decir su madre más cosas sobre mí, él la detendría y le diría lo evidente; que yo era una extraña y que, por supuesto, no era su novia. En tal caso, su madre se asustaría y me echaría a patadas de su casa. Eso si no llamaba a la policía. Me puse blanca. Tan blanca que el Dylan físico me miró alzando una ceja, tal vez algo alarmado por la posibilidad de que me desplomara allí mismo. Seguramente no me desmayaría, pero iba a empezar a hiperventilar dentro de muy poco, de eso estaba segura. ― Bueno, no quiero molestaros más ―comentó su madre―. Estaré en la cocina intentando arreglar lo que queda del bizcocho… ―murmuró mientras no paraba de ir de un lado a otro. Jamás había visto una mujer más inquieta. Apenas se detenía un segundo que tenía que hacer otra cosa. Antes de regresar a la cocina se volvió hacia Dylan, el cual no había apartado la mirada de mí. ― ¿Se quedará a cenar? ―preguntó. 51


Me mordí el labio. Estaba a punto de salir de esa casa a patadas, estaba segura. ¡Y el Dylan invisible no había vuelto a abrir la maldita boca! ¿A qué esperaba? ¿O es que su plan era dejarme en esa situación incómoda expresamente? ¡Dios, tal vez era un espíritu de esos bromistas! ¿Me habría tomado el pelo? Observé al Dylan físico con el miedo teñido en la mirada. Él me estudió de arriba abajo, escudriñando cada milímetro de mí con mesurada precisión. Como si intentara adivinar quién era y qué hacía allí ―buena pregunta―. De repente, sonrió y me miró directamente a los ojos. ― Sí. Supongo que ya es hora de que os presente a mi… novia… ―dijo sin apartar la mirada. Su madre sonrió satisfecha. ― ¡Entonces será mejor que mire de preparar algo realmente bueno! ―dijo entusiasmada―. ¡Dios… no puedo creerlo! ―seguía diciendo realmente feliz mientras se dirigía a la cocina. ― Mamá… ―murmuró el Dylan físico con los ojos en blanco ante el entusiasmo de su madre. En cuanto despareció de nuestra vista, comprobó que no iba a regresar y se acercó a mí. Di un par de pasos hacia atrás sin saber muy bien qué querría. Estaba un poco asustada, porque no tenía ni la más remota idea de dónde me había metido. Y todo por ese… Dylan invisible… ― Creo que me debes una buena explicación. ¿Qué tal si me acompañas para que mi madre no pueda… escuchar tus mentiras? Debo decir que si, por una parte, la idea de irme con él era una verdadera locura, que comentara mis mentiras fue suficiente para que reconociera que no quería ponerme más en ridículo. Cualquiera habría cogido la puerta y se habría marchado sin mirar atrás. ¿Qué más daba? Seguramente no volvería a ver a esa familia en toda mi vida. Cualquier chica prudente lo habría hecho. Tal vez debería haber actuado como una chica prudente. Alcé la cabeza, me volví un segundo hacia atrás con una mirada asesina esperando que el Dylan invisible pudiera verla, y di un par de pasos hacia delante para aceptar el ofrecimiento del Dylan físico. Sin decir nada me guió hacia su habitación y cerró la puerta detrás de mí. Estaba enfadada. Enfadada con la situación, con Dylan, conmigo misma… No sabía exactamente con qué estaba más enfadada, pero lo estaba. Y mucho. Miré la habitación sin poder evitarlo. Era pequeña, pero acogedora. Tenía una única ventana, la cual ahora estaba abierta de par en par. La cama estaba justo debajo. Al lado había una mesita de noche con un par de libros en ella. También disponía de una mesa de trabajo llena de hojas, lápices, pinceles y pinturas de todo tipo. Tenía un cajón 52


grande descubierto donde guardaba todas sus obras, justo al lado de la mesa y elevado por dos taburetes. A parte de todo eso, sólo había un mueble más. Un armario. Las paredes estaban desnudas, en blanco, como si se tratara de un lienzo esperando ser pintado. ― ¿Quién diablos eres tú y por qué le has dicho a mi madre que eres mi novia? ―preguntó sin esperar un segundo más. Para variar un poco, esperaba esa pregunta. Por suerte, por ahora no había mayores sorpresas… ― Soy… Eris ―dije con cierta firmeza. ― ¿Eris? ¿La Diosa de la discordia? ―preguntó enarcando una ceja. Lo imité. ― Eh… bueno, sí. Me pusieron el nombre por ella… mi madre es una fanática de la mitología… ―murmuré desconcertada―. Pero eso no tiene ninguna importan… El Dylan visible se acercó a mí de golpe y cogió mis manos. Asombrada, me quedé paralizada un instante, incapaz de moverme. Sus manos estaban heladas. ― No eres de la universidad. ― ¿Qué? ―pregunté confusa. Él alzó la mirada y sonrió. ― Si fueras artista tendrías marcas de pintura en las manos, y de lo contrario, en el dedo anular tendrías un callo y las uñas cortas. Y tienes la mano impecable ―razonó―. Además, no tienes pinta de artista. La última afirmación me recordó tanto al Dylan que yo conocía que me arrancó un escalofrío. No había escuchado su voz desde que el Dylan visible había aparecido. Era como si se hubiera esfumado… ¿Habría desaparecido? ¿Sería todo solo producto de mi imaginación? En tal caso, ¿qué hacía allí? Nerviosa por tantas preguntas sin respuesta, aparté las manos de golpe y volví a alejarme. ― ¿Eres… Dylan Araya? ―pregunté intentando controlar la situación. Sus manos se quedaron un instante suspendidas en el aire y me miró desconcertado. ― ¿De qué me cono…? ― Puede que te parezca algo extraña la pregunta pero… ―seguí sin dejarle tiempo a que siguiera preguntando―. ¿Recuerdas que te haya ocurrido algo extraño… en las últimas semanas? Dylan abrió la boca dos veces y las dos las volvió a cerrar. No me extrañaba que estuviera desconcertado, pero su mirada guardaba algo más. Un reconocimiento. Aunque no lo había pensado hasta ahora, era muy extraño que el Dylan invisible hubiese dejado de hablar justo cuando el Dylan visible había aparecido. Tal vez no había dos Dylans. 53


― ¿Algo… extraño? ― Sí. ¿Recuerdas… no sé… haber estado… como ausente durante un par de semanas? ―cuestioné. (¿¡Recuerdas haber sido… no sé… invisible, por ejemplo!?) ― ¿Cómo… cómo sabes eso? La pregunta me hizo sonreír. Había sido sólo una conjetura, pero al parecer había dado en el clavo. Al menos eso demostraba que Dylan no me había abandonado. ¡Simplemente se había vuelto visible! ¡Eso me dejaba libre! Ya le había ayudado. No había nada más que pudiese hacer. Después de todo, era aquí donde nos separábamos. Volvería a mi vida como si nada hubiese pasado. ¡Podría volver a la normalidad! ― Por eso he venido… ―le expliqué―. No te preocupes, ahora ya estás bien. No hace falta que me lo agradezcas, está claro que no me recuerdas… Mi voz se apagó mientras hablaba. Su mirada se había oscurecido, como si estuviera enfadado. Y de repente se abalanzó sobre mí como un depredador ante su presa. Me quedé paralizada. No había esperado que Dylan reaccionara de ese modo. Su rostro estaba crispado, alterado. Nervioso. ― ¿Cómo sabes lo que me ha pasado? ―preguntó histérico―. ¿Fuiste tú? ¿Cómo lo conseguiste? ― Dy… Dylan… Yo… Tú me pediste que te ayudara… ― ¿Yo te lo pedí? Estaba ahogándome. Sus manos temblaban al igual que su voz. Algo había dicho que lo había alterado. Y de repente, antes de que pudiera decir nada más, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Pero nadie entró por ella. ― ¡Eris! ¡Apártate de él! ¡No soy yo! ―gritó… ¡Dylan! ¡Ese era Dylan! ¡Mi Dylan! (¿Desde cuándo es mío?) ¡El Dylan invisible! ― Pasé semanas… semanas sin poder hacer nada. Como inconsciente… ―murmuró el Dylan visible―. ¿Sabes lo que es despertar y descubrir que tienes una laguna de semanas? ¿Qué durante ese… tiempo no recuerdas lo que has hecho? ― ¿Qué? ―susurré. ¿Qué estaba diciendo? ― Pensé que me había vuelto loco… Mis padres creyeron que había sufrido amnesia. Pero el día que me liberé, ese día supe que alguien había intentado manipularme. ―Su frustración logró que sus manos se cerraran todavía más alrededor de mi cuello. ― Espera… Dylan, no te muevas. Podemos descubrir… ―murmuré. Sin embargo, lo que decía no era para el Dylan que intentaba ahogarme, sino para el que no podía ver. 54


― ¿Descubrir? ¡No quiero saberlo! ―gritó confundiendo mis palabras―. Eras tú. Ahora lo veo. ¡Tú querías robarme la vida! Pero al parecer el alcohol te fastidió los planes, ¿verdad? ― ¿El… alcohol? Espera, ¿estaba hablando de la fiesta en la que Dylan se dio cuenta de que era invisible? ― Sí. Pensaba que estaba volviéndome loco… Pero no fue eso, ¿verdad? ―dijo ahogándome todavía más―. ¿Qué hiciste? ¿Drogarme? ― Yo no… ― ¿Cómo lograste apoderarte de…? ―Pero su voz quedó amortiguada por un fuerte golpe que lo apartó de mí al instante. Empecé a toser furiosamente a la vez que miraba al Dylan visible tirado en el suelo con un fuerte golpe en la mejilla. El muchacho miró hacia todas partes asustado. Y se acurrucó en un rincón de la habitación. ― No… otra vez no… por favor… ―murmuraba. Las manos del Dylan invisible me sujetaron para que no me cayera. Me temblaban las piernas, y tenía la garganta irritada. ¡Había estado a punto de morir asfixiada! ―Bueno, tal vez no era para tanto― ― Tenemos que salir de aquí… ―murmuró entre dientes. ― Dy… ―pero mi voz no terminó de salir. Dylan tiró de mí ayudándome a salir de la habitación. La madre del Dylan visible aún estaba en la cocina y llevaba la música puesta. Gracias a Dios, no tuve que explicarle por qué me marchaba o por qué su hijo me había atacado… Dylan y yo salimos de la casa en silencio, luego me instó a correr alejándome de allí. Su mano estaba muy fría, y su forma de jadear mientras corría me confirmó que estaba nervioso y confuso. Tan confuso como yo. Llegamos al coche corriendo y me ayudó a sentarme dentro. Sus manos recorrieron mi garganta con sumo cuidado y el frío alivió la irritación. Sonreí. ― ¿Sabes? Nunca me había alegrado tanto de no ver a alguien… ―murmuré con apenas voz. Dylan dejó escapar una pequeña risa cargada de preocupación. ― Lo… yo… lo siento. No quería dejarte sola. ―Estaba tan nervioso y angustiado que apenas le salían las palabras―. Pero cuando he visto a ese… Su voz se quebró antes de terminar, pero no quise decir nada más mientras seguía examinándome. Cerré los ojos un poco mientras su voz volvía a relajarme. 55


― No entiendo cómo pude saberlo, pero al instante me di cuenta de que él no tenía nada que ver… conmigo… Abrí los ojos. ― ¿Quién es…? ― No lo sé. No tengo la menor idea de lo que ha pasado. Sabía que aquella era mi familia. Tenía sus recuerdos. Todo. Pero… yo no era ese muchacho. Creía que sí… hasta que lo he visto… Frustrada por no poder verle en esos instantes, alcé la mano y toqué su rostro. Tenía la cara fina, con una incipiente barba que apenas rascaba la palma de mi mano. Los pómulos eran marcados, con una mandíbula fuerte. Su nariz era pequeña y sus cejas abundantes. Su cabello era muy fino y un poco ondulado, llevaba el flequillo largo y le caían algunos mechones por delante de la cara. Seguí el recorrido y noté que le llegaban hasta el cuello. Sus orejas eran también pequeñas, y llevaba un aro pequeño en la izquierda. ― ¿Cómo eres… entonces? ―pregunté con apenas voz. Las manos de Dylan recorrieron mis hombros y llegaron hasta mi cintura. Allí se detuvieron y apoyó la cabeza en el hueco de mi cuello. Me quedé quieta, pero no me sentí perturbada. En realidad, era un gesto natural. O tal vez estaba tan aturdida que no lograba pensar con coherencia. ― ¿Cómo me imaginas? ―preguntó. ― ¿Tal vez… rubio? ―pregunté. El negó con la cabeza―. ¿Moreno? ¿Tienes el pelo castaño? ―volvió a negar. ― Negro. ― Oh… ―sonreí―. Piel morena… ―asintió―. Y ojos… ¿Cómo son tus ojos? Son grandes, eso lo sé… ¿De color oscuro? ― Son de tu color favorito ―murmuró. Yo abrí los ojos de par en par―. Azul… Sorprendida, me incorporé de golpe. Él no protestó. Se quedó quieto, seguramente mirándome. ― ¿Cómo sabes cuál es mi color favorito? ―pregunté atónita. Él no contestó. Entrecerré los ojos―. Si tú no eres Dylan… ―murmuré―. ¿Quién eres entonces…? Su respiración se aceleró por un segundo para luego dejar escapar un fuerte suspiro. Se apartó de mi lado y se hundió en el sillón del copiloto.

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Me volví en su dirección aunque no podía verlo. Ahora no sabía si podía confiar en él. No después de todo lo que había ocurrido… Sin embargo, había algo que sabía con certeza; fue sincero cuando me contesto: ― No lo sé.

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6 Cambios extraños

Aquél día pasó más deprisa de lo que esperaba. Me negué a volver a casa hasta que amainara la irritación de la garganta. Podía imaginarme perfectamente lo que mis padres ―o mi madre, dado que a esas horas estaría ella sola― dirían si me vieran entrar con semejante marca. Seguramente empezarían a especular qué me había sucedido. Si estaba en algún lío, porque ya eran dos veces que regresaba a casa magullada. Luego me preguntarían asustados, ―por si todavía no había asegurado que estaba bien las suficientes veces― si los hombres que me habían atacado hacía dos noches me habían seguido otra vez. Más tarde, después de la preocupación, llegaría el enfado. Me regañarían por tener poco cuidado y me obligarían a dejar el trabajo, porque antes estaba la salud. Mis padres eran así. Aunque, pensándolo bien, seguramente todos los padres eran así cuando se trataba de sus hijos. Y todo esto sin contar que habría llegado antes de trabajar y tendría que dar mil explicaciones. Así que no. No fui a casa después de escapar de la supuesta casa de Dylan. Por otro lado, el Dylan invisible había estado disculpándose todo el tiempo. Parecía realmente afectado y me había asegurado que no volvería a dejarme hacer semejante idiotez nunca más. Tampoco habló mucho durante el resto de la tarde, pero si lo hacía era para disculparse. Algo que empezó a irritarme pasados unos pocos minutos. Finalmente, terminamos discutiendo dentro del coche como nunca había discutido con nadie. No creía que pudiera llegar a enfadarme tanto, pero me equivocaba. Dylan lo había conseguido. Desde que habíamos entrado en esa casa que el Dylan que había estado conmigo mientras tenía fiebre y el que bromeaba por cualquier cosa… había… desaparecido. Es decir, más o menos seguía siendo él. Se molestaba por ciertas cosas que decía, me tomaba el pelo en ocasiones… Pero tenía cambios de humor que no entendía. Era más reservado, más irritable y menos seguro de sí mismo. No es que antes lo fuera, pero parecía más bien indiferente. Había perdido aquello que tanto me había gustado de él la primera vez que lo vi. Parecía afectarle muchísimo más el ser invisible. Y por esa razón terminamos discutiendo. Frecuentemente. No obstante, había algo que no había cambiado. ― Estas patatas están realmente buenas. ¿No quieres ninguna? Apenas has comido. 58


― ¡Ya no quedan, idiota! ¡Te las has acabado tú todas! Seguía teniendo un morro que se lo pisaba…

Cuando llegamos a mi casa no había nadie. Encima de la mesa reposaba una única nota que rezaba;

Hemos ido al aeropuerto a buscar a tu hermano. Volveremos tarde. Te he dejado la cena preparada. Besos, mamá y papá.

Claro. Hoy regresaba mi hermano del Erasmus. Lo había olvidado. Aunque después de todo lo que había pasado no me extrañaba. Arrugué la nota y fui hacia la cocina. En realidad estaba muerta de hambre. Y apostaba cualquier cosa a que Dylan también. ― ¿Qué quieres comer? ―le pregunté mientras sacaba mi plato del microondas. ― No tengo hambre ―contestó. Puse los ojos en blanco y me giré con el plato en la mano. ― Claro, como te has comido todas mis patatas… ―murmuré. Avancé hacia el comedor con un vaso en la otra mano, pero Dylan no se movió del sitio. Lo supe porque no lo había escuchado apartarse. Me quedé quieta. ― Siento mucho haberte robado las patatas… ―dijo con un claro tono irónico. ― No. No lo sientes ―dije intentando pasar. ― ¡Entonces no me lo repitas más! ―me gritó. Su brazo me dio un codazo mientras pasaba y logró tirarme el plato con un poco de pasta recalentada al suelo. Me quedé quieta pegada a la pared mirando el plato. Luego miré hacia donde se suponía que estaba Dylan. ― ¿Se puede saber qué narices te pasa? ―le grité a mi vez―. ¡Lamento mucho que no haya ido bien la excursioncita… pero no es motivo para enfadarte conmigo! ― ¡Claro que lo es! ¡Si te hubieses quedado para saber qué le había ocurrido a ese idiota ahora no estaríamos tan perdidos! 59


Abrí la boca sorprendida. Espera, ¿a qué venía eso? ― Fuiste tú quien quiso que me marchara, tú me obligaste a huir. ¡Y tú le pegaste un puñetazo que lo tumbó al suelo! ―dije histérica―. ¡No me vengas ahora con que es culpa mía! ― Al parecer me he equivocado… ―dijo en un susurro―. Debería haber permitido que te ahogara para saber qué más tenía que decir. Me quedé quieta en el sitio mientras escuchaba sus pasos pasar por encima del plato haciendo añicos los cristales. Su afirmación no había parecido una recriminación, ni una excusa por lo que había hecho cuando me había visto en peligro. No. Su respuesta había sido sincera. Tan sincera… que me había puesto la piel de gallina. Lo había dicho totalmente en serio… Me agaché para recoger los cristales mientras intentaba pensar con coherencia. No era la primera vez que discutíamos, pero las dos veces habían sido en las últimas doce horas. Y empezaba a estar cansada de ese Dylan. Terminé de recoger los trozos y los tiré en una bolsa de basura a parte. Unos pasos se detuvieron justo en el marco de la puerta de la cocina cuando me lavé las manos. ― ¿Quieres seguir gritándome? ―le pregunté sin inmutarme. ― No ―contestó―. En realidad… no sé por qué lo he hecho… Apagué el agua y me volví hacia la puerta. ― Supongo que ha sido un día duro ―dije sin más. Sus pasos se acercaron a mí y me tomó las manos. Las suyas estaban un poco más frías que las mías, pero eran suaves y duras al mismo tiempo. La clase de manos de alguien que se ha pasado la vida trabajando. Examinó cada trozo de piel, seguramente en busca de algún posible corte. Cuando vio que no lo había, en lugar de soltar mi mano la retuvo unos instantes más. ― No quería hacerte daño. No sé por qué estoy tan enfadado… ―dijo acongojado―. Supongo que como eres la única con la que puedo desahogarme… ― Vaya suerte la mía… ―dije poniendo los ojos en blanco a la vez que esbozaba una sonrisa. ― Lo siento, de verdad. Apreté sus manos con las mías y le sonreí. ― No importa. ―Luego me aparté y me dirigí a la nevera―. Ahora en serio, ¿tienes hambre o no? ― Comeré lo que tú comas ―comentó. 60


Comimos un par de sándwiches calientes tranquilamente en el comedor. Después del día que habíamos tenido nos abstuvimos de hablar hasta haber terminado de comer. Hablar de lo sucedido, quiero decir. Porque por todo lo demás no paramos de comentar cualquier cosa. Que si el pan estaba caducado, que si debía ponerle mantequilla en lugar de aceite... Le conté algunas de mis anécdotas favoritas. Me preguntó por alguna fotografía que había colgada y tuve que explicarle cómo fue tomada. Cosas comunes. Nada fuera de lo normal. Sin embargo, antes de que llegaran mis padres, surgió el tema. ― ¿Por qué le seguiste a su habitación? ―me preguntó Dylan de repente. Al ver mi expresión, continuó explicándose―. Es decir, nada de lo ocurrido era como yo te lo había contado. Podrías haber pensado que te había engañado. Al fin y al cabo, no me conoces lo suficiente como para fiarte ciegamente de mí. ¿Por qué decidiste seguir? Ahí es donde yo tenía que explicar algo que nadie habría hecho en su sano juicio; ir directa a la habitación de un chico que no conoces sabiendo que él desconfía de ti porque le has mentido. Ir directa a la boca del lobo sin ni siquiera plantearse la opción de salir corriendo sin mirar atrás. ― Pensé que en el peor de los casos me habrías engañado y ese chico no tendría nada que ver contigo. Por lo que solo tendría que dar un par de explicaciones y marcharme. Y en el mejor de los casos, tal vez… eras tú y te había salvado. El silencio que invadió a continuación logró estremecerme. Dylan había dejado lo poco que le quedaba de sándwich en el plato. ― ¿Y no pensaste que podía hacerte daño? ―preguntó en un tono extraño. ― No. Ciertamente ―dije sin más―. Es decir. Ya estaba en la casa, y estaba su madre. ¿Qué daño podría…? ―Pero callé enseguida al comprender la estúpida pregunta que había estado a punto de formular―. No lo pensé. ― Pues tal vez deberías pensar mejor las cosas. Ya estaba otra vez. Irritado y a punto de empezar otra pelea. ¿Qué narices le ocurría? ― Vale ―dije cortándolo de raíz―. Recapitulemos. El Dylan visible ha notado algo extraño, igual que tú ―comenté―. A ver… dijo que tuvo lagunas. Quiere decir que ha perdido la memoria durante un tiempo o que simplemente no sabe o no era consciente de lo que hacía durante ese tiempo. ― Sinceramente… ― Luego ―lo interrumpí―, también dijo que alguien había intentado manipularle.

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― Tal vez estaba loco. Dice que no recuerda ciertos momentos de su vida. ¡Tal vez es porque me la ha robado a mí! ―gritó. ― Pero si me dijiste antes que tú no eras Dylan ―dije confusa. ― ¿Eso dije? Mi cabeza empezó a dar vueltas. Esa actitud empezaba a molestarme. Respiré hondo. ― A ver, está claro que ese chico era Dylan Araya. Tal vez… no sé… fuerais amigos o algo y te confundieras con su vida. ― ¿Volvemos al tema de que estoy muerto? Pensaba que ya habíamos superado eso. ― Estoy haciendo conjeturas. Tal vez no estés muerto, pero algo te ha ocurrido. Por alguna razón eres, en cierto modo, corpóreo. Lo que significa que tienes un cuerpo. Pero el Dylan que hemos visto hoy…creo que era el verdadero Dylan. Él suspiró. Cansado, se levantó de la silla y dio un par de vueltas. ― Lo que nos deja de nuevo con el tema de quién narices soy, ¿no? ― No. Creo que la pregunta no es esa ―dije pensativa. Dylan se acercó a mí tan rápido que logró sobresaltarme un poco. ― ¿A no? ¿Entonces cuál es? ―dijo de forma brusca. ― Es evidente, ¿no? ―dije frunciendo el ceño. Él no dijo nada―. Tenemos que saber por qué no recuerdas quién eres. ― ¿Y por donde quieres empezar, Lunática? ―preguntó irritado―. Porque la única pista que teníamos era ese tal Dylan Araya, y es evidente que no puedes volver más a esa casa. Miré hacia la nada con los ojos abiertos de par en par mientras una sonrisa empezaba a dibujarse en mis labios. ― Su casa no… pero tal vez sí podamos ir a su Universidad…

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7 Inalcanzable

― No has crecido nada desde la última vez que nos vimos, hermanita. Adorado hermano mayor… ¿Para qué quieres enemigos teniéndolo a él? En cuanto mis padres entraron por la puerta, mi hermano acaparó toda mi atención. En esos momentos estaba deshaciendo la maleta en su cuarto mientras me hablaba de lo que había hecho durante el Erasmus. Después de un cuarto de hora escuchando, decidí que al año siguiente me apuntaría yo. Luego, yo le había explicado que estaba trabajando en un bar de Reus y que tenía pensado, en cuanto tuviera el dinero suficiente, empezar una carrera universitaria de letras. Mi hermano sabía lo mucho que adoraba escribir y todo lo relacionado con la gramática, e incluso la poesía. Así que tenía pensado ser profesora de lengua a la vez que escribía y llevaba a cabo mis propios proyectos. Lo único que me faltaba era dinero. ― No debería haberme marchado… fue egoísta por mi parte ―murmuró mientras sacaba un paquete de la maleta. ― Déjalo, Ares. Has vuelto, es lo que importa ―afirmé entreteniéndome con un trocito de papel que había estado encima del escritorio. Sí. Sé lo que estáis pensando. ¿Ares? Veréis, mi madre, antes de que la despidieran ―y no hace mucho de eso―, había sido profesora de griego antiguo. Sabe el idioma a la perfección y, por supuesto, conoce toda su cultura. Es aficionada a las leyendas griegas y las adora. Desde pequeños nos ha contado todo tipo de historias de Dioses. Nos ha cantado en griego e incluso hablado en el idioma. Y por descontado, nos puso a ambos nombres de Dioses. Eris, mi nombre, la Diosa de la discordia. Y a mi hermano, Ares, el Dios de la guerra. Y lo pensó de tal modo que incluso entre ellos eran hermanos. Mi padre, por otro lado, le concedió ese pequeño capricho. No le desagradó el nombre que me eligió para mí, y tampoco demasiado el de mi hermano. Aunque no termino de entender cómo se casó un matemático con una soñadora obsesiva profesora de griego antiguo…

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― Bueno, a lo hecho pecho ―exclamó mientras se daba la vuelta y me tendía el paquete que había sacado de la maleta. Lo observé con los ojos más abiertos de lo normal―. Es… un regalo. Un recuerdo de Alemania. Oh, sí, mi hermano había estado en Alemania. Y me había asegurado que con el tiempo tal vez regresaría para quedarse. Ojalá no lo hiciese… lo había echado mucho de menos. Cogí el regalo y lo abrí poco a poco. El papel era rojo con motivos dorados, seguramente lo compró en navidades. Terminé de quitar el papel de envolver para quedarme con una cajita de madera artesanal preciosa de color burdeos. Tenía un gravado vegetal en la tapa y se abría con un cierre muy sencillo de color dorado. Miré a mi hermano un instante, intentando ver en sus ojos qué era ese regalo. Él sonrió y empezó a retorcerse las manos, señal de que estaba nervioso e impaciente. ― Vamos, ábrelo ―me instó. Le hice caso. Abrí el cierre y tiré de la tapa para ver qué había en su interior. Mis ojos se abrieron de par en par, y la sorpresa y la emoción quedaron reflejadas en mi cara. Con manos temblorosas cogí el pequeño objeto que había guardado cuidadosamente en el interior y lo saqué para verlo mejor. ― ¡Dios mío! ¡Un cascanueces! ¡Es un… un cascanueces! ―grité sin poder creérmelo. ― Está hecho a mano, la madera tallada, la pintura, el barniz… Todo. Es… de los tradicionales. ―dijo algo avergonzado. Lo miré incrédula. Se había acordado. ¡Había visto un cascanueces tradicional y había pensado en mí! ― Quería cogerte un libro con ilustraciones del Cascanueces, o bien la obra completa en un DVD. Pero cuando vi esto… supe que era para ti. ―dijo sonriendo. Con cuidado dejé el cascanueces dentro de la caja otra vez y la deposité encima de la mesa con más cuidado aún. Luego me tiré encima de mi hermano para darle un fuerte abrazo ―y esto último sin ningún cuidado, ¡por supuesto!―.

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Él empezó a reír, y a asfixiarse también, pero no iba a soltarle. ¡Me había hecho un regalo perfecto! Adoraba el Cascanueces. Era mi historia favorita, e incluso había ido una vez a Barcelona a ver el ballet en directo. No podía creerme que tuviese una réplica del pequeño muñeco de madera. Estaba realmente emocionada. ― Vaya, deduzco que te ha gustado ―murmuró mientras aceptaba mi abrazo. Yo me separé un poco y le di un beso en la mejilla. ― No me ha gustado. ¡Me ha encantado! ¡Gracias, gracias! ¡Mil gracias! ―grité. Mi madre apareció entonces y sonrió mientras daba un par de golpes suaves a la puerta abierta. ― Bueno, bueno. Ya es muy tarde. Dejad los mimos para mañana y a la cama los dos ―dijo alegre y orgullosa. Me separé de Ares con un pequeño mohín y cogí mi cascanueces con cuidado. Mi madre me sonrió y miró el regalo, luego se volvió hacia mi hermano rodando los ojos al comprender mi euforia. 65


― Esta niña… No hace falta que le des más motivos para quererte, hijo. Te adora sin necesidad de que le regales nada. Ahora será insoportable. Mi hermano se rió con ganas y dejó la maleta en el suelo mientras se sentaba en la cama. ― Para mi hermanita lo que sea. ―Luego me miró y me tiró un beso de un modo muy cursi que siempre utilizaba cuando quería hacerme reír. Lo logró también entonces―. Buenas noches, bichito. ― Buenas noches ―contesté saliendo de su habitación y dirigiéndome a la mía. Ares me llamaba bichito desde que era un bebe. No lo recuerdo entonces, pero lo sé desde que tengo memoria. Eso fue porque era un desastre. No paraba de moverme y hacer mil travesuras. Siempre lo metía en problemas y decía que era muy molesta. Así que decidió llamarme bichito, porque era como un bicho pequeño. Secretamente, adoraba que me llamara así. Llegué a la habitación y encontré a Dylan ―o el hueco en forma de persona― tendido sobre la cama. Le había pedido que esperara en la habitación mientras hablaba con mi hermano mayor. Antes de que llegaran mis padres ya habíamos terminado de cenar y nos habíamos dirigido a mi cuarto. No quería tener que pasar un mal rato intentando guiar a Dylan hacia él sin poder hablarle directamente. O que presenciara el encuentro con mi hermano. Sería algo incómodo saber que me observaba comportarme como una niña, porque con mi hermano era como si no hubiese crecido. ― Ya está. ¿Vamos a dormir? Me acerqué a la cama al no obtener respuesta. El hueco no se movió ni un milímetro. Estaba en una posición muy relajada y ocupaba prácticamente toda la cama de abajo. Al menos había tenido la consideración de no ocupar la mía. Me senté en un borde y acerqué una mano hasta tocar sus hombros. Estaba estirado boca abajo. Avancé la mano hacia arriba y comprobé que tenía la cara vuelta hacia mí. Su respiración era acompasada y un pequeño murmullo de respiración profunda me confirmó que estaba totalmente dormido. Le acaricié la espalda un poco, intentando despertarlo. Lo llamé un par de veces, pero él ni se inmutó. Cuando dormía parecía ser imposible despertarlo. Sonreí al ver que, después del día que habíamos tenido, el más cansado al fin y al cabo era él. Se había enfadado mucho esas últimas horas, incluso había reaccionado con demasiada brusquedad, pero supongo que fue porque estaba cansado y frustrado. No lo culpaba porque me había sentido muchas veces así, y yo era peor, de eso estaba completamente segura. ― Lo siento mucho, Dyl. Debes estar confuso con todo lo que ha ocurrido hoy. ―murmuré con apenas voz. Pues no quería que se despertara ahora―. Me gustaría poder verte… No sabes cuánto me gustaría. ¿Tú cómo debes verme a mí? ―me atreví a preguntar en voz todavía más baja.

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Su respiración seguía siendo acompasada. Retiré la mano y me incorporé de nuevo. Cogí el pijama de mi cama y me cambié de ropa. Miré hacia atrás un segundo, pero la cama seguía hundida del mismo modo, y su respiración seguía escuchándose sin ninguna alteración. Me quité el jersey y el sujetador y me puse el del pijama, uno grueso y calentito. Luego me volví y me subí a la cama de arriba. Apagué las luces y me metí ente las sabanas y mantas. Suspiré. Prácticamente al instante me quedé dormida. Mientras mi respiración se acompasaba y comenzaba a soñar, recuerdo haber escuchado una voz lejana en la oscuridad. Seguramente si no hubiese estado prácticamente dormida habría caído en la cuenta de que Dylan había escuchado cada palabra que había pronunciado. Y que había visto todos ―Sí, TODOS― mis movimientos. Si hubiese estado totalmente despierta… Por el contrario, su respuesta solo logró dibujarme una sonrisa en los labios mientras terminaba de perderme en mis sueños. Su voz, a pesar de estar dormida, sonó cálida cuando contestó a mi pregunta. ― Te veo extrañamente distinta y brillante. Te veo como veo al sol. Inalcanzable.

Barcelona,

Era viernes por la tarde. Los viernes me gustaban más que los sábados o los domingos porque eran mis días libres adicionales en el Green Dog. Normalmente, cuando trabajas por turnos y te toca trabajar de partido una semana tienes un día libre. Eso ocurre porque los demás trabajadores que van de mañanas o de tardes trabajan cada día dos horas menos que tú ―excepto el sábado que ellos trabajan dos horas más―. De ese modo, con un día libre, se compensan las horas y todos trabajamos lo mismo. Es un poco extraño, pero no me quejo. En realidad suele gustarme. Excepto esta semana que por suerte he podido librarme de un día y una tarde más de lo normal. Aunque como no fue por voluntad propia, el día adicional no ha sido exactamente una suerte. ― ¿Es aquí? ―pregunté deteniéndome delante de un edificio rectangular con un montón de ventanas. ― Sí. Estoy seguro. Su voz estaba cargada de decisión. El día y medio que había pasado desde el desastroso descubrimiento de su supuesta familia fue un poco aburrido. Dylan no estaba demasiado hablador, y cuando abría la boca era para protestar, recriminarme por algo o 67


bien para comentarme cualquier detalle importante sobre la excursión de hoy. Ya no era el mismo, y no me refiero a lo evidente; que no era Dylan ―o al menos no el Dylan que él creía que era―. Lo que había cambiado era algo mucho más… esencial. Más profundo. Y fuera lo que fuese ese algo no me gustaba nada en absoluto. A pesar de todo, no me había retractado de mi propuesta de ir a la universidad de Barcelona para averiguar algo más pese a las ganas que había tenido. Sabía que cuanto antes solucionara aquello antes me desharía de Dylan y podría seguir con mi vida. No es que Dylan fuera exactamente una molestia, pero quería conservar mi trabajo, y con él en mi vida eso era prácticamente imposible. ― Tienes que pasar con naturalidad. No tienen un control de los alumnos que entran y salen con frecuencia del edificio, así que dudo que te detengan ―me aseguró mientras empezábamos a subir las escaleras que llevaban a la puerta principal―. Yo te guiaré hasta las clases donde normalmente iba. ― No podemos ir a las clases donde Dylan solía ir. Todavía no sabemos de dónde vienen esos recuerdos, pero están firmemente enlazados con los del Dylan visible que me encontré en tu supuesta casa. Si vamos a una de esas clases corremos el riesgo de que me vea… ― No ―afirmó con sequedad―. Recuerdo que este viernes no iba a ir a clases. Por eso te dije que este día era perfecto. ― Eso suponiendo que realmente recuerdes lo que el Dylan visible tenía que hacer. ¿Qué pasará si tus recuerdos los has mezclado con los suyos o algo parecido? ― Que todo lo que hemos hecho se resolverá de un modo más brusco del que habíamos planeado ―comentó como si nada. En resumen. Si estaba en lo cierto, no me encontraría con Dylan y podría preguntar por él a placer. Y si por el contrario, me cruzaba con él, podría preguntárselo directamente rezando por que no volviera a atacarme… ―Menudo plan… ¡Me encanta desafiar a la muerte!― Entré en la universidad sin pensarlo mucho más y avancé con una seguridad que no sentía. Dylan me indicó que me dirigiera a las escaleras y subiera hasta el primer piso. Había un par de alumnos más que se paseaban por allí, totalmente ajenos a mí. Mientras subía me crucé con un hombre que seguramente sería un profesor. Llevaba una carpeta enorme y un jersey holgado completamente manchado de algo marrón que debía ser arcilla o algo parecido. El hombre me miró con una sonrisa y me saludó como si nos conociéramos de toda la vida. Ante su gesto no pude evitar devolverle tanto la sonrisa como el saludo. Seguí caminando hasta llegar a un pasillo largo y estrecho. Dylan me indicó que tenía clase en alguna de aquellas aulas y que probablemente reconocería a alguien. Así que los siguientes minutos los pasamos dando vueltas por el pasillo. Un pasillo 68


prácticamente desierto. Me gustaría poder decir que encontramos a alguien con quien hablar que fuese de utilidad, pero lo cierto fue que me quedé allí plantada prácticamente una hora y Dylan no dio señales de reconocer a nadie. Y eso que por mi lado pasaron por lo menos un centenar de estudiantes con carpetas, libros, lienzos y mochilas llenas de dibujos o pinturas… Nada. Dylan se mantuvo impasible, murmurando alguna que otra maldición que no quiso explicarme. Después de mucho rato, una mujer mayor con unas gafas más grandes que su cara se detuvo a mi lado. ― ¿Usted no es una estudiante, verdad? ―me preguntó segura de sí misma―. O al menos no tiene clase aquí. Suelo alardear de mí increíble memoria para con mis alumnos. La miré con una sonrisa incomoda. Me estrujé las manos sin poder evitarlo y esperé que se me ocurriera algo inteligente e ingenioso que decir. No fue así. ― Esto… no. No soy alumna. En realidad… ― Dile que has quedado con una amiga que estudia aquí para que te enseñe uno de sus trabajos ―se decidió Dylan a ayudarme. ― Tengo… una amiga estudiando aquí. He venido a verla ―dije olvidándome de la mitad de la información. Era un crack dejándome detalles importantes. La mujer me miró pensativa. Luego avanzó esperando que la siguiera. El gesto fue tan claro y dejaba tan poco espacio a la duda que me vi obligada a obedecer su muda orden. ― ¿Cómo se llama esa amiga suya? ―preguntó―. Tal vez puedo ayudar. ― Emma. Emma Fernandez ―me contestó Dylan inmediatamente. Antes de plantearme si hacerle caso o no, imité su respuesta. ― Emma Fernandez. La mujer sonrió con orgullo. ― Oh, Emma. Es una buena alumna. De las mejores, en realidad. Ha salido hace unos veinte minutos de mi aula ―dijo dejando escapar una entonación realmente extrañada al final de la frase―. ¿No la ha visto? Debería habérsela cruzado. Me quedé callada un instante, esperando que Dylan me explicara por qué razón me había dado el nombre de una chica que había pasado por mi lado sin decirme que hablara con ella. Sin embargo, a él tampoco pareció ocurrírsele nada. Así que tuve que improvisar…

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― ¿En serio? ―dije de una forma que hasta a mí me sorprendió―. Llevaba rato esperando y han salido todos a la vez. Supongo que habremos pasado una al lado de la otra y ni siquiera nos habremos visto. Había supuesto que estaría en otra clase, en realidad es la primera vez que vengo ―dije con seguridad. Vaya, estaba inspirada. Ahora solo faltaba el toque final para terminar de rematar la mentira―. De no ser por usted aún estaría allí plantada esperando como una tonta ―afirmé dejando escapar una risa demasiado artificial. La mujer me miró un instante con suspicacia. Pensé que mi mentira debía haber sido demasiado pobre para que se la tragara, estaba a punto de pedir disculpas y arrastrarme como un gusano, avergonzada, cuando la mujer empezó a reír conmigo. ― Tendría que haber preguntado antes. Para eso estamos los profesores, aparte de para volver locos a los alumnos con nuestras clases ―dijo alegre. Luego miró su libreta y asintió con orgullo―. A ver, en estos momentos Emma debe tener su hora libre. Es viernes, suele ir a la cafetería después de mi clase. ―Me quedé estupefacta sin poder evitarlo. La mujer me miró y sonrió―. Yo tengo la misma costumbre. Nos conocemos desde hace años, no es la primera vez que hacemos juntas el descanso. Los alumnos y los profesores somos más cercanos cuando pasan ciertos años. Y allí hacen el mejor chocolate caliente que pueda llegar a probar jamás ―dijo guiñándome un ojo. Luego se detuvo―. Bueno, ha sido un placer. Tengo clase por aquí, espero que tenga suerte. ― Gracias, profesora ―dije educadamente obligándome a no quedarme alucinando como una idiota―. Yo también espero tener suerte. La vi alejarse poco a poco cuando de repente se me ocurrió que al ser la profesora de Emma, también lo sería de Dylan… Sin pararme a hablarlo con el Dylan invisible, o comentar lo que planeaba en voz alta, corrí para alcanzar a la profesora de nuevo. ― ¡Espere! ¡Un segundo! ―grité. La mujer se detuvo y se dio la vuelta―. ¿Le importa que le haga una pregunta? ―La mujer me miró enarcando una ceja y esperó―. Supongo que conoce a un alumno llamado Dylan Araya ―dije. La mujer hizo un gesto de reconocimiento―. ¿Recuerda que haya actuado de un modo extraño últimamente? Sé que la pregunta puede parecerle rara pero… ― Estas últimas semanas han actuado extraño todos, señorita ―dijo algo tensa―. Es normal, dada la situación. Al no obtener más información, esperé unos segundos. Pero la mujer no añadió nada más. ― Eh… perdone, ¿qué situación? ―pregunté. La mujer abrió los ojos un poco más y luego adquirió una posición claramente distante.

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― Si su amiga Emma no ha creído conveniente informarla sobre el asunto… no voy a ser yo quien me entrometa en sus asuntos personales ―Me mordí el labio―. Si quiere saber algo sobre el novio de su amiga, pregúnteselo a ella. ― ¿Su novio? Creía que Dylan no tenía ninguna novia… ―murmuré. La mujer, que ya se había dado la vuelta, se volvió y me miró con el ceño fruncido. ― Deduzco que usted y Emma no sois amigas desde hace mucho tiempo. ― Lo cierto es… ― No son necesarias las explicaciones. ―Y se volvió para marcharse. Me quedé quieta un instante observando a la mujer marcharse por el pasillo. Me di la vuelta todavía un poco confusa y con un montón de dudas en la cabeza. No entendía nada. ¿Quién era Emma y qué tenía que ver con Dylan? No había dado ni dos pasos cuando choqué contra mi invisible compañero. Su mano tapó mi boca con firmeza antes de que pudiera protestar y me obligó a retroceder hasta quedar oculta detrás de una pared. ― Habías terminado muy bien, Lunática. Pero has tenido que joderlo todo ―murmuró. Aunque pensándolo bien no le hacía falta. Nadie podría escucharle―. No hables con nadie más que con Emma. Aparté la mano invisible y lo empujé un poco. Él no se apartó. Por el contrario, me encerró más contra la pared. ― Esa tal Emma seguramente ha pasado por nuestro lado y no has dicho nada. ¿Cuándo te has acordado de que la conocías? ¿O sólo recuerdas el nombre? ¿Y desde cuando tienes novia? ―pregunté visiblemente enfadada. ― Emma era amiga mía. No te lo he dicho antes porque he tenido… un momento de… ―Se quedó callado, como si no terminara de encontrar las palabras para describirlo. ― ¿Confusión? ― Puede. Algo parecido. Lo había olvidado por un momento ―aceptó―. Pero ahora lo recuerdo. Ella era amiga mía. Pero no… ella no era mi novia. Eso lo sé seguro ―dijo con firmeza. ― Ya, claro. ¿Cómo quieres que te crea? Si hace un momento no recordabas ni siquiera que era tu amiga, tal vez ahora no recuerdes que también es tu novia ―me burlé―. Ni siquiera sabes quién eres. Dylan apretó mis hombros contra la pared con fuerza. El pequeño impacto me dejó sin aliento y me quedé mirando a la nada, buscándole inconscientemente.

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― No me importa lo que creas, Eris. Y supongo que tampoco importa mucho lo que crea yo. Mi corazón empezó a latir más deprisa. La ira y el resentimiento teñían su voz y sus manos apretaban mis brazos con fuerza y agresividad. Nunca había hecho algo así antes. Sentía su aliento tan cerca que no pude evitar retirar la cara hacia un lado rehuyendo la mirada intensa que seguramente me estaría dedicando. ― ¿Qué te ocurre? ―preguntó burlón―. Espera, no me lo digas. Crees que iba a besarte, ¿no? Me quedé helada. En realidad, ni se me había pasado por la cabeza. Volví la cara de nuevo e intenté dedicarle una mirada llena de resentimiento. ― No lo he pensado. Pero si ese fuera el caso habría hecho mucho más que retirar la cara ―le dije asqueada―. Nunca dejaría que me besaras. Dylan retiró las manos de repente, como si le quemara el contacto con mi piel. Su respiración se aceleró. Si lo hubiera visto habría entendido mejor sus intenciones y sentimientos. Se me da bien comprender a las personas. Pero al no poder verlo me resultaba muchísimo más complicado entenderle. ― Vámonos. Sin añadir nada más escuché sus pasos bajando las escaleras. Lo seguí sin protestar y él me guió hacia la cafetería. Entré sintiéndome una intrusa y pedí un chocolate caliente recordando lo que la profesora me había aconsejado. Caminé entre las mesas con la taza humeante alrededor de mis manos. Dylan me describió dónde estaba Emma. Era una chica un par de años mayor que yo, o eso me pareció. Era pequeñita, con el cabello pelirrojo cortito y muy rizado. En realidad, nunca había visto un pelo como el suyo, de ese rojo intenso. Su piel era pálida salpicada por un montón de pequitas doradas alrededor de una nariz de gnomo. Sus ojos almendrados de color miel miraban atentos el dibujo que sus manos realizaban encima de una servilleta con un lápiz extremadamente pequeño. Sus labios se curvaban en una pequeña sonrisa y parpadeó un par de veces con sus largas pestañas pelirrojas. Iba vestida con unos pantalones roídos y pintados con tinta negra y pintura azul. Y a pesar del frío, solo llevaba un jersey de manga larga que dejaba su ombligo al descubierto. Me acerqué y dejé la taza de chocolate justo delante de ella. La joven apenas se inmutó. Carraspeé un par de veces hasta que finalmente me decidí por llamarla por su nombre. ― ¿Esto… Emma? ¿Emma Fernandez? ― La muchacha alzó los ojos distraídamente sin levantar el lápiz de la servilleta.

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― Ay, perdona. No te había oído. ¿Decías? ―dijo con una sonrisa inocente. ¿Qué no me había oído? ¿Esta chica vivía en la tierra? ― ¿Eres Emma Fernandez? ―pregunté de nuevo. Ella asintió y dejó el lápiz encima de la servilleta. Me fijé que en ella había el dibujo de una joven preciosa de cabellos largos y orejas afiladas. ― ¿Te conozco? ―preguntó. ― No. Pero… conozco a alguien que conoces ―dije apresuradamente. Ella dejó escapar una dulce risa, parecida al tintineo de un hada al volar. O al menos eso imaginé yo. ― ¿De quién hablamos? Conozco a mucha gente ―afirmó mientras me señalaba la silla―. Siéntate. Algo me dice que no será una conversación corta. Me quedé callada un instante y la obedecí. En realidad, no quería que fuese corta, pero sin duda iba a ser incomoda, y tal vez llegaría a ser escueta por culpa mía… ― Estoy aquí por Dylan ―dije por fin. Ella se inclinó sobre la silla y me miró con más atención. ― Dylan… Creo que ya sé por dónde vas ―dijo con una sonrisa―. Pero me temo que no puedo darte muchos consejos. Él y yo sólo hemos sido amigos, nunca ha pensado en mí como nada más que en eso. Así que no puedo decirte cómo puedes llamar su atención. Enrojecí al comprender qué quería decir. Estaba claro que lo había malinterpretado. Sus palabras me recordaron lo que Dylan me había dicho días atrás, sobre que podía ser que las mujeres lo encontraran atractivo. Entonces comprendí que no debía ser ni la primera ni la última vez que molestaban a esa chica con ese asunto en particular. De repente, me sentí con la urgente necesidad de sacarla de su error. ― En contra de lo que puedas pensar, no pretendo ni pretendería jamás llamar su atención. Te lo aseguro ―dije intentando contener una risa nerviosa―. Si estoy aquí precisamente para quitármelo de encima… ―murmuré con apenas voz. ― Eres muy amable… ―murmuró Dylan justo detrás de mí. ― Oh ―Emma abrió los ojos como naranjas―. Entonces, por primera vez, estoy… desconcertada. El modo de hablar de esa chica era tan extraño que me contagiaba. Sonaba como antiguo, como si no perteneciera a esa época. Y curiosamente, me gustaba. ― Verás, las circunstancias en las que he conocido a Dylan… han sido extrañas. ―Y Tan extrañas…―. He descubierto recientemente que ha sufrido… amnesia. 73


― Oh, sí. Eso… ―murmuró como si tuviera un nudo en la garganta. ― Seguramente te parecerá extraña la pregunta pero… ¿Recuerdas que, antes de que dijera lo de la amnesia, se comportara de un modo… extraño? No sé… como si… ― ¿Cómo si no fuese él mismo? ―terminó por mí. Yo me quedé mirándola esperanzada. ― Exacto… Emma se retorció las manos y arrugó la servilleta que había estado dibujando. Sus ojos miraron hacia todas partes, intentando retener las lágrimas que amenazaban con salir. Me arrepentí de haberle preguntado nada. Parecía tan frágil… ― Nadie me lo había preguntado antes… Creía que era una pésima amiga por pensar… ―Su voz se quebró. Sin embargo, no pude contenerme. Tenía que preguntar. ― ¿Por pensar qué? ―dije con amabilidad. Ella me miró a los ojos. ― Dylan no parecía el mismo desde que él murió. Todos pensaron que se trataba del dolor por la pérdida, pero yo no lo vi. No… no era eso. Era distinto. Él era distinto ―dijo con dolor―. Era su mejor amigo. Era evidente que su muerte iba a afectarle. Pero Dyaln cambió. Cambió. No era él. Lo conozco, sé que… Lo sé. ― Espera. Un segundo ―dije mientras la tomaba de una mano para que se calmara―. ¿Quién murió? ¿En qué notaste que no era… Dylan? Ella se mordió el labio y me miró a los ojos. ― ¿Quién eres? ¿De verdad… eres amiga de Dylan? ―me preguntó. Yo sonreí. ― Quiero ayudarle. Recuerda cosas… pero hay algo que no entiende. Hay algo que ha perdido. ―Ella rió con tristeza. ― Entiendo a qué te refieres ―dijo con pesar―. Yo también lo he perdido. Los había perdido a los dos. ―Me quedé callada esperando que continuara. Me miró a los ojos―. Lucas. Se llamaba Lucas. Era su mejor amigo… Y mi novio. A mucha gente no le gustaba Lucas, porque era algo frío y siempre estaba enfadado, pero tenía sus razones. Su vida… no era fácil. Yo era lo único que tenía. Yo y Dylan. Entonces lo entendí. No se refería a Dylan cuando la profesora habló sobre el novio de Emma… se refería al muchacho que había muerto. Y ese tal Lucas… empezaba a parecerse mucho a cierta persona que conocía… ― ¿Cuándo dices que cambió Dylan? ―le pregunté. ― Cuando Lucas murió. Él… era distinto. No sé exactamente en qué pero… ―Sus palabras se quebraron―. Cuando Lucas murió yo quedé destrozada. Quise apoyarme en Dylan, pero él… él actuaba de un modo distinto. 74


― Como si su mejor amigo no hubiese muerto, ¿no? Como… si le hubiesen dado una segunda oportunidad. ― Sé por dónde vas ―dijo Dylan detrás de mí junto a mi oído―. Crees que soy Lucas y que me aferré a la vida mediante a mi mejor amigo. Pero te equivocas, no me siento como Lucas. Y ya te he dicho que no estoy muerto. Lo ignoré. ― No… ―dijo la joven negando con la cabeza―. Actuaba más bien… como si nada le importara. Como si no estuviera acostumbrado a los sentimientos… o como si… ― ¿Como si qué? ―preguntó Dylan a pesar de que sabía que no iba a oírle. Emma alzó la mirada hacia mí, extrañada de haber encontrado, por fin, la palabra correcta. ― Como si no fuera él. Exacto. Es eso, esta es la sensación que buscaba. Dylan… no era Dylan. ― Espera ―dije confusa―. ¿Querrás decir que, tal vez te recordaba a… otra persona? ―ella frunció el ceño. ― Era indiferente. Conmigo y con todos. Nadie lo notó porque parecía estar triste y dolido por la pérdida de su amigo… ―Dejó el papel y lo alisó con la mano dejando que el dibujo volviera a verse―. Durante esas dos semanas, Dylan desapareció, lo noté. No le importaba nada, y yo no podía importarle menos. Pero… ahora ha vuelto, el otro Dylan lo hacía bien… pero sólo existe un Dylan… ― ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes que ahora es el Dylan de verdad? Ella sonrió con cariño y repasó un cabello de la joven hermosa de orejas afiladas. ― Porque me llamó Campanilla… ―alzó la cabeza y sonrió―. El otro Dylan siempre me llamaba Emma.

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8 Lucas

Estupendo. A partir de hoy; Odio los viernes. Te despiertas genial, crees que vas a tener un día cojonudo, pero… ¿Sabes qué? Te equivocas completamente. El día será un completo desastre. Te lo aseguro. Si algo puede parecerte que va a salir genial, lo más probable es que salga genialmente mal. ― Por enésima vez, Eris, no soy Lucas, no estoy muerto y no me he metido en el cuerpo de nadie. La voz cansada de Dylan ―y le seguía llamando Dylan porque no sabía cómo más llamarle― había repetido las mismas palabras una y otra vez en la última hora. Había intentado explicárselo, pero no quería escucharme. Le había dado muchas vueltas a lo que Emma había dicho. Por lo que había entendido, Emma y Lucas eran pareja, y Lucas era el mejor amigo de Dylan. Emma y Dylan eran muy amigos también, pero solo habían sido eso, amigos. A simple vista podría parecer un triángulo amoroso en toda regla, sin embargo había entendido al instante que Emma estaba todavía plenamente enamorada de Lucas, y consideraba a Dylan como a un hermano. Así que el asunto no era mucho más interesante. Por otro lado, había asegurado que, dado que conocía a Dylan más que a cualquier otra persona, cuando Lucas murió se percató de que no era exactamente él. Se había vuelto indiferente con ella. Por lo que a mí respecta, ese punto era el que menos encajaba en todo el asunto. Aunque como todo era una locura, quién sabe cómo pueden reaccionar los sentidos y sentimientos de las personas cuando juegas con lo que no debes. No sé si fue consciente o no, pero Emma me había dado una buena pista al decirme que Dylan la llamó Campanilla ―que supuse que sería el apodo cariñoso que utilizaba con ella―. Emma había descubierto, sin saberlo, que durante esa semana no había estado hablando con Dylan. Que Dylan no había estado en su propio cuerpo. Aunque era complicado de entender ―y como mi compañero invisible no me dejaba hablar era todavía más complicado― resultaba extrañamente lógico. ― ¡Por indefinible vez, escúchame! ―repliqué. ― ¿Indefinible? No creo que eso sea correcto ―argumentó. Intenté dirigirle una mirada de odio mientras me abrigaba más con la sudadera que llevaba puesta.

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― Lo que no es correcto es que pases de mí. ¿Puedes mantenerte callado unos pocos minutos para que pueda explicarte mi teoría? ¿O prefieres seguir pensando lo que a ti te da la gana sobre la conclusión a la que he llegado? Dylan dejó escapar un sonoro suspiro que logró sacarme de mis casillas. Se sentó a mi lado y se apoyó con mucho estruendo sobre la puerta de madera que teníamos detrás. Como habíamos viajado en tren, no podíamos ir a mi coche para hablar, tampoco a ninguna cafetería o cualquier sitio público. A no ser que me apeteciese fingir estar hablando por teléfono durante horas, claro. Así que nos habíamos apartado de la civilización hacia un callejón desierto y no muy higiénico. Pero al menos no hacía tanto frío. ― Puede que haya pensado por un momento que eras Lucas. ―Al notar la respiración de Dylan dispuesto a decir algo, alcé la mano para intentar taparle la boca… Por supuesto, no atiné. ― ¡Mierda, Eris! ¡Casi me sacas un ojo! ―gritó. ― Lo siento, pero querías replicar. ― ¿Y cómo narices sabes que iba a decir algo? ―Yo sonreí y me encogí de hombros―. Oh, perdona, olvidaba que eras un bicho raro… ―murmuró. Y le propiné un buen codazo. ― A ver. Como he dicho, por un momento lo pensé. Pero llegué rápidamente a la conclusión de que eso no era posible. ― ¿Por qué? ―preguntó seco. ― Pues porque Emma dijo que cuando Lucas murió, Dylan cambió. Pero si hubiese ocurrido lo más lógico… bueno, lógico dentro de esta locura, entonces Dylan habría actuado como Lucas y ahora ella estaría locamente enamorada de Dylan. ― Quieres decir que Lucas habría intentado quedarse con su chica mediante el cuerpo de Dylan. ¿En tal caso, Dylan habría salido de su cuerpo mientras Lucas estaba en el suyo? Esto es muy confuso, Eris… ― A ver, he dicho que lo más lógico, entre comillas, sería eso. Pero Dylan no intentó nada con Emma, es más, ni siquiera se comportó como él mismo. ― Tal vez Lucas se olvidó de todo cuando sustituyó a Dylan. Tal vez al meterte en un cuerpo que no es el tuyo tus recuerdos desaparecen... ― Creía que decías que no eres Lucas. ¿Ahora defiendes esa idea? ―pregunté enarcando una ceja. Dylan profirió un ruido ahogado, como si lo hubiese pillado haciendo algo que no debía. ― Sigue ―dijo sin más. Sonreí.

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― Si bien es cierto que podría ser, hay cosas que no tienen sentido. ¿Por qué tendría que tener los recuerdos de Dylan? O, como al parecer los tenía, ¿Por qué no te comportabas exactamente igual que él? Dylan pareció pensarlo unos segundos. Noté cómo se levantaba de donde se había sentado y empezaba a dar vueltas. ― Porque no era él. Al parecer, aunque tengas los mismos recuerdos no compartes exactamente los mismos sentimientos. ¿Quieres decir eso, no? Por eso Lucas no puedo ser yo. Porque, en tal caso, albergaría sentimientos por Emma. Unos que, evidentemente, no tengo. Sus palabras lograron hacerme sonreír de nuevo. Me senté tocando la espalda a la puerta de madera y cerré los ojos. ¿Por qué me sentía de repente tan bien? ― Sin embargo, está claro que tuviste que estar en contacto con Dylan en algún momento. Y en realidad, tampoco podemos descartar del todo que no seas Lucas. ― Eris… ― Ni Eris ni leches, Dyl. Las cosas no son sencillas. Esto sobrepasa cualquier teoría. No puedo buscar en internet cambio de cuerpos o chico invisible, porque lo único que saldrá será cuentos de fantasmas y comics de superhéroes. Durante todo el rato había intentado mantenerme firme y olvidar el frío, pero empezaba a ser imposible. Calaba los huesos. Y en cuanto empecé a temblar ya no pude parar. Tenía las manos heladas y tiritaba, pero intenté ignorarlo tanto como fui capaz. Escuché que Dylan también castañeaba. Vaya, otra razón para pensar que no estaba muerto: tenía frío. ― ¿Entonces, qué propones? ―Suspiré. ― Ciertamente… No tengo ni idea. No puedes ser Dylan, porque el Dylan de verdad ya está en casa. Emma lo ha corroborado. Y parece que es poco probable que seas Lucas. Porque él está muerto y parece bastante evidente que tú no lo estás… Mientras seguía tiritando, noté que Dylan volvía a sentarse a mi lado. Pasó uno de sus brazos por mis hombros y me acercó a él. Si quería otra prueba de que estaba bien vivo era esa: era cálido. ― Hay algo que no te he dicho… ―murmuró. Alcé la cabeza hacia su dirección aunque sabía que no iba a verle―. Cuando vimos a esa profesora… recordé a Emma inmediatamente. Sin embargo, había algo en esa mujer que no me gustó nada. Como si… reconociera algo de ella. Fue una sensación de encuentro tan fría que me puso furioso ―dijo con calma. Esa forma de hablar… no era la misma que la de ese último día. No puedo decir cómo me di cuenta entonces, pero así fue. Tal vez empezaba a conocerlo un poco. O tal vez era por mi extraña intuición. Era un bicho raro, ¿no?―. Recordé a Emma como Dylan… Pero, al mismo tiempo supe que no era él.

