Orquídea de plata el beso mortal

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Marisha Cruz


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Prefacio

Capítulo 16

Capítulo 1

Capítulo 17

Capítulo 2

Capítulo 18

Capítulo 3

Capítulo 19

Capítulo 3

Capítulo 20

Capítulo 5

Capítulo 21

Capítulo 6

Capítulo 22

Capítulo 7

Capítulo 23

Capítulo 8

Capítulo 24

Capítulo 9

Capítulo 25

Capítulo 10

Capítulo 26

Capítulo 11

Capítulo 27

Capítulo 12

Capítulo 28

Capítulo 13

Capítulo 29

Capítulo 14

Capítulo 30

Capítulo 15

Epílogo


PREFACIO Ella no era la típica chica dulce que se hacía creer. Con solo 21 años había dado muerte a un sin número de hombres y a unas cuantas mujeres. El odio le recorría la sangre y decía no tener corazón alguno. Tras enamorarse del hombre equivocado, ser abusada sexualmente por su hermanastro y haber asesinado a su madre, Ileana iba por el mundo llevándose a quien sea de por medio. Por su parte, Eliam se sentía desprotegido en el mundo. Sabía que no podía ocultarse para siempre de Ileana, por eso decidió nunca bajar la guardia y mantenerse alerta a todo lo que sucedía a su alrededor. El pasado jamás se quedaba atrás. Ella, su pesadilla, siempre volvía por él. —Eli, Eli —rió macabramente. Eliam inmediatamente despertó de su letargo. —¿Qué haces aquí y cómo me encontraste? —Preguntó con verdadero susto. —Tontito —rió risueña y pasó su lengua de derecha a izquierda por su labio superior y de retorno; un gesto característico de ella—, nunca desapareciste. No realmente, no para mí —entrecerró sus ojos y lo miró fijamente. Para Ileana su única meta era mantener para sí a su Eliam, su dulce obsesión.


Capítulo 1 —Yo te pagaré Kisson —dijo una temblorosa voz. —No quiero dinero —dijo la pelinegra que lo miraba mortalmente. Odiaba perder su tiempo con escuálidos renacuajos que no le aportaban nada. —Entonces ¿q-q-qué-é qué quieres? —tartamudeó en un susurro. —Tu muerte —dijo plana y sin derecho a réplica. —Pero yo no quiero morir —suplicó tartamudeando. —Lástima pues eso es lo que mereces —suspiró apuntando directo a su cabeza. —¡Sé dónde se encuentra Font! —gritó, aunque eso no la detuvo de disparar. Vio como esos ojos negros se apagaban y sonrió por el acto cometido. Al ver la espesa masa roja en que se había convertido la sangre al unirse con la tierra, se agachó y tomó un puñado para sentirse poderosa de esta nueva muerte. Soltó una sonora carcajada interrumpiendo el silencio que se había abordado en ese lugar. —Yo también —le respondió aun sabiendo que ya no la escucharía. Dio media vuelta y caminó unos cincos pasos antes de entrar a una camioneta negra. —¿Listo? —dijo un hombre de cabellos cobrizos. Ella le sonrió y acarició su mejilla. —A casa —exigió. Otro hombre de cabellos negros arrancó la camioneta dejando atrás la polvareda y un muerto. Recorrieron la ciudad


con la noche en alto y el silencio sepulcral que la acompañaba. Durante el viaje ninguno dijo nada y era mejor así, si querían vivir el tiempo suficiente. Entraron por un camino boscoso hasta encontrar una mansión en medio de toda esa espesura. Dos hombres bajaron y luego permitieron que ella hiciera lo mismo. Ingresaron en silencio a la casa y ella los dejó solos en la entrada, subió las escaleras y se detuvo frente a una habitación. Pasó su mano frente a una caja metálica, apareció un teclado exigiendo una clave de acceso. Con el dedo índice, corazón y anular marcó los cinco dígitos que le permitieron la entrada. Suspiró una vez que esta abrió y respiró al saberse sola. Entró a oscuro y así siguió hasta despojarse de toda prenda, la cual dejó en una cesta que se hallaba en el cuarto del baño; excepto una que tomó con sumo cuidado y guardó en una gaveta. Ingresó en la ducha para dejar ir de su cuerpo todo rastro del día. Tomó una toalla y secó lentamente su cuerpo. Una vez hubo terminado se dirigió a su cama y dejó que Morfeo la agarrase entre sus brazos, con la esperanza de tener una agradable mañana. Un nuevo amanecer no se hizo esperar y resplandecía con todo su fulgor sobre la ciudad de Copano. La urbe era sinónimo de un sinfín de oportunidades que quizás, muchos no iban a poder tener porque la muerte estaba tras ellos. La población se mostraba tensa, otro cuerpo había aparecido y los habitantes de la ciudad estaban aterrorizados. Sin embargo, en lo más retirado de la vista de cualquier curioso, se encontraba

una

gran

mansión,

cuyo

jardines

eran

de

lo

más

extraordinario. La fachada exterior era de cristal y el resto era de un blanco impoluto que daba una sensación de frío. Esa casa resguardaba a


la princesa de hielo y era uno de los mejores secretos guardados de la capital. La noche fue fría como así lo prefería. Amaba la soledad con que despertaba, el silencio era su mejor amigo. Abrió sus enormes ojos azules y tras bostezar, sacudió su larga melena rubia. La habitación se hallaba en penumbras, ya que unas gruesas cortinas evitaban que los rayos del sol traspasen aquel santuario. Agradecía lo lejos que estaba del contacto con el mundo, debido a que ningún ruido era capaz de penetrar su tranquilidad. Ella era muy cuidadosa y desconfiada, no permitía a nadie la entrada a su lugar; no obstante, quien fuese el afortunado de visitarla, no hallaría nada personal a la vista. Ella odiaba los adornos exagerados. Las paredes eran totalmente blancas, carecían de sentimientos. Era difícil saber qué era pared o dónde estaba su inmenso armario pues solo ella conocía donde estaba todo; porque todos los pasadizos y gavetas secretas guardaban lo peor de las verdades de esa fría mujer. Sus ojos se paseaban por la habitación, su gran king-size de plataforma gris la mantenía atrapada. Acarició las sábanas blancas y apretó su sobrecama de tartán gris. Siguió pasando la vista y en algunas paredes y en el techo se encontraban incrustadas las luces blancas, así evitaba romper con la armonía requerida. Para ella lo único imprescindible y vital, era un espejo de cuerpo entero, lo necesitaba para saber cuál cara le mostraría al mundo. Después de meditarlo un rato, se bajó con sumo cuidado de su cama y se acercó a ver su reflejo. Sonrió irónica y acarició su trabajado abdomen. Emanaba sensualidad. Estiró su mano y tocó unos de los botones que estaban ocultos en la pared. De ella sobresalió una gaveta con unas series de cabelleras de todos los tamaños y colores. Se acercó con sigilo y acarició cada una. Al final, decidió tomar la roja. Regresó al espejo


y observó cómo le quedaba la única prenda que llevaba encima, eso hizo que sus ojos se oscurecieran y un brillo de maldad apareció. Se contempló hasta saciar su sed de auto deseo. Era una diosa, lo sabía y se vanagloriaba de ello. Cuando comprendió que se le hacía tarde, se dio una sonrisa irónica y cubrió su cuerpo con un albornoz negro transparente. Se colocó unas pantuflas negras de tacón, después de agarrar su Desert Eagle dorada, salió. Bajó con lentitud las escaleras de cristal con luz, templado y acero inoxidable. El sonar de sus tacones dejó saber que ella bajaba. Mientras descendía con confianza, se dio cuenta que amaba aquel lugar, era frío y solitario, como ella. Sus paredes blancas y sin adornos, daban la sensación de que estaba deshabitada. Comprender eso, la hizo sonreír. —Buenos días —dijo con voz fría. Tres hombres voltearon y notó la tensión en sus hombros. Sonrió y paseó frente a ellos—, mi desayuno — exigió. —T… todavía no está listo —tartamudeó uno. Ella miró a quien le respondió. Unos ojos café la miraban con terror y su cabello negro se le pegaba a la frente. Ella sonrió. —Tan guapo y tan muerto —la sonrisa no abandonaba su cara y en su mirada anunciaba el terror que se avecinaba. El joven palideció y tragó con violencia. Su jefa no era de fiar cuando iba de pelirroja y ellos lo sabían. Ella se acercó poco a poco y pasó su lengua por el borde de sus labios. Con la punta de la pistola, delineó su musculoso cuerpo y besó su mejilla.


—Señora —la detuvo un chico rubio de ojos verdes, también buenmozo y con buen cuerpo—, su desayuno está listo —ella asintió y se retiró al comedor. —¿Estás loco Frank? —gruñó el rubio. —¡Mierda! ¿En serio iba a matarme? —preguntó con los ojos muy abiertos. —¿Tú qué crees? —comentó un cobrizo de ojos gris que, hasta ese momento, permanecía en silencio. Los tres se vieron y suspiraron. —Acabo de salvar tu pellejo y espero no haber condenado el mío — replicó el rubio. —Marcos yo… —intentó explicarse Frank. —No la vuelvas a subestimar Frank —dijo el cobrizo. —Nunca más, Jean —dijo Frank. —¡Chicos! —gritó Ileana. Ellos salieron disparados hacia el comedor. Ella se encontraba sentada en la mesa con la comida intacta, el agua servida sin tocar al igual que el jugo. Sin embargo, también se encontraba un plato con migajas de pan y un envase de agua mineral portátil que estaba medio vacío. Ella estaba sumida en sus pensamientos y pasaba su dedo alrededor del vaso de cristal. Ellos permanecieron en silencio, era absurdo e impensable sacar de ese ensueño a su diosa del hielo. El comedor seguía con los patrones de la casa, nada estaba fuera de su lugar. Este tenía una larga mesa de cristal con acero inoxidable y una araña en forma de lluvia adornaba el techo. El resto todo era blanco. Allí solo se hallaba una silla, su trono y nadie se sentaba a comer con ella,


aunque ella tampoco los invitaba. —Salimos en diez —se colocó de pie y se dirigió a su habitación. Fue directa hacia su baño, blanco y minimalista. Había encontrado el truco en esto; consistía en usa un espejo largo y estrecho permitiendo visualizar solo su cara. Habían dos lavamanos blancos y por sobre ellos un largo estante dentro de la pared que se cerraba con un botón que solo conocía ella. El inodoro estaba al lado del lavabo, ambos blancos y modernos. La ducha estaba a ras del suelo de acero esmaltado Kaldewei de 3,5 mm con vidrio plexi, dándole un diseño intemporal. Algo que amaba de aquel lugar, era lo cambiantes que podían ser las luces en la regadera. Solo ella conocía el truco y eso la extasiaba. Una vez acabada su corta ducha, salió directo hacia su armario y agarró lo que consideró que estaba perfecto para su cita de hoy. Se miró en el espejo por última vez y sonrió para sí. Recorrió su mirada por su vestimenta y no observó nada fuera de lugar. Decidió llevar unos Mango enjaulado plateados con tacón de aguja y cierre atrás. Sus piernas estaban cubiertas por unas medias negras finas con encaje de silicona. Se colocó una minifalda tartán gris y cuero negro a la altura de las caderas que tenía un pequeño broche que le daban ese toque hermoso. Sus pechos eran exaltados por un tachonado bustier negro swarovski en forma de corazón; optó por tomar una pequeña chaqueta corta de cuero negra, tipo biker motociclista. Lo único que no cambió fue su melena roja, la cual dejó suelta. Se maquilló pesadamente con sobras gris y aplicó el lápiz negro; sus labios solo iban con brillo. Colocó su pesada arma en su cintura, salió y tecleó una clave bloqueando así su habitación tras de ella. —¿Listos? —Preguntó una vez que los hubo encontrado de pie al final de la escalera. Ellos solo asintieron y caminaron para la salida, siempre guardando el frente y la espalda de ella. Habían decido irse en una Mercedes-Benz clase G BA3 plateada; aunque en realidad a ella le


importaba muy poco el tipo o marca de carro, solo le interesaba que estuviese blindado y ser transportada como toda una diosa. A los pocos minutos se encontraban descendiendo un camino de rocas montañosas, dejando atrás la mansión de cristal. Nadie decía nada, ella iba tras su presa y esa sonrisa triunfal no dejaba su rostro. Ese día se cumplían tres años de haberse alejado de Eliam Font Feixas y hoy lo recuperaría. Ya estaba harta de escuchar lo promiscuo que andaba siendo, él era de ella y él debía serle fiel. No le importaba a cuantas mujeres tendría que matar para ello. A su lado se encontraba Jean, él iba en jeans negro y una camisa cuello V manga larga negra. No solo él, todos los chicos iban así vestidos. Empezó a tocarle su cabello cobrizo y él cerró sus ojos grises. —Abre los ojos —ordenó. Él sin replicar los abrió y la miró con deseo. Ella mordió sus labios y decidió atacar los de él. Jean al verse envuelto en esa situación, colocó su mano en el trasero de ella e inmediato Ileana se separó y lo miró a sus ojos— ¡NO! —exclamó enfurecida— yo toco y tú te dejas hacer. No me toques —gruñó. Siguió besándolo con fuerza. Jean era su más fiel seguidor y a quien le permitía muchas cosas, aunque sabía que él tenía otros sentimientos para ella. Fue el único que la siguió cuando decidió abandonar la mafia de su padre, ese recuerdo la hizo sentir asqueada y dejó de besar a Jean. —Frank —llamó—. Llévame donde Eliam —pidió después de un tortuoso silencio. Jean frunció el ceño y la miró fijo. Ella sonrió—. Es hora de recuperarlo. —Pero estamos bien sin él —replicó Jean. —¿Pedí tu opinión? —gruñó Ileana. —Sé que no pero…


—¡Basta! —gritó alterada—. Frank… ya sabes hacia dónde ir — exigió. —Sí, señora —respondió Frank. —Estás en problemas —sentenció. Marcos y Frank se vieron a los ojos, se alegraban de no ser Jean en ese momento, ellos no querían correr la suerte que ella le tenía preparada a él. —Lo siento diosa —murmuró él. —Tranquilo que no morirás —se acercó a él y susurró en su oído—; pero desearás tu muerte —besó su mejilla y cruzó las piernas—. Pon algo de música Marcos, necesito relajarme un rato. Tengo demasiada carga sexual en mí y Jean mató mi posibilidad de tener mi orgasmo —Ileana no era una mujer fácil, gracias a su pasado el sexo no representaba para ella lo mismo que para muchas. Ella no deseaba el toque, ella no deseaba las preliminares sino el resultado. Ningún hombre podía tocarla sin hacerle recordar su antigua y poca vida. Bueno, si existía ese chico que hacía que ella olvidase al mundo y era a quien ella iba a buscar. —Querido Eliam, ya voy por ti —pensó.


Capítulo 2 —Señora no creo conveniente entrar allí —empezó a quejarse Frank pero se calló tras la dura mirada que le dirigía Ileana. —Si eres tan cobarde como para temerles a dos hombres, deberías desear que te dé un tiro ahora —dijo casual Ileana. Frank tragó grueso. —No temo mi diosa —ella sonrió. —Repasemos el plan —dijo Marcos cambiando ligeramente el tema. —Es sencillo —expresó Ileana. Su semblante era de nuevo serio—, mataremos a todo aquel que no me permita estar cerca de mi Eliam. —Entendido —dijeron los tres a la vez. —¿Estoy presentable? —preguntó de golpe y los tres se vieron a la cara, mientras ella revisaba su cuerpo. La realidad era que ella siempre vestía con pocas prendas. Para ellos no era un secreto que ella dormía desnuda y amaba pasearse así por toda su mansión. Eran pocas las veces que la veían con mucha ropa. —Señora usted se ve perfecta —respondió Marcos. —¡Oh querido, qué amable eres! —respondió ella alegre. —Ya estamos aquí —interrumpió Frank. —¡Perfecto! —gritó ella. Los chicos se bajaron de la camioneta para controlar su llegada. Ileana decidió no bajarse todavía y vio como un hombre negro y rudo se acercaba a sus chicos; el mismo llevaba consigo una amenaza latente. Agarró su arma y la acarició mientras sonreía burlona. Con ímpetu salió de la camioneta y sin pensarlo, disparó a la


cabeza de su enemigo acabando con su vida de inmediato. Se acercó a sus hombres e ignoró el cuerpo que yacía en el suelo. —Señora… —inició Jean. —Entremos —su mirada era fría y calculadora. Algo en su interior le decía que no entrara a esa cabaña rústica de madera negra que se veía al final de un breve camino de piedras. No podía retrasar más sus planes y aunque quedara al descubierto, la necesidad era mayor. Eliam al escuchar el disparo le indicó a su compañera que se escondiera en el closet del lugar. Él buscó debajo de su almohada su pistola y armado de valor se acercó a la ventana que daba al frente de la cabaña. Con cuidado corrió la cortina que impedía que mirasen hacia su actual hogar. Su rostro palideció cuando pudo notar quien era la persona que iba por él. Se alejó de la ventana y se encerró en su habitación deseando salir vivo de la situación. Ileana entró a la cabaña y detalló todo como si necesitase memorizar cada elemento que allí se encontraba. Observó que todo era tan rústico como pensó; el piso, aunque era de madera estaba recubierto por una vieja alfombra roja; en el medio de la sala, se encontraba un gran mueble de madera rústica sin cojines; una mesa al frente y un cenicero tan lleno de colillas que muchas otras estaban regadas en toda la mesa. Las paredes estaban despojadas de sentimientos, era como si su dueño no desease que nadie lo conociera. Eso le recordó a sí misma. Ella cerró sus ojos cuando notó que al pie de la mesa se encontraba un pequeño arete rosa y suspiró para poder contener la rabia que la estaba llenando; pero como si sus ojos quisiesen ser crueles con ella, su mirada la llevó hacia la pequeña cocina con un mediano refrigerador. La misma era separada de la sala por un mesón americano, el cual tenía dos platos a medio comer de unas arepas de carne con queso amarillo. Solamente, estaban dos bancos cuya posición


daba entender que quienes hayan estado allí, en vez de comer solo se estaban viendo la cara. En el suelo se encontraba una camisa negra y un sostén sobre el mesón de igual color. Ella empuñó su mano y se dirigió con paso decidido a la única habitación de la cabaña. —Ileana Kisson —susurró. —Hola Eliam —respondió fría. —¿Qué haces aquí? —Susurró temeroso Eliam. —Vine por ti —afirmó—, hoy se cumplen los tres años que te dejé libre y ya es hora que regreses a mí, Eli —sonrió rabiosa. Quería ir tras la zorra que andaba con su chico y él solo alargaba el proceso, lo conocía muy bien. —¿Cómo me encontraste? —preguntó Eliam. —Tontito —rió risueña y pasó su lengua de derecha a izquierda por su labio superior y de retorno; su gesto característico—. Nunca desapareciste. No realmente, no para mí —entrecerró sus ojos y lo miró fijo, suspiró—. Jamás te perdí de vista amorcito, siempre he sabido donde estás —dijo Ileana con felicidad. Él emitió una mueca y se mostró tenso. Había notado que ella venía pelirroja y sabía que no era de fiar. Ileana permaneció en silencio y se dedicó a observar la habitación. No encontró mucho, solo una pequeña cama doble, una mesa de noche algo vieja y un antiguo closet que era capaz de albergar a un ser humano menudo. Como por ejemplo el cuerpo de una chica. —¿Qué buscas? —preguntó Eliam. —Dile que salga, por tu bien y el de ella —respondió y él guardó sus palabras. No quería obedecer esa orden. No quería que ella muriera.


—Vete Ileana —ordenó. —Ahora ella debe morir —sentenció con una ceja alzada. —¿Ella? Estás paranoica Ileana —rió nervioso. —¿En serio? Te advertí que sería peor para ella —diciendo eso, se acercó con paso apresurado al closet al mismo tiempo que Eliam se atravesaba. —No tienes nada que hacer aquí, Ileana. Yo no deseo estar más contigo —dijo seguro. —No tienes opción, Eliam —le apuntó directo a la cabeza—. ¡Apártate! —gritó. Ella mantenía una mirada fría y estaba dispuesta a todo. Levantó su mano y lo abofeteó con fuerza haciéndole sangrar el labio. La puerta del closet se abrió y al estar Eliam tan fuera de sí, salió disparado hacia delante y cayó de bruces. —¡No la matarás Iliana! —gruñó enfurecido. —Ella morirá y lo sabes —dijo burlona—. O, ¿acaso quieres que le suceda lo que a Ely? —Eliam se tensó de inmediato. No quería revivir ese episodio e Ileana lo sabía. Quería borrarle la sonrisa estúpida que estaba en su rostro pero esa sería su condena. Se sentía idiota por querer vivir y dejar que la chica muriera por él, una de tantas. Eliam se hizo a un lado y la chica salió temerosa. Ileana la observó y pudo ver lo bella que era y el por qué él la deseaba. Era una mujer de tez tostada clara, con una excelente figura y una melena rizada negra. Sus ojos eran mieles y sus labios grandes y deseables; era la clase de chica que quería salvar al mundo y deseaba hacerlo por Eliam. —Ileana Kisson —dijo—. Soy Naty Crespo —se presentó.


—Na-ty… —repitió el nombre separando sus sílabas—. Eres hermosa —la admiró. Se acercó hacia ella y acarició su mejilla—. Me gusta —dijo viendo a su rival a los ojos. —Tú eres más hermosa —respondió. Los hombres permanecían en silencio e Ileana sonrió: ¿burlona, sarcástica, cruel? Ellos no sabían cómo descifrar su sonrisa y temían a lo que se avecinaba. Ileana se acercó aún más a Naty, unió sus frentes, ambas cerraron sus ojos y se dejaron llevar por la sensación de bienestar. Ileana besó la mejilla de Naty. Por su parte, la chica le devolvió el beso solo que en los labios de Ileana. Los hombres de que allí se hallaban jadearon por el asombro que todo le producía. Naty tomó la cintura de Ileana y la acercó todavía más hacia ella dando a entender que era de su propiedad. Ileana se dejó llevar y después de un buen rato decidió romper con el beso y mirar a los ojos de su rival. —Frank llévala a la camioneta —ordenó Ileana. Naty sumida en lo sucedido, salió sin protestar junto a Frank, Marcos y Jean. Ella iba vestida con una camisa de Eliam, blanca, la cual le quedaba grande. —¿Qué demonios fue eso? —Ileana sonrió ante la blasfemia. —Eso mi querido Eliam fue la recompensa que esa chica ganó por espiarte e informarme cada día —dijo burlona. —E… es… eso es mentira —tartamudeó en susurros Eliam. —Amor yo sabía que no podrías aguantar estar lejos de ella. Hice que la desearas y ella no fuese solo otra del montón —explicó Ileana. —Mierda, mierda y más mierda. ¿Por qué coño no me dejas en paz? —gritó—. ¿Qué te hice Ileana? Ya no te amo, aléjate de mí —gruñó. —¿No me amas? —preguntó dolida. Bajó la mirada como si eso evitase la humillación de Eliam. Ella no podía entender el desamor de él,


ella le dio todo y él la alejaba. Muchas dudas e información rondaban su cabeza. No podía aceptar eso como si nada. Eliam se quedó callado después de su grito, le había mentido por la simple razón que no podía perdonarla. No después de lo que había sucedido hace tres años. Ella no merecía su perdón, él no podía amarla, debía odiarla y así matarla. Sacudió su rubia melena y entrecerró sus cristalinos ojos grises, se sentía débil frente a Ileana pero no quería llorar. Por su mente corrían miles de pensamientos. La desesperación se adueñaba de él. —Me gusta más cuando estás de rubia —dijo él acariciando su actual cabello. Ella dejó que se acercara mientras seguía saboreando las palabras de él. No quería tragarlas porque eso sería una sentencia de muerte y ella lo quería vivo, lo quería a su lado. Pero como todo, tuvo que digerir la información y se alejó de él. —Entonces debes morir —dijo apuntándole a la cabeza. —Ileana, ¿por qué simplemente no te alejas? —preguntó cansado. —Eli o eres mío o mueres, tú decides —sentenció Ileana. —¿Qué? —gritó en susurros. —Me cansé Eli, siempre soy yo quien da todo en esta relación y tú siempre me excluyes —argumentó. —¿Relación? ¿Estás loca? —giró sobre su eje consternado, buscando una ayuda que no tenía. —Sí, estoy loca. Por ti. Yo te amo Eli —dijo con la mirada enloquecida.


—No, tú no me amas. Estás malditamente obsesionada conmigo — gruñó con los ojos desorbitados. —Te amo Eli y serás mío, o te mataré —decretó enojada. —Ileana así no funcionan las cosas —dijo negando con la cabeza. —A mí sí me funcionan. Te toca elegir ahora a ti —dijo seria mientras apuntaba a Eliam en la cabeza.


Capítulo 3 —Señora debemos irnos —interrumpió en la habitación Jean. Se quedó trabado ante la imagen amenazante que vio y se maldijo por haber llegado antes. Aunque no le quedaba otra, de no avisar lo que estaba ocurriendo, ella le mataría. —¿Acaso no te enseñaron a tocar primero? —preguntó irritada Ileana. —Lo lamento pero no pude evitarlo. Se tardaba demasiado y yo… — fue interrumpido. —Deja de balbucear y termina de una jodida vez de hablar —él enmudeció—. ¡Maldita sea! ¡¿Qué coño está pasando?! —rugió furiosa. Odiaba cuando no podía torturar como era debido a sus víctimas—. Soy una mujer poco paciente —gruñó al notar que él no decía nada. Tenía miedo, ella lo sabía. Lo conocía. —Lla... —carraspeó— llamó Luz. Él… —la postura de Ileana cambió y su rostro palideció. Eliam que permanecía callado, frunció el ceño ante la confusión. —¡Mierda! ¿Regresó? —Jean simplemente asintió—. ¿Hace cuánto? —15 minutos —respondió temeroso el chico y Eliam lo entendía. La noticia sacó lo peor de Ileana. Ella tenía muchas facetas pero cuando se sentía fuera de control era la peor. —¡Mierda, mierda y más mierda! —gritó. Se giró y cerró sus ojos. Ella pasó su mano por la cara y agarró más fuerte el arma. Su mirada era aterradora. Eliam optó por permanecer de pie y callado. Deslumbró como la ira se apoderaba del cuerpo de Ileana y la cegaba.


—An, ¿qué está sucediendo? —dijo Eliam hablando después de un buen rato. Ella lo observó. —Maté a Doble R, deshazte del cuerpo —soltó evitando así la pregunta. —No, no haré tal cosa. Es tu maldito… —no pudo continuar quejándose. —¡Cállate, Eliam! —gritó enmudeciéndolo—. No tengo tiempo para esto. Ya me harté, haz lo que malditamente te ando pidiendo y agradece que te deje con vida —finalizó con ira. —Dime, ¿qué está pasando? —dijo frunciendo el ceño. —No es asunto tuyo —murmuró altanera. —¡An! —gritó Eliam y ella le dirigió una mirada que lo calló en el acto. Vio desesperación, rabia, tristeza; esa mirada contenía tanto que tuvo que apartarla. Odiaba verla así de desquiciada—. Está bien, vete — aceptó resignado. —Llama a H y dile que espere a Naty en la Zona V —Jean asintió—, ella no puede venir con nosotros —Jean salió del cuarto entendiendo que esa era su señal. Ileana se acercó a Eliam y besó sus labios. —Cuídate por favor —dijo al separarse y darle un casto beso de despedida. Ella asintió y se fue. Eliam se sentó en la cama y cubrió su cara con ambas manos; se recostó y cerró sus ojos para olvidarse de ella. Sintió la desesperación de Ileana y le dolió verla así. Él era un hombre muy diferente al mundo de Ileana, no se arrepentía de haberla conocido pero sí de haber entrado en ese mundo de peligro. Un mundo en el cual nadie salía y que trajo consecuencias como alejarse de su familia.


Después de una hora Eliam se levantó con pesadez de la cama. Dio vueltas en sí mismo y decidió no seguir postergando la situación. Caminó directo al cuerpo de Doble R descubriendo un tiro sencillo y limpio en su frente. Reconoció que Ileana era el ser que nadie quería tener de enemigo y sabía que si ella lo mató, era porque algo ocultaba. Ella nunca mataba a inocentes o a niños, pero claro, la percepción de niñez era diferente en el mundo de la mafia y decir eso era de hipócritas; cargó el cadáver y lo dejó en la habitación, buscó combustible y lo regó alrededor del cuerpo y de la misma. También lo hizo en todos los rincones de la casa y algunos muebles, en la cocina y en el baño; en la parte externa y donde estaba el charco de sangre. Entró de nuevo a la habitación y prendió fuego; dejó todo así y se fue. El lugar estaba bajo el nombre de un tal Richard Richardson y asumió que era Doble R. La camioneta también lo estaba así que optó por irse en su moto. La verdad era que no le había pedido a Richard que lo siguiera a ese lugar y ese era el pago por haberlo seguido. Anduvo por la ciudad buscando a Ileana, quería encontrarla, quería hallarla. Sentía una especie de preocupación que le carcomía el alma. Estaba confundido y aunque lo negase, aunque no quisiera admitirlo, él la amaba. La amaba demasiado y le dolía hacerlo. Recodó el día en que la conoció y vio lo rota que ella se encontraba, a él le parecía el ser más hermoso que jamás conoció. Estaba sentado en su pupitre viendo por la ventana cuando avisaron que una nueva estudiante llegaría, cosa que le fastidió. No le tenía mucho amor a los estudios y tener que calarse a alguien nuevo le molestaba. Él odiaba el cambio brusco y gracias a que su tío era parte de la directiva del colegio, él lograba conocer a sus compañeros mucho antes de su presentación; pero ahí estaba ella de improviso con su mirada azul y melancólica. Llevaba al igual que todos el uniforme de la Unidad Educativa Privada “Luis Correa”. Usaba su falda


azul marina plisada por encima de las rodillas, sus medias blancas por debajo de las mismas y sus pulcros zapatos de tacón negro. Su camisa azul tenía bordado la insignia del colegio; llevaba un morral cruzado y una coleta alta con un lazo de color morado. Le pareció la cosita más bella que pudo caer en el colegio. ¿Cómo pudo engañarse al creer que ella sería un ángel? Llegó a una especie de valle y decidió parar a contemplarlo. El lugar estaba en armonía total, el cielo, las flores, el río y praderas eran exquisitos. Se recostó sobre un fuerte tronco y se dejó caer hasta el pie del mismo. Cerró sus ojos y aspiró la fría corriente de aire que sobrepasaba el lugar. Se sentía en paz. —Ileana —suspiró—, como me gustaría que fueses esa niña que conocí hace tanto —confesó—. Tal vez suene egoísta y entiendo tu pasado, pero odio en lo que te has convertido. Haz dejado de ser mi niña, mi inocente niña para convertirte en ese demonio sin corazón. ¿Cómo es posible que todavía te siga amando como aquel primer día en que fuiste al Luis Correa? Me tienes embrujado y yo, aunque duela admitirlo, no quiero dejarte ir. —Eeeeeeeeli sabes que no puedo ser esa niña, ya no más. Estoy rota Eli —dijo ella paseando alrededor de él. Tenía el cabello enmarañado y suelto y se veía aún más joven de lo que realmente era. —Bebé yo te extraño —dijo acariciándola. Ella iba con un vestido blanco y pies descalzos. Él de negro. —Entonces regresa conmigo Eli, porque yo siento que muero cada día que permaneces alejado de mí —dijo haciendo pucheros como niña pequeña. Un gesto tan impropio de la Ileana actual, le hizo recordar a su pequeña An como solía llamarla.


—No así pequeña, no mientras seas esa que no reconozco —dijo triste. —Soy fruto de todo, soy quien era y quien soy, sigo siendo yo — divagó. —Ilea… —susurró suave. —No, me duele que siempre quieran cambiarme y no me amen por lo que soy, pero, ¿quién soy? Soy la sombra de lo que fui, soy este bosquejo de lo que se creó y seré este maldito dibujo borroso y sin colores —dijo mientras giraba sobre él, absorta en su mente. —Ilea… —suspiró su nombre. —No, no soy feliz porque cada vez que lo intento alguien arranca de mí esos pequeños momentos y se los lleva de mi lado —dijo Ileana con pesar. —Ilea… —la llamó Eliam. —Muero cada día Eli, mi mundo tiene trozos de negro, gris y blanco. Tonalidades muertas, tonalidades fúnebres. Es tanta mi desolación que ni el morado me acompaña, ni beige, ni marrón —su voz disminuyó al final de la oración. —¡Oh mi pequeña! —exclamó alarmado. —Me matas cada día con tu indiferencia Eli y lograrás que mate lo único que amo —dijo seria. —Ileana —regañó. —Me debo ir Eli, la muerte me espera —dijo alejándose de él. —No, no vas a morir. Yo te protegeré —prometió.


—¡Oh mi Eli! Tú me matarás, ¿recuerdas? —soltó entristecida. —¿Qué? —preguntó alarmado. —Siempre has sido tú el único capaz de matarme y yo no quiero alejarme de ti —dijo encogiéndose de hombros. —Nunca te mataría —aseguró. —Pero lo harás y yo te dejaré porque te amo y amar significa dar la vida por el otro —dijo segura. —No significa eso —reprendió él. —Por eso mi vida te pertenece Eli y la tuya es mía —respondió. —Me estás confundiendo Ileana —dijo exasperado. —Pronto lo entenderás —la obscuridad la sumió toda. Deseaba poder ir tras ella pero le era imposible. Escuchó varios disparos y corrió como si su vida dependiera de ello. La ciudad se hallaba en penumbras, las luces estaban en lo más mínimo y se apagaban dejando sus antiguos pasos en oscuridad. Temía por ella, temía por él. Su respiración se entrecortaba, las arcadas eran inmensas y el miedo era un parásito que le estaba comiendo el alma. Se detuvo a tomar una bocanada de aire pero sus pulmones no le permitían ese lujo, se hallaba atorado. La garganta la sentía seca, se estaba ahogando y no podía detener eso. Cayó al suelo y se agarró el pecho, le dolía. Su corazón corría desbocado y lágrimas salían de sus ojos. —¡Eli! —el grito de Ileana desgarró su alma y giró la vista hacia un callejón donde se encontraba un chico de pie. Bajó la mirada al suelo y reconoció el vestido blanco de Ileana ahora moteado de negro. Cruzó la calle decidido a buscarla. Mientras más se acercaba, más se traslucía el


hombre vestido de negro. Cuando atravesó la entrada el extraño ya había desaparecido y en el suelo yacía una chica dando los últimos suspiros de vida. Eliam bajó la mirada a sus manos y se encontró con que sostenía el arma, la miró a los ojos y comprendió que había sido él quien disparó. Fue él quien había dado muerte a su amada. —Te amo —dijo antes de morir Ileana. Lágrimas corrían por las mejillas de ambos. Pudo notar que no eran manchas negras, sino sangre en el cuerpo de ella. Se acercó y se arrodilló, la tomó entre sus brazos y la lloró. —Te amo Ileana, lo siento —sollozó.


Capítulo 4 —¡Mierda! —gritó Eliam saliendo de aquel sueño. Llevó de manera inconsciente su mano a la mejilla y limpió las lágrimas con fiereza ahogando un suspiro mientras su pecho bombeaba con brutalidad. Sintió que en cualquier momento el corazón se le paralizaría acabando con su vida. La agitada respiración empeoró como si le apretasen la garganta para impedir el aire a sus pulmones. Las manos se tornaron frías y pequeños goterones le recorrían cada parte de su piel llevándolo a un estado casi catatónico. Siempre le ocurría cada vez que tenía esa pesadilla. Creyó que su alma se resquebrajaba dando paso a las inseguridades y Eliam odiaba sentirse inseguro. Esta era una de las muchas razones por las cuales no podía permanecer en la vida de Ileana. No quería matarla, no se sentía capaz de hacerlo porque aún la amaba; aunque también la odiaba. Su corazón era un mar de contradicciones. Ella lo había vuelto un asesino pero aun así no quería hacerle daño. Era doloroso para él amarla a esa magnitud, ver como su vida acababa y no poder hacer nada para salvarla. Una vez se hubo calmado, Eliam decidió regresar a La cueva para darse un merecido baño. Al llegar suspiró agotado y cerró sus ojos con fuerza, pudo notar que nada había cambiado desde su partida. Ese lugar era un mentira a los ojos de curiosos indeseados, simulaba estar abandonado cuando la verdad era otra. Un patio delantero con grandes escombros y montes enmarañados daba a entender que criaturas dañinas atacarían en cualquier momento a todo hombre chismoso. Al fondo del matorral, un portón negro se alzaba, las bizarras y los enrejados superiores estaban dotados de trepadoras en varias tonalidades. Alzó sus ojos y miró atentamente como si necesitase detallar cada elemento que allí se encontraba. Sacó del pantalón un mando a distancia, lo accionó y esta se abrió, dándole paso hacia ese frío y oscuro lugar que se lo tragó.


Una lluvia fría acogió la ciudad, ocultando la luna y sus respectivas acompañantes. El solitario cielo lloraba formando pequeñas cunetas de agua que limpiaba a un mugriento suelo lleno de sangre. En la entrada de una gran mansión funesta se hallaba una chica de cabellera negra, al igual que su vestimenta. El ceñido pantalón jean de tubo negro hacía resaltar su esbelta figura y los botines de punta de aguja alargaban sus piernas. Llevaba un crop top de cuero manga larga y al final de la mano descansaba una uzi de oro. Sus azules ojos estaban oscurecidos y denotaban el odio que sentía por la humanidad, el maquillaje corrido le daba un sentido tétrico a su fachada. En su labio reposaba una mueca de asco, odio y cólera que simulaba una sonrisa macabra. Tenía la mano izquierda cerrada en un puño al ver que un hombre de cabello canoso, casi blanco, le dirigía una dura mirada. —¡¿Qué mierda has hecho?! —gritó aquel hombre. —¡¿Qué mierda has hecho tú?! —vociferó con odio ella. —¿Qué? ¿Acaso te has vuelto loca? Bueno más de lo que andabas — argumentó. —Loca la malparida de tu madre —gruñó. —¿Qué quieres Ileana? —exigió. —¡Eres un maldito desgraciado! —gritó Ileana—. Sabías que el maldito hijo de perra de Miguel había salido y decidiste ocultarlo de mí — su rostro estaba rojo de ira y sus ojos oscurecidos daban pie a que en cualquier momento ese hombre podría morir. —Yo no sé nada de él —titubeó y ella se carcajeó. Era obvio que no le creía una palabra.


