Cultura/s - La Vanguardia #442. 08/12/2010

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MIÉRCOLES 8 DE DICIEMBRE DEL 2010

442 Libros para Navidad Zhivago en voz original La persecución de Pasternak, el amor con Olga, sus lugares de vida Páginas 2 a 7

Selección Un año difícil, pero con una cosecha de títulos de primera. Es nuestra guía Páginas 8 a 25



XAVIER ANTICH

Lo hemos sabido siempre, pero ya no es posible disimular. La gran literatura no es sólo las historias que cuenta: es el trabajo sobre los rincones de la lengua, el estilo, el ritmo, los matices con los que un escritor excava en su propia lengua. De ahí la importancia de acudir siempre, en la traducción, a la versión original. Cuando apareció aquí la obra cumbre de Pasternak lo hizo a través del italiano, no del ruso. Han hecho falta cincuenta años para disponer de una traducción del original, gracias a Marta Rebón, que también firma con Ferran Mateo los poemas que cierran la obra. Y sólo ahora, gracias a esta versión titánica, podemos acceder, como lectores, a ese pedazo de lite-

ratura que es El doctor Zhivago en todo su esplendor. Cuando apareció la novela, Calvino saludó con gran emoción a esa reaparición de “la gran novela rusa del siglo XIX, como el espectro del rey a Hamlet”. “¡Por fin un libro con el que se discute!”, dijo. Y reconoció su actualidad: “La barbarie ínsita en nuestra vida de hoy es el gran tema de la literatura contemporánea”. Isaiah Berlin, que pudo leer el manuscrito de El doctor Zhivago durante una noche en vela (“Es mi última palabra. Léelo, por favor”, le dijo Pasternak), explicó que su mujer de entonces, Zinaida, le suplicó con lágrimas en los ojos que disuadiera al escritor de publicar la novela en el extranjero. Por él sabemos de la devoción que Pasternak profesaba a

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Tolstoi, a Proust, al Ulises de Joyce, a Shakespeare. La primavera pasada, George Steiner envió una carta al director de PN Review. Recordaba su visita en Budapest al filósofo estalinista György Lukács, cuando le preguntó por qué había censurado la novela. Esta fue la respuesta: “Un libro deshonesto. Pasternak le atribuyó a Zhivago algunos de los mejores poemas de la literatura rusa moderna. De este modo le dio a la posición anticomunista de Zhivago una autoridad imponente. Shakespeare nos habría dado los torpes y quizá mediocres poemas líricos de un médico rural. Pasternak hace trampa”. Steiner añade que el argumento le pareció sofista, aunque también profundo. Hay que volver a Zhivago.

El autor y su tiempo

El laberinto de la creación “Lo habías sido todo para mí. Después llegó la guerra y la ruina, y largo tiempo no oí de ti ni una palabra, ni un mensaje. Pero, tras incontables años, de nuevo hoy tu voz me alarma. Leo toda la noche tu Palabra, Para, como de un desmayo despertar. Boris Pasternak, El alba (1947) RICARD SAN VICENTE

El doctor Zhivago es una novela capital para su autor, Boris Leonidovich Pasternak (1890-1960), como lo es también para la literatura rusa, pues constituye uno de los puentes que une la literatura del pasado con la soviética. Es una obra libre, fruto de una reflexión sobre la vida de una generación for-

jada antes de la revolución, pero marcada por la experiencia soviética. Es a la vez una reflexión sobre el arte, sobre la vida que a través del arte se nos muestra inmortal y sobre el propio autor, Pasternak, así como su mundo. Después de la muerte de Stalin (1953), la sociedad soviética podía estar preparada para obras como Un día de Iván Denisovich de Solzenitsin o incluso como los Relatos de Kolymá de Shalamov, pero no aún para El doctor Zhivago. Porque la obra era fruto de otra manera de pensar y de entender al hombre y, con él, el arte, la revolución; de una manera de entender y de vivir el mundo casi olvidada, que había muerto en los campos o que sobrevivía casi clandestinamente