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― No tienes ni idea de quién eres, ¿verdad? ―Noté sus cabellos contra mi mejilla y supe que negaba con la cabeza. Sonreí―. Dyl… ¿Cuántas veces tendré que decirte que no puedo verte y que si sacudes la cabeza no sabré que me estás contestando? Dylan se tensó un segundo y luego empezó a reír. ― Vaya, lo siento. Lo he vuelto a hacer… ―Su risa me recordó al Dylan de antes, y por un momento me sentí mucho mejor. Me recosté sobre su hombro y cerré los ojos―. Esta es otra de las cosas que tendría que haberte dicho… ― ¿El qué…? ―murmuré cansada y sin poder hacer nada más que quedarme allí quieta. ― Que ya no me siento mal. No siento esa… rabia. Creo que al ver a Emma… Alcé la cabeza de nuevo. Sus brazos se apartaron de mí al notar que me alejaba con brusquedad a pesar de que solo me había incorporado. Mis ojos intentaron buscarle, pero solo noté su aliento. Estaba cerca a pesar de que me había separado. ― Entonces, no eran imaginaciones mías. Realmente estabas distinto desde que te habías encontrado con Dylan ―dije asombrada―. Lo que significa que… Emma es importante para ti ―concluí. No sabía por qué, pero mi afirmación había sonado triste. Demasiado triste. Y eso podía llevar a conclusiones equivocadas. Como que Dylan me importaba, o que estaba celosa. Cosas absurdas, vamos. Así que me obligué a carraspear y a girarme. No es que me intimidara mirar hacia la nada, porque era imposible, pero sentirlo tan cerca me ponía nerviosa. Y eso también podía malinterpretarse. ― Al final puede que tengas algo que ver con Lucas. Si te importa tanto Emma como para que ella te calme ―dije intentando no transmitir nada más que una conclusión. ― Puede… ―murmuró. ¿Por qué me sentía así? Por un momento era como si me faltara el aire. O como si esa rabia que él había sentido se apoderara de mí ahora. Tendría que estar satisfecha de que al fin encontráramos algo a lo que aferrarnos. Tal vez estaba enfadada porque no me lo había dicho antes. Había tenido que dar muchas vueltas a algo que con esa información nos habríamos ahorrado mucho tiempo. Sí, seguramente era eso. Me levanté de donde había estado sentada y empecé a andar hasta apoyarme al otro lado de la pared. ― Bien. Siguiente paso. Iremos donde vivía ese tal Lucas, a ver si descubrimos algo. Tal vez su familia nos cuente más, aunque lo dudo. Seguramente nos echen a patadas. Esta vez no puedo decir que soy su novia, porque ya tenía una. Tal vez podamos descubrir dónde está enterrado para ver si sientes una especie de conexión o 79


algo por el esti… ―Mi voz se apagó de golpe al notar las manos cálidas de Dylan encima de mis hombros―. ¿Cuándo te has acercado? ― Me sorprende que no te hayas dado cuenta. Estás algo alterada ―murmuró mientras dejaba escapar una dulce risa. ― No estoy… ― Oye. Escúchame ―dijo igual de cerca de mí que antes―. No creo que sea necesario molestar a la familia de un difunto. Giré la cabeza. ― Bueno, entonces tal vez tendremos que hablar de nuevo con Emma. Es posible que sientas algo más si estás cerca de ella otra vez… Fruncí el ceño sin querer, y al mismo tiempo su mano me obligó a volver la cara hacia el frente. Mis cejas siguieron fruncidas y no cambié la expresión en ningún momento. ― Creo que deberíamos encontrarnos de nuevo con la profesora. ―Entonces alcé la mirada. Ahora sí estaba confusa―. Fue con ella con la que sentí algo extraño. Tal vez si nos acercamos de nuevo, descubra qué es esa sensación. Además… ― ¿Además, qué? ―dije inquieta. Dylan parecía reacio a seguir hablando―. Dylan… Entonces suspiró y dejó caer la cabeza sobre mi hombro. ― Creo… no estoy seguro… pero me pareció que… ― ¿Qué? ¿Qué te pareció? ―pregunté incapaz de soportar la pausa. Sentí cómo Dylan alzaba la cabeza. Su aliento rozó mi mejilla. Olía como a almendras, o a leña acabada de cortar. ―…Que me veía…

― ¿Cómo… cómo que te veía? Eso es… imposible, ¿no? Me había quedado completamente congelada. Ahora entendía por qué estaba tan preocupado. Se suponía que yo era la única que podía corroborar que Dylan existía, y si lo que él había dicho era cierto, esa mujer, además podía verlo. Yo con suerte podía tocarlo y hablar con él… 80


― No tiene por qué serlo. Tú puedes escucharme, ¿no? ― Sí, claro, pero si hay alguien que además puede verte… Dyl, esto es… ―murmuré preocupada. Noté cómo se alejaba. De repente me sentí como si me faltara algo con lo que poder mantenerme en pie, así que me recosté en la pared e intenté que las piernas no se me doblaran. ― Es peligroso ―sentenció―. Esa mujer… había algo en ella que… ―Su voz se escuchó estrangulada. Como si de repente le doliera mucho la cabeza. Recordaba esa sensación, una muy desagradable―. Tengo… algunos recuerdos. Retazos de escenas… Pero no logro entenderlas. Sin reparar en mis rodillas, que todavía estaban algo inestables, me acerqué hasta él y me apoyé en sus hombros. Al parecer, eso conllevó a que alzara los brazos más de lo que había supuesto. ― Joder, Dyl. ¡En realidad eres altísimo! ―exclamé―. Dyl… ¿Esa mujer… te ha hecho recordar algo? Sus manos se posaron sobre las mías y poco a poco logró deshacer mi agarre y me apartó lentamente de él. Fue tan suave que era imposible tomárselo mal o como un rechazo ―aunque técnicamente así era―. Me quedé quieta en el sitio sin moverme. Esperando. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que habría deseado poder abrazarlo. Tal vez permitirle que se desahogara. Tal vez desahogarme yo. No lo sé. Sin embargo, también fue en ese momento cuando me di cuenta de lo lejos que realmente estaba de él. No tenía la confianza necesaria para abrazarle sin previo aviso, ni teníamos el tipo de relación que podría llevarme a consolarlo sin sentirme incómoda. Me encontré ante la necesidad de algo que me era imposible alcanzar. Al menos por ahora. Habían pasado pocos días, pero Dylan se había convertido en mi preocupación, mi deber, mi responsabilidad. Y lo peor de todo era que empezaba a acostumbrarme a él. ¿Qué haría cuando se marchara? ¿Qué sentiría cuando ya no estuviera a mi lado? ¿Notaría su ausencia o lo olvidaría y volvería a mi vida de siempre? Tal vez Dylan me había concedido mi mayor aventura y por eso estaba empeñada en ayudarle. Sí. Era eso. Deseaba un cambio en mi vida, y Dylan me lo había concedido. El miedo que sentía… era el miedo a volver a la rutina. Tenía que ser eso. ― El recuerdo de Dylan ya no es tan persistente ―afirmó lejos de mí―. Es como un sueño. Algo que recuerdo pero que ya no siento como parte de mí. ― Entonces… ― Pero… tengo otros recuerdos ―me cortó―. Otros que no tienen nada que ver con Dylan y no sé de donde vienen ni a quién pertenecen. ¿Otros recuerdos? ¿Cómo era posible que tuviera otros recuerdos?

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― Tenemos que hablar con esa mujer. Hablaré de nuevo con ella. Tiene que decirnos algo sobre ti. Si es cierto que ella ha podido verte… ― ¡No! ―Su grito logró asustarme. Lo había exclamado en un tono demasiado alto, como un impulso. Su respiración se había acelerado y estaba vuelto completamente hacia mí―. No quería decirlo así… ―murmuró―. Pero no voy a dejarte. No vas a ir a hablar con ella. ― Dyl… Tú mismo dijiste que teníamos que hablar con ella―dije encontrando por fin la voz. Pues me había asustado de verdad―. ¿Quieres que te ayude o no? Es una buena oportunidad para… ― He dicho que no. Te dije, después de lo que pasó en casa de Dylan, que no iba a ponerte más en peligro. ¡Y al menos voy a cumplir con mi palabra! ―Yo suspiré y agaché la cabeza intentando encontrar las palabras para convencerlo. ― Dyl, esto es absurdo. Esa mujer no va a hacerme nada, si hablo con ella en público… ― No. Ni en público, ni en privado, ni de ningún modo. No hablaras con ella y punto ―dijo con seriedad. ― ¿Y qué pretendías, hablar tú? ―dije furiosa―. No. Espera, no me lo digas, prefiero no saberlo. Voy a ir y se acabó ―afirmé decidida―. Esta es una oportunidad única, y no pienso dejar que la desperdicies. Te dije que iba a ayudarte. ¡Te lo prometí! ¡Así que yo también cumpliré con mi palabra! Sin esperarle comencé a salir del callejón. Escuché los pasos de Dylan cerca, pero lo ignoré. Tuve que correr para que no me alcanzara, pues sabía que si Dylan me cogía iba a retenerme. En cuanto llegara a la calle principal ya no podría hacer nada. Estaba decidida. ― ¡Mierda, Eris! No dejaré que te metas en esto, ¿¡me oyes!? ―gritó detrás de mí―. Esa mujer es peligrosa. Si puede verme, seré yo quien hable con ella, no tú ―continuó, verificando lo que había pensado que tenía planeado. Quería dejarme al margen―. ¡No puedo dejar que te acerques otra vez a ella! Faltaba poco, unos pocos metros y ya estaría ante el público. Y Dylan ya no podría detenerme. ― No veo cómo… vas a impedírmelo ―dije apretando el paso en un último esfuerzo. Realmente faltaba tan poco… pero fue inútil. Dylan me había cogido por la punta de la sudadera, y eso desestabilizó mis piernas lo justo para caer. Me di la vuelta con brusquedad para que me soltara y poder recobrar el equilibrio, pero al parecer, como Dylan iba justo detrás de mí, no pudo detenerse a tiempo. Chocó contra mí y caímos ambos al suelo. El dolor me recorrió toda la espalda, pero lo olvidé al instante. Las piernas de Dylan estaban justo en medio de las mías, sus brazos a lado y lado de los 82


míos, rozándolos. Su cuerpo pegado al mío. Cuando recobré totalmente la lucidez me percaté de que, además, notaba su aliento justo encima de mis labios. Me quedé quieta un segundo, evaluando la situación. Tenía que llegar al final de la calle. Por el contrario, me encontraba justo en medio de un callejón a oscuras oculta de miradas indiscretas. Por lo tanto, Dylan había logrado detenerme antes de que fuera imposible hacerlo. Había perdido. ― Bueno… ahora acabo de impedírtelo, me parece ―dijo con la voz acongojada. ― Lo único que has hecho… ha sido tirarme al suelo ―murmuré―. Lo cual no impide nada. En cuanto me levante... ― Tal vez no deje que te levantes ―me cortó. ― ¿Y piensas quedarte así para siempre? ―dije intentando cruzarme de brazos y dándome cuenta al instante que los suyos me lo impedían. ― ¿Te molestaría? Sé que no es una posición muy cómoda pero… ― Es una posición desagradable ―dije de un modo más seco del que habría querido. No sabía cómo debía mirarme Dylan en ese momento, pero noté su aliento agitarse sobre mi mejilla. Al parecer había apartado un poco el rostro no recuerdo en qué momento ―¿En serio? ¿De verdad ― ― ¿Te parezco… desagradable? Su pregunta fue tan inesperada como tierna. Lo había dicho como si le doliera, como si realmente le preocupara. Así que me vi mirando hacia arriba inconscientemente con cara de asombro. ― Eh… no… bueno, no quería decir exactamente que me parecieras… Sabes que tú no me pareces… Es… quiero decir… la situación es… ―Te he hecho daño. Al caer… ―concluyó. ― ¡No! No, Dios, Dyl. No me has hecho daño, de verdad. Es solo que… ― Que soy desagradable. O que la situación es desagradable, lo cual es lo mismo ―sentenció. Me mordí el labio, sin saber muy bien cómo arreglarlo. Parecía tan confuso y dolido… Hasta que escuché la pequeña risa que intentaba contener. Empecé a fruncir el ceño al darme cuenta de que había estado tomándome el pelo y comencé a forcejear. 83


― ¡Dios! ¡Para Eris! ―gritó sin dejar de reír. Yo no me detuve. ― ¡Maldito Dylan! ¡Eres un mentiroso! ¡Embaucador! ―grité sin parar de patalear e intentar cerrar los brazos. ― ¡Lo siento! ¡No he podido evitarlo! Parecías… tan turbada… Me detuve en cuanto vi que era inútil. Miré hacia arriba con el ceño fruncido. ― Quítate. ¡Quítate! ―le grité. De nuevo lo sentí cerca. ― ¿Para que vayas a hablar con esa mujer? Ni hablar ―contestó. Dejé escapar un gritito de frustración y estiré las piernas a la vez que los brazos. ― Genial. Simplemente genial. ¿Entonces… qué? ¿Jugamos al parchís? ―Dylan volvió a reírse―. Sí, claro, ríete. Pero yo me aburro con mucha facilidad. Y esta posición empieza a ser aburrida. Así que… ― ¿Aburrida? Mis palabras se evaporaron como el agua en pleno agosto. Ese aburrida había vibrado sobre mis labios. No me había dado cuenta de lo cerca que estábamos, ni tampoco que había vuelto la cabeza hacia él. Como no podía verle, no me había dado cuenta de que, en realidad, Dylan estaba encima de mí a escasos centímetros de mi rostro. Era extraño percatarse de algo tan evidente.

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― Dyl… ―murmuré―. Pensaba… que habías dicho que nunca intentarías nada conmigo ―le recordé sin poder evitar cierto reproche. Noté su risa encima de mis labios de nuevo. ― Bueno, tú dijiste que no permitirías nunca que te besara ―contestó―. ¿Todavía lo piensas? Antes de ser consciente de lo que mis labios decían, estos ya lo habían hecho… No podría deciros si me arrepentí o no de ello. ― Eso se lo dije… al Dylan borde. ― Entonces… en mi defensa diré que pienso cumplir mi palabra sobre no intentar nada contigo ―dijo con firmeza. Mis ojos se abrieron de par en par. Bueno… no es que hubiese esperado… Yo realmente no había pensado… ¡Venga! Ya sabía que Dylan no…―. Así que no pienso intentarlo. Y sin añadir nada más, sus labios, unos que no veía, se cerraron entorno a los míos. Dylan había tenido razón. Decididamente no lo había intentado, lo había hecho. Cerré los ojos instantáneamente a pesar de la sorpresa, y entonces Dylan apareció. No albergaba una imagen propiamente dicha, pero lo sentí. Su cuerpo junto al mío, sus brazos sosteniéndose cerca de los míos. Su respiración acompasada, o más bien desacompasada, junto a la mía. Entrelazando las lenguas y dejando que el momento nos llenara. Pude verle sin utilizar los ojos, pude sentirle. Fue una sensación extraña y natural al mismo tiempo. Fue entonces cuando me di cuenta de que para ver a una persona no necesitaba los ojos. Que las piernas, los brazos, las manos, los oídos, el olor… los labios, también pueden hacerlo. Incluso mejor. En ese instante vi a Dylan del mejor modo que pude llegar a ver a una persona. Sus labios se separaron poco a poco de los míos, pero permanecí con los ojos cerrados. Quería seguir viéndolo un poco más. No quería que desapareciera de nuevo. ― Si quieres… todavía podemos jugar al parchís… ―Y ahí terminó el momento. Empecé a reír sin poder evitarlo y mis ojos volvieron a abrirse. Dylan seguía allí, lo sabía, pero ya no estaba tan cerca. Me levantó del suelo poco a poco pero sin soltarme, ni siquiera me dejó cuando estuve totalmente en pie. ― No te soltaré hasta que desistas con tu idea. ―Mi sonrisa seguía allí, pero quería convencerlo de que esa era la mejor solución. ― Dyl… Por favor, tendré cuidado. Pero tenemos que hablar con ella. Es posible que sea la única que pueda decirte quién eres. ¿Acaso no quieres saberlo? ―murmuré sin forcejear con él. Dylan lo sopesó seriamente. Supe que me miraba directamente, evaluándome. Tal vez él tuviese mucho morro, pero yo era muy, muy cabezota. E iba a demostrarlo. 85


― Solo le haré un par de preguntas. Y en un lugar público. Si veo que intenta algo echaré a correr. Recuerda que logré dejar atrás a esos idiotas la noche que nos conocimos. ―Dylan dejó escapar una risa irónica―. Gritaré pues, haré lo que tú me digas. Pero sabes tan bien como yo que tenemos que volver a hablar con ella. Y no puedes ir tú solo. Seguramente reconocer que tenía razón fue algo realmente duro para él. Pero aunque lo hubiera intentado no habría podido contener mi grito de júbilo exclamando “¡Gané!” cuando Dylan dijo: ― Está bien. Pero estaré a tu lado en todo momento, y harás lo que yo te diga. Y valió la pena. Aunque todavía hoy me pregunto si descubrirlo fue bueno… o malo… Tal vez ambas cosas.

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9 Secuestro

Volver a la Universidad no fue exactamente una buena idea. Por culpa de la discusión que habíamos tenido, el tiempo había volado y ahora eran las siete de la tarde. Un poco tarde… Bellas Artes seguía teniendo alumnos dentro. Tal vez porque era viernes y se acababa el cuatrimestre ―o eso creo…―. Fuera cual fuese la razón, aún quedaba gente, así que recé para que todavía quedaran todos los profesores. O sino todos, la que me interesaba al menos. Pero como ya he dicho, no fue exactamente una buena idea. Dylan y yo nos pasamos media hora dando vueltas por la Universidad, pasando desapercibida entre multitudes de alumnos. Por desgracia, como no sabía el nombre de la profesora, no había podido preguntar a nadie por ella. En voz baja intenté que Dylan me dijera qué clases impartía, pero los recuerdos del verdadero Dylan habían empezado a borrarse poco a poco. Así que no pudimos preguntar a nadie, a no ser que me apeteciera hacer una descripción a algún alumno arriesgándome a que no tuviera ni idea de a quién me refería… ― Creo que no quiere que la encontremos ―había afirmado Dylan mientras recorríamos los pasillos―. Es extraño que justo después de verla haya olvidado justo esa parte. Sí, cierto, he olvidado otras cosas, pero… ― Otra razón por la que tenemos que encontrarla… ―murmuré bajito y sin abrir apenas la boca. No es que me importara mucho que me vieran hablando sola. En realidad, no sería la primera vez. Pero en esos momentos me interesaba pasar desapercibida, y debo reconocer que nunca he podido conseguirlo. No soy muy sociable, eso lo sé, pero la gente suele recordarme con facilidad. Aunque no logro entender por qué. Eran las siete cuarenta cuando por fin salimos de la Universidad. Dylan más relajado y yo totalmente decepcionada. Tanto discutir para nada… ― Es inútil. Se habrá ido a casa… ―murmuré. ― Dejémoslo para otro día, se te ve cansada. Y tampoco hay prisa… ¿no? ―Intenté fulminarlo con la mirada, pero como tantas otras veces, no tuve éxito―. ¿Quieres asesinar a la papelera? ¿No te da pena? ―se burló. 87


― No, idiota ―murmuré. Antes de girarme me di cuenta de que era cierto. Había estado enfocando la mirada hacía una papelera a lo lejos. Dylan era más alto… tendría que alzar más la cabeza… Aun así, con la suerte que tenía, seguramente creería que quiero matar una nube. Suspiré. En realidad, sí estaba cansada. Mañana tendría que trabajar todo el día, y los sábados eran agotadores. Después de un día como aquel no tenía ni idea de cómo iba a sobrellevarlo. No sólo estaba agotada físicamente, lo cual era evidente, sino que también lo estaba mentalmente. Y lo peor de todo era que el maldito viaje no había servido para nada concluyente… Seguimos andando hacia las calles consecutivas para llegar al metro cuando noté que Dylan daba un pequeño traspié. Fruncí levemente el ceño y me dispuse a preguntarle qué pasaba, pero no llegué a tiempo. ― E…entonces vamos a la estación de tren, ¿no? Ya es tarde, así que supongo que iremos a casa ya ―afirmó con un deje extraño en la voz. ― Que no es tu casa… te recuerdo… ―murmuré―. ¿Y qué te pasa ahora? Estás raro. ― ¿Raro? ¿Qué dices? No… no estoy raro, Lunática. ― Vaya… ese nombre no lo echaba de menos, Dyl… ―le informé. Su paso empezó a acelerarse. Paseé la mirada por donde él estaba, pero justo entonces, por alguna razón extraña, me giré hacia el otro lado. Dylan reprimió una exclamación ahogada e intentó detenerme cogiéndome por los hombros, pero fue demasiado tarde. Así que era eso… Al otro lado de la acera, la profesora misterios andaba tranquilamente hacia su audi plateado. Sonreí. ― Dyl… ―murmuré con una pequeña entonación en su nombre. El dejó escapar un ¿jm? ahogado, lo que logró que sonriera más ampliamente―. ¿Intentabas que no la viera… por algún motivo en concreto? Dylan se aclaró la garganta. ― No… por nada en concreto. Sólo por lo de siempre. No quiero que hables con ella ―sentenció. Aunque al menos parecía un poco avergonzado esta vez. ― ¿Y qué se supone que hemos estado haciendo todo este rato? ―pregunté mientras empezaba a andar hacia la mujer antes de que se me escapara. ― Tú intentabas encontrarla… Yo intentaba que perdieras el tiempo. ― Eres un cielo… ―dije con evidente sarcasmo.

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Sus pasos también se aceleraron cuando empecé a correr hacia la otra acera, intentando que no me atropellara ningún coche. ― ¡Y tú estarás en él como no tengas cuidado! ―me gritó. ― Deja de comportarte como mi madre, Dyl. Sé lo que me hago. No. Mentirosa. En realidad no tenía ni la menor idea. Aun así, llegué hasta el audi antes de que la mujer abriera la puerta y entrara dentro. ― ¡Profesora! ―grité cuando estaba a apenas unos metros―. ¡Profesora, espere! La mujer pareció sorprendida y a la vez extrañada de verme. Me detuve cuando estuve a menos de un metro de ella y comencé a respirar intentando recuperar el aliento. Dylan parecía igual de cansado que yo cuando se paró a mi lado. ― La chica de antes. ¿Todavía busca a Emma? ―murmuró confusa. Yo negué con la cabeza. ― No… En realidad, quería hablar con usted ―dije con apenas voz. La mujer enarcó una ceja y me pareció que miraba detrás de mí por un segundo. No obstante, fue tan breve que no lo pude asegurar. ― ¿Qué quiere? He tenido un día largo y lo único que quiero es llegar a casa. ― Lo entiendo, de veras que sí. Pero es importante. La mujer se miró el reloj impaciente y abrió el coche. Luego se volvió hacia mí dedicándome la primera sonrisa que la veía esbozar. ― Vamos, entra. Te acercaré a casa y me cuentas lo que quieres por el camino. Escuché a Dylan suspirar con temor. Estaba ansioso por irse de allí ―o más bien de que yo me marchara―, pero no podía hacerlo. Tenía que hablar con ella. Cada vez tenía más claro que esa mujer podría decir algo que fuera de utilidad. ― Lo siento, es qué no vivo aquí. Tengo que coger el tren para llegar a casa. ―me excusé―. Sólo me llevará unos pocos minutos, no es mucho tiempo. ― Te acerco a la estación, entonces. Está lejos de aquí, seguro que has tenido que coger el metro y todo. Era cierto. Había tenido que coger el metro para llegar a la zona educacional. Eso era algo evidente. Sin embargo, no me resultó muy convincente que ahora, de repente, quisiera que entrara en el coche como fuese. Era como si no quisiera… hablar en público…

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― Ni se te ocurra, Eris. Date la vuelta y di; no importa, ya volveré otro día. Y márchate. Ahora ―me ordenó Dylan. Parecía angustiado, y logró transmitirme su ansiedad. Miré a la mujer dispuesta a hacer caso por una vez a Dylan. Sin embargo, me vi frunciendo el ceño al ver cómo la profesora empezaba a enfadarse. ― No voy… a hacerte nada, pequeña. ¿No confías en una profesora? No. Eso me habría gustado decir. Ni siquiera había dicho ni una palabra y la mujer parecía saber que mi respuesta sería negativa. ¿Tan transparente era? ― Eris… vámonos ―me insistió Dylan. Entonces la precaución y el miedo me vinieron de golpe. Era peligrosa, Dylan tenía razón. Había algo en esa mujer que no me gustaba. ― Espera ―dijo antes de que retrocediera. ― Lo siento, no quería molestarla. No voy a hacer que pierda más el tiempo. ― Eso es, Eris. Vendremos otro día si insistes, pero ahora vámonos. ― Lo lamento ―continué con apenas voz. La mujer me detuvo de un brazo con brusquedad. Me quedé quieta un segundo mirándola a los ojos. ― No va a encontrarme otro día, tal vez es esta la única oportunidad que tiene de encontrarme. No me hará perder el tiempo si la acompaño a la estación de tren, y ganará el suyo ―dijo esbozando una sonrisa. Intenté relajarme respirando poco a poco. Ponerme nerviosa no iba a solucionar nada. Tenía que mantener la calma. ― No importa, de verdad. En realidad no era tan importante. Además, me he dejado una cosa en la Universidad y tengo que volver antes de coger el metro ―me excusé imitando su sonrisa y deshaciendo el agarre―. Y no se preocupe, si no la encuentro, entonces… Pero mi voz se apagó cayendo en la cuenta de algo muy importante. Mis ojos se abrieron de golpe y miré los suyos dejando la boca entreabierta. Los brazos de Dylan se cerraron entono a mi cintura inconscientemente, como si quisiera apartarme de ella aunque fuera por la fuerza. ― Yo… yo no he dicho que pensase volver ―dije con voz entrecortada. La mujer pareció sorprendida―. Quien lo ha dicho ha sido… Me volví un segundo a pesar de que no iba a ver a Dylan por mucho que me diera la vuelta. Sin embargo, esos instantes fueron perfectos para que la mujer me cogiera de nuevo por el brazo y me obligara a entrar en el coche. Miré hacia todas partes 90


intentando pedir ayuda, pero no pasaba nadie por esa calle en esos momentos. ¡Barcelona! ¿Estaba en una calle de Barcelona y no pasaba nadie? ¿Por qué narices tenía tan mala suerte? ― ¡Suélteme! ―grité. La mujer me empujó hacia el coche y caí en el asiento del copiloto―. ¡Dylan! Dylan, ¿dónde estás? ―seguí gritando desesperada intentando salir del coche. Destrocé un poco el respaldo del sillón del audi en mi forcejeó, y le di patadas a todo lo que encontré. La mujer se dobló de dolor en un par de ocasiones, pero terminó propinándome un fuerte golpe en la cara que me hizo caer hacia atrás golpeándome contra el volante del coche. Empecé a ver borroso, pero intenté mirar a la mujer a pesar de todo. Parecía debatirse con alguien. Entonces lo entendí. Dylan había intentado golpear a la mujer, pero había sido ella quién lo había golpeado a él. Había podido tocarlo, lo había escuchado y estaría mirándolo fijamente ahora mismo. La mujer propinó una patada al aire y escuché un quejido. Seguramente Dylan habría caído al suelo por el impacto. Con tal de ayudarle, ignoré el dolor de cabeza y quité el freno de mano. El coche empezó a moverse hasta que chocó contra el de detrás. Mientras todo esto ocurría, resbalé y caí por el hueco entre sillón y sillón. ― ¡Eris! ¡Sal de ahí! ―me gritó Dylan mientras la alarma del coche golpeado empezaba a sonar. La mujer se giró furiosa y le propinó un último puñetazo a Dylan. Seguramente no estaría acostumbrado a luchar contra alguien que pudiese verlo. Me levanté e intenté llegar a la puerta, pero la mujer me empujó con un pie obligándome a entrar de nuevo. Pasó por encima de mí hasta el asiento del piloto y cerró la puerta de un solo golpe. Dylan llegó segundos más tarde y golpeó el cristal con los puños. ― ¡Vete al infierno, Edahi! ―murmuró la mujer con una voz extraña. Mis ojos se abrieron de par en par y me apoyé en la ventanilla mientras gritaba a Dylan. Desesperada, intenté romperla con las manos y los pies. Pero duró poco. La mujer me cogió del pelo con brusquedad y me estampó la cabeza contra la guantera del coche. El dolor me invadió por todo el cuerpo y mis ojos se nublaron del todo. Intenté mantenerme despierta, pero me dolía demasiado. Así que cuando la mujer volvió a dejarme en el asiento, yo ya estaba inconsciente.

Cuando desperté, de lo primero que fui consciente era que me dolía la cabeza una barbaridad. Mis manos rozaron mi frente y reprimí un gemido de dolor. ¿Por qué me dolía tanto? ¿Qué me había ocurrido? Y prácticamente al instante recordé el golpe 91


contra la guantera del coche, la profesora misterios y/o psicópata, y finalmente a Dylan gritándome mientras yo me alejaba. Me habían secuestrado. Abrí los ojos de par en par y me incorporé apresuradamente encima de un… ¿sofá? ¿Estaba en un sofá? Sin poder creer que no estuviese atada de pies y manos, amordazada y sujeta en una incómoda silla o metida en una fría celda, me levanté del sofá con movimientos mecánicos. No solo me dolía la cabeza, también las piernas, los brazos, la mejilla izquierda ―cortesía de la profesora bruta― y alguna parte más que no quise inspeccionar muy a fondo. Me froté los ojos para poder ver mejor, la telilla de sueño e inconsciencia empezaba a desaparecer dejando paso a la visión de un pequeño apartamento muy normal. ― Veo que ya has despertado ―dijo una voz entrando por la puerta―. Siento lo del sofá, no tenemos muchas camas en esta casa. La propietaria de dicha voz se acercó a mí con una taza humeante. Era una mujer aparentemente más joven que la profesora psicópata, y parecía más agradable también. Llevaba el cabello negro recogido en una cola medio desecha y me miraba con unos ojos azules imposibles. Me ofreció la taza sin decir nada más, y aunque de todas formas no iba a aceptarla, no fue por eso que no alcé la mano para recibir lo que me ofrecía. Todavía seguía aturdida. La mujer no insistió, dejó la taza amablemente encima de una pequeña mesa redonda que había al lado del sofá. ― ¿Cómo te encuentras? ―me preguntó. ¿Acaso se trataba de una nueva forma de tortura? ¡Haz creer que no ocurre nada! ¡Convéncete de que todo va bien! Y en cuanto te sientas a gusto, entonces caerá la máscara. Como es lógico, no me fié. No conocía a esa mujer, pero lo último que recordaba era a la profesora psicópata. Así que no, de ninguna manera iba a pensar que estaba a salvo. Aquello era una trampa, y tenía que pensar las cosas detenidamente para no meterme en más líos… ―¡Ja! ¡Imposible! ― ― Todavía estás aturdida, ¿no? ―dijo la mujer sentándose en el reposabrazos del sofá―. Cuando mi mujer te trajo a casa me asusté. Debiste pasar mucho miedo ―comentó comprensivamente. ¿Su mujer? ¿Que pasé miedo? ¿De qué narices estaba hablando? Y aunque todas esas preguntas pasaron por mi adormecida mente, la mujer no pareció percatarse de mi confusión. Se acercó a una mesa grande con sillas alrededor y cogió una manta gruesa que estaba sobre una de las sillas. Luego me la dio.

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― Toma. En esta casa siempre hace frío. Lo que es una suerte en verano, pero en invierno… ―bromeó con una sonrisa ―. Tómate la infusión si quieres, te aliviará el dolor de cabeza. Miré la taza todavía humeante y luego la manta. Con una mano temblorosa la acepté y me la puse por encima, la mujer respondió con otra adorable sonrisa. Todavía confundida por la amabilidad ―probablemente fingida― de la mujer, me aclaré la garganta. ― ¿Quién…? ―intenté preguntar. Sin embargo, mi voz me recordó a las muñecas de comunión que cantan una canción (que suele dar un pelín de miedo), pero pasados unos años. Cuando la voz es similar a la de una muñeca diabólica. ― Soy Silvia ―contestó confundiendo mi pregunta incompleta―. No te preocupes por nada. Es tarde. Duerme y mañana hablaremos. Así que no pude decir nada más mientras se marchaba hacia… otra parte de la casa, supongo. La tenue luz de una lámpara al otro lado del sofá iluminaba lo que parecía ser un comedor. Con esa iluminación lo único que pude ver fueron: un televisor, justo delante de mí, y la sombra de algunos muebles aquí y allá. Examiné la habitación intentando orientarme un poco. Justo al lado opuesto por el que se había marchado la mujer había una doble puerta de cristal que ocupaba prácticamente toda la pared. Estaba cubierta por una cortina semitransparente de color blanco con adornos grises. Me levanté intentando ignorar el dolor de mis piernas, miré un segundo hacia la puerta para comprobar que no viniese nadie y descorrí las cortinas. Fuera había mucha luz y ningún edificio obstaculizaba la visión de una gran parte de Barcelona. Seguramente me encontraba en un pisito de alguna parte corriente de la ciudad. Perfecto ―ironicé―. Me volví para mirar de nuevo el comedor, esta vez más iluminado. Había muebles antiguos de carácter aristocrático, pero estaba todavía demasiado oscuro para poder ver bien la habitación. El sonido de una especie de campanas logró sobresaltarme. Me burlé de mi misma al percatarme que se trataba de un maldito reloj de cuerda colgado de una pared que marcaba las dos de la madrugada. ¡Genial! A principios de semana llego a casa con una herida en la espinilla, a mitades casi ahogada y ahora directamente no regreso. Si tengo la suerte de poder escapar y volver a mi casa, mis padres no me volverán a dejar salir en lo que me queda de vida. Crucé la habitación para llegar a la puerta y miré a ambos lados del pasillo contiguo. En uno había una puerta grande, seguramente la de la entrada, al otro lado un pasillo con algunas habitaciones más. La profesora psicópata no había dado señales, y la puerta de salida estaba a apenas un par de metros de mí. ¿Podría salir? Sopesé mis posibilidades. Si me acercaba y comprobaba si podía escapar, bien podía estar cerrada. En tal caso daba igual lo que intentara, no sabía dónde podía estar la llave y estaba tan oscuro que era inútil intentar buscarla. Por otra parte, si estaba abierta 93


―cosa que dudaba― podría salir de esa casa y… ¿Y qué? ¿Intentar buscar a Dylan a pesar de no saber dónde me encontraba ni dónde lo había perdido? A esas horas de la noche no podía ir a ninguna parte, ni siquiera regresar a casa en tren. A esas horas, como mucho, daría vueltas hasta encontrar la Universidad rezando por qué Dylan siguiera allí. Una locura, sin duda. Por no pensar en el increíble frío que hacía fuera. Así que si salía me condenaba a dar vueltas hasta morirme de frío y cansancio, y si me quedaba seguiría estando en la casa de una psicópata ―si realmente era esa su casa―, pero en un sitio cómodo y calentito. Antes de que pudiera decidir nada, la puerta de la entrada se abrió sigilosamente. Me asusté, así que regresé al comedor y me quedé inmóvil sin saber si correr hacia el sofá y fingir estar dormida o quedarme quieta donde estaba. Como no era nada sigilosa y seguramente haría mucho ruido si intentaba llegar al sofá, me aparté un poco de la puerta y esperé de pie totalmente quieta. Una sombra apareció por el comedor y miró hacia dentro. Por desgracia, no había pensado en que la maldita cortina lo había iluminado todo más de la cuenta y el recién llegado vería que no estaba dónde tenía que estar. Así que no me extrañó que entrara en la estancia y mirara hacia todas partes… hasta encontrarme de pie al lado de la mesa. ― Me preguntaba… cuánto tardarías en intentar escapar ―susurró. Podría haber jurado que era la voz de la profesora psicópata, aunque como es difícil reconocer una voz a partir de un susurro no pude estar segura. ― He cerrado la puerta con llave, así que no intentes nada ―aseguró―. Te garantizo que estarás mucho mejor aquí. ― No soy candidata a sufrir el síndrome de Estocolmo… ―murmuré. La risa de la mujer me estremeció lo que confirmó que era la profesora psicópata. Entonces, la luz de la ventana la iluminó por completo. Llevaba aún las gafas y sus cabellos canosos estaban recogidos en un moño alto. Me miró a los ojos. ― No me ha dado esa sensación hace unas horas… ―murmuró. Al ver que no contestaba miró hacia el sofá y me lo indicó―. Duerme tranquila. No estoy de servicio. ―Y se volvió para irse. ― Espera ―dije dando un paso hacia delante. La mujer se detuvo dirigiéndome una mirada fría―. ¿Quién eres? La mujer me transmitió una sensación extraña, como si pudiera ver dentro de mí. Tan profundamente que me hizo temblar. ― ¿Sabes quién es Edahi? ―me preguntó.

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― ¿Te refieres a Dylan? ¿Por qué lo llamas Edahi? ¿Ese es su verdadero nombre? ―indagué evitando la pregunta más evidente de todas; ¿cómo puedes verle? La profesora psicópata me dedicó una sonrisa escalofriante. A la luz del día era inquietante, pero con los rayos de las farolas que procedían de fuera y se filtraban por la ventana era realmente aterradora. ― Vaya, esto es… gracioso. Supongo que he planteado la pregunta mal. ―reflexionó―. ¿Crees que sería más correcto preguntar si sabe él quién es? Ante la falta de información y las ganas que tenía de saber más, afirmé con la cabeza. ― Eso es… lo que intentábamos descubrir ―dije de forma contundente y fría. Ella ensanchó su escalofriante sonrisa. ― En tal caso… no puedo decírtelo. ―La mujer pareció divertida cuando lo dijo. Como si hubiese entendido de repente un chiste malo―. ¿Sabes? Me encantaría poder ver tu rostro cuando el mismo Edahi te cuente quién es. O mejor, si es cierto que ni él mismo lo sabe… me encantaría poder ver su apestosa cara cuando descubra… quién eres tú. La profesora psicópata se dio la veleta dispuesta a irse dejándome con millones de preguntas más a añadir a las que ya tenía. ― Túmbate, querida, será más fácil si no intentas escapar. No me gustaría tener que acabar lo que el idiota de Edahi ha empezado sin saberlo ―dijo antes de marcharse―. Como ya he dicho, no estoy de servicio. Y pretendo seguir así unos cuantos años más.

No dormí en toda la maldita noche. Ni un solo segundo. Mi cabeza, como siempre independiente del resto de mi persona, se le antojó analizar lo que la profesora psicópata había dicho antes de marcharse. Y como las palabras tampoco fueron muy concluyentes no conseguí sacar nada en claro. ¿Qué mierda significaba que no estaba de servicio? Dudaba muchísimo que se refiriera a su profesión como profesora. Fuera lo que fuese, debía tener algo que ver con quien era Dylan. O Edahi o como diablos se llamara. No importaba, porque por mucho que lo pensara ninguna idea era lo suficientemente buena como para parecer real. Y como la situación en sí ya era surrealista, era muy difícil dar con la solución correcta. Por otra parte, tampoco es realmente cierto que no dormí. Técnicamente, la noche la pasé despierta, sin embargo, alrededor de las seis y media de la mañana me quedé dormida. Lástima que la gente loca de aquella casa se despertara un sábado a las 95


siete y media de la mañana… Claro que yo debería haberme despertado incluso más pronto de haber estado en casa. ― Buenos días ―dijo la voz alegre de la mujer que había afirmado llamarse Silvia―. Supongo que te encuentras mejor después de dormir un poco. Sí… después de dormir un poco… ― Algo mejor… ―contesté forzando una sonrisa. ― ¡Oh! Ayer lo olvidé ―exclamó con pesar―. Tu bolsa, la pequeña que llevabas en la espalda, la guardé cuidadosamente. No la he registrado, pero he tenido que buscar si tenías un teléfono o algo así. ―Ante mi rostro petrificado la mujer sonrió y aclaró―. Pensé que tendrías a alguien preocupado por ti si no regresabas. Así que busqué el contacto preferente y llamé para que no se preocuparan. No supe qué contestar. Bueno, al menos no a ella. Interiormente me estaba diciendo de todo. ¿Cómo había podido olvidar que tenía un maldito teléfono móvil? ― Espero que no te moleste... ―añadió al ver que no decía nada. A continuación me tendió la mochila. Era pequeña, deportiva. Más bien una bolsa para llevar tan solo lo esencial. En realidad, me la habían regalado en una promoción. Así que ni siquiera podía llamarse mochila. Pero era práctica. Aunque no demasiado cómoda si llevabas mucho peso… Había olvidado completamente que la llevaba encima. Aunque no tenía por qué extrañarme. Siempre olvidaba las cosas importantes. Y curiosamente, el móvil siempre terminaba bastante abandonado. ― Gra… gracias ―dije con la mochila en las manos. Busqué el teléfono en el interior. Estaba allí, como siempre, esperando a que me acordara de él. Mi madre siempre se ponía histérica por eso. A veces, incluso había logrado mandarme cincuenta perdidas antes de acordarme que tenía teléfono. Así que cuando lo cogí no me extrañó nada encontrarme veinte mil mensajes y perdidas de mi hermano, de mi madre y de… Vaya, de Aina. Sin pensarlo mucho más, marqué primero el número de mi madre. El sonido del teléfono sólo dio dos tuts. ― ¡Eris Arnaiz! ¿Se puede saber dónde te has metido? ¿Y qué narices te ha pasado? ¡No volverás a salir de casa en tu vida! ¿Me oyes? ―me gritó al descolgar. Sonreí. ― Hola, mamá. Yo también me alegro de oírte ―dije sin alterarme. ― ¡No me vengas con esas, niña! ¿Dónde estás? ¿Tienes idea de lo que hemos pasado por tu culpa? ¡Casi llamamos a la policía! ¿Es que no pensabas llamar? ―gritó de nuevo. 96


― Mamá… lo siento, de verdad. No he pasado… un gran día. Te lo cuento en cuanto llegue a casa, ¿de acuerdo? ― Más te vale. Ni se te ocurra retrasarte. Directa a casa, ¿me oyes? ―sonreí y asentí con la cabeza dándome cuenta al instante de que mi madre no podría verme… No pude evitar sonreír al recordar que Dylan solía hacer lo mismo… ― Ahora mismo vengo. Lo juro ―contesté. Se despidió, no sin antes advertirme un millón de veces que tuviera cuidado y que fuera directamente a casa. Luego, colgué el teléfono. Sin esperar un segundo más, llamé a Aina. Tenía que darle alguna explicación del porqué no había aparecido en el sitio acordado a las siete de la mañana. Normalmente, los sábados, como teníamos el mismo turno íbamos en el mismo coche. ― ¿Eris? He estado esperándote prácticamente media hora. ¿Dónde narices estás? ―me preguntó en un tono claramente enfadado. ― Lo siento Aina… He tenido… ―suspiré. ¿Para qué mentir? Si no decía la verdad terminarían por despedirme. Aunque después de esa semana era lo más probable―. Mira, estoy cansada de intentar suavizar las cosas. Así que lo diré tal cual. Ayer fui a Barcelona y tuve un accidente. Tengo la cabeza que parece un melón y me duele absolutamente todo. He dormido fuera y no voy a llegar al trabajo ni de coña. Lo siento de verdad, Aina. Se hizo un silencio sepulcral al otro lado de la línea. Odiaba tener que explicar estas cosas. Cada vez que decía algo que era verdad me sonaba a excusa incluso a mí. Sin embargo, Aina finalmente contestó. ― Joder, Eris… ¿Lo dices en serio? ―dijo ahora preocupada―. Oye, no sé qué te está pasando esta semana… pero yo de ti no saldría de casa, chica. ―Su tono cambió a uno más relajado, y eso logró tranquilizarme. ― Yo también me lo estoy planteando ―dije con humor. ― No, te lo digo en serio. Si no fuera porque es imposible pensaría que alguien quiere matarte ―dijo seria. Sin embargo no duró, pues se echó a reír―. La muerte te tiene manía, ¿eh? No habrás cambiado tu futuro en algún momento, ¿no? ¡Y ahora la muerte te persigue! ―Sin poder evitarlo, reí con ella. Aina era muy peliculera. ― Esto no es destino final, Aina ―dije sin poder dejar de reír―. Pero intentaré ir con más cuidado por si acaso. ― Llega viva a casa, ¿eh? Que las muertes del destino no son agradables. ―bromeó.

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― ¡Deja de hacer referencia a la maldita película! ¡Que me da mucha grima! ―contesté intentando parecer enfadada. Sin embargo, la exclamación carecía del tono necesario para ello. ― Ya me callo ―contestó―. Dime algo cuando llegues. ―Y sin añadir nada más, colgó. ― ¿Todo bien? ―me preguntó Silvia mientras almorzaba. Asentí con la cabeza. ― ¡Oh! ¿Quieres una? ―me preguntó ofreciéndome una magdalena. ― Creo que no ―le contesté con una sonrisa―. No me siento demasiado bien… Silvia me sonrió con amabilidad y miró hacia la puerta. Unos pasos llegaron hasta donde nosotras estábamos y la profesora psicópata entró en el salón. Me dirigió una mirada especulativa, pero no dijo nada. Cuando sus ojos se volvieron hacia Silvia, sin embargo, su expresión cambió por completo. ― Buenos días ―dijo Silvia hacia ella. ― Buenos días, cariño ―contestó mientras se acercaba y le daba un beso. Me quedé mirándolas un instante. Estaba sorprendida. No porque su pareja fuera una mujer, lo cual me traía sin cuidado, sino porque la profesora psicópata pudiera tener pareja. Esa asquerosa me había golpeado. Y no solo eso, sino que además me había secuestrado. Y la tal Silvia no se había enterado de nada. O eso parecía. ― ¿Recuerdas que ayer te dije que te había rescatado mi mujer? ―dijo Silvia con voz amable. Luego miró a la profesora psicópata con cariño―. Te presento a Helena, mi esposa. Mi heroína ―dijo contenta y orgullosa mientras le daba un pequeño abrazo sin levantarse de la silla. ¡Ja! ¿Heroína? ¡Más bien asesina! ¿Había dicho que se llamaba Helena? Bueno, pues yo prefería seguir llamándola profesora psicópata. Al ver que no decía nada, Silvia se separó de su mujer algo apenada. Con gestos mecánicos, se levantó y cogió una maleta marrón y una chaqueta negra. Ahora que me fijaba, parecía estar preparada para ir a trabajar. Por desgracia, como la profesora psicópata tenía jornada escolar, los sábados debía tener fiesta. Lo que me dejaría a solas con ella… ¿Podía tener más mala suerte? Aunque como me había salvado de la muerte en varias ocasiones, tal vez tenía una especie de ángel de la guarda que no quería que muriese. Así que lo que había dicho Aina sobre que la muerte me había cogido manía tal vez fuese exactamente al revés. ― Bueno, Helen, nos vemos por la noche ―dijo Silvia despidiéndose de su mujer―. ¿La llevas tú a la estación o prefieres que lo haga yo? ―preguntó. Ante la pregunta no pude evitar levantarme a toda prisa esperanzada.

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― Mi… mi madre está preocupada. Yo estoy lista, si no es mucha molestia… ―dije desesperada. Silvia me miró un segundo y pensé que me diría que la acompañara. No obstante, al parecer no tuve tanta suerte ―¿cuándo la tenía?―. ― Claro que no es ninguna molestia ―dijo la profesora psicópata―. Te llevaré yo misma. ―Luego se volvió hacia Silvia sin darme pie a que pudiera protestar. Era tan amable… (¡Asquerosa!) ―. Ves a trabajar, cariño. Yo la llevo. No quiero que te retrases. Vi impotente cómo se despedían y cómo mi salvación ―o mi tregua― salía por la puerta totalmente ajena a todo. De un momento a otro volví a estar a solas con la última persona con la que querría estar. Me senté de nuevo en el sofá y me mordí el labio intentando encontrar una salida. Me dolía la cabeza una barbaridad, y me sentía… pegajosa. Quería ducharme. ¡Dios! Creo que nunca había deseado tanto una ducha caliente. ― ¿Qué ha sido eso? ―dijo la voz de la profesora psicópata―. ¿Acaso no te fías de mí? ―preguntó inocentemente. La miré de soslayo evitando parecer asustada, que era exactamente lo que estaba. No lo conseguí con mucha eficiencia. La mujer se acercó a mí con pasos seguros y sin rastro de la mirada cariñosa que le había dedicado a Silvia. Se sentó despreocupadamente en el respaldo del sillón y me miró a los ojos. ― Eres preciosa, ¿lo sabías? ―La miré abriendo un poco la boca totalmente perpleja―. Me refiero a tu interior. Puedo reconocer un espíritu hermoso cuando lo veo. ―concluyó―. Edahi lo habrá visto también. Él suele ver el interior mucho mejor que cualquiera de nosotros. ― ¿Quiénes sois vosotros? ―dije sin siquiera planteármelo. Ella esbozó una sonrisa torcida y negó con la cabeza. ― Buen intento, pequeña. Pero no. Vi cómo se levantaba de nuevo y se dirigía a la mesa. En ella había un bolso negro de felpa y registró su interior en busca de algo. Lo ignoré. ― Tú sabes quién es Dylan. ¿Por qué no puedes decírmelo? ―pregunté. ― Dylan… Mientras insistas en llamarlo así seguirás confirmando lo que ya sé; no estás preparada. En realidad… Bueno, no importa ―dijo encogiéndose de hombros. Seguramente podría haber preguntado qué no importaba, pero sabía que no me daría una respuesta aceptable. Y perdería el tiempo. ¿Por qué diablos la gente empieza una frase para no terminarla? ¿Es que intentan parecer interesantes? ¡Qué rabia! Sin embargo, no me quedaba otra que resignarme. Tal vez si lograba desconcertarla me 99


respondiera a algo. Ya que había sido secuestrada… al menos intentaría cumplir con mi objetivo: sacar información. ― ¿Por qué lo odias? La pregunta logró lo que pretendía; inquietarla. La profesora psicópata se volvió y me miró con los ojos entrecerrados. ― La pregunta no es por qué lo odio. La respuesta conllevaría a contestar quién es. Pero puedo decirte otra pregunta a cambio. ―Su sonrisa lograba ponerme los pelos de punta, pero no aparté la mirada―. ¿Quién no lo odia? Y también voy a contestarte a eso. Cualquiera que sepa quién es lo odia. Por lo que por ahora la única que todavía no lo hace eres tú. Pero… pronto lo harás. Eso no contestaba exactamente a mis preguntas, pero me daba en qué pensar. Era alguien odiado. ¿Dyl… bueno, Edahi era odiado por todos los que lo conocían? ¿Por qué? ¿Porque era una persona mala? ¿Era acaso una persona, siquiera? ― Dy… Edahi. ¿Es… malo? ―La profesora psicópata empezó a reírse exageradamente mientras terminaba de sacar lo que había estado buscando en el bolso. Parecía que mi pregunta la había divertido muchísimo. Así que cuando me miró con esa expresión de burla lo único que sentí fue unas fuertes ganas de darle un puñetazo. Si no hubiese estado amoratada por todas partes lo habría hecho a pesar de las consecuencias. ― Dios… Tienes un hermoso interior, pero muy infantil, niña. ¿Qué es eso de malo? ―dijo con ironía―. ¿Malo, bueno? No se le puede catalogar como malo. Eso es muy subjetivo. Edahi no es malo. ― ¿Entonces…? ― ¿Acaso un gato es malo por arañarte? ¡No! Simplemente es su naturaleza. A los únicos a quienes puedes catalogarlos de malos son a los humanos ―me interrumpió paseándose con un… Dios mío… ¿Eso era un cuchillo? ― Edahi no es humano, entonces ―dije deprisa. Ella le dio una vuelta con los dedos al cuchillo, jugando con él como si fuese un juguete inofensivo. ― Definitivamente, Edahi puede ser muchas cosas, pero humano no es una de ellas. Ya no ―afirmó. Luego cogió el cuchillo y lo encaró hacia su muñeca con decisión. Me miró una última vez y apretó un poco el cuchillo contra su propia piel―. ¿Sabes? Odio tener que hacer esto, pero ese maldito idiota no me ha dejado otra opción. ―Y sin pensarlo ni un segundo deslizó con rapidez el cuchillo por su muñeca haciéndose un profundo corte. Alarmada, vi como empezaba a salir sangre por la muñeca y esta caía al suelo. Sin embargo, la profesora psicópata se miró el corte sin apenas pestañear. 100


Me levanté sin planteármelo y con la manta que había utilizado para taparme por la noche intenté cubrirle la herida. Se me escaparon algunos gritos ahogados mientras limpiaba la sangre, intentando no pensar mucho en lo que la mujer había hecho. ¿Se había cortado? ¡Dios, se había cortado! La mujer me miró con una sonrisa escalofriante mientras empuñaba el cuchillo con la mano bien apretada. Instintivamente, en lugar de retroceder, que era lo que cualquiera habría hecho, sujeté el cuchillo con la mano intentando detenerla. La mujer me miró abriendo los ojos de par en par, seguramente asombrada. Duró poco. Forcejeé con la mano sobre la de ella sujeta al cuchillo. Intenté que lo soltara, pero fue inútil. Ella era mucho más fuerte que yo. Y con un último esfuerzo, pensando que iba a morir porque no había hecho lo más prudente y había salido corriendo, la mujer blandió la mano con fuerza y clavó la hoja perfectamente… en su propio estómago. Me quedé helada mientras soltaba el cuchillo de golpe. ¿Cómo una persona podía apuñalarse a sí misma con tanta facilidad? ¿Cómo había tenido la fuerza de clavárselo? ¿Y por qué lo había hecho? Ella me miró satisfecha. Como si aquello fuese exactamente lo que esperaba. Lo peor de todo era que aunque mi intención era detenerla, la posición del cuchillo afirmaba que yo la había apuñalado. La profesora psicópata cayó al suelo todavía con la sonrisa en los labios. La sangre se derramaba y me miraba impaciente. Queriendo atraparme pero teniendo que esperar un poco más. ― Escapa ―escuché que gritaba mi fuero interno―. Vete de aquí. ¡Márchate! No era nadie quién me hablaba. Era mi instinto. Mi sexto sentido instándome a marcharme. Advirtiéndome que pesar de que ella estaba muriéndose y no podría hacerme nada… en realidad era yo quién estaba en peligro. Que debía correr tanto como pudiese antes de que fuera demasiado tarde. Como siempre que mi instinto me insistía con tanto ímpetu, obedecí. Retrocedí un paso, dos, hasta que comencé a correr hacia fuera. La mujer ya estaba en el suelo, desangrándose, y lo único que hice fue salir de esa casa y correr tanto como pude para escapar. ¿Pero escapar de qué? ¿O de quién si la mujer de la que huía estaba muriéndose en el salón de su casa? ― ¡No escaparás! ¡Corre tanto como quieras, pero nunca podrás escapar de nosotros! ¡No ahora que sabemos de tu existencia! ―escuché la voz de la mujer por última vez. Tal vez tenía razón. Podía correr, pero no huir. Sin embargo, en esos momentos no me veía capaz de hacer otra cosa.

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10 Pistas falsas

Barcelona llevaba horas despierta. El movimiento en las calles, millones de coches de arriba abajo... De todos modos, no era una ciudad que durmiese. Por lo que no era extraño que me encontrara con bastante gente por la calle a esas horas de la mañana. Corrí. Creo que nunca había corrido tanto. Las piernas me pesaban, pero no me detuve. La cabeza me palpitaba de dolor y el resto del cuerpo no estaba mucho mejor. Todavía no me había mirado en un espejo, pero podía deducir la pinta que tenía por la cara de la gente cuando pasaba por su lado. Aunque… ¿Qué haríais si vierais a una chica con un fuerte moratón en la cabeza, despeinada, corriendo despavorida y salpicada de algo rojo que podríais pensar a simple vista que es sangre? ―¿Confundirte con un zombie?― Bueno, pues yo os diré lo que no hicieron: ayudarme. Sentí la presión de sus miradas asqueadas, asombradas y todas llenas de una visible curiosidad, pero nadie se dignó a detenerme o preguntarme qué me sucedía. Nadie. Incluso se apartaron más de lo debido para dejarme pasar. ―Está claro. Pensaron que era un zombie―. No es que frecuentara Barcelona muy a menudo, pero las pocas veces que había estado me había dado cuenta de que la gente va a lo suyo. Seguramente pensaran que era algún tipo de publicidad viviente de algún local gótico o algo por el estilo. La verdad, no me extrañaría. No obstante, después de tanto quejarme confesaré que lo mejor que podía pasarme era que me ignoraran. Al fin y al cabo, ¿cómo habría explicado mi estado físico? ¿O la sangre? Seguí corriendo por las calles intentando encontrar un callejón donde poder detenerme y poner mis ideas en orden. No tardé mucho en encontrar uno. Llegué cerca de unas cajas de cartón vacías colocadas correctamente en un rincón. Comprobé que estaba a salvo y sola, y me apoyé contra la pared para intentar respirar con normalidad. Sentía los nervios a flor de piel. El vello de punta y un miedo irracional recorriendo todo mi cuerpo. Intenté relajarme contando la respiración. Cuando por fin logré calmarme un poco, me separé de la pared y evalué los daños. Mi sudadera estaba manchada de sangre. Por suerte, como era de un color azul oscuro pasaba bastante desapercibida. Por desgracia para mí, la sudadera estaba tan empapada que daba igual que se disimulara gracias al color. El olor me dio náuseas y, aunque no había comido nada desde el día anterior, vomité. 102


Perfecto. Estaba sucia, cubierta de sangre, magullada y además, con un sabor asqueroso en la boca. ¿Dónde estaba esa ducha que tanto ansiaba y necesitaba? ― Vale. Eris, calma. Piensa. Piensa ―me dije en susurros mientras apoyaba ambas manos en la pared. Había huido sin apenas pensarlo, por instinto, y ahora que podía pensar con más claridad... ¿Qué había hecho? Dios, había escapado de la escena del crimen. Si alguien me relacionaba… ¡Silvia! Ella sabía que había estado en su casa. Había mirado mi bolsa. Sabía… ¿sabría quién soy? Sacudí la cabeza intentado eliminar esos pensamientos. No, no era momento para preocuparse por eso. Tenía que decidir mi siguiente movimiento. Había escapado, la profesora psicópata se había… suicidado y yo era su objetivo. ¿Podría hacerme daño estando muerta? O… ― O tal vez puede hacerme daño precisamente porque ha muerto… ―murmuré en voz alta. Era la única explicación. ¿Por qué sino se habría matado? Ella misma lo había dicho, no era humana. Tal vez… tal vez su cuerpo humano era como… ¡Como la lámpara del genio! Lo que en lugar de frotar la lámpara tenía que rajarse con un cuchillo… ―Preciosa analogía…― Si lo que estaba pensando era cierto, entonces no estaba a salvo ni por asomo. Asustada por esa posibilidad, me aparté de la pared y comencé a andar. Antes de reflexionar en lo que hacía, me vi corriendo de nuevo hacia ninguna parte. Atajando por callejones, calles por las que nadie circulaba, plazas prácticamente abandonadas… No recuerdo cuanto tiempo estuve corriendo, ni qué fue lo que ocurrió después exactamente. Lo único que sé es que horas más tarde alguien me despertó con una voz asustada y cautelosa. Abrí los ojos de golpe, esperando encontrar a la profesora psicópata con su cuchillo. Amenazando con cortarse de nuevo. Manchándome con su sangre y repitiéndome que no escaparía. Que era suya. Que nunca más iba a volver a tener mi vida de antes. Grité. Pataleé inconscientemente el aire. Intenté defenderme como pude. Y noté cómo golpeaba a alguien con un puño y luego le daba una patada. ― ¡Mierda Eris! ¡Cálmate! ―me gritó una voz que reconocí al instante. Sus manos me aferraron por los hombros a pesar de que seguía histérica. Debo reconocer que jamás había actuado así. Pero después de ver a alguien apuñalarse y de sentir su sangre en todo el cuerpo, por no contar el fuerte golpe en la cabeza, decidme si no es para ponerse histérica. ― Soy yo. Eris… Eris, calma. Soy yo… ―murmuró. Sus brazos me atrajeron hacia él y me quedé hundida en su abrazo. Yo seguí forcejeando unos segundos más antes de relajar los músculos. Cerré los ojos para no tener la sensación de estar suspendida en el aire―. Sh… Ya está… Todo está bien… 103


Mi respiración se acompasó y empecé a calmarme. Su abrazo era cálido. Y por un momento el miedo pasó y me sentí protegida. Como si nada pudiese pasarme mientras siguiera encerrada en ese abrazo. No me había dado cuenta de lo acompañada que me había sentido hasta que supe que él no estaba conmigo. Y ahora… ahora sabía a la perfección lo mucho que lo había echado de menos. . Sin embargo… ― ¡¿Que todo está bien?! ―grité separándome de él de un empujón―. ¿Estás loco? ¡Nada está bien! Estoy… estoy cubierta de… Y la profesora psicópata…ella dijo que tú… ¡Dios! ¿Cómo me he metido en esto? ¿Por qué tuve que escucharte? ¿Por qué no te ignoré? ―seguí―. ¿Y quién eres en realidad? ¿Cómo puedo confiar en ti, Dylan? ¿O debería llamarte Edahi? ―Respiré una vez. Dos. Él no dijo nada―. ¿Y dónde narices has estado? ¿Por qué has tardado tanto en encontrarme? ¿Es que cuando tengo problemas te encanta desaparecer? ¡Y no me digas que ya eres invisible porque te mato! Antes de poder terminar, Dylan dejó escapar una pequeña carcajada que no me pasó por alto. Fruncí el ceño, enfadada y estresada. Di un golpe al aire. ― ¡Maldito Dylan! ¡No te atrevas a reírte! ―grité. Me sujetó por las muñecas con delicadeza, impidiendo que… Bueno, podría decir que lo golpeara, pero en realidad fue impidiendo que cayera al suelo. Entonces me di cuenta de que había estado tumbada en el borde de mármol de una fuente grande inutilizada. Esas que suelen estar en el centro de algún parque. ― Lo siento. Lo siento de verdad ―dijo con la voz más suave que jamás había empleado conmigo. Me aparté de él obligándolo a soltarme y me quedé sentada en el borde con los pies colgando―. La última vez me quedé en shock, pero te juro que cuando esa tía te secuestró… ―Dio un suspiro hastiado y tocó mi hombro con una mano temblorosa―. No he parado de buscarte desde ayer por la tarde. Pero es… frustrante ser invisibles, ¿sabes? No puedes acudir a nadie, no tenía ninguna pista. ¿Por dónde empezar a buscar? Me quedé callada. Lo cierto era que tenía razón. ¿Cómo iba a poder encontrarme? Barcelona era enorme, y yo podía estar en cualquier casa o cualquier sitio. Era más complicado que buscar esa maldita aguja en el pajar. ― No he podido dejar de pensar qué estaría ocurriéndote. He corrido por todos los callejones, calles y plazas de toda Barcelona. Te sorprendería el tiempo que tienes en una sola noche. Noté cómo su voz se apagaba un poco. Seguramente habría agachado la cabeza. El contacto de su mano lograba estabilizarme y mantenerme allí sentada. ― ¿Cómo me has encontrado? ―pregunté en voz baja. Entonces él rió con cierta ironía. 104


― No fue fácil. Hace una hora, más o menos, empecé a escuchar a la gente comentar algo muy extraño. ―Con cierto temor le dediqué una mirada expectante a la nada. Aunque ya sabía lo que diría―. Una chica hecha un desastre corriendo por la calle. Textualmente dijeron: Esa chica parecía sacada de una peli mala de terror ― reí y me pregunté si me considerarían más como el loco asesino o la víctima gritona―. No estaba seguro, pero era la mejor pista que había tenido en toda la noche. Así que empecé a recorrer los alrededores hasta que te encontré. Te aseguro que no fue fácil, Lunática. ― Bueno. Gracias por encontrarme. ― Tú has sido muy valiente ―dijo ignorando deliberadamente mi agradecimiento―. Si se tratara de una película, seguramente tendrías que haber esperado a que te rescatara. ― En una película el héroe consigue pistas que lo llevan a rescatar a la dama en apuros. En la realidad, no existen pistas y la dama en apuros tiene que apañárselas sola para encontrar al héroe perdido ―resumí frotándome inconscientemente la cabeza. Dylan me detuvo la mano y pareció examinar el golpe. Sin embargo, su tono no cambió. No demostró que estaba preocupado a pesar de que el cuidado de su mano decía todo lo contrario. ― Supongo que tienes razón ―murmuró―. Madre mía, menudo chichón te ha dejado la bruja esa ―dijo con una clara sonrisa forzada en los labios. No lo veía, cierto, pero estaba tan segura que, sin darme cuenta, sonreí también―. Y estás hecha un desastre. Así no puedes ir por la calle, podrían confundirte con un… ― ¿Zombie? ―dije irónicamente―. Lo he pensado. Dylan se dedicó a retirarme el pelo de la cara para examinar mejor el golpe. Mi flequillo había quedado a un lado gracias a sus manos y el sudor. Si antes había dicho que me sentía pegajosa ahora no tenía ni idea de cómo describirme. Luego, tocó mi sudadera y vi su mano. Por primera vez, vi su mano gracias a la sangre que la cubrió en cuanto la tocó. Me quedé asombrada. ¿Todavía estaba fresca? ― ¿Estás herida? ―me preguntó. Yo negué con la cabeza. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que me había salpicado la sangre? No mucho si todavía podía manchar. ― No. La sangre no es mía… ―murmuré mirando hacia otra parte. El borde de la fuente también estaba lleno de sangre. ― ¿De quién es? ―dijo con firmeza. ― De la profesora psicópata ―contesté distraída. Dylan me volvió hacia él con un gesto rudo.