—¡Mentiroso, eres un men-ti-ro-so! —repitió separando las sílabas mientras las gritaba—. Te odio maldita basura —gruñó mientras disparó el arma dándole muerte a unos hombres que habían aparecido de la nada. —¡Deténganse, no disparen y no se acerquen! —gritó el hombre. Ileana lo miró mientras su pecho subía y bajaba con ímpetu. Dobló la cabeza hacia los lados produciendo un sonido tronador obligándola a serenarse. Se relamía los labios, una sonrisa burlona apareció en ellos. Lenta pero decidida se acercó hacia al hombre que la miraba impasible. —¿Tienes miedo de mí, papi? —dijo sutil y en tono mortífero. —Ileana, por favor, basta —dijo cansado. —¿Basta? ¿Es jodidamente en serio? ¡¿Basta?! —gritó—. Este es apenas el inicio si no me dices: ¿dónde demonios está Miguel? —soltó fría. —¡Joder, que no lo sé! —gritó. Ella negó con la cabeza y relamió otra vez sus labios. Acercó el arma a su padre y lo detalló por completo mientras se mordía los labios. Se acercó aún más a él para morderle el lóbulo de la oreja provocando que un ronco gemido llegara hasta ella, eso le hizo sonreír mientras se separaba con lentitud. Con su mano libre toqueteó sus senos bajo la atenta mirada de él. —No mientas papi —susurró Ileana. —No miento, lo juro —le respondió. —Sí lo haces —afirmó. Llevó un dedo a sus labios, entreabrió con calma y metió el índice para chuparlo mientras pequeños gemidos salían de su boca. El hombre, su padre, se encontraba seducido y ella lo odió, aunque eso le diese la oportunidad de salir a salvo y saber sobre su maldito hermanastro.


—Ileana detente —suplicó. —¿Recuerdas cuando entrabas en mi cuarto a tocarme? —preguntó atontada—. Odiaba eso y no te importaba —siguió sin esperar respuesta. —Ileana… —llamó. —¿Recuerdas las veces que te dije lo que hacía Miguel? —preguntó asqueada y atontada haciéndolo estremecer—. No me creíste —soltó envenenada mientras sostenía su mirada que de inmediato el corrió. —Para… por favor —pidió. —¿Qué pare? ¡¿Acaso ustedes me hicieron caso?! —gritó—. ¿Acaso tomaste en cuenta mis palabras cuando ese maldito me violó? Yo era virgen y él me arrancó la vida, me arrancó el alma y maldita sea que acabaré con él. ¡Le haré pagar con lágrimas de sangre todas y cada una de mis jodidas lágrimas! —gritó encolerizada—. Luego vendré por ti — sentenció mientras él palidecía por la amenaza. —Yo no tuve la culpa de eso —dijo serio haciendo que ella soltara risas falsas. —Mierda y más mierda padre, eres tan culpable como él y eres tan… —suspiró— hijo de puta que le permitiste ir tras ella, ¿no te bastó con darle una hija? ¿Tenían que ser las dos? —inquirió con odio. —¡YO NO TUVE LA MALDITA CULPA! —gritó haciendo arder la llama que se estaba conteniendo. Eso acabó con la poca paciencia de Ileana, ella le propinó una fuerte bofetada a su padre, el golpe fue tan fuerte que cayó con un ronco gemido de dolor. —Dile a ese desgraciado que se aleje de ellas y que la cacería ha comenzado —finalizó dándole una patada en las costillas. Dio media vuelta


y trotó hasta una moto que se hallaba en las afueras del lugar. Subió a ella y se largó del que un día fue su hogar, su dulce hogar. Ileana decidió calmar su enojo paseando por la ciudad, las ansias de asesinar le recorrían cada folículo de su piel y de volver así, su agujero negro se tragaría a todo aquel que se le acercara. Su corazón manifestaba las peores de las tormentas, que, comparándolas con la que estaba cayendo, quedaría corta y se sentiría ofendida por ello. Decidió ir hacia un valle montañoso y vislumbrar desde allí una silente ciudad que dormía sin saber que una mujer de cabello negro andaba bajo cólera destilando veneno maloliente. ¿Lloraba ella o… todo se camuflaba con el aire, con la lluvia, con la tormenta? Un gritó doloroso salió de su garganta y resonó por todo el lugar, cayó al suelo mientras su corazón tronaba fortísimo como si miles de caballos galopearan a suma velocidad. Ira, eso era lo que sentía; odio, era lo que exudaba y hacía que su respiración se entrecortara. —Nunca vulnerable, siempre asesina —se repetía lenta y segura. Finalizó con un grito la frase haciéndola volver en sí. Arrancó con fuerza su postizo y un sedoso cabello rubio se desplegó con fuerza hacia abajo. Se despojó de toda ropa, de toda arma y dejó al descubierto su alma torturada y frágil. Se acercó a la punta y miró hacia abajo como si esa fuese la solución. —Señora, ¿qué ha pasado? —preguntó Jean observándola en su estado de desnudez. Ella se giró con rapidez haciendo que casi cayera al vacío. Sin embargo, contrario a lo que muchos hubiesen imaginado, no fue eso lo que le llamó la atención, ella iba de rubia y eso le mortificaba en cierta medida. Ileana estaba sumida en sus pensamientos bloqueando todo agente exterior, sus ojos estaban rotos y el dolor se veía a través de ellos. Él


intentó acercarse pero ella se alejó más y le obligó a detenerse, si caminaba un paso más caería hacia la nada y debía protegerla hasta de ella misma. —Regresemos a casa —susurró para ella. —¿Casa? —preguntó infantil—. No quiero ir allí, el lobo aparecerá y me hará daño —desvarió. —Saqué al lobo y él no te hará daño —aseguró él. —No te creo —replicó lanzándose al suelo. —An, déjame salvarte —pidió con gentileza. —¿An? ¡Eli! —gritó—. ¿Dónde está? Llévame hacia mi Eli o te mato —ordenó Ileana. Su mirada era mortal. La observó correr hasta donde estaba su arma y la elevó contra él, era una amenaza directa. Él tragó grueso y dio un paso hacia atrás mientras ella avanzaba con sosiego, el miedo empezó a recorrerle haciendo que el sudor se mezclara con la lluvia. —La llevaré —respondió con fingida seguridad. Ella saltó feliz y terminó de romper el poco espacio que los separaba. —Dame tu abrigo —ordenó Ileana. A Jean no le quedó más que entregar por voluntad el abrigo Zara. Había una cosa que él temía y no era morir precisamente, necesitaba salvarla de sí misma. Aunque ella no quería ser salvada, quería acabar con el mundo y hacerse valer. No importaba el color que adornarse su cabeza, ella siempre estaría rota. Él lo comprendió. —El auto está por aquí —le indicó el camino y ella sonrió. Parecía una indefensa niña a quien le hubiesen ofrecido muchos dulces.


—Bien porque quiero llegar lo más pronto posible para la casa de mi amado —sonrió feliz. Jean ocultó lo más que pudo sus sentimientos, no necesitaba dar pasos en falsos. Vagó por la ciudad para tratar de hacer que ella volviera en sí, temía morir pero no podía llevarla a la cueva, no en ese estado. —¡Rayos! ¡Mierda! ¡Demonios! —despotricó en susurros furiosos, no era normal en él hallarse en esas situaciones pero no quería más sangre sobre la ciudad. Como pudo y sin que ella se diese cuenta, alertó a los demás para que fuesen a la cueva; sabía que allí se encontraba él, ellos siempre sabían: qué hacía, dónde y con quién estaba Eliam. Lo odiaba y aborrecía la obsesión de Ileana por él pero se encontraba sin poder tocarlo. Sabía que si mataba a Eliam, ella no descansaría hasta verlo muerto. Manteniendo el pensamiento para sí, Jean decidió por fin llevar a casa de Eliam a su señora, vaguear solo retrasaría lo obvio y quería estar de vuelta a su hogar de hielo.


Capítulo 5 —¿Qué mierda sucedió afuera? —entró al despacho sin golpear la puerta. El hombre canoso levantó la vista y frunció el ceño al tener en frente a su hijastro. La noche fue estresante como para tener que aguantarse a otro de sus hijos. —Ella vino —dijo serio—. Dijo que tú —le señaló con el índice—, fuiste tras ellas —finalizó haciéndolo tensar. La ira contenida de su padrastro le resultaba escalofriante, ese estado irracional hacía que muchos huyeran tras solo dedicarle una mirada. —Solo quería verla —dijo en voz baja. —¿No te prohibí buscarlas? —preguntó. Miguel permaneció en silencio pues ya había sido advertido con anterioridad—. ¿Acaso hablé con la pared? —siguió la inquisición—. Lo peor es que te haces ver, ¿acaso quieres que te mate? —gruñó. El padre de Ileana se levantó furioso de la silla y se posicionó detrás de él, tiró con fuerza su cabello y llevó su boca al cuello de su hijastro. Miguel se tensó aún más, sabía lo que estaba por venir. —¿Qué haces? —susurró tenso. Él no le respondió, no de inmediato, pues con lentitud Miguel sentía como aquel hombre manoseaba su cuerpo por debajo de la camisa. —Te extrañé —dijo por fin tras despegar la boca del cuello. Buscó a tientas su arma y lo despojó de ella. Abrazó su cintura y luego desabrochó el cinturón de cuero negro que sujetaba con firmeza el jean, el cual bajó junto al bóxer hasta las rodillas. Tomó el flácido miembro del chico y empezó a masturbarlo. —N-no —susurró.


—¡Shhh! —le dijo al oído— solo disfruta —comentó. Las mejillas de Miguel estaban todas rojas y su respiración se empezó a entrecortar. La tortura aplicada era lenta y él mordía los labios para evitar gemir y convertirse en la perra de su padrastro. Odiaba con todo su ser estar en esas situaciones pero así eran los castigos de él: sucios y egoístas. —Por fa-vor- —dijo jadeando. Su padrastro sonrió y sin pensarlo penetró su agujero de golpe haciéndole soltar un fuerte alarido que se convirtió luego en sollozos. —¡Agrrr qué apretado! —se quejó aquel monstruo—. Coloca ambas manos sobre la mesa, no quiero que te toques —indicó—. Ahora dirás mi nombre y gemirás como me gusta, ¿entendido? —ordenó. Miguel solo asintió con los ojos cerrados, deseaba que aquella pesadilla cesara. Se sentía usado, humillado, asqueado de sí mismo y lo cumbre era recibir un castigo cuando ni pudo acercarse a su objetivo. Su mente regresó a la realidad al sentir un jalón de cabello por parte de su padrastro— ¡qué digas mi nombre! —gritó enojado. —Is-s-mael —dijo jadeando. —¡Genial! —gritó entre gemidos de placer—. Quiero entrar más profundo —comentó alejando el cuerpo de Miguel de la mesa, haciendo que el mismo se inclinara más y así hacer posible una penetración más profunda pero sumamente dolorosa para el chico. —¡Arrg! —gritó. Sentía que lo partían en dos mientras Ismael disfrutaba y obviaba el dolor del menor. Quince largos minutos llevaban en eso y el orgasmo de Miguel pronto llegaría, Ismael al darse cuenta de aquello sacó su pene por breves segundos. —Esto terminará cuando yo diga y te correrás cuando te dé permiso, ¿entendido? —sentenció.


—Sí —respondió quejoso. Ismael entró de golpe (otra vez) y reinició el vaivén de las embestidas, colocó ambas manos sobre la cadera del chico y le obligó a seguir las penetradas en conjunto. Entre nalgadas y mordidas, los embates se tornaban más fuerte y al cabo de otros quince minutos, ambos se corrieron. Ismael se subió el pantalón y regresó a su asiento. Por su parte, Miguel se hallaba en el suelo; como pudo subió el bóxer y jean. No quería hablar, quería largarse de ese lugar lo más rápido posible. La cara de su padrastro era de burla, amaba humillarlo y él lo sabía. Lo odiaba. Recordó la primera vez que lo violó, siempre eran dolorosas, pero en ese entonces él era un niño y no merecía ese trato —¿Por qué me haces esto? —Dijo limpiándose las lágrimas. Miguel no lo vio venir pues se encontraba durmiendo cuando Ismael decidió entrar en su habitación. Este se hallaba desnudo y encima de él mientras lo besaba y tocaba. —Te deseo —contestó simple. —Mamá no te dejará hacerme esto —recriminó el chico. El viejo carcajeó. —De ella fue la idea, pequeño —respondió. —No te creo —dijo tenso el muchacho. No podía creer que la mujer que lo parió le hiciera tal cochinada. —Deberás hacerlo, como mis hijos ustedes deben hacer lo que yo quiera y yo quiero esto. Por ahora con tus hermanas no puedo, así que tú serás por ahora mi objetivo —explicó. Los ojos del chico se llenaron de lágrimas y sin contemplación recibió de forma brutal la primera penetración de su padrastro, quien le rompió así la vida y descuartizó el alma.


—¿Qué mierda esperas para limpiar tu leche e irte? —preguntó molesto sacando de los recuerdo al perturbado joven; quien una vez más se humilló al quitarse la camisa y limpiar de rodilla el piso manchado. Una vez hubo terminado, se colocó en pie, fue hasta el estante donde se encontraba su pistola y salió en silencio del maldito lugar. Cuando estaba ya bastante alejado, la ira llenó su alma y tras pasar la mirada a su alrededor, vio a una chica de ojos grises y rubia en medio de una pelea. Fue hacia ella y la tomó por la muñeca, ella frunció el entrecejo y quiso soltarse. —No quiero interrupción —nadie respondió. La voz fría y mirada mortal dejaron petrificado a todos. La fue arrastrando hacia el área de los cuartos mientras la chica gritaba pidiendo ayuda. —¡Mierda! Mi hermana —reaccionó tarde un rubio. —¿Qué hacemos? —indagó un corpulento hombre de cabellos negros. —¿Ves por qué mierda no quería que ella viniese para estos lugares? —replicó el hermano. —Lo siento… —dijo el otro mientras Miguel cerraba la puerta ahogando el resto de las conversaciones. Se despojó de su ropa y la dejó tirada en el suelo, ella al ver la desnudez del chico aumentó más el llanto. —Cállate —dijo frío. —Por favor no me hagas daño —suplicó la chica. Él se acercó a ella y la tomó por el cabello. —Chupa —ordenó señalando su erecto pene. Ella negó con la cabeza y el tensó la mandíbula. Odiaba que no cumplieran su petición a la


primera. Con la mirada de odio acercó más la cara de la niña a su miembro y ella se negó a meterlo en la boca. —No quiero, soy virgen —dijo intentando alejarse. Él la cacheteó. —Me importa una mierda, eso no fue lo que pedí —gruñó. Ella con timidez llevó el pene a sus labios y él suspiró. Notó como las lágrimas salían de ella y exhaló cuando su totalidad fue cubierta por esa pequeña boca inexperta que chupaba con lentitud. Cansado de eso la levantó y la llevó a la cama. La rabia lo tenía ciego y sus ojos negros le hacían parecer un demonio. —Déjame ir —suplicó ella. Él agarró el cinturón y le dio cinco correazos haciéndola gritar de dolor —. Joe, ¡ayuda! ¡Auxilio! —gritó desesperada. Sentía que la piel se desprendía en cada golpe. —Cállate —le ordenó. Ella se hizo un ovillo mientras él descargaba parte de la rabia pegándole. Miguel necesitaba liberarse, necesitaba sacar de su envenenada alma la violación sufrida por su padrastro. Después de diez minutos cesó de pegarle, se quedó mirándole y le ató las manos con el mismo cinturón, a la cabecera de la cama. Él rasgó la vestimenta de la joven dejándola en ropa íntima, rompió el sostén y la tanga exponiendo su virgen cuerpo a sus ojos. Ella temblaba ante la atenta mirada y las lágrimas caían con mayor fuerza nublándole la vista. —Eres preciosa, no como ella, pero igual hermosa —dijo lascivo. Con rabia la besó, chupó y mordió la boca, el cuello, hombros y senos haciéndole gritar por ayuda cosa que le excitaba cada vez más. Ella gritaba de impotencia y eso a él le hacía feliz, se sentía en su ambiente. Entre gritos desgarró la preciosa virginidad y con brusquedad embistió las otras estocadas. La excitación y la rabia lo mantenían ciego encontrándose con que ella ya no se resistía a nada.


—Eres mía, Ileana —susurró mientras llegaba al orgasmo. Asqueado salió de la chica y se sentó en la cama. Recordar a su hermanastra era lo que menos deseaba. Era obvio que esa niña nunca se igualaría a su diosa pero solo por un momento, sintió que tenía algo. Se colocó de pie y soltó las manos de la niña al notar que se quedó dormida; luego se dirigió a darse una ducha, quería borrar la tarde vivida con su padrastro. Permaneció bajo la lluvia artificial largo rato; quería encontrarla, quería hacerle entender que él no era el culpable de nada y debía hacerlo rápido. Después de tanto pensar, salió disparado del baño al cuarto y se encontró con dos cosas: la primera que la chica rubia ya no estaba; la segunda y la más vil de todas, era que sobre la cama se hallaba su peor pesadilla, su padrastro desnudo, estaba recostado. —Al fin saliste —dijo sonriendo. Él solo asintió y permaneció de pie lejos de él. —¿Dónde está mi chica? —preguntó seco. —La eché —respondió divertido—, todavía no se me pasa lo de Ileana y me costó en exceso salir de este lío. Todo por tu culpa —dijo desafiante. Miguel volvió asentir. —Entonces, ¿qué haces aquí? —él ya sabía lo que ocurriría pero quería ganar tiempo y tratar de convencerlo para evitar la violación. —Verás… —calló por unos momentos—. Yo tengo necesidades y deseo una mamada, hace mucho que no me hacen una —terminó la explicación. —No —replicó tenso él.


—Sí y es mejor que vengas por ti mismo —gruñó. Con cautela se fue acercando a la cama y se subió a ella—. Buen chico —dijo mientras palmeaba suavemente la cara de Miguel. Con desagrado fue bajando hasta tener en la boca la virilidad de su padre. Con rapidez chupó con la intención de que acabara lo más pronto posible, cosa que logró. Por obligación, tuvo que tragarse el semen y evitar una molestia mayor, repetir el acto. Con presteza, Ismael besó la boca de su hijo saboreándose a sí mismo y sin timidez llevó su mano hacia el pene, lo masturbó mientras se dedicaba a besarlo. —Tócame —ordenó. Durante un lapsus de tiempo, Ismael rompió el beso y ambos dejaron de tocarse. Su padrastro lo colocó boca arriba y se posicionó entre las piernas de él, entró sin pedir permiso y llevó los labios al cuello de él. Chupó con ánimo dejando grandes moretones. —Gime para mí, di mi nombre —dijo en jadeos. —Isma…


Capítulo 6 Eliam dormía plácidamente cuando escuchó gritos, voces y disparos dentro de la cueva. Después de desperezarse, se colocó un pantalón negro y unas botas de combate. Se sentó en la cama meditando sobre si salía o no, a tomar parte de la batalla. La cueva era una de las casas de la mafia Kustroz, liderados por Ismael, padre de Ileana, ellos siempre dejaban pétalos rojos en las fechorías y todos los integrantes tenían tatuados una K con enredaderas de espinas, en el mismo sobresalía una punta que finalizaba con una rosa roja dándole ese toque sensualidad que ellos decían tener. Eliam prefería esa casa a la mansión, no podía tolerar a Ismael y su enfermedad. Además, él nunca se llegó a tatuar e Ismael no lo reconocía como miembro del clan. La manera brusca con que fue abierta la puerta lo sacó de sus pensamientos y optó por ir a ayudar a los suyos. —Señor debe irse, ella está aquí y vino por usted —dijo nervioso. —No soy una marica para huir de mis problemas —riñó molesto. Su semblante sufrió un cambio notable después de haber escuchado la noticia. Él sabía quién causaba todo el revuelo pero la frustración era mayor al darse cuenta que, de no entregarse, más sangre correría. Sin pensarlo más, se colocó la camisa negra y salió a buscar a la responsable de tal atrocidad. Los disparos se escuchaban cada vez más cerca y las paredes del almacén retumbaban, ¿cómo era posible que un solo ser pudiera causar tantos estragos? Corrió con rapidez hacia el salón principal y como pudo observó una cabellera rubia que, sin poner cuidado, disparaba a quien se le atravesara. Un sentimiento de pesar invadió su corazón al darse cuenta que ella no iba escondida bajo una cabellera falsa de colores oscuros.


Tragó el nudo que se hacía cada vez más fuerte al comprobar que ella no tendría más salvación que la muerte y sabía que solo él podría matarla; pues nada más que una traición podría ponerle fin a esa asesina sin corazón que él llamaba Ileana. Su dulce Ileana. —¡BASTA! —gritó. Caminó por sobre una alfombra hecha de hombres sin vida. No sabría él decir cuántos habían muertos pero la sangre que corría por el piso le dio a entender que unos cuarentas o más lo habían hecho a manos de ella. La sonrisa irónica y juguetona que ella mantenía le hizo dar a entender que estaba trastornada y que una conversación sensata no tendría cabida. Ileana se fue acercando a Eliam a paso lento. Él no temía, todo lo contrario, esperaba esa reacción. Sabía que Ileana solo lo mataría si él se negase a cumplir con ella. Pero, ¿quién protegería al mundo una vez él muerto? Nadie era la respuesta que le venía a la mente y sabía que debía vivir para poder matarla. —Eli al fin saliste a mi encuentro —sonrió ella. —¿Qué quieres? —preguntó tosco. —Se trata de Miguel —dijo seria. De inmediato él se tensó, odiaba a Miguel con todas sus fuerzas. Recordó que cuando Ileana vivía con él, este la maltrataba y hacía cosas que él no quería ni pensar. Ahora había regresado para volver loca a una mujer que ya lo estaba. Ileana lo abrazó y le introdujo sigilosa un papel en el bolsillo de atrás. —No puedes venir aquí y hacer esto —dijo separándose de ella y señalando el lugar—. Simplemente no puedes hacerlo —gruñó. —Solo así llamaría tu atención y decirte que tendrás que venir conmigo —afirmó.


—No, no iré contigo —dijo firme. —No te conviene no venir, Eliam —gruñó. Sus ojos se tornaron más oscuros y su puño estaba cerrado tratando de contener la ira. —No puedo abandonar a mi gente —ella carcajeó al oírlo. —¿Tu gente? Ninguno de los que están aquí trataría de salvarte como yo lo haría. Me perteneces Eliam, por tu bien y el de ellos, es mejor que vengas conmigo, si no quieres morir aquí frente a todos —dijo elevando el arma a la altura de los ojos de él. Eliam sabía que ella era una excelente tiradora y que antes de pestañar ya estaría muerto. Miguel era un tema un tanto delicado y si no la ayudaba, ella mataría a quien sea con tal de vengarse. A lo lejos se escucharon unas sirenas y todos se vieron las caras. Ileana sonreía dándole a entender que ella tenía la culpa de la invasión. —Llegó el momento de actuar —vociferó ella. —¿Qué? —preguntó él. Un tipejo, el cual reconoció como seguidor de ella, se acercó y la golpeó partiéndole el labio y magullando sus costillas. Eliam al ver tal distracción subió las escaleras y forzó una puerta negra que se hallaba al final de un largo pasillo; los gritos se hacían cada vez mayores. Se deslizó a un lado conteniendo la respiración y se halló de frente con una pared de vidrio blindada, en cuyo centro se encontraba una puerta de metal con un sensor de movimiento que debía ser desbloqueada con una clave de seis dígitos. Eliam sentía que tenía a los oficiales sobre su espalda, sacó del bolsillo la clave y desconectó la alarma. Una vez realizado, colocó la clave para acceder y abrir la cerradura electrónica, entró a la habitación de vidrio y sacó una pequeña caja negra. Se quitó la camisa, se colocó un chaleco FBI multiuso de inspector y metió en uno de los bolsillos lo que


quería ocultar paro mantenerlo cerca. Se puso otra vez la camisa y dio vuelta atrás para salir de la casa. Eliam corrió hacia el pasillo contrario encontrándose con más cuerpos y perdió la cuenta de las balas perdidas que esquivó, el sudor le recorría la cara y la respiración se mantenía pesada. —¡Detente! —alguien gritó a su espalda. Él siguió corriendo y se lanzó escaleras abajo, tropezó y cayó sobre el cuerpo de Joan, el chico que le fue avisar que Ileana había entrado a la casa. Se arrastró por el suelo y bañó su cuerpo de sangre sin importarle pues esa era su única salvación. Cuando se colocó de pie sintió una punzada de dolor y notó lo hinchado que tenía el tobillo. Como pudo corrió a un despacho del lugar, entró, cerró y le colocó el seguro a la puerta. Con la poca fuerza que tenía rodó con desesperación un estante mientras sentía que abrían la puerta; respiró cuando notó que este se apartó dejando espacio suficiente para pasar. Asomó la cara y pudo ver que solo había una escalera de caracol que bajaba unos cuantos metros. La puerta de la oficina fue violada y vio como un hombre uniformado entraba detallando todo a su alrededor. Tratando de hacer el menor ruido posible, cerró la puerta. Colocó el pestillo y un grueso candado para evitar otra posible violación y así evitar ser encontrado. Bajó a pasos lentos los escalones y llegó a una especie de sótano, su corazón bombeaba descontrolado. Se sentó y acarició su doloroso tobillo. Escuchó como intentaban abrir arriba, habían descubierto su secreto y necesitaba salir de inmediato de allí. Se colocó en pie y buscó como loco la llave de la portezuela que había en el suelo. Recorrió con la mirada y observó que esta se hallaba en lo alto de la pared dentro de una caja que debía romper. Suspiró con pesar y se apoyó en puntas para intentar alcanzarla, para su mala suerte no fue


así. Saltó y rompió el vidrio cayendo con el pie que tenía malo y se mordió el labio para acallar el dolor. Ahora no solo tenía el tobillo hinchado sino también la mano con cortes finos que le dolían. Limpió la sangre con su camisa y respiró con profundidad, cada vez se hallaba más agotado. Abrió la portezuela y entró agachado. Antes de seguir, tuvo que cerrar con llave para impedir que lo siguieran. Al dar media vuelta se fijó que debía lanzarse pues no había otra escalera que le llevara hacia la zona recta que debía caminar para salir del odiado lugar. Quería ser mecánico y no pensar en lo que sentía en ese momento. Sin pensarlo se lanzó protegiendo su cabeza pero el resto del cuerpo quedó desprotegido y se magulló unas cuantas costillas. Le costó levantarse y respirar no le era un trabajo fácil. El hedor de aquel frío y húmedo lugar tampoco le ayudaba. Mientras cojeaba, sus náuseas aumentaron y por más que lo intentó no pudo contener más tiempo el vómito que subió sin permiso a la garganta y le hizo caer de trompicones y soltarlo todo. El cólera que llenaba su alma le hizo maquinar las diferentes maneras de enfrentarse a Ileana. Esa fue una bajeza, nunca pensó tener que hacer estas cosas para poner su vida a salvo y todo por culpa de ella. Caminó a pasos lentos tratando de calmar su acelerado corazón, la respiración iba rápida y el sudor le hacía parecer un enfermo. El tobillo y sus costillas le dolían y ahora una punzada en la cabeza lo descolocó y por poco cayó al suelo. Fue tanta la adrenalina por salir de la cueva que no se permitió ver que llevaba una herida en la frente. Otra más que se sumaba a las que ya tenía. Tras pasar los dedos por la herida, comprendió que estaba sangrando y el dolor aumentó. Cuando llegó al final del trayecto, levantó con sumo cuidado la alcantarilla y se permitió subir. Observando a su alrededor se fijó que andaba cerca de una zona comercial y agradecía que aún estuviese oscuro,


no quería llamar tanto la atención. Con pasos apresurados pero cojeando, se dirigió a una casa marrón que se hallaba al final de una calle ciega. Llamó como si nada hubiese pasado y una mujer de ojos negros le abrió la puerta. Él pasó de lado ignorando cualquier cosa que ella le decía y se dirigió a una habitación que se hallaba al final del pasillo. Cerró con pestillo y dejó por fuera a quien le interrogaba. Sin prestar atención, entró al baño y se despojó de la ropa. Abrió una compuerta que estaba tras el espejo y guardó lo que tan celosamente protegió desde que salió de la cueva, cerró con clave incluida. Se permitió entrar a la ducha y cerrar los ojos para limpiar la mugre de su ser y del alma. Una vez se hubo calmado, no pudo evitar reírse por todo lo que había sucedido horas atrás. Ella estaba loca y él también por seguirle el juego. Salió de la ducha, secó su cuerpo y se permitió ver en el espejo. Con calma sacó el botiquín de primeros auxilios y limpió sus heridas. Miró alrededor y observó que aquel lugar no había cambiado nada, el azulejo y el empotrado blanco seguían siendo una característica clásica de allí. Se colocó unos bóxer negros y una franelilla de igual color. —¿Qué haces aquí? ¿Estás loca? —preguntó molesto al ver una chica rubia sobre su cama king. —Ella no me vio entrar, tranquilo —sonrió ella—. Linda habitación, no ha cambiado nada —sonrió de nuevo. Ambos observaron la habitación papelada con un azul intenso que se camuflaba como si fuese un negro mate. Un estante que contenía un centenar de libros, un closet que resguardaba la ropa y una lámpara sobre una mesa le daban un aire tenue al lugar. —¿Qué estás haciendo aquí? —suspiró cansado. Realmente quería dormir. —Solo vine avisarte lo obvio —dijo sonriente.


—¿Y eso es? —preguntó enarcando una ceja. —Ileana debe morir —Eliam se tensó de inmediato y ella sonrió. La reparó atento y pudo ver la determinación en su mirada. Ella vestía un sexy vestido rojo, que ceñido al cuerpo daba a entender que escondía una excelente y trabajada figura. El cabello rubio asimétrico no pasaba de sus hombros y su Jimmy Choo plateados adornaban sus pies, ella se hacía desear. —Lo sé —contestó bajando la mirada. Frunció el ceño meditando, al parecer su mente no se ponía de acuerdo con el corazón. La razón y el amor, jugaban una batalla fuerte dentro de él. —¿Estás conmigo en esto Eliam? —preguntó seria. —Lo estoy —respondió firme—. Aunque no quisiera estarlo —pensó. Ella sonrió al ver la positividad de él y se acercó a paso lento. Tocó su mejilla y plantó un casto beso en sus labios. Él quiso alejarse pero no le convenía, de alguna forma había hecho un trato y debía cumplirlo. Su palabra estaba dada y la siguiente fase debía ser completada. Él dejó que ella se fuese y se acostó en la enorme cama. El frío se le colaba por los huesos y el dolor se intensificó, al parecer su pesadilla se haría realidad. Él tendría que matar a Ileana.


Capítulo 7 Ileana bajó de una moto negra y caminó con pasos decididos a la mansión. Sin esperar bienvenida alguna por parte de sus secuaces, entró con precisión. Su semblante frío les advirtió que ella estaba en todos sus cabales. Su larga cabellera negra recubría sus senos que iban protegidos con un simple crop top de rayas blancas sobre un fondo negro, mientras que sus piernas las vestía un tallado jean negro que terminaban en unas impresionantes botas de cuero del mismo color. —Señora, ¡qué bueno es verla de vuelta con nosotros! —exclamó formal. —¿En serio? Si es por ustedes muero en manos de esos bastardos — soltó fría—. Quiero que preparen todo, Eliam decidió su camino y prefirió la muerte —dijo brusca. —Eso quiere decir que... —empezó a decir Jean. —Es hora de la segunda fase —finalizó por él—. Tienen una hora — ordenó. Sin despedirse, subió a su habitación y tras cerrar la puerta, se subió a su cama. En la pared que estaba detrás, presionó una tableta táctil y desplazó su dedo índice colocando así la figura que abría una bóveda. El marco se corrió a mano izquierda permitiéndole el paso total a lo que se resguardaba allí. Sacó una carpeta marrón cuyo título se leía «fotos» y la lanzó a la cama saliéndose algunas pocas. Siguió hurgando, hasta hallar una cajita plateada que señalaba cincos dígitos entre números y letras. Al tomarla en sus manos, la llevó a su pecho con recelo. Suspiró vaciando todo el aire que estaba reteniendo y las imágenes de su niñez llegaron a su mente.


—Papi, ¿qué haces? —Ella estaba acostada con su batita de pijama cuando su padre le sobaba la pierna derecha. —Nada cariño, solo te veo dormir y te hago mimos —le sonrió. —Te amo papi —dijo inocente. —También yo a ti pequeña —respondió—. Acércate —pidió. Ella haciendo caso, se acercó. Aquel hombre tocó su hombro y desvistió a la niña mientras acariciaba su rubia cabellera. —Papi —susurró. —Eres preciosa —dijo sonriente y ella se iluminó. No le gustaba del todo cuando su padre le hacía eso, le daba vergüenza su cuerpo. Él pellizcó las tetillas de la niña y ella lloriqueó, abrió la cremallera de su pantalón y empezó a tocarse mientras ella lo veía—. No llores, a papi le gusta. ¿Te gusta ver a papi feliz? —Ileana solo asintió secándose las lágrimas. —Señora, ¿está lista? —gritaron fuera del cuarto sacándola de forma abrupta de ese recuerdo. Consternada y llena de ira sacó otra caja, esta vez negra, de la bóveda y la cerró. Buscó un bolso de viaje oscuro y depositó lo que había sobre su cama. Trató de calmar su temperamento y salió a reunirse con su equipo. —Es hora —dijo seria.

Miguel se hallaba en su habitación, ido. Sus ojos estaban vacíos y un deje de tristeza adornaba su mirada. Una solitaria lágrima quería escaparse pero él no la dejó. Odiaba al mundo por no salvarlo. ¿Cómo era posible que ni de adulto pudiera escapar de ese monstruo? Su corazón latía de a poco.


—Con que aquí te encuentras —dijeron. —Sí. —Toma —le dijo tendiéndole un sobre marrón. De inmediato lo abrió y frunció el ceño ante lo que vio. —¿Qué significa eso? —preguntó extrañado. —Es una amenaza —dijo. —Eso lo sé, lo que no entiendo es para quién —gruñó Miguel. —Para Ileana —soltó. —¡Mierda! —exclamó. —La quieren a ella, todos la quieren muerta —dijo. —¿Qué quieres que haga? —preguntó confuso. —La verdad no lo sé. No tenemos muchas opciones, ellos quieren que nos unamos a la cacería o vendrán por nosotros —suspiró. —¿Te unirás? —preguntó asqueado. —No, es mi hija —dijo Ismael de forma fría haciendo que sus ojos se tornaran negros. —¿Qué harás? —preguntó. —La pregunta es: ¿qué harás tú? —Arrugó el ceño. —¿Qué? No… en-entiendo —tartamudeó Miguel. —La encontrarás y la traerás conmigo —sentenció y salió dejándolo solo. Miguel no quería hacerle caso. Eso sería una tortura para ella y recordaría todo el mal que le hizo de niña. Por muy hijo de puta que él se


sintiera, no permitiría que ella cayera en manos del hombre vil y cruel de su padre.

Eliam estaba desayunando en la barra americana que adornaba la cocina de la pequeña casa. Una hermosa mujer de ojos negros se acercó y le miró con suma atención. Él permaneció en silencio pues no quería iniciar conversación alguna e involucrar a más personas a su suerte. Él la escuchaba suspirar a su alrededor. —¡Basta! —gritó. Se colocó de pie y entró de nuevo a su habitación. Se acercó a la cama y se sentó sobre la misma tratando de tranquilizarse. —No te veo en tres años, llegas herido, me ignoras y te encierras en tu cuarto; ¿cómo quiere que esté yo? —preguntó serena. Ella tenía razón, cuando ella se iba de viaje él aprovecha en ir a su antiguo hogar, ya hubiese sido para guardar algo o descansar del mundo en el cual vivía. —No quiero saber cómo estás, quiero que me dejes en paz —dijo frío. —¿En qué te convertiste? Desde su muerte no has vuelto a ser el mismo, Eliam —susurró cansina. Su corazón se estrujó del dolor y quiso decirle todo, ya no quería herirla más. Por eso había huido, para evitar hablar de su hermana muerta. Una a quien él le había quitado la vida. —¡Solo mantén tu mierda alejada de la mía! —soltó brusco. Miró fijamente esos ojos heridos y pudo observar como gruesas lágrimas salían sin pedir permiso. Él quería limpiarlas y consolarla pero no podía permitirse ser blando. —Lo mejor es que te vayas —dijo ella. Él solo asintió y ella cerró la puerta dejándolo solo en la habitación. Eliam suspiró y dejó caer su cuerpo sobre la cama, se sentía frustrado e irritado. Debía irse y dejarla en


paz, él no debió ir allí sabiendo que la encontraría. Pero era débil y nunca podría abandonar a quienes amaba, aunque prefería hacerles creer que no quedaba nada bueno en él. —Sí —dijo respondiendo el celular. —¿Estás listo?¿Tienes todo? —le preguntaron. —Casi —suspiró—. Necesito algo de tiempo. —Media hora es el máximo que puedo darte… —Está bien —respondió resignado. Se agachó y arrastró un pesado baúl caoba debajo de la cama. Admiró con detalle el contenido que tenía y sostuvo una Tec-9, su vieja amiga, una que halló a la edad equivocada. Sacó un pequeño maletín y revisó que la C-4 estuviese allí. Guardó el armamento en un bolso deportivo y abandonó la casa sin mirar atrás. Eliam suspiró al llegar a un desolado parque, se bajó a pasos lentos y se dejó caer en un banco, su respiración era pesada y sus ojos carecían de cualquier brillo. La tarde pasaba y cada vez el sol se ponía más tenue. Cuando fueron las seis, una Chevrolet Suburban negra se estacionó a cien metros. Él se colocó de pie y se dispuso a caminar con la cabeza en alto, como si fuese cualquier cosa llevar un arma y un explosivo en su espalda. Dio dos golpes suaves al vidrio y este fue bajando, ingresó el bolso y partió de vuelta al banco. Su celular empezó a sonar y tomó la llamada sin ver quién era. —Te espero en la calle cinco, edificio tres, quinto piso, tercer apartamento. —Entendido… —apenas pudo decir, pues la persona quien llamó, colgó. Eliam tomó el primer taxi que se detuvo, dio la dirección y siguió


absorto mientras pequeños suspiros salían sin permiso de su boca. Odiaba estar en medio de una guerra que no era suya. —Hemos llegado joven —dijo el taxista de voz gruesa. Él asintió, dio un billete de 100 y bajó del vehículo, no tomó vuelto alguno. Tocó el timbre del apartamento y esperó a que hablaran por el intercomunicador, pero eso no pasó. Desde arriba, la puerta externa se abrió. Decidió subir por las escaleras y al llegar al quinto piso, tocó la puerta cuyo número marcaba tres y una hermosa rubia de cabellos cortos, con un sexy vestido violeta, abrió. —Pasa —dijo en tono bajo. —¿Qué hago acá? —preguntó frío. —Hoy quiero celebrar —dijo sonriente con un curioso acento. Ella fue hasta el estante de bebida y sacó una botella—. Massadra… una exquisitez —dijo saboreando. —Milenka —susurró él—, ¿a qué he venido? —preguntó serio. —Para

celebrar

la

muerte

de

Ileana

Kisson

—respondió

carcajeándose. —Eso no es motivo para alegrarse —dijo molesto él. —¿Seguro? Ella merece morir por todo lo que ha hecho y tú harás que eso suceda —dijo acercándose. Él la miró fijamente y suspiró. La tomó de la cintura y le sonrió. —Eres preciosa Milenka —susurró. Antes siquiera ella poder decir algo, él tomó con brusquedad sus labios y los besó con furor. No sabía si mañana viviría, pero él disfrutaría el ahora.