en pequeñas islas de libertad. Por su depurado lenguaje, por su pensamiento, por el calado ético y reflexión espiritual y a la vez social, incluso por las referencias culturales y religiosas, la novela establecía un puente de unión entre la renaciente literatura soviética y la cultura y la literatura occidental, que Pasternak conocía y sentía como propia. Pero vayamos por partes... En la obra de Pasternak aparecen muchas referencias a su propia experiencia vital. Una de ellas es la aspiración del joven Yuri Zhivago –a través del cual siente, piensa y habla el autor– a dedicarse a la prosa. Ya desde su juventud, Pasternak, “junto con la poesía, trabajaba la prosa, que era justamente lo

que el escritor consideraba –en contra de la idea que se tenía de él– la tarea principal de su vida”. Zhivago, al igual que Pasternak, compara la prosa con los cuadros, de los que las poesías eran los esbozos. Pero “fue justamente en el 36 –recuerda veinte años más tarde–, al empezar aquellos horrorosos procesos, (...) cuando todo se rompió en mi interior, el deseo de unirme con el tiempo se convirtió en una resistencia contra él, actitud que yo no escondía.” Aunque, como escribe en El doctor Zhivago “...la guerra representó una tormenta purificadora, una corriente de aire fresco, un respiro de alivio. (...) Cuando explotó la guerra, sus horrores reales, el peligro real y la amenaza real de la >

Ricard San Vicente es profesor de Literatura rusa en la Universitat de Barcelona

Boris Pasternak ‘El doctor Zhivago’ Traducción de Marta Rebón. Traducción de los poemas de Marta rebón y Ferran Mateo GALAXIA GUTENBERG / CÍRCULO DE LECTORES 747 PÁGINAS 24 EUROS

Miércoles, 8 diciembre 2010

EL DOCTOR ZHIVAGO, LA VOZ ORIGINAL

Cultura|s La Vanguardia

¿Qué dimensión otorga al viaje la consciencia de transitar un espacio hollado por un monstruo de la literatura? ¿Hasta qué punto pueden los textos literarios modificar la mirada del fotógrafo? Viaje de Moscú a Peredélkino es un acercamiento a los lugares más significativos de Pasternak, espacios donde transcurrió su vida cotidiana y labor creativa. Y entre jalón y jalón, un recorrido por lugares de tránsito –barrizales, andenes, patios interiores, bazares...– que nos llevan a reflexionar sobre el paso del tiempo y la memoria. La serie fotográfica que aquí se publica –imágenes de la casa en Peredélkino donde Pasternak vivió y trabajó en sus últimos años– es obra de Marta Rebón y Ferran Mateo, traductores de El doctor Zhivago, y forma parte de un proyecto más extenso producido en el marco del Año de España en Rusia (2011). Parte de este trabajo se expondrá en la biblioteca Jaume Fuster de Barcelona (del 9/12 al 13/1/2011) y en el centro cultural Caja Granada (16/12/2010). (www.rebonmateo.org)

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Pasternak íntimo


> muerte fueron un bien si lo comparamos con la inhumana tiranía de la invención, y lo fueron porque limitaron el poder mágico de la letra muerta.” Como en los años jóvenes, Pasternak recupera el aliento, pero no por mucho tiempo... La victoria resucita las esperanzas de que ha comenzado una nueva época, un renacimiento de la vida. Pero el advenimiento de los nuevos tiempos no se ve confirmado por los hechos. En 1945 se produce el desengaño definitivo. Pasternak deja de esperar, abandona el ansia de no perder el tren del tiempo y se enfrenta a él, esta vez para siempre. En 1956 escribe sobre esta época: “...cuando después de la magnanimidad del destino, reflejado en el hecho de la victoria, una victoria, es verdad, comprada a tan alto precio, cuando después de esta generosidad de los hados de la historia, retornaron las crueldades y brutalidades sólo comparables con los años más duros y tenebrosos anteriores a la guerra, experimenté por segunda vez (después de 1936) un sentimiento de rechazo irreprimible frente al orden creado, un rechazo aún más fuerte y categórico que la primera vez.” En definitiva, en 1945 se crean las condiciones para emprender, ahora ya definitivamente, el proyecto de la gran obra en prosa que