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― ¿La has herido para escapar? ―preguntó asombrado y con un deje de… ¿orgullo? Bueno, mi capacidad para salir de un problema podría ser motivo de elogio… pero claro, no fue así cómo ocurrió realmente. ― No. No hizo falta, ella se basta y se sobra para herirse sola ―repliqué con los labios apenas abiertos. ― ¿Cómo? ¿Qué…? ¿Cómo escapaste, Eris? ―me preguntó ahora realmente asustado. ― Ella… No termino de entenderlo, pero sabía que tenía que huir aunque me convirtiera en una fugitiva. Se mató. Delante de mí. No pude detenerla, ella… quería morir. Dijo que no escaparía. Dylan dejó de sujetarme en cuanto terminé de hablar. Su respiración ahogada me confirmó que estaba asustado. Que lo que le había dicho tenía más significado para él del que podría tener para mí. ― Joder ―dijo con sequedad―. ¡Maldita sea, Eris! ¿Por qué no me lo has dicho antes? ―me gritó. ― ¿Acaso lo has preguntado? ―me defendí subiendo el tono de voz más que él. ― ¡No, joder! Pensé que estabas asustada por el modo en que habías escapado y no querías recordarlo. Pensaba preguntártelo cuando estuvieses más calmada ―siguió gritando. ― ¡Pues estaba y sigo estando asustada por el modo en que he escapado y no quiero recordarlo! ―sentencié. Él me taladró con la mirada. Era tan evidente que no me hizo falta verlo para saber eso. Sus manos se cerraron entorno a las mías y me obligó a levantarme. Sin detenerse, cogió el borde inferior de la sudadera y me instó a quitármela. Lo detuve en seco roja de rabia y vergüenza. ― ¿Se puede saber qué haces? ―le grité. Él insistió. ― Quítate la sudadera. Ahora ―dijo con firmeza. ― No es así como me imaginaba que un chico me pediría que me quitara la ropa… ―murmuré. Dylan dejó escapar un suspiro fastidiado. ― ¡No quiero que te quites la ropa, solo la sudadera! Si quisiera verte desnuda ya lo habría hecho. Soy invisible, ¿recuerdas? ―me dijo insistiendo con la sudadera. Lo obedecí a regañadientes. ― ¿Entonces no quieres verme desnuda o ya lo has hecho? ―le pregunté mientras me pasaba la sudadera por la cabeza con cuidado de que la sangre no manchara más de la cuenta mis cabellos. 106


― ¿A qué narices viene esta inoportuna pregunta? ―dijo con la voz temblorosa. Vaya… ya lo había hecho. ― Y yo qué sé. ¿Cómo afectan los golpes a la cabeza? ―pregunté mientras veía mi sudadera flotando hasta un contenedor subterráneo. Luego desapareció por el tubo―. Si alguien lo encuentra la policía llegará a mi casa en un plis-plas. ― No creo que lo hagan, lo bueno de estas basuras subterráneas es que nadie va a registrar lo que hay dentro ―dijo mientras regresaba a mi lado. Luego metió las manos en el agua y se limpió volviendo a ser totalmente invisible. Sin detenerse, cogió mi rostro, me obligó a agacharme a la altura de la fuente y mojó las puntas de mis rubios cabellos con el agua, eliminando así los restos de sangre―. Lo de tu cabeza… yo creo que te venía ya de serie ―prosiguió. Dejé escapar un pequeño quejido a modo de protesta pero no mucho más. Una vez lavado mi cabello, me levantó y examinó mi ropa en busca de más sangre. Al parecer toda se había acumulado en la parte superior. Por lo que la sudadera, mi cabello y alguna parte de mi cara fueron las únicas afectadas. ― ¿Tanto te repugna la sangre? ―comenté. ― No. No es la sangre, es lo que significa ―dijo alterado mientras terminaba de comprobar que no quedara ni una sola gota. Como no era así, cogió mi mano y empezó a correr arrastrándome con él. No fue hasta entonces que me di cuenta de que el parque era en realidad una plaza interior privada. Lo que significaba que no transitaba mucha gente por allí. Por suerte. Dylan me obligó a correr guiándome otra vez por callejones en dirección a alguna parte que sólo él conocía. Minutos más tarde, cansada, me detuve obligándolo a parar. ― ¡Espera, Dyl! ―grité―. ¡Por favor, un momento! ¡Para! Al ver que me resistía no le quedó otra que detenerse y apartarme hacia un lado quedado oculta tras una pared y un contenedor. ― ¿Qué… ocurre? ¿Qué significa la sangre? ―pregunté asustada. ―Eris, es… difícil de explicar. Pero si esa mujer se ha matado… va a por ti. ―sentenció. ― Eso dijo ella. ¿Pero cómo sabes que…? ― Su sangre. ¿Por qué crees que tenías tanta encima? ―me cuestionó respirando con dificultad―. Es un rastreador. No creo que hubiese tardado mucho más en encontrarte llevando esa sangre encima. Claro. Por eso dijo que no podría escapar. Me tenía localizada. 107


― Puede seguirte la pista. No es que me asquee la sangre, pero tenía que eliminarla. Ahora, si piensa que sigues llevando esa sudadera, seguirá al camión de la basura cuando este la recoja y tendremos ventaja. Al menos para regresar y pensar en nuestro siguiente movimiento ―puntualizó. La información logró colapsarme. Sangre como rastreador. La mujer persiguiéndome. ¡Una mujer muerta! Y Dyl… ― ¿Cómo sabes todo esto? ¿Acaso has recordado algo? ―dije asustada y furiosa. ― No del todo, pero sé con certeza que esa mujer me odia y ahora tú eres su objetivo. Sé cómo va a actuar. Puedo esquivarla. Al parecer… no es la primera vez que lo hago ―dijo seguro de sí mismo―. Y por si todavía no lo has deducido tú sola… Sí, quiere matarte. Me quedé sin aliento apoyada en la pared y respirando con dificultad. Estaba claro que Dylan… o Edahi, sabía más de sí mismo que antes. No me estaba mintiendo al decirme que esa mujer iba a por mí y sabía cómo actuaría, pero también supe que estaba ocultándome algo. Algo que tenía que ver con él… o tal vez conmigo.

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11 Recobrando fuerzas

El viaje de vuelta fue pesado e incómodo. Dylan no dijo nada desde que salimos de Barcelona a parte de lo necesario, como qué vía coger, a qué hora salía el tren, entre otras poco relevantes. Lo agradecí en cierto modo. Estaba colapsada de información y de estado de ánimo. Necesitaba urgentemente dormir unas horas, y por encima de eso, una ducha bien calentita. Como ya no llevaba la sudadera, a pesar de ser de día y no hacer tanto frío como por la noche, el clima no era cálido y estaba destemplada. Por suerte, el día anterior había tenido la brillante idea de ponerme un jersey de cuello alto y manga larga. Digo por suerte porque normalmente debajo de la sudadera, como no solía quitármela, llevaba un jersey de tirantes. Sin embargo, ese viernes había hecho mucho frío y cualquier capa de más era bienvenida. Estuve mirando largo rato por la ventana antes de dormirme profundamente en el asiento del tren con la cabeza apoyada en la ventanilla. El zumbido de esta cuando el tren estaba en marcha me relajaba, aunque procuré que el golpe en la cabeza ―oculto, gracias a dios, por el flequillo― no chocara contra el cristal. Dos horas más tarde, Dylan me despertó con suavidad para avisarme que a la siguiente parada tendríamos que bajar. Como el tren estaba bastante vacío, Dylan no tuvo problemas con nadie que quisiera sentarse a mi lado. Fue un viaje tranquilo a pesar de todo. Cuando bajamos en Salou ―¿Había dicho ya dónde vivía? Seguramente no, siempre olvido estos detalles―, fuimos directamente a mi casa cogiendo un autobús. No acostumbraba a hacerlo porque el trayecto andando era agradable, pero estaba cansada y apenas podía caminar en línea recta. Al llegar nos encontramos con una casa desierta. Miré mi móvil por primera vez desde que había salido de Barcelona y encontré un único mensaje de Ares, mi hermano.

≪He ido con mamá a comprar. Me he llevado el coche. Cuando llegues dime algo. Besitos bichito. No te metas en más líos.≫ No pude evitar sonreír mientras leía el mensaje. Conocía a mi hermano más que a mí misma y sabía perfectamente por qué habían salido. Ares habría calculado cuándo llegaría y me había permitido cierta intimidad. Aunque eso no me libraba de una charla. Es más, precisamente por eso iba a tenerla. 109


Suspiré. ― Dyl… ―murmuré―. Voy… a ducharme. No tengo ni idea de qué aspecto tienes tú, pero yo estoy hecha un desastre. Luego, si quieres… puedes ducharte tú. ¿Te importa si lo hago yo primero? ―dije cansada y dirigiéndome al baño. ― Ves. No dijo nada más. Fue tan breve y apagado que por un momento creí que lo había imaginado. Sin darle mucha más importancia me dirigí al baño con una toalla. Lo primero que hice fue lavarme los dientes. Aunque habían pasado unas tres horas más o menos, seguía notando la garganta áspera y la boca reseca con un regusto extraño. El dentífrico intenso de menta logró reconfortarme un poco, pero hasta que no me metí en la ducha no noté realmente una mejora. Apenas me tenía en pie, así que tuve que sentarme en la bañera mientras me enjabonaba. Tardé más que de costumbre porque mis músculos me dolían y me costó muchísimo lavarme toda la mugre del pelo y quitarme el olor a sangre del cuerpo. Al final me rendí, pues me había lavado el cuerpo seis veces y seguía oliéndome a sangre. Diez minutos después me levanté de la bañera y cogí la toalla moviéndome tan deprisa que me tambaleé. Con las manos temblorosas me sujeté al borde de la bañera e intenté sentarme de nuevo, pero resbalé y me golpeé contra ella. Reprimí un gemido e intenté volver a levantarme. No llegué a conseguirlo. ― ¿Eris? ¿Estás bien? ―me preguntó Dylan al otro lado de la puerta. ― Hum… ―fue lo único que pude decir. Apenas me salía la voz e intenté aclarármela―. S.. Sí. No te preocupes. ― ¿Estás segura? ―me preguntó de nuevo. Entonces hice algo que no debería haber hecho; intentar levantarme de nuevo. Mi pie resbaló con el suelo de la bañera y me golpeé la cabeza al caer de nuevo. El ruido y mi gemido de dolor fueron inevitables. Y al parecer, que la puerta se abriera de par en par también lo fue. Debería haber cerrado con pestillo… ― ¡Eris! ―gritó cerca de mí―. ¡Suerte que estabas bien! ―dijo con la voz enfadada y cargada de sarcasmo. ― Dyl… no estoy vesti… ― Calla ―me interrumpió con brusquedad. Sus manos terminaron de cubrirme a la perfección con la toalla que tenía encima y me cogió en volandas para sacarme de la bañera. Mi cabeza me daba vueltas mientras me depositaba encima del retrete y dejaba la puerta del baño abierta de par en par.

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― No me extraña que te hayas mareado, esto parece una sauna ―murmuró sin dejar de sujetarme por los brazos. Sus manos estaban frías en comparación con mi cuerpo cálido por el agua caliente, pero el frío estaba bien. El aire de fuera enseguida logró devolverme a mi temperatura normal, y Dylan cerró la puerta cuando consideró que ya había entrado el suficiente. Sus manos tocaron mi frente dañada refrescándola, sonreí ante la agradable sensación. Noté la toalla a mi alrededor aflojarse un poco, y sus manos, amablemente, la devolvieron a su sitio antes de que descubrieran más de lo que querría enseñar. Abrí los ojos y no pude evitar sonreír, estaba mirándole a la cara. Su respiración ahogada me confirmó que se había dado cuenta. ― ¿Sabías que el vapor te delata? Dylan alzó los brazos un poco y su cabeza se inclinó para verse a sí mismo. Mirando a todas partes comprendió lo que intentaba decirle. Como el baño estaba lleno de vapor, podía ver su silueta ocupar un espacio visible. ― Es… extraño verte mirándome a la cara ―murmuró. Estaba arrodillado justo delante de mí, con una mano aferrada a mi brazo y la otra tocando de vez en cuando mi rostro para enfriarlo―. Estás muy débil ―aseguró―. ¿Cuándo fue la última vez que comiste algo? Lo pensé un instante. Era casi la hora de comer… así que… ― Pues debe hacer ya las veinticuatro horas… ―murmuré―. Desde la hora de comer de ayer, creo. ― Entonces, lo que realmente me sorprende es que puedas mantenerte en pie ―dijo a la vez que me cogía en brazos de nuevo―. Sujétate a mi cuello, te llevaré al comedor para que puedas comer algo. ― Dyl… Si aún no estoy vestida… ―murmuré obedeciendo su petición. Su rostro se giró hacia mí y noté su respiración cerca de mi cara. Se tensó un poco y me soltó con gestos mecánicos. Lo miré extrañada. ― ¿Qué…? ― Podrías haberte ahorrado ese comentario ―murmuró. Y entonces lo entendí. Estaba avergonzado. Sin poder evitarlo me reír. Él no pareció compartir mi buen humor. ― No te rías ―murmuró con voz apagada. ― Sí, sí me río. ¿Has entrado en el baño, me has tapado, me has sentado e ibas a llevarme en brazos sin caer en la cuenta de que no llevo ropa?

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― Intentaba no pensar en ello ―murmuró mientras se levantaba del suelo y se alzaba cuan alto era. ― ¿Y por qué no querías pensarlo? Siendo invisible podrías aprovechar la ocasión. Cualquier chico lo habría hecho. No voy a culparte por ello. Aunque no tengo un cuerpo escultural, sigo siendo una chica. Apuesto a que sientes curiosidad ―lo provoqué. ― ¿Podrías intentar no burlarte? ―dijo malhumorado―. No tiene gracia. He entrado porque te habías caído, podrías haberte matado. ¿Crees que me aprovecharía de esta situación cuando tú estás mareada y herida? ―dijo ofendido. Me quedé muda un instante. No había querido decir eso, solo intentaba relajar el ambiente. Porque muy en el fondo era plenamente consciente de que estaba desnuda, cubierta únicamente por una toalla, delante de él. ― Dyl… no quería decir… ― Intento ayudarte, Eris. No tengo dobles intenciones. El único motivo por el que he entrado es porque yo… estaba… yo… ― ¿Preocupado? ―dije a media voz y con el asomo de una sonrisa. Él afirmó con la cabeza mirando hacia otra parte. ― Pero tú tienes que recordarme que no estás vestida cada dos por tres ―exclamó indignado―. Ya me ha costado bastante entrar sin prestar atención a nada más que en lo que te había ocurrido como para que encima vayas recordándome que solo llevas puesta una toalla. ¿Pretendes torturarme? Mi boca se abrió de par en par inconscientemente. Dylan pareció darse cuenta de lo que había insinuado sin apenas proponérselo, y eso logró turbarlo más aún. Su voz tartamudeó un poco intentando explicarse, pero lo único que hizo fue empeorarlo. A esas alturas seguramente parecería un farolillo. Entonces escuché la puerta. ― ¿Eris? ―preguntó la voz de mi madre. Nerviosa, me levanté apresuradamente para cerrar la puerta con el pestillo al mismo tiempo que lo hacía Dylan. Mis piernas volvieron a fallarme y trastabillé hasta chocar contra ella. Dylan me sujetó para ayudarme, pero en el intento la cosa no terminó demasiado bien para ninguno de los dos ―aunque depende de cómo se mire―. Ayudada por Dylan intenté recobrar el equilibrio, pero pisé la toalla y al alzarme cayó al suelo. No contenta con eso, resbalé y con un fuerte golpe quedé apoyada contra la puerta… con Dylan pegado a mí. ― ¿Eris? ―preguntó mi madre dando unos pequeños golpecitos a la puerta del baño. 112


― Estoy bien… mamá… ―me obligué a decir―. Sólo estaba… dándome un baño… ― ¿Y ese ruido? ― Déjala mamá ―murmuró Ares, mi hermano, al otro lado de la puerta―. ¿Quieres comer algo? Hemos traído pollo alas. ― De… de acuerdo… ―murmuré. ― ¡No tardes! ― ¡No! ―dije. Los brazos de Dylan estaban a lado y lado de mi cara, apoyados contra la puerta. Su rostro era el único que no tocaba mi cuerpo, pues todo su peso reposaba sobre mí. Lo peor fue ser consciente de que ya no llevaba la toalla que me cubría… ― Yo… lo siento… no pretendía… ―murmuró avergonzado intentando moverse pero empeorando la situación. ― No te preocupes… ―murmuré agachando la mirada―. Ha sido culpa mía… Dyaln empezó a separarse poco apoco y dejé de sentirme aplastada contra la puerta. Tenía una mano fuertemente sujeta al pomo para evitar caerme, así que no pude evitar quedarme allí plantada cuando él se apartó. No puedo asegurar que no me viera, seguramente lo hizo, pero no tardó ni medio segundo en recoger y darme la toalla. Me la enrosqué alrededor del cuerpo. Mi rostro estaba encendido, y desde luego no por el calor. Aunque lo único que quería era salir de ese baño infernal, en cuanto me cubrí de nuevo con la toalla supe que Dylan me estaba observando. La intensidad de su mirada logró estremecerme. ― Eris… ―Su voz apenada me obligó a alzar el rostro―. Perdóname. ―Me reí, los nervios me obligaron. ― No. Dyl, no ha sido culpa tuya. No tengo que perdonarte na…―Pero Dylan no había terminado. Se acercó a mí mientras seguía avergonzada. Alzó un poco más mi rostro con delicadeza y posó sus labios sobre los míos. El beso no tuvo nada que ver con el que había recibido en el callejón. Este fue delicado, como una caricia. Fue… dulce. Cerré los ojos sintiendo su contacto y me quedé quieta. Me vi incapaz de moverme. Luego rompió cuidadosamente el beso.

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― No me refería a lo de antes ―murmuró. Alcé la mirada. Aunque no podía ver sus ojos sentí que los tenía justo delante. Esos azules, de mi color favorito como él había dicho―. Sé que voy a hacerte daño. Aunque nunca he querido y nunca querré causártelo. Así que solo puedo esperar que algún día puedas perdonarme. Porque ya no puedo hacer nada para impedir que sufras. Fruncí el ceño con extrañeza. Entonces lo entendí. Estaba confesándome lo que yo ya había descubierto horas antes. ― Lo has recordado ―dije con convicción―. Ya sabes quién eres, ¿verdad? ― Sí, y no te va a gustar ―Antes de que pudiera decir nada se alejó más y abrió el pestillo―. No te va a gustar nada… 114


Agaché la cabeza y abrí la puerta. Antes de salir, Dylan me tomó del brazo y acercó sus labios a mi oreja. ― Sólo voy a pedirte que confíes en mí ―me dijo en voz baja―. A pesar de quién soy… Yo… ya no puedo cambiar lo que he hecho. Y aunque vaya en contra de todo en lo que creo y lo que soy… quiero salvarte. ― Pero no puedes decirme de quién ni qué eres, ¿no? ―Él sonrió cerca de mi oído. ― Si te lo dijera… no te fiarías de mí. Y seguramente me tendrías miedo… ― Nunca te temería, Dyl ―afirmé. Sus labios rozaron el lóbulo de mi oreja levemente. ― Ojalá pudiese creerte…

Hay dos cosas que adoro y a la vez detesto de mi hermano Ares. La primera es su excesiva intuición. La segunda… su exagerada preocupación por mí. ― Suéltalo ―dijo cruzándose de brazos después de cerrar la puerta de su cuarto tras de sí. ― Ares… ¿Qué quieres que…? ― Desde que llegué has estado como ausente. Más de lo normal ―comentó sin dejarme hablar―. A principios de semana llegaste a casa herida. Sí, mamá me lo ha contado ―puntualizó antes de que pudiera replicar nada―. Dos días después no vas a trabajar por la tarde y pones como excusa que vas al médico. No, mamá no lo sabe. Tu amiguita, Aina, llamó a casa poco después de que llegáramos y tú te fueras a tu habitación ―siguió. Mi rostro, a la vez que hablaba, iba palideciendo cada vez más―. Y ayer vas a Barcelona, tienes otro accidente y regresas al día siguiente como si no hubiera ocurrido nada. Me quedé muda unos instantes pensando que tal vez iba a decir algo más. ¿Cómo era capaz de recordar todo eso? Yo apenas era consciente de la mitad… ― ¿No vas a decir nada? ―me preguntó. Al parecer había permanecido callada demasiado tiempo. Suspiré. ― No sé qué decir ―confesé―. He tenido una semana mala… Ares se acercó a mí con el ceño fruncido. Me retiró el flequillo con rapidez pero con cuidado. Intenté retroceder e impedir sus intenciones sin mucho éxito. 115


― Que te despidan del trabajo, que se te joda el coche o pierdas la cartera por el camino, eso es tener una mala semana. Esto, hermanita, no es tener una mala semana ―dijo enfadado mirando el hematoma que tenía en la cabeza―. ¿Qué ha ocurrido? ― Na… ― No te atrevas a decir nada ―me cortó. Alcé la cabeza con decisión y retiré su mano con brusquedad. Frustrada, lo aparté de mi lado para poder pensar, Ares no me lo impidió. ¿Por qué insistía en hacerme preguntas que no podía contestar? A mí también me gustaría saber qué había ocurrido realmente esta semana. Por qué de repente tenía un amigo invisible ―y no de los que se hacen regalos― y por qué dicho amigo me había metido en un montón de problemas que no había pedido y tampoco entendía. Y aunque parecía que la culpa la tenía él, seguramente era mía. Por alguna razón esa semana no podía evitar ponerme en peligro. Lo único que me protegía era Dylan. ― Eris… Estoy preocupado. Por favor, habla conmigo. Antes lo hacías ―dijo con tristeza. Las lágrimas ardieron en mis ojos y me volví hacia él furiosa. ― ¿Que hable contigo? ¿Ahora quieres que hable contigo? ―dije perdiendo los estribos―. ¿Por qué razón dejé de hacerlo, Ares? Espera, no me lo digas. ¿Tal vez porque tuviste la genial idea de marcharte medio año a Alemania? Justo cuando papá y mamá estaban… ―Pero no pude seguir. Había alzado demasiado la voz. Mamá estaba en el comedor y no quería que escuchara lo que estaba diciendo. Me volví para salir por la puerta e irme a otro sitio para evitar gritarle más. Aunque como la casa no era muy grande, seguramente iría al comedor para asegurarme que Ares no pudiera hacer ningún comentario al respecto. Tendría que haber imaginado que no dejaría que saliera del cuarto. ― Justo cuando más me necesitabas me fui y por eso estás enfadada, ¿no? ―me dijo ―. Me marché a Alemania porque necesitaba un cambio. Y por… ― ¡Sé perfectamente por qué te marchaste, Ares! No intentes enmascarar la verdad. Te marchaste porque Iona se marchaba y decidiste irte con ella. Luego te dejó en cuanto encontró trabajo en Alemania y decidió quedarse a vivir allí ―le grité sin poder evitarlo―. Te fuiste cuando empezaron las peleas en casa, y como yo estaba estudiando no pude marcharme. ¡Te importó más irte a Alemania con tu novia de dos días que quedarte y ayudar en casa! ¿Tienes una ligera idea de lo que he tenido que pasar mientras tú estabas en Alemania? ¡Papá y mamá casi se divorcian! ― ¡Joder Eris, ya lo sé! ―replicó―. Sí, cometí un error al marcharme cuando teníamos la peor situación económica. Y sí, también al dejarte sola con todo. Pero estoy aquí, ahora… ― ¡Ahora! ¡Ahora ya no es entonces! 116


― Lo siento, ¿vale? Pero quiero compensarte. ¿Por qué crees que he vuelto? Furiosa, le di un empujón para apartarlo de mí. Había estado conteniéndome durante mucho tiempo, y que él se preocupara ahora por mí después de… No. Era más de lo que podía soportar. ― ¡Has vuelto porque Iona te ha dejado! De lo contrario te habrías quedado en Alemania. ¡Todo es mejor que aquí donde no tienes un futuro, donde solo hay problemas! Él me cogió por los hombros a la vez que intentaba apartarme. Nunca había estado tan furiosa con él. Ares era mi hermano y lo quería, pero había estado demasiado tiempo resentida con él. ― Eris… No me fui porque Iona me dejara ―dijo con suavidad. Al escucharle dejé de forcejear y lo miré a los ojos―. Lo dejamos porque tenía que irme. ― ¿Qué? Pero mamá… ― Mamá te dijo eso porque no quería que pensaras que era culpa tuya que Iona y yo rompiéramos. Te prometí que regresaría, y por encima de cualquier cosa iba a cumplir esa promesa ―me aseguró apartando las manos de mí al comprender que ya no intentaba escapar―. Iona encontró su futuro en Alemania, y yo no podía quedarme. Ni siquiera por ella. ― ¿Volviste aunque no querías… por mí? ―dije angustiada. ― Te lo prometí. Cometí un error al irme, no iba a cometer dos quedándome. Empecé a llorar sin poder evitarlo. Me cubrí la cara con las manos para que no me viera, pero Ares me las apartó para limpiarlas con cariño. ― Ahora por qué lloras… ¿Todavía me odias? ―me dijo con comprensión. Yo negué con la cabeza. ― No te odio. Y lloro porque te has marchado por mi culpa. ¿Por qué volviste por mí? Podías haberte quedado, allí tenías más oportunidades y… ―Y Ares empezó a reír―. ¿De qué te ríes? Él me sonrió y me tocó la nariz con la punta de los dedos con un gesto cariñoso. ― De ti. Primero te enfadas porque pensaba quedarme y ahora porque no lo he hecho. ¿Qué tengo que hacer para hacerte feliz? ―me preguntó. Sin pensarlo dos veces lo abracé con fuerza reteniendo las lágrimas que amenazaban con volver a salir. Nunca me permitía llorar, al menos delante de la gente. Llorar me daba vergüenza. Pero él era mi hermano. Mi único hermano. ― Sólo quédate. No te vuelvas a ir. 117


Poco después salimos del cuarto y nos dirigimos al salón. La televisión estaba encendida y mi madre se había quedado dormida en el sofá. Ares empezó a recoger lo que había en la mesa para llevarlo a la cocina. Por suerte, no había vuelto a comentar nada del golpe en la cabeza ni de lo de ayer. Pero no me hacía ilusiones pensando que lo habría olvidado. ― No estaba en la habitación ―dijo la voz de Dylan a mi lado. Yo sonreí como respuesta―. Lo digo para que sepas que no he escuchado nada. Con la sonrisa todavía en los labios pronuncié un gracias con los labios que supe que Dylan habría visto. Mientras mi hermano regresaba al salón para coger algo más, yo me acerqué al sofá y cogí el mando a distancia. Iba a apagar la televisión cuando el lugar que estaban mostrando en la pantalla llamó mi atención. Subí un poco el volumen para poder escuchar lo que decían mientras el color se esfumaba de mis mejillas. “…en el apartamento número tres del centro de Barcelona, una mujer de cuarenta años fue hallada sin vida este medio día en su propia casa. Su esposa, quien descubrió el cuerpo, la encontró apuñalada y desangrada. Todavía no ha podido confirmarse si se trata de un asesinato o bien un suicido dadas las circunstancias de la muerte. Lo único que sabe por ahora la policía es que pudo estar involucrada una joven estudiante que la pareja de la víctima asegura que estuvo la pasada noche en su casa. Siguen buscando…” Apagué el televisor totalmente entumecida de arriba abajo. Nunca había sentido algo parecido. La sangre me había huido del rostro y me costaba respirar. Dejé el mando encima del reposabrazos del sofá. No podía creer que la noticia llegara tan pronto… Apenas había tenido tiempo de regresar a casa, ducharme y comer algo. Ni siquiera había dormido. ― Eris… ―escuché la voz de mi hermano al otro lado del comedor. ― Mierda… Eris, tenemos un problema… ―dijo la voz de Dylan al mismo tiempo. Me volví como una autómata hacia mi hermano mientras escuchaba los pasos de Dylan ir de un lado a otro. Ares me miraba fijamente, estudiando mi reacción al milímetro. Era demasiado intuitivo como para no atar cabos ante lo que acababa de oír y lo que veía en mis ojos en esos instantes. Aunque dudaba que se acercara mínimamente a la realidad de lo sucedido. Por suerte o por desgracia, antes de que pudiera decir algo o preguntarme nada, una serie de gritos y murmullos procedentes de fuera llamaron nuestra atención. Ares se volvió extrañado hacia la puerta de entrada. Lo seguí sin abrir la boca. Atravesé el salón hasta llegar al recibidor donde mi hermano ya miraba por la mirilla. 118


― Eris… ―escuché a Dylan llamarme de nuevo. Lo ignoré aunque no fue mi intención. Estaba demasiado aturdida como para actuar con coherencia. ― ¿Qué ocurre? ―pregunté hacia mi hermano. Dylan no pareció advertirlo. ― Es… difícil de explicar… ―murmuró. Yo tenía la mirada fija en Ares, el cual no me había contestado aún. Su expresión era seria y preocupada, intentaba entender lo que ocurría mientras escuchábamos los murmullos de fuera. ― ¡Ares! ¿Qué pasa? ―dije alzando un poco más la voz. ― No estoy seguro. Son los vecinos. Parecen alterados por algo… ―dijo al fin apartándose de la puerta. ¿Los vecinos? Antes de que pudiera preguntar, alguien llamó al timbre de casa. Ares se volvió hacia la puerta y abrió sin vacilar. Retrocedí unos pasos y dirigí una mano hacia atrás buscando a Dylan inconscientemente. Al parecer, él entendió mis intenciones, porque poco después sentí su mano sobre la mía. Su contacto logró tranquilizarme un poco. ¿Cuándo había pasado de ser el chico que necesitaba mi ayuda al que me salvaba la vida? ―Buena pregunta…― ― Eh… ¿Qué ocurre? ―preguntó Ares a una mujer mayor con bata que iba acompañada de varios vecinos más. La mujer parecía angustiada. No tenía pintas de estar a punto de salir de casa, más bien era la típica que se quedaba en ella con la bata y la televisión encendida. ¿Qué había provocado que saliera con esas pintas? ― No estamos seguros. Nos han hecho salir por precaución ―dijo la mujer mayor. ― Dicen que hay un escape de gas o algo así ―añadió un hombre de unos cuarenta años acercándose a la puerta―. Estamos avisando a todos los vecinos. Puede que no sea nada… pero de todos modos han desalojado a todo el edificio. Mi hermano se puso rápidamente en tensión y totalmente serio. Solía hacerlo cuando la situación era peligrosa. Yo apreté más la mano de Dylan entrelazada con la mía. ― Ahora mismo salimos. Gracias por avisar ―dijo mi hermano sin molestarse a cerrar la puerta―. Voy a buscar a mamá, tú quédate con ellos. Ahora mismo vengo ―me dijo antes de pasar por mi lado con prisa. Yo asentí con la cabeza y miré al frente en cuanto se alejó. El hombre que había estado hablando con mi hermano me miró y me dedicó una sonrisa tranquilizadora. ― No te preocupes, pequeña. Seguro que no es nada grave. 119


No me molesté en contestar. El hombre únicamente quería tranquilizarme, no era culpa suya que me creyera más joven de lo que era realmente. Además, tampoco terminaba de molestarme que me hablaran con esa dulzura y me llamaran pequeña. A veces, en situaciones así, incluso lo agradecía. Así que en lugar de sacar al hombre de su error, le dediqué una sonrisa. Seguramente él la necesitara tanto como yo. Poco después salíamos de casa junto con un grupo de vecinos más. Mi madre se la veía seriamente preocupada y se dedicó a compartir opiniones con una vecina de su edad con la que se encontraba algunas veces. ― Dyl… ―murmuré en voz muy baja. Tenía mi mano derecha, la que seguía aferrada a la suya, detrás de mí para que nadie viera cómo daba la mano a alguien invisible. Como todos estaban hablando, ni siquiera me prestaron atención―. Dylan… ¿Esto no tiene nada que ver con…? ― No hables ―dijo con voz queda―. No estás a salvo aún. No creo que intenten nada ahora, pero no estaré seguro hasta que salgamos de aquí. ― ¿Entonces, sí son...? ― Sht ―me calló―. Sé que va a costarte, pero intenta pasar desapercibida. Mi hermano dejó de hablar con uno de los vecinos para acercarse a mí cuando estuvimos a punto de salir de casa. Me apretó los hombros afectuosamente, intentando reconfortarme. Seguramente pensaría que estaba asustada, y así era. Aunque no por la razón que él creía. La calle estaba llena de vecinos y gente que se había detenido víctimas de la curiosidad. Dylan me obligó a mantenerme en medio del gentío durante las horas que estuvimos esperando alguna información sobre lo que había ocurrido. Se decía que había sido un escape de gas. Si dijera que no me asusté mentiría descaradamente. La situación no era peligrosa, o eso nos habían dicho, pero Dylan me había confirmado que no tenía nada que ver con un escape de gas, sino con aquellos que me perseguían. Por alguna razón habían querido que saliera de casa, y lo habían conseguido por la fuerza. Sólo esperaba que no hiciesen volar mi casa para evitar que regresara… Horas más tarde, el grito de alarma cesó y nos comunicaron que podíamos regresar a nuestras casas sin peligro. Mientras todos hablaban y discutían lo que había ocurrido y si estaban realmente a salvo, Dylan me apartó un poco del gentío. ― Esto es… Pensé que tendría más tiempo ―murmuró en cuanto nos quedamos medianamente solos. ― ¿Qué quieres decir con más tiempo? ¿Ya me han encontrado? ―dije angustiada―. Dylan, ¿cómo han conseguido hacer esto a todo el edificio? ― Esto sólo ha sido un aviso, Eris. Todavía no están aquí, pero se acercan. Tienes que irte. 120


― ¿Irme? ¿Irme a dónde? Vivo aquí. Mi madre no dejará que me marche otra vez, por no hablar de mi hermano. ― Tendrás que decírselo. ―La risa que escapó de mis labios no podía haber sido más irónica. ― No puedo… ―Dylan me cogió por los hombros. ― Escúchame, Eris. Esto ha sido un aviso porque todavía no te han encontrado, pero cuando lo hagan no os dará tiempo a salir de casa. ¿Entiendes lo que estoy diciéndote? ―El color se esfumó de nuevo de mis mejillas. ― ¿Quieres decir que para matarme… matarían a toda esta gente? ―exclamé sin poder creérmelo. Dylan suspiró. ― Joder… no sé si puedo explicarte esto. Tal vez va en contra de las normas, pero como ya he incumplido unas cuantas… ―murmuró―. Necesitas una razón de peso para hacer todo lo posible para irte de aquí, ¿verdad? ― Sólo necesito una razón de peso para poder mentirle a mi hermano, porque te aseguro que si le digo que tengo un amigo invisible que me pide que me marche no va a creerme. ― Lo sé… ―murmuró―. En realidad todo esto es culpa mía… Toda esta gente está en peligro por mí culpa, no por la tuya. Quiero que tengas eso en cuenta al menos, Eris ―dijo con suavidad. ― No lo entiendo, Dyl. ¿Por qué me buscan a mí? ¿Por qué soy tan especial para ellos? ―dije sin poder evitar ponerme nerviosa. Dylan dejó escapar una risa irónica muy similar a la que había hecho yo antes. ―No eres especial para ellos, Eris. Lo eres para mí ―afirmó como si fuera el mayor pecado que pudiese haber cometido―. Ese es el problema. ― ¿Es por eso que van a matar a toda esta gente si me quedo? ¿Porque soy… especial para ti? ―dije sin poder evitar sonrojarme un poco ante lo que podía significar eso. ― Sí. ―Luego se debatió entre terminar de decir lo que pensaba o limitarse a no finalizar la respuesta. Por suerte o por desgracia, la terminó―. Porque la noche que nos conocimos te salvé la vida… ― ¿Y…? ― Y no debería haberlo hecho.

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Si lees un libro o ves una película, seguramente sus protagonistas tienen mil cosas que decir ante una noticia así. No sé… algo como; ¿Tenías que matarme? ¿Quién eres en realidad? ¿Por qué no me has matado? Sin embargo, cuando en cuestión de segundos te das cuenta de algo que sobrepasa tu propia imaginación…en realidad no llegas a pensar nada. No soy una chica escéptica. Me gusta creer en cosas que seguramente no existen. Como en los fantasmas o la magia. O las hadas y los seres sobrenaturales. Así que había asumido que Dylan era algo parecido. Algo que al saber qué era podría aceptarlo porque en el fondo ya creía en ello. Pero al decirme que no debería haberme salvado, que yo debería estar… muerta, había revelado algo más. Me había confesado, sin decírmelo directamente, quién era. Aunque yo podía aceptar que fuera un fantasma o un ser sobrenatural, Dylan no era nada de eso, no exactamente. Dylan… Dylan era algo que nunca me había planteado que fuese corpóreo. Que tuviese… vida. Algo en lo que todo el mundo cree. Es decir… bueno, nadie podría decirle a Dylan que no existe. ¿O acaso hay alguien que no crea en la muerte? ― Eris… Dios, no debería haberte dicho nada. Esto ha sido un error. No estabas preparada para… ― Dyl… ―murmuré intentando hallar las palabras que no había encontrado―. Debería estar muerta… ¿verdad? ―conseguí decir. Escuché a Dylan tragar con fuerza. No había querido decírmelo, pero tenía que encontrar un modo de que me marchara, de que me apartara de la gente, y con una sola frase había logrado lo que no habría conseguido nunca; que viera mi vida desde fuera. ― Eris… tenemos que irnos. Si te quedas… ―Entonces lo entendí. ― Me has mentido ―comprendí―. Has dicho que tenemos que irnos porque aquí me descubrirán, porque corro peligro. Pero también has dicho que si me quedo, cuando me encuentren no habrá avisos. Matarán a todo aquel que esté cerca de mí ―murmuré. ― Eris… Por favor… ― Has dicho que intentas protegerme, que nos tenemos que ir porque quieres que esté a salvo… ―Alcé la cabeza y miré hacia el horizonte sin ninguna expresión―. Pero… tú sabes que no debería estar viva. Y que lo esté ha hecho que toda esta gente esté en peligro. ― Eris… no… ― Soy un error. Mi vida pone en peligro a toda esta gente. Y sabes… que no vas a poder salvarme porque en el fondo ya debería estar muerta ―Dylan tragó con fuerza y yo respiré con cierta dificultad―. ¿Verdad? Es por eso que tenemos que irnos, ¿no?

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Dyaln me cogió por los hombros y me alzó el rostro seguramente para mirarme a los ojos. Yo los cerré para poder verle a través de mis párpados. Sólo así podía imaginar que estaba realmente allí. ― Es mucho más complicado que todo esto, Eris. Ahora no hay tiempo ―dijo con la voz temblorosa―. Ellos quieren enmendar mi error. Pero no pienso dejar que lo hagan a su manera. ― De acuerdo ―dije con una sonrisa―. Únicamente quería entenderlo. Gracias por ser… sincero. Me separé de él antes de que pudiera decir algo más y me dirigí hacia mi hermano con decisión. No me caracterizaba por pensar mucho en las cosas, pero había necesitado unos segundos para procesarlo todo. No todos los días te dicen que deberías estar muerta cuando creías que te habías salvado por pura chiripa. ― Ares ―dije seria y sin titubear―. Necesito hablar contigo. Mi hermano, el cual estaba hablando con uno de los vecinos que todavía quedaban en la calle, se volvió hacia mí y me miró extrañado. ― Es importante. Al ver que me daba la vuelta y me apartaba, me siguió disculpándose. Miré hacia donde estaba mi madre. Un grupo de mujeres había formado un círculo para discutir la situación. Tal vez esa fuese la última vez que la veía… ― Eris, no es buen momento para… ― Me marcho ―lo interrumpí. No iba a irme por las ramas. Tenía que hacerlo y lo haría. ― ¿Qué? ¿Se puede saber qué estás diciendo? ―me preguntó confuso. ― Sinceramente, Ares. No puedo darte una explicación que entiendas y no tengo tiempo para convencerte si te contara la verdad. Lo único que quiero es que me cubras ―dije decidida―. Sé que no voy a conseguir que me dejes marchar por las buenas y sin darte ninguna explicación, mucho menos después de lo que ha pasado esta semana. Pero necesito que confíes en mí. Mis ojos quedaron fijos en los suyos intentando transmitir toda la confianza que podía albergar dentro de mí. Ares apenas pudo decir nada ante mi decisión. ― Eris… pero… ¿qué estás diciendo? ¿Te vas? ¿Dónde? ―preguntó confuso. ― Te llamaré en cuanto pueda. Y cuando lo haga te lo contaré todo. Te lo prometo ―le aseguré con una pequeña sonrisa. Ares, contrariado, comenzó a negar con la cabeza. Ante lo que sabía que diría, lo cogí por los brazos y clavé mis ojos en los suyos. Sólo le había mirado de ese modo en una ocasión antes: cuando se marchó a Alemania―. Me prometiste que regresarías a casa, y aunque dudé de ti y me enfadé, lo 123


hiciste. Los Arnaiz cumplimos con nuestra palabra. Tú necesitaste que confiara en ti, y no lo hice. Sé que es mucho pedir que yo te exija lo mismo pero… siempre fuiste mejor que yo en ese sentido… ―dije esbozando una pequeña sonrisa. Ares no supo qué decir ante mis palabras. Por una parte quería aceptarlo y confiar en mí, pero por otra su instinto protector se imponía con firmeza. Sentí sus ojos escudriñar dentro de mí para encontrar la respuesta. Finalmente me sonrió y me dejó totalmente sorprendida ante su decisión. ― Conozco ese valor. Lo he visto antes en otros ojos ―afirmó―. No me pedirías esto si no fuera realmente importante para ti. Y por primera vez, creo que estoy viendo a mi hermanita pequeña guiarse por su corazón en lugar de por su deber… ―Con un gesto tembloroso me abrazó con fuerza―. Sé que volverás cuando estés preparada… Se apartó de mí sin rastro de enfado o excesiva preocupación, pero sí una clara determinación. Debo reconocer que estaba sorprendida. ― Mamá… ― Yo me ocupo de ella. Eres mayorcita. Tengo que aprender a dejar que tomes tus propias decisiones, sean buenas o malas. Y ella deberá hacerlo también ―dijo alejándose. Antes de girarse me guiñó un ojo y me tiró su cartera. La cogí al vuelo―. Llámame. Recuerda que me lo has prometido. Sin poder creerme todavía que hubiese podido convencer a mi hermano con una seguridad que no sentía en absoluto, asentí con la cabeza y apreté su cartera entre mis manos. Dylan me cogió del brazo y me instó a marcharme. ― Vamos, Eris. Tenemos que irnos… ―me advirtió―. No tardarán en llegar… Y así fue como en una semana, en siete malditos días, mi vida se convirtió en una carrera desenfrenada hacia la muerte. Sólo que en mí caso la muerte era mi compañera de viaje… y la que intentaba salvarme la vida. Irónico, ¿verdad?

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Segunda parte 1 Desaparecer

Miré la pantalla mientras daba pequeños golpecitos sobre el metal de la máquina con la punta de los dedos esperando que los números aparecieran delante de mí. Con un gesto involuntario, me subí más la cremallera de la chaqueta negra y toqué mis cabellos cortos con la mano libre. Finalmente, después de unos interminables minutos, los resultados aparecieron en la pantalla. Sonreí. ― ¡Sal de una vez! ―escuché la potente voz de un hombre mientras golpeaba la puerta de cristal que me separaba de la calle. Miré hacia fuera con la cabeza gacha. Al parecer había pasado más tiempo del que creía encerrada en el cajero automático… Me volví hacia la máquina, extraje algo de dinero y apreté el botón de salir. La máquina me devolvió la tarjeta, la guardé en su sitio y me dispuse a abrir la puerta para marcharme. El hombre esbozó una mueca desagradable mientras pasaba por mi lado. ― Ya era hora… Maldita sea ―murmuró. No dije nada. Me dirigí hacia una cabina de teléfono que no estuviese rota e introduje un par de monedas. Luego apreté un número de teléfono que llevaba escrito en un pequeño papel blanco que había guardado en la chaqueta. Escuché la línea al otro lado del teléfono, y después de varios tuts, alguien descolgó. ― ¿Sí? ― Sólo quería agradecerte por enviarme tan deprisa el dinero ―dije mientras me tapaba la boca con el auricular. ― ¿Eris? ¿Eres tú? ―me preguntó. No contesté―. Eris, si eres tú… ¿Dónde te has metido? Todo el mundo anda buscándote. Al principio pensé qu, después de la semana que llevabas, algo te había ocurrido. Pero cuando recibí tu mensaje…

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― No puedo contestarte a eso. Es difícil de entender, y aunque te lo contara seguramente pensarías que estoy loca. Tal vez así sea… ―murmuré―. Gracias por enviármelo tan deprisa. Lo necesito más de lo que te imaginas. ― Eris, es tu dinero. Te lo ganaste ―dijo comprensivamente―. No me debes nada. Tarde o temprano te habría pagado, sólo moví unos pocos hilos para que mi madre acelerara el proceso. ― Por eso te lo agradezco ―le aseguré―. Estas arriesgando mucho al no decir a nadie que has contactado conmigo. ― Es… una forma muy sutil de decirme que no puedo decir que me has llamado… ―Escuchar su risa a través del teléfono me arrancó una sonrisa. ― Pronto todo habrá terminado. Gracias por tu ayuda, Aina. ― Para eso están las amigas ―contestó. Apreté el teléfono con ambas manos y asentí con la cabeza a pesar de saber que no iba a verlo. ― Claro. ―Y sin añadir nada más colgué. Salí de la callé para llegar a una plaza donde pararía un autobús en poco menos de cinco minutos. Miré el reloj un instante, eran las ocho de la tarde. El cielo ya estaba oscuro y esas horas eran peligrosas. Tenía que regresar cuanto antes. Cogí el autobús pagando en efectivo y me dirigí al último asiento posible. A esas horas apenas había gente en el vehículo. Habían pasado unos días desde que le dije a mi hermano que tenía que marcharme. Dylan… bueno, Edahi me había dicho lo que debía hacer para desaparecer. No era difícil, pero sí peligroso. Desaparecer conllevaba tomar ciertas medidas. La primera era no mantener contacto con nadie. Todo había comenzado porque yo no tendría que estar viva, así que Edahi me había explicado en pocas palabras que para no alterar el destino de más personas… yo tenía que dejar de existir. La solución más lógica habría sido entregarme. Incluso se lo había propuesto. Si debía morir, si mi existencia no era correcta, lo mejor era remediar ese error. Pero no me lo había permitido. Decía que era cuestión de principios. Había cometido un error y era de cobardes dejar que otros se encargaran de solucionarlo. Así que estaba intentando salvarme la vida mientras él… bueno, lo cierto era que no sabía qué estaba haciendo y tampoco se lo había preguntado. No le había cuestionado nada desde ese día en mi casa. No quería saberlo. Tal vez me daba miedo la respuesta. Tal vez temía mi reacción. Fuera como fuese, desde ese día me había propuesto desaparecer. No es que el cambio de cabello, pues me lo había cortado, o la distinta vestimenta fuera a despistar a los seres que me perseguían, pero sí lo haría con los míos. Edahi me había dicho que la muerte sigue un rastro. Ve el trazo de la vida de una persona mediante aquellos que la 126


componen. Así que pudieron encontrarme porque había dejado un rastro de personas, aquellas que formaban mi vida. Mi trabajo, mi familia… Si no tenían vidas a las que aferrarse, si yo ya no formaba parte del mundo, no podrían encontrarme. No al menos hasta que el trazo de mi vida volviera a retomarse y dejase otro rastro. Otro destino. Según Edahi, mi muerte había sido alterada por la propia muerte, por lo que mi vida era ilógica. Si hubiese sido modificada por otras circunstancias, seguramente mi destino habría cambiado, y mi muerte ―el día que moriría― también. Mi vida entera sería distinta y mi final sería en otro lugar, de otra forma y en otro momento. Sin embargo, mi destino había sido alterado por aquel que debía terminarlo, y mientras la muerte me acompañase sería invisible. Mi destino desaparecía. En otras palabras, si estaba con Edahi ellos no podrían encontrarme. Pues… ¿por qué seguir a alguien que ya va acompañada de la muerte? ―Seguramente no pensaron que pudiera revelarse contra sí mismo― Me levanté del asiento y bajé en la siguiente parada. El conductor me miró con extrañeza y cierta preocupación. ― ¿Estás segura de que quieres bajar aquí? No hay nada. Puede ser peligroso. ―Yo sonreí con amabilidad. ― Estaré bien, no se preocupe. ―Y bajé sin añadir nada más. El autobús permaneció allí unos instantes. Mientras seguía parado, me dirigí hacia un pequeño descampado donde, entre unos coches ruinosos, se encontraba el mío. O el que ahora era el mío. Pues tuvimos que tomar prestado un coche que ya había sido robado y estaba prácticamente hecho polvo. Entré y me dejé caer en el asiento con un suspiro profundo. ― ¿Estás bien? Sonreí al escuchar su voz. Edahi sabía lo que se hacía, sin duda. Aunque él tampoco había pensado que su plan pudiera fallar. En él no había opción de que ellos me encontraran antes de que yo lo encontrara a él. ― Sí. Todo ha salido como dijiste ―confirmé incorporándome y aferrando el volante con seguridad. ― ¿Estás segura de que nadie te ha seguido? ―dijo en un tono grave. Arranqué el coche y me puse en marcha al instante. ― Sí ―afirmé ocultando mi sonrisa resignada detrás de un mechón de pelo―. Estoy segura. Puse rumbo hacia mi actual escondite. Nunca permanecíamos mucho en el mismo lugar porque era muy sencillo atar vidas a la mía en cuanto pasaba tiempo en un mismo sitio. Por lo que en unos pocos días habíamos cambiado de refugio tres veces. En 127


esta ocasión era un hostal a pie de carretera por donde no circulaban muchos coches. La noche allí era barata y el desayuno y el almuerzo estaban incluidos. Llegamos una hora más tarde y me tumbé en la cama sin pensarlo demasiado. Había sido un día extraño y estaba agotada. En realidad, pasaba los días exhausta. ― No puedes dormirte aún. Tienes que comprobar las puertas y las ventanas. Oh, cierto. Según Edahi, aunque escapara de los que me perseguían, si por error ellos pasaban cerca de donde yo estaba empezarían a ocurrir cosas que conllevarían mi muerte. La primera vez fue con lo del escape de gas. La segunda ocurrió pocas horas después, cuando encontramos el primer sitio donde pasar la noche. Las ventanas se abrieron de golpe por el viento y una rama de un árbol enorme entró por ella y casi me mata. Edahi lo evitó. Así que antes de quedarme dormida tenía que cerrar puertas y ventanas minuciosamente para evitar accidentes. Al final, lo que había dicho Aina sobre la película Destino Final no iba a ser una broma. ― No es necesario… de verdad. A estas horas estarán tan lejos de aquí que no corro… ningún peligro. ― ¿Y si no los hemos despistado? ¿Y si se han dado cuenta de…? ― No lo han hecho ―puntualicé segura mientras me acurrucaba en la cama sin taparme―. Si supieran dónde estamos me habrían atrapado cuando fui sola a la ciudad. Y no me ocurrió nada, lo que demuestra que los hemos despistado muy bien en los últimos días. ― Ya pero… ― He hecho lo que me has pedido, Edahi ―dije abriendo los ojos un instante algo enfadada―. He ido con cuidado, nos hemos separado durante una hora exacta, he ido en bus y he dejado que mi rastro se perdiera justo estando en él ―afirmé―. Ahora lo único que tienen es un autobús y seguirán esa pista. No hay nada que los lleve hasta aquí. Estoy a salvo. Cerré los ojos de nuevo intentando dormir. A los pocos segundos sentí la mano de Edahi tocando mi espalda. Me tensé involuntariamente. ― Eris… Sólo pretendo salvarte… ― ¿Salvarme? ―lo interrumpí girándome hasta quedar boca arriba―. Ahora mismo el único empeñado en salvar mi vida eres tú. Si hago todo esto es por ti. ― Es tu vida, Eris. Sé que quieres vivir… ― Lo que realmente ocurre, Edahi, es que yo ya he asumido mi destino. Sé que debo morir, que debí haberlo hecho hace días. El problema no es que yo quiera vivir, el problema es que tú no asumes que debo morir. ―Mis ojos ardieron de frustración y de 128


cansancio, y la mano que había estado tocando mi hombro se apartó poco a poco. Volví a girarme y recoloqué la almohada mientras me acomodaba de lado. ― No, Eris… el problema es que la única que se ha rendido eres tú. ―Se levantó de la cama y se acercó a la ventana―. Y es difícil intentar salvar a alguien que no quiere ser salvado… Me mordí el labio hasta que empezó a sangrar otra vez. Los tenía tan cortados por el frío que apenas noté la diferencia entre la herida y el mordisco de verdad. Intenté contener las lágrimas con todas mis fuerzas. ― Tal vez no tienes la obligación de salvarme… Sentí un poco de frío en los huesos. Me abracé a mí misma un poco más mientras apretaba los ojos. Escuché cómo cerraba las puertas y las ventanas con firmeza, y supe lo que debía estar costándole concentrarse para poder hacer eso. Me hubiera gustado levantarme y ayudarle, pero quería que entendiera que aquello no era vivir. No quería sobrevivir si ese era el resultado. Aquello no terminaría, y no quería pasarme la vida huyendo. ¿Cuándo lo entendería? Pensé que no iba a decir nada más. Creí que la ya acostumbrada discusión diaria se había terminado. Que reflexionaría mis palabras y tal vez al día siguiente hiciéramos lo que yo le había propuesto desde el principio: terminar con todo antes de que fuera a más. Pero como siempre, me equivoqué. Debajo de Edahi seguía estando Dylan. El chico invisible con un morro que se lo pisaba, que anteponía lo que él quería a cualquier otra cosa. Lo que esta vez, lo que él quería era justo lo que yo le estaba pidiendo que no hiciese: salvarme. ― Sé que no es una obligación… ―murmuró― Quiero salvarte. ¿Pero cómo iba a hacerlo? ¿Cómo podía salvar mi vida aquel que debía arrebatármela? Las lágrimas de impotencia terminaron por salir y me quedé dormida poco después. El calor de una manta aplacó el frío y otro día paso. Otro día más para llegar a ninguna parte.

El sol de la mañana tocó mi cara haciendo que me diera la vuelta en la cama. Fruncí levemente el ceño ante la luz e intenté seguir durmiendo, pero fue imposible. Un golpe sordo logró despertarme más de lo que ya estaba, y el gemido de protesta que vino después me desveló del todo.

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Me incorporé de golpe con los ojos abiertos de par en par. La cama estaba revuelta y un trozo de manta se había desplazado hasta el suelo. Me asomé con cuidado para ver un espacio vacío en un revoltijo de mantas. ― ¿Dylan? ―murmuré con apenas voz. ― Joder... ¿Por qué te mueves tanto? ¿Es que no puedes dormir quietecita en tu sitio? Ante la imagen y el recuerdo de otra ocasión que había ocurrido algo parecido pero al revés, irrumpí en carcajadas. Me estiré mientras seguía tronchándome y pronto sentí la cama hundirse a mi lado, señal de que Dylan se había apoyado. La primera vez había caído yo, ahora le tocaba a él sentir el agradable despertar del duro suelo. ― Hacía días que no te escuchaba reír… ―murmuró―. Y también hacía días que no me llamabas Dylan. Mi risa se apagó al instante. Miré con los ojos entrecerrados la ventana. La luz se filtraba y aunque era todavía muy temprano, el sol calentó levemente mis mejillas. Aparté la sabana de golpe ― ¿Cuándo me había tapado?― y me dirigí hacia la mesita donde estaba la televisión. Allí había dejado las llaves del coche y la cartera de mi hermano. Me quedaban diez euros de los ochenta que tenía al principio. Seguramente era la paga extra de su trabajo en Alemania, por lo que me supo fatal tener que gastar ese dinero. Sabía que era eso porque Ares no solía llevar dinero en su cartera si no era extremadamente necesario. Cogí mis pantalones tejanos negros, unos nuevos que había comprado en un mercadillo y que me iban algo grandes, y saqué los cien que había sacado del cajero el día anterior. Eso me daba libertad para un par de días más, supuse. Las noches en hostales u hoteles baratos lo eran hasta cierto punto. A este paso tendría que ingeniármelas para sacar dinero de otro lado, sino pronto tendría que dormir en las cunetas… ― Eris… por favor, habla conmigo ―murmuró la voz de Edahi detrás de mí―. No puedes ignorarme eternamente. ― Tú me ignoras a mí. Así que no tengo por qué concederte un mejor trato ―dije sin darme la vuelta. ― Tu petición no entra en la categoría aceptable ―puntualizó―. No voy a dejarte morir. ― Entonces seguiré ignorándote. Edahi. Me puse los pantalones con calma y me sacudí el jersey holgado gris que llevaba puesto y no me había quitado para dormir. En realidad, tampoco recordaba haberme quitado los pantalones… pero eso carecía de importancia ahora mismo. Me miré en el espejo para arreglar un poco mi cabello. Cortito y a jirones desiguales a la altura del 130


cuello ―pues lo había cortado yo misma con unas tijeras― estaba desordenado y algo sucio. Me dirigí a la ducha e incliné la cabeza hacia abajo. Abrí el agua y me mojé el pelo. Estaba fría, lo cual me fue bien para despertarme. Lo enjaboné un poco y lo aclaré. Luego lo sequé con una toalla amarilla que en su día debía haber sido blanca y volví a mirarme en el espejo. Lo peiné con los dedos y los rizos cobraron vida de nuevo. Todo mi cabello, junto con el flequillo, era un revoltijo de rizos dorados a la par que castaños. Sacudí la cabeza un par de veces y me sequé la cara con la misma toalla eliminando los restos de gotitas de agua.