En el horizonte un perezoso sol surgía después de una fría y oscura noche. Para muchos, ese día podría significar un éxito, un encuentro con el amor pero para la joven rubia que se hallaba en la entrada de una mansión blanca, era solo otro día gris. Ileana llevaba un vestido blanco suelto con unos botines crema; una trenza recogía de manera meticulosa su larga melena y sus pálidos labios le hacían compañía a unos enormes ojos que denotaban nostalgia. Tocó dos veces la enorme puerta negra que fue abierta por una mujer mayor de tez clara y cabello canoso, al mirarla pudo sentir que sus ojos verdes le atravesaban y la miraban con nostalgia. Ambas se sonrieron y tras contestar una pregunta silenciosa, la pequeña sonrisa se esfumó de los labios de Ileana. Frustrada y un tanto disgustada, subió. —Te tardaste —dijo una rubia sentada sobre una silla de rueda. —Andaba en mis cosas —respondió fría Ileana. —Entiendo —gruñó. —¿Qué cosa? —preguntó mientras tomaba asiento. La chica se giró y la miró fijo. —Soy un maldito estorbo —dijo golpeando la silla de frustración. Ileana respiró profundo y guardó silencio. —Mami, mami… —entró corriendo una niña de menos de cinco años. Se lanzó sobre las piernas de Ileana y subió para darle un beso en la mejilla. —¿Qué manera de entrar son esas? —regañó la otra rubia. —Eileen… —gritó Ileana regañándola—. No la trates así —dijo abrazando a la pequeña.


—Tú no estás con ella a diario, no toleraré que me quites autoridad frente a ella —dijo—. ¡Lárgate! —vociferó haciendo que la pequeña niña empezara a llorar. La ira dentro de Ileana crecía; para evitar explotar, respiró profundo y frunció el ceño. —Ellen ve a donde Luz, dile que ando aquí y que dentro de un rato nos veremos en tu cuarto, nena —dijo limpiando las lágrimas de su pequeña. Esta asintió y salió de la habitación de su tía. —Eres una imbécil —gruñó Eileen. —Eres una tremenda perra —susurró enojada Ileana—. ¡Que estés postrada en una silla no te da el derecho a nada! —gritó molesta. —No vengas a llorarme a mí, cuando tú eres peor que yo. Lárgate con tu bastarda de mi casa y déjame en paz —gritó su hermana. Ileana se acercó y sin remordimiento la cacheteó. —Ella se quedará aquí, porque esta es mi casa y la arrimada eres tú. Siempre te he defendido y dado todo, pero me cansé de tu mierda y harás lo que yo diga, cuando yo diga y como yo diga, ¿entendido? —soltó enojada. —Como mande capitana —dijo Eileen. Ileana salió de aquella horrible habitación y entró en otra toda rosa. Su pequeña estaba jugando con un castillo blanco con rosa, al verlo su cuerpo se tensó y odió el hecho que la casa de muñeca, fue un chantaje.


Capítulo 8 Ileana disfrutaba de un momento agradable jugando a las muñecas. La risa angelical de la pequeña fue calmando de a poco la rabia. El tiempo se sentía como si nadara en una piscina un miércoles por la tarde, en calma. La serenidad la invadió y sus labios dibujaron una sonrisa sincera. El olor dulzón que llenó la habitación le hizo suspirar y olvidar que pronto moriría; eso sí, si Eliam era más rápido que ella. Una lágrima salió sin permiso y fue tomada por la mano inocente de su hija. Ella sintió la intensa mirada que Ellen le dirigió y sonrió aún más. Besó su mejilla y luego la abrazó. —Diga —habló ruda. Se soltó de los brazos de su hija y se colocó de pie, salió de la habitación mientras contestaba la llamada. —¿Dónde estás? —No te importa —gruñó. —Eres mi hija Ileana —ella se carcajeó. —No seas imbécil. ¿Qué quieres? —dijo ruda. —Te quiero a ti y aquí —sonó tranquilo—. Hablé con Eileen —ella se tensó. —¿Qué? —gritó—. ¿Dónde está? —Soltó desesperada fingiendo desconocer su paradero. —No lo sé pero se enteró que quieren tu muerte y está preocupada por ti. Necesito que vengas Ileana, es necesario arreglar esta situación. Todos te quieren muerta, y Eliam no es la excepción —ella permaneció en silencio—. ¡Aló!, ¿estás ahí?


—Sí —dijo seca. —Te quiero aquí y ahora Ileana, o lamentarás no haberme hecho caso —colgó. Ella apretó el aparato y subió los escalones que había bajado durante la conversación. Se abrió paso en la habitación de su hermana y observó la sonrisa sarcástica que esta llevaba. El volcán, que antes Ellen había calmado, hizo erupción otra vez e intentó arrasar con lo que estaba por medio. —¡¿Qué mierda hiciste?! —gritó. —¡Oh! Por lo visto ya hablaste con nuestro papito —dijo burlona. —¡¿Te volviste loca?! —Se acercó y dio unos toques en la cabeza de su hermana. —¡No me toques! —gritó Eileen—. Me enfermas —susurró. —¿Yo te enfermo? Aquí la única loca eres tú, perra maldita —peleó. La tomó de los cabello y zarandeó. —¿Qué haces? ¡Suéltame! —gritó. Ileana cacheteó sin remordimiento a su hermana, la tormenta cobraba cada vez más vida. Lanzó un puñetazo y la tumbó de la silla, la asió del cabello y arrastró hasta la cama, Eileen lloraba y gritaba cuantas barbaridades le salieran de su boca. Ciega de ira, Ileana depositó a su hermana sobre su cama, sin la menor delicadeza. Mientras esta lloraba, ella buscó entre sus cosas y encontró un cinturón de cuero blanco en una de las gavetas. Sin remordimiento empezó a descargar la rabia en cada correazo, y los mismos hacían que Ileana se enfureciera más al escuchar los llantos y súplicas de su hermana. —¡Basta! —gritó una señora quien de pronto entró en la habitación. Ileana soltó la correa que estaba manchada de sangre y salió hecha una furia del cuarto. Bajó con rapidez las escaleras y entró cerrando de golpe el


despacho de la mansión. Su respiración se entrecortaba, su demonio interior quería sangre y ella se lo había negado. Sentía como si un león estuviese enjaulado y con mucha hambre en su pecho. Trató de respirar hondo pero la ira le carcomía el alma. Como pudo ralentizó su respiración y se sentó en una de las dos sillas que estaban frente al escritorio; pero sus demonios seguían atormentándola. Cerró sus ojos para intentar calmarlos, contó hasta diez y de manera inversa para apresurar el proceso. —¿Mejor? —le preguntaron. —No, pero se salva al ser mi hermana —afirmó. Siguió calmando su desbocado corazón mientras que una joven de tez oscura la miraba fijo. Esos ojos café no le quitaban la vista de encima y lentamente dejaba caer sus dedos sobre la mesa. Ileana levantó la cabeza y le sostuvo la mirada, entrecerró sus ojos y enarcó luego una ceja, dejando escapar una bocanada de aire. Observó a su alrededor y notó el cambio en la habitación, tanto las paredes como el suelo estaban revestidos en madera pulida y frente a ella se encontraba un cuadro de La última cena de Da Vinci. La tranquilidad que emanaba el lugar con sus paredes beige y marrón, fueron propicios para la ocasión; pues, lograron calmar a la bestia. Ileana se levantó y se dirigió hacia uno de los laterales para buscar entre los libros que allí se hallaban, pasó su dedo índice por todo el lugar y dio tres toques a uno cuyo lomo era negro, lo sacó con cuidado, lo colocó sobre la mesa y lo abrió encontrándose con sus páginas rústicas y amarillentas haciendo denotar lo viejo que era. Leyó con cautela y dejó salir aire algo frustrada y frunció el ceño. —¿Qué encontraste? —preguntó su acompañante. —Debo dejar el país —respondió Ileana.


—¿Qué? No puedes irte —respondió alarmada. —No tengo de otra Luz —dijo resignada. —¿Por cuánto tiempo te irías? —preguntó. —Un año —dijo haciendo una mueca. —¡¿Qué?! —gritó golpeando la mesa. Aquella noticia hizo que Luz se sentara y negara varias veces la alocada acción. —El plan debe hacerse esta misma semana —suspiró. De ser por ella esto acabaría de manera rápida, los reuniría a todos en un solo lugar y dejaría que el explosivo hiciera el trabajo acabando con todos; pero era un sueño algo absurdo, ellos nunca bajarían así la guardia y ella debía pensar con claridad. Suspiró otras veces más y se sentó, no quería verse derrotada ante los ojos de Luz pero ella debía irse y acelerar lo planificado. Salió del despacho y subió trotando las escaleras, abrió la puerta y encontró a su pequeña princesa sobre la cama ya dormida. Se acercó con sumo cuidado y se recostó a su lado. —Mami —dijo somnolienta. —Sí —susurró. —Te amo —y el sueño la arropó. Ileana sonrió y cerró también sus ojos.

Eliam se encontraba en un oscuro sótano entrenando con un saco de boxeo. Alternaba puños con patadas cada cierto tiempo, su respiración se volvía irregular en ciertas ocasiones y el sudor no se hizo esperar. Él trataba de soltar el golpe con cada exhalada y el ejercicio, que con


precisión hacía, callaba su mente de los problemas externos que él conllevaba. No quería pensar en ella. Cada recuerdo era un suplicio que invadía su mente y descontrolaba su ser, ellos lo sacaban de su momento zen. Debía matar a Ileana y eso lo abrumaba. No quería rendirse, menos negarse, muchas vidas dependían de esa muerte, pero otras víctimas caerían con la misma. Era un cruce de dos caminos y solo había uno que tomar, sin vuelta atrás. Se dejó caer con pesadez al piso y colocó un brazo sobre sus ojos. El silencio era interrumpido por su densa respiración; no quería realizar esa muerte. Su vida dependía de Ileana o Milenka, siempre había alguien a quien debía rendirle cuenta. Era un cobarde. Se daba asco, odiaba tener que ocultarse bajo una máscara fría cuando por dentro quería refugiarse en los brazos de su amada. Quería seguir entrenando y olvidarse que el mundo se caía allá afuera. Deseaba tener un trabajo, casarse, tener hijos sin preocuparse que viniera una asesina para acabar con su vida; pero, ¿qué vida? Conocerla fue su maldición. Amarla, ¿qué fue? No quería saberlo, no quería nada. Ansiaba poder seguir su vida sin tener que llenarse las manos de sangre pero no podía, era él quien debía tomar cartas en el asunto porque solo él, alcanzaría a matarla. —Eliam —una voz rompió su amando silencio. —¿Qué? —gruñó en respuesta. —Mi señora le manda a decir que ella le pegó por hablarle a su padre —dijo seria. —¡Joder! Cada vez Ileana está más trastornada —dijo más para sí que para su visitante no deseada. —Al parecer hoy hay reubicación —continuó—. Por ahora no tendrá celular, ella se pondrá…


—Lárgate —ella calló tras la interrupción y salió sin decir más, él sabía lo que eso significaba. Se colocó de pie y se adentró más en la oscuridad, se acostó en una especie de catre que estaba próxima a la pared y cerró sus ojos para descansar. Durante su letargo, pensó que quizás irse del país no fuese mala idea pero no podía traicionar a los suyos. Se regañó mentalmente y se quedó dormido de inmediato. Amaba cuando no soñaba o cuando no recordaba hacerlo, porque de alguna manera las preocupaciones no lograban acaparar esa parte de su mundo. Todavía con los ojos cerrados, se permitió disfrutar de unas caricias que le arrancaban unos guturales jadeos. No quería abrir los ojos y encontrarse a un demonio con cuerpo de mujer, prefería imaginarse a cualquier actriz porno de una mala revista para mayores de 18 que leyó años atrás. —Sé que estás despierto —dijo con voz sexy la mujer que se hallaba sobre él cabalgándolo desnuda. Una sonrisa burlona fue lo primero que vio tras abrir los ojos. Una vieja lámpara que se hallaba sobre una pequeña silla era la que le daba un poco de iluminación a la habitación. Eliam decidió disfrutar del cuerpo de su diosa, corrompida pero deseada; giró como pudo quedando sobre ella y entrando sin pudor alguno. Ella gemía y clavaba sus uñas en la espalda de él. Por su lado, el succionaba sus pezones y mordisqueaba cada vez que quería. Los embistes fueron subiendo de tono y ahora ella gritaba de placer. El vaivén de las penetradas chocaban tan brusco que el repiqueo de ambos sexos se escuchaban rudos. Ambos cayeron en un fuerte orgasmo que él acalló con un rudo beso, la desesperación y el hambre hicieron mella en el encuentro sexual. Eliam se colocó de pie y sacudió con fuerza su cara, salió de prisa dejando sobre


la cama a su diosa. Subió corriendo las escaleras y caminó por inercia hacia un pequeño baño que era lo único decente de todo el lugar. Abrió la ducha y empezó con parsimonia a limpiar su pegoteado cuerpo, se sentía adolorido, agotado y, también, frustrado por haber vuelto a caer en las manos de esa mujer. Suspiró en variadas ocasiones pero eso no permitía que el malestar se fuese del todo, solo lo hacía enfurecer aún más. Cuando salió de la ducha, cruzó por una pequeña sala de estar y se encontró con su diosa sentada en un feo sillón de gamuza verde musgo, ella tenía una gran sonrisa. Sus piernas estaban sobre una vieja mesa de madera, la cual tenía un florero con lirios marchitos; no pudo pasar por alto la ironía de todo, él así se sentía, muerto. La casa le parecía un lugar lúgubre y hacía que su malestar se intensificara. No podía evitar deprimirse. Las paredes estaban papeladas por un tapiz gris de telaraña, que en algunas partes estaba roto. Su diosa dorada se acercó con pasos decididos hacia él y con su dedo índice derecho tocó su torso desnudo. Llevó las manos al nudo que sostenía la toalla que rodeaba la cintura de Eliam y dejó caer el paño que cubría su masculinidad. La escultural mujer sostuvo la mirada de presa, se agachó y engulló con hambre la virilidad de su hombre. Eliam echó su cabeza hacia atrás soltando un gruñido de placer. —No tenemos tiempo para esto —regañó en jadeos. Ella sonrió y se colocó de pie. —Me deseas tanto o más de lo que yo te deseo, Eliam —manifestó ella. —No es el momento oportuno, Milenka —argumentó. —Siempre debemos tener tiempo para el sexo —replicó. Él suspiró con cansancio y ella sonrió por su pequeña victoria. Le tomó la mano y lo


llevó al feo mueble. Sin vergüenza lamió aquel miembro sacando así un sonoro gemido de la garganta de Eliam. —Señor debemos irnos —habló un joven vestido de negro y Eliam no respondió. Su cabeza estaba en otro lado, el placer proporcionado no le permitía ver más que lo negro tras sus párpados y no quería que la sensación acabase. Una juguetona Milenka se colocó de pie y sacó sin pudor un ridículo vestido que dejaba poco a la imaginación. Dos gemidos se escucharon y ella sonrió. Se sentía poderosa, una diosa y una permanente sonrisa adornaba su rostro. Se dejó caer sobre él. Aguardó unos minutos disfrutando la magnífica sensación que le provocaba tenerlo dentro, jadeó al darse cuenta que amaba tener sexo con Eliam. Con paso lento subió y bajó, entró y salió. Ambos gemían. Estaban disfrutando uno del otro porque tal vez esa sería la última vez que pasaría. Un plan estaba sobre la marcha y pocos vivirían para contarlo. Decidió que ese día disfrutaría de él, del momento, ya mañana asumiría cada quien su responsabilidad. Y eso fue lo que ellos hicieron, dejaron ir a todos y se quedaron a disfrutar en su lecho.

—¿Hace cuánto llegaste? —preguntó Luz. —No me he ido —respondió. —Sí, yo pasé por aquí y la niña estaba sola —aseguró. —Tal vez viste mal —despistó. —En serio, pensé que te habías ido —dijo Luz un tanto confundida y frunciendo el ceño. Ella no estaba loca, Ileana sí había salido. Además que


vestía de una manera totalmente diferente a la del día anterior. Luz la observó en silencio esperando a que ella hablara. —Quise quedarme un rato con ella, verla dormir pero sobre todo despertar —sonrió. Se sentía en calma pero un tanto inquieta a la vez. —Es hora Ileana. Tenemos que irnos —dijo en susurros Luz—. La vine a buscar —dijo señalando a Ellen. —Ustedes se mudan y yo muero, ¡qué crueldad la del mundo! ¿No? —dijo para sí. —Es… —Complicado —suspiró—. Lo sé —aceptó. Se levantó con pesadez y salió de la habitación. El tacón de sus botas repiqueteaba mientras ella bajaba con lentitud las escaleras. Giró sobre sí y suspiró, salió y se subió a una camioneta negra que la esperaba en la entrada de la mansión. Se colocó unos lentes oscuros y cerró sus ojos, sus sentimientos estaban contrariados y confusos. Sentía que algo andaba mal y que nada podía hacer para cambiar eso. Suspiró repetidas veces, era difícil despedirse del lugar que tuvo un significado para ella. La camioneta se estacionó a unos cuantos kilómetros del lugar, durante unos pocos minutos. A su lado, camionetas y camiones pasaron dejándola atrás. Ella suspiró otra vez y comprendió que era hora, solo faltaba el último aviso para hacer explotar la mansión y borrar las huellas que allí se encontraban. No era una mujer paciente, prefería tomar una decisión inmediata y evitar esperar una ayuda del cielo. —Señora es hora —interrumpió Jean. Ella asintió. Él apretó un dispositivo y una explosión resonó por todo el lugar. Él encendió de nuevo la camioneta y arrancó. Ileana dejó atrás un importante lugar bajo las llamas del fuego.


Capítulo 9 —¿Qué hacemos ahora? —preguntó Jean. —Frank conducirá hasta el mirador —respondió. La seriedad no abandonaba la cara de Ileana haciendo mayor la tensión dentro del vehículo. Una tenue música los acompañaba y cada quien estaba en sus pensamientos. —Llegamos —dijo Marcos. —Chicos las despedidas siempre son difíciles —dijo ella. Ellos la observaron

confundido

y

se

vieron

entre

sí—.

Pero

no

vivo

de

sentimentalismo —sacó su arma y le disparó a la frente de Marcos. Frank y Jean se tensaron aún más, la palidez que adornaban sus rostros fue motivo de burla para ella. —¿Nos matarás a los tres? —preguntó Jean. —No, él me traicionó. Tú me amas y tú —dijo señalando a Frank— me temes mucho para traicionarme —sonrió—. Nos tenemos que ir, Joe nos está esperando afuera —argumentó. Ambos chicos asintieron y salieron del carro. Sacaron todo lo que ellos llevaban consigo y lo fueron depositando en una camioneta blanca. Ileana los observaba atenta jugando con su pistola. —Todo listo señora —ella asintió y subió a la parte trasera de la camioneta. —Hola Joe, ¿qué tal te va? —preguntó sonriente. Este respondió con una vaga respuesta y arrancó el vehículo. Cuando ya estaban lejos se escuchó una explosión que fue ignorada por todos. —Señora —llamó Jean—. El Sr. H nos espera en el Motel Wells.


—Joel ese es ahora nuestro destino —afirmó. Joel dio una vuelta en U y se dirigió con suma velocidad hacia el motel mientras Ileana escribía en su celular. La inquietud de saber lo que pasaría mañana la estaba llenando de ansiedad. Jean apretó su mano y ella llevó su mirada hacia ese gesto y luego lo miró a él. —No perderemos esta guerra, señora —susurró solo para ella. —Lo sé —aseguró—. No te aseguro que salgas vivo —le dijo. —Lo sé pero daré siempre mi vida por ti —respondió Jean y ella sonrió. —Eso es tierno —reconoció. Quitó su mano y llevó su mirada hacia la calle, su corazón empezó a llenarse de oscuridad y por su mente recuerdos no deseados empezaron a llegar. —¿Ocurre algo? —preguntó una inocente niña. —¡Lárgate Ileana! —gruñó un niño. —¿Por qué lloras? —insistió. —¡¡¡Qué te largues!!! —gritó tomándola de los cabellos y arrastrándola fuera de su cuarto. Los lloros de la niña no se hicieron esperar; pataleaba y gritaba para que este la soltara pero él no le hacía caso. —Me lastimas Miguel —lloriqueó ella. —¡Te ganaste esto Ileana, te lo pedí por las buenas! —gritó él. Cuando hubo entrado al cuarto, la tiró sobre la cama. Ileana se acurrucó en una esquina viendo como esos ojos endemoniados la veían como su presa. Él con una fingida cautela se acercó, ella intentó huir, su corazón bombeaba con fuerza y el miedo se adueñaba de ella, sus piernas flaqueaban y cayó de trompicones. Se arrastró por el suelo para evitar que él la cogiera pero al


elevar la cabeza se encontró con él. Sus ojos negros como la noche y su semblante frío helaban a cualquiera que lo mirara. Ella sollozaba y eso a él no le importó, la tomó por el cuello y la alzó cortándole la respiración. —Ya estamos aquí —anunció Joel. La respiración de Ileana se volvió irregular y cerró sus ojos, su demonio interior estaba tratando de despertar y ella temía que algo malo ocurriese. Hasta ahora no había podido recordar todo lo sucedido esa tarde, supuso que se desmayó porque cuando despertó ya era de noche y se encontraba sola. —Frank, Joe —ellos la miraron—. ¡Bajen! —ordenó firme. Sin pensarlo, ellos bajaron de la camioneta. Jean permaneció estático mirando al frente, ella lo observó y notó que él realmente temía por su vida—. No te mataré —Ileana mostró una falsa tranquilidad. —Señora —dijo él. Ileana no dejó que él continuara y besó con fuerza sus labios. —Tráeme a quien desees —dijo tras despegarse de él—. Necesito matar —susurró mortal—. Quiero que estés pendiente de tu móvil — finalizó y le dio un casto beso. Bajó del vehículo uniéndose a los dos chicos que la esperaban, sacó su celular y escribió con rapidez un mensaje de texto para Jean. —¿Todo bien? —preguntó Joel desordenando su cabellera rubia. —Sí —respondió—. Llévame a él —ordenó. —Por acá —dijo el rubio y ella lo siguió.

Eliam se paseaba de un lado a otro en el cuchitril en el que se hallaba, las injurias que salían en susurros se perdían en el aire.


—¡Maldita sea! —susurró lanzándose al piso al escuchar la detonación de un arma. —Font salga con las manos en alto —demandó un policía. Se arrastró por el sucio suelo y bajó al sótano del lugar. Sacó con torpeza su celular y escribió a quien le abandonó. «¿Dónde mierdas estás?» «Lejos» «Milenka… tengo a la policía afuera» «Enciérrate en el sótano» «Ya lo hice, alguien nos delató» «Lo sé, y ya me encargué de él» «¿Cómo salgo de aquí?» «Ten paciencia Eliam. La ayuda irá pronto» «Confiaré en ti» Eliam se sentó en forma de indio y recostó su cabeza de la pared, cerró los ojos confiando en la única mujer que podría salvar su pellejo. No tenía muchas opciones y aún quedaba mucho por luchar. Una guerra se avecinaba y él no podía caer antes de que iniciara. Arriba y fuera de la casa estaba la verdadera pelea. Unos cincuentas hombres vestidos de negros salieron de la nada y se bajaron de varias camionetas. Los policías se agruparon y le apuntaron con recelo. —No queremos sangre, queremos a Font —dijo un chico de cabello cobrizo.


—Nosotros somos la autoridad aquí. ¡Ustedes no tienen potestad! — gritó enfurecido el capitán. Él carcajeó, la verdad no quería matar a nadie pero su deber le dictaba otra cosa. Levantó el arma y disparó a la pierna del hombre derrumbándolo. —Lo siento, pero usted me obligó capitán —dijo burlón. Ese acto desató la guerra. El cobrizo hizo señas para que fueran por el capitán y un pelinegro lo asió por el brazo y lo llevó hacia una camioneta blanca. Dio media vuelta en dirección a la casa y mató a quienes se encontraban en su camino. Sus ojos grises se veían más negro por la rabia y la ira que contenía. Salvar a Eliam era el pedido pero, ¿por qué no matarlo? Todo sería mejor si él no existiera. Pero la traición era un trago amargo que él no estaba dispuesto a beber, ella le mataría sin pensarlo. Sin embargo, ¿cuántos pagarían ese acto como valentía? Sería un héroe entre los suyos y un muerto más en el cementerio. Entró al cuchitril e hizo una mueca con la boca del asco. Se dispuso ir al sótano pero una bala roso su rostro y se lanzó al suelo. Con la misma habilidad de un tirador experto disparó con profesionalismo y dio un tiro certero en el entrecejo de un robusto hombre negro. Eso le hizo sonreír un poco pero al ver la mugre sobre su ropa su sonrisa desapareció de repente. Sin más remedio, bajó al sótano y encontró al chico sentado. Su rostro se coloreó de la rabia contenida, muchos morían y Eliam meditaba. —Algunos mueren por tu culpa y tú aquí siendo una mami meditando —gruñó. —¿Qué mierdas haces tú acá? —gritó Eliam. —Vine por ti —soltó frío. —¿Acaso se volvieron locos? ¡Pueden arruinar todo! —gritó aún más y se colocó de pie paseándose de un lado a otro.


—Si no quieres mi ayuda bien, pero entonces tú le explicarás a ella por qué no viniste conmigo —dijo apoyándose en la pared cruzándose de brazos. —Jodida mierdas Je… —No digas mi nombre —gruñó interrumpiéndolo. Eliam viró los ojos—. Ya estoy cansado de esta mierda, mueve el culo que debemos irnos —gruñó. —Como mande capitán —dijo burlón y se ganó una mirada asesina. Sin esperar mayor explicación ambos salieron de allí. —Espera —dijo el cobrizo. —¿Qué sucede JJ? —preguntó frunciendo el ceño. —Mierda, cállate —susurró—. ¿Cómo se te ocurre llamarme así aquí? —gruñó. —Ese no es tu verdadero nombre —le peleó. —¿En serio harás eso aquí? —Eliam calló—. Lo imaginé —dijo y salieron del cuchitril. El fuego se detuvo y todos observaron hacia ellos. JJ agarró a Eliam y colocó el arma sobre su cabeza amenazando a quien se acercara. La policía estaba confundida, no sabían qué hacer y se quedaron quietos. —¡Detente! —gritó un uniformado. —Nosotros

somos

del

servicio

secreto

y

ustedes

no

tienen

jurisdicción aquí —vociferó. Eliam rió ante lo absurdo que era todo eso y fue golpeado en la cabeza. —Si se creen esa mierda esta ciudad está jodida —susurró.


—Lo estará aunque no la crean —soltó con asco JJ. Los policías no creyeron e iniciaron los disparos. JJ soltó a Eliam y le indicó que debían llegar a la camioneta blanca. Ambos empezaron a correr por sus vidas, la respiración se hacía cada vez más pesada y los disparos aún más rápidos. Ambos sentían que corrían y se les parecía interminable el llegar a la camioneta. —¡Arranca! —gritó JJ al cerrar la puerta. Él iba al lado del pelinegro que se había llevado al capitán y suspiró aliviado al ver que Eliam venía sentado en los asientos de atrás. La camioneta salió a velocidades abrumantes y al haberse alejado lo suficiente, la calma llegó y desaceleraron. Un gruñido alertó a todos dentro de la camioneta y eso hizo sonreír a JJ. Eliam, por su parte, frunció el ceño y se asomó al compartimiento posterior y vio amarrado a un hombre gordo, calvo y uniformado. —¡¿Qué mierda?! —gritó. Ambos chicos sonrieron y chocaron la mano. —Un regalo para nuestra señora —dijo JJ. Eliam abrió la boca pero no pudo decir nada—. Mont ¿la llamaste? —Sí, y ya sé dónde dejarlo —aseguró. —Espero esta mierda acabe pronto —soltó. —Espero lo mismo —dijo Mont. Eliam permaneció en silencio y se acomodó en su puesto. JJ deseaba llegar y tener una recompensa de su señora, él la deseaba y cada vez que la tenía enfrente quería llevarla a la cama. Amaba todas sus facetas y odiaba todas sus locuras, pero ¿no era así el amor? ¿Amar lo que otros odiaban? Porque de ser así, él amaba todo de ella. Tanto que incendiaría al mundo si ese fuese su pedido.


—¿Dónde estamos? —Eliam miró a sus lados pero no vio nada interesante. —Ya llegamos —dijo JJ. —¿Aquí? —frunció el ceño—. Estamos en la jodida nada —se quejó. JJ gruñó y se bajó de la camioneta, le tendió una llave y le señaló una motocicleta negra que se hallaba escondida a unos metros. —Toma —le tendió un mapa. Eliam miró el papel en su mano y encontró un círculo rojo alrededor de un lugar—. Debes ir allí —señaló JJ. Subió a la camioneta y cerró con un fuerte golpe la puerta. El carro retumbó y Mont lo miró encolerizado. —No te desquites con esta belleza —le gruñó. —¡Vámonos! —soltó él.

Ileana estaba sobre un hombre de tez morena y ojo mieles, quien la miraba como la diosa que ella se sentía. Amaba esa sensación de poderío y aunque su demonio estaba despierto, ella prefería encargarse de una situación sexual a cometer un asesinato. —Eres mi policía favorito —dijo trazando una línea imaginaria sobre su pecho. —¡Oh! Mi señora —gimió. —Henri, Sr. H —gimió el nombre—. ¿Te gusta estar amarrado? — preguntó juguetona mientras entraba y salía con lentitud. Ante ese gesto, Henri lloriqueaba de la excitación y eso a ella le fascinaba. Música para sus oídos.


—Señora, ya llegaron —entró Joel interrumpiendo la tortura. Ella se bajó de inmediato y tomó una bata blanca que se hallaba en un mueble. —Llévame hacia ellos —dijo amarrándose la bata—. No te vayas — señaló a H— aunque dudo que puedas —rió—. ¡Hmm! —exclamó. Se acercó y le dio un casto beso. Lo detalló y masturbó su erecto pene unos segundos—. Mantente duro para cuando regrese —finalizó y le guiñó un ojo. Salió de la habitación y esperó por Joel, se dejó guiar hacia una habitación que se hallaba al extremo contrario de donde estaba con Henri. El lugar era monótono y sin vida. Las paredes eran de un color salmón que le daba urticaria y caminaba sobre una alfombra verde provocándole grandes arcadas pero debía contenerse e ir tras su presa. Entró a la habitación y esta se hallaba en penumbras, vio a un hombre amarrado en una silla de aspecto robusto con una mordaza, su panza sobresalía del pantalón negro rasgados en tiras. Sus ojos brillaron y entró con paso decidido hacia la habitación. Pasó la lengua alrededor de sus labios terminando con una mordida que soltó con rapidez.

Una

escalofriante sonrisa adornó de inmediato su rostro. —¡Vaya, vaya! —exclamó con entusiasmo—. Se ve tan nervioso — sonrió—. Te diré las reglas, ¿ok? —preguntó. El hombre permaneció quieto, aunque claro tampoco podía hablar pero al menos podía asentir—. ¡¡¡Responde!!! —soltó con una cachetada que le partió el labio. La sonrisa fue desplazada por una mueca de desagrado y enfado. —Señora, ¿le traemos el kit? —preguntó Jean. —Sí —dijo seria—. Te diré las reglas del juego: —dijo jugando con él— si gimes o jadeas —se acercó al kit—, te cortaré con esto —agarró el bisturí y se lo mostró. El hombre abrió los ojos de golpe y empezó a


llorar—. No puedes gritar cuando te corte porque te haré un doble corte, ¿entiende? —él asintió—. Tercero, te daré un nombre. Serás —vio al techo golpeándose el labio con el dedo índice— Teo, sí ese será tu nombre — sonrió—. ¿Soy ingeniosa? —preguntó rompiendo la mordaza con el bisturí. —Por favor no me mates —suplicó y ella sonrió—. Tengo una esposa e hijos —lloriqueó e Ileana se tensó. —¿Trajiste a un padre de familia? —gruñó ella. —Él quería matar a Font —soltó nervioso Jean al ver la mirada de ella. Ileana de inmediato se tensó y volteó a ver al hombre amarrado. —Mala idea —dijo cortándole la cara con el bisturí. El grito no se hizo esperar y ella hundió de nuevo el material, en la mejilla contraria.


Capítulo 10 —Creo que lo mejor será dejarme a solas con él —dijo ella burlona. Los chicos se miraron entre sí y negaron—. Como quieran —afirmó. La sonrisa que adornaba su rostro no la abandonaba y la oscuridad que emanaban sus ojos los absorbía a todos en la habitación. Sacó un líquido incoloro cuya mezcla era vinagre con alcohol y mojó una gasa, pasó la combinación por la cara del capitán y un grito agudo le llegó. Más música para sus oídos. Sacó del maletín una picana eléctrica y la encendió mostrándosela. —No me mates, ¡por favor! —lloriqueó Teo. Ileana sonrió. Dejó el instrumento sobre la cama y se dirigió al mugriento baño, sacó una cubeta de agua y la lanzó empapándolo todo. Tomó de nuevo la picana y una vez encendida, electrocutó a Teo. Los alaridos no se hicieron esperar y la burla de ella mucho menos. —¿Quién te dio permiso de matar a Font? —gruñó. Al ver que él no respondió, repitió la tortura—. Dime ahora —ordenó furiosa. Teo permaneció callado, repitió una y otra vez la misma pregunta y él seguía sin decir nada. Sus ojos se tornaron oscuros y apretó con fuerza su puño, tomó un látigo knut, cuyas cadenas unidas a un mango tenían una longitud de 47 cm, lo levantó y golpeó repetidas veces al magullado cuerpo de Teo. Él gritaba pero poco le importaba eso. Ella necesitaba saciar su sed se sangre. Estaba ciega, llena de odia e ira. Soltó el látigo y cogió el bisturí, lo hundió sobre el brazo derecho haciendo una larga línea hasta la mano de él. Hizo el mismo trabajo con el brazo izquierdo. Ileana se encontraba en un trance tan profundo que no escuchaba los gritos de su presa. Mutiló ambas orejas y algunos dedos de los pies. El morbo la hacía ver como el mismo demonio encarnado. Le daba igual. Ella


quería sangre, dolor, sufrimiento, quería hacerle pagar todo lo que le hicieron cuando ella era inocente. Dejó salir un grito de lo más profundo de su garganta y soltó toda arma de tortura, se dirigió al baño y tomó una ducha. Salió desnuda y sonrió al notar el deseo de sus hombres. Se acercó con pasos decididos hacia ellos y besó los primeros labios que consiguió. Ileana se hallaba en un total frenesí. Desnudó a su compañero y acarició cada parte de su cuerpo, se sentía extasiada al notar que él no hacía nada, no la tocaba, solo se dejaba hacer y eso la excitaba todavía más. Llevó a empujones a Jean hasta la cama. Subió sobre él y empezó a cabalgarlo como potro salvaje. Sus gemidos callaban los sollozos de dolor que salían de la boca de Teo. Llamó a sus otros dos sirvientes y les pidió que se desnudaran, ellos acataron su orden e hicieron lo propio. Se sentía majestuosa. Tener a tres hombres a su merced la hacía sentirse gloriosa e implacable. Hacer de ellos sus juguetes, tener de ellos su placer, llenarse de lujuria y desenfreno sintiéndose deseada. La noche fue intensa, ellos la invadían según su orden y ella disfrutaba sin deleite. De niña le dijeron que compartir cama con más de un hombre era mal visto, que sería considerada una mujer de mala vida, pero entendía a las putas por buscar ese placer, por ansiar esos orgasmos intensos como ella los mendigaba. Recordó las veces que su madre era golpeada por un hombre, eso le daba asco. Una mujer nunca debería mostrar debilidad sin importar su fragilidad. Los hombres suelen aprovecharse de eso y humillarlas. Cuando ocurrió el accidente y dieron por muerta a su madre, ella lloró. Más adelante descubrió que era mentira, su madre solo huyó de su padre y entregó a sus hijas como cual ganado o simple baratijas. Descubrió también que esa mujer tenía una nueva familia, un nuevo esposo que la hacía miserable y la odió. La aborreció con todas sus fuerzas porque ella sufría violaciones, golpes y demás maltratos. Por eso la buscó,


indagó su posición. La siguió y esperó el momento oportuno para realizar su misión. Una tarde mientras su madre iba por el mercado la vio sola, aprovechó la situación y la secuestró. —Hola mami —dijo fría. La rabia en su mirada era mortal. —Ho-hola hija —dijo sudorosa y temblando. Ileana sonrió. —¿Sabes cuál de las dos soy? —preguntó burlona. —Y-y-yo —tartamudeó—. No lo sé —dijo tras un suspiro. —Lo sabía —gruñó. —Lo siento —dijo y ella pudo notar el dolor en su mirada pero le valía poco. —¿Lo sientes? —carcajeó—. ¿Sabías de lo que era capaz de hacer papá? —preguntó con asco. Su madre abrió los ojos y se asustó—. ¡Qué ilusa soy! ¡Sí lo sabías! —gritó con rabia. Sus puños se contrajeron y solo abrió su mano para tomarla por el cuello. —Dé-déjame ir —suplicó. —No —sentenció. Se alejó de ella y sacó un arma. La sostuvo en alto y dejó escapar un tiro limpio que le dio justo en el entrecejo a su madre. En eso la puerta fue abierta y entró un chico horrorizado. —¿Qué has hecho? —ella no le respondió—. ¿Para eso querías encontrarla? —siguió preguntando. Ella se volteó y sus ojos estaban llorosos, se acercó con lentitud y acarició el rostro que la veía con temor. —Me debo ir —dijo en voz baja—. Te amo Eliam —finalizó saliendo de la habitación.