ha intentado escribir tantas veces. Pasternak Madura, tras muchos fracasos, su estilo narrativo; se forja, tras muchos desengaños, su concepción del periodo vital y espiritual que ha vivido y al que ha sobrevivido. Por fin se produce el giro copernicano que él esperaba, que él escuchaba atentamente en su alma y –en palabras de Mandelshtam– en el “rumor del tiempo” que lo rodeaba. Y el escritor expresa su “deseo de decirlo todo hasta el final y de valorar la vida en el espíritu incon-

sobre los Evangelios, sobre la vida del hombre en la historia y sobre muchas otras cosas.” Las dificultades económicas obligan al escritor a abandonar su obra –que entonces se llamaba Esbozo de un Fausto ruso o De los papeles inéditos de la familia Zhivago– y dedicarse a las traducciones. En junio de 1948 ya ha concluido el texto definitivo del primer libro. Pero, como había sucedido antes de comenzar a escribir la obra con la traducción de Hamlet, las circunstancias y, tal vez, lo atractivo

Por su lenguaje, su pensamiento, por su calado ético... la novela establece un puente entre la literatura soviética y la cultura occidental dicional de otros tiempos, sobre sus fundamentos más amplios. (...) Y –¡oh, felicidad!– el camino de vuelta quedó cortado para siempre.” En octubre escribe a su amiga O.M. Freidenberg: “En realidad es el primer trabajo de verdad que hago. En él quiero mostrar la imagen histórica de Rusia en los últimos cuarenta y cinco años, y al mismo tiempo, con todas las caras del argumento –un argumento pesado, triste y trabajado con todo detalle, como en el ideal pasa en Dickens y Dostoyevski– esta obra será la expresión de mis ideas sobre el arte,

del tema, obligan a Pasternak a traducir el Fausto de Goethe. En 1950 traduce Macbeth y la segunda parte de Fausto; en 1951, con los honorarios de sus traducciones piensa dar el empujón definitivo a la novela, pero en 1952 sufre un ataque al corazón que lo aleja de toda actividad, aunque la enfermedad, que ha debilitado su cuerpo, lo ha fortalecido en sus convicciones. En enero de 1953 escribe a Nina Tabidze, amiga del escritor y esposa de un poeta amigo represaliado: “En el momento que parecía el último de mi vida fue cuando más que nunca quería hablar con Dios, bendecir lo

que veía, captarlo todo y grabarlo. ‘Señor –murmuraba yo– te doy gracias por haber hecho las tintas tan espesas, porque has hecho la vida y la muerte tal como son, porque tu lengua es la grandeza y la música, porque me has hecho artista, porque la creación es tu escuela, porque toda la vida me has preparado para esta noche’. Y me llenaba de dicha y lloraba de felicidad.” El 5 de marzo de 1953 muere Stalin y aquel verano es para Pasternak un nuevo renacimiento. Quiere acabar como sea su obra y, aunque en su correspondencia comenta que ha cambiado poca cosa, en otras cartas escribe que desde que escribió La infancia de Liubers no recuerda haber sentido un impulso creador tal. Pasternak concluye definitivamente su manuscrito el 10 de diciembre de 1955, y aquel mismo invierno ofrece su novela a las redacciones de las revistas Znamia y Novy mir. Una copia del manuscrito llega a manos del editor italiano Giangiacomo Feltrinelli, que, en una carta enviada al autor, expresa su deseo de publicarlo. Pasternak acepta la oferta, pues ya antes conoce la negativa de Znamia y Novy mir a publicar la obra. Sólo informa al editor italiano de que “si su publicación aquí (en la URSS-RSV), prometida en muchas revistas, se re-