― ¿Te sientes mejor? ―me preguntó desde el umbral de la puerta. ― No ―contesté sin molestarme a aparentar estar bien como habría hecho tiempo atrás―. Pero como tampoco importa… 131


Edahi suspiró. Escuché sus pasos alejarse y supe que ya no estaba mirándome. Apoyé mis manos encima del mármol del baño y observé mis ojos, ahora más verdes, en el espejo. Mi piel estaba pálida, y mi pequeña nariz de gnomo empezaba a pelarse un poco debido al frío. Mis labios seguían resecos con algunos cortes, y pude ver el pequeño mordisco en el lado derecho del labio inferior. Al parecer había apretado más de la cuenta. Me lo toqué con la punta de los dedos y noté cómo escocía. Dolor. ¿Sentiría dolor al morir? ― Eris, coge tus cosas, nos vamos ―dijo Edahi desde la habitación principal. ― ¿Por fin vas a entregarme? ―pregunté con cinismo. Él dejó escapar un suspiro resignado y frustrado. ― Necesito encontrar a alguien… y sé dónde puedo encontrarlo ahora mismo ―aseguró―. Vamos. ― De acuerdo. Mi otra yo, la de principios de la semana pasada, habría preguntado a quién buscaba y por qué. Mi yo de ahora se limitaba a obedecer y seguir los pasos que Edahi me decía que diera. No había preguntas, ni siquiera se las planteaba mi mente. Era posible que no estuviera muerta, pero en el fondo yo ya me sentía así. Llegamos a mi coche diez minutos más tarde. Edahi fue dándome instrucciones para llegar a nuestro destino. No fue mucho rato, pero empezaba a parecerse a un GPS. ≪Gira a la derecha, en la próxima rotonda coge la segunda salida. Sigue recto. Sigue recto…≫ De haber estado de humor me habría reído. Nos detuvimos en una pequeña granja aparentemente abandonada. Había algunos caballos pastando en el campo, y algo más lejos un rebaño de ovejas. Arrugué la nariz, olía a mil demonios. ― ¿Qué es este sitio? ―dije asqueada. Edahi tiró de mí cogiéndome de la chaqueta. No fue un gesto rudo, pero yo lo tomé como tal y lo aparté―. Sé andar. ― No digas nada ―me dijo en voz baja―. No sé si eso podría ayudarnos… Aunque en el fondo quería preguntar, me mordí la lengua y lo seguí esperando que todo terminara de una vez por todas. Edahi se acercó a la cabaña y abrió la puerta de madera poco a poco. Entré detrás de él y me tapé la nariz con la mano al instante. Allí olía incluso peor… Avanzamos entre la maleza mientras Edahi me prevenía de algunos objetos que debía sortear. No había mucha luz. Subimos por una destartalada escalera y temí que fuera a derrumbarse bajo mis pies. Tal vez no me importase morir si ese era mi destino, pero eso no significaba que me gustara jugar con mi muerte.

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Apoyé mi mano inconscientemente en la espalda de Edahi y escuché que intentaba esconder una risa. Fruncí el ceño y me obligué a fingir que no me había dado cuenta. Llegamos a un replano donde una de las ventanas estaba abierta de par en par. La luz entraba a raudales dejándome ver el lugar donde nos encontrábamos. A parte de la ventana, no había mucha cosa más. La habitación parecía más bien un desván. De madera y medio en ruinas. No había nada, ni siquiera basura o restos de cualquier cosa por el suelo. Seguí inspeccionándolo todo hasta que… Oh, Dios mío. En un rincón, tirando en el suelo y apoyado en la pared, había un hombre medio muerto. Escuché los pasos de Edahi aproximarse al hombre y detenerse a pocos metros, esperando. ¿Esperando… qué exactamente? Miré hacia el hombre tendido en el suelo. No tenía muy claro si estaba muerto o todavía vivía. Sin duda, parecía muerto. Y olía como tal. Minutos más tarde me sorprendí al ver cómo el moribundo se incorporaba y empezaba a toser mientras respiraba de un modo extraño. Como si hubiese pasado un montón de tiempo sin respirar y necesitara encontrar la forma correcta de hacerlo. Me quedé quieta observando al hombre sacudir la cabeza y mirar hacia delante. Luego la alzó hacia arriba, donde debía estar Edahi... ―¡Genial! Otro que puede verlo. Al final seré yo la rara…― ― Joder, Edahi… ―dijo el hombre con voz ronca. Tosió de nuevo―. Menudo susto. ¿Qué haces…?―tosió―. ¿Qué haces aquí? ―volvió a toser―. ¿Sabes cuantos de los tuyos te están buscando? ― Creía que también formabas parte de estos cuantos, pero me hago una idea, viejo ―murmuró con aire familiar―. Supongo que como siempre, tú pasas de todo, ¿no? El hombre se recostó en la madera mugrienta que tenía a su espalda y se encogió de hombros. ― No me gustan las guerras. Ni las disputas. Ya tuve suficiente cuando estaba vivo ―aclaró―. Y no quiero tener problemas. Sabes que no tengo nada contra ti, pero no quiero meterme en tus asuntos. ― Creo que lo entiendo. Por eso tenía que verte ―dijo Edahi desde el mismo sitio donde lo había escuchado al principio―. Necesito que me digas algo. Es cuestión de vida o muerte. El hombre enarcó una ceja y se pasó una mugrienta mano por el pelo apartándolo de su cara. ― No me hagas hablar de vida o muerte, Edy ―dijo con cinismo―. Sé suficiente de la muerte y sabe Dios que no sé nada de la vida. 133


― Ayax, por favor, no te he pedido nada desde hace siglos. Y me debes una ―dijo agachándose, pues el hombre siguió su movimiento con la mirada. ― Eres listo… Has esperado a que me metiera en este maldito cuerpo para que no pueda negarme ―afirmó dejando escapar una risa acompañada de tos―. Maldito capullo, así no puedo advertir a nadie, ¿no? Eres un hijo de puta muy listo. Escuché a Edahi reírse con el hombre. Parecían, en un sentido macabro de la palabra, amigos. Y eso me puso un poco nerviosa. Retrocedí unos pasos y me retorcí las manos en un gesto nervioso. El hombre dirigió su mirada hacia mí en cuanto reparó en mi presencia. Frunció el ceño y se levantó con esfuerzo mientras maldecía. ― ¡No me jodas, Edy! ¿La traes contigo? ¿Es que te has encontrado con la Locura últimamente? ―rugió. Edahi se plantó delante del hombre, protegiéndome. ― Necesito esto, Ayax. Una pequeña información y te dejaremos en paz. Por favor… ―suplicó. Ayax miró a Edahi primero asombrado y luego resignado. ― Vaya, ahí la prueba de que Locura y Amor tuvieron un revolcón hace años… ―musitó―. ¿Qué quieres, idiota? ― Necesito que me digas dónde está Catrina ―le espetó. ¿Catrina? ¿Quién narices era Catrina? ― Estás más loco de lo que pensaba. ¿Realmente vale la pena ir directo a la boca del lobo por… un error? ―dijo mirándome directamente a los ojos. Edahi no contestó inmediatamente. Sentí que me miraba, era una sensación casi física a la que me había acostumbrado. Como si pudiera ver mi alma. Era lo que me había dicho Aina en una ocasión. Él veía dentro de mí. ― Hay errores por los que vale la pena cometer locuras… ―murmuró. El hombre se encogió de hombros y aceptó su respuesta mientras mi corazón empezaba a latir desenfrenadamente. Había pensado siempre que cuando viera al chico de mis sueños me pasaría exactamente eso. Entonces sabría que es amor. Pero yo ni siquiera veía a Dylan… Ni siquiera podía… ― ¿Vas a ayudarme o no? ―murmuró Edahi con rudeza. El hombre sonrió. ― Si quieres encontrarte con la pequeña psicópata tendrás que pasar por encima de Luth e Idainel. Y otros muchos más. Sabes que aunque es solitaria nunca tiene el camino despejado. ― No soy un niño inexperto, Ayax. Sé cómo tratar con Catrina. ¿Dónde?

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― Sabes dónde, amigo ―Dejó unos minutos de incógnita para luego terminar la frase―. Donde todo empezó… ―Y no sé Edahi, pero con esa respuesta yo me había quedado igual.

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2 Miedo

La habitación se quedó en silencio unos instantes. El hombre al que había llamado Ayax sonrió de un modo escalofriante hacia donde yo estaba y me guiñó un ojo con descaro. Yo compuse una pequeña mueca que finalmente se convirtió en el asomo de una sonrisa. Por alguna extraña razón, ese hombre ―o lo que fuese― parecía tener el tipo de simpatía que tenemos la gente como yo: algo atrofiada. ― Tu amiguita tiene agallas, ¿eh? ―comentó hacia Edahi―. Tenerte como amigo no es… una buena idea. No tuve muy claro si eso último se lo decía a Edahi o al aire. Su expresión cambió un poco y se acercó a trompicones hacia la ventana abierta. Miró a lo lejos y empezó a reír escandalosamente. Alguna tos se mezcló con su risa mientras Edahi también se acercaba. ― Vaya… esto sí que no lo esperaba… ―murmuró Ayax con franqueza. ― Mierda… ―murmuró Edahi. Quise preguntar qué ocurría, pero en el fondo ya lo sabía. Ellos nos habían encontrado―. Podrías haberme advertido que podían estar por aquí, ¿no? ―comentó enfadado. Ayax se encogió de hombros y se apoyó en el marco de la ventana. ― ¿Cómo iba a saberlo? ―dijo de forma desenfadada―. Estoy acostumbrado a encontrármelos por donde voy. Exactamente como tú. Pero a diferencia de ti, yo no estoy pendiente de si me siguen o no. Edahi se volvió y se dirigió a mí apresuradamente. Cogió mi brazo con aspereza. Sus manos temblaban levemente y supe que estábamos en peligro. Rectifico: estaba en peligro. ― Supongo que es culpa mía, debí suponer que sabrían que acudiría a ti… ―Su voz se dirigió a Ayax cuando continuó hablando―. Siento mucho si te he puesto en problemas. Nos marchamos. Y muchas gracias. ― No te preocupes. No pueden hacerme más de lo que ya me han hecho. Eres tú el que, de repente, tiene algo que perder. Te deseo suerte. Aunque sea una completa

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locura ―Luego se echó a reír―. Joder, después de esto tendré que cortarme la lengua pero… me alegro de verte Edy. Estas igual de idiota que siempre. ― Yo también me alegro de verte, viejo. Edahi me empujó hacia fuera sin separarse de mí. Dirigí una pequeña mirada hacia el hombre y le dediqué una última sonrisa sin saber muy bien por qué. ― Mmm… sí, es posible que logre salvar su alma… Su sonrisa… ―y ensanchó la suya de un modo extraño―. …es sincera.

Entonces lo entendí. El hombre hablaba conmigo, aunque por alguna razón no lo hacía directamente. ¿En tal caso, hablaba de mi alma? ¿Creía que Edahi... podría salvarme? ¿Era un acto de fe? De todos modos, por alguna razón su tono me dijo que sus palabras tenían algo escondido. Un significado más profundo que no pude analizar porque… ¡Dios! ¡Estábamos intentando bajar unas escaleras que no dejaban de descomponerse!

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Mi pie tropezó varias veces con algunos trozos de madera mientras intentaba mantenerme en pie. Edahi aferró mi brazo todavía más fuerte, impidiendo que cayera por el borde de la escalera o que algún tronco me atravesara el pie. En cuanto llegamos abajo, vi cómo una lámpara rústica enorme unida a un trozo de techo caía sobre mí. Edahi me apartó tirando de mi brazo y choqué contra él cerrando los ojos. Al abrirlos pude ver una pared a pocos centímetros de mí. Alcé la cabeza consciente de qué había amortiguado el impacto, o más bien dicho, quién. Edahi me separó de él con cuidado y empezó a correr de nuevo para salir por una de las ventanas laterales que llegaban hasta el suelo. Unos gritos ensordecedores se escuchaban a lo lejos y sentí la presencia de algo que me ponía los pelos de punta. Lo peor de todo era que no podía ver nada. Y saber que Edahi sí podía no ayudaba. ― ¡No huirás muy lejos! ―escuché que decía una voz chillona. Una risa desgarbada siguió a algunas voces más, y un tronco de… ¡No! Un maldito árbol entero salió despedido hacia nosotros. Edahi me empujó y caí al suelo de bruces. Me incorporé enseguida intentando encontrar el núcleo del ataque. Descubrí un tablón volando hacia mí. Tratando que mis nervios no me jugaran una mala pasada, me concentré y conseguí sortearlo. Escuché a Edahi acercarse de nuevo, jadeando y gruñendo. Sentí su mano temblorosa sobre mi espalda e intenté prestar atención. Risas y gritos. Todo era confuso. El viento lograba levantar otros objetos e intenté evitarlos. Edahi me apartaba del camino constantemente, pero ellos eran más. Nos encontrábamos a pocos metros de la cabaña, tal vez podríamos llegar hasta el coche y salir pitando de allí. Pero seguramente tendríamos un accidente o algo parecido. Ellos no iban a dejar que me marchara. Intentando escapar como podíamos, el viento empezó a azotarnos en todas direcciones. Parecía que el cúmulo de accidentes que suceden para llegar hasta tu muerte se manifestara todo a al mismo tiempo, y todos contra mí. Delante de mis ojos pude ver cómo un grupo de troncos y maleza empezaban a arremolinarse formando una especie de tornado, y en cuestión de segundos empezaron a precipitarse hacia nosotros. En ese instante lo vi. Vi que mi vida iba a terminar en ese momento. Sentí la ansiedad de aquel que sabe que su fin está cerca. Noté el frio suspiro de la muerte tan cerca que no logré pensar en nada. No pude recordar si me había despedido. ¿Qué era lo último que le había dicho a mamá? ¿Y a mi hermano? ¿Cuáles habían sido mis últimas palabras dirigidas a Dylan? A mi Dylan, no a Edahi. Al chico invisible con un morro que se lo pisaba que decidió auto-invitarse a mi casa. No lo recordaba. Entonces me di cuenta de que en el fondo no quería morir. Tenía tanto que hacer, tanto que decir. Necesitaba poder disculparme con Dylan por mi comportamiento de los últimos días. Necesitaba… necesitaba verlo antes de morir. Pero por encima de todo quería poder tocar su rostro una vez más… Me aferré a Edahi con fuerza mientras todos esos pensamientos pasaban por mi cabeza en cuestión de segundos. Mis ojos observaron los trozos de maleza acercarse 138


hacia nosotros, y justo cuando iban a golpearnos, los desechos se desviaron y chocaron contra la casa en ruinas. Asombrada por lo sucedido, no me di cuenta de que no todos se habían desviado del todo. Un tronco pequeño pero pesado terminó su trayectoria e impactó con fuerza contra mi cabeza. El golpe fue tan brutal que me tumbó al suelo. Debí perder el conocimiento unos instantes, porque lo siguiente que recuerdo fueron unos brazos tocando mi cabeza con cuidado. Me sentía mareada, pero al parecer debo tener la cabeza muy dura porque enseguida logré recomponerme. Más o menos. ― Eris… Eris por favor. Abre los malditos ojos ―murmuró su voz angustiada―. Joder, mierda, no me hagas esto. Quise decirle que estaba bien, que estaba consciente, pero mis labios no me respondían. Quería decirle tantas cosas. ― Entréganosla ―exigió una voz lejana ―. Está medio muerta. Termina tu trabajo. ― No… ―murmuró Dylan. ― Es inútil. Esa alma hace tiempo que tendría que haber pasado al otro lado. ― No morirá. Ella no tiene que morir ―gruñó Dylan aferrándose a mí. La risa escalofriante que escuché al principio resonó de nuevo acompañada por otra chillona y extraña. ― Va a castigarte… ¡Y ya sabes cómo lo hará! ―cantó divertida―. No tendrás descanso. ¡Y te quitará tus privilegios! ― De todos modos jamás debió dártelos. Mira lo que ha pasado gracias a su magnífico regalito… ―murmuró la voz amargada de antes. Luego sus pasos se acercaron más―. Mátala ahora, entréganos su alma y tal vez aplaquemos su furia… Dylan se aferró más a mí y giró su rostro para gritar en un rugido que no parecía humano, ni nada que hubiese escuchado nunca: ― ¡No! La potencia de la voz resonó por todas partes y la densidad del aire se arremolinó expulsando trozos de madera, árboles y vegetación hacia todas partes. La calma que siguió a eso fue tan sobrecogedora que me dejó helada. Las manos de Dylan volvieron hacia mi rostro y lo escuché jadear asustado. Intenté esbozar una sonrisa y probé a hablar de nuevo. ― Dy… Dyl… ― ¡¿Eris?¡ ―exclamó ansioso―. ¿Estás… estás bien? ¡Dime que estás bien! ―me gritó. Yo ensanché la sonrisa―. No vueltas a darme estos sustos, maldita sea ―me regañó enterrando su rostro en mi cuello. 139


Alcé los brazos y lo rodeé con cariño mientras notaba cómo temblaba. Había tenido miedo… ¿Miedo de que muriese? ¿Por qué le importaba tanto mi vida? ― Tus… amigos no se andan con tonterías, ¿eh? ―murmuré. Él me incorporó y comprobó que no hubiese sufrido ningún daño grave. Me sonrojé ante su atención, pero no me opuse. ― No tardarán en volver. Los he echado, pero no tengo la capacidad suficiente para hacerlo de nuevo. Era porque… estaba asustado ―murmuró―. Sé que habrías preferido que te entregara pero… ― No ―dije antes de que terminara―. No lo habría preferido… ― ¿Qué quieres decir? Pensé que querías… Noté como mis ojos se humedecían mientras me daba cuenta del miedo que había pasado. No miedo a morir, sino miedo a perder ciertas cosas. Como a mi familia, la oportunidad de hablar de nuevo con ellos, de decir todo lo que no había dicho, de hacer todo lo que no había hecho. Pero sobre todo tuve miedo a no poder estar más con Dylan, de no poder recordar lo último que le había dicho. ― Yo… lo siento Dylan… ―murmuré con la voz quebrada―. Me he portado como una imbécil. Tenía miedo e intenté que no te dieras cuenta… Pero yo… yo no quiero que te vayas… No quiero estar enfadada contigo… Dylan me abrazó sin previo aviso y me aferré a ese abrazo como si de ello dependiera mi vida. Mis brazos temblaban al igual que mis labios. Sus manos borraron el rastro de mis lágrimas intentando calmar el temblor que recorría todo mi cuerpo. Entonces, lo que había sentido y lo que había pensado antes de que el tronco golpeara mi cabeza escapó de mis labios. ― Dylan… yo… no quiero morir…

El trayecto de vuelta fue… terrible. Ya no por el hecho de lo mucho que me dolía la cabeza, sino porque al no poder conducir… Bueno, podéis imaginar quién me sustituyó. Y no. La muerte ―o lo que sea realmente Dylan― no sabe conducir. ― ¡Dyl, cuidado el poste! ―grité. ― ¿Quieres callar? ¡Estoy intentando conducir! ― Lo sé, lo intentas, pero no lo consigues… ¡Dios, ponte en tu carril! ― ¿Qué carril? ―gritó. ― ¡A la derecha, al otro lado de la línea blanca! ―grité tapándome los ojos. 140


― Tranquila, está controlado ―dijo después de volver a su lado de la carretera. Yo suspiré un instante para luego taparme los ojos de nuevo al ver cómo casi se comía una señal de prohibido adelantar. ― Recuérdame que no te deje conducir nunca más… ― Era una emergencia. No puedes conducir así ―me sermoneó. ― Ya… pero recuerda que intentas salvarme la vida… ― ¿Qué quieres decir con…?―murmuró seguramente mirándome, pues el coche se desplazó hasta rozar la línea del arcén. ― Recuérdalo. ¡Y mira hacia delante, por Dios! ― ¿Cómo sabes que…? ― ¡Hacia delante! Y así todo el trayecto… Si no fuera porque ya me dolía la cabeza, seguramente me dolería. Regresamos de nuevo al hostal un cuarto de hora más tarde. No había motivos para pensar que ya no era seguro, y mi estado no era el adecuado para seguir huyendo. No al menos en lo que quedaba de día. Le pregunté al hostelero, después de que Dylan me curara la herida de la frente, si podía subirme una hamburguesa y unas patatas del bar-restaurante que había en la planta baja. El hombre me sonrió con amabilidad y me dijo que no había ningún problema con llevar comida a la habitación, que muchos clientes lo hacían ―o lo harían si tuviese―. Así que una vez arriba de nuevo comí tranquilamente encima de la cama. La hamburguesa llevaba prácticamente de todo, y estaba realmente jugosa. A parte de ser enorme, el pan era crujiente, la carne estaba en su punto y el queso se fundía a la perfección. Estaba realmente rica, pero por alguna razón me costó Dios y ayuda terminármela. Dyaln me obligó porque no había comido nada desde el día anterior. Le ofrecí alguna patata, pero la rechazó. En realidad, desde que escapamos de mi casa que Dylan casi no comía, ni hacía nada de lo que solía hacer los primeros días. ― Ya no comes ―puntualicé―. ¿Es porque has recordado quién eres? Era la primera pregunta referente a lo que él era que había hecho en los últimos días. Supe que lo había sorprendido. Seguramente se habría acostumbrado a que no cuestionara nada, y era normal. Me imaginaba que el tema debía ser algo escabroso, pero por alguna razón… ahora necesitaba respuestas. ― Sí… ―respondió al cabo de un rato―. En realidad, no me había dado cuenta de este detalle… ―dijo riendo sin ganas. Seguidamente cogió una patata, la cual salió 141


volando y desapareció a cierta distancia. Se la había comido―. Ni siquiera noto ya el sabor de las malditas patatas ―afirmó indiferente. ― ¿Por qué? ―pregunté―. Bueno… Antes eras el mismo a pesar de que no recordabas y sí saboreabas la comida. Y tenías hambre. También dormías y sentías dolor. No te he visto quejarte mucho por esas cosas últimamente. Dylan suspiró y se levantó de la cama con cuidado de no tirar el resto de patatas por la sabana. Se paseó hasta detenerse en el cabecero de la cama, justo a mi lado. ― Pensé que nunca empezarías con las preguntas ―murmuró―. Las temí en un principio porque no sabía si podía contártelo o, de hacerlo, cómo explicártelo todo… ―Finalmente se sentó cerca de mí―. Luego temí que nunca llegaras a preguntarme nada. ― Nunca estás contento con nada, Dyl ―dije con humor. Dylan se rió como siempre. Con esa alegría que lo caracterizaba y tanto me gustaba. Podría pasarme horas escuchándolo reír. ― Ya… ―murmuró―. Esto que voy a contarte… es difícil de entender y también de explicar. ― Intentaré seguirte ―afirmé con una sonrisa. ― No es porque sea complicado… Es que… ―dejó escapar otro suspiro temeroso―. Nunca se lo he contado a nadie. Siempre he ido solo… Nunca he conocido a nadie que supiera quién soy aparte de… ― ¿Ellos? ―terminé por él―. Por cierto, ¿quiénes son ellos? ―pregunté. Dylan suspiró con ironía y se recostó en el cabecero de la cama. ― Supongo que es lo mejor. Empezar por quiénes son ellos… por quién soy yo. ― ¿No eras la muerte? Él volvió a reírse, esta vez de mí, y la madera crujió un poco. ― Yo no soy la muerte en sí misma. ― ¿Entonces, quién eres en realidad? ―murmuré. En ese instante sentí sus ojos clavados en mí, esperando ver mi reacción cuando él dijera la verdad. ― Soy una Parca ―sentenció―. Todos nosotros. Los que te persiguen, Ayax y los que encontramos en la cabaña. Somos Parcas. Mis ojos se ensancharon por momentos. ¿Una Parca? Espera. ¿Las Parcas no eran tres viejas chochas de la mitología griega que se encargaban de transportar las almas al inframundo? Dylan se echó a reír al adivinar mis excéntricas cavilaciones. 142


― Creo que puedo imaginar qué estás pensando por la cara que has puesto. ―¿Qué cara había puesto?―. Las Parcas, fuera de lo que te hayan contado las leyendas, somos una especie de… mensajeros. ― ¿Mensajeros? ― Aja ―afirmó―. Verás, de muerte sólo hay una, pero a pesar de ser un ser medianamente divino es demasiado trabajo para uno solo. ¿Cómo te sentirías si tuvieras que transportar las almas de millones y millones de personas que mueren diariamente en distintos puntos del planeta y en el mismo instante? Por no contar los animales y las plantas. Dejé escapar un suspiro de agobio de solo pensarlo. Tenía cierto sentido que tuviese ayudantes. Pensando en la muerte como algo físico, claro. Mi idea de la muerte hasta ahora era demasiado etérea como para plantearme esa pregunta. ― Vale, creo que lo entiendo ―dije al fin―. Entonces… esa tal Catrina… ― Exacto. Catrina es la Muerte ―me contestó antes de que terminara de preguntar. ― Y… ¿Por qué narices quieres ir a ver a la que me quiere muerta? Porque ella es quien lleva el cotarro, ¿no? Ella debe haber mandado a todas esas… Parcas a por mí. Dylan profirió un ≪mm…≫ bastante extenso mientras hacía esfuerzos por no reír. ― Verás, Catrina sólo hace su trabajo. Está un poco… ¿desequilibrada? ―acertó a decir―. Pero no es mala. Es una buena amiga mía, en realidad. La única que he tenido en siglos. Sé que no me juzgará de entrada. Fruncí levemente el ceño al escucharle. Mis ojos se clavaron en la cama, donde las pocas patatas fritas que quedaban debían haberse enfriado. Me metí una en la boca y la mastiqué con cuidado. ― Así que es tu amiga. ¿Entonces, la Muerte es mujer? Nunca lo habría imaginado… ―murmuré mirando hacia otro lado. ― Ya, bueno. Yo tampoco lo imaginé cuando vivía. ―Mis ojos se abrieron de par en par. ― Espera un segundo… ¿Cuando vivías? ¿Estuviste vivo? ― Antes de ser una Parca… yo también era humano, Eris. No siempre he sido así ―murmuró. Yo abrí la boca de par en par. Había pensado en Dylan como la muerte, como alguien no humano. Pero… no había tenido en cuenta que podía haber sido algo más antes de convertirse en una Parca. 143


― Entonces… hace… ¿siglos? ―Él profirió un sonido afirmativo―. Siglos ―dije de nuevo ahora algo más segura―. Tú eras… ― Viví durante el siglo quince en la edad de esplendor de la civilización Azteca. O cuando apareció, que viene siendo lo mismo ―afirmó. Mis labios se abrieron de nuevo, quedándome totalmente pasmada. ― Un segundo… ¿Tú eras… Azteca? No me jodas… ―murmuré totalmente impresionada. ¡Eso quería decir que llevaba siendo una Parca… unos seis siglos! ―siglo arriba, siglo abajo…― ― Supongo que es normal que no lo sepas, pero mi nombre; Edahi, proviene de la civilización Azteca. Significa Viento. Era… el Dios del viento o algo así. ― Lo cierto es que no soy muy dada a la historia… ―murmuré―. Es decir, me gusta y la he estudiado, pero mi memoria tiende a olvidarla con mucha facilidad ―dije un poco sonrojada―. Los… Aztecas eran una civilización tipo los mayas y eso, ¿no? Dylan dejó escapar una risa que ya no pudo contener y se acercó un poco más a mí hasta que nuestros hombros se rozaron. Al parecer se lo estaba pasando genial explicándome todo aquello. Mis preguntas debían ser bastante absurdas. ― Fue una civilización que creó un gran imperio en la zona norte de México. Fuimos guerreros y conquistadores, y muchos adoptaron las culturas de los pueblos vecinos que sometieron ―explicó. Bueno, una pequeña clase de historia durante el almuerzo a las cuatro de la tarde no iba nada mal. ― ¿Por qué hablas como si no pertenecieras a ese grupo? ―pregunté curiosa. ― Porque no formaba parte de ellos ―contestó―. Mi gente quería apoderarse de todas las tierras, quería extender su cultura, pero en lugar de eso lo que realmente hacían era extinguir la nuestra adoptando de otras. ― La evolución…Aprender y perder ―murmuré con cierta ironía. ― Un grupo de guerreros, entre los que me incluía, formamos una pequeña resistencia para prevalecer los principios de nuestra civilización. ―Luego escuché un pequeño crujido en la madera, por lo que supuse que se habría encogido de hombros o algún gesto parecido―. Pero no lo recuerdo mucho. En realidad, no era un guerrero muy eficiente, ¿sabes? Me reí sin poder evitarlo. Si era en algo parecido al Dylan de ahora estaba segura de que no. ― ¿No luchabas demasiado bien? ―pregunté a media voz. 144


― En realidad, sí. Era bueno luchando, y aunque no era muy imponente físicamente, sí era fuerte. Me entrenaron desde pequeño y aprendí a luchar como el mejor ―afirmó―. Pero no me gustaba. No era lo mío matar gente para que prevaleciera una cultura. No me gustaba… ―Entonces estalló en carcajadas como si sus propias palabras fueran el mejor chiste jamás contado. Y en realidad, lo fueron―. … no me gustaba matar… Enseguida me uní a sus carcajadas, pero las mías murieron poco a poco dejando una sonrisa tierna en su lugar. ― Si no te gustaba matar… ¿Cómo te convertiste en una…? ― Fue… algo complicado ―murmuró―. Desde pequeño siempre había sido… diferente. Todo el mundo lo veía. Empezando por mi nacimiento ―comenzó. Me apoyé contra la madera de la cama para poder escucharle cómodamente―. Parecía un niño normal, pero mis ojos… eran de un azul poco natural, y extraño entre nosotros. Por eso me pusieron este nombre. Mis ojos recordaban al viento. ― ¿Y por qué no al agua? El viento no es azul…―Luego lo pensé un poco y rectifiqué―. Bueno, el agua tampoco pero… ― Era porque no eran de un azul tranquilizador. Eran turbios, como… una especie de tornado ―afirmó―. Así que todos me llamaron Edahi para que cualquiera que escuchara mi nombre supiera de quién estaba hablando. Me quedé callada incapaz de preguntar nada. Las palabras habían quedado suspendidas en el aire. ― Te parecerá una tontería, pero entonces la gente era muy supersticiosa. Las cosas que se salían de lo normal eran peligrosas. Creían que yo era peligroso, y me trataron como tal. Empezando por mi nombre. ― Eso es una crueldad. ―Él dejó escapar una risa irónica. ― Lo peor de todo es que tenían razón ―siguió. Fruncí el ceño ante su afirmación―. Cuando era pequeño escuchaba y veía cosas… que los demás no podían. Mi madre me advirtió que no dijera nunca nada de esto, y lo mantuve en secreto. ≪Pero a medida que crecía, las voces eran más claras e intensas, y empezaron a tener cierto sentido para mí. Las escuchaba murmurar cosas que nadie debería saber nunca, y gracias a sus voces podía saber quién iba a morir y de qué forma. Intenté ignorarlo como mi madre me advirtió, pero una de las veces supe con certeza que iba a morir alguien a quien quería muchísimo. Mi hermana, Sugey. ≪Quise salvarla, impedir que aquel que tenía que llevársela lograse su cometido. Ella no sabía lo que ocurría, pero cuando vio que luchaba contra algo que ella no podía ver ni oír… me tuvo miedo.

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≪Sugey escapó de mí, empezó a creer lo que todos decían sobre que era peligroso y no logré salvarla. El ser que venía a por ella se llevó su alma y la perdí para siempre. ≪Sin embargo, era incapaz de llegar a casa y decirles a mis padres que Sugey había muerto. Que no había podido impedirlo. Les había fallado y tuve miedo. Así que obligué a ese ser que me la devolviera. Luché contra él y logré controlarle en cierta medida, pero me dijo que no podía hacer nada, que el alma ya había llegado a las manos de la muerte y había pasado al otro lado. No podía recuperar a Sugey. ≪Enfadado y asustado, retuve al ser y empecé a hacerle preguntas. ¿Quién era? ¿Por qué se había llevado a mi hermana? ¿Por qué podía escucharle y verle? Él me contestó que eran Parcas, mensajeros de la muerte que se llevaban las almas de aquellos que debían morir. Que el destino de mi hermana terminaba allí, y que nadie podía cambiar eso. Cuando un alma es reclamada por la muerte, su destino ya está sentenciado. Dylan hizo una pausa. No me atreví a decir nada porque sabía lo que estaba pensando. No pudo salvar a su hermana… y seguramente no podría salvarme a mí. Cuando el alma era reclamada por la muerte, su destino… ¿Por eso quería hablar con ella directamente? ― Pero no quise aceptarlo ―siguió―. Me negaba a regresar con el cuerpo inerte de mi hermana. Sabía que mis padres conocían mi secreto y que había ido a salvarla. No podía regresar con su cuerpo muerto. No podía fallarles. No quería convertirme en el ser peligroso que todos creían que era. ≪ Así que con toda mi frustración y mi temor, rogué para que mi hermana regresara a la vida. Maldije a la Parca por llevársela y la retuve para que me confesara cómo hacer volver a Sugey. Pero no me lo dijo. No me dijo nada. Lloré y grité sobre el cuerpo de Sugey, y todavía no sé exactamente cómo lo hice, pero horas más tarde un destello me apartó de su cuerpo… y Sugey empezó a respirar de nuevo y se levantó. ≪Pensé que había estado equivocado toda mi vida. Que todos lo habían estado. Creí que no era peligroso, que era todo lo contrario. Estaba convencido que había logrado devolver a mi hermana a la vida… Dylan se detuvo de nuevo. En ese instante deseé poder ver su rostro angustiado, poder consolarlo de algún modo. Pero sólo pude ayudarle a seguir con unas pocas palabras. ― ¿No fue así…? ― No ―dijo con sequedad―. Quien había despertado no era Sugey. Era el ser que me la había arrebatado. La Parca se había metido en su cuerpo y lo estaba utilizando.

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≪ Me enfadé al descubrirlo y le ordené que saliera del cuerpo de mi hermana. Pero él me dijo que no podía, y que había sido yo quién lo había obligado a hacerlo. Que las Parcas no tenían ni habían tenido nunca la capacidad de apoderarse del cuerpo de las almas que conducían al otro lado. Entonces supe que no solo podía escuchar a la muerte, sino que podía ordenarle cosas. Había conseguido que una Parca se metiera en el cuerpo de mi hermana y que pudiera vivir su vida hasta que muriese su cuerpo. ≪Mis padres nunca lo supieron, pensaron que había madurado, que había crecido. Pero los cambios fueron tan leves que nadie notó la diferencia. La Parca había adoptado todos sus recuerdos, y vivió la vida de mi hermana todo el tiempo que pudo. ≪Por mi parte, a pesar de que nadie se había dado cuenta de lo que había hecho, empecé a apartarme de mi gente. Había descubierto algo que cambió mi vida para siempre. Veía a la muerte y tenía poder sobre todos ellos. Y… muy a mi pesar, empezó a gustarme. ≪Me convertí en su guía. Los ayudaba y enseñaba a apoderarse de un cuerpo y poder vivir de nuevo a través de ellos. Pero un día mi vida como ayudante de las Parcas cambió radicalmente. La muerte decidió que era mi hora, que ya había vivido suficiente, y uno de los que yo mismo había enseñado decidió apoderarse de mi cuerpo. Sin embargo, yo no era como los demás. Así que el aprendiz había desafiado al maestro, y perdió. ≪Mi alma se resistió a pasar al otro lado y permanecí en mi cuerpo a la vez que la Parca. Poco a poco fui envenenándola por dentro hasta que terminé con ella. ― ¿Mataste a una Parca? ―pregunté sorprendida interrumpiendo su historia. ― Sí. La maté, o algo parecido. Y como recompensa, la Muerte, Catrina, me permitió seguir viviendo a cambio de un favor ―dijo enigmáticamente―. Que castigara a todos aquellos que desobedecieran sus órdenes. ≪Pasé el resto de mi vida mortal como ayudante de la muerte, castigando todo aquel que no cumpliera con las normas. Y al final de mi vida, cuando la propia Muerte reclamó mi alma, me concedió un favor. ― ¿A eso se refería esa Parca con lo de que tienes… privilegios? ―pregunté sin poder evitarlo. ― Sí ―contestó―. Catrina me concedió mi propio don. Me dijo que cuando entrara en un cuerpo, como había sacrificado mi vida mortal para ayudarla, podría vivir una vida normal cada vez que decidiera invadir uno. ― ¿Cada vez que decidieras? ― No siempre que tenemos que transportar un alma nos apoderamos del cuerpo. Existen unas reglas. No todos los cuerpos son aptos para poder… vivir en ellos. Algunos no son compatibles. 147


― ¿Qué es, una especie de código? ¿Como el grupo sanguíneo? ―Dylan volvió a reírse de mí ante mi ocurrencia. ― Algo parecido ―dijo sin más―. Las Parcas suelen recordar que lo son dentro de sus cuerpos, y pueden vivir pero sin olvidar. El olvido… fue el regalo que me concedió la muerte. Para poder vivir de verdad. ― Entonces… ¿Por qué lo recuerdas todo ahora? ―pregunté confusa. ― Sólo olvido lo que soy dentro del cuerpo que poseo. En cuanto este muere mis recuerdos regresan al instante y sigo con mi trabajo. Es como tener unas vacaciones ―explicó. Yo fruncí el ceño. Eso explicaba porque Emma, la chica de Bellas Artes, había dicho que Dylan no había sido el mismo cuando su amigo murió. Edahi debió meterse en su cuerpo entonces. ¿Pero por qué razón el Dylan de verdad regresó a su cuerpo? ¿O por qué no recordaba nada cuando salió de él? ― ¿Qué pasó con lo de Dylan? ―pregunté. Él suspiró. ― Eso fue un error mío. Allí empezó todo ―explicó―. Dylan era mi siguiente trabajo, después de Lucas. ¿Recuerdas a Lucas, verdad? ―Yo asentí con la cabeza―. Lucas no era compatible conmigo, pero Dylan sí. Así que lo poseí a él. Sin embargo, había algo que retenía el alma de Dylan. Tal vez Emma… no lo sé. ― Y permaneció junto a su cuerpo. Por eso estaba asustado cuando fui a su casa, por eso intentó matarme. ― Bueno, por eso y porque desde el día que te encontré estabas destinada a morir… pero eso es otro tema ―dijo quitándole importancia―. El caso es que el alma de Dylan era más fuerte de lo que creía, y cuando me emborraché sin ser consciente de lo que pasaría, él aprovechó y me expulsó de su cuerpo. ― ¡Por eso pudo volver! Y tú… Debió de desorientarte mucho eso, ¿no? ― ¡Y tanto! ―exclamó recordando lo que había tenido que pasar―. Yo no recordaba nada. Lo último que sabía era que estaba de fiesta con mis amigos. Era mi vida. Mientras ocupase el cuerpo de Dylan, yo era Dylan. Así que, al expulsarme de mi cuerpo tan de repente y sin haber terminado su ciclo, mi mente no recobró los recuerdos. Empezaron a despertar cuando te encontré… ― La siguiente alma que debías transportar. ―Dylan dejó escapar un pequeño lamento ahogado. Apreté los labios un poco, extrañada ante su reacción. Noté cómo la cama se movía un poco ante su inquietud. ― No sólo eso… ―murmuró finalmente algo avergonzado―. Tú… también eras compatible. Tú eras mi siguiente vida… 148


― Espera… ¿Me estás diciendo… que una vez muerta tenías que poseer mi cuerpo? ―Justo después de decir eso me sonrojé hasta la raíz ante el doble sentido de la frase. Sin poder evitarlo, empecé a tartamudear―. Quiero decir… que debías meterte en mi cuerpo… ―Oh, Dios… Eso no sonaba mejor―. Es decir… que tú… ― ¡Ya te he entendido! ―dijo antes de que lo empeorara―. Y sí. Tú eras la siguiente. Por eso podías escucharme. No sólo porque tenías que morir, sino porque eras compatible conmigo… ― Que bonito… ―murmuré con cierto tono sarcástico. Me levanté de la cama algo inquieta, empecé a pasearme por la habitación y miré hacia la ventana unos instantes. El sol empezaba a ocultarse detrás de unas montañas, pronto anochecería. ― Eso quiere decir… que en realidad sí me he salvado de pura chiripa. Porque al no recordar… hiciste lo que habrías hecho por tu hermana; salvarme. ― Supongo que sí… ―murmuró. ― Pero hay algo que no entiendo ―seguí―. Las parcas… todas ellas han sido… ¿personas? ¿Por qué te convertiste en una Parca? ¿Por qué se convirtieron ellos en Parcas? ¿Seré yo una cuando muera? Dylan se tumbó en la cama y empezó a reír. Reírse de mí otra vez, claro. Yo fruncí el ceño y me crucé de brazos mientras me apoyaba en la mesita donde estaba el televisor. ― Eres increíble. Vas de un extremo a otro. De no preguntar nada a hacer mil preguntas de golpe. Enfadada, miré hacia otro lado y me subí a la mesa con las piernas cruzadas. Luego me apoyé contra la pared. ― Verás, Lunática, las Parcas las elije la Muerte. Ella decide quién es adecuado para serlo. Sin embargo… todos sabemos que ser una Parca no es otra cosa que una especie… de penitencia ―argumentó. ― ¿Como un castigo? ―pregunté prestando atención de nuevo. ― Los que nos hemos dedicado en vida a quitar vidas, en nuestra muerte hacemos lo mismo ―explicó. ― ¿Y no hay ningún modo de escapar de eso? Tú, por ejemplo, no quitaste vidas exactamente. ¿Por qué te convirtió en una Parca? 149


― Catrina consideró que alguien como yo, que había estado en contacto con la muerte y había juzgado a tantas Parcas, no podía pasar al otro lado sin una redención. ― Entonces existe una redención ―exclamé esperanzada. Me incorporé en la mesita, ahora todavía más atenta. Por alguna razón quería ayudarle, deseaba que fuera… libre. ― Si la hay… nadie la ha conocido jamás. Pero se dice que existe un modo de liberar tu alma. ―Ese sería un buen momento para un encogimiento de hombros―. Pero no importa mucho. Después de esto… creo que lo único que voy a conseguir será perder mis privilegios. ― Bueno. Puede que no. Esa tal Catrina parece que te tiene… mucho afecto ―dije desviando la mirada. Algo absurdo dado que de todos modos no podía verle. ― Precisamente por eso quiero encontrarme con ella. Sé que al menos va a escucharme. Al fin y al cabo, mientras la ayudaba fuimos amigos… Más o menos… ―murmuró. ― Oh, entonces seguro que te concede lo que sea. ―Sin venir a cuento, suspiré y dejé escapar una frase que habría deseado callarme―. Y seguro que es preciosa, tiene el tipo de nombre de belleza sobrecogedora. Dylan se acercó donde yo estaba y se paró a pocos pasos de mí. ― La verdad es que sí lo es. Es muy bonita. La Muerte es bella, todo el mundo lo sabe ―dijo de forma siniestra. ― Por supuesto… lo que yo decía. Una belleza sobrecogedora… ―murmuré girando la cabeza para mirar por la ventana. ― ¿Qué pasa? ―preguntó inocentemente acercándose a mí―. ¿No estarás… celosa? Sonrojada hasta la raíz, me volví imaginando perfectamente su rostro divertido frente a mí. ― ¿Qué? ¿Celosa? ¿Estás loco? ―exclamé―. ¿Te crees que me importa lo más mínimo lo hermosa que sea o lo bien que os llevéis? ―dije con cierta frustración. ¿Qué me pasaba? Incluso yo podía distinguir los celos en esa pregunta. Era incluso más vergonzoso negarlo. ¿Por qué estaba celosa, para empezar? No es que Dylan me gustara… Él era Edahi, una Parca, un mensajero de la muerte. Era quien debía llevarse mi alma. Quien tendría que haberse quedado con mi cuerpo de haber recordado quién era. No podía… no estaba… ¡Joder, no podía estar celosa! Pero al ver cómo se reía de mí otra vez, cómo se burlaba de mis evidentes celos, supe que sí lo estaba. Estaba celosa de la maldita Muerte. ¿Acaso había algo más patético? ― No sé de qué te ríes ―murmuré. 150


Él se acercó a mí y sus labios rozaron levemente mi oreja. Sin embargo, el gesto no fue exactamente intencionado, pues seguía riendo, fue divertido. Como un juego. ― Lo sabrás cuando la veas. ―Y se apartó de mí sin dejar de reír. Me volví furiosa y me dirigí al baño. ― Voy a ducharme ―espeté. Dylan siguió riendo sin parar. Cada vez tenía más ganas de volver y darle una buena patada, pero me negué a regresar y avergonzarme todavía más. ¿Que lo sabría cuando la viera? No creo que me echara a reír al ver a la muerte… No lo creía ni lo más mínimo.

El agua caliente reconfortó mi adolorido cuerpo. Cerré los ojos, y aunque ya me había lavado el pelo, permití que el agua siguiera aliviando mis músculos. Al fin podía entenderlo todo. Pensaba que había sido pura casualidad que Dylan, bueno, Edahi me encontrara. Que era especial al escucharle. Pero la verdad era mucho menos interesante. Yo no era especial. Por decirlo de algún modo sólo era… su siguiente trabajito. Edahi era una Parca, y yo debí haber muerto aquel día volviendo del trabajo. La única razón por la que seguía viva era por un error. Y no mío, sino de Edahi. Con la punta de los dedos me toqué la herida de la cabeza. Tenía un buen chichón. ¿Por qué las malditas Parcas tenían esa predilección con mi cabeza? ¿No podían golpearme en otra parte? Reprimí un pequeño gemido mientras dejaba que el agua limpiara la herida. Escocía bastante, pero no importaba. El dolor era sinónimo a estar viva, así que… Esa era mi siguiente gran incógnita. ¿Cuánto tiempo más viviría? Según Edahi íbamos directos a la boca del lobo, que por cierto todavía no sabía dónde estaba eso. Ese tal Ayax había dicho algo así como Donde todo empezó. ―Y mi cabeza hizo una especie de imitación de la voz de la Parca― ¿Dónde era donde todo empezó? ¿Donde murió Edahi? ¿Donde se encontró con la muerte? ¿Dónde? Bueno, en realidad eso daba igual. Fuera donde fuese estaba decidido a ir hacia allí y salvarme la vida. Pero, ahora que lo recordaba todo… ¿Por qué no hacía lo que debía y dejaba que mi alma se marchara? No lograba entenderlo. Lo comprendía cuando no recordaba quién era, entonces actuó del modo más lógico, pero ahora estaba desafiando a los suyos. A la propia muerte. Las Parcas ya no lo tenían en gran estima porque se había encargado de castigarlas y juzgarlas durante toda su vida mortal. ¿Por qué empeorarlo todo añadiéndole algo más por lo que odiarle? O algo con lo que vengarse… Tal vez se debiera a que en realidad no le gustaba matar. Me había conocido siendo él mismo. El Edahi que vivió con un padre, una madre y una hermana pequeña, que no le gustaba luchar, que odiaba matar. Tal vez no intentaba salvarme a mí, sino a 151


esa parte de sí mismo. ¿Era posible que yo… le hubiese recordado cómo era antes? ¿Y si esa era la redención que necesitaba? ¿Y si al salvarme… podía salvarse a sí mismo? Abrí los ojos de golpe al caer en la cuenta de que ya estaba trazando un plan para salvarlo. Que no me preocupaba tanto mi propia muerte como que Edahi pudiese salvarse de su condena eterna. Terminé de ducharme y me sequé con esmero. Me vestí únicamente con el jersey, tan grande como un camisón, y las braguitas. Luego enfundé mis pies en unos calcetines gruesos y salí con los pantalones en la mano dispuesta a dormir hasta el día siguiente. La cama estaba totalmente lisa, y la ventana y la puerta, cerradas. Así que en esos momentos no tenía ni idea de dónde podía estar Dyl… Edahi. Tendría que empezar a acostumbrarme a llamarlo por su verdadero nombre… ― ¿Edahi? ―pregunté mientras dejaba los pantalones doblados encima de la mesa donde estaba el televisor. ― ¿Ya vuelves a estar enfadada conmigo? Me volví hacia la ventana al escucharle y fruncí levemente el ceño ante su pregunta insólita. ― No… ¿Por qué lo dices? ― La última vez que me llamaste Edahi estuviste unos bastantes días sin apenas hablarme y tratándome con muchísima frialdad ―aclaró. ― Oh… Ya. Es que… relacionaba tu nombre con algo externo a mí. Así podía tratarte… como lo que eres ―dije sin poder evitar que las manos me temblaran―. Pero es tu verdadero nombre. Ya no lo considero así. Y ahora sé exactamente lo que eres. No es que no sea extraño, que lo es, pero como puedo estar muerta en cualquier momento, ¿quién mejor que tú para…? ― No lo hagas ―me interrumpió. ― ¿Qué? ―pregunté. Sus pasos se acercaron hacia donde yo estaba y una mano tocó mi mejilla con suavidad. ― Que prefiero que sigas llamándome Dyl… o Dylan. ― Pero ese no es tu nombre… ―murmuré. ― Ni tampoco esto lo que soy. ― Mis ojos recorrieron todos los espacios posibles, deseando poder ver los suyos en esos instantes. Pero no podía. Así que cerré los ojos y toqué su mano sobre mi mejilla.

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― No quería enfadarme contigo. Sólo… tenía miedo ―murmuré―. Nunca he dejado que la gente vea lo que siento y acostumbro a guardarme los problemas. No confío mucho en nadie, pero debería haberte dicho lo que me pasaba desde el principio. ―Su mano seguía debajo de la mía y no intentó retirarla―. Tú no has cambiado, Dylan, Edahi o como quieras que te llame. Soy yo la que cambió contigo. ―Entonces abrí los ojos decidida―. Siento mucho… haber tenido miedo de la muerte… de ti. Pero ya no tengo miedo. Suceda lo que suceda no me importa mientras siga estando contigo. Confío en ti... tanto en mi vida como en mi muerte. Él se mantuvo en silencio durante minutos. Su mano se apartó de mi rostro y yo bajé la mía. No sabía cómo le habrían sentado mis palabras, así que esperé. No sé exactamente a qué, pero esperé a que dijese… algo. Aunque debo confesar que nunca habría adivinado ese algo aunque hubiese dependido mi vida de ello… ― Eris… Yo… ―murmuró―. ¿Puedo… besarte?

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3 Sólo es un beso

¿Recordáis lo que os dije sobre el silencio, que me da miedo? Bueno. Pues ese silencio no me daba miedo, pero era muy, muy incómodo. Tal vez esa fue la primera vez que agradecí no poder verle. Porque de haberlo hecho habría parecido un tomate en lugar del suave y algo discreto rubor que cubrió mis mejillas. Estaba sorprendida. No. Decir sorprendida era quedarse corto. Estaba atónita. Pensé que lo había entendido mal. Seguramente habría dicho alguna otra cosa. Algo así como… “Puedo perdonarte…” Pero la b estaba bastante clara… Entonces, tal vez dijo “Puedo becarte” ¿Pero para qué querría becarme? Y tampoco estaba muy segura de lo que podría significar exactamente becarte. Fuera como fuese, de ningún modo podía pensar ni por un instante que había dicho realmente lo que pensaba que había dicho. ― Em… ―escuché que murmuraba―. Vale. Esto empieza a ser muy incómodo… No debería haber dicho nada. ―Al parecer me había quedado callada demasiado rato―. Soy idiota. Olvida lo que te he preguntado, ¿vale? Será lo mejor… Supe que Dylan se había apartado cuando escuché sus pasos alejándose de mí. ― Es...espera… ―murmuré de forma entrecortada. Avancé unos pasos hasta estar lo suficientemente cerca. Aunque no podía saber exactamente dónde estaba―. No es que yo… quiero decir, es que… ―Entonces me eché a reír―. Perdona… ―murmuré―. Estoy… sorprendida. Dylan profirió una pequeña risa avergonzada, pero no escapó. Se volvió para enfrentarme. No sé si agradecí que lo hiciese, pues estaba muy avergonzada no sé muy bien por qué. En realidad, no era algo tan extraño. La gente suele exagerar cuando habla de besos. A veces es simplemente un modo de agradecer algo. O una muestra de cariño. No tiene por qué tener un trasfondo tan profundo… ¿no? ― Me he dado cuenta ―dijo al fin―. La verdad es que yo… también lo estoy. No tengo muy claro por qué te lo he pedido… ― En realidad… ―dije ―. No es por eso que estaba sorprendida. ―Dylan dejó escapar un sonido interrogante ante mi afirmación―. Es decir, no habría sido la primera vez que… bueno, que me besas…

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El silencio que hubo después de esa afirmación fue incluso más pesado que el anterior. Esta vez, en cambio, fui yo la que lo rompió. ― Quiero decir, las otras veces… no me preguntaste si podías… ―Pero no pude terminar la frase. Mi rostro ya debía parecer, oficialmente, un tomate―. Me sorprende… la pregunta, simplemente ―murmuré con rapidez. Dylan parecía igual de mortificado que yo. Su respiración empezaba a ser irregular y noté que iba cambiando su peso de un pie a otro. Estaba nervioso. Menos mal, pensaba que era la única… ― Bueno, la primera vez no te di otra opción, y la segunda te pedí perdón de entrada… ―murmuró―. Así que pensé… que sería mejor preguntártelo. Porque no puedo saber si realmente querías que… y bueno, no quería forzarte a… Al ver cómo tartamudeaba y lo nervioso que estaba, sentí la necesidad de tranquilizarlo. Acorté las distancias sin pensármelo mucho para callarlo con un beso… O eso intenté… En las películas suele ser todo muy sencillo. La chica o el chico se acerca de repente y calla al otro con un beso apasionado que logra que todo el mundo suspiré y haga un ruidito complaciente y tierno ante la escena ―es decir, algo así como “Oh…” pero idiotizado―. Desgraciadamente, si intentas hacer lo mismo en la vida real el resultado suele ser catastrófico y para nada “romántico”. Así que mi beso de película quedó en una acción torpe y muy vergonzosa. Como no podía ver dónde estaba, mis manos tropezaron con… bueno, con nada, y mi pecho chocó con fuerza contra el suyo. Dylan, seguramente intentando evitar que cayera al suelo, debió inclinarse para ayudarme. Yo, idiota de mí, alcé la cabeza para poder salvar mi intento de beso llevándome como resultado un fuerte golpe en la cabeza. Seguramente contra su barbilla… Dylan gimió, más de sorpresa que de dolor. Yo alcé la mano hacia donde me había golpeado y, sin poder evitarlo, empecé a reír con ciertos vestigios de dolor y vergüenza. ― Como siga golpeándome la cabeza voy a volverme tonta… ―murmuré masajeándome la zona adolorida. Dylan rió conmigo. ― Parece que tienes un imán para los golpes en ese punto en concreto… ―murmuró. Y luego hizo la evidente pregunta mortificándome con ello―. ¿Se puede saber qué pretendías? Tantos años viviendo y tan poco intuitivo… ¿Acaso era necesaria esa pregunta? Mi rostro se volvió todavía más rojo ―si eso era posible― y empecé a respirar con cierta dificultad. ― No… no pretendía nada… ―murmuré―. Sólo… bueno… No era nada.―Y antes de ponerme más en ridículo, me volví y me dirigí hacia la cama para meterme en ella, taparme hasta la cabeza y esperar que me tragaran las sábanas. 155


No llegué a conseguirlo. Al parecer, mis nervios y mi sonrojo le habían dado la respuesta que mis labios no le ofrecieron. Como él sí me veía, me cogió de un brazo y me dio la vuelta. Por un instante perdí el equilibrio, pero logró enderezarme antes de que la situación fuese más vergonzosa de lo que ya era. ― Empecemos de nuevo ―dijo en cuanto estuve perfectamente de pie―. Lo he preguntado porque siempre he sido yo quien te ha besado. No tenía muy claro si realmente… querías. Eso significaba… que él sí quería. Y no tenía muy claro si eso estaba realmente bien. Ya era suficientemente extraño que una Parca intentara salvarme la vida cuando debería llevarse mi alma… Aun así… ― Bueno, tú eres el invisible ―afirmé encogiéndome de hombros―. Así que es un poco difícil que logre hacerlo yo… ¿no? ―continué―. Antes lo he intentado y mira lo que ha pasado. Un instante más tarde me di cuenta de lo que había confesado. Lo único que pretendía era relajar el ambiente, que la tensión que se había formado a nuestro alrededor se disipara. Por el contrario, había terminado por decir más de lo que debía. O tal vez dije justamente lo que tenía que decir… ― ¿Era eso lo que intentabas? ―preguntó con voz dulce―. Pensé que te gustaban los cabezazos… Al oírle puse cara de fastidio y empecé a protestar imitando su afirmación. Al final, la tensión se había disipado del todo. Tal vez fue por eso que él aprovechó y acortó más la distancia hasta que sentí su aliento sobre mis labios. ― Te lo preguntaré otra vez ―murmuro―. ¿Puedo besarte? No contesté, porque al parecer mi propio cuerpo ya había decidido por mí. Cerré los ojos al instante y borré la inexistente distancia que quedaba entre nosotros. No me planteé si era un beso amistoso, o un beso apasionado, o un beso… con un trasfondo muy profundo. No pensé ni siquiera en quién era Dylan… Edahi. Era un acto inofensivo. No era peligroso. Era… sólo un beso. ¿Qué daño podía hacer un beso? Dylan lo aceptó al instante. Si él no estaba preocupado, ¿por qué debería estarlo yo? Por lo que hice lo único que me veía capaz de hacer; no pensar en nada y vivir el momento. Sus labios acariciaron los míos con una mezcla perfecta de agresividad, como el primero en el callejón, y ternura, como el segundo en el baño. Mis brazos, a diferencia de mí, podían verle a la perfección y lo rodearon por el cuello acercándome más a él. Mi cuerpo se pegó al suyo en un abrazo y sentí sus manos alrededor de mi cintura. Luego 156


en mi espalda. Acariciando mi pelo, mi mejilla. Había besado anteriormente a chicos. He tenido algunos novios, aunque no me han durado mucho. E incluso algún rollo de una noche en alguna ocasión ―rara ocasión― que salí con algunas compañeras de clase. Pero siempre había creído que los besos que describen en los libros, aquellos que te hacen sentir como si flotaras y a la vez estuvieras delante de un precipicio, no existían. Nunca había sentido eso. Pero en aquel instante lo comprendí. Supe exactamente lo que se sentía cuando decían lo de las malditas mariposas. Que por cierto, ¿cómo narices hacen esa comparación? ¿Alguien ha tenido nunca mariposas en el estómago para poder decir que la sensación es similar? Yo lo compararía a los nervios que sientes antes de un examen, mezclado con los que tienes antes de ir de viaje a aquel lugar que tanto deseas ir. O el día antes de navidad cuando eres niño y esperas los regalos. Y finalizándolo con la de vértigo cuando estas a punto de subirte al Dragón Kan. Sí. Esa es exactamente la sensación que tuve cuando Dylan me besó. ― Interpretaré esto… como un sí ―murmuró en cuanto se separó un poco de mí. Yo seguía con los ojos cerrados y esbocé una pequeña sonrisa. Como la primera vez, no quería abrir los ojos. Necesitaba estar cerca de él un poco más. Quería sentirle, verle… Porque cuando abriera los ojos de nuevo, él volvería a estar lejos. Inalcanzable. Esa palabra me recordó algo que él me dijo una vez. Para mí, él también era inalcanzable. ― Supongo… que mañana tendremos que ir en busca de Catrina, ¿no? ―pregunté todavía con los ojos cerrados. ― Sí. Antes de que vuelvan a encontrarnos ―murmuró. Mis ojos se abrieron lentamente y descubrí el espacio vacío delante de mí que ya esperaba. Aunque como seguía abrazada a él, podía fingir un poco más que el momento no había terminado. Cerrando de nuevo los ojos y reprimiendo un pequeño temblor, me aferré más a su abrazo y le pedí algo que no sé si tenía derecho a desear. ― Dyl… ―murmuré―. ¿Te importaría… quedarte cerca de mí esta noche? ―Tragué saliva y me obligué a decir la verdad, por muy vergonzosa que fuese―. Si mañana muero… no quiero pasar mi última noche sola ―Noté cómo asentía con la cabeza. Sabía que podía haberme dicho que no iba a morir, que iba a solucionarlo todo. Podría haberme tranquilizado de muchas formas, pero no lo hizo. Aceptó mi miedo y se limitó a concederme mi deseo. Uno sencillo. Sin promesas, sin juramentos. Porque la verdad no hacía fala decirla. Al día siguiente iba a presentarme ante la muerte, y podía morir. Negarlo era absurdo. La posibilidad era tan real que daba escalofríos.

