"Cuaderno ruso" de Igort. Salamandra Graphic, 2014.

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Quiero dar las gracias a Galya Semeniuk, sin cuya ayuda y desvelo constantes este libro no habría llegado a existir; a Regina López Muñoz por su traducción; a Catalina Mejía por su apoyo; a Didier Gonord por su obra maestra gráfica; a Andrea Maimone, brother in comics; a Chiara Dattola y Rupert La Forgia, semper fidelis; y a Pasquale La Forgia y a Leonardo Guardigli por el proceso gráfico. Asimismo, deseo expresar mi gratitud a Stefano Sacchitella, Marzena Sowa, Claudia Bergonzoni, Nicolas Grivel y Andrea de Transiberiana.com. Un inmenso gracias a Galina Ackerman por su buena disposición y su imprescindible ayuda, a Nathalie Pasternak, Iryna Dmytrychyn, Alla Lazareva, Ilya Politkóvski y Vera Politkóvskaya.

IGORT www.igort.com

IGORT lleva treinta años contando historias, y sus novelas gráficas se han publicado ya en quince países. Algunas de ellas están siendo adaptadas a la gran pantalla. Al mismo tiempo, se dedica a los reportajes en viñetas y a la narrativa. Ha publicado Goodbye Baobab, con textos de Daniele Brolli (Milano Libri, 1987), Nerboruto (Edizioni Becassine, 1987), That’s All, Folks! (Granata Press, 1993), Il letargo dei sentimenti (Granata Press, 1993), Cartoon Aristocracy (Carbone, 1994), Brillo: i segreti del bosco antico (De Agostini, 1997, en CD-ROM), Sinatra (Coconino Press, 2000), City Lights (Coconino Press, 2001), Maccaroni Circus (Cut Up, 2001), 5, el número perfecto (Sins Entido, 2002), 5 Variations (John Belushi, 2002), Brillo: croniche di Fafifurnia (Coconino Press, 2003), Yuri: Asa Nisi Masa (Coconino Press, 2003), Fats Waller, con textos de Carlos Sampayo (Coconino Press, 2004; en España, Sins Entido, 2005), Baobab 1 (Coconino Press, 2005), Baobab 2 (Coconino Press, 2006), Storyteller (Coconino Press, 2006), Dimmi che non vuoi morire, con textos de Massimo Carlotto (Mondadori, 2007), Casino’ (Nocturne, 2007), Baobab 3 (Coconino Press, 2008), Fats Waller Redux (Coconino Press-Fandango, 2009), Cuadernos ucranianos (Sins Entido, 2011), Parola di Chandler, en traducción de Sandro Veronesi a partir de textos de Raymond Chandler (Coconino PressFangango, 2011), y Alligatore, dimmi che non vuoi morire (Coconino Press-Fandango, 2011).


¿Mi vida? Considero que todo lo que ha sucedido y lo que he visto en Chechenia me han hecho más sabia… mejor persona. Anna Politkóvskaya


Igort

Cuadernos rusos [la guerra olvidada del C谩ucaso]

Traducci贸n de Regina L贸pez Mu帽oz (Las Cuatro de Syldavia)




Esto es una Makarov IZH con silenciador. Un arma como ésta mató a Anna Politkóvskaya en el ascensor de su casa, en el número 8 de la ulitsa Lesnaya, en Moscú. Ese día, el 7 de octubre de 2006, se extinguió una importantísima luz para la conciencia rusa; se hizo oír la brutalidad de una democracia travestida para la cual los sovietólogos han acuñado el término DEMOCRADURA.


Cuando Anna fue asesinada el 7 de octubre de 2006, me quedé estupefacto. Recuerdo que hablé de ello en mi blog, donde normalmente me ocupo de literatura.

Todavía no sabía que sólo tres años después entraría en ese ascensor y hablaría con las personas más cercanas a Anna.

E iría tras sus pasos en busca de un sentido, a pesar de las preguntas, que se multiplicaban.

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He pasado casi dos años entre Ucrania, Rusia y Siberia con el propósito de comprender y recabar información. ¿Qué fue la Unión Soviética? ¿Cómo se vivió esa experiencia que se prolongó más de setenta años?

Y, sobre todo, ¿qué había legado a los atónitos habitantes que me cruzaba por las calles nevadas?

Pero la respuesta a mis preguntas no se encontraba en el viento, y las blancas extensiones no me transmitían la paz y el sosiego que esperaba. En el invierno moscovita, la tensión era palpable; reinaba una sensación de creciente malestar, al que aún no sabía dar nombre. La Gran Madre Rusia ofrece hoy un negro destino a quien se vuelca en los derechos humanos, a quien no se conforma con verdades prefabricadas. 9



Democradura



Compartimos todos la misma sangre. Una sangre que hemos visto derramarse a chorros en el transcurso de esta guerra y que ahora fluye dentro de nosotros como una descarga de adrenalina. No nos lleva a ninguna parte; si acaso, a una sala a oscuras y sin puertas. Y, al final, cuando el efecto se pasa, comprendemos lo solos que estamos, condenados a buscar a personas como nosotros, que no necesitan palabras para comunicarse. Personas que han conocido cosas de la vida que la mayor parte de la gente jamás experimentará. Quizá nos gustaría compartir nuestro secreto, ese secreto llamado guerra, pero quien vive en paz no tiene ningún interés en escucharlo.

Anna Politkóvskaya. “Nóvaya Gazeta”, 29 de octubre de 2001

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Anna ya no podía hablar de ello, ni siquiera con sus amigos. Chechenia, casi una obsesión para ella, era un tema tabú. “Escribo lo que veo”, una declaración de intenciones; mejor: un método. Anna había fraguado su trayectoria profesional, que acabó siendo existencial, a partir del trabajo de campo. Su empatía, su capacidad para escuchar y compartir, la había llevado más allá de su propio método. Ya no podía limitarse a “ver” y “escribir”; a partir de ese momento había asumido el papel de quien asiste a las víctimas de una masacre. Otra persona en su situación seguramente se hubiese refugiado en la distancia olímpica del cronista, de quien observa con escrúpulo. Ella, en cambio, había respondido a las atrocidades que presenciaba día tras día de la manera más sencilla, que es al mismo tiempo la más dolorosa y complicada. Se despojó de la distancia del periodista para ser, simplemente, un ser humano. Ese gesto fue su condena a muerte.

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