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trasa y usted se adelanta a ellos, la situación para mi será trágicamente difícil”. Así fue. Ya en agosto de 1957, Pasternak, que veía acercarse la tempestad, escribe a las autoridades políticas y literarias una carta en respuesta a su actitud de rechazo hacia la obra. “Las personas éticamente escrupulosas nunca están satisfechas de ellas mismas, lamentan haber hecho muchas cosas, se arrepienten de ello y se sienten culpables. Lo único de lo que no me arrepiento en modo alguno es de haber escrito mi novela. He escrito aquello que pienso, y hasta el día de hoy sigo pensando lo mismo. Tal vez ha sido un error no haberla ocultado a algunos. Les puedo asegurar que la habría escondido si la hubiera escrito peor. Pero la novela ha superado mis sueños. Porque la fuerza nos viene dada desde arriba. Y por tanto, el destino que le espera no depende de mi voluntad. Y no intervendré. Si he de expiar la verdad que sé con el sufrimiento, esto no será nuevo para mí, y estoy dispuesto a aceptarlo cualquiera que este sea.” El 15 de noviembre El doctor Zhivago aparece en la edición italiana. A pesar de todo, Pasternak continua intentando que su obra se publique en la Unión Soviética, pero sin éxito. Las autoridades mantienen un total silencio. El 23

de octubre de 1958 la Academia Sueca concede al escritor ruso el premio Nobel de Literatura. Y Pasternak responde con un telegrama: “Infinitamente agradecido, conmovido, orgulloso, sorprendido, turbado”. La primera reacción se produce a los dos días: en le periódico Literaturnaya gazeta aparece una carta de la redacción, acompañada de una declaración de la redacción de la revista literaria Novy mir. Los dos textos inauguran una campaña lamentable por su nivel dialéctico, pero preñada de amenazas para Pasternak y su entorno. El escritor se ve obligado a renunciar al premio. Boris Pasternak no pudo soportar este último golpe y, al poco tiempo, falleció: “En la noche del 30 al 31 de mayo de 1960 –como anunciaban las notas aparecidas en algunas estaciones– ha muerto uno de los grandes poetas de nuestro tiempo”. Anna Ajmatova, como él, poeta y escritora comprometida con su tiempo y con el arte, escribió estos versos: Calló ayer la irrepetible voz y nos dejó quien con el bosque [hablaba. Se convirtió en vida, que nos da [la espiga o en la fina lluvia que él cantó.


Relato familiar de una relación

Olga, la musa rota de Pasternak Monika Zgustova es escritora. Nació en Praga y desde los años ochenta reside en Barcelona, su última obra publicada es ‘Contes de la lluna absent’ (Proa, Premio Mercè Rodoreda 2009)

MONIKA ZGUSTOVA

En su piso parisino me recibe Irina Emelianova, hija de Olga Ivinskaia, el último amor de Pasternak, quien inspiró al personaje femenino principal de la novela El doctor Zhivago. “¿Nos sentamos en la cocina?”, me pregunta Irina. Asiento algo perpleja. Pero en seguida recuerdo la costumbre rusa de compartir la intimidad con los amigos en la cocina y me muestro entusiasmada. Mientras prepara el té al modo oriental y sirve las pastas rusas con semillas de amapola, Irina se pone a hablar pausadamente de su vida y la de su madre, ambas íntimamente vinculadas a Boris Pasternak. En 1946, a sus 56 años, Pasternak conoció a Olga en la redacción moscovita de la revista literaria Novyi mir, donde la joven de 33 años trabajaba. La primera fase del enamoramiento entre un hombre casado y una mujer divorciada, madre de dos hijos, tuvo como escenario los parques moscovitas. Durante