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Nos acercamos a la cama y me tumbé deslizándome debajo del edredón. Noté que vacilaba y no pude evitar sonrojarme un poco. Tal vez había interpretado mal mis palabras. Carraspeé un poco. ― Sólo… sólo quiero que estés aquí ―dije avergonzada―. Mi hermano lo hace cuando tengo miedo… Dylan no dijo nada. Un instante más tarde se tumbó en la cama y apagó la luz. Los rayos lunares entraban en la habitación bañándolo todo y me acomodé hacia un lado sintiendo el peso de Dylan amoldarse al mío. Sonreí. ― Así que… tu hermano… ―Medio dormida asentí con la cabeza a la vez que dejaba escapar un pequeño murmullo. Estaba cansada y me dolía mucho la cabeza (¿Por qué será?). Sin embargo, sentirle a mi lado me reconfortó ―: Supongo que me lo merezco. Lo más probable era que pensase que ya estaba dormida. Seguramente, fue un comentario impulsivo que no debería haber entendido. Pero lo cierto fue que lo comprendí. E incluso me reí por lo bajo mientras dejaba que el sueño terminara por invadirme. “Me gustaría encontrar a una chica que se comportara como si fuese un amigo, como si no quisiera nada más de mí. Sin… dobles intenciones. ¿Me explico?” ―Había dicho en una ocasión―. Y él acababa de besarme. Y yo le había pedido que durmiera conmigo. Y sin saber muy bien cómo, lo había comparado con mi hermano. Antes de dormirme del todo mi cabeza recordó algo que dije después, algo que debería haberme servido para darme cuenta de lo que ocurría de verdad. Algo que, evidentemente, no tuve en cuenta hasta que fue demasiado tarde. “Y como un buen idiota te enamorarás de la única chica que te trate con indiferencia y te envíe directamente a la sección FriendZone.” Pero supongo que me había golpeado la cabeza demasiadas veces como para ser consciente de mis propios sentimientos… o de los suyos.

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4 El viaje

A la mañana siguiente apenas tuve tiempo de levantarme con calma y desayunar. Dylan me había despertado incorporándose de golpe en la cama y empezando a ir de un lado para otro sin tener en cuenta el ruido que hacía. Un ruido que, evidentemente, solo escuchaba yo. Al principio no supe si su desasosiego era porque teníamos que ponernos en marcha cuanto antes o porque nos habían encontrado… otra vez. De todos modos, mi tranquilidad a primera hora de la mañana no se alteró ni un ápice por mucho ruido o por mucha inquietud que presentara. Ya podía arder el hostal entero que cuando me levantaba por las mañanas siempre estaba grogui. Necesitaba una ducha y algo que llevarme a la boca antes de despertarme del todo. Me levanté tranquila mientras Dylan no paraba de ir de arriba para abajo diciendo… emm… algo. Y con la misma tranquilidad me dirigí al baño y me duché. Creo que escuché a Dylan protestar, e incluso me parece que entró en el baño. Pero tan pronto como lo hizo volvió a salir murmurando algo parecido a una disculpa. Aunque la verdad; no lo sé, no lo recuerdo bien. Apuesto a que él sí lo recuerda… Después de ducharme y vestirme nos dirigimos, abandonando la habitación del hostal, hacia el bar a pie de carretera. Me pedí un café cargado con doble de azúcar y una pasta de chocolate que no pude identificar muy bien qué era. Dylan estuvo presionándome todo el rato, y yo le dije en un par de ocasiones que se relajara. Como consecuencia me llevé más de una mirada interrogante y confusa por parte del camarero y de algún que otro rezagado que había parado a desayunar. Una vez despierta y completamente consciente, Dylan me instó a coger el coche y me indicó que me dirigiera al aeropuerto más cercano. Ante esa afirmación, mi reciente encontrada curiosidad me obligó a preguntar. ― ¿Recuerdas lo que dijo Ayax? ―dijo a modo de respuesta. ― ¿Donde todo empezó? ― Allí nos dirigimos ―afirmó―. Donde descubrí quién era y lo que podía hacer. Y también el lugar donde conocí a Catrina y donde me convertí… en lo que soy ahora. ― ¿Iremos a México? ―pregunté sorprendida. 159


― Más o menos ―murmuró con el asomo de una risa―. Conduce. El resto del viaje transcurrió sin incidentes. Dylan me explicó lo que tenía que hacer y hacia donde tenía que ir. Él era mi mapa. Había pasado una semana y pocos días desde que le dije a mi hermano que me marchaba. Lo había llamado en cuanto llegué a un lugar seguro, pero nunca le dije cuándo regresaría o si lo haría. Me hubiese gustado poder llamarlo una última vez, pero si lo hacía era posible que no encontrara el valor para seguir adelante. Además, no podía arriesgarme a que las Parcas me localizaran justo ahora. Incluso utilizando la tarjeta de crédito podrían hacerlo. Así que primero tenía que encontrar un cajero apartado para sacar todo el dinero necesario para poder pagar el billete de avión que me llevara a México lo antes posible. Por no hablar del cambio de moneda… Las últimas veces había utilizado la tarjeta que mi hermano me había dado junto con su cartera, pero para marcharme del país no podía utilizar su tarjeta. Y por supuesto, tampoco la mía. No os aburriré contándoos los problemas que tuve para conseguir el dinero y mi pasaporte ―el cual estaba en mi casa―.Fue un pequeño viaje tedioso y asfixiante. Sobre todo cuando un hijo de… intentó robarme todo el dinero que había sacado del cajero automático. Por suerte, tenía un ángel de la guarda que me protegía. Por no decir; una Parca que intentaba salvarme la vida… El pasaporte fue mucho más sencillo de conseguir. Dylan decidió aguantar un pequeño dolor de cabeza para robarlo de mi casa mientras yo vigilaba que nadie pasara por la calle. Pues sería un poco raro ver una libretita pequeña volando a sus anchas. Con el dinero bien protegido en el pantalón ―pues a veces el sitio más sencillo es el más seguro― y el pasaporte en uno de los bolsillos de mi chaqueta, nos dirigimos al aeropuerto y pregunté por el siguiente vuelo hacia México. Reus era el más cercano, pero por desgracia no había vuelos. Así que tuvimos que ir hasta Barcelona. No tenía claro si lograría encontrar uno antes de que terminara la semana… Para variar tuve suerte. Salía uno en cinco horas, a las ocho de la tarde. Como era un único billete ―pues no podía coger uno para mi Parca― no hubo muchos problemas para colarme en un sitio libre. Y aunque tuve un poco de miedo al dar mi pasaporte por si mis padres habían denunciado mi desaparición a la policía, descubrí que mi hermano había hecho un buen trabajo y seguramente habría conseguido tranquilizarlos. Mientras me entregaban el billete de avión no pude evitar preguntarme dónde iría sentado Dylan. O si iría sentado… ― Oye, Dyl… ―murmuré―. Si se supone que estoy destinada a morir… ¿No es tentar mucho la suerte subirme en un avión? ―pregunté en cambio. Me pareció que la pregunta que tenía en mente antes que esta era algo superflua. ― Recuerda que vas acompañada de una Parca. Y yo no reclamaré tu alma. ―me recordó―. No te preocupes, Eris, estás a salvo conmigo.

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Eso ya lo sabía. Dylan, o más bien Edhai, la Parca, no iba a matarme. Quien me preocupaba era esa tal Catrina… Ella era la muerte. Si quería podía matarme y Dylan no podría hacer absolutamente nada para impedírselo. Y aun así, íbamos a hacerle una visita. Las cinco horas pasaron más deprisa de lo que esperaba, y durante el tiempo que tuve me ocupé de los posibles problemas que pudiera tener al llegar allí. También comí un poco, aunque no mucho por culpa de los nervios, y compré un par de cosas para picar y bebida para el viaje. Todo lo guardé en mi bolsa, aquella que siempre llevaba conmigo. Una vez en el avión descubrí que Dylan no tenía ningún problema en encontrar cualquier hueco donde sentarse. Lo escuché cerca del respaldo de la silla y de la ventanilla, pero finalmente se decidió por sentarse en medio del pasillo. Como yo era la única que podía tocarlo inconscientemente, por mucho que pasaran los carritos de las azafatas por encima de él no podrían atropellarle. Debo confesar que nunca me ha gustado mucho volar. He ido en avión sólo una vez antes y no fue una experiencia agradable. Tenía un poco de miedo al ascenso y al descenso. Así que mientras el avión subía, apenas escuché lo que Dylan me decía. ― Estás pálida… ¿Te encuentras bien? ―me preguntó durante el trayecto. Yo negué con la cabeza con más intensidad de la necesaria. ― Señorita, ¿Quiere que le traiga algo? ―me preguntó al mismo tiempo una azafata que se había acercado algo preocupada. ¿Tan mal aspecto tenía? ― ¿Está segura? Al comprender que habría pensado que el no iba dirigido a ella, la miré al instante con gesto mecánico. ― ¿Perdona? ―murmuré. La mujer sonrió un poco. ― Puedo traerle algo para el mareo, si quiere ―repitió. Yo sonreí y negué con la cabeza. ― No se preocupe, pero gracias. La verdad era que no tenía ni idea de cuánto iba a cobrarme por “algo para el mareo”. Y necesitaba todo el dinero posible, pues no podría conseguir más. La azafata se alejó con una sonrisa en el rostro y Dylan se convirtió en el sustituto de ese “algo para el mareo”. Empezó a explicarme dónde íbamos exactamente. Me comentó que en cuanto llegásemos a Ciudad de México nos dirigiríamos a San Luis Potosí, a 363 kilómetros al norte-noroeste de la ciudad. Así que tendríamos que coger un autobús. Como nunca había ido antes a México no tenía ni idea de cómo encontrar uno que me llevara hasta allí. Dylan nunca había necesitado algo así, de modo que me decidí por preguntar en el aeropuerto cuando el avión aterrizara. 161


El recepcionista me explicó dónde debía coger el camión, que era como ellos llamaban a los autobuses, y cómo hacerlo. Incluso me dieron un mapa para poder llegar a la estación de autobuses sin que me perdiera por el camino. Finalmente, como de todos modos me perdí, decidí coger un táxi que me llevara directamente a la parada. Total, no iba necesitar el dinero si moría, ¿verdad? Dylan había estado allí una sola vez desde que se convirtió en una Parca. No tenía buenos recuerdos de ese lugar a pesar de haber vivido allí toda su vida, y no lo culpaba. Si hubiese perdido a mi hermano allí, yo tampoco querría regresar… Una vez en la estación de autobuses gracias a la ayuda del taxista, pedí un pasaje para ir hacia San Luis Potosí. Pregunté también hacia dónde tenía que ir para esperar el vehículo y me indicó que saliera fuera. Allí encontraría un cartel que indicaba hacia dónde se dirigía. Con Dylan pegado a mis talones todo el tiempo, empecé a caminar hacia fuera mientras él comentaba lo complicado que se lo montaba la gente para ir de un sitio a otro. Claro que como él no lo necesitaba… Estuve tentada de contestarle, pero preferí intentar descifrar el famoso cartel para no equivocarme de destino. A los pocos minutos, mi transporte directo hacia mi posible muerte llegó a la estación. Llevábamos tres horas en el autobús y lo único que había visto era la carretera y un difuso paisaje que apenas podía ver a través de la ventana vieja del vehículo. Hacía un calor asfixiante, y empezaba a desear salir de allí cuanto antes. Me habría encantado poder ver San Luis Potosí, hacer un poco de turismo ya que estaba allí, pero Dylan tenía otros planes… Un poco antes de llegar, en una de las veces que el autobús se detuvo, me pidió que me bajara. Intenté protestar y decirle que todavía no habíamos llegado, que allí solo había un pequeño pueblecito a lo lejos y una extensión de tierra con pequeñas montañas. Finalmente, me vi obedeciendo ante su insistencia y deliberados empujones, asegurándome que ese era el lugar que debíamos ir. Así fue como llegué a “Donde todo empezó”. Allí era donde Dylan… no, allí era donde Edahi había nacido y vivido los primero años de su vida, y donde se convirtió en una Parca. Permanecí quieta mientras escuchaba los pasos sigilosos de mi acompañante, examinando cada rincón con suma precaución. ― Así que… aquí naciste ―dije mirando el paisaje. Aunque no es que viese mucho más de lo que había observado desde la ventanilla del autobús. ― Bueno, no exactamente aquí. Estaba un poco más al norte. Ahora ya no existe el asentamiento donde vivía… pero el lago sigue estando allí. O al menos eso creo. ―murmuró. El ambiente no distaba mucho del que había en el autobús y empezaba a tener mucho calor. ― ¿Iremos a tu antiguo poblado? ―pregunté emocionada. 162


― No sé si se puede llamar un poblado. Éramos pocos. Como ya te dije, fui uno de los que se reveló contra el afán de conquista de los nuestros. Nos gustaba vivir en tranquilidad. Y aquí no se estaba mal ―murmuró―. No éramos los únicos, y como no intentamos quitarles sus tierras, los Mayas no nos echaron. La afirmación logró desconcertarme. No sabía mucho de las civilizaciones de esa parte del mundo y estaba un poco confundida. ― ¿Los Mayas? ―pregunté. ― Sí, en esta zona había un poblado. Nosotros fuimos los rezagados que permanecimos ocultos de nuestra propia civilización ―dijo como si, en lugar de avergonzarse de ello se sintiera orgulloso―. Nos llevábamos bien, o al menos lo que yo recuerdo. Luego, bueno…yo me fui. ―Al escuchar la melancolía en su tono de voz me quedé callada un rato hasta que ya no pude más. ― ¿Quieres… que te deje a solas con el paisaje? ―pregunté intentando contener la risa. Supe que Dylan se había dado la vuelta cuando escuché que cambiaba la posición de sus pies sobre la tierra, podía imaginarme su expresión a pesar de no haberla visto nunca. ― Muy graciosa ―refunfuñó―. Vamos, es por aquí. Lo seguí por un pequeño sendero que se abrí paso hacia el extenso campo. Era algo difícil con tantos arbustos y piedras, pero me las apañé bastante bien. Mientras andamos, Dylan intentó entretenerme con alguna información que olvidé al instante. Como por ejemplo, el extraño nombre indígena de Ciudad Valles, una ciudad que se hallaba cerca de donde nos habíamos detenido. Era algo como ≪tamoko bicho≫ ―en realidad era bastante diferente, pero soy malísima para los nombres― Sin embargo, no olvidé su significado: Pueblo del lugar de nubes. A saber por qué lo llamarían así… Cuando no nos faltaba mucho para llegar, una idea empezó a formarse en mi cabeza. En realidad, más que una idea fue un pensamiento. Hacía rato que nos paseábamos por allí y todavía no habíamos tenido ningún accidente o contratiempo. No es que quisiera tenerlo, ni mucho menos, pero era extraño. Llegamos al lago que Dylan dijo que había cerca de su antiguo poblado. Este se encontraba al lado de unas rocas enormes que lo ocultaban parcialmente del sol. Cansada, me senté en la sombra que estas proporcionaban. ― Esto ha cambiado muchísimo… ―murmuró como si le extrañara. ¡Claro que había cambiado! Después seis siglos, ¿qué quería? ―. Si mal no recuerdo… estaba detrás de esas rocas… ― ¿Estaba? ¿El qué?

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― El lugar donde murió mi hermana… No supe qué decir ante tal afirmación. Nunca lo había sabido en situaciones así. Así que en lugar de contestar o decir algo reconfortante, miré hacia el tranquilo lago. Era precioso, pero me ponía nerviosa. Había algo en él que no me gustaba. Tal vez era cierto que la muerte estaba allí. Después de unos minutos, llegamos al otro lado de las rocas que Dylan había señalado. Delante de nosotros había una cueva oscura y poco atrayente. Es decir, no entraría ni aunque me pagaran. Y sin embargo, allí estaba, a puntito de entrar… ― Dyl… ―murmuré. El hizo un pequeño ruidito para hacerme saber que estaba escuchando―. Tal vez ya lo has tenido en cuenta, pero… ¿No es extraño que no nos hayan interceptado aún? Dylan me cogió de la mano con firmeza, intentando que me relajara. Algo simplemente imposible. ― Lo han hecho ―murmuró―, pero allí no era donde querían jugar. ― ¿Qué quieres decir? ¿Que querían que viniéramos aquí? ―pregunté perpleja. ― Si hubiésemos huido a cualquier otro sitio habrían intentado matarte de nuevo ―afirmó―. Si no lo han hecho aún es porque vamos exactamente donde quieren que vayamos. ― ¿Estás diciendo que eres totalmente consciente de que vamos hacia una trampa y que nos esperan? ―él afirmó con otro ruidito―. ¿Entonces por qué vamos tan campantes? ― Porque yo también los espero a ellos. ―Apretó más mi mano, como si necesitara un poco de valor para seguir hablando o para entrar en la cueva―. Y porque esta… es la única forma de salvarte.

Entrar en la cueva resultó ser demasiado sencillo. Dylan había dicho que allí era donde había visto morir a su hermana. Es decir, que en esa cueva descubrió lo que podía hacer. Allí dentro decidió enseñar a las Parcas a meterse en un cuerpo. Y lo llevó a condenarlas y juzgarlas cuando su vida terminó y se convirtió él también en una Parca. Dylan había matado a una estando vivo. ¿Qué era lo que habrían hecho para merecer ser castigadas? Tal vez poseer un cuerpo inadecuado o matar a alguien que no debían. Como bien había dicho Dylan, no todos los cuerpos servían. Tal vez cuando una Parca está demasiado tiempo sin encontrar un cuerpo adecuado decide poseer uno cualquiera. O tal vez encontrara uno y lo poseyera estuviera o no destinado a morir.

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Seguíamos avanzando por la cueva mientras mi cabeza daba vueltas a cada una de las dudas que tenía. Reflexionándolas todas minuciosamente para mantener mi miedo ocupado. Probablemente, tener la mano de Dylan sujeta a la mía era lo único que lograba que siguiera adelante. Además, la oscuridad de la cueva me daba una pequeña ventaja. Como no podía ver, la presencia de Dylan aumentaba y lo sentía todavía más a mi lado. En realidad, nunca había sido más consciente de su presencia. Su mano aferrada a la mía no era fría. Tal vez la muerte, o en su caso un ayudante de esta, tendría que ser fría y oscura. Dyaln, Edahi, no lo era. Su mano lo corroboraba. En realidad, tanto él como su propio carácter eran cálidos. Él era cálido. Finalmente, decidí que avanzar por la cueva no había resultado ser tan terrible. No sabía hacia dónde iba, ni lo profunda que era. Tal vez Dylan se había confundido, porque en esa cueva no pasaba nada extraño. ― Dyl… ―dije en un susurro―. ¿Es mucho más profunda esta cueva? ―pregunté. Su mano apretó suavemente la mía. Escuché el pequeño murmullo de una frase que no pude oír, pero me pareció temblorosa y reflejaban una duda considerable. Tal vez avanzásemos dentro de la cueva con soltura, pero Dylan no estaba tranquilo. Esperaba la emboscada. A veces esperar una trampa podía llegar a ser peor que la propia trampa. Estuvimos prácticamente una hora andando, o al menos a mí me lo pareció, sin poder ver absolutamente nada. La maldita cueva parecía no tener fin. ¿Acaso era esa la trampa? ¿Andar y andar por una cueva a oscuras? Antes de poder hacer esa pregunta en voz alta u otras tantas que tenía reservadas, divisé una luz al final del túnel ―Esa frase va genial con la situación, ¿a que sí?― Sonreí un poco al ver la luz a pesar de que, tal vez, se tratara de la tan esperada trampa. Sin embargo, llevaba tanto rato andando sin ver nada, que ver algo ya era suficiente para esbozar una sonrisa. Apreté todavía más la mano que tenía entrelazada con la de Dylan, y me volví para sonreírle. Ya esperaba no verle, así que me llevé una sorpresa cuando vi su mano sobre la mía… Sólo su mano. La extremidad había sido substituida por una de tierra que comenzó a descomponerse en cuanto la luz la tocó. En realidad, había estado unida a un cuerpo más grande, pero había ido deshaciéndose a medida que avanzábamos hacia la luz. Y para cuando yo me había dado cuenta, solo quedaba su mano. Abrí los ojos de par en par al ver la tierra sobre el oscuro suelo formando un pequeño montículo. Me miré las manos asustada. Tenía arena resbalando entre mis dedos. Mis labios temblaron un instante al darme cuenta de que, en lugar de mi chico invisible, tenía un montoncito de arena en el suelo… ― ¿Dyl? ―murmuré con apenas voz. Me agaché un poco y toqué con la punta de los dedos la tierra. Era cálida y suave ―. ¿Qué…? ¿Dylan… Edahi? No me digas que… ―Sin poder evitarlo dejé escapar un pequeño puchero y cogí un puñado de arena 165


para poder verla mejor de cerca―. Oh, Dios mío… No debería haberte dejado que me ayudaras. Mis manos temblaron alrededor de la arena y la apreté con fuerza, esperando que volviera a recomponerse y se convirtiera en Dylan. ¡Lo prefería mil veces antes invisible que en forma de tierra! ¿Qué había ocurrido? ¿Qué…? ― ¿Estás bien? ―dijo una voz ruda detrás de mí. Del susto, dejé escapar toda la arena de mis manos formando una pequeña nube de polvo. Me volví con algunas lágrimas en los ojos, esperando que fuese Dylan. Pero pronto mi sonrisa se desvaneció. Aunque solo fuese su silueta, pues estaba justo al final de la cueva y la luz bordeaba su cuerpo, supe al instante que ese no podía ser Dylan. Pude comprobar, a pesar de no ver sus rasgos, que era alto y fuerte. Tenía una posición firme y segura, y esperaba que contestara a su pregunta. ― ¡Papi! ¡Aquí hay más! Una voz dulce de niña llegó desde fuera de la cueva llamando la atención del hombre plantado delante de mí. Su rostro se volvió hacia el exterior y pude ver su perfil contorneado por la luz del sol. Tenía una nariz recta y arrogante. Sus labios eran gruesos y sus ojos completamente oscuros. Sus cabellos negros solo hacían que agravar su expresión feroz. Era un hombre de apariencia agresiva, y me arrancó un escalofrío al pensar lo que podía llegar a hacer alguien así. Sin embargo, había escuchado la voz de una niña que lo había llamado papi. Si ese hombre era padre no podía ser tan malo como parecía, ¿verdad? ― ¡Enseguida voy, chiquitina! ―dijo el hombre con cierto tono dulce. Escuché a la niña reír, pero mis ojos estaban pendientes de los movimientos del hombre que tenía en frente. Su rostro se volvió para mirarme de nuevo, ya no había rastro de cariño en sus facciones. ― Llévate tu querida arena si quieres, pero yo de ti me marcharía de aquí. No es un sitio seguro ―El hombre se dio la vuelta y salió de la cueva. Confundida y desorientada, me levanté poco a poco del suelo y dejé la arena donde estaba. No sabía lo que estaba ocurriendo, tal vez había muerto o Dylan había desaparecido, pero fuera una cosa u otra no iba a solucionar nada quedándome al lado de esa arena lamentándome y llorando. Decidida, me dirigí hacia el borde de la cueva y miré hacia afuera. Me sorprendí al ver que el supuesto final era en realidad el principio. ― No puede ser… ¿Tanto andar para llegar a ninguna parte? ―me lamenté en voz baja. En realidad, aunque el lugar parecía el mismo, había cosas que antes no estaban. Incluso cosas que podría jurar que había visto antes de entrar en la cueva y habían desaparecido. 166


Divisé al hombre a unos metros de mí, y a la niña pequeña de no más de cinco años correteando cerca del lago. Llevaba un par de trencitas oscuras y vestía telas tradicionales. El hombre, el cual caminaba tranquilo a su lado, se volvió un instante para mirarme con una sonrisa irónica. Al parecer, que lo siguiera no había sido una sorpresa para él. Ni para mí. ¿Y qué otra cosa iba a hacer? No tenía ni idea de dónde estaba Dylan, y me había perdido a pesar de encontrarme en el mismo lugar que al principio. Allí no iba a encontrar un taxi que me llevara de vuelta al aeropuerto si se daba el caso de que no podía encontrar a Dylan de nuevo. Con cuidado, bajé por las rocas intentando no caerme. Para ello tuve que sentarme, y fue entonces cuando me di cuenta de que algo no iba del todo bien. Ya no llevaba puestas mis bambas, ni mi pantalón negro del mercadillo dos tallas más grande, ni mi pelo era cortito y rubio. Por el contrario, mis pies iban descalzos y llevaba un vestido con unas telas finas y cómodas con cenefas. En mi tobillo izquierdo llevaba un aro de metal y mis cabellos se habían vuelto oscuros, rizados y largos. Sorprendida, me dije que tal vez, me había desmayado después de tanto andar sin haber bebido ni comido nada desde hacía horas. O las Parcas nos habían encontrado y estaba muerta. ― ¿Papi? ―dijo la pequeña con los ojos llenos de curiosidad―. ¿Quién es? ―preguntó mirándome. ― No creo ni que ella misma lo sepa ―dijo con seguridad―. Vamos, tal vez quiera venir con nosotros ―comentó hablando con la niña como si yo fuese una especie de animal asustadizo que debían tratar de no ahuyentar. La niña asintió y empezó a corretear de nuevo. El hombre me miró un instante y luego siguió a la niña sin volver a prestarme atención. No sé qué hubieseis hecho en mi situación, pero aunque me gustaría poder decir que se me ocurrió un plan extraordinario e inteligente, en realidad me limité a seguir el guión y anduve detrás del padre con la pequeña para ver hacia dónde iban. No era un gran plan, pero como no sabía si tenía que tener alguno por el momento me servía ese. Por suerte no tuve que caminar mucho más. Llegamos a un poblado a los pocos minutos. Pero la imagen delante de mí me dejó completamente petrificada. Ya había empezado a sospechar que me encontraba en un lugar muy distinto del que venía, pero no pensé que sería tan distinto… El poblado estaba concentrado en pequeñas casitas con tejados de paja. Había mujeres transportando jarrones con agua y cestas con frutas o verduras. Los niños jugueteaban con troncos que sus padres habían estado recolectando para encender las hogueras. Había barcas de madera y huertos, y cerca del rio había utensilios de pesca y cestas llenas de pescado que, poco después, eran transportados por la gente del pueblo. Todo era rústico y tradicional. La vestimenta, el modo de vivir… todo. Lo que me hizo pensar que no era el sitio el que había cambiado de lugar, sino yo. Saliendo de mi estupor, vi a la pequeña dirigirse a un pequeño grupo de muchachos de catorce o quince años que peleaban entre ellos. El hombre se volvió un

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instante hacia mí y me indicó con la cabeza que me acercara. Como no sabía qué otra cosa hacer, obedecí. Mi rostro debía reflejar mi incertidumbre y asombro. ― Te ves perdida ―murmuró―. Ven, mi mujer te preparará algo para comer, pareces hambrienta. No estaba muy segura de por qué estaba siendo tan amable. Tampoco si debía o no seguirle. Volví a mirar a la pequeña. Esta se detuvo a hablar un instante con los muchachos y luego se dirigió al río. Allí había otro joven con los pies en el agua intentando pescar un pez. ― ¡Sugey, no te alejes del poblado! ―gritó el padre de la niña a mi lado―. ¿Me has oído? Me sorprendí al escuchar ese nombre. Por un instante, lo primero que pensé fue que me resultaba impresionantemente familiar. Había escuchado ese nombre antes, en alguna parte. Lo tenía en la punta de la lengua… ―Oh. Claro― pensé de repente ―Era la hermana de Dylan…de Edahi― ― ¿Y si voy con Edahi? ―gritó la pequeña. El hombre dejó escapar un suspiro apesadumbrado. ― No os alejéis ninguno de los dos ―sentenció. Me giré bruscamente hacia el río. El muchacho en el agua seguía de espaldas, así que solo pude ver su cabello negro y su espalda bronceada. Llevaba la misma ropa que los otros muchachos, pero era evidente que era completamente distinto a ellos. Aunque no lo supiera ya, lo habría percibido al instante. Seguía asombrada y, dicho de un modo coloquial, alucinando pepinillos, cuando el hombre volvió a llamar mi atención. ― ¿Vienes? Y no sé qué hubieseis hecho vosotros pero yo lo tenía muy claro. ― Sí ―murmuré. Y mi voz no pareció la mía en absoluto.

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5 En el interior de la cueva

El pueblo estaba muy animado. Todos tenían una labor importante que realizar. Los niños jugaban, sus padres recolectaban o pescaban en el río, un grupo araba los campos, otros cargaban la madera. Me quedé mirando hacia todas partes con la boca abierta y por poco le pierdo la pista al hombre que había conocido en la cueva. El padre del pequeño Edahi… Vista de cerca, lo que desde lejos me había parecido paja, era en realidad un conjunto de ramitas colocadas de forma alterna formando una especie de capuchón. Seguramente revestido con madera o ramas más gruesas. Algunas cabañas tenían las paredes de caña y material adherido, pero la mayoría estaban hechas de una mezcla con aspecto entere el barro y el cemento. Lo más probable era que estuviesen hechas de cualquier cosa que tuviesen a mano… Aunque, por un artículo que leí hace tiempo sobre los materiales que utilizaban los indígenas, mejor no ahondar en ese tema… El hombre entró sin vacilar y lo seguí con precaución. El interior no era muy espacioso y disponía de una única habitación. No tenían muchas posesiones, pero lo básico para tener cierta comodidad. Había un lugar para dormir, con mantas con tejidos fabulosos. También había jarrones de barro, cestas con comida… Sin embargo, lo primero que vi fue a las dos mujeres que tejían en medio de la casa. Una de ellas era joven, con el cabello en una única trenza evitando que entorpeciera su trabajo. La otra era una anciana. Ella se encargaba de convertir el algodón en hilos finos para dejarlos, una vez finalizados, dentro de una cesta. Las dos mujeres, seguramente madre e hija o suegra y nuera, charlaban despreocupadamente hasta que repararon en mi presencia. ― ¿Izel, queda algo de la comida de esta mañana? ―preguntó el hombre dirigiéndose hacia la mujer joven. Esta dejó de tejer y se levantó con cuidado. ― Creo que todavía tengo algunas tortas de maíz, y algo de atole ―murmuró la mujer mirando hacia donde estaba yo. Mi rostro no cambio, estaba demasiado aturdida para ello. Así que me dediqué a seguir con la mirada a la mujer mientras buscaba aquello que había dicho que quedaba. Sin preguntar quién era ni por qué estaba allí. La anciana ni siquiera me miró, continuó hilando el algodón sin prestar atención a nada más.

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― Creo que con eso habrá suficiente ―murmuró el hombre. Luego se volvió hacia mí―. Siéntate, pequeña. Pareces cansada. Era cierto. Lo estaba. Y también muy confusa. Sin embargo, aunque no me sentía cómoda y mucho menos segura, miré hacia el suelo y decidí sentarme encima de una esterilla con dibujos y cenefas minuciosamente gravadas. Si no hubiese sido porque la anciana también estaba sentada encima de ella me habría contenido, pero era evidente que no iba a encontrar ninguna silla donde sentarme. Y a pesar de parecer una obra de arte más que una especie de alfombra, era bastante cómoda. La mujer apareció minutos después con un plato medio lleno de tortitas de maíz humeantes y una jarra de barro pequeña llena de… algo. Seguramente sería lo que la mujer había llamado atole. Miré el contenido en cuanto me lo tendió, no era una sustancia líquida del todo y tenía un color blanco no muy apetecible. Alcé un segundo el rostro hacia la mujer. Ella me observaba con una mirada cálida y una sonrisa en el rosto cuando dejó el plato con las tortitas en medio de los cuatro. Luego se sentó al lado de su marido. ― ¿Cómo te llamas? ―preguntó la mujer con una voz más dulce de la que esperaba. Dejé de observar a la mujer y me concentré en el líquido blanquecino de la jarra como si fuese la cosa más interesante del mundo ―interesante, no lo sé, pero repugnante… es posible― Intenté relajar mis nervios y me vi apretando las manos alrededor de la jarra mientras seguía buscando las palabras para contestar. ― Er… ―Pero mi voz se quebró antes de que pudiera terminar de pronunciar mi nombre. Apreté los labios en un intento de mantener la calma. ― Er ―repitió la mujer―. Es un nombre extraño para una mujer ―comentó. ―Izel… ―murmuró el hombre recriminándola. Ella rió un poco y sacudió la mano para quitarle importancia―. Tu sinceridad te traerá problemas… ― No te preocupes, Yareth. No creo que nuestra invitada opine distinto ―comentó―. Pero los nombres son el primer regalo que se nos ofrece. Y ya sabes qué dicen de los regalos. Tanto pueden ser bendiciones como maldiciones… Mi cabeza pensó al instante en el nombre de Edahi. El suyo fue el primer regalo, la primera maldición, como bien había dicho su madre. ¿Por qué habría decidido esa mujer y su marido ponerle un nombre como aquel a su hijo? Un nombre que podía suscitar a que no encajara nunca en ninguna parte. Un nombre que se había convertido… en una maldición. Entonces pensé en mi propio nombre. Procedía del griego y era la Diosa de la discordia. Todo el mundo me preguntaba cómo me había puesto mi madre el nombre de una Diosa como aquella. Se preguntaban por qué había decidido referirse a mí como a una Diosa destructiva. Sin embargo, detrás de esa verdad exterior se escondía una oculta. Una verdad que solo mi madre sabía, y escondía el 170


significado real de mi nombre. La perseverancia y dedicación. Había llamado a sus hijos como al guerrero que lucha para conseguir lo que desea y la mujer poderosa capaz de destruir a todo aquel que le haga daño. Nos había dado un nombre con fuerza, y ese era el verdadero significado, el verdadero regalo. Tal vez su madre lo llamó Edahi, no para que todos vieran que era diferente, sino para que fuera fuerte y tenaz como el viento. Tal vez su nombre no significaba que fuese peligroso y distinto, sino libre y poderoso. Porque todo el mundo podría ver que era distinto al mirarle a los ojos, no necesitaba un nombre para ser diferente. Pero tal vez sí lo necesitara para sentirse fuerte. Los nombres que uno llevaba a cuestas son siempre un regalo si conoces el significado que esconden. El sentimiento que llevaba enterrado. Uno que tal vez sólo tú puedas ver… o necesitas saber. ― Bueno, come algo. Creo que, sea lo que fuere que te haya ocurrido, estás algo asustada todavía para hablar ―comentó la mujer. Quise decir algo, pero parecía que mi propia voz era incapaz de pronunciar una sola palabra. Sí, estaba asustada. Porque no sabía dónde estaba Dylan, ni cómo regresar. Dejé la jarra en el suelo y cogí una torta de maíz. Todavía estaba caliente y olía tan bien que se me abrieron las papilas gustativas. Antes de poder probar bocado, sin embargo, por la puerta de la cabaña entró un muchacho algo malhumorado seguido de cerca por una pequeña niña que no paraba de protestar. ― ¿Por qué no seguimos jugando? Yo quería llegar hasta la piedra lisa. ―protestó. ― Luego iremos ―murmuró el muchacho mirando a sus padres con atención―. Ha pasado ―dijo en un tono neutro―. Dicen que te necesitan, madre. La mujer endureció el rostro y se levantó más deprisa que antes. Miró a su hijo a los ojos, acunó su rostro con ambas manos y lo besó en la frente con cariño. ― Haces lo correcto. Siempre haces lo correcto ―murmuró―. Nunca lo olvides, ¿de acuerdo? ―Sin dejar que el muchacho contestara, salió por la puerta y se alejó. Entonces, el joven Edahi reparó en mi presencia. Sus facciones eran dulces y todavía infantiles. Tenía los labios gruesos y la nariz recta, aunque seguía siendo un poco respingona, señal de que empezaba a hacer el cambio de niño a adulto. Sus ojos eran grandes y expresivos, de ese tono azul intenso. Al verlos entendí lo que quería decir con turbulentos. Aunque eran azules, formaban una especie de espiral apenas perceptible con tonos más claros y más oscuros. Eran desconcertantes a simple vista, pero preciosos. Y contrastaban todavía más al tener la piel morena y los cabellos tan oscuros como la más negra de las noches.

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Aunque me impresionó ver sus ojos por fin, fue su expresión la que me dejó helada. De un momento a otro empezó a temblar casi imperceptiblemente. Sus ojos adquirieron un deje asustado… No, asustado no, aterrado. Me miraba como si fuese la cosa más espantosa que pudiera llegar a existir nunca. El hombre, al ver la expresión de su hijo, me dirigió una pequeña mirada de advertencia. Luego se levantó y se dirigió hacia el muchacho con gesto adusto. Aunque el cuerpo del hombre apenas dejaba entrever a Edahi, podía ver parte de su rostro. ― ¿Por qué la habéis traído aquí? ―murmuraron sus labios en una débil pregunta―. No podré soportarlo… No puedo ocultarlo más… ― Sh… ―murmuró el hombre―. ¿Cuándo? ―preguntó sin más. ― No mucho. En realidad… no debería estar… Edahi se calló de golpe y me miró por encima del hombro de su padre. El hombre se volvió en cuanto percibió la mirada de su hijo, y ambos posaron sus ojos sobre mí. Dejé cuidadosamente la torta de maíz intacta sobre el plato. Se me había pasado el hambre por completo. Miré a Edahi cuidadosamente. Ese niño… estaba tan asustado. ¿Tenía miedo de mí? Ojalá pudiese ver mi aspecto para saber exactamente a qué temía. O a quién. Pero no me dio tiempo. Se apartó de su padre y salió por la puerta sin mirar atrás. Aunque por dentro me moría por ponerme en pie y seguir a Edahi, me fue imposible. Quería saber qué pasaba. Quería… hablar con él aunque no supiera quién era yo. Necesitaba coger su mano de nuevo, sin que se desvaneciese. Las mías seguían agarrotadas, incapaces de ejercer ningún movimiento, pero me resistía a no hacer nada. Y antes de notar la diferencia entre estar sentada o de pie, mis piernas me levantaron y salí por la puerta prácticamente corriendo. Apenas escuché al hombre llamarme y ni siquiera le di tiempo a detenerme. Divisé a Edahi a unos metros de mí, y lo seguí tan deprisa como pude. Estaba a punto de alcanzarle cuando unos brazos me frenaron de golpe. Me volví inquieta hacia aquel que me había retenido. Era el padre de Edahi. Me había seguido. ― ¿Qué pretendes? ―dijo sujetándome por los hombros. ― Déjeme… ―murmuré―. Yo… necesito hablar con… ― No voy a permitir que le hagas daño. Él no ha elegido nada de esto. No sé quién te crees que eres, pero no dejaré que te acerques a él. ¿Qué quería decir con hacerle daño? Sin embargo, lo supe prácticamente al instante. El hombre había visto mi expresión, un deje de reconocimiento antes de salir corriendo en pos de Edahi. Y creía que sabía lo que él era capaz de hacer y quería hacerle daño por ello. ― No, le juro que yo no pretendo… 172


― Me da igual lo que pretendas. No puedes quedarte ―sentenció―. La gente puede aceptar ciertas pérdidas, pero no aceptarán la tuya, no después de estar en nuestra casa ―gruñó―. Fuera. ― Pero… Yo sé que Edahi… ― ¡Fuera! ―me gritó. Asustada ante el tono de su voz y la ferocidad de su expresión, di un par de pasos hacia atrás hasta que, sin pensarlo mucho más, empecé a correr. A pesar de que todo pasó muy deprisa y apenas me dio tiempo de reflexionar nada, me volví un instante antes de perderme por el sendero que descendía hacia el final de la pequeña montaña. El padre de Edahi seguía allí, pero su expresión había cambiado. Ya no era furiosa. Sus labios se habían curvado en una sonrisa…

Corrí sin detenerme. Hasta ahora había pensado que eran los nervios y el miedo los que me hacían actuar de un modo extraño, pero algo en mi cabeza hacía que tuviese todos mis sentidos embotados, como si se tratara de un sueño. Guiaba mis pasos a medias, conseguía refrenar mis acciones a base de fuerza de voluntad. Había salido de la cueva por curiosidad, rechacé la torta de maíz que estaba a punto de comerme gracias a que Edahi había entrado por la puerta, y me había levantado porque lo había deseado con todas mis fuerzas. Sin embargo, todas las demás acciones, aunque creía que era yo quien las hacía, eran mecánicas. No podía controlarlas a pesar de creer que así era. Incluso en esos instantes corría por inercia. Necesitaba relajarme y conseguir mantener el control de mi propio cuerpo. Antes de lograrlo o siquiera intentarlo, divisé el final del camino. No un final común donde terminaba la montaña, pues ni siquiera había llegado abajo todavía, me refería al final del camino de un modo totalmente abrupto y literal. Se terminaba. No seguía. Y mientras mis piernas corrían incapaces de detenerse, me aproximaba al filo del precipicio siguiendo el guión del sueño sin poder hacer nada. Caería. Moriría. Apreté los dientes con fuerza y ordené a mis piernas que dejaran de correr. No lo hicieron. Intenté tirarme al suelo, pero tampoco lo logré. Desesperada, miré hacia todas direcciones en busca de una idea. Pronto mis ojos se tropezaron con unas rocas pequeñas a unos metros del precipicio, y sin pensarlo mucho más desvié un poco mi rumbo. Corrí hacia las rocas deseando que mis pies tropezaran con ellas antes de caer al vació. Cerré los ojos, esperando el impacto contra las rocas o contra el futuro suelo. Noté lo primero seguido de lo segundo no mucho después. A pesar de que me había salvado de una caída mortal, el contacto con el suelo después de tropezar con las piedras no era agradable.

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Abrí los ojos y reí al ver que me había librado por unos pocos centímetros. No era una risa alegre, más bien histérica, aliviada al saber que me había librado de una gorda por los pelos. Me incorporé del suelo y me sacudí las manos, estaban rojas, pero eso no era nada en comparación con lo que podría haberme pasado. Además, al parecer ya tenía completa movilidad de mi cuerpo. ― ¿Cómo has podido escapar? ―escuché su voz detrás de mí. Me volví para ver cómo el joven Edahi salía de entre la maleza. A pesar de que no era el mismo, no pude evitar sonreír aliviada. Su simple presencia era suficiente para hacerme sentir mejor. ― No es la primera vez que me libro… ―murmuré encogiéndome de hombros. ― Ya pero… ¿cómo? ―Su rostro extrañado me advirtió que estaba más sorprendido él que yo. Fruncí un poco las cejas y abrí la boca para contestar. ― Tú… ―Pero un crujido escalofriante logró enmudecerme de golpe. Mis manos se posaron sobre el suelo mientras veía la tierra que bordeaba las rocas resquebrajarse poco a poco. El suelo, en el fragmento en el que me hallaba yo, había empezado a desprenderse hasta que dejó de estar unido al resto de firme suelo. Escapó un pequeño chillido de mis labios sin darme cuenta a la vez que notaba el suelo ceder bajo mi peso. Me levanté en un acto inútil de alcanzar el resto de suelo, me tiré hacia delante… y caí. Cerré los ojos fuertemente a la vez que escuchaba que alguien gritaba mi nombre. Noté un doloroso golpe en todo mi cuerpo, el impacto de este contra algo muy duro e irregular. Sin embargo, no era tan terrible como debería haber sido. No había muerto al acto en contacto con el suelo, ni siquiera me había desmayado. Así que abrí los ojos para ver dónde había caído y descubrí que estaba suspendida en el aire, al filo del precipicio con Edahi sujetando mi mano con fuerza. Alcé la cabeza. Sus ojos me devolvieron la mirada como si fuese una especie extraña en el universo. Su mano había aferrado la mía con fuerza. Sonreí. ― Has vuelto a hacerlo… ―murmuré con apenas voz. Su respiración era entrecortada. Estaba asustado y parecía incapaz de creerse que había conseguido cogerme de la mano. ― He podido… salvarte… Su voz me confirmó que no era eso lo que pensaba que me ocurriría. Edahi me había dicho que cuando era pequeño podía ver cosas que los demás no podían. Él había visto que yo tenía que morir, que en realidad ya tendría que estar muerta… Nunca había podido salvar la vida de nadie que estuviese destinado a fallecer, y ahí estaba yo, sujeta de su mano. A salvo… cuando debería estar muerta. 174


Edahi había impedido mi muerte… otra vez.

― ¿Cómo he podido salvarte? Edahi estaba sentado con las piernas pegadas al pecho mientras yo comprobaba que todo siguiera en su sitio. Es decir, que a parte de los tornillos que evidentemente me faltaban, que no me hubiese roto nada a causa de la caída y el tortazo contra el filo del precipicio. Por suerte, a parte de un montón de arañazos y algún que otro moratón, estaba bastante bien. Y para variar no me había golpeado la cabeza. ―¡Milagro!― ― Supongo que no soy fácil de matar. No le des más vueltas ―le dije intentando tranquilizarlo. Edahi alzó la cabeza hacia mí y me miró como si me hubiese vuelto loca. Sus labios temblaban levemente. ¡Lo cierto era que daban ganas de achucharlo! ― Tú… tú sabes lo que puedo… ―No podía hablar. Estaba confuso, y no me extrañaba. Así que le dediqué una sonrisa. ― No hace falta que te preocupes por mí. Voy a marcharme en cuanto… ―Mi voz se fue apagando a la vez que lo miraba todo a mi alrededor―. …en cuanto encuentre el modo… Exacto. El modo. ¿Cómo narices iba a salir de allí? ¿Y dónde estaría el verdadero Edahi, mi Dylan? ― ¿Te refieres a morir? ¿Estás decidida a morir? ―me preguntó incrédulo. ― ¿Qué? No. Eso ya lo dejé claro cuando… ―Pero me callé al instante. Ese Edahi no sabía nada de lo que había ocurrido. Él no me conocía… aún. Así que lo mejor sería no confundirle más―. Olvídalo. ― ¿Quién eres? ―me preguntó aferrándose más a sus piernas. ― Bueno… es difícil de decir. Aunque en estos instantes no lo tengo muy claro… ―murmuré. Él se relajó un poco ante mi respuesta y esbozó una sonrisa acompañada de una risita que me recordó mucho al Edahi invisible que yo conocía. ― Creo que te entiendo ―comentó―. Y gracias. ― ¿Gracias? ¿Gracias por qué? ―pregunté frunciendo el ceño. ― Por no morirte y permitir que te salve. Nunca he podido evitarlo antes… Mi madre me pidió que no interfiriera porque ese era su destino. Pero si yo he podido evitar tu muerte, tal vez tu destino no sea tan claro ―Luego hizo una pequeña mueca ante lo que acababa de decir―. ¿Tiene sentido? 175


― Creo que sé qué quieres decir… ―murmuré pensando seriamente en sus palabras―. Y creo que tienes razón. Puede que exista un destino… pero al final son tus decisiones y las personas que forman parte de ellas las que terminan de decidirlo. Edahi me miró con atención. Era extraño hablar con él y verle, aunque fuese un niño. Todavía había miedo en su interior. Indecisión. Pero había algo en su forma de hablar y en su forma de reír que lograban que no olvidara quién era. ― ¿Y has visto nunca a los Popocatizin? ―dijo cambiando de tema. ― ¿Los popo qué? ―pregunté formando una mueca exagerada. ― Los Popocatzin, aunque los mayas los llaman Ah Puch. ―Mi sonrisa forzada dejó bastante claro que no me estaba enterado de nada. Sin embargo, para aclararlo… ― Lo siento… no sé de qué estás hablando. ― Son las sombras de la muerte. Los que se llevan… a los que mueren. ¿También los ves? ―me preguntó confuso. ― ¡Oh! Las Parcas ―dije al entender a qué se refería. Claro, los aztecas debían tener otros Dioses y otros nombres para ellos… Qué tonta…―. No… yo… Bueno, los oigo. O solía hacerlo… Vaya, ahora me sentía estúpida. Oía a las Parcas, pero eso era porque tenía que morir. Yo no era como él, no tenía ningún don… ― Pues es terrible verlas ―murmuró. ― Bueno, más terrible sería encontrarte a solas con Catrina… ¡uf! ―dije sin pensar. ― ¿Quién es Catrina? ―me preguntó con inocencia. ― La muer… ―me callé al instante. Había olvidado que ese Edahi era el pequeño, el que no tenía por qué saber aún nada de todo lo sucedido. Todavía no había conocido a Catrina, ni a las Parcas, ni había muerto su hermana―. ¡Bueno! ¿Por qué no damos una vuelta? ― ¿Una vuelta? ―preguntó extrañado. Yo asentí con la cabeza mientras me ponía en pie. ― Sí, ¿por qué no? ―Luego pensé en la cueva. Tal vez si regresaba allí podría volver por donde había venido―. ¿Sabes dónde está la cueva esa… la que está cerca de un lago…? ―murmuré. Él se levantó también y fue hacia el bosque.

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― Casi mueres por un precipicio… ¿Quieres probar suerte en la cueva? ―preguntó con humor. Luego sonrió y se encogió de hombros―. Es broma. Venga, vamos. Es por aquí, Lunática. ―Y empezó a andar sin darle mucha importancia. Yo me quedé clavada en el sitio al escuchar sus palabras. ¿Cómo me había llamado? ― ¿Có…cómo? ―murmuré con apenas voz. Edahi se volvió extrañado de que no lo siguiera. ― Que es por aquí. Vamos ―dijo como si fuese obvio―. Creí que querías ir a la… ― No. ¿Cómo me has llamado? ―dije acercándome a él. Él farfulló algo que no logré entender. Estaba aturdido―. Me has llamado Lunática. ¿Por qué? ― Yo no… ― ¿Por qué me has llamado Lunática? ―le repetí alzando un poco más la voz. Él pareció avergonzado y se acobardó un poco. Enseguida vi que había exagerado las cosas. Que ese Edahi era el mismo pero años más joven. ¿Si se le había ocurrido ese nombre al Edahi Parca, por qué no al Edahi niño? ―Yo… Lo siento. No quería asustarte… ―murmuré retractándome y apartándome un poco de él. ― No quería ofenderte… ―murmuró. Yo sonreí. ― Lo sé…―dije quitándole importancia―. Olvídalo, por favor ―le pedí. Lo único que me pasaba era que quería recuperar a Dyaln, al chico invisible que había conocido en el Green Dog, y mi cabeza intentaba buscar posibilidades. Mi mente seguía empeñada en encontrarlo en ese jovencito inexperto y asustado. Edahi se quedó allí plantado unos segundos, guardando silencio. Yo carraspeé un poco y señalé el bosque con la mirada. ― Eh… si quieres podemos ir ahora… ―murmuró. Yo asentí con la cabeza y lo seguí en cuanto inició la marcha. Miré al joven con curiosidad mientras avanzábamos por la arboleda hacia la cueva. Estaba concentrado y a la vez pendiente de que lo siguiera. Como esperando que en cualquier momento me cayera un árbol encima, o me tragara la tierra y desapareciera. En cierto modo lo entendía. Había pasado toda su vida creyendo que no podía evitar la muerte de nadie, y entonces aparecía yo y lo cambiaba todo. No tardamos mucho en encontrar la cueva. Tal vez unos diez minutos más. En cuanto la divisé, sonreí con entusiasmo y empecé a correr para llegar a ella. Subí por las rocas con prisa y una vez arriba miré un instante al joven Edahi.

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― Intenta no caerte… No te he salvado de estrellarte por un precipicio para que mueras de una caída de pocos metros ―murmuró. Yo le sonreí y me dirigí al interior de la cueva. En unos pocos minutos o, con la misma suerte que antes, en unas horas, encontraría otra luz al fondo que me llevaría al otro lado. Era lo más lógico, así que avancé sin titubear con una sonrisa en el rostro y los nervios de punta. Estaba oscuro, pero eso ya lo esperaba. Lo que no imaginaba era que, a diferencia de la última vez, me tropezara con una pared pocos metros más tarde. ― No puede ser… ―murmuré palpando toda la superficie. Pero sí. No había continuidad. La cueva se terminaba. No podía regresar por allí… Salí de la cueva con la débil esperanza de que todo volviera a ser como antes, que no hubiese ningún Edahi pequeño, que me encontrara de nuevo en el presente. Pero también fue inútil. ― ¿Has encontrado lo que buscabas? ―me preguntó desde abajo. Bajé sin decir nada y me senté cerca del lago. Estaba realmente desanimada. No tenía ni idea de qué hacer… ― ¿Y bien? ―me preguntó. ― Nada… ―murmuré negando con la cabeza―. Vete a casa. Yo… me quedaré aquí… Supongo que encontraré el modo de regresar ―afirmé, aunque no estaba nada convencida. Edahi no pareció considerarlo ni por un instante. ― Ni hablar. Todavía tienes que morir. Y ahora que sé que puedo salvarte, no te dejaré sola ―sentenció. Lo miré con una ceja alzada y me acerqué las piernas al pecho abrazándolas. ― Tus padres se van a preocupar ―afirmé. Él negó con la cabeza. ― A veces duermo fuera ―dijo encogiéndose de hombros.

La tarde había dado paso a la noche, y era la primera vez en toda mi vida que dormiría a la intemperie. Como yo no podía regresar y él no quería marcharse, nos quedamos al lado del lago y Edahi encendió una pequeña fogata. Aunque no hacía frío, el fuego nos iluminaba y nos protegía de cualquier cosa que pudiera haber cerca. Nos recostamos en una de las rocas grandes mientras el fuego calentaba nuestras caras. Edahi me había estado contando lo que había aprendido como guerrero, y aunque había intentado fingir que le gustaba, había conseguido que admitiera que en realidad odiaba luchar. Yo ya lo sabía, pero me hizo feliz que fuese él quien lo confesara. Poco 178


después la charla empezó a decaer. Tal vez porque estaba durmiéndome y él parecía cansado. Tal vez porque no teníamos nada más que decir. Edahi se dedicó a ponerse cómodo para dormir y no pude evitar esbozar una sonrisa cuando su cabeza se recostó sobre mi hombro. Era muy dulce. Si tuviese un hijo… me encantaría que fuese igual que él. Poco a poco, mientras la oscuridad lo invadía todo, sentí los nervios crecer. No se escuchaba nada. Ni siquiera grillos o el sonido de algún animal nocturno. El fuego había perdido intensidad y ni siquiera eso rompía ya el maldito silencio. ― Oye… Edahi… ―murmuré. Él dejó escapar un murmullo somnoliento―. Te importaría… seguir diciendo algo. No sé… aunque no tenga sentido ―murmuré encogiéndome más. Él dejó escapar una risa, pero no abrió los ojos. Entonces todo pasó muy deprisa, o tal vez sus palabras me aturdieron tanto que lo que pasó después me pareció que sucedía increíblemente rápido. ― Ah, es verdad… que no te gusta el silencio… ―dijo con apenas voz. ― No… no me gusta el… ―Pero mi respuesta jamás concluyó. Me levanté pensando que iba a despertarle en seco, pero Edahi se puso en pie al mismo tiempo que yo me incorporaba. Al principio pensé que lo había asustado moviéndome tan deprisa, pero luego vi que se movía con sigilo intentando escuchar algo―. ¿Qué…? ― Edahi me calló alzando una mano. Yo cerré la boca emitiendo un pequeño chasquido. Escuché el débil sonido de sus pies moviéndose entre la hojarasca, atento a todo lo que nos rodeaba. Yo agudicé el oído, y por primera vez me di cuenta de que había sido Edahi quién había escuchado algo muchísimo antes que yo. Eso me sorprendió. Normalmente oía los ruidos extraños antes que nadie. Tal vez el comentario de Edahi me había sorprendido demasiado como para prestar atención a nada más. De todos modos, ahora los oía a la perfección. Edahi se movió con cuidado hasta instarme a ponerme en pie. El sonido de pisadas y murmullos se acercaba y cada vez era más intenso. Se trataba de un grupo bastante numeroso. ― Edhai… ―murmuré. Él frunció el ceño y se puso en posición defensiva. ― Alguien se acerca.

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6 Trampa

Los murmullos y pasos iban acercándose cada vez más. Edahi estaba alerta, y aunque no sé si lo hizo conscientemente se situó delante de mí intentando protegerme de cualquier cosa. Probé de encontrar el origen del sonido, pero parecía que procedía de distintos lugares al mismo tiempo. La oscuridad de la noche seguía impidiendo que viésemos nada, y empecé a retroceder un poco sin apenas darme cuenta. Pronto, una luz iluminó las rocas más cercanas. Eran luces de antorchas, montones de ellas llevadas por múltiples manos. Edahi, al ver la gente que se acercaba hacia nosotros, se relajó y observó la llegada de los intrusos con más curiosidad que temor. ― ¿Quién hay ahí? ―optó por decir hacia el grupo de gente. Al principio nadie contestó, pero apenas fueron unos segundos. Las siluetas de un hombre y una de mujer débilmente iluminadas por el fuego aparecieron en la noche. ― ¿Edahi? ―murmuró la mujer. Apenas hubo pronunciado su nombre se acercó corriendo hacia el chico con la antorcha en su mano izquierda―. ¡Oh, Dios mío! ¡Menos mal que estás bien! ―gritó mientras abrazaba al pequeño Edahi. En ese instante la reconocí. Era la madre de Edahi. El hombre a unos metros de ellos era su padre, y poco después fueron apareciendo un grupo de personas que identifiqué como la gente del pueblo. Algo más aliviada al comprender que eran sus padres preocupados por su hijo, me sentí estúpida ante el miedo infundado que había tenido. ― ¿Mamá? ―dijo Edahi con apenas voz―. ¿Qué ocurre? La mujer se apartó de su hijo sin dejar de sujetarlo por el hombro con su mano libre. Lo miró a los ojos con severidad. ― Estábamos muy preocupados. Podría haberte pasado cualquier cosa ―dijo entre enfadada y angustiada. ― No es la primera vez que paso la noche fuera de casa… ―murmuró. ― Pero sí es la primera vez que hay algo peligroso en el bosque ―dijo su padre. 180


Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar la afirmación. Miré hacia todas partes intentando detectar cualquier posible peligro, pero no fue hasta que vi la mirada del hombre y la del resto del pueblo cuando me di cuenta de que todos me miraban a mí. Retrocedí un paso más. Edahi miraba a su padre sin comprender y luego se volvió hacia mí, comprendiendo al instante lo que acababan de insinuar. ― No. Ella no es peligrosa. Está perdida pero… ― Calla, hijo ―le ordenó su padre―. Todos nosotros buscábamos al culpable de las muertes del pueblo, alguien que pudiera envenenar nuestra comida, nuestra bebida... Todo el mundo come y bebe lo que servimos… ¡Todos menos ella! ―gritó su padre. Edahi miró a su madre negando levemente con la cabeza y escuché que le susurraba algo. La mujer esbozó una pequeña sonrisa. ― Eres el más listo de todos… pero ahora sabemos que no era culpa tuya, hijo. Ella es la culpable. Sólo ella. ¿Estaban acusándome de envenenar la comida del pueblo? ¿Sólo porque no había probado bocado? Eso era absurdo. Edahi podía ver las muertes de la gente, él podía corroborar que no eran otras que las Parcas quienes se llevaban las almas de la gente. ¿Cómo podían acusarme a mí? ― Mamá… ella no… ―murmuró. La mujer lo calló con una pequeña sonrisa. ― Tranquilo, cariño. Todo irá bien ―murmuró―. Cuando ella desaparezca… todo volverá a ser como siempre… Mis ojos fueron hacia la mujer. Su mirada era la de una madre, pero había algo en sus ojos que empezó a darme escalofríos. Luego me volví hacia el padre de Edahi, el cual estaba dando ciertas instrucciones a la gente del pueblo. Las caras adquirieron expresiones complacidas y, en algunas, divertidas. Los pasos de los pueblerinos se dirigieron hacia mí. Miré a Edahi una última vez, pero sus ojos estaban clavados en los de su madre. Ella acariciaba con ternura su mejilla, diciéndole que no tuviera miedo, que todo terminaría y volvería a ser feliz. Le hablaba de su hermana, que podría volver a corretear por la aldea sin miedo a que alguien la hiriese. Que no tendría que volver a temer por la vida de aquellos que amaba… Pero eso no era cierto. No iba a dejar de ver sólo porque los demás no querían que viese. Que yo desapareciera… no iba a cambiar lo que él era. ― Ed… ―murmuré. Mi voz se quebró cuando vi a la gente del pueblo avanzar con sus antorchas en una mano, y cuchillos, palos y demás en la otra. Iban a matarme, y por mucho que corriera jamás podría huir el tiempo suficiente para cansarlos a todos.