Despertó sudando y se encontró que ya era de día. Vio a Teo dormido y se le acercó estando desnuda. Paseó alrededor de él y suspiró. Odiaba esa vida, odiaba ser fría e incomprendida, odiaba que Eliam le temiera y odiaba ser una hija de puta con un padre maldito; pero más que nada odiaba no sentirse amada. Sus sentimientos eran contradictorios, por eso culpaba a la sociedad, a Dios, a todos los hombres vivos o fallecidos y a sus propios muertos. Una vida condenada, maldita, una de dolor y sufrimiento, así vivía. Aunque ¿eso era vivir? Negó varias veces y talló su cara para despertarse completamente. —¡Despierten! —gritó. Ellos despertaron con parsimonia y sus seguidores, uno por uno, fueron bañándose y arreglándose. Ella los esperó, lo hizo porque necesitaba público para reanudar su tortura, necesitaba mostrarles lo que era capaz si la traicionaban y más si ella tenía tiempo libre. Una vez todos presentes y ella más que lista, se posicionó delante de Teo y le sonrió. Empezó a, ¿seducirlo? Sí, y le sacó una erección que le hizo agua la boca. Empezó a masturbarlo con delicadeza sacándole jadeos guturales a ese bestial hombre. Tal vez, para muchos, fuese una humillación, pero ella aprendió que la carne era débil y que el hombre, siendo varón, era manipulable cuando de sexo se trataba. —Ahora sí me dirás, ¿quién mandó a matar a Font? —preguntó juguetona. El capitán gemía y por lo que ella veía estaba a punto de acabar. Paró lo que estaba haciendo y le miró a los ojos—. ¿Quieres que continúe? —él asintió—. Entonces responde mi pregunta y puede que hasta una chupadita te dé —dijo. Se mordió los labios y continuó con la tortura sexual acercando su cuerpo al de él.


—Mi-mi-len-len-ka —susurró. Agradecía estar cerca para escuchar, su cuerpo de inmediato se tensó. No era posible, aunque en teoría lo suponía, él terminó por afirmarle sus sospechas. —Ella —dijo separándose de él. Sus ojos se oscurecieron aún más, cosa que se creía imposible. La rabia que yacía un tanto somnolienta se despertó en su mayor apogeo, tomó el bisturí y cortó sin pesar el erecto pene provocando el mayor grito posible por parte de él. Asió la picana eléctrica y descargó con ella la furia, rabia y más dolor—. ¿Qué más sabes de ella? —él no dijo nada—. ¡Maldita sea, responde! —bramó Ileana. —E-e-e-lla —y no pudo decir más. Un disparo lo mató al instante e Ileana volteó enseguida. Vio como Frank tenía su arma levantada. Se acercó con rapidez y lo agarró del cuello. —¿Por qué mierda hiciste eso? —gruñó—. Acabas de firmar tu sentencia de muerte. —Señora lo necesitamos vivo —dijo Joel. —¡Me vale verga! —le gritó desviando la mirada hacia él. Una sonrisa burlona le adornó el rostro y lo soltó—. Puedes que tengas razón Joe. Cuando me haya ido con H prendan fuego al motel —dijo y abandonó la habitación desnuda. Entró donde estaba su fiel policía y pasó directo al baño cerrando la puerta de golpe. Se metió bajo la lluvia artificial y lavó su tenso cuerpo, Frank era hombre muerto. Sin importar el lugar o la hora, su muerte sería dolorosa y trágica. Con Marcos fue muy dulce, sabía que ellos dos eran cómplices pero le dio un voto de confianza que él rompió. Salió desnuda y subió a la cama donde todavía se hallaba H atado. Besó su cuerpo y chupó su caliente pene. Tragó con gusto y diversión la descarga que vino de él. Se subió sobre él y obtuvo la satisfacción suficiente para controlar a su demonio. Quería sangre, quería guerra pero era muy temprano para eso.


Una vez terminado el encuentro, dejó ir a H y salió tras él, vestida de negro. Abandonó el motel y subió a una camioneta gris que la esperaba afuera. Jean se hallaba en el puesto de atrás y Frank de copiloto. Ella no dijo nada, no le dirigió la palabra a ninguno de los dos. Al entrar Joel, este subió al puesto de piloto y encendió la camioneta alejándolos a todos de aquel lugar. Se colocó sus lentes y una sonrisa burlona adornaba su rostro. Ya era el momento de ejecutar sus temerarios planes.


Capítulo 11 La ciudad de Copano amaneció con una maravillosa mañana, de esas donde se respiraba paz y se podían realizar todos los deberes del día. No hacía ni frío ni calor, era el ambiente idóneo para jugarse por la vida, el amor y los buenos deseos del mundo. Un día donde hasta el asesino más cruel descansaba e iba por un helado. Sentada sobre un conjunto modular de bancos corridos tapizados en grises, se hallaba Ileana. Su cálida sonrisa y sus grandes ojos enamoraban a quien la mirara. Llevaba un vestido tricolor blanco, negro y rojo con sus salones Rockstud nude; la frescura en ella era un soplo de aire frío en verano. Su rubia cabellera estaba recogida en una cola alta cuyo broche era una orquídea de plata. —Señorita Reed —ella elevó la mirada—. Dentro de poco la atiende el gerente —dijo una mujer morena. Ileana solo le sonrió y asintió. La mujer se retiró haciendo que sus tacones repiquetearan sobre el blanco suelo. Ella se dirigía muy poco al banco, casi siempre era otro quien asistía por ella pero ese día necesitó despejar su mente e ir a inspeccionar sus bienes. El Banco Central de Veneziani se hallaba en el centro de la Capital, Copano. Ileana se preguntaba si alguna vez esta ciudad estuvo limpia de drogadictos y asesinos. Sentía pena al saber que su padre lideraba una de las peores mafias del país, los Kustroz. No era la única con la cual estaba tan familiarizada, conocía bien a los D’Lu, ellos eran italianos, se reconocían por tener una L tatuada detrás de la oreja y traficaban mujeres; allí conoció a Luz y logró rescatarla antes de la venta. Sabía de otras como la Yuan-li (chinos), Haky-Ry (japoneses) y Los Cipotes (latinos); gracias a ella, ninguno se atrevía a perturbar a los habitantes de la ciudad a tempranas horas. Había allí una persona a quienes todos temían y por


eso la querían muerta. Salvo que con su muerte llegaría el abismo y la destrucción de la población. Estar sentada allí no era un milagro divino. Ileana era una mujer inteligente, H había logrado maquillar su pasado y le dio una nueva vida, un nuevo apellido que le abrió miles de puertas y la alejó de su pasado tormentoso. Ella se volvió una testigo y entró a un programa de salvación. Ileana era quien debía testificar contra su padre en un juicio que aún no llegaba, un caso que muchos llamaba Reed contra Kisson. Uno que sorprendió a la ciudad entera. —Su turno —dijo la misma morena sacándola de su ensueño. —Gracias —respondió dulce. Cuando iba en dirección a la oficina principal, las puertas del banco se abrieron y una ráfaga de viento se precipitó junto a una mujer vestida de negro. Sus ojos eran invisibles al público pues un gran lente oscuro los cubría y adornaba su rostro. Un abrumador silencio sumió todo el lugar y solo el repiqueteo de sus botas se escuchaban. Ileana emprendió camino y a pasos lentos reanudó su hacer. —¡Detente! —gritó la mujer. Ileana dejó la marcha y quedó estática, era como si de la nada hubiese quedado pegada al piso. Dio varias bocanadas de aire pero no se atrevió a voltear. De tantos lugares, de tantos momentos la tuvo que agarrar allí, en un día donde mostró debilidad al salir de su confort. —¿Desea algo? —preguntó dando por fin la vuelta. Su calidez irradiaba la mayor esperanza en un mundo corrompido. —Tu muerte —escupió asqueada. Los jadeos no se hicieron esperar y ellos, al ver que la mujer sacó un arma y apuntó a Ileana, gritaron y sollozaron pidiendo por sus vidas.


—Kiss, ¿tienes las agallas para llevar esto acabo? —preguntó calmada. La asesina carcajeó ante esa acusación. —Sí —susurró firme. Se acercó con pasos decididos y bofeteó a Ileana con el arma haciéndola sangrar, su semblante no cambió y observó el lugar con temor. —Ellos dentro de cinco minutos o menos estarán aquí —dijo haciendo alusión a las sirenas que se adentraban al banco. —Tengo suficiente tiempo hasta para huir —afirmó. La levantó, por su cola de caballo y la sacó a rastras de allí. Al salir se encontró con que la policía había invadido el frente del BCV y era Henri quien comandaba aquel operativo rescate. Sin enfrentamiento alguno, una camioneta negra se posó en medio de todo y ambas mujeres entraron, una por su cuenta y la otra obligada. La noticia corría y los medios de comunicación no se hicieron esperar. Eliam se hallaba sentado en una cómoda sala de estar viendo una película, de pronto una noticia interrumpió su tranquila mente. —La asesina rusa Kiss ha atrapado a la testigo Reed, del caso Reed contra Kisson. La ahora secuestrada, Ileana Reed, se hallaba en el BCV cuando ocurrieron los hechos. El oficial Henri no ha querido dar declaraciones pero un operativo salió en busca de ellas. Sin esperar o escuchar más, tomó su arma y salió corriendo del lugar dejando todo atrás. Subió sobre su moto y viajó a la ciudad persiguiendo a los policías que seguían una camioneta negra, en la que supuso iba Ileana. La seriedad en su rostro le hacía temer que de llegar muy tarde todo sería un completo desastre. Observó de lejos que de la camioneta negra saltaba una mujer vestida de negro cuya cabellera era del mismo color. Por la contextura


supuso que era Ileana quien salió corriendo hacia el bosque salvaje, esa acción obligó a los uniformados a bajarse de sus automóviles y correr tras ella. Eliam conocía el camino de ante mano, dio media vuelta y se adentró por un camino rústico evitando a toda costa golpear su moto con cualquier rama o tronco, pero en variadas ocasiones no lo consiguió. Iba a matar a Ileana. Eso le hizo palidecer y se detuvo, sin bajarse de la moto vomitó a un lado, tragar ese nudo le hubiese asfixiado y matado a la par. Respiró profundo y emprendió la marcha. Desde lejos vio como una fría mujer observaba a varios uniformados a la orilla de un acantilado y, desde su punto de vista, esa caída se veía dolorosa. Vio a su alrededor y observó una clavija anclada al suelo que ella cubría con sus pies. —Lo mejor es que te entregues Kisson —gritó un hombre. —Hola detective Henri, ¿hallaste a tu capitán? —rió Ileana. Eliam negó con la cabeza esa insinuación. Ni a punto de morir Ileana evitaba meterse en más problemas. —¿Fuiste tú? —ella carcajeó. Un escalofrío invadió el cuerpo de Eliam, era el momento. Había llegado la hora de la verdad. —Font —dijo enigmática—. ¡Sal de tu escondite! —gritó Ileana. Con pesar pero decidido, Eliam salió con su arma y le apuntó directo al pecho. —Ha llegado tu hora —dijo—. Ileana —moduló. Ella le sonrió y guiñó un ojo. —Hazlo, dispara —ordenó. —No, aquí nadie disparará nada —gruñó apretando la mandíbula el detective. Eliam recordó el primer beso de ambos y le sonrió dulce, sabiendo que esa sonrisa le haría recordar lo mismo.


—¿Sabes que eres mi mejor amiga? —le preguntó contento. —Sí, y tú el mío —le respondió. Él se acercó y besó su mejilla, ella se coloreó en su totalidad y él sonrió dulce para ella. Después de ese inocente coqueteo, se miraron fijo, la curva tímida de sus labios mostraban sensualidad. Él relamió los suyos y ella por su parte se los mordió. Para los dos era un pecado desear poder rozarlos entre sí pero, la carne fue débil y ambos sucumbieron ante el deseo. Él rompió el espacio entre los dos, tomó con delicadeza su mejilla y besó con ternura los labios de Ileana, su Ileana. —Font, ¡mátame! —gritó Ileana. Aquella condena lo despertó abrupto del recuerdo. Una lágrima corrió por su mejilla y bajó el arma. Sabía que era su deber pero no podía disparar y acabar con la vida de su amada—. Eres un cobarde —pronunció con asco. La confusión en los oficiales fue notoria. Ileana volteó hacia los hombres y disparó en varias oportunidades; el detective, al ver dicha acción, dejó ir dos balas que impactaron en el estómago de Ileana haciéndola caer de rodillas. El resto de los uniformados temían acercarse a Ileana, ella podría estar fingiendo y Eliam lo sabía. Él, Eliam, pasó de ser quien acabaría con la vida de la asesina más temida, a solo ser un testigo en el encuentro. El debate interno que tenía por poco le hace pasar por alto como ella se arrastraba cada vez más hacia la punta. Su corazón se puso alerta y quiso gritar, quiso advertirles a todos la locura que estaba pensando hacer su pequeña An. Él veía como su cuerpo se hallaba más en la nada que en la tierra y antes siquiera de poder modular algo, una ráfaga de tiros salió de las manos de Ileana y cegó a los que ella estaba combatiendo. Ileana miró fijo a Eliam y sin decir más, se lanzó a lo que sería su muerte. Su An había muerto en manos del detective Henri. Cuando Eliam se acercó a la pendiente, se agachó y golpeó con furor el sitio desde donde ella cayó. En sus manos había sangre mezclada con tierra. Se despidió con lágrimas en sus ojos de la mujer que había amado desde hace añales y


comprendió que ese era el inicio del fin, porque desde ese día ya nada sería igual. Copano sería la comidilla de los mafiosos. Pensar eso le hacía querer vomitar. No era justo que una mujer tan dañada fuese la salvación de una sociedad corrupta. Horas más tarde, Eliam entraba en su hogar. Al cruzar la puerta se encontró con un denso silencio, la oscuridad también lo había invadido y de inmediato frunció el ceño. Nada estaba igual a cuando se había marchado y al entrecruzar la sala comprendió el porqué de todo eso. Su actual dueña, Milenka estaba sentada sobre su sofá. Sintió pánico al ver sus ojos sumidos de rabia que lo miraban queriéndolo matar y ella sostenía su arma apuntándole al corazón. Él tragó grueso y cerró sus ojos esperando la sentencia que se había ganado al no cumplir con su objetivo. Entre Milenka e Ileana, prefería mil veces a la última. Aunque loca y trastornada, al menos sus muertos tenían un valor de salvación. La mujer que tenía enfrente era despiadada, inhumana y le valía poco el mundo. Comprendió que la traición era mejor que la humillación y que morir era un ciclo que se debía completar. Al sentir que nada pasaba abrió sus ojos y vio aquellos encolerizados, se sentó frente a la misma y esperó. Esperó hasta que sintió la bofetada que le dirigió su nueva adversaria. Aunque desde hace tiempo comprendió, que la mujer que le acompañaba, era su única y verdadera enemiga. Sintió otra bofetada pero no le prestó atención, dejó que ella se desahogara con su cuerpo. —¿Por qué no la mataste? —preguntó al parar. Él tosió y vomitó una baba carmesí. —No pude —susurró. —¿Todavía le amas? —fría era su voz.


—Sí, y me duele su muerte —ahogó un sollozo, no quería denotar debilidad pero su mirada ida y dolida, hablaban por él. —Pero murió y hoy es día de fiesta —se burló—. ¡La gran Ileana Kisson, mi gemela, ha muerto! —gritó de alegría—. Y tú —carcajeó—, eres mío —sentenció. Él tragó grueso y ella lo besó, desnudó su cuerpo y celebró con él la victoria.

—Una ola de asesinatos ha inundado la ciudad —comentó una morena de cabello crespo en la pantalla—. Ha aparecido muerto el Capitán Francisco Lamar, quien comandaba uno de los pelotones de la Guardia Nacional de la capital. El Mayor General Ernesto Leorderm manifestó su pena hacia la familiar Lamar. Además, manifestó que desde hoy iniciaría un operativo para desarmar la ciudad. »Por otra parte, lejos de la ciudad se encontró el carro donde iba la testigo Ileana Reed, del caso contra Kisson, carbonizado. Al parecer explotó y todos fallecieron en el acto. Esta es una noticia dolorosa para la ciudad y para sus familiares. »En otras noticias, ha caído bajo las manos del detective Henri, la asesina Rusa: Kisson, mejor conocida como la asesina del beso o Kiss como prefería auto llamarse—continuó la periodista—. Kisson había secuestrado a temprana horas de la mañana a la testigo Reed y la dejó a su suerte, pues una vez que había recorrido unos cuantos kilómetros en su camioneta negra, se bajó de la misma y corrió hacia los acantilados. En ese lugar recibió dos impactos de balas en el estómago y cayó al vacío. El cuerpo de la asesina aún no ha sido encontrado. Eso es todo por ahora. Para mayor información sintonicen hoy la noticia de las once.


—Está muerta —susurró Miguel—. ¡Está muerta! —gritó lanzando una silla. —¿Qué te ocurre? —gritó enfurecido Ismael. —Ileana está muerta —Ismael palideció y se recargó de la pared. Miguel pudo notar el dolor en los ojos de su padrastro. —¿Quién la mató? —preguntó frío. —La policía —susurró. Ismael dejó solo a su hijastro y este se acurrucó como un ovillo, sentía rabia y ganas de matar a todo aquel Suspiró y se colocó en pie, salió corriendo y vomitó la poca comida que tenía en el estómago. Sentía que ese aire de libertad que debía llevar encima no estaba, se encontraba preso y sumido en dolor, pero un dolor hipócrita, sucio y mal oliente. Salió con paso decidido, tomó su arma y se subió a una moto azul, se adentró a un bosque y encontró un arroyo escondido al final de un rocoso camino. Se sumergió en él y olvidó por una vez, ser malo.


Capítulo 12 Han pasado dos años desde la muerte de Ileana. La ciudad vivía una guerra constante y cada vez era mayor la cantidad de secuestros y mujeres violadas. Milenka, una vez sabida la muerte de Ileana, a manera de festejo, explotó un carro durante cien días para hacerse notar. Por las calles rondaba el rumor de una nueva asesina pero nadie prestaba atención, pues el narcotráfico había aumentado y con ello el robo también. Milenka se sentía enojada al no poder ganarse un lugar entre los Cipotes y los Haky-Ry, ya que ambas mafias tenían marcada la ciudad para distribuir su mercancía. Quería tener poder en Copano y todo el país. Ella luchaba por ganarse un lugar en ese mundo, su problema radicaba en suplir y llenar los tacones que Ileana muy bien modelaba. «¿Dónde estás?»; escribió irritada. «En una reunión»; respondió Eliam. «¿Con quién?» «De negocios»; sintió la evasión y su sangre hirvió. «No me evadas»; le gruñó al teléfono celular. «Ando ocupado, adiós». La furia interna de Milenka estalló y la descargó con el celular lanzándolo contra la pared, el cual se estrelló y quebró. Se paseó de un lado a otro e intentó calmar la furia que le crecía. Desde la muerte de Ileana, Eliam era otro. Se alejó de ella y la empezó a evitar a toda costa. Lo buscaba pero nunca podía hallarlo donde ella quería, él hacía lo que le daba la gana y con quien le daba la gana. Sintió que perdió valor y eso hacía que viviera bajo constante rabia.


—JJ, JJ —llamó enfurecida a uno de sus matones. —Señora —asintió él. —Prepara todo, saldremos a dar un paseo —dijo fría. Él solo asintió y se retiró. Su vida no era glamurosa y no se sentía la reina de nada. Su hermana tenía eso y ella, aunque se lo arrebató, no consiguió nada. Por derecho le tocaba el reinado en el cual fue fácil usurpar la vida de su gemela y crearle las diferentes trampas para que muriera. Pero, ¿cuál reina? Su hermana era defensora de las mujeres y socorrió a tantas que lo poco que tenía de dinero lo gastó en ello o eso era lo que pensaba ella. Ileana era una mujer con muchos secretos. Ser narco no era magnifico, era una pesadilla y una zozobra. Vivía pendiente de no morir o fallarle a uno de los grandes. Era una empleada más de un mundo machista y sin remedio, odiaba sentirse una debilucha y no marcar la diferencia como lo hacía su hermana. A diferencia de Ileana, ella siempre iba vestida. Rara vez se le veía en ropa íntima o desnuda, era muy celosa con su cuerpo pues las imperfecciones la volvían loca. Suspiró con pesadez y cerró la puerta al baño, desnudó su cuerpo y deslizó sus dedos por aquellas diminutas cicatrices en su bajo vientre. Una solitaria lágrima rodó por su mejilla y un sollozo brusco salió de sus labios. Odiaba su cuerpo. Ella quería ser la diosa de todos pero no podía, esas cicatrices le habían dejado marcas emocionales muy fuertes. Rompió el espejo que estaba empotrado junto a la mesa del lavamanos. Las paredes blancas de ese lugar fueron salpicadas de rojo por su sangre. Entró a la ducha y decidió lavar su cabello para eliminar la suciedad de su ser. Enjuagó con delicadeza cada parte y suspiraba cada cierto tiempo al sentirse humillada y depresiva. Era como si Ileana no hubiese muerto, sentía que su fantasma la perseguía cada día.


Cuando hubo terminado y secado su cuerpo, fue hacia su armario y sacó un conjunto de falda skort y su chaqueta negra de vestir, lo combinó con una camisa de botones blanca y unas botas negras hasta sus muslos. Cogió una bolsa negra guardando allí su arma y demás cosas esenciales. Revisó su joyero y sacó unas perlas para sus orejas con su collar a juego. Salió decidida y cerró con llave su habitación. —¿A dónde la llevo? —preguntó JJ. —Daremos un paseo por la ciudad —comentó serena. —Señora, ¿me permite decirle algo? —inquirió. —¿Es necesario? —él asintió—. Entonces, sí. —Eliam está en un bar conocido de la ciudad, podría llevarla directo a él. Claro, si usted así quiere —respondió frío. —Todavía no, que lo vigilen por mí —respondió. Una sonrisa adornó su rostro y recostó su cabeza en su asiento, siempre había alguien quien la ayudaba. Tal vez no era Ileana, pero sabía cosas que la muerta hubiese dado la vida por conocer. ¿Ironía?

No; ¿cinismo? Sí. Aunque eso le

importaba poco pues ella haría arder el infierno en la tierra y acabaría con todos. La razón no la tenía clara, tal vez solo sería por diversión. Sacudió su cabeza para alejar esos pensamientos.

El detective Henri se hallaba con cuatro personas en una pequeña oficina donde apenas cabían dos. Observó con detenimiento a la pequeña criatura que, recostada en un gran mueble, hacía tenso el lugar. La mujer jugaba con un abrecartas sin el cuidado de hacerse daño y sobre la mesa que dividía su posición de la del detective, colocó encima un pañuelo


blanco con letras chinas grabadas y un anillo que decía Haky-Ry. Él no preguntó dónde ella los halló y la siguió mirando con recelo. —Usted decida detective —dijo con voz melodiosa. —No soy ni asesino ni justiciero —respondió tenso. —Es tu ciudad la que perece lentamente —sonrió cínica. —No creo que esta sea la manera —ella se encogió de hombros y le sonrió burlona. —Tu moral te hace débil, mi buen amigo —reprendió ella. —Por eso me hice policía, para mantener el orden correcto de las cosas. —Pero se te olvida cuando cazas prostitutas y no precisamente para apresarlas —se carcajeó y Henri se sonrojó. —Eso no viene al caso —ella bufó. Henri notó como ella se colocó de pie y presionó sus palmas sobre la mesa aun con el abrecartas entre los dedos. Ella tenía la mirada fija sobre ambos objetos y al alzarla, lanzó el abrecartas dentro del anillo y salió de la diminuta habitación acompañada de un joven de piel canela. Con mano temblorosa tomó entre sus dedos aquel anillo y comprendió que la primera mafia en caer, serían los Haky-Ry. —¡¿Quién es ella para mandar aquí?! —gritó un joven de unos 20 años. —Ella no está mandando sobre mí, Fernando. Yo debí elegir — respondió Henri sentándose donde una vez estuvo sentada la mujer.


—¡Ajá, claro! —bufó—. ¿Por qué los Haky-Ry? ¿Por qué no los Kustroz primero? —No podemos ir contra los Kustroz, ¿estás loco? No duraríamos ni un día en este operativo. No todos están preparados como ella —respondió tajante Henri. —No lo creo, para mí que ella no quiere ir contra los suyos — respondió Fernando. —¡¿Qué sabes tú sobre los Kustroz, sabes dónde están, qué hacen o por qué los buscan?! —gritó Henri. —¡Son asesinos a sueldo! —respondió en el mismo tono. Henri notaba la molestia en él y, aunque lo entendiera, no podía ayudarlo. —Entonces sabrás que ellos siempre van un paso delante de todos —reflexionó Henri como respuesta. —Cada día hay más pétalos rojos sobre las víctimas en Copano — interrumpió ella. Henri se tensó y Fernando palideció—. ¿Qué has hecho tú para detenerlos? —Nada —respondió Henri—. Él no está autorizado para ir tras ellos. —¿Qué tanto escuchaste? —tartamudeó Fernando. —Lo suficiente —ella sacó un arma y se la tendió a Fernando—. Mata a Henri —ordenó. —¿Qué? —gritó—. ¿Te volviste loca? —ella rió y observó el pánico en Henri. —Por esa razón no puedes ir contra los Kustroz, ellos lo hubiesen matado para demostrar su punto —sintetizó ella.


—No somos asesino —susurró Fernando. —Ellos tampoco —respondió ella. Henri suspiró y se limpió el sudor de su frente. —¡Estás mal! —gritó Fernando. —Ella tiene razón —dijo Henri y continuó antes de que Fernando replicara—. Ellos creen que están haciendo un bien, esa es la mentalidad de los Kustroz. —¿Cómo saben eso? —preguntó Fernando. —Yo lo sé todo, pequeño —rió ella y se marchó. Fernando se marchó 15 minutos después y dejó solo a Henri con su torturada mente.


Capítulo 13 Ya era medianoche cuando observó su reflejo en el espejo de su peinadora y al parecer este no le decía nada. Se sorprendió de lo vacío que podría sentirse el mundo cuando se carecía de amor; porque ella no amaba y lo comprobó todas las veces que había disparado su arma. Le dolía recordar las veces que corrió a los brazos de Eliam y le obligó a amarla, pero eso cambió. Ella ya no era la sombra de esa chica desquiciada que, años atrás, se había ido de Copano. Comprendió que su deber era terminar con quienes mancillaban una ciudad inocente y empobrecían a un país tan rico. Su ahora cabellera rubia caía en suaves ondas hasta su cintura, lo acarició embelesada y elevó la comisura de su labio. Suspiró para darse ánimo a sí misma, lentamente recogió su cabello con ganchitos y colocó sobre esta, una red de nylon. Cogió sobre su cama su ropa íntima y se vistió, hizo lo mismo con la blusa de tiras negras y el leggins del mismo color. Completó con unos botines negros tacón de aguja y su nuevo equipo urban security suit para protegerse. Sobre la cama estaba la mascarilla que protegería su cara y le ayudaría en casos extremos, la contempló y luego se la colocó; subió la capucha de su equipo y considerándose lista, salió a reunirse con los demás. En la sala contigua, se encontraban un puñado de personas vestidas igual o similar a ella y que al verla entrar se pusieron firme y esperaron sus órdenes. Ella asintió a un hombre cuya altura sobrepasaba los dos metros y se veía muy musculoso, este se acercó sin perder cuidado. —¿Está listo todo? —preguntó serena. —Sí señora, las armas están… —ella levantó la mano y lo detuvo. Dio media vuelta y sus ojos conectaron con unos grises que tanto conocía.


—¿Qué haces aquí? —gruñó molesta. —Siempre la cubriré, mi señora —dijo sumiso. —Tenías que estar vigilándola a ella —empuñó su mano y la elevó queriéndole pegar. —Ella e-e-e-está con Mont —titubeó y ella de un golpe le hizo caer. —¿Eres idiota o te haces? —gritó. Todos salieron apresurados y sigilosos del lugar. —Ellos permanecen con el joven Eliam, mi señora. Yo mismo los dejé allí —respondió seguro—. Confíe en mí. —No confió ni en mi sombra que suele engañarme —comentó fría. —Señora —llamó entrando el hombre musculoso y ella volteó a verlo—. Debemos irnos, no podemos esperar más. —Eres de la segunda brigada —ella le asintió al hombre. Le indicó a Jean que se colocara la máscara y salió del recinto. Ya en el patio delantero, se podían distinguir diez camionetas, alineadas en pares y unas tras de otras. Sonrió para sí y mordió sus labios, deseosa de poder iniciar el ataque. —¡Silencio! —gritó el hombre de dos metros. Todos se alinearon y los dividió en dos categorías. Ella estaba en el equipo «A» el cual lideraba y tenía a su mando a nueve hombres. En el «B» estaba Jean y otros sietes más, cuyo líder era él. —Tú vienes conmigo Xavier —señaló al hombre de dos metros quien solo asintió. —¡Estamos listos! —gritó Jean.


—Lo sé —afirmó ella—. Deben tener en cuenta que esta misión es para acabar con el enemigo, no lastimaremos a nadie inocente. Mataré a quien sea que levante el arma con quien no lo merece y felicitaré a quien salve vidas inocentes. Jean en tus manos dejo al pelotón «B». Confiaré en ti —proclamó—. Aquel quien desee echarse atrás puede quedarse en el grupo «C» con Joel, él los recibirá y trabajarán desde otra perspectiva, si no se sienten capaz de hacer lo que deben hacer; no vengan a estorbar. ¿Está claro? —preguntó firme. —Sí, señora —respondieron al unísono. —Eso sí, Daisuke es solo mío —todos aceptaron dicha orden y subieron a sus respectivas camionetas. Cuando ella hubo entrado en la que le correspondía, encontró a tres de sus hombres ya dentro y se colocó en medio, Xavier cerró la puerta y se sentó a su lado derecho. Rió internamente al darse cuenta que la joven, que iba a su lateral izquierdo, era Naty, su fiel amiga. La camioneta iba sumida en silencio total, solo se escuchaban las respiraciones de los cincos pero de forma leve. Ella cerró los ojos y se concentró en escuchar los latidos de su corazón, nunca había ido a matar a alguien con tanta gente. Se dio cuenta que había cambiado su modus operandi y estaba enfocada en lo que debía hacer, solo esperaba no caer en la locura y cometer una salvajada. —Hemos llegado —anunció Xavier. Ella miró con atención a su alrededor y no se sorprendió al encontrarse a cien metros de la mansión de los Haky-Ry, ellos eran cuidadosos y no se escatimaban en seguridad. El lugar parecía impenetrable pero era bueno que ellos tuvieran un equipo a cargo de cosas como estos. Se bajaron silenciosos de sus camionetas y corrieron silentes hacia la entrada más cercana.


Xavier les comunicó la compuerta subterránea por donde debían pasar. Les ordenó e indicó haciendo uso del lenguaje de señas las posiciones que cada uno debería tomar. Ella hizo lo mismo con Jean y bajó al encuentro de los otros. La determinación en su mirada hacía que sus ojos brillaran aunque nadie sería partícipe de su regocijo, la mascarilla ocultaba cualquier cosa que su rostro pudiera transmitir. Transitaron por un largo pasillo en silencio y a oscuras, al llegar se encontró con que todos se hallaban esperando la siguiente orden. Ella tomó el mando, seleccionó y envió de dos en dos a sus puestos. Se agachó y sacó de un baúl una daga la cual colocó en su tobillo y la cubrió con el leggins y los botines. Se cargó además con una desert Eagle y una Fiveseven tactical. Xavier y Naty hicieron lo mismo. Antes de seguir con lo planeado, ella soltó las armas. Ambos la miraron confundido. —Sé que eres Naty —dijo en lenguaje de señas—, no te quiero muy apartada de mí —concluyó y Naty asintió. Dejó que Xavier subiera primero encontrándose en el tercer sótano del lugar. Ese lugar era un laberinto y agradecía saber en qué se metía antes de entrar. Había memorizado los planos y sabía que debajo había otro sótano y por encima tenía dos. Si quería tener a Daisuke en sus manos debía subir al primer sótano o bajar al cuarto para poder tomar los túneles que lo conectarían con él, ir al primero era el más idóneo. Pasaron en silencio y dejaron a dos del equipo «C» quienes les habían dado la entrada por ese pasadizo, subieron unas escaleras y entreabrieron la puerta para descartar a cualquier extraño. Con sigilo salieron y las luces del pasillo se apagaron; se agacharon y gatearon para evitar activar las señales del lugar. Con calma, siguieron recto hasta llegar a una pequeña puerta que se encontraba escondida tras un enorme cuadro. Sin abrirla por completo, entraron y subieron de rodillas. Antes de abrir la siguiente puerta, se detuvieron al escuchar unas voces, ella suspiró y cerró sus ojos.


Xavier le mostró una pequeña cápsula y ella solo asintió. Con la lentitud que caracterizaba esa operación y con recelo, separó un poco la puerta para poder lanzar el pequeño objeto. Una vez hecho, esperaron cinco minutos, tal vez más, para poder ingresar a esa área y encontrar a todos dormidos e inmovilizados. Se colocaron de pie, caminaron sobre los cuerpos y siguieron por la escalera que los llevaría hacia el primer sótano. Habían creído que todo iba a ser más difícil al ser la vía de escape inmediata del líder de la mafia. Pensó que de ser ese su escondite, habría cazado y matado a quien hubiese abandonado su posición. Entraron al primer sótano y sin protocolo, localizaron el pasadizo que les llevaría hacia Daisuke. La oscurana hacía que su corazón bombeara con más fuerza, no le temía a la oscuridad pero nunca fue una mujer pasiva y estar en esa posición, le asqueaba. Necesitó respirar hondo, varias veces, para poder calmarse. La sed de sangre le era fuerte y comprendió que necesitaba canalizar esa ira para el momento del reencuentro. Uno tras otro fueron subiendo por el estrecho lugar y se detuvieron al escuchar unas voces, al parecer había llegado a la oficina de él. Intentaron abrir la puerta que conectaba el túnel con la oficina y se encontraron con que estaba sellada y al parecer, no tenía más de un día que pasó. Ella empuñó su mano y respiró cerrando sus ojos, devolverse no era una opción pero al menos eso le garantizaba que si ella no podía entrar, él no podía salir. Además, si Daisuke era la mitad de inteligente que ella, imaginó que tendría como mínimo una vía directa de escape a cada sótano y aunque eso no apareció en los mapas, asumió que había otra salida de ese laberinto. Tanteó y golpeó con suavidad las paredes hasta encontrar un sonido hueco, por su parte Naty encontró al otro lado uno igual. Ellos decidieron clausurar una de las dos entradas y así evitar un escape sorpresa. Al salir hallaron un enorme pasillo y escucharon una algarabía en la planta baja,


disparos y gritos llegaron a sus oídos y eso le hizo sonreír. Caminaron por el pasillo con seguridad cuando un hombre de cabello azul se acercó y apuntó con su arma, ella al notar el temblor de sus manos, pateó con fuerza haciéndole caer el arma y dándole un certero tiro en la frente. Una mujer subió las escaleras gritando y disparó al percatarse de su compañero muerto. Sin esperar respuestas y evitando las balas llegó a la mujer, la tomó de la cabeza y se escuchó un craff. Al detallarla se percató que era joven y linda pero su alma estaba podrida. Mientras avanzaba, se topó con los secuaces de Daisuke y sin inmutarse, disparó sin remordimiento. Necesitaba llegar hasta su víctima y si debía ser a manos de la violencia, así sería. Según ella, Daisuke merecía una muerte dolorosa, pero no tenía tiempo para llevarla a cabo. Decidió que dejaría para el final su verdadera venganza y tortura. Entró a una pequeña biblioteca y allí se hallaba un hombre leyendo un libro. —¿Has venido a matarme? —Ella no respondió—. Déjame decirte algo, policía barata: siempre habrá un nuevo rey sentado en este trono. —¿Seguro? —dijo quitándose la mascarilla. Él la observó atento, abrió sus ojos y boca sorprendido; se colocó en pie y ella elevó su arma. —Estás viva —susurró. —Y no vivirás para contarlo —disparó esparciendo toda su masa encefálica por todos lados. Ella salió y bajó corriendo, dando muerte a todo el que le dispara. Cuando salió al patio delantero y vio que todos o la mayoría ya habían salido, dio la orden de explotar ese paraíso con todos los cuerpos dentro. Se subió a una camioneta que esperaba por ella y el retumbar de la explosión se escuchó detrás. La misión había salido como ella lo tenía en mente.