meses enteros debajo de las estatuas de Pushkin y Maiakovski ambos enamorados se recitaban poemas propios el uno al otro. Nadie parecía prestarles atención. Sólo la policía secreta era como Dios: lo veía todo, lo sabía todo. Y su reacción no se dejó esperar. “Unos años más tarde, en 1949, varios hombres entraron en nuestra casa por la noche”, recuerda Iri-

las detenciones de los seres más próximos de muchos escritores: la hija y el marido de la poeta Marina Tsvetaieva acabaron en la cárcel donde el marido sucumbió a las torturas y la hija fue a parar al gulag; una historia parecida sucedió con el primer y el segundo marido y el hijo de la también poeta Anna Ajmatova. Cuando Pasternak conoció a Ol-

El amor de Olga y Pasternak creció en los parques moscovitas, nadie parecía prestarles atención; sólo la policía secreta, era como Dios na. “Registraron el piso, detuvieron a mi madre, embarazada de Pasternak, y se la llevaron a la cárcel. A los niños nos destinaron al internado, pero gracias a la presión de mis abuelos y a la ayuda económica de Pasternak al final permitieron que nos quedásemos en casa.” La detención de Olga era una advertencia al poeta: ¡Calla, o ya verás! Ese era el significado de

ga, estaba escribiendo El doctor Zhivago. Y su relación amorosa acabó dominando al escritor de modo absoluto. Lo testimonia su novela: personajes como el misterioso Antipov-Strelnikov quedaron algo desdibujados en la segunda mitad del libro, al igual que la señora Zhivago, modelada según la segunda mujer del autor, Zinaida, cuyo peso en la novela va dismi-

nuyendo. En cambio, Lara, retratada según Olga, va ganando peso hasta convertirse, junto con Iuri Zhivago, en la protagonista de la novela. En la cárcel Olga demostró una gran valentía: a pesar de la tortura psíquica y física no reveló nada sobre Pasternak. “Un día –cuenta Irina– sus carceleros le dijeron que le dejarían ver a Boris. La condujeron a través de un laberinto de pasillos subterráneos para, al final, introducirla en el depósito de cadáveres. Mi madre intentó adivinar cuál de los muertos era Pasternak, pero no se decidió a destaparlos. El depósito estaba helado. Y puesto que no había sillas, mi madre se sentó en el suelo de cemento y se desmayó. Recobró el conocimiento en el hospital de la cárcel donde le anunciaron que a causa de su estado de nervios había tenido un aborto.” Tras un juicio sumario internaron a Olga en el gulag, en Potma, donde tuvo que trabajar hasta ca-


torce horas diarias en condiciones inhumanas. “De su estancia en el campo mi madre recordaba con horror sobre todo a una despiadada vigilante, más dura aún que las condiciones climáticas –precisa Irina–, y es que en aquellas latitudes la temperatura máxima asciende en verano a cincuenta grados y puede descender a menos cincuenta en invierno.” Después de la muerte de Stalin, en 1953, Olga pudo regresar a Moscú y continuar su vida anterior. Pasternak, desde hacía una década, había estado trabajando en su novela. Sin embargo, una vez acabada, resultó claro que El doctor Zhivago no llegaría a publicarse en la URSS, a pesar del aparente deshielo de la época de Jrushov. De modo que en 1956 los emisarios de la editorial italiana Feltrinelli llevaron de contrabando el manuscrito de la novela a Milán y acto seguido el editor italiano anunció su inminente aparición. En los dos años que siguieron, El doctor Zhivago apareció en veinticuatro idiomas. El mundo entero leía Zhivago. En 1958 le otorgaron el Nobel. Pero en las entrevistas a la prensa europea dijo que pocos compartían su alegría. Y al final llegó la noticia: “Bajo la presión de las autoridades soviéticas que no han dejado respirar al escritor enfermo, Pasternak se

vio obligado a renunciar al premio de literatura más prestigioso del mundo”, confirma Irina. Sí, los ataques contra su persona fueron constantes. No obstante hubo otra razón por la cual el escritor se desdijo del premio: Olga. “Pasternak temía graves persecuciones contra su amiga como venganza del Estado”, me contó hace poco el hijo primogénito de Pasternak, Evgueni. En aquella época, Irina, que preparaba sus exámenes de cuarto curso en la universidad, vivía temporalmente en el mismo pueblo que el escritor, Peredelkino. “Una tarde de octubre de 1959