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― No… ―murmuré―. ¡Yo no he hecho nada! ―grité. Desesperada, di un par de pasos hacia atrás intentando pensar el modo de escapar. No parecía que lo hubiese. Si no podía correr, ni luchar contra todos… ¿Qué me quedaba? Antes de poder pensar en algo, uno de los pueblerinos me agarró del brazo y tiró de mí para inmovilizarme. Dejé escapar un grito de sorpresa y empecé a pataleara y dar puñetazos a diestro y siniestro. Golpeé a más de uno, pero eso solo provocó que más gente me sujetara para inmovilizarme. Iba a morir… y nadie me salvaría esta vez... Aun así… ¿Sabéis qué fue lo que pensé durante esos instantes? Podría decir que en mi familia. Que recordé los buenos momentos, los amigos, las fiestas. Podría decir que recordé toda mi vida en un segundo. Pero no sería cierto. Porque en quien pensé fue en Dylan. Escuché su voz, sentí sus manos. Recordé todo lo que habíamos vivido, desde la primera palabra hasta la última. Recordé la vez que caí de la cama por su culpa, y la que cayó él por la mía, el día que comimos en el Mcdonald's y estuvimos haciendo el tonto jugando con los regalos que traía mi HappyMeal. Sentí sus labios contra los míos cuando me besó la primera vez. El perdón antes del segundo. Y la pregunta antes del tercero. Recordé sus dulces palabras mientras me dormía y le confesé que odiaba el silencio… que le tenía… ―Ah, es verdad… Que no te gusta el silencio…―Mis ojos se abrieron al recordar lo que me había dicho apenas hacía unos minutos. Miré a Edahi a través del grupo de gente y lo supe. Supe lo que estaba pasando. Y no permitiría que ganaran. ― ¡Edahi! ―grité―. ¡Es todo una ilusión! ¡Todo es mentira! ¡Reacciona, por favor! ¡No dejes que me maten, no dejes que ganen! ―grité. Un puño impactó contra mi cara dejándome aturdida durante unos instantes. No querían que hablara, y eso confirmó mis sospechas. Sonreí a pesar del dolor en la mejilla y el sabor a sangre en mi boca. ― ¡Calla monstruo! ―gritó un pueblerino. Pero nunca había obedecido a una orden directa, y no iba a empezar ahora. ― ¡Edahi! ―Miré a través de la multitud. Vi a su madre intentando llevárselo, pero supe que me escuchaba. Sus ojos estaban clavados en mí, dudosos por un instante―. ¡Por favor! ¡Escúchame! ―Pero su madre lo instó a volverse. Se alejaba. Tenía una única oportunidad para convencerle. Para hacerle reaccionar. Así que golpeé a quién estuviese cerca y grité. Grité tanto como pude―. ¡Edahi! ¿Cómo sabías lo del silencio? No lo he imaginado, ¿verdad? ¡En el precipicio, antes de que me sujetaras de la mano, gritaste mi nombre! ¿Cómo sabías mi nombre? ―supliqué―. ¡Recuérdalo! ¡Sé que eres tú, sé que estás ahí dentro!¡Por favor… recuer… Uno de los golpes falló y el padre de Edahi me calló al instante con un puñetazo en el estómago que me dobló por la mitad. Tenía miedo de que decidieran utilizar las armas para matarme, pero parecía que no podían terminar con mi vida directamente. 182


Que Edahi tenía que abandonarme del todo para poder ocuparse de mí. Y cuando él se marchara… yo… Aunque pensándolo fríamente, no tenía miedo de morir, ni que me mataran. Temía que él me abandonara. Que se marchara para siempre, que no pudiera tocarle nunca más, ni hablar con él… Las lágrimas recorriendo mi rostro mientras sentía que todas mis esperanzas se esfumaban. ― No quiero que te vayas… ―murmuré―. No te vayas… ―Apreté los labios mientras sentía los brazos de la gente del pueblo sujetándome con fuerza―. ¡No te vayas, Dyl! Mi voz se apagó de golpe con ese último grito. Mis fuerzas estaban prácticamente agotadas. Había corrido, había intentado salvarme y luchar por mi vida, pero todo fue porque él estaba a mi lado, porque él me lo había pedido. Sin él… no podía seguir. Sin él… estaba perdida. Resignada, abrí los ojos para mirar a la muerte a la cara. No iba a tener miedo. Iba a enfrentar mi destino con la cabeza alta. Me daba igual lo que ocurriese ahora, pero iba a afrontar la muerte sin miedo. Vi al padre de Edahi, su rostro esbozaba una sonrisa de triunfo. Eran las Parcas, ellas nos habían tendido la trampa… y habían ganado. No podían apartarme de Edahi porque él se empeñaba en salvarme. Habían tenido que apartarlo del modo más ruin y rastrero posible. ― Ha sido divertido… pero ya te lo dije, no estás preparada para esto ―dijo el padre de Edahi. Sus ojos eran fríos, y su sonrisa era… Sí. Podía estar disfrazada de cualquier cosa que la identificaría en cualquier parte. Era la Profesora Psicópata―. Él no va a salvarte… Y antes de que pudiera siquiera tocarme, empezó a gritar y me soltó con brusquedad. ― ¿Qué te apuestas? Mis ojos fueron directos al pequeño Edahi. Estaba delante de mí y miraba con odio a la Parca disfrazada de su padre, el cual se sujetaba el muslo con el rostro teñido de dolor. Al parecer, estando en ese cuerpo sí podían sentir… ― Maldito niñato… ―murmuró―. ¿Un mordisco? ¿En serio? ―dijo con la voz teñida de burla. Se me escapó una pequeña risa al ver que era cierto. El pequeño Edahi le había mordido. Supongo que, a pesar de ser mi Dylan, al tener ese cuerpo pequeño no podía competir contra un hombre hecho y derecho. Al ver que él había regresado y había intentado protegerme de cualquier modo, sentí que mis fuerzas volvían. Al mismo tiempo que mi cuerpo reaccionaba, la Parca se recuperó dispuesta a luchar contra Edahi. Por suerte, yo había logrado levantarme de 183


nuevo. Con la furia y la energía que pensaba que había perdido, le arrebaté la antorcha a un joven que la sostenía con ambas manos, y tan deprisa como pude le atesté un fuerte golpe en la cabeza ―venganza personal por el que me había dado contra la guantera del coche― a la Profesora Psicópata. La parca se tambaleó a la vez que el fuego de la antorcha quemaba sus ropas y empezaba a arder. Gritó asustado y eso provocó que todos los demás aldeanos, Parcas o lo que fuesen en realidad, retrocedieran unos pasos ante el fuego. Sin pensarlo un segundo, cogí a Edahi por el brazo y lo insté a escapar. Corrimos como nunca, y a pesar de sus cortas piernas, Edahi avanzaba al mismo ritmo que yo. Escuchamos las voces de las parcas siguiéndonos instantes más tarde. Intenté correr más, pero eran demasiadas. Iban a alcanzarnos. Edahi seguía a mi lado y sus ojos se dirigieron hacia el frente. Había una cascada y un poco de niebla unos metros más adelante. Fue en ese instante cuando supe lo que iba a hacer. ― ¡Dyl, no! ¡Es una locura! ―grité. Él sonrió. ― ¡También lo es enfrentarse a una Parca para salvar a otra, y acabas de hacerlo! ―Mientras nos dirigíamos hacia el filo de la cascada, Edahi me miró a los ojos y sonrió―. No te dejaré. Confía en mí, Eris. Y con esas palabras no tuve dudas. Corrí a su lado, y cuando llegamos al final… saltamos.

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7 Catrina

Me levanté de un suelo frío y húmedo. Estaba mareada y físicamente agotada. Me obligué a ponerme en pie e intenté orientarme. Me encontraba en un túnel de rocas y tierra. Bien podría tratarse de la cueva en la que habíamos entrado, pero al menos allí podía ver algo más que oscuridad. Observé mis manos magulladas y la ropa rasgada. Seguramente presentaba un aspecto lamentable. Toqué mis cabellos acostumbrados a rizarse más ahora que los llevaba cortos, estaban un poco mojados y pegajosos pero al menos ya no los llevaba largos y oscuros como en la trampa de las parcas. Me picaba el rostro en ciertos sitios a causa de algo que tendría adherido ―mejor no preguntar el qué―, y mis manos tenían la textura de alguien que ha estado jugando con tierra. Y a pesar de todo lo enumerado, lo primero que me pregunté cuando conseguí orientarme fue… ― ¿Dyl? ¿Dyl, estás bien? El silencio volvió a invadir la cueva ―o lo que parecía ser la cueva― cuando mi voz dejó de resonar como un eco. Me giré desesperada. ¡No podía haberlo perdido de nuevo! Corrí hacia un lado y hacia el otro sin alejarme mucho de la luz que había al fondo de la cueva. ― ¡Dylan! ¿Dylan, dónde estás? ―grité desesperada. Pero él no contestó. Mientras corría y gritaba, en un instante que permanecí callada, comencé a escuchar una pequeña cancioncilla. Era débil. Con una voz dulce cantaba una canción infantil. No puedo decir cuál era, no la reconocí, pero me gustó mucho la melodía. Así que decidí, dado que no encontraba a Dylan, dirigirme hacia la voz y descubrir la siguiente trampa de las malditas Parcas. Estaba segura de que después de la última vez que había despertado en un lugar extraño, este sería otro de sus ardides, por lo que fui con cautela. No iban a pillarme desprevenida esta vez. Me acerqué a la luz poco a poco con pasos premeditados. Miré hacia todas partes, sobre todo detrás de mí, pues a veces las traiciones más horribles te llegan por la espalda. Después de andar unos pocos metros, me encontré con un arco de rocas que bifurcaba a la derecha. Allí la luz era mucho más intensa. Así que me armé de valor y entré.

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La luz clara procedía de un cielo azul con el sol luciendo en lo alto. Era un paisaje rural, con césped verde y pequeñas casitas de madera y piedra a lo lejos. No obstante, lo que llamó mi atención no fueron el paisaje o las casitas lejanas, sino la niña sentada en medio del césped jugando tranquilamente. Ajena a todo lo demás. Tenía un par de muñecas, y las hacía hablar mientras sonreía como si no existiera nada más que lo que tenía en frente de sus claros ojos. No aparentaría más de tres años, y sus ricitos rubios revoloteaban alrededor de su rostro con gracia. Era preciosa, monísima. ¿Qué hacía una niña pequeña allí? Di un paso más totalmente asombrada y la pequeña se volvió al percibir mi presencia. Sus ojos claros me miraron directamente y sus labios rojos esbozaron una pequeña sonrisa. Dejando las muñecas suavemente sobre el césped, se levantó con agilidad. ― ¡Qué suerte tengo! ―gritó con emoción―. ¡Ven! ¡Juguemos! ―dijo con una sonrisa en el rostro mostrándome las muñecas a sus pies. La petición de la pequeña fue tan tierna y surrealista que avancé sin apenas darme cuenta. ― Vamos. Si no te sientas conmigo no podremos jugar. ―dijo la pequeña al ver que vacilaba un segundo. Olvidando mis reservas, avancé y me senté delante de la pequeña. La niña me tendió una de las muñecas y yo la acepté todavía un poco confundida. Sin embargo, en menos de un minuto ya me encontraba jugando sin pensar en nada más. ―Con los problemas que tenía y yo jugando a muñecas…― pensé. ― Esta eres tú ―me dijo enseñándome la muñeca rubia. Luego me mostró la otra―. Y esta seré yo. Al principio no sabía qué hacer. La pequeña comenzó a jugar e intenté mover la muñeca a la vez que la suya. Su juego era incoherente, hablaba pero sin hablar, y sus escasas palabras carecían de sentido. ― Vamos, Eris, tu muñeca tiene que hablar ―me animó la pequeña. Miré a la muñeca y luego a la niña, preguntándome cómo sabía mi nombre. En cambio, en lugar de preguntar por ello, mis labios se despegaron y comencé a jugar de verdad. Sentí que retrocedía en el tiempo. Como cuando jugaba yo sola con mis muñecas. La sensación era la misma, y finalmente también perdimos la noción del tiempo como solía ocurrirme. Olvidando que seguía dentro de la cueva. Que lo más probable era que todo fuera una trampa. Olvidé que las Parcas querían verme muerta y que no había encontrado a Dylan desde que nos habíamos tirado por la cascada. ― No ha sido tan terrible ¿verdad? ―murmuró la pequeña al cabo de un rato con una sonrisa en los labios y un pequeño encogimiento de hombros.

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― ¿El qué? ―pregunté. Ella me estudió con esos ojos claros de mirada inocente. ― Estar aquí, jugando ―dijo feliz―. Hablar conmigo. ― ¡Claro que no! ―exclamé con una risa descuidada―. Yo nunca he dicho… ―Pero mi muñeca perdió fuerza y mis ojos se quedaron quietos observando a la pequeña todavía jugando. ― Sí… ―dijo entre pequeñas risitas―. Lo hiciste. Por eso quería demostrar que estabas equivocada. Se volvió hacia mí con mirada inteligente. Sus ojos eran astutos y graciosos, demasiado audaces para una niña de tres años. ― Pero yo nunca… yo se lo dije a… refiriéndome a… ―Mi voz se apagó al entender lo que intentaba decirme. Tragué con fuerza―. No puedes ser… ― ¿Catrina? ―preguntó ensanchando su sonrisa ―. Encantada. ―Y con sus pequeñas manos me saludó efusivamente cogiendo una de las mías―. Tenía muchísimas ganas de conocerte, Eris. Muchas. ―Luego esbozó un pequeño mohín―. Siento lo de antes, quería comprobar lo que me habían contado mis Parcas… Sonrisa era tan tierna y su posición tan inocente que me resultó imposible reírme como Edahi me había asegurado que haría al conocer a Catrina. Estaba realmente impactada. Había esperado a una mujer preciosa, una seductora, una psicópata… pero… ¡Por nada del mundo me habría imaginado que Catrina fuese… que la muerte fuese… ¡Una niña pequeña!

La noticia me golpeó dejándome aturdida y con la incómoda sensación de no saber cómo actuar. Catrina me miraba con curiosidad, intentando definir mi reacción, pero yo era incapaz de decidirme entre estar asustada, asombrada o salir corriendo. Se suponía que al ver a la muerte tendría que estar aterrada, pero las emociones se mezclaban unas con otras. Definitivamente, ahora entendía por qué la muerte era inesperada. Jamás habría imaginado que también podría ser tan inocente. La pequeña se levantó del suelo con un saltito ágil y perfecto. Sus pequeños rizos danzaron con el inexistente viento y sus manos bailaron al compás de una canción imaginaria. Pensé en elegir; salir corriendo. Gritar a Dylan otra vez. Pero si me encontraba delante de la muerte era porque ella misma había decidido separarme de él. Al final había tenido yo razón. Nadie puede escapar de la muerte.

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― No quiero que te asustes. La gente suele imaginarme vieja y con una túnica negra acompañada de una enorme guadaña ―dijo sin detenerse―. Pero en realidad no soy así, ni mucho menos. La observé con cautela. Mis manos se cerraron en un puño e intenté mantenerme con la mente abierta. Todavía no me había matado, por lo que tal vez tenía una oportunidad. O solo pretendía castigarme por saltarme mis deberes… ― Quieren que sea temible, porque ven a la muerte terrible ―continuó― ¡Oh, no! ¡Voy a morir! ¡Es horrible! ―actuó con su dulce voz. Luego se burló de sí misma―. Es absurdo, ¿no crees? Nadie puede escapar de la muerte. No es horrible, es inevitable. Es… así de simple. ¿Por qué la gente se lamenta por la muerte de alguien? Al fin y al cabo, no le arrebato para siempre a esa persona. Todos terminan igual. A mi parecer, creo que los que mueren antes… son los privilegiados. ¿No crees? Su pequeña charla había logrado ponerme los pelos de punta por la verdad escondida. La pequeña era la muerte, veía ese suceso como algo natural. A pesar de que la gente afirma saber que la muerte es algo normal, cuando alguien a quien amas muere, es inevitable llorar. Ya podía ser todo lo normal que quisiera, pero dolía igual para aquellos que seguían con vida. Entre todas las cosas que no comprendemos, la muerte era una de ellas. Y nunca la entenderemos del todo. No como lo hace la propia muerte. ― Los humanos sois tan… simples. La vida, la muerte. El amor, el odio… ―murmuró―. Todo o es blanco o es negro. Nunca veis los matices. Pero al final… esos matices siempre los encontráis. El único problema es que no sabéis verlos. El paisaje había cambiado un poco desde que la pequeña había empezado a caminar. Las montañas se habían movido, la hierba desaparecía poco a poco como si se tratase de la espuma marina en la orilla de una playa, los arboles crecían y otros se desvanecían, el sol se ocultaba poco a poco detrás de las móviles montañas… Catrina parecía ajena a todo aquello, sus manos seguían danzando y sus labios continuaban esbozando una dulce sonrisa. ― Edahi… el pequeño Edahi… ―murmuró. Una sensación extraña recorrió mi cuerpo al escucharla hablar de ese modo―. Siempre fue especial, tanto en vida como cuando fue uno de mis mejores mensajeros. Pero como todos los demás… él tuvo el mismo defecto. ―La pequeña se detuvo delante de mí―. Ansiaba vivir. ― ¿Qué tiene de malo querer vivir? ―pregunté sin darme cuenta. Catrina sonrió. ― Oh. Nada ―dijo con una sonrisa de oreja a oreja―. Es bonito vivir. Temporal, pero bonito. En realidad, es un gran regalo el que les hizo a todas mis Parcas mientras vivía, por eso le concedí uno yo también. ― Pensé que fue porque te ayudó a castigarlas… ―murmuré. Catrina chasqueó la lengua. 188


― Nunca premiaría a un humano por cumplir con una promesa. Yo permití que mis Parcas aprendieran el truco de la vida, a cambio yo le ofrecí un trato ―dijo con inocencia―. Su vida y su muerte a cambio del olvido. ―Catrina suspiró―. Edahi valoraba el olvido como ninguna otra cosa, ¿sabías? ― ¿Por… su hermana? ―me atrevía preguntar. La pequeña se volvió hacia mí un poco sorprendida pero sin desvanecer la sonrisa. ― Ese… es precisamente mi siguiente problema. ―La pequeña se cruzó de brazos―. Podía tratar con el sentimiento de culpa, de tristeza. Pero me cuesta entender las nuevas ansias de… ¿redención? No sé cuál es la palabra correcta en estas situaciones. Mis ojos confusos escudriñaron a la pequeña Catrina, a la muerte. No terminaba de entender a qué se refería. ― Sé… que tendría que estar muerta… ― Eso es más que evidente ―me interrumpió la Muerte. ― Pero… estoy aquí. Delante de ti. Has tenido ocasión de matarme y, perdona que lo exprese de este modo pero… siendo la muerte, no creo que te resulte difícil matar a una simple humana ―murmuré. ― ¿Te estás preguntando… a qué estoy jugando? ―inquirió un poco confusa, divertida y entusiasmada por mi inexistente pregunta. ― Algo parecido… ―carraspeé―. Es decir, si ha sido solo un error de Dy… Edahi ―me corregí―, ¿por qué no lo arreglas y ya está? La pequeña dejó escapar una risa contagiosa y se sentó en el suelo a mi lado. El gesto era extraño, pero a la vez encantador. Y eso era más extraño aún. ― ¿Por qué no mato a la gente directamente en el instante que deben morir y me ahorro el tener que inventarme un camión que pasa, una enfermedad que surge o un asesino que mata? ―preguntó con sarcasmo. Yo me encogí de hombros―. El destino ―me reveló―. Si me dedicara a quitar la vida cuando el destino la reclama, no existiría el destino de otras personas. Al ver en mi rostro que no lo entendía pensó un instante y me puso un ejemplo. ― A ver, conoces la historia de Romeo y Julieta, ¿verdad? ―me preguntó. Yo puse los ojos en blanco un instante y asentí con la cabeza―. Pues bien, si ellos no se hubieran conocido, nunca se habrían enamorado, por lo que las familias jamás habrían conocido el romance y ellos nunca se habrían matado. Por otro lado, si las familias no hubiesen estado enfrentadas, ellos podrían haberse amado y ninguno de los dos habría tenido que matarse ―argumentó la muerte―. Ahora imagínate que, en el caso de que las familias no hubiesen estado enfrentadas, ambos siguieran destinados a morir el 189


mismo día que hubiesen muerto de haber ocurrido todo según la historia. ―Mientras hablaba mi cabeza empezó a reflexionar y relacionarlo con lo que me había sucedido a mí―. ¿Qué tendría que haber hecho yo? ― Buscar… otro modo de matarlos… ―murmuré. ― ¿Y si, en el caso de que lo intentase de nuevo, volviese a fallar? En este caso, imagina que el viaje donde tendrían que haber muerto, o la enfermedad que hubiesen sufrido se hubiese extinguido por culpa de algo o alguien más ―explicó. Yo lo pensé un instante. ― ¿La muerte… terminaría por retrasarse? ―pregunté. ― Y eso… es un cambio de destino para mucha más gente. La muerte que no ha podido encontrar descanso lo hallará en otra persona, una que tal vez… no estaba destinada a morir entonces. ―Mi rostro se volvió blanco de golpe. Jamás habría pensado que… ― Oh… ¿Quieres decir que, como esos hombres no me mataron en el callejón, siguen sueltos y por lo tanto…? ― Exacto. Por lo tanto han podido matar a otra joven del mismo modo que hubieras muerto tú. Empezaba a entender por qué la muerte todavía no me había matado. Mi destino, al salvarme Dylan, había cambiado. Mi muerte la había acarreado otra persona. Por mi culpa, los asesinos que debían matarme aquella noche habrían tenido otra oportunidad para hacerle lo mismo a otra persona. Tal vez…con mi muerte podrían haberlos arrestado. Tal vez… ― Lo que intento explicarte, Eris, es que no he podido matarte porque no tengo esa capacidad. No soy una asesina. Solo soy la Muerte. Y tengo que seguir un camino, como todo el mundo ―dijo con soltura―. Tu destino ha sido incierto, y seguirá siéndolo por el momento. Nunca me había encontrado con un alma que cambiara tanto su destino. Un alma que estuviese protegida por algo más que su fuerza de voluntad. ― ¿Te refieres a Edahi? ―pregunté―. Solo he venido porque él me lo ha pedido. Quiere salvarme. Pero si tengo que morir… ―Mi voz se quebró―. Yo no quiero enfrentarme a ti. A pesar de que es cierto, que no logro entender la muerte en su totalidad, sé que el destino… es el que es y no puedes cambiarlo. No quiero desafiarte. He venido para… ― Calla. Mi voz se apagó y mis labios se cerraron emitiendo un débil chasquido con los dientes. Catrina había fruncido el ceño visiblemente molesta.

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― He querido comprobar hasta qué punto llegaba ese deseo por protegerte. Debo decirte que jamás habrías muerto enfrentándote a mis Parcas, no a no ser que Edahi te hubiera abandonado. Pero no lo ha hecho… y sigue sin hacerlo ―murmuró―. Y no puedo matarte mientras él siga evitando tu destino. ― Entonces lo convenceré. Le diré que debe dejar que me vaya. Que debería estar muerta. No quiero que muera nadie más sólo porque no cumplo con mi destino. Si lo he comprendido bien, cada vez que Edahi evita mi muerte alguien muere en mi lugar. No quiero que esas muertes recaigan en mi consciencia… No voy a… ― Eso es muy honorable ―murmuró―. Pero poco adecuado ―afirmó. Yo fruncí el ceño. ― No quiero ser honorable. No quiero morir, pero no puedo vivir con ese peso. Nadie puede vivir sabiendo que cada vez que evita la muerte está matando a alguien. ¡Me volvería loca! La pequeña dejó escapar una risa y se sentó en una pequeña verja de madera que había aparecido por arte de magia. ― Sigues sin entenderlo ―murmuró con esa voz infantil―. No me molesta que sigas con vida… lo que temo es que… ― ¡Eris! ―la voz de Edahi interrumpió a la Muerte. Ante la emoción me levanté de golpe. Mi rostro fue de un lado a otro intentando encontrar el origen de su voz. ― ¡Dyl! ―grité con una sonrisa en el rostro. Escuché sus pasos acercarse. ― ¡Eris! ―dijo asustado. Sus manos tocaron mis hombros con fuerza, intentando verificar que estaba allí―. ¿Estás bien? ¿Te has hecho algo? ―me preguntó asustado. Yo negué con la cabeza, mis ojos seguían mirando a Catrina. ― Catrina… ―murmuró Edahi hacia la pequeña. Ella sonrió y se levantó de un saltito de la pequeña verja de madera donde se había sentado. ― Cuanto tiempo, Edy ―murmuró―. ¿Vienes a jugar conmigo? ―preguntó moviendo el pequeño cuerpecito de un lado a otro con las manos entrelazadas detrás de la espalda―. Es una lástima. Por qué empecé el juego antes por los dos. Ahora… me toca mover a mí. La pequeña dio un par de palmadas al aire con su sonrisa inocente todavía adornando sus labios. Sin embargo, antes de desaparecer vi un vestigio de angustia en su mirada. Como si detestara tener que hacer aquello.

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― Ante una fuerza mayor… son necesarias pruebas mayores… ―murmuró el eco de su voz segundos más tarde de desvanecerse. Sus palabras me confundieron. ¿Qué querría decir con aquello? Por desgracia, lo entendí en cuanto escuché el grito de dolor que emitieron los labios de Dylan. La Muerte no podía herirme porque estaba ligada a un destino que se retrasaba. Por otro lado… Edahi era una parca, ya estaba muerto. Edahi no estaba ligado a ningún destino. A él… sí podía hacerle daño…

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8 Donde todo empezó

― ¿Dyl? Intenté alcanzarle con las manos extendidas hacia delante. Dylan había reprimido el grito enseguida, pero no había podido evitar doblarse de dolor. Me agaché a su altura, intuyéndolo por las marcas de sus rodillas en el suelo, pero no sabía qué hacer para ayudarlo. ― ¿Qué ocurre? ¿Qué te duele? ¿Por qué te duele? ¿No se supone que no puedes sentir dolor? ―dije nerviosa. Él dejó escapar una risa divertida cargada de angustia, seguramente por intentar reprimir el dolor. ― ¿Sabías que… cuando quieres saber algo o estás nerviosa sueles hacer muchas… preguntas al mismo tiempo? Mis manos temblaron levemente sobre su espalda ―o al menos creo que era su espalda―. ― ¿Y eso… qué tiene que ver? ―dije contagiándome de su risa. Dylan volvió a doblarse más sobre sí mismo. Escuché cómo apretaba los dientes. Fuera lo que fuese, tenía que ser horrible―. Mierda… ¿Qué… qué puedo hacer? Dylan dejó escapar un suspiro irónico. ― No puedes… hacer nada… ―murmuró―. Catrina quiere darme… una lección. Soy una Parca. Según ella… la muerte no pude sentir compasión por la vida. Dice que no tiene sentido. Así que cuando nos pasamos de la raya… nos hace sentir lo que hemos reprimido durante… siglos ―afirmó con apenas voz―. Y créeme, no es agradable… ― Pero… ¿No es la primera vez que…? ― No… Pero… esta es la peor, sin duda ―murmuró―. Me preguntó por qué será… o cuánto durará… ― ¿Cuánto te duró la última vez? ¿Por qué te lo hizo la última vez? ―pregunté asustada.

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― Creo… que fueron un par de días… Cometí un pequeño error… Me pasé del tiempo en uno de los cuerpos. Me aferré… a la vida demasiado tiempo ―murmuró. Contuve el aliento cuando fui consciente de la magnitud de lo ocurrido. Y con ello las consecuencias. Podía lidiar con mi muerte… pero que Dylan sufriera por mi culpa… ― ¡Oh, Dios! ¿Dos días por eso? ¿Cuánto tiempo puede durar si salvas a alguien? ―grité asustada. Dylan posó una mano sobre mí al ver que empezaba a ponerme demasiado nerviosa. ― No te preocupes. Estoy bien. Al fin y al cabo, ya estoy muerto. No pude hacerme nada más que esto. La única que puede morir eres tú ―murmuró. Yo reí con escepticismo. ― ¿Y eso sería tan malo? ―Dylan se dobló de nuevo y ya no pudo retener el grito de dolor. Al parecer, esta vez había sido más fuerte―. ¡Mierda, Dyl! ¡No me pidas que esté quieta sin hacer nada mientras tú te retuerces de dolor! ¿Qué podemos hacer? ¿Tiene que haber algún modo de…? ― No puedes hacer nada… Así que no tienes por qué preocuparte. Estoy… bien… ―murmuró. Yo empezaba a perder los nervios. No soportaba saber que estaba pasándolo mal porque intentaba protegerme. ― ¿Preocupada? ¿Yo? ―dije entre angustiada, enfurecida y nerviosa―. ¿Por qué tendría que estarlo? ¿Porque estoy enamorada de ti? Abrí los ojos de par en par al descubrir que era precisamente eso lo que me pasaba. Mis manos se apartaron un poco de él. Por suerte no podía verle, porque de lo contrario no habría podido soportarlo. ¿Qué narices había dicho? ¿Por qué mis labios habían pronunciado unas palabras que no habían pasado por mi cerebro? Ni siquiera había tenido tiempo de pensar en esa posibilidad… ¿Por qué lo había dicho? ¿Por qué había dicho aquello con tanta naturalidad? Cuando era pequeña había pensado que de mayor sentiría cómo mi corazón se detenía al ver a mi príncipe azul. Que con sólo una mirada podría saber lo que él sentía, lo que yo misma sentía. Sí, tenía el amor idealizado. Pero era así como lo imaginaba. No obstante, con Dylan no podía parárseme el corazón al verle. Básicamente, porque no podía verle. Así que mi cerebro no había reflexionado. Lo había dicho… pero no lo había pensado. Ni siquiera lo había tenido en cuenta. Dylan… era Dylan… ¿Cómo pensar que podía… que yo podría enamorarme…? ― Ah… ―murmuró entre pequeños gemidos de dolor como si de repente hubiese descubierto la respuesta a un gran enigma―. Así que es por eso… Mis manos volvieron hacia donde él estaba. Su cuerpo temblaba de dolor y no sabía qué hacer para ayudarlo. Tenía que encontrar una solución. Cualquiera. ― Dyl… ―murmuré―. Tiene que haber un modo… tienes que decirme cómo…

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― No puedes… hacer nada… ―afirmó apretando los dientes con fuerza―. No puedes… cambiarlo… Lo hecho, hecho está… ―Pero no estaba dispuesta a aceptarlo. No iba a quedarme allí plantada, sujetando su espalda o dejando que se apoyara en mí sin hacer nada. Algo habría que pudiera hacer, sólo tenía que encontrar el modo de… Espera. En realidad… ¡Claro! Por supuesto que había un modo. Era Catrina quien le había hecho eso, tal vez si hacía un trato con ella me concedería mi deseo a cambio. A Edahi le había concedido el olvido. ¿Podría concederme a mí su libertad? Mi muerte por su alma… ¿No sería mucho pedir, no? Así mi destino terminaría y Catrina no seguiría persiguiéndolo para llegar hasta mi final. Ella tenía las de ganar. Con decisión me levanté con Dylan y lo ayudé a recostarse contra el muro de la cueva. Allí donde separaba los pasillos oscuros del precioso paisaje de montaña. ― ¿Dónde ha ido Catrina? ―pregunté intentando aparentar naturalidad. No funcionó. ― Ni se te ocurra… ―murmuró―. No irás… a pedirle nada… ―afirmó. ― ¿Qué? Claro que no. ¿Estás loco? Es una pequeña psicópata ―murmuré. ― Ya… Te conozco, Eris. Sé cómo piensa tu cabecita ―afirmó forzando una risa. Cansada de dar tantos rodeos, opté por dejar de mentir. Pues era evidente que no conseguiría nada con ello. ― Me has salvado la vida desde que te conocí. Has intentado evitar mi muerte todo este tiempo. Eres mi Parca, y sin embargo… ―Mi voz se quebró―. Tú tenías que llevarte mi alma, en cambio quisiste que viviera. Me enseñaste a vivir… ― Eris… No… Créeme, tienes que vivir… ―dijo con apenas voz. ― ¿Vivir? ―dije con ironía―. Nunca me he sentido viva hasta que te conocí ―dije con seguridad―. Me he limitado a hacer las cosas que se suponía que debía hacer, pero tú me mostraste hasta donde podía llegar. Me diste valor para hacer todo lo que nunca pensé que podría hacer. Pensaba que la vida tenía límites. Que podías desear cosas, pero que sólo eran eso, deseos. Pero a tu lado, contigo, he hecho cosas que jamás pensé que haría. Sobrevivir, luchar por mi vida, divertirme, reír sin pensar antes que debía hacerlo… Ver sin ver… ― Puedes seguir viva para seguir sintiendo todo esto. Vale la pena ―afirmó. ― ¿Por qué quieres que viva? ¿Por qué te empeñas en mantenerme con vida? ―pregunté confusa. Dylan reprimió un gemido de dolor. ― Porque la vida es lo único real y autentico que tenemos. Tienes la oportunidad de disfrutar de un regalo precioso. Catrina no lo valora porque nunca lo ha experimentado. Pero a veces lo efímero… es mucho más intenso ―su voz era débil.

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Estaba sufriendo y eso me dolía más que cualquier otra cosa. Mi mano acarició su rostro con ternura. Sus pómulos, su nariz recta, sus labios carnosos, sus cejas, su cabello… ― Nunca había vivido intensamente… Y no lo haré nunca sin ti ―le aseguré―. Querías salvarme… pero tal vez no eras tú quien debía salvarme a mí, sino yo a ti. ≪Mmm… sí, es posible que logre salvar su alma… Su sonrisa… es sincera.≫ Las palabras de Ayax, el hombre que había hablado con Dylan en la granja, vinieron a mi memoria en ese instante. Fue entonces cuando entendí el significado de sus palabras. No se refería a que Dylan pudiera salvarme porque mi sonrisa fuese sincera, sino que yo podía salvarle a él porque podía hacerlo. No era mi salvación a la que se refería... sino a la de Dylan. ― Eris… ―murmuró. Me levanté y le sonreí. Ahora sabía por qué lo había conocido. Sabía cuál era mi destino. Y estaba dispuesta a cumplirlo. ― Sea lo que sea que estés pensando… Eris, piénsalo más. No puedes… hacer nada. Se le pasará. Catrina terminará por cansarse. Es una prueba, tengo que superarla y… ― No es una prueba para ti. ―Retrocedí un par de pasos y apreté los puños―. Tal vez… algún día volvamos a vernos… Sin añadir nada más salí corriendo. Escuché cómo Dylan gritaba mi nombre desesperado por que me quedara, pero yo seguí adelante. Avancé por los túneles hasta que dejé de escuchar sus gritos. Aunque intentara seguirme, con el dolor no podría alcanzarme. Eso Catrina lo sabía, y había confiado en que yo lo entendiera y actuara. Tal vez estaba dirigiéndome directamente a una trampa, pero peor sería quedarme con él sin poder hacer nada. Si Ayax tenía aunque fuese un poco de razón en sus incoherentes palabras… podría ser que… La luz que antes iluminaba los túneles empezó a desaparecer a medida que avanzaba. Al principio únicamente mis pasos retumbaban contra las paredes rocosas de la cueva, pero pronto se oyeron murmullos y risas sordas. Era un rumor lejano, casi inaudible. No se entendía, pero conocía las voces. Eran las Parcas, como en la granja. Era el mismo sonido escalofriante y hueco. Aunque no me detuve, me vi obligada a reducir el paso y palpar las paredes estrechas de la cueva. No veía absolutamente nada, pero seguí andando a pesar de todo. Tenía que encontrar a Catrina, aunque no tuviese ni la más ligera idea de dónde se encontraba. Las voces fueron alzándose, persiguiéndome a paso lento disfrutando de mi desesperación. Así debía sentirse el ratón cuando el gato lo persigue únicamente para divertirse, pensé. Las Parcas me daban la ventaja necesaria para poder seguir con el juego. Apreté el paso inconscientemente a medida que avanzaba y no encontraba nada. No había luz, no había nada más que rocas y más rocas. ¿Cuándo se terminaría? ― No escaparas… ―dijo una voz cantarina más clara que las demás ―. Te hemos encontrado… 196


― No quiero escapar ―dije en voz alta. Mis pies seguían andando, incapaces de detenerse―. No quiero huir… Un montón de risas en coro acompañaron mis palabras. Las Parcas estaban prácticamente detrás de mí, pero yo no quería encontrarme con ellas, sino con Catrina. Ella era la única que podía ofrecerme un trato. ― ¿Dónde está vuestra señora? ¿Y la Muerte, Catrina? ―dije hacia la nada. Las risas continuaron. ― ¿Qué quieres de la Muerte? ―preguntó la misma voz burlona―. Estando tan lejos de tu Parca ella no va a escucharte… Conocer a la Muerte no te ayudará en esta ocasión… Frustrada y sintiendo el aliento de las Parcas prácticamente encima de mí me di la vuelta para encararlas. Estuviesen donde estuviesen no iba a seguir su juego, sobre todo cuando ya estaba decidida. ― ¡No quiero escapar! ¡Lo que quiero es hacer un trato! ―grité―. ¡¿Me oyes, Catrina?! El sonido de las risas se apagó de golpe, y el silencio más horrible y pesado invadió los túneles como una manta espesa de nube negra. En realidad, si no fuese porque me dolía todo y me costaba respirar, pensaría que ya estaba muerta. No podía ver, ni escuchar nada. Entonces dejé de sentir el suelo bajo mis pies. La oscuridad era tan espesa que no pude saber cuánto tiempo estuve cayendo ni a cuanta profundidad. Tampoco si el suelo simplemente había desaparecido o bien había andado demasiado y me había tropezado con el final de la cueva. No importaba. Pues pronto aterricé sobre un suelo liso y frío. Pronto me percaté que no veía nada porque mis ojos seguían cerrados por la caída. Me levanté poco a poco y enseguida supe dónde estaba. Era el bar donde había trabajado el último mes; Green Dog. ― Bienvenida a… Donde todo empezó… Catrina se había acercado por detrás y me había dado la mano tranquilamente, como una niña pequeña le da la mano a su madre. Su mirada observaba la puerta abierta del bar vacío. Entonces lo comprendí. Ayax había hablado incoherentemente todo el tiempo, pero de un modo totalmente literal. Cuando dijo “Donde todo empezó” no se había referido a Dylan, sino a todo el mundo. Esa cueva era el donde todo empezó de Edahi y se había convertido en el donde todo empezó de todos. Las Parcas podían jugar con los recuerdos, y Catrina me había mostrado mi propio final. Mi Donde todo empezó… Mi destino había empezado a cambiar desde que entré en ese bar a trabajar. Allí mi vida tomó rumbo hacia mi muerte. Ese era el lugar… donde empezó todo.

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Catrina tiró de mi mano y ambas entramos en el Green Dog. Todo estaba ordenado, como la primera vez que lo vi. Incluso el olor era el mismo. Aunque claro, en esta ocasión estaba vacío. La pequeña me miraba sin expresión alguna. De repente me sonrió. ― ¿Sabes por qué estamos aquí? ―me preguntó con voz dulce. ― Donde todo empezó… ―dije seria―. Supongo que aquí empezó mi rumbo hacia ti… hacia la Muerte. ― Chica lista ―afirmó con alegría. La mano cálida de Catrina era extraña bajo mi piel. La Muerte… tendría que ser fría, pero esa niña era muy cálida. Tal vez era yo quien estaba fría y por esa razón notaba su mano caliente. La pequeña me guió por el bar poco a poco, observándolo todo. Aunque me moría por pasar la mano por la barra del bar o por las mesas, me contuve. No tenía muy claro cuanta verdad y cuanta mentira escondía aquel lugar. ― ¿Sabes? Eres la segunda persona en toda mi existencia a la que tengo que llevar a Donde todo empezó ―comentó Catrina. ― Edahi… ―murmuré. La pequeña dio un pequeño saltito y sonrió contenta. ― Normalmente las almas no lo necesitan. Saben cuál es su problema. Y, o bien pasan al otro lado, o se quedan… conmigo. Edy fue distinto ―Sus ojos claros se volvieron hacia mí con expresión astuta―. Oh, pero tú no. No te confundas. No eres especial. Lo que te hace especial es lo que sientes y por quién lo sientes. Únicamente ―aclaró―. Pero no te preocupes. Por eso estamos aquí. Quiero mostrártelo para que lo entiendas… El Green Dog empezó a cambiar en ese preciso instante. No el bar en sí, sino lo que había en el interior. Siluetas apenas distinguibles de personas que pasaban, gente sentada hablando... Vi a Aina con una bandeja caminando de una mesa a otra. Alex haciendo cafés detrás de la barra. Rebeca mirando una libreta, seguramente de las cuentas, y con el teléfono en la oreja. Y… yo misma caminando hacia el almacén en busca de alguna cosa. Recordaba ese día. Fue dos días después de empezar a trabajar en el Green Dog. Siempre me mandaban al almacén a por algo, fue un inicio difícil. La primera semana siempre es horrible. ― Cuando vives unas circunstancias… difíciles, supongo que esto es lo más parecido a la suerte, ¿verdad? ―comentó.

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Sí. Era cierto. Tener trabajo después de lo que había tenido que pasar mi familia era un golpe de suerte. Habría estado bien poder seguir trabajando y regresar a casa todos los días… ― Además, nunca has tenido amigos de verdad. No en los que puedas confiar. Y nunca has llegado a entender por qué siempre la gente termina alejándose de ti ―continuó Catrina. Agaché la cabeza un poco avergonzada por sus palabras―. Pero… yo sí sé por qué. ― ¿De verdad? ―dije sin ganas. Catrina apretó mi mano un poco. ― En realidad, a mucha gente le ocurre. Es una especie… de sistema de defensa. Bastante comprensible, debo decir ―prosiguió como si no hubiese dicho nada―. Cuando eras pequeña, confiabas demasiado en todo el mundo. Tenías muchos amigos, se te daba bien. Pero los amigos… a veces pueden llegar a traicionar. Sí. Muchas veces así era. Nunca cuentes nada que no puedas decir a todo el mundo. Ese fue el gran consejo que me dio mi madre hace mucho tiempo. Y lo había seguido al pie de la letra. ― Así que, cuando a base de palos te diste cuenta de que no se pude confiar nunca del todo en un amigo, empezaste a acostumbrarte a no dar nunca todo de ti en una amistad. Y eso… la gente lo nota. ¿Por qué tendrían que confiar en ti si tú no confías en ellos? Me habría gustado poder callar a la Muerte. No me gustaba esa conversación, hacía que recordara mi época en la escuela. Lo había pasado bastante mal por culpa de malos amigos. A veces, ser confiado es el peor defecto que puedes tener. Así que había empezado a apartarme de todo el mundo. En ocasiones lo intentaban, como Aina, pero al final todos se daban cuenta de que nunca terminaban de conocerme. Así que era por eso que siempre estaba alerta y nunca era yo misma con nadie. A veces ni si quiera con mi propia familia. ― Pero eso te protegió del engaño. Había mucha gente que podría haber tenido la oportunidad. Como tus compañeras de instituto... ―prosiguió―. Pero tú nunca las dejaste entrar… nunca. Y claro, eso también te pasaba con los chicos. Por eso no llegó a durarte ninguna relación. Apreté el puño derecho dejando inerte la mano que Catrina tenía cogida. No quería escucharla. Odiaba lo que estaba diciendo. ― Pero siempre hubo gente que siguió intentándolo. Tal vez porque veían algo más en ti ―murmuró―. Como Aina… o… ― ¿Qué hago aquí? ―pregunté cortando su frase por la mitad―. Yo he venido para hacer un trato. No a que me digas lo que ya sé.

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La pequeña dirigió su cabecita al frente sin inmutarse. Si la había ofendido, no lo demostró. Pocos instantes más tarde, delante de mí empezaron a aparecer imágenes de gente. Rebeca era una de ellas, Alex también… y Emma, la chica de Bellas Artes. Y muy, muy difusa… Aina. ― ¿Qué significa esto? ―dije un poco enfadada. Catrina sonrió con inocencia. ― ¿Recuerdas lo que te dije? ¿Sobre lo de que al salvarte tú… cambiaste el destino de otros? Mi rostro perdió el color mientras volvía a mirar las imágenes. Mis labios temblaron, incapaces de decir nada ante lo que la Muerte estaba insinuando. ― Ellos… no. No es posible… ― Rebeca murió la semana pasada. Un accidente de coche mientras regresaba del trabajo, como hacía tu turno además del suyo mientras no encontraban a nadie… Estaba muy cansada cuando cogió el coche. Pero como has estado desaparecida no había forma de que te enteraras. Y Aina no iba a contarte eso en tan sólo dos minutos que le concediste para hablar contigo ―murmuró sin apartar la vista de las imágenes delante de nosotras―. Alex lo ingresaron hace un par de días por intoxicación. Si hubieses ido a trabajar aquel día, el destino te tenía preparado ese pequeño regalo, y pasó a otro al estar protegida… por una Parca ―continuó―. Emma… ―Y la imagen de la pequeña chica se materializó todavía más delante de mí―. Se suicidó a principios de semana. Se volvió loca porque creyó sentir al ser que ocupó el cuerpo de su amigo durante semanas cerca de ella. ―La mirada de Catrina me escudriñó con una ceja alzada. Por su gesto deducía que me preguntaba si sabía a qué me refería― Y bueno, Aina… ― No… Ella no… ―murmuré volviéndome hacia la muerte. Ella sonrió. ― No está muerta… aún. Pero morirá hoy en el Green Dog cuando unos chicos entren por la puerta para robar y ella se resista. Al ver la pequeña futura escena en la imagen mis manos empezaron a temblar. No… Era imposible. No podía haber provocado todo aquello sólo porque no morí cuando tuve que hacerlo. Pero si eso era cierto, todo aquello era por mi culpa. Rebeca había muerto porque yo no había estado trabajando… Y Alex… si hubiese ido habría sido yo quien se habría envenenado en su lugar. Y si no hubiese ido a Barcelona aquel día, Emma tal vez seguiría viva. ― Todo… es por mi culpa… ―murmuré. Catrina estaba mirándome a los ojos cuando me volví hacia ella. Mis labios temblaron una última vez―. ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo salvarla? ―pregunté nerviosa. Catrina sonrió con tristeza y se volvió hacia una de las mesas del bar. En ella, justo en el centro, había una pequeña botellita con un líquido transparente en su interior. 200


― Si pudiera devolverte al Green Dog en este instante… esa sería la solución perfecta. Pero soy la muerte… no tengo poderes extraordinarios ―dijo con una sonrisa irónica―. Yo no puedo matarte… Sólo el destino puede. Mis manos se cerraron con fuerza cuando Catrina avanzó hacia la mesa y me soltó para que decidiera mi propio destino. Yo la miré un instante y luego a la pequeña botellita. ― Veneno… ―murmuré―. Sencillo, ¿eh? ―Catrina sonrió y se encogió de hombros. ― Es la muerte más fácil. Mis manos cogieron el pequeño recipiente y el frasco tembló sobre mis dedos. ¿Así que allí terminaba todo? Había vivido más de lo que debía, había muerto gente por mi culpa. Y Aina moriría esa misma noche si no hacía algo. ― Si me bebo esto… si muero… ¿Aina cambiará su destino? ¿No… morirá? ―pregunté. ― El destino es el que es. Nadie puede cambiarlo. Pero si mueres, tal vez haya una llamada antes de que aparezcan los hombres. Tal vez su madre diciéndole que has muerto. Tal vez se marche del bar… Todo depende de su destino. Volví a mirar el frasco. Si me bebía aquello… todo terminaría. Habían muerto demasiados por mi culpa. Si seguía con vida, muchos otros los seguirían. En realidad, ya tendría que estar muerta. Con las manos temblorosas destapé el frasco. No tenía olor. En realidad, parecía agua. Me lo acerqué a los labios con cuidado. Las imágenes que había visto seguían apareciendo en mi cabeza, atormentándome. No obstante, hubo algo más aparte de eso. Una única imagen que empezaba a eclipsarlo todo. Unos pequeños gritos de dolor que todavía me dañaban. ―Dylan― pensé. Y recordé algo más. Unas débiles palabras en el fondo de mi mente ―En realidad todo esto es culpa mía… Toda esta gente está en peligro por mí culpa, no por la tuya. Quiero que tengas eso en cuenta al menos, Eris.― Dylan me había dicho eso la vez que me confesó que yo debería estar muerta. Hizo que tuviera en cuenta ese detalle porque en el fondo todo lo que había ocurrido había sido porque él había intentado salvarme. Catrina lo sabía. Sabía que era él el verdadero culpable de alterar mi destino. Entonces, ¿por qué quería hacerme creer que era yo? Mis manos se detuvieron antes de que el líquido tocara mis labios. Dylan había arriesgado su existencia como parca para salvar mi vida porque quería que viviese. No había abandonado a Dylan para matarme por aquellos que ya no podía salvar. Había venido para hacer un trato. Para salvarle como él me había salvado a mí. Estábamos aquí porque él quería hablar con Catrina y suplicar por mi vida… Y yo había estado a punto de… 201


Aparté el pequeño frasco y lo miré con el ceño fruncido. Mis manos se cerraron con fuerza alrededor del veneno, pero no lo solté. ― No ―dije con firmeza. ― ¿Qué? ―murmuró Catrina desconcertada. ― No he venido aquí para lamentarme. Sé que han ocurrido cosas que no deberían haber pasado… o quizás sí. Tú misma dijiste que la muerte es natural, inevitable. Así que, ¿por qué tendría que lamentar la muerte de alguien sólo porque estén relacionadas conmigo? ―dije con cierta frialdad. En realidad, no pensaba eso ni lo más mínimo. Pero a pesar de lo mucho que pueda conocerme la Muerte, no podía saber cuánta verdad y cuanta mentira había en esa afirmación. Y eso lo vi reflejado en sus ojos―. El único motivo por el que Edahi no está aquí… ¡es porque tú estás haciéndole daño! Catrina, aunque al principio había parecido sorprendida, cerró los ojos y esbozó una sonrisa resignada y divertida al mismo tiempo. ― ¿Y qué pretendes hacer? ―dijo con curiosidad. ― Quiero hacer un trato ―afirmé―. Te entrego mi alma. Dejaré que mi destino me alcance… Pero a cambio quiero que liberes a Edahi. Quiero un favor como el que le ofreciste a él. Catrina esbozó una sonrisa extraña. Sus pequeñas manos se entrelazaron detrás de su pequeño cuerpecito e hizo desaparecer el bar. La cueva detrás de la ilusión no me sorprendió. Pero el frasco seguía en mis manos. ― ¿Sabes que nunca podrás estar con él, verdad? ―me aseguró. ― Lo sé ―coincidí. ― ¿Entonces, por qué quieres salvarlo? ¿Sólo porque él te salvó a ti? ¿Es una especie… de código humano o algo así? ―murmuró con ironía. Yo negué con la cabeza. Mis manos seguían aferradas al frasco del veneno. ― No. No me gustan los códigos humanos… Eso del honor lo encuentro un poco inútil. Nunca haría algo por otra persona sólo porque debo hacerlo. Si no lo sientes, no lo hagas ―murmuré. ― ¿Entonces, por qué? ¿Por qué quieres liberar a una de mis parcas? ¿Sabes lo que es ser una mensajera de la muerte? ¿Te das cuenta del precio de tu trato? ― A Edahi le ofreciste el olvido a cambio de ser una parca, yo quiero su libertad a cambio.

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― Se lo ofrecí a cambio de su ayuda, ser una parca es una especie de… castigo… ¿Qué puedes ofrecerme a parte de tu vida? En el fondo sabía que no sería tan fácil, pero había albergado la esperanza de que pudiera convencer a la muerte si le ofrecía lo único que podía ofrecer. ― No puedo darte más que mi propia vida. Pero si no aceptas… seguiré luchando por sobrevivir. Y cuando muera me quedaré. No avanzaré, pero tampoco seré una parca. No te serviré nunca si Edahi sigue a tus órdenes. Libéralo, y seré tu mejor parca. Haré todo lo que me pidas. Renunciaré al pequeño respiro que les ofreces a las demás. Sino… tendrás que seguir buscando mi destino, porque yo no pienso ir a su encuentro. La Muerte me miró con severidad. Estaba claro que no le gustaban las amenazas. Catrina era una niña, pero solo en apariencia. Sus pequeñas manos quedaron inertes a lado y lado de su cuerpecito y me miró con ojos enfurecidos. ― ¿Vas a hacer todo esto… sólo para que deje a Edahi libre? ¡Qué honorable! ―se burló. ― Ya te he dicho que no soy honorable. Mis razones son puramente egoístas. ―afirmé―. Le quiero. Y deseo que sea libre. Catrina suspiró. No parecía enfadada como hacía apenas unos segundos, pero sus manos seguían sin moverse. Estaba en tensión. Y de repente, su gesto se relajó y sus pequeños hombros se alzaron un poco con indiferencia. ― Muy bien ―dijo con cierta resignación―. Sólo hay un problema. ―prosiguió―. Para que yo pueda concederte este favor, tienes que convertirte en una de mis parcas. Me entregas tu vida a cambio de la libertad de Edahi. ― Eso es lo que te he ofre… ― No me interrumpas ―me cortó. Mi boca se cerró de golpe con un pequeño chasquido―. Pero… para ser una parca… tienes que ser una asesina. ― Pero Edahi no era… ― Edahi eliminó a muchas de mis parcas en vida, y le ofrecí el trato por su servicio. Tú no has matado a nadie. Y consideraré un favor que tu vida termine y me liberes de este dolor de cabeza ―afirmó mientras se masajeaba el puente de la pequeña nariz con el índice y el pulgar―. Sin embargo… sigue habiendo el problema de que no puedo convertirte en una mensajera de la Muerte… si no eres una asesina… ―Pero al terminar la frase Catrina esbozó una sonrisa algo espeluznante―. ¿…o sí? ― Yo no he matado a nadie ―dije asustada―. Rebeca… y Alex… o Emma… Sus muertes…

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― Lo sé. No puedo atribuirte esas muertes, al fin y al cabo no es lo mismo observar como alguien apuñala a una víctima que ser tú quien sostiene el cuchillo. A pesar de que la culpa sigue vigente ―comentó―. Solo existe un modo de hacerlo. Sus ojos volvieron hacia el frasco en mi mano. Lo alcé para mirarlo a mi vez y entendí al instante lo que quería decir con aquello. ― ¿Tengo que matarme? ¿Suicidio? ―murmuré. Catrina asintió lentamente. ― El suicidio es incluso más cobarde que el asesinato. Un alma condenada por el suicidio… es también una asesina. No puedo pedirte que mates a alguien para convertirte en una parca… pero puedes morir por voluntad propia. Tú decides. Mis ojos observaron el veneno. No tenía muchas posibilidades más. Catrina tenía razón. Dylan me lo había dicho. Las parcas fueron asesinos en vida. Si yo no había matado directamente a nadie, no podía convertirme en una. Así que mi única opción era… Apreté los labios asustada y decidida al mismo tiempo. Observé a Catrina por última vez. ― Si me mato… Edahi quedará libre ―dije con firmeza. Catrina sonrió. ― Te lo prometo. Soy la Muerte, siempre cumplo con mi palabra. Lo hice con Edy. Lo haré contigo ―afirmó con solemnidad. ― ¿Sin trucos? Catrina se llevó una mano al corazón. ― Juro que si mueres, Edahi quedará libre. Con esa última afirmación miré el frasco entre mis manos. A lo lejos escuché que alguien gritaba mi nombre. Alcé el rostro, pero no vi a nadie… Nunca había podido verle, y sin embargo jamás había visto a nadie tan bien como a él. No había mirado con los ojos, sino con el corazón. Estaba dispuesta a todo para liberar su alma. A pesar de oír sus gritos todavía más cerca diciéndome que me detuviera, ya me había acercado el frasco a los labios, y de un sólo trago me bebí todo el contenido. El veneno empezó a hacer efecto prácticamente al instante. Mis piernas me fallaron y caí. O lo habría hecho de haber estado sola, pues noté las manos de Dylan impidiendo que me golpeara contra el suelo. A pesar del dolor que debía sentir todavía, había llegado hasta mí. Bueno― pensé―, eso era mejor que no volver a estar con él nunca más. Al menos… podría morir a su lado.

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9 Realidad

No sé si habéis estado nunca al borde de la muerte, pero si es así, entonces entenderéis perfectamente cómo me sentí. El entumecimiento que el veneno me causaba al ir circulando por mis venas me empezó a afectar a las piernas y a los dedos de las manos. Era como si, poco a poco, se fueran durmiendo partes de mi cuerpo. Primero era un cosquilleo y luego nada. ― Eris… ―escuché. Era una voz lejana y acongojada―. Eris… por favor… abre los ojos ―murmuraba. Yo deseaba cumplir con lo que me decía. Y aunque empezaba a sentir esos pequeños cosquilleos en los ojos, los abrí. Mi vista había empezado a nublarse y apenas podía ver nada. El veneno actuaba deprisa, aunque tampoco podía decir cuánto tiempo había pasado exactamente desde que me lo había tomado. ― ¿Por qué haces esto? ¡Te prometí lealtad! ¡Te serví en mi vida y en mi muerte! ¡Nunca había deseado nada hasta ahora! ¿Tanto te costaba… dejarla vivir? ―escuché que gritaba. No me lo decía a mí, pero sentí su dolor como si yo misma quisiera gritar. ― Ha sido su elección. Ella quería salvarte ―dijo la lejana voz infantil. ― ¡No me importa! Sólo quería que viviera. Iba a seguir haciendo lo que me pidieras, me habría apartado de su camino… Pero quería… que viviera… Noté una pequeña gota posarse en mi mejilla y luego resbalar por mi cuello. Luego hubo muchas más. Estaba llorando. Por mí… Y yo deseaba despertar. Al menos para poder despedirme. Quería acariciar su mejilla una vez más. Decirle… que todo iría bien. Me concentré para mover mi brazo, uno que ya estaba entumecido. ― Ese no era su destino. Lo sabes. ― ¡Yo lo hice! ¡Yo pude desafiar al destino…! ― Dyl… ―conseguí que dijeran mis labios a la vez que movía mi brazo. Dylan me cogió de la mano con cuidado y la posó sobre su rostro para que pudiera tocarle. ― ¡Eris! Estás viva… 205


― Dyl… yo… lo sien… ― Sh… ―me calló―. No digas eso. No tienes nada que sentir. Porque no vas a morir. No dejaré que mueras, ¿me oyes? ―me aseguró. Yo dejé escapar una pequeña risa. ― La muerte… no parece… pensar lo mismo… ―murmuré. ―Olvida eso… ―me pidió con la voz cargada de dolor. Mis manos dejaron de sentir su piel. Fruncí el ceño al no notar nada. Mis ojos seguían abiertos. Totalmente abiertos. La imagen no era nítida, pero a medida que el veneno iba afectándome… sentí que volvía a ver. O tal vez que empezaba a morir… ― Dyl… ―murmuré con incredulidad. ― ¿Qué? ¿Qué pasa? ―dijo angustiado. ― Tenías razón… ―murmuré―. Tus ojos… son de mi color favorito… Dylan los abrió todavía más al comprender lo que había querido decir con aquello. Por fin. Al fin. Podía verle. Sus manos temblorosas sujetaban mi rostro con cuidado. Recostada sobre su regazo, lo único que podía ver de él era su rostro delante del mío. Sus rizos negros caían hacia mí algo enredados. Aunque tenía los ojos más hermosos jamás vistos, estaban enmarcados por unas lágrimas que surcaban sus pómulos marcados. Su piel era oscura, aunque eso ya lo sabía. Y sus labios no eran tan gruesos como me lo había parecido al tocarlos con mis manos… o con mis propios labios. Tenían una pequeña sonrisa triste que los adornaba, pero sus cejas conservaban un dolor profundo. Uno que contagiaba al resto de sus facciones. Apenas podía verse por culpa del pelo, pero pude distinguir el pequeño aro dorado que había dicho que tenía en una oreja. Eso le hacía tener cierto aspecto de pirata. Ante ese pensamiento mis labios se curvaron en una sonrisa. ― Puedes verme… Pero sus palabras estaban cargadas de miedo. Supuse por qué. Que lo viera no era bueno. Significaba que estaba muriéndome. ― ¿Te han dicho nunca… que eres muy guapo? ―Dylan dejó escapar una mezcla entre risa y sollozo. ― Cuando estaba vivo me tenían miedo. Y luego, a parte de las Parcas, nadie ha podido verme nunca. Y las Parcas me odian, así que… ―dijo con un dulce encogimiento de hombros. Yo me reí, o eso intenté, al darme cuenta de que tenía razón. 206


― Pues lo eres… ―afirmé. Mi frase empezó a perderse y con ella la imagen de Dylan. Vi su rostro desesperado mientras todo se volvía difuso. ― ¡Sálvala! ―Pero su voz era cada vez más lejana―. ¡Por Dios, Catrina! ¡Sálvala! ¡Haré lo que quieras! ¡Te devuelvo el favor que me diste! ¡Estoy dispuesto a recordarlo todo y afrontarlo si hace falta! ¡Pero por favor! ¡Te lo suplico! La Muerte no dijo nada. Se mantuvo silenciosa, como siempre había imaginado que sería la muerte. Tuve frío y calor al mismo tiempo. Dejé de sentir, dejé de pensar, dejé de sufrir. Y todo se volvió oscuro.

Cuando te hablan de la muerte muchas veces no sabes qué decir. Es bueno, es malo… Pero como una vez me dijo alguien a quien detesto, a los únicos que puedes catalogar de malos son a los humanos. La Muerte no es mala, la Muerte es inevitable. Existe, o no existe, eso no importa. Simplemente tenemos que aceptarla. Sin embargo, debemos aprender a vivir nuestra vida como un regalo. El regalo de existir. No sé si puedo decir que existo ahora, pero recuerdo que existí. Y además, recuerdo que viví. Poco pero muy intenso. Amé, creí, luche, vencí. Morir me hizo ver algo que nunca había visto antes. La vida es algo más que un viaje hacia la muerte. La vida… es el regalo más preciado que tienes. No lo supe valorar. En realidad, nadie lo valora todo lo que debería. Si lo hiciesen, no habría suicidios. Porque en cuanto uno muere ya no siente. Muchos creen que no sentir es mejor que sentir. Pero creedme cuando digo que la peor de las agonías es no sentir absolutamente nada mientras te esfuerzas por sentir algo. Porque cuando dejas de existir… ni siquiera puedes echar de menos lo que añoras. Y ahora que no siento nada me gustaría poder sentir cualquier cosa. Tal vez dolor, tal vez placer, tal vez hambre, frío, calor, angustia… Y mientras no sentía nada… abrí los ojos y se concedió mi deseo.