Capítulo 14 Después de un fuerte trabajo era necesario enjuagar la mugre del cuerpo. Jean cerró sus ojos y sintió como la calidez del agua bañaba sus músculos. Había extrañado salir de cacería, odiaba sentirse preso o privado de su libertad, pero sobre todo había extrañado a Ileana y envidió a Joel porque se había ido con ella. Salió de la ducha y cruzó una toalla a la cadera, sacudió su cabello y pasó su mano variadas veces para peinarlo. Al salir, entró a su habitación y observó cómo cierta rubia estaba viendo hacia la calle desde su ventana. —¿Sucede algo? —interrumpió el silencio. —Sí —susurró—, pensé que habías regresado a tu puesto. —Solo quise tomar un baño antes, mi señora —respondió firme. Ella volteó y le sonrió. —Me enteré que hiciste un buen trabajo salvando inocentes — comentó casual. Él espabiló, agradecer no era algo que hacía ella habitualmente. —Solo hice mi trabajo —se sonrojó y ella rió. Se acercó y acarició su mejilla por sobre el sonrojo de él. —Lo sé y, necesito que hagas algo más por mí —dijo alejándose y sentándose en la cama. —Lo que usted necesite —respondió. La realidad era que él daría la vida por ella. —Hazme olvidar —le susurró. De inmediato frunció el ceño y se acercó a ella, le acarició el rostro y mordió los labios de la mujer que lo volvía loco. No deseaba despertar de ese sueño, porque sin duda alguna


eso era un sueño. Ileana nunca en un millón de años, le pediría aquella cosa. Se desprendió de ella, se colocó de pie y la elevó, unió sus frentes y rodeó con sus brazos la cinturita haciéndolo calentar. El cambio en ella era notorio, la antigua Ileana nunca usaría un vestido tan colorido como ese azul bebé que llevaba puesto. Bajó con lentitud las tiras por sus brazos y con las yemas le acarició. Al besarla lo hizo con pausa, no estaba desesperado aunque su corazón sonara desbocado. Cerró sus ojos y se permitió ser transportado a un mundo paralelo, vio cientos de aves revolotear y sintió la calidez del sol sobre su piel. Era mágico, único y sublime. Se despojó de la poca vestimenta que llevaba y se acostó sobre ella, siguió besando ese magnífico cuerpo y entró con delicadeza. El silencio era roto por la agitación de ambos en la habitación, él no la dejaba llevar el ritmo y se sentía un ganador. No quería mostrar la morbosidad con que estaba construido su corazón al ver la desnudez de ella, quiso mostrar solo el afecto que sentía en cada embiste y beso. En guturales gemidos acabaron y él la envolvió en sus brazos, le acarició el rostro hasta verla dormida. Dirigió su mirada hacia su velador y notó lo tarde que era y que debía llegar a donde Eileen o ella se daría cuenta de su fuga. Mientras la veía dormir y en completo silencio se empezó a vestir; pensaba, además, que era injusto que una mujer tan hermosa hubiese sufrido tanto y en tan poco tiempo. A su edad había matado, llorado y odiado a muchas personas pero sobre todo a su padre y hermanastro. Se acercó a ella y besó la coronilla de su frente y salió una vez ya listo. Subió a una moto plateada, dejando a su amada durmiendo.

Por su parte, Ileana al escuchar la puerta cerrarse, abrió los ojos. Intentó comprender que no había sido culpa de Jean el no poder quedarse


con ella, pero su mente era testaruda y le pedía ir a matarlo por dejarla. Abandonó la habitación y caminó desnuda por un silente pasillo. Entró a un cuarto cuyas paredes eran azul marinas con toques morados y cerró con rabia la puerta. Entró a la ducha y tomó un baño de agua fría para calmar su sed de venganza pero su corazón era frío ante la muerte y no valió la pena. Salió disparada hacia su armario y tomó unos jeans rasgados, con un crop top denim que solo cubría sus senos; se colocó una peluca de dos tonos, castaño claro de fondo y puntas rubio. Se amarró al cuello una pañoleta púrpura y vistió sus pies con unos botines negros sin tacón. Salió hecha una furia de la habitación y subió de prisa a una motocicleta. Con la mente perdida anduvo paseando por la ciudad, sus ojos se veían negros como si algo la hubiese poseído; pero al ojo experto se veía que eran lentillas las que ella estaba usando. Entró al barrio chico y disparó sin importar quien la viese pues imitaba bien a su señuelo. Sonreía con chulería y gritaba con morbosidad. Tiró la moto y salió corriendo entrando en un callejón que conectaba a un túnel de paredes rojas, un hombre le disparó por la espalda y ella se agachó a tiempo para esquivar la bala. Corrió hacia él y pateó la cabeza del hombre de ojos achinados. —¿Qué-hacer-tú-aquí? —preguntó un segundo hombre entrando al callejón. —Matarte —respondió soez. El hombre salió corriendo pero ella le disparó, otros dos entraron y uno corrió antes de que una bala lo matara. —Eres hombre muerto —le dijo sonriendo—. Te delataste y mataremos a todos los tuyos. —Eso quiero verlo —finalizó disparándole en la cabeza. Salió del túnel rojo subiendo por un tubo hacia el techo del lugar. Corrió por el


tejado adueñándose del lugar y riendo a carcajadas. Era el demonio en forma de mujer. —¡Vamos,

disparen!

—ordenó

un

hombre regordete.

Ella

de

inmediato lo detalló, era a quien había ido a buscar. Estaba custodiado por diez hombres quienes la tenían en la mira, ella nunca dejó de sonreír y cuando los disparos iniciaron tomó una cuerda y salió volando hacia el extremo contrario disparando su arma también. Corrió al verse sin balas, y salió del callejón mientras la perseguían los hombres. Una vez en la calle siguió corriendo sin parar y un taxi blanco le golpeó. El hombre se bajó de inmediato a ayudarla y ella lo pateó, como pudo se colocó en pie y subió al taxi alejándose del barrio chino. A la mañana siguiente la noticia estaba en boca de todos, al parecer los latinos habían dado muerte al líder japonés y habían atacado al barrio chico. Se sentía liberada de presión pero se arrepintió al ver que todos corrían desarmando la guarida. —¡¿Qué mierda hiciste?! —gritó Henri invadiendo su cuarto. —No pude evitarlo —respondió serena. Ella se veía el gran moretón que cubría su costal derecho. —¡¿No pudiste evitarlo?! ¡¿Te volviste loca?! —le gritó. —Siempre he estado loca —argumentó mientras tocaba su cabello, ida. —No Ileana, no estás loca —dijo abrazándola—. Pensé que ya había pasado esta etapa —ella tragó. —Estoy rota Henri, ¿qué querías? Yo nunca seré esa niña de nuevo, no puedo ser feliz y ya —susurró lo último.


—Si te lo propones lo serás, Ileana —le dio media vuelta y besó su frente. Ambos se abrazaron, ella al rato se separó y se sentó en la cama. —¿Qué pasará ahora? —preguntó. —Nos mudaremos de lugar y esperaremos a ver quién gana. La pelea entre los Yuan-Li y los Cipotes, ya inició. —Tal vez hice algo bien, después de todo —dijo sonriendo. —¿Y eso fue? —preguntó sarcástico. —Hacer que se maten entre ellos y poner en sobre aviso a los Kustroz —respondió con burla. —Puede que sí —dijo pensativo—, pero fue un riesgo absurdo el que corriste. —Mi vida se basa en eso, en riesgos —dijo. —Ven, hay que curarte esa herida, me preocupa ese moretón —ella enarcó una ceja—. No me mires así, me preocupo por ti. —No sé si agradecerte o pegarte por lo cursi —se burló. —Solo di gracias —respondió. —Gracias, Henri.


Capítulo 15 Eliam estaba en la sala viendo la noticia, al parecer la mafia latina, Los Cipotes, habían logrado asesinar a los Haky-Ry y habían herido al jefe de la mafia Yuan-Li. La noticia le desconcertó de una manera singular. «El detective Henri, mostró solidaridad con el barrio chino» explicó un hombre en la pantalla. «Están intentando agarrar al culpable antes que la situación se magnifique. «Llamo a recapacitar. No necesitamos más violencia en la ciudad, estamos haciendo el trabajo y no queremos una guerra» informó Henri y él suspiró. Sabía que había más en esa declaración. «¿Dónde tienen a los heridos?» preguntó el periodista. «No podemos dar esa información. La vida de un hombre está en peligro y de saberse donde está hospitalizado, creemos que irán para terminar con la vida del mismo» respondió sabio. —¿Qué sucede? —preguntó una rubia sentándose a su lado. Él colocó sus dedos entre sus labios, indicándole que debía guardar silencio. «¿Qué pasará con la mansión japonesa?» «Ya se están haciendo cargo de eso. Por ahora debo retirarme». «Al parecer…» Eliam apagó la televisión. No quería escuchar más nada, la ciudad era un caos y no sabía cómo ayudar a llevarla a su naturalidad. —¿En qué piensas? —preguntó Eileen. —Quiero salvar a todos —respondió sin pensar.


—No puedes, además, ¿por qué salvar un mundo que merece perecer? —Porque soy parte de él —dijo colocándose en pie apretando sus puños. —El salvador —rió burlona. —Tal vez no sea el hombre más bueno del planeta, tal vez no sea el salvador del mundo, pero le tengo amor a esta ciudad. —¿Seguro? ¿Cómo puedes tenerle amor a la ciudad en donde mataste a tu hermana? —él palideció. —¿Qué sabes tú de eso? ¡No estabas allí! —gritó colérico. —Sé más de lo que piensas y sabes —le acarició el rostro—, me alegró su muerte. —¿Cómo osas decir eso? —gritó empujándola. —Es la verdad o, ¿qué? ¡No lo creo! ¡Eres cruel! ¿Qué querías, que ella viviera torturada y odiando a los hombres como Ileana? No me hagas reír —dijo burlesca. —¡Cállate! —gritó dándose la vuelta. —¿Qué sentiste mientras era violada? Para mí debió sentirse en el universo, la sensación de tantos dentro de ella —dijo cínica y él la tomó por el cuello. La odiaba, quería matarla con sus propias manos y acabar con esa escoria que se consideraba humana. —Mereces morir —gruñó. Sus ojos se tornaron oscuros, la vena de su cuello palpitaba y su respiración se hacía cada vez más pesada. Eileen sonreía burlona y eso le molestaba en cantidades considerables. Con


Ileana nunca pasó por eso y se odió cada vez más, por culparla de algo que ella no había hecho. —¡Detente! —gritó JJ al entrar y ver la escena. —Ella merece esto —dijo apretando aún más fuerte. —¡Basta! —lo empujaron. Eliam salió como demonio enceguecido y subió a su moto. Quería matarla, quería ver apagar sus ojos y comprendió la vida de Ileana, entendió su necesidad por querer matar a alguien para tranquilizar sus demonios. Si él tenía uno, ella tenía miles y se arrepintió de haberla juzgado y maltratado como lo hizo. Quería calmarse y sabía hacia donde debía dirigirse. Se sentía un bastardo con suerte, una muy mala.

Al

otro

lado

de

la

ciudad

estaba

Miguel

sumido

en

sus

pensamientos. Había abandonado la mansión de su padrastro al enterarse de la muerte de Ileana, no pudo aguantar vivir sus ultrajes y consideró que ya no valía la pena quedarse allí. Sentía que desde esa partida su alma estaba más estable; ya no tenía episodios de ira y sus arranques emocionales habían desaparecidos. Sin embargo, la idea de un asesino latino suelto le carcomía la mente, no quería otro monstruo sobre la ciudad y menos con el malnacido de su padrastro gobernando una parte. Pronto lo llamaría y eso significaba que él debía regresar a vivir en una pesadilla constante. No quería crearse falsas expectativas y por eso tenía una maleta debajo de la cama preparada para su huida pero antes debía hallar a TzaoLi, jefe de los Yuan-Li, primero y matarlo antes que ellos lo encontrasen. Restregó su rostro con pesadez y cerró sus ojos recostando la cabeza del mueble negro donde se hallaba sentado. Subió sus piernas a la mesa y se


permitió descansar aunque su mente volaba por caminos inciertos y su corazón repiqueteaba inquieto. Unos gritos fuera de su puerta le llamaron la atención, se colocó de pie y tomó su arma. Se posicionó detrás de la puerta y abrió apuntando a quien sea que estuviese detrás. —Baja el arma, idiota —dijo una rubia entrando creyéndose dueña del lugar. —¿Qué mierdas haces aquí, Eileen? —gruñó. —Quería ver a mi hermanito favorito, mi gemela murió y solo me quedas tú —dijo indiferente sentándose en el mueble. —Quiero que te largues de aquí —dijo sosteniendo aún la puerta. Fuera de la morada, estaba JJ y Mont esperando la respuesta de ella. —No, quiero hablar contigo seriamente —respondió fría. —¡Joder! —exclamó. Dejó la puerta abierta haciendo ademán para que los chicos entraran y se situó frente a ella en un sillón individual. —Espérenme abajo en la camioneta, esto no es asunto de ustedes — ordenó ella a sus hombres y estos se fueron dejándolos solos. —¿Qué necesitas? —soltó sin ganas. —Eliam trató de matarme y quiero que lo mates —exigió. Miguel soltó una carcajada—. ¿Qué es tan gracioso? —¿Tú —rió—, crees que te haré caso? —siguió riendo. —¡Basta! Tú debes matarlo o le diré a mi padre todo lo que le hiciste a Ileana —Miguel se tensó.


—Puedo matarte a ti —respondió. —Hazlo y sufrirás las peores de las torturas y muertes. Ya mi padre perdió a una hija, ¿crees que te perdonará así de fácil la muerte de la otra? —inquirió. —No mataré a Eliam —sentenció. —Lo harás, tienes dos días para ello —dijo colocándose de pie y salió. ¿Ahora qué haría? Se preguntó. Frustrado decidió llamar a la única persona que podría sacarlo de este lío.

Ileana se hallaba en una habitación blanca a la salida de la ciudad, se sentía nómada por todas las veces que se había mudado. No lamentaba las muertes que había realizado a su vuelta pero si se lamentó la estupidez de alterar el plan, pues ahora sería más difícil matar a los Yuan-Li. No obstante, le habían informado que los Cipotes habían sufrido un atentado hace una hora y eso le hizo sonreír. Solo debía mantener alejado a los inocentes de esa guerra y ellos se matarían solitos. Decidió salir al balcón pues la vista le parecía espectacular. Se sentía ajena al lugar, llevaba un vestido corto azul, cuyo encaje caía en los hombros y rodeaba el borde de la falda. Iba con unas sandalias blancas y su melena rubia suelta. Estaba sumida, ida y comprendió que el universo se podía volver su enemigo si no jugaba las cartas como era debido. Odiaba

sentirse

encerrada

porque

aunque

estuviera

en

libertad,

mantenerse escondida no le ayudaba. Suspiró varias veces y se concentró en no pensar. Horas más tarde, entró Henri y la vio bocarriba sobre su King. —¿Sucede algo? Te siento un tanto distante —afirmó.


—¿Cuánto tiempo estaremos sin hacer nada? —respondió ella con una pregunta. —Estoy tratando de calmar el desastre que hiciste. Mis superiores tienen el ojo puesto en la operación, temen que uno de los nuestros se halla revelado y haya cometido tal acto. Cosa que es verdad pero no puedo decirles eso —divagó y ella sonrió con cansancio. —Me parece que tu burocracia acabará con mi paciencia y la poca cordura que tengo, eso me obligará a matar a todo aquel que se revele contra mí o hable demás —comentó casual. —No harás tal cosa —respondió rápido y serio Henri. Ella rió. —Pensé que me conocías —dijo con burla. —No me gusta ese lado tuyo —chasqueó la lengua. —No puedo cambiar quien soy —dijo encogiéndose de hombros. —Sí que puedes —afirmó. —No, no por cada ser malo que erradique de este mundo quiere decir que mis demonios se van, que me dejan en paz —suspiró Ileana. —No digas eso —le sonrió. —Henri no seas iluso —dijo parándose de la cama—. Con cada muerte llega un nuevo demonio, mi alma se pudre y mi corazón es clavado con cientos de agujas —se paseó por la habitación. Era una leona enjaulada y hambrienta, podía ver el alimento y no tomarlo. Era una tortura medieval. —Pronto podrás vivir tu plena libertad —le confesó Henri.


—No me mientas. Siempre habrá un asesino que se alzó contra el pueblo y por eso merece morir —argumentó Ileana. —Nadie dijo que debías salvarnos —le respondió. —Pero, ¿quién los salvará de no ser yo? —preguntó. —Sobreviviremos —le contestó—. Debes ser feliz, ve con tu hija y no regreses. —¡No soy una cobarde! —gritó. —Lo sé, estoy consciente de ello pero quiero que seas feliz —dijo acercándose a ella, acariciándole el cabello. —Entonces déjame matarlo, tú sabes dónde está —gruñó alejándose de él. —¡Ileana por favor! —gritó exasperado. —Ileana nada, Henri lo quiero a él. Quiero destruirlo como él me destruyó a mí —empuñó su mano y golpeó la pared. —No te lastimes más. Dejaremos esta conversación para otro día, estás muy sensible —dijo saliendo de la habitación. La verdad no quería saber de nadie, le parecía una completa estupidez esperar para matar a Miguel y luego a su padre, o primero a su padre y luego a Miguel. Solo quería que Miguel sufriera en carne propia lo que ella sintió y que llorara sangre como ella lloró. Lo odiaba con toda su alma y no descansaría hasta verlo suplicarle por su vida. —Diga —respondió al celular. —Eileen mandó a matar a Eliam —soltó de golpe la otra persona al celular.


Capítulo 16 —¿Qué? —susurró colérica Ileana. Pero no escuchó más, habían cortado la llamada y quedó con la intriga. Quería tener más información, estaba contra el reloj y aunque había decidido no saltar las reglas, era otra la realidad y debía salvar al padre de su pequeña hija. «Quieren matar a Eliam» Le escribió a Henri. Caminó de un lado a otro esperando la respuesta. «No debes saltar las reglas» Leyó con furia la respuesta de H. «¿Quieres que lo deje morir?» «Hay más en juego, Ileana» «Eileen desea matarlo, no permitiré que eso ocurra» «¿Y qué harás? ¿Matarás a tu hermana?» Ileana decidió no responder de inmediato y pensar claramente esa decisión. Se encontraba en una disyuntiva. No odiaba del todo a su hermana y no quería su muerte pero al parecer Eileen quería erradicar todo paso de Ileana en el mundo. «Si su muerte es necesaria, entonces ¡sí!» Respondió segura y tiró su celular al mueble más cercano. Sabía que Henri trataría de evitar esa acción pero lo tenía sin cuidado. Eileen no era ni la sombra de lo que había sido en la niñez y ella no comprendía del todo


el cambio. Ella había aceptado todo a cambio de que dejaran en paz a su gemela y al parecer, no valió la pena sufrir por otros. Decidió que la mejor manera de calmar su fuego interno y evitar una masacre era haciendo box, fue hacia su armario y sacó un short negro de rayas blancas y grises a los lados, en conjunto con su top de ejercicio del mismo color y similares rayas; tomó su par de boxeadoras y sus guantes con el mismo color y diseño. Desnudó su cuerpo y entró a la ducha, tomó un corto baño, salió y vistió con lo ya preseleccionado. Decidió dejar su melena rubia suelta y bajó con rapidez al área de gimnasio. Corrió a todos los presentes y tomó un saco simulando que era su enemigo. Su cuerpo pedía descanso y goterones de sudor demostraban la temperatura elevada el mismo. Un rock pesado retumbaba en sus oídos pero le parecía poco con la velocidad con la que su mente viajaba. Veía a sus demonios de frente y odiaba no poder tocarlos y vencerlos como quería. Su respiración era pesada, molesta y gruñía por inercia. —¡Rayos! Al fin te encuentro —interrumpieron su entrenamiento. —¡Lárgate! —gritó molesta. —No, vine para que conversemos —ella rió y él frunció el ceño. —No quiero hablar, ando en modo asesina —respondió fría. —Ileana esta situación debe acabar —ella siguió golpeando el saco. Si notó un cierto enojo en la voz de él pero le parecía absurdo que estuviese molesto considerando que ella estaba encerrada y no matando a diestra y siniestra fuera de la cueva. —Solo descargo mi ira, Joel. Creo que la mejor manera de no salir y matar a mi amada hermana es esta —respondió fría.


—No puedes simplemente matarla —dijo seguro. —¿Quién dijo que no? —resopló. —¿Podrías dejar de golpear el maldito saco y quedarte quieta? — gruñó y luego permaneció en silencio al ver su error. No esperaba la mejor disposición de ella y se vio muerto. —No —siguió golpeando. Él suspiró y ella lo vio sentarse en el piso. —No eres la única desesperada por matarlo —él le dijo—. Quiero tenerlo en mis manos y acabar lentamente con su vida —ella sabía a quién se refería pero aunque deseaba matar al imbécil de Miguel, de su mente su hermana no salía. —Cállate —le ordenó. Ambos permanecieron en silencio, solo se escuchaban los puños de Ileana golpeando a un inerte saco, sumado a la fuerte respiración de ella. —Henri avisó que mañana tenemos un nuevo operativo —ella frunció el ceño y le dirigió la mirada. Él tenía levantado su celular y ella solo asintió. —¿Contra quién? —preguntó. —Cipotes —dijo tranquilo—. El plan es hacer ver el ataque como si lo hubiesen hecho los Yuan-Li —finalizó. —Okey, sube y agrupa a los muchachos, yo voy en quince minutos. —Sí, señora —murmuró mientras salía. Ella siguió golpeando el saco hasta dejarse caer al suelo.


—Solo espero no te cruces en mi camino, perra —dijo en voz alta. Se colocó de pie y salió de la habitación, sin los guantes y viendo sus nudillos algo rojizos y magullados.

En una zona roja de la ciudad, se encontraba Eliam encerrado en un bosque un tanto salvaje. Sentía que le estaban persiguiendo y la zozobra le abrumaba de manera considerable. Su respiración era densa y el vaho le horrorizaba puesto que no sentía frío alguno. Su piel estaba caliente y su vista empañada, quería descansar pero temía no despertar. Quería ver su muerte y luchar por su miserable vida. —Ileana —susurró. Acordarse de ella le entristecía, quería hallarla y tomarla entre sus brazos, darle el mejor de los besos y… dejó de pensar, le parecía absurda esa idea y restregó su rostro para borrar lo que su mente clamaba. Decidió que no podía hacer nada y necesitaba descansar si quería luchar por su vida. Caminó hacia una cueva rocosa y entró agachado para evitar golpear su cabeza. Se sentó y cerró sus ojos, su espalda le mataba pero era eso o morir antes de tener un buen plan. Deseaba calmar su alocada mente, su alocado corazón y no soñar. —Eli, Eli —alguien le llamaba—. Despierta Eli —le gritaron. —¿Quién eres? —respondió frío. —Beba —le dijo risueña. —¡Eso es mentira! —gritó—. Ella está muerta —dijo con dolor. —¡Eliam Font Feixas concéntrate! —le gritó de vuelta.


—¡Aléjate de mí, tú estás muerta! —gritó viendo a los lados y se encontró con que se hallaba en un hospital que claramente se veía deshabitado. —Eliam no todo es lo que parece —le dijo ella. —¿Dónde estoy? —soltó consternado. —¡Eliam despierta y sal de esa cueva! —le gritó—. ¡Sálvala! Despertó de golpe y se encontró sudoroso. Lágrimas bañaban su rostro y no quiso ocultar su dolor, no había nadie con quien compartirlo. —Ileana, ¿dónde estás? —susurró al cielo.

Ileana se hallaba en una oficina carente de adornos, solo una mesa larga de madera negra pulida y diez sillas del mismo color. Con sus dedos daba leves golpes aburrida. Dio breves suspiros y cerró sus ojos viendo a la nada. —Lamento la tardanza, hay una tormenta en la oficina principal — comentó un acalorado Henri. —¿Quiénes estarán al frente? —preguntó seca Ileana y todos callaron de repente. —Quería a JJ, sería un riesgo enviarte a ti —respondió seguro. Se escucharon jadeos de sorpresa y ella enarcó una ceja. —Llámalo entonces —dijo sonriendo. —No, sería perder el tiempo. Él te es fiel a ti, no a mí —mantuvo su mirada burlona y suspiró. Ella notaba el nerviosismo de él y comprendía que no debía ser fácil estar frente a ella desafiándola.


—Creo que todos se deberían ir —dijo con calma. Todos se vieron entre sí y esperaron la respuesta de su jefe. El rostro de Henri palideció y como pudo asintió. —Hagan caso —tartamudeó al final. —Henri, ¿qué haré contigo? —dijo acercándose a él. —Dejarme vivir —tanteó él. —Me he mantenido serena, he callado a mis demonios y el solo verte los hace florecer —comentó acariciando su rostro. —Lo sé, pero tengo jefes y órdenes que seguir. Tú saliste de… —ella elevó su mano y lo paró. —Me vale mierda eso —le tomó por el cuello—, la Ileana pasada hubiese acabado contigo en un segundo pero no deseo dejar mi trabajo a medias. No obstante, vuelves a darme órdenes de esa manera, sé de nuevo impertinente e imprudente y te darás por muerto, Henri —dijo clara. —Entiendo —susurró. —Ahora déjame incendiar el barrio latino y llenarme de satisfacción al matar a su líder —comentó soltándolo con una sonrisa. —La idea es salvar inocentes y no causar mayores estragos en la ciudad —comentó serio. —Eso es aburrido, la mejor manera de acabar con una mafia es quemando a todos y más si esta es la Cipote —masculló. —No lo creo —insistió Henri. —Bueno déjame al menos quemar a su líder frente a ellos —tanteó Ileana.


—¡Ileana eso es de monstruo! —gritó conmocionado. —Yo soy un monstruo Henri y quiero sangre —sentenció. —No te dejaré —soltó de golpe. —¡Oh querido! —rió—. Tú decides: quemo al líder Cipote o voy por Eileen —palmeó su rostro y salió riendo de aquella habitación. Sabía que elegiría lo primero, el bastardo no mataría a su hermana pero al menos ella disfrutaría esa pequeña tortura.


Capítulo 17 Henri iba refunfuñando en la camioneta camino a la operación. Odiaba sentirse presionado o utilizado y sobre todo la sonrisa burlona de Ileana cuando le concedió el permiso para quemar al líder de los latinos. Él sabía que ella era astuta y fue un error depender tanto de ella, sabía que el negarle la ida, muchos se retirarían de la operación. La miró en silencio y deseó quitarle la máscara para ver cuáles eran sus emociones. Su trabajo pendía de un hilo, su familia estaba amenazada y él estaba allí, en una camioneta yendo hacia una operación suicida con una mujer que era capaz de ver arder al mundo y quedarse sentada comiendo palomitas de maíz. Recostó su cabeza en el asiento y cerró sus ojos, su respiración era lenta y la misma estaba a punto de estallarle. —Estás muy callado, jefe —notó la burla en su voz. —La circunstancia me obligan —soltó seco. Escuchó la leve risa de ella y su dolor aumentó. —Usted decidió esto, yo hubiese escogido la segunda opción — respondió Ileana. —No mientas —dijo molesto. —Es cierto —dijo blandiendo la mano—. De estar en tu posición, hubiese escogido la segunda opción —ella se encogió de hombros y él deseó poder leerla fácilmente. —A ver, ilústrame —soltó con desgano. —Simple estimado amigo: quemar al líder latino es una satisfacción momentánea, una rápida que no se disfrutaría tanto, no requiere de planificación y por lo tanto se puede hacer de inmediato. En cambio, matar


a alguien que no está en los planes próximos requiere de una logística y planificación ardua que se tornaría lejana al momento de la actuación — respondió segura—. No soy estúpida Henri, el calor del momento me cegó pero sé que me divertiría más planificando su muerte y torturándola que asesinándola como tal. Ya se nota que no me conoces. —Es cierto, no lo hago —calló un segundo—. No puedo aceptar que alguien pueda asesinar a un hermano como si fuese la cosa más común habida y por haber. —Sí que eres moralista, Henri —sentenció ella. —Dime como quieras —finalizó así la conversación. Era absurdo refutar algún pensamiento o idea que ella tuviese en mente, pero a regañadientes comprendió que tenía razón. Ella no era de asesinar a sus grandes presas a la ligera, no lo disfrutaba. Eileen estaba en su lista negra e Ileana deseaba torturarla hasta la muerte.

Después del extraño sueño, Eliam no pudo dormir otra vez, ¿a quién debía salvar en esa ocasión? Suspiró con cansancio palpable y se dispuso a dormitar pero su cabeza latía como un corazón asustado. Sentía la temperatura de su cuerpo elevada y una presión inequívoca en su pecho. Estaba ansioso y sudoroso. Intentó colocarse de pie pero cayó, se sentía agotado. Cerró sus ojos y juntó sus rodillas, colocó su cabeza sobre las mismas y se permitió llorar. Se sentía débil: de cuerpo, de alma y espíritu. No quería luchar más por su vida pero sabía que debía hacerlo. Quizás pasaron horas, minutos o tal vez segundos que le parecieron eternos y con decisión se levantó del mugriento suelo.


A lo lejos escuchó el riachuelo del lugar y se encaminó con pasos lentos para evitar caerse. Bajo sus pies sentía cada piedra, hoja o rama; eso le causaba molestia y una mueca de rabia no le abandonaba el rostro. A metros del anhelado lugar, cayó y a rastras fue acercándose raspando así sus rodillas. Cuando sus dedos se posaron sobre el agua, lavó su rostro, luego tomó un poco de ella y la bebió. Se obligó a sentarse y empezó estrujar su dolorido cuerpo. Tenía hambre, su estómago rugía feroz pero agradecía poder ingerir un poco de líquido. Estaba agotado, era cierto. Aunque lo que más le agotaba era la idea de huir siempre; ya no deseaba hacerlo. Quería tener a su familia de vuelta, quería sentir amor y quería darlo. Ansiaba vivir su vida en paz, tener un futuro carente de miedos. Añoraba sentirse libre y vagar por la ciudad sin el temor de ser reconocido, para ser torturado y luego morir en manos de criminales. Odiaba en lo que se había convertido. Con la poca fuerza que le quedaba desnudó su cuerpo, caminó hacia una roca y colocó su ropa a secar y se dispuso a buscar algo de comer. Encontró, no muy lejos del riachuelo, un árbol de pomarrosa y cogió una cantidad considerable. Regresó al riachuelo y lavó unas tres para comer. La desesperación casi le hizo atragantar y se dio golpes en el pecho para destrancarse, cerró sus ojos y agachó la cabeza, luego la sacudió y bebió del riachuelo para terminar de pasar el trozo que sentía en su garganta. Una vez ya calmado se dispuso a terminar de comer hasta sentirse saciado y se recostó de una piedra a dormitar. Ya caída la tarde y estando más espabilado, fue en busca de más frutas para tener su almuerzo. Encontró cacao, mangos y tomó más pomarrosas de aquel árbol salvador. Regresó a su lugar e ingirió todo con


calma. Ya en mejor estado, buscó su ropa y vistió su desnudez. Sentía que podía viajar al pueblo más cercano y empezar su búsqueda. Él sería dueño de su futuro y no permitiría que nada ni nadie hiciera de él un juguete. Él marcaría su destino, él sería de ahora en adelante la persona que controlara su vida.

Debido a los continuos ataques chinos, los Cipotes estaban al pendiente de cualquier movimiento en la ciudad. Vivían resguardándose e Ileana sabía de antemano que sería un tanto difícil ponerle las manos encima a su jefe. Aunque para ella nada era imposible y sonrió para sus adentros. —¡Joder! Ellos están alerta. —Tengo la solución a eso Henri —comentó casual ella. —A ver, ilústranos —respondió frío. —Podemos hacerles creer que es un allanamiento —dijo ignorando su tono. —¿Estás loca? Eso nos dejaría en evidencia —le respondió rudo. —No del todo camarada —dijo fría—. Solo necesitas una camioneta y a seis de los más novatos. Después nosotros llegamos y hacemos el trabajo sucio. —Eso sería delatar al equipo —dijo considerándolo. —Puede ser, pero se les puede hacer creer que fueron los chinos, que hubo una fuga de información y que esa fue la consecuencia —dijo escueta. —Confiaré en ti —respondió.


Ahora se hallaban esperando el golpe final de aquella trampa. Muchos de sus hombres se habían adelantado para salvar a las familias que no tenían nada que ver con la mafia, aunque la mayoría poseía un hijo o sobrino implicado por el cual llorar. Con pasos apresurados sus acompañantes salieron de la camioneta y ella, tras esperar unos cuantos minutos más, salió sigilosa. El lugar estaba bajo fuego y todos corrían, no para salvarse sino para luchar. Con cada muerto encima, ella reía. Le divertía todo eso pero deseaba llegar a la casa del líder de la mafia. El plan marchaba como ella lo esperaba, todos habían bajado la guardia y estaban tratando de esconder las drogas que tenían. Pero una vez enterados del ataque de lo “Yuan-Li” y saber que las autoridades estaban presos y acorralados por los mismos, ellos prendieron fuego y escondieron en un almacén a su jefe. Como buena asesina que era, burló a los guardias y entró al lugar, le dio paso a los suyos y buscó, con la adrenalina a flor de piel, a Lionel. El moreno se hallaba dando órdenes a todos sus seguidores. Era un hombre robusto con una mirada que a muchos le podría parecer intimidante, sus ojos denotaban haber visto el mundo arder y salir ileso sin arruga alguna. Sin embargo, gracias a ella, él sería quien ardería. —Siempre he pensado que es de cobarde mandar a otros a matar a sus presas, Lobo —gritó llamando la atención del mismo. —Yo considero que es más cobarde engañar a su presa para matarla —gruñó él. —¿En serio? Pensé que ese era tu modus operandi —contestó. —Quítate la máscara, cobarde —gritó él. —El diablo siempre lleva una máscara y eso no lo hace menos diablo —se burló.


—Aquí el diablo soy yo —gritó furioso. Ella se carcajeó. —Lamento decirte que tú solo eres un sirviente y, ¿sabes qué? — preguntó. —¿De qué diablos hablas? —gruñó. —Estás despedido —y disparó a su mano haciéndole caer el arma que sostenía. Rió al escuchar el alarido que soltó el hombre y con suma rapidez llegó hasta él. —¿Quién eres? —le gritó. —La pesadilla de muchos, la mal llamada Kiss —le susurró y de inmediato él abrió sus ojos. —Es imposible —susurró asustado—. Estás muerta. —Ya ves que no —pateó su estómago y él se fue de bocas. Estando de rodillas y con el arma, golpeó su rostro partiéndole la cara. A metros de ella, muchos de los suyos presenciaban tal atrocidad. —Si vas a matarme, hazlo ahora —dijo en gruñidos Lionel. —Para nada pequeño Lobo, estoy esperando a que entre tu manada y presencien este acto final —dijo con gusto. —¿Qué quieres decir? —preguntó tartamudeando. —Ya pronto lo verás —y así fue. Poco a poco fueron llegando latinos escoltados por sus hombres. Los mismos eran atados unos con otros, manteniendo la mirada fija hacia donde se hallaba su líder. Serena y sonriente, se paseaba con el arma en la mano. Quería dar a conocer su identidad pero desestimó ese pensamiento al darse cuenta que era ridículo e inmaduro de su parte. Un rumor sobre que ella estaba viva era suficiente


para alertar a todo el que la conociera. Ella quería seguir en el anonimato pues mataría a Eileen y a Miguel a toda costa. Le pasaron una cuerda para que atara de manos y pies del hombre, echó gasolina a su alrededor y sobre él. Le dio de tomar y saboreó sus labios al saber que pronto acabaría con la vida de un poco hombre que era capaz de matar a jóvenes inocentes con sus drogas y su mafia. Se sentía la salvadora de la comunidad, del barrio que pronto se liberaría de esos asesinos. Jugó con un yesquero Zippo negro, le acercaba la llama y la alejaba de él. —Ya me aburrí —dijo. Buscó alrededor un papel y lo encendió—. No creías que te dejaría mi lindo Zippo, ¿cierto? —se burló. Sin remordimiento y decidida, lanzó el papel sobre el hombre que gritaba del dolor por las quemaduras. Se alejó del él y salió dejando una sola orden. —¡Qué arda este infierno!


Capítulo 18 —Esto no es casualidad —dijo lanzándole el periódico. —¿Me mandaste a llamar para darme un periódico —le dio una mirada mortal. —No, no seas estúpido Miguel. Te mandé a llamar porque ha caído otro grupo y temo que seremos los próximos —dijo frío su padrastro y él le observó atento. —Tengo entendido que los Yuan-Li fueron los culpables —argumentó encogiéndose de hombros. —¿Te creíste esa mierda? —le dijo enarcando una ceja. —No, pero no me meteré en asuntos que no me competen — respondió sereno. —Serás malparido —gruñó Ismael—. En algún momento esto nos alcanzará y los muertos seremos nosotros. —Estamos listos para esto y para más, ¿qué es lo que te preocupa realmente? —preguntó curioso. —Que ella no haya muerto y venga por nosotros —Miguel comprendió de quien hablaba. Aprovechó el silencio para detallarlo. Su padrastro estaba ojeroso y su piel se veía algo curtida. Era la primera vez que lo veía tan devastado y eso le alegraba internamente. Apoyó sus codos en la mesa, unió sus manos y cerró sus ojos; sus pensamientos estaban revueltos como un río y los sacudía intentando aclararlos. —Creo que ya estamos muertos —pensó en voz alta e Ismael lo miró fijo.


