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ESPACIOS Miércoles, 29 mayo 2013
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Cultura|s La Vanguardia
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Descubrimiento Las antiguas repúblicas de la URSS se convirtieron, a partir de 1954, en un laboratorio arquitectónico que produjo obras maestras
Construir desde la periferia soviética FERRAN MATEO
La arquitectura funciona como un espejo retrovisor, nos habla continuamente del pasado. Es aquello que perdura para recordarnos las doctrinas, las modas y los anhelos de una generación. Incluso en su ausencia, por efecto de la dictadura del tiempo o de los designios de las generaciones siguientes, continúa lanzándonos mensajes. Su poder emisor nunca ha sido ignorado por las ideologías, ni las totalitarias de rostro reconocible y ubicuo, ni las más sibilina del libre mercado. En determinados proyectos arquitectónicos ocurre que su calidad técnica y estética irrefutable está oscurecida por la sombra política a cuyo resguardo fueron levantados. Se crea entonces una mezcla de sentimientos encontrados hacia ese edificio, esa plaza o ese memorial, que, aun despertando admiración, no deja de contar una historia agridulce. Tal es el caso del Modernismo soviético en las catorce ex repúblicas de la antigua Unión Soviética, un periodo y marco geo-
gráfico poco estudiados hasta el momento. Su actual reivindicación parte de Soviet Modernism 1955-1991, Unknown History, una exposición y libro producidos por el Architekturzentrum de Viena, cuyas imágenes, a cargo de Simona Rota, fruto de una misión fotográfica realizada expresamente para este proyecto, ilustran este artículo. Si trazáramos una línea que representara el devenir de la arqui-
y el Cáucaso. El constructivismo, como primer viraje radical, reaccionó contra la arquitectura prerrevolucionaria y bulló en su afán por dar forma a las utopías desde la tabula rasa bolchevique. Le siguieron los años del estalinismo, que hizo lo propio dando otro giro de 180 grados: decretó el realismo socialista cuya expresión arquitectónica buscó sus símbolos nacionales en la elaborada tradición clásica. Lue-
Al prefabricado y la uniformidad se contestó con el vocabulario de las tradiciones nacionales y las influencias llegadas del exterior tectura rusa y su área de influencia en el último siglo, esta describiría varios giros bruscos coincidiendo con cada uno de los cambios políticos relevantes en el estado multiétnico que ya fue durante el zarismo y que se acentuó con la fundación de la URSS, cubriendo un arco territorial que iba de las Repúblicas Bálticas a Asia Central, pasando por Moldavia, Ucrania, Bielorrusia
go llegó el Deshielo, y Jruschov, en su discurso de diciembre de 1954, declaró la guerra a todo lo superfluo y megalómano en la arquitectura. De la noche a la mañana, las directivas que se habían seguido a rajatabla pasaron a estar perseguidas. Se usurpó el poder a los arquitectos para transferírselo a los constructores, comités de evaluación de costes e institutos centra-
les de planificación, en busca de un modernismo local que resolviera el problema de la vivienda. Se asistió, pues, a la creación del modelo de ciudad genérica soviética y a la versión american dream del Este, inmortalizada en los cuadros de Yuri Pímenov: mudarse de la habitación de una kommunalka a la intimidad de un pisito en barrios de nueva planta, mientras Gagarin cumplía su viaje espacial. El Estado federal de dimensiones pantagruélicas se había transformado en un enorme solar en construcción, como orgullosamente se proclamaría en la Exposición Universal de Montreal. Después de la tecnocracia jruschoviana, marcada por la fabricación en serie y por la estandarización, en la era regresiva de Brézhnev se conoció un tímido aperturismo en la cultura arquitectónica, que tuvo su expresión más libre y personal en la periferia, como prefiguración de la disolución posterior en estados independientes. Por último, se ha impuesto otro giro drástico, esta vez dictado por las leyes del mercado, en que la total libertad no se ha traducido en una voz propia dentro del panorama arquitectónico, salvo casos excepcionales como las Repúblicas Bálticas, que siempre mantuvieron un diálogo fructífero con sus colegas escandinavos. Estas ex repúblicas, bajo la férrea supervisión del Kremlin, se convirtieron en el laboratorio de ideas de la arquitectura soviética y fue allí donde se devolvió el carácter singular y diferenciador que la planificación centralizada había impuesto desde la distancia. La pe-