¿Sabéis eso que dicen de la luz al final del túnel? Pues allí, justo delante de mí, estaba la famosa luz. Aunque ahora mi cuerpo ya no era tan volátil como antes. En realidad pesaba, pesaba mucho. Y sentía dolor, mucho dolor. Me costaba andar, incluso respirar. ¡Dios, respirar! ¡Pensaba que al morir ya no tenías que hacerlo! Y por último, al llegar al final, me di cuenta de que en realidad era más bien… el final de la cueva…

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Mis manos frotaron con fuerza mis ojos como si quisiera desperezarme de una larga siesta. Por culpa de la oscuridad de la cueva, el cambio de luz me dolió. Tardé unos pocos minutos en acostumbrarme a la claridad exterior, pero cuando lo hice… ― No puede ser… ―murmuré―. He salido… de la cueva… Era cierto. Me encontraba justo donde Dylan y yo estuvimos antes de entrar. El lago, las rocas, los arbustos… todo. Por un momento pensé que volvía a estar en el pasado y que las Parcas, o la Muerte, intentaban burlarse de mí. Así que bajé y empecé a dar vueltas por la zona. Grité a Dylan mil veces, a Catrina otras mil. Empecé a reír como una loca en medio del bosque gritando que ya se habían divertido lo suficiente a mi costa. Luego, otras tantas diciendo que si aquello era el maldito cielo que no se merecía la propaganda que daban en la tierra. Hasta que finalmente llegué a la carretera. Me quedé quieta contemplando el asfalto. No estaba en el pasado, no estaba dentro de la cueva. Dylan no estaba. Y yo no estaba muerta… Mis rodillas me fallaron y caí sobre el barro del arcén. Grité el nombre de Dylan con todas mis fuerzas, rogando que apareciese. Insulté a Catrina de todas las formas posibles. Diciendo cosas que incluso yo misma me avergonzaría escuchar. Pero no ocurrió nada. Nadie me dio explicación alguna. Estaba sola. Viva y sola. Dylan no estaba, las Parcas no me seguían, la Muerte había desaparecido. Y aunque me costó unas cuantas horas darme cuenta de ello, al final comprendí que no iban a regresar. Nadie vendría a buscarme porque nadie sabía que estaba allí. Dylan no volvería conmigo. Dyaln… se había ido. Después de llorar inútilmente ―algo de lo que me avergüenzo inmensamente― me di cuenta de que no podía quedarme allí para siempre. Estaba en medio de la nada, llevaba parada en el arcén tres o cuatro horas y no había pasado ni un solo coche. Así que una vez más, no ocurriría como en las películas. No aparecería ningún coche de la nada dispuesto a llevarme de vuelta a Ciudad de México como si ese fuese su único cometido. Así que empecé a caminar en dirección a alguna parte. No recuerdo cuanto tiempo estuve andando. Puede que varias horas más. Y aunque tendría que estar hambrienta, lo cierto era que no habría podido ingerir nada aunque lo hubiese querido. Después de un buen rato andando, finalmente encontré un pequeño bar con gasolinera a pie de carretera. Entré como un alma en pena y me senté en la primera silla que encontré. Alguien me preguntó si estaba bien, pero apenas lo recuerdo. Me había quedado sin fuerzas, sin ganas de nada. Permanecí allí, descansando unos minutos, hasta que pedí permiso para ir al baño. Por suerte, había agua corriente en el lavabo, así que me mojé la cara y me concentré en lo que debía hacer. Miré mis bolsillos y me sorprendió comprobar que todavía conservaba la cartera de mi hermano. La sostuve entre mis manos unos instantes y alcé los ojos hacia mi reflejo en el espejo. Eran verdes, como los recordaba, pero tenían algo distinto que no se apreciaba a simple vista. Mi cabello caía despeinado y con 208


rizos indefinidos, pero seguía siendo rubio. Mis mejillas estaban un poco más pálidas que antes, y mis labios un poco resecos, pero seguían siendo los mismos. La que veía en el espejo seguía siendo yo. ― Eris… Dylan no va a volver ―le dije a la mujer del reflejo―. Esto no es ninguna ilusión. Estás viva y Edahi se ha marchado. Seguramente habrá hecho un trato con la Muerte y te habrá salvado la vida. No quería su libertad, solo quería salvarte para enmendar sus errores ―murmuré―. Le importabas del mismo modo que le importaba su hermana. Te ha salvado, no esperes más… porque no lo habrá ―me regañé―. Así que tienes dos opciones. O te sigues lamentando y comportándote como una idiota… o sales ahí fuera con esa cartera y regresas a casa. Y vives. No sé muy bien cuanta gente ha llegado a conocerme a lo largo de mi vida, pero si estás leyendo esta historia… seguramente ya sabes cuál fue mi decisión. Regresé. Volví a casa con el dinero que tenía y llamé a mi hermano para que viniera a recogerme. Ares apenas dio crédito cuando reconoció mi voz por teléfono. Fue la primera vez que vi llorar a mi hermano. Me abrazó con tanta fuerza que casi me quedo sin aliento. Me explicó lo preocupados que habían estado papá y mamá. Y lo mucho que le había costado convencerles de que estaba bien y que no llamaran a la policía. Así que cuando llegué a casa pensé que mis padres empezarían a gritarme, pero por una cosa o por otra lo único que hicieron fue abrazarme. ― ¡No puedo creer que hayas regresado! ¿Dónde has estado? ¿Por qué te marchaste así?― Estas, entre otras, fueron las preguntas que tuve que contestar. Al principio no supe qué decir. Evidentemente, no podía contarles la verdad. Así que contesté con parte de la verdad. Aquella con la que no pudieran considerar encerrarme en un manicomio. Y aunque a mis padres les costó aceptar esa verdad a medias, terminaron por no hacerme más preguntas. Tal vez tenían miedo de que desapareciera de nuevo. Como ya esperaba, a diferencia de mis padres, Ares no se conformó con mis excusas, y tuve que… bueno, contárselo todo. ― ¿Pretendes que me crea que has estado paseándote con una Parca y te has enfrentado a la Muerte desafiando a tu destino? ―dijo la voz incrédula de Ares. Yo suspiré. No me sentía con ánimos de dar explicaciones, pero tal vez narrarlo todo me ayudara a recordar que había ocurrido realmente. Que Dylan, Edahi, era real. ― No es necesario que me creas. Pero me alegra habértelo contado. Creo que necesitaba decirlo en voz alta ―murmuré con nostalgia―. Porque es lo único que me queda. Dylan… no va a volver… ― Pero Dylan… o Edahi… es una Parca, ¿no? ―apuntó él―. En realidad, tal vez esté aquí en estos instantes.

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Yo sonreí ante esa idea. Si me estaba viendo… me gustaría que hubiese escuchado mi historia, nuestra historia contada por mis labios. ― Si está escuchando… desearía que supiera que lo que le dije en la cueva era cierto. Que sí estoy enamorada de él. Y será así siempre… ―dije mirando hacia la nada. Cada vez que lo hacía me recordaba a él y podía fingir que todavía estaba allí, conmigo. Tal vez así era. ― ¿Sabes? ―comentó mi hermano―. No puedo decir que crea al cien por cien en todo esto… pero estás distinta. Algo ha cambiado en ti. Pareces estar más viva que nunca. Aunque tengas el corazón roto… Noté el dolor que le causó decir esas palabras a mi hermano. Sufría al verme triste. Aunque le costara creer en mi historia, había podido ver mi corazón, y como él había dicho; estaba roto. Así que lo abracé y le prometí que estaría mejor. Que viviría porque me habían dado una segunda oportunidad e iba a aprovecharla. Sino por mí, por él. Esa noche dormí, por primera vez desde hacía muchos días, en mi cama. Bueno, no en mi cama, sino en la que solía utilizar Dylan los primeros días que se quedó en mi casa. Seguramente, Dylan no debería ser cálido porque es una parca, por lo que tampoco debería tener ningún olor, pero el cojín y las sábanas olían a él. Me abracé a la almohada y la pegué a mi nariz. Sonreí con los ojos cerrados en mitad de la oscuridad y fingí que Dylan seguía conmigo. Que nunca se había marchado. ― Buenas noches… Dyl… ―murmuré hacia la nada. La diferencia fue que en esa ocasión no hubo respuesta.

A la mañana siguiente me desperté dispuesta a ser fuerte y aceptar las cosas tal y como eran. Me decidí a llamar a Aina para comprobar que estaba bien. Su voz me reconfortó y le dije que teníamos que vernos pronto y hablar. En esta ocasión me contó lo que había ocurrido con Rebeca, y lo de Alex. Por suerte, el muchacho, que era su mejor amigo, había salido ya del hospital y estaba bien. Me alegré por él aunque lamenté lo de Rebeca. Sin embargo, entendí que no era culpa mía. Su muerte fue cosa del destino. Luego regresé a mi habitación dispuesta a seguir adelante. Vestirme, salir con una sonrisa en el rostro e ir a ver cómo estaba Alex. Quedar con Aina y aceptarla como amiga. O tal vez divertirme con mi hermano o hablar con mi madre, hacía mucho que no lo hacía. Tenía muchas cosas pensadas. Iba a buscarme una plaza para hacer la carrera que deseaba. Iba a convertirme en una gran escritora. Iba a… iba a hacer muchas cosas, cuando encendí el ordenador y lo olvidé todo. 210


Mis manos temblaron sobre la pantalla al abrirla. El monitor seguía encendido, tal vez desde la última vez que lo abrí. Y en la pantalla, escrito en el Word con letras grandes, rezaban unas palabras…

≪ Para mi Lunática favorita, Si lees esto es porque he logrado salvarte, estas viva y yo… ya no estoy contigo. Seguramente habré hecho más de una idiotez para salvarte, y tal vez soy el idiota más grande del mundo y no habré dicho ni una sola palabra de lo mucho que me importas. Hacía tiempo que solo sentía algo cuando estaba dentro de un cuerpo. Era nuestra liberación. Pero contigo no hacía falta que fuera nadie más que yo mismo. Tú eras mi liberación. Eras la única que no podía verme, pero en realidad me veías más que nadie que me hubiera visto nunca. Cuando te conocí te dije que tenías un don, pero no te dije la magnitud de ese don. No sólo puedes escuchar cosas que ni siquiera yo puedo oír, puedes incluso escuchar lo que no se dice. Sé que si estás leyendo esto piensas que no has podido salvarme (sí, sé cómo funciona esa cabecita tuya y sabía perfectamente que lo intentarías), pero utiliza ese don tuyo que tienes y lee esto en voz alta: ― Me has salvado de todos los modos inimaginables. Oh, y por si todavía no te lo he dicho… siento que tengas que leerlo por aquí y tal vez esté haciéndote daño, pero quiero que lo sepas. Porque tú eres la única que ha confiado realmente en mí. Te amo. Y esta es la única razón por la que deseo salvarte. Tu Dyl ≫

Como he dicho, iba a hacer muchas cosas… pero mis manos no quisieron moverse. Mis piernas se negaron a andar. Y las lágrimas insistieron en salir. Habría querido poder decir que desearía no haberle conocido nunca, pero lo único que deseaba era que regresara. Así que, por primera vez en mi vida, me permití derrumbarme.

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10 En todas partes

Llega un momento en la vida que no puedes tocar más fondo. Así que lo único que puedes hacer es subir. ― ¿Eris? ―murmuró la voz de mi hermano al otro lado de la puerta de mi habitación.

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Tumbada en la cama con la almohada pegada a la cara, intenté borrar las lágrimas y calmar los sollozos para poder contestar. Me incorporé un poco hasta quedar sentada con las piernas cruzadas de espaldas a la puerta. Abracé el cojín y tragué con fuerza. ― Estoy bien, Ares. No te preocupes. No sé por qué lo intenté, sabía perfectamente que mi hermano no iba a marcharse. Me conocía lo suficiente como para saber que mentía. Que no estaba bien en absoluto. Así que tendría que haber adivinado que la puerta se abriría y mi hermano entraría en mi habitación con o sin invitación. Me erguí un poco aparentando normalidad, escuché sus pasos y luego la puerta cerrarse. Ares no dijo nada durante unos minutos, y fue entonces cuando recordé que me había dejado el ordenador abierto. Con el mensaje de Dylan ocupando toda la pantalla. Cerré las manos en un puño alrededor de la almohada. No hacía falta ser un genio para saber que mi hermano habría leído lo que me había escrito. Intenté controlar los nervios para poder decir algo coherente. ― Es una idea… ―me apresuré a decir―. Para mi libro. Aunque… todavía está por pulir… No era la mejor explicación que podría haber encontrado, pero al menos era algo. Sentí que Ares se sentaba en la cama junto a mí pero sin tocarme. Sabía perfectamente cuándo necesitaba espacio. Era mi hermano, al fin y al cabo. ― Es una idea preciosa ―murmuró. Intenté que mi sonrisa llegara a los ojos, pero lo único que conseguí fue que escapara un pequeño sollozo de mis labios entreabiertos. Habría sido pedir mucho que Ares no lo hubiera notado. Así que no intenté persuadirle cuando alargó una mano hacia mí para ofrecerme un pañuelo. ― No es malo llorar ―me dijo con voz suave―. Tal vez ni siquiera quieres escucharme, pero aunque hay ocasiones en las que tienes que ser fuerte… otras sólo tienes que dejar que otra persona lo sea por ti. No es malo pedir ayuda. A veces la necesitamos. Cuando yo la he necesitado siempre has estado ahí, apoyándome. Sabes… que puedes confiar en mí para lo que sea, ¿verdad? Mis manos aferradas al cojín temblaron. ― Sí… ―murmuré―. Pero es que… duele… ―dije por fin―. Duele mucho… ― Pues llora, grita, enfádate, pero… no te lo guardes. Te dolerá más si intentas reprimir lo que sientes. Dejé el cojín sobre la cama y me volví hacia mi hermano. Tenía la cara bañada en lágrimas, pero no me importó. Sus brazos estaban abiertos para recibirme. No hizo preguntas, no eran necesarias. Le había contado todo lo que tenía que saber, y lo creyese 213


o no, eso no importaba. Mi dolor era real, independientemente de la historia a la que iba ligado. Me acunó en sus brazos y lo abracé con fuerza. Me sentí pequeña de nuevo, vulnerable, pero eso no era malo. Lo recordaba de cuando era niña. Ser débil mientras mi hermano estaba a mi lado me hacía más fuerte. Lograba que me sintiera protegida. Así que por una vez, me permití llorar. ― ¿Por qué? ¿Por qué ha tenido que irse? ¿Por qué me ha salvado? ―dije entre sollozos―. Yo estaba dispuesta a salvarle… ¿Por qué tuvo que impedir que muriera a costa de su propia libertad? ¿Por qué no dejó… que lo ayudara? ―Ares no dijo nada, se limitó a acariciar mi cabeza con ternura y acunarme en sus brazos―. Lo amo… Lo quiero tanto que apenas puedo respirar. Quiero…quiero que vuelva, quiero que esté aquí. Quiero que deje de dolerme. ― Sh… ―me calló sin dejar de abrazarme―. Lo hará… con el tiempo lo hará… No sé cuánto tiempo estuve llorando, pero supongo que dejé de hacerlo cuando mis ojos no pudieron seguir. Me dolía todo y me quedé dormida sin querer. Ares permitió que durmiera y me excusó ante nuestros padres cuando quisieron preguntar qué me pasaba. Por primera vez, dejé que alguien me ayudara. Que alguien fuera fuerte por mí como él había dicho.

Cuando desperté horas más tarde, no me sentía mejor, pero tampoco peor. Necesitaba tiempo, eso lo sabía, pero únicamente con eso no iba a conseguir nada. Tenía que poner de mi parte para que el tiempo pudiera curar las heridas que llevaba en el corazón. Empecé confesando a mis padres que necesitaba su ayuda. Mi hermano estuvo conmigo y habló en mi lugar en alguna ocasión, sobre todo en esos momentos en los que ni yo misma sabía qué era lo que necesitaba. Por primera vez en toda mi vida, dejé que alguien se preocupara por mí. Y dejé de fingir que estaba bien cuando no lo estaba. Después de pasar una de las peores semanas de toda mi vida, quedé con Aina como le había prometido. Aunque todavía no confiaba en ella, resultó ser la mejor ayuda que pude encontrar. Hablar con Aina conseguía que olvidara durante un rato lo mal que me sentía. Apenas me daba cuenta y sonreía o me reía por algo que ella había dicho. Aina se convirtió en mi mayor distracción y, por consiguiente, en mi mejor amiga. Ese mismo día descubrí que Aina estaba estudiando letras, como yo deseaba hacer. Así que le pedí ayuda para poder entrar en la universidad. Encantada, me dijo que 214


me acompañaría a hacer la matrícula. La carrera no era barata y tendría que hacer también unos exámenes, pero con dedicación y empeño, y con el dinero ahorrado de haber estado trabajando, podría hacerlo. Como les había pedido ayuda, mis padres también hicieron un esfuerzo para que pudiera ir a la universidad. Así que no era imposible. Por otra parte, Aina habló con su madre y ambas acordaron dejarme trabajar los fines de semana y durante el verano en el Green Dog. Me gustó que me contrataran de nuevo. Era un trabajo que se me daba bien y me gustaba. Además, allí conocí a… Dylan… Habían pasado tres meses y una semana desde que regresé sola de Ciudad de México. Y no, no estaba mejor. En realidad, sólo había aprendido a vivir y a no pensar. En ocasiones creía oírlo por la calle, o en el Green Dog cuando regresé. Luego, nunca era él. Así que pasaba los días haciendo cosas. En septiembre, después del verano, empezaría mi primer curso en la universidad. Por suerte, los estudios me mantendrían lo suficientemente ocupada para no pensar tanto en él. Tal vez lograra sacarlo de mi corazón, pues ya sabía que jamás podría olvidarle. Durante esos meses había adquirido una especie de adicción a la oscuridad. Me gustaba encerrarme de vez en cuando en mi cuarto, tumbarme en la cama y cerrar los ojos. Fingiendo que él estaba allí, diciéndome que no se marcharía a ninguna parte. Me acurrucaba en un rincón para dejar espacio a mi imaginación, y aunque cuando salía de allí volvía a ser yo misma, durante esos minutos podía apartarme del mundo. Recordarle a él y los días que estuvo conmigo, preguntándome dónde estría y si se acordaría de mí. Seguramente penséis que está mal y no debería hacer algo así. Pero hay gente que necesita estar sola de vez en cuando, yo necesitaba unos instantes en los que mis ojos no viesen nada. Porque no ver me recordaba a él. Después de ese tiempo, empecé a confiar un poco más en Aina. Mis padres se alegraron de verme mejor y de que contara con ellos para forjarme un futuro. Sabía que Ares se sentía orgulloso ante mi empeño por cumplir mi promesa de seguir adelante. Personalmente, también estaba orgullosa de mí misma. No me permití rendirme, y decidí dedicar todo mi esfuerzo en cumplir mi sueño de ser escritora. Eso y saber que Dylan lo había dado todo para que viviera era lo que me impedía desistir. No podía fallarle. Como tampoco podía olvidarle.

Era verano, principios de verano, y trabajaba a tiempo completo en el Green Dog.

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Estaba sirviendo mesas, como siempre, y miré con nostalgia el bar. Era como si el tiempo no hubiera pasado. Mi cabello volvía a estar igual de largo que cuando conocí a Dylan. Llevaba el mismo delantal negro, la misma bandeja, la misma libreta... Hacía las mismas cosas y más o menos tenía el mismo horario. Tal vez lo único que había cambiado allí era yo. Aina lo notó pasado un tiempo, decía que aunque me veía más segura de mí misma, también había un deje triste en mi mirada. Como si me faltara algo. Confiaba en ella, pero no le había dicho ni una sola palabra sobre Dylan. Así que me sorprendió lo intuitiva que llegaba a ser esa chica. Siempre lo había sabido, pero todavía me impactaba. ― ¿Te faltan cinco minutos para terminar el turno, verdad? ―me dijo una de las chicas nuevas. Se llamaba Ariadna, era pequeñita y morena, muy dulce y algo inexperta, pero se le daba bien ser camarera. ― Sí, pero no te preocupes, lo termino yo. La chica se había pasado prácticamente todo el tiempo dentro del almacén. Recordaba mis primeros días y sabía que debía estar pasándolo un poco mal. A ella todavía le quedaba una hora, pero si se quedaba en el almacén mientras llegaba Alex, seguramente se pasaría el resto de la mañana allí dentro. Así que cogí las cajas que tenía en las manos y, dedicándole una sonrisa, entré yo en su lugar. La joven me devolvió la sonrisa agradecida y fue a servir mesas. Aina me había dejado a cargo de la nueva mientras ella no estaba. Al parecer, me veía lo suficientemente responsable y capacitada para la tarea. Además, ser encargada me había subido el sueldo, y ese fue el punto clave para poder terminar de pagarme la matrícula. Dejé las cajas en una de las estanterías del almacén y miré mi reloj. Como quedaba tan poco tiempo me senté en una de las cajas y me concedí un descanso a pesar de que iba a tener uno de cuatro horas en dos minutos. Suspiré y me retiré el pelo de la cara con ambas manos, estaba un poco sudada. El calor había llegado muy pronto aquel verano. Mientras descansaba, me fijé que entre las cajas había unos papeles escondidos y olvidados. Con curiosidad, los cogí y les di la vuelta. Mis ojos se abrieron de par en par al descubrir qué era. Sin poder evitarlo sentí que, después de tanto esfuerzo, mis ojos volvían a humedecerse y mi corazón resquebrajarse. ¿Por qué cuando creía que estaba bien volvía a recordarle? ¿Por qué parecía que todo estaba en contra de que lo olvidara? ¿Por qué no dejaba de dolerme? Mis manos temblaron un poco sobre el dibujo de Dylan. Uno que debía haber quedado olvidado el día que estuvo en el almacén. Tal vez era el único en el que no era la protagonista. En el papel se había dibujado a sí mismo a mi lado mirándome, y yo mirándole a él. Viéndole. ― Eh… ¿Hola?

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La voz procedente de la puerta del almacén me sobresaltó. Dejé el papel boca abajo encima de una de las cajas y limpié las pocas lágrimas que habían escapado de mis ojos tan deprisa como pude. ― ¿Qué haces aquí dentro? ―pregunté mientras me levantaba―. Lo siento, pero no se puede entrar aquí, es sólo para el personal. Los clientes no pueden entrar. ― Oh, lo siento, es que tu compañera estaba ocupada y me ha dicho que tenía que darle mi currículum a la encargada. Y que estaba aquí dentro ―explicó el chico mostrándome unos papeles. Lo examiné mientras los cogía. Estaba visiblemente avergonzado. Sus ojos me miraban inseguros y su mano tembló levemente al darme su currículum. ― Bueno, pues deberías haber esperado ―dije más seca de lo que habría querido―. ¿Quieres trabajar aquí? Un poco estúpida la pregunta ahora que lo pienso…―me dije―. ― Eh… Sí, bueno, he estado tirando currículums por todas partes. Aunque no creo que me cojan aquí, y siento ser tan sincero, algo me dijo que entrara y… ―Su voz sonaba algo incómoda y noté que empezaban a sudarle las manos. Los nervios estaban jugándole una mala pasada. ― En realidad… ―Pero mi voz se apagó. El chico acababa de dejar escapar una risa nerviosa que…―. Perdona… ¿Nos hemos visto antes? El chico me miró a los ojos, apenas podía verle con la poca luz del almacén. Sus cabellos eran oscuros, pero no sabría decir si castaños o negros. Por lo demás, no había visto a ese joven en toda mi vida. Y sin embargo, había ciertas cosas que… ― Yo iba a preguntarte lo mismo… ―dijo sustituyendo la risa nerviosa por una de verdad―. Puede que hayamos coincidido en alguna parte… ―murmuró―. Bueno, un placer conocerte, Eris ―dijo con una sonrisa en los labios. Miré el currículum entre mis manos un segundo y luego volví a dirigir los ojos hacia él. El chico sonrió y se dio la vuelta para irse, en ese instante aterricé. ¿Me había llamado por mi nombre? ― ¡Espera! ―le grité mientras me acercaba a él―. ¡Espera, no te vayas! ¿Cómo sabes que me llamo…? Lo detuve cogiéndole por el brazo en el mismo instante en el que Ariadna entraba en el almacén y golpeaba al muchacho con la puerta. El joven retrocedió para evitar a mi compañera y yo resbalé. Él intentó mantener el equilibrio, pero yo seguía sujetándole por la manga y caímos ambos al suelo entre cajas y pedidos que habían quedado amontonados en un rincón. Una de las cajas me golpeó la cabeza ―como no…― y él se apoyó sobre los codos para no caerme del todo encima. 217


― ¡Perdona! ¡Lo siento, no pretendía…! ―dijo Ariadna desde la puerta sin saber muy bien qué hacer. El muchacho se incorporó un poco dejándome más espacio. ― ¿Estás bien? ―me preguntó. ― Sí, no te preocupes ―dije intentando olvidar la sensación que había tenido hace un rato. Era absurdo seguir pensando que me encontraría a Dylan en cualquier esquina, lo único que me pasaba era que tenía tantas ganas de encontrarle que lo veía en todas partes―. Deja que me levante ―dije mientras intentaba incorporarme. El muchacho se quedó quieto un instante. Parecía confuso, como si intentara descifrar un enigma. Entonces dijo algo que jamás habría creído que diría un extraño. ― Tal vez no deje que te levantes… ―murmuró. Mis ojos se abrieron de par en par y una imagen de una situación parecida me vino a la mente. Al ver mi expresión, el joven sacudió la cabeza y empezó a levantarse apresuradamente―. Dios, lo siento. No sé por qué he dicho eso. Qué vergüenza… Yo me había quedado quieta. Mi cabeza empezó a funcionar a mil por hora, y lo imposible empezaba a tener sentido. Inconscientemente me decía que no podía ser, que cuando viera la realidad el golpe sería más fuerte. No obstante… ― ¿Edahi...? ―murmuré. El muchacho me miró extrañado―. ¿Dylan…? ―dije después. Pero tampoco pareció reconocer ese nombre. ― Siento mucho todo lo ocurrido ―dijo Ariadna intentando suavizar la tensión. Dejó las cosas que llevaba encima de una de las estanterías y se acercó a ayudarme. Yo me levanté, pero no dejé de mirar al muchacho. ― No… en realidad ha sido culpa mía ―dijo el joven sin apartar la mirada de mí. ― ¿Cómo sabías mi nombre? ―me apresuré a decir. ― Tal vez yo lo mencionara… ―murmuró Ariadna con una pequeña risa avergonzada. La ignoré. Me acerqué al muchacho y pude ver algo más en sus ojos. Estaba tan confuso como yo, pero en su gesto había una chispa de esperanza. Aunque parecía evidente que no sabía por qué se sentía de ese modo. En otras circunstancias jamás habría hecho aquello, pero si existía una pequeña posibilidad de que él fuera… Sabía que era una locura pero… ― ¿Puedo besarte? ―pregunté sin avergonzarme de mis propias palabras. Escuché a Ariadna reprimir una exclamación, y vi que el joven se sorprendía ante la inesperada pregunta. Era una locura. Realmente era una estupidez, pero no lo pensé, y tampoco dejé que él lo pensara. Me acerqué más, podría haberme apartado, pero no lo hizo. Se quedó quieto, así que me puse de puntillas y lo besé en los labios. El 218


muchacho no se movió y tampoco cerró los ojos. El beso apenas duró, y segundos más tarde me aparté decepcionada. No era Edahi. No era mi Dylan. Tenía tantas ganas de verle, de estar con él, que lo había imaginado. Se parecía, pero no era él. Nunca lo era. Dylan había desaparecido para siempre, no iba a regresar. Ya era hora de que empezara a asumirlo. Decepcionada y triste, intenté contener las lágrimas. No era justo. ¿Por qué me hacía esto? Tenía que empezar a ver la realidad tal como era y dejar de hacerme daño cada vez que la herida empezaba a sanar. ― Lo siento. Siento esto… ―murmuré―. Hablaré muy bien de ti a la jefa, tal vez te cojan. Así puedo compensarte por… ¡Dios! Soy idiota… ―dije riéndome de mí misma. Me volví para escapar de la situación. Acababa de hacer el ridículo más grande de toda mi vida. De todos modos eso no era nada en comparación con el dolor que se había alojado en mi corazón. La vergüenza no era nada al lado del daño que acababa de hacerme a mí misma. Por un instante… ― Esto… será mejor que salgamos y… ―empezó a decir Ariadna. Escuché que su voz se apagaba y volvía a reprimir otra exclamación. Estaba a punto de girarme hacia ella para preguntar qué había pasado cuando una mano me detuvo en seco y me dio la vuelta. Instantes más tarde, el muchacho volvió a besarme. Abrí los ojos de par en par ante la sorpresa, pero su modo de sujetarme con cuidado y con decisión me hizo olvidar que no debía hacerme ilusiones. Lo rodeé con los brazos y me dejé llevar. Por primera vez en tres meses y una semana me sentí un poco más completa, un poco más viva, un poco más… feliz. ― Eh… bueno. Yo me voy… ―escuché que decía Ariadna, evidentemente incómoda. Seguramente debía estar alucinando. Yo lo estaría. No me importó. En ese instante no me importaba nada. O al menos no me importó durante unos pocos segundos. Justo el tiempo que tardé en darme cuenta que lo que estaba pasando no estaba bien. No después del dolor que había sentido y el miedo que tenía de volver a empezar desde el principio de nuevo. Por no decir que estaba besando a un completo desconocido sólo porque me había recordado a Dylan. Así que lo aparté de mí intentando salvar un poco la situación. Si era posible… ― Yo… esto… Siento si te he dado una impresión equivocada. Es evidente que ha sido un error... Yo… te he confundido con otra persona ―murmuré. El chico no parecía avergonzado ni arrepentido. Estaba confuso. Así que me aparté prudentemente de él e intenté irme, coger mis cosas y salir del Green Dog antes de que cometiera más locuras.

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― Hace unos meses… desperté sin recordar apenas nada ―murmuró―. Pero había algo que sí recordaba. El rostro de una chica. Y no podía sacármela de la cabeza. Me detuve de golpe, pero me regañé interiormente al notar que mi corazón seguía albergando esperanzas. Si me hacía ilusiones el golpe sería más fuerte después, y tendría que empezar a recuperarme de nuevo. Más noches llorando, más sueños preciosos que, al despertar, se convertían en pesadillas. Más insomnio y miedo. ― He estado buscándola desde entonces. Sentía la necesidad de ir a ciertos sitios, pero nunca la veía ―siguió―. Y de repente veo este bar, y siento que debo entrar. Al escuchar tu nombre... ―continuó―. Y entonces te veo. Al principio solo fue una pequeña sensación. Pero… ¿Cómo… cómo me has llamado? ―Su voz estaba cargada de confusión y angustia, como si su tono pudiera describir cómo se sentía mi corazón en esos instantes―. Repite ese nombre ―me pidió. Tenía muchísimo miedo, pero fui incapaz de no darme la vuelta. Él me miraba directamente y yo me veía incapaz de pensar en nada. ― Edahi… ―murmuré a pesar de mi estupor. Sus ojos no cambiaron. Seguían igual de confusos. Entonces recordé cómo lo llamaba yo siempre. Sonreí un poco―. Dyl… Su expresión cambió un poco. Fue una mezcla entre reconocimiento, sorpresa, confusión y ansiedad. ― Bésame ―murmuró con apenas voz―. Por favor, bésame otra vez… Sin pensarlo mucho, empecé a andar de nuevo hacia él. Él acortó la distancia que nos separaba y me sujetó por la nuca para acercarme a sus labios. El beso sabía a él. Si ese muchacho no era mi Dyl se le parecía muchísimo. Demasiado. Me aferré a él impidiendo que pudiera apartarse de mí y sus labios recorrieron los míos. Imité sus movimientos mientras me perdía en su abrazo. Era una locura, lo sabía, pero me daba igual. Era la sensación más intensa que había sentido en mucho tiempo, y quise aferrarme un poco más a esa débil esperanza. Seguramente cuando todo terminara me dolería muchísimo más, pero en esos instantes no me importaba. Daría el resto de mi vida sólo por ese momento. Aunque fuera una mentira. Porque era incapaz de pensar mientras sus labios me daban pequeños besos cortos, pareciendo tan feliz como yo. O cuando sus manos me sujetaron con fuerza incapaz de soltarme. Como si temiera que fuera a desvanecerme en la nada si dejaba de besarme. Su voz cálida empezó murmurar cosas encima de mis labios. ― Sigues siendo… una lunática… ―dijo entre besos. Al principio no reaccioné. Debo admitir que tardé unos segundos en darme cuenta. Pero cuando lo hice, me aparté de golpe y lo miré a los ojos. Ya no estaban confusos. Eran claros, decididos y tiernos. 220


― ¿Dylan…? ―murmuré. Él sonrió. ― Para ti, siempre Dyl. Y ya no pude seguir conteniendo las lágrimas.

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11 Redención

― Eres… ¿Eres tú? Dylan, o quien creía que era Dylan, asintió con cuidado ante mi temerosa pregunta. Apenas se atrevía a tocarme ahora que me había apartado, tal vez con el mismo miedo irracional que a mí me embargó ante la idea de tenerlo delante. Apenas reparé en mis lágrimas mientras estas caían libremente por mis mejillas. Nunca me había importado menos que me viera llorar. Tal vez ni siquiera era consciente de ello. Lo único que sentía era incredulidad y miedo, mucho miedo. Miedo a que esto fuera otro sueño que pudiera convertirse en pesadilla cuando despertara. Si lo era, esperaba seguir durmiendo para siempre. Poco a poco el miedo fue haciéndose más notorio y millones de preguntas y dudas se antepusieron como un escudo protector. ¿Y si no era realmente Dylan? ¿Y si estaba malinterpretando la situación? ¿Qué pasaría si me hacía ilusiones y luego resultaba ser todo un malentendido? ¿Cómo me sentiría entonces? ― ¿Cómo te llamabas realmente? ―le pregunté minutos más tarde. Él alzó una de sus oscuras cejas, seguramente esperaba otra reacción. Tal vez yo también la esperaba, pero por alguna razón los nervios habían tomado el control de la situación, y la cautela y precaución dominaban mis palabras. Quería asegurarme que realmente era él el Dylan que amaba. ― ¿Te refieres al de ahora o al que tenía antes…? ―Al ver la expresión de mi rostro decidió contestar sin hacer bromas―. Edahi. Me llamo Edahi. ― ¿Qué eras? ― Era una Parca ―contestó resignado entendiendo lo que estaba haciendo. ― ¿Cómo nos conocimos? ― Aquí. Te seguí porque eras la única que podía escucharme. Luego te salvé la vida. ― ¿Cómo me llamo? ―le exigí a pesar de que esa pregunta no iba a demostrar nada. 222


Él suspiró. ― Te llamas Eris Arnaiz, tienes veinte años, trabajas en el Green Dog y vives en un pisito a las afueras de Salou. En el Mcdonalds te pides siempre un HappyMel. Adoras escribir, y acojonas un poco cuando estás enferma. Siempre me llamas Dyl, aunque cuando te enfadas conmigo o quieres alejarme me llamas Edahi. ¿Tienes suficiente o quieres alguna prueba más de que soy yo? ―me dijo con voz dulce. Negué con la cabeza, incapaz de decir nada. Acababa de describir el tiempo que estuvimos juntos en pocas y perfectas palabras. Era él. Realmente era Dyl. Al ver que temblaba y apenas podía hablar, me cogió en brazos para sentarme encima de una de las estanterías quedando más o menos a su altura. Después noté que empezaba a alejarse y lo detuve por la camisa. Dylan se giró y esbozó una pequeña sonrisa. ― Sólo voy a buscar un pañuelo, no me gusta verte llorar. ― Da igual… no te vayas… no… Sabía que me estaba comportando de un modo inmaduro e infantil, pero me daba miedo que se alejara. Era extraño sentir algo tan fuerte por alguien que, literalmente, no había visto en mi vida. Pero el miedo era irracional, como mis sentimientos hacia él, y no quería que se separara ni un centímetro de mi lado. No ahora que había vuelto. Por suerte, Dylan no intentó alejarse de nuevo. Se acercó a mí con cariño y sujetó mi cara entre sus manos. Con la yema de los dedos limpió los restos de lágrimas. Sus manos eran rugosas sobre mi piel, pero no imaginaba caricia más suave. Durante unos minutos se dedicó únicamente a borrar la tristeza de mis ojos. Y con cada roce mis nervios y miedos iban evaporándose igual que mis lágrimas. ― ¿Te piensas que voy a irme después de lo que me ha costado encontrarte? ―dijo sin retirar las manos de mi cara. Yo sorbí por la nariz y me limpié las lágrimas con el dorso de la mano. Consiguiendo que apartara las suyas dejándome cierta intimidad. ― ¿Por qué has tardado tanto? Han pasado tres meses y una semana desde que… ― Vaya, llevas la cuenta. Al parecer me has echado de menos ―dijo con una sonrisa llena de humor. Yo lo miré totalmente seria. ― Claro que te he echado de menos. Te quiero. Dylan pareció contener el aliento y me percaté que sus manos jugueteaban con el borde de mi camisa. Recordaba haberle dicho indirectamente que estaba enamorada de él, pero nunca le había dicho directamente que lo quería. A pesar de la poca luz en el almacén, vi cómo se sonrojaba y se ponía nervioso. Eso me hizo sonreír. En ocasiones era como un niño pequeño; inocente y tierno. 223


― Pensé que habían sido imaginaciones mías ―murmuró―. Lo de la cueva… Lo que me dijiste. Empecé a reír sin poder evitarlo, o tal vez sin querer hacerlo, mezclando la risa con los sollozos. El sonido de mis extrañas carcajadas pareció relajarlo un poco. ― Te aseguro que la más sorprendida en ese momento… fui yo ―le aseguré. Dylan se quedó callado, y aunque tenía mil preguntas que hacerle no sabía por dónde empezar. Había estado suplicando que regresara durante semanas, y ahora que estaba delante de mí no se me ocurría qué decirle. Era absurdo y a la vez lógico. Estaba tan colapsada que no me salían las palabras. Al parecer, a él le pasaba algo parecido, porque estuvimos unos incómodos minutos en silencio, incapaces de decir nada. Finalmente, Dylan suspiró y rompió el extraño momento. ― Mierda… estaba esperando el momento perfecto. No sé… uno romántico. Pero supongo que soy un completo desastre con esto… ―afirmó encogiéndose de hombros. Aquello me hizo reír eliminando la tensión que había invadido mi cuerpo en los últimos minutos. Había extrañado aquello. El poder reír de cualquier tontería. Dylan siempre me sacaba una sonrisa. ― ¿Un momento romántico? ¿Para qué? ―musité. Él volvió a encogerse de hombros, sus ojos seguían interesados en descubrir los tejidos de mi camisa mientras sus manos escudriñaban los bordes. ― Para… para decirte lo que siento por ti… ―murmuró―. Escrito no es lo mismo… Porque supongo que encontraste mi nota, ¿verdad? ― ¿Te refieres en la que dices que sabías lo que iba a ocurrir? ―pregunté con malicia. En realidad sabía perfectamente a lo que se refería. Pero él me había hecho esperar demasiado como para ponérselo tan fácil. ― ¿Qué? Bueno sí, también. Pero no me refería… ― ¡Oh! ¡Claro! Lo de que te he salvado de todos los modos inimaginables ―exclamé―. Eso fue precioso. Dylan me miró con cara de sufrimiento. Apenas podía contener la risa al ver sus ojos inocentes. ― Sí… eso… también… pero… ―murmuró aislando cada palabra como si le costara hablar. ― ¿Qué? ―dije algo más tranquila―. ¿Me he dejado algo? 224


Dylan entrecerró los ojos con suspicacia. ¡Ah! Lo había entendido. ¿Ahora quién tomaba el pelo a quién? Cuando comencé a reírme de él, sentí que empezaba a hacerme cosquillas mientras me decía que era una tramposa. ― ¡Es muy divertido tomarte el pelo, sobre todo ahora que puedo verte! ―dije con una sonrisa intentando que dejara de hacerme cosquillas―. ¡Y acabas de cargarte el momento romántico! ―le reproché. ― Entonces, si te digo ahora que estoy enamorado de ti y que te amo, seguramente no será el momento adecuado, ¿no? ―Mi risa murió al instante y él dejó de hacerme cosquillas Estaba a punto de decir algo, pero nunca llegué a descubrir lo que habría dicho después de esa inesperada confesión. O si habría dicho algo realmente. Pues unos pequeños sollozos procedentes de la entrada del almacén nos obligaron a darnos la vuelta. Aina, con una mano en la boca y los ojos vidriosos por las lágrimas, se encontraba plantada en el marco de la puerta. Seguramente acababa de llegar para empezar su turno. ― Jo… Eso ha sido… ―dijo emocionada. Ambos nos sonrojamos igual que dos tomates al deducir que Aina había escuchado toda nuestra conversación―. En fin ―dijo serenándose―. Lo siento. Pero pensaba que ya no estarías aquí, Eris. Aunque para esto, te dejo todo el tiempo que quieras ―exclamó mientras se dirigía hacia el perchero donde dejábamos siempre nuestras cosas―. Seguid, como si yo no estuviera. ―Luego se volvió hacia nosotros una vez más―. Pero, muchacho ―lo llamó―, ha sido precioso. Empecé a reír en cuanto Aina entró en el baño para arreglarse un poco antes de empezar su turno. Esa chica era un cielo, y eso que al conocerla pensaba que era un poco irritante. Eso demuestra que no puedes juzgar a nadie de entrada. A veces es necesario dar una segunda oportunidad a la gente para apreciarla como se merece. ― ¿Ahora sois amigas o algo? ―me preguntó. ― Sí. Mi vida… ha cambiado un poco. ¿Sabes que empezaré la carrera de letras en septiembre? ―le dije ilusionada. Dylan me miró con los ojos abiertos de par en par. ― ¿De veras? ―preguntó realmente impresionado. ― Y todo gracias a ti ―le aseguré―. Tú también me has salvado de todas las formas inimaginables. Segundos más tarde Aina salió del baño y me miró enarcando una ceja. ― ¡Pero bueno! ¡Id a dar una vuelta o algo! No os quedéis aquí que tienes cuatro horas de descanso, Eris ―dijo con los brazos en jarra― ¡Vamos, vamos! ¡Fuera, fuera!

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Minutos más tarde ya habíamos salido del Green Dog. Aina era una bomba de relojería. Nunca sabías cuando iba a explotar, pero si hacía tic-tac mejor no estar cerca. Aunque no estaba enfadada ni lo más mínimo, la conocía lo suficiente como para identificar dos cambios de humor seguidos cuando los veía. Y en esos días del mes… era mejor no contradecirla en nada. Como tenía cuatro horas, le propuse un plan que no pudo rechazar: Mac-auto y comer tranquilamente en mi coche. Me preguntó si todavía conservaba el dinosaurio, como respuesta le enseñé mi llavero. En él llevaba el pequeño juguetito atado con un hilo. Dylan sabía que tenía muchas dudas, y yo que debía hacer muchas preguntas. Pero tenía un poco de miedo de formularlas. ― Veo que hay cosas que no han cambiado ―me comentó mientras señalaba con la mirada mi HappyMeal. Yo sonreí. ― ¿No te acuerdas? Los regalos ―dije sacando el que me había tocado esta vez. Me decepcioné al ver lo que era―. Vaya… un puzle… ― Pensaba que los puzles solo salían en los huevos kínder ―comentó. Yo lo dejé en la guantera del coche y me quedé mirándolo como si fuera una especie de mutante ―al puzle, no a Dylan, claro―. ― No me gustan nada los puzles… ¿Por qué tienen que poner estos regalos absurdos? ―dije cruzada de brazos. Dylan, como siempre, se rió de mí. ― En esta vida tiene que haber de todo… ―murmuró. Le lancé una mirada de reojo. Aquello daba pie a una pregunta. Pero no tenía muy claro si estaba preparada para ella. Dylan esbozó una sonrisa comprensiva. ― Vuelves a tener miedo, ¿verdad? ―Al ver que no decía nada continuó―. A preguntar. Quieres saber qué hago aquí y cómo he conseguido encontrarte o dejar de ser una parca, pero te da miedo preguntármelo. ¿He acertado? Yo asentí levemente con la cabeza. ― ¿Por qué? ―me preguntó con verdadero asombro―. ¿De qué tienes miedo, Eris? Me retorcí las manos mientras miraba el cambio de marchas como si fuera la cosa más interesante del mundo. Me mordí el labio y me obligué a decirle lo que pensaba. ― Tengo miedo… de que sea temporal ―murmuré―. Tengo miedo de que sigas siendo una parca y estés dentro del cuerpo de alguien para… encontrarme ―proseguí con cierto temblor en la voz―. No sé exactamente qué significa que me 226


hayas recordado... Tal vez Catrina ya no te ofrece el favor porque la desobedeciste. O tal vez estas aquí sólo para despedirte de mí. Dylan me alzó el rostro sujetándome con cuidado por la barbilla. Sus manos estaban un poco frías a pesar del calor que hacía, algo distinto del Dylan invisible. Tal vez porque estaba en un cuerpo vivo… ― No voy a marcharme ―me aseguró―. Este cuerpo… ahora es mío. No tengo que cedérselo a nadie ni abandonarlo. Y cuando este cuerpo muera, yo moriré con él. Esta vez de verdad. Extrañada, fruncí el ceño mientras pronunciaba el inicio de un cómo. ― Cuando te marchaste de mi lado en la cueva, cuando sufría y vi en tus ojos que ibas a enfrentarte a Catrina para que me dejase en paz… creía que iba a morir de la desesperación. Y eso que ya estaba muerto… ―explicó antes de que pudiera decir nada―. Apenas podía caminar sin retorcerme a cada instante, y sabía que no podría detenerte a tiempo. Grité el nombre de la Muerte mil veces, suplicando que te dejase en paz. Pero ella no me hizo caso. ≪Luego te encontré a punto de hacer una locura y me olvidé del dolor que sentía. Corrí hacia ti desesperado y volví a suplicar por tu vida. Catrina no parecía querer escucharme. Se mostró fría, como siempre. Indiferente. Entonces me viste, y supe que te perdía. ≪Nunca había sentido tanto miedo en toda mi vida, y mucho menos en mi muerte. Así que le dije que le ofrecería lo que quisiera a cambio de tu vida. Seguiría a su servicio, renunciaría a todos mis privilegios, me sometería a su voluntad por completo, dejaría de ocupar cuerpos para escapar de la muerte. Cualquier cosa siempre y cuando tú vivieras. ― No puedo creer que aceptara… ―murmuré. ― Y no lo hizo. Me contestó que era inevitable. Que tú habías tomado tu decisión. Y el destino había tomado lo que le ofreciste. ≪Sin embargo, después empezó a reír y miró tu cuerpo como si fuera el misterio más evidente del mundo y acabara de descubrirlo. Aunque yo no entendía por qué estaba tan enfadada y a la vez tan emocionada. ≪Me dijo que eras la humana más cabezota que jamás había llegado a conocer. No tenías nada especial, y sin embargo habías desafiado al destino. No era él quien te perseguía y decidía por ti, tú decidiste por él. No quisiste morir cuando el destino te busco, pero cuando no estaba allí, entonces lo encontraste. No me explicó exactamente por qué, pero me dijo que no podías morir. No delante de ella y en ese instante, no de ese modo.

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≪Luego me miró con severidad. Nunca la había visto tan enfadada. Y entonces… ≪ ―Ven. Acompáñame ―me dijo. Catrina me llevó hacia un hospital. Me enseñó un cuerpo en la camilla y lo señaló con desenfado―. Ese será tu nuevo cuerpo. Ya no estás a mi cargo. ≪ ― ¿Qué? ―dije confuso. Catrina me miró enfadada, pero en su rostro había algo más. Una especie de tristeza; resignación. ≪― Ya no puedo retenerte. Ella ha logrado salvarte. A pesar de que no puedo matarla, hice un trato con ella. Tu amiguita dio su vida para que tú quedaras libre. Pensaba que no lo haría y así podría quedarme con ambas almas, la tuya y la suya. Pero la muy… ―murmuró reprimiendo un insulto. Luego se serenó y sonrió―. En fin, que lo hizo, y me toca cumplir mi parte del trato. ≪ ― Pero… ¿Por qué en este cuerpo? ¿Por qué vas a dejarme vivir…? ―pregunté confuso. ≪― Cuando cree a las Parcas, dije que había un modo de redención. No obstante, nadie conoce cuál es. En realidad… es muy sencillo ―argumentó―. Sólo puedes redimirte aceptando tus errores y dejando de sentirte culpable por ellos. Tus sentimientos por ella hicieron que quisieras salvarla por encima de cualquier cosa, incluso por encima de tu propio dolor. Me has dicho, textualmente, que estabas dispuesto a recordarlo todo si era necesario. Así que… aquí tienes tu redención. ―Y volvió a señalarme el cuerpo. ≪― ¿La redención… es volver a vivir? ―Catrina negó con la cabeza y se subió a la cama del enfermo de un salto. ≪― La redención es lo que tú quieras. Deseabas poder estar con ella, pero sin que la joven muriese. Así que el único modo es que tú vivas. ―Catrina observó el cuerpo―. Odio a esa chica, Edy… Hizo que experimentara el miedo… ≪― ¿Tú? ―pregunté sin poder creérmelo. ≪― Temía perderte. Que ella fuese quien te liberara de mí. Que… tu alma quedase fuera de mi alcance para siempre. ―La pequeña se abrazó las rodillas. A veces, la muerte puede ser muy inocente también―. Me gustas mucho, y te echaré de menos. ≪ Catrina fue sincera en ese instante, y justa. Había descubierto mi liberación. Tú fuiste mi redención, Eris. Así que, Catrina me ofreció la vida que nunca tuve. Una vida normal, al lado de alguien que me importa… Emocionada, reprimí un mohín descarado ante su pequeña historia. Mis manos seguían entrelazadas y lo miraba sin pestañear.

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― Que… bonito… ―murmuré. Él me miró y puso los ojos en blanco―. Ya sabía yo que…una niña tan mona no podía ser del todo mala… Quiero decir… la muerte no es mala, es sólo que… Bueno. Que tiene más sentimientos de los que quiere demostrar ―terminé por decir. ― En el fondo eres una romántica empedernida, ¿verdad? Me encogí de hombros y saqué la hamburguesa para empezar a comer. ― Entonces… no vas a marcharte ―dije―. ¿De quién es ese cuerpo? ¿No tendrás recuerdos de su vida y cambios de humor extraños, no? ―le dije prestando atención a la comida en lugar de a él. ― No. Este cuerpo ahora es mío, totalmente mío. Además, este chico llevaba ocho años en coma. No iba a despertar. Así que dejé que su alma se marchara haciendo mi último trabajo, y me quedé con su cuerpo. Sólo tengo su identidad, pero no hay familia, ni amigos… Después de tantos años no le quedaba nada a este pobre chico. ― ¿Ni padres? ―dije preocupada. Dylan negó con la cabeza. ― Murieron en el mismo accidente en el que el muchacho quedó en coma. Así que… no. No tengo familia que volver loca. Estoy empezando de cero ―aseguró. Luego se miró en el espejo del coche―. Y Catrina ha sabido encontrarme un buen cuerpo. Uno cómodo, me refiero. Se parece bastante a mí ―dijo con una sonrisa satisfecha. Yo asentí e ignoré ese pequeño apunte. ― Así que no debes tener ni siquiera una casa, ¿verdad? ―musité con picardía. Sin embargo, su sonrisa fue mucho más ancha y burlona. ― En realidad, resulta que sus padres tenían una casa bastante grande que pasó a ser propiedad mía por completo. Eso, junto con todo lo que tenían ahorrado y congelado tras su muerte. Al parecer, tenían unos buenos abogados que se ocuparon de todo y un buen seguro de vida. Nadie podía tocar nada de ese dinero mientras yo (es decir, este chico) siguiera vivo. Así que… de tan de cero no empiezo… ―confesó. Yo me quedé con la boca abierta. ― ¡Eso no es justo! ¡La muerte te ha facilitado la vida! ¡Te ha elegido un buen cuerpo, y no sólo en el sentido físico! ¡Eso es trampa! ―dije con fingido enfado. ― No te quejes. Tú sigues viva, y eso también fue trampa. ― ¿Y de quién fue la idea? ―pregunté enarcando una ceja. Él se rió y movió las manos en señal de rendición. ― ¡Está bien, está bien! ¡Tú ganas! ―Luego me miró con suspicacia―. En realidad es también una ventaja para ti. La casa es muy grande… así que me preguntaba si querrías…

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― ¿Me estás proponiendo irme a vivir a tú casa? ―lo interrumpí―. No sé… es muy pronto… ―dije fingiendo desinterés. ― No, si lo decía porque no quería limpiarla toda yo solo. ¡Es enorme! ―contestó con desenfado. Yo abrí la boca exageradamente y le di un pequeño golpe en el brazo. ― ¡Pero tendrás morro! ―le grité entre risas―. ¡Maldito Dylan! Antes de que pudiera volver a golpearle, me cogió las manos y me obligó a sentarme encima de él. En el proceso me tiró la hamburguesa y todo el menú por el coche. ― ¡Dyl, mira lo que has hecho! ―le grité. El me miró a los ojos sin inmutarse. ― Sí, lo veo ―murmuró con una sonrisa en los labios. Mis ojos se encontraron con los suyos, unos tan parecidos a los del Edahi que conocía que me arrancaron un escalofrío. Al parecer, era totalmente cierta la frase de que los ojos son el espejo del alma. No había duda alguna de que dentro de ese muchacho estaba él―. Y no me cansaré de verlo durante el resto de mi vida… Olvidando ya la hamburguesa y cualquier otra cosa, le rodeé el cuello con los brazos y lo besé con cariño. Dylan, Edahi o como queráis llamarle, era aquello a lo que las mujeres llamamos: amor verdadero. Es algo cursi, lo sé, y no alcanza ni una mínima parte de lo que significa realmente. Al fin y al cabo es solo una palabra. Pensaba que jamás lograría encontrarlo, y que cuando lo hiciera no tendría nada que ver con los cuentos de hadas. En ese sentido tenía razón. Dylan no era mi príncipe azul. Era mi compañero, mi amigo, mi confidente, mi aliado, mi guardián y protector. Nunca había imaginado a alguien como él cuando pensaba en el amor. En realidad, nunca pensé que me enamoraría de alguien que no pudiera ver. Pero ya sabéis lo que dicen. El amor es ciego y el destino incierto. Y en ambos sentidos estoy completamente de acuerdo.

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Epílogo:

A partir de ese día, mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. Dylan, que según su carnet de identidad era Carlos Alabart, había terminado de contarme cómo había conseguido encontrarme. Al parecer, no había sido nada sencillo, pues cuando despertó apenas recordaba absolutamente nada. Pensaba… que no iba a encontrarme nunca… ―me dijo―. Sin ti es difícil saber quién soy… Pero lo había hecho. Me había encontrado. Y yo me sentía realmente feliz por ello. En septiembre de ese mismo año, como había dicho, empecé mi carrera de letras. Fue una de las mejores experiencias que tuve, e incluso antes de terminarla ya había publicado mi primer libro; Invisible. ¿Adivináis de qué trata? Dylan, pues para mí siempre sería Dylan, finalmente me convenció de irme a vivir con él. Después del tiempo que estuvo intentando salvarme la vida a cada instante, le daba un poco de miedo dejarme sola, y eso que mi destino había cambiado. En realidad, no había vuelto a tener más accidentes. ¡Y mejor que siguiera de ese modo! Así que tuve que aceptar su propuesta…―Menudo esfuerzo…― ¡Oh! Supongo que os preguntareis cómo reaccionó mi familia cuando les presenté a Dylan. Lo cierto es que fue una variedad de reacciones que lograron divertirme bastante. Mi madre estaba encantada, por supuesto. Llevaba tanto tiempo diciéndome que me buscara un novio que al ver a Dylan por poco no le da las gracias. Así que, evidentemente, aceptó prácticamente al instante que me fuera a vivir con él. Mi padre se mostró un poco receloso. Y mi hermano… Digamos que un interrogatorio de la policía habría sido mucho menos incómodo. ¡En fin, hermanos! ¡Quién los entiende! Por otro lado, Aina terminó siendo una de mis mejores amigas. Empezó a salir con un chico un año más tarde, y me divertí observando las reacciones del pobre Alex cada vez que venía a buscarla. Finalmente, y gracias a Dios, Aina se dio cuenta de que, en realidad, no estaba enamorada de su novio. Pues no pudo evitar ponerse celosa de Ariadna cuando esta empezó a ayudar a Alex a conquistar a su mejor amiga ―imaginad cómo…― ¡Fue todo un espectáculo! Pero finalmente, Alex y Aina terminaron por aceptar sus sentimientos. Cosa que todos agradecimos enormemente.

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Con respecto a mi vida hasta ahora, aunque había cosas que todavía no entendía, terminé por aceptar que todo había terminado y que era mejor no remover el pasado. Yo era feliz, tenía a Dylan conmigo, y eso era lo único que me importaba. Durante el tiempo que estuve estudiando, Dylan investigó qué era lo que podía hacer con su nueva vida. Después de mucho pensar ambos coincidimos en que, como llevaba bastantes años en el mundo, una carrera de historia era la opción más acertada. Como era de esperar, la hizo en los años justos y sin apenas esfuerzo. ¡Normal! ¡El muy idiota no tenía que estudiar, se sabía la historia porque la había vivido! Así que ambos terminamos los estudios prácticamente al mismo tiempo. Durante esos años, en nuestras vacaciones, fuimos a muchísimos sitios. Algo que siempre había deseado en secreto. Dylan me dijo que había visto mil amaneceres y quería poder compartirlos todos conmigo. Me había salvado la vida siendo una parca porque quería que viviese, y ahora sabía que sin él jamás lo habría conseguido. No realmente. Pues Dylan me había enseñado a vivir. ¡Viví mil vidas a su lado! Y supe el verdadero regalo que esta te ofrece. Que nada es imposible ni complicado si te empeñas en hacerlo. Un día cualquiera, me sorprendió llevándome al lugar donde nos conocimos, el Green Dog. Seguramente Aina le habría dejado el bar durante unas horas, pues me tenía preparada una cena preciosa y romántica en el centro del bar. Estaba realmente emocionada, y fue una de las noches más mágicas de toda mi vida, y eso que había estado en mil parajes distintos. Al final, el sitio perfecto no consiste en el lugar, sino en la compañía. ― ¿Qué es todo esto? ―le pregunté emocionada. Dylan sonrió y se encogió de hombros. ― Cuando te confesé que te amaba no elegí el mejor momento… así que decidí que lo mejoraría ―me confesó. ― ¿Mejorar? ¿Para qué quieres un momento romántico ahora? ―dije conteniendo una risa. Noté que se ponía nervioso, todavía lo hacía cuando había algo que le costaba decir. Se puso detrás de mí y me guió hasta la mesa. Me cogió la mano con cuidado y la besó con dulzura. Sin cambiar la posición, depositó algo en mi palma y la cerró con cuidado. Luego la soltó poco a poco hasta que mi mano quedó libre. La abrí con curiosidad. En el centro había un único anillo de oro con unas letras gravadas alrededor. Me lo acerqué todavía más para poder leerlo. ― ¿Cihuatlantli? ―dije en voz alta. Luego alcé el rostro hacia él. Sus labios formaban una pequeña sonrisa y me miraba algo asustado. Como si temiera mi reacción.

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― Significa mujer legítima. Única, compañera… esposa… ―murmuró. Mis ojos se abrieron de par en par y mi boca siguió su ejemplo. Me quedé plantada con la mano abierta y el anillo justo en medio. ― ¿Estás… pidiéndome… que me case contigo? ―le pregunté no muy segura de mí misma. Él encogió dulcemente los hombros. ― ¿Eso es un sí? Debo admitir que fue la proposición más extraña y a la vez más tierna que jamás habría imaginado. Así que podéis suponer cuál fue mi respuesta. En realidad, no recuerdo si dije exactamente que sí, pero el levantarme de un brinco, empezar a besarle y olvidarnos por completo de la cena, creo que fue respuesta suficiente. Así que sí, me casé con Dylan siete años después de conocernos. No fue nada del otro mundo, pero asistieron todos aquellos que deseé que estuvieran presentes. Vinieron todos mis amigos de la Universidad, Aina y Alex, Ariadna con su recién marido y su pequeña de dos años, y mi familia. Tenía muchos tíos que se habían decidido a tener hijos, así que tuvimos que poner una mesa a parte para todos ellos. Recuerdo que también vino un joven acompañado de una chica que no conocía de nada. Dylan estuvo hablando con él un rato, y no me hizo falta preguntarle quién era cuando vi cómo se hablaban. Sin duda, el muchacho era Ayax. Era extraño saberlo estando en un cuerpo tan distinto. Sus ojos se fijaron un instante en mí y me giñó un ojo. Le devolví el gesto, agradeciéndole todo lo que me había ayudado sin proponérselo. Hicimos un banquete modesto e incluso me tocó ir a buscar servilletas porque los pequeños habían decidido jugar a la guerra de pañuelos. Es divertido siempre y cuando tú no seas el objetivo… ― ¡Felicidades! ―me dijo una de las niñas cuando regresaba de coger un montón de servilletas nuevas. Mi vestido de novia empezaba a parecer un pastel… Sonreí a la pequeña mientras la veía tenderme las manos para ayudarme. Yo le ofrecí un pequeño fajo. ― Muchas gracias. ― Esta fiesta es muy bonita. ¿Por qué se hacen estas ceremonias? ―preguntó la pequeña. La pregunta me pareció un poco extraña, pero los niños solían hacer preguntas raras. ― Bueno, se hacen como un símbolo. Una promesa. ― ¿Qué promesa?