—¿Qué pasaría si Eileen es realmente Ileana? —le preguntó. —Lo dudo —respondió tras pensarlo un poco. —¿Por qué lo dudas? Todo es posible, no sería la primera vez que una toma la vida de la otra —le argumentó con el entrecejo junto. —Ileana nunca mandaría matar a Eliam —respondió sencillo. —¿Cómo sabes que lo mandó a matar? —preguntó acercándosele. —Porque me lo pidió y ambos sabemos que ella, por mucho que finja, si sabe dónde estoy, me asesinaría sin pensarlo dos veces — argumentó su caso. Ismael le acarició el cabello y él se tensó. Ambos permanecieron en silencio. Miguel se sentía incómodo y más al sentir las manos de su padrastro. Los ojos de Ismael parecían mirar al infinito y eso le dio a pensar que estaba considerando ciertas cosas. Se colocó de pie y decidió irse antes de que se convirtiera en algo no deseado para él. —Espera —le dijo firme. Él se detuvo a un paso de abrir la puerta. No se atrevió a voltear, solo sintió la mano de su padrastro en su cintura y sus aliento en su oreja. Se estremeció ante el contacto y se odió de inmediato. —Debo irme —dijo con seguridad fingida. —No, todavía no —le dio media vuelta y le besó. Se sentía asqueado y aunque sus ojos le picaban por la rabia, no quería dejarle saber lo mucho que le afectaba, mucho menos que lo viera llorar. Ismael rompió el beso y él permaneció con los ojos cerrados, aferrándose a lo poca cordura que tenía. —Debo irme —susurró.


—No, hace mucho que no te toco y hoy no te dejaré ir así de simple —le acarició el rostro con la nariz—. Te quiero en mi cama, hoy y ahorita —finalizó. —Debo irme —susurró con esperanza. —Después, ahora sígueme —ambos salieron y él mantenía la cabeza gacha. Odiaba a Ismael tanto como a quienes lo hicieron regresar hacia él. Hubiese querido que el pasillo fuese interminable pero se encontró con que ya había llegado a la habitación de sus pesadillas. Ismael abrió la puerta y le hizo pasar. Una vez ambos adentro, le tomó de la mano y lo guió hasta la cama. Lo sentó y le miró fijo. —No puedo hacer esto —su corazón bombeaba con fuerza. —Ya has hecho esto —le dio un casto beso—. Hoy seré yo quien te dé placer a ti y lo amarás —le sonrió. Miguel tragó amargo y asintió. No tenía caso negarse por lo que cerró sus ojos esperando su nueva cicatriz. Sentía como su padrastro le desnudaba y recordó a Ileana, las veces que le hizo pagar a ella por la culpa del hombre que tenía en frente. —Lo siento, no quería hacerte daño —lloriqueó él. —Yo solo quería saber que te sucedía —dijo ella sollozando. —Algo malo, muy malo pequeña —dijo frío secando sus lágrimas—. Te traje una rosa —se la tendió y ella la miró recelosa—. ¿Me perdonas? —Sí, pero ya no lo vuelvas a hacer —le sonrió la pequeña niña. —Tranquila Il, ya no lo haré más. Un fuerte jalón le hizo volver en sí, su cuerpo respondía a una sensación que él no había deseado y se sintió traicionado. No quería abrir


los ojos y encontrarse con los de ese monstruo por lo que dejó de pensar en lo que le hacían y dejó que su cuerpo sintiera. —Mírame —le ordenó su padrastro. Él estaba renuente pero sintió una mordida que le hizo abrirlos—. Así me gusta —vio la sonrisa burlona y su cuerpo se tensó. Recordó que lo odiaba y se intentó parar, pero fue tomado por el cuello y vuelto a tender en la cama. —¡Basta! —gritó. —¿Te sientes valiente ahora? —gruñó su padrastro. —No deseo esto, ya no más —le gritó pero solo se ganó una burla por parte de él. —Contigo haré lo que se me plazca y ahorita quiero hacerte llorar — le gruñó en el oído. Cuando Miguel iba a protestar, sintió la invasión de golpe y un fuerte alarido salió de su garganta. Sentía impotencia y quería alejarlo de su cuerpo pero eso solo hacía que ese animal le diera con mayor fuerza. Esa sería la última vez que ese vil hombre lo tomara de aquella manera. No habría una próxima vez. Lo iba a matar o moriría él en el intento. La tortura duró más que otras veces, agotado y sin poder más se quedó dormido. —¿Qué sucede? —dijo la rubia viéndolo romper su intimidad. —Ven acá —le exigió. Ella frunció leve el ceño. —No —dijo temerosa y él rió. Se le acercó con furia y la elevó por sus cabellos dorados. —Te di una orden y cuando yo las dé, tú debes cumplirlas —la empujó contra el suelo haciéndola llorar.


—Dijiste que no lo harías más —le gritó. —Él también lo dijo y no cumplió —le reclamó a ella como si fuese la verdadera culpable de su desgracia. —¡Yo no te he hecho nada! —le gritó otra vez. —Pero Ismael sí, él es tu padre y por lo tanto yo debo hacer contigo lo que él me hace a mí —respondió. Rompió su vestido y la desnudó. Ella lloraba negándose pero eso poco le importó. Ignorando su inocencia la marcó, le hizo una cicatriz imborrable. Tomó algo que ella no deseaba dar todavía y menos a él. Sonrió satisfecho cuando supo que fue el primero y por ahora, el único que disfrutaría de ella. —¡Auxilio, ayúdenme! —gritaba ella. —Auxilio —susurró él. Un grito que nadie escuchaba. Despertó sobresaltado y vio quien dormía a su lado. Con sigilo se paró de la cama y tropezó con sus cosas. Se vistió en silencio y miró alrededor. —¿Qué buscas? —le preguntaron. —Nada —dijo frío y sin voltear. —¿Creías que dejaría un arma a tu alcance? —le preguntó burlón. —Dije que no buscaba nada —respondió altanero. —Vete de aquí —calló un momento—. y ¡ay de ti si buscas traicionarme!, porque morirás antes de siquiera intentar ponerme un dedo encima. —Decidió que lo mejor era no responder y se largó lanzando la puerta de la habitación. Miguel juró ya no regresar y mataría a quien se atreviese a obligarlo a volver. Era contradictorio, quería matar a Ismael pero no quería pisar esa casa y comprendió que debía hacerlo salir y


matarlo fuera de su confort, el problema era que ese hombre vivía y moría dentro de ese recinto.

Eliam nunca pensó regresar sobre sus pasos pero allí estaba él, sentado sobre un banco en donde antiguamente era su hogar. Era estúpido volver y eso lo comprendía pero ya se había hartado de huir. La mejor manera de vencer sus miedos era enfrentándolos y eso iba a hacer. Estar desnudo, con hambre y solo en el monte le hizo recapacitar. Estaba agotado y asqueado de sí mismo. Mataría a Eileen y luego buscaría a Ileana, o viceversa. Solo quería terminar con sus pesadillas. «Tú sabes dónde está ella, ¿cierto?» Escribió un texto. «¿De quién hablas?» Le respondieron minutos después. «De Ileana, eres su más fiel seguidor JJ» «Ella está muerta» «No te creo» «Lo siento por ti pero, ¡¡¡ella está muerta!!!» «Cuida tu espalda, JJ» «¿Es una amenaza?» «Sí» «Quiero verte ejecutarla»


Eso lo encolerizó, él sabía que ella se estaba escondiendo pero fue una estupidez preguntarle a un hombre que estaba enamorado de ella. Él la hallaría por su cuenta. Aunque, ella era la maestra del disfraz y pues recién le confesó sus planes a Jean, él la encontraría a toda costa. —No importa, igual siempre vienes a mí, Ileana —pensó en voz alta. Sus pensamientos se vieron interrumpidos de pronto. —Tengo que matarte, Eliam —escuchó una voz conocida a través de su celular. —¿Qué haces que no vienes? —preguntó curioso. —Porque no deseo hacerlo —dijo simple. —¿A qué se debe tu llamada, Miguel? —dijo el nombre con asco. —Quiero hacer un trato contigo —permaneció en silencio—. Quiero matar a Ismael, pero él ya lo sabe. —¿Qué tengo que ver yo ahí? —respondió serio. Ismael era un tema algo difícil pero Miguel era quien le había hecho un daño irreparable a Ileana. No era su amigo. —Te ayudaré a matar a Eileen —frunció el ceño a pesar que no podía ser visto. —No me gusta lo que se está tejiendo aquí. Eileen quiere matarme, tú quieres matar a Ismael y yo quiero matarte a ti —dijo con sinceridad. —Es una cadena algo ¿corta? La verdad me interesas poco, tu vida me da igual y sé que merezco morir pero hagamos un trato.


—A ver, ¿qué ofreces? —no tenía nada que perder, después de todo necesitaba aliados así estos sean momentáneos. —Yo mato a Eileen y tú le das muerte a Ismael, luego si puedes, inicias la cacería en mi contra —escuchó la firmeza en su voz—. No te la pondré fácil pero prometo no intentar protegerme. —¿Cómo sé que la matarás y que esto no es una trampa? — preguntó. —Porque quiero que Ismael pague por todo lo que me ha hecho además estoy desterrado de su casa, él ya no confía en mí. —Tú puedes darle lo que él tanto desea de ti, por voluntad propia y él creerá que deseas ser uno de los suyos o por lo menos que necesitas de su protección —respondió con simpleza. —¡Joder, no! —escuchó su gruñido. —¿Qué pasa… ya te cansaste de ser su perra? —le preguntó burlón. —No tientes a tu suerte, Eliam —gruñó. —No me ladres. Todos conocen tu historia Miguel, sabemos que a cuatro patas lo controlas —rió sin ganas y escuchó las miles de maldiciones que su interlocutor le soltaba por teléfono. —No te llamé para que me humillaras, te propuse un trato. ¡Es tu turno de elegir! —gritó. —Lo pensaré —dijo sin más. —No tardes mucho —le contestó. —Luego te aviso —y le colgó.


No tenía mucho que considerar pero él odiaba llenarse las manos de sangre a costilla de otro. A quien deseaba poder asesinar, sin piedad y torturar era a Miguel. Era absurdo que este le llamara pidiendo ayuda, pues no se creía el drama del trato. No temía de Eileen y si deseaba matarlo, ella debía ir hacia él. Había aprendido a desconfiar de la mejor, y sabía que no iba a morir. Confiaba en que Ileana, lo estaba protegiendo. Entró en su habitación, cerró la puerta y quedó en bóxer. Las paredes verdes le transmitían paz, subió a su King size y tomó del velador una foto en donde salía con la rubia que lo volvía loco. La mirada risueña de la mujer le hacía evocar esos años en donde ella era toda inocencia. —¿Te gustan las rosas? —le preguntó frente a un puesto de flores. —No, las odio —ella bajó la mirada y él frunció el ceño. —¿Por qué? —le elevó la mirada y la observó, sus ojos denotaban dolor. —Él siempre me da una rosa —comprendió de quien hablaba. Apretó sus puños y respiró hondo para calmarse. Se alejaron en silencio de allí, fueron hasta el pie de un árbol y él se sentó, luego la colocó entre sus piernas. Permanecieron en silencio, quería sacarle los recuerdos dolorosos pero se vio inútil. —Ileana —susurró. —Sí —respondió ella. —¿Odias a todas las flores? —le preguntó como cosa de Dios. —Solo las rosas —respondió ella. —Ya vengo entonces —se colocó de pie apartándola primero para evitar dañarla. Ella era la más delicada flor y la amaba por eso. Regresó


hasta el puesto de flores y observó cada una, pero ninguna se asemejaba a Ileana. Estaba un tanto frustrado y se devanaba los sesos pensando en cuál debía ser el símbolo de su amor. Iba a abandonar el lugar cuando la vendedora le llamó: —¿Qué buscas exactamente? —preguntó directa. —Quiero algo que diga: eres hermosa sin importar de donde hayas venido y eres fuerte aunque estés sola. —¡Wow! —exclamó la misma. Él se sonrojó un poco, se sintió un tanto intimidado al dejarle conocer ese sentimiento a una desconocida. —¿Entonces? —siguió para evitar la mirada de la mujer. —¡Oh, sí disculpa! Ven —fueron hacia la parte de atrás del puesto y observó la flor más bella del mundo. —¿Qué es? —preguntó con verdadera curiosidad. —Es una Orquídea —le sonrió. —Es bellísima —el tono lila le había hipnotizado. —Es el regalo perfecto —él asintió y compró el detalle. Con paso apresurado llegó hasta donde estaba el amor de su vida y la vio allí tan indefensa, con sus ojos cerrados y recostada en el grueso tronco. No quería molestarla pero debía darle el detalle. —Eli —dijo ella confusa tras abrir sus ojos. —Sí, toma —le entregó la maceta con la flor. Sus ojos se abrieron de sorpresas y los mismos brillaron de emoción al ver tal belleza—. Esta flor te representa: única, bella; es una sobreviviente y siempre florece sin importar las adversidades —ella le miró sonriente al finalizar lo expuesto.


—Es hermosa Eli, gracias —dijo y le abrazó con el cuidado de no dañar su preciada flor. Al caer la tarde, acordó en dejar la flor en casa de él y así ir a diario a visitarla. Ambos sabían que era una excusa para verse y él permitió que eso pasara. Cuando llegaron a su casa, le pidió a su hermana que les tomara una foto que luego enmarcó para nunca olvidar el majestuoso día. Salió del recuerdo maravilloso y siguió observando la foto de ambos. Cuando decidió irse de casa e ir hacia ese apartamento, lo primero que quiso tomar fue el regalo pero su hermana se lo negó. Le dijo que la flor moriría porque él no la cuidaría como ella lo hacía, pero no le hizo caso y se la llevó, cuando tuvo que huir de allí, lo único que llevó fue esa flor y la dejó con su hermana. Esa orquídea simbolizaba la pureza de Ileana, su inocencia y él quería conservar ese pequeño recuerdo toda su vida. Siempre que podía, iba y veía aquella belleza, sonreía al recordar que la mujer que amaba había sido como esa flor una vez y que era su deber regresarla, recordarle esa inocencia.

Sin pudor alguno y encerrada en una habitación se hallaban Ileana desnuda y a su lado Jean que recién había satisfecho su apetito sexual. Sumida en sus pensamientos, jugaba con su cabello y suspiraba cada cierto tiempo. Había sido un día interesante. —Eliam me escribió —ella le miró fijo. —¿Qué quería? —preguntó sin delatar nada. —Saber de ti —susurró. —Estoy muerta hasta donde sé —gruñó ella.


—Eso le dije pero… —No lo creyó —interrumpió ella—, era de esperarse —sonrió. —Tal vez debamos ir por él —comentó. —No —dijo seca. —¿Por qué no? —frunció el ceño. Sus ojos tenían un matiz de duda que ella notó. —No deseo delatar mi posición, ellos pueden creer que estoy viva pero si me expongo, ellos lo confirmarán y eso no es bueno, no por ahora —sentenció. —Eso lo entiendo pero Eileen lo quiere muerto, ¿dejarás que eso ocurra? —No y dudo que Miguel lo mate —respondió. —¿Cómo sabes que se lo pidió a él? —preguntó. —¿A quién más si no? —enarcó una ceja—. Ella no lo mataría, buscaría a quien lo hiciera por ella y él no lo hará. —¿Cómo lo sabes? —preguntó. —Porque conozco a mi familia —finalizó la conversación subiéndose sobre él y robándole un beso, se posicionó sobre su sexo y entró en él sintiéndose majestuosa.


Capítulo 19 —Tenemos un problema —entró interrumpiendo Xavier la intensa conversación de Henri con Ileana. —Otro que viene a quejarse —gruñó ella. —¿Qué sucede? —Henri le frunció el ceño y ella se encogió de hombros. —Los Yuan-Li se pusieron en contacto con los Kustroz —ella rodó los ojos. —Con que allí es que estabas —interrumpió ella. —¡Basta Ileana! —gritó enfurecido Henri—. ¿Ves lo que ocasionas? —Xavier la miró con el ceño fruncido. —¿Me perdí de algo? —preguntó serio Xavier. —Ileana hizo estallar el almacén de los Cipotes con ellos adentro — soltó golpeando la mesa Henri. —Ten cuidado, por poco y te daños la mano con que disparas —le dijo ella burlona. —¿No puedes tomarte esta mierda en serio? —gruñó molesto Henri. —Te recomiendo que te calmes y te vayas —se levantó apretando su puño Ileana. —Quien debería irse de aquí eres tú —contraatacó Henri. Ella entrecerró sus ojos y lanzó un golpe directo a la nariz de él. El jadeo de Xavier no se hizo esperar e Ileana con la misma rapidez que la caracterizaba le apuntó con su arma a Henri.


—¿Qué demonios ocurre contigo? —dijo Ileana con la voz más fría de lo normal. —Estás dañando todo —dijo Henri agarrándose la nariz. —De no ser por mí todavía tendrías a los Haky-Ry jodiendo la ciudad, tendrías a los Cipotes metiendo su droga en los colegios y sí, la cagué con los Yuan-Li, pero tú tienes al maldito líder bajo tu amparo — tomó asiento sin apartar nunca la mirada ni bajar su arma. —Sí, lo tengo, pero no puedo matarlo ni meterlo preso porque ¡las evidencias desaparecieron misteriosamente! —gritó con ironía. —¡Eres un incompetente de mierda! —vociferó ella—. Eso era de esperarse. ¿Qué creías, que ellos esperarían a que fueses por la evidencia que condenaría a su líder? —él permaneció en silencio—. Tenías que actuar de inmediato, tenías que inmiscuirte en sus cosas, terminar de desarmar ese maldito barrio chino. —¡No puedo actuar porque quiero, yo tengo un jefe! —gritó alterado. —¡Por la maldita política es que este país está hecho mierda! —gritó ella de vuelta—. Toma un arma y mata al malo, toma un arma y asesina al jefe de los Yuan-Li; una carga menos que librarnos, una escoria menos para el país. —La vida no es así Ileana —sonó agotado—, no se puede ir por el mundo asesinando gente… —No me vengas con ese cuento —le interrumpió—. No se puede ir por el mundo asesinando gente ¡INOCENTE! —gritó lo último—, y no digas que esa basura lo era —le gruñó. —No estoy diciendo eso —la miró fija y ella le sostuvo la mirada.


—Creo que los dos tienen un poco de razón —intervino Xavier. Ella lo observó y bajó el arma—. Fue muy estúpido de tu parte no tomar cartas en el asunto cuando ella —la señaló—, atacó al barrio chino. Entiendo la posición al hacerles creer que habían sido los Cipotes, pero fue una pérdida de tiempo esperar a que ellos atacasen y no juntar evidencia para encerrar a su jefe. Sin los Cipotes, no hay razón para mantenerlo en custodia y eso amigo —señaló a Henri—, fue un error de novatos —Ileana le sonrió a Xavier cuando terminó de hablar. Lo vio de otra manera, su carácter y su forma de ser le gustó. —¿Dónde la refutas a ella? —chasqueó Henri. —Allí voy, ten paciencia —le sonrió—. Me gusta la determinación con que tomas cada caso o enfrentamiento —ella miró a Henri y le vio volcar los ojos—, sin embargo creo que esa pasión nos está trayendo problemas. Los Kustroz confirman que estás viva y ese es una situación grave para nosotros —finalizó tranquilo. Ella meditó un momento las palabras y él tenía razón aunque no pensaba concedérselas. —Xavier —respiró hondo—, ¿cómo se encuentra mi querido padre? —él sonrió de lado por el brusco cambio de conversación y ella enarcó una ceja esperando su respuesta. —Intenso —respondió sencillo. —Sé que falta acabar con los Yuan-Li y D’Lu pero ahorita, quiero arremeter contra los Kustroz —dijo con absoluta seriedad. —Eso no puede ser posible —dijo Henri y ella sonrió irónica. —Ilústrame y dime, ¿por qué no? —preguntó sarcástica. —¿No es obvio? —preguntó irónico.


—No para mí —intervino Xavier. Ambos le miraron fijo. —Una vez los Kustroz muertos, ella no participará más en las operaciones —dijo Henri tomando asiento. —¿No es lo que quieres? —preguntó con el ceño fruncido Xavier. —Sí, bueno no —ella enarcó una ceja y sonrió burlona. —Decídete —dijo ella. Le vio respirar hondo. —Los Kustroz son los últimos en morir —finalizó. —Xavier —le llamó ella—, mañana hay doble operación. En el equipo «A» estarás tú, y yo en el «B». En el «C» Jean, y Joel en el «D». Jean me apoyará a mí y Joel a ti. Yo voy por los D’Lu y tú por los Yuan-Li, sé silencioso y Xavier —él asintió—, acaba con todos. —Así será —le respondió Xavier y abandonó el despacho que ella resguardaba con recelo. No había mucho que ver allí, una mesa larga negra, cuatro sillas y un librero del mismo color. Las paredes eran blancas, el lugar carecía de alfombra y el suelo era de madera pulida. Se colocó de pie y paseó su mano por el borde de la mesa, accionó un botón que hundió a la misma en medio y salió una Ak 107. —Toma —dijo tendiéndosela a Henri. —¿Qué hago con eso? —preguntó sin tomarlo. —Matarás a Tzao-Li, líder de los Yuan-Li, desde donde lo tengas— dijo seria—. Esto —señaló el arma—, hará responsable a Ismael, es decir, a los Kustroz. —No puedo matarlo —soltó desesperado.


—Henri —suspiró ella—, no es una opción —le vio sudar y mojar su vestimenta que consistía en un simple jean negro y una camisa blanca cuello V; aquella informalidad le hizo ruido al inicio pero ahora entendía ciertas cosas. —No puedo ir a matarlo, Ileana —suspiró. —Entonces lo haré yo —él palideció y empezó a balbucear incoherencias, eso le dio a pensar que él estaba ocultando mucho más de lo que decía—. ¿Qué me ocultas? —preguntó directa. —Na-a-nada —dijo tartamudeando. —Yo creo que sí lo haces —le contestó viéndolo fijo y él bajó la mirada—. ¿Qué hiciste? —preguntó seria. —No hice nada —ella se colocó en pie y lo acorraló. —Henri no juegues con mi poca paciencia —dijo fría. —Ya no soy jefe de operaciones —soltó de golpe y ella se tensó. —¿Quién es el nuevo jefe? —preguntó viendo hacia la nada. —No lo sé —dijo con evidente frustración. —¿Qué será de mí? —dio media vuelta. —Hacer caso —ella chasqueó la lengua y rió sarcástica. —Te devolveré tu trabajo y mataré a los Luigis, confía en mí —volteó y le miró a los ojos—. Pero tú —le señaló—, debes tomar esa arma — apuntó hacia la mesa donde la había dejado momentos antes—, y matar a Tzao-Li. —No sé en dónde está —finalizó rendido.


—Yo sí y tranquilo, nadie sabrá que fuiste tú —se acercó, besó sus labios castamente y lo dejó para que meditara. —El beso mortal —susurró para sí mismo. Henri cerró sus ojos y suspiró de cansancio, de él dependía una operación que no quería llevar a cargo. Estaba harto y asteado, quería irse con su familia pero no podía traicionar al equipo. Salió con paso decidido hacia su habitación con el arma en la mano, la dejó sobre su cama y entró al cuarto de baño, tomó una ducha fría para calmar el fuego que le calaba el alma, ignorando el espacio que había a su alrededor. Sin pensarlo salió y vistió de negro. Dio vuelta sobre el lugar, observando lo desolado de la habitación. La cama estaba hecha como si nunca hubiese dormido allí y todas las paredes eran de un gris intenso. Sonrió al notar que esa habitación era propia de Ileana, era solo tonos grises, hasta la alfombra. Sus nervios estaban a flor de piel, estaría en una operación en solitario donde el enemigo esta vez sería él, pues iría en contra de los que alguna vez llamó amigos. Cerró con fuerzas sus ojos y golpeó el volante de su camioneta, en el retrovisor creyó ver la sonrisa burlona de Ileana y se sintió miserable. Vagó por la ciudad, no quería ir hacia la dirección proporcionada por Ileana pero al ver que era absurdo andar así, se dirigió hacia su muerte. Pues para él eso significaba traicionar, morir para volverse enemigo. Bajó con sigilo de su camioneta y entró a un edificio que se veía en total abandono pero no le sorprendió que solo fuese una fachada. Por dentro parecía una base de operaciones y comprendió que tomaría el lugar de otro. Aunque le pareció extraño que Ileana no hubiese dado muerte a Tzao-Li conociendo su exacta ubicación y teniendo el panorama perfecto. Frunció el ceño y comprendió tarde que todo era una trampa. Cuando


quiso volverse sintiĂł la punta frĂ­a de un arma sobre su cabeza y cerrĂł sus ojos esperando la muerte.


Capítulo 20 —¡Vaya, vaya!, pero vean a quien tenemos aquí —dijo una voz fría. Henri abrió sus ojos y suspiró. Frente a él estaba una rubia con un enterizo color perla y encaje al borde de sus senos. Esta lo miraba con una típica sonrisa burlona que le hizo tragar en variadas ocasiones. Repiqueteaba la madera del mugriento suelo con la planta de su pie izquierdo, era como si marcara el tiempo de su ejecución. —¿Eileen? —susurró por lo bajo dubitativo. —En efecto —le confirmó. Henri se sentía traicionado, ¿cómo pudo ella haberle hecho esto? Cabía señalar que ella le había advertido sobre bajarle a su altanería pero no imaginó que lo mandaría a la boca del lobo. Cerró y abrió sus ojos, él esperaba la bala sobre su cabeza pero la puerta se abrió y un confundido Frank pasó frunciendo el ceño. —Mi señora, ya todo está sobre la marcha —dijo con voz gruesa. Ella nunca apartó la mirada de él y su sonrisa creció. —¡Querido! —llamó. Él la observó confundido—. Él es el asesino de mi querida hermanita, nos vino a visitar —terminó aplaudiendo. Sintió su corazón. —¿Lo matará? —preguntó Frank. —No lo sé. Él asesinó a mi hermana y eso me alegra pero —calló—, él la mató y precisamente por eso no me cae muy bien —finalizó. —¿Lo torturará? —preguntó otra vez Frank. Henri solo escuchaba atento. Él creía en Dios pero le pareció absurdo pedir por su bien cuando él había ido a matar a alguien.


—No soy Ileana, lo mío es asesinar y ya —comentó fría. —Hágalo entonces, no podemos perder tanto tiempo —dijo él con prisa. —Calma —dejó salir el aire—. Matar es toda una ciencia —empezó a explicar ella—, no es solo tomar el arma y dispararle a alguien, es oler el miedo que brota de esa persona y llenarse de ello, es disfrutar la sensación de saber que una vida depende de ti. Matar es dejar ir el alma de otro y tomar posesión de lo que era suyo en este mundo. Si al matar no obtienes eso, entonces no has dado una muerte con significado alguno —finalizó. —Hazlo —dijo decidido. Su piel estaba pálida y su garganta dolía por lo seca que estaba. Había tragado lo suficiente y el negro tras sus ojos le daba pesadilla. —Hace tanto que quería tenerte en mis manos, yo he querido saber: ¿cómo se sintió el matar a Ileana? —preguntó directa y él palideció aún más. Tras meditarlo un poco y sudar en consecuencia dijo: —Fue la mejor cosa que pude hacer y lo haría cuantas veces fueran necesario para acabar con un monstruo como lo fue ella —dijo Henri seguro. No había peor muerte que la de un cobarde y él no era uno. —Toma entonces —ella le tendió la pistola y él frunció el ceño. El arma le parecía pesada y tenerla a ella de frente, era una tortura por sí sola. —Mi señora es una locura confiarle a él un arma —dijo preocupado Frank. —Él no se atreverá a matarme —ella sonrió de lado.


—No debería confiarse con eso —murmuró su sirviente. —¿Me matarás? —le preguntó directo a él—. ¿No hablas o te comió la lengua el gato? —preguntó burlona. Arrebató de sus manos el arma y lo abofeteó con rudeza. Él cayó al suelo y el semblante de ella varió. —¡Mátelo!

—gritó

Frank—.

Es

un

bueno

para

nada

—dijo

señalándolo. —Eso haré —ella volteó y apretó el gatillo, los ojos café se apagaron con lentitud—. Él vale más que tú.

Miles de pensamientos le rondaban y el tener una pared negra frente a sus ojos, no ayudaba. Él se odiaba por ser quien destruía sus propios sueños y los lugares que en algún momento marcaron su vida. ¿Odiarse? Eliam hacía más que odiarse, él odiaba respirar, él odiaba depender del mundo, él odiaba amarla y era contradictorio; pues quien odia no era capaz de amar. —Lo opuesto al amor no es el odio —pensó en voz alta. Aprendió eso de niño. Esa verdad aún era suya, una que estaba en sus huesos. Sus divagaciones perdían valor cuando se enfrentaba a realidades absurdas y veía que su mundo gris seguía siéndolo. Mientras el fuese un cobarde, no avanzaría. —Soy cobarde —se dijo. Quería recuperar la confianza en sí mismo y para eso sentía que su deber era matar a Eileen y recuperar a Ileana. La quería de vuelta. «Necesito saber si lo matarás» decía el mensaje de Miguel. «Lo ando considerando» respondió.


«¡¡¡Mierda!!! Hazlo y ya». «Si te mato, me ahorraría tanta guerra y te librarías de él». «Quiero vengarme, quiero verlo sufrir». «Entonces espera» y apagó el celular. Quería soledad y cerró sus ojos. Se vistió y salió apresurado de su casa. La vestimenta negra ocultaba cualquier arma que tuviese encima, lucharía por recuperar todo lo que hace tiempo se le fue arrebatado. —Prepárate Eileen, hoy morirás.


Capítulo 21 —Entiendo tu confusión —comentó ella. —Y-yo no sé qué decir —tartamudeó. —Quería matarlo desde hace tiempo. Tal vez no así, me hubiese gustado torturarlo un poco. Es una lástima que no sucediera —suspiró—. Lo bueno es que llegué a tiempo; hay que matar a Tzao-Li —aseguró ella pero notó que él seguía estático mirando el inerte cuerpo de Frank—. Olvídalo y concéntrate en el trabajo Henri —lo regañó. —¿Ileana? —frunció el ceño. —Obvio —recriminó. Le parecía absurda esa pregunta—. No soy estúpida para enviarte con mi hermana, Henri. —¿No crees que ella sospechará al no verlo regresar? —dijo señalando el cuerpo de Frank. —No del todo, ella mandó a vigilar a Tzao-Li con él. Confió estúpidamente en un inútil que siempre busca salvarse a sí mismo. Él venía a matarte, te salvé la vida —finalizó con una sonrisa de satisfacción. —Supongo que debo agradecerte —respondió irónico y ella enarcó una ceja. —Terminemos con esto —se acercó al arma y apuntó—. Hazlo ir hacia la sala —él asintió. Ella miraba fijo hacia un lugar oscuro donde se veía un mueble de caoba y una mesa llena de papelería. Había un cuadro de la “Última cena” de Da Vinci, un televisor pantalla plana y un mini bar que estaba vacío. Suspiró de aburrimiento, escuchó a lo lejos como el teléfono local del lugar repicaba. Ella sabía que el nuevo jefe de la operación estaba implicado con los Yuan-Li y los quería a ambos allí. Solo


le bastó una hora conocer la vida de aquel hombre y el resultado le pareció horroroso. ¿Cómo quitaban a un hombre como Henri para colocar a un corrupto? Pero así era la sociedad, se basaba en apariencias y manejabilidad. La experiencia quedaba de lado cuando se trataba de la seguridad del país. Mientras menos eficiente era quien estaba a cargo, era más fácil manipular a las masas. Ella tenía paciencia y esa vez no sería la excepción. —¿Qué hace él ahí? —preguntó Henri. Ella le miró y vio la confusión en su rostro. Ella sonrió. —Querido amigo, he ahí a nuestro enemigo —dijo regresando la vista hacia la habitación del frente donde un hombre alto y robusto estaba hablando con uno rechoncho y bajo. Frente a ellos estaba el nuevo líder del equipo de operaciones con Tzao-Li en una relación que se notaba muy amigable. —No puedo creerlo —susurró él. Ella decidió ignorarlo y apuntó a Tzao-Li, disparó el arma segura y dio en el blanco. Ya había un hombre menos a quien matar. Sacó su celular y escribió un texto a Xavier. Tomó a Henri del brazo y lo alejó de allí, tenían que huir para evitar que fuesen tras ellos. Antes de irse, ella se agachó al suelo y quitó una tabla suelta, sacando de allí una peluca blanca y varias máscaras del mismo color. Le tendió una a Henri y una vez ambos listos, salieron huyendo.

Por su parte, Xavier estaba en espera. Su pelotón lo veía atento y no sabían que tanto esperaba para atacar. Su fachada era de un hombre sereno y su vestimenta negra le daba un aire pesado. De vez en cuando


veía su teléfono y no se despegaba de él. El barrio estaba revuelto pero para él todo estaba silencioso. «Está muerto» Leyó el mensaje de texto. Esa era su señal y sin esperar dio la orden. Un montón de hombres vestidos de negros y enmascarados salieron como hormigas a invadir el barrio chino. La intrusión desesperó a sus enemigos quienes lanzaban disparos al azar, buscando herir alguno de los infiltrados. El pelotón D que estaba a cargo de Joel, tuvieron que sacar a los inocentes y alejarlos del fuego. Explosiones y gritos estaban por doquier. Pequeños recuerdos llegaron a su mente y su corazón saltó. —No quiero errores, los quiero de regreso a todos —dijo fría Ileana. —En una guerra puede haber muertos en todos lados —le aseguró. —No en la mía —finalizó ella. Él le iba a demostrar que sí podía ocurrir pero, ¿dejaría morir a los suyos con tal de enseñarle a ella que sí podría ocurrir? Sacudió su cabeza intentando alejar esos pensamientos. Era un equipo muy grande y él una sola persona para cuidarlos a todos. —¿Qué pasa si alguien muere? —preguntó directo. —Nadie debe morir —dijo firme. —Pero hipotéticamente hablando —insistió.


—Xavi, Xavi —guardó silencio mientras la observaba—, no quiero caídos de nuestra parte. Si, hipotéticamente, muere uno de los míos; literalmente, estás muerto tú —finalizó saliendo de la habitación. Eso le consternó, sabía que ella odiaba los errores. Un muerto del pelotón significaba más papeleos y declaraciones que ninguno estaba dispuesto hacer. Teniendo en cuenta que Henri ya no estaba al mando, todo sería un suplicio. Comprendió que era más fácil morir allí, a tener que darle la cara a ella. Suspiró a profundidad y sintió el sudor recorrerle el cuerpo. Tomó su arma y entró en la boca del lobo. Era su hora de actuar y acabar con los hombres que tenían a la ciudad de cabeza. El resto del país no es que estuviese libre de crímenes pero si la capital no se daba a respetar, ¿cómo podrían controlar al resto? Además, algo que le molestaba en exceso era la manera en que estos hombres pirateaban, secuestraban, vendían drogas o dañaban la vida de otros. Él no era un santo, su pasado estaba lleno de basura pero al menos intentaba hacer el bien por una vez en su vida. Tenía claro que eso no le regresaría a su familia pero al menos, si moría, tenía la satisfacción que fue haciendo algún bien. Abrió fuego contra el enemigo y cuidaba la espalda del amigo, así eran esas batallas. Quedaban pocos adversarios y eso estaba bien, le hacía feliz pero esos hombres eran escurridizos y sabía que no podía celebrar antes de tiempo. Corrió por una callejuela de cemento, vio pasar a un malherido contrincante y con chulería fue tras él. Quería verlo morir de cerca, ver sus ojos cerrarse para sí. Lo tomó del cuello y lo lanzó al piso lastimando ya las heridas del mismo. El chino profirió un grito de dolor y lanzó una patada haciéndolo caer. Xavier dio un limpio tiro en su estómago y se agachó a su lado.


—¿Un último deseo? —preguntó. —Tu muerte —y sintió un puñal atravesarle el cuerpo y un ardor intenso. Tenía conocimiento de las armas venenosas de los Yuan-Li y al parecer era cierta la efectividad que daban. Como pudo, se arrastró fuera del callejón dejando atrás la sonrisa irónica de un muerto. Pensó que su muerte sería a manos de Ileana y terminó siendo a manos de un error por culpa de su vanagloria.

Ileana no perdió tiempo, a kilómetros del asesinato de Tzao-Li, subió a una camioneta negra y sobre su enterizo se colocó su vestimenta de combate y obligó a Henri a lo mismo. Su nuevo chofer la llevaba directo a L’Italia, un sitio muy lugareño donde convivía un hombre muy apuesto que tenía la costumbre de traficar mujeres. Ella lo odiaba y había salvado a cientos de mujeres que habían caído en esas manos. Luz era una de ellas, una mujer por la cual sentía admiración. —¿Eres un ángel? —preguntó una llorosa mujer. —¿Me veo como uno? —preguntó sonriente. —Sí —le susurró y ella negó con la cabeza. —Solo soy una mujer trastocada que vino a salvarte —sonrió irónica. —Te deberé mi vida por siempre… —Ven —le tendió la mano interrumpiéndola—. Te llevaré a un lugar a salvo. Así lo hizo, sacó a Luz de las garras de sus antiguos dueños y la llevó a una casa para mujeres maltratadas que ella poseía. Al entrar se encontró


con una sala de niñas asustadas, pero que al verla le sonrieron. Todas miraban a su nueva adquisición y con la frente en alto la guió hacia su nueva habitación. Antes de irse, le dio una breve instrucción sobre cómo sería su nueva vida. Ileana salió dejando a Luz y fue en busca de su mayor tesoro. Allí en una cuna bajo mantas blancas se hallaba su pequeño ángel. El tiempo se detenía cuando la tenía en sus manos y disfrutaba de sus bellos rizos dorados. La criatura le sonreía y halaba el cabello. Saliendo de su estupor escuchó unos toques tímidos en su puerta. —Adelante —dijo serena. —Aquí estoy —susurró Luz. Ella le sonrió. —Acércate —ella lo hizo—. Te quiero presentar a Ellen, mi hija, por quien moriría sin pensarlo ni una vez —dijo melancólica. —Es preciosa. —Lo es —confirmó. Desde ese día Luz e Ileana cuidaron juntas a la pequeña Ellen y cuando Ileana no podía hacerse cargo, era Luz quien tomaba la tutela de la niña. Dos años después le otorgó la tutoría de su pequeña. Ahora que estaba allí, le daría fin a una mafia que jugaba con las mujeres y despedazaría a Luigi, no estaría feliz hasta arrancarle la piel a ese hombre.