Tras la muerte de Boris, Olga es enviada al gulag: es la venganza del estado por el éxito de ‘Zhivago’ –cuenta–, se llevaron a Pasternak a un interrogatorio a la sede del KGB en Moscú, esta vez a causa de un poema titulado Premio Nobel. En ese poema el autor se extraña por qué las autoridades le tratan de enemigo si el único pecado que ha cometido es haber mostrado al mundo las bellezas de su país. Alegando la frágil salud del poeta, Olga pidió permiso para estar presen-

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te en el interrogatorio, y lo obtuvo. Al terminar, la pareja bajaba la escalera del edificio del KGB y el poeta le decía a Olga: ‘¿Los has visto? No saben comportarse como personas. No tienen ni la más mínima sensibilidad humana. Entre estas paredes horribles todos se convierten en autómatas’. Al volver a Peredélkino y acompañar al poeta a su casa, el coche oficial grande y negro se metió en el barro. Todo el pueblo se reunió allí a disfrutar del espectáculo en el que el coche negro, símbolo del poder soviético, se quedó inmovilizado en un gran charco fangoso”. Tras más de un año de persecución y represalias que siguieron al Nobel y a la publicación de Zhivago en el extranjero, en 1960, Pasternak muere. Y entonces, seis años después de la muerte de Stalin, detienen a Olga e Irina, las encarcelan y las envían al gulag: Irina, estudiante de veintidós años, debe pasar allí cuatro años, Olga ocho. (Luego, bajo la presión internacional, las penas fueron reducidas a la mitad.) “Esta fue la venganza cruel del Estado, por el éxito de Zhivago en el extranjero”, me comentó el hijo de Pasternak. Irina recuerda: “Mi madre, que en esa época tenía alrededor de cincuenta años, una edad difícil para la mujer, lo pasó especialmente mal. Pensó que no soportaría los trabajos forzados en aquel campo que se hallaba más allá del círculo polar, e intentó suicidarse.” La salvaron, pero regresó del gulag enferma y rota; ya nunca más volvió a ser aquella mujer fuerte, alegre y despreocupada como la que retrató Boris Pasternak en el personaje de Lara. Irina fue a parar al mismo gulag que su madre. Fue destinada a abrir caminos en la nieve helada: “Si la temperatura descendía a menos de 35 grados bajo cero, no salíamos a trabajar. Por eso cada mañana mirábamos con gran ansiedad el termómetro que colgaba en una esquina: ¡a ver si hay suerte hoy!”. En el trabajo Irina conoció a un preso del campo vecino, poeta y traductor de poesía francesa. De modo parecido como su madre y Pasternak dos décadas antes, también Irina se comunicaba con su amigo a través de la poesía: Vadim Kozovoi dejaba sus poemas debajo de un ladrillo en la pared que separaba el campo de mujeres del de los hombres, Irina los recogía y dejaba en su lugar poemas de Pasternak que ella había escrito con lápiz en un trocito de papel. Y al igual que muchos sobrevivientes del gulag que escogieron a sus parejas entre otros sobrevivientes, porque son los que mejor que nadie entienden lo que significa superar una vivencia tan dura, también Irina se casó con ese hombre que supo iluminar sus días en el campo con la poesía. “Y es que lo más importante de todo es sentir que te comprenden”, concluye Irina. |


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