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― De que permanecerás al lado de la persona que quieres para siempre ―dije con una sonrisa. La pequeña me miró con sus ojos redondos y sonrió. Una sonrisa extraña. ― Entonces no estaba equivocada… ―murmuró. Yo fruncí el ceño y mis labios empezaron a formar el principio de un qué―. Debo reconocer que no estaba del todo segura de lo que ocurriría. Edahi siempre ha sido muy idealista a pesar de todo lo que ha tenido que aguantar. Tenía que asegurarme de que mi elección fue la correcta. ― Catrina… ―murmuré al reconocerla. Era una niña un poco distinta a la que había visto en la cueva, pero seguía siendo una niña―. ¿Qué haces aquí? ―pregunté sin saber muy bien si temerla o no. ― Tranquila, sólo quiero hablar ―afirmó con una sonrisa tierna. No obstante, se mantuvo en silencio prácticamente un minuto entero. Así que, al ver que no iba a decir nada más, opté por empezar yo. ― ¿Qué quieres decir con elección? La pequeña dejó los pañuelos en el suelo y se sentó de un brinco encima de la mesa de mármol de la cocina. Como si hubiese estado esperando que yo hiciese esa pregunta para proseguir. ― Cuando conocí a Edy pensé que sería un alma excelente para mis parcas. Deseaba que se uniera a mí porque era bueno con la tarea que iba a encomendarle. Así que… hice un poco de trampas ―dijo sin avergonzarse ni una pizca. Sus pies empezaron a danzar en el aire mientras hablaba―. Aproveché lo que había hecho en vida para que se sintiera culpable por sus decisiones y así asegurarme de que iba a aceptar mi trato. ― Como hiciste conmigo al enumerarme las muertes de las que era responsable… ―murmuré dejando las servilletas en el mismo montón que ella. ― En realidad, todas eran muertes circunstanciales. Si hubieses muerto cuando tocaba, evidentemente Rebeca habría muerto de todos modos, y Alex se habría intoxicado igual. Emma… esa chica ya se había vuelto loca antes de que tú terminaras el trabajo ―me aclaró. Yo apreté un poco los puños al entender lo que quería decir. Claro, si yo hubiese muerto, tampoco habría seguido trabajando. Así que no habría podido impedir nada―. Pero la diferencia fue que Edy no soportó su culpa, en cambio tú decidiste que salvar a mi parca era mucho más importante. ― Pero… hiciste el trato de todos modos. La muerte sonrió mientras cerraba los ojos con pesar.

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― Aunque haya engañado a Edy para que esté a mi servicio… durante estos seis siglos ha logrado ganarse mi confianza ―murmuró―. Reconozco la redención cuando la veo. Así que… decidí que él la merecía. Pensé seriamente mis siguientes palabras. Me había prometido dejar el pasado atrás, pero delante de mí tenía a Catrina. La muerte. La única que tenía la respuesta a mi única pregunta. ― ¿Por qué no pudiste matarme? ―dije al fin. Catrina abrió los ojos y reveló unos tan azules como el cielo. ― Esperaba que me preguntaras eso ―dijo en un tono neutro―. No pude matarte porque no moriste por culpabilidad. Ibas a morir por Edahi. El destino no te buscaba en ese momento, tú lo buscaste a él para salvarle. Y ese es el más honorable de los motivos. Yo únicamente puedo matar a alguien personalmente si dicha víctima lo decide por propia voluntad y se siente culpable por algo que ha hecho en vida, como le pasó a Edahi ―afirmó mirándome directamente a los ojos―. Así creo a mis parcas. Sin embargo, tú te sacrificaste por él. Y mi veneno no pudo matarte. Me retorcí un poco las manos mientras la observaba algo confundida. Mis labios farfullaron algo, intentando encontrar las palabras. ― ¿Entonces… no morí? ―logré preguntar. ― Sí, lo hiciste ―contradijo―. Era el único modo que tenía de cambiar tu destino. Tarde o temprano iba a alcanzarte, pero si morías unos instantes, cambiaría por completo. ―La pequeña hizo un mohín y se encogió de hombros―. Así que te liberé de tu destino. Ahora nadie sabe, excepto yo, cuándo morirás. Considérate oficialmente una humana normal y corriente. ¡Felicidades! ―terminó por exclamar dando un brinco hacia el suelo. ― Así que me habías felicitado por eso… ―murmuré con una risa forzada. Catrina se volvió con una sonrisa de oreja a oreja. ― ¡Claro! ¿Por qué sino? ―dijo feliz recordándome, por su inocencia, al viejo Dylan―. Quería decírtelo en persona. ―Luego se volvió y me saludó de espaldas―. ¡Hasta pronto! Yo la miré mientras se marchaba tan campante y me apoyé temblorosa sobre la encimera. ― Espero que no… ―murmuré hacia la nada. Acababa de descubrir, en pocos minutos, lo tramposa y justa al mismo tiempo que podía llegar a ser Catrina. Había engañado a Dylan al decirle todo lo que había hecho mal, y le ofreció el olvido a cambio de su servicio. Como él no tenía nada que perder, aceptó. Sin embargo, la Muerte le había cogido cariño, así que se había sentido 235


culpable... Creo que empezaba a entender por qué me había puesto a prueba. Quería comprobar si yo era digna de liberar su alma. Si me hubiera bebido ese veneno cuando lo pensé la primera vez, seguramente ni habría liberado a Dylan, ni me habría librado de la culpa y, por consiguiente, de la muerte. Había sido una trampa, y yo me había negado a caer en ella. Todavía no podía creerme que la promesa la hubiese hecho a sabiendas de que su veneno no funcionaría. Había querido rectificar, salvar a Edahi a su manera. Había aceptado que su alma había dejado de pertenecerle en cuanto le entregué mi corazón y él me entregó el suyo. Habría sido muy sencillo morir en ese momento, lo difícil fue seguir con vida. Y lo había logrado. ― ¿Vas a dejarme allí fuera solo mucho tiempo más? Me sobresalté al escuchar su voz cerca de mi oído. Mi reciente marido me miraba con una sonrisa en los labios y una ceja alzada. ― Al parecer, no. Has entrado a buscarme. ― Siempre iré a buscarte ―puntualizó mientras me atraía hacia él y depositaba un pequeño beso sobre mis labios. Emocionada, lo rodeé con los brazos y lo abracé con fuerza mientras le susurraba lo mucho que le quería cerca de la oreja. Dylan sonrió como respuesta y besó mis labios sin contenerse. Poco después, me cogió de la mano para guiarme de nuevo hacia la fiesta. Sin embargo, me detuve un instante y me volví hacia el lugar por donde Catrina había desaparecido dando saltitos. Dylan se paró al notar que no avanzaba. ― ¿Ocurre algo? Catrina se había ido. Sólo había venido para estar segura de que Edahi estaba bien, de que había hecho una buena elección. Y con ello me había revelado algo importante. Por mucho que el tiempo pasara, por muchas vidas que viviésemos, siempre encontraría a Dylan. Porque en el fondo, él era mi destino. Sonreí. ― Nada… Todavía nada… Y en ese instante estuve totalmente segura de que pasarían años antes de que ese hasta pronto, se hiciese realidad.

Fin

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Dylan 9 (Secuestro)

Memoria

Toqué mi cabeza por sexta vez consecutiva en lo que llevaba de día. Era una presión incansable que martilleaba desde dentro queriendo salir. Y eso lograba enfurecerme. No había dejado de dolerme desde que Eris y yo fuimos a ver a mis supuestos padres y me había encontrado de frente con quién creía que era yo. Sabía que había sido muy desagradable con ella desde que salimos de casa de Dylan, pero no había podido evitarlo. Todavía se me hacía raro decir mi nombre en tercera persona sabiendo que ese no era yo. Por lo que no había parado de preguntarme que, si no era Dylan, ¿entonces quién era? ¿Cuál era mi nombre real? Pero cada vez que intentaba pensar en ello el dolor de cabeza resurgía con más intensidad. Habíamos llegado a la Universidad de Barcelona dos horas más tarde de salir de casa, y yo ya quería regresar. Eris parecía entusiasmada. Lo miraba todo con asombro, no queriéndose perder ningún detalle. No sabía si era consciente de lo hermosa que se veía así. Con esa inocencia y despreocupación inconsciente. Le había dicho que entrara como si nada, pero sus gestos eran tan mecánicos cuando entró por la puerta que me sorprendió que pudiera hablar con la vieja con normalidad. La profesora. Esa mujer logró provocarme un dolor de cabeza incluso mayor. Pero no iba a decírselo a Eris, no quería que se preocupara más por mí y sabía que lo haría si se lo contaba. Así que reflejaba mi dolor con frustración y furia. Mientras ella hablaba con la profesora, pensé que las cosas no iban tan mal. Pero Eris había vuelto a meter la pata, como acostumbraba a hacer. Y esta vez no pude contenerme. Tenía que protegerla, había algo dentro de mí que me instaba a mantenerla a salvo, y ella parecía querer exponerse a cada segundo. Sobre todo teniendo la certeza, como la tenía, de que esa profesora era peligrosa. Lo supe en cuanto fijé mi mirada en ella y me la devolvió con un deje de reconocimiento y… repugnancia. Aunque tendría que haberme sorprendido no lo hizo tanto como debiera. Y eso logró inquietarme todavía más. 237


― Nunca dejaría que me besaras ―me había dicho mientras la mantenía apartada de miradas curiosas. Y su afirmación fue como si me golpearan. Creo que habría preferido el dolor constante de cabeza que había sentido durante todo el día. Eris era una chica extraña. Desde que la vi por primera vez, intentando seguir el hilo de la conversación de su amiga durante el descanso de su trabajo como camarera, que había sentido una especie de… conexión. Por esa razón la seguí hasta el Green Dog. Y aunque no esperaba que pudiera oírme cuando hablaba porque no me veía, me sentí esperanzado al comprobar que sí lo hacía. Además… era preciosa. Y como ella no podía verme, había estado contemplándola a placer tanto tiempo como había querido. Y lo mejor era que ella no se enteraría nunca. Una de las ventajas de ser invisible. ¿El inconveniente? Que me habría gustado que ella también pudiera verme a mí. Después de descubrir lo de Lucas y hablar con Emma, ambos nos dirigimos a un callejón. Eso había sido idea mía. Necesitaba estar en un lugar apartado para hablar con ella, solo así podía disfrutar de sus múltiples expresiones cuando bromeábamos. Y fue la mejor decisión que he tomado en mi vida. Creo que debería haber imaginado su reacción al decirle que la profesora podía verme. Debería haber supuesto que haría todo lo posible por ayudarme. Y debería haber previsto también que correría hacia fuera del callejón para impedirme que la detuviera. Por suerte, yo era más rápido que ella. Por desgracia, le caí encima. Me preocupé al instante pensando que le habría hecho daño. Eris estaba enfadada, y frustrada. Pero su rostro estaba sonrojado de un modo muy gracioso, y no pude evitar tomarle el pelo. Ella me gritó y empezó a hablar por los codos. Su sonrojo se había desvanecido. Seguramente habría olvidado lo cerca que estábamos, pero yo sí podía verla a ella. Y era totalmente consciente de cada movimiento de su rostro a escasos centímetros de mí. Mientras hablaba, deseaba besarla, abrazarla y no soltarla nunca. Era la única que había despertado en mí ese anhelo. Aunque no recuerdo si pudo haber más porque mi memoria había decidido irse de vacaciones. Recuerdo que empezó a hablar por los codos diciendo no sé qué de jugar al parchís. No podía dejar de reír. O al menos hasta que ella dijo que la posición le parecía aburrida, porque en ese instante fui totalmente consciente de lo cerca que estaba. Aunque ella no podía verme, en esos momentos tenía mis labios prácticamente encima de los suyos, así que cuando dije; ¿aburrida? la palabra vibró sobre sus labios haciéndola callar. Cuando nos conocimos, la tranquilicé diciendo que no intentaría nunca nada con ella. Se lo dije para que pudiera sentirse cómoda a mi lado sin que pensara que era un pervertido. Aunque en realidad, lo único que me apetecía hacer con ella desde que la había visto por primera vez era probar sus labios. Evidentemente, eso no podía decírselo. Yo era invisible, lo único que veía de mí era un enorme e incómodo 238


problema. Eris no era una chica común, y me gustaba cómo era. No me resultaba difícil hablar con ella. Estar a su lado… era tan natural como respirar. Pero en esos instantes tuve que hacerlo. Y ella me echó en cara mis propias palabras cuando vio mis intenciones. Así que la imité haciendo lo mismo. Sorprendentemente, no pareció desagradarle la idea de que la besara. Y por consiguiente, yo no perdí más el tiempo. No recordaba quién era. Tenía pequeños retazos de imágenes, pero mi memoria todavía era muy difusa. Lo que sí sabía era que deseaba aquello. Y si no la besaba en esos instantes me arrepentiría el resto de mi vida. Eris cerró sus ojos y yo hice lo mismo un poco más tarde. Sus labios suaves acariciaban los míos de un modo exigente. Rocé su mejilla retirando algunos mechones que se esparcieron por el suelo. Mi otra mano sujetó su cintura, una estrecha y perfecta que se amoldaba increíblemente a mi mano. Sentí sus brazos acariciando los míos con ternura. Era la chica más dulce que había conocido. Podía ser rara, podía ser exasperante a veces, pero era tierna. Y eso me desarmaba. No entendía por qué sentía tanta necesidad de estar a su lado. La había seguido hasta su casa, me había metido sin permiso en su vida. Pero no podía hacer otra cosa. Desde que la vi supe que tenía que estar a su lado, aunque no sabía por qué. Como ya sospechaba desde el principio, Eris terminó saliéndose con la suya. Así que después del pequeño incidente en el callejón, fuimos en busca de la profesora. Por suerte, en la Universidad no la encontramos. Aunque de un modo perfectamente premeditado intenté llevar a Eris por sitios dónde sabía que no la encontraríamos. Por desgracia, soy horrible mintiendo, y como era de esperar, cuando vi a la profesora al otro lado de la calle, no supe disimular lo suficientemente bien. Temeraria sería la palabra más adecuada para describir a Eris. Temeraria, imprudente, exasperante… Sobre todo cuando se trataba de exasperarme a mí. La profesora me veía perfectamente. Lo supe al instante y quise que Eris se largara. ¿Me hizo caso? ¡No! ¿Cuándo me hacía caso esa chica? Y eso que me lo había prometido. La profesora no paraba de insistir que entrara en el coche, por suerte tuvo el mismo presentimiento que yo y se negó a obedecer. Por desgracia, la profesora no se dejó engañar, me miró y luego instó a Eris a entrar en el vehículo. Fue en ese instante cuando reaccioné. Escuche que me gritaba, pero yo estaba muy ocupado intentando golpear a la profesora. Ella se volvió hacia mí con un manotazo y me tiró al suelo con una facilidad que me dejó de piedra. Esa mujer había podido tocarme. Yo apenas conseguí hacerle nada y ella… Los ojos fríos de la profesora me miraron con odio. Era una mirada de reconocimiento. Y eso me confirmaba que no solo me conocía, sino que además no éramos amigos precisamente. Intenté levantarme para luchar contra ella y sacar a Eris de allí, pero la mujer me propinó una fuerte patada que me dejó sin aliento. Intenté 239


atacarla a pesar del dolor, pero no sirvió de mucho. La mujer había vuelto a golpearme al mismo tiempo que el coche donde Eris estaba metida se movía chocando contra el de detrás. ― ¡Eris! ¡Sal de ahí! ―grité con todas mis fuerzas por encima de la alarma del coche. La mujer me golpeó de nuevo antes de que pudiera llegar hasta ella. Eso le dio el tiempo suficiente para entrar en el vehículo y llevarse a Eris. ¡No! ¡No podía llevársela! Desesperado, me abalancé sobre la ventanilla cerrada del coche y golpeé el cristal con fuerza. La profesora me miró acelerando y sus ojos parecieron brillar con furia. ― ¡Vete al infierno, Edahí! ―Y me quedé completamente helado al reconocer ese nombre de inmediato. Edhai… El coche se alejó velozmente dejando una nube de humo. Edhai… Empecé a correr, intentando alcanzarlo o visualizar hacia dónde iba. Edahi… Perdí el coche en el primer cruce. Edhai… Eris se había ido. Edhai… Eris estaba en peligro. Edahi… ― Ese… ese era mi nombre…

Mientras caminaba por las calles intentando encontrar el coche que había secuestrado a Eris, empecé a sentir miedo. La mujer que la había raptado se llamaba Luth. Lo había recordado prácticamente al instante. En cuanto vi sus ojos fríos. No era la primera vez que me miraba de ese modo. Y tenía motivos para odiarme. Al fin y al cabo… yo había matado a su marido. Con esos pequeños recuerdos empezaron a venir muchos más. Recordé dónde y cuándo había vivido. A mi hermana pequeña, la razón por la que me convertí en lo que era ahora. Lo había olvidado todo. Y todo por culpa de Dylan. Él había sido el detonante de todo lo demás. Él había provocado que olvidara quién era. Aunque también gracias a él había podido salvarle la vida a Eris… Conocerla y salvarla habían sido mis mayores pecados. Porque yo era un mensajero de la muerte. Una Parca. Y sin embargo, no me arrepentía en absoluto de lo que había hecho. Ahora sabía por qué había sentido esa conexión con ella, por qué la había seguido y no podía apartarme de su lado. Ella debía morir aquel día en el callejón… Y 240


yo debía ser su verdugo. Por el contrario, salvé su vida. Yo, su Parca, había evitado la muerte que yo mismo debía ofrecerle.

No dudaba que Luth intentaría matarla como venganza. Por fin había encontrado el modo de hacerme daño. Por eso estaba desesperado por encontrar a Eris. Si no lo hacía, Luth se encargaría de ella por mí. Luth era otra Parca. Una muy rencorosa y que me la tenía jurada desde hacía siglos. Como siempre había sido la mano derecha de la Muerte, de Catrina, no había podido hacerme nunca nada. Pero ahora tenía el modo de vengar a su marido. Cuando eso ocurrió, yo no lo sabía. Es más, cuando Luth se presentó como una nueva Parca ante mí y preguntó por él, supe al instante que jamás me perdonaría. Yo lo había matado, yo lo había condenado. La primera Parca que intentó apoderarse de mí… aquella que maté y por la que empecé a castigar a todas las demás Parcas; Iahan. Y era el marido de Luth. Así que empecé a correr desesperado cuando ese recuerdo llegó a mi memoria. Intentando encontrar a Eris. Las imágenes y recuerdos llegaban desordenados. Empezaba a no saber qué había pasado antes, si la muerte de Iahan o la mía propia. Ni 241


cuándo conocí a Catrina. O cuándo me ofreció el don del olvido. Aquel que había logrado que cometiera el peor y mejor error de toda mi existencia. Mientras todos mis recuerdos regresaban golpeándome con fuerza, pasó la noche, y Eris no daba señales de vida por ninguna parte. Tenía que encontrarla. No importaba que tuviese que morir. Yo quería que viviera, e iba a hacer cualquier cosa para conseguirlo. Mientras empezaba a pensar que jamás la encontraría, un grupo de gente llamó mi atención. No porque fueran distintos a los demás que paseaban a esas horas de la mañana por la calle, sino por la extraña conversación que estaban teniendo. ― ¿Por dónde dices que ha pasado? ―preguntó una mujer de unos treinta años. ― Corría por la Via Augusta. ¡Llevaba la ropa llena de sangre! Esa chica parecía sacada de una peli mala de terror ―gritó con cierta emoción un joven que vestía como un vagabundo. ― ¡Es el apocalipsis zombie! ―exclamó la chica que lo acompañaba y debía ser su novia. El chico se rió de ella. ― Sería genial, ¿verdad? Aunque para ser el primer zombie era un poco bajita. Y corría demasiado. Además, parecía desorientada. Habría querido detenerla, pero corría mucho. ¡Estaban hablando de Eris! Esa era Eris, sin duda alguna. Bajita, desorientada y que corría demasiado. Sólo podía ser ella. Esperanzado, me dirigí al extraño grupo e intenté preguntar por dónde se había ido sin caer en la cuenta de que no podían verme ni escucharme. Era absurdo, pero estaba tan desesperado por encontrarla que me daba igual. ― ¿Por dónde se había marchado? Tal vez podríamos llamar a la ambulancia o algo… Me siento un poco mal por no haberla ayudado ―puntualizó la joven mirando a su supuesto novio. Yo sonreí, al parecer iba a tener un poco de suerte después de horas buscando. ― Creo que se metió por esos callejones de allí. Se dirigía, si no me equivoco, hacia Paseo de Gracia. Antes de poder escuchar nada más, ya corría hacia donde habían señalado. Mientras me acercaba, otra gente hablaba sobre ella, lo cual me ayudó bastante. Una hora más tarde llegué a un patio interior privado. El pequeño rastro de sangre sobre el suelo me guió hasta ella. Mi pulso martilleaba con fuerza. Había demasiada sangre… ¡Si esa mujer se había atrevido a hacerle daño iba a lamentar ser una Parca! La perseguiría y terminaría igual que su marido, ¡o peor! Mientras avanzaba sentí que mis piernas me fallaban. Tenía miedo. Nunca había sentido tanto miedo. Así que cuando la vi tumbada sobre la fuente, con la sudadera llena 242


de sangre y los ojos cerrados, corrí desesperado y temblando de pies a cabeza. Apenas era capaz de respirar mientras intentaba despertarla. Al principio no reaccionó, aunque cuando abrió los ojos supe que habría sido mejor despertarla con más cuidado. ― ¡Mierda Eris! ¡Cálmate! ―grité cuando me golpeó con un puño y me dio una patada. Eris era increíble. No había quien la parara cuando se ponía nerviosa. Daba golpes a diestro y siniestro intentando que alguna de sus extremidades impactara contra su supuesto atacante. Era luchadora. Y la admiraba por ello. En esos instantes estaba realmente alterada, así que intenté tranquilizarla. Y aunque pensé que era para que ella se relajara, también lo hice por mí. Necesitaba cerciorarme de que estaba bien. A salvo. Por supuesto, no pude abrazarla mucho rato más. Eris ya estaba hablando por los codos de nuevo. Gritándome y recriminándome. Era tan graciosa que no pude evitar reírme, a lo que contestó con un nuevo reproche. Estuvimos discutiendo un rato mientras le explicaba cómo la había encontrado. Y cuando estuvo un poco más tranquila, decidí que era el momento indicado para preguntar por la sangre de su sudadera. Aunque a esas alturas ya había deducido que no era suya. Reaccioné prácticamente al instante y por impulso. La sangre, si era de Luth ―o del cuerpo que habitaba― era peligrosa. Podría localizarla fácilmente y estaría muerta antes de que pudiera hacer nada por ella. No iba a permitirlo. Intenté quitarle la sudadera mientras Eris abría los ojos de par en par. Su rostro se encendió como un farolillo, cosa que me hizo sonreír. ― ¿Se puede saber qué haces? ―me gritó, pero me negué a detenerme. ― Quítate la sudadera. Ahora. ― No es así como me imaginaba que un chico me pediría que me quitara la ropa… ―Me quedé quieto un instante, totalmente rojo ante la idea que me vino a la mente. Así que me obligué a suspirar con fastidio para que no se diera cuenta de mi incomodidad. ― ¡No quiero que te quites la ropa, sólo la sudadera! Si quisiera verte desnuda ya lo habría hecho. Soy invisible, ¿recuerdas? ―grité sin embargo. Sí. En efecto. Y en realidad… ― ¿Entonces no quieres verme desnuda o ya lo has hecho? ―Evidentemente, ya lo había hecho. La vez que fingí estar durmiendo cuando entró después de hablar con su hermano. No pude resistirme. Fue una estupidez, y me avergonzaba por ello, pero… ¡maldita sea! ¡Era invisible! Algo bueno tenía que sacar de ello, ¿no?

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― ¿A qué narices viene esta inoportuna pregunta? ―le espeté negándome a confirmar sus sospechas. Pensé que me habría descubierto de todos modos y me contestaría con alguna frase que lograría encenderme como una cerilla. Sin embargo, si se percató de ello no lo demostró. ― Y yo que sé. ¿Cómo afectan los golpes a la cabeza? Después de ese pequeño episodio, la insté a correr asegurándome antes de que la sudadera nos daba ventaja a nosotros en lugar de a Luth. No podía decirle ahora que había recordado todo. Todo. Pero también sabía que ella no era tonta. Y que no podríamos irnos sin que le diera un buen motivo para ello. Así que cuando me preguntó cómo sabía que la Profesora Psicópata, como ella la llamaba, podría localizarnos con la sangre, supe que tendría que decirle algo más. Opté por contarle una verdad a medias. ― No del todo. Pero sé con certeza que esa mujer me odia, y ahora tú eres su objetivo. Sé cómo va a actuar. Puedo esquivarla. Al parecer… no es la primera vez que lo hago. Y por si todavía no lo has deducido tú sola… Sí. Quiere matarte. Y aunque sabía que me había creído y que no mentía, ella sabía también que no le había contado toda la verdad.

El viaje de regreso fue silencioso. Silencioso para ella. Yo tenía un tornado de pensamientos dándome la lata en mi cabeza. Entre ellos mis nuevos y recién descubiertos enemigos. Que eran unos cuantos. No obstante, todos mis pensamientos de supervivencia se fueron al traste en cuanto me di la vuelta y la vi dormida contra la ventanilla del tren. Quise sujetarla para que no se golpeara más esa cabeza dura que tenía, pero si lo hacía se despertaría. Por no decir que la gente empezaría a mirarla un poco raro. Así que me limité a mirarla sólo para evitar que se hiciera daño inconscientemente. Sus ojos cerrados y relajados transmitían muchísima paz. Estaba relajada. ¿Yo le transmitía tranquilidad? Por desgracia, si era así, eso no tardaría en cambiar. En cuanto descubriera quién era y por qué estaba a su lado, se alejaría de mí. Me temería. Lo sabía. No era la primera vez. Las personas le tienen miedo a la muerte, y yo era una Parca. Su Parca. La observé embelesado mientras sus labios entreabiertos cogían aire y lo expulsaban con cuidado. Esos labios que había besado no hacía mucho. Si hubiese sabido antes lo que era, ¿la habría besado de todos modos? Y en esos instantes lo supe. No solo lo habría hecho, sino que pensaba hacerlo de nuevo. Sin duda. Deseaba volver a

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besarla. Y no importaba que tuviera que matarla ―algo que sabía que jamás haría―. Me condenaría el resto de la eternidad sólo por esos días a su lado. No tenía ni idea de por qué me sentía así. Eris era una humana cualquiera, en realidad. No era especial. Ella tenía que morir, yo debería haberme llevado su alma. Lo extraño y especial que había sucedido era que lo había olvidado, y que en lugar de terminar con su vida había decidido protegerla y salvarla. Eso era lo especial. Aunque la razón no la conocía. La desperté cuando estábamos llegando a la parada indicada. Sus ojos verdosos se abrieron y esperé, como otras veces, que se calvaran en mí. Y como otras tantas, no lo hicieron. Tal vez por eso me había gustado besarla, porque cuando lo hice fue como si me mirara directamente. Viéndome tal y como yo la veía durante cada segundo que pasaba a su lado. Una vez en su casa, Eris se fue a duchar. Por suerte no había nadie, aunque no hice ninguna intención de acompañarla por mucho que deseara hacerlo. Dios, era una tentación tan grande... No obstante, olvidé cualquier cosa cuando escuché el golpe sordo procedente del interior del baño. Pregunté primero, pero al segundo golpe abrí la puerta de par en par y la saqué de la bañera con cuidado. Estaba magullada, cansada y hambrienta. Lo supe cuando escuché cómo sus tripas resonaban contra mi abdomen. Ella no se dio cuenta, estaba demasiado confusa y perturbada por mi presencia. Intenté olvidar que estaba desnuda, solo con una toalla que yo mismo le había colocado amablemente. Sólo estaba preocupado por su bienestar. Sólo quería ayudarla. Pero no. Eris no podía estarse calladita. Tenía que recordarme cada dos segundos que sólo llevaba una toalla encima. Que debajo de ella estaba totalmente desnuda. La miré directamente cuando logró decir la frase completa. Y también comprobé lo sonrojada y confundida que estaba por mi reacción. ¿Que cual fue mi reacción? Evidentemente, una que no pensaba reconocer delante de ella. O esa había sido mi intención. ¿He dicho ya que se me da bastante mal mentir? Al parecer, y para mi consternación, también se me da mal avergonzarme. Porque el enfado se mezcla con la vergüenza y hablo más de la cuenta. Y que ella se riera de mí no ayudó en nada. Así que me enfadé. Y mucho. ¿Cómo se atrevía a reírse de mí cuando yo había estado tan preocupado por ella? ¡Era una desagradecida! Siempre aprovechaba cualquier oportunidad para burlarse de mí ―aunque yo hacía lo mismo con ella―. Y contra más avergonzado me sentía más enfadado estaba. Así que no. No pensé lo que decía cuando la vi esbozar inconscientemente una sonrisa burlona. ― Pero tú tienes que recordarme que no estás vestida cada dos por tres ―dije totalmente enfurecido ―. Ya me ha costado bastante entrar sin prestar atención a nada más que en lo que te había ocurrido como para que encima vayas recordándome que sólo llevas puesto una toalla. ¿Pretendes torturarme? ―Y tal vez eso no debí decirlo…

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Eris había abierto la boca totalmente sorprendida. En realidad, yo mismo me había quedado impactado. No había pretendido decir aquello. A pesar de ser cierto. Intenté rectificar alegando cualquier excusa de un modo realmente lamentable. Seguramente Eris no entendió ni una sola palabra de mis divagaciones. Estaba demasiado sonrojada como para ser consciente de nada más. Luego, todo pasó muy deprisa. Escuchamos la puerta de su casa al abrirse y más tarde la voz de su madre llamándola. Entonces, aunque sabía que si entraba su madre de todos modos no podría verme, me levanté para cerrar la puerta con el pestillo. Sí, su madre no podría verme, pero sí vería a Eris mareada y magullada como si hubiera sufrido un accidente ―que más o menos, era eso exactamente lo que había pasado― y entonces sí que no podría salvarla. Ni a ella ni a su familia. Evidentemente, en mi intento por rescatar la situación, no tuve en cuenta que Eris habría pensado lo mismo que yo. Y que su estado físico era peor de lo que me había asegurado. Chocó de forma estrepitosa contra la puerta, algo que me habría hecho reír si no fuera por mi primer impulso de ayudarla. Al intentar que recobrara el equilibrio pisó su propia toalla resbalando y tirándola al suelo como consecuencia. Puedo decir a mi favor que tengo un equilibrio excelente, pero Eris me superaba. Su empeño en hacerse daño me arrastró con ella y terminé resbalando también. Y saber que estaba totalmente pegado a ella y que ya no la cubría ninguna toalla fue todavía más perturbador. Estaba pasando por un verdadero infierno. Después de esto, si Catrina me castigaba y me enviaba al otro lado de una patada, creo que no sería peor. Eris y su madre tuvieron una escueta conversación a través de la puerta mientras yo me moría de la vergüenza y la incomodidad. Incomodidad en sentido completamente físico, digo. Por suerte, su madre no insistió. Y en cuanto se marchó esperé que Eris me gritara, se enfadara y me golpeara. Las mujeres eran así. Aunque no tuviera la culpa, era ella la que estaba desnuda y yo abalanzado sobre ella. Así que por nada del mundo esperé que se disculpara. ¡Estaba disculpándose! ¡Increíble! Eris comenzó a incorporarse y yo hice lo propio. Se quedó allí quieta, sujeta al pomo para evitar caerse. Intenté con todas mis fuerzas ser todo un caballero y no mirar, pero… ¡Venga! Puede que sea una Parca y esté muerto, pero sigo siendo un hombre. ¿Cuántos no habrían aprovechado la situación? Así que le di un pequeñísimo vistazo. Me sonrojé de nuevo y le tendí la toalla todo lo rápido que me permitían mis, de repente, torpes manos. Estaba nervioso, avergonzado y sabía que su imagen me perseguiría por el resto de la eternidad. Pero sobre todo me perseguiría su memoria. Nunca había conocido a alguien como ella. Era extraña, tal vez difícil de entender, pero me gustaba. Predecía todas y cada una de sus reacciones, y siempre me sorprendía haciendo todo lo contrario. Era exasperante, terca, temeraria y un caso perdido, pero me encantaban cada uno de sus pequeños y perfectos defectos. Tal vez porque no los consideraba así. Sus defectos, para mí, eran sus mayores virtudes. 246


― Eris… ―murmuré consciente de lo que estaba pensando―. Perdóname ―Pero ella jamás me perdonaría. Estaba condenándome a mí, y por consiguiente a ella también. Había cometido muchos errores a lo largo de mi vida. Había hecho cosas de las que no me enorgullecía. Pero sin duda, ese era el mejor error del que me sentía realmente orgulloso. Aunque al mismo tiempo terriblemente culpable por el daño que estaba a punto de causarle. La besé. La besé antes de que pudiera pensar más en ello. Era el alma más hermosa con la que me había encontrado. Y en ese mismo instante supe que no podía morir. Ella debía vivir. Iba a enseñarle lo que yo nunca podría volver a tener. Quería que supiera cómo era la vida en realidad. No sabía todavía cómo, pero estaba totalmente decidido. La salvaría. Eris no iba a morir. ― Sé que voy a hacerte daño. Aunque nunca he querido y nunca querré causártelo. Así que solo puedo esperar que algún día puedas perdonarme. Porque ya no puedo hacer nada para impedir que sufras. No. Ya no podía evitarlo. Había cometido un error al salvarla. Pero ya no podía arrepentirme. Ella me lo había impedido. ― Lo has recordado ―dijo sorprendiéndome de nuevo con su increíble deducción―. Ya sabes quién eres, ¿verdad? Lo sabía. Y sabía también qué era lo que me impedía hacer mi trabajo.

Eris se cambió rápidamente y se marchó con su hermano. Seguramente necesitaban hablar, y yo necesitaba unos segundos para pensar. Había comenzado a notar la presencia de Luth tenue pero persistente. Se acercaba. No había dudas. Íbamos a tener que irnos, y yo tendría que contarle la verdad. Ahora ya no formaba parte de las Parcas, estaba huyendo de mí mismo por protegerla a ella. También sabía cómo iba a terminar todo aquello. Si lograba salvarla, que era esa la intención que tenía, yo desaparecería para siempre. Nuestra historia iba a terminar lo quisiera o no. Solo podía esperar poder salvar su vida. Así que si todo salía bien… Me acerqué al ordenador y comencé a escribir en letras grandes. Necesitaba una pequeña despedida. Una confesión que tal vez jamás le diría. Y tenía que saber por qué le había hecho daño sin querer. Mis manos temblaron sobre el teclado mientras las palabras fluían sin descanso. Dudaba a casa segundo. Hasta que, finalmente, me dio igual y dejé que la verdad saliera a la luz…

≪ Para mi Lunática favorita, 247


Si lees esto es porque he logrado salvarte, estas viva y yo… ya no estoy contigo. Seguramente habré hecho más de una idiotez para salvarte, y tal vez soy el idiota más grande del mundo y no habré dicho ni una sola palabra de lo mucho que me importas. Hacía tiempo que sólo sentía algo cuando estaba dentro de un cuerpo. Era nuestra liberación. Pero contigo no hacía falta que fuera nadie más que yo mismo. Tú eras mi liberación. Eras la única que no podía verme, pero en realidad me veías más que nadie que me hubiera visto nunca. Cuando te conocí te dije que tenías un don, pero no te dije la magnitud de ese don. No sólo puedes escuchar cosas que ni siquiera yo puedo oír, puedes incluso escuchar lo que no se dice. Sé que si estás leyendo esto piensas que no has podido salvarme (sí, sé cómo funciona esa cabecita tuya y sabía perfectamente que lo intentarías), pero utiliza ese don tuyo que tienes y lee esto en voz alta: Me has salvado de todos los modos inimaginables. ―Y era cierto. Eris ya me había salvado. Sin saberlo había logrado salvar mi alma. Darle una razón para morir cuando no la tuve para vivir cuando estaba vivo―. Oh, y por si todavía no te lo he dicho… siento que tengas que leerlo por aquí. Y tal vez esté haciéndote daño, pero quiero que lo sepas. Porque tú eres la única que ha confiado realmente en mí. Te amo. Y esta es la única razón por la que deseo salvarte. Tu Dyl ≫ Dejé la pantalla en suspensión, esperando que ella lo encendiera cuando todo terminara y encontrara la nota. Estaba a punto de añadir; perdóname. Pero eso no serviría de nada. No quería que me perdonara por amarla. Yo no lo lamentaba en absoluto. Amar a Eris había sido el mejor error que había cometido en toda mi vida.

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Prueba otra vez (Segundo libro)

Prólogo:

Era una noche fría. O lo sería de estar vivo. Una débil lluvia rociaba el asfalto y las aceras a lado y lado de la calzada. Los relámpagos lejanos iluminaban de vez en cuando, reflejándose en los quitamiedos. Algún coche pasaba de tanto en tanto cegándolo momentáneamente. Y mientras caminaba se dio cuenta de que, en esos instantes, no habría mucha diferencia de estar vivo a estar muerto. Había muchas formas de viajar por el mundo, pero a veces le gustaba caminar. Fingir por unos segundos que era él mismo, y que estaba vivo. Echaba de menos respirar, sentir frío, calor. Calarse hasta los huesos a causa de la lluvia. Miedo por culpa de los relámpagos cayendo a escasos metros de donde él se encontraba. Pero eso ya no existía. Daba igual que caminase o, simplemente, apareciese en el lugar que quería. Ni siquiera podía cansarse. Las ruedas de los coches pasaron a centímetros de él y algunas personas caminaban con sus paraguas por la acera. Él andaba por medio de la carretera, viendo cómo los coches pasaban a lado y lado. De ser corpóreo, seguramente ya lo habría rozado alguno. Había pasado aproximadamente un mes desde su último trabajito compatible con sus necesidades. Había matado a cuarentaicinco durante ese mes, y ninguno había resultado ser apropiado. No importaba demasiado, pues él no era como sus compañeros que sentían la necesidad asfixiante de poseer rápidamente un cuerpo para poder vivir unos pocos años. Adoraba su intimidad, y pasaba de las peleas. Sobre todo con la última refriega. Sin embargo, esa noche iba a cambiar. Llevaba un mes aislado, intentando evitar cualquier contacto con ellos y… con ella. Catrina. Pero esa noche tenía que encontrar un cuerpo que pudiera servirle para escapar de su realidad. Llegó a la ciudad más próxima en pocos minutos. Muchos puntos distribuidos a distancias considerables lo llamaban. Pero esa noche no estaba pendiente de su trabajo, ya habría otro que lo hiciera. Siempre lo había. Esa noche iba a dedicarla a él. Esa noche… necesitaba escapar de su propia muerte. Avanzó con tranquilidad, sintiéndose volátil, hasta que encontró ese punto concreto que lo llamaba con mayor insistencia. Un cuerpo compatible.

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Entró en la habitación de un hospital. Era negra noche, así que no había nadie que entorpeciera su tranquilidad. En la pequeña estancia blanca, con poco mobiliario a excepción de la máquina de respiración, el monitor de signo vital y un desfibrilador, había sólo dos camas. En una de ellas, un anciano dormía tranquilamente respirando con dificultad. Su esperanza de vida empezaba a menguar, pero todavía le quedaban un par o tres de días. No era asunto suyo. No ahora. En la otra, un muchacho conectado al monitor emitía un sonido incesante con los latidos de su corazón. Un corazón que no tardaría en dejar de latir. Era un joven de diecisiete años. No había llegado a la mayoría de edad. Deberían quedarle años de vida. Él sabía que no era así. En pocos minutos fallecería y él tendría que llevarse su alma. Miró unos instantes al muchacho. Sus ojos cerrados escondían un color azul apagado, supo que era así porque podía ver absolutamente todo de él. Sus pómulos estaban marcados, pero tenía una mandíbula fuerte y cuadrada. Su nariz recta era ligeramente ancha, y sus labios finos estaban prácticamente blancos y algo resecos. Llevaba los cabellos largos y de color rubio ceniza. Estaba delgado, pero la forma de sus brazos demostraba que le gustaba el deporte y que había estado en buena forma. Parecía estar lleno de vida, pero su aliento se apagaba poco a poco. El sonido del monitor empezó a acelerarse y supo que era el momento. Con una mano gélida, posó sus dedos sobre su corazón. El contacto de la muerte detuvo sus latidos, y por si el resto del mundo no lo había advertido, el monitor se encargó de comunicarlo en voz alta. El sonido se prolongó mientras un par de enfermeras corrían para salvarle la vida al muchacho. Sonrió. El alma del joven salió de su cuerpo y se marchó. La luz de su alma lo hipnotizó unos segundos. Y viendo el cuerpo vacío y la insistencia de las enfermeras por devolverle a la vida, decidió compensar sus esfuerzos. El desfibrilador retumbó contra el pecho del muchacho y, después de mucho tiempo, Ayax sintió el desagradable pero tan esperado dolor de la vida. Con los ojos abiertos de par en par, volvió a respirar…

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1 Experiencia adolescente

― ¿Cómo te ha ido el examen? ―preguntó en cuanto salieron de clase. La joven, de unos dieciséis años, caminaba con la mochila colgando y los apuntes entre sus manos. Una avalancha de jóvenes transitaban el pasillo atestado de adolescentes parados entre otros alterados y corriendo de un lado para otro. A las once y media de la mañana, un instituto parecía más bien la entrada de una discoteca, sólo que sin música. Después de un examen de filosofía aparentemente difícil, los alumnos de primero de bachillerato salían en tropel hacia el exterior del edificio. Las preguntas típicas se escuchaban por todas partes; ¿Cómo te ha ido? ¿La pregunta tres era la más difícil, verdad? ¿Sabías la respuesta a la última pregunta? ¿Qué has contestado en la dos? Por desgracia, o por suerte, Lena, una joven morena de cabellos cortos y mirada avellanada, decidió por primera vez en lo que llevaban de semana, no contestar con un millón de palabras a su educada pregunta. ― Prefiero no hablar sobre esto si no te importa ―dijo apenada―. No me gusta hablar de un examen cuando termino de hacerlo… Prefiero… no saber si me ha ido bien o mal ―dijo de forma escueta. Y aunque aparentemente parecía una respuesta larga, teniendo en cuenta el carácter de Lena, realmente no lo era. Su acompañante, Ana, de cabellos largos y lisos de un tono rubio platino, nunca sabía qué momento era el correcto para hacer preguntas. Al parecer, Lena seguía prefiriendo como mejor amiga a la chica extraña de los tatuajes. ― ¡Oh! Vaya, es Alma ―exclamó Lena dejándola plantada y corriendo hacia la chica que acababa de pasar sin dirigirle una sola mirada de refilón. Ana dejó escapar un suspiro mientras la veía alejarse en busca de Alma, la extraña chica de los tatuajes. La conocía desde que tenía tres años. Aunque unos años atrás comenzó a cambiar. Alma siempre había sido una chica amable, simpática y algo vergonzosa. No era muy lista tampoco, pero siempre estaba centrada. Era morena, y sus ojos eran tan azules como un cielo despejado, era realmente hermosa. No obstante, ya no era la misma. Y no solo en su carácter, también en su aspecto. Tal vez por la muerte de sus padres, tal vez por la dura etapa de instituto que le había tocado pasar. Fuera como fuese, desde hacía un par de semanas aproximadamente, la joven se había vuelto más extraña todavía, si cabía. 251


A pesar de todo, Lena seguía considerándola su amiga. De hecho, intentaba cualquier cosa con tal de que prestara un poco de atención a lo que tenía alrededor. Cosa que, en su opinión, parecía prácticamente imposible. Alma siguió caminando, ignorando la insistente y casi insoportable charla de Lena y su intento de recuperar a su amiga. Ana, por el contrario, se había cansado de escuchar e intentar hacer nada. Se volvió con los apuntes y la mochila todavía colgando y, como en una película, previsible y calculadoramente romántica, se chocó contra alguien y sus apuntes cayeron al suelo esparciéndose por todo el pasillo. Se agachó para recogerlos, maldiciendo por lo bajo, pero unas manos amables habían recogido la mitad de los folios cuando todavía no había conseguido agacharse para cogerlos ella misma. Un muchacho alto de ojos apagados le tendió los folios con un gesto simple pero calculado. Sus cabellos rubios ceniza le caían por la sien y reposaban sobre sus hombros. Era muy mono, reconoció, y no pudo evitar sonrojarse mientras se lo agradecía. Aquello parecía el típico principio de novela romántica o película de amor, pensó emocionada. ― Lo lamento. No recordaba que debía tener cuidado con… ―comenzó a murmurar él. Luego sacudió la cabeza como si lo que estaba diciendo no tuviera que haberlo dicho―. …esto… perdona. ―Y sin decir nada más la saludó con amabilidad y se marchó por el pasillo para llegar hasta las escaleras que llevaban a la salida del instituto. ― No… no importa… ―murmuró volviéndose y mirándolo alejarse. Apenas recordaba a ese joven. Se decía que se había pasado un año entero en el hospital por una enfermedad que no tenía cura. Al parecer, milagrosamente, la semana pasada salió del coma y su recuperación se agilizó tanto que ahora ya había regresado al instituto. Se llamaba Ian Gonzalez, recordó. Y según tenía entendido, antes de la enfermedad, era bastante popular entre las chicas. Muchas se habían alegrado de que regresara y, bueno… tenía que reconocer que era una de ellas…

No había resultado sencillo escapar del grupo de supuestos amigos que lo felicitaban por su milagrosa recuperación, pero finalmente logró un poco de paz. Por un momento, casi echó de menos estar muerto… Casi… Con paso pesado, pues los pies parecían hechos de plomo, llegó hasta un banco apartado del bullicio de adolescentes que salían en avalancha de sus respectivas aulas. El cielo estaba un poco encapotado, amenazante de lluvia. En realidad, llevaban semanas con un temporal húmedo.

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Sonrió. Le gustaban los días lluviosos. Le gustaba sentir el frío, el agua, la humedad. El olor a tierra mojada… ― Alma… tienes que hablar conmigo… Sólo quiero ayudarte ―escuchó que decía una voz detrás de él. Gracias al muro que dividía en dos niveles el extenso patio del instituto, las jóvenes que se acercaron hacia donde estaba él no se percataron de su presencia. O al menos no hasta que bajaron las escaleras consecutivas para sentarse en el banco que él ocupaba. O esa había sido su intención. Al ver que estaba ocupado, la joven morena que había hablado anteriormente le sonrió e instó a la otra muchacha a ir hacia otro banco alejado de él. Ayax, o como ahora todos lo llamaban, Ian, escudriñó con curiosidad a la otra joven. La adolescente, de unos dieciséis años, ni siquiera le había dedicado una simple mirada. Sus ojos estaban fijos en sus manos cerradas alrededor de una carpeta atestada de folios garabateados, unas manos con las uñas pintadas de negro a excepción del borde libre, el cual estaba cuidadosamente perfilado en blanco. Sus brazos estaban cubiertos por una chaqueta de cuero negro hasta los codos, y unos tatuajes en negro asomaban hasta las muñecas. En el brazo izquierdo tenía enroscada una serpiente, y la cabeza le coincidía justo en el reverso de la muñeca. En el otro brazo era una frase que le daba la vuelta hasta terminar justo al inicio del dedo central de la mano. Por la extensión de la frase, pensó, bien podría tratarse de un texto entero. ¿Hasta dónde llegaría la cadena de palabras? Siguió escudriñándola mientras se sentaba al lado de la otra chica, la cual siguió hablando sin parar. Los cabellos lisos y sueltos le llegaban a la mitad de la espalda, y los tenía teñidos de violeta oscuro con mechas de un lila claro. Estaba maquillada con tonos oscuros, y ante el negro de su maquillaje tuvo que contener el aliento al ver la profundidad azul al alzar la mirada. Sus ojos eran impactantes, y el rojo de sus labios solo conseguía agravar sus facciones. Era delgada, de estatura media… O tal vez era bajita, pues llevaba tacones bastante altos. Sus pantalones negros tejanos eran estrechos y su posición perfectamente premeditada. Ayax no se movió del sitio mientras la evaluaba. Era extraña, su forma de moverse lo era, pero no fue nada en comparación con lo que vio cuando alzó los ojos azules y lo miró directamente. Sin titubear. Sin sonrojarse. Sin miedo. Como si hubiese sabido desde el principio que estaba allí y verlo no la sorprendiera en absoluto. Sus ojos helados lo evaluaron y una sonrisa curvó sus labios. Por primera vez, Ayax se vio con la necesidad de apartar la mirada. Y no sólo eso, sino que además, necesitó levantarse y marcharse de allí. No obstante, mientras se levantaba dispuesto a irse, le dirigió una mirada curiosa a la joven. Alma, la había llamado su amiga. 253


― Tu bolsa ―dijeron sus labios con una voz acaramelada. Ayax parpadeó dos veces. Su amiga tanteó la mirada de ella al joven, su expresión era asombrada y extrañada al mismo tiempo. ― ¿Cómo? ―se atrevió a decir Ayax. ― Tu bolsa. No la olvides ―murmuró de nuevo señalando el banco con la cabeza. Él se volvió para ver a lo que se refería. Enseguida vio su mochila, aquella que apenas había sido consciente que llevaba. Con un gesto airado, la recogió del banco y le dedicó una sonrisa que habría cautivado a cualquier chica. Es más, la joven a su lado se sonrojó ferozmente, y eso que no iba dirigida a ella. Alma, sin embargo, no se inmutó. Sus ojos azules no se apartaron de los de él, y le dedicó a su vez otra sonrisa. La suya, sin embargo, era fría y calculadora. Una sonrisa que no llegaba a los ojos. ― Gracias ―murmuró. Y se fue sin añadir nada más. Sacudió la cabeza intentando olvidar esa sonrisa. Pues sabía que si lo intentaba con sus ojos le resultaría completamente imposible…

La más fría de las noches se cernía sobre las solitarias calles. Apenas hacía un par de minutos que el sol se había puesto, pero el cielo estaba tan oscuro como sus pensamientos. Debería sentirse orgullosa. Debería sentirse bien por haber conseguido su objetivo. Había llamado su atención. Era tan sencillo. Sólo era necesario comportarse de un modo distinto. Siempre ocurría así. Por lo tanto, estar estudiando sus movimientos como si planeara algo había sido suficiente para suscitar su interés. Él se lo había recomendado. Tenía que acercarse con cautela porque no se fiaba de nadie. Era solitario. Era prudente. Era un guerrero. Tenía que ir con cuidado. Pero ciertamente… había sido más sencillo de lo que pensaba. Y tal vez por eso se sentía realmente alterada e incómoda. Dobló a la derecha en la siguiente calle y se internó en uno de los jardines consecutivos. Atajó por la arboleda hasta llegar a un bloque de pisos un poco siniestro. Vivía allí con su hermana mayor desde que sus padres habían muerto. Rebeca, como se llamaba su hermana, nunca estaba en casa, lo cual era una ventaja. Llegó a la cuarta planta subiendo las escaleras. Para variar, el ascensor se había detenido en el tramo entre la primera y la segunda planta. Seguramente estaría así un par de semanas hasta que alguien se dignara a llamar al técnico para que lo arreglara. Pero

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ella no iba a hacerlo. En su opinión, era totalmente inútil. En dos días volvería a estar igual y tendrían que volver a llamarlo. Y no era gratis. La puerta estaba abierta, algo que no le extrañó. No necesitaba cerrarla desde que él estaba allí cada vez que regresaba a casa. Nadie se atrevería a entrar. ― Has tardado. Su voz grave había llegado a sus oídos en cuanto abrió la puerta. Dejó la mochila en el recibidor y se dirigió a la cocina sin molestarse en cerrarla. No obstante, esta lo hizo de todos modos a los pocos segundos por una mano invisible. ― Es un instituto, no la guardería. Tengo que hacer todas las clases ―argumentó. Sus manos con las uñas pintadas de negro con el borde libre blanco se ciñeron sobre un envase de color blanco que contendría, probablemente, leche. Se la bebió directamente del tetrabrik y volvió a dejarla en su sitio. Luego se limpió los restos con el dorso de la mano. ― Te las podrías haber saltado. Tus padres murieron hace un año, nadie se extrañaría ―comentó su fría voz desde la puerta. La joven sacudió la cabeza haciendo que sus cabellos violetas se balancearan cual péndulo―. ¿Por qué? ― Quieres que confíe en mí. Quieres que sea la chica misteriosa por la que no pueda evitar sentir una irrefrenable curiosidad. Quieres que se encapriche conmigo. ―La joven se volvió y miró al hombre a los ojos. Unos ojos oscuros como la noche, enmarcados por unas cejas también oscuras―. Necesito margen para eso. Necesito tener libertad. ― Tienes libertad ―sentenció él. ― Tengo reglas. Cuando intentas atraer a alguien… a veces debes saltártelas. ―Chasqueó la lengua y se apoyó sobre la encimera con descuido―. Idainel, eres una parca. Tienes el poder suficiente para mandarme al infierno si te apetece. Estoy en tus manos. Así que… ¿por qué no me dejas esto a mí? Idainel era una de las parcas más temidas en el mundo de la muerte. Su aspecto podía llegar a cambiar a veces. Nadie conocía su verdadero rostro porque la muerte se lo había arrebatado. Por eso camuflaba su aspecto con reflejos de otros que había visto o había tenido antes. ― Sigues estando bajo mi cuidado, pequeña…―Lo pensó detenidamente unos instantes mientras los ojos azules de ella lo escudriñaban con interés―. De acuerdo. Te doy dos semanas. Luego regresaré. Idainel se volvió y se dirigió hacia el recibidor.

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― ¿Qué es lo que quieres de él exactamente? Nunca me lo has dicho… ―murmuró la joven con curiosidad. Idainel se volvió hacia ella. ― Quiero venganza. ―Sus ojos oscuros brillaron con un destello de odio. Jamás había visto unos ojos tan resentidos como aquellos, y eso la hizo dudar durante unos pocos instantes―. Nunca olvides esto, pequeña. Estas a mi cargo. Si fallas… ― Lo sé, lo sé… ―murmuró con fastidio mirando sus uñas con fingido interés―. Si te fallo me despediré de este mundo. Lo he captado. La joven se apartó de la encimera y se acercó a Idainel con paso firme. Se detuvo a apenas centímetros de él y sonrió de un modo realmente escalofriante. Tenía un aura extraña. Casi cruel. Tal vez por esa razón él la había elegido. No tenía escrúpulos. Los había perdido todos gracias a la muerte. Era un alma destrozada, y la mejor baza que tenía para su propia venganza. ― Tienes tu libertad al alcance de tu mano, pequeña. Haz esto por mí y te la concederé. Sólo tienes que seducirlo. Hacer que baje la guardia, que crea en su… redención. Quiero que lo traiciones ―apostilló con odio. ― ¿Por qué no matarlo y ya está? Tienes el poder suficiente para hacerlo. ¿Por qué tantas molestias? Sabes que puedo arrebatarle su cuerpo y puedes matarlo justo cuando salga de él. Es sencillo. ― A veces… lo sencillo no es lo más placentero. ―Su sonrisa se torció en una mueca horrenda que logró hacerla retroceder un paso―. No me falles. La joven miró sus ojos oscuros una última vez y entonces empezó a entender la profundidad de su misión. ― ¿Entonces… fue él quien te mató? ―se atrevió a preguntar. Pero Idainel ya había desaparecido. Suspiró con fastidio y miró hacia el techo. Estupendo. ― ¿Alma? ―preguntó una voz de detrás de la puerta. La joven se volvió justo en el instante que una mujer de unos veintisiete años entraba por la puerta. Su cabello castaño atado en una coleta estaba encrespado, sus ojos del mismo color que los de ella tenían oscuras ojeras y sus labios resecos seguían con resto de pintalabios. Su tez, a pesar de ser morena, estaba pálida. Su ropa ligeramente descolocada, y la mochila colgando de un brazo despreocupadamente. ― Beca… ―murmuró. ― ¿Qué haces aquí parada? Muévete. He traído algo para comer… ―dijo Rebeca mostrando una bolsa de cartón que llevaba en la otra mano y que no había visto hasta entonces. Alma miró primero la bolsa y después a su hermana. Tenía mal aspecto, y no solo ella… 256


― Paso. No tengo hambre. Se dio la vuelta antes de que Rebeca dijese nada más. Era habitual que ella llegara con resaca y con mal aspecto. Ya estaba acostumbrada a vivir de ese modo. No se quejaba, la alternativa era mucho peor… ― ¡Tú te lo pierdes, enana! Enana… Rebeca la llamaba de ese modo porque estaba frustrada, dolida y no tenía ni la menor idea de cómo llevar la situación. Porque Alma podía ser muchas cosas, pero Enana no era una de ellas. Sus padres habían muerto, pero Rebeca no lo había superado. Fingió que así era los primeros meses, se hizo cargo de Alma, y luego cayó en una espiral de malas costumbres. Volver tarde a casa, beber, fumar… entre otras tantas que prefería no pensar. Tal vez en el fondo sabía la verdad. Tal vez sabía que se había quedado totalmente sola... No la culpaba, que hiciese lo que quisiera. Ella lo había pasado peor, mucho peor. Y su final fue también previsible. Era una cobarde, siempre lo había pensado, y ahora le tocaba pagar su penitencia. Y su penitencia era una maldita Parca que pretendía vengarse de otra. Idainel. Entró en la habitación y cerró la puerta. Los muebles eran antiguos, o más bien viejos. La cama chirriaba y había unos cuantos libros sobre una estantería que apenas se sostenía. La única ventana estaba cubierta por una cortina gris llena de agujeros y arañazos. El responsable del estado de la cortina maulló a su lado y se restregó en sus piernas. La joven se agachó y cogió al felino con una dulce sonrisa. ― Hola, Dexter ―lo llamó. El gato maulló de nuevo mientras saltaba hasta su cama. Alma sonrió de nuevo ante la mención del nombre del felino. Dexter. ¿Sería por su tendencia a cortar cosas con sus uñas? ¿O tal vez por el curioso tono negro de sus patitas como si llevara puestos unos guantes permanentemente? Se tumbó en la cama y miró hacia el destartalado techo mientras Dexter se situaba sobre su falta y se acomodaba para dormir. A ella también le habría gustado dormir, pero no podía dejar de pensar en lo que debía hacer. Ya no le quedaban remordimientos, no le quedaban esperanzas, no tenía destino. Ella misma se lo había buscado. Ahora solo tenía una única opción; hacer lo que Idainel le había pedido para tener la libertad que necesitaba. O al menos dejar de estar a su cargo. Ella no podía renunciar a él, solo Idainel podía decidir dejarla en paz. Una paz que cada vez ansiaba con más ahínco. Al principio no sabía qué tenía Idainel en contra de Ayax. En realidad, al principio ni siquiera sabía quién era Ayax, o las Parcas. Idainel se lo explicó todo. Las Parcas eran los mensajeros de la muerte, de Catrina, una niña que estaba como un cencerro. O eso le había contado él. No la había visto nunca, y prefería que continuara 257


siendo así. Idainel le había contado que estaba a su cargo, que ahora ella le pertenecía aunque no sabía muy bien por qué. Así que debía hacer todo lo que le ordenara… ― Ojalá te pudras en el infierno… ―murmuró mientras acariciaba a Dexter. Sí. Odiaba estar controlada por ese ser. Y él lo sabía. Por eso le había dado una razón por la que obedecerle. Él mismo le entregaría su libertad, él mismo la dejaría en paz como ella tanto deseaba si hacía una única cosa por él. Ella había aceptado al instante, claro. No conocía muy bien su situación, pero tenía claro que era delicada. Pero su misión no era lo que ella imaginaba. Su misión era tratar con otra Parca. Una que había poseído un cuerpo humano. Entonces fue cuando Idainel le explicó que las Parcas podían quedarse con los cuerpos que las almas dejaban libres al morir para poder vivir de nuevo. Aunque no todos, porque solo unos pocos eran adecuados. Al parecer, Ayax, su misión, había conseguido uno recientemente. Un muchacho que había estado meses en coma llamado Ian. El plan era sencillo. Idainel quería que muriese traicionado. Seguramente se trataba de una antigua venganza que lo carcomía desde hacía siglos. Probablemente ese tal Ayax era el responsable de su muerte. Él lo debía haber traicionado cruelmente. Así que no debía sentir remordimientos. Y no los sentía. Ella ya no sentía nada. Sus sentimientos habían muerto el mismo día que él murió… Lo único que tenía que hacer era que confiara en ella. Que pensara que podía conseguir su redención. Tenía que lograr que creyera que ella podía salvarlo. Y luego… tendría que matarlo. ― Sólo serán dos semanas. Dos semanas, Dexter… Y seré libre. Y entonces todo habría terminado por fin.

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