Capítulo 22 Entró sin hacer silencio, como si fuese la dueña del lugar, le importó poco el escándalo, ella iba a matar a Luigi, no a disfrutar del lugar. Ileana estaba de júbilo y debía celebrarlo con las armas, mató a cuantos italianos le pasaron por delante e hizo correr a muchos otros. El lugar era un laberinto y ella era la mejor en eso, conocía todo sobre todo y eso la hacía superior a ellos. Subió los escalones decidida a todo y entró por un túnel que estaba al fondo detrás de un espejo. A oscura y silenciosa, iba con lentitud para apresar a Luigi. Dobló a la izquierda y visualizó una resplandeciente luz que se asomaba por debajo de una portezuela. Sonrió y sin esperar más entró encontrándose a su nuevo jefe con Luigi. —¡Agárrenlo! —gritó Luigi. —¡Mierda! Debes matarlo —gruñó su jefe. —Ancora no. Desire primero conoscere quien sta bajo la maschera — dijo con acento marcado. —Pero después debes matarlo —insistió el pelinegro. —¿Quali is tu angustia? Morirá —dijo firme. Se acercó decidido y le quitó la máscara. Luigi palideció y su rostro mostró el asombro al ver la sonrisa burlona de Ileana. —¡Oh Dios! —exclamó quien pronto sería su muerto jefe. —Ileana —susurró Luigi. —Efectivamente —dijo saboreando sus labios—. ¿Eres tú mi nuevo jefecito? —el pelinegro asintió—. ¿Cómo te llaman?


—Ricky —respondió Luigi. Ileana notó el toque de molestia en su voz y de inmediato sonrió. —Hey Ricky, ¿sabías que hoy morirás? —dijo satírica. —No estás en posición de amenaza, Ileana —dijo Ricky apuntando su arma. —Entonces, dispara —susurró eso último. Ambos hombres se vieron entre sí y al notar la sonrisa de la misma, se apuntaron entre ellos. Ella rió con humor y ellos fruncieron el ceño. Los valientes hombres quienes la tenían agarrada, temblaban del miedo y eso era normal. Ileana sabía cuan importante era y entendía el terror de ambos. Todo su ser era sangre y muerte, cosa que le alegraba en magnitudes considerables. —Fue una estupidez de tu parte venir aquí, Ricky. Muy estúpido considerando que hoy le di muerte a Tzao-Li —dijo serena. —¿Fuiste

tú?

—preguntó

incrédulo—.

Pensé

que

al

matarlo

planificarían esto y no que vendrías directo para acá —dijo apresurado. —¡Ups! Lamento que el memorándum de cambio de planes no te haya llegado —dijo con fingido pesar. El ambiente se tornó tenso cuando ella finalizó el comentario y cansada de estar prisionera, pisó a quien la tenía cautiva a su derecha y que por error la soltó. Ella sin esperar otra reacción disparó a quien tenía a su izquierda y después al otro quien la observó suplicante. De inmediato, sostuvo un arma en cada mano y apuntó hacia Luigi y su jefe. —Somos dos contra una, dudo puedas acabar con ambos —dijo Ricky. Luigi aún permanecía en silencio y eso a ella le alegró porque sabía que un hombre como él siempre tiraría a su conveniencia.


—Luigi, querido —dijo con voz melosa—, si lo matas, te prometo que tu muerte será más rápida. —¿Qué? —gritó Ricky viendo al italiano—. ¿En serio creerás eso? — él lo veía fijamente y ella sonrió al ver la escena—. Ella es una maldita asesina, ella te hará sufrir. ¡Joder! Yo puedo sacarte de esta mierda, ella te hundirá —vociferó incrédulo. —Lei è fedele —respondió Luigi y disparó acabando con la vida de Ricky. —No quiero matarte Luigi —le hizo pucheros a este—, pero es mi deber. —El dovore sempre debe estar por sobre tutto —respondió. —Lo prometido es deuda —finalizó. Con un tiro en el centro de la cabeza, acabó así con el italiano. Ella no era estúpida, por lo que salió corriendo de allí y atravesó el mar de muertos sobre sus pies. Ileana amaba saber todo sobre todo y sabía que con la muerte de Luigi no terminaba la dinastía italiana. Por lo que bajó con pasos apresurados hacia el sótano y encontró a Jean con su verdadera presa. A diferencia de muchas otras mafias, la italiana era muy inteligente y ellos tenían a más de uno al mando. Para ellos, Luigi, era la cara al mundo pero, ¿cuál Luigi? Ese era el problema, todos quienes llegaban al mando asumían ese nombre. Excepto el verdadero Luigi, quien a simple vista era un simple novato que no quebraba un plato. Era una cosita pelirroja y pecosa que a simple vista no parecía ni italiano. —Querido mío —se detuvo al verlo—. Te ves horroroso —dijo burlona.


—¡Amore mío! Te ves ardiente —respondió él. —Siempre —aceptó ella. —¿Será horrible mi condena? —habló pausado. Al parecer le habían golpeado por demás. —Sí, ¿ya te confesaste? —preguntó irónica Ileana. —No soy muy creyente —respondió él. —Ya lo creo —dijo fría. —He ahí a la mujer que hará que el mundo arda y todos apoyarán — dijo simple. —He ahí a una basura de hombre que ha vendido más mujeres de las que ustedes podrían contar —respondió con rabia. —Pero que tú sí —él sonrió—. De hecho —se calló—, salvaste a unas cuantas, ¿cierto? —ella enarcó una ceja—. Por cierto, ¿cómo está la preciosura de Luz? Tenerla a ella en mi cama fue la cosa más exquisita del mundo —finalizó burlón. Ileana no respondió. —Dame —le pidió a Jean. Él le tendió una daga y sin decir nada malicioso, cortó un pedazo de la mejilla de Luigi, quien al sentirse herido, soltó un fuerte alarido que fue ignorado por Ileana; pues cortó, con igual pasión, su otra mejilla. Sin piedad alguna, cortó ambas manos y rajó su estómago. Siguió cortando la carne y llenándose de sangre. Sus hombres estaban asustados y aunque la intentaron parar, ella seguía sorda a los gritos y ciega a la realidad del ya muerto italiano. —¡BASTA! —la zarandeó Jean alejándola de Luigi. —Mataron a Ricky —dijo fría.


—¿Quién es Ricky? —preguntó Jean consternado. —Era nuestro nuevo jefe —respondió simple—. Temo señores que andamos sin jefes, no nos debemos más que a nosotros mismos —sonrió— . Esto nos cayó como anillo al dedo. Somos libres de hacer con los rusos todo lo que deseemos —rió enloquecida. —Prepárate padre —pensó.


Capítulo 23 —Tenemos a Henry aún con nosotros —comentó uno de los enmascarados. —JJ es hora de irnos de aquí —ignoró el comentario—. El resto — dijo dándose vuelta y sonriendo—, quiero que cacen a cada italiano que se escapó y los maten. Si es necesario, quemen este lugar —un silencio opresor se hizo presente, cosa que a ella le importó poco —. JJ —le llamó y salió sabiendo que él le seguía. —¿A dónde iremos? —preguntó él una vez que subió a la camioneta. Decidió solo llevárselo a él. No quería más intrusos y mucho menos quería revelar sus planes a un montón de plebeyos. —A casa querido… regresamos a mi castillo —sonrió. Mantuvo el silencio entre los dos aunque el júbilo que había en su corazón era enorme. Pronto tendría en sus manos a quienes tanto ansiaba y recuperaría a quienes debía recuperar. Se había prometido dejarlo libre pero su corazón lo llevaba hacia él, hacia ella y quería tenerlo todo. —Señora —la interrumpió Jean. —Dime —respondió serena. —¿En cuántos días ejecutaremos esta misión? —preguntó. —¡Oh! Ya lo verás —sonrió. No dijo más, quería ser prudente. La casa de cristal seguía intacta, era como si nadie se hubiese ido nunca; la paz se sentía a kilómetros al igual que la seguridad. Al llegar, ambos se dirigieron a sus habitaciones, necesitaban un baño y sacar de su mente y cuerpo todas las basuras acumuladas. Ileana quería relajarse y adorar su cuerpo como ella creía que debía ser.


Una vez se hubo bañado, salió de su habitación desnuda y vagó por los rincones de su hogar. Se sentía observada pero sabía que era Jean quien la adoraba en silencio como la diosa que era. —Señora —le susurraron. —Jean necesito… —calló por unos instantes, ¿qué necesitaba? Ni ella conocía esa respuesta y de cierta forma eso le comía la mente. —¿Qué necesita? —preguntó vacilante al ver que ella no siguió. —Ser amada y adorada —dijo finalmente. —Ya lo eres por mí, señora —comentó. —Lo sé Jean —se volteó a verlo. Sintió como él la detallaba en plenitud y se sintió satisfecha con ella misma, pero sentía que esa emoción era fugaz y que, así como llegaba, se iba. —¿Qué haremos ahora? —vio el titubeo en la voz de él. —Ir por Eliam primero, —ella vio la mueca que él hizo y se acercó, le acarició el rostro y le dijo—. No estés celoso —le agarró de la mano. Quería callar las voces dentro de su cabeza y se lo llevó. Entraron en la habitación de él, cuya paredes azul ignoró, lo desnudó por completó, lo lanzó a la cama y entró en él, con paciencia y calma.

—Pequeña, ¿estás aquí? —se preguntó Luz. Estaba preocupada por la niña, hacía días que la sentía un poco triste. —Sí —escuchó un gemido de tristeza. —¿Qué haces aquí a oscuras? —preguntó al verla sentada en una rincón. La habitación estaba cubierta de polvo y sábanas blancas. La


alfombra necesitaba barrerse y las paredes ser despojadas de las telas de arañas. —Nada —susurró Ellen encogiéndose de hombros. Luz se agachó y limpió su mejilla. —¿Por qué lloras? —se sentó a su lado. —¿Cuándo vendrá mamá? —sollozó. Verla así le partió el corazón a Luz y se sintió la peor de todas. Pero ¿cómo haría regresar a Ileana? No mandaba sobre ella. —No lo sé —le susurró. —¡Nunca sabes nada! —gritó la pequeña Ellen—. Ella no me quiere —se lanzó en los brazos de Luz a llorar. —¡Shhh! Ella te ama —la consoló. —Es mentira, tú me amas. Ella no, ella nunca está conmigo —siguió reclamando. —Su trabajo la aleja de ti, pero ella te ama y mucho Ellen —dijo acariciándole la espalda. —Odio su trabajo, odio que esté lejos de mí —siguió llorando. Luz la abrazó con fuerza intentando alejar el dolor pero sabía que eso era imposible. Ileana debía regresar, su hija la necesitaba y verla de esa manera le rompía el corazón. Ella amaba a Ellen como si fuese su propia sangre y hasta más, el lazo que la unía se sentía más fuerte. «Debes regresar pronto» —le escribió a Ileana. «¿Pasó algo?». «Ellen te extraña, ha estado llorando».


«No puedo ir todavía». —¡Maldición! —susurró en gritos. «¡¡¡Es tu hija!!! Ileana» «Lo sé pero no puedo ir ahorita. No puedo exponerla, Luz» —gruñó al ver la respuesta y apartó el celular de su vista. Cargó a Ellen y la sacó del mugriento cuarto. ¿Cuánto más duraría esa guerra estúpida que tenía Ileana con el mundo, con el hombre, con su padre? Eso le entristecía y empequeñecía su corazón. Quería ayudarla pero recordó lo que ella una vez le dijo. —Luz, ¿estás aquí? —escuchó que la llamaban. —Sí, ¿sucede algo? —preguntó curiosa. —Debes cuidar a Ellen, por mí —vio la seguridad en sus ojos. —¿Ocurrió algo que debería saber? —preguntó. —Debo alejarme de ustedes. No quiero que nada les suceda y para eso nadie debe saber dónde están —dijo con rapidez. —Déjame ayudarte —suplicó. Quería poder unir a Ellen más a su madre. —Luz —permaneció en silencio esperando a que continuara—, si muero —la vio tragar—, júrame que cuidarás de Ellen como si fuese tuya — finalizó con seriedad. —¿Qué estás diciendo? —se sobresaltó. —Júrame eso Luz. Necesito saber que mi hija estará bien sin importar lo que a mí me ocurra —la seguridad en la voz le hizo temer.


—Está bien, juro hacerlo —vio como soltó la respiración. Se veía madura, seria y poderosa. —Debo irme —Luz asintió—. Cuida de ella, por favor, es mi más grande tesoro. —También es el mío. Recordar las súplicas le rompía el corazón pero sabía que Ileana solo deseaba proteger a su pequeña hija. —Regresa pronto.


Capítulo 24 «Lo sé pero no puedo ir ahorita. No puedo exponerla, Luz». Ileana releía el mensaje enviado a Luz, se sentía mal por no acudir de inmediato a los brazos de su hija. —Pronto —pensó. —Mi señora el carro ya está lista para partir —le interrumpió Jean. —Jean —dijo en voz baja—, necesito que hagas otra cosa por mí. —Siempre a su orden —dijo sumiso. —Una vez que me dejes con Eliam —él permaneció atento—, irás donde Luz y las llevarás hacia el lugar que investigaste. Te quedarás con ellas —él quiso replicar pero ella siguió hablando—. Si al mes no sabes nada de mí, váyanse del país a la casa Azul y haz felices a las dos. Sé el padre de una y el esposo de la otra. ¿Puedo contar contigo, Jean? — preguntó seria. —Sí —respondió seco y con sus puños contraídos. —Es hora de irnos —finalizó la conversación. Ambos subieron a una camioneta plateada con decisión. Ella tomaba estas cosas con delicadeza, salvaría al mundo solo si su pequeña estaba a salvo. Sentía el sudor recorrerle su cuerpo, llevaba un vestido negro ceñido y unas botas de tacón de aguja de igual color. Su melena rubia estaba suelta y unos lentes negros cubrían sus hermosos ojos. Percibía sobre ella la mirada de Jean y sabía que él la juzgaba por confiar en Eliam como su salvador pero él le debía mucho y era momento que pagara todas sus deudas.


De todas las veces que fue impetuosa, sabía que esta vez necesitaba ser cautelosa y no poner sobre las mesas todos sus secretos. Necesitaba a Jean lejos de ella, lo requería cuidando lo que más amaba, ella sabía que él cuidaría de su preciado tesoro aunque eso le costase la vida, pues ella lo mataría de él fallarle. —Jean —dijo fría. —Sí —respondió él sin quitar la vista del frente. —No juego cuando digo que te quiero lejos. Ay de ti si vas en mi auxilio y las dejas desprotegidas —fue tajante. —Ya sé lo que me espera y no la defraudaré. —Temo que pierdas la cabeza —dijo. —La perderé… pero le seré fiel. No soy como Frank o Marcos —dijo refiriéndose a sus antiguos compañeros—, no pondré en peligro la vida de quienes se me han dado a proteger. —Confiaré en ti solo cuando vea el resultado —dio por finalizada la conversación. Aunque la charla fue tensa, ambos permanecían en su mundo y el ambiente no se sentía incómodo o esa era la percepción de Ileana. La verdad era que le importaba poco si quien estuviese a su lado estaba de malas o de buenas con ella. Total, era su vida, podía hacer lo que le viniera en gana y hacer que todos quienes estuviesen bajo su mando, cumplieran sus antojos. —Hemos llegado —dijo frío Jean. Ella sonrió, la actitud de él le parecía cómica y un tanto tonta. Sabía que él no quería dejarla sola, temía por ella y eso le parecía asqueroso, cursi y hasta rayaba de lo ridículo.


—Querido mío —él la miró a los ojos—, ser frío conmigo no quitará el peso del trabajo que tienes. —Lo sé —respondió de igual manera. Ella asintió y bajó de la camioneta. Cerró de un portazo y elevó la mirada hacia el edificio. Suspiró y caminó con pasos decididos. Iba sola, Jean había partido a su misión. Entró al vestíbulo y se encontró con Joel, quien estaba detrás de un mostrador negro. La alfombra del lugar era rústica y de color rojo, en cada esquina había un par de macetas con lirios lilas y blancos. Al final estaba el ascensor y a mano izquierda había una escalera un tanto desolada. Dispuesta a ir lo más rápido posible, decidió subir por el ascensor. Frente a ella se hallaba un espejo y se miró con determinación, sacudió su melena rubia y alisó su costosa vestimenta. Su fría mirada la observaba con ira y una sonrisa sarcástica adornaba sus labios. Cuando llegó al piso correcto, salió con pasos delicados y dio tres suaves golpes a la pesada puerta. Allí estaba él, en todo su esplendor viendo inseguro a la mujer que tenía en frente. —Ileana —dijo tragando. —Eliam Font Feixas —suspiró. Sin permiso entró y se sentó en un mueble blanco que lucía pulcro y limpio. Observó con detalle la habitación y se encontró con unas orquídeas que les parecían muy conocidas, aunque pensó que no serían las mismas, eso sería absurdo. —¿Qué haces aquí? —preguntó frío. —Me sorprendes que ahora sí me reconozcas —dijo ella. —¿Cómo no podría? Gracias a ti mi hermana está muerta — respondió con rabia. —¿Qué pasaría si no fui yo quien la mató? —preguntó tranquila.


—No mientas, ¡joder! —gritó lo último. Ella solo sonrió. —No soy de mentir. Soy más de asesinar, seducir, manipular y esconder cosas; pero no de mentir —dijo orgullosa de sí misma. —Entonces, ¿quién mató a mi hermana? —preguntó. —Tú, hasta donde sé, fuiste tú —ella vio la conmoción de Eliam. —¡Maldita manipuladora! —gritó. —Este reencuentro no está saliendo como lo planifiqué. Pensé que querías verme pero me equivoqué —dijo segura. —Quería verte es… —él calló. —¿Es qué? —le alentó a que continuara. —Es difícil tenerte en frente, no sé si matarte o besarte. Me desconciertas, me abrumas pero me haces amarte —gruñó y ella sonrió. —Es hora de conocer verdades Eli, yo no maté a tu hermana —él iba a hablar pero ella elevó su mano parando toda réplica—, tampoco te manipulé para que la asesinaras. Yo desconocía que Eileen estaba ya curada, desconocía su odio por ti, por el mundo y por mí. Creí que ella me era fiel a mí como yo a ella, confié en mi hermana, nunca pensé que me haría daño —calló un momento—. Debí irme, Eliam —suspiró—. Estaba embarazada y creí que lo mejor era alejarme de este mundo. Pero apareció ella, una mujer igual a mí que abrasaba al mundo sin pensar en las consecuencias. Una mal llamada Milenka, una asesina que no le importaba matar a diestra y siniestra. »Yo estaba aturdida, conmocionada y estupefacta; no creí que alguien con quien compartía tantos genes me hiciera esas cosas. Ella secuestró a Beba, ella hizo que esos hombres le quitaran su inocencia, ella


hizo temblar tu mundo y te colocó en esa posición. Sabía que ella no aguantaría más vejaciones y sabía que ella te pediría su muerte. Pero esa no fui yo. —¿Por qué no me lo dijiste antes? —le preguntó en susurros. —¿Me crees? —arrugó su rostro confundida. —Sí, Eileen es capaz de eso y más —sentenció Eliam cubriendo su rostro. —Porque a los ojos del mundo ella estaba mal, postrada en una cama y la única capaz de matar así, era yo —dijo caminando. Se sentía enjaulada. —¿De quién estabas embarazada? —preguntó directo. —No vine hablar de eso —dijo evitando mirarle a la cara. —Si quieres que confíe en ti, necesitas darme respuestas, Ileana — sonó duro y ella elevó una ceja. —No te debo explicaciones a ti, ni a nadie. Confórmate con saber que a Beba no la mataste por mi culpa y que debemos unirnos para acabar con todos ellos —dijo fría. —No es tan fácil —escuchó el gruñido de parte de él. —Nada es fácil en este puto mundo pero, ¿qué se le va a hacer? — batió su cabello con la mano derecha—. Haré que este infierno arda antes que ellos siquiera salgan a la batalla. —Quiero ver eso —dijo irónico—. No tienes tantos aliados como ellos —dijo él.


—¡Oh cariño! Tengo a los necesarios y tú eres mi principal peón en esta tabla —respondió sonriéndole. —¿Qué te hace pensar que te ayudaré? —soltó altanero. —Porque no tienes de otra, pequeño —calmó a la bestia dentro de ella—. Esta vez estarás a mi lado, frente a la batalla. Es hora que demuestres de qué estás hecho, querido Eli; porque de huir de allí, te mataré sin pensarlo dos veces.


Capítulo 25 Para Eliam no era fácil ver a Ileana, le parecía un sueño mal jugado. Su reacción le pareció tonta considerando que él tenía pensado buscarla y comprendió que algo debía de haber cambiado. Él sabía que la única manera de ser ella hallada, era que la misma Ileana lo desease. La mitad de su vida la había pasado huyendo del huracán y ahora era el ojo del mismo. ¿Cuándo ocurrió eso? Se sentía ambivalente, contraído y un tanto irritado. —Siempre has tenido ese problema, Ileana —soltó algo agotado. Fue hasta la cocina, cruzó el mesón americano de granito y abrió la nevera donde cogió una cerveza cuya lata era gris, sin esperar respuesta bebió hasta la última gota. —Ilústrame, por favor —escuchó su burla y eso le hizo apretar la lata ya vacía. —Siempre quieres disponer de la vida de los demás —gruñó. —Solo tomo la vida de quien me pertenece y dispongo de quien me debe —le respondió fría. —¡Yo no te pertenezco! —gritó lanzando la lata. —Estás vivo gracias a mí —respondió calmada—. Me perteneces Eliam —siguió hablando—, no eres nadie, no vales nada sin mí —susurró con burla. —¿Por qué haces esto Ileana? —Ella enarcó una ceja—. Tomar las cosas ajenas y no valorarlas. —Eileen quiere asesinarte, Miguel quiere matar a mi padre, ¿y a ti te preocupa esto? —ironizó ella—. Pensé que eras más consciente de lo que


sucedía a tu alrededor —aquello le irritaba, reconocer que ella supiera tanto y así se viese tan compuesta, mientras que la cabeza de él, era un lío. —¡¿Qué sugieres?! —gritó halándose de su cabello. —Quedarás calvo si repites mucho eso —él enarcó una ceja y respiró profundo. —Responde —dijo con calma fingida. —Los quiero a todos en el mismo lugar, deseo una reunión familiar —le respondió cerrando los ojos. —¿Te volviste loca? Me estás matando lentamente, Ileana. ¡Ya estoy harto! —gritó. No lo vio venir, pero ahora se hallaba tirado en el piso con el labio partido. Quería evitar mirarla. Él había borrado toda pisca de humor del rostro de Ileana. Era como si el mismísimo demonio la hubiese poseído. Sintió el trago amargo recorrer su garganta y el tiritar de sus vellos. —Escúchame con atención —se inclinó hacia él—, nunca vuelvas a decir o insinuar que estoy loca y mucho menos te atrevas a gritarme —lo agarró del pecho—, maldita escoria —y recibió una bofetada. Ileana lo tomó por el cuello y apretó con fuerzas mientras le suplicaba con la mirada que lo soltara. Tras liberarlo, le dio una patada en su estómago y se alejó de él. Eliam gritó adolorido y unas cuantas lágrimas salieron sin permiso. La vio recomponerse y sentarse en el mueblo otra vez. Se arrastró gimiendo hasta subirse y sentarse junto a ella. —¿Qué haremos? —preguntó sumiso. Para él, eso era importante, necesitaba arreglar al mundo o todo colisionaría. —Primero debemos aclarar ciertos puntos —le respondió.


—¿Cuáles? —tartamudeó. —Ya sabes que no fui yo quien mandó a violar a tu hermana —un escalofrío le recorrió entero—, y menos te obligué a matarla. Eso es un paso para que no quieras matarme —se calló. —Entiendo eso. ¿Por qué mataste a Doble R? —preguntó. —No creí que él tuviese mucho valor para ti. Lo maté no porque “cuidara” de ti o porque era un impedimento ese día. Necesitaba sacarlo del camino porque él trabajaba para mi padre. Te necesitaba en la cueva haciendo lo que te indiqué y si Doble R hubiese estado vivo, no hubieses obtenido las pruebas que necesitábamos para acabar con todas las mafias —respondió casual. —Recuerdo eso, casi muero ese día —dijo. —Siempre estamos a punto de morir —dijo ella. —¿Qué será de nosotros cuando muramos? —preguntó él y sintió la mirada de ella. —Revivir este infierno —le dijo. —¿Crees en Dios? —susurró la pregunta. Temía que al hablar de Él en voz alta le pudiera pasar algo. —Creo en Dios. Pero opino igual que el pobre novelista Thomas Deloney «Dios envía la carne y el diablo al cocinero» —filosofó Ileana. —Supongo que somos enviados del diablo —argumentó él. —Prefiero ser un guerrero caído. Prefiero ceñirme bajo mis mismos planes —finalizó. Él permaneció callado reflexionando, pues no vio nada de gran valor en la conversación. Al final, como siempre, no supo si ella era


enviada del demonio o un ángel cobrando venganza. De igual manera, a los ojos de él, ella haría arder al mundo y se quemaría para que renacieran solo los buenos. Se había encontrado con un ser maquiavélico y errante. Quien usaba a su antojo a los hombres y ahí la entendió. Comprendió lo que ella quería decir sobre ceñirse bajo sus propios planes pero… —¿Quién es Milenka? —preguntó tenso y con el ceño fruncido. —Había extrañado esa pregunta, creí que la obviarías —le respondió. Él permaneció en silencio y esperó a que ella continuara, no cometería el mismo estúpido error de alterarse y recibir otra paliza de su parte—. A veces era ella, a veces era yo. La original era la hermana de mi padre. Ella murió a manos de él, claro que ella me enseñó muchas cosas primero — notó nostalgia en su voz. —¿Mafia Rusa? —preguntó. —Efectivamente. Él necesitaba quedarse con todo y ella era un estorbo —le respondió. —Ser de esa familia debe ser horrible —dijo para sí pero sabía que ella había escuchado. —Lo es. —Eso solo le terminó de confirmar. La vida de Ileana estaba rodeada de secretos. Él quería saber más y quería preguntarle sobre su hijo, ¿quién era el padre de esa criatura y dónde estaba? Pero dedujo que ella no le diría, el tema al parecer le era sensible y no pensaba alterarla. —Quiero darte algo —dijo él. Ella le sonrió. —A ver, ¿qué tienes para mí? —le extendió la mano.


—Ya vengo —gimió al colocarse en pie y caminó con pesadez hacia su habitación. Creyó que era absurdo esconder el guardapelo que tomó de la caja. El objeto era de oro y parecía un escudo. Con lentitud, regresó a la sala. —¿Dónde está? —le preguntó ella al verlo sentarse. —Es esto —se lo tendió. Quería poder descifrar la neutral mirada que ella le daba. —¿Dónde obtuviste esto? —preguntó seria. —Estaba con los documentos que robé —se encogió de hombros. —¿Sabes lo que esto significa? —frunció el ceño y negó con la cabeza—. Que mi padre está más hundido en su mierda. —Esa ya lo sabíamos —respondió apretando más su ceño. —No, no es solo eso. Verás, este guardapelo era de mi madre y se supone que debió desaparecer con ella —respondió. —No entiendo. ¿No mataste tú, a tu madre? —preguntó. —Sí, pero esto —señaló el relicario—, desapareció el día del accidente donde casi morimos. —¿Crees que él ocasionó el accidente? —preguntó. —Creo que él estaba enterado y decidió ignorar todo, permitió que ella nos hiciera daño —argumentó. —¿Qué ganaba con eso? —preguntó curioso. —Control. —¿Sobre qué?


—Nuestra herencia —no debió de sorprenderse pero pasó. Cada vez que desenterraban algo, otra cosa aparecía. Era un mar de secretos y de océanos por explorar. —Tu familia es una mierda —soltó de improviso y la escuchó reír. Hacía tiempo que no la escuchaba hacerlo y amó que ella no se reprimiera frente a él. Se veía tan fresca y tan radiante. Había luchado tanto por alejar esos sentimientos pero era inútil, él estaba tomado por ella y haría todo lo que fuese necesario para salvarla, hasta de sí misma. La vio cerrar sus ojos y quiso acariciarla, tocar su cabello y besar esos labios que se veían tentadores. Recordó cuando eran niños, ella le confesó que se sentía sola. Le dijo que tenía una hermana pero debido al accidente que habían tenido, había quedado paralítica y que había preferido estudiar desde casa. A él le parecía una cosita dulce jamás vista por el ojo humano y era solo para él. Sentía que solo a él, ella le dejaba ver tras sus ojos pero ahora, en la actualidad, donde el caos reinaba, ya no estaba tan seguro de ser su salvador. Se veía más como el causante de su muerte y dolor. —Tienes que llamar a Miguel. Debes hacer que él vaya y que se reúna ahí con Eileen —lo sacó de sus pensamientos. —¿Cómo harás que tu padre asista a esa reunión? —preguntó con curiosidad. —De él me encargo yo —comentó segura—. ¿Ya confías en mí? —Puede que sí —confirmó. Vio como ella agarró su celular y marcó un número. —Joe —escuchó que decía—. Sube con la carpeta marrón y tu computadora —finalizó la llamada.


—¿Hora de planificar? —preguntó burlón. —Me conoces bien —sonrió.


Capítulo 26 —¿Cómo hallaste esta casa? —le preguntó Eileen a Miguel. La misma estaba en buen estado, aunque al parecer estaba abandonada. La ventaja que tenía el lugar era lo cerca que estaba de todo pero también lo lejos que estaba del contacto humano. Ideal para secuestros o para escapar de una sociedad bien jodida. —Pensé que la reconocerías —frunció el ceño. —¿Por qué habría de reconocerla? —soltó ella de golpe. —Pues aquí era donde Ileana tenía a un grupo de chicas y hasta donde sé, tú eras parte de ese combo —dijo pensativo. Quería acabar con toda hipocresía y añoraba que Eliam llegase. No quería mentirse a sí mismo, le extrañó la llamada de Eliam y se asombró, aún más, cuando reconoció la dirección que le indicó. Notó que esa fue la última dirección que supo de ella con seguridad. Venir a este lugar y solo observar de lejos le hizo ganar un injusto castigo de parte de su padrastro. Quería hallar a Ileana y ganarse el mirarla a la cara, porque sabía que nunca obtendría el perdón. El pintoresco lugar le parecía de ensueño y le costaba creer que la propia Ileana hubiese aceptado algo así. Los pisos eran de madera color caoba y las paredes estaban pintadas de amarillo con blanco. Eso le daba un tono fresco y esperanzador, se veía como un hogar. Uno que tuvieron que abandonar por su culpa, por conocer la dirección. —Nunca estuve en esta casa —le afirmó rompiendo el pensamiento de él—. En la que estuve, Ileana la mandó a desaparecer.


—Entendido —finalizó frunciendo el ceño. Un silencio abrumante llenó la habitación. Ella se pasaba del mueble a la ventana como si estuviese esperando algo y él solo la observaba mientras regulaba su respiración. Estaba ansioso y no quería que ella se diera cuenta. Sus ojos gritaban peligro y su sangre se helaba cada vez más. —¿Me matarás? —la pregunta le golpeó y no pudo evitar hacer una mueca que al parecer no pasó desapercibida por ella; pues le apuntó de inmediato con su arma. —Al que quiero matar es a tu padre —dijo con fingida calma. Esperaba que ella solo tomara lo frío de sus palabras y quisiera ayudarlo. —¿Por qué? —le preguntó enarcando una ceja pero sin bajar el arma. —Por todo lo que me ha hecho —soltó con asco. Eso si no tuvo que fingirlo, odiaba con todas sus fuerzas a Ismael. —Yo quiero asesinar a Eliam y tú a mi amado padre —le dijo sonriendo. —Sí —dijo frío. —Hagamos un trato —le dijo. —Ya hice uno. Eliam debe de estar por llegar, te mataremos y luego iremos tras Ismael —reveló él. —Traiciónalo —le propuso—. Deja que llegue, ayúdame a torturarlo y te juro por todo en lo que creo y dejé de creer que te ayudaré con mi desgraciado padre, lo pondré a tu merced y harás con él todo lo que tengas en mente. Sin mí, él nunca saldrá de su escondite. —Él sabía que ella tenía razón. Le importaba poco la venganza de Eliam contra Eileen, él solo


tenía un objetivo en esta guerra. Matar a su padrastro y regresarle las cosas que él le había hecho. —No puedo confiar en ti —le respondió. —No tienes otras opciones, querido. Porque nunca dejaré que me mates —dijo fría. —No pierdo nada con intentarlo —sonrió. Ella no era Ileana, ella era un blanco más fácil de matar y eso le alegraba. Miguel no era de revelar sus planes, si algo había aprendido era decir poco y hacer mucho, pero ahora le daba igual, el mundo estaba mejor sin personas como ella. Ya el planeta estaba lo suficientemente corrompido como para que personas como ella dejaran descendencia. —Tú me deseas, lo veo en tu cara —comenzó ella. —No, a la que deseo es a Ileana —soltó sin pensar. Vio la ira en la mirada de ella y eso le importó muy poco. No valía la pena mentir. —¿Por qué ella? —le gritó—. Somos iguales, verla a ella, es verme a mí —gruñó. —No, ella es más hermosa, cálida, excitante y sobre todo menos perra que tú —dijo sentándose en un sillón individual. —Pero nunca será tuya —soltó ella. Él se abalanzó sobre Eileen y la tomó por el cuello. Apretó con furia la garganta de la rubia y la mirada sarcástica de la misma no se perdía. La odiaba, odiaba el parecido que tenía con Ismael y eso le enfureció más. Ella era un calco de su padre, ella era igual que un gusano comiéndose la putrefacción de la carne. Ella era la semilla del mal.


Golpeó con su puño el estómago y la sentía retorcerse bajo él. Lo tenía sin cuidado, quería matarla con sus manos, acabar con ella. Golpeó la cabeza de Eileen contra el piso, hasta hacerla sangrar. Pero la soltó, tenía que esperar a Eliam, él la quería viva para atraer a Ismael. Ella tenía razón, él no podía matarla aún pero eso no significaba que no podía jugar con ella. La dejó tirada en el suelo y se dispuso a buscar las herramientas que le habían dicho. Las encontró en el armario de la entrada y sacó unas cadenas. Al llegar al salón vio a Eileen gateando intentando huir de él. La tomó de sus cabellos y la arrastró hasta el mueble. Tomó el arma y le apuntó a una pierna. Disparó y ella gritó del dolor, eso le importó poco. —Quédate quieta, no quiero hacerte más daño —le gruñó de cerca. Ella le escupió y él la abofeteó. Agarró una silla individual y la sentó sobre ella. Empezó a atarla con cuidado y cuando terminó se posicionó en su frente. —Eres una gallina —le gruñó ella—. ¿Por qué no me desatas y batallas conmigo? —gritó. —No me interesas tú —dijo frío y se sentó en el sillón. —¡Suéltame, maldito seas! —le gritó—. ¡Auxilio, ayuda, me quieren matar! —siguió gritando ella. —Cállate, nadie te va a escuchar aquí —le respondió. —No importa —y siguió gritando. —¡Cállate! —Le pegó con el arma—. Me tienes obstinado, ¿quieres que te mate? ¿Eso es lo que buscas? Puede que te conceda el deseo entonces, hermanita —dijo apuntándole con el arma. —Mátame Miguel, porque te juro que si salgo viva de aquí te buscaré hasta debajo del mar para torturarte —le dijo colérica. Él solo rió de su


amenaza, eran de esas risas histéricas que atacan cuando menos alguien se lo espera. —Eso me provoca tu amenaza, perra —le escupió la cara. Esta no era su batalla, ni la de ella pero así quería tener a Ismael. —¡Maldito! —le gritó—. ¿Quieres saber por qué papá no nos volvió a tocar? ¿Por qué lo hacía contigo? ¿Por qué tú y no nosotras? —preguntó alocada. —¡Cállate! —le dio un puñetazo. Ella rió. —Lo hizo porque tu puta madre te vendió. A ella le asqueaba papá, solo quería la seguridad que él le brindaba, el dinero y mi padre aceptó solo si tú eras su amante. Cosa que logró —dijo cínica—, pues te volviste su puta. —La ira en él crecía, apretó sus manos y la mandíbula le dolía de tanto contenerse. Si ella no se callaba, dispararía el arma y acabaría con uno de sus demonios. Disparó el arma hacia su otra pierna y ella gritó del dolor. Pero eso no fue suficiente, quería más. La necesitaba muerta, ya no era el solo querer, era el añorar algo, la deseaba tres metros bajo tierra. Levantó el arma a su frente y vio la sonrisa maquiavélica de Eileen. Él sabía que ella le había llevado hacia ese límite pero no le importaba. —¡Basta! —tensó su cuerpo al reconocer su voz. Con fingida calma dio media vuelta y observó esos ojos que con dureza le regañaba. —Ismael —escupió con odio. —Hola papi, ¿me viniste a rescatar?


Capítulo 27 —¿Qué te hace pensar que haría una cosa tan estúpida como esa? —le sonrió. Eileen se tensó. Se suponía que él debía salvarla, no hundirla. —Eres mi padre —susurró. —¿Cuándo realmente lo he sido, Eileen? —notó la burla en la voz de él y bajó la cabeza. —Te odio —gruñó. No podía creer que confiara en la persona equivocada. —Tu odio es estúpido, como tú. No puedo creer que cayeras tan rápido en manos de alguien como él —señaló a Miguel. Quien para su propio bien decidió permanecer en silencio. Él no podía creer que allí se encontraba su propia pesadilla. —Papi… —susurró ella. —Nada, y tú —señaló a Miguel—, termina de asesinarla. —No eres mi dueño —dijo frío. —¿En serio? —le gruñó ella—. Me querías matar, ¿ahora él te lo ordena y te niegas? ¡¿Qué jodida cosa te pasa?! —le gritó ella. Él la miró y no la entendía, ¿acaso siempre aceptaría las decisiones de Ismael? —¡Qué estúpida! —pensó—. No te mataré porque él lo diga —soltó—, te mataré porque eres una maldita perra —le apuntó a la cabeza. —¡Vaya, vaya! El pequeño tiene agallas —se burló Ismael. —Tú sigues después de ella —le miró con odio.


—No vine para mi ejecución, vine para la de ambos —dijo Ismael encogiéndose de hombros. Aquella acción aumentó el odio en Miguel. —No moriré, querido padre —soltó con veneno. —¡Oh, querido! Morirás y no por mí, ya lo verás —le sonrió—. Ahora acaba con ella, por favor —se sentó. Eileen no comprendía la frialdad de su padre, ella era su sangre, su heredera y allí estaba él sentado esperando a que la mataran. —Eres bien hijo de puta —le gruñó Miguel. —Lo sé, tú igual lo eres pero no estamos hablando de nuestras progenitoras. El tema aquí es que debes matarla —le ordenó con voz dura. —¡¿Quién coño eres?! ¡No tienes alma, estás vacío! —el grito retumbó en aquella habitación haciendo que Eileen se sobresaltara. —Soy un puto demonio y no, no tengo alma. Ahora… —guardó silencio—, mátala o el muerto serás tú —la frialdad caló fuerte en los huesos de Miguel. Era absurdo que hace menos de 20 minutos quería matarla, ahora frente a este hombre, quería salvarla. ¿Acaso ese era el plan de él, confundirlo? Negó con la cabeza y se paseó de un lado a otro sin poder creer lo que estaba sucediendo. —¿Cómo supiste que estábamos aquí? —le preguntó a su padre. —Ella me llamó —señaló a Eileen. La misma mantenía la cabeza abajo y su piel se tornaba cada vez más pálida. Su sangre seguía bajando y el dolor en ella era cada vez peor, pero su dolor exterior no se comparaba con el interior. No significaba nada para su padre, no era nadie para Miguel y Eliam la odiaba. Comprendió que había traicionado a la única persona que realmente la amaba. Ahora lo pagaría con su vida. Estaba


dispuesta a morir allí pero su dolor al parecer se prolongaría, pues ninguno de sus ejecutores quería terminar con ella. —Por favor, mátame —suplicó. —¿Quieres morir? —le susurró Miguel. —Sí, hazlo y acaba de una vez con mi dolor —respondió ida. Ya no tenía nada por qué luchar. —No deberías… —ella le interrumpió. —¿Es tan malditamente difícil hacer qué hagas lo que se te pide? — le gritó—. Te estoy diciendo que me mates, que acabes con mi miserable vida. ¿Qué mierda te importa si yo lo deseo o no? —¡No puedes decirme qué hacer, Eileen! —le gritó. —No, esto no puede ser posible. ¿Te estás escuchando? ¡Maldito seas! Te pido que me asesines, cosa que ya tenías pensado hacer, ¿y ahora ya no lo deseas hacer? —soltó un suspiro de lo frustrada que se sentía—. ¿Qué debo decir para que me asesines, Miguel? —preguntó con ímpetu. No tenía muchas fuerzas pero necesitaba acelerar el proceso. Tenía un mal presentimiento y no quería estar viva para descubrir de qué o quien se trataba. —Ella te está suplicando su muerte y tú no puedes matarla, ¡qué idiota! ¿Y así querías matarme a mí? —le preguntó Ismael con crueldad a Miguel. Ella lo miró fijo y notó algo fuera de lugar. Aunque su cuerpo demostraba soltura, su mirada sostenía la tensión en la que se encontraba. No entendía nada, se sentía en un laberinto. —¡Espera! —detuvo a Miguel. —¿Qué sucede ahora? —gruñó su padre.


—¿Por qué quieres que él me mate? —le preguntó. —Porque no vales la pena —dijo frío. —No te creo —le respondió. —Me vale mierda en lo que creas, eres un chicle en el zapato —le gruñó. —Miguel, él quiere que tú cometas este asesinato para despertar la furia de otra persona —le indicó a su hermano. —Deja de mentir y tú, ¿en serio le creerás eso a ella? —preguntó su padre mirando a su hermano. Ambos se sostenían la mirada y ella notó la furia en los ojos de Ismael. —Sí, ¿por qué no habría de creerlo? —preguntó Miguel enarcando una ceja. —Solo está ganando tiempo, si sale libre, ella te matará —le respondió. —¿Te importa eso? —preguntó sacudiendo su cabeza—. Hasta donde sé, querías matarme —le dijo él. Se sentía una observadora mediocre. Pero algo que había aprendido de su hermana era que debía saber cuáles cartas jugar y cuáles debía ser desechadas para más adelante, tenía que hacer que ambos se mataran entre sí para salir victoriosa de ese lugar. Entonces empezó a recordar las pocas veces donde su hermana le daba lecciones de vida. —Lección número uno: Miente… nunca permitas que te conozcan lo suficiente como para que se adelanten a ti —escuchó la voz de Ileana. —¿Qué gano con eso? —respondió—. Ando postrada en esta silla — mintió.


—Poder —la sonrisa de su gemela la turbó—. Lección número dos: Manipula… siempre usa tu inteligencia para jugar y tenerlos a todo en tu poder —siguió escuchando los consejos. —Ileana estoy casi ciega, ¿cuándo crees que usaría estas lecciones? —preguntó—. Estoy completamente

jodida —manipuló.

Lágrimas

de

cocodrilo surcaron su rostro e Ileana de inmediato la abrazó. —Tranquila hermanita, yo siempre te protegeré —escucho el susurro de su hermana. Nunca pensó que esas lecciones marcarían por siempre su vida, ella ya las sabía y desde niña esa había sido su arma. Cuando su hermana se había acercado a ella a explicarle sobre supervivencia, nunca imaginó que le diría esas cosas. Una vez que Ileana se marchó, ella se colocó de pie y fue hasta un tablero de ajedrez. El mismo tenía más piezas negras que blancas, él rey y la reina no tenían cabezas. —Tú misma acabarás con tu propio mundo, hermanita —un peón se comió a un caballo y ella suspiró.

En un motel se hallaban un hombre y una mujer discutiendo. Hacía más de una hora que no se colocaban de acuerdo. —¿Qué haremos, qué? —gritó Eliam paseándose de un lado a otro—. No puedes hablar en serio —observaba como Ileana se vestía de negro y guardaba varias armas. —Ya hablamos de esto, Eliam. Miguel dijo que te esperaría y no quiero darle esa satisfacción. Quiero ver que tanto es capaz Ismael de empujar a Miguel —dijo escueta.


—¡¿Estás de broma, cierto?! —gruñó. —Para nada, ¿o acaso quieres ver de lo que realmente soy capaz? — le preguntó sonriente. —Ileana deberías irte, largarte de este mundo e intentar ser feliz — rogó. —No, quiero verlos morir. No quiero más errores de novatos en esta venganza —soltó fría. —Eso no te ayudará —dijo. —Sí lo hará. Ya es hora de partir, ya sabes en qué momento actuar y, ¿Eliam? —le llamó. —Sí —dijo de mala gana. —Cuando sea hora de partir, no me esperes y sálvate —se le acercó y besó sus labios. Él se sintió en el paraíso con el beso, aunque le pareció una despedida y su corazón lloró. La dejó partir de la inhóspita habitación. Las mugrientas paredes y el feo catre que tenía por cama, dejaban poco que desear. El lugar le importaba poco, él estaría de paso y lo importante de estar allí era esperar la señal de Ileana.

Eileen seguía abstraída e ignoraba lo que sucedía a su alrededor. Quería su muerte pero había más allí de lo que su padre decía y estaba intrigada. Aunque una gran parte de su ser estaba asustado. No sabía si quería esperar y vivir o avisar que la asesinaran y morir. Se sentía ambivalente.


—¡Cállate Ismael! —el grito de Miguel la sacó de sus recuerdos y se mordió el labio. ¿Qué había sucedido? Ambos hombres se miraban con rabia e Ismael tenía el labio partido. —Me cansé de todo esto —se sacudió el saco negro. El traje le hacía verse poderoso y de terror—, la mataré yo —y apuntó el arma a Eileen. Ella cerró los ojos esperando el impacto, el silencio llenó el lugar y un jadeo le hizo abrir sus ojos un tanto insegura y no era para menos al notar la tensión de ambos hombres. Recorrió con su mirada y ahí estaba ella, con una sonrisa helada y esos ojos que hipnotizarían a quien sea. —¡Vaya, una reunión familiar y no me habían invitado! —les sonrió a los tres—. Eso es muy descortés de sus partes. —¿Q-qué es-tás hacien-do aquí? —tartamudeó Miguel. Vio como ella respiraba. —¿No estabas muerta? —susurró ella. —Ya ves que no, querida hermanita. Al parecer el dicho es cierto: hierba mala nunca muere —Eileen tragó y vio como Ileana se lamía el labio inferior. La sonrisa sarcástica de su hermana y su mirada venenosa le hizo temblar. Tenía miedo, estaba aterrada. Si Miguel e Ismael eran unos demonios, Ileana era su Reina y ella siempre protegería a su Rey.


Capítulo 28 —¿Por qué no te quedaste muerta? —susurró Eileen. —Porque, ¿no quise? —preguntó irónica. Tener a su familia y no matarlos a todos era un suplicio que estaba dispuesta a aguantar. Ella necesitaba torturarlos y verlos retorcerse del dolor. —Estás viva —afirmó Miguel y ella le sonrió. —Sí, efectivamente lo estoy —replicó. —Has venido antes de lo acordado —reprendió Ismael. Ella enarcó una ceja. —Me alegro haberlo hecho, o la hubieses matado y no la quiero muerta —respondió fría refiriéndose a su hermana. A diferencia de Miguel e Ismael que morirían en sus manos, ella tenía un plan un tanto distinto para Eileen. —¿Me quieres viva? —tartamudeó Eileen. —Obvio, pero ahorita te quiero callada. —Todos permanecieron en silencio. Ileana fue hasta el armario de la entrada, sacó de allí una gruesa cinta adhesiva y llegó hasta donde su gemela. Cortó un pedazo y se lo colocó en la boca—. Así te vas más bonita —sonrió. —¿Qué harás con ella? —preguntó su padre. —Por ahora —dijo dando vuelta—, nada —le sonrió. —Ileana —volteó hacia Miguel. Mostró una fachada burlona cuando por dentro el volcán estaba a punto de explotar.


—Papi, ¿podrías golpearlo por mí? —preguntó haciendo pucheros. Ella sabía que a Ismael le excitaba esa acción y lo odiaba por eso. Era su maldito padre y la deseaba como mujer. —Como gustes, pequeña —Ileana se sentó y vio como Ismael iba hacia su hijastro. Sin esperar sus indicaciones, vio como golpeaba a Miguel. Lo hacía con rabia y alegría. Los gritos de su hermanastro eran música para sus oídos. Vio como los ojos de Eileen sobresalían y se alegró. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, sentía que había más de lo que veía, frunció el ceño y su respiración se tornó pesada. —¡Detente! —gritó Ileana enojada al ver a su hermana tomar su lugar. —¿Deseas algo? —notó el cinismo en su voz. —Tu muerte —escupió asqueada. No quería creerlo, debía sentirse feliz que su hermana pudiera ver bien y caminar, pero se sentía traicionada. —Kiss, ¿tienes las agallas para llevar esto a cabo? —carcajeó ante esa pregunta. Eileen jugaba con su debilidad pero ella estaba tomada por sus demonios. Aunque sabía que debía ceñirse al plan, su rabia era enorme. —Sí —respondió firme. Se acercó con pasos decididos y bofeteó a Eileen con el arma haciéndola sangrar. —Ellos dentro de cinco minutos o menos estarán aquí —dijo haciendo alusión a las sirenas que se adentraban al banco. —Tengo suficiente tiempo incluso para huir —afirmó. La alzó por su cola de caballo y la arrastró fuera de allí. Sabía que se encontraría con Henri y su gente pero le importaba poco; estaba ciega de la rabia. Frank apareció frente a ella con una camioneta negra y entró junto a su


compañera. La mitad de las cosas eran parte de un plan aunque nadie le negaría su derecho a divertirse pues la rabia le carcomía. Sin piedad golpeó a su gemela y sonrió. —¿Me matarás? —preguntó Eileen una vez que la camioneta partió de la entrada del banco. —No, no me interesa tu muerte. No todavía —sonrió. —Pensé que lo harías al enterarte —dijo fría. —Yo también pero lo he tomado mejor —contestó. —Estás acabada Ileana, ellos vienen detrás de ti —sonrió Eileen. —Eso lo sé, tranquila —suspiró—. ¿Por qué me hiciste esto, Eileen? — preguntó. —Porque mereces esto y más —le gruñó con rabia—. Frank pásame el arma, la mataré yo misma —el implicado bajó la velocidad e Ileana aprovechó en salirse de la camioneta. Sabía que eso era parte del plan pero también sabía que Frank era hombre muerto. La rabia de pronto tomó posesión de ella sacándola de sus pensamientos. —¡Basta! —gritó. Ismael le hizo caso y se sentó. Eso le provocaba unas intensas ganas de vomitar, no por el miedo, sino por el asco de la situación. —¿Qué haremos ahora? —preguntó jadeando Ismael. —Te recompensaré —tragó el vómito que sin permiso subió por su garganta.


—Entonces ven y deja que papi te desnude —escuchó la morbosidad en su voz y se contuvo de dispararle. —Antes sienta a Miguel frente a nosotros —sentenció e Ismael asintió. Los sollozos de su hermano la invadió y una vez su padre hubo regresado a su puesto, ella se acercó a su hermano y le dio un casto beso. —¿El beso de Judas? —gimió él. —No —susurró—, el beso mortal —respondió y apuñaleó su hombro. Miguel gritó y ella lo abofeteó. —Ileana espero por ti —gruñó su padre. Sintió el temblor de Miguel y olió su miedo, cuando miró a Eileen vio terror en sus ojos y comprendió que los suyos estaban más oscuros. La rabia la estaba cegando y respiró varias veces para calmar sus demonios. Saltó sobre su padre y rompió la camisa con el arma blanca que aún mantenía en sus manos. Su padre gruñó todavía más fuerte al sentir la afilada punta sobre su piel. Un hilo de sangre descendía de su torso y ella se relamía los labios al ver la situación. Ella sonrió macabra, sacó un revólver y disparó en la pierna de su padre quien gritó empujándola al suelo. Ella siguió sonriendo y dejó escapar otra bala, esta vez al hombro. —¿De verdad creías que me entregaría a ti? Me das asco —le escupió. Eileen lloraba y Miguel se puso pálido. Nadie la detendría, no había ser en el mundo que pudiera contra ella. —Eres un monstruo —gruñó su padre. —Soy lo que tú creaste, padre —rió colérica—. Deberías estar feliz. —Estás loca, Ileana —susurró Ismael.


—Gracias, siempre es satisfactorio que me recuerden mi realidad — soltó fría. —¡Te mataré! —gritó su padre. —No digas cosas que no puedas cumplir —relamió sus labios. —Mátalo —dijo Miguel. Ella desvió la mirada hacia él y le sonrió. —Todavía no, falta algo —se acercó a su padre y hundió la daga en su estómago. La sacó y vio correr la sangre. Ismael cayó al piso apretando la herida. —¡Mátalo! —gritó Miguel. —Dije que todavía no —se acercó a Miguel y le pegó—. Padre debes saber que tu pequeña mafia está por ser acabada. Cada uno cazado y asesinado —afirmó. Su padre la veía con pavor y eso le alegró la vida. —Crié a un monstruo —tosió Ismael. —¿Feliz? —le preguntó a Miguel. Él solo asintió y esperaba su turno, sabía que esa paliza era poco para lo que le correspondía pero sintió felicidad al ver que su padrastro había recibido un poco de su propia medicina. Él vio como ella se agachaba sobre el cuerpo de su padre y lo arrastraba hacia el mueble donde estaba sentado, lo elevó por el cabello y lo subió. Quería apartar la mirada pero algo se lo impedía. Vio como ella, con la daga en alto, dio un golpe certero en el estómago de Ismael y rajó sin contemplación. Notó como cortaba su miembro y rajaba su garganta. Sin poder aguantar más vomitó y cuando se hubo limpiando la boca y abrió los ojos, se encontró con su arma en el suelo. Levantó con seguridad y apuntó a la cabeza de Ileana.


Sabía que debía matarla. Esa era su oportunidad para salir de allí con vida. Deseaba no titubear y acabar con ella de manera rápida, así como ella había matado a Ismael. Cuando estuvo por dejar ir la bala, un disparó resonó en la habitación y su mano se hallaba ahora ensangrentada. —Te habías tardado —dijo fría Ileana—. ¿Trajiste lo que te pedí? — preguntó al hombre. —Sí, aquí está —le tendió la caja. —Amárralo —Miguel se colocó en posición fetal y tiritó. Sabía que había llegado su hora de morir.


Capítulo 29 —Pensé en dejarte con vida pero ya firmaste tu sentencia de muerte —afirmó con voz fría Ileana. —Aquí tienes —Eliam le tendió una caja y cuando ella la tomó se dirigió hasta Miguel y lo ató como ella le indicó. Ella esperó paciente y al verlo finalizar, se acercó y besó esos labios que se le hacían tentativos. —He estado con muchos hombres —sonrió—, pero tú has sido el mejor. —Y tú, mi mejor mujer —respondió él. —Ahora es tiempo que te vayas y le digas a Joe que ya es hora — ordenó. —No quiero dejarte, quiero que vengas conmigo —suplicó Eliam. —Yo te buscaré —suspiró—, recuerda que siempre sé dónde estás. Ahora vete a donde te indiqué —besó sus labios y lo dejó partir. Al rato, entró Joe con dos hombres vestidos de negro cuyas caras tenían una máscara. Ileana sonrió al ver que aún llevaban el uniforme de operación. —Bastardo —gruñó Joel tras darle un puñetazo a Miguel. —No dije que le pegaras —rió enarcando una ceja. —Lo siento, no pude contenerme —comentó. —Bien. No deberías dañar tus nudillos de esa manera. Él no vale la pena. Toma —le tendió unas manoplas de acero, cosa que él aceptó gustoso y se los colocó. Ileana veía la sonrisa de Joel y no pudo evitar regodearse con ella.


—¿Cuánto tiempo puedo durar? —preguntó. —Yo te aviso —ladeó la cabeza y se sentó sobre la mesa. Quería ver de cerca el dolor de su hermanastro. Joel no se hizo esperar más y lanzó el primer golpe. El alarido que soltó Miguel le hizo cerrar sus ojos y disfrutar como nunca. Ella era paciente y esperaría su turno para esa tortura, él moriría dolorosamente y nadie evitaría eso. Primero mataba a quien se interpusiera en su camino. De Miguel solo tenía dolorosos recuerdos, golpes y violaciones; él pagaría cada lágrima y cada humillación que ella sufrió. Lo odiaba con todo su ser, odiaba el hecho que a él le importase poco el valor de una mujer; pero ella le enseñaría a ser hombre y lo humillaría hasta verle llorar lágrimas de sangre. Joel golpeó con tanta fuerza a Miguel, que Ileana se vio salpicada de sangre, sabía que era de su hermanastro por lo fresca que estaba, ella no quería su muerte fuese así de sencilla y aunque le dolía parar la golpiza, tuvo que detener a su hombre. —¡Basta! Es todo por ahora —se hizo escuchar por sobre los gritos. —¡Qué lástima! Me estaba divirtiendo a más no poder —contestó Joel. —Lo sé querido, pero era vital que te detuvieras. Una muerte así era muy buena para él —indicó. —Es cierto —aceptó. —Ustedes —señaló a los encapuchados—, busquen un balde con agua y échensela encima para que se despierte un poco —se burló. Un hombre asintió y se retiró, el otro se quedó y ella se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.


—¿Ahora qué? —preguntó Joe. —Toca ella —señaló a Eileen. La misma empezó a moverse como tratando de escapar de las cadenas que la ataban e Ileana sonrió. Le parecía absurdo que ella hiciera eso. Con burla se acercó y arrancó la cinta adhesiva que cubría la boca de su gemela haciéndola gritar. —Dijiste que no me matarías —tartamudeó. —Sé lo que dije —respondió—, pero nunca dije que no jugaría contigo antes —carcajeó. —Soy tu hermana, no me hagas daño —suplicó Eileen. —¡Eres una traidora y eso yo nunca lo perdono! —gritó apretando su puño. —Yo solo quise protegerlos, no quise hacer daño alguno —sollozó. —¿En serio? —Ileana sacó su daga y recorrió el rostro de su hermana—. No debiste jugar conmigo. ¿Creíste que nunca me daría cuenta? —gritó—. No eres yo Eileen, y no supiste cubrir tus huellas como yo. ¿Pero sabes algo? Te quitaré lo que más amas. Me llevaré conmigo a ese bastardo que tienes y lo criaré junto a Ellen, él nunca sabrá de ti — explicó. —No Ileana, no me hagas más daño —rogó. Ileana se acercó a la caja y sacó una pinza. —Joe, sostén su cabeza —el hombre le hizo caso y se posicionó detrás de ella. —¿Qué harás? —preguntó horrorizado Joel.


—Hacer que nos veamos diferente —Eileen se retorcía del dolor, quería morir y evitar la tortura pero sabía que su hermana no la dejaría. —¡Mierda! —exclamó Joel al comprender lo que haría. Ileana se carcajeó. —¿Lo siento? —se burló—. Dicen que somos parecidas, otros que somos simples mellizas pero, ¿qué somos realmente? —preguntó tocando su labio—. ¡Ah! Ya lo sé —aplaudió—. Gemelas, gemelas idénticas pero tristemente hoy dejaremos de serlo. Verás —se agachó—, hoy te marcaré como la perra que eres —gruñó en susurros. Trazó una línea en la mejilla de su hermana cortando así su carne. Rió colérica al verla así y besó su otra mejilla—. Te enseñé unas reglas, ¿las recuerdas? —preguntó. »Porque yo sí —indicó—. Lección uno: miente y eso hiciste, me mentiste. Usurpaste mi vida y te hiciste pasar por mí —rajó su otra mejilla—. Lección dos: manipula y ahí estabas, ¡todo el tiempo frente a mí manipulándome! —gritó—. ¡Te odio Eileen, te odio con todas mis fuerzas! —rajó su frente y agarró su cabello con rabia. »Eliam te odia también —Eileen sintió la burla—. Resultó ser que se enteró que tú hiciste que su hermana muriera —ella estaba pasmada frente a la confesión de Ileana. No podía creer que ella le mintiera a Eliam—. Lo tendré para mí y haré que te odie cada día de su vida —la tumbó de la silla. —¿Qué estás diciendo? —gritó horrorizado Joel. —He ahí a tu jefa —se carcajeó Ileana. —Mientes —clamó con pesar. —No, no lo hago. Ella se hizo pasar por mí, ella fue quien liberó a tu hermana y a esas otras mujeres. Ella fue quien creó la fundación, ¿de


verdad me veías a mí como a una benefactora? —se burló—. ¡Eileen la salvadora! —vociferó—, el problema es que usó mi nombre para hacer de las suyas y todo el mundo creía que la gran Ileana tenía corazón. Pero eso es totalmente falso, yo nunca haría algo así. Por mí, todos pueden morir — se carcajeó. —Eres un monstruo —tragó en seco. —¡Ay! Me harás llorar —se limpió las lágrimas falsas. —Mereces morir —amenazó Joel. —¿Y quién me asesinará? ¿Tú? No me hagas reír —llevó su mano a la espalda, sacó un arma y dio un tiro certero en el entrecejo de Joel. Los jadeos en la sala no se hicieron en esperar y ella sonrió. —¿Qué haré contigo? —se acercó a su hermana y limpió la sangre que le caía—. Zeta —llamó a uno de los hombres vestidos de negro—, dame la inyección. Miguel veía asqueado la escena. Nada era lo que parecía y la única persona que podría acabar con Ileana, estaba siendo martirizada junto a él. No comprendía nada y no quería entender tampoco. Él había ayudado a un demonio y había matado al ángel.


Capítulo 30 —¿Qué haré contigo? —caminó con lentitud hacia Miguel y se sentó en sus piernas. Acarició sus magulladas mejillas y le sonrió con, ¿dulzura? Era difícil saber que pensamientos corrían por la mente de aquella mujer. —Déjame ir —susurró. Ella carcajeó y se levantó. —Zeta —llamó. —Diga —respondió mecánico. —Le quitarás los amarres y… —calló por un momento. —¿Qué lo desamarre? ¿Lo dejará ir? —preguntó Zeta al verla tan pensativa. —No, nunca lo dejaría ir. Una vez desamarrado, lo desnudarás para mí —respondió mirando a su alrededor. Ileana se acarició su melena rubia y observando la habitación con detalle, daba a entender que estaba buscando algo. Cerró sus ojos y pensó dónde podría aplicar lo que pensaba pero nada se le venía a la mente. —¿Señora? —la llamó Zeta. —¿Qué habitación tiene aros en la pared, de esos que se usan para guindar hamacas? —respondió con una pregunta. —¡Déjame ir! —gritó Miguel sacándola de sus locuras. —No seas un bastardo, hijo de puta —rió ella.


—Ya me has torturado lo suficiente —vociferó Miguel. Quería sacarla de sus cabales para acabar con un tiro en la frente. La mirada maquiavélica que le notaba a Ileana, le hizo pensar que su tortura sería sangrienta y dolorosa. —Apenas inicio. —Una vez finalizada la frase, él intentó huir. Pero el dolor que le aquejaba le hizo caer de rodillas sin poder ir muy lejos. Quería morir. Intentó acercarse a un arma y así acabar con su miserable vida pero Zeta la pateó lejos y él sollozó. Ileana, lo tomó por los cabellos y lo arrastró a una mesa. Hizo que le ataran las manos y los pies quedando expuestos su virilidad y su ano. Ella se acercó a la caja de tortura que mantuvo en secreto en ese hogar y vio que sacó un bisturí. —¿Qué te hago primero? —se preguntó Ileana. Él solo esperaba su hora y eso a ella no le parecía divertido. Quería que gritara, que le suplicara pero si él no deseaba hacer eso, igual ella le haría llorar. Hundió sin remordimiento el instrumento en el pene de Miguel y los gritos no se hicieron esperar. Aunque notó que él no suplicó por su muerte y menos por su vida. Se sentía sin sentido esa tortura. Cortó ambas piernas, brazos y el pecho de su hermanastro y lamió su sangre. —Mátame —le susurró. Ella lo miró fijo y le sonrió. —Todavía no —respondió en voz baja. Siguió cortando su cuerpo con sumo placer y mientras más sangre salía, Ileana más bebía de ella. Se sentía poderosa, una diosa. Sacó de la caja un soplete para cocina y empezó a quemarlo. Miguel lloraba del dolor y se desmayó. La frustración al ver eso la molestó. Su hermana estaba dormida, Miguel desmayado y ella estaba ardiendo.


Se acercó a Zeta y besó sus labios, lo llevó hasta el sillón y empezó a desnudarlo y saborearlo. Una vez desnudos, entró en él y empezó a moverse como fiera salvaje. La escena, el sexo, la mantenía en un frenesí que la tenía loca. Después de haber obtenido varios orgasmos, le ordenó a Zeta que despertara a su hermanastro mientras ella se aseaba en uno de los baños. El lugar le parecía deprimente, las pareces azul cielo y ese montón de tonos pasteles la enfermaba y le hacía querer vomitar. Cuando llegó a la sala, notó los cuerpos apilados de Ismael y Joel y sonrió con descaro. Cruzó la habitación y se agachó para quedar a la altura de Miguel. —¿Cómo te sientes? —preguntó burlona. Él la miró fijo y notó la sonrisa satírica de su hermanastra. —Mátame —suplicó en murmuro. —No puedo, no todavía —respondió con voz fría—. No puedo dejarte hacerles a otras lo que me hacías a mí —gruñó en susurros—, es por ello que te cortaré esto —tomó en sus manos su miembro y lo cortó. La sangre salía a chorros y los gritos de Miguel inundaban el lugar. No obstante, no se sentía satisfecha; eso no le llenaba. Era una absurda tortura. Por ello se cansó y lo mandó a sentar. Roció sobre él gasolina y lo incendió. Miguel gritaba del dolor, sentía arder su carne y se retorcía pero las cadenas que ataban su cuerpo le impedían moverse. Sus magulladas muñecas y sangrantes tobillos provocaban un intenso sufrimiento y en su mente solo ansiaba la muerte. En ese momento, Miguel deseó estar muerto y no en manos de Ileana. Sintió sus retinas derretirse perdiendo así la visión, sus pulmones se llenaban de humo y el no poder respirar lo mataba. Quería dejar de sentir dolor, ya no podía gritar y sintió como su último aliento salía de su cuerpo.


Ileana sonrió al verlo arder e hizo que sacaran a su hermana del lugar hasta que poco a poco lo vio morir. Bufó al sentir que fue demasiado rápido y confirmó lo débil que era su hermanastro. Salió dejando un rastro de gasolina y una vez fuera prendió fuego a la casa. Allí dormirían sus mayores logros y nadie podría culparlas de tales actos. Subió a su camioneta y se despidió de ese pasado que la ataba a una familia mentirosa, peligrosa y vacía. Debía ir por Ellen una vez que dejase a Eileen en su nuevo hogar, salió con vida y eso le hacía sonreír.

Había pasado un mes y Eileen se hallaba en un hospital privado. Su cuerpo se recuperaba de todas las torturas recibidas; su movilidad era lenta y dolorosa, pero al menos podía colocarse en pie. La cirugía había salido bien pero aun así, odiaba verse al espejo y lloraba todas las noches. La depresión la consumía poco a poco. La habitación era clínica y pulcra y eso la enfermaba más. Todo era blanco y el olor a cloro le estaba dañando sus fosas nasales. La única vez que pudo ver el exterior, se fijó que el lugar estaba alejado de la civilización. No veía más que agua a su alrededor; era una especie de isla o islote, desconocía donde se hallaba con exactitud. Su hermana tenía dos semanas sin visitarla y se alegraba, no deseaba verla. Se había enterado por su cuidadora, que una hermosa mujer de cabellos negros la visitaba desde su ingreso pero al saber una vez que ella estaba estable, dejó de venir. Jill, su enfermera, la veía con compasión y odiaba eso, pues no le ayudaba. Se sentía inferior a una mujer que era regordeta, rubia y de baja estatura, cuya cara tenía marcas de granos mal curados. Cuando comprendió y sintió su lástima, dejó de verla a los ojos.


—Al fin despertaste —le dijo su hermana burlona. —¿Era necesario machacarme así? Sí que eres perra —le respondió Eileen. —Me dejé llevar —respondió Ileana. —La idea era despistarlo, no dañarme —gruñó. —¿De qué te quejas? Quedaste mejor que antes y con un cuerpo envidiable —carcajeó su hermana. —Me da igual como quedé, no debiste hacerme pasar esa tortura — se quejó. —Lo siento —soltó—. Se me pasó la mano. —¿Dónde está Ellen? —preguntó cambiando el tema. —Lejos con Luz y Jean, esta mierda no les conviene —respondió. —Es cierto, sale mejor alejarla de esta porquería —comentó. —¿Qué harás ahora? —preguntó Ileana. —¿Te suena Henri? —replicó Eileen. —Sí, tu jodido jefe —indicó—. ¿No está casado? —Bueno, huiré con él —dijo—, me da igual si está casado o no — sentenció e Ileana rió—.En fin, recuerda que para todos yo soy la pobre chica que huye para salvar su vida y tú eres la asesina más temida. Huiré de ti —alegó. —Excelente plan, hermanita —celebró Ileana. —Gracias, ¿qué harás tú? —le sonrió.


—Buscaré a Eliam, para él, Eileen está muerta y yo su preciado angelito que salvar —rió por ello. —Las cosas salieron mejor de lo planificado, al parecer —dijo Eileen. —Nadie nos gana, gemela —expresó con satisfacción Ileana. —Ahora vete, necesito mi sueño de belleza y recuerda el plan. Debes venir para que se vea real mi escape —sonrió. —Como gustes —Ileana salió de la habitación. Eileen caminó hasta su cama y se sentó. Se agarró la cabeza y empezó a gritar llamando la atención de sus cuidadores. Al verla en ese estado frenético, la inmovilizaron y la hicieron dormir.

Fin


Epílogo Su plan había salido acorde a lo previsto. Con Ileana acordaron que durante un año la visitaría para hacer más creíble todo. Aunque cabía admitir que eso la desesperaba. El lugar era cada vez más lúgubre y la paranoia hacía a su corazón latir más rápido. Su plan para escapar al fin sería ejecutado. No tenía más que sus recuerdos y la alegría de saber que su pequeña era feliz lejos de ese mundo. Luz era, sin duda alguna, la mejor persona que ella pudo conocer jamás. Amó convencer a todos con su historia. —Hola Jean —saludó ella. —¿Ileana? —preguntó inseguro Jean. —Soy Eileen. Necesito de tu ayuda —suplicó. —Te escucho —él sacudió su jean azul y estiró su camisa polo blanco, dándole a entender que prosiguiera. Ella suspiró. —Me estoy haciendo pasar por Ileana. Ella se ha salido de control y ha matado a miles sin necesidad. Ando trabajando con un detective para acabar con ella. La rabia la mantiene ciega y ha explotado medio mundo — explicó. —Ella es mi jefa —sentenció él. —Ella ha mentido a medio mundo —gritó colérica—. No es quien crees, ella te matará. Eres el tercero en su lista. Cuando empiecen a morir tus compañeros me recordarás. Está paranoica —afirmó.


—Todo por culpa de Eliam —gruñó él. —Eso es mentira. Ileana y Eliam nunca han sido pareja, yo soy la madre de Ellen, JJ —aseguró. Vio la consternación en los ojos de él y supo que lo tenía. —Imposible —dijo en susurros. —Es la verdad. Esa loca historia de amor, es mi historia de amor con Eliam. Yo me alejé para evitar que mi niña sufriera, yo fui quien recibió los maltratos de todos. Ella se ha escudado en mi dolor para dejar salir su ira pero ella miente siempre —continuó—. Hace años dejé que ella tomara mi vida y yo ahora tomaré la suya. Pero necesito tu ayuda, sin ti no podré arreglar este mundo. Aquella sinceridad le hizo ganar un aliado y poco a poco fue construyendo su red de mentiras, una que le ayudó a salvar al mundo. Su nueva cara, su nuevo cuerpo era la recompensa que necesitaba para salir al mundo. Más recuerdos llegaron a su mente siendo Eliam el protagonista. —Ileana —susurró él. —No me llames así, sabes que ella finge ser yo y yo finjo ser ella — sollozó. —No puedo evitarlo, te conocí bajo ese nombre —suspiró Eliam. —Lo sé, error de mi parte y sé que sabrás quien soy frente a ella. Una enfermera entró y le dejó el desayuno sobre la mesa. La interrupción la sacó de sus pensamientos y ella sonrió. —Jean —susurró escondida tras las sombras.


—¿Qué haces aquí? Ileana podría matarte —gruñó por lo bajo. —Lo sé, me colé en su casa para avisarte que es hora de poner el plan en marcha. Ella querrá reunirnos en familia —dijo haciendo énfasis y marcando las comillas con sus manos en familia—, y también querrá que te lleves a Ellen a la casa esa, pero huirás con Luz a otra parte. Ve al pueblo de donde escapé y al mes huye fuera del país —suplicó. —¿Qué harás tú? Ella te matará —le afirmó. —Estoy dispuesta a morir —dijo con tristeza. —Pe-pero estás embarazada —alegó él. —Sí, tal vez me deje tener al niño pero haré que Eliam se haga cargo de él, haré que ella confíe en él y se lo lleve —respondió temerosa. —No puedo solo confiar en él, Eileen —suspiró JJ. —Lo sé, por eso lo buscarás y llevarás con Ellen. Entre ustedes dos y Luz, sé que mis hijos estarán bien cuidados. Por favor, Jean —suplicó. —Está bien —aceptó negando con la cabeza. Jean era estúpido. Aunque la realidad era que el amor lo había cegado. Ileana había tenido al bebé y lo estaba criando con Eliam. Ambas sabían el paradero de su familia, pero un heredero era mejor que una niña en ese mundo. —No has comido nada —escuchó decir a su enfermera. Ella volteó a verla y le sonrió—. Debes comer para poder irte hoy con las energías suficientes —continuó. —Tengo los nervios en el estómago —comunicó.


—Lo imagino pero todo saldrá bien —vio la cálida sonrisa de su amiga y decidió comer. Quería sacársela de encima. Suspiró y cerró sus ojos para evitar seguir pensando. —Eileen —escuchó que la llamaban. Ella elevó la mirada y comprendió que era hora de huir del inhóspito lugar. Escribió una nota rápida para su hermana y salió de su habitación. Subió a una camioneta blanca y sintió su libertad. A mitad del camino, una camioneta negra pasó con rapidez a su lado y sonrió. Minutos que se sintieron horas, su amiga se estacionó a un lado. Un viejo amigo la recibió en brazos y se la llevó. —Te extrañé —le susurró en el oído. Ella sonrió. Tal vez no era el amor de su vida, pero siempre tendría a Henri de su lado—. Tendrás una nueva vida, Eileen. Ya lo verás —ella cerró sus ojos y se marchó en busca de una nueva vida. Ileana llegó al hospital. Era obvio que sabía que no encontraría a su hermana, pero ese era parte del plan. Ahora podía regresar con Eliam y vivir a plenitud. Claro, seguiría controlando al país y educaría a su hijo para que algún día tomara posesión del mismo. Huí para ser feliz. Hasta nunca hermanita. Eileen. —Eres una completa zorra —se carcajeó y salió de allí sabiendo que nunca más pisaría ese lugar.


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